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Prisionero por Rolando Reyes López

por Rolando Reyes López

Esta vida será otra después del año 2020, los rostros serán otros, el tiempo, la risa, la vejez, las pretensiones, los estados de conciencia el concepto de cotidianeidad, el concepto de distancia... los conceptos de ausencia y realidad. El universo retrocedió, hoy supe que hay nombres que ya no existen; esos nombres no pertenecen a los soldados de la guerra; hablo de los nombres de personas que amé...

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y me amaron: enfermeras y doctores, recepcionistas, laboratoristas, médicos forenses, choferes de ambulancia, bibliotecarias, hermanos fraternos, voluntarios de la Armada, camilleros. Esas personas están lejos, muy lejos, la muerte me las arrebató.

Esta vida perdió sus puntos cardinales; cayó en un silencio aterrador y enfermizo, está triste, demasiados gritos de agonía rompieron su quietud. Me duele este silencio inmortal, las ciudades lloran sus lágrimas y la carencia de aromas extrañan la suela de zapatos, los cuerpos de los enamorados en el parque, los bulevares con hombres y mujeres.

Una eternidad de muerte disfrazada de covid escala hasta las azoteas, vierte el tiempo para la nostalgia y regresa a su antiguo e infinito universo del dolor. Me duele la sonrisa que se disuelve en la pantalla de mi móvil, ahora es un recuerdo que se reclina sobre el vidrio y no llega a la cama para vivir conmigo dentro de esta casa.

Ahora, todo, es una verdadera distancia que desvergonzadamente me roba la dignidad. Un poeta dijo algo sobre los símbolos, solo los náufragos aceptaron enfrentar esas palabras; el ayer no será más el ayer de mis padres y abuelos, ya el mañana es el hoy a partir de hoy, hasta la felicidad no será quererla o tenerla. Quizás el fuego tras una caricia sea un poema que se eleva desde el pecho y no desde los preciados días del pasado.

La vida tiene hambre, el rayo de alegría en mi corazón se está apagando; la sonrisa de mis ojos observa en silencio la insuficiente luz del sol.

No hay gritos esta vez, solo olas de dolor cruzando el mar y los océanos, vidas somnolientas contemplando la faz gris del horizonte, soledades asomadas sobre mis versos. Necesito que regresen todos, no consigo entender esta música sin el tono dulce de sus cuerpos, mi fuego es un charco de sangre sobre la lluvia convertida en muerte; el majestuoso eclipse del horror se vuelca sobre el espacio y el tiempo hasta desembocar en ese poeta desesperado.

Esta vida será otra para el atardecer que se acepta desde la oscuridad o la penumbra. Y mientras las longitudes del tiempo se extienden sobre el hombre todo y rearma otra perenne realidad, un nuevo día a día, otro sabor para las lágrimas, otro contrapeso para la injusticia, yo sigo aquí, esperando respuestas.

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