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CASI por Juan Pablo Goñi Capurro
from Nudo Gordiano #16
por Juan Pablo Goñi Capurro.
Las tres tenían pinta de putas. Capaz que no tanto por el vestuario, al fin y al cabo en el verano, las que tienen buen cuerpo se dedican a mostrarlo, sino por la actitud. Estaban atentas a la calle, iban de a una a la vereda cuando se acercaba algún coche, se recogían bajo la farola cuando no había movimiento. Y no se movían de una esquina sin atractivos, peligrosamente cercana a la calle 9 de julio, donde se daban cita las prostitutas conocidas. Tres putas trabajando sin autorización del jefe de calle, pecado mayúsculo.
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Carlos consultó a Javier, el conductor le respondió con un cabezazo. Acercaron el patrullero a ritmo lento, sin dar parte radial. Carlos pensó qué decir, existía la lejana posibilidad que se tratara de tres mujeres que aguardaban que las pasaran a buscar. La liga de la rubia era demasiado, aun para el exhibicionismo reinante los sábados, pero no podía propasarse. Frenó el patrullero, las tres permanecieron rodeando la columna del alumbrado como si no lo hubieran visto.
—Se hacen las boludas, llámalas y las cargamos.
—Tranquilo, Javi, déjame.
Carlos descendió. Las observó. La rubia tenía una falda escocesa, tipo escolar. El rubio era artificial, la piel y los rasgos eran contundentes. Las otras dos habían mantenido —o acentuado —el cabello negro original. Una vestía un short minúsculo, blanco para acentuar más las piernas. La otra, minifalda negra, ajustadísima. Tacos altos para las tres, de plataforma ancha. Y tops, la mitad de las tetas afuera.
Al acercarse, el policía se inundó de perfume dulzón, empalagoso. Tendría discusiones al regresar a casa.
—Buenas noches.
—¿Qué pasa?
Habló la de shorts, se veía más joven. Las tres en realidad representaban menos edad que las habitués de esquinas oscuras. Tal vez por eso escogían mostrarse bajo las luces.
—Necesito saber qué están haciendo.
—¿Es contra la ley estar en la vereda? Además de los shorts, tenía corto el cabello, pegado al cráneo. Cabeza pequeña como los ojos, labios finos. Bonita. Y combativa.
—Cumplo órdenes, no me gustaría tener que llevarlas a la comisaría. La rubia abrió la cartera, sacó un atado de cigarrillos baratos. Más a favor de la presunción del policía. La tercera, callada, cabello largo y desparejo, retrocedió, ocultándose a medias con la columna de hormigón.
—El señor cumple órdenes, ¿quién les dio órdenes de molestar a la gente que no molesta? Carlos alzó la voz.
—¿Qué están ocultando?
La rubia consideró oportuno intervenir.
—Tranquila, Yoli, el oficial hace su trabajo. Estamos esperando, somos actrices y tenemos que filmar un corto en esta esquina haciendo de prostitutas.
Admiró la salida de la rubia. ¿Filmando?
—¿Dónde está el equipo para filmar?
—Fueron a buscar las luces, van a venir pronto. Igual, filman con celulares. La tercera se retiró más, se puso a hablar por su móvil. Carlos no la observó, entretenido con las otras. La tal Yoli sonrió: dientes blancos, cuidados.
—Te lo creíste, decí que no. Me sale bárbaro el personaje, ¿son así o no son así las putas? Los shorts marcaban la raja de la morocha. Carlos reconoció que se había puesto caliente. El asunto de la filmación le borró la fantasía de llevárselas para catarlas, como hacía el jefe de calle.
La rubia subió la apuesta.
—¿No quieren participar? No está en el guion, pero a los chicos seguro que les encanta que haya policías apretando a las putas.
Analizó los datos, las chicas no eran mal habladas como las putas traqueteadas, pero tampoco tenían un vocabulario propio de universitarias; conforme sus prejuicios, bien podían ser actrices.
—Dale, invitalo a tu socio —agregó la de pelo corto.
Carlos se sorprendió cuando tuvo a Javier a su lado.
—¿Qué pasa que no las llevamos?
—Las chicas son actrices, Javier. Están esperando para filmar un corto, actúan de putas. Javier llevó el cabello hacia atrás. No les creía. Los ojos de la morocha se burlaban, estaba claro. Se acercó la tercera, celular en mano.
—Habló Pedro, están llegando. Van a usar linternas.
Las compañeras aplaudieron. La flaca se dirigió a los policías.
—Buscan un efecto verdad, por eso usan celulares y poca luz, la mínima para que se vean las caras cuando actuamos a lo oscuro.
Una moto frenó. Dos muchachos se quitaron los cascos, las chicas fueron a saludarlos. Javier, rígido, miró con recelo. Carlos aprovechó para consultar los mensajes del grupo de la peña. Las chicas y los dos jóvenes hablaron en la esquina, a diez metros de los uniformados. Esta vez fue la morocha de pelo largo la que tomó la delantera, la de las tetas más grandes.
—¿No se enojan? Los chicos dicen que no tienen una escena para policías, qué lástima.
—¿Qué?
—Javier, a las chicas se les ocurrió que podíamos actuar en el corto.
—¿Actuar en un corto estando de servicio? ¿Dónde tenés el cerebro, en la pija?
Javier caminó hacia el patrullero. Carlos tosió, y marchó detrás. Las chicas hacían poses mientras uno las filmaba con un celular y el otro las iluminaba con una linterna metálica. La de cabello corto le retuvo el brazo.
—Al final, no nos dijiste si parecemos putas de verdad.
A Carlos le pareció que todas estaban atentas a la respuesta.
—Están bárbaras, yo bajé para detenerlas.
La bocina impaciente lo forzó a despedirse sin continuar el diálogo. Cerró la puerta del patrullero, llegó a escuchar que el flaco del teléfono gritaba acción. Javier aceleró, el semblante adusto.
Estaban lejos cuando estallaron las carcajadas.