Colaboraciones cientificas 2

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REVISTA PANACEA. FEBRERO 2015

Alejandro R. Díez Torre Grupo de Investigación de la Frontera Global. Univ. de Alcalá

Con la enseñanza de la ciencia. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna de la Viruela (1803-1813).

Un proyecto médico-sanitario español en el umbral demográfico contemporáneo.

E

n un tema tan de actualidad por desgracia, como el de la propagación de epidemias, así como su necesaria contención o sus estragos en el sistema sanitario, un proyecto español como la Expedición Balmis para la vacuna preventiva contra la viruela a comienzos del s.XIX, además de demostrar la sensibilidad y la madurez científico-sanitaria, de hace más de dos siglos en España y en el Imperio hispánico (aunque en el umbral de su disolución, abarcado territorios de: España, puntos de África, extensas tierras de América y archipiélagos del Pacífico), fue una empresa -y un esfuerzo- global con gran adelanto a su tiempo, quedando injustamente relegada. Aunque aquella expedición de inmunización de la viruela no haya tenido, desde el inicio de la Edad Contemporánea, la divulgación y proyección de la importancia de otros eventos, nuevamente las contribuciones españolas a los problemas mundiales han quedado soterradas largo tiempo, pese a un número de lecciones como ésta, imprescindibles de recrear desde el pasado. La Expedición científica conocida como la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna de la Viruela, o Expedición Balmis (por el Dr. Francisco Xavier de Balmis, quien fue encargado de la dirección del proyecto), durante diez años –entre 1803 y 1813- desarrolló un proyecto medico-sanitario de inmunización a escala intercontinental, anticipándose a otros proyectos globales en el mundo contemporáneo. Y constituye un fenómeno, aunque conocido y estudiado a grandes rasgos, no suficientemente investigado desde múltiples archivos locales, provinciales y nacionales de las anti-

guas posesiones del Imperio español en diversos continentes; además de ser una epopeya médico sanitaria no suficientemente divulgada en nuestras sociedades “globalizadas”.

Un proyecto arriesgado, articulado por una administración eficaz

Este proyecto hispánico fue de hecho el primer esfuerzo científico e institucional, que se conozca con estas dimensiones –frente a una propagación del vacilo de la viruela- en la intervención frente a una epidemia letal y aterradora: en cuanto a su incidencia de mortalidad y en los supervivientes, el deterioro biológico (lesiones, ceguera, desfiguraciones) y el impacto adverso en demografías expansivas, como entonces era la europea y en otro nivel la hispanoamericana. El proyecto expedicionario supuso una generalización de la vacuna y su uso sistemático, como un primer intento de carácter masivo, para la contención de una epidemia y la introducción de inmunizaciones programadas en las poblaciones. Toda una epopeya científica ésta y un antecedente médico-sanitario, que dice mucho de la preparación hispana, con organización y control meticuloso, para solucionar cuestiones todavía actuales e importantes, como: la contención masiva de la propagación incontrolada de contagios y otras cuestiones, como la profesionalización de la salud pública, las transferencias de tecnología, la protección de asuntos de investigación, o la evaluación de la eficacia de vacunación, el registro meticuloso de datos, de la seguridad sanitaria y sus costes. Para acercarnos al significado y trascendencia de una campaña que marcó un hito médico-sanitario, es necesario comprender: el


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Salida de Expedición de la Vacuna del Puerto de La Coruña (nov. 1803)

origen y el plan sistemático que el Estado imperial adoptó, su despliegue a través de una metodología controlada de preservación-distribución de vacunas, articulada por un equipo expedicionario preparado a tal fin; y mediante protocolos y controles, así como previsión de recursos e intervención institucional, que garantizó el desarrollo de un proyecto vacunación en movimiento, con inmunizaciones crecientes en tres continentes y desarrollado en una década. Hay que decir ante todo, que aquel proyecto podría haber naufragado o encallado, de no tener –como dispuso el Imperio hispánico- un bagaje previo de más de 50 años, de experiencias y de organización de equipos de expertos científicos y gestores coloniales, fomentadas a través de expediciones científicas transatlánticas, que permitieron al Estado borbónico disponer con anterioridad y en los primeros años de aquel siglo XIX, de suficientes iniciativas, cuadros y previsiones materiales, técnicas, y de pericia geográfica, social e institucional.1 Por lo que cuando se preparó la Expedición que debía llevar –por mares y tierras- reserva continua de linfa de vacuna, para la inoculación masiva en poblaciones de tres continentes, el proyecto estaba maduro para que fuese sistemático, garantizado y eficaz. Y fue un plan en el que se pusieron a trabajar, desde al menos tres años antes, las Secretarías de Estado, el Consejo de Indias, la Armada y las distintas administraciones virreinales y coloniales; y que supuso en movimiento transatlántico y transpacífico, siguiendo órdenes precisas, tanto en la metrópoli como en las colonias hispanas (además del traspaso ocasional a otros ámbitos, como el británico en el continente asiático, donde llegaron equipos médico-sanitarios españoles). Hay que constatar que hubo tentativas previas de “variolización” por inoculaciones -aunque nunca fuesen populares realmente-

Inoculación de vacuna de viruela, según Origen y descubrimiento de la Vaccine, de Chaussier (Madrid, 1801)

con un método poco garantizado de contagio inducido, en España y los territorios americanos de la Corona española, desde 1722 (aunque tal método de intervención de la epidemia, no fuese practicado realmente hasta el último tercio del s. XVIII).2 En América, a medida que se producían brotes epidémicos periódicos, también hubo variolizaciones esporádicas: entre 1756–57 y de nuevo, 1782 y 1796 (Bogotá);1765 (Santiago de Chile); 1766 (Caracas); 1777 y 1797 (Lima); 1779 y 1797 (México); 1780 y1794 (Guatemala); 1792 (Puerto Rico); 1797 (Paraguay); aunque con fracasos notables en todas aquellas tentativas.3 Hasta que llegó la invención del método de inoculación del médico británico Jenner, mediante introducción en las personas de variedad benigna de linfa de viruela que inmunizaba frente al vacilo. Una versión abreviada de su método y encuesta de 1798, apareció divulgada en el ámbito español por el Semanario de Agricultura y Artes en 1799; y mientras se practicaban vacunaciones siguiendo esta metodología4, desde 1800 (en Madrid, Cataluña, Navarra y el P. Vasco), fueron publicados desde 1801 docenas de informes, tratados y boletines, en los que se traducían informaciones sobre esta vacuna de la viruela; siendo intensamente seguidas también por sueltos y editoriales de prensa de periódicos, que entonces tenían alguna circulación (en España y América, donde se sabe que también atrajo la atención y fueron leídos con atención). De forma que ya en marzo 1803 –y frente a dificultades de traslado de la vacuna a América- el mismo rey, en cuya familia había habido contagios, encareció a su Consejo de Indias la valoración de un sistema de transporte efectivo y asequible de linfa de vacuna, de España a América y el Pacífico. Como consecuencia, tuvieron lugar los preparativos y la organización de una Expedición de la vacuna de la viruela, que debía partir

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de la Coruña hacia el Caribe, así como arbitrar un sistema planificado de vacunaciones desde el equipamiento metropolitano. Una afortunada selección técnica del equipo médico-sanitario, así como una opción práctica de creación de reservas de linfa –a través de grupos de niños, con traspaso de vacilos atenuados de viruela, mediante la trasmisión brazo a brazo; así como la previsión de periodos de incubación en los pequeños, de defensas y reservas de vacuna- resultaron una solución asequible, para el traslado y la renovación de reservas de vacuna en largos viajes y en distancias continentales. Como afortunado fue el especial tino de las autoridades metropolitanas, para seleccionar el jefe de la expedición científica –el médico cirujano Francisco Xavier de Balmis y Berenguer- y sus auxiliares: el cirujano José Salvany Lleopart; el médico-cirujano M. Julián Grajales Gil de la Serna y el cirujano Rafael Lozano Pérez. El resto del equipo expedicionario de siete sanitarios de apoyo –de médicos, enfermeros, practicantes y rectora de huérfanos, para el cuidado del grupo de niños de reserva de vacuna- desarrolló tareas de entrenamiento de sanitarios y médicos locales, así como llevó el control de vacunas e inoculaciones en poblaciones y áreas extensas y remotas de Ultramar. Todo el plantel sanitario de la Expedición de la Vacuna, no solo estuvieron expuestos a riesgos y accidentes u otras incidencias sanitarias en remotas latitudes, sino que a menudo se encontraron inmersos en los conflictos y luchas por la independencia de los pueblos, así como algunos de ellos perecieron o se quedaron para siempre en los territorios coloniales o independientes. Pero el despliegue médico-sanitario que llevó a cabo la Expedición de la Vacuna marcó un hito en las campañas anti-epidémicas a partir de entonces, precisamente por el adelanto de sus previsiones organizativas, de medios, personal, concienciación, divulgación e implicación masiva de poblaciones hasta los confines hispánicos y más allá, hacia otras culturas. La maquinaria del Estado imperial en España fue reclamada para diseñar toda una organización preventiva y expedicionaria de vacunas. Comenzando por las altas Secretarias de Estado borbónicas, cinco áreas departamentales del gobierno metropolitano -Estado, Finanzas, Armada, Guerra, Gracia y Justicia (hoy diríamos Beneficencia y Justicia, que incluía asuntos sanitarios)- se pusieron a

trabajar en: la preparación material de la Expedición, sustentada inicialmente en navíos de la Armada; en prevenir la vigilancia o inspección, desde varias ramas de gobierno; pagar gastos de expedición y salarios –simultáneos, en España y Ultramar- en cualquier lugar donde los agentes desarrollaban misiones; en la apertura de líneas de crédito hacia donde se hiciera necesario; solicitar proposiciones y ofertas desde diversos ámbitos, e incluso prever evaluaciones por expertos del desarrollo expedicionario, con capacidad de modificar los planes para proyectos. Todo ello, doscientos años antes de la globalización actual, y con vigilancias y controles: técnicos –por ejemplo, sobre la Junta de Cirujanos de Cámara del Rey- o administrativos y de gestión –como desde el Consejo de Indias- que podían pedir o emitir informes, desde las autoridades coloniales al centro metropolitano.5 Bajo un expreso mandato real, entre el Consejo e Indias, la Secretaría de Gracia y Justicia y la Junta de Cirujanos, los planes se fueron armando entre consultas respectivas; mientras recibían propuestas, como la del médico de la Real Cámara –residente en Madrid- y experto guatemalteco en inoculaciones de vacuna, José Flores, el 28 de febrero de 1803, con una propuesta de dos expediciones: una hacia el Caribe, México y América central; y otra hacia Sudamérica. Mientras que, una vez aprobado el proyecto expedicionario –y asumido su coste- con Francisco Xavier de Balmis como director, en junio de aquel año, éste propuso una ruta expedicionaria de la vacuna hacia el Caribe y México, seguido de un curso marítimo hasta Lima –y una bifurcación con expediciones terrestres- hacia Quito, Chile y Buenos Aires; para continuar después el curso expedicionario hacia Filipinas. Un plan sistemático el de Balmis que detallaba la logística y los servicios médicos y de enfermeros del equipo; y estaba dirigido a cubrir tres objetivos: vacunación general y libre de costes para las poblaciones; entrenamiento de médicos o sanitarios locales y administración correcta de la vacuna; junto con la organización central y regional de Juntas de Vacunación en los distintos territorios, que preservasen y distribuyesen la vacuna, además de llevar bien ordenados registros de inmunizaciones en poblaciones, para posterior investigación.6 Por su parte, las autoridades en las colonias españolas en América y Asia recibieron órdenes de proporcionar apoyo logístico a la Expedición e informar a las po-


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blaciones sobre los beneficios de la vacuna e impulsar vacunaciones. Resultó increíble que el gobierno español entonces, con problemas políticos y económicos que soportaba en 1803, tanto como por la lentitud de comunicaciones como por los conflictos en mar y tierra, pudiese distribuir con éxito tal la vacuna a través del mundo.

Un curso expedicionario de vacunas e inmunizaciones, a escala global entre continentes

Disponiendo de un Imperio planetario como era el caso de España, el proyecto científico fue nada menos que el de anticiparse y poner a salvo la salud entre continentes, de amplios sectores de la población de fines del s. XVIII y comienzos del s. XIX, amenazados por la propagación acelerada del vacilo de la viruela. Promoviendo inmunizaciones a base de vacunaciones, pero también fomentando la institucionalización de medidas sociales, institucionales y médico-sanitarias, a medida que iban avanzando los equipos científicos en los distintos escenarios americanos y asiáticos. Y todo ello, como resultado del avance de una expedición financiada por el Estado y sostenida por la Armada real, así como las autoridades coloniales: que fueron progresivamente implicadas, desde la llegada de los barcos con las dotaciones médico-sanitarias, los “reservorios” de vacilos en grupos de niños inoculados, y las instrucciones institucionales –protocolos- de vacunación y actuación convenientes. Desde el 30 de noviembre de 1803 –fecha en que Balmis y sus equipos zarparon de la Coruña en la corbeta María Pita en ruta hacia América y después de las primeras escalas, desde Canarias a Puerto Rico, llegaron a Venezuela. Cuando se producía una entusiasta colaboración de autoridades civiles y eclesiásticas, así como la receptividad de poblaciones iba siendo ganada, se producían vacunaciones en masa; como en marzo de 1804 y la Expedición Balmis en Venezuela: con 12.000 vacunaciones en menos de un mes, fue acompañada de un entrenamiento pormenorizado de médicos, así como distribuciones de vacuna a ciudades y regiones alejadas, junto a la creación de la primera Junta Central de Vacuna, que sirvió de modelo a otras en la América española.7 Debido a la enormidad de distancias y tareas necesarias, Balmis decidió dividir el equipo expedicionario y especializar funciones. Para bifurcarse la Expedición, con una subexpedición al mando de Balmis y un grupo ex-

pedicionario se dirigió a Cuba, México, y en el Pacífico ya, a Filipinas y Extremo Oriente (llevó sus reservas de vacuna a Macao y Guanzhou, en China); desde donde sus asistentes volvían a México en 1807; y el propio Balmis lo hacía, entre 1810–1813, a México desde España, para retornar definitivamente a la metrópoli el último año. A veces, la llegada de la Expedición era precedida de inoculaciones con vacuna de algún núcleo próximo y afortunado –como en Puerto Rico, de las Islas danesas de St. Thomás; en Veracruz, llegada desde Cuba, con deficiente plan-; pero lo habitual era que la organización de campañas de vacunación se establecieran por el propio equipo expedicionario, poniendo a prueba, tanto las disposiciones previas de autoridades como de poblaciones. La Expedición con sus linfas de vacuna en reservas y traspaso entre grupos de niños portadores, llegó a México con el propio Balmis a la cabeza de un grupo; e incorporó la vacuna en el virreinato de la Nueva España (México), con sus sobrinos Antonio Gutiérrez, Antonio y Francisco Pastor Balmis (los Pastores: practicante y enfermero, respectivamente), Pedro Ortega, Ángel Crespo (enfermeros: muerto el primero en Manila, en 1806; el segundo en México, hacia 1850), la rectora Isabel Zendala y los niños embarcados en España -junto a sustitutos recientes desde Venezuela-. Mientras el grupo de niños huérfanos –que habían sido portadores de la vacuna- llevados desde Galicia fueron reemplazados por otro grupo autóctono y asentados aquellos en el Real Hospicio de Pobres de México capital (y la mayoría de ellos adoptados por maestros y comerciantes allí). Entre junio de 1804 y febrero de 1805, Balmis y ayudantes entrenaron a médicos de México capital y vacunaron a poblaciones propensas de pequeñas ciudades y muchas de las mayores de Nueva España: desde Mérida y Veracruz en el Este a Guadalajara en el oeste o Durango en el norte. Extendiéndose la campaña hacia misiones secundarias en Tabasco, Oaxaca, Chiapas o Guatemala, y misiones locales que alcanzaron pronto los confines del norte y noreste, en Sonora, Chihuahua y Texas. La red de juntas de vacuna y centros clínicos de vacuna extendieron las inmunizaciones al menos a 100.000 vacunados in México, y la mayoría de niños (del grupo de edad más susceptible a la viruela). 8 Pero necesitaron tal dedicación de expedicionarios, que el médico-cirujano Antonio Gutiérrez y el enfermero Ángel

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Crespo, o la rectora de niños de vacuna Isabel Zendala, se quedaron en México de modo definitivo. Siendo los retornos a España infrecuentes: por muerte de expedicionarios en aquellas tierras o circunstancias de supervivencia; salvo los casos de Balmis y sus sobrinos, vueltos a España en 1810 o más tarde otro médico-cirujano asistente de Balmis, Julián Grajales, que volverían a España, desde Filipinas y Macao en China o desde Sudamérica, el último en 1824. La sub-expedición dirigida por Balmis, una vez considerados alcanzados los primeros objetivos en México, decidió trasladarse por el Pacífico hacia Extremo Oriente, con su operativo de 26 niños mexicanos –aunque con compensaciones monetarias a sus padres y la promesa de su retorno- como reservorios de vacuna, en febrero de 1805. Con una travesía desde Acapulco (costa occidental de México) hasta el archipiélago de Filipinas, la sub-expedición tuvo un curso casi dramático, de malas condiciones de navegación –hacinamiento, raciones míseras, etc.- que solo salvaron la generosidad de miembros del pasaje y el rápido curso del viaje. Con su llegada a Manila en abril de 1805, se movilizó un inmediato plan de vacunaciones desde el primer día de la llegada expedicionaria, bajo el comisionado Antonio Gutiérrez para dirigir los trabajos en el Archipiélago. Mientras Balmis abandonó pronto Manila por motivos de salud, componentes del equipo expedicionario se internaron a través de las islas, además de las más importantes, Cebú, Mindanao y las Visayas (allí alcanzaron la cifra de 20.000 vacunaciones). Al tiempo que se fundaba una Junta de Vacuna en la capital, Balmis se embarcó para llegar al continente asiático e iniciar una campaña de vacunaciones en China, empezando desde la colonia portuguesa de Macao (donde ese mismo año, se había anticipado y perdido una primera remesa de vacuna que fue restablecida; al igual que Balmis constituyó allí una Junta de Vacunación, encargada con la de Manila de abastecer otras zonas).9 En Guanzhou (Cantón, China), incluso sin apoyo de la Compañía Real de Filipinas, Balmis encontró la colaboración de la británica Compañía de la Indias Orientales: un apoyo que permitió hacer avanzar allí la campaña de la vacuna, en octubre de 1805; justamente cuando ambas armadas –la británica y la francoespañola- se enfrentaban en Occidente en Trafalgar. Para encaminarse Balmis en 1806 a través del Índico, y por el Atlántico de vuelta

a España, hacer una pequeña escala en la isla británica de Santa Helena –en junio de 1806-; para llegar a Lisboa en agosto de ese año y ser recibido con todos los honores por Carlos IV en la corte en septiembre. Antes de que el equipo filipino y asiático de Balmis volvieran a España en 1806 o a México en 1807, la otra subexpedición, bajo la dirección del subdirector José Salvany y su equipo, llevaron la vacuna por Sudamérica, desde Colombia, y Ecuador, a Perú y Bolivia, hasta la Patagonia chilena. Salvany se internaría en los virreinatos de Nueva Granada, Perú, y del Rio de la Plata (en el Alto Perú), acompañado por sus auxiliares Grajales, Lozano y Bolaños, así como cuatro chicos venezolanos que servirían como primeros eslabones de una larga cadena, de grupos sustitutorios de niños y reservas de linfa hacia Sudamérica. En una ruta expedicionaria terrestre, mucho más intrincada que la de su jefe y mentor, Salvany condujo su equipo por ríos, traspasó difíciles cumbres en largas caminatas por terrenos agotadores, a lomos de caballo, acémilas o a hombros de porteador y bajo duros climas recorrió territorios inmensos e inhóspitos, en plena efervescencia; hasta enfermar el propio Salvany pero -sin apenas descanso- quedar involucrado en las luchas independentistas (que comenzaron a generalizarse en los virreinatos sudamericanos desde 1809). Las dificultades expedicionarias para el equipo de Salvany llegaron al dejar Cartagena en el mar Caribe y comenzar, en mayo de 1804, a remontar el río Magdalena en Colombia: enfrentándose a un azaroso curso, la sub-expedición hubo de sortear rescates de pasajeros y vacunas; enfrentando además rebrotes de viruela y división -a menudo del grupo expedicionario para llegar a ciudades, pueblos y villorrios perdidos, con frecuencia asistidos por frailes misioneros. Así alcanzaron Bogotá en diciembre de 1804 y en medio de la campaña -hasta ocho sesiones- de vacunaciones, establecieron una red de juntas de vacuna, para prevenir la viruela y la fiebre amarilla en el virreinato de Nueva Granada. Cuando en mayo de 1805 el equipo de Salvany y su grupo de infantes con reserva de vacuna cruzaron los Andes hacia el sur, se encontraron nuevamente en interminables sesiones de vacunación, entrenamientos de médicos locales y organización de juntas de vacuna; multiplicando esfuerzos del equipo de la sub-expedición, desde Neiva, Popayán


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Frco. X. de Balmis y Berenguer (Alicante, 1753-Madrid, 1819)

(mayo de 1805), Pasto, Ibarra y Quito (julio de 1805), en la capitanía de Ecuador. Para pasar a las tierras del virreinato peruano, desde Ambato, Riobamba y Cuenca (octubre de 1805), Loja y Piura (diciembre de 1805), por Trujillo, Lambayeque, Cajamarca y Lima (mayo de 1806) en el Perú. Aunque se encontrasen en la capital del virreinato Peruano con la llegada -en una remesa de vacuna desde Buenos Aires- anticipada cerca de un año antes (agosto de 1805) en la forma de linfa seca de vacuna (que a finales de 1804 llegó a Bahía de Brasil, para pasar entre mayo y agosto de 1805 a Río, Montevideo y Buenos Aires).10 Con una gran contrariedad para Salvany –enfadado por encontrar una distribución de vacuna tan aleatoria, a la que estaban extrayendo beneficios: con médicos locales que se lucraban, además de cargar sus gratificaciones por vacunaciones- sin embargo pudo incrementar aún su crédito, y presentar –en noviembre de 1806- su tesis doctoral, en la Universidad de San Marcos de Lima. Una vez desarrollado su campaña en el centro del virreinato, José Salvany y su equipo prosiguieron los trabajos de la subexpedición hacia el sur, internándose en el Alto Perú y el Altiplano boliviano. Saliendo hacia Cuzco, Ica, Nasca, y Arequipa –a donde llegó el grupo, en septiembre de 1807- se detuvieron un año después en Puno, para recuperar su salud por un ataque al corazón de Salvany, frente a las orillas del lago Titicaca (septiembre de 1808). Al tiempo que sus auxiliares, el médico-cirujano Julián Grajales y el enfermero Basilio Bolaños llevaban –en diciembre de 1807- los trabajos de la expedición a Valparaiso; y extendieron

en un recorrido continuo norte-sur los esfuerzos de la sub-expedición y sus trabajos por la costa pacífica hasta Chiloé (en la Patagonia chilena, febrero de 1812). Mientras el director de su grupo Salvany continuó a fines de 1808 por los territorios del virreinato de Buenos Aires; cuando efectuó su informe en La Paz –en marzo de 1809- daba cuenta de haber realizado en el Perú hasta 200.000 vacunaciones. Y no obstante incluir certificado médico de su muy precaria salud, todavía perfiló planes para continuar la expedición. Cuyo curso sin embargo concluyó para Salvany con su muerte en Cochabamba (actual Bolivia), el 21 de julio de 1810; después de haber efectuado la aplicación de los planes expedicionarios encargados por su director, a lo largo de unos cuatro mil km. del continente suramericano.11 Mientras unos de sus auxiliares, el cirujano Rafael Lozano Pérez, quedó solo en los Andes peruanos, entre 1807 y 1809 (el último dato es de Cuzco ese año). Pero todavía cuatro años después y metidos en las vorágines independentistas de territorios centrífugos de la corona española en América, los supervivientes de la expedición Grajales y Bolaños volvían en 1812, desde el extremo sur de Chile al puerto del Callao en Lima.12 Desde hacía dos años, en 1810 y también devorada España por la lucha independentista frente a Napoleón, el director expedicionario Francisco Balmis –que fue nombrado inspector general, en España e Indias, de la vacunación de la viruela- fue enviado de nuevo a América. Llegando a México aquel año, Balmis se internó en el país –que había perdido

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la vacuna de la viruela de las campañas anteriores- a la búsqueda de una linfa indígena de vacilos de vacuna, para reintroducirla en la Nueva España. Siendo el propio Balmis quien avisó –y reclamó- contra los preparativos insurreccionales de independentistas, que el 16 de septiembre de 1810 iniciaban las luchas por la independencia mexicana. Y el veterano médico tuvo que regresar precipitadamente desde Morelia (Valladolid de Michoacán entonces) a México capital. Para encontrarse de nuevo metido en plenas hostilidades en agosto de 1811: mientras Balmis esperaba en Xalapa para llegar al puerto de Veracruz, la región fue invadida por independentistas; y resultó único posible interlocutor, entre defensores civiles lealistas a la corona e insurgentes heridos y cautivos. Finalmente, en 1813 pudo retornar a España; para ser nombrado, en 1815, cirujano de cámara por Fernando VII y académico de Medicina, en 1816; muriendo en Madrid de sesenta y cinco años, el 12 de febrero de 1819.13 Mientras en el otro extremo sudamericano, el último superviviente de la Expedición de la Vacuna inicial, el médico-cirujano Manuel Julián Grajales, en Chile tuvo que improvisar una vida supletoria: el que fuera primer asistente de José Salvany en la Expedición de la Vacuna, fue capturado por los insurgentes chilenos en 1813, y obligado a incorporarse como médico militar a sus unidades; permaneciendo en Chile hasta 1824; momento en el que –con su vuelta a España- continuó su carrera como cirujano militar hasta 1847 (y luego hasta su muerte, en 1855). Aunque el enfermero que le acompañaba en la Expedición, estuvo datada su permanencia en Santiago de Chile, en 1814.14 Siendo muy verosímil que ninguno de los miembros de las dos sub-expediciones se volvieran a encontrar, los dos grupos expedicionarios fueron desde su separación independientes, pero habitualmente procedieron casi similarmente. Con independencia de tener alguno de los expedicionarios muerto en acto de servicio (Pedro Ortega en Manila, José Salvany en Cochabamba, Bolivia), desde su separación en el Caribe americano ambos grupos podrían haberse desviado por igual del plan original de la Expedición. Principalmente, por difíciles circunstancias encontrada en su curso expedicionario, no tanto frente a políticos locales, sino por estallidos de viruela o determinantes de estructuras geográficas, rutas y paces en territorios donde se encontraron cumpliendo su

misión científica. Lo que impresiona todavía de aquella hazaña científico-sanitaria, no es solo el desenvolvimiento de la Expedición Balmis entre la limitación de medios, las posibilidades también limitadas –y lentas- del sistema de transportes de la época, o la precariedad o voluntariedad de poblaciones tan distantes –y distintaspara el acceso y la propagación de la vacuna de la viruela. Lo que sorprende aún más, es que los diez años del proyecto expedicionario se llevasen a cabo pese a todo y su eneromidad, en medio de una época turbulenta como pocas –la de las guerras napoleónicas y el arranque independentista en la Península y sus colonias ultramarinas; con peligros y acciones piráticas, guerras navales o persecuciones en los mares, por navíos ingleses o franceses (las otras dos grandes Marinas de la época: sitúese el lector en el ambiente enrarecido, de encuentros, guerras navales, o refriegas de flotas en todos los mares en la época de Trafalgar); o bien, en el dislocamiento y los desafíos de las sociedades coloniales, iniciadas en sus procesos independentistas. Como se ha llegado a comprobar, en las actividades de prevención de la viruela en México –entre 1797 y 1840- o en S. Luis de Potosí -desde 1805 a 1821- contrariamente a lo esperado, los servicios de vacunación no fueron una rápida víctima de las guerras por la Independencia (la vacunación fue constatada que continuó en San Luis de Potosí, aunque irregularmente, hasta 1821; con el salvamento de toda una generación de niños en Guanajuato, Mexico, triunfaron en la preservación de la vacuna y evitaron epidemias durante 25 años después de la llegada de la Expedición Balmis). Sin embargo con dificultades o barreras difícilmente superables, las preocupaciones y observaciones de los artífices de aquella epopeya de Balmis y sus colaboradores o ejecutores quedaron dispersas, como testimonio directo o citas coetáneas y posteriores, en cientos y miles de páginas manuscritas, conservadas en un amplio muestrario de archivos españoles y americanos. Pero la Expedición de Balmis de la vacuna frente a la viruela representó –y fue de hecho- la primera campaña de vacunación mundial, con todas las características de un tal proyecto moderno: fue centralmente planeada y ejecutada por personal especializado, asignado exclusivamente a ese cometido, con objetivos que incluían una am-


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plia difusión, a corto plazo entre poblaciones y áreas geográficas, y una institucionalización a largo plazo de los servicios de vacuna, en escenarios imposibles americanos, pacíficos o asiáticos. El rescate del olvido de esta odisea científica no obstante ha sido intermitente. Las fuentes secundarias y el conocimiento bibliográfico, en su conjunto, fue laborioso pero persistente, sobre todo en España y en la segunda mitad del siglo pasado. Un primer reportaje de la Expedición Filantrópica de la Vacuna en España apareció –brevemente, después de la primera vuelta de Balmis a España, al ser recibido en la corte- en el suplemento de la Gaceta de Madrid, del 14 de octubre de 1806. Un informe que durante ochenta años después se seguía empleando en la mayoría de las descripciones de la Expedición. Para dar paso a una investigación original, publicada en 1885, de Eduardo Moreno Caballero: Sesión apologética dedicada al Dr. D. Francisco Xavier de Balmis Berenguer, Valencia, Ferrer de Orga, 1885. Aún habría que esperar más de medio siglo, para tener una visión comprensiva y basada en la revisión documental, así como el aparato crítico suficiente (notas al pie, documentando cada paso de la Expedición, organización cronológica en un apéndice que sintetiza el curso expedicionario, índices de nombres y lugares, para facilitar seguimientos y localizaciones de temas, etc.), en la obra de Gonzalo Díaz de Yraola, La vuelta al mundo de la Expedición de la Vacuna (1803– 1810), cuya segunda edición facsímil apareció en la pasada década en Madrid: CSIC, 200315. Desde entonces comenzó a desarrollarse una bibliografía que tomaba ya como base documentos de archivo, y que estudiaba hace diez años Emili Balaguer i Perigüell.16. No tardarían en llegar los trabajos de Catherine Mark, con su edición bilingüe española inglesa del libro de Díaz de Yraola, y su trabajo de 2009 con José G. Rigau Pérez, sobre la Expedición española de la vacuna de la viruela, como la primera campaña de inmunización mundial; así como libros de Susana M. Ramirez y José Tuells, de 1999 y 2003, que han renovado y clarificado las grandes líneas de aquel hito científico-médico.17 Una primera campaña con proyección mundial de vacuna antiepidémica Aunque la hazaña a lo largo de mares y continentes, ejecutada por un equipo español médico-sanitario, acompañado de grupos de niños portadores de vacilos de vacuna, centró

la atención de cronistas y estudiosos en un número de ocasiones, sin embargo no ha alcanzado aún –de modo integral- trabajos comprensivos y abarcadores: acerca de lo que supuso como proyecto organizado, dotado de objetivos fuertes, métodos y logros consistentes y contrastados, de su ejecución en un sinnúmero de situaciones sociales y culturas locales o regionales; de sus vicisitudes y alcances históricos. Y sobre todo la Expedición Balmis no ha generado suficientes estudios, como un precedente de las modernas campañas de vacunación masiva. Justo en los términos que caracterizó a la Expedición Balmis de la Vacuna de la Viruela -en 1969- el historiador médico venezolano Ricardo Archila, como “una de las pioneras entre las medidas sanitarias a escala internacional, que se distingue por ser la primera [centralmente] dirigida, y como campaña sistemática con consideraciones epidemiológicas”. Siendo efectivo que, a partir de 1804 –a solo seis años de la publicación del descubrimiento de Jenner en Inglaterra- y en gran parte gracias al proyecto expedicionario de Balmis, reservas de linfa de vacuna de la viruela comenzaron a extenderse por Europa y alcanzaron América, India, China, las Indias Orientales, y Australia; a través del alcance o impacto de iniciativas o agentes gubernamentales, de sociedades e iniciativas individuales. Y aunque desde 1800, Gran Bretaña estaba introduciendo en su ejército y armada –e incluso en territorios coloniales, como la India: fue una de los primeros viajes de la vacuna, al embarcarla hacia Baghdad y Basora hasta India, donde llegó en1802- el traslado de linfa y vacunación de viruela eran muy diferentes operaciones a las campañas de inmunización de la sociedad civil (y de hecho, vacunaciones masivas de indios civiles estarían más en la naturaleza de una campaña como en la Expedición española). Una comparación extensa de la mezcla entre factores políticos y sociales, creados en ambos proyectos médico-sanitarios con las introducciones de la vacuna por británicos y españoles enfrentadas en sus respectivas –y casi coetáneas– experiencias, nos llevarían a muy diferentes contextos (en parte, con implicaciones económicas y casi-religiosas diferentes en la India: donde la viruela era un mal antiguo y persistente o en Australia británica; comparados ambos casos con la débil resistencia encontrada en la América Hispana). Y no fue inicialmente concebida allí como una campaña organizada y más en

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un primer alivio; planteada como una entrega individual y de contactos locales, más que operando de un modo oficial.18 Al contrario que en otras experiencias extra-europeas tempranas, tal como fue introducida la vacuna en América, el arraigo de la viruela no tuvo lugar en sistemas de pensamiento tradicional o costumbres de los pueblos indígenas en la América o el Pacífico hispanos; siendo preciso añadir que la vacuna no suplantaba allí ninguna tradición existente. Mientras la autoridad política española contaba en América con trescientos años de establecimiento firme, con un ejercito bien organizado, equipamientos e infraestructuras eclesiásticas, judiciales y medicas para llevar a cabo tal campaña. Tanto más que el propio rey y la administración real o su Consejo de Indias consideró la distribución de la vacuna –y la propia vacunación- en Ultramar un asunto de Estado: asumido bajo su responsabilidad, equipado y sostenido con medios oficiales a todos los niveles. No es extraño pues que un verdadero programa de inmunización contase desde el principio con un plan: que incluía el establecimiento de instituciones permanentes para el control de la enfermedad; en la forma de Juntas de Vacuna centralmente organizadas y como ramas supervisoras, con regulaciones en cada una adaptadas a necesidades y circunstancias locales. No obstante hubo frecuentes disensiones –sobre cometidos e instrucciones de aplicación, seguimiento y, en especial, valoración- entre autoridades locales y personal de la Expedición científica: lo que revelaría la novedad conceptual del proyecto o los obstáculos, dificultades y rémoras político-administrativas presentes en la época; todavía asuntos importantes, que rodeaban la introducción de nuevas inmunizaciones, tales como la eficacia, la salud, los costes, el control, la difusión o divulgación, las trasferencias de tecnología, científica y médico-sanitaria, o la salvaguarda de asuntos humanos. Y muchos desencuentros o disfuncionalidades que tuvieron lugar pueden interpretarse, más que debidos a conflictos personales –como reserva o altiva distancia del director de la Expedición, el Dr. Francisco Balmis- al comienzo de una profesionalización en la salud pública que, a ojos vistas, estaba desarrollándose precozmente.

Impactos y resultados médico-sanitarios y de preservación de sociedades hispánicas, por la Campaña de Balmis de la vacuna de la viruela.

Aunque en otras partes –en Europa y dominios británicos fuera de ella- la vacuna contra la viruela fue introducida, incluso con ligera antelación en algún caso a la implantación de la misma en el imperio hispánico de Ultramar, no cabe duda de que la implantación preventiva de la vacuna en otros continentes tuvo un impulso decisivo gracias a España y su capacidad organizativa y médica. La vacuna fue introducida por los británicos en sus ejércitos y armada naval en 1800 –no fue efectiva, por obligatoriedad hasta 1802 en el ejército; o hasta 1811 en su armada- mientras masas de población autóctona extra-europea en años se mantuvieron lejanas a la vacuna de la viruela (p. ej. en la India, donde había sido introducida en 1802). Para entonces, gran parte de las sociedades autóctonas del imperio hispánico estaban ya adquiriendo inmunizaciones gracias a campañas sin pausa de la Expedición Balmis desde España. Llegando a evaluarse –solo hasta 1812- en más de medio millón de vacunaciones; pudiendo alcanzar una tercera parte más, las realizadas directamente por los equipos expedicionarios españoles entre América y Extremo Oriente.19 En cualquier caso, la protección que la Expedición proporcionó a cientos de miles de vacunados respecto a la infección –o la viruela más severa- para la época pude considerarse un logro espectacular (aún careciendo de cuadros estadísticos completos de vacunaciones, de poblaciones totales o de proporciones de población subceptible; de frecuencias de vacunación por clases y razas o de frecuencias de casos de viruela en los años siguientes, con los que valorar los resultados últimos de la Expedición). Expuesto en términos modernos, los resultados (de decisiones u opciones elegidas, a partir de implantaciones expedicionarias) del curso emprendido por la Expedición de la Vacuna de la Viruela, con la ejecución del proyecto de Balmis fueron: los que tuvieron que ver con la calidad de la vacuna y la seguridad sanitaria (de carácter clínico); los relacionados con los fondos previstos, centralización, especializaciones de equipos, institucionalización de sus iniciativas, que harían viables las sesiones de vacunaciones (o de articulación de administración sanitaria); los que tuvieron que ver con una cobertura extensa, y vigilancia de la enfermedad, a través de territorios (con relación al orden epidemiológico); en fin, el carácter de la protección de vacunados y su consentimiento


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Edward Jenner (1749-­‐1823), descubridor de la vacuna de la viruela al tratamiento (que guardaban relación con un orden ético). En cuanto al primer orden de resultados de la Expedición de la Vacuna, una importante apreciación es la de incorporación de la idea –y la práctica- comparativa de pruebas (y la valoración de la eficacia y calidad de la vacuna local). Lo que suponía el recurso a controles de eficacia en la práctica de vacunaciones, algo casi inexistente en dicha práctica antes de la Expedición de Balmis de la Vacuna de la Viruela. Algo que fue característico desde aquella, y que desde entonces se puso en práctica de forma crucial, fue la comparación en las vacunaciones –entre vacunaciones locales y las efectuadas por la campaña de la Expedición para probar la eficacia de las inmunizaciones (con la falsación por comparación, acerca de la eficacia de la vacuna administrada con protocolos o prototipos diferentes, en intentos distintos: determinando desde las poblaciones, paciente a paciente y según resultados, qué persona resultaba inmune a la viruela y cuál presentaba reacción típica a la vacuna, que probaba la ineficacia de una inoculación anterior). Mientras que hoy la eficacia de una vacuna es testada, a una larga escala en pruebas clínicas –en porcentajes muy altos- para probar la incidencia de afectados entre vacunados y no vacunados, el mismo Balmis no había recurrido a la prevención científica de falsación por comparación de pruebas de incidencia, cuando expuso su trabajo de 1794, sobre el tratamiento de la sífilis por plantas como el agave o la begoña.20 Con la introducción de su idea comparativa de vacuna e inmunización real en pacientes con-

cretos, Balmis desde entonces dio un paso de importancia crucial en cada campaña de vacunación. Sin embargo Balmis y los científicos de su generación –hasta diez años después, en 1814- fracasaron, en su incapacidad para valorar –o no supieron apreciar- lo imprevisto de efectos colaterales patológicos, que conllevaba la práctica de trasmisión de vacuna “brazo a brazo”: con difusión de vacilos de viruela atenuados, también se producía la diseminación de agentes patógenos que propiciarían erysipelas, sífilis o hepatitis.21 Pero esto último era algo simplemente imposible de plantearse, en un plan de vacunación rápido, que impedía apreciar problemas tales; cuando lo imperioso era extender la vacuna en inmensas áreas, instruir a practicantes de vacunación, al tiempo que organizar juntas de vacuna y actuar con celeridad, para atajar lo más posible una epidemia letal. En cuanto a la gestión material y seguimiento, así como a la prestación institucional de servicios o articulación de una administración sanitaria, hay que valorar –ante todo- la disposición material y de infraestructuras, de un imperio como el hispánico, que no pasaba por los mejores momentos de su situación económica. Tal eran los medios limitados, que propiciaba lentitud institucional en la respuesta al desafío biológico de la epidemia, los desacuerdos ocasionales con autoridades locales de los equipos sanitarios de la vacuna, las llegadas prioritarias de ésta, etc. Incluso aunque se viera como una necesidad perentoria en el dominio ultramarino español, la de obtener un beneficio para la real hacienda, preservando ingresos provenientes de ultramar, también existió una decidida política sanitaria que debería preservar a las poblaciones nativas y remediar –o anticiparse- a caídas demográficas: la política que hacía valorar más –a los burócratas metropolitanos, frente a autoridades locales reacias o moviéndose en la precariedad- el que los costes de la vacuna, podían ser una prudente inversión para la previsión futura de la administración y su papel preservador de poblaciones. Los diez años de tensión y esfuerzo institucional de la vacunación –y la expedición- contra la viruela, pusieron de manifiesto el magno carácter de la campaña y su persistencia –en oposición a múltiples frentes adversos, en lugares muy diferentes del imperio hispánico- como una colección de equipos y grupos eficazmente entrenados, pero de ac-

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ción simultánea además. Y la expedición sirvió tanto a fines de centralización sanitaria como de descentralización de actividades locales. Sin olvidar el papel de individualidades que jugaron en los equipos expedicionarios, compuestos de individuos bien entrenados y capacitados –aunque a menudo, bajo su modesto papel asignado de “asistente” o “practicante”- que desarrollaron, con claro juicio y empeño, cometidos duros y pesados. Mientras el núcleo decisorio central de tal administración sanitaria en Madrid recibía sus informes, esta instancia central correspondía enviando fondos, libros u órdenes o indicaciones –y requisitorias- a autoridades locales, que debían facilitar o apoyar materialmente los trabajos y la misión. En el contexto histórico en que se desarrolló la Expedición de la Vacuna de la Viruela, hubo fuerzas sociales –con nuevos actores sociales, como técnicos sanitarios, funcionarios y consumidores- y físicas, que proporcionaron asistencia o resistencia para la adopción del nuevo sistema (que requería la multiplicación de técnicos y equipos de vacuna). Pero el desarrollo de la campaña de vacunación produjo una clara transferencia tecnológica –muy destacada para su director, Balmis- como en las modernas campañas, con cuatro secuencias temporales: decisión de proceder e intervenir con un nuevo método en el curso de la epidemia (como atestiguan múltiples esfuerzos, tanto en el centro metropolitano como en las periferias, incluso de importar la vacuna antes de la llegada de la Expedición); adquisición de destrezas y experiencias válidas (incluidos equipos adecuados, guías y aprendizaje correctos, a través de obras científicas y divulgativas, como las traducciones de Moreau por Balmis, asegurando la estricta adopción de las prácticas de Jenner); innovación o primer uso local de protocolos de vacunación efectivos; difusión de la vacuna en poblaciones y territorios, replicando la innovación por encima de tiempos y geografías diversas. En sentido positivo, es fácil detectar el éxito de demandas de maestría por doquier en el nuevo método de las vacunaciones; pero también pudieron detectarse, en sentido negativo, los casos de médicos locales –a los que se les pedía mantuviesen viable la cadena de la vacuna, sin ningún apreciable apoyo oficial de un Estado imperial empobrecido— entrenados por equipos de la Expedición, sin embargo en algunas zonas o localidades hicieron inviable muy pronto la

vacuna, después de su introducción. Estando además marcada la campaña por una tensión severa, a medida que avanzaban los últimos años, por conflictos entre los nuevos actores sociales de la vacuna y la sociedad jerárquica colonial o en la ebullición independentista (en cuyas luchas, la campaña expedicionaria de la vacuna y la misma vacuna fue una de sus víctimas en algunos territorios coloniales). En cuanto al último alcance epidemiológico de la Expedición de la vacuna, hay que considerar que se trató de un proyecto de vacunación llevado a cabo con un nuevo método –que no requería la inmunización de toda la población susceptible por una Expedición intinerante, en fases sucesivas de cobertura (para que la vacuna se conservara eficaz, mediante la transmisión brazo a brazo). Lo que podía dar como resultado, el que la cobertura de inmunizaciones estuviese por debajo de lo esperado, como el 20% estimado de toda la población de Nueva España (México, incluyendo extensos territorios del SO. y O. de EE.UU. actuales); frente a las 100.000 vacunaciones superadas en veinte años en Río de Janerio, por ejemplo, ejecutadas por una comisión municipal. Aunque se constató que los equipos expedicionarios españoles anotaron cuidadosamente el número de vacunaciones; midiendo procesos y atajando ocasionalmente el control de brotes álgidos y repuntes de la enfermedad; con la protección consiguiente de viruela severa de cientos de miles de vacunados. 1 Cfr. Alejandro R. Díez Torre, Tomás Mallo, Daniel Pacheco Fernández, and Ángeles Alonso Flecha, coords., La ciencia española en ultramar. Actas de las I Jornadas sobre España y las expediciones científicas en América y Filipinas, Madrid-Aranjuez, Ateneo de Madrid-Doce Calles, 1991; Alejandro R. Díez Torre, Tomás Mallo, y Daniel Pacheco Fernández, coords., De la ciencia Ilustrada a la ciencia Romántica. Actas de las II Jornadas sobre España y las expediciones científicas en América y Filipinas Madrid-Aranjuez, Ateneo de Madrid-Doce Calles, 1995. 2 Cfr. En Arnold C. Klebs, “The Historic Evolution of Variolation,” Bulletin of Johns Hopkins Hospital,1913, 24 : 69–83 3 Cfr. En Francisco Guerra, Epidemiología americana y filipina, 1492–1898, Madrid: Ministerio de Sanidad y Consumo, 1999: 379, 389, 393, 396, 408, 414, 419, 424 y 429; así como vid. Marcelo Frías Núñez, Enfermedad y sociedad en la crisis colonial del Antiguo Régimen. Nueva Granada en el tránsito del siglo XVIII al XIX: las epidemias de viruelas, Madrid, CSIC, 1992: pp. 66–68


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(especialmente, Bogotá); También vid. Juan B. Lastres,

9–10 : 203–76 (esp. 276).

La salud pública y la prevención de la viruela en el Perú,

15 Vid. Gonzalo Díaz de Yraola: La vuelta al mundo de la

Lima, Ministerio de Hacienda y Comercio, 1957: pp. 39–

Expedición de la Vacuna (1803–1810), Madrid, CSIC, 1948

45 (especialmente, Chile y Perú).

( 2.ª ed. 2003).

4 Vid. Luis S. Granjel, Historia de la medicina española,

16 Vid. Emili Balaguer i Perigüell: “La historiografía cien-

Barcelona, Sayma, 1962: 115.

tífico-médica sobre Balmis y la Real Expedición Filan-

5 Vid. José Antonio Escudero, Los cambios ministeriales

trópica de la Vacuna,” en La Real Expedición Filantrópica

a finales del antiguo régimen, Sevilla, Universidad de Se-

de la Vacuna: doscientos años de lucha contra la viruela,

villa-Tusquets, 1975: 9, 35–37. Francisco Javier Puerto

ed. Susana Ramírez, Luis Valenciano, Rafael Nájera, and

Sarmiento, Ciencia de cámara. Casimiro Gómez Ortega

Luis Enjuanes, Madrid: CSIC, 2004, pp. 41–60.

(1741–1818), el científico cortesano, Madrid: CSIC, 1992.

17 Vid. Susana M. Ramírez Martín: La mayor hazaña

6 Cfr.en Michael M. Smith: “The ‘Real Expedición Maríti-

médica de la colonia. La Real Expedición Filantrópica de

ma de la Vacuna’ in New Spain and Guatemala,” Trans.

la Vacuna en la Real Audiencia de Quito, Quito, Ecuador:

Am. Philos. Soc., 1974, 64 : 1–74, esp. pp. 13–16 (n. 15).

Ediciones Abya-Yala,1999; así como José Tuells y Susa-

7 Vid. Ricardo Archila, “La Expedición Balmis en Vene-

na M. Ramírez: Balmis et Variola. Sobre la Derrota de la

zuela [Parte I],” in IV Congreso Panamericano de His-

Viruela, la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna y

toria de la Medicina, Guatemala, Ministerio de Educa-

el esfuerzo de los Inoculadores que alcanzaron el final

ción, 1970: 171–203 (esp. 173). También, José Esparza

del azote, con observaciones particulares al periplo vi-

y Germán Yépez Colmenares: “Viruela en la Venezuela

tal Balmasiano, Valencia, Generalitat Valenciana, 2003.

colonial: epidemias, variolización y vacunación,” en Su-

También vid. de Catherine Mark y José G. Rigau-Pérez,

sana Ramírez, Luis Valenciano, Rafael Nájera, y Luis

su trabajo “The World’s Firts Inmunization Campaig: the

Enjuanes: La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna:

Spanish Smallpox Vaccine Expedition, 1803-1813”, en

doscientos años de lucha contra la viruela, Madrid, CSIC,

Bulletin of the History of Medicine, The Johns Hopkins

2004: 41–60; 89–119.

Univ. Press vol. 83, 1 (2009).63-94.

8 Cfr. en M. M. Smith, “The ‘Real Expedición’”: 22–23; 49.

18 Vid. Peter Razzell: The Conquest of Smallpox: The Im-

y Patricia Aceves Pastrana y Alba Morales Cosme: “Con-

pact of Inoculation on Smallpox Mortality in Eighteenth

flictos y negociaciones en las expediciones de Balmis,”

Century Britain, Firle, Sussex: Caliban Books, 1977, pp.

Estudios Históricos Novohispanos 1997, 17 : 171–200.

133, 23. También, Catherine Mark y José G. Rigau-Pérez,

9 Cfr. en Isabel Morais: “Smallpox Vaccinations and

su trabajo “The World’s Firts Inmunization Campaig: the

the Portuguese in Macao,” Review of Culture, 2006, 18

Spanish Smallpox Vaccine Expedition, 1803-1813”, en

: 113–24. Vid. también, Susana M. Ramírez Martín, La

Bulletin of the History of Medicine, The Johns Hopkins

mayor hazaña médica de la colonia. La Real Expedición

Univ. Press vol. 83, 1 (2009): 85.

Filantrópica de la Vacuna en la Real Audiencia de Quito,

19 Cfr. en Michael M. Smith: “ ‘The Real Expedición

Quito, Ecuador, Ediciones Abya- Yala,1999), p. 287.

Marítima de la Vacuna’ in New Spain and Guatemala,”

10 Al parecer, hubo tentativas de transporte de vacu-

Trans. Am. Philos. Soc., 1974, 64 : 1–74; p. 49 (y n. 15).

na desde Brasil a Angola en África, que no fructificaron

En Nueva España (México), por ej. se calcula que unos

hasta 1819, según constataron Dauril Alden y Joseph C.

100.000 vacunaciones fueron efectivas en el periodo de

Miller: “Out of Africa: The Slave Trade and the Transmis-

la Expedición (un 20% de las que podrían haberse bene-

sion of Smallpox to Brazil, 1560–1831,” Journal of Inter-

ficiado de la vacunación). Mientras que Grajales por sí

discip. Hist., 1987, 18 : 195–224, (esp. pp. 211–12). Vid.

mismo –en la Subexpedición de América del Sur dirigida

igualmente, Isabel Morais, “Smallpox Vaccinations and

por Salvany- comenta haber alcanzado personalmente

the Portuguese in Macao,” Review of Culture, 2006, 18 :

las 400.000 vacunaciones en un década, desde el Caribe

113–24; y S. M. Ramírez Martín,

a la Patagonia.

La mayor hazaña…: 323.

20 Cif. en Francisco Xavier de Balmis: Demostración de

11 Vid. Miguel Parrilla Hermida: “Biografía del Doctor

las eficaces virtudes nuevamente descubiertas en las

José Salvany Lleopart,” Asclepio, 1980, 32 : 303–10.

raíces de dos plantas de Nueva-España, especies de

12 Cfr. en Susana M. Ramírez Martín: La mayor hazaña

ágave y de begónia, para la curación del vicio venéreo

médica de la colonia. La Real Expedición Filantrópica de

y escrofuloso y de otras graves enfermedades que re-

la Vacuna en la Real Audiencia de Quito. Quito, Ecuador,

sisten al uso del mercurio y demás remedios conocidos;

Ediciones Abya-Yala,1999: 419.

Madrid, Viuda de Joaquín Ibarra, 1794.

13 Cfr. en Susana M. Ramírez Martín, La mayor hazaña

21 Vid. Donald R. Hopkins, Princes and Peasants: Small-

médica…: 287.

pox in History, Chicago, University of Chicago Press,

14 Cfr. en Enrique Laval Manríquez, “La viruela en Chile”,

1983: p. 85.

Anales Chilenos de Historia de la Medicina, 1967–1968;

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