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Jueves 1 de febrero del 2003 por José Rodolfo Espinosa Silva
from Nudo Gordiano #11
por José Rodolfo Espinosa Silva.
“¡Oh vértigo! Ya, tembloroso, el espacio un beso parece qué, loco de nacer ocioso, ni estalla ni se devanece”.
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—Stéphane Mallarmé.
¡Ya no aguanto!
Pido permiso para ir al baño. La maestra asiente con la cabeza mientras finge leer. Bajo las escaleras. Necesito lavarme la cara. No puede estar pasando. Junto a los baños hay una escalera. El conserje debe andar en el techo reparando la cisterna. “Es tu oportunidad”. La muevo y la coloco cerca de la barda. Subo y brinco de panza en el borde. Tengo miedo. Aspiro tomando impulso y echo mis pies hacia el otro lado, hasta quedar colgando de los brazos. Esto dolerá, lo sé.
Pienso en sus ojos avellana. Lo vale. El impacto me lastima los pies. Renqueó alejándome de la escuela. Calle Fresnillo #11 entre Acacia y Gardenia. La vi anotada en la lista de la maestra hace un mes y la memoricé. Alzo la mano y un taxi se detiene. Le indico la dirección. “Son cincuenta pesos”. Es todo lo que traigo, ni hablar. Intento regatear sin éxito. Subo de todas formas. Regresaré caminando.
La primera vez que la vi, me prendí del avellana y de sus mejillas pecosas. Esa cara en forma de corazón y la manera en que chupaba su paleta de cereza. Me prometí que sería mi novia. Hice mal en contarle a Sergio. Él le dijo a Genaro y conspirando con el resto del salón me la trajeron. Lucía incomoda; presionado por los demás decidí confesar lo que sentía. Dijo que yo era un gordete, que cómo lo pude imaginar. Recuerdo las risas cuando se dio la media vuelta y chocaba las palmas con sus amigas. No lloré, por lo menos no hasta llegar a casa. En la soledad.
Decidí no rendirme. Al mes lo intenté de nuevo, armado con una caja de chocolates. Los depositó en la basura apenas los recibió. El intento número 14 fue el último. Sólo quedaba contemplarla de lejos. Jamás me dirigía la palabra y ahora éramos una especie de chiste escolar.
Todo cambió hace tres semanas. Era jueves dieciséis de enero.
—¿Por qué no vino Martha? —preguntó Emilse, la rubia de cabello chino, quien pocas veces me dirigía la palabra.
—¿Si no lo sabes tú que eres su mejor amiga?
—Desde que apareciste, ya no soy su primera opción.
—¿Por qué?
—¡Uta, qué mal novio eres! —se levantó dejándome intranquilo.
La maestra Mirtha llegó y no pudimos seguir hablando. Andrés me llamó a susurros. Seguro para que le pasara de nuevo la tarea.
—¿Qué quieres?
—¡Uy!, ¡qué carácter! ¿Estás de malas porque no vino la noviecita, o qué?
—¿Mi qué?
—Martha Laura, no te hagas pendejo.
—Déjate de mamadas, ella no es mi novia.
—¿No mames?, ¿cortaron? Bueno no importa. Pásame la tarea, no seas puto.
Tomé una hoja de mi cuaderno y escribí: ¿Quién es mi novia?
Se lo mandé a Pedro. Era el más aplicado, jefe de grupo y todo, si alguien no me mentiría, era él. Se lo arrojé teniendo cuidado de que la maestra no nos viera.
Leyó y frunció el ceño. Escribió en el papel. Lo hizo bolita y me lo regresó. Lo leí tres veces, y después le pedí a Genaro que lo leyera.
Martha Laura.
En el receso busqué a Nereida, la hermana mayor de Martha, estaba en segundo grado. La localicé entre un mar de jumpers azules. Era más alta y delgada que su hermana, pero también menos hermosa.
—Nereida. ¿Sabes por qué no vino Martha Laura?
—¡Hola cuñado!, me pidió que te dijera que está enferma del estómago. Y que te ama mucho.
—¿Eso te dijo? —No esperé a que respondiera la abracé con fuerza.
—¿Qué mosca te picó ahora?
—Nada.
Si estaba soñando no quería despertar. Me pasé el resto del día feliz. Esperando que fuera viernes y pudiera tomarle la mano. Darle un beso. Dormí imaginando las posibilidades. En su voz, en sus ojos, mirándome.
—¡Qué te pasa idiota!, ¡no vuelvas a tocarme!
—Vámonos amiga —Emilse se la llevó y las dos me miraron con desprecio. Yo sólo quería tocarle la mano.
—Tendremos que ir a orientación —me dijo Pedro, con mirada gélida.
—Es verdad, maestra Nelly. Hasta ayer era mi novia.
—No lo dudo, pero no puedes obligar a una mujer a ser tu novia. Ella ha venido a quejarse de ti.
Me suspendieron un día como advertencia. Recibí un castigo en casa. Y no volví a hablar del tema. Pudo ser sólo un sueño. Hoy en la mañana, cuando Nereida me dijo cuñado. Sentí estar quedando loco. He leído mucho sobre los universos paralelos; quizá ocurre cuando duermo. Como fuese, el día de hoy, Martha es mi novia. Iré por ella, aunque me contagie.
Le pago al taxista.
Su casa es más grande que la mía. Pintada de color mostaza, con el portón café. Toco el timbre. Las manos me sudan. Tengo la boca seca.
Ella salé en camisón de Hello Kitty. Tiene un short muy diminuto que deja ver sus piernas blanquísimas.
—¿Qué haces acá?
—¡Por favor!, dime si eres mi novia.
Me mira a los ojos. Como no lo había hecho desde que me le declaré por primera vez. Abre el portón. Me acerco, la tomo de las manos. Ella comienza a llorar.
—¡Lo siento tanto!