Juan Pablo Goñi Capurro Las tres tenían pinta de putas. Capaz que no tanto por el vestuario, al fin y al cabo en el verano, las que tienen buen cuerpo se dedican a mostrarlo, sino por la actitud. Estaban atentas a la calle, iban de a una a la vereda cuando se acercaba algún coche, se recogían bajo la farola cuando no había movimiento. Y no se movían de una esquina sin atractivos, peligrosamente cercana a la calle 9 de julio, donde se daban cita las prostitutas conocidas. Tres putas trabajando sin autorización del jefe de calle, pecado mayúsculo. Carlos consultó a Javier, el conductor le respondió con un cabezazo. Acercaron el patrullero a ritmo lento, sin dar parte radial. Carlos pensó qué decir, existía la lejana posibilidad que se tratara de tres mujeres que aguardaban que las pasaran a buscar. La liga de la rubia era demasiado, aun para el exhibicionismo reinante los sábados, pero no podía propasarse. Frenó el patrullero, las tres permanecieron rodeando la columna del alumbrado como si no lo hubieran visto. —Se hacen las boludas, llámalas y las cargamos. —Tranquilo, Javi, déjame. Carlos descendió. Las observó. La rubia tenía una falda escocesa, tipo escolar. El rubio era artificial, la piel y los rasgos eran contundentes. Las otras dos habían mantenido —o acentuado —el cabello negro original. Una vestía un short minúsculo, blanco para acentuar más las piernas. La otra, minifalda negra, ajustadísima. Tacos altos para las tres, de plataforma ancha. Y tops, la mitad de las tetas afuera. Al acercarse, el policía se inundó de perfume dulzón, empalagoso. Tendría discusiones al regresar a casa. —Buenas noches. —¿Qué pasa? Habló la de shorts, se veía más joven. Las tres en realidad representaban menos edad que las habitués de esquinas oscuras. Tal vez por eso escogían mostrarse bajo las luces. —Necesito saber qué están haciendo. —¿Es contra la ley estar en la vereda? Además de los shorts, tenía corto el cabello, pegado al cráneo. Cabeza pequeña como los ojos, labios finos. Bonita. Y combativa. —Cumplo órdenes, no me gustaría tener que llevarlas a la comisaría. La rubia abrió la cartera, sacó un atado de cigarrillos baratos. Más a favor de la presunción del policía. La tercera, callada, cabello largo y desparejo, retrocedió, ocultándose a medias con la columna de hormigón. 22