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Trompo por Rafael Aguirre

por Rafael Aguirre

El cuarto se encontraba sucio y repleto de velas repartidas en diversos altares ubicados al ras del suelo, todos ellos eran dominados por perturbadoras efigies negras talladas en madera, entre las cuales, destacaba una piedra semejante a una cabeza cuyos ojos eran un par de caracoles. Otras piezas similares a ésta se hallaban rodeadas de cocos, juguetes, y guayabas, tras la vieja puerta metálica en la entrada. Un intenso aroma a ruda y alcohol llenaba el recinto y el rostro de la anciana robusta enfundada en una túnica blanca se nubló tras la última tirada de cartas, mientras los cirios ubicados en el altar central se apagaban de manera repentina, luego de revisar de nueva cuenta el resultado, la mujer apartó lentamente la baraja y se dirigió a Elena quien la miraba con ambos codos apoyados sobre la polvorienta superficie de la mesa.

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—Sí te puedo hacer el trabajo, mi niña linda, pero te va a salir caro, pues hay que atender bien al santito y consentirlo porque lo que se le va a pedir no es cualquier cosa, aparte hay que hacer otras cosas para cuidarte porque la tirada que te salió me da muy mala espina, mis cartas me dicen que perdiste a alguien muy importante y no sabes cómo reparar esa pérdida, lo demás no lo debes saber en este momento, y hay que hacer algo al respecto, solo no tengas miedo.

—No hay problema, estoy dispuesta a pagar lo que sea, él era mi único amigo aquí a pesar de que me llevo con mucha gente en la calle y en mi trabajo; fíjese que yo vivo sola en un cuarto rentado en una vecindad allá en la colonia

Progreso y mis papás están en otra ciudad pero ellos no me hablan porque tuvimos un problema hace años y tuve que venirme para acá sin decirles nada, así que lo que más me duele es la soledad, llegar a mi pieza y que nadie me reciba, si quiere no me diga ahora lo demás, mejor me lo dice después porque ya es tarde y me tengo que ir.

—Está bien, siendo así, solo te diré una cosa, lo que llegues a ver, cualquier cosa, lo que sea. No te asustes, así es el camino de los muertos. Y tu amiguito va a regresar contigo, te lo prometo, porque mi santito no tiene la costumbre de traer a la gente pero con los animalitos es distinto.

—¿En verdad?, ¿está segura?

—Claro, mi niña, él te puede dar chance de que te venga a visitar, solo ponte bien conmigo y vas a ver, en cuanto te vayas comienzo a trabajar, nada más no le vayas a contar a nadie sobre esto, es entre tú, mi santito, y yo. Luego de pensarlo por breves momentos, Elena extrajo algunos billetes arrugados de su cartera para entregarlos a la mujer y cerrar el trato. Algo se escuchó tronar en el fondo pero ambas lo ignoraron,

La chica se levantó de su asiento con renovada esperanza y la vieja la acompañó hasta la puerta.

—¿Entonces así quedamos? —dijo Elena.

—Sí mi niña, no hay cuidado, ahora mismo me pondré a trabajar, nada más recuerda todo lo que te dije, y sobre todo, no le cuentes a nadie porque esto es algo muy serio.

—Está bien, no se preocupe doña Alicia, yo ya me voy, cualquier cosa le llamo.

—Ya estás, cuídate mucho.

Elena salió a prisa de la casa y caminó cuesta abajo durante veinte minutos hasta salir a la avenida oscura donde trató de conseguir un taxi. Al mismo tiempo, un hombre de mediana edad bajó la velocidad de su autobús para tocar la bocina y lanzarle un halago, a lo que respondió con una maldición. Momentos después, otro conductor notó la presencia de la chica quien comenzaba a ponerse nerviosa y dio vuelta para posicionarse frente a ella, pronto subió al vehículo en marcha y no habló en todo el trayecto hasta llegar a su vivienda pese a que el taxista trató de hacer conversación en varias ocasiones.

La joven agotada entró a tientas en el cuarto mientras un punzante hedor a podredumbre flotaba en la estancia. Encendió con torpeza el foco y terminó llevándose una mano a la boca luego de ver lo que le esperaba echado en su cama, la pequeña creatura descompuesta alzó la cabeza replegando las carcomidas orejas a la vez que mostraba sus dientes amarillentos a Elena, quien retrocedió algunos pasos movida por una amarga mezcla de temor y asco, luego de dudar unos momentos, reconoció a su compañero Trompo en la maltrecha forma dispuesta para el ataque.

Trató de razonar con él durante varios minutos hasta que la creatura cedió y terminó buscando cobijo entre sus piernas temblorosas, la chica se hallaba confundida por todo lo sucedido, por lo que tomó su teléfono para llamar a Alicia y notificarle lo sucedido, pero la mujer nunca respondió.

Después se tomó el tiempo necesario para amarrar al perro a la puerta con un cinturón lo suficientemente resistente. Algunas horas después, se preparó para ir al trabajo y depositó alimento en un plato pero Trompo hizo a un lado la comida pese a la insistencia de la joven, lo que se repitió durante los días siguientes, hasta que se percató de que el animal se escapaba de la habitación para traer restos de carroña que la joven se afanaba en limpiar, junto a los trozos pestilentes que poco a poco se desprendían del cuerpo de la creatura. Al cabo de una semana, su trato para con el animal cambió por completo y comenzó a odiarlo, a aborrecer con toda su fuerza el abyecto hedor y las espesas nubes de moscas que revoloteaban en cada rincón, y sobre todas las cosas, odiaba sus ojos, aquellas vidriosas esferas grises inyectadas de infinita nostalgia, no de su vida anterior, sino de la muerte que ella le negó. Trompo continuaba desgajándose poco a poco como un árbol muerto hasta que comenzó a hacerse irreconocible, Elena trató de establecer contacto con Alicia pero continuaba sin responder, al cabo de una semana, la anciana llamó durante la tarde a la joven.

—Mi niña, perdón por no contestarte, estaba ocupada con tu encargo y el de otras personas, además mi santito no me dejaba responder, esto es así, dime, ¿qué se te ofrece? Me dijeron que estás muy preocupada, y yo sé que no es para menos pero prefiero que seas tú quien me proporcione los detalles.

—Ay, doña Alicia, si supiera lo que me está pasando, sí se cumplió lo que pedí pero no es como yo esperaba, tengo mucho miedo y asco por todo lo que he visto— dijo Elena con la voz a punto de quebrarse. —Yo te dije, mi niña, que ibas a ver cosas y que no te asustaras, trata de tomarlo todo como una broma del santito, y ya sabes, no le debes de contar a nadie, te dije que te había salido algo muy duro en esta tirada y que yo lo iba a solucionar, solo tienes que esperar, ¿sí me entiendes?

—Ayúdeme, es que ya no sé qué hacer con él, solo me sentía mal y lo quería de vuelta, pero no así, no sabe lo que es ese maldito olor ni lo que es ver a diario como se va deshaciendo, ya las vecinas empezaron a preguntarme.

—No te preocupes, yo sé de todo eso, si supieras tan solo un poquito de las cosas que yo sé, nunca ibas a poder dormir, ahora lo que tienes que hacer es tranquilizarte, mi niña, porque lo que mandaste pedir no es cualquier cosa y debes de tener en cuenta que tiene un término, para que no andes pidiendo cosas a la ligera solo porque te sientes solita, yo sé de buena fuente que tus papás te quieren mucho y lo que más desearían en el mundo es volver a verte, pero bueno, eso ya no nos compete, lo que sí es que esto ya se va a acabar y cuando eso pase te vas a olvidar de tu animalito, y sobre todo, de mí, esta es la última vez que hablamos, te repito, solo tienes que esperar.

—Está bien, doña Aly, aquí está y quiere echarse conmigo.

—Sí, está bien, hijita, no te preocupes, trata de disfrutar a tu animalito, los muertitos y los santitos así son y por ello nunca debemos pedirles cositas que en realidad no queremos que pasen, sí lo comprendes, ¿verdad?

—Sí, yo lo entiendo pero no me cuelgue, ya no sé qué hacer, quiero que se quite de aquí, quiero que se muera, quiero que se arda y que desaparezca, después de esto me iré con mis papás, se lo prometo.

—A mí no tienes por qué prometerme nada, mi niña, el favor te lo hizo el santito y ya te dije lo que debes hacer, lo que te apetezca de ahora en adelante ya no me concierne y es todo lo que voy a decirte.

La mujer cortó la llamada sin dar mayores explicaciones mientras el estómago de Elena estaba a punto de dar un vuelco, al cabo de un rato, se percató de que no podía esperar el tiempo requerido y terminó por empacar a toda prisa sus cosas, no sin antes atar de nueva cuenta a la aullante creatura rediviva cuya carne pegajosa continuaba en plena efervescencia.

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