ISSN 0188—9834
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE CIUDAD JUÁREZ
REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES
Reflexiones en torno a la Revolución Mexicana cien años después
Jorge Chávez Chávez (Coordinador)
VOL. 20 NÚMERO
39
E nero - J unio 2011
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE CIUDAD JUÁREZ Nóesis, Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Ciencias Sociales y Administración
Francisco Javier Sánchez Carlos Rector David Ramírez Perea Secretario General René Soto Cavazos Director del Instituto de Ciencias Sociales y Administración Servando Pineda Jaimes Director General de Difusión Cultural y Divulgación Científica Myrna Limas Hernández Directora General Mayola Renova González Subdirectora de Publicaciones Sandra Barrientos Robles Asistente Mayela Rodríguez Ríos Asistente
Gerardo Sotelo Diseño de portada
Apoyado con Recursos PIFI Nóesis Volumen 20, número 39, enero-junio 2011, es una publicación semestral editada por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, a través del Instituto de Ciencias Sociales y Administración de la UACJ. Redacción: Avenida Universidad y H. Colegio Militar (zona Chamizal) s/n. C.P. 32300 Ciudad Juárez, Chihuahua. Para correspondencia referente a la revista, comunicarse al teléfono: (656) 688-38-00 exts. 3792, 3892; o bien escribir a los siguientes correos electrónicos: noesis@uacj.mx y/o sbarrien@uacj.mx. Editor responsable: Myrna Limas Hernández. ISSN: 0188-9834. Impresa por Talleres Gráficos de México, Avenida Canal del Norte, número 80, Col. Felipe Pescador, Delegación Cuauhtémoc, C.P. 06280. México, Distrito Federal. Distribuidor: Subdirección de Gestión de Proyectos y Marketing Editorial. Avenida Plutarco Elías Calles #1210, Fovissste Chamizal, C.P. 32310. Ciudad Juárez, Chihuahua. Este número se terminó de imprimir en diciembre de 2011 con un tiraje de 500 ejemplares. Hecho en México /Printed in Mexico © UACJ Permisos para otros usos: el propietario de los derechos no permite utilizar copias para distribución en general, promociones, la creación de nuevos trabajos o reventa. Para estos propósitos, dirigirse a Nóesis.
Comité Editorial Interno: Ciencias Sociales Iván Roberto Álvarez Olivas Jesús Humberto Burciaga Robles Luis Enrique Gutiérrez Casas Héctor Antonio Padilla Delgado Luis Antonio Payán Alvarado Humanidades Sandra Bustillos Durán Jorge Chávez Chávez Víctor Manuel Hernández Márquez Consuelo Pequeño Rodríguez Ricardo Vigueras Fernández Ciencias Jurídicas y Administrativas Jesús Camarillo Hinojosa Carmen Patricia Jiménez Terrazas Comité Editorial Externo: Sofía Boza Martínez Universidad de Chile (Chile) Irasema Coronado Universidad de Texas en El Paso (Estados Unidos) Pablo Galaso Reca Universidad Autónoma de Madrid (España) Ricardo Melgar Instituto Nacional de Antropología e Historia (México) Miguel Mujica Universidad de Carabobo (Venezuela) Francisco Parra Universidad de Murcia (España) Rafael Pérez-Taylor Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM (México) Áxel Ramírez Universidad Nacional Autónoma de México (México) Luis Arturo Ramos Universidad de Texas en El Paso (Estados Unidos) Adrián Rodríguez Miranda Universidad de la República (Uruguay) Rafael Romero Mayo Universidad de Quintana Roo (México) Franco Savarino Roggero INAH-ENAH (México) Nóesis: Revista de Ciencias Sociales y Humanidades/Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, Instituto de Ciencias Sociales y Administración, núm. 1, vol. 1 (noviembre, 1988). Ciudad Juárez, Chih.: UACJ, 1988. Semestral Descripción basada en: núm. 19, vol. 9 (julio/diciembre, 1997) Publicada anteriormente como: Revista de la Dirección General de Investigación y Posgrado. ISSN: 0188—9834
1. Ciencias Sociales-Publicaciones periódicas 2. Ciencias Sociales-México-Publicaciones periódicas 3. Humanidades-Publicaciones periódicas 4. Humanidades-México-Publicaciones periódicas H8.S6. N64 1997 300.05. N64 1997
Los manuscritos propuestos para publicación en esta revista deberán ser inéditos y no haber sido sometidos a consideración a otras revistas simultáneamente. Al enviar los manuscritos y ser aceptados para su publicación, los autores aceptan que todos los derechos se transfieren a Nóesis, quien se reserva los de reproducción y distribución, ya sean fotográficos, en micropelícula, electrónicos o cualquier otro medio, y no podrán ser utilizados sin permiso por escrito de Nóesis. Véase además normas para autores. Revista indexada en Latindex, Clase y Redalyc
El significado de Nóesis NÓESIS. Este término es griego y se vincula con otro muy empleado en la filosofía clásica: nous (razón, intelecto). La elección de este título se deriva de algunas consideraciones acerca de la teoría del conocimiento que se desprenden del conocido símil de la caverna (República, VII). El hombre, que ha podido contemplar el mundo de los arquetipos, esto es, que ha logrado penetrar las esencias, no puede ya contentarse con la proyección deformada del conocimiento sensible. La luz que lo iluminó es la filosofía, que Platón conceptualiza todavía en el sentido pitagórico de ancla de salvación espiritual. Al ser iluminado por ésta, el hombre siente la necesidad de comunicar a ex compañeros de esclavitud la verdad que ha encontrado, aun cuando estos últimos puedan mofarse de él, como lo había hecho la mujer tracia con Tales. La misma alegoría recuerda los descensos al Hades del orfismo y del pensamiento religioso pitagórico. En el conocimiento, así caracterizado, Platón encuentra diversos grados. El primero es dado por la experiencia, que es de suyo irracional, porque se fundamenta en una repetición mecánica de actos. Ésta se racionaliza en el arte (techne), es decir, en la habilidad adquirida, en las reglas metodológicas, puesto que en dicha actividad se investigan los datos de la experiencia. Entre las distintas artes sobresale la filosofía, porque no examina los fenómenos aisladamente, sino que los ve en su conjunto. Platón llama a esta visión totalizadora “dialéctica”, y dice que ella se alcanza a través del ejercicio de la razón (nóesis). Por medio de este ejercicio alcanzaremos pues el conocimiento que, para ser válido, debe ser verdadero y tan real como su objeto. Estas consideraciones sintetizan el propósito y el objetivo de esta revista: presentar trabajos que reflejen, manifiesten, denuncien, los diferentes aspectos de nuestra realidad y hacerlo a través del “ejercicio de la razón”, es decir, de la NÓESIS. Dr. Federico Ferro Gay ( )
Contenido
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Presentación Jorge Chávez Chávez Sección Temática Memoria e historia en la Revolución Mexicana: 13 de mayo de 1911. Pedro V. Siller Vázquez Algunas consideraciones sobre la revolución fascista.
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La revolución rechazada.
58 José Luis López Ulloa
86 Áxel Ramírez Morales
Chicanos, frontera y revolución.
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Sección Varia La Revolución Mexicana en Nuevo León (1908-1917): la irrupción pública de los empresarios en la política local. Gustavo Herón Pérez Daniel
124 Ricardo Vigueras-Fernández
Adelita: una heroína de papel para una revolución en viñetas.
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La historia como ficción: una panorámica de la temática de la Revolución Mexicana en la obra de Ignacio Solares. José Ávila Cuc Sección Libros, Entrevistas y otras Narrativas Reseña del texto: Manuel Guerra de Luna (2009). Los Madero. La saga liberal. Historia del siglo XIX. Tudor Producciones. Ricardo León García La Toma de Ciudad Juárez José Manuel García
Abstracts Memory and history in the Mexican Revolution: May 13th 1911 Pedro V. Siller Vázquez
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Due to the presumption of its authority, historians have privileged the witness as a reliable source in the elaboration of collective memory. However, as noted in this article about an event that occurred during the Mexican Revolution, the witness' memory can be distorted by subsequent events, due to the fact that final versions are generally social elaborations. Key Words: Revolution, Witness, Ciudad Juárez. Some considerations on the fascist revolution Franco Savarino
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Long considered as a "counter" or non-revolutionary phenomenon, Italian Fascism (1919-1945) is now increasingly recognized as an authentic form of modern revolution. Born in the framework of the national revolutions of the early twentieth century (China, Mexico, Turkey), the Fascist revolution is still in the furrow opened by the French in 1789 and establishes a new paradigm, alternative to the Russian Bolshevik revolution of 1917, combining socialism and nationalism. Here we explore some of the factors that determine the membership of fascism to the family of modern revolutionary phenomena. Key words: Revolution, Fascism, Socialism, Italy.
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The rejected revolution José Luis López Ulloa
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This article is divided into three parts: the first establishes that the Revolution was not an homogeneous as made him think the official story, because of cultural differences among the Mexican population there were many movements, each with its own characteristics and the revolution faced rejection by their traditional enemies: the episcopate, the old “Porfirian” oligarchy and some of his former allies in the second attempt to propose other forms of conflict analysis from the achievements once ended the armed movement, achievements in joining the Constitution became the cause of the rejection of which was the subject, finally, I establish what were the main sources of opposition to the emerging government of the revolution, among which are the separation of Church and State, secular education and calls social guarantees embodied in the Constitution. Key words: Revolution, Rejection, Bishops, Episcopate, Opponents, Culture, Constitution. Chicano, border and revolution Áxel Ramírez Morales
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The Mexican Revolution of 1910 captured the immigrants attention, because they saw Mexico, not the United States, as their homeland. El Paso-Ciudad Juárez area proved to be perhaps the most strategic site for all revolutionaries factions. American authorities focused on activities of Víctor L. Ochoa and Lauro Aguirre. Chicano community as a cultural bridge had loyalty differences which does not belong to one side of the other. Key words: Revolution, Chicanos, Border, Loyalty.
The Mexican Revolution in Nuevo León (1908-1917): the public emergence of entrepreneurs in local politics Gustavo Herón Pérez Daniel
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The Revolution of 1910 will bring the emergence of Nuevo León various armed groups in the city of Monterrey, but also the constant appearance in public administration, entrepreneurs Monterrey. Initially mean the demise of the era reyista locally. The advance economic modernization will be arrested by the revolutionary and military actions in the state. But arise the “Comuna Empresarial” as an organizational from whose presence will attempt to order the revolutionary chaos, even locally. The work is an attempt to bring the revolutionary impact in the state, but at the same time is a story from local historians policy outlines a detailed chronicle of the period. We present data, names, dates, actions and dispositions are counted. Key words: Mexican Revolution, Monterrey, Reyismo, Local Business, Political History. Adelita: a heroine of paper for a revolution in vignettes Ricardo Vigueras-Fernández
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In this essay, the author focuses in the main character of Adelita and the guerrillas, by José G. Cruz, to carry out an analysis on how this protagonist was good to summarize in the popular culture some aspects of the Mexican Revolution, mainly the one leaded by Pancho Villa. First there is a review of the Mexican Revolution, mainly the one leaded by Pancho Villa. First there is a review of the Mexican popular comic history and the destination of some of their representative series, the there is a summary of the professional career of José G. Cruz and, finally, an analysis of the Adelita and the guerrillas series from the graphical and literary point of view, with special interest in the depiction of the masculine and feminine characters and the depiction of the historic period through
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the overwhelming fantasy of an odd and singular author: José G. Cruz. Key words: Mexican Revolution, Mexican Comic-Book, José G. Cruz, Adelita, popular culture. History as f iction, an overview of the Mexican Revolution subject in the Ignacio Solares’ work José Ávila Cuc
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Ignacio Solares, one of México’s most important living writers, deals with themes like the Mexican Revolution and its characters –among other subjects– in his narrative and dramatic works. This can be seen especially on his novels: Madero, el otro; La noche de Ángeles, and Columbus; on his plays: El jefe máximo, El gran elector, and Los mochos; and on his collection of short stories, Ficciones de la Revolución Mexicana, in which he recreates several landmarks of that period of México’s history. The following article studies the intertextuality between these works, and how they relate with the history of the Mexican Revolution, as well as their classification under the theoretical concepts of ‘novel’, ‘historical play’ and/ or ‘historical-themed text’, based on the way in which the author approaches the subject and the characters’ conflicts through the many situations they appear immersed in. Key words: Solares, Ciudad Juárez, History, Revolution.
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Presentación
¡Miserable bola, sí! [Dijo Rabasa] La arrastran tantas pasiones como cabecillas y soldados la constituyen; en el uno es la venganza ruin; en el otro una ambición mezquina; en aquél el ansia de figurar; en éste la de sobreponerse a un enemigo. Y ni un solo pensamiento común, ni un solo principio que aliente a las conciencias (1986: 139).1
Introducción
1 Rabasa, Emilio. (1986). La Bola. México: Ed. Océano. 139.
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n este número 39 de Nóesis, los artículos analizan la Revolución mexicana desde diversas ópticas a cien años de su inicio. Es por ello, que no existe continuidad entre uno y otro. Tratan sobre conceptos, el origen del fascismo y la revolución; cómo se dio en diferentes regiones de la frontera norte; a partir de la literatura que habla de este movimiento armado; la participación de los chicanos en esta lucha, y a través de las imágenes divulgadas en los comics hechos en México, de personajes relevantes en este proceso. Los textos fueron elaborados por miembros del Cuerpo Académico Consolidado de Estudios Históricos (CACEH) de la UACJ y de sus redes de investigación en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), por profesores de Literatura del Departamento de Humanidades de la UACJ y de la New Mexico State University (NMSU). En el 2010, destacaron en América Latina los festejos relativos al bicentenario de las independencias de la Corona española. En México, se conmemoró el inicio del movimiento insurgente contra la Corona
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española, cuya culminación se dio el 27 de septiembre de 1821, después de la firma de los Tratados de Córdoba (24 de agosto), entre Juan O’Donojú y Agustín de Iturbide, donde se reconoce la independencia de la Nueva España; matizado por la entrada triunfal del ejército trigarante a la ciudad de México, encabezado por Iturbide. En México también celebramos el centenario del inicio de la Revolución de 1910. Suceso utilizado por la historia, para establecer una etapa de la historia del país, que dio paso al “México moderno”; monopolizado como sustento ideológico de varios partidos políticos formados después de concluir la fase armada de esta lucha, cuyo inicio se considera el 20 de noviembre de 1910, con la convocatoria de Madero al “Sufragio efectivo y la no reelección”, y se da por terminado con la Constitución del 5 de febrero de 1917. La independencia y la Revolución, delimitan el espacio donde se construye nuestra actual república. Establecen el final oficial de la etapa colonial y la consecuente formación de una república federal. Quienes de manera sobresaliente participaron, o se les consideró para sustento ideológico de la nación, forman el panteón de héroes nacionales. Como ejemplos tenemos a Cuauhtémoc, vivió cuando no existía México, y el cura Hidalgo nunca habló de la Independencia. Como su proclama lo indica, pidió que “Muera el mal gobierno, mueran los gachupines, viva Fernando VII”, por restringir la participación de los criollos en puestos públicos y religiosos.2 El siglo que los separa, delimita el proyecto centralista del Estado-nación mexicano, fraguado por el grupo político identificado como liberal, durante el siglo XIX, frenado en muchos casos, por las diferencias regionales que existen al interior de la República, que la historia oficial la establece como uniforme. Consumada la independencia, los grupos liberales buscaron acabar con todo lo que representara el pasado colonial. Procuraron establecer una sociedad homogénea, tanto en lo racial como cultural, para establecer “lo mexicano”, bajo una economía definida por los principios 2 Ver, Chávez Chávez, Jorge. (2010). “El cura Hidalgo y el paso del tiempo”. Cuadernos fronterizos. México: UACJ. n. 16, año 5, otoño, 23-26.
del pensamiento liberal. Desde los primeros años de la joven república, Gómez Farías mandó clausurar la Universidad Pontificia, según lo expresó, por encontrarse un grupo contrario a las ideas relativas a formar un país independiente y democrático. Fue reemplazada por la Dirección de Instrucción Pública, encargada para todo lo relativo a la educación de los nuevos ciudadanos. Para intensificar la secularización de la educación, crearon los Institutos Científicos y Literarios. Su objetivo, contrarrestar la educación católica del periodo colonial, por representar la forma de pensar colonial. Esto es:
Estos cambios sirvieron para crear nuevos valores que inculcaran la identificación de la gente con la nueva nación independiente. Se impartieron, a través de las clases de civismo e historia oficial, cuyos frutos a nivel nacional comienzan a verse con Porfirio Díaz. Durante las fiestas del centenario, se exhibieron una serie de cambios encaminados al desarrollo de México como nación mestiza. Este proyecto fue elaborado por Andrés Molina Henríquez en, Los grandes problemas nacionales (1909); donde Díaz era el máximo representante de esta nacionalidad. A la par, mostraron avances en el ámbito educativo: el reconocimiento de la educación pública y laica a nivel básico, la educación básica gratuita y la creación de la Universidad de México (actual UNAM), con Justo Sierra al frente de instrucción pública; sin descartar la multiplicación de vías ferroviarias que hubo durante su mandato presidencial. Cabe destacar la participación de intelectuales dentro del régimen de Díaz. Fueron conocidos como “científicos”, por sus estudios fundamentados en la ciencia positiva de Durkheim y el evolucionismo darwiniano. Se percibe en los festejos del centenario: inauguración de las pirámides en Teotihuacán, como parte de la apropiación del
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Se trataba de que los Institutos fuesen alternativas a la enseñanza heredada de la Colonia y difundida aún en los colegios y universidades controlados por el alto clero y los conservadores en general. De allí el énfasis que ponían en la enseñanza de la ciencia moderna, en los idiomas extranjeros vivos, en carreras nuevas [etc.]. (Wences, 1984, 60)
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pasado prehispánico monumental, sustento de la nacionalidad mexicana mestiza; sesiona el Congreso Internacional de Americanistas en México y, con bombo y platillo, se establece como fecha oficial del grito de independencia, la noche del 15 septiembre, para festejar también el cumpleaños de Don Porfirio, y con ello, dar inicio a la ceremonia oficial protocolaria del festejo al mandatario, al concentrar en palacio nacional, las principales autoridades (civiles, religiosas y extranjeras, a través de sus embajadores), dejando para el 16 de septiembre el desfile militar.3 Dentro de la producción histórica, destacan las obras producidas por los “científicos” porfiristas, como la encabezada por Vicente Riva Palacio, México a través de los siglos (1880), en 10 volúmenes. Obras, principalmente escritas para justificar la dictadura, producto de un proceso evolutivo. En este mismo sentido, se encuentra la escrita por Emilio Rabasa, La Constitución y la dictadura (1912), donde periodiza la historia del México independiente, dividida por tres dictaduras, la de Antonio López de Santa Anna, la de Benito Juárez y la de Porfirio Díaz y, como ya habíamos mencionado antes, su novela La bola (1887), donde demerita la lucha contra el Porfiriato.
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No calumniemos a la lengua castellana ni al progreso humano, y tiempo es ya para ello de que los sabios de la Correspondiente envíen al Diccionario de la Real Academia esta fruta cosechada al calor de los ricos senos de la tierra americana. Nosotros, inventores del género, le hemos dado el nombre, sin acudir a raíces griegas ni latinas, y le hemos llamado bola. Tenemos el privilegio exclusivo; porque si la revolución como ley ineludible es conocida en todo el mundo, la bola sólo puede desarrollar, como la fiebre amarilla, bajo ciertas latitudes. La revolución se desenvuelve sobre la idea, conmueve a las naciones, modifica una institución y necesita ciudadanos; la bola no
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3 Festejo que podemos ver en la película de Salvador Toscano “Memorias de un mexicano” (1950), después de que en 1942, Carmen Toscano iniciara la labor de seleccionar y clasificar el material filmado por el ingeniero Toscano.
Para 1902, Justo Sierra escribe Evolución política del pueblo mexicano y México, su Evolución Social (1900 -1902) donde consideró a la Patria un “organismo viviente”, que requiere de/que todos sus componentes participen en su desarrollo y no se conviertan en organismos parásitos que demeriten su buen funcionamiento. Destaca también, Andrés Molina Enríquez. En 1909 escribe, Los grandes problemas nacionales. En este libro describe cuál es el tipo racial donde debe de sustentarse lo mexicano, el mestizo; por ser rechazado tanto por los criollos (quienes se identifican con Europa, por ser hijos de migrantes) y los indios (porque sólo reconocen a su tribu como patria). Cabría preguntarse a doscientos años de la Independencia y cien de la Revolución, qué propuestas tenemos actualmente de reconocidos intelectuales que con sus trabajos asesoren al actual régimen en la toma de decisiones, respecto a qué obras monumentales se deben rescatar para estos festejos, qué tipo de reformas proponen para mejorar la educación, tanto a nivel de valores inducidos a través de las clases de civismo, reformas significativas en la enseñanza de la historia o, qué aportes se han hecho para consolidar la nacionalidad e identidad mexicana, para el siglo XXI. Como bien lo mencionó Carlos González Herrera en la pasada sesión de la Cátedra Katz:4 “El 2010, fue un año que se pudo hacer una revisión crítica de estos movimientos en la actual sociedad mexicana, para analizar sus resultados”. Tan sólo, dijo, se limitaron a realizar festejos; por cierto, muy parecidos a los realizados en 1910, matizados por el evolucionismo darwiniano, que establece el desarrollo de Méxi4 Cf. XV sesión de la Cátedra Internacional de Historia Latinoamericana Friedrich Katz, con el tema, “Análisis del centenario de la Revolución Mexicana”, UACJ, Ciudad Juárez, Chihuahua, 17 al 19 de octubre de 2010.
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exige principios ni los tiene jamás, nace y muere en corto espacio material y moral, y necesita ignorantes. En una palabra: la revolución es hija del progreso del mundo, y ley ineludible de la humanidad; la bola es hija de la ignorancia y castigo inevitable de los pueblos atrasados. (Rabasa, 1986, 138)
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co por etapas bien definidas: Prehispánico, Colonia, Independencia, Reforma, Revolución y México contemporáneo, matizados con la utilización de rayos láser e imágenes electrónicas reflejadas en fachadas de edificios de origen colonial. A principios del siglo XX se forman diferentes actores sociales, símbolos culturales que pasaron a formar parte de la identidad mexicana; algunos de origen colonial, donde destaca la apropiación del pasado prehispánico como parte de la identidad criolla, para condenar el dominio colonial español, fundamento del nacionalismo mexicano. Conocemos estos movimientos armados, principalmente por los de los estudios históricos que se han hecho sobre ellos. Generalmente, por lo establecido por la historia oficial que recibimos a nivel básico en primarias y secundarias. Se sustenta en el aprendizaje de las “vidas ejemplares” de los “héroes”; definida por Luis González y González como “historia de bronce.5 También, es a través de las novelas de esa época y los cantos populares (más conocidos como corridos de la Revolución), como tenemos conocimiento de este proceso a diferentes niveles. Sobrevalorados muchos de sus personajes en corridos y novelas, así como en memorias escritas por gente que participó en la Bola. Otros, son producto de la imaginación de los escritores de esa época, que a la postre crearon un estilo literario; como los personajes de la novela de Mariano Azuela, Los de abajo; publicada primero en fascículos en el periódico El Paso del Norte (1915) y como libro hasta 1916.
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5 La historia de Bronce. Luis González dijo que su propia historia es larga. Fue celebrada en la Antigüedad. Cicerón la llamó “maestra de la vida”. Durante la Edad Media, Eneas Silvio se refirió a ella como una “gran anciana consejera y orientadora”. La moral cristiana la tuvo como su más poderoso medio de expresión: vidas de santos. Llegó a su plenitud en el siglo XIX, cuando al ofrecer la certeza de un pasado colectivo, se impuso como elemento de unificación entre las naciones que surgían en América y Europa: “Todos nuestros pedagogos creen a pie juntillas que los hombres de otras épocas dejaron gloriosos ejemplos que emular, que la recordación de su buena conducta es el medio más poderoso para la reforma de las costumbres, que como ciudadanos debemos nutrirnos de la sangre más noble de todos los tiempos, que las hazañas de Quiroga, de Hidalgo, de Juárez, de los héroes de la Revolución, bien contadas por los historiadores, harán de cada criatura un apóstol, un niño héroe o un ciudadano merecedor de la medalla Belisario Domínguez.” Cf. Luis González y González, “De la múltiple utilización de la historia”, en Carlos Pereyra, et. al. (1998). Historia para qué. México: Siglo XXI, 53-74.
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Destaca la Calaca catrina, de José Guadalupe Posada; nombre dado por Diego Rivera en uno de sus murales. Posada la llamó “Calavera Garbancera”, o “Garbancera”. Término utilizado en esa época para referirse a las personas, que teniendo origen indígena, aparentan ser europeos, españoles o franceses (este último más común durante el porfiriato), renegando de su propia raza, herencia y cultura. Es por ello que Posada la pinta sólo con sombrero. Con ella critica a quienes aparentaban tener una posición social que no les correspondía. Al desatarse “la bola”, comenzaron a tener relevancia personajes como Pancho Villa y Emiliano Zapata, los “Juanes” y las “Adelitas”, imágenes apropiadas con posterioridad, igual que lo hicieron los criollos con el mundo prehispánico mesoamericano, por diversos sectores sociales del México post-revolucionario. Pasaron a formar parte del folclor nacional, a raíz de la presencia de las fuerzas revolucionarias del norte y posterior triunfo de estos grupos, en el centro del país. Lo apreciamos actualmente en su uso como imágenes de lucha por reivindicaciones sociales, distantes en muchas ocasiones, a los motivos por los cuales se levantaron en armas. Baste citar como ejemplo, los personajes tomados como bandera de lucha de grupos que se asumen de izquierda (es decir, de ideas socialistas y/o comunistas), por movimientos que se asumen populares, como los “panchos villas”, “las Adelitas” del Partido de la Revolución Democrática (PRD), o por los “neozapatistas” en Chiapas, comandados por el sub-comandante Marcos. Imágenes, gracias al uso de aparatos electrónicos, comercializadas mediante el escaneo de sus retratos destinados a la venta. En Ciudad Juárez lo podemos apreciar en “El puente libre”, o Córdova-Américas (cruce internacional entre México y Estados Unidos). Principalmente comprados por muchos emigrantes en Estados Unidos, quizá por la nostalgia de un México “glorioso y revolucionario” que se perdió en “los tiempos” y que sus hijos deben conocer, al no cumplir su presente con muchas de sus expectativas de vida, ni con el sueño americano, ni por la falta de los ofrecimientos “revolucionarios”, razón por la cual tuvieron que migrar. Los revolucionarios norteños, considerados como “los bárbaros de la frontera norte”, gracias al tipo de fotografías y reportajes realizados
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por periodistas, e intelectuales norteamericanos, enviados a observar esta lucha,6 forman parte del panteón de “héroes mexicanos”, al haber “ofrendado su vida por la patria”. Está acorde a la periodización de la historia nacionalista de nuestro país. Inicia con Moctezuma y Cuauhtémoc, “mártires de la colonización española”, de un México prehispánico inexistente. Le siguen, los que forman el “Altar de la Patria”, Hidalgo y Morelos, así como todos los que lucharon del lado de los insurgentes. Continúa con los héroes de la Reforma, destacando Benito Juárez, como su “apóstol”; sin pasar por alto a los que combatieron contra el Imperio de Maximiliano, donde el coronel Porfirio Díaz contaba con un sitio relevante en este panteón, hasta que se convirtió en dictador. La Revolución marca otro periodo de este panteón, formado por quienes derrocaron la dictadura Díaz para dar paso al México moderno, entre otros, Madero, Obregón, Calles y Cárdenas. También están los recordados en los corridos, más identificados por sectores populares, como Pancho Villa y Emiliano Zapata. Sin olvidar los que forman parte del folclor nacional, como la Adelita, la Valentina, las soldaderas y los Juanes. En la actualidad, para fomento del nacionalismo mexicano entre los jóvenes, se venden en papelerías, o vienen en los libros de texto gratuito, estampas con la biografía de estos héroes para sus clases de Historia y Civismo, semejantes a las hechas a los santos católicos. También se encuentran en pinturas y grabados que adornan bibliotecas privadas, oficinas, chimeneas, o estudios de intelectuales y políticos, en oficinas de gobierno, por ser productos de la “Revolución”. Cabe destacar la producción histórica crítica. En particular, los trabajos realizados en instituciones estatales, que a partir de la historia regional, muestran los cambios que se dieron en las diferentes regiones formadas después de la independencia de México. En contraste con la historia oficial, que retoma lo sucedido en el centro del país como
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6 Una muestra interesante de estas fotografías se encuentran en el libro de Siller Vázquez, Pedro y Miguel Ángel Berumen. La Batalla de Ciudad Juárez. (2003). Ciudad Juárez, Chih. México: Cuadro x Cuadro.
7 En lo sucesivo, UACJ-CACEH.
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patrón para el resto de la República. Lamentablemente, gran parte de estos trabajos tiene poca difusión; se ha limitado a los estados donde se publican y los contactos que los investigadores tienen en otras partes de México y el extranjero. El número de Nóesis que ahora presentamos, “Reflexiones en torno a la Revolución Mexicana cien años después”, se divide en tres secciones: temática, varia, y libros, entrevistas y otras narrativas, compuestas por los siguientes artículos. Inicia la Sección Temática, con el artículo de Pedro Siller Vázquez, profesor-investigador de la UACJ, miembro del CACEH,7 “Memoria e historia en la Revolución Mexicana: 13 de mayo de 1911”, que estudia la toma de Ciudad Juárez a través de los testimonios de quienes participaron en esta célebre batalla, que en mayo del 2011 cumple cien años de haberse realizado. Franco Savarino, profesor-investigador de la ENAH-INAH en “Algunas consideraciones sobre la revolución fascista”, explica cómo es considerada por muchos como una “contrarrevolución”, o un fenómeno no-revolucionario. Sin embargo, dice, El fascismo italiano (1919-1945) es cada vez más reconocido como una forma auténtica de revolución moderna. Nace en el marco de las revoluciones nacionales de comienzos del siglo XX (China, México, Turquía), sigue en el surco trazado por la Revolución francesa de 1789 y establece un nuevo paradigma, alternativo a la revolución bolchevique rusa de 1917, en el marco de una combinación de socialismo y nacionalismo. José Luis López Ulloa (UACJ), divide su trabajo, “La revolución rechazada”, en tres partes. En la primera, establece que la Revolución no fue un hecho homogéneo como lo hace pensar la Historia oficial. Debido a las diferencias culturales entre la población mexicana se dieron muchos movimientos, cada uno con sus propias características. La segunda parte propone otras formas de análisis del conflicto, a partir de los logros obtenidos una vez que concluyó el movimiento armado. Por último, define las fuentes principales de la oposición a los gobiernos emergentes de la revolución, entre las que se encuentran la separa-
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ción Iglesia-Estado, la educación laica y las llamadas garantías sociales plasmadas en la Constitución. Áxel Ramírez Morales, del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC)-UNAM en, “Chicanos, frontera y revolución”, comenta que la Revolución Mexicana permitió a los chicanos encontrar a los héroes más representativos de su grupo. De este modo, México les otorgaba un refuerzo para su cultura, pero sin proporcionarles sustitutos para lograr su verdadera autonomía. Agrega que el movimiento armado mexicano ocasionó un fuerte impacto al interior de esta comunidad, poniéndola en un grave dilema, ya que prácticamente la obligó a elegir entre dos distintas lealtades. También, el albergar por muchos años dentro del territorio estadounidense a diversos grupos involucrados en el movimiento social, les ocasionó serios problemas. En la sección varia, los artículos aquí presentados, también analizan la Revolución mexicana desde las regiones, a partir de la literatura y el impacto que ésta tuvo en los cómics; en específico, en la Adelita de José G. Cruz. Gustavo Herón Pérez Daniel (UACJ- CACEH), en su artículo, “La Revolución Mexicana en Nuevo León (1908-1917): la irrupción pública de los empresarios en la política local”, dice que la Revolución mexicana provocó en Nuevo León, la irrupción de distintos grupos armados en la ciudad de Monterrey. Al mismo tiempo, la constante participación de empresarios regiomontanos en la administración pública. El avance modernizador económico, dice, se verá detenido por las acciones revolucionarias y militares en la entidad. Sin embargo, la comuna empresarial surgirá como forma de organización al intentar ordenar localmente el “caos revolucionario”. Para una mejor comprensión de este proceso, el autor presenta una crónica política actualizada, donde aporta datos, nombres, fechas; se cuentan acciones y disposiciones. Ricardo Vigueras-Fernández (UACJ-Literatura) presenta “Adelita: una heroína de papel para una revolución en viñetas”. Analiza la obra artística de José G. Cruz a través de los comics, pero no la tradicional mujer del corrido revolucionario, la que estaba “enamorada del sargento…”. “Su Adelita –como indica Vigueras- no es un cómic
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revolucionario al uso, sino un parque temático de la Revolución Mexicana donde todo cabe, para que se ajuste a los intereses del contador de historias.” José Ávila Cuc (UACJ-Literatura) en, “La historia como ficción: una panorámica de la temática de la Revolución Mexicana en la obra de Ignacio Solares”, nos dice que Solares es uno de los escritores vivos más importantes de México. Aborda en su obra narrativa y dramática —entre otros tópicos—, el tema de la Revolución Mexicana y de personajes ligados a este hecho histórico. En específico, en sus novelas: Madero, el otro, La noche de Ángeles y Columbus, así como en las obras de teatro El jefe máximo, El gran elector y Los mochos, donde utiliza la ficción para crear y recrear momentos claves de esta parte de la historia de México. En este ensayo, Ávila Cuc expone la intertextualidad temática de todas estas obras y la relación que guardan con la historia de la Revolución mexicana, así como agruparlas en lo que se conoce teóricamente como “novela” o “teatro histórico” y/o “texto de motivo histórico”, a partir de la forma en que abordan el tema y el manejo de los personajes en las situaciones en que se ven inmersos. Finalmente, Ricardo León García, de la UACJ y José Manuel García, de la New Mexico State University son los autores que integran la sección Libros, entrevistas y otras narrativas. El primero, Ricardo León, comparte una reseña del texto Los Madero. La saga liberal. Historia del siglo XIX escrito por Manuel Guerra de Luna. En cambio, José Manuel García, en “La Toma de Ciudad Juárez”, forma una especie de collage de sucesos ocurridos en Ciudad Juárez, desde que se formó la Misión de Guadalupe de los indios mansos del Río Grande del Paso del Norte hasta los más recientes (como la lucha contra el narcotráfico y los “feminicidios”), donde los presenta tanto dentro de la narración histórica novelada y periodística. Su trabajo lo divide en nueve partes: “es tan deseada que matan por ella”; orden del caos; de todas las tomas la toma del once; testimonios; coincidencias y diferencias; los periodistas; los civiles; los militares, y puntos de vista. Ante este gran bagaje, y desde las diversas fronteras de análisis, queda abierta la invitación para que cada lector realice las reflexiones que en torno a la Revolución mexicana procede realizar cien años después.
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Memory and history in the Mexican Revolution: May 13th 1911
Abstract
Due to the presumption of its authority, historians have privileged the witness as a reliable source in the elaboration of collective memory. However, as noted in this article about an event that occurred during the Mexican Revolution, the witness’ memory can be distorted by subsequent events, due to the fact that final versions are generally social elaborations.
Key words: Revolution, Witness, Ciudad Juárez.
Sección Temática
Resumen
Por la presunción de autoridad, los historiadores privilegian al testigo como fuente confiable para la elaboración de la memoria colectiva. Sin embargo, como se advierte en este artículo acerca de un suceso acaecido durante la Revolución Mexicana, la memoria del testigo puede ser distorsionada por sucesos ocurridos con posterioridad al evento referido, debido a que las versiones finales son elaboraciones generalmente sociales.
Palabras clave: Revolución, Testigo, Ciudad Juárez.
Memoria e historia en la Revolución Mexicana: 13 de mayo de 1911 Pedro V. Siller Vázquez1
Doctorado en Historia por la Universidad Autónoma de Morelos. Actualmente Profesor-Investigador en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez adscrito al Departamento de Humanidades. Correo de contacto: psiller@uacj.mx
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Fecha de recepción: 24 de marzo de 2011 Fecha de aceptación: 16 de agosto de 2011
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La memoria humana es instrumento maravilloso pero falaz (...) Los recuerdos que en nosotros yacen no están grabados sobre piedra; no sólo tienden a borrarse con los años sino que, con frecuencia, se modifican o incluso aumentan literalmente, incorporando facetas extrañas (...). Esa escasa fiabilidad de nuestros recuerdos se explicará de modo satisfactorio sólo cuando sepamos en qué lenguaje, con qué alfabeto están escritos, sobre qué materia, con qué pluma: hoy por hoy es una meta de la que estamos lejos. Primo Levi, Los hundidos y los salvados
Introducción La historiografía mexicana y en particular la de la Revolución de 1910, fue pródiga en cuanto a la publicación de autobiografías, memorias y relatos en los que se exaltaba el carácter de testigos de los autores. Esto les dio un aire de autoridad que pocas veces fue cuestionado y sus textos dejaron de ser relatos individuales para convertirse en memorias colectivas, es decir, en parte de la Historia Nacional (así, con mayúsculas). Son pocos los hechos de los que podemos contar con diferentes testigos para confrontarlos y afortunadamente encontramos uno de ellos para reflexionar acerca del papel del testigo en la historia. La visión del testigo ha sido siempre crucial cuando se trata de reconstruir los hechos. En su Verdadera historia de la conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo se esfuerza por el reconocimiento de verosimilitud de su relato. Para él, como dice: A fuerza de carecer de elocuencia y retórica su valor reside en lo que yo vi y me hallé en ello peleando, como buen testigo de vista, yo lo escribiré con la ayuda de Dios, muy llanamente, sin torcer a una parte ni a otra. Porque soy viejo de más de ochenta y cuatro años y he perdido la vista y el oír, y, por ventura, no tengo otra riqueza que dejar a hijos y descendientes a salvo esta mi verdadera relación.
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El testigo se considera a sí mismo como el sobreviviente que narra el suceso y por tanto también el portador de la memoria. Pero un acercamiento al tema nos permite darnos cuenta de que la visión del testigo no es una experiencia individual, sino colectiva, en palabras de Maurice Halbwachs (2004): “Se puede decir que el individuo recuerda cuando está inmerso en el punto de vista del grupo, y que la memoria del grupo se realiza y se manifiesta en las memorias individuales” y cómo a partir de la escritura de estos aparentes recuerdos individuales se escriben versiones que se convierten en fuentes para los historiadores, en memorias colectivas (Florescano, 2003: 392). Tomemos en consideración lo sucedido el 13 de mayo de 1911, apenas dos días después de que Ciudad Juárez cayó a manos de los revolucionarios maderistas y con ello se abrieran las puertas a la salida de Porfirio Díaz. Entonces sucedió un hecho muy interesante para entender el posterior desarrollo de la Revolución Mexicana: la primera rebelión de las tropas revolucionarias, encabezada por Orozco y Villa, contra su líder: Francisco Ignacio Madero y que prefiguró muchos de los sucesos posteriores, tales como la rebelión de Pascual Orozco en marzo de 1912; el odio personal entre Orozco y Francisco Villa que inclinó a pelear contra Orozco aliándose a Victoriano Huerta; la lealtad de Villa -a pesar de su encarcelamiento, hacia Madero y la eterna desconfianza de Venustiano Carranza hacia Villa. Los relatos de lo que sucedió ese día varían significativamente de un testigo a otro, lo que queremos hacer notar aquí es cómo los sucesos posteriores, sobre todo la victoria o derrota de los diferentes grupos, influyeron en la manera en la que cada uno de ellos recordó la escena. Para hablar de los principales protagonistas, Villa y Orozco se habían conocido desde los primeros días de la revolución y su encuentro no fue agradable. Orozco era un propietario de mulas – de conducta o transporte de minerales, poseía una mina y una pequeña propiedad. Villa era solamente un individuo con una mala fama. Una de las anécdotas es que por esos primeros días llegó un fotógrafo al campamento revolucionario y Orozco veía a Villa –a quien Madero le dio el grado de Mayor- con hostilidad, pues para él no era más que un bandido que podía traerles descrédito y conflictos. Lo primero que hizo fue adver-
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tirle que el hecho de sumarse a las fuerzas revolucionarias no le serviría de escudo para cometer tropelías, y se negó a que los fotografiaran juntos, como señal de que no quería que se le relacionara con él, lo que provocó un arrebato de furia en Villa.1 A partir de entonces hubo varios momentos tensos entre ellos -como cuando Madero le pidió a Villa que desarmara a algunos soldados que insistían en identificarse como miembros del Partido Liberal de Flores Magón-, y otros más. Pero en los días previos a la batalla de Ciudad Juárez, los rencores parecieron olvidarse y actuaron conjuntamente para obligar a Madero a aceptar el combate por la ciudad. El diez de mayo la ciudad cayó en sus manos, pero entre la multitud abundan las vivas a Orozco y casi nadie vitoreaba a Madero. La crisis se acercaba. El once de mayo el presidente provisional Francisco I. Madero presentó a su gabinete, la primera sorpresa es que Venustiano Carranza, ex senador porfirista y casi desconocido para los hasta entonces soldados maderistas, es nombrado Secretario de Guerra, a la sorpresa sigue el resentimiento y más por supuesto entre quienes habían tenido mando de tropas, como Orozco. Pero no solo era el nombramiento de Carranza, sino también el trato generoso al general derrotado en Ciudad Juárez: Juan J. Navarro. En cuanto terminó el combate, Madero lo escoltó a un lugar seguro para evitar algún atropello de los rebeldes contra su persona. Había por supuesto algunos motivos por parte de los rebeldes. Meses antes, en uno de los combates en la sierra de Chihuahua, en Cerro Prieto, los insurgentes se habían enfrentado a las tropas federales y habían sido derrotados, varios prisioneros cayeron en manos de Navarro, quien hizo quemar vivos a los rebeldes heridos, entre ellos a parientes directos de Orozco y de su suegro, Albino Frías. El doce de mayo pasó en medio de una calma tensa en la ciudad, y el trece por la mañana, Madero recibió un telegrama:
1 (4 de abril de 1911). “Pascual Orozco no consintió en retratarse junto a Francisco Villa”, El País: p. 1.
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Yo y en nombre de todas las viudas y huérfanos de que fue causante el ex general Navarro por los asesinatos que se cometieron en Cerro Prieto, después de felicitar a usted por el glorioso triunfo de la toma de esa ciudad, en nombre de la justicia pedimos la gracia de que se mande a ésta al Sr. Navarro, [para que] presencie los tristes lamentos que por su causa existen en estos lugares. Protestamos a usted que será respetado y se le prodigarán las consideraciones debidas por la Patria. (Valadés, 1936)
Madero se negó rotundamente. Había también motivos en Madero, ya que hasta ese momento el ejército mexicano había permanecido obediente al dictador, alejado de la negociación política, disciplinado, aceptando dócilmente los resultados de las negociaciones entre Madero y los porfiristas. Fusilar a uno de sus generales era provocarlos hacia una posición independiente. Avanzaba la crisis al interior de Ciudad Juárez: los soldados no tienen qué comer, están nerviosos porque se rumora un licenciamiento inmediato y una promesa de pago a futuro. No pelearon por dinero, pero no quieren regresar peor de lo que salieron de sus casas. Madero cita a los principales jefes revolucionarios a una reunión en la jefatura política, a espaldas de la Misión de Guadalupe, el trece de mayo. Resumo las versiones: Orozco acompañado por Villa y de diez hombres armados entró al salón, tomó la palabra y dirigiéndose a Madero le reprochó su poca atención a los problemas de la tropa y al asunto de Navarro por lo que le hizo tres demandas; la primera era que el general porfirista fuera juzgado como criminal de guerra; La segunda, que los miembros del gabinete provisional renunciaran y se nombraran nuevos ministros de entre los hombres que habían luchado efectivamente; la tercera demanda era que no les había pagado a la tropa, no tenían comida, no se les permitía tomar las cosas por la fuerza y por tanto, la desesperación estaba haciendo presa de ellos al grado que se amotinarían a menos que les solucionaran estos problemas.
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Madero de inmediato se mostró inflexible ante el caso de Navarro, no hizo explicaciones; de la segunda petición dijo que como presidente provisional tenía el derecho de nombrar su gabinete, agregando que era una prerrogativa que en esos momentos no iba a poner a discusión mucho menos con amenazas físicas como Orozco lo estaba haciendo en ese momento; respecto al pago de las tropas estuvo de acuerdo y prometió hacerlo al día siguiente, pero que por lo pronto era indispensable calmar a la tropa. Entonces Orozco le dijo que si no accedía a los dos primeros puntos se vería en la obligación de desconocerlo como jefe, a lo que Madero respondió a su vez que era él (Orozco) quien estaba destituido de todo cargo militar. El conflicto se agudizó con voces altaneras de uno y otro lado. De acuerdo con el reportero del New York Times, nuestro primer testigo,2 Orozco apuntó con su revolver al pecho de Madero, lo arrestó y trató de forzar la renuncia del gabinete apoyado por Pancho Villa. En el relato del reportero Villa es el más violento contra Madero y tuvo que ser contenido por sus correligionarios, entre ellos Orozco. De acuerdo con nuestro segundo testigo, Máximo Castillo (Vargas, 1991: 29-30) como testigo presencial que fue, menciona que llegó como a las 10 de la mañana con 10 hombres para relevar la guardia presidencial, cuando vio que Villa trataba de sacar a Madero del recinto jalándolo por un brazo y cuando fueron separados por la guardia de Castillo, éste empezó a gritar, ¡Fusilen a Villa!: Villa corrió a su cuartel a traer más gente y el señor Madero se dirigió hacia donde estaba un automóvil. Observé que Orozco le seguía, diciéndole ¡Dése preso! Luego lo abracé con la mano izquierda mientras que con la otra le apuntaba a Orozco que nos seguía también con pistola en mano. Montó el señor Madero en el automóvil y Orozco montó por el lado del chofer, yo me quedé en el estribo sin quitar la vista de los movimientos de Orozco y ordené a los veinte hombres de la escolta que prepararan sus armas listos a los movimientos de Orozco… En cuanto el señor 2 (14 de mayo de 1911). “Orozco arrest Madero in row over cabinet”. New York Times: p. 1.
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Madero había subido al carro empezó a gritarle a la tropa ¿A quién obedecen ustedes a mí o a Orozco? Y respondían unos que a Orozco, otros que a él y otros que los dos, mientras Orozco y Madero seguían averiguando. Le decía Orozco dése por preso, es usted un hombre inútil, inservible, no es capaz de dar de comer a la gente ¿Cómo podrá ser presidente? Es usted un embustero, miente que sus hermanos han gastado su capital en la Revolución, no han gastado ni un sólo centavo. Madero contestó que todo estaba arreglado, que en esos momentos todos tendrían para comer y vestir y le pedía a Orozco que le estrechara la mano a lo que al fin convino Orozco luego que mucha gente le pedía que estrechara la mano de Madero.
Inmediatamente Pascual, en tono enérgico, le exigió el cumplimiento de su promesa del día anterior [de atender las solicitudes de los soldados], a lo cual Madero le contestó que a él no se le amenazaba, pues lo mandaría a fusilar. Pascual lo agarró de la solapa y lo estrujó, diciéndole que si con el fusilamiento iba a remediar la situación y que si eso merecía él. Nervioso, Madero trató de subirse a un automóvil donde se encontraba Abraham González, pero fue detenido por la escolta de Villa, quien cortó cartucho. Ante esta situación, Pascual ordenó a Villa que se calmara y bajaran los rifles. (Caraveo, 1992: 53)
En la versión del cuarto testigo, Juan Sánchez Azcona, las cosas son más precisas: la hora, nueve de la mañana: El portal estaba resguardado por Juan Dozal y sus hombres. Nos abrimos paso entre la muchedumbre para llegar a ese lugar, y alguien nos dijo: «Pasa algo grave: el presidente y el general Orozco tienen una gran disputa».
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Otro de los testigos, el tercero, fue Marcelo Caraveo, también menciona que el lugar fue la jefatura política y que Villa fue el más agresivo, es Pascual Orozco el que lo calma:
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Enseguida Sánchez Azcona describe la escena que se desarrollaba en el interior del local: Orozco con el brazo izquierdo tenía enlazado a Madero, mientras que en su diestra mano empuñaba una pistola: Madero exclamaba «Yo soy el presidente» y Orozco rugía «Pero no sale usted, señor Madero, no sale usted…» don Abraham González y Gustavo Madero, éste también con pistola en mano, trataba de separar a Madero y Orozco; y así, forcejeando, Madero, completamente inerme, con la fuerza de sus músculos logró llegar hasta la puerta, la traspuso pasando frente a Dozal que permaneció atónito y salió hasta la calle que separa la jefatura del pequeño parque que en aquella plazoleta se encuentra, siempre asido por Orozco que pretendía impedir su salida. Nadie más que ellos dos pudieron salir… Todos nos precipitamos en seguimiento de Madero, pero el mayor Juan Dozal y sus hombres nos interceptaron el paso diciendo: «Nadie sale…» Oímos gritos de las tropas que aclamaban a Pascual Orozco… Previmos un inmediato desenlace funesto… …se había hecho un gran silencio, y Madero, desde lo alto de un automóvil que allí estaba, arengaba las tropas presentes, cuyo número ascendía a más de cien hombres, casi todos de las fuerzas de Orozco. … Tendía la mano a Orozco que estaba cerca de él, siempre con la pistola preparada. Orozco rehusó su mano. Quiso decir algo, pero no pudo, y sólo hizo ademán de ascender al automóvil, en gesto de aprehender a Madero. Intervinieron otros. Entonces Madero gritó: «Aquí estoy, matadme si queréis… O conmigo o con Orozco… ¿Quién es el presidente de la República?…» El general Garibaldi gritó «!Viva Madero!» y toda la tropa secundó el grito, que fue repetido muchas veces y durante algunos minutos… entretanto Villa se acercaba al coche y decía conmovido al Presidente Provisional: «Ajusíleme usted señor Madero, castígueme, castígueme…» Y Madero que había recobrado su sonrisa habitual: «Qué te he de fusilar, si eres un bravo… Anda, calma a tus muchachos y prepáralos para seguir la lucha…». (Sánchez Azcona, 1960: 261-263)
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Y posteriormente agrega: “Días después del motín, Villa nos decía a Pino Suárez, a Bonilla y a mí: «Cuando pienso en el mal que quise hacer al señor Madero, me siento el corazón entre dos piedras»”. Sánchez Azcona evita hablar de la acción de Villa como lo hicieron tanto Caraveo como Castillo, sino simplemente al final agrega la escena del arrepentimiento de Villa como un acto inexplicable para el lector, pues hasta ese momento no lo mencionaba ni como participante ni como agresor, ni siquiera como presente en el suceso. El de Sánchez Azcona, como político profesional que era, agrega un elemento: supone un contubernio entre Orozco y uno de los enviados porfiristas a las pláticas de paz: Toribio Esquivel Obregón, con el propósito de derrocar a Madero del liderazgo revolucionario. Aparece la intriga personal como la explicación última. Garibaldi, en su autobiografía señala un punto de vista muy personal, dice que Orozco y Villa demandaron el fusilamiento de Navarro debido a los asesinatos que éste había cometido en Cerro Gordo y “de recuperar el prestigio que habían perdido en la batalla de Juárez” debido al hecho accidental de que fuera él (Garibaldi) quien recibió la espada del general vencido, Navarro, y esto puso celosos tanto a Orozco como a Villa (Garibaldi, 1935: 296). Pero no da más detalles. En 1960, otro de los testigos, Heliodoro Olea Arias, escribió sus memorias, en las que menciona que algunos comerciantes de Ciudad Juárez fueron a quejarse con don Abraham González porque Villa saqueaba sus tiendas y le solicitaban que pusiera un remedio a esos abusos. González llama a Villa y lo reprende duramente. Al salir Villa encuentra a Pascual Orozco y le comenta que fue reprimido injustamente ya “que tanto se exponían para encumbrarlos y luego no le agradecían”, entonces Orozco se lo lleva a su cuartel para continuar la charla. Según Olea, Orozco le ordena desde un día antes que coloque a su gente a las afueras de la Jefatura Política, seguramente en previsión de que Máximo Castillo con la suya oponga resistencia a frente a Orozco. Al día siguiente llega Orozco, le hace una indicación a Villa de entrar:
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Comenzaron los alegatos acalorados dentro de la sala donde estaba tratándose de paz; Orozco entre otras cosas como el fusilamiento de Navarro comenzó a reclamarle al señor Madero que nomás se ocupaba de estar tratando de la paz y no hacía caso de la gente que le faltaba provisión; y el señor Madero le dijo que tenía un proveedor general don Guadalupe González con provisiones suficientes no solo para el ejército hasta para los menesterosos de Ciudad Juárez; y que si se había acabado la provisión, no era a él a quien debía ocurrir sino al proveedor general. Y de allí comenzaron los dichos, unos con otros, a grado que al gobernador don Abraham González le dieron un empellón que lo tiraron junto a la pared de la sala; nosotros afuera oímos el murmullo muy alarmante, tanto que le dimos orden a nuestra gente que prepararan las armas; la gente de Villa gritaba “Viva Pascual Orozco” y la de nosotros “Viva el presidente Madero”; al poco rato sale el presidente Madero y Raúl, su hermano, quien traía en mano su pistola escuadra, siguiéndolos la escolta de honor, subieron ellos al automóvil; en seguida sale el general Orozco con su pistola escuadra en la mano; pero cuando ve todas las armas de la escolta, de Raúl Madero y de nosotros, dirigidas a él, se pone cadavérico, tembloroso (sería de coraje), así subió al automóvil; y entonces el señor Madero le dice: ¿pero señor Orozco, por qué ha venido a cometer este atentado escandaloso en los momentos más sagrados para nuestra patria que se trata de arreglarse la paz? Y Orozco le contesta: porque soy el jefe de la revolución; y el señor Madero sonriéndole le dice: ¿Pero qué jefe de la revolución es usted? Yo la he hecho armada y políticamente, usted es mi soldado; traiga esa mano para arreglarnos, que pase esto como un sueño. (Olea, 1960)
Este es el último testigo. Pero ¿qué dice Villa a todo esto? Es decir uno de los protagonistas porque Orozco nunca escribió nada sobre la revolución. En las Páginas Autobiográficas de Francisco Villa, es decir, las memorias que le dictó a Manuel Bauche Alcalde en 1914, se narra que Orozco buscó a Villa el
La incógnita de Villa se despeja a los pocos días: y es que resulta que Villa se enteró por boca de los maderistas de la versión de que todo había sido un complot urdido por Orozco -y el enviado porfirista Esquivel Obregón-, para asesinar a Madero a manos de un bandido impulsivo (que en este caso resultaba Villa): y éste agrega en sus memorias: “y que al ver que yo desarmaba a su guardia me creyese (Madero) el único instigador del pretendido fusilamiento; y al reprocharme
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Acababa yo de cumplir este compromiso, cuando salió precipitadamente el señor Madero, que al ver mi actitud, me gritó dolorosamente: -¡Cómo, Pancho! ¿Tú también estás en mi contra? Yo no contesté, no hubiera podido contestar. Esperaba que Orozco, que era el iniciador del fusilamiento de Navarro, dictara las órdenes que yo habría acatado en seguida. Pero tras del señor Madero vi salir a Orozco muy agitado y diciéndole: - ¡No señor, vámonos entendiendo! Ya no pude oír las palabras que se cruzaron por el murmullo que salía de toda la tropa, y sólo vi que terminaban dándose un abrazo. Aquello me causó profunda sorpresa. O le había faltado a Orozco energía para llevar a cabo el fusilamiento, contra la resistencia del señor Madero, o el señor Madero había encontrado razones muy poderosas para convencer a Orozco de que Navarro no debía ser fusilado. Una u otra cosa, Orozco tendría que explicármela. Armé nuevamente la guardia del señor Presidente, y sin decir una palabra me retiré a mi cuartel. Allí esperé inútilmente que Orozco se presentara para darme una explicación de lo sucedido. Ni él se presentó jamás, ni envió a llamarme. (Villa, 2004: 449-450)
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12 de mayo por la noche para decirle que Navarro debería ser ejecutado debido a que a su vez éste fusiló a familiares de revolucionarios, a lo que Villa accedió. Que al día siguiente, en el interior de la comandancia, Orozco se dirigió a Madero y después de conferenciar con él un momento, dio la orden a Villa de desarmar a la guardia presidencial:
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mi proceder acremente, yo disparase contra el señor Madero en un momento de ceguedad y de locura” (Ibid: 451). Siguiendo con la versión de Villa, Raúl Madero se lo encuentra un día y le reclama que no haya acudido ante el Presidente, “sabemos que usted es inocente” le dice, “Y sintiendo que una pena infinita nos desgarraba el alma, Raúl y yo nos abrazamos y nos pusimos a llorar como dos criaturas.” Villa acude ante Madero y arrepentido de los sucesos, le pide a que le conceda su baja del ejército revolucionario, lo que se le concede de inmediato y diez mil pesos como paga por licenciamiento. La versión de Villa debió narrarla en enero de 1914, días después de la célebre batalla de Ojinaga, cuando despuntaba su fama y era evidente que sería en los años siguientes un personaje de importancia internacional. Según él, fue un poco violento con Madero, sí, pero se trataba de un hombre de buena fe caído en el engaño. Su llanto lo sincera con hombres como Raúl Madero -quien por cierto está con él en ese momento en la batalla de Ojinaga-, y otros. Para entonces ya han pasado dos años casi de la rebelión orozquista catalogada por los maderistas como una enorme traición y –es enero de 1914 recuérdeseOrozco ya lleva un año peleando al lado de Huerta. Esto es, las posteriores acciones de Orozco son las que confirman la buena fe original del ahora bandolero redimido. Por su parte, el testimonio de Máximo Castillo es cercano al suceso en cuanto a la fecha de su escritura, pues luego de transitar por el maderismo, del cual fue ingratamente recompensado y sufrió una enorme decepción, fue orozquista entre 1912 y 1913 para sufrir otra decepción y ser satanizado por sus antiguos compañeros, y luego pasó a un zapatismo a distancia; Villa lo persiguió implacablemente entre 1913 y 1914 con el juramento de fusilarlo donde lo encontrara por ser orozquista, y por ende, traidor al maderismo. No le guarda pues, ninguna simpatía. Exilado en los Estados Unidos, donde se le negó la condición de asilo, Castillo -como nos dice su biógrafo Jesús Vargas- fue deportado a Cuba en 1915. Sus memorias fueron redactadas probablemente durante este último año, Madero no es aun el apóstol, el inmaculado. El retrato que hace Castillo de Madero es el de un líder, a secas.
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Caraveo dictó sus memorias en los años cincuenta, después de su paso por el orozquismo, zapatismo y finalmente incorporarse en los años veinte a la revolución institucionalizada, sin conceder jamás frente a las versiones que denigraban a las facciones dentro de las cuales luchó y sus memorias aparecieron en una editorial privada. En sus recuerdos Orozco estruja a Madero, pero ordena bajar la mira de los rifles de los villistas. No inculpa a Villa, pero es Orozco el que le pide que calme a sus hombres. La de Sánchez Azcona es la versión propiamente institucional, escrita probablemente a fines de los años veinte y reproducida por el Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana para las celebraciones del cincuentenario de la misma. A Madero, la rebelión de Orozco le produjo una enorme lesión anímica, lo llenó de resentimiento; con mucho, para los maderistas de entonces el destino trágico de su líder se debió principalmente a la rebelión orozquista, a la falta de paz pública en el norte que cegó las esperanzas de implantar las reformas prometidas. Así que para él es válido cambiar la actitud de los personajes en el recuento actual de los hechos: Orozco aparece como el violento frente a Madero mientras que Villa solo muestra arrepentimiento por su mera presencia en la insubordinación. La lectura del suceso del trece de mayo en la versión de Sánchez Azcona, puede verse como un ejemplo de la posterior interpretación de la revolución mexicana: que el maderismo, como aspiración democrática encarnada por esa clase media ilustrada, fue poco comprendida en su momento entre las masas populares, pero la muerte de Madero la despierta en la conciencia popular y es posteriormente retomada, elevándolo a la categoría de apóstol frente al cual el pueblo aún le pide perdón, o en palabras de Villa: “¡ajusíleme, …castígueme!”. La presencia de Orozco nos daría otra lectura: la de un proceso revolucionario que tenía que negociar, conciliar los intereses entre las fracciones revolucionarias y que la violencia estalla cuando falla este proceso de negociación, como consecuencia de un equilibrio que no se alcanza (¡Usted no es capaz de dar de comer a la gente!). En los meses siguientes, hasta febrero de 1913, la inestabilidad será precisamente lo que caracterice al período maderista.
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La de Olea Arias fue publicada póstumamente en 1960. Olea fue magonista en 1905 y pasó una buena temporada en San Juan de Ulúa, después fue maderista como se narra en esta parte y luego se retiró a la vida privada. La publicación de su texto fue con motivo de la solicitud de su hijo para que se les reconociera a ambos como ex combatientes de la revolución, una revolución en la que Villa despuntaba como un pilar. Como puede leerse, los relatos de lo que sucedió ese día varían significativamente de un testigo a otro, sobre todo en cuanto al papel de Villa y su relación con Madero. Lo que queremos hacer notar es cómo los sucesos posteriores, sobre todo la rebelión orozquista y la muerte trágica de Madero influyeron en la manera en la que cada uno de ellos recordó la escena, y a partir de la escritura de estos recuerdos, tomados como memorias de testigos presenciales, se escribieron versiones diferentes, que a su vez se convirtieron en fuentes para los historiadores. Las ausencias son notorias. Carranza, secretario de Guerra y presente en el suceso, debió permanecer aterrado contemplando la escena. No interviene, nunca describió la escena. El incidente sin embargo será decisivo a nuestro juicio para que en adelante nunca acepte a Villa como aliado, aún en las más difíciles circunstancias. Testigo presencial, sobreviviente, porque le sobrevive el rencor del trece de mayo, para siempre.
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Pedro V. Siller Vázquez
Bibliografía
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Periódicos
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Some considerations on the fascist revolution
Abstract
Long considered as a “counter� or non-revolutionary phenomenon, Italian Fascism (1919-1945) is now increasingly recognized as an authentic form of modern revolution. Born in the framework of the national revolutions of the early twentieth century (China, Mexico, Turkey), the Fascist revolution is still in the furrow opened by the French in 1789 and establishes a new paradigm, alternative to the Russian Bolshevik revolution of 1917, combining socialism and nationalism. Here we explore some of the factors that determine the membership of fascism to the family of modern revolutionary phenomena.
Key words: Revolution, Fascism, Socialism, Italy.
Resumen
Considerada por mucho tiempo como una “contrarrevolución” o un fenómeno norevolucionario, el fascismo italiano (1919-1945) es hoy cada vez más reconocido como una forma auténtica de revolución moderna. Nacida en el marco de las revoluciones nacionales de comienzos del siglo XX (China, México, Turquía), la revolución fascista sigue en el surco trazado por la francesa de 1789 y establece un nuevo paradigma, alternativo a la revolución bolchevique rusa de 1917, en el marco de una combinación de socialismo y nacionalismo. Aquí se exploran algunos de los factores que determinan la pertenencia del fascismo a la familia de los fenómenos revolucionarios modernos.
Palabras clave: Revolución, Fascismo, Socialismo, Italia.
Algunas consideraciones sobre la revolución fascista1 Franco Savarino2 (ENAH-INAH)
Este artículo se fundamenta en la primera parte de mi ponencia “La revolución nacional en Italia. El fascismo en perspectiva”, presentada en el XII Congreso Internacional de Historia Regional (Ciudad Juárez, 28-30 de octubre de 2009). 2 Doctor en historia por la Universidad Nacional Autónoma de México y por la Universidad de Génova (Italia); profesor–investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (México, D.F.). Correo de contacto: francosavarino@ gmail.com 1
Fecha de recepción: 24 de marzo de 2011 Fecha de aceptación: 13 de agosto de 2011
Algunas consideraciones sobre la revolución fascista
Preámbulo: ¿qué son las revoluciones? La palabra “revolución”, al comienzo del siglo XXI, evoca imágenes encontradas con fuertes claroscuros. El estrepitoso fracaso histórico de los experimentos revolucionarios, derivados de las doctrinas socialistas ensombreció el significado moral, anteriormente neutral o benigno de la palabra.2 En el siglo XIX era aun posible referirse a las revoluciones, en la senda de la americana de 1776 o de la francesa de 1789, como un fenómeno de cambio político con consecuencias al fin y al cabo positivas para el “progreso” sociopolítico. Era viable ver a muchas revoluciones como eventos liberadores en el camino optimista hacia un “mundo mejor”. Después de 1991, al cerrarse definitivamente el mortífero capítulo de la revolución rusa, y al trazarse un balance general eminentemente negativo o ambiguo de las principales revoluciones del siglo XX, se ha consolidado una visión predominantemente crítica o negativa del fenómeno revolucionario, por lo menos en referencia a las revoluciones más radicales e ideológicas.3 Aquí hay que destacar dos elementos fundamentales de este cambio de percepción. En primer lugar, la vuelta del uso extensivo de la palabra desde la atribución a las revoluciones políticas moldeadas sobre el prototipo francés, hasta incluir revoluciones de otra índole y características. Piénsese por ejemplo a la revolución islámica de Irán (1979), que deriva más bien de una tradición islámica del Medio Oriente.4 O en la 1
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2 De hecho, fuera del campo político, la palabra “revolución” aún mantiene un significado positivo. Piénsese por ejemplo en la “revolución informática” y, en general, en las “revoluciones” tecnológicas y científicas. También se habla de “revolución” en tiempos más antiguos, por ejemplo la “revolución cristiana”. 3 Algunas ideas expuestas en este ensayo son tratadas más ampliamente en Franco Savarino, “Una revolución sui generis. El fascismo italiano”, en Pantoja, José, Alejandro Pinet, María Xóchitl Domínguez (coords.). (2010). La Revolución Mexicana y las revoluciones modernas. Los historiadores y la historia para el siglo XXI. México: ENAH, ENAH-Conaculta- AHCALC, 111-142. 4 En la historia de los pueblos islámicos las revoluciones son recurrentes, generalmente se trata de rebeliones populares contra monarcas o gobernantes vistos como ilegítimos. Una de las más famosas fue la revolución Abbasí (750 d.C.), que llevó a la caída de la dinastía Omeya de Damasco.
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“revolución de terciopelo” en Checoslovaquia (1989) y las recientes “revolución rosa” de Georgia (2003) y “revolución naranja” de Ucrania (2004), todas no-violentas y democráticas. Cabe señalar también las recientes “revoluciones árabes” de 2011 (Túnez, Egipto, Siria y Libia), cuya extensión y significado aún está por determinarse y parecen, al momento, tendencialmente democráticas. Estas últimas revoluciones desafían el supuesto de que una revolución conlleva necesariamente un gran derramamiento de sangre y se mueva en el cauce de ideologías o religiones que apuntan a una palingenesia radical. De hecho, la mutación en el uso de la palabra “revolución” hoy parece, en ciertos aspectos, como una vuelta del “viejo” significado, en uso desde la antigüedad hasta el siglo XIX. En segundo lugar, la desmitificación del paradigma revolucionario. Palabra en su momento envuelta en un halo mágico, “revolución” pierde hoy en gran medida su fama prodigiosa. Resulta ya imposible encontrar intelectuales, estudiantes y políticos pronunciar extasiados esta palabra. El mensaje redentor contenido en esta expresión ya no convence, no inspira, no alienta los sueños y no puede ser tomado en consideración de manera ingenua. Ya no hay excusas. Las consecuencias destructivas, sombrías o decepcionantes de muchas revoluciones son bien conocidas y sabemos que las vías hacia el infierno están pavimentadas con buenas intenciones (suponiendo que todos los revolucionarios estén “bien intencionados”). Si de “revoluciones” se sigue hablando hoy, es para referirse simplemente a las movilizaciones que cambian un orden político, no a eclosiones mesiánicas que buscan construir utopías y terminan produciendo atroces desengaños. Uno de los motivos más importantes de este cambio perceptivo alrededor de las revoluciones es el fin de la “hegemonía” marxista en el campo político e intelectual. En el marco de ésta, durante mucho tiempo se nos hizo creer que las revoluciones “auténticas” del mundo moderno serían solamente las que preparaban el advenimiento de la revolución socialista y del comunismo. Tenían que ser precursoras en la fase precapitalista o burguesa, y proletarias, democráticas o genéricamente “sociales” en las fases más avanzadas. Ríos de tinta fueron derramados para determinar si ésta o aquélla revolución cabía en este
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esquema ideológico, enfatizando el rol de las clases sociales, determinando la disposición de las fuerzas económicas, y calculando el grado de protagonismo de los sectores populares. Se podrían introducir elementos étnicos y nacionales, “burgueses” y modernizadores, y tomar en cuenta el período histórico o la posición geográfica, pero el telos era el mismo y el contenido de una revolución tenía que ser necesariamente socioeconómico. En este contexto resultaba problemático incluir en la categoría de “revolución” a todas aquellas conmociones sísmicas de la sociedad que no tenían una clara descendencia de los ejemplos paradigmáticos, es decir, que no llevan al derribo violento de una clase social dominante en una atmósfera de agitación colectiva para cumplir con las metas soteriológicas de igualdad y libertad anunciadas por los líderes o que, aparentemente, no provocaban cambios sustantivos en la estructura económica.5 En pocas palabras y simplificando, para la Vulgata marxista las revoluciones auténticas y paradigmáticas tenían que ser las francesas de 1789 y 1871, y la rusa de 1917, así nos aseguraban los mandarines intelectuales hechizados por la utopía soviética.6 Por otro lado, cualquier elemento o fenómeno que entorpeciera o contrarrestara la marcha inexorable hacia el socialismo era etiquetado 5 La revolución americana (1776) y la revolución mexicana (1910) por ejemplo, juzgadas –mutatis mutandis- por algunos como insuficientes, confusas, extraviadas o inconclusas por no cumplir cabalmente con los supuestos objetivos igualitario-liberatorios que debería tener toda revolución, es decir, por no emancipar a los esclavos en un caso, o no rescatar a los subalternos en el otro. Consideraciones análogas se suelen hacer para las revoluciones de independencia de América Latina. Sobra decir que las críticas de esta índole generalmente son anacrónicas, además de poco científicas. Si reconocemos un minimum de cambios repentinos ante todo políticos, cada época expresaría un modo específico de manifestación revolucionaria, 6 François Furet ha escrito páginas notables sobre el espejismo de la revolución francesa, su aparente reencarnación en la revolución rusa y la difusión entre los intelectuales de un culto para ambas que raya en el fetichismo. [Furet, François. (1995). El pasado de una ilusión. México: FCE]. Una de las consecuencias de la “gran desilusión” por las revoluciones a finales del siglo XX, es justamente el abandono de una valoración moral axiomáticamente positiva (o negativa), a favor de una evaluación más ecuánime, lo que permite examinar los sucesos revolucionarios en sus luces y sombras, con todas las ambigüedades que éstos implican, y reformular de este modo la semántica misma del concepto.
las revoluciones son cambios sustantivos y repentinos, generalmente acompañados por cierto grado de violencia, del orden político, social e ideológico vigente, con una movilización (amplia o parcial) de masas populares y con un dramatismo característico en donde predomina la
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como “contrarrevolucionario” o simplemente no-revolucionario. Aquí encontramos una explicación de por qué el fascismo –revolución nacional no-clasista o interclasista- “no encajaba” dentro de la fenomenología revolucionaria “legítima”. A pesar de haber nacido del socialismo clásico, el fascismo había tomado pronto un rumbo autónomo y se había vuelto, para los años veinte del siglo pasado, un rival formidable del bolchevismo ruso y de los socialismos que permanecían anclados a la matriz marxista o se movían hacia la socialdemocracia. El fascismo fue una herejía del socialismo, no un engendro del liberalismo o del conservadurismo, y no fue “de derecha”, más bien ocupó el centro del campo político. La negación del carácter revolucionario del fascismo (desde Gramsci hasta Hobsbawm) ha sido un error garrafal de interpretación, que sólo es superado por la investigación científica en estos últimos años. Finalmente, -dejando atrás de una vez por todas los estereotipos marxistas-, tenemos que llegar a la pregunta ¿qué son las revoluciones? No es el caso aquí de extenderse demasiado sobre la extensa discusión que se genera sobre este concepto. Entre los numerosos autores que se podrían citar, Gianfranco Pasquino define a la revolución como: “La tentativa de derribar a las autoridades políticas existentes y de substituirlas con el fin de efectuar profundos cambios en las relaciones políticas, en el ordenamiento jurídico-institucional y en la esfera socioeconómica” (Bobbio, 2002). Emilio Gentile, por su lado, define a la revolución como: “La movilización de una masa social ajena a la vida política, guiada por una élite emergente que no acepta los valores y la autoridad de la clase política que detenta el poder, contesta el sistema (político y/o social) y conquista el poder con la voluntad de crear un régimen nuevo” (Gentile, 2002: 113- 114). Al buscar una definición lo más incluyente y extensiva posible para una familia de fenómenos con características heterogéneas, podríamos considerar esta:
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emoción de la novedad, el ansia de la “libertad” y la aspiración a un “nuevo orden” de cosas. De hecho, toda formulación del concepto de “revolución”, como las demás que circulan en las Ciencias Sociales, tiene límites borrosos y tiene cierto grado de imprecisión, además está influida por sesgos partidistas e ideológicos que pueden llegar a oscurecer el rigor científico de la categoría. El uso de adjetivos puede esclarecer el subgénero de pertenencia de cada revolución: social, política, cultural, nacional, generacional, etc., siendo posiblemente la “política” el tipo “central” y paradigmático de referencia, al traer el mayor número de consecuencias también en otros órdenes y dimensiones de la sociedad (finalmente, pues, el hombre es, sobre todo, un Zoon politikon).
Las revoluciones nacionales y el carácter revolucionario del fascismo
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Entre las revoluciones políticas, las “nacionales” han sido de especial importancia en los últimos dos siglos. Se refieren al concepto de “nación” que es típicamente moderno y se manifiesta en todo el mundo, acompañando la expansión occidental, desde finales del siglo XVIII hasta nuestros días. Nacionales fueron por ejemplo, en el siglo XX, la revolución mexicana (1910-1917), la revolución turca (1923-1938), la revolución nacionalista china (1911-1928) entre otras. Estas revoluciones, siendo “nacionales”, apuntaban específicamente a solucionar los problemas de la formación y status de cada nación, no pretendían lanzar una proclama al mundo para plantear un cambio global. Única en este sentido fue la revolución fascista italiana (1919-1925), que fue acompañada por el surgimiento de una ideología y de un régimen, el fascismo, que se anunciaba como una nueva fórmula de cambio general válida también fuera de Italia.7 La revolución fascista italiana con-
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7 Las opiniones de los investigadores difieren en cuanto a considerar el fascismo un fenómeno “genérico” o bien resaltar el caso italiano como el único fascismo auténtico. Aquí me referiré especialmente al fascismo italiano que considero un modelo prototípico, aun si reconozco -junto con muchos otros investigadores- las multiformes manifestaciones
internacionales del mismo en tanto filosofía y experiencia política de largo alcance (la variante nacionalsocialista alemana se suele considerar atípica, sui generis). Los orígenes del fascismo, de todos modos, son italianos y deben ser estudiados ante todo en Italia, como advierte Vivarelli (1991: 29- 43): “Los orígenes del fascismo deben de estudiarse in situ, es decir en Italia, y deben ser comprendidos ante todo dentro del contexto de la historia italiana”.
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tinuaba el impulso nacionalista del siglo XIX, el Risorgimento, igual que la mexicana proseguía en la senda nacionalista de la Reforma y la lucha nacional contra la invasión francesa. La comparación con la mexicana es especialmente útil para determinar los alcances y características del fascismo, respecto a un nacionalismo “clásico”, como fue el mexicano. La cuestión del carácter revolucionario del fascismo durante mucho tiempo fue condicionada por un enfoque interpretativo ideológico. Éste se vincula ante todo al marxismo, que –como mencioné anteriormente- excluye de la categoría de “revolución” a todo suceso que no encaja en el esquema evolutivo hacia el comunismo. A esto se suma la actitud belicosamente anti-fascista asumida por la Tercera internacional en los años veinte-treinta y durante la Segunda guerra mundial por la URSS, con la breve interrupción del Pacto germanosoviético de 1939-1941. Según estos planteamientos el fascismo no era más que la dictadura abierta de la burguesía, contrarrevolucionaria y enemiga del proletariado. Por su lado, también los liberales, especialmente desde los años treinta en adelante, adoptaron una visión militante y reduccionista. Aquí el fascismo era visto como una forma de tiranía populista surgida en tiempos de crisis, donde se enfatizaba el rol carismático de los líderes y los aspectos despóticos de los regímenes, al negar o tergiversar su arraigo de masas y su alcance ideológico. Los católicos por su lado veían en general al fascismo como una divinización pagana del Estado y de la nación, contraria a las enseñanzas de la Iglesia, aunque en muchos aspectos menos “maléfico” que el comunismo. No es el caso de revisitar aquí las refutaciones a estas visiones unilaterales y militantes, simplemente considero que han de ser excluidas de una discusión científica. Las actitudes ideológicas presuponen un a priori arbitrario a la investigación, amén de
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los corolarios moralistas que conllevan y, aun más grave, de los errores interpretativos que generan.8 Para abordar el tema del fascismo en una perspectiva científica, tenemos entonces que desechar de antemano las interpretaciones militantes y sectarias (aunque vengan disfrazadas como académicas), y abandonar el modelo referencial único de las revoluciones socialistas, comunistas o anarquistas (Bracher, 1983). Asimismo, es preciso estudiar al fascismo, “igual que el socialismo y el liberalismo”, en su aspecto ideológico (Eatwell: 15-45). En fin, si es cierto que -como escribe Ugelvik Larsen- el investigador se mueve “en una comunidad nacional” específica que tiene sus prejuicios y referencias “morales” y “no puede ser llevado completamente fuera de contexto”, tampoco es aceptable que se deje condicionar por imperativos o exigencias que se sitúan más allá del propósito cognoscitivo de la investigación científica (Larsen: 705-818).9 Además aun sin considerar las actitudes anímicas subyacentes, los viejos enfoques ideológicos limitaban demasiado el concepto de revolución a los factores económicos y sociales. Consecuentemente el fascismo, que no elaboró una propuesta económica fuerte -aunque suscitara en su momento un gran interés internacional, el corporativismo no destacó y no fue adoptado universalmente por los diversos fascismos, quedando como una opción dentro del pragmatismo ecléctico fascista-10 y no tuvo un perfil sociológico (de clase) bien 8 Un buen resumen de estas interpretaciones (con un examen crítico de los prejuicios ideológicos) se encuentra en Gregor, James. (1997). Il fascismo. Interpretazioni e giudizi, Roma: Antonio Pellicani. 9 Larsen se refiere a los factores condicionantes político-culturales sobre el análisis histórico, y acepta que puedan admitirse estos factores. Mi opinión al respecto es que el científico social no puede claudicar delante de presiones o elementos de esta índole, so pena de ver afectado su rigor y seriedad científica. 10 El corporativismo, elevado a modelo socioeconómico del fascismo, en realidad no fue tan central para un régimen que era -en el campo de la economía- eminentemente pragmático. Por ello, el sistema corporativo tardó muchos años en realizarse y solamente en 1939 llegó a completarse con la fundación de la “Camera dei Fasci e delle Corporazioni”, que sustituyó al viejo Parlamento. Fue importante, sin duda, para integrar una vertiente económica en la ideología fascista, para que ésta consolidara su carácter de “tercera vía” entre liberalismo y marxismo. En fin, el corporativismo existía antes del
fascismo (en la doctrina social católica y en la teoría nacionalista) y fue compartido, en una variante autónoma con menores alcances teóricos, por el nacionalismo revolucionario mexicano. Inspiró además a los regímenes de Salazar en Portugal, Dolfuss en Austria y Vargas en Brasil. Finalmente, más que al corporativismo, el “modelo económico” fascista se refiere a la intervención del Estado en la economía para impulsarla sometiéndola a un criterio de progreso nacional. Mutatis mutandis, es algo parecido a lo que viene haciendo China desde las reformas de Deng Xiaoping. 11 Si consideramos solamente el período de paz y adoptamos la división establecida por De Felice entre “movimiento” (revolucionario) y “régimen”, constatamos que la fase revolucionaria del fascismo fue insólitamente incruenta y poco o nada destructiva en términos materiales. En Italia tampoco el régimen fue excesivamente mortífero: se ejecutaron “solo” 29 personas condenadas a muerte por razones políticas en veinte años (en su mayoría terroristas eslavos). Los disidentes generalmente eran confinados en pequeños pueblos bajo vigilancia (“confino”). La idea de que una revolución debe necesariamente derramar mucha sangre es una vexata quaestio de los estudios sobre el fenómeno revolucionario.
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reconocible, no estaba en condiciones de entrar en la categoría. Un último factor de exclusión, aunque paradójico si lo confrontamos con la Vulgata que nos presenta a un fascismo excesivamente destructivo y cruento, es el exiguo grado de violencia ejercido por la revolución fascista, comparado con otras revoluciones. La escalada al poder del fascismo en Italia (1920-1925) y del nacionalsocialismo en Alemania (1930-1935) provocó una secuela de muertes y destrucciones (de 250 a 500 víctimas en el primer caso, algunos miles en el segundo) mucho menor de aquellas provocadas por la revolución francesa (alrededor de 250 000 muertos), de la revolución mexicana (400 000 muertos) y de la revolución rusa (nueve millones de muertos entre 1917 y 1921). El fascismo parece poco revolucionario precisamente porque no se ajustó a los parámetros destructivos “estándar” de una revolución moderna.11 Para observar una escalada mortífera de los regímenes fascistas hay que desplazarse de la revolución a la guerra colonial e internacional, donde sí se producirá una gran cantidad de muertes y destrucción, pero la responsabilidad aquí se debe distribuir entre todas las partes en lucha y, más en general, se explica por el avance de la tecnología moderna (que posibilita, por ejemplo, la muerte instantánea de cientos de miles de personas con una sola bomba atómica). La guerra, de todos modos, es referible más a las
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rivalidades geopolíticas que tienen como protagonistas a los Estados, que a las ideologías en si.12 Otro factor importante para entender el carácter revolucionario del fascismo, es su metamorfosis en el proceso de aproximación y consolidación en el poder. Me refiero a la cuestión de las alianzas políticas de acuerdo con la geometría de fuerzas en el campo político. El fascismo, como escribe convincentemente Zeev Steernhell, nace de una convergencia del socialismo “revisionista” con el nacionalismo.13 Esta componente nacionalista trae una visión trans-clasista, que apunta a la unidad y a la solidaridad del pueblo por encima de las divisiones de clases, apuntando a superar uno de los “males” producidos por la modernidad.14 Se trata, en otras palabras, de encontrar una fórmula política que facilite la integración de los sectores sociales excluidos o antagónicos en una comunidad solidaria y articulada orgánicamente en el Estado nacional. Sobre este punto fundamental Giuseppe Bottai, uno de los máximos intelectuales del Régimen, en 1922 escribe:
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Il Fascismo é portato a compiere l’inserzione inmediata dei lavoratori italiani nella compagine formidabile di passioni e di interessi, di tradizioni e di avvenire, di sofferenza e di gioia che é la Nazione.15
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12 El imperialismo de Alemania, de Italia y de Rusia es anterior a la llegada al poder del nacionalsocialismo, del fascismo y del bolchevismo. El imperialismo ruso sigue existiendo hoy día después de la caída del régimen soviético. Por su lado, el imperialismo de Estados Unidos continúa sin interrupción desde finales del siglo XIX, por encima de los movimientos oscilatorios entre fases republicanas y demócratas. Los protagonistas de las guerras son los Estados, no las ideologías momentáneamente hegemónicas en éstos. Igual que la Primera guerra mundial no fue la guerra “del liberalismo”, la Segunda no lo fue “del fascismo”, “del comunismo” o “de la democracia”. 13 Cfr. Zeev Sternhell / Mario Znajder / Maia Asheri. (1994). El nacimiento de la ideología fascista. Madrid: Siglo XXI. 14 En el Antiguo Régimen aunque existían “partidos” y “facciones”, éstos eran vistos como un mal (división, sectarismo, egoísmo), frente al ideal del bien común, la solidaridad y la unanimidad del cuerpo social. El aprecio para algunos aspectos del Antiguo Régimen es, en el fascismo, una forma de autocrítica desde la modernidad (la evaluación de lo positivo y lo negativo que ésta ha traído), no una actitud “reaccionaria”. 15 “El Fascismo es llevado a realizar la integración inmediata de los trabajadores italianos en ese conjunto formidable de pasiones e intereses, tradiciones y porvenir, sufrimiento
La massa del popolo é rimasta fuori dallo Stato; il Fascismo deve portarcela […]. S’intenda bene che parlando di popolo non vogliamo creare una astratta entitá piú o meno demagogicamente lusingatrice, ma intendiamo riferirci precisamente a quelle classi lavoratrici fino ad oggi estranee od ostili allo Stato, indifferenti all’interesse nazionale, trascurate e disprezzate dai partiti conservatori.16
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Más tarde (1925) el mismo Bottai reincide en el tema:
y goce que es la Nación”, en Bottai, Giuseppe. (13 de agosto de 1922). “Doveri e responsabilitá”, Il Popolo d’Italia. 16 “la masa del pueblo ha quedado fuera del Estado, el Fascismo tiene que conducirla hacia él […]. Entiéndase que al hablar de pueblo no queremos crear una entidad abstracta más o menos demagógicamente atractiva, más bien nos referimos precisamente a esas clases trabajadoras que han quedado hasta hoy ajenas u hostiles al Estado, indiferentes al interés nacional, descuidadas y despreciadas por los partidos conservadores”, en Bottai, Giuseppe. (1 de diciembre de 1925). “I pochi e i molti”, Critica Fascista. 17 En la fase de transición a la dictadura (1922-1925) el Partido Fascista italiano gobernó –sin romper el marco constitucional- mediante una coalición de fuerzas heterogéneas, liberales y católicas que lo condicionaron. En 1923 se produjo el cambio más importante con la absorción en el Partido Fascista de los nacionalistas de la ANI (Associazione Nazionalista Italiana). Cf. De Felice, Renzo. (1995). Mussolini il fascista. Torino: Einaudi, 6-11 y passim.
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A pesar de las críticas implícitas y explícitas del fascismo a las fuerzas conservadoras, tradicionales y liberales (que no quisieron o no pudieron realizar la integración histórica del pueblo al Estado nacional), se producen lógicamente acercamientos y alianzas de éstas con los fascistas, porque en la coyuntura de la posguerra la anarquía y la división entre clases son vistas como la amenaza más grande a sus intereses y visión del mundo. Estos grupos heterogéneos compartían como enemigos (aunque por razones distintas), al socialismo clásico y, sobre todo, al bolchevismo.17 Las fuerzas “de derecha” y “de centro” –al considerar (erróneamente) el fascismo sólo como un movimiento radical de clases medias opuesto al proletariado socialista y al subestimar su coherencia ideológica- trataron de usar en diversas ocasiones el fascismo como un ariete anticomunista. Al hacer esto buscaron desactivar los componentes
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“de izquierda” y frenar el ímpetu “jacobino” del fascismo infiltrándolo y condicionándolo. La preferencia pro-fascista de las derechas fue condicionada y efímera, pasó rápidamente a los regímenes militares y autoritarios, cuando se dio la oportunidad. En España, Rumania y Brasil por ejemplo los fascismos locales (Falange, Guardia de hierro e Integralismo) fueron completamente neutralizados o eliminados por las dictaduras autoritarias o castrenses (Franco, Antonescu, Vargas). En Portugal Salazar reprimió duramente al Nacional-sindicalismo fascista. En Grecia Metaxas estableció una dictadura pro-fascista sin el estorbo de un verdadero fascismo autóctono de importancia. En Italia y Alemania en cambio, donde sí se afirmaron los movimientos fascistas más fuertes, se produjo un equilibrio inestable que supuso un gran desafío para ambos regímenes. La “normalización” conservadora fue considerada por los jóvenes militantes y algunos intelectuales fascistas de varios países como un peligro tan real como el de la subversión roja, por ello hubo presiones para desatar una “segunda oleada” revolucionaria que barriera de una vez al viejo orden. Mussolini, quien actuaba con espíritu de realpolitik, a duras penas logró mantener al redil las huestes más radicales del Partido Fascista. Las aspiraciones revolucionarias, especialmente de los jóvenes, fueron frustradas por su política flexible que apuntaba a consolidar el poder fascista: “a través de un compromiso con las fuerzas tradicionales (económicas, políticas, institucionales), gracias al cual, consiguió reprimir y marginar a los componentes revolucionarios del fascismo” (Gentile: 109- 110).18 Un tercer factor, que ya se puede entrever en la cuestión de las alianzas, es la copresencia simultánea de diversas tendencias revolucionarias en un contexto determinado. El primero (1969) en sugerir que el fascismo fue una revolución paralela –o más bien rival- fue Jules Monnerot quien describió una situación de fuerte competencia entre fascismo y marxismo para fundar un nuevo orden de relaciones po-
18 Desde la segunda mitad de los años treinta la guerra contra la “barbarie”, el “bolchevismo” y la “plutocracia” (1935-1936; 1936-1939; 1939-1943) fue la salida para canalizar el ímpetu revolucionario de las jóvenes generaciones fascistas.
En años posteriores esta intuición fue integrada en diversas interpretaciones por varios estudiosos del fenómeno. En pocas palabras, en los años de la posguerra en Italia se activaron dos revoluciones en competencia, la fascista (socialista nacional) y la socialista clásica, ambas con el impulso de llegar al poder para transformar radicalmente a la sociedad italiana. En cierto sentido lo que ocurrió en 1920-1922 fue una guerra civil entre dos socialismos revolucionarios. A raíz de la experiencia italiana, propongo para la reflexión el problema de la competición entre revoluciones distintas, un problema que encontramos también en otros casos: en la revolución mexicana (carrancismo, villismo, zapatismo), en la revolución rusa (anarquismo, socialismo, bolchevismo) y en la revolución china (nacionalismo, comunismo). En algunos son revoluciones distintas entre sí, en otros casos se podrían más bien describir como variantes dentro de un mismo proceso revolucionario. La competencia simultánea de distintos procesos revolucionarios tiene que ser tomada en cuenta, si queremos entender los alcances y los límites de la extensión del concepto de revolución. Esto no excluye, desde luego, la existencia también de contrarrevoluciones, es decir de intervenciones para defender el orden existente de la amenaza revolucionaria. Por ejemplo la nobleza en Francia, los ejércitos “blancos” en Rusia y la élite económica y castrense del viejo régimen porfirista en México. El fascismo 19 Jules Monnerot, fallecido en 1995, fue un destacado sociólogo francés, quien señaló tempranamente el carácter de “religiones seculares” que tenían tanto el comunismo como el fascismo. 20 Eugen Weber, fallecido en 2007, fue catedrático de la Universidad de California.
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El fascismo, tildado con demasiada facilidad como contra-revolucionario, no es una contrarrevolución sino una revolución rival: rival de la [comunista] que pretendía tener la exclusiva del calificativo […]. Para los fascistas, el comunismo no es una subversión que arremete contra el orden establecido, es un competidor en la escalada al poder. (Weber, 1976: 488- 531)20
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líticas (Monnerot, 1969).19 Más tarde (1976) Eugen Weber volvió a proponer el concepto de rivalidad:
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en Italia no fue una contrarrevolución -aunque algunas fuerzas que lo apoyaron inicialmente creyeron o quisieron que fuera esto- porque promovió un proyecto político propio de cambios radicales mediante una extensa movilización de masas; por qué su genealogía se adscribe plenamente en la historia de las revoluciones europeas;21 y por qué sus protagonistas querían realmente hacer una revolución y, al llegar al poder, iniciaron cambios de alcance revolucionario, que tomaron por sorpresa a las fuerzas conservadoras que inicialmente habían apoyado al movimiento. Difícilmente se pueden subestimar las grandes novedades que trajo el Régimen fascista en Italia en la educación, la cultura popular, la organización política, la organización de la economía y la estructura misma del Estado. Después de 1925 -cuando comenzó a formarse el Estado totalitario- la vieja Italia liberal se volvió irreconocible. Mussolini, al proclamar las virtudes del modelo corporativo en 1933 (como la “tercera vía” entre capitalismo y socialismo), dijo claramente que el fascismo era una revolución social que, igual que la francesa de 1789, estaba transformando en lo profundo a la sociedad italiana:
Nóesis
l’economia corporativa sorge nel momento storico determinato, quando […] i due fenomeni concomitanti, capitalismo e socialismo, hanno giá dato quello che potevano dare. Dall’uno e dall’altro ereditiamo quello che essi avevano di vitale. [...] Oggi noi facciamo nuovamente un passo decisivo sulla via della rivoluzione. [....] una rivoluzione [insomma], per essere grande, per dare una impronta profonda nella vita di un popolo nella storia, deve essere sociale. Se ficcate il viso nel profondo, voi vedete che la rivoluzione francese fu eminentemente sociale, perché demolí tutto quello che era rimasto del medioevo dai pedaggi alle corveé; sociale, perché provocó un vasto rivolgimento di tutto quello che era la distribuzione terriera della Francia [...]. Altrimenti tutti crederanno di aver fatto una rivoluzione. La rivoluzione é una cosa seria, non é una
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21 Entre otros aspectos de la tradición revolucionaria, el fascismo adopta el fascio republicano (uno de los símbolos de la revolución francesa), el color negro (radical-anarquista), y la reforma del calendario que, como en la revolución francesa, marca los años en números romanos desde el “año cero”. En el caso fascista la nueva era comienza en 1922.
22 “La economía corporativa surge en un momento histórico determinado […] cuando los dos fenómenos paralelos, el capitalismo y el socialismo, ya dieron lo que pudieron dar. Del uno y del otro heredamos lo que ellos tenían de vital. [...] Hoy nosotros damos un paso decisivo en la senda de la revolución. [...] una revolución [pues], para ser grande, para imprimir una huella profunda en un pueblo en su historia, tiene que ser social. Si ustedes lo ven de cerca, verán que la revolución francesa fue eminentemente social, porque demolió todo lo que había quedado de la edad media, de los peajes a las fajinas; social, porque provocó un cambio radical de todo lo que era la distribución de la tierra en Francia […]. De otra manera todos creerán que han hecho una revolución. La revolución es una cosa seria, no es un complot y no es tampoco una mutación de funcionarios o el ascenso de un partido que sustituya a otro partido”, Mussolini, Benito. (15 de noviembre de 1933). “Discorso dello Stato corporativo”. Il Popolo d’Italia. 23 Azienda Generale Italiana Petroli, fundada en 1926. Equivalente a la mexicana PEMEX, se encargaba del sector de hidrocarburos. Todavía existe hoy. 24 Istituto per la Ricostruzione Industriale, fundado en 1933. Fue el ente encargado de sostener el sector bancario e industrial para contrarrestar los efectos de la crisis mundial de 1929. Mediante el IRI, se llevó a cabo una nacionalización parcial de los bancos y de algunas grandes industrias mediante la participación estatal. El IRI sobrevivió hasta el año 2000. 25 La Hollywood italiana, inaugurada en 1937. Hasta hoy capital del cine italiano. 26 El festival de cine más importante del mundo en su tiempo, inaugurado en 1932.
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El cambio que trajo la revolución fascista fue tan profundo y radical, que -muy a pesar de Benedetto Croce, quien afirmó que el fascismo no fue más que un “paréntesis” de la historia- la estructura básica del Estado italiano creada durante el Régimen de Mussolini, persistió después de la guerra. Sobre todo los entes paraestatales que expresaban el nuevo intervencionismo del Estado en la economía como el AGIP 23 y el IRI24 o en la cultura como Cinecittà25 y el Festival Internacional del Cine de Venecia,26 entre otros. Sobrevivió la burocracia estatal, así como el asistencialismo público y el sindicalismo nacional asociado al Estado. También perduró, en la cultura política, el nuevo carácter de masas, simbólico y “visual” que adquirió permanentemente la política después de la experiencia fascista, y la centralidad de los partidos de masas (en la senda del Partito Nazionale Fascista), y cabe mencionar también el arquetipo del líder carismático (Mussolini), representado
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congiura di palazzo e non é nemmeno un mutamento di ministeri o l’ascesa di un partito che soppianti un’altro partito.22
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en algunos aspectos aun hoy por Silvio Berlusconi. Tal vez fue profético Giuseppe Bottai cuando (1926) auguró a la revolución fascista volverse integral y permanente en el pueblo italiano: la Rivoluzione non é finita. Essa anzi, celebrandosi l’anno quarto del suo avvento, afferma il suo carattere di permanenza. Dall’immenso lavoro compiuto per creare il nuovo sistema, essa deve passare, decisamente, al lavoro da compiersi per ordinare entro quel sistema il popolo italiano [...] onde far sí che sistema politico e popolo formino un’unitá storica. [Dobbiamo...] far sí che il popolo, che ha “accettata” da una minoranza audace la Rivoluzione, la faccia sua, sua nel suo sangue e nel suo temperamento, nella sua storia e nel suo orgoglio.27
Conclusiones
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Estudiar el fascismo nos lleva, en suma, a reflexionar sobre el concepto de revolución: estimula el debate y contribuye a esclarecer y delimitar la semántica del término, superando los viejos prejuicios y las fórmulas reduccionistas. Igual que otras revoluciones modernas, la revolución fascista se nos presenta hoy con sus luces y sombras, realizaciones y fracasos, tensiones ideales y desilusiones, que nos dejan conjunto de memorias heterogéneas y confusas, así como diversos y ambiguos son los legados materiales e inmateriales del fascismo. Por sus enormes consecuencias históricas el fascismo -como sucede con la revolución francesa-, puede ser un terreno fértil o laboratorio privilegiado para el estudio de la historia contemporánea en general y para la especulación teórica. Me atrevo a decir que constituye, jun-
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27 “La Revolución no ha terminado. Es más, al celebrarse el año cuarto de su advenimiento, afirma su carácter de permanencia. De la inmensa labor para crear al nuevo sistema, ella tiene que pasar, decididamente, a cumplir con la tarea de ordenar dentro de este sistema al pueblo italiano […] para que el sistema político y el pueblo formen una sola unidad histórica. [Tenemos…] que hacer que el pueblo, que “aceptó” de una minoría audaz la Revolución, la haga suya en su sangre y en su temperamento, suya en su historia y su orgullo”, Bottai, Giuseppe. (1 de noviembre de 1926). “La rivoluzione permanente”, Critica Fascista.
28 A pesar de que existe una extensa bibliografía científica sobre el tema (especialmente en inglés, francés, italiano y alemán), el fascismo como revolución no parece haberse integrado del todo en el debate general sobre el fenómeno revolucionario. En el mundo de habla hispana, incluso, esta literatura es poco conocida, lo que propicia la persistencia inercial de las viejas interpretaciones marxistas que asimilan el fascismo a una “dictadura de la burguesía” e incluyen en la definición las dictaduras militares. Estos errores interpretativos y perceptivos tienen una larga tradición, por ejemplo Mariátegui (quien estuvo en Italia de 1919 a 1922), escribió: “El fascismo no es un partido es un ejército. Es un ejército contrarrevolucionario, movilizado contra la revolución proletaria […] por los diversos grupos y clases conservadoras”, (12 de noviembre de 1921). “La paz interna y el fascismo”, El Tiempo. Lima.
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to con la revolución francesa, el campo de estudios más interesante para estudiar la fenomenología revolucionaria y algunos aspectos fundamentales de la modernidad.28 En efecto el fascismo marcó a tal punto la historia reciente, que es imposible pensar a nuestra realidad de hoy sin aquella experiencia. En palabras de George Mosse (1999: 1): “En nuestro siglo dos movimientos revolucionarios han dejado su marca en Europa; el que brotó originariamente del marxismo y la revolución fascista”. Para James Gregor (1999: 20) el fascismo, incluso: “Sirve como instancia paradigmática de revolución en el siglo XX”. Finalmente, pensar el fascismo nos puede ayudar a entender los rasgos esenciales del fenómeno revolucionario en su pluralidad de expresiones, facetas, paradojas y ambigüedades. Aunque no se manifieste ya hoy en las formas clásicas que conocemos, el fascismo sigue siendo un fenómeno de gran interés para comprender lo que ocurre en nuestro tiempo tan agitado y cambiante, donde aún se puede vislumbrar el fantasma de la revolución.
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The rejected revolution Abstract
This article is divided into three parts: the first establishes that the Revolution was not an homogeneous as made him think the official story, because of cultural differences among the Mexican population there were many movements, each with its own characteristics and the revolution faced rejection by their traditional enemies: the episcopate, the old “Porfirian� oligarchy and some of his former allies in the second attempt to propose other forms of conflict analysis from the achievements once ended the armed movement, achievements in joining the Constitution became the cause of the rejection of which was the subject, finally, I establish what were the main sources of opposition to the emerging government of the revolution, among which are the separation of Church and State, secular education and calls social guarantees embodied in the Constitution.
Key words: Revolution, Rejection, Bishops, Episcopate, Opponents, Culture, Constitution.
Resumen
Este artículo está dividido en tres partes: en la primera establezco que la Revolución no fue un hecho homogéneo como lo hacía pensar la historia oficial, pues por las diferencias culturales entre la población mexicana hubo muchos movimientos, cada uno de ellos con sus propias características y que la revolución enfrentó el rechazo de sus enemigos tradicionales: el episcopado, la vieja oligarquía porfiriana y algunos de sus antiguos aliados; en la segunda parte intento proponer otras formas de análisis del conflicto a partir de los logros obtenidos una vez que concluyó el movimiento armado, logros que al incorporarse a la Constitución se convirtieron en las causas del rechazo de que fue objeto; por último, establezco cuales fueron las fuentes principales de la oposición a los gobiernos emergentes de la revolución, entre las que se encuentran la separación Iglesia-Estado, la educación laica y las llamadas garantías sociales plasmadas en la Constitución.
Palabras clave: Revolución, Rechazo, Obispos, Episcopado, Opositores, Cultura, Constitución.
La revolución rechazada
José Luis López Ulloa1
Adscripción: UACJ, Departamento de Humanidades, Licenciatura en Historia. Grado máximo de estudios: Doctor en Historia. Nacionalidad: Mexicana. Correo de contacto: jolopez@uacj.mx; jl_lopezulloa@yahoo.com.mx 1
Fecha de recepción: 24 de marzo de 2011 Fecha de aceptación: 23 de agosto de 2011
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Introducción La conmemoración del bicentenario de la lucha por la independencia y el centenario de la revolución mexicana trajo como consecuencia una gran cantidad de textos relativos a su análisis y estudio. Para darnos una idea de lo que se produjo para mantener viva la memoria de ambos acontecimientos, baste decir que surgieron muchas novelas históricas y no pocos ensayos, una gran cantidad de trabajos, individuales y colectivos, de académicos que dan cuenta de la vida y las acciones de los actores que participaron en la lucha por la independencia o en la revolución, de las regiones en donde se vivió con mayor intensidad, etcétera. Además de los textos, también se produjeron no pocos debates políticos y hasta surgió el celo de aquellos que exigían abrogarse el honor de que su propio terruño fuera considerado como la “cuna de la Revolución”. La proliferación de textos y eventos académicos que se hicieron para conmemorar la independencia y la revolución está más que justificado, pues en cada rincón del país se llevaron a cabo acciones para mantener viva la memoria de ambos hitos históricos y no me cabe duda de que se haya logrado ese objetivo. Pero eso no fue todo, pues además del alud de libros, ensayos y novelas; hubo una gran cantidad de mensajes que se difundieron en programas de radio y televisión y se publicaron notas periodísticas que aparecieron en la prensa escrita, proliferaron los discursos de la clase política, los actos oficiales y no faltaron los eventos llevados a cabo por el sistema educativo, pues desde el jardín de niños hasta los coloquios y congresos de las instituciones de educación superior, todo apuntaba a un constante encuentro con las figuras más emblemáticas que enarbolaron las banderas de la libertad, la democracia o la justicia social, bien sea que se tratara de personajes que participaron en la gesta decimonónica que se tradujo en la obtención de la independencia o en el movimiento armado del primer tercio del siglo XX. Quizá la divulgación masiva de ambos acontecimientos, lo mismo que las campañas publicitarias y la atención que se posó en ellos a lo largo y ancho de todo el país en el pasado reciente, son de tal magni-
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tud, que pueda llegar a pensarse que “todo está dicho”, pero nada más alejado de la realidad que eso, porque las dimensiones y las alternativas de análisis de la independencia y de la revolución es tal, que todavía sigue habiendo muchas posibilidades para su estudio y no es para menos, pues de acuerdo a sendas afirmaciones orales no documentadas en ningún texto, pero que han sido vertidas en diferentes foros por Raymond Buve y por Alan Knigth, dos de los mexicanólogos europeos más reconocidos en el mundo de la academia, las alternativas de estudio son prácticamente infinitas. Raymond Buve, maestro emérito de la Universidad de Leiden en los países Bajos dice que “México es un archipielago” (sic); en tanto que para Alan Knigth, quien es titular del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Oxford en la Gran Bretaña: “...no hay un México, sino muchos méxicos” (sic).... Parafraseando a ambos académicos, creo que puede decirse, sin desatino, que en México no hubo solamente una revolución, sino muchas, pues la revolución maderista de 1910 puede darse por concluida con el ascenso de Madero al poder acaecido en noviembre de 1911, pero una vez que fue depuesto y asesinado por Victoriano Huerta se inició la revolución constitucionalista, encabezada por Venustiano Carranza y los firmantes del llamado “Plan de Guadalupe” en marzo de 1913. El triunfo del constitucionalismo no fue fácil, pues para lograrlo tuvo que derrotar a Huerta y después tuvo que superar una escisión entre las tropas carrancistas y obregonistas con los ejércitos comandados por Villa y Zapata. El caso es que no obstante esas particulares visiones de Raymond Buve y Alan Knight acerca del país y de su representación, la revolución “copó” a prácticamente todo el territorio nacional, es el propio académico británico el que dice que: “…al fin y al cabo, la revolución fue un fenómeno nacional: se extendió desde Tijuana hasta Tapachula, del río Bravo al río Hondo, e influyó en la vida de todos los mexicanos” (Knight, 1996: 14-t.1). ¿Por qué decir que hubo solamente una revolución si en realidad hubo muchas? Siendo simplista en la respuesta puede decirse que el movimiento armado de 1910 tuvo características diferentes en cada una de las regiones del país y que en cada lugar surgieron uno o varios
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“santones” que le imprimieron su carácter y su personalidad, de manera que no puede pensarse que la revolución en Quintana Roo fue lo mismo que en Sonora; ni tampoco que en Morelos o en Puebla se haya vivido igual que en Los Altos de Jalisco o en Campeche. Hay notables diferencias, y no es posible pensar la revolución como un movimiento homogéneo en todo el territorio nacional. Afirmar, que la revolución fue un movimiento uniforme, en todo el país, o seguir esa línea de análisis sería continuar dándole al lector “más de lo mismo”, estudiar la revolución con las líneas tradicionales en el fondo sería mantener un criterio oficialista, por lo que quiero proponer una mirada diferente que me interesa poner a su consideración. Es cierto que la historia oficial mexicana, particularmente la que es exaltada por los gobiernos emanados del PRI, habla de una revolución monolítica de “La Revolución”, pero si como afirman los académicos Buve y Knight hay “más de un México” y éste es una dispersión cultural ¿Por qué no pensar que en realidad hubo muchas revoluciones? La diversidad cultural y las características que se observan en cada una de las regiones del país nos permiten establecer que el movimiento no tuvo la misma intensidad en todo el territorio nacional y que no todos los mexicanos estuvieron de acuerdo con él; pero eso no es todo, también había diferencias en las demandas de la sociedad, porque no es posible pensar que los campesinos de Morelos, los pescadores de Guaymas, los obreros textiles de Veracruz, los arrieros y medieros de Chihuahua, los indios yaquis que lucharon al lado de Obregón o los alijadores de los puertos de Tampico o Manzanillo plantearan a la revolución las mismas demandas, luego, es posible pensar que para cada uno de esos grupos sociales las expectativas y las exigencias eran diferentes. En realidad, las alternativas que nos brinda la apertura del abanico de posibilidades para hacer nuevos estudios acerca de la revolución es muy generosa, pues deben considerarse muchos factores, entre otros: el gran mosaico cultural que indudablemente es México, aunque no puede ni debe ignorarse la diversidad geográfica que propicia una relación diferenciada del hombre con el medio ambiente en los litorales, en las minas, en las regiones agrícolas, en el desierto o en la majestuosidad de las sierras que cruzan longitudinalmente el territorio nacional, aunque
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no puede ignorarse que hay un elemento que propicia formas diferentes de abordaje del estudio de la revolución: la polisemia del concepto y hasta cierto punto la manipulación de que es objeto. El caso es que los contingentes humanos que se incorporaron a la lucha, no pensaron ni en la diversidad cultural ni tampoco consideraron que en la multiplicidad regional y los diferentes nichos ecológicos que componen el territorio nacional había otro tipo de gentes que demandaban y esperaban cosas distintas de la revolución; y mucho menos, hicieron una reflexión acerca del concepto del movimiento al que se estaban incorporando, ellos solo decidieron tomar las armas para irse a la “bola”, idea que por cierto está más apegada al caos dominante durante el conflicto, además, es una idea que aportó un elemento popular al movimiento desde su inicio y que inclusive finalmente esa fue la imagen que se construyó entre muchos mexicanos. Dadas las diferencias culturales e ideológicas perceptibles en muchas de las regiones del país, es comprensible que no todos los mexicanos hayan apoyado al movimiento revolucionario, y precisamente pretendo reflexionar acerca de aquellos grupos sociales y algunas personas que por muy diversas causas, lejos de apoyar a la revolución mostraron su rechazo hacia ella, incluso, hubo algunos que habiendo sido actores y factores del movimiento acabaron combatiéndolo con toda la fuerza que les fue posible, tal es el caso de Villa y Zapata, que si bien es cierto son reconocidos como iconos del movimiento armado, también es cierto que ambos pretendían “otra revolución”, no la que acabaron imponiendo los constitucionalistas liderados por Carranza y que posteriormente fue redimensionada por los sonorenses Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles cuando sentaron las bases del México posrevolucionario y que acabó siendo institucionalizada bajo el régimen del General Lázaro Cárdenas del Río. Villa y Zapata fueron claves en el conflicto revolucionario, pero nunca estuvieron de acuerdo con las propuestas carrancistas ni con las posturas de Obregón y Calles, por eso los combatieron con todas las fuerzas a su alcance, finalmente fueron derrotados y muy pocas de las demandas y los planteamientos que ellos proponían quedaron plasmadas en la Constitución promulgada el 5 de febrero de 1917. Tanto Emiliano Zapata
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como Francisco Villa personificaron la base popular del movimiento armado, sin embargo, acabaron siendo desplazados no obstante el valiosísimo aporte que hicieron a la revolución, pues no podemos ignorar que Villa fue clave en la derrota de Victoriano Huerta con sendas victorias militares en Torreón y en Zacatecas; y que Zapata exigía que los campesinos y los pueblos que fueron víctimas de despojo por parte de la oligarquía porfiriana recuperaran el control de sus tierras, con todo lo que esto representaba. Ellos indudablemente rechazaron la revolución constitucionalista y por supuesto que acabaron pagando las consecuencias. Las motivaciones y las razones de la lucha de Emiliano Zapata fueron muy distintas a las del obregonismo o del carrancismo; y ¿Qué decir de las diferencias entre la revolución de Francisco Villa y el orozquismo? Fueron tan notables e infranqueables esas diferencias, que salvo en los albores de la lucha, cuando ambos apoyaron la revolución maderista y cuando combatieron al gobierno de Victoriano Huerta, hubo armonía y concordancia entre los más emblemáticos líderes del movimiento, pero una vez derrotado Huerta se volvieron enemigos irreconciliables y se combatieron con tal denuedo que puede decirse que su único objetivo era la aniquilación del adversario. ¿Y qué puede pensarse de los acontecimientos de Tlaxcalantongo en los que perdió la vida Carranza a manos de militares afectos a Obregón? Sin embargo, ahora, a poco más de un siglo de iniciado el movimiento, los muros de la cámara de Diputados exhiben orgullosamente los nombres de esos personajes, como si la lucha de todos tuvo los mismos objetivos, lo que por supuesto es una falacia. Si las diferencias entre sus personajes más representativos fueron abismales, es claro, que la revolución no fue, ni con mucho, un acontecimiento homogéneo, tampoco fue la misma lucha, ni los mismos objetivos y las mismas razones las que hicieron que se movilizaran las tropas de Emiliano Zapata en Morelos, Puebla y Tlaxcala o las de Obregón en Sonora y las de Villa en Chihuahua y en la Sierra Madre. Hablar pues de una revolución como si hubiese sido un monolito en sentido estricto es un eufemismo, lo que hubo fue una gran cantidad de movimientos políticos y sociales que apoyados por la fuerza de las
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armas derivaron en sendos conflictos que en su conjunto acabaron sentando las bases de los principios revolucionarios que le dieron sentido político a las acciones implementadas por los gobernantes emanados del partido que le dio coherencia ideológica al movimiento; y que sirvió para construir la identidad del pueblo de México. En este punto considero conveniente señalar que si la revolución no fue un movimiento homogéneo, ¿Cómo es posible pensar que para todo el pueblo de México tuvo la misma representación y que toda la sociedad la aceptó con el mismo entusiasmo? Desde luego que hubo divergencias muy notables entre algunos sectores sociales muy bien definidos y en grandes porciones del territorio nacional, porque muchos mexicanos no la vieron con buenos ojos ni aceptaron las acciones implementadas por los revolucionarios, sino que se opusieron terminantemente a ellas, de ahí nace lo que yo he dado en llamar “la revolución rechazada”, porque el movimiento armado encontró más oposición de la que parece y con el propósito de presentar algunos aspectos que a mi juicio son importantes es que propongo poner esta serie de reflexiones.
Las diferencias culturales y geográficas son fácilmente perceptibles en el país, un análisis serio nos permite percibir que la revolución como proceso no mantuvo la homogeneidad que tradicionalmente le es atribuida, sin embargo, no obstante sus diferencias, la revolución fue convertida en un elemento fundante de la identidad del México actual. Para lograrlo, los grupos de poder tomaron decisiones políticas y diseñaron programas mercadológicos que les permitieran posicionar entre la ciudadanía sus propuestas. Dicho de otra manera, desde las cúpulas del poder se construyó la marca “Revolución” y todo lo que pasaba en el país era atribuido a ese acontecimiento, incluso, y ésta es una de sus grandes paradojas, hasta los programas de acción y las políticas más reaccionarias eran diseñadas, implementadas e impuestas en su nombre. Esas acciones propiciaron la construcción de la identidad del mexicano del siglo XX, no obstante que muchas de las propuestas y progra-
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Otras maneras de pensar la Revolución Mexicana
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mas emanados de esa misma revolución habitualmente fueron rechazadas por grandes sectores de la población. En ese orden de ideas, los gobiernos actuaron apegados a la lógica que les permitiera usufructuar el poder político que el conflicto armado trajo consigo a todos aquellos que se alzaron con la victoria, y de paso, ¿Por qué no pensar en que eso les permitió construir una base social amplia que les sirvió como estructura de soporte y paulatinamente lograron consolidarse en el poder? Tal fue el caso de la implementación de los programas de reparto agrario y la ley laboral, del diseño de un sistema educativo que además de que le permitió al gobierno construir y ampliar sólidas bases de apoyo entre la ciudadanía, también le dio la posibilidad de contar con un aparato formativo de las conciencias de los menores de edad en las escuelas. Es el surgimiento de una religión laica y cívica que convirtió a las aulas en templos del saber y cuyo objeto de culto eran la revolución y sus más preclaros representantes. Rod Aya, académico de la Universidad de Ámsterdam, en los Países Bajos, en uno de sus textos propone repensar las revoluciones, estableciendo para ello una serie de sugerencias entre las que destaca que se tomen como ejes de análisis las intenciones que tenían los revolucionarios cuando optaron por seguir el azaroso sendero de las armas, los resultados que se obtuvieron una vez concluido el acontecimiento y las situaciones que las distinguen (Aya, 1990: 14-20). En el caso de la revolución mexicana del primer tercio del siglo XX, se les da prioridad a los estudios de los acontecimientos y a los actores que los llevaron a cabo y no es para menos, pues gracias a eso se construyó la imagen que la Historia oficial le asignó al movimiento. La revolución fue convertida por los programas del gobierno y por sus campañas publicitarias en un movimiento aglutinador de las voluntades y anhelos de los mexicanos; pero también lo mostraban como un movimiento reivindicatorio y justo, que con equidad distribuyó generosamente sus beneficios entre todos los mexicanos; la revolución fue idealizada, inclusive se hablaba de ella como si fuera una epopeya en la que cientos de miles de mexicanos ofertaron su vida con tal de construir una nación modelo. Esas ideas se proyectaban en una filmografía apologética y se percibían en la literatura y en los textos
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escolares; se plasmaban en la arquitectura y en el arte, se repetían en el discurso político y acabaron por convertirse en un elemento clave para la construcción de la identidad nacional. Los especialistas de otros tiempos también se vieron influidos por esas imágenes construidas desde las esferas de poder, por eso muchos de ellos se abocaron al análisis del drama de la guerra y sus actores, haciendo apología del movimiento y construyendo los nichos de los héroes del panteón de la patria; hasta hace relativamente poco tiempo el estudio y el análisis de las intrigas de la política durante la revolución y la consolidación de los gobiernos emanados de ella prácticamente se pasaban por alto; y por último, la confrontación ideológica muchas de las veces ni siquiera era abordada por aquellos pioneros de los estudios revolucionarios. Venturosamente esas caras del prisma revolucionario ahora se pueden observar y el movimiento y los personajes pueden verse con otra mirada. En lo relativo a las intenciones que se tienen originalmente para llevar a cabo una revolución y los objetivos alcanzados, Aya señala que los logros obtenidos por la revolución no existían como propósitos en los inicios del conflicto armado y que dichos logros son alcanzados hasta que se establece el régimen emergente del conflicto (1990: 1416); en otras palabras, los movimientos revolucionarios una vez que se consuman incorporan elementos que ni siquiera fueron considerados por sus adalides cuando se inició el movimiento. Esta idea del autor tiene implicaciones muy atractivas, pues siguiendo esa sugerencia necesariamente vamos a llegar al análisis del proceso de consolidación del régimen y eso por lo general se da en un espacio de conflicto y no pocas veces mediante negociaciones e imposiciones que no cuentan con el apoyo de la ciudadanía. En la circunstancia de la revolución mexicana, puede pensarse que efectivamente hay mucha congruencia entre la propuesta del profesor Aya y los senderos por donde se desplazó la revolución, pues al inicio del conflicto armado y de acuerdo a los planteamientos de su principal promotor, Francisco I. Madero, la revolución tenía tres propósitos fundamentales: en primer lugar, se buscaba derrocar a Díaz, en segundo, permitirle a Madero acceder a la presidencia de la República; y en
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tercero, sentar las bases orgánicas y políticas que le permitieran al país el establecimiento de un sistema democrático. Ambos objetivos fueron logrados en relativamente poco tiempo, pues solamente seis meses después del estallido de la revolución maderista, Porfirio Díaz dejaba el poder y se aprestaba a embarcarse rumbo a Francia, posteriormente se convocaba a elecciones y Madero se alzaba con el triunfo, lo que le hizo pensar, al llamado apóstol de la democracia, que la tarea había sido cabalmente cumplida y que se podían sentar nuevas bases de relación entre los sectores sociales del país. Qué lejos estaba de visualizar los verdaderos alcances del problema, pues lo que a él le tocó vivir fue solo el inicio de un conflicto de grandes dimensiones. La manera como Aya se refiere a los logros alcanzados por un movimiento revolucionario nos permite establecer que éstos siempre rebasan lo que se habían propuesto sus iniciadores, esto es, que hay una especie de “meta-objetivos” que ordinariamente permanecen ocultos o ni son pensados y solo se llega a ellos a lo largo de todo el proceso revolucionario. Para todos es sabido que Madero dejó inconclusa su obra, pues ingenuamente pensó que bastaban la salida de Díaz y su propio ascenso al poder para que se solucionaran los problemas del país, sin embargo, el manejo político de su gestión y sus maneras particulares de tratar la cosa pública le acarrearon el rechazo y la crítica de sus otrora aliados, inclusive, algunos de ellos se convirtieron en sus enemigos. Solo para mencionar algunos casos, basta recordar que Zapata se levantó en armas contra la administración de Madero, y fue combatido ferozmente por el ejército federal; Pascual Orozco también mostró su inconformidad con la política implementada por Madero y tomó la decisión de seguir por la senda de la rebelión armada, libró cruentas batallas con las fuerzas federales al mando de Huerta en Conejos, Rellano, La Cruz y Bachimba; por otra parte, Pancho Villa fue confinado en la prisión militar de Santiago Tlatelolco de donde se fugó, lo paradójico es que los hombres que llevaron a la revolución maderista al triunfo militar a la postre se convirtieron en sus enemigos. Al igual que los destacados combatientes revolucionarios mencionados, la sociedad mexicana también se sintió defraudada por las acciones implementadas por la administración maderista, de manera
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que paulatinamente el gobierno fue perdiendo el apoyo de la sociedad y poco a poco se fueron estableciendo las condiciones para que surgieran las pugnas por el poder. El poeta Juan José Tablada, porfirista reconocido y admirador personal de Victoriano Huerta, expreso magistralmente cómo percibía la sociedad mexicana las acciones implementadas por el gobierno de Madero al decir:
Los acontecimientos de La Ciudadela que trajeron como consecuencia la muerte del presidente Madero y de José María Pino Suárez, representaron el establecimiento de nuevos escenarios para la lucha, la fijación de nuevos objetivos y el inicio de una cadena interminable de confrontaciones y enfrentamientos que sumieron al país en una escalada de violencia sin precedentes. Señalar en este punto los nuevos objetivos sería darle al lector un análisis de la revolución en la forma en la que tradicionalmente le es presentada, de manera que considero conveniente intentar analizarlo con algunos elementos propuestos por el profesor Aya. Otro de sus planteamientos es lo relativo a la grandeza de las revoluciones, ¿Qué hizo “grande” a la revolución mexicana? Por supuesto que no fueron únicamente sus acciones bélicas, esas más bien pasaron a ser materia invaluable para la construcción de mitos cuyos actores fueron convertidos en personajes de leyenda que ahora campean en el mítico panteón de los héroes nacionales. La grandeza de la revolución mexicana se hizo posible gracias a dos actos fundamentales: primero, el establecimiento de un nuevo contrato social merced a la promulgación de una nueva constitución que dotó al país de bases orgánicas que modificaron las formas de convivencia social entre los mexicanos; y segundo, la implantación de un sistema educativo que le permitió al
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Desengañado el pueblo por su ídolo que tan insólita y frenéticamente había encumbrado, convencido de su total ineficacia para contener la relajación de todo deber, la veneración y el atropello de toda ley, la anarquía, en fin, que se propagaba por doquier; desengañado y angustiado con el pánico de la catástrofe presentida, y el supremo anhelo de la salvación anhelada, el pueblo comenzaba a ver en torno suyo, «buscando a un hombre». (Tablada, 2010: 13)
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Estado revolucionario contar con los elementos indispensables para colonizar el imaginario de las nuevas generaciones y para construir un tipo de ciudadano inédito en el territorio nacional, lo que se hizo posible gracias al nuevo marco constitucional. A partir del sistema educativo implantado por los gobiernos revolucionarios empezó a construirse la grandeza de ese hito de la historia patria. Rod Aya también establece una tercera idea en la que señala que las acciones radicales que se implementan una vez que terminan los procesos revolucionarios, por lo general son impuestas por personajes emergentes que surgen una vez que fue derrocado el antiguo régimen y desaparecidos los iniciadores del mismo. En el caso mexicano esa afirmación es bastante cercana a la realidad, pues Madero, que había sido el promotor principal de la revolución en sus inicios había muerto en 1913, Zapata y Villa, los líderes populares por excelencia y que eran los que tenían una mayor presencia en el ánimo de la sociedad mexicana son derrotados por el constitucionalismo, y aunque seguían luchando, lo hacían confinados en sus respectivas zonas de influencia y sin retomar la fuerza de antaño. Venustiano Carranza, que toma la bandera de Madero y principal promotor de la constitución de 1917 fue “derrotado” en el Congreso Constituyente y sus propuestas de reformas no fueron aprobadas por los legisladores. Carranza era el Presidente, sí, pero las iniciativas que envió al Congreso no tuvieron éxito, su proyecto de nación, contenido en una serie de propuestas más cercanas a la tradición liberal decimonónica identificada con muchas de las ideas imperantes en el porfiriato quedó fuera del documento definitivo que fue promulgado en febrero de 1917. Las sesiones del congreso constituyente se convirtieron en auténticas batallas verbales y luchas ideológicas (Díaz, 1960: 2). El Teatro Iturbide se convirtió en el escenario ideal para la confrontación de dos grupos de revolucionarios que ya no luchaban con las armas en la mano sino que debatían con la esgrima de la palabra y con la fuerza de las ideas. Estos grupos estaban integrados por los que se identificaban con Venustiano Carranza, y por los que apoyaban las propuestas de Álvaro Obregón, los que por cierto en su mayoría eran militares.
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Los debates legislativos no solo se dieron con la idea de construir las bases orgánicas y estructurales que posibilitaran el retorno de la paz, la armonía y la tranquilidad al país, sino que también se buscaba posicionar a los grupos de poder emergentes; y de paso, en la Constitución de 1917 fueron consignadas leyes que dieron origen al surgimiento de fuerzas opositoras al régimen. Normas constitucionales como el artículo 3o que regula las cuestiones educativas, el artículo 27 cuya materia trata de la propiedad y del reparto agrario, el 123 que versa sobre lo relativo al trabajo, el 130 que imponía controles al clero, el 24 que trata la libertad de conciencia y el 5° que aborda el ejercicio de las profesiones. Estos artículos, dieron origen al establecimiento de la oposición a la revolución; y desde luego, a los gobiernos emanados de ella.
El rechazo del que fue objeto la revolución triunfante es algo más que una presunción, incluso ni siquiera hay que profundizar mucho para entender las diferentes posturas adoptadas por sus opositores. Evidentemente había sectores en la sociedad que bajo ningún concepto podían estar en concordancia con las normas constitucionales implantadas por el grupo que a la postre se alzó con la victoria, no era para menos, pues la Revolución los vino a desplazar de las posiciones de privilegio que habían usufructuado durante años y anhelaban retomar su prestigio y su control. En este sector se encontraban los tradicionales aliados del régimen de Porfirio Díaz: la clase política que acompañó al anciano líder durante las tres décadas que mantuvo el poder en el país, los hacendados, la vieja oligarquía y los llamados científicos. Hubo otros personajes que formaron parte de la oposición al antiguo régimen, tampoco estaban conformes con el rumbo que el constitucionalismo vino a darle a México, eran aquellos revolucionarios que como Villa y Zapata lucharon contra los constitucionalistas y que fueron excluidos del constituyente simple y llanamente porque a ojos de los triunfadores representaban una contrarrevolución y eran enemigos. A tal extremo se llegó, que cuando se conformó el congreso constituyente, Chihuahua y Morelos, “tierra chica” y zonas de influencia de los
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Los opositores a la revolución y al constitucionalismo
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caudillos mencionados y dos de las entidades federativas en donde se vivió con mayor intensidad el movimiento revolucionario, solamente contaban con uno y con tres diputados respectivamente, en tanto que el estado de Jalisco, al que Álvaro Obregón había llamado despectivamente “el gallinero de la revolución”, tenía 21 diputados. Los triunfadores del movimiento armado excluyeron a sus enemigos del proceso fundante del México actual y eso fue causa indudable del rechazo de un sector de la población. Pero los representantes del porfiriato y los enemigos de los líderes más carismáticos y populares de la revolución no fueron los únicos que se opusieron al orden constitucional emergente del conflicto armado, ni siquiera fueron los que más resistencia opusieron, pues a los grandes terratenientes y latifundistas los sometieron con las afectaciones de sus predios y con la expropiación de sus propiedades, mientras que Villa y Zapata cayeron abatidos por las balas en sendas emboscadas en Parral y Chinameca respectivamente. El más fuerte opositor del constitucionalismo no era el capital de los terratenientes y los empresarios, tampoco lo era el exiguo y menguado capital político de la vieja oligarquía porfiriana, ni el capital social de los líderes más carismáticos y populares del movimiento; el verdadero gran opositor del gobierno revolucionario eran el episcopado y las organizaciones de católicos, pues ambas contaban con un enorme capital económico, político y tenían a su disposición una base social amplísima diseminada por todo el territorio nacional; y por si eso fuera poco, tenían mucha influencia en la población, pues habían “formado” las conciencias de muchos mexicanos a lo largo del periodo colonial y el siglo XIX, en cada parroquia, en cada pueblo, en cada púlpito se reproducía un discurso que rechazaba sistemáticamente los postulados revolucionarios. La oposición del clero a la revolución tiene caminos paralelos al desarrollo mismo del conflicto armado en su fase constitucionalista, pues una vez proclamado el llamado “Plan de Guadalupe” en marzo de 1913, los revolucionarios combatieron a Huerta con toda la fuerza que les fue posible y llevaron a cabo acciones punitivas contra sus aliados. Jean Meyer, menciona que algunos constitucionalistas como
Los atropellos cometidos por los revolucionarios contra la religión católica, sus templos, sus ministros, sus instituciones aun las de enseñanza y simple beneficencia [sic], algunos meses después de iniciada la revolución en 1913 y continuados hasta hoy, manifiestan sin que quede lugar a duda, que aquel movimiento, simplemente político en su principio, pronto se trocó en antirreligioso por más que sus directores, para negarle tan ignominioso carácter hayan apelado a múltiples explicaciones… (Archivo Histórico del Arzobispado de México. Caja C-G, Conflicto Religioso, Legajo: Episcopado Nacional)
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Salvador Alvarado, Manuel Macario Diéguez, Francisco J. Múgica, Antonio Tejeda, Joaquín Amaro y otros atacaron templos e instalaciones eclesiásticas (Meyer, 1998: 67- 110, t. 2); en tanto que el 24 de febrero de 1917 en una protesta emitida por el Arzobispado de México se consignaba que:
Siendo la actual contienda una lucha de los desheredados contra los abusos de los poderosos, y comprendiendo que las causas que afligen al país emanan del pretorianismo, de la plutocracia y de la clerecía, las divisiones del norte y del noroeste se comprometen solemnemente a combatir hasta que desaparezca por completo el ex-ejército federal, el que será sustituido por el Ejército Constitucionalista; a implantar en nuestra nación el régimen democrático, a procurar el bienestar de los obreros; a emancipar económicamente a los campesinos, haciendo una distribución equitativa de las tierras o por otros medios que tiendan a la resolución del problema agrario, y a corregir, castigar y exigir las debidas responsabilidades a los miembros del clero católico romano que material e intelectualmente hayan ayudado al usurpador Huerta. (Castañeda, 1988: 213)
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El contenido del discurso consignado en la protesta estaba apegado a la idea que tenían los revolucionarios de la institución eclesiástica, pues en julio de 1914, en un acuerdo que se conoce con el nombre de “Pacto de Torreón” llegaron al siguiente compromiso:
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La sentencia estaba dictada, todos aquellos sectores sociales y las personas que hubiesen apoyado a Huerta eran considerados enemigos del constitucionalismo y pagarían por ello. Cuando los triunfadores acabaron con los ejércitos rivales y tuvieron el control del territorio se aprestaron a sentar las bases para tomar el control político y convocaron a la celebración del congreso constituyente, así se daba cumplimiento a las propuestas contenidas en el “Plan de Guadalupe”, y de paso, podían establecer las condiciones para construir un país diferente: con la Constitución de 1917 nacía el Estado revolucionario en México. El parto del México revolucionario no fue nada fácil, la lucha civil costó muchas vidas, se destruyó la red ferroviaria, la minería estuvo prácticamente paralizada, el agro estaba más pobre que nunca, el sector pesquero carecía de las embarcaciones necesarias para estabilizar la producción, la planta productiva estaba muy dañada, había pocas posibilidades de que hubiera inversiones que vinieran a restablecer la funcionalidad del aparato productivo; y por si lo anterior fuera poco, el resentimiento entre ganadores y perdedores enrarecía y tensaba el ambiente social, la paz entre los mexicanos pendía de un hilo y el equilibrio podía romperse en cualquier momento y con ello aumentaba la posibilidad de nuevos enfrentamientos. Los debates del congreso constituyente (Díaz, 1960: 2. t) celebrados en la ciudad de Querétaro del 1 de diciembre de 1916 al 31 de enero de 1917, fueron seguidos con mucho interés por los mexicanos; especialmente aquellos que contemplaban normas que modificaban la estructura del Estado y las que daban origen a las llamadas garantías sociales. Los campesinos esperaban una solución al problema agrario y los propietarios, especialmente los dueños de grandes extensiones de tierra esperaban con avidez lo que iba a pasar con sus propiedades, ambos esperaban cambios: los campesinos que su derecho a poseer la tierra se convirtiera en una realidad y los propietarios que sus posesiones quedaran a salvo de cualquier tipo de afectación. La respuesta la tuvieron en el artículo 27 Constitucional en el que se sentaron las bases para el reparto agrario.
…porque ya decían que los Obispos y los sacerdotes habíamos prestado ayuda para derrocar al gobierno nacional establecido en 1911; ya que habíamos sido cómplices del que se estableció en 1913; ora aseguraban que pretendíamos apoderarnos del Gobierno de la República y matar para siempre la libertad; ora que unidos al poder público
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Los obreros también siguieron muy de cerca los trabajos del constituyente, confiaban en que su participación en la revolución fuese recompensada, pues ellos formaron los llamados “Batallones Rojos” y aportaron invaluables servicios en las duras batallas que Obregón sostuvo con Villa en el Bajío; por su parte, los patrones esperaban que la normatividad laboral les permitiera restablecer la planta productiva. El constituyente respetó los acuerdos establecidos con los obreros en 1914 y en el artículo 123 consignó derechos inalienables para los trabajadores, entre los que destacaron el derecho de organizarse en sindicatos y la posibilidad de dirimir sus controversias obrero-patronales con la huelga. Los derechos que la constitución consignó a favor de sus aliados tenían una doble representación. El reparto agrario se tradujo en un beneficio para los campesinos, pero también representaba sanciones para los terratenientes que los habían despojado; igualmente, los derechos laborales consignados en la carta magna eran un reconocimiento a la lucha de los obreros y una clara sanción para el sector patronal por los abusos que habían cometido en perjuicio de ellos. Así como los aliados del gobierno revolucionario seguían con interés el desarrollo de los debates del constituyente y veían con beneplácito los beneficios que estaban siendo consignados en la Constitución, sus enemigos, especialmente los miembros del episcopado, veían cómo los artículos 3o, 5o, 24, 27, 123 y 130 contenían limitaciones en contra de la institución eclesiástica. Muy serias debieron ser las acciones llevadas a cabo por el episcopado para que la Constitución contuviera esos artículos que según el clero afectaban sus intereses individuales y los de la institución eclesiástica. ¿Qué cargos pesaban sobre la institución eclesiástica? Los mismos prelados los expresaron en su protesta de febrero de 1917:
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que rigió por largos años en la época de paz, y confabulados con las clases acomodadas de la sociedad, tiranizábamos a los proletarios… (Archivo Histórico del Arzobispado de México. Caja C-G, Conflicto Religioso, Legajo: Episcopado Nacional).
Las acusaciones que pesaban sobre el episcopado eran muy graves y estaban relacionadas con las cuestiones más emblemáticas de los revolucionarios, aquellas a las que eran más sensibles y que según ellos justificaban cualquier acción que se emprendiera en contra de la Iglesia Católica y de la jerarquía eclesiástica. El episcopado veía con incredulidad, temor y asombro, cómo estaban siendo conculcados sus derechos: se le expropiaban sus propiedades, les prohibía adquirir otras y reducía su campo de acción; ¿Cómo podrían llevar a cabo su ministerio? ¿Cómo formar la conciencia de los niños si no podían tener participación en materia educativa?, Sin seminarios ¿Dónde iban a formar a los futuros sacerdotes? Al carecer la institución eclesiástica de personalidad jurídica el episcopado y el sector confesional argumentaban que se estaban desconociendo los derechos que les había dado la propia divinidad, derechos que les otorgaban, según ellos, la autoridad moral para intervenir en la sociedad bien fuera a través de los servicios educativos o desde el púlpito, en la intimidad del confesionario o en cualquier otro tipo de servicios religiosos. La situación del clero cambiaba radicalmente, pues de tiempo inmemorial ejercieron gran influencia y tenían mucha autoridad entre los creyentes, pero al carecer de los medios para llevar a cabo sus actividades tradicionales podía adivinarse un descenso de su influencia entre los mexicanos. En lo que se refiere al constituyente, los diputados pensaban que limitando las acciones de la clerecía darían más libertad a la sociedad, al menos una libertad de conciencia y que en último de los casos la gente creyera en lo que su conciencia les dictara, de otra manera, si se mantenían los privilegios y canonjías de los obispos y sacerdotes, los mexicanos continuarían siendo manipulados. Para expresarlo a la manera de cómo percibían los moradores de una región
Anteriormente había una cosa que los oprimía, que estábamos bajo las órdenes del señor cura, porque anteriormente había mucho respeto debido al gobierno eclesiástico, entonces la gente estaba pos, al lado del señor cura, al lado de los padres, creían en ellos… (Marcelino Villa a José Luis López Ulloa, Jalostotitlán, Jalisco, marzo de 1997).
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muy tradicionalista su relación con los sacerdotes de los pueblos, se transcribe un fragmento de un diálogo sostenido con un campesino jalisciense:
Ninguno más que el sacerdote, ha recibido más beneficios, y ninguno más que él ha sido distinguido con tan singulares gracias para el desempeño de su cometido y de mayor gloria a Dios. Ninguno como el sacerdote se le ha hecho sabedor de las verdades sobrenaturales; y ninguno más que él ha sido elevado y colocado sobre las demás criaturas. (Agredano, 1918: 33)
No hay duda de que los sacerdotes se atribuían un sitio especial en la estructura social por el hecho de ser ministros religiosos, el caso es que si así se percibía un sacerdote que no tenía ningún cargo ni siquiera en una parroquia de pueblo, ¿qué idea tendrían los obispos?
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Estaba claro que las sociedades tradicionalistas reconocían en los clérigos autoridad moral y acataban sus disposiciones, de manera que las ideas que los sacerdotes transmitían a la feligresía eran tomadas como imperativos que tenían que ser acatados por la simple y sencilla razón de que provenían del sacerdote. Por su parte el bajo clero, los sacerdotes de pueblo y los capellanes de los ranchos tenían una imagen de ellos mismos que no estaba muy distante de la que tenía la sociedad. El sacerdote Anastasio Agredano, que en el año de 1918 ejercía su ministerio sacerdotal como capellán de los ranchos “Los Ocotes” y “Manalisco”, ambos ubicados en el municipio de Yahualica, Jalisco, escribía en su diario particular que:
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Lo que pensaban de sí mismos los ministros religiosos hizo que las críticas a las propuestas del gobierno emanado de la revolución fueran cada vez más airadas, lo que vino a tensar la situación entre las autoridades y la jerarquía eclesiástica, pero además del clero también protestaban los que formaban las organizaciones católicas, entre los que se encontraban los Caballeros de Colón, Asociación de Damas Católicas, Círculo de Obreros Guadalupanos, Acción Católica de la Juventud Mexicana, y otras. Las actitudes asumidas por la jerarquía y por la feligresía eran inaceptables para el gobierno, las posiciones se endurecieron y acabaron propiciándose una serie de confrontaciones entre la alta jerarquía eclesiástica apoyada por las organizaciones de católicos y el gobierno emanado de la revolución; confrontaciones que por cierto alcanzaron su punto más álgido con el estallido de la llamada guerra cristera. Este problema que confrontó al sector confesional con el ejército federal de 1926 a 1929 fue solo uno de los muchos conflictos derivados de las interminables divergencias entre el gobierno y el episcopado, ya que hubo otras diferencias que generalmente se abordan como si estuvieran aisladas del problema central, pero el caso es que tanto los revolucionarios como los obispos aspiraban a tener el control de la sociedad y los líderes de ambos grupos justificaban sus acciones y diseñaron las estrategias que les permitieran lograr sus objetivos. Los miembros del episcopado argumentando razones de carácter moral y religioso y sustentados en los principios del catolicismo habían tenido una sólida presencia, una gran influencia entre la sociedad desde la conquista, influencia y poder que por cierto no estaban dispuestos a perder, por eso opusieron toda la fuerza que estaba a su alcance para rechazar los planes y programas que estaba intentando imponer el gobierno; por su parte, los revolucionarios una vez que llegaron al poder pretendían construir un Estado sólido basado en la legalidad y en la fuerza, pero no era posible lograr ese propósito si cedían a las pretensiones de sus adversarios. Las diferencias entre la Iglesia y el Estado no eran una novedad, distaban desde la época de la Reforma pero estaban por escribirse nuevos capítulos y los actores estaban prestos a salir a escena. Desde el año de 1913 la jerarquía eclesiástica se opuso con todos los medios a su
Que la Instrucción Pública sea nacional, no sólo porque la costea la nación, sino por sus tendencias intensamente mexicanas. Que en las escuelas de la Federación y de los Estados, la enseñanza popular no siga siendo un fin abstracto, sino un medio político, vigoroso, patriótico, perfectamente definido para formar en las generaciones futuras las instituciones democráticas y liberales, el ALMA NACIONAL
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alcance a la revolución, sus estrategias de resistencia las fueron diseñando conforme eran implementados los programas del gobierno. Las acciones que los revolucionaros diseñaron más predecibles, durante la fase armada del conflicto les dieron el tratamiento de enemigos y de adversarios políticos y los combatieron como tales; pero una vez que tomaron el control y se celebró el congreso constituyente, los elementos de que disponía el gobierno para imponer sus proyectos fueron la ley y la fuerza, de manera que cuando la jerarquía eclesiástica y los creyentes se negaban a acatar las disposiciones legales, el gobierno hacía uso de su fuerza. Las normas constitucionales que ocasionaron una de las respuestas más violentas por parte del episcopado fueron las contenidas en el artículo 3º, en donde se prohibía al clero cualquier participación del sector confesional en materia educativa. Cuando se celebraron los trabajos del congreso constituyente el Estado asumió para sí el monopolio de la educación básica en todo el país, pues solo podían operar los planteles educativos que estuviesen registrados y que llevaran los programas ordenados para el gobierno. Con el artículo 3º el clero no podía influir en el proceso de formación de las conciencias de los niños, lo que le garantizaba una gran presencia entre la población. Por otra parte, al reservarse el gobierno federal el control en un área tan sensible como lo es la educación, ampliaba su campo de acción y estaba en condiciones de construir un sistema escolar en el que podrían transmitir a la niñez mexicana un corpus ideológico acorde con los principios revolucionarios. El periodista Carlos Trejo Lerdo de Tejada lo expresaba diciendo:
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MEXICANA, esa fuerza moral colectiva que tienen otros pueblos educados científicamente para servicio de sus grandes intereses nacionales… (Trejo, 1917: 3)
Lo que a juicio del episcopado atentaba en contra de las atribuciones de la institución eclesiástica y que les impedía dar cumplimiento a lo ordenado por el Papa León XIII:
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No se puede dejar de decir que la educación cristiana de la juventud importa en gran manera al bien mismo de la sociedad civil. Es manifiesto que son innumerables y graves los peligros que amenazan al Estado en el cual la enseñanza y el programa de estudios se independizan de la religión, y lo que desde el momento en que se deja de lado o se desprecia este soberano y divino magisterio que enseña a reverenciar a Dios y sobre este fundamento a creer absolutamente en todas las enseñanzas de la Autoridad de Dios, la ciencia humana se precipita por una pendiente natural, en los más perversos errores: los del naturalismo y nacionalismo. (Hoyos, 1958: 1175)
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¿Cómo respondieron la iglesia y los creyentes a esa situación? El episcopado ignoró las disposiciones legales y mantuvo subrepticiamente el control en infinidad de planteles escolares, a muchos de los padres de familia no les interesaba el reconocimiento de los estudios de sus hijos, por lo que proliferaron escuelas clandestinas en las que se enseñaba con los criterios y disposiciones de la institución eclesiástica. La disposición legal que también ocasionó una respuesta sumamente airada del sector confesional fue la prohibición expresa de que la institución eclesiástica tuviese acceso a la propiedad de bienes raíces, medida que por cierto propició el rechazo de parte de muchos de los católicos y sus líderes en contra del gobierno. El 29 de enero de 1917, día en que se votó el artículo 27 en el seno del recinto oficial del Congreso Constituyente se dio lectura del texto al pleno del precitado artículo en cuya fracción II se establecía lo siguiente:
Sin lugar a dudas se trataba de un golpe demoledor para los proyectos del clero, pues en un acto soberano el gobierno revolucionario había decidido dotar al país de una constitución que ponía límites al sector confesional, porque no solo limitaba la divulgación de sus ideas, sino la posibilidad de continuar ejerciendo el control que fue depositado en las manos de la estructura eclesiástica desde los ya lejanos años de la colonia. El artículo que constituyó una fuente de conflictos fue el 130 que contenía una serie de prohibiciones tanto para la institución eclesiástica como para la jerarquía y los ministros religiosos (Díaz, 1960: 12161218 t. 2). En primer lugar, no reconocía personalidad jurídica a las denominadas asociaciones religiosas, lo que de suyo anulaba toda posibilidad a la iglesia de que fuese sujeta de derechos de ninguna especie; prohibía a los ministros del culto la posibilidad de emitir cualquier juicio público o privado en contra del gobierno y sus acciones, con lo que reducía al mínimo la posibilidad de la protesta, pues de hacerla se estaba cometiendo un delito. El texto constitucional establecía que para la apertura de nuevos recintos para celebración del culto era indispensable la autorización de la Secretaría de Gobernación, ¿sería
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Las asociaciones religiosas denominadas Iglesias, cualquiera que sea su credo, no podrán en ningún caso tener capacidad para adquirir, poseer o administrar bienes raíces… Los templos destinados al culto público son de la propiedad de la nación, representada por el Gobierno federal, quien determinará los que deben continuar dedicados a su objeto. Los obispados, casas curales, seminarios, asilos o colegios de asociaciones religiosas, conventos o cualquier otro edificio que hubiere sido construido o destinado a la administración, propaganda o enseñanza de un culto religioso, pasarán desde luego, de pleno derecho, al dominio directo de la nación, para destinarse exclusivamente a los servicios públicos de la Federación o de los Estados en sus respectivas jurisdicciones. Los templos que en lo sucesivo se erigieren para el culto público, serán propiedad de la nación. (Díaz, 1960: 1187 t. 2)
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posible que hubiese nuevos templos, escuelas, seminarios, conventos y otras instalaciones dependientes de la iglesia? Además de lo anterior, la ley prohibía cualquier publicación de contenido religioso, la formación de organizaciones con denominaciones que tuviesen que ver con cuestiones religiosas y ordenaba el registro de los ministros del culto ante las propias autoridades; concedía a los gobiernos locales la facultad de determinar el número de templos en cada entidad y prohibía la celebración del culto en espacios públicos. A los ministros los equiparaba con profesionistas y contemplaba la posibilidad de emitir leyes para poder concederles autorización para el ejercicio de su ministerio; también limitaba sus derechos hereditarios. Con estas disposiciones legales los sacerdotes en general estaban limitados en muchas de sus actividades y la respuesta de los ministros religiosos fue sumamente airada y con el tiempo se tornó en violenta y visceral. La gota que derramó el vaso fue la promulgación de la Ley Reglamentaria del Artículo 130, conocida también como “Ley Calles”, que fue puesta en vigor en 1926 y que contemplaba la pena corporal para todos aquellos ministros del culto que violasen las leyes. El gobierno ordenó el registro de todos los ministros ante la Secretaría de Gobernación, algunas entidades federativas fijaron el número de sacerdotes que podían ejercer en cada lugar. El episcopado giró instrucciones al presbiterio de que se abstuvieran de registrarse y dispuso la suspensión del culto. Con ello se agravó la situación, llegando las cosas a la confrontación armada en los hechos que se conocen como la guerra cristera que se prolongaron hasta 1929.
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Para concluir
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De acuerdo al tipo del artículo expuesto, no me resulta fácil proponer una conclusión, pero si los acontecimientos acaecidos en la revolución no se caracterizaron por ser homogéneos sino que más bien presentaron diferencias en cada una de las regiones del país, es preciso abordar su estudio con perspectivas adecuadas que nos permitan comprender y explicar los acontecimientos sin que pierdan unidad y coherencia. Su-
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gerencia que por cierto no es un despropósito, porque de lo contrario, ¿Cómo justificar los estudios regionales? Quizá es necesario ampliar un poco lo antes acotado, pues la percepción que se tuvo en cada uno de los confines del país acerca de los acontecimientos más emblemáticos de la revolución estuvo mediado por la cultura, por ese motivo las respuestas de la población a la propuesta de los revolucionarios y al modelo de país contenido en los principios constitucionales fueron muy diferentes y tampoco mantuvieron esa presunta homogeneidad. Esa fue la razón por la cual el reparto agrario no se tomó con el mismo beneplácito en las zonas de influencia zapatista cuya demanda central era precisamente la solución del problema de la tierra, a como fue tomado en la región de Los Altos de Jalisco, en donde dicen los expertos que no había un severo problema agrario, pues la propiedad agraria estaba sumamente fragmentada por la tradición de la herencia y en donde la relación que la sociedad tenía con la tierra era un elemento fundante de su propia identidad y tenía un alto contenido religioso. Esas diferencias en la percepción del reparto agrario estuvieron mediadas por las culturas locales y por las tradiciones. A partir de eso es que surgieron los conflictos y el rechazo hacia algunas de las propuestas gubernamentales forjadas en el crisol de la revolución. La solución que le dio el constitucionalismo al problema agrario era contraria a la que esperaban las sociedades locales: los zapatistas esperaban obtener el control absoluto de la tierra, cómo lo habían tenido hasta el momento en que fueron despojados de ella por las políticas desarrollistas del siglo XIX mexicano, demandaban la propiedad plena, no el usufructo, pero pudieron más la fuerza del Estado y la ficción del dominio de la tierra que acabaron aceptándola. Por su parte, los alteños, asumían que la propiedad tenía su origen en la divinidad; y el Estado, con toda su fuerza y su poder no era lo suficientemente fuerte para desplazar a Dios de sus conciencias y de sus tradiciones. Misma solución a sociedades con percepciones diferentes y el surgimiento de las eventuales manifestaciones de oposición a las propuestas gubernamentales. Por ese motivo considero atractivo adoptar la propuesta del Profesor Aya, porque realizar los estudios de la revolución, y si mucho
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me “apuran”, los de cualquier movimiento social a partir de los logros obtenidos una vez concluido, nos amplía el panorama y nos permite adoptar nuevos y diferentes criterios de análisis. Otra ventaja de adoptar nuevos criterios de análisis, también servirá para conocer nuevas aristas del conflicto revolucionario, lo que indudablemente vendrá a enriquecer la historiografía de la revolución mexicana sin caer en la tradicional visión oficialista y abriendo el espectro de posibilidades de este hito histórico, central en la vida política del México actual.
Bibliografía Agredano, Anastasio. (1918). Memorias. Manuscrito sin pie de imprenta. Aya, Rod. (1990). Rethinking Revolutions and Collective Violence. Studies on Concept, Theory and Method. Ámsterdam: Het Spinhuis. Castañeda Batres, Óscar (selección). (1988). Revolución Mexicana y Constitución de 1917. México: M. A. Porrúa Librero- Editor. Díaz Ordaz, Gustavo (Coordinador). (1960). Diario de los debates del congreso constituyente 1916-1917. México: Secretaría de Gobernación, 2 tomos. Knight, Alan. La Revolución Mexicana. Del porfiriato al nuevo régimen constitucional. México: Grijalbo. Tablada, José Juan. (2010). La defensa social. Historia de la campaña de la División del Norte. México: UIA. Fuentes primarias Archivos Archivo Histórico del Arzobispado de México (AHAM).
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Periódicos Trejo Lerdo de Tejada, Carlos. (28 de febrero de 1917). “La nacionalización de la educación”. Excélsior. (número 11, año 1, tomo 1, p. 3). México.
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Chicanos, border and revolution Abstract
The Mexican Revolution of 1910 captured the immigrants attention, because they saw Mexico, not the United States, as their homeland. El Paso-Ciudad JuĂĄrez area proved to be perhaps the most strategic site for all revolutionaries factions. American authorities focused on activities of VĂctor L. Ochoa and Lauro Aguirre. Chicano community as a cultural bridge had loyalty differences which does not belong to one side of the other.
Key words: Revolution, Chicanos, Border, Loyalty.
Resumen
La Revolución Mexicana de 1910 captó la atención de migrantes mexicanos y chicanos, porque se sentían enraizados a México y no a Estados Unidos. El área Ciudad Juárez- El Paso constituyó el lugar más estratégico para todas las facciones revolucionarias. Las autoridades estadounidenses enfocaron su atención a líderes como Víctor L. Ochoa y Lauro Aguirre. La comunidad chicana como puente cultural entre nuestros dos países tuvo problemas con su lealtad hacia México o Estados Unidos.
Palabras clave: Revolución, chicanos, frontera, lealtad.
Chicanos, frontera y revolución Áxel Ramírez Morales1
Doctor en Antropología adscrito al CIALC-UNAM. Profesor-Investigador. Correo de contacto: axel_ram@hotmail.com
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Fecha de recepción: 24 de marzo de 2011 Fecha de aceptación: 23 de agosto de 2011
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Conjuntamente con la Revolución mexicana se propiciaron toda una serie de acontecimientos en América Latina. A principios del siglo XX las fuerzas estadounidenses de ocupación incluyeron en la Constitución de la recién formada República de Cuba la Enmienda Platt, mediante la cual Estados Unidos tenía el derecho de intervenir en los asuntos cubanos cada vez que lo creyera pertinente. En un ambiente claramente expansionista, en 1903 influyeron para que Panamá se separara de Colombia, adquiriendo derechos sobre el Canal de Panamá. Teodoro Roosevelt (1901-1909), el verdadero artífice de la separación cínicamente expresó: “Yo tomé la zona del Canal mientras el Congreso debatía”; a Colombia se le indemnizó con 25 millones. Un año después, la infantería de marina estadounidense desembarcó en la República Dominicana para intentar sofocar un levantamiento armado opositor. En 1908 y 1909 Estados Unidos intervino en Panamá y sus tropas ocuparon Nicaragua para sostener el régimen de Adolfo Díaz Recinos (1911- 1913, 1913- 1917, 1926- 1928), ex empleado de una firma estadounidense. Cuando en México se inició el conflicto armado en contra del Presidente José de la Cruz Porfirio Díaz Mori (1977- 1880 y 1884- 1911) en noviembre de 1910, Ricardo Flores Magón y sus allegados planearon la invasión de Baja California, que se convirtió a fin de cuenta en una campaña militar de carácter libertario planeada desde Los Ángeles, California, con la idea de extender la revolución socialista por todo el país. Cruzaron la frontera en enero de 1911 con la idea de instaurar un estado anarquista, lo que propició la enemistad de Samuel Gompers, dirigente obrero estadounidense creador de una asociación de sindicatos denominada American Federation of Labor (AFL por sus siglas en inglés) quién en un principio los había apoyado. El Partido Liberal Mexicano (PLM) en un principio buscó reorganizar a sus miembros, encontrándose aquellos que promulgaron la Constitución de 1857, tomando como base el Congreso Liberal de 1901 convocado por Camilo Arriaga, ingeniero de minas exiliado en Estados Unidos desde 1903 y quién tuvo fuertes diferencias con Ricardo Flores Magón. Participó en 1911 en el complot de Tacubaya en
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apoyo a Madero; fue arrestado y liberado al firmarse los Tratados de Ciudad Juárez el 21 de mayo del mismo año que en realidad fue un acuerdo de paz entre Porfirio Díaz y Francisco I. Madero. Esto generó la gestación del Congreso Liberal en San Luis Potosí, así como la emergencia de una gran cantidad de Clubes Liberales que se formaron poco después. La Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano fue una corriente dentro del PLM que pasó del liberalismo al anarquismo, y en cuyo seno se hicieron los primeros planteamientos teóricos e ideológicos que dieron origen al movimiento armado de 1910. La Revolución Mexicana que culminó oficialmente con la promulgación de la nueva Constitución de 1917, tuvo una enorme repercusión entre la comunidad chicana de Estados Unidos porque colocó a este grupo en un dilema no solo de identidad sino también de lealtad, ya que tuvieron que elegir entre dos distintas realidades. La huelgas que habían estallado en Cananea, Sonora (1906), así como la de Río Blanco, Veracruz (1907), produjeron cambios drásticos -sobre todo la primera de ellas-, a lo largo y ancho de la región Sonora- Arizona y aun dentro de Estados Unidos afectando drásticamente la relación bilateral, porque revolucionarios y contrarrevolucionarios mexicanos utilizaron la frontera norte como base de operaciones para sus actividades bélicas, al mismo tiempo que se propició el vandalismo y la violencia; los pequeños poblados, asentamientos y ranchos, funcionaron como enclaves para el aprovisionamiento de armas y víveres. Varios emigrantes mexicanos, residentes en el vecino país, se protegieron en los enclaves culturales chicanos y éstos a su vez formaron grupos de presión para apoyar a las diversas facciones que luchaban en México, intentando influir sobre los políticos estadounidenses para que reactivaran sus mecanismos frente a su relación con el vecino país del sur. De acuerdo con el excelente crítico literario chicano Juan BruceNovoa, el uso del término chicano ya era válido en términos históricos, porque de acuerdo con su hipótesis desde que Gaspar Pérez de Villagrá llegó a la Nueva México en 1610, se comenzó a escribir la historia chicana en Estados Unidos.
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Sin embargo, todo parece indicar que nunca existió una simbiosis real entre estadounidenses por un lado y chicanos/ mexicanos por el otro; económicamente el área fronteriza funcionaba como una unidad relativamente cohesiva en la que existía un fenómeno bilingüe- bicultural funcional, dentro del cual se desplazaban los tres grupos, porque a pesar del estallido de la Revolución, los mexicanos continuaron trabajando en empresas estadounidenses y el comercio mexicano siguió encontrando mercado en el vecino país del norte.2 En su inmensa mayoría los mexicanos trabajaban en la agricultura y muy pocos de ellos desarrollaron una conciencia política como para participar más allá de las manifestaciones locales, aunque algunos de ellos lograron establecer contacto con grupos de estadounidenses radicales. Para los obreros mexicanos y chicanos en Estados Unidos que se encontraban interesados en los problemas por los que pasaba México, más que en su propia situación como trabajadores en un país extranjero, no fue nada raro que la presencia de Ricardo Flores Magón y su hermano Enrique los impactara notablemente cuando llegaron a Estados Unidos el 3 de enero de 1904 con el firme propósito de organizar un movimiento armado para derrocar la dictadura porfirista. Durante esa época la brutal persecución policiaca del gobierno de Díaz obligaba a sus opositores a buscar protección en el vecino país, de tal forma que un grupo encabezado por el ingeniero Camilo Arriaga se exiliara en San Antonio, Texas, y otro, comandado por Ricardo Flores Magón, se desplazara a la ciudad de Laredo. Con el apoyo de las autoridades estadounidenses los agentes de Porfirio Díaz persiguieron a los liberales en el estado de Texas, por lo que éstos continuaron desplazándose más al norte. El 28 de septiembre de 1905, en Saint Louis, Missouri, el grupo de Flores Magón redactó el manifiesto en el que se constituía la anteriormente mencionada Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano para preparar la lucha contra la dictadura y cuyo órgano de divulgación Regeneración, 1
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2 Cfr. García, Mario T. (1981). Desert Immigrants: The Mexicans of El Paso, 1880-1920. New Haven: Yale University Press.
3 Cf. Acuña, Rodolfo. (1972). Occupied America. The Chicano Struggle toward Liberation. New York: Harper and Row. 151. 4 Ibid.
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fundado desde 1900 también por los Flores Magón, llegó a alcanzar un tiraje de 30 mil ejemplares al que siguieron rotativos como El Progreso, Revolución y Reforma Libertad. En 1906 se publicó Manifiesto y Programa del Partido Liberal Mexicano cuya plataforma de principios se basaba en una serie de reformas sociales entre cuyos postulados figuraba la jornada de ocho horas, prohibición del trabajo infantil, salario mínimo, indemnización patronal por accidentes de trabajo, educación laica obligatoria y gratuita, etc. Por otro lado, Flores Magón comenzó a organizar a los trabajadores mexicanos y chicanos por medio de líderes destacados como fue el caso concreto de Práxedis G. Guerrero, nativo de León, Guanajuato, ex minero en Colorado y talador en San Francisco, quién fundó la célula denominada Obreros Libres en Morenci, Arizona, en 1906.3 Asimismo, una de las secciones más importantes del Club Liberal fue la que fundó en El Paso, Texas, el propio Ricardo Flores Magón y que se encontraba integrada por mexicanos de ambos lados de la frontera, misma que tuvo un fuerte apoyo por parte de estadounidenses radicales y sindicalistas de la costa oeste; por otro lado habrá que considerar el decisivo apoyo que le proporcionó la Industrial Workers of the World (IWW por sus siglas en inglés), contraparte de la AFL. Dado el carácter anarquista del PLM, las mujeres no podían quedar excluidas teniendo una participación activa y decidida sobre todo a nivel de liderazgo destacando entre otras la socialista Sara Estela Ramírez, de Laredo, Texas, quién apoyó decididamente a Flores Magón creando la Sociedad de Obreros, Igualdad y Progreso, que era una organización mutualista que nació desde muchos años antes; Elisa Alemán, de San Antonio, Texas, una militante que logró reclutar muchos adeptos para el Partido; por su lado también destacaron Margarita Ortega y su hija Rosaura Gortari, que junto con Natividad Cruz fueron ejecutadas por cruzar las líneas enemigas y ayudar a los heridos,4 mientras que en la ciudad de El Paso, Texas, la organización femenina Cinco de
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Febrero decidió ayudar a los heridos y familiares de los difuntos, organizando bailes y banquetes para recaudar fondos. Los anarquistas mexicanos, como fue el caso concreto de los magonistas, lograron comunicarse con su contraparte estadounidense como Emma Goldman, anarquista lituana de origen judío, liberal y feminista, mientras que los socialistas como Lázaro Gutiérrez de Lara, abogado y periodista, fundador del periódico Revolución y líder de Cananea que tuvo también que refugiarse en Los Ángeles, formaron alianza con los socialistas de aquel país.5 De acuerdo con Mario T. García (1994), Gutiérrez de Lara fue un personaje destacado distinguiéndose por dictar una serie de charlas en plena calle, como fue su célebre disertación: Origen de la Revolución en América Latina, sustentada cerca del barrio mexicano de El Paso, Texas, después de la cuál fue arrestado, siendo posteriormente liberado por un grupo de mujeres militantes. Tal vez pueda parecer extraño que el tema de Latinoamérica interesara tanto a los socialistas de aquella época, pero no hay que olvidar que durante el período 1880-1900 se presentó una enorme influencia del anarquismo entre los movimientos obreros y artesanales en América Latina con lo que se pretendía lograr establecer una unión con éstos. Sin lugar a dudas la Revolución Mexicana tuvo una gran proyección en los pueblos de América Latina. Por otro lado, debido al fuerte enfrentamiento que se generó entre mexicanos emigrados y el Partido Socialista al interior de Estados Unidos, el movimiento anarquista tuvo que actuar como árbitro con lo que demostró una gran solidaridad con el Partido Liberal Mexicano (PLM): A través de la IWW y otras conquistas anarquistas estrechamente asociadas con el PLM, los trabajadores radicales de origen mexicano, en el sur de EUA, lograron participar en la Revolución mexicana, fortaleciendo apreciablemente la presencia obrera en el devenir de la situación mexicana en un periodo fundamental de su historia. (Torres, 1990) 5 Ibid.
6 Cf. García, Mario T. (1994): 173.
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Los sucesos de la Revolución Mexicana captaron de inmediato la atención de los chicanos y acrecentó el nacionalismo de los mexicanos, quienes se vieron obligados a asumir diversas actitudes mas que nada por la posición eminentemente estratégica que continúa teniendo el área Ciudad Juárez-El Paso, que fue una de las más involucradas en el conflicto y por otro lado constituyó un refugio lógico para exiliados políticos, algunos de los cuales recibieron ayuda de la comunidad chicano/ mexicana. Otro aspecto importante lo constituyó el hecho de que un “rebelde” mexicano de apellido Luján se introdujera a El Paso, Texas, procedente de Chihuahua, trasladándose posteriormente a un asentamiento denominado San Elizario para organizar un grupo de 65 hombres armados con la intención de regresar a México y combatir a las tropas del gobierno.6 Los federales que se encontraban destacados en Ciudad Juárez anunciaron la llegada de más efectivos para reforzar la plaza lo que provocó una serie de airadas protestas por parte del cónsul estadounidense, quien alegó una flagrante violación a las leyes de neutralidad de su país por parte del gobierno mexicano, ordenando abrir una serie de investigaciones acerca de las actividades de los rebeldes en la zona, lo que puso al descubierto que dos mexicanos Lauro Aguirre, homónimo de un destacado educador mexicano, y Víctor L. Ochoa, texano-mexicano fundador de la Unión Occidental Mexicana, enviaban armamento a México desde Estados Unidos. Este último fue capturado en el condado de Pecos, al sureste de El Paso, Texas, bajo el cargo concreto de “organizar una fuerza armada en territorio estadounidense”, violando con esto la neutralidad y siendo deportado a México. Por su lado, Lauro Aguirre, un ingeniero civil de Chihuahua, fue arrestado, junto con el periodista Flores Chapa, acusados por el cónsul mexicano de hacer planes para iniciar en México un movimiento armado (García, 1994: 174). Una vez puestos en libertad, se dirigieron a El Paso nuevamente para apoyar a Flores Magón y retroalimentar al Partido Liberal Mexi-
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cano (PLM). Los magonistas establecieron su cuartel general en la zona de Chihuahuita, uno de los barrios más famosos de la ciudad, situado en el sector mexicano (García, 1994). Allí fundaron una célula del Club Liberal de la que fue presidente el propio Lauro Aguirre pero ante las constantes redadas por parte de la policía y de los agentes de Porfirio Díaz, se vieron obligados a desalojar el cuartel viajando en ferrocarril hasta Los Ángeles, California. En su precipitada huida abandonaron documentación comprometedora que los ligaban con células en Laredo, Brownsville, Eagle Pass y Del Río, en Texas; San Louis, Missouri y Douglas, Arizona, que condujeron a la captura de sus principales lugartenientes: Lauro Aguirre, que fue acusado junto con Teresa Urrea “La Santa de Cabora” de provocar el levantamiento de los indios yaquis de Sonora. Antonio I. Villarreal y Rómulo Carmona (García, 1994: 176). Cuando abortó el movimiento magonista, Francisco I. Madero, Presidente Constitucional de México (1911- 1913) obtuvo un éxito inesperado entre los habitantes de El Paso, Texas. Después de ser impedido por Porfirio Díaz para llegar a la presidencia, el 5 de octubre de 1910, Madero lanzó desde su cuartel en San Antonio, Texas, el Plan de San Luis Potosí por medio del cual se revitalizaba la Constitución de 1857, se desconocía la reelección de Porfirio Díaz en el cargo, se anulaban las recientes elecciones y se fijaba el 20 de noviembre de 1911 como la fecha del levantamiento, obteniendo con ello notoriedad y apoyo general especialmente a lo largo de la frontera. Sin lugar a dudas y aunque esto cause escozor entre los historiadores mexicanos, la Revolución de México, ideológicamente, se gestó en San Antonio, Texas. Poco tiempo después, Madero se trasladó a El Paso, Texas, estableciendo su cuartel general en el Hotel Planters, siguiendo a Mario T. García (1994), enviando agentes a Denver, Colorado, Oakland, California, Kansas City y Chicago, Illinois para reclutar hombres y conseguir armamento. Para su fortuna Don Francisco I. Madero encontró apoyo y simpatía entre algunos políticos exiliados mexicanos, trabajadores inmigrantes, varios chicanos e inclusive algunos estadounidenses que le proporcionaron recursos económicos, armas y municiones.
Al término de la batalla, cerca de 10 mil mexicanos, incluidos varios cientos de chicanos, acompañados de una banda de música, cruzaron el puente para rendir tributo a los maderistas. Cuando Pascual Orozco se rebela contra Madero encuentra muchos seguidores en El Paso como los Red Flaggers, pero sobre todo entre los acaudalados exilados porfiristas, lo que conduce a la creación de grupos de apoyo a Madero denominados «Defensores del Orden», algunos de los cuales incluían a chicanos y mexicanos inmigrantes, que coadyuvaron a demostrar que la ciudad fronteriza permanecía totalmente maderista. (García, 1994: 182)
A más de un año de ser electo como primer mandatario, Francisco I. Madero fue traicionado y asesinado durante la llamada Decena Trágica por Victoriano Huerta, Presidente de facto del 18 de febrero
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De acuerdo con García (1994), parte representativa de la comunidad chicana ayudó a la causa revolucionaria recolectando dinero y estableciendo un hospital para revolucionarios en el barrio Chihuahuita, dirigido por el médico estadounidense Ira Jefferson Bush, quien obtuvo su título de médico en Louisiana a los 25 años de edad y que firmó un convenio con el gobernador Abraham González para atender a los insurrectos, aparte de que preparó a un buen número de enfermeras, chicanas y mexicanas, organizaron kermeses (del holandés kerk=iglesia y mis= misa, fiestas mayormente barriales donde hay juegos, comida, bebida, sorteos, etc.), así como bailes en el local de la logia La Protectora, cuyos fondos también fueron destinados a la causa. El 8 de mayo de 1911 se inició el ataque sobre Ciudad Juárez. Dos días después cayó la estratégica ciudad fronteriza y Francisco I. Madero la proclamó capital provisional de México. Durante la batalla -según comenta García (1994)- los curiosos habitantes de El Paso, Texas, se peleaban entre sí para conseguir posiciones claves en techos y azoteas de los edificios más altos y poder de esta manera ser testigos presenciales de la batalla, lo que a varios de ellos les costó la vida debido a proyectiles extraviados:
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de 1913 al 14 de julio de 1914. Los levantamientos en el norte de Pascual Orozco y Francisco Villa, así como de Emiliano Zapata en el sur, lograron captar mucha gente para el movimiento. La usurpación de la presidencia llevada a cabo por Huerta desató otra etapa violenta de lucha armada, motivando entre la población la defensa por la Constitución; en esta nueva fase histórica destacó Venustiano Carranza, encargado del Poder Ejecutivo en 1914, quién organizó un ejército denominado constitucionalista. Huerta confiaba en la protección que le otorgaría Estados Unidos pero en 1913, al cambiar el gobierno de aquel país, el presidente Thomas Woodrow Wilson (1912 y 1920) se negó a apoyarlo, enviando por añadidura más tropas y atacando el puerto de Veracruz el 9 abril de 1914, en una acción aparentemente provocada por la detención de soldados estadounidenses en Tampico, Tamaulipas, lo que se conoció como el incidente de Tampico.7 Aunque el gobierno mexicano envió una disculpa diplomática, Wilson ordenó un ataque sobre el puerto que fue repelido por cien soldados mexicanos, varios cadetes de la escuela Naval, así como grupos de civiles. Debido a que en la ciudad de El Paso, Texas, se concentraban diversos grupos revolucionarios, aumentó aun más la tensión en la frontera que se tornó peligrosa, inestable y violenta. Los cuerpos de infantería y caballería destacados en Fort Bliss, Texas, comenzaron a patrullar la ciudad pero muy especialmente el barrio Chihuahuita, a pesar de que sus residentes no demostraron públicamente ninguna inclinación para brindarle apoyo a Victoriano Huerta o Venustiano Carranza. Ante el giro que estaban tomando los acontecimientos, el alcalde de El Paso, Texas, C.E. Kelly tuvo que declarar. “Los México-americanos como ciudadanos norteamericanos tienen derechos y obligaciones aquí como cualquier otro norteamericano, por lo que tenemos razón para creer que apoyarán a nuestro gobierno para preservar la paz” (López et al., 1975). La psicosis de la población estadounidense se dejó sentir de inmediato cuando comenzó a circular el rumor de que los trabajadores 7 Cfr. Alfredo López Agustín, Edmundo O’Gorman y Josefina Vázquez de Knauth. (1975). Un recorrido por la historia de México, México: Sep. Setentas. No. 200, 205.
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mexicanos/chicanos envenenarían a sus patrones, y de que la comunidad se estaba levantando contra los estadounidenses, lo que originó un fuerte sentimiento antimexicano en la ciudad y despertó un marcado odio contra mexicanos y chicanos a quienes consideraban traidores. Frente a esta situación, 600 efectivos bajo el mando de J.A. Escajeda, se ofrecieron como voluntarios para patrullar Chihuahuita como una fuerza de paz, a pesar de que el grueso de la población estadounidense fue hostil hacia México y los mexicanos. El gobierno de Venustiano Carranza fue reconocido por los Estados Unidos en 1915, cuando sus soldados ocuparon Haití desde el 28 de julio de 1915 hasta el 1 de agosto de 1934 para “restaurar el orden” y estableciendo un protectorado que duraría hasta dicho año. El Secretario de Estado William Jennings Bryan, al comentar sobre esta situación declaró: “Imaginen esto: negros hablando francés”. Otro problema complejo se presentó cuando el general Francisco Villa detuvo un tren procedente de la ciudad de Chihuahua ejecutando a 16 empleados estadounidenses de la compañía American Smelting and Rifining Company (ASARCO), acto que se conoció como “La Masacre de Santa Isabel”. Asimismo, el cónsul estadounidense T. T. Edwards fue señalado públicamente de simpatizar con Francisco Villa llegándose al extremo de que un exacerbado grupo de estadounidenses le gritara furiosamente: “Go back to Juarez with the Mexicans!” (¡Vete de regreso a Juárez con los mexicanos!) (García, 1994). La política que adoptó el gobierno del presidente Wilson fue la de “Watchful Waiting” (observando- esperando), aunque las tensiones provocaron que varios soldados estadounidenses golpearan a los mexicanos generándose una verdadera trifulca y provocando una tremenda cacería por parte de ambos grupos. En represalia por esta inesperada respuesta, las tropas estadounidense comenzaron a golpear a cuanto mexicano veían en la calle haciendo uso inclusive de bayonetas y puñales por lo que hubo necesidad de declarar la Ley Marcial en la ciudad (García, 1994). Sin embargo la situación se volvió casi imposible cuando el 9 de mayo de 1916 fuerzas mexicanas, al mando del general Candelario Cervantes y bajo las órdenes directas del general Francisco Villa, inva-
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dieron la población de Columbus, Nuevo México, lo que generó como respuesta el ingreso a territorio mexicano de una fuerza expedicionaria conocida como la Expedición Punitiva, integrada por 12 000 efectivos bajo el mando del general John J. Pershing, héroe en la Primera Guerra Mundial, quienes capturaron a 22 soldados villistas mismos que fueron entregados a las autoridades civiles del estado. El General Candelario Cervantes, nativo de la ciudad de Chihuahua, falleció en 1916 en la Expedición Punitiva, en el poblado de Las Cruces, Chihuahua, mostrando gran valentía. En un verdadero arranque de pánico la policía de El Paso, Texas, levantó barricadas en las que destacó entre 800 y mil efectivos de la Guardia Nacional. El periódico Herald en su edición del 14 de enero de 1916 publicó lo siguiente.
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Hay miles de personas de origen mexicano en El Paso, que son nuestros vecinos y varios de ellos han sido nuestros amigos; trabajan para nosotros, tienen propiedades aquí, patrocinan instituciones educativas y toman parte en la vida de la ciudad. Sus vidas, actos, pensamientos e intenciones son ordenadas; son ciudadanos, o a fin de cuentas, residentes de El Paso y comprendidos dentro de las mismas garantías que tiene cualquier otro ciudadano o residente. No tienen sentimientos hostiles hacia Estados Unidos o hacia los norteamericanos, y deploran el terror y los crímenes de los mexicanos en México, como lo hacemos nosotros. (García, 1994: 191)
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A pesar de esto la agresión se tornó cada vez más violenta. García (1994) relata que un grupo de estadounidenses atacó a varios mexicanos en la calle Santa Fe propiciándoles una terrible golpiza, al extremo que uno de los agredidos para evitar el suplicio gritaba angustiosamente: “¡No soy mexicano. Soy negro!”. Al mismo tiempo, los Rangers de Texas encarcelaron a gente sospechosa de ser villista, por lo que la represión se generalizó. Durante la etapa revolucionaria la administración de Wilson aparte de enviar tropas también destacó en México agentes del servicio
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secreto pertenecientes al Departamento de Estado; entre ellos envió al mexicano estadounidense Reginaldo F. del Valle, asambleísta y senador, descendiente de una vieja familia de californios y un acendrado demócrata. Llegó al país a mediados de 1913 como agente especial de Woodrow Wilson y con la expresa finalidad de ayudar a Estados Unidos a tomar decisiones políticas acerca de cómo resolver dicho problema. A pesar de que del Valle hablaba un castellano fluido, Venustiano Carranza de inmediato lo rechazó porque en su concepto Reginaldo F. del Valle era solamente un estadounidense que:
Para la comunidad radical chicana/ mexicana, del Valle aparece hoy en día como un “brown anglo” (estadounidense café) y como parte del inestable mundo estadounidense, simbolizando además la forma en que muchos descendientes de mexicanos se asimilaron al sistema dominante aculturándose completamente (Hill, 1973). La Revolución Mexicana motivó a los chicanos sobre todo para volver la mirada sobre ellos mismos y encontrar o construir héroes que le funcionaran a su grupo. Con éste acontecimiento histórico, México les estaba otorgando un refuerzo básico para su cultura, aunque jamás pudo proporcionarles herramientas para lograr su verdadera autonomía. Mientras tanto, Estados Unidos continuaba con sus intervenciones: en 1916 ocuparon la República Dominicana y en 1918 la provincia de Chiriquí, en Panamá. Las cifras oficiales señalan que 103 000 emigrantes ingresaron a Estados Unidos en 1900 aunque la cantidad se antoja sumamente
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Hablaba bien ambas lenguas. Por su lado, a del Valle le disgustó profundamente la figura del general Francisco Villa, y Álvaro Obregón le pareció un mediocre, por lo que a su muy personal criterio ambos personajes eran incapaces e incompetentes para sostener una democracia como la que se buscaba en México, también manejaba la idea de que un gobierno libre solo es posible construirlo con ciudadanos de clase media e inteligentes, pero no con esos dos. (García, 1994)
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desproporcionada, ya que para ese mismo año se estimaba en realidad un total de 22 000 pudiendo llegar a alcanzar la cifra de 500 000 de acuerdo a los especialistas (Bustamante, 1975). Por su lado, el antropólogo mexicano Manuel Gamio (1967) estipulaba que durante el lapso 1899 a 1921 fueron admitidos en Estados Unidos 278 000 038 inmigrantes mexicanos; a su vez Jean Meyer (1975) calcula para el período 1910-1920 la cantidad de 300 mil, sin embargo sea la cifra que fuere no cabe la menor duda de que esta migración masiva dejó impreso su carácter a la comunidad chicana porque de un lado aumentó demográficamente la población mexicana, y por el otro, reforzó el sentimiento de pertenencia a una mexicanidad que se encontraba latente más no presente entre los chicanos. Asimismo, dicha migración generó otro problema ya que la comunidad chicana no pudo absorber a esos nuevos miembros en el seno de su grupo.
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The Mexican Revolution in Nuevo León (1908-1917): the public emergence of entrepreneurs in local politics Abstract
The Revolution of 1910 will bring the emergence of Nuevo León various armed groups in the city of Monterrey, but also the constant appearance in public administration, entrepreneurs Monterrey. Initially mean the demise of the era reyista locally. The advance economic modernization will be arrested by the revolutionary and military actions in the state. But arise the “Comuna Empresarial” as an organizational from whose presence will attempt to order the revolutionary chaos, even locally. The work is an attempt to bring the revolutionary impact in the state, but at the same time is a story from local historians policy outlines a detailed chronicle of the period. We present data, names, dates, actions and dispositions are counted.
Key words: Mexican Revolution, Monterrey, Reyismo, Local Business, Political History.
Sección Varia Resumen
La Revolución de 1910 traerá a Nuevo León la irrupción de distintos grupos armados en la ciudad de Monterrey, pero al mismo tiempo la aparición constante, en la administración pública, de los empresarios regiomontanos. Inicialmente significará el ocaso de la época reyista en la localidad. El avance modernizador económico se verá detenido por las acciones revolucionarias y militares en la entidad. Pero surgirá la “Comuna empresarial”, como forma de organización cuya presencia intentará ordenar el caos revolucionario, aunque sea de manera local. El trabajo es un intento por señalar el impacto revolucionario en la entidad, pero al mismo tiempo es una narración desde la historiografía local, se bosqueja una crónica política detallada del periodo. Se aportan datos, nombres, fechas; se cuentan acciones y disposiciones.
Palabras clave: Revolución Mexicana, Monterrey, Reyismo, Empresarios locales, Historia Política.
La Revolución Mexicana en Nuevo León (1908-1917): la irrupción pública de los empresarios en la política local Gustavo Herón Pérez Daniel 1
Profesor-Investigador de tiempo completo en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez-Sede División Multidisciplinaria Ciudad Cuauhtémoc.
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Fecha de recepción: 24 de marzo de 2011 Fecha de aceptación: 16 de agosto de 2011
La Revolución Mexicana en Nuevo León (1908-1917): la irrupción pública de los empresarios en la política local
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1908-1912 Podemos ver el periodo revolucionario mexicano, como una época en que los grandes ejércitos populares y agrarios irrumpieron en la vida nacional a inicios del siglo XX; pero también como una gesta donde los intereses locales de caciques, líderes burgueses en ascenso, y en nuestro caso empresarios, utilizaron las fuerzas revolucionarias para afianzarse en el poder (Knigth, 2010: 17). Sin duda que este trabajo va más en consonancia con la segunda vertiente que con la primera; los empresarios regiomontanos tomaron un rol público durante el conflicto revolucionario y ello significó en un fortalecimiento creciente de las élites locales (Zaragoza, 2008: 13). Siguiendo con la tradición modernizante local, los empresarios regiomontanos hicieron su irrupción en la política local, tanto a inicios del siglo XX, como en los momentos críticos de la Revolución. La esfera pública sufrió el vértigo de la aceleración revolucionaria; el momento de exponer las ideas, se volvió asimismo, tiempo y espacio de oportunidades de accionar y de incidir directamente en lo público político (Herón, Pérez, 2011: 16). En este artículo, por cuestiones de espacio, apenas esbozamos implícitamente esta aparición pública, y nos centramos, desde los hechos, en dibujar un panorama general de lo que fue la Revolución en Nuevo León. El personaje central hacia 1908 en la política local neolonesa, y que sería también a nivel nacional, era Bernardo Reyes (Niemeyer, 1966). Gobernador porfirista calado en la política de la época; se le consideraba joven según los parámetros porfirianos (tenía 50 años), provenía de una familia liberal de Jalisco. Fue propuesto por Díaz para destruir el cacicazgo Treviño- Naranjo en el noroeste. Fue el gran impulsor de la industria local e intentó copiar las medidas de Bizmark. Durante el período, 1900-1902 fue Secretario de Guerra del Porfiriato y creó la Segunda Reserva, un ejército territorial que alcanzó el número de 30 000 hombres (Knigth, 2010: 88). Fue como Secretario de Guerra que se enfrentó al grupo de los “Científicos y a Limantour; a causa de ello tuvo que regresar a la gubernatura de Nuevo León. Por ello a nivel nacional tenía una gran cantidad de seguidores.
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A inicios de 1909, la primera organización del reyismo fue el Partido Democrático, en la Ciudad de México, y postulaban algunas ideas políticas importantes: supresión de las Jefaturas, Libertad Municipal, Impulso a la Educación Primaria, cumplimiento de las Leyes de Reforma, Compensación por accidentes de trabajo para obreros y la creación del Ministerio de Agricultura (Cosío Villegas, 1972: 787). En distintas ciudades del país, en varias jefaturas militares se oyeron el eco de los vítores reyistas por ejemplo, en Puebla, Guadalajara, Zacatecas y Veracruz. Sin embargo el reyismo no podía entenderse si no era parte del porfirismo, de ahí que Reyes decidió acatar las órdenes de Díaz y retirarse de la contienda política: 1
Esta decisión de Reyes de hacerse a un lado, trajo consigo una convulsión política para Nuevo León.2 En octubre de 1908 Díaz enviaba a Reyes a Europa con un proyecto sobre el servicio militar. La presencia de Reyes fue requerida por el propio Díaz (Flores, 1989: 20- 21). Aun1
2 Localmente para este período hay dos fuentes historiográficas invaluables: Montemayor Hernández, Andrés. (1989). Historia de Monterrey. Monterrey: Asociación de Editores y Libreros de Monterrey, A. C. Y Flores Torres, Oscar. (1989). Burguesía, militares y movimiento obrero en Monterrey (1909-1923). Monterrey: UANL, Monterrey.
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Hubo reyistas que urgieron a su líder para que resistiera con las armas a la eliminación política; entre ellos su hijo Rodolfo, muy dotado para la política. Reyes, sin embargo aceptó con sumisión el trago amargo. Sus biógrafos más caritativos tomaron esto como un asunto de patriotismo y de fidelidad personal a Díaz; otros le imputaron vacilación y cobardía y lo acusaron de ser el general Boulanger de México. Ambas posturas tenían algo de verdad. Reyes era tanto un producto como un instrumento del sistema porfirista, y a su servicio mostró poseer cierta energía y dotes de estadista. Empero, fuera o en contra del sistema, era como Anteo suspendido en el aire: débil y vacilante, alejado de limbo de la política de oposición, temeroso de comprometerse con el movimiento popular que siempre lo había alarmado. (Knigth, 2010: 94)
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que en realidad lo más probable era que hubiera la agitación “normal” previa a las elecciones: Como en todos los periodos de preparación de las elecciones presidenciales, la actividad política renace, y con ella se multiplican los diarios y por todas partes, las divisiones políticas. Cada grupo de las élites políticas, cada cadena de clientelas, busca colocarse en la competencia por el poder. Es lo que había ocurrido en 1891-1892, cuando se aborda la reelección indefinida, lo que ocurre entre 1901 y 1904, y, lo que sucederá después de 1908, en la crisis final del régimen. En estas épocas de intensa actividad política es fácil que aparezcan grupos que pasan de la oposición a una de las facciones de la clase política, a una oposición al sistema político en su conjunto. (Guerra, 1993: 32)
Reyes al haber rivalizado con Díaz, fue considerado un peligro y de ahí su exilio3. En 1909 Gerónimo Treviño, enemigo jurado de Reyes, y recientemente nombrado por Díaz como Jefe del Ejército del norte apostado en el noreste del país, empezó a actuar con libertad de maniobra en Nuevo León y sus cercanías. Treviño, tío de Francisco I. Madero, ayudaría poco tiempo después a los revolucionarios. En agosto de ese mismo año obligó al gobernador de Coahuila, Miguel Cárdenas, a renunciar. A finales del mismo mes la ciudad de Monterrey se 3 Flores argumenta: “A principios de 1909 y ante la proximidad de las elecciones, la oposición a su reelección del candidato oficial a la vicepresidencia -Ramón Corral- centró su atención en el gobernador norteño. El éxito que obtuvo como mandatario estatal, y la excelente impresión que sembró entre los años de 1900-1902 cuando ocupó la cartera de ministro de Guerra y Marina, desencadenó una fuerza frenética por parte de sus simpatizantes coordinados por los clubes reyistas de todo el país. En consecuencia, esto empezó a preocupar al grupo de los “científicos” que apoyaban al candidato oficial. Paralelamente, el anciano presidente, celoso por la creciente popularidad que alcanzó Reyes en los últimos meses, empezó una ardua labor de hostigamiento. En agosto del mismo año, el gobierno del centro jugó su carta más fuerte. El viejo divisionario y ex ministro de Guerra de setenta y tres años, Gerónimo Treviño, fue arrancado de la oscuridad pública y designado jefe de la Tercera Zona Militar con sede en Monterrey. A pesar de aceptar “sin entusiasmo y casi con indiferencia” el nuevo nombramiento, no desaprovechó la posibilidad, que siempre ansió, de destrozar el poder de Reyes, a través del control del ejército que volvía a sus manos después de casi 25 años” (1989: 22).
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inundó por el desbordamiento del río Santa Catarina. Murieron más de cinco mil personas. El 3 de septiembre de 1909, Bernardo Reyes renunció a la candidatura a la vicepresidencia de la república y con ello se disolvieron los diferentes Comités reyistas. En noviembre de 1909, frente del gobierno del Estado de Nuevo León, a la salida de Reyes, se quedó José María Mier, de 63 años de edad, un incondicional de Gerónimo Treviño. No solo fue un incondicional de Díaz, sino que se hizo de inmediato popular al impulsar la supresión absoluta de los juegos de azar, los cuales se habían desarrollado al amparo del anterior gobernante. Las casas de apuestas se habían convertido en centros de vicio, constantemente acarreaban problemas tales como escaramuzas, disparos y heridos en el centro de la ciudad. El cierre por decreto de la mayoría de ellos tuvo tal efecto en la población que tendió a nutrir el sentimiento antirreyista urbano. En la esfera pública, María Mier tuvo que afrontar las elecciones municipales, que en Nuevo León eran cada año, allá por el mes de noviembre; por lo que la entidad vivía constantemente el ejercicio político. Aunque el proceso estaba generalmente controlado por el gobernador en turno, pues desde antes se hacían y aprobaban las listas de los “candidatos” posibles, en 1909, se notó “una agitación política como hacía años no se había visto”, con motivo de la nueva situación imperante. Esto favoreció a unas elecciones menos controladas y más abiertas. El resultado de esta apertura por parte de la administración estatal fue la pérdida política, para el partido oficial, del municipio de Lampazos. El ayuntamiento oposicionista que encabezó el comerciante Celso Canales fue respetado durante toda su gestión (Flores, 1989: 28). La participación política local estaba asociada con los grupos empresariales locales, con la modernización; como ejemplo el candidato a la alcaldía de Monterrey: Ildefonso Zambrano. Su familia para 1905 poseía treinta y ocho compañías mineras, ocho fábricas de fundición, siderurgia, textil, azúcar, vidrio, cartón, ladrillera y editorial. Tres casas bancarias, dos compañías de transporte ferroviario urbano en Monterrey, dos compañías de espectáculos, un periódico y una compañía deslindadora. Además, existían otros casos de participación empre-
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sarial en la política local, en estas épocas; están sin duda los casos de Adolfo Zambrano, Manuel G. Rivero y Carlos Bernardi. El primero ocupó doce veces el cargo de diputado tanto local como federal, en el periodo que va de 1889- 1909; fue alcalde de Monterrey en 1897 y 1898. Manuel G. Rivero fue seis veces diputado, entre 1897 y 1909, y fue gobernador interino entre agosto y noviembre de 1902. Bernardi fue gobernador interino en diversos períodos entre 1891 y 1895, fue diputado local, alcalde de Monterrey de 1893- 1896 y senador en 1892 y 1896. La lucha de Francisco I. Madero no encontró mucho eco en Nuevo León; antes encontró animadversión de las autoridades que disolvieron una manifestación de bienvenida y fue aprendido el 7 de junio de 1910 en Monterrey. Sin embargo, Gerónimo Treviño, jefe militar de la zona y además, tío de Madero, apoyó más tarde la rebelión maderista. Aunque es lugar común decir que la rebelión maderista no llegó a Monterrey, sí existieron algunas incursiones en el resto del estado, pero no hubo enfrentamientos armados. Después del conflicto, se anunciaba públicamente que había existido un acuerdo de no tocar a Nuevo León: Un editorialista del periódico El noticiero -de nombre Juan Luis Cantú-, aseguró a fines de 1910, que Treviño y su sobrino político Francisco I. Madero estuvieron en constante comunicación e hicieron un pacto de no violencia en el estado, por parte de los correligionarios de este último. A pesar del pacto y como un síntoma de presión por parte de los pequeños grupos armados revolucionarios que trashumaban en la entidad, se iniciaron tardíamente en el mes de mayo de 1911 una serie de incursiones en las cabeceras municipales. Entre el 2 y el 17 de mayo, los jefes maderistas Pablo de los Santos Jr., Celedonio Villarreal y Sánchez Fuentes, robaron las tesorerías municipales de seis poblados adquiriendo un botín de 2,341 pesos. En algunas ocasiones se conformaron con préstamos emanados de los bolsillos de las autoridades. Este fue el caso del alcalde de los Aldamas, quien pagó “los haberes de la tropa” del jefe Celedonio Villarreal. Estos incidentes, aunque fueron va-
4 También ver Cantú, Juan Luis. (1948). Memorias de un modesto e ignorado revolucionario, 1908-1915. Monterrey: 57 y ss.
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Ya en junio de 1911, finalizado el levantamiento armado maderista, en la presidencia de Francisco León de la Barra, se le pidió a José Mier su renuncia para enviarlo a la Zona Militar de Querétaro. Tanto Treviño como Madero instaron a elecciones para nuevo gobernador. El ganador con 91.8% de los votos emitidos en Monterrey y 37,396 votos en todo el estado, fue Viviano L. Villarreal. Villarreal contaba con 73 años, era civil, casado con una de las hijas de Evaristo Madero, abuelo de Francisco I. Madero; era abogado de profesión, rico terrateniente. Fue Secretario General de Gobierno en los tres períodos que el general Treviño fue gobernador del estado 1867, 1869 y 1871. Fue gobernador de Nuevo León en 1879- 1885. Fue gerente del Banco de Nuevo León de 1892 hasta 1911, cuando volvió a ser gobernador. La coyuntura política no dejó de generar organizaciones políticas de todo tipo, lo que implicaba una vida política en efervescencia: emergieron a la arena política regiomontana partidos, clubs y organizaciones en pos del poder. Se puede decir de manera general que la preferencia política se polarizó, entre 1911 y 1912, en dos grandes grupos: los reyistas y los antirreyistas. Los antirreyistas, de manera paradójica pues en otras partes del país fue al revés, estuvieron ligados al maderismo y cuyo matiz regional giró en torno al cacique Gerónimo Treviño. Tanto Treviño como Madero no dieron ninguna concesión electoral en el proceso de elección a los poderes Judicial y Ejecutivo estatal. Sin embargo, sucedió todo lo contrario en la disputa por los escaños de la legislatura local. Los clubes reyistas, sumados en el Partido Reformista Independiente, lograron la mayoría de curules dentro del parlamento estatal (El Trueno, 6 agosto de 1911: 1). La aparición del maderismo en el estado, abrió la puerta a la participación de diferentes actores sociales que antes no tenían presencia en la esfera pública regiomontana, para 1911 se detonaron diferentes
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riados, respetaron el acuerdo de “no violencia” sin registrarse enfrentamiento armado alguno. (Flores, 1989: 44)4
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intereses por participar en las elecciones y en la política. Proliferaron los partidos, clubs y las organizaciones políticas por ejemplo el Club Popular Obrero, que tenía entre sus filas a personajes como Nicéforo Zambrano, de experiencia floresmagonista, organizador del Partido Antirreeleccionista y ex conductor de carros de mercancías entre las ciudades de Parras, Monterrey y Matamoros. También contaba con pequeños negociantes como el maderista Jerónimo Siller, un ex obrero de la fundición La Estrella y dueño de un taller de fundición. El Club Popular Obrero aglutinó una gran cantidad de profesionistas, pequeños comerciantes y obreros. El club ganó la segunda diputación estatal con el minero y pequeño propietario Eusebio Cueva, el cual computó 2 499 votos. Aliado con otro partido como el Reformista, apoyó el triunfo más contundente del sufragio que correspondió al diputado y jurista Jesús L. González en el primer distrito, con un número de votos jamás vistos en la entidad: 5 569. En los periódicos de la época empezó la preocupación de que llegara a existir una “tiranía popular”, que era necesario “continuar con el sistema establecido”; se consideraba “imprudente trastocar el actual orden de las cosas”; como obreros no estaban “capacitados” para participar en política: Los obreros de Monterrey que lograron elegir un diputado, se sienten capaces de elegir un Alcalde y todo un gobierno municipal, para satisfacer de ese modo sus aspiraciones de mejoramiento social. Muy bella es esa ambición y merecería no sólo la aprobación sino también la ayuda de todo ciudadano amante de la equidad político social, si no fuera porque el atraso en que desafortunadamente está nuestra clase obrera, la hace incapaz para gobernar a toda la sociedad. (El Trueno, 20 de agosto de 1911: 1)
Este Club Popular Obrero se dividiría y ya no volvería a aglutinar gente ni triunfos. Los movimientos no fueron más allá de la representación electoral. En mayo de 1912 en una cementera local, los obreros pidieron que su jornada fuera solamente de 10 horas al día, y si se prolongara que se les pagara el tiempo extra. El gobernador Villarreal y las autoridades de la empresa llegaron a un acuerdo en que solamente en
Las mesas de las mujeres que venden cena en los andadores del Mercado Juárez, lado poniente, fueron tomadas por asalto; y convertidas en tribunas donde oradores improvisados, se dirigían a los escandalosos. Tras haber una quebrazón de mesas y loza de las mujeres vendedoras, que corrieron inmediatamente, siguió la chusma gritando por la calle Juárez y Aramberri y otras, disolviéndose luego que se presentó un piquete de Fuerza de Seguridad Pública, de Infantería y otros de la misma fuerza de Caballería, así como la policía municipal, a pie y a caballo. La policía logró hacer varias aprehensiones de individuos considerados como instigadores. (El Noticiero, 6 de septiembre de 1911: 6)
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caso de que se comprobara que el trabajador había trabajado las diez horas completas, y se le requería un tiempo extra se le pagaría. Por su puesto que la comprobación nunca llegó y las jornadas llegaban hasta las 14 o 15 horas; el que se negaba a trabajar el tiempo extra gratis lo despedían. La rebelión orozquista tuvo pocas repercusiones en el estado. Solamente China y Dr. Arroyo fueron atacadas por gavillas de 20 a 40 hombres. Algunos ranchos fueron saqueados, pero no hubo participación de otro tipo en la entidad. En Nuevo León comenzó a tomar fuerza el Partido Reformista Independiente, de corte reyista, ya desde 1911. Organizaron reuniones todos los martes y sábados en la noche en una locación céntrica, como lo era las inmediaciones del Mercado Juárez. Los ánimos comenzaron a caldearse a partir de agosto. Al temer que resultara “un conflicto sangriento de lamentables consecuencias”, las autoridades estatales pudieron controlar en una primera ocasión un posible enfrentamiento entre las dos corrientes del momento, al anular para el día 20 de agosto de 1911, un par de manifestaciones -cada una de ellas- aprovechando el onomástico del general Reyes (Montemayor, 1971: 179). Sin embargo, el 5 de septiembre hubo un enfrentamiento entre reyistas y maderistas; los maderistas, más numerosos, llegaron a asediar a un anciano con barba por su parecido con Reyes y empezó una trifulca. El periódico de la época lo describe así:
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Los periódicos se convirtieron en “catalizadores del descontento”. El 15 de septiembre hubo enfrentamientos pero de tipo armado, que se reflejaron en 105 arrestados, 42 heridos y tres muertos. El reyismo tuvo sus problemas. Pues Reyes fue preso el 25 de diciembre de 1911 en Linares, por firmar un plan de destitución contra el gobierno de Madero. De aquí se desprende el ascenso local del llamado Partido Constitucional Progresista. Este partido postularía en junio de 1912 a Jesús H. Treviño, Jesús Aguilar González y Alfonso Madero, respectivamente tío, primo y hermano del presidente Madero. Frente a este grupo estaría otra figura del porfiriato: Nemesio García Naranjo quien junto con su primo Francisco Naranjo derrotaron electoralmente a los maderistas en el estado.
1913-1917 Para 1913 los ex reyistas se habían fortalecido en la legislatura local. Cuando se da el golpe huertista, el grupo emerge con más fuerza. Con la muerte de Bernardo Reyes en la decena trágica, el domingo 9 de febrero de 1913, fue resurgiendo el reyismo con más fuerza en la entidad. El 20 de febrero el gobernador de Nuevo León V. L. Villarreal renunció a la gobernatura. El Congreso volvió a dictaminar el regreso de Gerónimo Treviño. En marzo renunciaron todos los funcionarios del Municipio de Monterrey. Fueron arrestados sus principales líderes Nicéforo Zambrano, Alfredo Pérez y Jerónimo Siller. Aunque poco tiempo después fueron liberados y se unieron a la rebelión carrancista (Montemayor, 1971: 200). El ejército federal, al mando de Emiliano Lojero, encargado de defender la zona, se estacionó en Monterrey; se adueñó de la ciudad y solamente obedecía órdenes de México y no del gobernador. Por ello el 19 de marzo el gobernador Treviño presentó su renuncia. El 26 de marzo, por presiones de México, de Lajero y sobre todo de Rodolfo Reyes, hijo de Bernardo Reyes, se propuso para la gubernatura a Salomé Botello, de 36 años, reyista y amigo de la infancia de Rodolfo. Lo primero que hizo fue reunirse con la Cámara Nacional de Comercio de Monterrey y les pidió dinero para organizar la defensa del estado.
Los empresarios se modernizan al asumir el poder de una manera evidente, pues desde el punto de vista político, la recolección del dinero por parte de los empresarios fue todo un éxito. Según Flores, el grupo modernizador ocupó, cada vez más la esfera pública política, al punto de convertirse en referencia de los distintos gobiernos revolucionarios. La incidencia de los empresarios en la esfera pública neolonesa seguirá aún más allá de 1933. La participación de los empresarios en el poder se organizó para incidir económicamente y sostener 250 plazas para la defensa local. Algo muy similar ocurrió cuando se creó la “Junta Proveedora de Cereales”; nuevamente el gobierno del estado pidió la ayuda de los empresarios, en este caso de Adolfo Zambrano, José Garza y Vicente Ferrara, este último fue designado para hacer gestiones, en su carácter de gerente de Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey, para traer maíz, frijol y harina del extranjero. José L. Garza le da una línea de crédito por 50 000 pesos en el Banco Mercantil de Monterrey al gobierno para este fin (Flores, 1989: 78- 79).
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1) Una comisión de esta Cámara se acercará a los comerciantes, industriales, profesionista, propietarios, para que aporten un donativo especial, una cuota equivalente al valor de un año de las contribuciones que actualmente se paguen en el Estado, para formar un fondo que se destinará al sostenimiento de las fuerzas auxiliares que dependían directamente de ese Gobierno, en la defensa de la ciudad de Monterrey. 2) El monto se cubrirá en el término de tres meses recaudándose en la Oficinas del Gobierno, dando mensualidades de una tercera parte del monto total. 3) Se extenderán las gestiones a aquellos que no formen parte de ella. 4) El local de la Cámara se abrirá para registrar ideas y donaciones para darlos a conocer al Gobierno del Estado. (Minutas, 1913: caja 06)
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A cambio, el 5 de abril, el gobierno de Botello promovió la exención de los impuestos federales de pacificación. La medida tuvo una gran aceptación y empezó a participar, a través de discursos, manifestaciones y aportaciones en metálico. La Cámara se encargaría de recolectar el dinero y de hacerlo llegar al gobierno:
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En contraste en ese mismo año se pueden encontrar muchas protestas por las malas condiciones de trabajo; los empresarios son acusados constantemente de rebajar pagos, cobrar rentas innecesarias, falta de servicios médicos y escuelas, y explotación de niños menores de 14 años. Sobre todo en el ramo de algodón los problemas se hicieron más fuertes y a mediados de 1913 los obreros tuvieron oportunidad de dialogar con el visitador del Departamento del Trabajo, y el gobierno huertista obligó a las empresas a mejorar las condiciones de trabajo. Otro golpe para los empresarios fue el despido masivo de los empleados del ferrocarril, lo que hizo aun más difícil el transporte de productos para el comercio. El 22 de octubre de 1913 las tropas de González Garza iniciaron el asedio de la ciudad de Monterrey por su lado norte; le tocó a las instalaciones de la Cervecería Cuauhtémoc. Para el día 24, estaban a las puertas del Palacio de gobierno, pero un refuerzo inesperado de 4 000 hombres de los ejércitos huertistas, salvó la plaza y la caída del gobierno. A partir del ataque fallido el gobierno estatal quedó en manos de los militares huertistas. Empezó a generarse el problema de sostenimiento de la tropa federal, que con la leva en aumento se hizo muy profundo. En diciembre de 1913, la falta de liquidez en los bancos locales obligó a cerrar sus puertas y declararse en quiebra. En enero de 1914 el gobierno del estado pidió un préstamo para ayudar a los caídos en la batalla de octubre de 1913. En febrero de 1914 se promulgaron leyes que proponían nuevos impuestos. La escasez y la destrucción de las comunicaciones sirvieron para aumentar el descontento y la incertidumbre ya existente en la población. De esta época, de principios de 1914 data entonces una previsión del gobernador Botello de guardar en un banco local, propiedad de Patricio Milmo, los fondos estatales; con previsión los guardó para tiempos mejores, siete años después, los fondos federales aparecieron. El 18 de abril se reinició la toma de la ciudad. Para el día 24 de abril la toma estaba consumada y la plaza se rendía. Por primera vez el grupo oligárquico de Monterrey, fue atacado y tuvo que huir del lugar. Como los empresarios y el gobierno huyeron de la ciudad, la ira carrancista se descargo contra el clero católico que había apoyado al
El programa de gobierno, esbozado en el decreto del 9 de abril, contempló igualmente los punto siguientes: fundación, apoyo y estímulo por parte de las autoridades revolucionarias a la creación de periódicos revolucionarios de carácter doctrinario, encargados de difundir los “ideales de justicia y libertad para modificar radicalmente el estado social y económico del país”; ocupación garantizada en todos los pueblos conquistados para todos aquellos que sepan arreglar armas y limpiarlas; creación de escuelas rudimentarias rurales; suspensión de las “Jefaturas Políticas”; ayuda a huérfanos y viudas de la revolución; salario mínimo de un peso diario; casas para los peones en condiciones salubres cuya distribución no sea menor de cuatro cuartos, retrete y un pequeño corral; seguro de invalidez y ancianidad a todo jornalero que haya trabajado para un hacendado más de diez años; creación de talleres públicos y colonias agrícolas e industriales para la rehabilitación de los vagabundos; y finalmente, el derecho de confiscar, por parte de las autoridades militares, todo carbón de piedra, hulla o petróleo que exista cerca de los ferrocarriles con el fin de utilizarlo para su movimiento, a excepción del que se destine a usos domésticos e industriales fabriles de producción alimenticia. (Flores, 1989: 102)
Antonio I. Villarreal fue nombrado gobernador interino; de 35 años, compañero de lucha y de cárcel de Flores Magón, Villarreal era
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huertismo. Los intereses empresariales no fueron tocados por la revolución, por cuatro años, hasta la caída de Huerta. También en Nuevo León el constitucionalismo fue radical en su política y conservador en su estructura. Si bien propugnaba por un ataque abierto al clero, también fue cierto que se aplicaron con discrecionalidad muchas medidas propuestas por el carrancismo. El 9 de abril de 1914 en Matamoros, se expide un decreto que contenía muchos de los acuerdos de la Constitución de 1917. De pensamiento laico, presuponía la separación entre la Iglesia y el Estado. Pero, sobre todo, en interés de la esfera pública contenía elementos muy interesantes, como el asunto de los periódicos revolucionarios:
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un maestro rural con influencia liberal radical. Desde los inicios de su gobierno en abril de 1914, inició una campaña de ajusticiamiento contra el clero en el estado. Se les pidió a todos los alcaldes de todos los municipios en Nuevo León que guardaran las llaves de los templos; pero que antes de entregar las llaves a los practicantes, se procediera a quemar los confesionarios. En muchos pueblos se llevaron a cabo fusilamientos de imágenes religiosas: Otras medidas que se impulsaron fue la expulsión de todos los sacerdotes extranjeros, clausura de colegios católicos; prohibición de la confesión; se prohibió el uso de las campanas de las iglesias, a no ser por causa de las fiestas patrias o para celebrar los triunfos constitucionalistas. A quien desobedeciera estas medidas, se le cobraba una multa de 500 pesos o cuatro meses de cárcel. Para principios de mayo de ese mismo año, empezó la confiscación de propiedades. Al fin de año se habían incautado cerca de setenta fincas urbanas, al menos. Pero también hay datos de expropiaciones en los municipios del sur y del norte del estado. Muchas de las fincas intervenidas dejaron de producir lo suficiente para comerciar, y sólo alcanzó para alimentar a las tropas de ocupación. Se hablaba de hasta un 50% de absorción por parte de los militares de los productos de las fincas agrícolas. (Flores, 1989)
También se confiscó la Cervecería Cuauhtémoc y la Cementera Hidalgo. Para intentar negociar un poco con las políticas de confiscación de bienes, la Cámara Nacional de Comercio intentó dialogar con Carranza. El 2 de junio se reunieron, junto con el gobernador Villarreal, pero el resultado fue la amenaza expresa de Carranza. Y dos días después se promulgó un decreto contra los acaparadores y se fijaron precios para los productos básicos (frijoles, maíz y harina). Otro problema fue el de la circulación del dinero constitucionalista; que comparado con el valor metálico del oro y la plata, llegaba a depreciarse hasta un 20%. Además que dejaron de existir las monedas de uno o dos centavos, necesarias para transacciones pequeñas. El gobierno estatal tuvo que emitir vales con un sello para estos valores pequeños y las transacciones chicas.
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En noviembre de 1914 se dio una huelga en la Compañía Minera Fundidora y Afinadora Monterrey, S.A. Los obreros, reunidos en un sindicato espontáneo, pedían aumento de salario, jornada de ocho horas y la destitución de los capataces despóticos. El movimiento fue resuelto con artimañas legales, a favor de la empresa; las autoridades estatales y municipales se hicieron de la vista gorda y las peticiones de los obreros fueron desoídas. Para enero de 1915, el gobierno constitucionalista dio marcha atrás a la política de expropiación; se procuró devolver las fincas incautadas, pero sobre todo las empresas a sus dueños originales. Una de las razones de esta decisión fueron los malos manejos que prácticamente quebraron a las empresas en cuestión de meses; otro que se menciona es la presión que ejercieron los asociados norteamericanos sobre el gobierno carrancista. Tras el rompimiento con el villismo y la Convención de Aguascalientes, hacia finales de 1914, los constitucionalistas comenzaron a replegarse militarmente. Pablo González Garza decidió atrincherarse en Matamoros. Antonio I. Villarreal y un ejército de más de cinco mil efectivos decidió presentar batalla a Felipe Ángeles en Saltillo el 6 de enero de 1915. El ejército constitucionalista fue destrozado y desperdigado. Villarreal salvó la vida y al llegar a Monterrey decidieron evacuar la ciudad. El 11 de enero de 1915 la Cámara Nacional de Comercio de Monterrey, ante el vacío de autoridades, decidió formar la llamada “comuna empresarial”. Es decir que ante la falta de orden el grupo modernizador local decidió intervenir y aportar el orden que se necesitaba. El término “comuna empresarial” fue utilizado por Juan Luis Cantú, para definir la administración municipal de emergencia por parte de los empresarios. Las primeras disposiciones, en enero de 1915, que adoptó este gobierno emergente fueron combatir la escasez de alimentos de Monterrey. Del 11 al 15 de enero siguieron tomando disposiciones. El día 15 entraron las fuerzas de la Convención al mando de Felipe Ángeles y la organización continuó trabajando. Felipe Ángeles asumió el cargo de gobernador. Y varios miembros del grupo empresarial fueron tomados en cuenta para diversos cargos. José Videgaray fue nombrado alcalde, el 24 de enero; y varios empresarios como Carlos Garza Cantú, Francisco Zambrano, Adolfo Garza Zambrano
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y Lorenzo H. Zambrano, fueron nombrados miembros del cabildo (Cantú, 1948: 67). El 16 de febrero de 1915, el cabildo junto con el voto de los generales convencionalistas, postularon a un nuevo gobernador, empresario local, Raúl Madero, hermanastro de Francisco I. Madero. El 13 de marzo de 1915 expidió un decreto en el que se hacía cargo de las labores de repartición de alimentos, que hasta entonces había estado en manos de la organización empresarial. También se pidió dinero a los bancos para apoyar a los campesinos y así pudiesen producir los alimentos necesarios; se expropiaron las tierras sin cultivar para que fueran rentadas y sembradas en el corto plazo; el decreto proponía a los nuevos arrendatarios sembrar las tierras a más tardar en un mes en parcelas no mayores de diez hectáreas por individuo. Los convencionalistas le restituyeron sus propiedades al clero, que les fueron expropiadas por los carrancistas. Y cuando Villa visitó la ciudad, el 15 de marzo, obligó a los empresarios a repartir al menos un millón de pesos entre la gente del “pueblo”; a los empresarios, bajo amenaza de fusilamiento no les quedó más que repartir el dinero. Tardaron 5 días en reunir la suma y el día 20 de marzo se llevó a cabo la repartición del dinero. En abril las derrotas villistas en Celaya pusieron en entre dicho la hegemonía militar de los gobiernos convencionalistas; en Nuevo León el gobernador Raúl Madero se trasladó a la Hacienda de Anhelo, en Coahuila, el 19 de mayo. No tuvo que combatir, y logró sobrevivir hasta finales de agosto, cuando decidieron finalmente refugiarse en Estados Unidos. El alcalde Videgaray también huyó con Madero. Con la salida de las autoridades de Nuevo León, la administración quedó acéfala hacia finales de mayo (Flores, 1989: 131). El 23 de mayo entró el ejército constitucionalista a Monterrey y se nombró gobernador interino a Idelfonso Vázquez, quien inmediatamente pidió apoyo a los miembros de la Cámara de Comercio para afrontar la hambruna que afectaba a Nuevo León. Nuevamente los comerciantes prestaron dinero al gobierno entrante, creando un “Fondo de Auxilio”; el Consulado norteamericano, también aportó el transporte a la frontera de frijol y maíz a través de la Cruz Roja.
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Se empezó a repartir gratuitamente alimentos básicos. Para el mes de julio la hambruna era abatida. El 15 de junio Pablo A. de la Garza fue nombrado gobernador; y sus primeras medidas fueron el regreso de todo lo confiscado a sus dueños originales. Con el gobierno de la Garza se volvieron a organizar diversos aspectos de la política local, como lo eran las elecciones, pues se intentó que hasta agosto de 1917 se convocaran otra vez. Ante este panorama, muchos militares, elementos del cuerpo del ejército del noreste se fueron enriqueciendo, adquiriendo un prestigio de carácter local y nacional. Un ejemplo de ello fue el general Jacinto B. Treviño, quien trabajó en la Comisión Reguladora de Algodón e hizo grandes negocios para los empresarios laguneros, el cual fue sustituido por Francisco Murguía, otro empresario-carrancista. En el mismo perfil se encontraba Nicéforo Zambrano, quien fue elegido diputado federal en noviembre de 1916 y gobernador en julio de 1917. Zambrano se convirtió en una figura muy cercana a Carranza; también fue, a nivel local, un gran terrateniente y acaparador del espacio urbano en Monterrey, miembro de la Cámara de Comercio local. La candidatura de Zambrano a la gubernatura fue auspiciada por el Partido Constitucional Progresista, apoyado por la élite local. Se le considera el primer candidato de la élite local a un puesto de elección popular de la etapa constitucionalista. Zambrano, que en sus orígenes durante el porfiriato era conductor de carros de mercancías en la frontera, pero que fue acumulando riqueza hasta hacerse de terrenos muy codiciados en Monterrey. La élite local lo reconocía como su miembro, y desde ahí se planteó la posibilidad de una estabilidad política, en parte debida a la ausencia en Nuevo León de grupos de villistas o zapatistas; pero también se buscó una aplicación localista a la nueva legislación naciente: la Constitución de 1917. En este sentido se buscaba conciliar los intereses del capital y del trabajo, de los empresarios y de los obreros; en septiembre de 1916, el sindicato de obreros textiles de la fábrica “El Porvenir” se puso en huelga, pidiendo aumento salarial. El dueño, Manuel G. Rivero, se negó arguyendo que las condiciones le impedían subir los salarios, pues quedaría en desventaja competitiva. Pero el gobierno de Pablo de la
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Garza falló a favor del incremento de salario y el empresario tuvo que acatar. En abril de 1917, esta misma empresa se negaba a llevar a cumplimiento las leyes emanadas de la Constitución de febrero de 1917, específicamente los acuerdos salariales. El mismo presidente Carranza tuvo que intervenir, envió un telegrama amenazando con “intervenir las empresas” que no quisieran acatar las disposiciones. En mayo de ese mismo año, los empresarios solamente aceptaron un incremento salarial del 30%, con respecto al que ya se pagaba desde 1912. La jornada de trabajo se fijó en diez horas, pues así se estipulaba en la tarifa de 1912, en pocas palabras se impuso la decisión de los empresarios de resistirse a los cambios constitucionales. Otro caso fue el de Cervecería Cuauhtémoc, en febrero de 1917, donde en un acuerdo de 1915 se prometía a los obreros subirles el sueldo en un 50%, pero la empresa se negó. Entonces un grupo de trabajadores inconformes se quejó con el Gobernador, pidiendo el aumento salarial o que por lo menos se les vendieran artículos de primera necesidad a mitad de precio. La administración de Cervecería anunció la clausura de la fábrica, bajo el pretexto de pérdidas. En un telegrama el gobernador de la Garza le comunicaba a Carranza la decisión de la empresa, agregando que el cierre también afectó a la población pues la fábrica de hielo, que tenía la cervecería, servía para mantener refrigeradas vacunas y medicamentos necesarios para la salud pública (Flores, 1989: 149). Carranza le respondió al Gobernador que incautara la fábrica de hielo y que la administración municipal se hiciera cargo de ella. De la Garza se reunió con los empresarios el 5 de febrero de 1917 y éstos decidieron conceder el aumento y reabrir la Cervecería, con lo que se conjuro la incautación. Después de la salida de la Garza de la gubernatura, en marzo de 1917, le siguió de manera interina el general Alfredo Ricaut, (del 24 de marzo al 30 de mayo de 1917), quien durante su gestión fue consultado por empresarios locales de ASARCO, para la aplicación del artículo 123, fracción XXI de la entonces nueva Constitución, sobre si los empresarios estaban obligados a indemnizar a los empleados que fueran despedidos injustificadamente. Ricaut respondió a favor de los empresarios, argumentando que tal ley era inaplica-
Conclusión En este trabajo se fue dibujando cómo la participación política local, primero reyista y maderista, fue cambiando la vida política local. Siguiendo con la tradición modernizante, los empresarios locales hicieron su irrupción en la política local, tanto a inicios del siglo XX, como en los momentos críticos de la Revolución. La esfera pública sufrió el vértigo de la aceleración revolucionaria; los tiempos de expo-
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ble en la realidad y que la empresa era libre de contratar y despedir a los trabajadores que ella considerara según sus intereses. Aún con este panorama tan favorable a los empresarios, hubo empresas que hablaban de grandes pérdidas durante el período revolucionario, por ejemplo Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey, S.A., que tuvo que cerrar, pues su producción y ventas se redujeron dramáticamente. Sobre todo de 1911 a 1915, las pérdidas fueron muy grandes; en 1916 el Banco Nacional de México les otorgó un préstamo de casi cuatro millones de pesos para salir de la penosa situación. La Cervecería tuvo pérdidas importantes en el mismo período, pues su ventas para 1915, se vieron reducidas a la mitad de las que se tenían en 1909. Con el gobierno de Nicéforo Zambrano, que inició a partir de julio de 1917, se puede hablar de una búsqueda de “pacificación”, es decir, restablecer el orden legal necesario para poder realizar las actividades comerciales en la entidad. Para ello, el gobernador Zambrano, en septiembre de 1917 pidió un préstamo a los principales negocios regiomontanos, juntando una suma de 20 000 dólares. Y además logró reunir más de ciento veinte mil pesos, para un fondo federal de “Timbres” ideado por el carrancismo. Hacia finales de 1917, el 16 de diciembre, los tres poderes locales protestaron la nueva Constitución estatal, que en lo esencial retomaba las bases de la Constitución de Querétaro. Este gobierno se caracterizaría por su persecución y hostilidad hacia los movimientos obreros locales, que a raíz de la Constitución de 1917, empezaron a constituirse. Ese y otros aspectos quedan fuera del presente artículo y merecen un tratamiento más profundo, de manera posterior.
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ner las ideas, la escritura política y la comunicación tomaron un papel que antes no tenían. La Revolución Mexicana traerá a Nuevo León la irrupción de distintos grupos armados en la ciudad de Monterrey, pero al mismo tiempo la aparición constante, en la administración pública, de los empresarios regiomontanos. Surgirá la “comuna empresarial”, como forma de organización cuya presencia intentará ordenar el caos revolucionario, aunque sea de manera local. Esta organización empresarial, diez y veinte años después, respectivamente, será antecedente de la Canaco y Concamin, Acción Cívica Nacionalista y PAN, organizaciones empresariales. En un intento de señalar el impacto revolucionario en la entidad, diríamos que la Revolución Mexicana, reforzó socialmente a los grupos modernizadores locales, sin que con ello se detuvieran, a largo plazo, los grandes desarrollos e intereses económicos locales. Pero también dejó entrever, la posibilidad de perfilar internamente el estudio de la política local, mediante el rastreo de pugnas, diferencias y distancias, de los grupos modernizadores empresariales con los gobiernos federales subsecuentes; es decir perfila una historia política de acuerdos y rupturas, encuentros y desencuentros que aún está por escribirse.
Bibliografía Cantú, José Luis. (1948). Memorias de un modesto e ignorado revolucionario, 1908-1915. Monterrey. Cosío Villegas, Daniel. (1972). Historia Moderna de México. El Porfiriato. La Vida Política Interior. México. Flores Torres, Óscar. (1989). Burguesía, militares y movimiento obrero en Monterrey (1909-1923). Monterrey: UANL, Monterrey. Guerra, Francois-Xavier. (1993). México: del Antiguo Régimen a la Revolución. México: FCE. Knight, Alan. (2010). La revolución mexicana. Del porfiriato al nuevo régimen constitucional. México: FCE. Montemayor Hernández, Andrés. (1971). Historia de Monterrey. Monterrey: Asociación de Editores y Lebreros de Monterrey, A. C. Niemeyer, V. (1966). El general Bernardo Reyes, Monterrey.
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Abstract
In this essay, the author focuses in the main character of Adelita and the guerrillas, by José G. Cruz, to carry out an analysis on how this protagonist was good to summarize in the popular culture some aspects of the Mexican Revolution, mainly the one leaded by Pancho Villa. First there is a review of the Mexican Revolution, mainly the one leaded by Pancho Villa. First there is a review of the Mexican popular comic history and the destination of some of their representative series, the there is a summary of the professional career of José G. Cruz and, finally, an analysis of the Adelita and the guerrillas series from the graphical and literary point of view, with special interest in the depiction of the masculine and feminine characters and the depiction of the historic period through the overwhelming fantasy of an odd and singular author: José G. Cruz.
Key words: Mexican Revolution, Mexican Comic-Book, José G. Cruz, Adelita, popular culture
Resumen
En este ensayo el autor se centra en el personaje protagonista de Adelita y las guerrillas, de José G. Cruz, para llevar a cabo un análisis de cómo este personaje sirvió para sintetizar en la cultura popular algunos aspectos de la Revolución Mexicana, sobre todo aquella protagonizada por Pancho Villa. Primero se realiza un repaso de la historia del cómic popular mexicano y del destino de algunas de sus series representativas, se procede luego a un resumen de la trayectoria profesional de José G. Cruz y, finalmente, se analiza la serie Adelita y las guerrillas desde el punto de vista gráfico y literario, con especial interés en la representación de los personajes masculinos y femeninos y la representación del periodo histórico a través de la fantasía desbordante de un autor extraño y singular: José G. Cruz
Palabras clave: Revolución Mexicana, cómic mexicano, José G. Cruz, Adelita, cultura popular
Adelita: una heroína de papel para una revolución en viñetas
Ricardo Vigueras-Fernández1
Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Profesor-investigador. Correo de contacto: r_vigueras@yahoo.com 1
Fecha de recepción: 07 de abril de 2011 Fecha de aceptación: 16 de agosto de 2011
Adelita: una heroína de papel para una revolución en viñetas
El caso del asesinato sin cadáver1 Quien hoy se asome por los kioscos de México en busca de historietas autóctonas (denominadas pepines en tiempos gloriosos)2 difícilmente encontrará motivos para la maravilla. Cuesta creer que México, donde los cómics llegaron a gozar de una importancia sin parangón en el resto del planeta, tenga hoy una producción cualitativamente tan poco representativa. Poco podrá encontrar más allá de las reediciones de dos clásicos de doña Yolanda Vargas Dulché (Memín Pinguín y Lágrimas y risas y amor), el archiconocido Kalimán3 y los volúmenes en los que, de un tiempo a esta parte, la Editorial Porrúa reedita, sin mucho orden ni concierto, las simpáticas aventuras cotidianas de la Familia Burrón de Gabriel Vargas. Y sin el más mínimo criterio historicista o completista. Durante mis más de quince años de estancia en México y residencia en Ciudad Juárez he buscado infatigablemente cómics autóctonos mexicanos, no sólo contemporáneos, sino sobre todo clásicos. He podido dar con muy poco. Tan poco, que creí que el cómic mexicano había sido siempre tan pobre y tan escasamente representativo de la vida nacional como podría deducirse de las pocas series y muestras encontradas. Recuerdo que en cierta ocasión me enzarcé con el novelista Mauricio Carrera (gran conocedor del medio) acerca de la nula repercusión del tebeo mexicano. Con la perseverancia del ignorante, me confirmé en mis trece mientras Carrera, con mucho mejor tino y más conocimiento, me enumeraba series y autores que merecieran una más que justa reivindicación. Pero la pregunta que me quedó entonces, persuadido ya de la importancia desconocida del cómic mexicano, me
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2 Como en el caso español del vocablo “tebeo” (que procede de la cabecera de la revista TBO), la palabra “pepín” para designar a los cómics mexicanos toma su nombre de la revista Pepín, que comenzó a publicar en marzo de 1936 José García Valseca y que durante más de dos décadas fue la revista “de monitos” más popular y vendida de la nación. 3 Kalimán nació como radionovela en 1963, creado por Rafael Cutberto Navarro y Modesto Vázquez González. A partir de 1965 empezó a publicarse en cómic con guiones de Víctor Fox y equipos artísticos variables. Su enorme éxito le hizo alcanzar la cifra de 1351 números y distintas reediciones hasta hoy.
Fuente indispensable para el conocimiento y comprensión de lo que hemos sido, nuestras historietas, sin embargo, son leyenda. Para el público y los investigadores, la inmensa producción histórica es prácticamente inaccesible. Paradójicamente, cuando ha llegado el tiempo de revaloración de la historieta mexicana, cuando toca la hora de su arqueología, las fuentes disponibles son muy escasas. Los ejemplares de las revistas de monitos, tan omnipresentes como ninguneados en su momento, han sido devorados 4 En 2006 apareció en CD-ROM el Catálogo de historieta mexicana del siglo XX, debido a los mismos autores y a Jacinto Barrera. En este caso no se trata de la prolongación y conclusión de Puros cuentos, sino de una catálogo de obras y autores que abarcan toda la historia del medio.
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la formuló la importancia incognoscible del cómic mexicano. ¿Dónde estaban todos esos cómics? La lectura posterior de los tres volúmenes que Aurrecoechea y Bartra dedicaron a la historia del medio (Puros cuentos I, 1988, II, 1993 y III, 1994) me hizo conocer numerosas series y autores que, desgraciadamente, sigo sin poder leer. Hay que tener en cuenta, además, que los imprescindibles tres volúmenes de Puros cuentos son un testimonio inacabado, ya que esta historia del cómic mexicano llega sólo hasta 1950. A pesar de que un cuarto tomo fue anunciado (lo que presumiblemente indica que sus autores lo escribieron), éste nunca llegó a ver la luz.4 Cualquier aficionado al cómic, debería andar al corriente de cuáles son sus propios clásicos. No sólo los clásicos universales (principalmente estadounidenses, más tarde europeos y recientemente japoneses) que han influido sobre los cómics del resto del mundo, sino de sus propios clásicos nacionales, aquellos que no por su falta de méritos, sino por razones de distinta índole, no han trascendido más allá de las fronteras de cada país. Un francés conoce a Barbe-Rouge de Charlier y Hubinon, como un italiano sabe quién es Tex Willer igual que un español ha oído hablar de El Capitán Trueno. ¿Dónde están los clásicos del cómic mexicano? Parece ser que no soy el único que lamenta el incognoscible reino del pepín. Cederé ahora la palabra al ya mencionado Aurrecoechea:
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por el tiempo y el olvido: se han convertido literalmente en polvo. Los escasos números que sobreviven se encuentran en manos de celosos coleccionistas y el único acervo público existente el de la Hemeroteca Nacional de México (http://www.pepines.unam.mx) sólo está parcialmente clasificado.
Las nuevas tecnologías deberían salir al rescate de las viejas historietas, como de hecho ya lo hacen. Antes del desarrollo y éxito de nuevos soportes de lectura como el libro digital y el iPad, la industria mundial del cómic ya advirtió que los aficionados e historiadores de todo el mundo escaneaban y compartían toda clase de cómics a través de descargas desde eMule, torrents o distintos almacenes conocidos como shares (los callejones de Internet). Contribuyó a ello que los cómics son más cómodos de leer en la pantalla de la computadora que los libros de literatura, ya que el dibujo parece lucir en pantalla, si no mejor que sobre el papel, sí al menos no tan mal. La lectura de cómics en soporte digital ha sido fundamental durante la última década. El efecto más beneficioso es que la globalización ha llegado al cómic. El cómic adoleció siempre de falta de globalización. Cualquiera que desee leer el Hamlet o El Quijote en Inglaterra, España o Francia puede conseguirlos con facilidad, o recurrir a cualquier traducción. Las obras maestras de la literatura están en su mayor parte globalizadas, por lo que podemos hablar de autores y obras de presencia universal. En cambio, ¿pueden los lectores de esos países acceder con la misma facilidad a ediciones o traducciones de Terry y los piratas, de Milton Caniff, o al Tintín de Hergé? Hasta hace una década, no. Ahora, bastan unos golpes de clic para que el universo del cómic pueda llegar hasta uno mismo gracias a la generosidad de personas anónimas que no cobran nada por su tiempo ni por su esfuerzo. Algunos también los llaman “piratas”. Entonces, ¿dónde están los clásicos del cómic mexicano? Diseminados por Internet, pero no lo suficiente. Cuesta hoy creer que la historieta mexicana fuera, después del cine denominado “de la Edad de Oro”, un pequeño imperio latinoamericano en expansión a la con-
5 Taringa: Inteligencia colectiva, en: http://www.taringa.net/
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quista de mercados. La historieta mexicana llegaba a los mercados de Colombia, Chile o Perú (entre otros países) y competía en igualdad de condiciones con las publicaciones locales o con los todopoderosos cómics de prensa de Estados Unidos. En muchos casos, era México quien servía de puente entre el comic-book de superhéroes norteamericano y el lector de habla hispana (incluso durante los últimos años de la España de Franco, la Editorial Novaro nos nutría de supermanes y bátmanes en ingenua y entrañable traducción campirana). Hoy existen ciertas páginas como Taringa5 desde las cuales es posible descargar un elevado número de ejemplares de personajes representativos (con Kalimán a la cabeza), pero también hay un reducido número de blogs que comparten desde toda América Latina muchos clásicos de la historieta mexicana. Sin embargo, a pesar de que sólo de esta manera es hoy posible leer obras como Adelita y las guerrillas de Cruz, Los Supersabios de Germán Butze o Rolando el Rabioso de Gaspar Bolaños, la gran mayoría de las publicaciones compartidas de origen mexicano son fundamentalmente de superhéroes norteamericanos como los de la editorial DC (fundamentalmente representadas por la Editorial Novaro) y Marvel (Editorial La Prensa), que sirven a los aficionados para llenar importantes huecos en la trayectoria de estos personajes en su traducción al español. Otras páginas se encargan de establecer y ordenar las correlaciones entre las publicaciones mexicanas y las originales en inglés, ya que la longeva existencia de algunos de estos iconos de la cultura popular estadounidense, y el desorden con que éstos fueron editados, hacen imposible saber a qué publicación original se corresponde tal o cual historieta de Linterna Verde (por poner un ejemplo) publicada en cierto número del Superman de Novaro en los años 70. Que los cómics superheróicos estadounidenses sean populares en México no es ninguna sorpresa. Así sucede también en Francia, España o Italia, países con una producción autóctona de cierta importancia (como en el caso de España), o de una elevada importancia (como en el caso los otros países citados). La gran diferencia consiste en que en tales países la importancia de la historieta es tanta que la presencia de
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los héroes de pijama no merma la producción nacional. Algunos países tienen sus propias versiones de los superhéroes norteamericanos (como el Spider-Man hindú o el Batman japonés),6 pero en general la producción nacional goza de buena salud y ventas millonarias impensables en otras latitudes (tal es el caso de Tex Willer en Italia o de XIII en Francia y Bélgica). Quizá el “enemigo común” occidental sea el manga o cómic japonés, que desde los años 80 ha cautivado a toda una generación de nuevos (y no tan nuevos) lectores, imprimiendo su peculiar estilo a los dibujantes más jóvenes de distintos países occidentales. Pero la presencia del manga en nuestras vidas ha venido, en general, para enriquecerlas, y es difícil sustraerse a la calidad y encanto de numerosas obras maestras que Japón ha producido desde el fin de la II Guerra Mundial hasta nuestros días. La demonización del manga, que todavía es notoria en personas de cierta edad y/o gustos conservadores, demerita más a quienes esgrimen razones contra el manga que al manga mismo. La historieta mexicana contó con ventas millonarias en otro tiempo. ¿Y hoy? Hoy también, aunque las cabeceras que arrasan en los kioscos, que son compartidas por multitudes y revendidas hasta la saciedad en mercadillos de segunda mano ya no tienen nada que ver con aquella historieta autóctona que cultivaba el culebrón argumental y el melodrama desaforado. Publicaciones como El Libro Vaquero, Sensacional de Mercados o Relatos de presidio, con su mezcla de erotismo rijoso y violencia desbordante, no alcanzan, por lo general, mínimos de calidad que permitan parangonarla con obras del pasado. Estos nuevos cómics, bautizados por Daniel K. Raeburn como ghetto librettos7 (la denominación lo dice todo) provocan el horror de estudiosos de 6 En Italia, por ejemplo, producen sus propios cómics con los personajes más representativos de Walt Disney, en muchos casos con ambas cotas de calidad. En la edad de oro de la publicación de historietas en México, la Editorial La Prensa llegó a publicar historietas autóctonas de personajes Marvel como Spider-Man o el Sargento Furia. 7 Daniel K. Raeburn es editor de la revista The IMP, que dedicó su número 4 (un imprescindible monográfico de más de 100 páginas) a estudiar estos cómics populares mexicanos. La revista puede descargarse gratuitamente en PDF desde su página web: http://danielraeburn.com/home.html
8 Un estado de la cuestión podemos leerlo aquí: http://www.pepines.unam.mx/index. php?vl_salto=1
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todas latitudes como manifestaciones de un arte en profunda y quizá irreversible decadencia. Lo cierto es que poco de bueno puede decirse de ellos en términos literarios y artísticos, y su análisis, más que interesar a estudiosos de la literatura y del arte, interesará sobre todo a sociólogos que quieran ilustrar de alguna manera el conocimiento del México contemporáneo en términos del imaginario colectivo y otras representaciones de la sociedad. Se podrá argumentar que tal clase de historietas de sangre y sexo también fueron populares en otras latitudes (pienso en el pornofumetti italiano de los años 70), y en cierto modo lo siguen siendo en todas partes, pero en tales casos nunca han constituido el grueso de la producción autóctona nacional, sino sólo una parte de ella. Y los clásicos nunca fueron desterrados, sino que permanecieron más allá de estas modas. Mientras tanto, los clásicos de la historieta mexicana caen en el olvido, que es la peor forma de muerte. Mientras que hoy día es posible descargar de Internet toda o buena parte de la producción clásica de Italia, España, Estados Unidos o Francia (y hablamos de material clásico que no sólo se comparte en la red, sino que se reedita en sus países de origen y se vende en librerías), perfectamente ordenada y con pocas carencias, los clásicos de la historieta en México son poco compartidos porque, principalmente, nadie los conoce. Salvo en los casos anteriormente citados (la obra de Vargas Dulché, Kalimán o la Familia Burrón), nada de esta producción nacional clásica se reedita, con lo que tampoco su difusión por la red puede llegar de forma sistemática ni ordenada. En la Hemeroteca Nacional, a pesar de sus buenos deseos y trabajo constante, todavía no saben muy bien lo que tienen.8 En definitiva, el desinterés por una parte tan importante de la vida cultural del México del siglo XX ha sumergido a la historieta mexicana en el caos, la degradación, la pérdida y el desconocimiento originados por décadas de progresivo desmantelamiento en términos culturales, económicos y sociales del que fue el país más desarrollado de América Latina.
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Quizá el ejemplo más triste de todo esto sea la imagen del gran artista Ángel Mora (creador gráfico de Chanoc, que alcanzó ventas millonarias) vendiendo un puñado de sus originales a 350 pesos la página, cantidad económica más que modesta que no tiene nada que ver con los precios estratosféricos que pueden llegar a alcanzar originales de artistas clásicos del cómic de otros países en el mercado internacional. Ojalá que esas páginas hayan acabado en manos de personas que sepan apreciarlas, en vez de quienes puedan entregarlas a sus nietos para que las coloreen. La historieta mexicana fue asesinada, pero su cadáver no existe. O sí existe, pero está desmembrado por todos los rincones de México y de América Latina. Juntar los pedazos exigiría la comparecencia de una nueva Liga de Hombres Extraordinarios que, como los recreados por Alan Moore en la serie de cómics del mismo título,9 emprendiesen la extraordinaria tarea de recomponer las partes de una momia extraordinaria.
El caso de José G. Cruz
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Nadie que se haya aproximado a la historia de los pepines mexicanos podrá obviar la figura prometeica de José G. Cruz, un artista que alcanzó enormes cimas de calidad literaria y gráfica dentro del medio y que se prodigó también fuera de él, por lo que bien podríamos considerarlo el protagonista más mediático de toda la historieta producida en este país. La información sobre este poliédrico artista es escasa, y toda ella procede de la misma fuente, el ya citado volumen III de Puros cuentos, por lo que a esta obra me remito nuevamente10 en cuanto a fechas y datos concretos.
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9 La liga de los hombres extraordinarios, de la que también hubo adaptación cinematográfica, es una serie escrita por Alan Moore y dibujada por Kevin O´Neill. En ella el escritor inglés reúne a la flor y nata de los grandes héroes y antihéroes de fines del siglo XIX y principios del XX: Sherlock Holmes, Allan Quatermain, el capitán Nemo, etc. Hasta la fecha se han publicado tres series limitadas. 10 El excelente análisis que de la obra de José G. Cruz realizan Aurrecoechea y Bartra podemos hallarlo entre las páginas 187-232, convenientemente ilustrado.
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José Guadalupe Cruz nació en 1917 en Teocaltiche ( Jalisco). Su infancia transcurre en Estados Unidos, donde a los doce años comienza sus estudios artísticos hasta regresar a México en 1934. Hasta esa fecha, es normal suponer que tendría la influencia de los clásicos norteamericanos que se publicaban en la prensa diaria y suplementos dominicales, lo que le permitiría conocer las grandes posibilidades emergentes del medio, pero es la época en que todavía predominan las series humorísticas (de ahí el vocablo inglés comics) y las de marcado carácter costumbrista como Gasoline Alley, de Frank King. Sin embargo, la continuidad argumental ya es un hecho en las tiras diarias de finales de los años 20 y las historias pueden durar meses. En 1928 se introduce el Capitán Easy en una tira diaria que ya se había abocado al relato aventurero (Wash Tubbs, de Roy Crane), pero el estilo todavía era caricaturesco. Todo este formidable arsenal de talentos pudo influir sobre José G. Cruz, pero lo cierto es que no será hasta su regreso a México en que las series de aventuras en la prensa norteamericana van a virar radicalmente hacia la representación realista, con series como Tarzán (Harold Foster), Mandrake el Mago (Lee Falk y Phil Davies), Secret Agent X-9 (Dashiell Hammett y Alex Raymond) o The Phantom (Lee Falk y Ray Moore). José G. Cruz, formado en Estados Unidos, bien pudo seguir estas series desde México por las ediciones que se hacían en las revistas en que él mismo publicaba sus historietas. Como quiera que sea, lo cierto es que en sus titubeantes comienzos como dibujante de historietas (que se produce en 1936 al comenzar a trabajar para la revista Pepín) parece haber ecos del estilo de Alex Raymond para X-9 o de Ray Moore para The Phantom. Estos autores norteamericanos procedían de la ilustración y volcaron precisamente en estas series de aventuras de corte realista todo lo que habían aprendido del dominio de la fisonomía humana y de la descripción de ambientes, por lo que nos hallamos frente a una escuela de realismo previamente establecida que ellos pondrían al servicio de una nueva clase de historieta. Al mismo tiempo, en Hollywood se producía otra interesante revolución realista: la de los directores de escena de Broadway que comenzaban a ser contratados por la meca del cine. Eran tiempos en los que una necesidad de realismo se imponía en la cultura popular de
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Estados Unidos, quizá como posicionamiento ideológico ante los peligros emergentes de los conflictos europeos que al final acabarían por afectar a esa nación. Fue un paso más en la evolución o manifestación de la filosofía pragmática de los Estados Unidos. Aurrecoechea y Bartra establecen entre 1936 y 1939 la creación de los principales personajes del primer José G. Cruz para la revista Pepín: El Monje Negro, Brenty, Nancy y la Banda Escarlata; para Paquito, los hermanos Landers y el personaje que nos ocupa: Adelita, que protagonizará la serie Adelita y las guerrillas. En 1939 llegaría otro personaje representativo del universo cruciano: Juan sin Miedo. En Estados Unidos el realismo en los cómics se consolidó también en estos años, y artistas anteriormente mencionados como Raymond, Ray Moore, Phil Davis o Milton Caniff se convirtieron a lo largo de los años 40 en maestros de influencia universal que hoy contemplamos como a gigantes de un medio que se renovaría durante la década siguiente. Su influencia no tardó en llegar a México y se convertirían también en modelos de referencia. Tan pronto como en 1940 empezaremos a ver en José G. Cruz ecos de un artista que acabaría por convertirse en influencia determinante de su estilo: Milton Caniff. Aquí debe ser dicho que, independientemente de que las daily strips y las sundays de procedencia norteamericana se publicasen en los diarios mexicanos y fueran más tarde reimpresas de forma independiente, las revistas de historieta autóctonas cumplieron en México el papel renovador que en Estados Unidos tuvieron los diarios, ya que muchas de estas revistas como Pepín, Paquito o Chamaco donde José G. Cruz y otros publicaban sus series de creación propia tenían periodicidad diaria y no semanal, hecho fabuloso que sólo en México se ha producido en toda la historia mundial de los cómics: tal era la necesidad que los mexicanos tenían de historietas, y tan sorprendente fue esta adicción a la hora de conformar verdaderos imperios editoriales. Por desgracia, esta extrema dependencia del público por esta clase de productos, que eran injustamente despreciados por gobiernos, educadores e intelectuales, conducirían con el tiempo a un control de la industria que llevaría a su destrucción. Este desdén de la oficialidad por los cómics fue una de las causas del asesinato de la historieta mexicana y de la
11 Merece la pena detenerse un momento para recordar a Delia Larios, quien fue la primera mujer que dibujó cómics en México y abrió camino a otras como Palmira Garza, primera caricaturista en la historia de este país. Larios colaboró en la serie Adelita y con posterioridad con Gabriel Vargas. También sería responsable gráfica de muchos de los primeros números de una longeva y deliciosa colección de Editorial Novaro: Joyas de la mitología.
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progresiva pérdida de su memoria y su registro. Ni que decir tiene de idéntico el posicionamiento que se vive en México frente al fenómeno de los ghetto librettos ya mencionados. Durante los años 40 Cruz comienza a experimentar con el fotomontaje, lo que le conduciría en los años 50 a un periodo de enorme fecundidad escritural y artística con destacadas cotas de calidad pop, kistch y trash, y posteriormente, en los 60, a un estancamiento producto quizá del desinterés por la historieta y de su interés por el medio cinematográfico. Los años 40 y 50 serán de enorme fecundidad, y el sello José G. Cruz se multiplica en revistas diversas con varias series hasta alcanzar 134 páginas semanales, auxiliado (como no podía ser menos ante la titánica productividad de Cruz) por diversos artistas como Arturo Casillas, Ignacio Sierra, Leopoldo Zea Salas, Guillermo Marín, Manuel del Valle y Delia Larios,11 pero también los fotógrafos Benjamín López y Miguel Gloria. Pero toda esta turbamulta de artistas no conduce al caos la efectividad narrativa de las obras de Cruz. Como afirman Aurrecoechea y Bartra: “Aunque sus colaboradores tienen personalidad propia, las series creadas bajo su dirección son visualmente crucianas y los guiones son íntegramente suyos. Para bien o para mal, el estilo de José G. Cruz es único e inconfundible” (Aurrecoechea y Bartra: 203). En José G. Cruz tenemos un fabulador nato, un artista instalado definitivamente en el ático de su imaginación, un salteador de los caminos del relato, un pirata de los mares de la fantasía y de la imagen, un filibustero de todas las mitologías del mundo que trasladaría a la mitología mexicana de revolucionarios para construir un universo donde el tiempo se extiende y se comprime a voluntad del creador siguiendo la lógica mitológica, nunca la lógica histórica o realista. Su Adelita no es un cómic revolucionario al uso, sino un parque temático de la Revolución Mexicana donde todo cabe, para que
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se ajuste a los intereses del contador de historias. No es de extrañar que algunos de sus cómics (quizá los de argumento más enloquecido y soluciones gráficas más chocantes) fuesen producidos de madrugada con él y su equipo “medio cuetes” después de alternar durante horas en cabarets (Valdiosera, Ramón, en Aurrecoechea y Bartra: 203). Las historias que escribe y dibuja, fotografía, recorta y pega y vuelve a dibujar en sus melodramas de arrabal ofrecen productos tan extraños desde el punto de vista visual, que trascienden el naturalismo, se instalan en el terreno de lo onírico y con frecuencia alcanzan el reino de las pesadillas. Tamaña actividad casi sobrehumana será prolongada en la escritura de 33 guiones para cine, así como en la redacción de numerosas radionovelas. Por si fuera poco, a veces participa como actor en muchos de esos filmes o posa como personaje de fotonovela y le vemos desfilar por sus melodramas de arrabal o insinuarse entre los figurantes de Adelita y las guerrillas. Su método de trabajo para acometer tanta responsabilidad sólo podía ser la de un maníaco creador compulsivo. Merece la pena reproducir aquí el testimonio de Sixto Valencia -creador gráfico de Memín Pinguín- (Aurrecoechea y Bartra: 198) sobre las jornadas de trabajo de Cruz en su estudio:
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Para evitar interrupciones por el cambio de página en la máquina de escribir (…) hacía que su secretaria le fabricara inmensos rollos de papel revolución pegando hojas tamaño carta. Sin comer ni dormir, y acompañado sólo por su botella de whisky, podía pasar más de 24 horas seguidas tecleando varios guiones al mismo tiempo. Intercalaba secuencias de tramas distintas, en el orden en que se las iba dictando su imaginación, y al final la tijera ordenaba el producto. Sin más que una ligera corrección, quedaban listos los argumentos de cinco o seis historietas.
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En 1952 fundó su propia empresa editorial, donde se refugiarían con él todas sus criaturas de papel, y donde verían la luz otras nuevas. Reescribe, redibuja y reedita Adelita y las guerrillas, pero también será el tiempo de la publicación de otras series que apadrina, escribe o di-
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buja como Muñequita, Los Pardaillán, Rosita Alvírez y Canciones inolvidables. Pero sobre todo, será el momento de su mayor éxito nacional al escribir y dibujar, siguiendo la estética ya conocida del fotomontaje, las historietas de Santo, el enmascarado de plata. Curiosamente, la reivindicación de las películas de Santo y de otros luchadores que se ha producido a nivel mundial desde los años 80 convierte estas historietas de Santo en verdaderos fetiches cotizadísimos a nivel internacional que coleccionistas y aficionados comparten por medio de Internet. Hoy, aparentemente olvidado por la cultura oficial, desconocido por las nuevas generaciones de mexicanos, perdidas o arrumbadas sus adelitas o fotonovelas para ser pasto del deterioro o del olvido, José G. Cruz adquiere a nivel internacional el estatus de rey del arte pop o de la cultura de derribo en su vertiente mad mex. José G. Cruz falleció en Los Ángeles, California, el 22 de noviembre de 1989, a la edad de 72 años.
Al margen del interés sociológico o meramente histórico que pueda tener (e indudablemente los tiene, pero no pertenecen a nuestro campo de estudio), siempre he estado convencido de que Adelita y las guerrillas contiene dos valores que la convierten en obra fundamental de la historieta clásica mexicana: un indudable atractivo estético y una elevada calidad literaria. Con “elevada calidad literaria” no pretendo dar a nadie gato por liebre, ni dejar asentado que los argumentos, diálogos o textos de apoyo pertenecen a la gran literatura en su longevo sentido aristocrático (sin duda, seguiremos encontrando más belleza de expresión y conocimiento del alma humana en los diálogos de los trágicos griegos o en Shakespeare que en los de José G. Cruz), sino por lo retorcido de sus argumentos, los brillantes diálogos y réplicas, las ingeniosas soluciones a dilemas, y en definitiva, por ajustarse con gran soltura a las convenciones del melodrama pasional más loco. Adelita y las guerrillas es una obra de temática revolucionaria que comenzó a publicarse por entregas en 1936 en las páginas de la revista Paquito. Su trayectoria editorial es complicada, y para empezar
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deberíamos hablar de una primera y de una segunda serie. La primera serie salta de Paquito a Chamaco Chico12 en 1939 y de ahí brinca a la revista Pepín, donde se publicó a diario. Es complicado precisar fechas concretas que al parecer no tiene nadie, ya que no existe un fondo completo de estas publicaciones, ni siquiera en la Hemeroteca Nacional. Adelita ya se publica en Pepín al menos en el número 260 (25 de septiembre de 1939), y en los fondos de la Hemeroteca Nacional la serie corre entre los números 381 y 1253 de Pepín (21 de febrero de 1940 y 18 de agosto de 1942). La segunda serie comienza a publicarse cuando José G. Cruz se independiza de Pepín a principios de los años 50 para fundar su nueva editorial y comienza a publicar Adelita y las guerrillas en formato revista de bolsillo entre 1952 y 1955.13 Para esta nueva edición Cruz se remonta a la primera serie y la reescribe y redibuja completamente, ayudado en esta ocasión por un notable equipo de colaboradores (anteriormente mencionados) que darán un fuerte impulso gráfico a la saga. Se publicarían al menos 172 números de 32 páginas.14 Con posterioridad, Ediciones José G. Cruz mantendría en el mercado al personaje por medio del semanario Adelita en formato magazine donde la heroica guerrillera protagonizaría solamente una sección de comedia elegante donde compartiría confesiones y consejos con los lectores entre otras secciones de carácter misceláneo, relatos, viñetas cómicas y pin-ups. Nada que ver con la dramática trama de la serie Adelita y las guerrillas. Por último, en 1983 Adelita vuelve a ver la luz de la mano de Editorial Gaviota, donde bajo el título de Adelita y Juan sin Miedo, llegaría a alcanzar al menos 12 números y tendría también edición colombiana a cargo de la Editora Cinco (especializada en la publicación de historieta mexicana) y que sería distribuida también en Venezuela, Ecuador, 12 Esto es lo que se deduce de la propaganda fechada en 1939 y que Aurrecoechea y Bartra incluyen en op.cit. p. 196. 13 La fecha de 1955 está tomada de la ficha de serie de la Hemeroteca Nacional: http:// www.pepines.unam.mx/ 14 El número 172 trae fecha de viernes 5 de agosto de 1955 y es el último número encontrado, lo que no quiere decir que no haya números posteriores a esta fecha. Se trata, por tanto, de un dato absolutamente conjetural.
15 Por ejemplo, la numeración de páginas del número 68 (7 de agosto de 1953) corre de la 2185 a la 2215, mientras que la del número 8 de Editorial Gaviota (5 de octubre de 1983) corre desde la 8-1 a la 8-32.
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Perú y Bolivia. En esta ocasión se vuelve a reimprimir la segunda serie sin apreciables retoques, sólo alterándose la numeración de páginas, que pasa de la antigua numeración de novela-río de los años 50 a una numeración de páginas propia para cada número de la colección.15 No ha habido más reediciones de esta serie desde entonces, ni legales ni piratas. Si hubiese existido alguna edición pirata, suponemos que ésta circularía en formato digital por Internet, pero el material que puede ser encontrado se reduce a un puñado de números, en concreto los números del 68 al 73 de la edición de 1953, los números 8 y 12 de la Editorial Gaviota de 1983, el número 1 de Gaviota en su edición colombiana de 1982. Además, contamos con las abundantes muestras que Aurreocoechea y Bartra introducen en su imprescindible Puros Cuentos III. El mayor atractivo de Adelita y las guerrillas lo constituye el ser una especie de “parque temático” de la Revolución Mexicana sin pretensión alguna de verosimilitud histórica. Esto, que puede considerarse una aberración, constituye uno de los mayores atractivos de la literatura popular, de la que los cómics son vertiente, y en los que el libertinaje cronológico muchas veces es regla. Sería absurdo querer acusar a Cruz de ignorancia. La cronología en las aventuras de Adelita y sus amigos es la cronología mítica, y en el relato mítico el tiempo se comprime o se extiende al gusto de los narradores del mito. La cronología mítica permite, por ejemplo, que los personajes mitológicos sean conocedores de hechos que, en sentido estricto, todavía no ocurren, o que en las tragedias griegas encontremos acontecimientos cambiados de ubicación temporal o descripciones de templos o de cultos que los protagonistas no podrían conocer. El anacronismo en distintos grados es moneda de uso común incluso en las más verosímiles de las novelas históricas, y a este respecto el cómic y el cine recurren a él cuando hay algo más importante que la fidelidad histórica: la efectividad dramática. Por tanto, no es de extrañar que en este trepidante y arrojado mundo de
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la Revolución Mexicana de Adelita, la acción parezca iniciar en algún momento de los años 30 en que Cruz escribe y dibuja su obra para, de pronto, saltar a los tiempos de Victoriano Huerta. Incluso el mismo escenario es un escenario mitológico, al ser el mítico western, del cual la Revolución Mexicana constituyó su último capítulo. En principio, Adelita y las guerrillas narra la historia de una joven ranchera, Adela Negrete, cuyo hermano es secuestrado y brutalmente asesinado por quien será uno de los personajes recurrentes de la saga: La Tigresa del Bajío. A partir del conocimiento de semejante fechoría, Adela decide dar con la asesina para entregarla a la justicia, o mejor aún, vengarse con su propia mano. De este deseo de venganza, del que nacerían tantos justicieros y superhéroes de México y Estados Unidos, se irá desprendiendo poco a poco la nueva Adela Negrete, transformada en Adelita, una heroína que pronto se verá envuelta en numerosos episodios de acción al trabar amistad con Pancho Pistolas (clarísimo trasunto de Pancho Villa) y que servirá a la causa revolucionaria luchando del lado de los carrancistas contra los malvados “pelones” federales. La excusa argumental es mínima, pero también suficiente para que, tras tal insignificante requisito, Adelita y sus amigos inicien la gran aventura de la vida en un escenario y temporalidad de carácter míticos. En 1939 José G. Cruz decidió sumar fuerzas y convertir Adelita en la serie estrella de Pepín, para lo cual reclutó a todos los personajes de sus otras series, que dejarían de ser protagonistas en aquellas para convertirse en recurrentes en Adelita: Juan sin Miedo, Brenty, El Monje Negro y Nancy. En 1939 Cruz ya había acusado la influencia de una de las obras más importantes de la historia del cómic, Terry y los piratas, de Milton Caniff. Esta serie, que se publicaba en los diarios norteamericanos de la época desde 1934, desarrolló para el cómic muchos elementos que enseguida adaptaría Cruz para Adelita: la creación de un universo de personajes recurrentes que vienen y van al estilo de un Balzac o de un Valle-Inclán; el desarrollo del concepto de novela-río o gran historia que, como en la vida, fluye interminablemente; la adopción de un estilo de dibujo impresionista, entre realista y caricaturesco, donde los claroscuros van a jugar un papel muy importante para con-
16 Con respecto a la misma serie Adelita y el desparpajo de Cruz para resolver conflictos dramáticos existe un célebre caso que consigna la investigadora norteamericana Anne Rubenstein en su libro Bad language, naked ladies...: 22- 23. En cierta ocasión Nancy, íntima amiga de Adelita, está a punto de precipitarse por un barranco con su coche ante los ojos de su impotente amiga. José G. Cruz decidió resolver el conflicto al día siguiente haciendo aparecer nada menos que… ¡a Supermán! Y es que Supermán se publicaba en aquellos días en Pepín como Superhombre. Así que Supermán llega volando y atrapa el auto en el aire. A continuación se lamenta: “¡Yo no soy de esta historieta! ¡Creí que iba a salir en otras páginas de Pepín!”. Adelita entonces le explica a los lectores que “Si Nancy muriese de repente, el autor de esta historieta moriría lentamente de hambre”. Como puede verse, la Revolución Mexicana de José G. Cruz era la más elástica y multirreferencial del mundo, y en un mismo universo narrativo Pancho Villa podía convivir con Supermán.
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seguir iluminaciones dramáticas y expresionistas. Todo esto es Adelita y las guerrillas en su momento de esplendor: la asimilación por parte de un alumno aventajado (que dirige un equipo de colaboradores muy competente) de las enseñanzas de un gran maestro de influencia mundial. Porque el estilo de Milton Caniff continúa su desarrollo hasta hoy mismo en virtud de sus muchos epígonos artísticos por todo el mundo (y que son epígonos de epígonos de epígonos de Caniff ). Y aquí es donde Cruz tuvo una idea brillante que décadas después tendría en Estados Unidos un genio del medio, Stan Lee: la suma de fuerzas. Si a los lectores de Juan sin Miedo, Adelita o el Monje Negro les gustan estos personajes, ¿cómo no les va a gustar verlos a todos juntos confluyendo en una sola trama argumental? Cruz supo así reutilizar a personajes que quizá ya no le interesaban tanto para fortalecer una sola serie. También aquí el mundo de las interrelaciones entre personajes remite una vez más a la mitología clásica, una lección que también fue muy bien aprovechada por Stan Lee en los años 60.16 Por todos estos factores, entre la primera comparecencia de Adelita en las páginas de Pepín y el número 1 de la versión redibujada en 1952 media un abismo de calidad. En el número 1 de Adelita (reeditado por Editora Cinco de Bogotá siguiendo la edición de Gaviota) tenemos ya la Adelita de los años 50, con un José G. Cruz no sólo muy dueño de su trazo, sino también como director de un equipo creativo altamente cualificado que desarrollaban aspectos relacionados con documentación fotográfica, vestuario, escenografía y fondos.
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Si alguna vez fue conocido el mundo de la historieta como “cine de los pobres” (y así fue en la España popular de los años 30 y 40), en los 50 ya vemos a José G. Cruz convertido en una especie de Selznick de las viñetas dirigiendo como productor su pequeño estudio cinematográfico de papel. José G. Cruz, que por aquellos años ya había incursionado en el cine y colaborado con el simpar Juan Orol, demostró que cine y pepines no sólo no eran rivales, sino hermanos que podían complementarse usando el uno del otro como hicieron en numerosas ocasiones el tándem Cruz/Orol. Si la Adelita de los años 50 recuerda a María Félix, y en ella se inspira directamente (aunque con otras diversas influencias), la Adelita de 1939 recuerda mucho más a Dolores del Río, quien a la sazón todavía era la más grande estrella mexicana del cinematógrafo y una de las grandes divas de Hollywood. Su exotismo y glamour no sólo no habían decaído un ápice desde el fin del cine silente, sino que todavía desarrollaría en México una segunda etapa, que daría comienzo con Flor silvestre (Emilio Fernández, 1942) el mismo año en que debutaría María Félix con El peñón de las ánimas (Miguel Zacarías), irregular versión campirana de la tragedia de Romeo y Julieta. La Adelita que vemos en las muestras de 1939 es Dolores del Río, si bien su representación guarda cierta ambigüedad de época que no desmienten tampoco el que Cruz se inspirara en su hermana Josefina para tan célebre personaje.17 Las muestras contempladas remiten a la vertiente más exótica de Dolores del Río como icono de mujer latina, sobre todo la inocente y sensual Adelita con que se publicitaba en Chamaco Chico la llegada de este personaje en 1939 a la revista (Aurrecoechea y Bartra: 196). Otras muestras de la misma época coinciden, si no en la evocación directa de Dolores del Río, sí en un cierto parecido en el peinado y los rasgos de las actrices de los años 30. En este periodo de gestación de Adelita y las guerrillas el dibujo todavía es rudimentario, de aprendizaje, la mano no está suelta del todo y para los efectos de sombras y de grises Cruz echa mano todavía de la trama mecánica. Aunque comienza a jugar con encuadres cinematográficos y perspectivas, esta etapa es todavía 17 Artículo de ficha en Hemeroteca Nacional.
18 Publicada en Aurrecoechea y Bartra en op.cit., p. 199.
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la de un artista en formación. En una página primeriza y desgarbada del primer Juan sin Miedo (publicada en Paquito 443, 30 de abril de 1940) tímidamente comienzan a aparecer las manchas de tinta para las masas de sombra y, en la viñeta 7, descubrimos un rostro de mujer que copia directamente a la Dragon Lady de Terry y los piratas.18 La influencia de Milton Caniff será a partir de entonces incontenible y Cruz acabará por transformarse en uno de sus principales epígonos en México, si no el mejor. Una lectura del número 1 de Adelita en su versión de los años 50 acusa ya distintos rasgos estilísticos y maestría en la ejecución. Es ya un cómic estéticamente bello y con gran fuerza visual. Adela Negrete ya no tendrá nunca más la dulce belleza de la Del Río, sino los rasgos de tigresa de María Félix, quien ya por entonces es icono internacional del cine mexicano y que hasta entonces protagoniza diversos papeles de mujer macha o de temperamento incendiario. Es un rasgo característico del cómic popular el tomar modelos del cine del momento sin pretender ocultarlo, pues una de sus aspiraciones es que el lector pueda reconocer los referentes. Durante los años 80, Superman se parecía a Christopher Reeve, y en Italia iconos tan importantes del fumetto como Dylan Dog, Dampyr o Julia se inspiraron en estrellas del cine del momento. Ahora la mujer que enciende tantas emociones contrapuestas en la libido de los mexicanos es María Félix, y su carácter se ajusta mejor a nuestra Adela Negrete, que Cruz convertirá en icono sexual de delirantes connotaciones sadomasoquistas. Hasta el inicio de la historia ya es distinto, porque su carácter también lo será. En las primeras páginas Adela Negrete, dueña del rancho Casa Grande, se precipita de noche en busca del doctor que prometió atender horas antes a su hermana Anita, quien sufre de contusión cerebral tras caer del caballo. El doctor y Adela pronto son perseguidos por los sanguinarios guerrilleros de Pancho Pistolas que aterrorizan la región, por lo que Adela decide detener su cabalgada para enfrentarlos a tiro limpio mientras el doctor prosigue su carrera hasta el rancho. Adelita es capturada y conducida al cuartel de Pancho Pistolas, donde
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tras un frustrado intento de fuga conocerá a uno de sus más aguerridos guerrilleros, que no es otro que Juan sin Miedo (inspirado directamente en el Pat Ryan de Terry y los piratas). Cuando Juan descubre a Adelita desde los barrotes de la ventana de su celda, donde pasa la noche tras una trifulca con otros guerrilleros, queda prendado de Adelita y le compone el célebre corrido Si Adelita se fuera con otro…, de autor incierto. Muy pronto Juan y Adelita se verán envueltos en una celada contra los gobiernistas, y la saga no hace más que empezar. A pesar de la crueldad manifiesta de Pancho Pistolas, sobre quien nunca se escamotean adjetivos (bestia, cruel, sanguinario…) el personaje aparece revestido de cierta simpatía sobre la cual se añaden algunos rasgos de nobleza y sentido de la justicia, como cuando ejecuta a uno de sus guerrilleros por intentar violar a Adelita (“De sobra saben que no me gusta que traten de abusar de las mujeres. Lo encontré forcejeando con esta mocosa”).19 En el fondo, Pancho Pistolas, a pesar de sus miserias, es un héroe. Ni qué decir tiene que Adelita, a pesar de ser dueña de rancho, está de parte del guerrillero y participa por tanto de aquel retrato oficialista que de la Revolución se comenzó a dibujar cuando desaparecieron sus más incómodos protagonistas. Cuando Juan le pregunte por qué aceptó convertirse en señuelo de la celada, contestará: “Personalmente soy partidaria de Pancho Pistolas… Sé el fin noble que persigue… Trata de implantar en México un nuevo estado de cosas que beneficie a los humildes” (p. 27, viñeta 2). En su mejor momento, Adelita y las guerrillas es una excelente novela-río llena de personajes recurrentes que en un momento u otro pueden adoptar el protagonismo, pero se basa sobre todo en el binomio Adelita/Nancy, cualquiera de las cuales reúne los requisitos para impulsar la acción. Este protagonismo femenino recarga las tintas, sobre todo, en las relaciones de rivalidad y hasta odio con mujeres como La Iguana, la Tigresa del Bajío y otras con las que las bellas protagonistas llegan más de una vez a las manos, lo que aprovecha Cruz para desarrollar vibrantes escenas de pelea que en muchas ocasiones devendrán en el desarrollo de una estética bondage o sadomasoquista de ribetes 19 Número 1, p. 13, viñeta 1.
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lésbicos convenientemente señalados por la crítica que abordó esta serie. En cuanto a Juan sin Miedo, que de ser protagonista de su serie propia pasó a secundario de lujo en Adelita y las guerrillas, su presencia será intermitente pero constante a lo largo de toda la saga. Cruz sabe bien que, a pesar del amor que Adelita siente por su apuesto guerrillero, el principal enemigo del héroe son la mujer y el matrimonio. Al tratarse ésta de una serie de protagonismo femenino, el varón pasa a convertirse en el natural enemigo de toda heroína que se precie, por lo que Juan aparece y desaparece hasta convertirse en detonante de episodios y aventuras que hacen avanzar la acción, pero que constantemente fuerzan a la pareja a estar en constante separación en una perpetua añoranza mutua que rinde jugosos frutos dramáticos a Cruz. En Adelita las mujeres representan la fuerza de la naturaleza en estado de erupción volcánica. No es por azar la transformación que en algún momento se dio de la Adelita/Dolores del Río en la Adelita/ María Félix. Adelita y las guerrillas es una fantasía masculina de inversión de valores propia de una sociedad cuya representación de la relación entre ambos sexos es fundamentalmente machista. Por lo tanto, en una serie donde las mujeres toman la voz cantante, éstas adquieren todos los valores tradicionalmente masculinos de autoridad, independencia, voz de mando y violencia que pueden declinar, y de hecho lo hacen, en un sadismo a veces gratuito que Cruz aprovecha para conferir a su obra una estética bondage inspirada en autores extranjeros como John Willie, autor de Sweet Gwendolyne. Se podrá argumentar que estas mujeres mandonas ya estaban también en Terry y los piratas, de nuevo la obra de referencia de Cruz, pero existe un abismo entre la diplomática y sutil Dragon Lady y las estridentes machas de la saga de Cruz. Y es que se trata de una inversión de valores extrema propia de una representación machista del mundo. Aquí la fantasía radica en ser dominado y hasta humillado por la mujer, ésa precisamente a quien el hombre domina y humilla durante la vida real. Esto y no otra cosa representa, precisamente, el icono cinematográfico de María Félix. Mientras Hollywood exportaba al mundo un modelo de mujer bella, inteligente, desenvuelta e independiente, pero compañera del hombre al fin y al cabo en términos de cierta clase de igualdad (aunque
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la representación del universo de la pareja pudiera seguir pareciendo machista), México exportaba ese “monstruo” de María Félix que tanto ayer como hoy puede encontrar admiradores como detractores: una visión estridente y exagerada de la mujer “independiente”, pero que sólo lo es hasta que es capaz de encontrar (siguiendo los viejos mitos culturales como el de Atalanta o las Amazonas) al hombre capaz de dominarlas y conducirlas al redil de su amor conyugal, donde la fiera será domada. Las primeras mil páginas de la saga de Cruz parecen más de Cruz que las que vendrán más tarde, pero es difícil con tan pocos materiales a la mano poder juzgar dónde empiezan y acaban los préstamos de fotografías, calcos de otros artistas del cómic de Estados Unidos o la misma personalidad de los distintos colaboradores que pasarán por la Factoría Cruz para ponerse a sus órdenes. Pero esto no importa, porque durante esas mil páginas el resultado es excelente desde el punto de vista argumental y carente de estridencias desde el punto de vista gráfico, el conjunto tiene una solidez, homogeneidad artística y armonía que parangona a Adelita y las guerrillas, mutatis mutandis, con otras series relevantes del mercado internacional. Poco a poco esto se irá descoyuntando al centrarse Cruz más que nada en los guiones para delegar responsabilidades artísticas en su talentoso equipo. Pronto entrará en acción la técnica del collage, se fotocopiarán y recortarán cien veces las siluetas femeninas para ser recicladas de cien formas distintas. Poco a poco Cruz se irá desligando del arte impresionista de su maestro Caniff y empezará a convertirse (sin él saberlo todavía) en un precursor de la estética del arte pop. De todo esto son buen ejemplo las páginas 2185-2369, publicadas entre los números 68 y 73 de Adelita y las guerrillas. En esta ocasión Adelita y Nancy se ven obligadas a separarse cuando ambas descubren la supuesta tumba de Juan sin Miedo y Adelita toma la decisión de vengar a su amante. Para ello comenzará a trabajar como mesera en la cantina de un pueblo cercano, donde, por aquello de que todos los borrachos son bien lengua larga, pretende conocer la identidad del asesino, que resultará no ser otro que el temible El Catorce, un criminal que pretende encamarse con Adelita como dé lugar y con quien
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intercambiará, como no podía ser menos tratándose de esta serie, una buena cantidad de puñetazos, bravuconerías y bofetones. Como los giros melodramáticos eran la característica principal de Cruz como argumentista, al final resultará que Juan sin Miedo no estaba muerto, sino que reaparece como justiciero embozado al mismo tiempo que Adelita dispara contra El Catorce y éste cae por un precipicio. Cuando ambos están a punto de ser capturados por los federales, entra al asalto en el pueblo Pancho Pistolas con sus guerrilleros y los federales ponen pies en polvorosa. Dos días después, camino del rancho propiedad del prometido de Nancy, Juan y Adelita son capturados por un redivivo El Catorce, quien además secuestra a Nancy y a su prometido, el doctor Robles, y los mantiene bajo prisión. Estos números de Adelita y las guerrillas ya ostentan todos los rasgos peculiares de lo que sería la producción de Cruz durante estos años, que se caracterizan por el predominio de sus fotonovelas de arrabal donde se explaya a gusto en ese sentido trágico de la vida tan del gusto del mexicano de a pie. Han irrumpido con fuerza en su obra el fotomontaje y el corta-pega de figuras y personajes a partir de dibujos y fotografías que juntos producen un conjunto abigarrado y hasta delirante, pero todavía podemos decir que es el dibujo lo que viene a unificar ese todo confuso que concede a estos episodios de la saga de Adelita un sugestivo tono onírico. Toda la serie se ve envuelta a partir de ahora en una atmósfera de sueño que a veces entronca directamente con el mundo de las pesadillas y hasta del delirium tremens. Se diría que Cruz se convierte en el director de orquesta alcohólico que dirige a sus músicos hacia un abismo de resonancias lovecraftianas. En algunas viñetas el conjunto de recortes de dibujos y de fotos es tan estridente que uno siente estar viendo monstruos que miran directamente a nuestros ojos. Entre tanta parafernalia de seres distorsionados, la turgente belleza de Adelita y de Nancy recuerdan la luminosidad de un Dante y de un Virgilio que vagan por el infierno expresando en verso la oscuridad y el horror que los circundan. Y sin embargo, el conjunto de todo ello es atractivo y hasta hipnotizante. Por lo general, decir fotonovela es decir subproducto. Esta etapa final de Adelita y las guerrillas no es exactamente fotonovela, pero ya se
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nota que Cruz entra en una fase de saqueador de toda foto o ilustración, tanto propia como ajena, que pueda servir a su delirante sentido de la estética. Milton Caniff quedó atrás, salvo por la representación estilizada de ciertas figuras y ambientes (sigue predominando la iluminación expresionista), pero incluso en las figuras femeninas de Adelita y Nancy comenzarán a preponderar modelos más agresivos heredados de las reinas selváticas de Burne Hogarth para su serie Tarzán y de Sweet Gwendolyne, creación de John Willie. Si decir fotonovela es por lo general decir subproducto artístico, Cruz demostró su genio como artista visionario y de vanguardia al convertir el tramo final de su Adelita en una serie precursora del arte pop del que él mismo se convertiría en icono representativo. Una ojeada a fotonovelas de los años 60 y 70 (cuando este género alcanzaría su auge en Europa y los países americanos) arrojan quintales de mediocridad a raudales para un nuevo público poco exigente que consideró en principio la fotografía como “evolución” y “modernidad” frente a las viñetas. También fue, casi siempre, un vehículo para introducir el desnudo femenino ante un público varón de pocas exigencias. Existen excepciones de muchas clases, en todos los países. Desde el género terrorífico hasta lo satírico. También el propio Cruz alcanzaría los años 60 publicando mediocres fotonovelas de Juan sin Miedo donde el otrora héroe guerrillero se convertiría en una especie de justiciero de pueblos y de rancherías sin el menor interés. Las fotonovelas de Cruz de los años 50 son un producto artístico extraño, pero notable y sentarían las bases para la obra por la cual este Selznick de la viñeta es más conocido en todo el mundo: sus fotonovelas de Santo, el enmascarado de plata. Con la serie de Santo, Cruz se convirtió en uno de los iconos pop de los años 50 más recordados hoy día. El delirio argumental de sus historias, sólo comparable al delirio psicodélico y totalmente lisérgico de sus mezclas entre fotografía y dibujo, ha sido analizado recientemente por Armando Bartra (2011) en un artículo que debió formar parte de aquel prometido y nunca editado Puros Cuentos IV. En cierto modo, todo aquel derroche de imaginación y talento se originó durante la segunda parte de la saga de Adelita y las guerrillas.
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La Revolución Mexicana de José G. Cruz en Adelita tiene poco de histórico, por lo que difícilmente podrá interesar a los estudiosos del periodo. Su importancia radica, además de en sus valores plásticos y literarios, en su representación del imaginario sexual masculino y en la de de los grandes protagonistas del periodo vistos como iconos de cultura popular. Representan los valores ideológicos de un tiempo en que la Revolución fue des-historizada con fines políticos para ser adecuada a una representación del imaginario colectivo en la cual la valentía, la integridad, las pasiones entre los sexos y las luchas de poder seguían las corrientes plásticas del cómic internacional de la época. En este caso, adaptadas al escenario de una revolución de papel que en el imaginario colectivo mundial encarna la Revolución Mexicana, último capítulo del western, la gran aportación de Estados Unidos como pueblo a la cultura de masas universal. A ese universo México aportó, con sus charros justicieros y sus revolucionarios temperamentales y adelitas, la nota colorista y final a un mundo agreste de grandes gestas individuales y colectivas que, como se evoca en Grupo salvaje (Sam Peckinpah, 1969) fue condenado a perecer en aras de la Modernidad y del Progreso. Independientemente de qué significaran esos conceptos en los altares de sacrificio de una época de individualismo y temeridad llena de personajes que hoy contemplamos, con mayor o menor nostalgia, como seres del crepúsculo de un tiempo prestigioso y lejano.
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History as fiction, an overview of the Mexican Revolution subject in the Ignacio Solares’ work Abstract
Ignacio Solares, one of México’s most important living writers, deals with themes like the Mexican Revolution and its characters –among other subjects– in his narrative and dramatic works. This can be seen especially on his novels: Madero, el otro; La noche de Ángeles, and Columbus; on his plays: El jefe máximo, El gran elector, and Los mochos; and on his collection of short stories, Ficciones de la Revolución Mexicana, in which he recreates several landmarks of that period of México’s history. The following article studies the intertextuality between these works, and how they relate with the history of the Mexican Revolution, as well as their classification under the theoretical concepts of ‘novel’, ‘historical play’ and/or ‘historical-themed text’, based on the way in which the author approaches the subject and the characters’ conflicts through the many situations they appear immersed in.
Key words: Solares, Ciudad Juárez, history, revolution.
Resumen
Ignacio Solares, uno de los escritores vivos más importantes de México, aborda en su obra narrativa y dramática —entre otros tópicos—, el tema de la Revolución Mexicana y de personajes ligados a este hecho histórico. Esto sucede específicamente en sus novelas: Madero, el otro; La noche de Ángeles y Columbus; en las obras de teatro: El jefe máximo, El gran elector y Los mochos; y en el libro de cuentos Ficciones de la Revolución Mexicana en donde se recrean momentos claves de esta parte de la historia de México. El siguiente artículo analiza la intertextualidad temática de estas obras y la relación que guardan con la historia de la Revolución, así como su clasificación en lo que se conoce teóricamente como “novela” o “teatro histórico” y/o “texto de motivo histórico” a partir de la forma en que maneja el tema y la conflictividad de los personajes en las situaciones en que se ven inmersos.
Palabras clave: Solares, Ciudad Juárez, historia, revolución.
La historia como ficción: una panorámica de la temática de la Revolución Mexicana en la obra de Ignacio Solares José Ávila Cuc1
Profesor-investigador UACJ-Humanidades-Programa de Literatura. Correo de contacto: javila@uacj.mx 1
Fecha de recepción: 07 de abril de 2011 Fecha de aceptación: 24 de agosto de 2011
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Entre cuatro libros de cuentos, ocho obras de teatro, unas 17 novelas, tres libros de ensayo, una autobiografía y un libro de crónicas y entrevistas, se encuentran los textos históricos del escritor mexicano Ignacio Solares -quien nació en Ciudad Juárez en 1945-. Si descartamos Nen, la inútil, cuya temática es sobre los inicios de la primera invasión a México por parte de los españoles y otro texto que habla de una segunda invasión: la del ejército estadounidense de 1847 (el título es casualmente La invasión), nos quedamos con un conjunto de tres novelas: Madero, el otro de 1989; La noche de Ángeles de 1991 y Columbus de 1996. Tres obras de teatro: El jefe máximo de 1991, El gran elector de 1993 y Los mochos de 1996. Además de un libro de cuentos, Ficciones de la Revolución Mexicana, cuya primera edición salió en julio de 2009 en medio de este boom conmemorativo. Con excepción de este último, todos los demás se circunscriben al corpus que los críticos han llamado la “nueva novela histórica”. Sirva para ilustrar la lista de 32 obras que María Cristina Pons incluye como ejemplo en su libro Memorias del olvido. En el caso de México es a finales de los 80 cuando comienza a aparecer una serie de textos de ficción que vuelven al tema de la guerra revolucionaria: la neonarrativa de la Revolución mexicana, que a finales de la primera década del Siglo XXI alcanzan un cenit a raíz de la celebración de los 100 años de este movimiento armado y 200 de la Independencia. Sin embargo, no toda esta cantidad de producción literaria es novela, cuento o teatro histórico. Para esto es necesario, según el crítico Noé Jitrik, que el texto haga referencia: “A un momento «considerado como histórico y aceptado consensualmente como tal» y, por añadidura, [contenga] cierto apoyo documental realizado por quien se propone tal representación” (1986). Por lo que hay que distinguirla entonces de los llamados de «asunto histórico» o de «ambiente histórico». Otra definición nos la proporciona Márquez Rodríguez (1991) para quien en el proceso creativo del texto histórico, el autor no construye “su relato con personajes y acontecimientos imaginarios, sino a partir de hechos históricos reales, a los cuales les dio
Tomando en cuenta esta clasificación temática, podemos decir que el escritor mexicano Ignacio Solares aborda los dos tópicos: la novela histórica como tal; y la novela, teatro y cuento de asunto o ambiente histórico.
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un tratamiento adecuado para hacer con ellos una novela, y no una crónica o un libro de historia”.
La novela histórica El primer texto de esta naturaleza es la novela Madero, el otro (1989) donde se conjugan no sólo los hechos históricos que rodearon al entonces presidente de México, sino también se agrega otra característica que Solares ya venía tratando en obras anteriores: el espiritismo, un fenómeno comprobable para la Historia como ciencia sólo a través del testimonio. Lo científico desde el terreno espiritual, escapa de las manos del historiador. Por ejemplo, cuando Enrique Krauze intenta acercarse a la vida del ex presidente mexicano Francisco I. Madero, con el rigor historiográfico, no tiene más remedio que hacer una aclaración:
El novelista no tiene este problema, por el contrario. Sin embargo, esta obra parece una minuciosa investigación histórica en cuyas últimas páginas el autor justifica todo el contenido de la obra haciendo referencia a Borges. Dice que el texto “Surgió más de lo simbólicamente verdadero que de lo históricamente exacto” (1989: 248). Este comentario de Solares aparece en un apartado breve -cuatro páginasque se incluye en la novela. Un epílogo a manera de justificación para delimitar lo simbólico y lo histórico en los hechos tratados.
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“Sobre lo verdadero o lo falso de las apariciones de éste (las del hermano Raúl) y otros espíritus a Madero, el historiador -escéptico en principio- no puede pronunciarse, aunque tampoco necesita hacerlo”.
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A pesar de la aclaración, el texto no pierde la verosimilitud, ya sea que se le mire como una obra de abundante referencia histórica o como ficción. Pero el autor busca satisfacer incluso a los lectores especializados. Seguido de este apartado que lleva por título simplemente “Nota” está una amplia bibliografía de libros y documentos consultados: 51 textos. No en vano, César Güemes (20 de enero 1999) comenta que Madero, el otro, es producto de: “El método intuitivo de creación literaria” cuyo producto final es una “pieza de relojería digital” (“Para conocer”). Los datos históricos, la ficción y un rompimiento del orden cronológico hacen de Madero, el otro una pieza cuyo inicio es el final, y cuyo final puede embonar perfectamente con el principio: circularidad narrativa. Madero protagonista, está muerto en el principio de la obra. Desde ahí se levanta para convertirse en el caudillo de la Revolución mexicana que se enfrenta con sus antagonistas históricamente conocidos. Sin embargo, este héroe en términos proppianos tiene que encarar al más grande de sus antihéroes: el mismo Madero antagonista. Un espíritu como narrador omnisciente no tiene que justificar el adjetivo: los espíritus están en todas partes, todo lo ven, todo lo saben y en este caso, el narrador repasa con Madero los hechos de su vida a manera de recriminación ya que el desenlace histórico sería diferente, si el otro Madero hubiese atendido a los mortales (hay que hacer esta distinción) que creyeron en el proyecto utópico de un México democrático. Una de las primeras imágenes de la novela es la del ex presidente (o el narrador) que se encuentra tirado en el suelo recibiendo una bala que penetra, lentamente como la narración misma, hasta la base del cráneo. En los siguientes minicapítulos se recrean los hechos de los diez días antes a la muerte de Francisco I. Madero, conocidos como la Decena trágica. También se dice todo lo que se tenía que decir, en escasas líneas, sobre el destino del asesino material: “Cuando el mayor Cárdenas se suicide algunos años después —disparándose un tiro en la cabeza, como el que te disparó a tí, ¿buscando que la trayectoria de la bala sea la misma?— ¿se traerá también el recuerdo de tus ojos como última imagen?” (1989: 12). Fin del capítulo.
Desde ahí -el restorán estaba muy cerca del Zócalo- alcanzó a escuchar las campanas de los templos -entre las
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El narrador cuestiona al ya muerto Madero y éste es el pretexto para contar y repasar los escenarios de la novela y para presentar al otro Madero, víctima de sus propios errores, de su falta de capacidad de decisión, del exceso de confianza ante sus enemigos: “¿Querías precipitarlo todo de una buena vez? Porque ya sólo tu sangre salvaría quizás esta revolución truncada” (1989: 17). El espíritu narrador, quien llama a Madero hermano, viaja en el tiempo recriminando, pidiendo explicaciones, delineando el rostro del personaje principal ahora en prisión en Palacio nacional, horas después de que fueron aprehendidos, junto con Felipe Ángeles (el único militar que refrendó su lealtad al presidente) y Pino Suárez, el vicepresidente (que tan sólo un día antes del arresto, presentó su renuncia a Madero, quien la rechazó). Según el análisis que el historiador Enrique Krauze hace de los manuscritos maderistas de comunicaciones espiritistas: “El celoso «espíritu» de Raúl perfila en el alma de Francisco una ética del desprendimiento fundada en la culpa” (1997: 29). La forma se mantiene. Dice el espíritu que le recrimina a Madero: “Pero, finalmente, ninguna culpa es comparable a la que te provoca recordar la muerte de tu hermano Gustavo” (Solares, 1989: 33). Ahora Madero está vivo con sus recuerdos o con la voz de un espíritu que le repasa los hechos. El tiempo de la narración cambia del pasado al presente, cuando el narrador se dirige al protagonista y vuelve al pasado buscando en las valijas del tiempo. El error de Gustavo Madero fue persuadir al presidente de la traición de Victoriano Huerta. En esta parte novela e historia van de la mano: el hermano del presidente cuenta cómo presenció una reunión de Huerta con Félix Díaz (sobrino de Don Porfirio el dictador) y Enrique Cepeda, uno de los militares que se levantaron en armas contra Madero y que se encontraban acuartelados en La ciudadela. Ahora desde la ficción se recrean esos momentos en que el hombre que posteriormente se convertiría en el golpista, invita a su acusador a una lujosa comida como signo de no-rencor. Gustavo asiste conminado por el mismo Francisco:
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que sobresalían las de Catedral- echadas al vuelo: la ciudad festejaba el triunfo del ejército faccioso, el retorno de la paz y la caída del único presidente elegido democráticamente a lo largo de de toda la historia del país. (1989: 40)
Horas más tarde Gustavo Madero caía brutalmente muerto luego de pasar por la infame tortura que incluyó arrancarle el único ojo útil que lo iluminaba. Hay otros momentos en que ficción e historiografía van juntos. Krauze y el novelista coinciden en los datos históricos aportados en la novela: sus estudios en California, la riqueza de su familia, sus lecturas en Allan Kardec, el padre fundador y profeta del espiritismo, el año en que comienza a recibir las “visitas” de su hermano Raúl y la forma en que muere éste, la represión de Nuevo León de 1903 que tanto lo impactan, y las palabras que lo empujan a iniciar su carrera política (en 1904) dando un salto en su acciones que, hasta aquella fecha, sólo se concretaba en buenas obras hacia sus trabajadores y a los lugareños de San Pedro de las Colonias, Coahuila. ¿Qué pasa en esa primera aventura política en donde el joven Madero se ve envuelto? Lo que le había ocurrido hasta entonces: el caos, la negociación, la resistencia, la represión, la huida. Otro tema necesario para delinear la biografía del personaje es la relación familiar. ¿Cómo recibe la familia Madero, cuyo abuelo amasó una de las cinco mayores fortunas del país (Krauze, 1997: 24) su enfrentamiento con el régimen imperante? También se trata la relación del presidente con Emiliano Zapata al que igualmente traiciona. El espíritu narrador revive el hecho al Madero muerto: Empezabas a tomar decisiones de las que después te arrepentías -en realidad te sucedió desde los tratados de Ciudad Juárez-; te convertías sin darte cuenta en ese ‘ser veleidoso’ que también Zapata percibió y que no era sino resultado de tu incapacidad a la ahora de actuar en el terreno político, que no era el tuyo, que no te correspondía. (Solares, 1989: 133)
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Varios capítulos se dedican a esta relación, hasta el clímax y su consecuente rompimiento: el asesinato de varios zapatistas que habían aceptado pacíficamente la deposición de las armas. ¿A qué otro Madero se refiere el autor con el título del texto? El Madero despojado del misticismo, de la bondad que lo caracterizaba, el caudillo capaz de iniciar una revolución: “Hay que entenderlo, la guerra nos transforma, no importa contra quién ni cómo peleemos: revive sueños y deseos olvidados, instintos adormecidos con tanta dificultad, desencadena pasiones por la destrucción que no imaginábamos dentro de nosotros” (1989: 175). Y después ¿qué pasó? cuando la lucha armada se había acabado: el caudillo se convirtió en bufón. Víctima de burlas por su estatura, por su edad, por su omisión, por no ser militar, por ser espiritista y vegetariano. Un presidente ante el vacío del respeto. Un capítulo relata una entrevista entre Madero y Porfirio Díaz, antes de iniciar la contienda por la presidencia, mezcla de historia y ficción, que se entreteje con el intento de asalto al Palacio Nacional por un grupo de sublevados comandados por el general Bernardo Reyes y su hijo Rodolfo y del otro grupo, con Féliz Díaz al frente, que se encaminó por la calle de Lecumberri. Este último se resguarda en La Ciudadela ante la derrota de los Reyes. Después del incidente, se realiza la histórica y anualmente recordada marcha de la lealtad por los alumnos del Colegio Militar por Paseo de Reforma con Madero al frente quien sufre un atentado cerca del Teatro Nacional. “Y en ese momento viste surgir entre la multitud a Victoriano Huerta” (1989: 213). Con el jefe de la Guarnición de la Plaza herido, sumergido en un mar de dudas que lo ahogan, Madero lo nombra jefe, aún sobre el leal Felipe Ángeles. La principal misión de Huerta era arrestar a la columna que se habían fortificado en La Ciudadela. Al clima políticamente enrarecido, la historia y la novela no dejan de señalar la intervencionista actitud del embajador de Estados Unidos en México, Lane Wilson, quien inicia una ofensiva diplomática contra Madero:
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— Madero es un loco, un lunático que debe ser declarado sin capacidad mental para el ejercicio de su cargo. Así, furioso, parecía más un sheriff del Oeste, con sus largos bigotes rubios, su corbata de moño y sus ojos azules, encendidos, que revoloteaban en las órbitas. (1989, 231)
Todas las decisiones, estaban tomadas para el desenlace inicial (¿o final?). Unas horas después, Madero sufre otro atentado en el interior de Palacio Nacional, perpetrado por un bando de militares sediciosos. En su intento de fuga es arrestado. Acaecida la muerte de Madero, la lucha revolucionaria continuó y frente a su tumba lloraron Villa, Ángeles y Zapata durante una efímera estadía en la ciudad de México. Madero termina donde debería de haber terminado, coronado por sus actos y ante el acoso de una voz del más allá que le recuerda su vida, o su muerte o la inexistencia de ambos conceptos: “Total, piensa que ninguna existencia terrenal es mejor que otra si la asumimos, y además padecemos un desafío infinito de encarnar una y otra vez, una y otra vez” (1989: 247). El siguiente texto histórico es La noche de Ángeles. Dice Solares: “Estaba escribiendo el libro sobre Madero y me di cuenta que Felipe Ángeles se me quedaba por allí” (González, 10 de abril 1993: 120). Dado a que ambos personajes, en la historia y en la narrativa solariana comparten la aventura del fracaso nacional, La noche de Ángeles no puede evitar la intertextualidad con Madero, el otro. Las dos obras se cruzan minutos antes del asesinato de Madero, el momento en que los protagonistas toman caminos distintos: Madero a la vida (la otra, en la que él creía y que se convierte en el pretexto narrativo) y Ángeles al destierro y posterior retorno donde se unirá en la lucha que años más tarde libraría el general (para entonces bandolero oficial) Francisco Villa, en Chihuahua. El contenido del portafolio de Madero, objeto de la encrucijada, es el tema que se desarrolla: los Comentarios al Bhagavad Gita, el libro de los espíritus. ¿Puede una biografía convertirse en una obra de ficción? La respuesta a esta interrogante parece darla el mismo Ignacio Solares en
Las obras de ambiente histórico Columbus, las obras de teatro El jefe máximo, El gran elector y Los mochos (contenidas éstas tres en el libro llamado Teatro histórico) y los cuentos
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una nota final que hace en La noche de Ángeles. Comenta: “José María Pérez Gay dice en El imperio perdido que si un personaje real narra su vida con lujo de detalles como «cuentas de farmacia y de cantina», esa biografía, aun así, sería imaginaria”. Dicha nota, aclara mucho de los pasos que siguió el autor para conformar esta novela. Por ejemplo, explica que son pocos los libros escritos sobre de la vida de este general revolucionario maderista. Los enumera: La revolución interrumpida, de Adolfo Gilly, una biografía que Federico Cervantes realiza de Felipe Ángeles, en 1942; otra basada en la anterior de Matthew T. Slattery; una recopilación de cartas, artículos y documentos relacionados con el general, publicado en 1982 por Álvaro Matute. Hay otros textos que menciona Solares: el de Odile Guilpain, la obra de teatro de Elena Garro y Memorias de Pancho Villa de Martín Luis Guzmán: “Así, partí de que el Ángeles de Elena Garro es el ‘verdadero’ Ángeles y las palabras que él pronuncia en la obra de teatro «son verdaderas»” (1993: 188). De esta manera, el mismo autor revela su intertextualidad. El texto está dividido en pequeños capítulos, cuyo orden cronológico (Ángeles como director del Colegio Militar, contra Zapata, con Madero, en el exilio, con Carranza, con Villa, en la Convención de Aguascalientes, en el otro exilio, de nuevo con Villa y el viacrusis a la muerte) se ve interrumpido únicamente cuando se vuelve al comentario del viaje de Ángeles en una barca que lo transporta hacia algún lugar. A pesar de que el personaje piensa, vive, lucha y muere como un héroe sin una mancha en sus principios, no se le concede la redención final porque después de muerto Felipe Ángeles va sufriendo, viaja sufriendo en sus recuerdos, en aquella barca que lo transporta desde el inicio de la novela. El texto, dice el mismo Solares, busca apegarse a los hechos históricos donde intervienen figuras relevantes de la historia mexicana los cuales quedan retratados en su humanidad y en sus ambiciones.
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de Ficciones de la Revolución Mexicana, pertenecen más a los textos de asunto o ambiente histórico ya que sólo utiliza a los personajes de la revolución en sus conflictos personales tratados por la historia para describir y cuestionar situaciones reales o ficcionadas por el novelistadramaturgo o sólo se mencionan hechos históricos en contextos que no sucedieron. En Columbus Solares no sólo vuelve a la historia sino a su origen: Ciudad Juárez y trata a uno de los personajes importantes de la Revolución mexicana, Pancho Villa. Los escenarios donde se desarrolla Columbus se encuentran en el estado de Chihuahua. La novela inicia de la misma manera como termina: “No fue tanto por irme con Villa como por joder a los gringos” (1996: 11 y 180). En esta novela circular los personajes principales son Luis Treviño y Obdulia su esposa, quienes acercan al lector a un Villa que mueve la trama pero no como eje central. La invasión a Columbus, Nuevo México, es sólo una parte de la estructura. El narrador-protagonista revive sus recuerdos para un ser imaginario, un periodista, usando un recurso múltiple del autor: el espiritismo, pero de forma tangencial ya que la inferencia de esta herramienta no se hace sino hasta el final de la obra cuando el lector es conciente de que el interlocutor no existe. Treviño es entonces un personaje loco, pero a la vez muy lúcido. Estas características lo demuestran en su precisión historiográfica y en la presencia imaginaria de su receptor. Un juego narrativo entre el ser y lo posible, entre un presente narrado en la vejez y un pasado de hechos de juventud vividos por Treviño que se colocan frente a otra percepción: la del lector, donde se mezclan la ficción y el hecho histórico en espacios geográficos precisos: Ciudad Juárez, la sierra de Chihuahua y Columbus, Nuevo México. Es decir, la historia narrativa la podemos manejar en dos tiempos y en dos dimensiones a la vez. Hay un presente: el narrador platica de sus experiencias a un narratario; y un pasado: el narrador recuerda los hechos vividos durante su juventud. Su ahora es la vejez, su intención en el diálogo está en el interés de dejar un testimonio de todo aquello que lo obsesiona. Esta es una primera dimensión. La segunda es la del lector donde, por supuesto, hay pasado evidente, porque entre el tejido narrativo se mezclan la ficción y el hecho histórico. La geografía es
Hay sucesos en la historia de las naciones, de los hombres, que sólo se entienden con el humor, sin éste no podríamos superarlos. El humor es una llave mágica que abre puertas insospechadas. Hace años, en una conferencia que dictó Friedrich Katz, contó lo que había sido la aventura de Columbus, me quedé verdaderamente asombrado y la primera reacción que tuve fue de risa: el hecho de haber invadido Estados Unidos, tener ese honor y equivocarnos, no es para menos. Fue como ver una película cómica. Mi reacción ante el hecho, la primera, tenía que plasmarla tal
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precisa y bien lograda. Sin embargo, hay momentos en que el discurso de Treviño, sus reflexiones y narraciones, se convierten en presentes para un lector que conoce el contexto mexicano actual. Treviño recuerda el momento en que los soldados americanos invadieron, por unos momentos, la ciudad de Veracruz en 1914, luego los rumores de otra posible invasión, en el 15, sólo que ahora sería por la frontera con Ciudad Juárez. La afirmación del narrador se basa, de acuerdo con pruebas proporcionadas por él mismo, en una publicación del World de Chicago en donde se arenga a la población estadounidense para invadir México, una población “Compuesta por mestizos, indios y aventureros españoles, casi toda analfabeta” (Solares, 1996: 13). El argumento más poderoso que empujó a Treviño a reunirse con Villa, fue la quema de treinta y cinco mexicanos que intentaban cruzar hacia Estados Unidos por El Paso. Aunque la invasión a Columbus no salió del todo bien. En el momento del ataque se cometieron muchos errores: por ejemplo, en lugar de disparar contra los soldados, lo hicieron contra los caballos. El resultado final para los mexicanos fue peor que para los norteamericanos: “Diecisiete gringos muertos, en su mayoría civiles, a cambio de más de cien de los nuestros y muchos heridos” (1996: 14). Los errores cometidos por los villistas, también son ciertos, así como también la cifra de los muertos (Katz, 1998: 151- 152). Este es el juego narrativo que el autor se propuso realizar desde el génesis ya que —como él mismo señala— los hechos son lúdicos, a veces, sin la ayuda de la ficción:
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cual en la novela. Casi diría que la misma se desprendió de ese hecho y la risa que me provocó. (Licona, 20 de febrero 1999).
Muchos de los datos usados por Solares están registrados en la historia. En su novela ¡Vámonos con Pancho Villa! Rafael F. Muñoz narra la quema de los mexicanos en El Paso y el discurso de Villa ante las tropas horas antes de iniciar el ataque a Columbus. El historiador austriaco Friedrich Katz, biógrafo de Villa, duda realmente de que el entonces bandolero, haya dirigido discurso alguno a sus huestes; y aunque no desmiente la versión de la quema de los mexicanos, disminuye el número de las víctimas: Finalmente, mencionó un horrendo incidente que había tenido lugar sólo dos días antes, en El Paso. A veinte mexicanos que se hallaban encarcelados por diversos motivos los habían bañado con petróleo para despiojarlos. Al parecer se trataba de una práctica común, pero esta vez alguien había prendido fuego al petróleo. (1998: 149)
Como escenario, Ciudad Juárez aparece con la fama de: “La Babilonia pocha o el dump de los norteamericanos” (Solares, 1996: 2526). El punto de confluencia entre la narración y la realidad es un centro nocturno donde Treviño, recién llegado a la frontera y salido del seminario, conoce a su esposa. Un lugar atractivo para los gringos por la existencia de “Lindas enanitas (lo digo por la ternura que me despertaban), a las que tanto trabajo nos daba localizar —además de convencerlas de que se metieran de putas, lo más difícil—” (1996: 17). Las siguientes páginas del capítulo I transitan en un Ciudad Juárez burdelesco cuyo entorno es el bar del chino Ruelas: “Quizá el único terreno neutral de la frontera” (1996: 20).
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El justo medio histórico-ficticio en el drama y cuento
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La obra dramática que nos ocupan al igual que el motivo principal de los cuentos que se encuentran en Ficciones de la revolución mexicana
Actúa como un personaje o voz que presenta y a veces describe importantes características de los personajes dramáticos [. . .] proporciona informaciones de acontecimientos que ocurren fuera del escenario pero que están íntimamente relacionados con los hechos dramáticos. (1984, 244)
Cuando la voz del hablante básico dramático no solamente da instrucciones, sino también rompe el orden temporal del discurso y lleva
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parte de la interrogante: ¿qué hubiese pasado si los hechos conocidos históricamente concluyeran de otra forma? Esto abre una multiplicidad de posibilidades. Sin embargo, como estos textos encuentran en sucesos reales su pretexto narrativo, la posibilidad no podría dispararse a la negación misma de los acontecimientos registrados. Es decir, se circunscriben en el justo medio histórico ficticio para convertirse en metahistoria. Hay dos momentos importantes y definitorios para la vida de México donde la figura del general Álvaro Obregón es vital: en la primera aparece como candidato y en la segunda como presidente reelecto. Recuerda el historiador mexicano Enrique Krauze: “Un ingeniero católico apellidado Segura Vilchis atenta contra la vida de Obregón arrojando una bomba a su auto” (1997: 313). Como efecto de esto, Segura y el sacerdote Miguel Agustín Pro fueron fusilados por órdenes del presidente, Plutarco Elías Calles. El otro hecho sucede el 17 de julio de 1928, en el restaurante de La bombilla: José de León Toral, otro militante católico, dispara contra el general, a poca distancia, matándolo. Ambos hechos sirven como marco a Ignacio Solares para sus obras El jefe máximo y Los mochos. El jefe máximo es una obra en dos actos donde se usa la técnica del metateatro y explota como recurso la parapsicología. En ella los actores recrean el pasado de los personajes que aparecen en la escena, es decir, hay retrospección. Sin embargo, el orden temporal entre discurso e historia se ve interrumpido por otro elemento que mueve a la acción: la voz del hablante básico dramático (Díaz, 1984: 243), que:
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los acontecimientos de “fuera” al escenario transgrediendo el tiempo real del espectador, nos encontramos con el metateatro. Es hacer teatro dentro del teatro, el teatro que refiere al hecho dramático mismo. Este es el caso de El Jefe máximo. Por ejemplo, cuando uno de los actores que representa al Padre Pro, le reclama a Calles: “Y usted habla de progreso, general” (1996: 34). ESTEBAN: Oye, a qué viene... DIRECTOR: (Interrumpe.) ¿De dónde salió esa línea, Juan? JUAN: Se me acaba de ocurrir. Me parece lógica ante los absurdos argumentos de Calles. El progreso por acá y el progreso para allá... ASISTENTE: Pero no está en el libreto. JUAN: Pues había que agregarla. Por algo me salió así. [. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .] DIRECTOR: (Al asistente y también dirigiéndose a una de las salidas.) Anota lo del intermedio. ¡Breve! ASISTENTE: (Ya solo y mirando hacia la cabina del teatro) ¡Apaga las luces, hay un intermedio! (1996: 35)
Esta es una obra que se va elaborando conforme avanza en el ensayo, un ensayo que están presenciando los espectadores (o lectores). El autor incluso se da tiempo de reflexionar sobre el teatro mismo y el papel del director y la obra en una puesta en escena: “Es virtud de esta obra: la improvisación. Las decisiones se toman sobre la marcha. Como en política” (1996: 19). Hay dos planos de la actuación: el de los personajes de la obra teatral y el de los personajes de la historia narrada. Esta división se debe a que en algunas ocasiones los personajes de la obra teatral representan a varios personajes de la historia narrada que son: Padre Pro, Calles, Director, Asistente, Esteban y Juan; mientras que los personajes de la historia son: Miguel Agustín Pro, Plutarco Elías Calles, Roberto Cruz, Emiliano Zapata, Francisco I. Madero y Álvaro Obregón. Lo que inicia con el simple ensayo de una obra, termina siendo toda una representación del recuerdo de un ex presidente, Plutarco Elías Calles, quien muchos años después revisa los hechos acontecidos
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que influyeron en la historia de México. En esta obra no hay un clímax único, ya que en el transcurso de la representación, Calles se enfrenta a múltiples personajes y en cada uno de estos encuentros existe un planteamiento del problema y un clímax; no hay conclusiones o soluciones ya que cada encuentro carece de un desenlace y deja al personaje de Calles con múltiples interrogantes. Él es el único protagonista vivo en la obra, quien dialoga, razona, recuerda y argumenta con los muertos. No en vano –como dice el texto y como documenta la historia– se convirtió al espiritismo. Otro drama es El gran elector donde de nuevo el autor vuelve al teatro de motivo histórico y a la parapsicología. Toda la obra se desarrolla en Palacio Nacional donde despacha el presidente. Desde ahí el recuerdo se convierte en el instrumento necesario para recrear la historia del México contemporáneo a partir de la fundación del Partido Nacional Revolucionario de Plutarco Elías Calles en 1929. El personaje principal de la obra es el Sr. presidente: nadie en particular. Son todos los mandatarios que ha tenido México desde 1929. El Sr. Presidente es la institución presidencial, es el partido en el poder. La obra se constituye como una crítica al poder, al gobierno, al oportunismo de la izquierda, al oportunismo de los políticos. La acción se desarrolla a partir de los cuestionamientos de otro personaje llamado solamente Interrogador quien se dirige a otro personaje, Domínguez, el alter ego del presidente. Domínguez siempre trata de justificar a su jefe. El interrogador va poniendo los temas sobre el escenario, Domínguez explica y cuando es el momento de que el Sr. presidente hable –de acuerdo a la narración de Domínguez– sale de la obscuridad y actúa. Esta es una primera parte de la obra que tiene un solo acto. En la otra parte, la acción la conduce un cuaderno que le fue robado a Madero. Domínguez lee este escrito y cuando la acción es del presidente, aparece de nuevo y actúa. Es como un fantasma. A los presidentes se les identifica por sus obras, no se mencionan sus nombres, simplemente se alude a sus discursos o sus actos sexenales. De esta manera se pasa de un sexenio a otro: es el inventor del país -al que califica como mugre-, el que contendió contra José Vasconcelos para la presidencia, el que recibió un balazo en 1929 y otro en 1944; el que dijo en 1933 que
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se había pasado de la preocupación social a lo económico; o el del 36; o cuando anunció el tránsito del caudillismo a las instituciones. En los apuntes de Madero, se recuerda otra vez a Vasconcelos, los crímenes en contra de sus simpatizantes realizados por Gonzalo N. Santos, la rebeldía de Juan Andrew Almazán y el mitin en favor del general Heríquez Guzmán, así como el fraude electoral de 1988 donde fueron asesinados los hermanos perredistas Ovando y Gil Hernández. El gran elector es una obra circular, termina en el mismo lugar y hecho con el cual comienza: cuando Madero entra a Palacio nacional y da un beso al presidente en la mejilla, en cámara lenta y en silencio, para luego salir e integrarse a una manifestación en el Zócalo de la ciudad de México. Al principio de la obra, el presidente ve al fantasma que Domínguez no percibe: es Madero, Francisco, “el apóstol de nuestra revolución” (1996: 68). Éste simplemente se levanta, besa al presidente y desaparece. Por el paso de los años y su visión irreal, el presidente dice: “Estamos condenados a que la vida de México la ronden los fantasmas, Domínguez. Como lo oyes. Gobernamos con ellos al lado” (1996: 69). Los mochos, es la recreación de una posibilidad. José de León Toral habla a un supuesto tribunal que debe juzgarlo y le cuenta realmente lo sucedido en La bombilla. Él no mató al presidente electo Álvaro Obregón. Toral relata las actividades que realizó horas antes del atentado; las torturas a las que fue sometido después en la inspección de la policía y su reencuentro con el general Obregón, vivo, quien sostiene la pistola con la que horas antes el aspirante fracasado a magnicida intentó cometer su crimen. La idea de los interrogadores y la del general, es saber quién está detrás del atentado, quién contrató a Toral —el cual únicamente dice: “Actué solo y me llamo Juan” (1996: 187)— para desaparecer al primer presidente postrevolucionario reelecto de México. Solares recrea el conflicto interno de cada personaje, tomando los hechos reales de aquel juicio que duró de julio de 1928 a febrero del año siguiente cuando José de León Toral fue fusilado.
Bibliografía Díaz Márquez, Luis. (1984). Teoría del género literario. Madrid: Partenón. González, Alfonso. (10 de abril de 1993, noviembre de 1944). “Entrevista con Ignacio Solares”. Chasqui: revista de literatura latinoamericana. Cuernavaca, Morelos: 112- 24.
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Nuestra obra es un monólogo que se realiza en un acto. El narrador es el mismo León Toral quien da: “La versión más cruda y realista” (1996: 183). En las primeras líneas y en las últimas, León Toral busca convencer al lector o espectador quien se transforma en el nuevo jurado que dictaminará sobre la otra versión de los hechos. El recurso estético es la función apelativa (Díaz Márquez, 1984: 239). El narrador tiene el poder, da su versión y no hay otra en este momento, el teatro se transforma, la lectura transforma; hay otra realidad frente al espectador-lector. Incluso aunque él mismo da voz a su antagonista, éste no existe por si sólo, necesita del protagonista quien es testigo, narrador de su verdad. En Los mochos se muestra a un Álvaro Obregón aislado por sus propios amigos en sus actitudes serviles. El general lo siente y lo vive hasta la crisis final del suicidio ficcionizado en esta obra. De 1969, cuando Solares escribe su primera obra: el drama El problema es otro, a 1989 cuando publica su primer texto histórico, han pasado 20 años. Hay una madurez en el manejo de los géneros y, obviamente, una preocupación por acercarse al conocimiento histórico para que, en su combinación, mostrar una realidad del origen del estado mexicano el cual cuestiona y presenta con sus vicios. Son textos donde entran en juego elementos como el espiritismo y la reencarnación, además de presentarnos a personajes en toda su humanidad donde el peso de su papel en la historia los hace cargar un sentimiento de culpa. Ángeles, Madero, Obregón, Calles viven un aislamiento por este peso. Madero padece la incertidumbre sobre lo correcto de sus actos que afectan a toda una nación; mientras que Ángeles vive encerrado en el recuerdo del fracaso. Este es el juego de ficción y realidad. De historiografía y verosimilitud narrativa en la obra de Ignacio Solares.
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Güemes, César. (20 enero 1999). “Para conocer el árbol, un escritor tiene que andarse por las ramas”. La Jornada on the Web: http://serpiente. dgsca.unam.mx/jornada/1999/ene 99/990120/cultura.html Jitrik, Noé. (1986). “De la historia a la escritura: predominios disimetrías, acuerdos en la novela histórica latinoamericana”. The Historical Novel in Latin America: A Symposyum. (Ed. Daniel Balderston). Gaitherburg, USA: Hispamérica. Katz, Friederich. (1998). Pancho Villa. (Trad. Paloma Villegas). Vol. 2. México: Era. Krauze, Enrique. (1997). Biografía del poder. Barcelona: Tusquets. Licona, Sandra. (20 febrero 1999, 03 octubre 1999). “«Columbus es un símbolo de las relaciones entre México y Estados Unidos», piensa Ignacio Solares”. La crónica de hoy on the Web. http://unam.netgate.net/ cronica /1996/oct96/03oct96/cul01.html Márquez Rodríguez, Alexis. (julio- agosto 1991). “Raíces de la novela histórica”. Cuadernos americanos. Nueva época: 32 – 49. Solares, Ignacio. (1996). Columbus. México: Alfaguara. ---. (1996). “El gran elector”. Teatro histórico. México: Universidad Nacional Autónoma México. ---. (1996). “El Jefe Máximo”. Teatro histórico. México: Universidad Nacional Autónoma México. ---. (1991). La noche de Ángeles. México: Diana. ---. (1996). “Los Mochos”. Teatro histórico. México: Universidad Nacional Autónoma México. ---. (1989). Madero, el otro. México: Joaquín Mortiz.
Libros, entrevistas y otras narrativas
Reseña del texto: Manuel Guerra de Luna (2009). Los Madero. La saga liberal. Historia del siglo XIX. México: Tudor Producciones. Ricardo León García1
Universidad Autónoma de Ciudad Juárez-Departamento de Humanidades. Profesor-investigador. Correo de contacto: rleon@uacj.mx; mawyaka@hotmail.com 1
Fecha de recepción: 09 de agosto de 2011 Fecha de aceptación: 24 de agosto de 2011
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Biografía en las fronteras de la historia2
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Pocas son las ocasiones en las que el lector mexicano puede tener acceso a un trabajo de historia regional de tantas profundidades, logradas a partir de un espectacular trabajo de recopilación documental. Digo profundidades porque Guerra de Luna pretende abarcar en su libro todo lo que logró recopilar en ocho años de hurgar, husmear, suponer y hallar información. ¿Qué hacer con tan descomunal cantidad de datos, nexos, redes, procesos, vidas y eventos? La discriminación de la información no es un asunto menor. En Los Madero (2009), percibo falta de experiencia en el asunto de mantener un hilo conductor en el discurso. Lo anterior se refleja en la imposibilidad de evitar una tras otra digresión, tanto en el cuerpo principal del texto como en la inconmensurable cantidad de notas acomodadas al final de cada capítulo, por cierto, un grave error del diseño editorial que se dejó llevar por las modas mercadológicas de la industria editorial estadounidense. Y hablando de modas, ¿acaso no están de moda los libros de más de 500 páginas? Ficción o no ficción, de acuerdo al mundo global de las editoriales, hoy el público lector parece buscar y preferir los textos de gran tamaño. La diferencia con la moda, es que este libro de Tudor Producciones, además de contar con más de 700 páginas impresas en China, posee una tipografía tan pequeña y tonalidades de color gris, que dificultan su lectura de manera ágil. El diseño se encuentra por encima de la comodidad del consumidor- lector (igual que su precio, inaccesible para la mayoría). Para concluir esta sección sobre el objeto libro, la camisa que cubre la encuadernación, impresa impecablemente a todo color sobre lujoso papel cuché, indudablemente provoca a la vista una atracción que, al menos, invita a tratar de averiguar el contenido de tan bello objeto. 1
2 La obra de Manuel Guerra de Luna aquí reseñada resultó ganadora del premio banamex de Historia Regional Mexicana “Atanasio G. Saravia”, versión 2008.
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Escribir una biografía no es un asunto fácil, máxime cuando el biografiado tiene mucho tiempo desparecido de esta vida. La labor se hace más compleja al intentar biografiar en una sola obra a tres generaciones sucesivas de un mismo clan, a tres patriarcas diferentes. Para terminar de colocar el asunto en los niveles de la dificultad, el autor se involucra en las vidas de personajes nunca antes biografiados y cuya fama en la historia es tangencial y tan sólo como referencias obligadas para la cuarta generación de la cual casi no hace mención, y se agradece. Por otra parte, la biografía como práctica de acercamiento a la historia es denostada por la historia académica y se le achacan rasgos de literatura como si fueran estos los peores pecados mortales en los que puede incurrir un autor. Redactar una biografía implica subjetividad, invita a la admiración del personaje biografiado por el biógrafo y se aleja, supuestamente, de la objetividad de la historia científica. Estemos o no de acuerdo con lo anterior, la biografía seguirá siendo un género en el que se dé rienda suelta a la imaginación y se apliquen los conocimientos de la historia para seguir reflexionando el pasado. Manuel Guerra intenta poner en el escenario de la historiografía nacional una serie de aspectos vitales para entender el siglo xix mexicano. En primer lugar, la historia patria no puede entenderse solamente a partir de los sucesos y actores en y de la ciudad de México. Querámoslo o no, la nación mexicana existe mucho más allá de Cuautitlán. Con este trabajo, Guerra de Luna pone en perspectiva lo que al menos a lo largo de las últimas cuatro décadas intentaron tantos historiadores, meter a las regiones en el discurso de la historia escrita desde la capital. Como parte de esa puesta en escena de la historia del noreste mexicano, Guerra lleva de la mano al lector por los vericuetos que significaron los conflictos entre los proyectos de ocupación del mundo occidental y de los pueblos que originalmente poseían los territorios; por una precisa radiografía de la separación de Texas y cómo se vivía en el lugar de los hechos, a diferencia de las intrigas palaciegas y los reportes de los periódicos capitalinos con claros intereses a favor o en contra de los gobernantes en turno; por la definición siempre accidentada de los
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proyectos económicos que tomarían una forma ejemplar con la asunción del régimen de Porfirio Díaz, más por su tiempo de cocción y trazo seguido hasta su culminación en coincidencia con el gobierno del posteriormente llamado dictador que debido a su benevolencia o magia para que se llevaran a cabo esas inversiones. Este libro de Manuel Guerra presenta dos problemas fundamentales que, sin embargo, no merecen ser considerados para alejarse de su lectura, sino que bien valdría la pena tener en cuenta a la hora de tener el texto ante la vista. Primeramente, la narrativa histórica de Guerra es muy pesada, se convierte en un verdadero viacrucis tratar de seguir el hilo conductor de la historia allí contada (por todas esas digresiones de las que hablaba yo al principio de este texto). Y, en segundo lugar, los comentarios que hace el autor sobre los procesos históricos que dibuja e interpreta tienen más que ver con una posición ideológica del neoliberalismo del siglo xxi que con un análisis complejo de la vida norteña del siglo xix. Para el historiador, los hallazgos del equipo que encabeza Manuel Guerra de Luna, son muy importantes y dado que los explica y describe de manera muy amplia, Los Madero. La saga liberal (2009) se convierte en una rica fuente de materiales transcritos para solaz de quienes se dedican a escarbar los temas tratados por el autor. La incapacidad para discriminar información y la necesidad de incluir todo lo encontrado en un solo volumen provoca ambas formas de considerar el libro: un exceso para el lector común y corriente y un oasis en el desierto de la investigación de la historia regional. En lo que sí debe tener mucho cuidado el lector, lego o no, es en aceptar conceptos tan en boga y de moda en las aulas, en los medios de comunicación, en los discursos desde el poder político, económico y cultural. No es posible aceptar de entrada el traslado a épocas anteriores, muy diferentes a la nuestra, de conceptos (muy discutibles, por cierto) creados para entender realidades presentes y que, a final de cuentas promueven una visión de la historia como si cada concepto justificara la concepción de la eternidad de las relaciones sociales.
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En suma, Los Madero. La saga liberal (2009) es un libro que debe leerse, consultarse, que toda biblioteca que se precie de estar completa debería tener. Como siempre, el manejo de lo que allí se consigna es responsabilidad únicamente del lector.
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La Toma de Ciudad Juárez
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New Mexico State University. Profesor-investigador. Correo de contacto: jmgarcia@nmsu.edu 1
Fecha de recepción: 24 de marzo de 2011 Fecha de aceptación: 24 de agosto de 2011
La Toma de Ciudad Juárez
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Idea general que sirve de introducción y que he titulado: «Es tan deseada que matan y mueren por ella» La ciudad Paso del Norte / Ciudad Juárez ha sido: —Refugio de aventureros y chichimecas que huían de la Corona Virreinal (Siglo XVI). —Cabeza de Playa para el «poblamiento» del septentrión por Oñate (1598). —Misión para contener la «herejía» de los indios (1659). —Zona de guerra entre indios rebeldes y soldados de la Corona (1684). —Refugio de los derrotados de la Gran Rebelión de las 10 naciones indias (1680). —Presidio para las guerras intermitentes contra los comanches y los apaches (a partir de 1766). —Almacén situado a 9 días de las ciudades principales: Chihuahua y Santa Fe (siglo XIX). —Refugio y frontera final en la derrota de la guerra contra Estados Unidos (1848). —Refugio del gobierno de Benito Juárez en su huida de los franceses (1864-65). —Puerto y cruces de ferrocarriles entre México y Estados Unidos (1884). —Ciudad abierta para el triunfo de maderista (1911). —Centro del exilio de escritores, revolucionarios y reaccionarios (1910-1925). —Corazón herido por la Guerra Sucia contra los muchachos guerrilleros (1973-1980). —Experimento del bipartidismo mexicano (1983-). —Feminicidio globalizado (1990-). —Plaza peleada por el Estado y los narcos (a partir del 2008).
Ante la larga historia de ataques e invasiones a Ciudad Juárez, el historiador Francisco R. Almada se propuso concentrarse en los ataques militares a la ciudad, dividiéndolos en tres grupos:
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Orden al caos
(a) «Ocupaciones»; (b) «Asaltos», y (c) «Tomas» propiamente dichas.
(a) Una ocupación, que es, por ejemplo, la realizada por Villa el 15 de noviembre de 1913, cuando el Centauro captura la guarnición de la plaza sin disparos ni contratiempos. Bastaron los gritos incendiarios de «¡Viva Villa…!», para dejar sin voluntad de resistencia a los soldados del cuartel. El general huertista Francisco Castro huyó vestido de civil a El Paso, Texas. Y Villa ocupó la ciudad. (b) Un asalto, que es, en cambio, el que Pancho Villa realizó los días 14 y 15 de junio de 1919, cuando llega a Ciudad Juárez y se enfrenta al ejército norteamericano. Los gringos vencen y la ocupación villista fracasa; su fracaso se convierte en «asalto», intentona. (c) Una toma, que es para Almada, lo ocurrido en Ciudad Juárez del 8 al 10 de mayo de 1911; cuando las fuerzas maderistas capturan después de varias batallas la plaza de la ciudad. Este evento es como ya sabemos, el más despreciado por la historia oficial y el momento culminante del movimiento maderista. (d) Por nuestra parte, el asalto norteamericano del 15 de junio de 1919 fue, sin duda, una invasión. La figura mayor de un agravio nacional. Almada, historiador meticuloso, omite este dato.
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Es una clasificación que no explica pero ayuda. Así, tenemos:
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De todas las tomas, la toma del once Falta el investigador que enumere, analice y explique (al menos), los principales ataques a Ciudad Juárez. Por lo pronto, hablemos aquí de una de las tomas, la principal, desde el punto de vista del desarrollo de la revolución mexicana: La toma de 1911. Gracias a esta toma, Madero tuvo el poder militar real para negociar con Díaz. El exilio del viejo dictador fue el efecto inmediato de la toma de la ciudad fronteriza. La revolución no se inició en noviembre de 1910 si no en mayo de 1911.
Testimonios
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No soy historiador, pero conozco de la toma de 1911, 16 testimonios. Los enumero:
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(a) Los testimonios de periodistas: el cronista Gonzalo G. Rivero, el moralista-orozquista T.F. Serrano; el satírico Tomothy G. Turner, y el junta- artículos Alberto Heredia. (b) Los testimonios de civiles: el patético reporte de Roque Estrada; las autojustificaciones del Dr. Francisco Vázquez Gómez; la ingenuidad del Dr. Ira Bush; y la inseguridad reflexiva de Madero. (c) Los testimonios militares: el breve y obligado informe del general Navarro; la frustración crítica del capitán Rafael Aguilar; las sobrias descripciones de Ruiz Llamas; la egolatría militar de Villa (a través de la pluma de Martín Luis Guzmán y de Nellie Campobello) y de Guiseppe Garibaldi; la sencillez extrema de Máximo Castillo, de Heliodoro Olea Arias, y de Marcelo Caraveo. (d) Independientes al grupo de los testigos presenciales, aunque cercanos cronológicamente a la revolución están los cronistas e historiadores locales: Francisco R. Almada, Armando B. Chávez, Benjamín Herrera Vargas y otros.
Los testimonios parecen coincidir en tres puntos esenciales: las tensiones internas entre los rebeldes, los errores de algunos de los jefes militares y las indecisiones de Madero. Las diferencias, por otra parte, se marcan en los detalles de las batallas, y el protagonismo de los militares. Cada versión se afirma en perspectivas e intereses. Así, hay diferencias en las causas aparentes del inicio del ataque, las horas en que se dan las batallas, la forma en que mueren algunos protagonistas (Tamborrel, por ejemplo), la actuación de Orozco y de Villa, el enfrentamiento final y el protagonismo que alude al momento en que se rinde el general Navarro (¿a quién se rinde?). La diferencia está en el detalle, no en el marco general de los acontecimientos.
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Coincidencias y diferencias
Los principales son cuatro: Gonzalo G. Rivero, T. F. Serrano, Tomothy G. Turner y Alberto Heredia. Gonzalo G. Rivero es un periodista impresionista; llegó a Ciudad Juárez a «fotografiar con sus palabras» los destrozos de la revolución. Su estado de ánimo, su pesimismo, lo proyectaba a un ambiente que ya de por sí no necesitaba el maquillaje espiritual de un escepticismo reporteril al servicio del didactismo civilizador: la destrucción de Juárez fue generada por hombres extraordinarios pero decepcionantes; en todo caso, verdaderos polvorines emocionales que aprendieron a ocultar su peligrosidad. Gonzalo G. Rivero (1911) dice del «endiosado» jefe Pascual Orozco: Nótese en este hombre, cuyo aspecto nada tiene de atrayente ni de simpático, una pose forzada que ha de causarle gran cansancio al conservar. La mirada es vaga, un poco cobarde, distanciándose de la del interlocutor, continuamente con desvío, como incapaz del menor esfuerzo de
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Los periodistas
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atención. Los ojos azulados y sin brillo, no refractan, ni nada envuelven, como no sea cierta expresión de cansancio que está muy lejos de ser la supuesta energía que el vulgo, en su disparatado afán de endiosar a algo o a alguien, le atribuye. Terminemos el retrato, diciendo que la mandíbula es lombrosiana, los músculos realmente poderosos, la dentadura sucia y mal cuidada, labio pálido y exangüe, y el aire completamente ordinario, sin nada que lo dulcifique, ni atenúe el mal efecto que a primera vista, en conjunto produce. Tal nos resultó el héroe visto de cerca.
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Le importante es plasmar su propio estado de ánimo en lo que observa, así, Gonzalo G. Rivero va enumerando la suma de los escombros, haciéndonos sentir, al mismo tiempo, su propia desesperanza: “Te diré, lector, que todo de cuanto más bello hubo en Ciudad Juárez, yace, ¡oh, dolor!, convertido en ahumada reunión de inseguros paredones. En cambio, mantiénense sanas y salvas las tristes casas de adobes, que al confundirse con la tierra, sugieren la extraña idea de un pueblo de trogloditas”. No olvida el cliché retórico («¡Oh, dolor!») y el contraste emocional entre la barbarie que ahora es y la civilización que, supone, fue: “la Biblioteca, el Correo, casas céntricas de comercio, todo fue pasto de las llamas y del saqueo, porque saqueo, y robo, hubo, aunque se diga lo contrario, y es menester desconocer la guerra, para sostener ingenuamente que la fiera embriagada de sangre, se humanice en plena borrachera”, el tono es antimilitar. No viene a mitificar un acto de destrucción. Nada de épico tiene el panorama que se abre ante sus ojos. Gonzalo G. Rivero describe también a Madero y al general Navarro. Se da tiempo de entrevistar a las enfermeras del hospital local y al capitán González que le da pormenores de la batalla perdida. La descripción cuadra por cuadra corre por su cuenta:
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¡Al fin, Ciudad Juárez! Ya estamos en ella y no vacilo, lector, en titularla «ciudad muerta», bajo la tétrica impresión de la primer ojeada. Apenas cruzando el puente internacional, aparecen a nuestra vista las siniestras huellas del horror, del estrago, del incendio, bajo un sol calcinante que parece también
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querer quemarlo todo. A nuestra derecha, y a unos cien metros escasos de la plaza de toros, ostenta su acribillada fachada, a elegante residencia del señor Ing. Francisco Portillo, ex-jefe Político de Juárez, ausente cuando el asalto. En ella, si se atiende al número de balazos de fusil y de obús, debió ser en carnizadísimo el combate, ultimado por el incendio que lo consumió todo. Fue el principal blanco, la citada casa, de los 150 revolucionarios que por sorpresa, desde la Plaza de Toros, preludiaron el combate, demostrando al resto de sus compañeros, la posibilidad del asalto a la anhelada Ciudad de sus ensueños conquistadores.
Febrero 1911. Los soldados del ejército americano están haciendo guardia; hay una multitud de gente a todo lo largo del río en el lado de acá y en la entrada de los puentes. Ciudad Juárez visto desde este lado presenta el aspecto de un cementerio. Todo solo: todos los comercios cerrados, la gente viniéndose a El Paso donde están llenos los hoteles. Familias y empleados emigran como el administrador de Correos y otros empleados que desde el miércoles están de este lado. Encima de la iglesia de Ciudad Juárez se divisa un grupo que debe ser de soldados. Más allá de la ciudad, rumbo al sur, otro grupo se descubre -se nos antojan federales- custodiando algunas piezas de artillería.
Es el testigo literalmente de «oídas». Escucha una detonación y supone una serie de imágenes que va a anotando en su vieja máquina de escribir. Desde la redacción en El Paso, divisa una calle, oye las voces de los rebeldes: “Son las dos de la tarde del lunes, 8 de mayo, cuando escribimos estas líneas, y desde nuestra redacción se oye un
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T. F. Serrano (1911), por su parte, prefiere narrar la toma de Ciudad Juárez, desde la vecina ciudad de El Paso, se entera por otros de las escaramuzas, por otros sabe de las diversas maniobras políticas y militares que anteceden la toma. Su mirada sólo cubre un par de calles de la ciudad vecina:
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nutrido fuego de fusilería por la parte occidental de Ciudad Juárez: los insurrectos se aproximaron a las trincheras de los federales que están parapetados en el molino y estos rompen el fuego. Desde las 10 de la mañana empezó el tiroteo han transcurrido cuatro horas y sigue el fuego cada vez más fuerte.” Así va describiendo el día 8, el 9, el 10, día de la toma final: “El día 8 de mayo a las 9 de la mañana comenzó el ataque, y la rendición fue el día 10 a las 12 del día”. “Cuando se abrieron las puertas del cuartel aparecieron en general Navarro rendido, se agolparon sus soldados tirando por el suelo los kepis, correajes, fusiles y uniformes, y por la parte de fuera los insurrectos pidiendo a sus jefes la cabeza de Navarro y de los demás jefes y oficiales. Antes de rendirse Navarro había escrito una misiva que fue contestada por Garibaldi.” T. F. Serrano es el testigo auricular de la «épica» juarense.
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Tomothy G. Turner, por su parte, es un periodista norteamericano que busca el lado anecdótico de la revolución. Sus lectores quieren ser entretenidos por las proezas de los mexicans que viven del otro lado del río. ¡Oh, greasers, balazos, mucho valientes! (todavía la imagen de Villa y el villismo, es decir, del caudillo y el caudillismo, no nacía). La revolución: un grupo de hombres más o menos valientes dirigidos por desconocidos. Lo importante para los lectores de Turner (1912) eran, en todo caso, las divertidas anécdotas que sustituían una explicación racional de la insurgencia. Sin embargo, el periodista tiene una gran capacidad de síntesis y el trazo rápido de momentos disfrutables que «nos llevaban» directamente a las batallas, a sus secretos y tácticas ocultas (no sé si esto ocurrió así, lo cierto es que Turner dijo que él estuvo allí):
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Oí que alguien me llama, era un rebelde que estaba en una puerta. Lo conocía, era un antiguo maestro de escuela de la capital del estado. Corrí a donde estaba y entré a la casa. Estaba con unos hombres que llevaban hachas y barras de hierro en sus manos, con sus rifles colgando en sus espaldas, entendí lo que estaban haciendo. Iban avanzando casa por casa, a través de las paredes de adobe que dividía las estructuras. Así, uno podía caminar una cuadra entera sin
Turner se desplaza por las calles principales, va en medio de las descargas, los gritos, los caballos que huyen sin jinetes. Turner decide sentarse a observar a la interacción humana de los rebeldes:
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tener que salir de una casa. Esta era una manera segura de avanzar hacia el centro de la ciudad, con el inconveniente de que uno tenía que correr para cruzar una calle para meterse al siguiente bloque de edificios. La marcha era lenta, pero nadie tenía prisa.
Sus anécdotas crecen a medida que Turner parece desplazarse por toda la ciudad (hecho imposible fuera del marco meramente literario). Nos habla de la repartición piadosa de la comida entre los revoltosos, y al mismo tiempo, nos informa de la diversión de los maderistas que festejan sobre los cadáveres de los vencidos: “En una calle había muchas cantinas, al pasar oí la algarabía que salía de esos lugares. Yo pasaba: ¡Qué feliz, que informal guerra, tan llena de sorpresas agradables!” Turner: turista entusiasta de la revolución. Alberto Heredia no es más que un recopilador de los artículos publicados en El Paso y Ciudad Juárez. Heredia trata de darle (al menos) un orden cronológico al torbellino (supongo que la palabreja todavía no era cliché) de la revolución. Curiosamente, años después, Benjamín
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En la calle una de las bombas federales había explotado en un supermercado chino de la esquina, y tirados en medio de la calle estaban los cadáveres de los chinos, con sus ropas quemadas esto enfureció a los rebeldes. Por primera vez su buen humor había desaparecido. Sabían que estaban ante una guerra inmoral. Como reportero, conocía Juárez desde hacía un año, pero en ese momento no tenía la menor idea en que parte de la ciudad estaba. Todavía hoy no lo sé. Por largo tiempo me quedé en una de las casas, pues el fuego era muy intenso en las calles. Algunos de los residentes habían sido atrapados en sus casas. Vi a una anciana y un niño, un niñito. Los rebeldes los trataban con amabilidad, dándoles un poco de agua, porque no tenía una gota para beber (1912)
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Herrera Vargas, en su ¡Aquí Chihuahua! Cuna y chispa de a revolución mexicana (Edición del autor, 1980). Elige una presentación desordenada de los eventos ocurridos los primeros días de mayo de 1911.
Los civiles De los testimonios civiles, llama la atención el testimonio de Roque Estrada, personaje que llega días después de la toma de la ciudad. Es un arribista que se sabe arribista: La señora me indica que por la noche estará desocupado un cuarto del frente; el señor Carranza me dice que es el de Sánchez Azcona ¡Ah! Me introduzco en confianza con todo y equipaje. Dentro tropiezo con Onésimo Espinosa, le tiendo la mano, y un pensamiento rápido me asalta: «he aquí uno que viene a plaza conquistada». Pero este pensamiento tornóse de rechazo en contra mía igual podían pensar de mí. (1912)
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Estrada echa mano de los diarios que ha leído para darnos «su» versión de la toma de Juárez. Es una retrospectiva que tiene mucho de angustiante: ¿Me dará trabajo el señor Madero? Su preocupación no es dar a conocer la verdad; es afirmar el heroísmo de quien le pague su salario por sus servicios a la revolución. El final de su testimonio no es menos patético que el tono general empleado en su texto:
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Salió luego el señor Francisco I. Madero en traje de montar; saludó al señor Malváez de mano y a mí de caravana y se fue con su Guardia. Malváez me indicó que había una fiesta ante la estatua de Juárez y me invitó a acompañarle. Rehusé. Partieron luego en automóvil todas las demás personas y nadie se preocupó de invitarme siquiera en galantería, ni al verme solo, si es que se dignaron verme. Fue una fuerte impresión de vergüenza para mí. Y emprendí a pie el largo y terroso trayecto hasta el centro de Ciudad Juárez…
Acabo de decir que a cada momento llamaban al teléfono, y es la verdad. Los revolucionarios habían tomado una buena parte de la ciudad, en donde había teléfonos y de allí hablaban al campamento, dando cuenta de los progresos que hacían: unas veces, que habían tomado la plaza de toros y otras, que se las habían quitado, pues esta posición cambió de manos varias veces. En algunas ocasiones avisaban que no había bombas que mucho necesitaban, e invariablemente les contestaba que era Cástulo Herrera el encargado de proporcionarlas, que a él se las pidieran. Así pasé la noche, yo solo, con mis dos compañeros, durmiendo. (1933)
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Otro caso similar es el de Francisco Vázquez Gómez. Pero éste se aparta radicalmente del tono de autoconmiseración de Estrada, y prefiere crear un mito de sí mismo: las noches del 8 y 9, él dirigirá por teléfono (¡) la revolución:
Por contraste, el Doctor Ira Bush, publica su libro no con fines políticos, sino para recordar cómo él participó en el safari revolucionario. En su libro Gringo Doctor (1939. Caldwell: Caxton Printers), le dedica un par de capítulos a la toma de la ciudad. En esos capítulos Bush va a curar a unos heridos y llega a enfrentarse, como un vaquero del oeste, contra unos federales que quieren cazarlo como a un conejo.
En testimonio más conocido es el que el general Juan J. Navarro tuvo que dar. Su lenguaje es conciso y tratando de darle dignidad a sus obvios errores militares. Ejemplo de su reporte: Las fuerzas que combatían en las posiciones «i», «j», «q» [Mapa Zona «C»: «i: Iglesia» / Mapa Zona «A»: «j: Cárcel pública» / Mapa Zona «C»: «q: Jefatura Política», respectivamente] se concentraron igualmente en esta última posición habiéndose defendido hasta última hora a las inmediatas órdenes del Jefe Político de la población C. Co-
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ronel Rafael García Martínez, que combatió con denuedo durante los días del combate. El ataque llevado a cabo por todos los grupos, y auxiliados por nuevas fuerzas era cada momento más tenaz, por nuestra parte los soldados faltos de fuerza física y moral, hacían los últimos esfuerzos de que eran capaces; ante tan tremenda situación, sólo quedaba el sacrificio de mi persona y a las 2:30 p.m. me rendí a discreción para evitar el sacrificio inútil de mi gente (Chávez, 1990: UACJ)
Por su parte, en el testimonio del capitán Rafael Aguilar, los revolucionarios son brazos armados sin capitanía. Guerra sin metas, acciones militares sin dignidad ni triunfo. Aguilar es la voz de un mal perdedor. En todo caso, apunta el capitán porfirista, la batalla la perdieron los federales no por la fuera de los rebeldes, sino por la incapacidad de Navarro: “La caída de Ciudad Juárez no puede considerarse sino como un triunfo moral y material para la revolución; bajo ningún concepto puede ser un triunfo militar”:
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Con gran sorpresa se sabe el miércoles 10 a la 1.52, que el general Navarro se ha rendido con su Estado Mayor y 400 soldados, entregando al enemigo el armamento intacto y una enorme cantidad de cartuchos. Apenas puede creerse la noticia de la caída de Juárez, y la única causa que resalta evidente es la ineptitud completa del general Navarro; ahí está como precioso testimonio, el grupo de oficiales, que con lágrimas de sangre; le pedían a su jefe que no se rindiera, que se retiraran 24 horas antes. (Chávez, 1990)
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Fuera de estos dos testimonios federales, están los informes de los jefes militares del lado revolucionario. El primero y más completo es el de Guiseppe Garibaldi. Hombre que se dibuja a sí mismo como una figura heroica, noble, valiente, generosa. Su informe es la autocomplacencia de un gentleman de las armas. Es él, no Orozco, el que dirige realmente la toma de la ciudad. Es él y no Orozco el que recibe de manos de Navarro la espada de la rendición. Los revolucionarios, son descritos o como nobles guerreros o como parodias de una aventura
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bélica (pienso en la descripción de los tarahumaras que no podían pelear con el uniforme puesto). Garibaldi quiere demostrar que sí había conocedores de la guerra, que éstos sí podían dar partes militares donde se registraba la agudaza de su dirección. A la par con el testimonio de Garibaldi, está el informe del revolucionario Heliodoro Olea Arias que traza minuto a minuto el evento militar. Los otros testimonios, de Máximo Castillo y de Marcelo Caraveo, apenas sí rinden unas 4 páginas de recuerdos, siempre cargados de uno tono de nostalgia y pesimismo. Por encima de estos testimonios está la memoria de Francisco Villa (serie de anécdotas literarias de su Martín Luis Guzmán). Nos encontramos a un Villa que al triunfo de la revolución, es manipulado por el ambicioso Orozco y luego, escarmentado, prefiere retirarse de la bola. Martín Luis Guzmán nos da un Villa ingenuo que después de la batalla se lleva a los soldados de Navarro a comer a El Paso, luego se divierte llevándoles pan a la cárcel y por último recibe una compensación económica de Madero para retirarse en silencio del movimiento armado.
Hay dos autores que han contribuido a reordenar cronológicamente aquella «épica militar» del once, uno es el historiador Armando B. Chávez, con su Ataque y toma de Ciudad Juárez (del 8 al 10 de mayo 1911). Publicada en Entorno 4, noviembre 1985. Revista de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Y la del historiador- novelista Pedro Siller que en su obra 1911, la batalla de Ciudad Juárez. La historia (2003). Ciudad Juárez. Chihuahua: Cuadro por Cuadro, imagen y palabra. Nos da un panorama exacto de los acontecimientos de mayo de 1911. Por mi parte, he reunido los testimonios arriba mencionados en un libro de próxima aparición: Ciudad Juárez, 1911 -Versiones de una Toma- (Doble Hélice Editores y UACJ). ¿Por qué me interesó esto? Porque son testimonios fragmentados desde diversos puntos de vista de un acontecimiento por demás crucial en la historia de nuestro país. La realidad es fluidez de circunstancias imponderables, series de
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Puntos de vista
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acciones que pueden parecernos un caos, una explosión sin antecedentes, pero que al conocer los testimonios, nos dan una orientación (polifónica) de un solo y único acto: la toma de Ciudad Juárez. Esta ciudad que todos desean poseer.
Bibliografía Aguilar, Rafael. (1911). Madero sin máscara. México: Imprenta Popular. Bush, Ira. (1939). Gringo Doctor. Caldwell: Caxton Printers. Caraveo, Marcelo. Memorias del general Marcelo Caraveo. Redactadas en El Paso, Texas, en enero de 1931. Manuscrito de la biblioteca Daniel Cosío Villegas del Colegio de México. Corresponde a la versión 2 en nuestra compilación. Existe también: Carveo, Marcelo. (1992). Crónicas de la revolución (1910-1929). México: Editorial Trillas. Decidí no utilizar por reiterativo. Castillo, Máximo. En Vargas Valdés, Jesús. (2003). Máximo Castillo y la Revolución en Chihuahua. Chihuahua: Nueva Vizcaya Ediciones. Chávez, Armando B. (noviembre 1985). “Ataque y toma de Ciudad Juárez (del 8 al 10 de mayo 1911)”. Entorno 4. Revista de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Estrada, Roque. (1912). De la revolución de Francisco I. Madero. Primera, segunda y tercera etapas, 1911-1912. Guadalajara: Imprenta Americana. La carta a Orozco fue tomada de la mencionada obra de Roque Estrada. G. Rivero, Gonzalo. (1911). Hacia la verdad, episodios de la revolución. México. (2004). (Segunda edición). Chihuahua: Biblioteca Chihuahuense. Con fotografías de Samuel Tinoco. (He utilizado la versión original). G. Turner, Tomothy. (1935). Bullets, Bottles, and Gardenias. Dallas, Texas: South-West Press. Garibaldi, Guiseppe. “Memorias de Guiseppe Garibaldi”. En Altamirano, Graziella, Guadalupe Villa. (1988). Chihuahua, textos de su historia, 1824-1921: Gobierno del Estado de Chihuahua. Heredia, Alberto. (1911). Ataque y toma de Ciudad Juárez, información tomada de lo más importante de los diarios de El Paso (Texas). México: Novedades.
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Herrera Vargas, Benjamín. (Circa 1980). ¡Aquí Chihuahua! Cuna y chispa de a revolución mexicana. Edición del autor. Madero, Francisco I. «Carta de Madero a los delegados de Paz». En Herrera Vargas, Benjamín. (Circa 1980). ¡Aquí Chihuahua! Cuna y chispa de a revolución mexicana. Ciudad Juárez. Navarro, Juan J. (General Brigadier). En Chávez, Armando B. (1990). «Parte de guerra: La toma de Ciudad Juárez.». Colección Breviario Histórico 2: UACJ. Incluido también en: Chávez, Armando B. (1991). Historia de Ciudad Juárez, Chihuahua: Editorial Pax. Olea Arias, Heliodoro. (1961). Apuntes históricos de la revolución, 19101911, de Bachimba a Ciudad Juárez. Chihuahua: Talleres Impresora ALFFER. Ruiz Llamas, Antonio. (mayo de 1954). “Sitio y toma de Ciudad Juárez”. El Legionario y Zig-Zag # 4. Serrano, T. F. (1911). Episodios de la revolución en México. El Paso, Texas: Modern Printing. Vázquez Gómez, Francisco. (1933). Memorias políticas, (1909-1913). México: Imprenta Mundial, capítulo XV. Villa, Francisco. En Guzmán, Martín Luis. (1968). Memorias de Pancho Villa. México: Compañía General de Edición.
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Examples: Foucault, Michel. Las palabras y las cosas. México, Siglo XXI, 1984, pp. 30-45. Levine, Frances. “Economic Perspectives on the Comanchero Trade”. In: Spielmann, Katherine A. (ed.). Farmers, Hunters and Colonists. Tucson, AZ; The University of Arizona Press, 1991, pp. 155-169. JOURNAL ENTRIES — Last names(s) and name(s) of the authors. “Title of the article”. Name of the Journal in Italics, number, volume, date, page numbers. Examples: Conte, Amedeo G. “Regla constitutiva, condición, antinomia”. Nóesis, núm. 18, vol. 9, enero-junio de 1997, pp. 39-54. Krotz, Esteban. “Utopía, asombro y alteridad: consideraciones metateóricas acerca de la investigación antropológica”. Estudios sociológicos, núm. 14, vol. 5, mayoagosto de 1995, pp. 283-302. Taxes in electronic texts, bases of data and computer programs Responsible main (of the contribution). “Title” [support type]. In Responsible main (of the main document). Title. Edition. Publication place editor, publication date, date of upgrade or revision [its dates of consultation]**. Numeration and/or localization of the contribution inside the document source. Notes*. Disponibility and acces**. Normalized number*.
Political and Religious Leaders Support Palestinian Sovereignty over Jerusalem. In: Eye on the Negotiations [on line]. Palestine Liberation Organization, Negotiations Affairs Department, August 29th, 2000. [ref.: August 15th, 2000]. Available on Web: [http://www.nad-plo.org/eye/pol-jerus.html]
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