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El canto, por Wendy N. Gutiérrez - Cuentos

El canto, por Wendy N. Gutiérrez

Mazamitla, 09 de marzo de 1999.

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Querida Lucía:

Yo sé que ha pasado tiempo desde mi partida y te pido perdón por no haberte escrito desde que llegué a mi nueva estancia. No te gustaría. El lugares muy húmedo; los muebles de madera están carcomidos, se caen a pedazos; las cortinas son delgadas y con agujeros (supongo que antes eran blancas, pero con el polvo tomaron un aspecto amarillo).

El único cuarto habitable que encontré y en el que estoy pasando los días es oscuro, tiene una ventana pequeña, una cama individual cubierta por colchas pesadas, húmedas y polvorosas; hay un buró y un escritorio pequeño donde paso la mayoría del día trabajando. Pienso que fue una buena idea venir solo porque hay mucha oscuridad aquí. No es el tipo de lugar al que estás acostumbrada; si hubieras venido le habrías dado luz a la oscuridad que siempre está presente en este lugar. No me molesta la oscuridad, me molesta que cuando es de día los rayos de sol no alumbran la casona, es algo raro, lo entenderías mejor si estuvieras conmigo.

Mi trabajo no ha avanzado mucho. Desde que llegué mi novela no termina por convencerme. Sé que ya falta poco para terminarla, solo hace falta el último capítulo. Era necesario venir aquí; desde que vi la foto en internet supe que este lugar era el indicado para inspirarme. Es complicado, no tiene pies ni cabeza. ¿Crees que deba dejarla? Debería dejarla.

¿Por qué escribir una novela de amor y soledad? ¿Qué sentido tiene? Nunca he escrito algo así, es un género desconocido para mí. Además, el papel es escaso y la tecnología no tiene lugar aquí, no tengo televisión ni teléfono. Presiento que me quedaré sin luz porque los focos parpadean todo el tiempo; todo lo estoy haciendo a la antigüita, como esta carta que te escribo. El pueblo más cercano está a 30 km de donde estoy viviendo, entonces prefiero quedarme en casa y aprovechar hasta el último espacio en las hojas de papel, a ir hasta allá por otro paquete.

Ya está oscureciendo, tengo que despedirme. Te escribiré pronto, no sé cuánto se tarden en llegar mis cartas, pero ten por seguro que las recibirás.

Siempre tuyo…

P.D. Valdrá la pena, Lucía, ya lo verás. Cuando termine la novela saldremos de la sequía en la que hemos estado viviendo.

Mazamitla, 26 de abril de 1999.

Querida Lucía:

¿Recuerdas que en mi última carta te comenté que la casona en la que me quedo es oscura todo el tiempo? Bueno, en las noches me la paso escribiendo, tratando de culminar y encontrarle sentido a esto que escribo casi a ciegas porque, desde que la electricidad se fue, la única luz que tengo es la de algunas velas que encontré por ahí, pero comienzan a agotarse.

He tenido la intención de ir al pueblo, pero ya van varias veces que me asomo a la ventana y no pasa el camión que se supone me llevaría hasta allá. Pensé en irme caminando, pero no podría llegar; así que al igual que el papel, las velas las utilizo con moderación para no terminar viviendo en total penumbra. No quiero que eso pase, Lucía, porque a cierta hora se comienza a escuchar un canto extraño; no sé de qué se trate, pero viene del exterior. No lo sé, lo más seguro es que no sea nada.

Espero acabar el último capítulo a tiempo. Tenías razón, necesitaba alejarme de la ciudad. El estar aislado sin compañía alguna me hace empatizar con mi personaje, sentir lo que él siente. Ya sabes, esa soledad a la que te acostumbras, pero al mismo tiempo te hace extrañar el exterior, las personas, la realidad. He avanzado poco, creo que funciona. Pronto acabaré y regresaré a tu lado, pero por el momento tengo que encontrar la manera de avanzar más rápido y descubrir de dónde proviene ese canto tan extraño, aunque en realidad eso sea algo irrelevante.

Te escribiré pronto, te extraño.

Siempre tuyo…

P.D. Escribe pronto, comienzo a pensar que ignoras mis cartas. Necesito saber que estás ahí, que me esperas, que me extrañas…

Mazamitla, 09 de junio de 1999.

Querida Lucía:

Algo está sucediendo en este lugar; hace unos días comencé a quedarme sin agua y creo que sin ella no podré continuar mi estancia aquí. Espero que la siguiente carta que recibas contenga la noticia de mi regreso a casa contigo. Este lugar siempre está en total penumbra, no se escucha nada más que el canto, es entre un grito y un sollozo, no sé cómo describirlo. La mayoría del tiempo el canto comienza a escucharse a partir de que el sol se oculta; quizá ya te lo había contado antes, pareciera que anuncia algo, pero ese algo nunca llega.

No he logrado identificar de dónde proviene el ruido, la verdad me he despertado muchas veces en la madrugada para intentar descubrir de qué se trata todo esto de lo que te hablo. He tenido sueños donde puedo ver la fuente de ese sonido. Una vez soñé que la almohada en donde duermo reventaba haciendo que la casona se llenara de plumas largas y negras. Al momento de caminar sobre ellas las sentía pegajosas en las plantas de mis pies, manchándome como si se tratara de tinta, la misma tinta con la que escribo; no podía limpiarlas por más que lo intentara, las manchas seguían esparciéndose por todo mi cuerpo.

Había un poco de luz amarilla viniendo del exterior, pero no era suficiente para iluminar toda la casa. Cuando me acerqué a la puerta para poder huir de ahí, me di cuenta de que la puerta estaba repleta de marcas de esas, como cuando golpeas con una pluma la mesa. En mis otros sueños, siempre que estoy a punto de resolver el misterio, la imagen se desvanece, como si huyera de manera apresurada, parecido al escurrimiento de una acuarela, hasta que finalmente desaparece. Es justo en ese instante cuando despierto agitado y corro hacia la ventana con la esperanza de descubrir el origen de ese canto sin éxito alguno.

Sé que están ahí afuera intentando ocultarse, pero no pueden hacerlo por siempre. Quizá deba alimentarlos, o alimentarlo, no sé a qué o a quién, seguramente necesitan comida. ¿De dónde, Lucía? Yo tampoco he comido m u c h o , l a c o m i d a e s e s c a s a , últimamente mi reflejo no parece pertenecerme, estoy cada vez más flaco, mis manos con trabajos soportan el peso de la pluma sobre el papel y parezco más bajo, un poco encorvado, mi nariz sobresale naturalmente ante mis ojos hundidos y puedo sentir mis huesos.

Espero pronto descubrir de qué se trata. Tengo la sensación de conocer de dónde proviene aquel ruido, me recuerda a mi infancia, pero esta vez es diferente, ha aumentado, es más fuerte y agudo, pero constante. De niño lo escuchaba, pero lo ignoraba y continuaba. Esta vez dudo que pueda soltarme de él. En fin, espero que te encuentres bien, Lucía; sabrás más de mí en unos días cuando pueda escribirte nuevamente.

Siempre tuyo…

P.D. Empiezo a acostumbrarme a su compañía y a tu ausencia, escribe pronto, Lucía.

Mazamitla, 16 de octubre de 1999.

Querida Lucía:

No sé nada de ti. ¿Por qué no me has escrito? No sé de qué se trate, Lucía, quizá sean aves o quizá alguna otra criatura, pero juro que el ruido me es familiar. Quién sabe, tal vez estoy exagerando. Te contaré lo que sucedió anoche. Estaba en mi habitación tratando de leer el libro que me regalaste cuando nos despedimos.

Extrañamente, soy el único en esta parte del pueblo que se hospeda en esta antigua casona; las demás habitaciones están vacías y nunca ha venido el casero, ni ninguna otra persona. Es como si esta casa estuviera olvidada o 
 no existiera, como si estuviera totalmente solo. Siento que en realidad lo estoy.

Pero, Lucía, no lo estoy, porque durante el día escucho todo tipo de ruidos en la cocina, en los baños, incluso en la entrada, pero cuando salgo de mi habitación todo vuelve a estar en profundo silencio. Sé que pensarás que probablemente esté teniendo otra de mis crisis; quizá la tenga. Estas cartas son lo único que me mantiene con juicio porque sé que cuando regrese, la cordura y tu compañía volverán a mí.

Ahora que lo pienso, no he visto pasar personas por aquí, el cartero no ha pasado en todos estos días o al menos no lo he escuchado; quizá solo pasa por las cosas del buzón y se marcha, pero, ¿qué tal que no, Lucía? Estoy atrapado aquí, no puedo salir entre la novela y la casona; el canto y yo nos atamos para poder concluir -o al menos enfrentarme a- lo que sea que emita el canto.

Es tiempo de que me despida. Ya comenzó el canto y esta vez lo escucho demasiado cerca. No puedo seguir escribiéndote porque este ruido es ensordecedor. Puedo imaginarlos: grandes, pero a la vez pequeños. No logro ver su rostro, pero sé que lo tienen. Pienso que tienen piernas, pero no podría describirlas. No puedo describir lo que imagino, pero me es muy familiar, seguramente tú también los has imaginado o lo harás pronto… 


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