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Liliana
Zapata La obra de Liliana Zapata se exhibe hasta el 14 de mayo en El Almacén, en la exposición colectiva “Aclimatación", comisariada por Dalia de la Rosa
En la colectiva “Aclimatación” participas con una pieza muy interesante que habla sobre la expresión Pachakuti como un cambio de paradigma ancestral. ¿Cómo es la perspectiva contemporánea que le das hoy? La obra Pachakuti 0´02 es la pieza con la que participo de la exposición, se trata de un vídeo compuesto por una selección de fotografías y vídeos de registros extraídos de redes sociales entre agosto de 2019 y agosto de 2020, momento en el que Bolivia sufrió uno de los más grandes desastres ecológicos de los últimos diez años. Una serie de decretos aprobados por el Estado que responden a un modelo productivo basado en el más duro extractivismo detonaron un incendio sin precedentes; el fuego llegó a consumir 5,3 millones de hectáreas. Este desastre fue la antesala de una crisis política y social que persiste hasta ahora. Entre los registros del incendio se mezclan imágenes de mencionados conflictos sociales, marchas en defensa del territorio que se llevaron a cabo en diferentes momentos y fotografías de la Puerta del Sol o el Monolito Bennett, testigos mudos en la extirpación de idolatrías durante la colonización. Imágenes que nos recuerdan que el tiempo es cíclico y que otros pachakutis ya han acontecido. Pachakuti es un mito andino, que nos habla del “vuelco del universo”. Es un momento de renovación del cosmos, un cambio profundo de las conciencias, la muerte de una forma de pensar y de ser, que se produce a partir de un fenómeno climático o un gran movimiento social. Hoy existe la demanda de algo diferente, es latente la necesidad de un cambio que nos permita de alguna manera reparar la fractura que existe entre la humanidad y la naturaleza. Estamos viviendo en tiempos de destrucción que demandan otros tipos de florecimientos. Un resurgir desde lo pequeño, desde lo vulnerable, desde lo que se encontraba relegado dando paso a una incursión
del pasado en el presente que nos permita redescubrir otras formas de entender el mundo. En relación al equilibrio ecológico y social, ¿nos podrías explicar qué significa la casa/refugio en tu pieza Habitar y construir? La casa [refugio] en el proyecto Habitar y Construir es la búsqueda de un espacio que albergue más allá del sentido físico. Un lugar filosófico desde donde ver el mundo, un punto de referencia que permita situarse y proporcione un tránsito entre el cuerpo y el territorio, convirtiendo la casa en una prolongación de nuestro organismo, esa segunda piel que permite el tacto. Pensando en que hace a estos espacios ser cuerpo y ser refugio, reviso la arquitectura vernácula (de autoconstrucción) que se levanta con lo que te brinda el entorno y es biodegradable, fragilidad que posibilita sentir y pensar desde la vulnerabilidad. Regreso a la casa construida en comunidad, donde una serie de rituales han acompañado todo el proceso de edificación, dotando a la casa de un aura protectora que la convierte en un ente con identidad propia. El pensamiento animista de la cultura andina reconoce el espíritu de todo ese mundo material no humano que es lo que hace que el aymara le cante a su casa para evitar que se vuelva fría. Retorno a construcciones ancestrales como las chullpas, casas para los muertos que se hicieron con el fin de mantener a los difuntos en el mismo plano que los vivos, facilitando esa convivencia con los ancestros que un día serán montañas o ríos. Este volver a la tierra, a desenterrar de la memoria esos códigos de relacionamiento armónico, me permiten imaginar estas casas [refugios] y por medio de la miniaturización de estas construcciones invitar al espectador a volverse pequeño. Entrevista: Dalia de la Rosa. · Fotografía: Aday Palmero
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