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AÑO III

panacea revista

Humanidades , Ciencia y S anidad

Primer trimestre 2017

Homenaje a José Echegaray Eizaguirre 2ª Parte

“In memoriam”, Clemente Solé Parellada

Humanidades, Ciencia y Sanidad

revistapanacea.com

Humanidades, Ciencia y Sanidad

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REVISTA PANACEA. PRIMER TRIMESTRE 2017

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Sumario

Editorial Echegaray y Torres Quevedo, dos ingenieros ateneístas Ernesto García Camarero

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Especial José Echegaray Echegaray y el periodismo I Carlos Dorado

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Echegaray y el periodismo II Inmaculada Zaragoza

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Echegaray, maestro y divulgador científico Fernando Ibáñez Garuz

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José Echegaray dramaturgo examinado por una «Troika» Ateneista Eduardo L. Huertas Vázquez

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Viaje Musical por la vida del polifacético ingeniero José Echegaray Eizaguirre Fernando Mínguez Izaguirre

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Un giro científico de entresiglos Alejandro R. Díez Torre

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PUBLICACIÓN PANACEA. Revista de Humanidades, Ciencia y Sanidad COLABORADORES Federico Mayor Zaragoza José Manuel Sánchez Ron José Luis Abellán Javier Puerto José Siles Jerónimo Sanz Fernando Sáenz Riduejo Ernesto García Camarero Carlos Dorado Inmaculada Zaragoza Fernando Ibáñez Garuz Eduardo L. Huertas Vázquez, Fernando Mínguez Izaguirre, Alejandro R. Díez Torre COORDINADOR Daniel Pacheco

Este número de la revista PANACEA queremos dedicarselo a la figura de D. Clemente Solé Parellada, fallecido el 31 de marzo pasado, principal impulsor de este homenaje a D. José Echegaray.

REDACCIÓN Alfonso Lougedo SUSCRIPCIONES: revistapanacea1@gmail.com DIRECCIÓN WEB Web: www.revistapanacea.com EDITA: ADAPAF, S.L. IMPRIME: IMPRENTA TARAVILLA, S.L. D.L.: M-9786-2015


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REVISTA PANACEA. PRIMER TRIMESTRE 2017

Editorial

Ernesto García Camarero Historiador de la Ciencia

Echegaray y Torres Quevedo, dos ingenieros ateneístas

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ste número especial de la Revista Panacea es la segunda parte de los dedicados a recoger las conferencias dictadas en el Ateneo de Madrid con motivo de los actos celebrados en conmemoración de dos figuras relevantes de la cultura española como son las de José Echegaray (1832-1916) y Leonardo Torres Quevedo (1852-1936). Estos actos fueron programados para conmemorar el centenario de la muerte de Echegaray acaecida el 14 de septiembre de 1916 y se incluyeron algunos relativos a Torres Quevedo por la importancia de éste y por reunir una serie de características que aproximan a estos dos hombres eminentes. Los dos son ingenieros de caminos, ambos vivieron 84 años (Echegaray 20 años por delante de Torres), en 1902 Echegaray tiene 70 años, ya en el crepúsculo de su vida y Torres 50 está en plena madurez, Echegaray modernizó los estudios e importó la ciencia europea, Torres fue innovador y exportó sus inventos a Europa y al mundo, la actividad de Echegaray, más teórica, importa las nuevas geometrías, el análisis moderno, el álgebra abstracta y también la física matemática, la actividad de Torres Quevedo es más practica se dedica a la mecánica de alta precisión, a la electromecánica, y es un gran innovador, sus inventos abren el camino a las tecnologías que cambiarían el mundo como son la automática, la cibernética y la robótica. Ambos pertenecieron a la Academia de Ciencias de Madrid. La obra de Torres Quevedo es mundialmente reconocida. Coincidieron en el Ateneo y fueron ateneístas ilustres e influyentes. El Ateneo en el que participaron era el centro cultural madrileño más importante del momento, y siempre se subtituló “científico” junto a literario y artístico. Desde finales del siglo XIX y comienzos del XX fue el

Ateneo uno de los foros renovadores de la Ciencia española, en gran parte gracias a la obra de Echegaray y Torres Quevedo. Echegaray ingresó en el Ateneo de Madrid como socio a los 26 años (el 30 de Mayo de 1858) donde comienza a interesarse por las cuestiones políticas, a estudiar la economía librecambista de moda entre los liberales y es donde se despierta su fuerte sentimiento patriótico de regeneración que le movió en su actividad científica, política y literaria; en 1888 fue elegido Presidente del Ateneo de Madrid. Leonardo Torres Quevedo, a los 34 años ya era socio del Ateneo, fue contador de la Junta de Gobierno que presidía Núñez de Arce; también fue presidente de su Sección de Ciencias de 1904 a 1905. En las páginas de este número de Panacea aparece un detallado y documentado estudio de Alejandro Diez Torre sobre el importante papel que jugaron José Echegaray y Leonardo Torres Quevedo —a los que considera representantes de dos generaciones científicas en el Ateneo de la Belle Epoque— en el giro científico que se produjo en el cambio de siglo, considerándolos como dos ingenieros ateneístas que influyeron notablemente en el asociacionismo y en la vanguardia científicos. También encontramos en este número otros aspectos, no tratados en el número anterior, de la polifacética personalidad de José Echegaray. Así en los trabajos de Carlos Dorado e Inmaculada Zaragoza se estudia la gran actividad e influencia de Echegaray en el periodismo en su doble aspecto de, por una parte, protagonista de la prensa como figura pública (científico, político, dramaturgo) a lo largo de toda su vida y, por otra, como autor de numerosos textos de diversa índole que aparecieron en numerosos periódicos y revistas, especialmente de contenido científico o literario.


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Torres Quevedo y Echegaray

La aportación Fernando Ibáñez, la dedica a Echegaray como maestro y divulgador científico. La inicia con un amplio relato sobre la interesante vida del padre de nuestro personaje y de la influencia que ejerció sobre éste. La continúa con una sugestiva sucesión de anécdotas que reflejan aspectos de su vida, pero también numerosos datos biográficos sobre su obra científica, técnica, política y literaria. Recoge recuerdos de la vida cotidiana, de su infancia en Murcia, sus estudios de caminos en Madrid, sus lecturas y aficiones literarias, de sus relaciones con notables personajes contemporáneos mantenidas durante su larga vida. No hay duda de la fecundidad de la labor de Echegaray como dramaturgo y de su popularidad y éxito en los teatros, pero cuando en 1904 recibió el premio Nobel de literatura un grupo de escritores de la generación del 98, como Valle Inclán, Unamuno, Baroja, Azorín, los Machado, ... publicaron un manifiesto expresando su desacuerdo. En su comunicación Eduardo Huertas Vázquez analiza como nuestro dramaturgo fue examinado por una troika formada por ateneístas muy destacados como Manuel de la Revilla,

Enrique Diez Canedo y Segismundo Moret, aportando valiosas consideraciones sobre la obra dramática de Echegaray. La presentación de Fernando Minguez Izaguirre, consistió en un montaje audiovisual en el que la lectura de un texto suyo ―como si fuera escrito por Echegaray―, fue ilustrándola con piezas musicales de Granados, Juan Sebastián Bach, Barbieri, Chueca, y proyecciones de fotografías relacionadas con la trágica muerte de Granados, con las obras de Echegaray o con figuras de geometría cuya belleza la asocia a la de la música. Con este viaje musical por la vida del polifacético ingeniero José Echegaray Eizaguirre, contemplamos otra de las aficiones de nuestro personaje. En el presente número de Panacea terminamos de recoger de forma impresa las diversas actividades —conferencias, mesas redondas, tertulias, audiovisuales...— que se realizaron en el Ateneo de Madrid durante los meses de septiembre y octubre de 2016, para conmemorar el centenario de la muerte del eminente matemático, ingeniero, economista, político, dramaturgo... José Echegaray Eizaguirre.

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José Echegaray Eizaguirre

Carlos Dorado

Exdirector de la Hemeroteca Municipal de Madrid

Echegaray y el periodismo I

a estrecha relación que Echegaray mantuvo con el periodismo admite ser considerada en dos vertientes diferenciables. Una, la derivada de su presencia ininterrumpida como destacado —parece adecuado usar esta terminología— en el escenario de la vida pública, por los muchos y destacados papeles que interpretó a lo largo de su vida y de los muchos honores que le fueron dispensados. Otra, la de autor de textos de diverso género para la acción en ese escenario: su actividad como creador para las páginas de la Prensa.

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Echegaray, autor

El que continúa siendo valioso Catálogo de periodistas de Ossorio y Bernard dedica una elogiosa entrada a José Echegaray e incluso recoge en el prólogo párrafos de un discurso académico en el que se expresa de forma muy característica suya: «Yo considero que el periodismo, en la trama de las sociedades, es como el sistema nervioso por donde circulan las ideas, así como las vías férreas son los canales por donde circula la sangre de la producción, como el telégrafo es otra red nerviosa del organismo. El periodismo recoge ideas, sentimientos, pasiones, crímenes o virtudes; en suma, esos mil hechos dispersos, esos mil latidos de cuyo conjunto brota lo que se llama la opinión pública; de una manera más o menos perfecta, fundidos todos ellos en letras de molde, les da salida para que vayan a todas partes y por todas partes se extiendan. Multiplicación enorme de ideas y sentimientos, porque la idea y el sentimiento de cada uno viene a reflejarse en los demás, circulación prodigiosa de la vida, y al fin solidaridad de todas las conciencias; propaganda sin término de cuanto la ciencia y el arte crean; sin que por lo demás se

anulen ni peligren, ni la conciencia individual, ni la voluntad del ser libre». Echegaray no llegó a inscribirse en la Asociación de la Prensa, pero, consciente, como buen científico, de sus potencialidades, cultivó extensa e intensamente el periodismo. Su actividad de periodista es, no obstante, de esa personalidad polifacética suya que suele subrayarse, la que también es habitual pasar por alto. La firma de Echegaray, sin embargo, aparece con frecuencia en periódicos y revistas, a lo largo de los años. La hemos localizado hasta ahora —continúa la indagación— en más de cuarenta publicaciones periódicas de España y América. Solo al Diario de la Marina, de La Habana, envió, según comenta el propio autor, unos ochocientos artículos. Obra también, en muy buena parte —diríamos que casi toda— prácticamente olvidada. Es una producción periodística multiforme, respondiendo al despliegue de la personalidad y actividades de su autor. En sus Recuerdos habla don José de un primer artículo escrito para la Revista de Obras Públicas. Apareció, en efecto, «Del movimiento continuo», repartido en varios de los primeros números (1853) de la Revista, en la que colaboró a lo largo de toda su vida. Setenta y cuatro colaboraciones, que en los últimos años fueron sólo edición de discursos. También dice que su iniciación al periodismo fue en El Economista, que fundó con Gabriel Rodríguez en 1856 y que dirigió hasta 1857. Artículos en los que expresa sus firmes convicciones librecambistas. Pocos ámbitos de las manifestaciones de la cultura de su tiempo le fueron ajenos. Lo mismo escribe «El Derecho y la sociedad moderna» (en la Revista Hispano-americana, en 1866), que comenta el nuevo diccionario de la Academia (El Imparcial, 1899).


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Los Lunes de El Imparcial

Quedan artículos relacionados con su actividad política. En algunos de ellos se limita a añadir su firma, como en los que publica el Partido Progresista Democrático en El Imparcial en 1879. A pesar de lo exaltado del famoso discurso de ingreso en la Academia de Ciencias en 1866, que luego procuró atemperar con matizaciones, el tono habitual del periodista Echegaray es de prudencia y moderación. Tiene particular interés la colección que publica en El Imparcial entre 1872 y 1873. Recuérdese que don José formó parte de gobiernos de don Amadeo. Lo que no le impide ser muy crítico con la vida política de esa monarquía. Tuvieron gran resonancia artículos como «¡Ni esta vez!» o «Descortesía parlamentaria», que algunos juzgaron descortés para con el Rey. Radical, como su partido, el periodista llegó a decir que era preciso «orear todavía mucho el palacio de la plaza de Oriente». Aunque publicados sin firma, fue reconocida la autoría de Echegaray. Su estilo es, en efecto, fácilmente reconocible. Pero la mayor parte de su producción periodística es de contenido científico o literario. De estricta creación literaria son numerosas colaboraciones dispersas por periódicos y revistas: La Ilustración Ibérica, Almanaque Sud-americano, La Semana Cómica, Blanco y Negro, ABC, Almanaque de El Globo, La Ilustración Española y Americana, etc. Muchas de ellas son poesías. Dedica poemas a Calderón de la Barca o al Duque de Rivas, lo

que no es de extrañar. Tampoco lo es que aparezca alguna como el soneto festivo, mixtura de literatura y ciencia, «El diablo y el bacillus» (El Imparcial, 1 de enero de 1885). Pero la más recordada de sus composiciones es el soneto «Cómo hago mis dramas», aparecido en Heraldo de Madrid en julio de 1894. Algunas de esas creaciones puramente literarias consisten en cuentos y narraciones breves o leyendas («Los tres sueños de Colilla», «Los anteojos de color», «Las ternuras de la muerte», «Las dos orillas del río», «Las piedades del Sultán»), en las páginas de las prestigiosas Pluma y Lápiz, La Ilustración Ibérica, Álbum Salón, Blanco y Negro, ABC, El Imparcial, El Liberal, Revista Contemporánea, La América, La Correspondencia de España, La Revista Contemporánea, Nuestro Tiempo y otras… A veces, como para salir de un compromiso, envía a la publicación el texto de un acto de una obra (Cádiz) o, si es breve, la obra entera. Como el que envía a La Ilustración Musical en 1883. También escribe sentidas necrologías, en prosa y en verso. En alguna ocasión colabora en publicaciones de finalidad benéfica, como la que se hace con motivo de los terremotos de Andalucía en 1884 y 1885. Toda esta obra de creación literaria de Echegaray yace, olvidada, en las páginas de la prensa y, por tanto, custodiada en los depósitos de las hemerotecas. Las más numerosas colaboraciones en prensa de Echegaray son las que derivan de su profesión de científico. Artículos técnicos en: Revista de Obras Públicas, Madrid Científico, Revista de la Sociedad Matemática Española, Anales de Química, Energía Eléctrica, Revista de la Academia de Ciencias, Revista de los Progresos de las Ciencias. En apartado destacado, los artículos de divulgación científica de los que se convirtió en un reconocido maestro. Como tal lo saludaba ya Menéndez Pelayo. Actividad divulgadora, derivada de una decidida vocación pedagógica. Vocación que, parece indudable, es heredada de la interesante personalidad de su padre. En 1842 la prensa recoge la noticia de la concesión de un premio de la Real Sociedad Econó-

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José Echegaray Eizaguirre

Nuevo Mundo, 23 marzo 1905

mica Matritense otorgado a D. José Echegaray por la memoria: «Todos los conocimientos humanos debían reducirse a claras y sencillas proposiciones que estuvieran al alcance de hombre más rudo». La fecha indica que se trataba, naturalmente, de José Echegaray Lacosta. Catedrático de Agricultura Aplicada y Zootecnia, en Murcia y Madrid, miembro de varias corporaciones científicas y de varias obras muy publicitadas relacionadas con su profesión. En el discurso de apertura de curso de 1850, Echegaray padre lee un texto que, por su fondo y forma, podría muy buen haber compuesto Echegaray hijo. Inclinación docente que queda patente en otras muchas ocasiones. Durante el Sexenio Revolucionario, por ejemplo, en su labor en el Ministerio de Fomento entre 1869 y 1871 y en muchos aspectos, entre ellos, educación, bibliotecas y atención a la ciencia. Condecora a científicos extranjeros, entre ellos Claude Bernard. Colabora activamente en la fundación de la Institución Libre de Enseñanza. Es digno de recordar su interés en promocionar la formación de la mujer, sin duda influido por la cercanía a Fernando de Castro. En 1869 interviene en las conferencias dominicales sobre este tema. Habla de la «Influencia del estudio de la Física en la educación de la mujer» y dice cosas como: «Confiemos en que llegue un día en que la mujer estudie, y estudie con tanto provecho como el hombre, las ciencias exactas, y aun las

haga progresar». «Si una mujer tiene aptitudes para las matemáticas ¿por qué no ha de estudiar matemáticas?» Intencionalidad pedagógica tienen sus conferencias, como las impartidas en este Ateneo de Madrid a lo largo de los años y sobre muy diversas materias. Habla sobre el origen el lenguaje, en 1880. Sobre «La novedad de la torre Eiffel», en 1889, como en 1899 hablará desde El Imparcial sobre «El metropolitano en París». Porque: los buenos oradores escriben en el aire, como señaló con su agudeza habitual doña Emilia Pardo Bazán. Que fue, por cierto, asistente de excepción, llevada de su insaciable deseo de saber, a las más conocidas lecciones de matemáticas de don José, destacando después en él su admirable versatilidad y su facilidad de exposición. Los artículos de divulgación científica aparecieron en El Imparcial, El Liberal, La Ilustración Ibérica, Hojas Selectas, La Ilustración Artística, Madrid Científico, Diario de la Marina, Conocimientos Útiles, Los Lunes de El Imparcial, Revista Hispano Americana, Revista Contemporánea… En El Mundo Naval Ilustrado aparece una sección, «los problemas de Echegaray», a manera de pasatiempo matemático para los lectores. Recogidas en antologías en vida del autor: como Teorías modernas de la física, como Ciencia popular (1905) Vulgarización científica (1910) y después de su fallecimiento Ciencia popular, (1928) y Muestras (1925), antología de varios géneros de artículos.


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La Esfera. 31 en. 1914 Artículos dedicados, por lo general, a un lector ya algo cultivado: «Todos mis lectores —dice, por ejemplo, en cierta ocasión— saben que el diamante es carbono cristalizado». Pero, así cuando colabora en un periódico como El Correo de la Moda, advierte: «La luz, el sonido y el calor. A las señoras. Voy a explicaros en breves palabras, en brevísimas frases, unas cuantas teorías de la física moderna». Le oímos hablar de nuevas invenciones, de aplicaciones prácticas de la electricidad, la navegación aérea, de la luz y el magnetismo, de la radiactividad, de los inventos de Torres Quevedo, del calor y el frío… En fecha temprana, entre 1858 y 1859 había escrito «El fin del mundo», composición científico-fantástica. Ahora intercala algún artículo, a manera de «sueño científico» en que se impone el literato en una creación simbólico-moralizante, sobre la guerra, la envidia, el porvenir… Procura la espontaneidad en su comunicación con el público: «Todavía quedarán sobre este punto algunas dudas al lector, si es que hay alguno para estos artículos». «Procuraremos tener al corriente al lector de los resultados que se obtengan y aun de los que no se obtengan ya ve el lector que no hay aquí nada fantástico, nada imposible, nada que no pueda comprenderse con claridad perfecta». «El lector, sobre todo, procure no morirse hasta que vea bien entrado en años el siglo próximo. Sería muy de sentir que no gozase de las maravillas que se preparan. Y aún más que yo me quedase sin lectores a quienes referírselas». «Me voy dando un bombo más de lo regular». Son notables artículos como: «El ovillejo de bramante y la locomotora»: durante una parada de un viaje en tren observa a un niño jugando con una peonza y el bramante enrollado le sugiere una explicación del serpentín, la máquina de vapor y la tracción por fuerza del vapor. «La bicicleta y su teoría». Ve en ella un triunfo de la ciencia en esta aplicación a la locomoción individualista que, por otra parte, contribuye a aliviar el problema social. Artículo que tuvo gran éxito. Las asociaciones de ciclistas le tributaron un homenaje. «La fuerza del sol», en que trata de la energía solar y se imagina las llanuras castellanas cubiertas de placas que la acumulan: «Quien sabe si en los siglos que han de venir las techumbres de todos los edificios no serán

pilas termoeléctricas que suministrarán al vecindario miles de caballos de vapor». Se encuentran expresiones muy características de aquella su forma de comunicar: «Así como cuando el ser humano se acerca o se aleja del ser a quien ama o a quien odia, siente que la sangre va más a prisa por sus venas, así el conducto cuando se acerca o se aleja del conductor siente circular por sus venas metálicas esa misteriosa sangre espiritual que se llama electricidad». «El oxígeno y la hulla: ¿quién los separó? Algún traidor en estos melodramas inorgánicos». «Sabio amorfo», «necio cristalizado». «La materia hace cuantos esfuerzos puede por espiritualizarse». Parece querer explicar todo en clave matemática. Hace afirmaciones como: «El placer se mide por una derivada analítica o de ella depende». Siempre con el propósito de interconectar por vía de la ciencia todos los espacios en los que desarrolló su actividad intelectual. Para la lectura de los artículos de divulgación científica de Echegaray, hoy, con la experiencia de grandes divulgadores y del desarrollo de la prensa de divulgación, es aconsejable, como al enfrentarse a una obra literaria, establecer un cronotopos. Cuándo y cómo fueron escritos. Hasta dónde llega y podía llegar, por las circunstancias, el autor. Sin duda ha contribuido a inspirarle sus artículos la lectura de revistas científicas, de las que habla globalmente, y en concreto cita la Re-

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José Echegaray Eizaguirre

vue Scientifique. Queda pendiente el examen de la posible sugerencia aportada por ésta y otras revistas de similar género: Almanach Scientifique, Causeries Scientifiques, Les Inventions Nouvelles, Revue Générale des Sciences Pures et Appliquées… Un apartado especial merecen los artículos autobiográficos publicados como Recuerdos. Lo tendrán en estas conferencias, por lo que no vamos a detenernos ahora. Solo consignarlos dentro de este recorrido hemerográfico. Aparecieron en La España Moderna entre diciembre de 1894 y abril de 1897, con una segunda serie entre enero de 1904 y julio de 1911. Con reedición sin concluir en Madrid Científico entre 1912 y 1917. Algún fragmento, en la Revista de Obras Públicas en 1916. Su buen amigo José Lázaro Galdiano le ha invitado a colaborar en su revista La España Moderna. Forma parte de ella como asesor cien-

tífico y en enero de 1894 publica unos artículos divulgativos sobre los explosivos. Y dentro del mismo año, accede a escribir —los cuatro últimos años, aquejado de deficiencia visual, dictará a un escribiente— sobre su trayectoria de autor teatral. Al menos esta era la idea del editor: «Además en mi revista —escribe Lázaro a Unamuno— menudearán las series mucho, porque en todos lo números se ha de publicar novela […], la historia de los dramas de Echegaray, escrita por él mismo, que será larga». (Archivo de la Fundación Lázaro Galdiano. Ed. en: La Literatura y las Artes en los Epistolarios Españoles). Pero, de hecho, los artículos se convierten en un recorrido autobiográfico de valor documental muy a tener en cuenta por los acontecimientos históricos en que se envuelven. Los Recuerdos son los artículos de Echegaray que permanecen más vivos. ¿Y el resto de su obra? Lo mejor de ella es el testimonio de la rica personalidad de su autor. Y de lo que publicó, al menos hay que reconocerle un gran valor arqueológico. Que no es menosprecio. Las colecciones arqueológicas no sólo lo merecen, sino que deben de ser visitadas. Volvemos a doña Emilia, y está más que justificado: además de ser gran cronista de su tiempo, trató a don José muy de cerca. Siempre sincera y de criterio independiente, la necrológica que le dedica, comienza, con un juicio severo, referido a los «ámbitos de la escena»: «Al morir fisiológicamente Echegaray, nos damos cuenta de que, tiempo ha, murió para las letras, sin dejar rastro, como desaparece un cometa de flamígera cola». Y concluye: «Y resumiendo, tengo que volver a concordar con Revilla: si no fue única, como a veces dijeron, es muy cierto que no se fundió en el hornillo en que se funde la del común de los mortales, sino en aquél en que se elabora lo excepcional, los hombres que, aun en sus yerros, son gloria y orgullo (y yo diría más bien asombro), de la Humanidad. Para estudiarle de un modo detenido, hoy que posemos completa la documentación, se necesita tiempo, y poder situarse en el momento en que aparece, y señalar su procedencia, y pesar su valer y su influjo momentáneo». Juicio de contenido y expresión inmejorables, por lo que con él concluimos ahora.


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Inmaculada Zaragoza

Directora de la Hemeroteca Municipal de Madrid

Echegaray y el periodismo II Texto al que acompañaba la proyección de una selección de imágenes durante la sesión celebrada en el Ateneo de Madrid el 21 de septiembre de 2016 La ininterrumpida presencia en las páginas de la prensa de la figura de don José Echegaray venía determinada por el éxito que alcanzaron su polifacética personalidad y su inquietud intelectual: ingeniero, matemático, economista, político, periodista y dramaturgo, etc. (Se bromeaba con que sólo quedaba condecorarle por méritos militar o naval; de hecho, fue nombrado comandante de ingenieros del arsenal del Ferrol en 1882). Testigos, las hemerotecas. Ingeniero de caminos en 1853, ligado a esa Escuela como secretario y profesor (esto hasta 1868) su nombre aparece desde ese año como colaborador de la Revista de la institución. Pero su vida ante el gran público se inicia por su temprana designación como académico:

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1866, 11 de marzo: ingresa en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. En su discurso “Historia de las matemáticas puras en nuestra España” reflejó su ideología e inquietudes políticas, vinculando el atraso español en estas materias al despotismo político y a la intolerancia religiosa. Por su radicalismo originó gran controversia, recogida en la prensa. Los revolucionarios atacaron sus tendencias liberales, los liberales le acusaron de maltratar a la ciencia Española y él contestó a todos en el mismo tono que había empleado en su discurso. Había comenzado su carrera política. La Correspondencia de España, 12 de marzo de 1866. La Enseñanza, 25 de marzo de 1866. 1869: ministro de Fomento. «La cuestión religiosa»: Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes. Presidencia de Nicolás María Rivero. Sesión del miércoles 5 mayo de 1869.

La Revolución de 1868 cambió por completo la vida de Echegaray. Fue Director de Obras Públicas en el Ministerio de Fomento, dirigido por Ruiz Zorrilla. Alcanzó éxitos importantes ante la opinión pública por decretos como los de referentes a la enseñanza, y logrando gran repercusión mediática en su defensa de la libertad religiosa, que llevó a cabo desde la Cámara del Congreso de los Diputados.


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José Echegaray Eizaguirre La Esfera, 31 enero 1914

Nuevo Mundo, 23 marzo 1905

Toda la prensa saludó al nuevo orador y se postuló ante la cuestión planteada por Echegaray: la libertad religiosa y la inviolabilidad de la conciencia. Unos meses después, en julio, seria nombrado Ministro de Fomento hasta el primer gabinete de Amadeo I, en enero 1871. La imagen publicada en El Museo Universal con motivo de su nombramiento como ministro de Fomento que sirvió a Benlliure para labrar un

busto que estuvo largo tiempo en el Ateneo de Madrid. La Época, 5 mayo de 1869. La Época, 8 mayo de 1869. La Correspondencia de España, 5 de mayo de 1869. La Discusión. 8 de mayo de 1869. La Regeneración, 7 de mayo de 1869. 1870, 30 de diciembre: llegada del rey Amadeo. Echegaray, tras el asesinato de general Prim en diciembre de 1870, formó parte de la comisión encargada de recibir al nuevo monarca en Cartagena y acompañarlo a su llegada a Madrid. Acontecimiento que lógicamente alcanzó un importante lugar en la prensa gráfica. La Ilustración Española y Americana, 1871, 15 de enero. 1871, 2 enero: Amadeo en Madrid. Visita la Basílica de Nuestra Señora de Atocha y reza ante el cadáver de Prim. Jura ante las Cortes. Ilustración Española y Americana, 1871, 15 de enero. 1873, I República. Echegaray, ministro de Hacienda. La Ilustración Española y Americana, 1873, 16 de febrero.

Nuevo Mundo, 23 marzo 1905

1880…: celebridad teatral. Tras el estreno de su primer drama, El libro talonario el 18 de febrero de 1874, durante más de 30 años Echegaray llenó teatros nacionales e internacionales. Por el éxito de público y también


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Nuevo Mundo, 23 feb. 1905 por sus excelentes relaciones con la prensa, su presencia en ésta fue ininterrumpida y constante. Madrid Cómico, 1880, 5 de diciembre: caricatura. 1881: éxito de El Gran Galeoto

La Ilustración Española y Americana, 1881,

30 de marzo: manifestación de estudiantes en honor del dramaturgo. (Echegaray vivía en la calle Princesa, número 13, donde viviría y moriría años más tarde Emilia Pardo Bazán. Después habitó en Florín número 8 y en Zurbano, 44). Ib. Escena final de El Gran Galeoto. Durante estos años de éxito también lo tuvieron numerosas parodias representadas. Por ejemplo, La Iberia, 22 de enero de 1888, menciona el estreno, parodiando el drama de Echegaray El hijo del hierro y el hijo de carne, de El hijo de lata y el hijo de Inés la chata. La Ilustración, Barcelona, 1881, 1 de mayo. Aparecieron folletos satíricos, subrayando el excesivo dramatismo de aquel teatro. El Galeoto. Madrid, 1881. También fue cabecera de cierto semanario satírico: El Gran Galeoto, Madrid, 5 de enero de 1882. Entre otros éxitos dramáticos el de La última noche, en el Teatro Español el 2 de marzo de 1875. El Coliseo, 1884, 26 de enero. Fue objeto de numerosas caricaturas: Madrid Cómico, 1888, 14 de enero.

El Nuevo Intermedio, 1888, 14 de octubre.

En 1888 el Ayuntamiento le dedica la calle llamada de el Lobo, muy cerca del Ateneo. Fue una de las primeras personalidades en recibir una calle, siendo relativamente joven y antes de su fallecimiento. La Correspondencia de España da noticia de la visita de Echegaray al Ayuntamiento para dar las gracias. 1894, 20 de mayo: académico de la Lengua. Los Lunes de El Imparcial, 21 de mayo. La Correspondencia de España, id. También consiguió amplio triunfo fuera de España: doble estreno en Paris de El gran Galeoto el 13 de abril de 1896, e interrumpidamente por toda Europa: Suecia, Italia, Inglaterra, Hungría, Grecia, países nórdicos, Alemania, Buenos Aires… 1895: La Iberia da noticia del éxito de sus obras en Estados Unidos. En ese mismo año La Época habla del éxito en Londres. Y al año siguiente La Correspondencia de España habla del éxito en Budapest. En este mismo año, estreno en el Teatro Español de El Estigma: Nuevo Mundo, 21 noviembre. 1896: Gran éxito de El gran Galeoto en París: La Correspondencia de España, 13 abril; La Correspondencia de España, 24 de mayo. La habilidad que tuvo para adaptarse a los recursos de los actores como Rafael Calvo y María Guerrero, entre otros, aseguraron el aplauso del público. 1903: Saloncillo del Teatro Español lugar de encuentro de literatos y actores ilustres: Nuevo Mundo, 11 febrero. 1904: premio Nobel de Literatura. La Ilustración Española y Americana, 1904, 15 de diciembre

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José Echegaray Eizaguirre

La Ilustración Española y Americana, 30 marzo 1881

1905: Homenajes Las instituciones oficiales y las figuras más destacadas de la nación, encabezadas por Alfonso XIII, organizaron un multitudinario homenaje de reconocimiento a los méritos de Echegaray en el campo de la ciencia y las letras. Homenaje al que se sumaron las principales cabeceras de prensa gráfica, que además de hacerse eco de los actos celebrados, publicaron entrevistas y reportajes con abundante documentación gráfica. Entrega del premio Nobel el día 18 por el Rey en el Senado. Procesión cívica, 19 de febrero, del

Palacio Real a la Biblioteca Nacional. Esa misma tarde, homenaje en el Ateneo. Nuevo Mundo, 23 de febrero. Ib., 23 de marzo. Blanco y Negro, 18 de marzo. La Época, 1905, 18 de marzo. La Correspondencia, 29 de marzo. Entre las voces, sobre todo de escritores de nueva generación, en desacuerdo con la celebración del homenaje nacional, las de Azorín, Baroja, Unamuno, los Machado, Rubén Darío, Maeztu, Valle Inclán, y otros que publican un manifiesto: España, 19 de febrero 1905. Con el paso del tiempo, algunos de ellos matizaron su actitud de entonces. (Azorín había manifestado pocos años antes una actitud deferente, según refleja la carta (BNE) incluida en estas páginas). 1913: presidencia de Tabacalera.

La Ilustración Española y Americana, 8 de

nov.

1914-1915: retratos La Esfera, 31 de enero de 1914. Nuevo Mundo, 13 de agosto de 1915. Ib., 29 de octubre. 1916: fallecimiento. La Ilustración Española y Americana, 15 de septiembre. La Época, 15 de septiembre. ABC, 16 de septiembre, p. 1: Retrato de Echegaray. El Imparcial 15 septiembre: Necrológica por Mariano de Cavia.


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Mundo Gráfico, 20 sep. 1916 Comitiva fúnebre al pasar por el Ateneo

ABC, 17 de septiembre: entierro. La Ilustración Española y Americana, 22 de septiembre: funerales. 1932: centenario del nacimiento. ABC, 21 de abril. La Calle, 22 de abril. Este último reportaje, representativo de la consideración con que, a pesar de haber sido figura destacada de la burguesía liberal de la Restauración, guardó hacia él la prensa republicana y la de izquierda. Azaña mismo escribió:

“Era don José menudo de cuerpo, arrugadito, de cráneo picudo, enteramente calvo. Se retorcía sin dar paz a la mano su perilla a lo Napoleón III, mientras hablaba, con nervio y finura, arrellanado en su butaca, cerca de la lumbre; era muy friolero, los modales corteses, el ánimo frío, la inteligencia despierta y ágil, la palabra puntual y fluida”. Imágenes de prensa: Hemeroteca Municipal de Madrid. Fotografía de autores: J. Gómez Zaragoza.

Carta a Azorín. (1900. Inédita). Sr. D. J. Martínez Ruiz Muy Sr. mío y de toda mi consideración: he recibido y he leído con muchísimo gusto su precioso libro titulado “El alma castellana”. Está hermosamente escrito, y de un tirón lo acabé ¡preciosos cuadros los que V. traza y compone! Mil gracias y mil enhorabuenas. Soy de v aº. y ss y aº. José Echegaray Hoy 13.


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José Echegaray Eizaguirre

Fernando Ibáñez Garuz

Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos

Echegaray, maestro y divulgador científico Presentación omienzo este artículo con las palabras que le dedicó D. Leonardo Torres Quevedo (1852-1936), ingeniero de caminos, ateneista y el mejor inventor de su tiempo a su amigo D. José Echegaray en la solemne sesión celebrada para honrar su memoria al cumplirse en 1932 el primer centenario de su nacimiento, discurso pronunciado en la Real Academia Española en reunión conjunta con la de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, a las que ambos distinguidos ingenieros de caminos pertenecieron.

C

«La condición más sobresaliente en Echegaray era la de maestro: D. José enseñaba siempre, sin esfuerzo ni propósito deliberado de enseñar, lo mismo en sus conferencias y publicaciones científicas, explicando claramente a los doctos las teorías más abstrusas, que en su conversación amena, sin asomo de pedantería, hablando de ellas en forma que todos pudiéramos entender los puntos más esenciales de la cuestión que explicaba, vulgarizándola. Siempre recuerdo su tertulia, la cacharrería del Ateneo, de la cual era yo asiduo concurrente; allí aquel maestro de la palabra, con su charla amena y entretenida, propia de un círculo de recreo, nos cautivaba a todos sus contertulios, o disertaba sobre las novedades científicas y literarias del día, poniendo en práctica el consejo de enseñar deleitando; pero más generalmente aun, tomaba parte en el diálogo ameno, deferente y sin imponerse nunca; siempre la reunión, conferencia o diálogo, resultaban interesantísimos e instructivos. Algo querría añadir acerca del teatro de Echegaray, que a mi me entusiasmó y me llevó, hace ya casi medio siglo, a tomar parte acalorada en las ardientes discusiones sobre sus obras que tanto abundaban entonces. No hablaba yo como

crítico, sino como simple aficionado. Juzgaba de un drama por la impresión que me había producido el verle representar, y aun hoy creo que no me equivocaba al proceder de esta manera. Me fundo para pensar así en los numerosos admiradores que en España y en toda Europa culta le otorgaron el calificativo de genial dramaturgo, juicio oficialmente sancionado en 1905 al adjudicarle el premio Nobel, y también en una opinión formulada por el propio D. José y publicada por D. Segismundo Moret en un discurso pronunciado en el Ateneo en 1905, con motivo de la adjudicación del premio Nobel; de D. Segismundo Moret copio estas palabras, que son del propio Echegaray. El público es la piedra de toque. El es quien ha de decidir del efecto de su concepción dramática. El conflicto debe crear la vibración estética; si no la produce, la obra ha sido deficiente. Si responde a ella, y más aún si excede la medida prevista por el autor, éste ha logrado su objeto».

Antecedentes familiares

Para comprender mejor la vida de este hombre polifacético, el cerebro más fino y exquisitamente organizado de la España del siglo XIX, que lo fue todo, así lo calificó su amigo y también premio Nobel, D. Santiago Ramón y Cajal, voy a empezar contando algo sobre su familia, zaragozana de procedencia. Su padre, José Echegaray Lacosta (18061868) nació en Zaragoza, en una familia de clase media, fué buen estudiante. Al cumplir 15 años le quisieron obligar a seguir la carrera eclesiástica pero como no era partidario de seguir ese camino, tomó la decisión de abandonar el hogar paterno, lo que hizo sin previo aviso, con un poco dinero en el bolsillo y portando su escrito de recomendación que le dió uno de sus profesores, para que lo entregara a una persona concreta a su llegada a


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Madrid al Hospital General, con la idea de seguir la carrera de Medicina. Dice en su libro incomparable Recuerdos, al que me referiré a menudo en este artículo, que su padre le refirió muchas veces su viaje-fuga de Zaragoza a Madrid. A pie casi siempre, a ratos montado en los lomos del macho de algún arriero, cuando encontraba arrieros compasivos; más de una vez pidiendo pan de limosna. Y de esta suerte entró en Madrid, sin otros recursos ni elementos de lucha que sus quince años, su energía aragonesa y la idea de ser médico a todo trance. Pero traía en el bolsillo, una carta de recomendación. Única protección, único amparo y única esperanza del pobre niño en su desesperada y titánica empresa. Afortunadamente la carta fué eficaz, al profesor que lo recibió en el Hospital General le hizo gracia la energía del chiquito y su intención recta y le colocó a trabajar para ayudar a los mozos, se le da de comer por lástima, se le deja dormir en un rincón, se le encomienda algunos recados y se le deja asistir a las clases. ¿Cómo pudo seguir en esas condiciones la carrera? Ni él mismo se daba cuenta de cómo se operó el milagro, ni de cómo pudo resistir su salud —que tampoco era buena— tanto estudio, tanto trabajo y tantas soledades del alma. Aquí quiero hacer un inciso. Nótese el estilo que tiene Echegaray al escribir (o dictar) sus Recuerdos. Todo el libro rezuma una energía especial y al margen de opiniones discrepantes, recibió el premio Nobel de Literatura en 1904, primero concedido a un español, por méritos propios, porque en todos sus escritos fueran discursos, decretos, libros de matemáticas o física, artículos científicos, obras de teatro, etc., se expresa con una claridad y una maestría especiales. Y volvemos al padre, que no se contentaba con seguir la carrera de Medicina y Cirugía, sino que perfeccionó el griego y el latín, en cuyos dos idiomas clásicos llegó a ser profesor eminente, hablando la lengua de Cicerón con tanta soltura casi como la lengua propia y en griego llegó a tal punto, que muchas veces me leía cantos enteros de la Iliada y de la Odisea de repente, sin vacilar, sin acudir nunca al diccionario, sigue contando en Recuerdos. A la vez estudiaba Agricultura y Botánica, en la primera de estas ciencias siempre estuvo a la altura de los trabajos más modernos, pero la Botánica era su ciencia predilecta. Once años después de su fuga de Zaragoza, supo de él por primera vez su familia, cuando les participó que acababa de obtener el título de

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Retrato de José Echegaray por J. Vallejo Galeazo

Doctor en Medicina y Cirugía, que había ganado una cátedra de Agricultura por oposición, y que se había casado. Contaba 26 años de edad. Ya no corría peligro de que le obligaran a ser canónigo. Cualquier lector de estos párrafos queda asombrado de la aventura titánica de este joven, de su carácter indomable y de los sacrificios soportados con estoicidad. No le ayudó nadie —excepto su profesor de Zaragoza que le dió la carta y creyó en él— más que sus energías internas, en ese Hospital General, donde hizo su carrera, desde criado de los mozos hasta doctor y catedrático. La madre de nuestro homenajeado ahora con motivo del primer centenario de su muerte, en 1916, se llamó Manuela Eizaguirre Chale, navarra. De ella dice su hijo que «era buena con la bondad de un ángel, era valerosa y enérgica, y jamás tuvo miedo ni se asustó por nada». También nos cuenta que su madre, cuando José Echegaray Eizaguirre era estudiante, todas las noches antes de acostarse me apagaba la luz, para que no leyese ni estudiase más. Su padre, cuando tenía que velar en el Hospital General, hacía rayas en la vela que le dejaban, porque a veces el cansancio y el sueño le rendían; y si estudiaba de pronto un ayudante, le preguntaba, para ver si se había dormido, «que hora era», por las rayas de la vela calculaba la hora que podía ser.


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José Echegaray Eizaguirre

José tuvo dos hermanos; Eduardo, ingeniero de Caminos como él y Miguel, el más pequeño, abogado, dramaturgo y autor de zarzuelas como Gigantes y Cabezudos, La Negrita y El dúo de la Africana. Para terminar con este esbozo familiar, D. José Echegaray se casó con D.ª Ana Perfecta Estrada, asturiana, del matrimonio nacieron dos hijos, Ana, primero y Manuel después. Sobre su esposa, Echegaray poco nos cuenta en sus Recuerdos excepto cuando nos refiere varios viajes lúdico-profesionales a París, Londres, Italia, etc., acompañado por ella. De la belleza de Ana Estrada se hizo eco el mismísimo rey Amadeo I de Saboya, al que Echegaray recibió a su llegada a España coincidiendo con el fallecimiento del presidente de Gobierno, el general Juan Prim, el 30 de diciembre de 1870. Según se cuenta, al ser preguntado el rey después de llevar un tiempo en España —reinó de 1871 a 1873— por lo que más le había gustado de esta nación, el monarca respondió «que la Giralda y la mujer de Echegaray». Con esto, doy por terminado este apartado sobre los antecedentes familiares y comienzo el siguiente y último, recogiendo un amplio anecdotario sobre la vida de D. José Echegaray, Maestro en todo, con frases, situaciones, etc., que no van en orden cronológico por capricho mío, pero pueden dar un conocimiento más amplio del personaje.

padre había sido designado como catedrático de Agricultura y Botánica en el Instituto Provincial Alfonso X. Fué el fundador del Jardín del Malecón y del Botánico en Murcia. Tras acabar el bachillerato, con notas brillantes, volvió a Madrid con 15 años a estudiar en la Escuela de ingenieros de Caminos, como fué su deseo que aceptaron sus padres, dada la facilidad de José con las Matemáticas, su verdadero amor de toda la vida. Hay un hecho importante que reseñar aquí, cómo consiguió el traslado de toda la familia Echegaray a Madrid, necesario para que José pudiera estudiar su carrera en su hogar familiar. «Su padre tuvo que pedir el único favor de su vida». Su íntimo amigo, el distinguido general D. Antonio Ros de Olano, hombre de armas y de letras (el poeta José Espronceda le dedicó su obra El diablo mundo, como amigo), le consiguió su puesto de trabajo en Madrid, como catedrático de la Escuela Superior de Veterinaria y esto influyó decisivamente en sus vidas, especialmente en nuestro estudiante de ingeniería, dándole un giro copernicano a su vida futura. Mi padre, dice José en sus Recuerdos, durante su larga carrera pudo decir con orgullo, que a nadie debió el menor beneficio. Pero esta regla general tuvo una excepción, la ayuda de D. Antonio Ros de Olano que ni él, ni yo, ni mi familia hemos olvidado nunca.

Amplio anecdotario sobre la vida de Echegaray

Afición teatral y estudios en la Escuela de Caminos de Madrid. Profesor La afición teatral de José Echegaray, que le venía desde bien pequeño, se avivó al conocer en la Escuela a su compañero, Leopoldo Brockmann, de padre alemán, con gran afición a la poesía y al teatro, que sería luego uno de sus mejores amigos. Ambos hicieron la carrera a la vez siendo José el nº 1 de su promoción y Leopoldo el nº 2. Leopoldo se casó después con Isabel Llanos de Keats, sobrina del poeta romántico inglés John Keats e hija de Fanny, la hermana pequeña de John, que vivió 86 años y está enterrada en Madrid. Brockmann escribía poesías con Echegaray y también obras de teatro cortas, que acabaron todas en la papelera. Asisitían los dos a todos los estrenos teatrales, sin olvidar para nada sus estudios de ingeniería y Echegaray además, su amor a las matemáticas que le acompañó toda su vida, pero nunca pudo dedicarse a ellas como

Murcia y Echegaray: infancia y adolescencia Del discurso en el ingreso en la academia Alfonso X el Sabio del escritor y periodista murciano Antonio Crespo (1929-2009) entresaco lo que sigue: «Yo fuí un niño de Murcia, escribió una vez José Echegaray y no he vuelto a serlo en ninguna parte». Una ciudad en la que estudió las primeras letras y en las que hizo bachiller. «En ella tuvo sus primeras amistades, asistió por primera vez al teatro y leyó sus primeros libros. En esa ciudad, con la ilusión de llegar muy alto, elevó desde el tejado de su casa, sobre el hermoso azul del cielo murciano, alegres cometas de papeles de colores. Siempre destacó su período de vida en Murcia. También en ella redactó su primer trabajo literario y construyó belenes caseros con estrellas de hojalata. En sus Recuerdos cuenta que a sus 4 años su familia se trasladó de Madrid a Murcia, donde su


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Retrato de José Echegaray por Maura Montaner

habría querido. A pesar de todo, para muchos —entre los que me incluyo— fué el mejor matemático español del siglo XIX, al decir también de D. Julio Rey Pastor, verdadera autoridad en la materia y del Sr. Sánchez Ron, historiador de la ciencia. Echegaray fue un lector ávido, leyendo casi todo lo que caía en sus manos, fundamentalmente novelas francesas y en asuntos técnicos, leía a los principales matemáticas como Gauss, Cauchy, Legendre, Lagrange, etc. Hay otros dos compañeros con los que convivió en la Escuela que habrían de tener una influencia decisiva en su vida; José Caucedo, que acabó siendo cuñado de Echegaray al casarse los dos amigos con dos hermanas y Eduardo Gutiérrez Calleja, que coincidieron fuera de la Escuela haciendo la línea de ferrocarril de Madrid a Cáceres principalmente. Echegaray fue un estudiante ejemplar, aprobando todas las asignaturas de la carrera a la primera. Como anécdotas de esta fase de su vida, expondré dos: la primera con Sagasta, siendo éste alumno nº 1 en el quinto y último curso de la ca-

rrera y la segunda, más prosaica, tiene que ver con la tortilla española o tortilla de patatas. Sagasta y Echegaray se echaron la vista encima sin saber ni por asomo lo que el futuro les depararía, haciéndolos amigos y grandes políticos, Sagasta llegando a Presidente de Gobierno y Echegaray a Ministro de Fomento dos veces y a Ministro de Hacienda tres. Se vieron por primera vez al llevar los papeles para su ingreso en la Escuela, Echegaray; al faltar ese día la persona que atendía estos asuntos, lo hizo el sustituto, que ese día era el nº 1 del último curso de la carrera, que resultó ser Práxedes Mateo Sagasta. La tortilla de patatas algo bueno debe esconder, dice Echegaray cuando fue la comida que le trajeron desde su casa a la Escuela los cinco años que estuvo de estudiante; todos los días comió tortilla y así lo cuenta en sus Recuerdos. Un hecho que le dolió profundamente toda su vida desde que comenzó a dar clases en la Escuela de Caminos y que le marcó, fue no haber sido nombrado Director de la Escuela nunca, porque aunque no ganaba dinero —menos que un conserje— su amor por esa distinción

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José Echegaray Eizaguirre

siempre fue muy alto y él que lo fue todo, no pudo ser Director «de su Escuela». Creo que el fallo de los que dependía ese nombramiento fue monumental, porque si hubo un profesor que se dedicara a explicar asignaturas en la Escuela, el que impartió clases de prácticamente todas las materias, fue él. Y con maestría. Formó a toda una generación de ingenieros de Caminos e influyó mucho en los ingenieros que iban saliendo, cada vez mejor formados, recortando el retraso secular que tenía España en estas materias. Visitó en 1860 París y luego el túnel alpino de Mont-Cenis, entonces en construcción, haciendo algo parecido a un espionaje industrial que pocos ingenieros podían haberlo llevado a cabo. En 1862 visitó la Exposición Universal de Londres, donde se presentaban los últimos avances científicos. Escribió sobre todo lo que aprendió. Un proyecto español para el cruce del Canal de la Mancha La historia que sigue ocurrió a finales de 1862 cuando José Echegaray se encontraba en Londres, a donde por encargo del Director de la Escuela de Caminos, en la que era profesor, fue a estudiar las novedades técnicas que se presentaban en la Exposición Universal que ese año se celebraba en aquella ciudad. Allí recibió una llamada de su amigo y compañero Leopoldo Brockmann desde París, en la que le reclamaba su presencia urgente en la capital francesa para un asunto profesional muy importante. Atendiendo a su amigo se trasladó a París y allí, el marqués de Salamanca, gran empresario, político y financiero distinguido que se encontraba con Leopoldo Brockmann, le expusieron las conversaciones que el marqués había mantenido con Napoleón III, en las que atisbó una ocasión excelente para introducirse empresarialmente en Francia ya que en Italia sus negocios en la construcción de líneas ferroviarias con el ingeniero Brockmann de director, estaban bien consolidados. El marqués de Salamanca tuvo noticia que se planeaba un túnel para el cruce del Canal de la Mancha y a Napoleón III le dijo que tenía otra solución alternativa, consistente en un Artilugio que deslizaría sobre unos carriles por el fondo del Canal, sustentando una plataforma en la que se transportarían los vehículos; el emperador le dió un plazo de tiempo corto para presentarle esa opción, de ahí la urgencia de la llamada de Brockmann a Echegaray. Diez días.

Se pusieron a redactar el proyecto sin dilación, ayudados por técnicos, delineantes, etc., que se desplazaron desde Madrid al efecto y en el plazo acordado el Marqués de Salamanca entregó un proyecto —mejor sería decir un anteproyecto con presupuesto orientativo— que se lo pasó a los ingenieros franceses para su estudio. Lo rechazaron porque iba contra la idea «oficial» del túnel y tal vez porque el apellido Brockmann, alemán, que fué el autor que firmó el proyecto entregado, provocaría el nunca desmentido chauvinismo francés. Si el Artilugio no era viable tampoco lo era en aquellos años el túnel, que tardó más de 130 años en materializarse y es el que existe en la actualidad. Aunque la aventura no fué un éxito, si demuestra la preparación técnica de ambos ingenieros y la sagacidad del marqués de Salamanca. Traigo esta anécdota a colación porque del Ingeniero de Caminos José Echegaray se escribe poco, obscurecida su carrera ante la fama adquirida como matemático, físico, político, dramaturgo, periodista y un largo etcétera; es bueno también recordar su carrera profesional, que quiso hacer desde pequeño y recibió el apoyo familiar que el hecho requería. Varios años más tarde, en 1871, Leopoldo Brockmann publicó un libro que contenía lo esencial de su proyecto, que firmó él porque Echegaray no estaba muy convencido que lo fueran a aprobar los franceses, aunque trabajó en él con total dedicación. Con la perspectiva que dan los años, cualquier proyecto que se hubiera planeado en 1862 desde los puntos de vista económico y político era irrealizable, pero lo que si es cierto es que desde el punto de vista constructivo, el proyecto de Leopoldo Brockmann era realizable más fácilmente que todos los anteriores con solución túnel, incluido el de Chalmers. Dicho sea en honor de Leopoldo Brockmann, que como poeta que era perse y estando además casado con Isabel Llanos de Keats, tenía un carácter más soñador que el de Echegaray y también el avance técnico necesita de soñadores, que creen posible lo que a los demás nos parecen utopías. Echegaray llegó a premio Nobel de Literatura pero fue Leopoldo desde que se conocieron de estudiantes en la Escuela de Caminos, el que le metió a fondo en el mundo de las letras, poesía y prosa, yendo los dos amigos a todos los estrenos teatrales en Madrid. ¡Vaya pareja! Este apartado del artículo está inspirado en otro que ha escrito mi amigo y compañero, Fer-


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Explicación gráfica en el Teorema de Chasles, acerca del movimiento general en el plano de un cuerpo rígido

nando Sáenz Riduejo, verdadero conocedor del tema. Echegaray necesita dinero para vivir con dignidad D. Calisto Santa Cruz, Director de la Escuela de ingenieros de Caminos, no le dejó abandonar su puesto de profesor en la Escuela hasta 1868, año de la revolución de septiembre o «La gloriosa», que dió lugar a la entrada de D. José Echegaray en la política, a petición de D. Manuel Ruiz Zorrilla, ministro de Fomento, que le nombró Director General de Obras Públicas, cargo administrativo muy importante. Dice Echegaray que era profesor de la Escuela y explicaba Cálculo Diferencial, una de las concepciones más sublimes del genero humano. Era ingeniero de Caminos, título que siempre tiene, pero entonces tenía aún más, una gran respetabilidad. Y con todo ello, ganaba menos que el conserje de la Escuela. Con la entrada en política y posteriormente, con sus obras teatrales de gran éxito, época en la que en algunos años compaginó ambas actividades, resolvió su problema económico, porque no volvió a quejarse jamás de este penoso e injusto trato dado por el Estado y por ende, por la Escuela. Para entrar en política, antes tuvo una nueva afición por la Economía Política y aquí otra persona clave apareció en su vida, primero como

compañero de estudios 3 años mayor que él y luego como compañero en el profesorado de la Escuela, su siempre queridísimo amigo D. Gabriel Rodríguez, profesor además de Derecho Administrativo. Este amigo le orientó en sus estudios de Economía Política, en lo que era un excepcional especialista, facilitándole libros y lecturas de economistas fundamentalmente ingleses y franceses, que José Echegaray leyó y aprendió con verdadero placer, sirviéndole estos nuevos conocimientos cuando entra en política en 1868 como ya hemos señalado antes. Don Gabriel Rodríguez. Economía Política En aquella poderosa gestación democrática, que dió juego a toda la revolución de septiembre de 1868, conocida como «La Gloriosa», dos eran los grandes centros de propaganda; el periódico y el Ateneo. El periódico de D. Nicolás María Rivero, con su propaganda a la cabeza, que diariamente repetía y que, andando el tiempo, se convirtió en la Constitución del 69. Este era el verdadero elemento político, pero el centro intelectual y filosófico era el Ateneo de Madrid. Más adelante me referiré a esta Sociedad científica, literaria y artística, que el cercano año 2020 cumplirá 200 años de existencia. En la Bolsa y en el Ateneo estaban los mejores oradores y lo que sucedía en los mítines de la Bolsa, sucedía en la sección del Ateneo. Allí acudía González Bravo, que había sido acusador de

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José Echegaray Eizaguirre

Busto de José Echegaray de Lorenzo Collaut Valera, 1924 (Colección Banco de España)

Olózaga y al final de la sesión, después de haber hablado varios jóvenes, hizo el resumen D. Antonio Alcalá Galiano, el orador maravilloso, gloria de la tribuna y de la elocuencia española. En el Ateneo la nota sublime de aquellos tiempos era Emilio Castelar. El que no oyó a Emilio Castelar en aquellas lecciones, no le ha conocido en el apogeo de su elocuencia. En estos lugares se fue forjando el gran orador que acabó siendo José Echegaray, que tanto le ayudó en momentos clave de su vida política, en particular, en el primer discurso con el que se dirigió al Parlamento en las Cortes Constituyentes de 1869, por encargo expreso de su jefe político Ruiz Zorrilla, en el que defendió con un ardor y unos razonamientos poco escuchados hasta entonces, la libertad de culto o libertad religiosa. Fué ovacionado repetidas veces y allí apareció el gran político que luego llegaría a ser en los pocos años que le dedicó a estas tareas de Estado, pocos pero inten­sísimos. Su amigo Gabriel Rodríguez le recomendó la lectura del francés Bastiat, «Armonías económicas», clave en su formación económica. Leyó todo lo que le indicó su maestro, compañero y gran amigo y agregó espontáneamente los Anales Matemáticos de Ferguen y el Journal des Economistes de Liorrille, para que en sus lectu-

ras habituales tuvieran representación sus nuevas aficiones. Este estudio de la Economía política provocó el de las escuelas rivales así que leyó cuanto pudo sobre el comunismo, el socialismo y en concreto las obras de Proudhon, que eran las que en aquellas época más ruido armaban en el mundo. Gabriel Rodríguez era un espíritu eminentemente político y batallador y salió a la lucha pública y ardiente y me arrastró, dice D. José, consigo porque en mi su carácter resuelto y su talento ejercieron siempre influencia decisiva. Era casi sugestión. Cuando el discurso en defensa de la libertad de culto, que tanto éxito tuvo, manifestó que él estaba muy tranquilo y que lo único que le preocupaba era la opinión de su maestro D. Gabriel Rodríguez. Fundó D. Gabriel el periódico El Economista, del cual era nervio y alma. Yo escribí muchos artículos, empezando lo que pudiera llamarse mi vida periodística. En unión de Figuerola, Luis María Pastor, San Roma, Moret y otros muchos, Gabriel fundó la sociedad para la reforma de los aranceles de Aduanas y para la propaganda librecambista en España. Siguiendo a Gabriel formé parte de esa Sociedad y en uno y otro mitín de la Bolsa hice mis primeros pinitos como orador. Gabriel era un orador florido, no era retórico pero era un polemista de primer orden, de palabra siempre correcta. Su arma era la lógica y la manejaba como nadie. En las discusiones del Ateneo, en sus cátedras, en los mítines de la Bolsa y en el Parlamento, fue siempre el mismo; luchó con grandes oradores, dió y recibió golpes, pero no fue vencido nunca, ni por el ilustre y admirable D. Antonio Cánovas del Castillo. Era el jefe, el líder y hasta el censor de todo el grupo librecambista.


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Echegaray ¿masón? Mi admirado José Manuel Sánchez Ron, en la página 65 de su libro de reciente publicación, José Echegaray (1832-1916), El Hombre Polifacético editado por la Fundación Juanelo Turriano, después de comentar y reproducir parte del discurso que catapultó a Echegaray a la vida política y que se ha dado en conocer como «de la trenza del Quemadero» (idea de D. José Moner, maestro y amigo del orador) expone que en sus Recuerdos, al revisar aquel discurso Echegaray decía: Yo no sé lo que mi discurso era, porque ni he vuelto a leerlo, pero de una nota que vibraba en la atmósfera, despertó un sentimiento que dormitaba en la Cámara, porque dominaba en la Cámara el espíritu liberal, y al aplaudirme, se aplaudieron a si mismos. Hasta aquí la cita de Recuerdos. Después manifiesta que «un dato relevante cuando se presentan hechos como los anteriores es que Echegaray FUE MASÓN (las mayúsculas son mías) algo bastante común entre personajes prominentes de la época. Yo no entiendo gran cosa de la masonería, pero si quiero reproducir aquí, parte de lo que manifiesta el propio Echegaray en sus Recuerdos sobre si era masón o no; este libro de Recuerdos se ha vuelto a publicar en un solo tomo, por la editorial Analecta, porque hasta ahora se editaron en tres tomos, desde 1917. El amplio y magnífico prólogo que acompaña a este estupendo libro es de D. José Manuel Sánchez Rom. Lo que sigue es un extracto de las páginas 563-566, ambas inclusive. Dice así: Tuve un compañero cuando estudiaba Matemáticas con D. Antonio Riquelme, para el ingreso en la Escuela de Caminos, que voy a llamarle Cañizares, aunque no se llamaba así... Siendo Ministro de Fomento vino a visitarme y hablando un día amistosamente, me dijo de pronto: Oye, Pepe, te voy a hacer una pregunta. Pregunta lo que quieras, le contesté. Dime la verdad, ¿eres masón? Me eché a reir, porque la pregunta me hizo gracia. Hombre, no. Ni he sido masón, ni lo soy, ni espero serlo, ni se me ha ocurrido jamás esa idea. Y él me contestó, acercándose y hablándome con cierto misterio: Háblame con franqueza, porque conmigo ya sabes que puedes tenerla. Y además, agregó, te diré en confianza que yo soy masón; de modo que hablarás desde luego con un amigo, y además con un hermano. Yo me eché a reir, porque me hacía muchísima gracia que Cañizares pudiera ser masón, todo me lo hubiera imaginado de él, tan tímido,

tan retraído, menos el que pudiera pertenecer a la francmasonería. Y así siguió la conversación largo rato medio en broma, medio en serio. En serio por su parte, en broma por la mía. Concluí por decirle, el ser masón no pasa de ser un entretenimiento. El ser masón no sirve para nada. ¿Qué no sirve? Pregúntaselo a tus compañeros. Te digo que no sirve, y lo demuestro ¿Cómo lo demuestras? Con tu ejemplo. Si, y además, matemáticamente. Querido Cañizares, tu deseas un destino. Ha pasado más de un año sin que pueda dártelo... pero, en fin, continuas sin colocación. Es verdad. Por otra parte, tu eres masón y con cierta antigüedad. Como masón, debes tener muchos amigos poderosos en todas las esferas, incluso en las políticas. Los masones os debéis amparo y protección. ¿Cómo tus amigos, tus «hermanos», no te han proporcionado ya este destino que deseas? Nadie me ha hablado en tu favor, y si al cabo consigues un puesto, será por mí, que no soy masón. Desengáñate: no tenéis influencia, ni poca ni mucha y agregué en broma y riéndome de buena gana, el último socio de la tertulia progresista tiene más influencia política que todos vuestros venerables presentes, pasados y futuros. Cañizares se quedó silencioso y triste: no tomó a broma lo que yo le había dicho. Mi demostración le pareció, sin duda, demasiado buena como demostración, pero amarga y cruel, dadas las circunstancias en que se encontraba... De pronto, se levantó excitadísimo, dió unos paseos por el despacho y se paró delante de mí. Tienes completa razón, soy un iluso, un mentecato. El ser masón no me sirve para nada. Solo sirve para que mi madre, que se ha enterado del caso, esté con grandes pesadumbres y me dé grandes disgustos, porque dice que soy un hereje, que estoy excomulgado y que seguro voy a condenarme si continuo con los de «la secta nefanda», como ella los llama. Doy una pena a mi madre, ella me da muchas y los masones no me colocan: pues, ¿de qué sirve la fraternidad? Adiós, voy a darle una alegría a mi madre, a decirle que ya no soy masón. Espero que tu no me trates como ellos. Ahora que recuerdo, le coloqué, le coloqué. ¡Era digno de protección este pobre amigo mío! Han pasado casi 40 años y le veo ante mí, alto, delgado, la mirada pálida y dulce, la voz modesta, y oigo sus palabras:

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José Echegaray Eizaguirre

—Adiós, voy a dar un alegrón a mi madre, voy a decirle que ya no soy masón. Fin de la cita. Echegaray manifiesta en este libro que nunca pidió un favor para conseguir cualquier cargo o similar y lo tuvo a gala como norma de actuación en toda su vida. En mi opinión, no fue masón. Echegaray y la ciencia popular Las múltiples producciones salidas de su pluma como colaborador. El imparcial, la Revista Hispano-Americana, El liberal, Diario de la Marina de la Habana, Ilustración Artística, R.O.P. (Revista de Obras Públicas, en la que colaboró muy activamente, revista que sigue publicándose y que va a dedicarle a Echegaray un número extraordinario) o Madrid Científico y que, más tarde, sus compañeros ingenieros de Caminos reunieron en un libro titulado «Ciencia Popular», dan idea de que José Echegaray fue un pionero en lo que hoy llamamos con naturalidad «periodismo científico». Este libro se editó en 1905, como homenaje de sus compañeros. Echegaray periodista La energía eléctrica, la tracción eléctrica, las energías del radium, la navegación aérea, los inventos de su amigo y compañero TorresQuevedo, considerado por muchos el mejor inventor de su tiempo, el telekino, primer mando a distancia en el mundo, la máquina cibernética el ajedrecista, las máquinas para resolver ecuaciones algebraicas, el transbordador sobre el Niágara en Canadá, inaugurado el 8 de agosto de 1916 con más de 100 años de funcionamiento sin averías y siendo, en su inauguración el mayor del mundo, los tranvías eléctricos, los rayos X, la fuerza de las mareas, los submarinos de Isaac Peral y otros, las manchas del Sol, los eclipses y la meteorología, constituyeron los temas centrales de algunos de sus artículos en prensa. Para divulgar la Ciencia, Echegaray siempre mostró un talento insuperable, reconocido por todos los que le conocieron como D. Segismundo Moret, D. Santiago Ramón y Cajal, D. Leandro Torres Quevedo, D. Emilio Castelar, D. Gabriel Rodríguez y su maestro, D. José Morer. Echegaray y el Ateneo Una institución a la que el polifacético don José estuvo ligado: el Ateneo Científico y Literario de Madrid. El 31 de enero de 1884, se instaló en la calle del Prado, 21, donde está en la actualidad.

El Ateneo era una sociedad científica, literaria y artística con el triple carácter de Academia, Escuela de Estudios Superiores y Círculo Literario, convirtiéndose asimismo en una de las principales tribunas de la vida política española. Echegaray, un ateneísta destacado que llegó a ser presidente de la institución, en 1898-1899, participó tanto en los debates políticos y culturales que se celebraron allí, como en cursos que se organizaron. Siendo una de las funciones del Ateneo la de actuar como Escuela de Estudios Superiores, muchos de los personajes más prestigiosos de España, en las ciencias, las letras y las artes, explicaron temas avanzados en sus aulas, especialmente a finales del siglo XIX. Segismundo Moret presidente del Ateneo en tres periodos distintos que suman 20 años, siendo el ateneista que más tiempo permaneció en este cargo, resumió lo que se pretendía con esta Escuela de Estudios Superiores, en el discurso que pronunció al inaugurarse la misma el 22 de octubre de 1896. Echegaray fue uno de los pioneros dictando cursos al abrirse la Escuela. Empezó el tema «Resolución de las ecuaciones de grado superior y teoría de Galois», del que se habla extensamente en otro artículo de esta revista, escrito por una autoridad en la materia, D. Ernesto García Camarero. El curso fué un éxito, se matricularon 122 personas, cifra alta para el tema tan desconocido en ese momento en España y constó de 21 lecciones. A sus conferencias finales asistieron solo 8 ó 10 personas, pero D. José dió todas con su mismo brío juvenil. El curso 1898-1899, durante el cual Echegaray ocupó la Presidencia del Ateneo, abordó el tema «Estudio de las Funciones Elípticas». Continuó con su cátedra en la Escuela Superior del Ateneo todos los años siguientes hasta el 19041905, en el que dictó el tema «Ecuaciones Diferenciales en general, y en particular, las lineales». Durante estos años, las tribunas del Ateneo de Madrid le permitieron continuar con sus labores docentes en matemáticas, el gran amor de toda su vida, alejado desde 1868 de las aulas de su admirada Escuela de Caminos. Muchos creemos que la labor más importante llevada a cabo por Echegaray en estos cursos fué acercar la teoría de Galois a las matemáticas españolas, por la modernidad que encerraba, dándole la importancia que muchos pretenciosos especialistas no le supieron dar, ni aquí ni en


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Discurso de Echegaray en la escalinata de la Biblioteca Nacional «¡Pueblo de Madrid! ¡Españoles! Soy valiente, y si no tuviera valor, me inspiraría esta banda que acabo de ceñir y, sin embargo me declaro vencido, porque, lo mismo que la pena, vence la alegría. ¡Homenaje á mí porque amo el trabajo! Pero el trabajo lo amáis todos vosotros. ¿Qué es el trabajo de un hombre ante el trabajo de un pueblo? ¡Homenaje, sí, homenaje al trabajo de un pueblo! ¿Que amo la verdad? ¿Quién no ama á la verdad, que nace en la profundidad de un pozo para subir á la cima donde luce esplendente el sol de la ciencia? La verdad la amáis vosotros como la amo yo. Hablaba el Sr. Canalejas de mis cariños, de mi amor á la belleza; ¿qué es la belleza que yo pueda fingir comparada con la belleza de la musa popular? Al pueblo, sí, homenaje, que él es quien representa y quien crea la belleza. Para concluir, porque me falta voz, aunque no me falta corazón para estrecharos á todos vosotros; para concluir, ya que se trata de homenaje: ¡Mirad dónde estamos! (Señala la Biblioteca). Ahí están recogidos los trabajos de muchos siglos, el trabajo del genio español. ¡Cuántas letras, cuántos pensamientos, cuántos dolores hay en el interior de esas bóvedas! ¡Homenaje, sí, á la gloria de España! Y para crear una nueva España, trabajemos todos unidos; la mano, el corazón junto al corazón, y no yo aquí en esta escalinata y vosotros abajo, sino todos á nivel, en la gran nivelación, que es la nivelación de los corazones!».

el resto de Europa, fundamentalmente en Francia, de donde era el gran Evariste Galois. Participó en el Ateneo en multitud de tertulias, discursos, coloquios, lecturas científicas, etc., mostrando siempre un talento colaborador, buen oyente y vibrante en algunas exposiciones públicas, como reconocieron cuantos le trataron en aquellos eventos, las tertulias de la cacharrería recordadas por Torres Quevedo con especial cariño en su discurso de 1932, Santiago Ramón y Cajal, Segismundo Moret, economista, Presidente de Gobierno, del Ateneo quien dijo de su amigo José Echegaray que fue «el alma del Ateneo» durante case tres décadas, con su presencia casi diaria y con su magnetismo (magia) especial, Emilio Castelar que llegó a salvarle la vida en una insurrección que llegó a entrar en el Congreso de los Diputados; uno de los insurrectos reconoció a Echegaray y D. Emilio consiguió esconderlo para, como pudo, salir embozado hasta el Casino, donde se disfrazó y se fue a su casa pasado un tiempo prudencial. Esto lo dice D. José en su libro Recuerdos. Para rematar este apartado, una anécdota: el primer discurso que dió Echegaray en el Ateneo no tenía título, en principio y justo antes de empezar manifestó que se iba a llamar, Astronomía. Amante de todo lo que existiera en el Universo, en 1860 acompañado de su mujer y dos alumnos asistió al eclipse de Sol que vivió en la provincia de Castellón. Pero volvamos al discurso, en el que el orador se mostró inseguro,

nervioso, elevando la voz en algunas ocasiones sin venir a cuento...; tanto llamó la atención esta manera de actuar de D. José que el discurso solo fué recibido con tibios aplausos. Sus amigos se acercaron a él y le preguntaron si estaba enfermo, si le ocurría algo, preocupados por él, a lo que les contestó: ¿es que vosotros no sentís el miedo escénico? La manera mía de vencerlo ya habéis visto cuál ha sido. Luego, en su vida política, tuvo que dar muchos discursos, algunos de ellos verdaderas joyas literarias pero él no volvió a leerlos nunca. Eso dijo. Echegaray y el Banco de España Los economistas españoles recuerdan a Echegaray porque cuando ocupó la cartera de ministro de Hacienda por segunda vez, bajo su mandato el Banco de España consiguió el monopolio de emisión de billetes en todo el territorio nacional, clave para que la entidad entonces privada iniciara otra marcha hasta convertirse en un Banco Central, pilar financiero de un Estado moderno. Lo hizo con un decreto ley el 19 de marzo de 1874 que tenía un preámbulo que se ha convertido en un hito clásico de la historia económica de España. Con prosa digna de un futuro premio Nobel de Literatura, elegante Echegaray justificó la concesión del privilegio al Banco de España. La medida se adoptó para hacer frente a las graves necesidades financieras del Estado, en aquella

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temor les ha llevado a controlar el gasto presentando unos presupuestos saneados la Nación ha progresado, beneficiándonos de una envidiable estabilidad monetaria y de precios; cuando les ha faltado ese temor al déficit, el despilfarro lo hemos sufrido los ciudadanos de a pié, pagándolo con la inflación y el desempleo.

José Echegaray en el momento de montar en su carruaje para asistir a su homenaje en el Senado (19 de marzo de 1905)

España convulsa, amenazado por la tercera guerra carlista que consiguieron terminar y zanjar, la crisis de Cuba, levantamientos cantonales, las difíciles situaciones en el Norte de África y Filipinas y para modernizar y poner al día el sistema bancario español, siendo el banco de bancos y el que dirigiera la política monetaria. Esta entidad, transcurridos unos años, se convirtió en el baluarte de la estabilidad económica y en protagonista principal de nuestra incorporación al euro y a la Unidad Económica y Monetaria. Echegaray fue también un defensor a ultranza del presupuesto equilibrado. No al déficit. Transmitió un patriótico temor al déficit. Este punto clave ha sido punto de referencia de cuantos políticos españoles han tenido la responsabilidad de dirigir el Tesoro Público. Cuando ese

Homenaje del pueblo de Madrid al Premio Nobel Echegaray en 1905 El 19 de marzo de 1905 el pueblo de Madrid, le tributaba a José Echegaray un fastuoso homenaje por su reciente distinción como Premio Nobel de Literatura, el primer español que recibía tal insigne premio. Los actos centrales del Homenaje acontecieron en el Senado, la Biblioteca Nacional y el Ateneo. En el Senado el acto comenzó en el momento en el que el Rey le concedió la palabra a D. Francisco Silvela, el cual pronunció un «elocuentísimo» discurso. Habló luego el Ministro de Suecia explicando por qué se había concedido a Echegaray el Premio Nobel, además de calificar al autor de «amante apasionado de la libertad y de la tolerancia» y a continuación, en nombre del gobierno, parlamentó el Sr. Villaverde. Al concluir, Don Alfonso XIII entregó al ilustre dramaturgo, las insignias y el diploma del Premio Nobel. Los acordes del himno sueco, la Marcha Real española, un Viva a Suecia, y otra a España pusieron fin a la ceremonia. Una gran manifestación popular partió de La Plaza de Oriente, continuó por Bailén, Mayor, Puerta del Sol, Alcalá y finalizó en el Paseo de Recoletos. La marcha tuvo como corolario el discurso pronunciado por Echegaray sobre la escalinata de la Biblioteca Nacional. En este marco el polifacético intelectual pronunció un sentido discurso, que acabó así: «Voy a concluir porque me falta la voz, aunque no me falta corazón para estrecharos a todos vosotros, ya que se trata de un homenaje ¡Mirad dónde estamos! (Señaló a la Biblioteca). Ahí están recogidos los trabajos de muchos siglos, el trabajo del genio español ¡Cuántas letras, cuantos pensamientos, cuántos dolores hay en el interior de esas bóvedas! ¡Homenaje sí, a la gloria de España! Y para crear una nueva España trabajemos todos unidos, la mano en la mano, el corazón junto al corazón, y no yo aquí en esta escalinata y vosotros abajo, sino todos a nivel, en la gran nivelación, que es la nivelación de los corazones». Muy interesante resultó la velada efectuada en el Ateneo. Aquí las grandes figuras de la


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intelectualidad española: Serafín Álvarez Quintero, Juan Valera, Ramón y Cajal, Pérez Galdós, Menéndez Pelayo o el señor Moret, le rindieron emotivos discursos. Al acto acudió, como en todos los actos programados, el Rey Alfonso XIII, al término del evento, «le felicitó de nuevo y le estrechó la mano con efusión». Académico de Ciencias Exactas, Física y Naturales, elegido el 3 de abril de 1865, no contaba todavía 33 años El discurso de recepción en la Academia, que tuvo lugar el 11 de marzo de 1866 es importante por el papel que ha desempeñado en la dinámica de la polémica de la ciencia española. Tituló su discurso «La historia de las Matemáticas casi puras en nuestra España», que resultó muy polémico,pero fué el aldabonazo que dio comienzo a un proceso sin precedente alguno en España en el estudio de las Matemáticas iniciando la recuperación del retraso secular en esta materia. Con el paso del tiempo, D. José reconoció que se había pasado en su crítica... pero obtuvo su efecto. Miembro de la Real Academia Española (R.A.E.) Tomó posesión de la silla e el 20 de mayo de 1894 con el discurso titulado «De la legalidad común en materias literarias». Le respondió en nombre de la corporación, su amigo Emilio Castelar en 1906, doce años después y no pudo antes porque tenía mucho trabajo... En 1900 fue nombrado Senador vitalicio. En 1905 como reconocimiento por el Premio Nobel de Literatura en 1904 y por su prestigio internacional ganado a lo largo de su dilatada carrera, tan polifacética, se le otorgó lo que él más deseaba en ese momento, a sus 73 años de edad, la Cátedra Superior de Física-Matemática en la Universidad Central de Madrid. Durante 10 años, hasta 1915, un año antes de su fallecimiento el 14 de septiembre de 1916, D. José Echegaray impartió las clases en su cátedra y se dedicó a escribir una monumental obra, la Enciclopedia elemental de Física Matemática, que fue la obra mejor existente en su tiempo como obra de divulgación científica, dedicada exclusivamente al la Física Clásica. Dijo en alguna ocasión, con el fino humor y la ironía que le caracterizaba que «No podía morirse, porque si he de escribir mi enciclopedia elemental de Física matemática, necesito por lo menos 25 años». Fue un trabajador infatigable, con una categoría en todo lo que emprendió difícilmente alcanzable.

En 1912 viajó a Inglaterra al Congreso Internacional de Matemáticas, que ese año se celebró en Cambrige; fue como delegado de una amplia representación de destacados matemáticos españoles. Tenía 80 años y seguía al pié del cañón. OPINIÓN sobre Echegaray de D. Santiago Ramón y Cajal En 1907 la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales creó, a propuesta de Santiago Ramón y Cajal, la «Medalla Echegaray» para honrar la memoria del que fuera su presidente y para servir de acicate a todos los hombres de la cultura. Esta distinción la recibieron, además del matemático (y dramaturgo) a la que debe su nombre, en 1910, el arabista Eduardo Saavedra, en 1913 S.A.R. el Príncipe Alberto I de Mónaco (fundador del Museo Oceanográfico), en 1916 el ingeniero Leonardo Torres Quevedo, tres años más tarde el químico Svante Arrhenius, en 1922 el histólogo Santiago Ramón y Cajal, en 1925 el profesor Hendrick A. Lorenz, en 1928 el zoólogo Ignacio Bolivar, etc. La última concedida en mayo de 2016 ha sido a la investigadora del CSIC, D.ª Margarita Salas. En mayo de 1922 Santiago Ramón y Cajal recibe la Medalla Echegaray y pronuncia un discurso titulado «La Medalla Echegaray y los hombres de ciencia» cuyas primeras palabras no son más que una de las muchas muestras de admiración por el matemático y que constituyen una perfecta síntesis de la labor realizada por el madrileño: «Notorio es que uno de los fines perseguidos por nuestra Academia al fundar el premio Echegaray fue conservar y enaltecer la memoria de un sabio bonísimo y genial de peregrinas y multilaterales aptitudes. Repitiendo un pensamiento vulgar, diríase que las hadas prodigaron a nuestro inolvidable don José todas las gracias: elocuencia subyugadora; intelecto agudísimo y generalizador; ansia irrefrenable de aprender y de enseñar; don de expresar por escrito y en lenguaje esmaltado de pensamientos brillantes y de comparaciones felicísimas, las más abstrusas teorías e invenciones; soberana aptitud para la ciencia del cálculo; bondad sólo equiparable con su modestia, y, en fin, por, tenerlo todo, salud robusta, física y mental, conservada en bien de la enseñanza hasta la hora de su muerte. Porque harto lo sabéis: la vida de Echegaray no tuvo ocaso. Tan propicios le fueron los hados, que le preservaron piadosos de las decadencias, regresiones y tristezas de la decrepitud, suplicios intolerables para los espíritus fuertes que no

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Foto dedicada de Emilio Thuillier para José Echegaray y anverso del Premio Echegaray 1916

comprenden la vida sin acción, ni apetecen más deleites que los asociados al severo cumplimiento del deber y a la soberana función de escrutar los enigmas de la naturaleza. Yo, que aprendí a admirarle desde muy joven, con ocasión de sus brillantes discursos políticos en las Cortes Constituyentes, troqué mi admiración en fanatismo, allá por el año 1883, cuando, siendo a la sazón profesor en Valencia, devoré su maravilloso libro titulado Teorías modernas de la Física, muy superior a las celebradas obras de vulgarización de Tyndall, en Inglaterra, y de J. H. Fabre, en Francia. Y siempre seguí su carrera de triunfos profesionales, políticos, literarios y científicos, con noble envidia y creciente asombro. Era incuestionablemente el cerebro más fino y exquisitamente organizado de la España del siglo XIX. Él lo fue todo porque podía serlo todo: ministro, orador, hacendista, escritor, dramaturgo, investigador, etc. Lástima que las brutales y tiránicas exigencias de la vida no le permitieron desplegar sus estudios de física que fué, según es notorio, el amor de sus amores y la ocupación favorita de su apacible y serena senectud.

Así y todo, su obra científica —descuento el magno repertorio teatral, el más copioso, intenso y original que poseemos desde Calderón y Lope de Vega— con sus maravillosas lecciones de física matemática, y sus libros de vulgarización quedarán para la posteridad como modelos insuperables. Sea este recuerdo ofrenda fervorosa del modesto admirador al maestro incomparable. Hasta aquí, D. Santiago Ramón y Cajal. Confío y deseo que este homenaje que le ha dedicado el Ateneo de Madrid a D. José Echegaray, el más importante y extenso de cuantos se han celebrado en su honor en el año 2016; reavive la memoria de los españoles, para evitar que sus maestras actuaciones se las lleve, como escribió el poeta Luis Cernuda, «el viento del olvido, que cuando sopla, mata».

Fuentes consultadas

1.- Libro Recuerdos, tomos I, II, III, editado en Madrid. Año 1917. En 2016 y con motivo del primer centenario de la muerte de D. José Echegaray, la editorial ANALECTA, de Pamplona, ha publicado el libro Recuerdos de mi vida, que añade al de 1917, 21 capítulos que no habían aparecido nunca en foma de libro y un extenso y documentado prólogo del profesor D. José Manuel Sánchez Ron. 2.- Un proyecto español para el cruce del Canal de la Mancha. Artículo de los Dres. Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, D. Eduardo Rodríguez Paradinas y D. Fernando Sáenz Ridruejo R. O. P. Revista de Obras Públicas, n.º 3332, año 141, Mayo 1994. 3.- El País, diciembre 2004, El Nobel financiero. Artículo de D. Pablo Martín Aceña, catedrático de H.ª Economía, Universidad de Alcalá de Henares.


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Eduardo L. Huertas Vázquez Abogado

Jose Echegaray dramaturgo examinado por una «Troika» Ateneista ue José Echegaray un asiduo y activo socio del Ateneo de Madrid, que se pasó cerca de sesenta años en esta Corporación, llegando a ser presidente de la misma en los años de 1898 y 1899. Como dramaturgo fue Premio Nobel de Literatura en 1904 y, como dramaturgo de éxito, fue enjuiciado por tres compañeros, intelectuales de altura y socios distinguidos de la Institución ateneísta, que le conocían bien tanto a él como a su teatro. El primero fue el crítico literario, escritor y catedrático de Literatura General en la Universidad Central, Manuel de la Revilla, krausista de la primera hora, neokantiano y positivista, y casi siempre adverso Echegaray. En el año de 1875 este intelectual desempeñaba la Presidencia de la Sección de Literatura y Bellas Artes del Ateneo. El segundo socio, que le enjuició, fue el escritor, profesor de Historia del Arte, embajador de la República y exilado, Enrique Díez-Canedo, que hizo su crítica a Echegaray desde la revista «España», de la que era crítico teatral y de la que fue también fundador. Este crítico, de talante más ecuánime y ponderado, fue bibliotecario del Ateneo entre los años 1913 y 1921, en las presidencias de Rafael Mª de Labra, del Conde de Romanones y de Ramón Menéndez Pidal. Y el tercero fue el político liberal, financiero y catedrático de Instituciones de Hacienda Pública de la Universidad Central, Segismundo Moret, presidente de la Sociedad Ateneísta durante casi veinte años, entre 1884 y 1913. Segismundo Moret era viejo compañero y amigo de Echegaray en el Ateneo y en la Institución Libre de Enseñaza, en cuya fundación intervinieron, colaborando como primeros accionistas en los primeros años de la Institución. José Echegaray vivió el Ateneo desde su juventud, en una época, en la que esta Corporación vivía momentos de esplendor por las grandes

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personalidades que le frecuentaban y participaban en sus actividades. Con algunas de estas personalidades, políticas e intelectuales, coincidió Echegaray en el llamado el «viejo Ateneo», así denominado el de los primeros tiempos. (Cfr.: Antón del Olmet, L. y García Carraffa, A.: «Los grandes españoles, Echegaray«, Imprenta Alrededor del mundo, Madrid 1912, pp. 49-57). El mismo Echegaray describe la vida y sus vivencias de aquel Ateneo en el que ya habla de sus primeras andanzas: «La vida del Ateneo era una vida febril: las discusiones públicas, en que reinaba un libertad absoluta; las conferencias, que se sucedían casi sin interrupción, unas veces eran los viejos oradores de la edad heroica, como Alcalá Galiano los que tomaban parte; otras veces eran los jóvenes que empezaban, como Gabriel Rodríguez, Moret, Fernández Jiménez y yo, que también hacía entonces mis primeros ensayos. Pero dominándolo todo estaba Castelar. El Ateneo se llenaba de gente; en la sala, materialmente no se cabía; el pasillo estaba macizo y maciza estaba aquella modesta escalera destinada al público, que tantas veces había subido yo cuando estudiante, porque quizás hace ya cerca de «sesenta» años que asisto al Ateneo; no creo que viva en la actualidad ateneísta mas antiguo» (o. cit., pp. 55-56). En efecto, José Echegaray, que había nacido en 1832, se hizo socio del Ateneo (nº 1736) a los 25 años, permaneciendo en esta Institución hasta su muerte. Intervino en la vida institucional en dosis muy activas hasta adquirir cotas de un evidente protagonismo, con cargos en diversas Juntas, Cátedras y Secciones y como profesor de la Escuela de Estudios Superiores del propio Ateneo. Al cabo de unos años de relevante actividad, fue nombrado Socio de Mérito de esta Corporación, hasta que llegó a la Presidencia y la desempeñó durante los años 1898-1899.


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Manuel de la Revilla Moreno 18461881

I. EL SEVERO EXAMEN DE MANUEL DE LA REVILLA Fue Manuel de la Revilla quien planteó y desarrolló una interpretación crítica severa de los dramas de José Echegaray, aventurando que esos dramas no podrían ser más que «teoremas representados». Hay que tener en cuenta que Revilla escribió esa interpretación critica, cuando Echegaray apenas había escrito la mitad de sus obras, ya que la citada interpretación fue escrita en 1881, año de la muerte del autor de la misma. (Cfr.: OBRAS de Manuel de la Revilla, publícalas El Ateneo Científico, Literario y Artístico, con prólogo de Antonio Cánovas del Castillo y un discurso preliminar de Urbano González Serrano, Imprenta Central a cargo de Víctor Saiz, Madrid 1883, pp. 117-127). Las razones, que esgrime el crítico, las concreta en que Echegaray no se zafa ni logrará zafarse, ni zafar a sus producciones dramáticas de los paradigmas científicos de una pretendida Estética científica, ideada por él con el fin de suministrar las bases epistemológicas a una Estética teatral, que el propio dramaturgo intenta materializar para legitimar y explicar su propia producción dramática. La explicación de la severa crítica planteada a la «transición atrevida y violenta» del Echegaray-gran matemático a Echegaray-dramaturgode éxito y al posible carácter de la obras que salgan de esta transición, es desarrollada por Revilla sobre la base de una serie de relaciones interactivas, que se expondrán líneas adelante, no sin reconocer abiertamente, y sin escatimar alabanzas, la personalidad excepcional del «genio» de Echegaray.

1. La Matemática, la fantasía y el sentimiento «Es la matemática —dice— la más abstracta de todas las ciencias; pero no es, como se piensa, producto exclusivo de la razón, sino que en ella juega un papel tan importante como singular la fantasía. (…) La fantasía desempeña en esta ciencia un papel muy especial. Obligada a representar con toda pureza y fidelidad cantidades abstractas y sin vida, camina siempre esclava de fórmulas preconcebidas, amoldada al rigor de los teoremas, privada en absoluto de toda libertad. (…) Pero no solo convierte la matemática a la fantasía en esclava de la abstracción, sino que sofoca el sentimiento. (…) pero, ¿qué influencia han de ejercer en el sentimiento las heladas abstracciones del matemático? (…) Fácil es adivinarlo. Ese hombre no acertará a reproducir en la escena la verdad ni la pasión; para él, alejado del mundo y sumido en abstracciones, serán eterno misterio los afectos y pasiones, y la vida enigma impenetrable. Ha de ser, por tanto, quien con tales elementos se dedique al teatro, idealista y fatalista. (…) Los dramas que conciba no serán la viva reproducción de un conflicto , sino el desarrollo lógico y fatal de unas tesis asentadas a priori, a cuyo predeterminado desenlace habrán de encaminarse, dentro del rígido cauce, todos los sucesos; no siendo los personajes tampoco figuras de carne y hueso arrancadas a la realidad viviente, sino personificaciones abstractas de una fuerza determinada que juega como factor en el problema y se mueve constantemente en una dirección única, con arreglo a las leyes de una mecánica inflexible. Teoremas representados; ha aquí lo que serán las producciones escénicas de un ingenio de esta especie.» (o. cit. pp. 119-123). Pero, entre toda la producción teatral de Echegaray, hay obras, que, a pesar de la limitaciones y deficiencias descritas, tienen inspiración, fuerza y grandeza y, sobre estos factores, el más importante es la citada fantasía, «una fantasía calurosísima, verdaderamente oriental, llena de vigor pictórico, que es la principal causa de las grandezas y también de los errores de sus obras.» Porque la fantasía, más que la razón, es la facultad que coloca al Echegaray dramaturgo en el «rango de los genios«, al anidar en ella la fuerza, el colorido, el brillo de sus creaciones, las «portentosas situaciones y los cuadros de efecto que abundan». Pero, como he adelantado, a la fantasía se deben también los «incalificables errores del Sr. Echegaray» y entre ellos hay que consignar «la sustitución de la fantasía al sentimiento».


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2. La imaginación, el sentimiento y la experiencia Es un hecho indudable, prosigue Manuel de la Revilla en su estudio sobre Echegaray , la existencia de «muchos espíritus que en realidad ni conocen ni experimentan el verdadero sentimiento, llegan a fingirlo y a representarlo en el arte con el solo auxilio de su imaginación. (…) Pero como nada sustituye cumplidamente a la propia experiencia, el sentimiento que de la simple fantasía se origina casi siempre peca de falso, o al menos, de exagerado y nunca se mantiene en los términos medios, ni ostenta los delicados matices del verdadero sentimiento. Por eso, si quiere ser dramático, es teatral; si patético, melodramático; si tierno y delicado, llorón y sensiblero; si enérgico y terrible, brutal y repugnante. (…) Por eso los dramas del Sr. Echegaray deslumbran a la imaginación, excitan los nervios, pero al corazón le dejan frío». De aquí el efectismo del Sr. Echegaray … Cuando la fantasía y la razón teórica no van acompañadas del sentimiento, de la experiencia y del sentido de lo real, fácilmente incurren en vicio semejante ( la frialdad del corazón) (…) Faltando la experiencia y el conocimiento de la realidad, que no puede tener el austero sabio que solo conoce el mundo desde el retiro de su gabinete, esto es, en teoría, el resultado necesario en la concepción de un teorema dramático traducido por la fantasía en una serie de efectos pictóricos, que es a lo que reduce el análisis los dramas del Sr. Echegaray. «Y, sin embargo, es tan poderoso el alcance instintivo del espíritu del Sr. Echegaray, es tal lafuerza de su fantasía y tal también de su entendimiento penetrante, que no pocas veces logra acertar con la realidad y reproducirla con rasgos de pasmosa exactitud. Pero bien pronto su lógica matemática y su fantasía le apartan del buen camino, y le engolfan de nuevo en la abstracción idealista y en la región de los fantasmas.» (o. cit. pp. 123-124). Sobre la base de estos razonamientos, Manuel de la Revilla considera a Echegaray como un genio, un genio incompleto, al que le faltan la «llama del sentimiento» y el «sentido de la realidad» que nace de la experiencia; le falta el «talento práctico, talento escénico, gusto, destreza, tacto.» En definitiva Echegaray es un genio «dominado por la abstracción matemática… inspirado en un idealismo absoluto… dotado de una vigorosa y plástica fantasía». Como consecuencia de lo expuesto, Manuel de la Revilla concluye en esta sintética pintura de la compleja personalidad de José Echegaray y de su misteriosa vitalidad:

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El Imparcial 2 febrero de 1873

«Espíritu singular por cierto; titán poderoso, que toca con la frente en las nubes y hunde los pies en el abismo; igualmente familiarizado con lo sublime y con lo absurdo, con lo monstruoso y con lo bello; en todo extremado y expuesto, por tanto, lo mismo a grandes caídas que a grandes triunfos; idealista hasta la exageración casi siempre y en ocasiones realista hasta el extremo; heterogénea inteligencia de matemático y de `poeta en la que se identifican la fórmula y la imagen, la acción dramática y la ecuación algebraica, la mecánica y la psicología, el alma y el guarismo; enigma extraño, apenas descifrable, que a un tiempo es regeneración y ruina de la escena; personalidad poderosísima y grandiosa, cuyo paso ha de dejar profunda huella en nuestra historia literaria y cuya singular grandeza no pueden desconocer sus mas encarnizados adversarios.» (o. cit. pp. 125-126). Y, en efecto, José Echegaray dejó una significativa huella en la historia de la literatura española, a pesar de todo ello, como dramaturgo-Premio Nobel de Literatura 1904. También dejó huella como hombre de ciencia, siendo considerado uno de los primeros científicos españoles y el primer matemático español, según Rey Pastor. Echegaray permanece en el olvido en ambos dominios, —el literario y el científico—, a pesar de reconocer en él una «inteligencia privilegiada»; la inteligencia de uno de «esos genios excepcionales que, aún en sus errores, son gloria y orgullo de la humanidad«. Este es el caso de José Echegaray en la interpretación de Manuel de la Revilla.


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cierra indiscutiblemente otro que tiene su significado y su valor definidos». (Diez-Canedo, Enrique: Echegaray y el teatro español, Revista España, nº 87, septiembre 1916, p. 12).

Moret en La Ilustración Española y Americana (1881).

II. EL EXAMEN ATENUANTE DE ENRIQUE DIEZCANEDO Al crítico teatral Enrique Diez-Canedo le parece excesiva la influencia de las categorías científicas en la elaboración de la dramática de Echegaray y demasiado rigurosa la reducción de sus obras a meros «teoremas dramáticos», «teoremas representados», como planteaba y auguraba Manuel de la Revilla. Tampoco los modernos tratadistas del teatro de Echegaray, aun admitiendo cierta influencia del cientifismo en su obra dramática, no dejan de atenuarlo. Refiriéndose, pues, al tratamiento, dado por Manuel de la Revilla al teatro de Echegaray, Enrique DiezCanedo no duda en denunciar la severidad de dicho tratamiento, y de atenuar su rigorismo al reconocer abiertamente: «Cualidades son éstas ( fuerza y fantasía, fingido sentimiento y escaso conocimiento de la realidad) de los románticos, aunque no de los buenos románticos; pero retengamos el calificativo y pongamos en cuarentena el justiprecio que de las cualidades de Echegaray hace Revilla, adverso a él casi siempre , hasta el punto de negarle acierto para ‘‘reflejar en la escena la verdad ni la pasión.’’» Después de estas advertencias, el crítico sitúa al dramaturgo en el panorama teatral de la época y precisa su significación respecto al romanticismo en decadencia, valorándole en unos términos bastante ecuánimes y positivo en relación con el movimiento romántico «Es el representante de una edad de lucha y de indecisión, en que el teatro, ligado por las tradiciones que habían sido reanudadas por el romanticismo, tantea y busca nuevos caminos. Más que un precursor es un poeta que recoge y exalta una corriente literaria. Su nombre llena las últimas décadas del siglo XIX. Si no abre un periodo,

III. EL EXAMEN GENEROSO DE SEGISMUNDO MORET Segismundo Moret fue presidente del Ateneo, y como él, también fue José Echegaray presidente de esa Corporación, y, como él, también fue uno de los primeros accionistas de la Institución Libre de Enseñanza. Por lo tanto, eran compañeros institucionales y viejos amigos. Segismundo Moret resalta las dos vocaciones esenciales de Echegaray: la ciencia y la búsqueda de la verdad y la dramática y la búsqueda de la belleza. Segismundo Moret, en el Discurso de Homenaje a José Echegaray con motivo de haberle sido concedido el Premio Nobel de Literatura 1904, no tiene duda alguna en hacer afirmaciones como estas: la obra científica de Echegaray «pudiera a veces tomarse por el canto de un poema»; razón por la cual se puede ver en su amigo «al gran artista que halla en la ciencia riquísima fuente de inspiración poética. Ahora, al hablar de su obra dramática percibiréis al pensador que lleva a la literatura las leyes del universo.» (Moret, Segismundo: Discurso pronunciado en el Ateneo de Madrid en la noche de 19 de marzo de 1905 con ocasión del Homenaje ofrecido al Sr. D. José de Echegaray por la adjudicación del Premio Nobel, Imprenta a cargo de Eduardo Arias, Madrid 1905, p. 19). Segismundo Moret, como he dicho, era amigo de José Echegaray y en el citado Discurso de Homenaje hace esta exaltación de lo que, para España y para la humanidad, significaba José Echegaray, socio asiduo y activo del Ateneo y eminente personalidad pública polivalente: «…para los jóvenes era el maestro profundo, dulce y sencillo; para los literatos, un gran autor dramático; para los científicos, un matemático extraordinario; para los críticos, un contraste de ciencia y de poesía; para los ateneístas, el alma de nuestra casa; para los observadores,, que por primera vez le veían, un sabio, pero «original, que al contrario de otros sabios, que, reconcentrados en si mismos, atesoran su ciencia y se muestran avaros de ella, dado lo que sabe, y en cualquier ocasión y en cualquier momento se aprende con hablar con él» (palabras atribuidas al Rey); para los patriotas, una gloria nacional; para la humanidad, una lumbrera.» (o. cit., p. 2). Según Segismundo Moret, en los actos de Homenaje a Echegaray, parece que hubo, al me-


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La Esfera 31 enero de 1914 nos, dos sesiones en días diferentes, ya que así lo describe: «Ayer Silvela, el Ministro de Suecia, Villaverde; hoy Canalejas; en ambos días la Prensa, ya con las firmas de escritores ilustres, ya bajo un anónimo que deja adivinar, por la belleza del estilo, a los maestros del periodismo; ahora Morer, Valera, Cajal, Galdós y Menéndez Pelayo… (o. cit., p. 1) Entrando ya de lleno en la actividad teatral de Echegaray, como dramaturgo, Segismundo Moret, sin dejar de admitir la influencia de su singular dotación científica en su obra dramática, eleva su producción teatral al nivel más alto de una valoración sin fisuras, al afirmar taxativamente que «en sus dramas hay de todo«. Esta perspectiva tan positiva se coloca, pues, en la posición contraria a la de Manuel de la Revilla, que, como crítico «casi siempre adverso» a Echegaray, reducía sus obras prácticamente a «teoremas representados», al faltarles verdadero sentimiento, claro conocimiento de la realidad, «talento práctico, talento escénico, gusto, destreza, tacto», aunque le sobren fuerza y fantasía. Segismundo Moret, en su alta valoración, justifica sin concesiones que, en las obras de Echegaray, «hay de todo», ya que su teatro evoca. «todos los sentimientos, despierta todas las energías, y hace vibrar todas o la mayor parte de las cuerdas del corazón humano.» (o. cit., p. 9). Explica y desarrolla Segismundo Moret esta perspectiva, acudiendo a una amplia y minuciosa relación de obras, en cuyo conjunto encuentra la prueba de su aserto de totalidad y variedad, pero señalando, específicamente, lo que hay en cada una de su principales obras: «Imitaciones del teatro clásico modernizado, como en La esposa del vengador y El puño de la espada; problemas morales, sociales y hasta filosóficos, como O locura o santidad, El gran galeoto y A fuerza de arrastrarse; imitaciones de Ibsen, como El hijo de Don Juan; dramas en que traza un cuadro histórico, como En el pilar y en la cruz, El milagro de Egipto y La muerte en los labios; idilios, como Sic vos non vobis: leyendas románticas, como En el seno de la muerte: comedias de crítica, como Un crítico incipiente; y hasta análisis psicológicos y aún fisiológicos, como La duda, Mariana y La desequilibrada. Desde Como empieza y como acaba a Conflicto entre dos deberes, al drama De mala raza, o al Poder de la impotencia, desde El hijo de carne y El hijo de hierro, hasta El Hombre negro, o el Silencio de muerte; la variedad de sus obras dramáticas

es indefinido y constante.» (Discurso de Homenaje… p. 9). Y, después de despejar la multitud de asuntos y de «conflictos, morales y materiales» de sus principales obras y la afiliaciones de las mismas a estilos, influencias e imitaciones posibles, Segismundo Moret, en una interpretación que eleva sus reflexiones a cuestiones universales, esenciales y trascendentales, concluye: «Y así siempre en todos los dramas, procurando que el conflicto sea profundo y vigoroso, para que resulte más enérgica la acción dramática y sea más dolorosa la lucha de la libertad buscando el bien y más tenaz y despiadado el obstáculo que a la libertad se opone y que simboliza el fatalismo moderno, muy distinto y mucho más complejo que el fatalismo clásico, porque se nutre de todas las fuerzas sombrías o crueles de nuestra moderna civilización, y no de las leyes de una sola divinidad, mejor dicho, del destino» (o. cit., p. 22). Y Segismundo Moret, insistiendo en desvelar la relación entre la concepción dramática. la naturaleza de sus obras y el destino de las mismas, no tiene más remedio que concluir definitivamente en que para Echegaray. «…el público es la piedra de toque. El es quien ha de decidir del efecto de su concepción dramática. El conflicto debe crear la vibración estética: si no la produce, la obra ha sido deficiente. Si a ella responde, y más si excede la medida prevista por el autor, este ha logrado su objetivo.» ( o. cit., p. 27). En estas simples frases quedan patentes el secreto y la explicación de la producción dramática de José Echegaray, el dramaturgo que compartió su vida con el gran científico-matemático de la España de entre-siglos XIX-XX.


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José Echegaray Eizaguirre

Fernando Mínguez Izaguirre

Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos. Autor teatral

Viaje Musical por la vida del polifacético ingeniero José Echegaray Eizaguirre Estrenada en el Ateneo de Madrid el 14 de septiembre de 2016, dentro de los actos de celebración del Centenario de Echegaray. Domingo 2 de abril de 1916. Echegaray lee las noticias en su casa de la calle Zurbano en Madrid

V

eamos qué nos dice hoy la prensa diaria:

«DUELO NACIONAL. EL MAESTRO GRANADOS»

Desgraciadamente, parece desvanecida ya toda esperanza en el destino de este ilustre compatriota nuestro. La carencia de todo indicio sobre el paradero del inspirado músico catalán y su esposa convierte en realidad tristísima la amarga sospecha de los primeros días. Exacta era, sin duda, la trágica referencia de uno de sus compañeros de viaje en el Sussex. ¡Ah!, una auténtica tragedia. El destino se ha cebado con el músico cuando regresaba de su exitosa gira por los Estados Unidos.

*Suena el Interludio de «Goyescas» de Granados Dicen que, después del aplaudido estreno de «Goyescas» en Nueva York, fue invitado por el presidente Wilson a dar un concierto en la Casa Blanca. El cambio de planes para atender a esta invitación le habría de llevar inexorablemente al

fatal desenlace. Pereció en el mar, intentando socorrer a su esposa, cuando su barco, el Sussex, fue torpedeado en el Canal de la Mancha por un submarino alemán. Ese iracundo mar del Canal, el mismo que hace años me hizo sufrir lo indecible al cruzar el estrecho, en la escapada que hice con mi mujer de París a Londres para conocer el palacio de Cristal y otras cosas notables. Entonces, el llamado «estrecho» me resultó ancho como un demonio y más feroz que el golfo de Lyon, y eso que en ese golfo fue donde comprobé con qué facilidad se abaten las vanidades —¡yo que me creía un súper-homo, inmune a la acción de los elementos!— y aprendí que no se puede menospreciar el poder del mar.


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Viajaba en aquella ocasión de Valencia a Marsella con algunos alumnos de la Escuela de Caminos, comisionado por el Director para estudiar la perforación del túnel de Mont-Cenis en los Alpes y las nuevas máquinas perforadoras que no sólo eran una novedad sino un secreto. Tanto, que tuve que memorizar los detalles de la máquina que vi ya que no me permitieron sacar ningún apunte o dibujo mientras me la enseñaban.

**** A veces me pregunto por qué elegí seguir la carrera de ingeniero de caminos. Creo que una razón de peso fue la importancia que en su Escuela se daba a la enseñanza de las matemáticas. De hecho, la aportación de la Escuela de Caminos a la que podríamos llamar «regeneración matemática» es uno de los servicios más relevantes que ha prestado esta Escuela a la cultura del país. En pocos años, gracias a nuestro interés

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del espíritu. Las matemáticas armonizan con la música y con el arte en general. Todas ellas son armonía, variedades en una u otra forma que se resuelven en una alta y bella unidad. ¿Acaso no poseen las curvas matemáticas un espíritu musical?. Una fuga de Bach tiene la perfección y el rigor de las más elaboradas construcciones geométricas.

por esta rama del saber, se formó un profesorado excelente, perfectamente capacitado para explicar todas las materias. Yo mismo era profesor de cálculo diferencial e integral y de geometría descriptiva. Hoy, las matemáticas se imponen a todas las ciencias físicas y químicas, al ingeniero y al arquitecto. Hubo un tiempo en que toda persona culta sabía latín. Pues bien, ¡un tiempo llegará en que toda persona culta deba saber matemáticas! —Coge un libro de matemáticas, de geometría analítica— Hay que animar a los jóvenes a acercarse a esta ciencia, desterrando el temor a no comprenderla, y lo digo por propia experiencia porque yo sentí ese temor cuando abordé por vez primera el estudio de la geometría analítica. Muchas personas se extrañan de mi afición a las matemáticas y a la ciencia a la vez que a la poesía y la dramática. Yo me admiro de la extrañeza de esas personas. Las matemáticas forman una salsa que viene bien a todos los guisos

*Suena la fuga en Fa # M de Bach y las imágenes de curvas…


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…evolucionan siguiendo la música.

cha desatada en pro de la ópera española frente a la preeminencia de la ópera italiana. Esto fue después de que mi amigo el compositor Enrique Serrano insistiera en convertir en libreto de ópera alguno de mis dramas. Accedí y le propuse en principio mi obra «El milagro de Egipto», pero Serrano me hizo ver que habría que luchar con gran desventaja con la triunfante «Aida» de Verdi. Así que él mismo me propuso adaptar «La peste de Otranto» que se había estrenado con éxito en el teatro Español. —Coge el libreto—

La música… ¡Cuántos momentos inolvidables he vivido gracias a la música!. En mi juventud era asiduo del Teatro Real, en las entradas de peseta del paraíso, y no me perdía ningún estreno de zarzuela. Una afición que he mantenido toda mi vida. Puedo decir, incluso, que participé en la lu-

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Pedí a Serrano que en esta aventura me llevara de la mano ya que yo no sabía cómo desarrollar un libreto para que se le pudiera poner música. Le propuse hasta nueve títulos y escribí el libreto pensando en que de allí saldría algún aria memorable, como la del Romance de «Jugar con fuego» del maestro Barbieri. Si, ese con los versos de Ventura de la Vega —según algunos, plagiados de un autor francés— que dicen: Tirano amor, rapaz vendado, vengóse al fin como deidad: de mis desdenes irritado, postró a sus pies mi vanidad.

*Suena el Romance de Jugar con fuego de Barbieri E Irene canta: (leyendo el libreto) Más camina ese bajel entre las ondas del mar a impulsos de mi deseo, que a impulsos del huracán. La ópera se estrenó en febrero de 1891 en el Teatro Real, con la Tetrazzini en el papel principal y se podría decir que ni entusiasmó ni fracasó. Salimos a escena al final de cada acto pero sólo se dieron tres representaciones.

A la música también le debo, aunque indirectamente, algún momento de angustia. Ocurrió en el Teatro Real, cuando yo ya tenía mi butaca de abono. Un buen día se acercó a mí un individuo de talla gigantesca y me dijo de malos modos: —Esa butaca es mía. Haga usted el favor de levantarse. Intenté sacarle de su error pero él insistió: —¡Si no se levanta usted lo levanto yo! Estuvimos a punto de llegar a las manos y cuando acabó la representación intercambiamos las tarjetas y, después, yo le envié a mis padrinos para concertar el duelo. Aquella noche apenas pude dormir pues, aunque por las estadísticas de duelos no veía muy probable mi muerte, no podía por menos de acordarme del ilustre matemático francés Evariste Galois. Galois murió a la temprana edad de 20 años, desangrado en un hospital, como consecuencia del disparo en el estómago que recibió en el transcurso de un duelo. La noche anterior al duelo la dedicó a escribir en sesenta páginas su teoría de la resolución de ecuaciones que tardaría más de 50 años en empezar a ser comprendida. Sobre esta teoría versaron las lecciones que impartí en la Escuela de Estudios Superiores del Ateneo a partir de 1896. En mi caso, el asunto del duelo no fue a más ya que al día siguiente el energúmeno ofreció todo tipo de disculpas a mis padrinos para que me las trasladaran. **** Mi afición al teatro es incluso anterior a la de la música pero quizá no me habría dedicado a escribir dramas si no se me hubiera considerado irremplazable como profesor de la Escuela de Caminos.


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Porque, ¿qué habría sido de mi vida si se me hubiera dado licencia para dedicarme a mis clases particulares, o para trabajar en la construcción de los caminos de hierro de Italia cuando fui invitado a ello por el marqués de Salamanca?. Yo acepté encantado pero mis superiores dijeron que la Escuela no podía prescindir de mis servicios. Tampoco cuajó el proyecto ideado por mi amigo el ingeniero Brookman, que entusiasmó a Salamanca y para el que pidió mi colaboración. Estaba yo entonces en Londres, comisionado para estudiar el ramo de ingeniería en la Exposición Universal y tuve que desplazarme urgentemente a París. El proyecto consistía en una vía que se lanzaría por el fondo del estrecho y sobre ella correría una especie de torre con una plataforma. Esta plataforma recogería el tren en

Francia y, movida por unas enormes hélices lo transportaría a la costa de Inglaterra. Lo cierto es que seguí de profesor de la Escuela de Caminos, dando clases de estereotomía, de mecánica y de hidráulica, además del cálculo diferencial e integral y la geometría descriptiva. Hasta la revolución del 68, en que fui nombrado Director de Obras Públicas. Según mis cálculos el estado español está en deuda conmigo en un capital de, al menos, diez millones de reales, que es lo que dejé de ganar entonces. No negaré que, al margen de la cuestión económica, me habría gustado intervenir de forma directa en los logros alcanzados por la ingeniería del pasado siglo. El tren ha acercado las ciudades entre sí de forma inimaginable para otras épocas. El tranvía eléctrico circula por nuestras calles y el metropolitano subterráneo, también electrificado, se impone en las grandes capitales. Hasta las mismas viviendas llegan el agua, el gas y la electricidad. Etcétera, etcétera. Un gran avance no siempre exento de riesgos. ¡Acordémonos del hundimiento del tercer depósito del Canal de Isabel II hace pocos años en el que murieron tantos obreros!. Yo mismo elaboré un dictamen concluyendo que el fallo del nuevo material, el hormigón armado, no era previsible y que el hundimiento había que achacarlo a una ola de calor insólita en aquella época del año en Madrid.

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Sólo un crimen puede cometer el artista, uno solo: no producir emoción estética, pero este crimen no tiene perdón, siquiera la obra sea un dechado de sabiduría o un derroche de virtudes. Federico Chueca, el querido compositor, escribió estas palabras de felicitación cuando se me concedió el premio Nobel: «Me congratulo de ver premiado en vida al que me ha hecho sufrir, al que me ha hecho reír, al que me ha hecho llorar.» Yo también me he emocionado con su música. Cuando escucho la marcha de la Constitución de «Cádiz», la zarzuela inspirada en el episodio nacional de Pérez-Galdós, no puedo dejar de acordarme de las Cortes Constituyentes del 69 y de esos años de intensa actividad política, años en que la política lo absorbía todo.

**** Pero, por otra parte, reconozco que el teatro me ha dado las mayores satisfacciones. Y no pienso sólo en la concesión del premio Nobel, no, sino en el favor del público que es lo que de verdad me animaba a seguir escribiendo. Por aquí tendré alguna crítica. Ésta… de Enrique Sepúlveda sobre el estreno de «Mariana» en el teatro de la Comedia con la inigualable María Guerrero en el papel principal: —Coge el papel de la crítica— «Hay en Mariana un acto segundo COLOSAL…, todo el auditorio decía: este acto debía repetirse íntegro ahora mismo, aunque cortase la marcha de la obra, porque sabe a poco no oyéndolo más que una vez. El público en masa, subyugado, deslumbrado, pero entiéndase, por un brillo de oro de ley, no tuvo paciencia para más, y en ese mismo acto obligó a salir a escena a D. José una porción de veces. ¡Qué bellezas, qué intención, qué gracia,…, qué obra tan hermosa, en fin! El corazón humano no tiene secretos para D. José.» He sostenido, y sostengo, que el objeto fundamental del arte es la belleza, o de otro modo, que si el artista no engendra emociones estéticas, será cuanto se quiera, santo, sabio, filósofo, sociólogo, político, filántropo, nihilista, pero no será ni artista, ni literato, ni poeta.

*Suena la Marcha de la Constitución de «Cádiz» de Chueca Así es, debuté como diputado en las constituyentes del 69 y, ya como ministro de Fomento, fui a Cartagena con la Comisión creada para recibir a Amadeo de Saboya. De su breve reinado recuerdo especialmente la aprobación en las Cortes del 72 de la abolición de la esclavitud. Los conservadores se opusieron ferozmente, acusándonos de estar vendidos a Inglaterra con el fin indudable de arruinar la isla de Cuba. Pronto, con la caída de Don Amadeo no quedó en España otro poder legal que las Cortes. Yo formaba parte de la Comisión Permanente crea-


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da por las constituyentes federales cuando una noche la milicia republicana irrumpió en el Congreso y nos disolvió. Acudió en nuestro auxilio Don Emilio Castelar y con él salí del Congreso, pero me reconocieron algunos de entre el gentío que estaba fuera y comenzaron a gritar enfurecidos: ¡Que se escapa uno de la comisión! Bien puedo decir que Don Emilio me salvó la vida pues consiguió contener a la muchedumbre y me escoltó hasta la puerta del Casino de donde, tras otras vicisitudes, pude salir camuflado con una capa y un sombrero hongo al callejón del Perro. Luego vino la emigración a París y, más tarde, el regreso para hacerme cargo del Ministerio de Hacienda desde donde fundé el Banco de España y así conseguimos evitar la bancarrota que amenazaba a nuestro país. **** A Emilio Castelar le había conocido años antes en el Ateneo, ese verdadero templo del saber. Allí, con sus lecciones sobre los cinco primeros siglos del cristianismo, Castelar ponía la nota más brillante, la nota más sublime. Las opiniones contrarias y las disputas previas a la conferencia desaparecían cuando empezaba a hablar y ya no se oía más que esta frase: ¡Sí, es prodigioso, prodigioso! ¡Sí, es admirable, admirable! No podía imaginar yo que pasados los años el insigne orador habría de salvarme la vida. Como tampoco podía imaginar que iba a ser él el encargado de contestar a mi discurso de recepción en la Academia de la Lengua. Bien es verdad que en ésto se demoró un poco pues pasaron doce años desde la fecha en que fui elegido, pero en su discurso no escatimó elogios hacia mí, calificándome de verdadero genio, sobresaliente en amplios dominios del espíritu. Genio o no, la realidad es que la vida me ha obligado a desarrollar actividades diversas. Como político fui leal, sincero, y, a veces, político ardiente. Reconozco que la política es necesaria y un elemento de progreso, pero nunca encontré

en ella ese placer íntimo que las matemáticas y la literatura me producían. **** Siempre he amado la paz y la tranquilidad y hoy en día mis ocupaciones son sencillas: unas horas en el despacho de Tabacalera, un tiempo para leer y estudiar y un tiempo para escribir mis artículos y trabajos que dicto al escribiente para no precipitar mi dolencia de cataratas. Busco la calma, una calma como la que fluye de esos valses poéticos del malogrado Enrique Granados.

*Suena el Vals Lento de los Valses Poéticos de Granados ¡Ah!, si la vejez no trajera consigo la placidez del vivir ¿qué premio fuera suficiente para consolarnos de la juventud y de la vida gastada en luchas y desvelos? El mayor desconsuelo es contemplar cómo los años huyen sin que la tranquilidad llegue. Y, en el sosiego de mi vida actual, aún puedo escuchar el eco de aquellas palabras que pronuncié, tiempo ha, con motivo de una solemne ocasión y que resumen el afán de una vida: creo en la belleza, como creo en la verdad, como creo en el bien. **** Ha llegado la hora del paseo. Después seguiré con la lectura. Fin del viaje musical. ● Las fotografías con alegorías corresponden a las existentes en el Salón de Actos del Ateneo.

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José Echegaray Eizaguirre

Alejandro R. Díez Torre

Responsable de Grupo de Investigación Frontera Global de la UAH

Un giro científico de entresiglos: ajuste y anticipaciones, matemática y técnica, desde el Ateneo de José Echegaray y Leonardo Torres Quevedo 1. José Echegaray y Leonardo Torres Quevedo: dos generaciones científicas en el Ateneo de la Belle Époque on la inauguración de su sede actual de la calle Prado, el Ateneo de Madrid concentró desde 1884 un número de sectores científicos, literarios y artísticos, que dieron el tono de una nueva época a los debates y el quehacer intelectuales, de los círculos de la capital en plena Restauración en España. Los afanes de regeneración científica, pronto alcanzaron en la docta casa una intensidad y unos aires de novedad, que la hacían al mismo tiempo sintonizar con una Europa creativa y dinámica, y con la inquietud cultural de un país soñando con regenerarse. Fue así como el Ateneo cumplió los fines para los que había sido creado seis décadas antes, entre élites científicas y literarias de la España liberal del primer tercio del siglo XIX. Pero con las nuevas instalaciones de un edificio recién inaugurado en la calle del Prado, 21; con un marco físico lleno de significados y referencias culturales, los debates ateneístas dieron paso a un sólido trabajo científico de generaciones sucesivas, hasta alcanzar un nivel académico singular y de estudios avanzados en los años de 1890. Sin embargo el Ateneo de Madrid había descrito un larga trayectoria ya, en ascenso desde mediados del s. XIX en su modesta sede de la calle de la Montera, 22. A cuya vieja casa fueron atraídos por la actividad de sus cátedras —algunas anticipándose a su dotación en la Universidad Central— y de sus secciones —en especial, desde 1860— donde concurrieron crecientemente jóvenes estudiantes y recién graduados profesionales, sugestionados por sus debates: como los círculos de filósofos krausistas, los jóvenes librecambistas o los científicos natura-

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listas, que darían oportunidad a la incorporación de nuevas ideas y corrientes europeas del momento. Aquellas nuevas generaciones del Ateneo poblaron los cursos de sus cátedras, dieron calor dialéctico a las conferencias y debates y siguieron con pasión romántica los ciclos, tertulias y veladas desde los años de 1840 hasta principios de los años de 1860. Y allí se encontraron -cuando estaba en su mitad aquel siglo- inquietos estudiantes y recién graduados de provincias, como Benito Pérez Galdós, que comenzaron a frecuentar el viejo caserón ateneísta de la calle de la Montera, con profesionales, políticos e intelectuales que serían figuras prominentes del último tercio del s. XIX, como Segismundo Moret, Rafael M.ª de Labra, Gabriel Rodríguez, Juan Facundo Riaño, Manuel Becerra, Joaquín Sanromá o José Echegaray. Manteniendo así el fenómeno social masivo de un Ateneo que iba tomando solidez y solera, al mismo tiempo que era ya centro dinámico y novedoso que atraía masas inquietas. José Echegaray lo recordó, al evocar –en 1912- aquellos lejanos días de estudiante en el Ateneo de 1848 y 1853: “La vida del Ateneo era una vida febril; las discusiones públicas, en que reinaba una libertad absoluta; las conferencias que se sucedían casi sin interrupción (…). El Ateneo se llenaba de gente; en la sala materialmente no se cabía; el pasillo estaba macizo, y maciza estaba aquella modesta escalera destinada al público, que tantas veces había subido yo cuando estudiante, porque quizás hace ya cerca de ‘sesenta’ años que asisto al Ateneo; no creo que viva en la actualidad ateneísta más antiguo” 1 Cfr. en Antón del Olmet, Luis y García Carraffa, Arturo: Echegaray. Grandes españoles, Madrid, Impr.ª Alrededor del Mundo, 1912: 55-56.

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Foto de Kaulak, Blanco y Negro, con motivo del fallecimiento de J. Echegaray, 17 septiembre 1916

José Echegaray recordaba así sus primeras impresiones, de un centro intelectual que volvería a frecuentar después de 1854, con su vuelta a Madrid y su destino —ya en marcha la revuelta militar y la ruptura liberal del bienio progresista— en la Escuela de Ingenieros de Caminos, como profesor los siguientes quince años. Época en la cual su trabajo en las secciones del Ateneo fue tan fructífero, como su trabajo profesional: impartiendo clases en su cátedra de estudios de Ingeniería, así como su labor de publicista y periodista; tanto cómo su incursión en temas económicos y su adscripción –como una parte de sus colegas en Caminos- al movimiento librecambista de las teorías liberales en boga. Precisamente, como consecuencia de estas inquietudes, Echegaray recalaría desde mediados de los años de 1850 y la década siguiente, en tres secciones ateneístas: las de Ciencias Morales y Políticas; de Ciencias Exactas y de Literatura. Y así como participó en un número de reuniones y mítines librecambistas en el Ateneo y la Bolsa, en la docta casa inauguró sus exposiciones con una conferencia sobre Astronomía, que le dejó vivos recuerdos. Mientras dirigía en Madrid El Economista con su colega en la Escuela de Caminos, Gabriel Rodríguez, en el Ateneo José Echegaray iba adquiriendo un esplendido aprendizaje como orador, así como polemista, profesor e integrante de tertulias. Aspectos todos ellos de su vida ateneísta que desarrolló años antes de su incorporación como joven académico —con treinta y dos años— a la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales: para la que

fue elegido en 1865 y se incorporó en 1866, con un discurso famoso —por lo polémico: un documento clave de la segunda “Polémica de Ciencia” española— sobre “Historia de la Matemática en nuestra España”. Una ciencia ésta a la que Echegaray dedicaría tiempo y desvelos —siendo como fue su gran vocación personal— antes de otras vertientes y urgencias de momentos sucesivos, bajo imperiosas circunstancias: como el periodismo, la economía, la política o la escena literaria (en diversas facetas: comenzando por otro gran impulso de toda su vida, el teatro; además de la poesía, la narración y el relato autobiográfico). Pero su estreno como académico de la Academia de Ciencias, trajo consigo una estela de pronunciamientos, reacciones, reproches y rectificaciones que, sin haberlos pretendido o entrevisto, para Echegaray marcaron un hito en sus recuerdos institucionales y culturales de aquellos años. Al evocar su participación en tareas ateneístas de aquellos años en la docta casa, Echegaray valoró especialmente la gran fluidez generacional que vivieron en el Ateneo las generaciones intelectuales del s. XIX. Como el propio Echegaray afirmó, “los viejos y los jóvenes marchábamos en buena armonía, y aún en la prensa pocas veces se prescindía de los respetos que la edad y la buena educación exigían”2; y para la juventud avanzada e intelectualmente inquieta de la mitad del siglo, aquellas virtudes y receptividad intergeneracional expresaba bien una nueva disposición institucional de carácter académico, que el Ateneo o la Bolsa reunían frente a otras instituciones menos adaptadas o flexibles. Como valoraba el propio Echegaray en su treintena, los modelos que representaban en una sección como la de Ciencias Morales, sus presidentes, los veteranos N. Pastor Díaz, S. de Olózaga, o bien sus oradores “mas gloriosos” de aquella época, Fermín Gonzalo Morón o Emilio Castelar. 3 Pero en la seAntón del Olmet, L. y García Carraffa, A.: Echegaray; op. cit.: 50-51. 3 Ibíd.. 52. Echegaray evocaba las míticas “Lecciones sobre los cinco primeros siglos del Cristianismo” de Castelar en el Ateneo: “Todavía me parece que le veo [comentaba Echegaray a sus ochenta años] en el momento de ir a dar una conferencia, atravesar por entre la muchedumbre compacta que llenaba pasillos y salones, el salón de lectura y la biblioteca. Y tras él, y agarrado a él, a Nicolás María Rivero; y formando cola y aprovechando el surco abierto, sus amigos más íntimos. Canalejas, Alzugaray, Morayta y otros cien; que la mayor gloria, por entonces, era ser amigo íntimo de Castelar. El que no oyó a Emilio Castelar en aquellas lecciones, no le ha conocido en el apogeo de su elocuencia. (…).” 2

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José Echegaray Eizaguirre

gunda mitad de los años 1860, José Echegaray no solo había madurado sus aportaciones sociales –como periodista, economista o divulgador así como activista librecambista- sino también como ateneísta –conferenciante; orador; pero también tertuliano y polemista- aunque mantuviese alta su dedicación como académico y matemático: con sus obras de 1863-70, del discurso académico sobre la Historia de las matemáticas puras en nuestra España; su Introducción a la geometría superior –con el traslado a España del sistema geométrico de M. Chasles- su Memoria sobre la teoría de los determinantes; La termodinámica o su Introducción a la teoría matemática de la luz (estas últimas aportaciones, mientras asentaba Echegaray su carrera política como ministro de Hacienda). En las décadas siguientes, hasta el traslado a su nuevo y espléndido marco de la calle del Prado actual, el Ateneo de los años 1870 y 1880 vivió experiencias contrastadas de sus generaciones anteriores, durante el sexenio democrático y la restauración borbónica. En un Ateneo que se acostumbró a tener presidencias compartidas o alternativas al gobierno de la nación, con un espacio consolidado de libre discusión y aclimatación de corrientes nuevas, sus socios —veteranos y jóvenes— vivieron durante los años de 1860 y 1870 una auténtica revolución intelectual y una eclosión de estudios científicos y saberes nuevos. De forma que la sintonía con la marcha europea de la época fue en el Ateneo más precoz y perfecta, respecto a otros centros superiores y profesionales; al nutrirse de los círculos más inquietos y experimentados de la cultura, el pensamiento y la ciencia (no en vano, en el Ateneo y en la recién constituida Institución Libre de Enseñanza, tuvieron refugio y un gran predicamento, profesores y estudiosos represaliados de decretos gubernamentales de vigilancia e intolerancia académicas, del conservador régimen de la Restauración: desde los decretos del ministro Orovio y otras medidas de Instrucción Pública, de 1875 a 1881 especialmente). José Echegaray dejaba entonces la política — casi cerraba su perfil ministerial y hacendísticopara entregarse a su faceta físico-matemática desde 1883: se difunden sus Teorías modernas de la Física; o en 1887, sus Disertaciones matemáticas sobre la cuadratura del círculo, con el método de Wantzel para la división circular; o bien, cultivar su faceta divulgadora, desde 1893-94 y de sus enseñanzas matemáticas de la Escuela de Estudios Superiores ateneísta, desde 1896

(con sus lecciones sobre ecuaciones y teoría de Gaulois, en 1896-97; o funciones elípticas, del curso 1898-99, mientras Echegaray es elegido presidente del Ateneo; o sobre ecuaciones y ecuaciones lineales hasta 1905); apareciendo sus cursos de Resolución de ecuaciones y teoría de Galois, entre 1897 y 1902. Pero sin dejar de representarse especialmente su obra teatral — en el periodo 1884/92, José Echegaray escribe y representa hasta cinco dramas o comedias por año— que le llevaría al Nobel de 1904. Mientras en la Sección ateneísta de Ciencias, destacados socios científicos del periodo de 1884-96, discutieron y aclimataron saberes especializados; bajo presidentes como el bioquímico Laureano Calderón, el botánico Máximo Laguna, el médico Alejandro San Martín, el bioquímico Rodríguez Carracido o el histólogo y neurocientífico Ramón y Cajal, el carácter y acreditación científica del Ateneo experimentó ascensos acusados. En especial, desde el curso sobre Creación Natural, en el curso 1889-90 hasta 1896 y la presidencia de su Sección de Ciencias por Cajal o la instauración en el propio Ateneo de la Escuela de Estudios Superiores, en 1896. (También con otros eventos de gran relieve, que situaron al Ateneo en el centro de atención cultural, como los cursos de revisión contemporánea de la Historia de España, entre 1885 a 1887; o la preparación del Centenario de América, en los cursos de 1891-92; o sobre el “Problema Económico”, entre 1893-94). Hacia aquel brillante Ateneo se sintió atraído desde una década antes un joven ingeniero de Caminos, Leonardo Torres Quevedo: quien ya asistía como socio en 1886 —después de sus primeros tanteos como imaginativo inventor en tierras santanderinas y vascas— y se incorporó a las tareas de gestión de la docta casa: presentándose y siendo elegido contador de su Junta de Gobierno, en 1887-88. El joven ingeniero quedó entonces fascinado, no solo por el brillante curso de discusión científica que se vivía en la institución, sino también la intensísima vida cultural y de encuentros —de tertulias y veladas— en las que la figura y la presencia de José Echegaray, como tertuliano y asiduo ateneísta le deslumbró, según confesó décadas después, en 1932. Echegaray ya en la cumbre de la gloria teatral, también desplegó en aquel Ateneo de la Belle Époque sus facetas humanistas, a la par que científicas: con una actividad destacada en conferencias, tertulias y veladas literarias (en una sección como la de Literatura, bajo presidencias del propio Echegaray, en 1884-85 Me-


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Leonardo Torres Quevedo 1852-1936

Aritmómetro electromecánico de Torres Quevedo, precedente de la calculadora. 1905 néndez Pelayo, en 1886-87 o Juan Valera, entre 1888 y 1890; que corrieron paralelas al ascenso de Echegaray y su enorme éxito, nacional e internacional como creador teatral con un perfil científico destacado). Aunque la participación de los ingenieros y científicos era destacada también desde aquellos años en otras secciones ateneístas: como fue el caso del ingeniero y matemático —pero también arqueólogo, descubridor de Numancia en sus trabajos de inicios de los años de 1860, en las vías de comunicación de Soria; e igualmente figura de orientalista de referencia en las siguientes décadas, como consumado arabista— Eduardo Saavedra, al presidir la Sección de Ciencias Históricas ateneísta en la nueva sede de 1884 a 1886; o bien, de Laureano Figuerola, disertando sobre alteraciones económicas de los hombres políticos, el marzo de 1888; y Gabriel Rodríguez, sobre la reacción proteccionista en España por aquellas mismas fechas, entre otros temas. Las trayectorias de dos ingenieros de formación, Echegaray y Torres Quevedo, desarrollaron en aquel Ateneo recorridos de gran presencia y gravitación científica, distantes veinte vitales años entre ambos, con intereses y dedicación profesional diferente, aunque coincidentes en la

misma asociación y afán ateneísta, desde fines de la década de 1880 y en otras asociaciones y academias. El más joven matemático Torres, siempre vente años por detrás, se sintió atraído por el que consideró su “maestro”, el matemático Echegaray. En efecto en la línea vital, Torres Quevedo nació 20 años después que Echegaray; curso estudios de Ingeniería entre 1871 y 1876, como su admirado Echegaray se hizo ateneísta diez años después; y accedió a la Real Academia de Ciencias Exactas Físicas y Naturales cuando Echegaray la presidía, ingresando con un discurso de recepción el 19 de mayo de 1901. Accediendo a la presidencia de la misma, Torres Quevedo rindió homenaje a su maestro en el centenario de su nacimiento, en 1932; para morir cuatro años después —y veinte años justos de desaparecer Echegaray— en 1936, con los mismos años que su mentor, 84 años. Pero entre ambos, el cultivo la ciencia matemática pura fue la predilección de José Echegaray, mientras que la aplicación práctica de la matemática a los desarrollos tecnológicos y la automática, fueron los intereses y la aportación esencial de Torres Quevedo, en el nuevo panorama de la especialización científica de las primeras décadas del s. XX. El ingeniero Torres Quevedo participó desde 1886 en tertulias y debates o pre-

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Dirigible Torres Quevedo (con la cabina en tierra, junto al público) antes del vuelo en 1909

Vista de la primera tripulación civil, en cabina inferior del dirigible Torres Quevedo, 1909 sentaciones ateneístas, entre las que concurrían destacadas personalidades, como la del matemático y dramaturgo José Echegaray. Aunque en ambos casos de ingenieros y matemáticos, su inscripción y trabajo en el Ateneo científico, respondieron también en parte a sus propias inclinaciones de humanistas, no operó al margen de otras facetas culturales destacadas en la docta casa, desde el primer momento: como oradores y participantes activos en sus debates, cursos y tertulias; tanto como cultivadores de la novedad y la sensibilidad hacia corrientes literarias o artísticas. Como fue el caso de Echegaray, presidiendo una clásica Sección ateneísta como la de Literatura, en el curso 1884-85 de la inauguración de la sede ateneísta en su singular edificio y cátedra de la Calle del Prado, 21. O bien Leonardo siguiendo pasos de su maestro Echegaray, y presentándose a elecciones en la docta casa: siendo elegido contador de su Junta de Gobierno, en el curso 1887-88; así como presidente de la Sección de Ciencias ateneísta, en 1905-06. Es de señalar que ambos ingenieros y matemáticos, trabajaban en la sede ateneísta, donde se cultivaban con afán las novedades científico-

naturales y técnicas, en una época de transformación de disciplinas científicas y de aclimatación de especialidades nuevas. Y siempre en sesiones del más alto interés en novedades y métodos o alcances científicos. Como por ejemplo, en el curso de 1884-85, las siete sesiones de discusión general en la Sección ateneísta de Ciencias Físico-naturales, de la profilaxis anticolérica y la llamada vacuna Ferrán contra el cólera; las exposiciones de científicos como José R. Carracido sobre el estado de ciencias como la Biología (21 de enero de 1885); de Laureano Calderón —con datos y experiencias de primera mano, en sus estancias científicas recientes— sobre la Universidad en Alemania (4 de febrero de 1885); Enrique Fernández Villaverde, sobre la navegación aerostática (marzo de 1885); o en el curso 1886-87, las sesiones dedicadas igualmente en la misma Sección de ciencias ateneísta sobre aplicaciones de las matemáticas a las demás ciencias (seis sesiones, desde 17 de enero a 18 de junio de 1887). En marzo de 1889, apenas un año de su invención, ya era presentado en el Ateneo, el 19 de marzo de 1889 el submarino del inventor Isaac Peral. Mientras que en una


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Sección de Ciencias presidida —o dinamizada— por el bioquímico Laureano Calderón, entre 1890 y 1892 marcaba un hito entre distintos especialistas en el Ateneo, al debatir vertientes nuevas de la historia de la Creación Natural. Así como con creciente expectación en aquella Sección ateneísta de Ciencias, distintos especialistas debatían en el curso 1893-94 sobre el concepto de investigación experimental en España; o bien rendían homenaje póstumo —el 19 y 16 de marzo de 1894— a Laureano Calderón ya desaparecido; mientras el urbanista Arturo Soria disertaba sobre el desarrollo urbano de Madrid, a través de un nuevo sistema de urbanización proyectada en la llamada Ciudad Lineal, el 14 de mayo de 1894. En octubre de 1894 inauguraba el curso académico de la docta casa su presidente, Segismundo Moret, con un discurso sobre “El Ateneo de Madrid en la vida científica de España” y dos cursos después, el propio Moret inauguraba en la sede ateneísta la Escuela de Estudios Superiores. Así es que, pese a estar fraguándose en años anteriores la formación de un proyecto de Escuela de Estudios por especialidades —e incluso se llevaron a acabo trabajos en ese sentido, sin poder cuajar la idea, por diversas razones4— finalmente tuvo lugar la creación de la Escuela de Estudios Superiores del Ateneo de Madrid en el curso 1896-97. Iniciándose sus actividades el 25 de octubre de 1896, después de la iniciativa del presidente ateneísta Segismundo Moret; y presentado el proyecto por el mismo en junta general a los socios, quienes lo acogieron con entusiasmo y fue aprobado por unanimidad. El nuevo centro contó desde el principio con el apoyo de los ateneístas Cánovas del Castillo (presidente del Consejo de Ministros) y Rafael Conde y Luque (Director general de Instrucción Pública, en el Ministerio de Fomento); y se gestionó en la Comisión de Presupuestos del Congreso la inclusión en el M.º de Fomento de una partida para aquella Escuela de 50.000 pts. que fue aprobada sin discusión. El Ateneo pidió —y esperaba— el concurso de sus socios y expertos externos, para la organización de enseñanzas; confeccionándose un Reglamento de los Estudios Superiores. Pasando a disponer de un brillante plantel de profesores, sobre los que descansaban la impartición de cursos y materias de: medicina, ciencias exactas, físicas y naturales, ciencias morales y 4 Cfr. en Memoria leída por el Secretario Primero del Ateneo D. José Victoriano de la Cuesta, Madrid, 1896: 32.

políticas, ciencias históricas y literatura, filosofía y bellas artes y ciencias militares. Durante una decena de años, entre 1896 y 1907, en aquel centro impartieron enseñanzas superiores las figuras más representativas de la cultura científica y humanística de la España del momento. Aunque no es adecuado citar la lista completa de profesores de aquel brillante centro, entre el plantel de profesores de aquella Escuela de Estudios Superiores ateneísta impartieron enseñanzas —sobre medicina, ciencias exactas, físicas y naturales, morales y políticas, históricas, filosóficas, etc.— estuvieron: Leopoldo y Genaro Alas; Adolfo Álvarez Buylla; Manuel Antón; Ricardo Becerro de Bengoa; Ignacio Bolívar; Julio Cejador; Emilio Cotarelo y Mori; Manuel B. Cossio; Joaquín Costa; Pedro Dorado Montero; Manuel Sales y Ferré; Rafael Salillas; Ricardo Velázquez; José Rodríguez Mourelo; José Rodríguez Carracido; José Echegaray; Antonio Flores de Lemus, Ramón Menéndez Pidal; Emila Pardo Bazán; etc. En Medicina, Santiago Ramón y Cajal dio, por ejemplo, un curso sobre “Estructura y actividad del sistema nervioso“ (221 alumnos), en el que expuso sus últimas investigaciones, que diez años después le llevaron al Premio Nobel.5 O bien, Luis Simarro, sobre “Psicología Fisiológica” (167 alumnos); José Echegaray, sobre “Resolución de las ecuaciones de grado superior y teorías de Galois” (122 alumnos), que traba —por primera vez en España— las ideas algebráicas modernas; Eduardo Saavedra, trató la “Historia de las Matemáticas desde su origen hasta la época de Newton”; en física, José M.ª Madariaga daba un curso sobre “Electricidad y magnetismo” (235 alumnos); o Manuel Antón explicaba un curso sobre “Antropología de España” (mientras, desde la Sección de Ciencias Naturales tenía lugar en 1902, la encuesta nacional sobre “costumbres populares españolas, sobre nacimiento, matrimonio y muerte”); al tiempo que Adriano Carreras explicaba su curso sobre el “Desarrollo y estado actual de la Química teórica” (109 alumnos) y el curso de cosmogonía general evolucionista de Daniel Cortázar, sobre “Evolución general en los reinos orgánico e inorgánico” (63 alumnos) y León y Ortiz daba otro sobre “Mecánica cesleste o sistema del mundo” (79 alumnos), como introducción a la astronomía moderna.6 5 Vid. Díez Torre, Alejandro R. (ed.): Cajal y la modernidad. Cien años del Nobel de don Santiago Ramón y Cajal, Madrid, Ateneo de Madrid-Fundación BBVA, 2008. 6 Vid. las distintas Memorias de los cursos de la Escuela de Estudios Superiores del Ateneo de Madrid, impresas

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En el infausto año del Desastre colonial de 1898, José Echegaray llegó a presidir el Ateneo e inauguró sus trabajos para el curso 1898-99 con un significativo discurso, acerca “de lo que constituye la fuerza de las naciones”. Y entre otro contenido, el discurso tenía un claro mensaje científico; justamente por los años en los que Leonardo Torres Quevedo, entre los dos siglos en un ascenso destacado de científico y tecnólogo, como investigador de aplicaciones con proyección internacional, desarrolló en aquel Ateneo un perfil excelente de inventor y de impulsor científico. El ingeniero Torres Quevedo, que había inscrito su primera patente de un prototipo de funicular o transbordador colgante en 1887, en 1893 presentaba a la Academia de Ciencias una memoria sobre máquinas algebraicas, que fue informada en la misma por José Echegaray —y editada en Bilbao, en 1895— antes de presentarse en ese mismo año en el congreso de Burdeos de la Asociación Francesa para el Progreso de las Ciencias. Mientras patentaba su trasbordador en 1896 y construía un prototipo para 14 personas, que ensayaba en el Monte Ulía, Torres Quevedo escribía su trabajo de orientaciones en grandes poblaciones, como indicadores coordinados7. Pero en menos de cuatro años, el mismo científico presentaba en la sesión inaugural de la Sección de Ciencias del Ateneo de Madrid su trabajo “Sobre la utilidad del empleo de ejemplos mecánicos en la exposición de algunas teorías matemáticas”, el 19 de noviembre de 1900. Poco después era recibido en la Real Academia de Ciencias, el 19 de mayo de 1901 con un discurso sobre máquinas algebraicas o la solución al cálculo mecánico; mientras informaba sobre sus prototipos de máquinas de calcular y algebraicas, así como su invención del mando a distancia o “telekino”, en sendas memorias a la Acadèmie des Sciences de l’Institut de France, en 1901 y 1903 (patentado este año en G. Bretaña, Francia y EE.UU.; pese a que Torres tuvo que reclamar, aún en 1906 en Francia, su prioridad de invención del “telekino” y las experiencias de Antibes). En la Société Mathématique de France, Torres por otra parte había presentado su trabajo de 1901, sobre relaciones entre cálculo

—y consultables— en la Biblioteca Digital del Ateneo: <http://www.ateneodemadrid.com/biblioteca_digital/ index2.htm> 7 Cfr. en L. Torres Quevedo: “Orientaciones en las grandes poblaciones: indicadores coordinados”, en Madrid Científico, 12 de enero de 1896.

mecánico y gráfico.8 Los siguientes quince años serían decisivos, tanto para la culminación —a nivel nacional e internacional— de la figura de Echegaray, como para el despegue como inventor y científico prestigioso de Torres Quevedo. Y en ambos caso, el Ateneo volvió a ser un centro privilegiado para su proyección y preferencias de presentaciones y discusiones científicas. En el trascurso de diez años, de 1905 a 1915, un año antes de su muerte, José Echegaray desempeñó con afán y dedicación placenteras, sus enseñanzas como catedrático de Física matemática en la Universidad Central de Madrid (pronunció el discurso inaugural del curso 190506, con 73 años sobre “La ciencia y la critica”) y engrosando una obra de 10 volúmenes y 4.412 páginas. Pero aquel año, en el ascenso de reconocimiento como inventor y gestor de iniciativas científicas, Torres Quevedo accedía a la presidencia de la Sección ateneísta de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, durante el curso 1905-06. Leonardo Torres abrió entonces la sección científica de la docta casa a la discusión del proyecto sobre un “Nuevo camino a América”: a través de África y el estudio del proyecto de túnel del Estrecho y trayectos combinados, de ferrocarril y ferrys hasta Montevideo y Buenos Aires, proyecto aparecido en las páginas de la revista El Ateneo. 9 Y en esta misma revista en septiembre de 1906 se daba la noticia de presentar el presidente de la Sección ateneísta Torres Quevedo, su patente del prototipo de dirigible trilobulado10. Mientras en la docta casa, Odón de Buen desarrollaba un breve curso de Biología marina, la sección de Literatura, con Francisco Navarro Ledesma de presidente, entre 1905 y 1906 desplegaba en la institución la celebración del III Centenario del Quijote. Pero al año siguiente, el ingeniero y ateneísta Torres daba cuenta a la Académie des Sciences de Paris, nuevas reelaboraciones sobre su invención del “telekino” y la “Telemecánica”; así como en la Academia de Ciencias española, su “sistema de notaciones y símbolos para descripción de las máquinas” (notaciones y símbolos que debían facilitar descripciones mecánicas).11 8 Cfr. en “Sur les rapports entre le calcul mécanique et le calcul graphique”, Extrait du Bulletin de la Societé Mathématique de France, T. XXIX, 1901. Así como Machines à calculer. Memoires présentés par divers savants à L’ Académie des Sciences de l’Institut National de France, t. XXXXII/n.º 9; Paris, Impr. Nationale, 1901. 9 Vid. Ibíd. 10 Vid. noticia en la revista El Ateneo, septiembre de 1906. 11 Cfr. respetivamente en L. Torres Quevedo: Comptes rendus de l’Académie del Sciences de Paris, 6 mai 1907; y Revista


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Echegaray saliendo del Palacio Real en 19-III-1905, con motivo de su homenaje El ajedrecista automático de D. L. Torres Quevedo (vista posterior), 1914

En el Ateneo de la primera década del S. XX, concluyendo su gran experiencia de cursos de extensión universitaria, un veterano ateneísta de la generación de Echegaray como Amós Salvador presidía una sesión experimental de extensión universitaria, de medición de la velocidad de la luz “recogida literalmente por medio del dianemólogo (último invento de Torres Quevedo)” en el Ateneo, el 28 de junio de 1907.12 De forma que el propio ingeniero y matemático, que frecuentaban tan asiduamente la docta casa, presentaban o discutían en ella sus hallazgos y problemas científicos; mientras Torres desarrollaba experimentalmente prototipos como el dirigible semirrígido —propiciando un avance fundamental en la navegación aérea, antes del rendimiento práctico de los aviones en recorridos sostenidos—; sino que con su Centro de Ensayos de Aeronáutica (1904) primero y su Laboratorio de Automática después (1907), desde 1911 Torres Quevedo se convirtió en el iniciador de esta rama tan prometedora como la automática, en el desarrollo material del s. XX.13 de la Real Academia de Ciencias, tomo IV (1907): 429 ; y publicación en folleto, vid. L. Torres Quevedo: Sobre un sistema de notaciones y símbolos destinados a facilitar las descripciones de las máquinas, Madrid, J. Palacios, 1907; 19 p. 12 Cfr. en rev. El Ateneo, 1907 (I): 266; 357 y 533. 13 Una lista de aparatos debidos a L. Torres Quevedo aparecen en anexo a su disertación de 1916: “Aparatos para el cálculo de las raíces reales de una ecuación trinomia de cualquier grado” (y otro para el mismo cálculo sin Husillos: prototipo para ensayo de aritmóforos y trenes

2. Echegaray y Torres Quevedo, dos ingenieros ateneístas en el asociacionismo y la vanguardia científicas

No obstante la adquisición de una reputación nacional, la personalidad científica de ambos ateneístas, Echegaray y Torres, como en otras figuras de la ciencia española del momento, ganaron un prestigio y una proyección internacional destacados desde finales del s. XIX y comienzos del XX. Y en ambos científicos —en su etapa terminal Echegaray; en su culminación, Torres— también en instituciones académicas y a través de la JAE (Junta de Ampliación de Esexponenciales); “husillos sin fin”, un modelo de demostración y otro de experimentación; “construcción de una equipolencia de segundo grado”; “máquina algebraica” (aún en construcción); “sintetizador de movimientos” y de construcción de la fórmula y’=dy/dx; “telekino del Frontón Beti-Jai”, (uno para señales largas y breves; otro de botes, para señales breves, en Casa de Campo y Bilbao); “aritmómetro electromecánico”, de demostración; “multiplicación automática” de demostración; “autómata aritmético” (aún en construcción); “jugador de ajedrez”; “modelo de transbordador del Niágara”. Cfr. en anexo al discurso de L. Torres Quevedo en la Academia de Ciencias en 1916.


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tudios) y otras asociaciones, destacaron su implicación institucional y asociativa en la conocida “cajalización” de la ciencia española: en su decisivo proyecto de internacionalización científica de la misma. Echegaray había sido nominado académico en 1865 e ingresó tempranamente en la Academia de Ciencias en 1866; pero Torres Quevedo lo hizo en la misma en 1901, cuando era presidida por José Echegaray. Ambos pertenecieron a Asociaciones específicas, como la Asociación Matemática española, o la Sociedad Española para el Progreso de las Ciencias, fundada y con sede en el Ateneo en 1908; así como integraron los primeros equipos científicos de la JAE —Echegaray en su Junta directiva; Torres en uno de sus laboratorios, el de Automática— y contribuyeron al prestigio científico español en el extranjero. No obstante, hay que precisar que en la actividad asociativa y el reconocimiento institucional, Echegaray cumplió su papel de anticipador y gestor científico: capaz de arropar el éxito y la recepción institucional de los proyectos de ingenieros y discípulos como Torres y otros y las nuevas generaciones científicas, al informar en memorias decisivas con su respaldo académico; así como divulgar precozmente los resultados de los experimentos e inventos como los de Torres Quevedo.14 Pero este inventor ateneísta recibió el reconocimiento en el Ateneo y en otras instituciones, hasta recibir la distinción máxima de la ciencia española, como fue la medalla Echegaray, en sesión de la Academia de Ciencias del 12 de marzo de 1916. 15 Al culminar la primera y segunda décadas del s. XX, la generación científica y ateneísta de Echegaray estaba extinguiéndose: en 1901 moría en Madrid el ingeniero atenísta, conocido abogado y catedrático de economía Gabriel Rodríguez Benedicto; en febrero de 1903 también en la capital fallecía el ateneísta, abogado y economista, Laureano Figuerola Ballester; igualmente en la capital y en febrero de 1912 —cuando estaba a punto de cumplir 83 años— moría el ingeniero, también ateneísta, orientalista y matemático, Eduardo Saavedra, al que Echegaray rindió tributo; el siguiente año, 1913, moría también en Madrid Segismundo Moret; en los tres años 14 Vid. a modo de ejemplo, José Echegaray: “Inventos del Sr. Torres Quevedo”, en Ciencia popular, Madrid, 1905 (2.ª ed., 1928): 31-44. 15 Vid. la “Solemne entrega de la medalla Echegaray al Excmo. Sr. D. Leonardo Torres Quevedo”, con un discurso del Excmo. Sr. D. Francisco de P. Arrillaga en la sesión de la Real Academia de Ciencias EE. FF. y NN. del día 12 de marzo de 1916, Madrid, Imp. Renacimiento, 1916.

siguientes, desaparecía el propio Echegaray. Mientras que la generación científica de Cajal se extinguiría a los veinte años: José R. Carracido en 1928, Cajal, en 1934; Torres Quevedo, en 1936; etc. Pero fueron aquellos años anteriores y coetáneos de la Primera Guerra Mundial cuando Torres Quevedo alcanzó su culminación científica: con sus prototipos de mando a distancia, de ajedrecista automático, con la versión más perfeccionada de sus dirigibles aéreos, con su teorización sobre el nuevo campo científico de la Automática y su Laboratorio (desde 1911 en la red de laboratorios de la JAE que estaba configurándose; para los cuales aquel Laboratorio de Automática trabajaba intensamente, en la confección de instrumental y aparatos científicos). Aunque la consolidación científica estaba aún en proceso —como lo evidenciaba el curso en el Ateneo sobre la nueva metodología científica, en 191516— sin embargo tenía pleno funcionamiento: tanto la nueva experimentación avanzada, en los laboratorios de la JAE, como la internacionalización en ciernes de la ciencia española —como en la escuela neurocientífica de Cajal; o la formación becada y carreras investigadoras prometedoras, antes y después de la guerra europea, en centros de prestigio internacional de jóvenes científicos españoles— o el progresivo respaldo y reconocimiento social de la ciencia en España. Algo de lo cual quedaba en evidencia, junto a la propia creación de la JAE, en 1907, en la Asociación para el Progreso de las Ciencias —creada en el Ateneo en 1908 y dirigida por Echegaray— y sus congresos anuales o bianuales; así como podía constatarse en el éxito del citado curso científico del Ateneo en 1914-15, entre otros signos prometedores de renovación científica en España. 17 Torres Quevedo participó en aquellas sociedades científicas y esta Sección ateneísta durante la segunda década del s. XX; lo mismo que lo hizo en congresos científicos como en Buenos Aires en 1910: donde presentó —junto a Santiago Barabino— un proyecto de la Unión Hispanoamericana de Bibliografía y Tecnología científicas

16 Vid. Ateneo de Madrid. Secc. de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales: Estado actual, métodos y problemas de las ciencias, Madrid, Impr.ª Clásica Española, 1916. En distintas ciencias, participaron allí con ponencias especialistas como: J. Rey Pastor; A. Vela; P. Carrasco; B. Cabrera; E. Piñerúa; J. R. Mourelo; J. R. Carracido; J. Gutiérrez Sobral; E. Hernández Pacheco; J. M. Castellarnau; J. G.Ocaña y L. de Hoyos. 17 Vid. Díez Torre, Alejandro R. (ed.): Cajal y la modernidad. Cien años del Nobel de don Santiago Ramón y Cajal, Madrid, Ateneo de Madrid-Fundación BBVA, 2008.


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Matrimonio Torres Quevedo en los años de 1880

Presentación pública del dirigible semi-rigido de Torres Quevedo (3º izq, fila posterior) en el centro de experimentación aeronáutica, 1907

en castellano, que prohijó la RAE desde 1920, iniciando la labor de un Diccionario Tecnológico Hispanoamericano, sobre el que aún trabajó Torres en aquella década; y que habría sentado firmemente un gran intercambio científico en el espacio iberoamericano, como herramienta de comunicación científico-tecnológica, más de medio siglo antes del uso de internet. Para aquellos años de la segunda década del siglo XX, mientras iba apagándose la existencia física de Echegaray, Torres Quevedo ponía en funcionamiento aparatos que anticipaban la existencia y la vida material del s. XX. Así por ejemplo, en 1907 Torres —concentrado entonces en su experimentos con dirigibles en su Centro Aeronáutico— ponía en marcha en S. Sebastián el primer trasbordador de pasajeros, diseñando un complejo sistema de seguridad —mediante cálculos y compensaciones de fuerzas— que le llevaría a obtener licencia y reclamar su instalación de su “Niágara Spanish Aerocar” en las cataratas en agosto de 1916 (construido con capital, patente y elementos fabricados en España, e instalados en Canadá y EE.UU.). Faltaban once años para que el piloto Charles Linbergh cruzase el Atlántico en avioneta; pero en una Europa entonces inmersa en la Gran Guerra, con hazañas y reveses bélicos o noticias del mago Harry Houdini, Torres Quevedo en su laboratorio de Automática en España trabajaba para el futuro: para ha-

cer la vida más sencilla o menos apremiante, con sus aparatos y autómatas. Lo que la imaginación de Julio Verne había utilizado en novelas, comenzaba a entreverse —en cuanto a diseños automáticos— en el laboratorio de Torres Quevedo, en pleno centro de Madrid. Mientras el progreso se convertía en otra religión circundante, el futuro era un espacio por descubrir y aún se miraba con optimismo: una vez cerradas las décadas finales del siglo anterior con inventos como el teléfono, la electricidad, el cine, el submarino o el automóvil, llegaban desde inicios del s. XX, los aviones, los zepelines o dirigibles —como el de Torres, con perfeccionamientos fundamentales— y la radio o el “telekino”, las calculadoras o el autómata ajedrecista de Torres Quevedo. Las revistas de la segunda década del s. XX sugerían fantasías mecánicas, como coches voladores o armarios automatizados —capaces en pocos segundos de vestir personas en perfecto estado de calle—; pero en laboratorios como el de Torres las cosas eran más rigurosas. Tal y como se había planteado desde dos décadas atrás, salvar precipicios mediante funiculares o transportar personas y mercancías por el aire mediante dirigibles apropiados, también Torres se había asegurado movimientos a distancia de los mismos mediante su “telekino” o mando a distancia, así como pensaba en prototipos automáticos de actividades, mediante autómatas.


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José Echegaray Eizaguirre Ceremonia en la Real Academia por la publicación del primer fascículo del Diccionario tecnológico hispanoamericano de L. Torres Quevedo (centro: entre M. Pidal y Alfonso XIII)

En 1912 en el Ateneo de Madrid, un inventor de comunicaciones por ondas de radio a distancia como Marconi pronunciaba su discurso acerca de la “Telegrafía sin hilos” —como se llamaba en la época también a la radio— en un acto presidido por el rey Alfonso XIII, el 19 de mayo de 1912. El inventor italiano fue presentado en el Ateneo por su presidente, Segismundo Moret —a menos de un año de su desaparición— y fue un científico celebre como José Echegaray –que desaparecería pasados cuatro añosel que habló sobre la obra del célebre inventor italiano. Pero desde hacía años se habían dado —también en los inicios de 1912— pasos decisivos de quehacer e intercambio científicos en la docta casa, no solo conferencias divulgativas sobre “la aviación al alcance de todos” o sobre “viajes en aeroplano” (J. González Camó) o sobre “los hidroplanos o la quinta arma” (A. del Vivar). Mientras el príncipe de Mónaco comentaba allí pormenores de la actividad científica de su célebre centro de estudios marinos y sobre “Estudios oceánicos”, en el Ateneo se conferenciaba “Acerca del cáncer” (S. Recasens) y se comentaba acerca de una memoria oficial del “Paludismo y sanidad en el campo” (G. Pittaluga) o sobre el “Verdadero valor de los descubrimientos científicos” (J. Olmedilla). Por los mismos días en los que Torres Quevedo trabajaba intensamente en su Laboratorio —desde 1911, junto al Museo de Historia Natural, Laboratorio de Mecánica Aplicada18— para desarrollar aparatos científicos Inicialmente creado por R.O. de 22 de febrero de 1907 como “Laboratorio de Mecánica”, fue establecido como anejo al Centro de Ensayos Aeronáuticos existente y tenía un doble cometido: atender a necesidades del propio CEA y contribuir con estudios y construcción al diseño de aparatos científicos, para aplicaciones industriales y para

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para otros laboratorios de la JAE, así como en sus prototipos de autómatas. 19 Para entonces y patentados en Francia por la empresa Astra-Torres, sus dirigibles se construían en el país galo y estaban dotados de suficiente estabilidad —con instalaciones de motores más pesados y transportando más pasajeros— que lo que disponía aún la aviación, apenas en sus inicios. Torres triunfaba en Francia y Gran Bretaña tres años después, con la fabricación en serie de dirigibles que utilizaron sus ejércitos en la Gran Guerra (con capacidades de 1.600 a 12.000 Tm); mientras el propio Torres Quevedo diseñaba —junto a Emilio Herrera Linares— el dirigible “Hispania”, con el que soñaba cruzar el Atlántico pero al que tuvo que renunciar, por carencia de financiera suficiente para el proyecto (mientras que Torres tuvo que ver cómo los británicos William Alcock y Whitten Brown lo culminaban).

la enseñanza, demandados por otros laboratorios de la JAE. A partir R.O. de 19 de mayo de 1911 el laboratorio aparecía como de “Automática” (después de que dicho Laboratorio entrase en la Asociación de Laboratorios, creada el 6 de julio de 1910 como red de la JAE). Desde los inicios del CEA, Torres Quevedo estuvo auxiliado por técnicos como Miguel Santano; su hijo, Gonzalo Torres Polanco; José M.ª Torroja y Mario Legórburu. También existía una plantilla de taller, a las órdenes de Juan Costa y un contador, Enrique Valls. 19 La lista de aparatos construidos bajo dirección de Torres Quevedo en su Laboratorio de Automática de la JAE incluía aparatos solicitados por: Dr. Brañas (magnetógrafo; microradiógrafo; cimaciografo); Dr. B. Cabrera (aparato para manejo de balanza de Bunge; depósito de movimientos micro-métricos de magneto-química; espectrógrafo de rayos X); Dr. Calafat (oxímetro); Drs. Campos y Costa (comparador espectrográfico); Dr. Ruíz Castizo (planímetro tangencial); Dr. Costa (micrótomo; panmicrótomo); Dr. Garnelo (aparato de escala claro-oscur); Dr. Gómez Ocaña (cardiógrafos doble y sencillo; soporte universal de estudios fisiológicos); Dr. Mier (sismógrafo analizador); etc. y 12 aparatos más de otros laboratorios, hasta 1916.


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El ateneísta e ingeniero sin embargo aquellos años no se desentendió de la profesionalización y vías de la enseñanza especializada, como lo mostró en su conferencia sobre la enseñanza de la Ingeniería en España, en el Instituto de Ingenieros civiles, el 15 de noviembre de 1913. Pero Torres Quevedo, como inventor mantuvo una línea de inventos y una línea teórica en misma especialidad de la Automación, que abrió desde 1914 mediante un libro esclarecedor: Ensayos de Automática. Su definición y extensión teórica 20 . Nacida de una nueva línea de investigación, la teoría automática estudiaba procedimientos para automatizar diferentes operaciones: tanto de máquinas industriales como aparatos científicos. Así Torres desarrolló diversos trabajos de cinemática de estudios experimental del método electromecánico de automatización, con prototipos construidos en el laboratorio, como el “aritmómetro” o el autómata jugador de ajedrez o el paso —decisivo— de las máquinas algebraicas a las analíticas. Éstas últimas, diseñadas para establecer la transformación de unos movimientos en otros —según ciertas leyes conocidas— su estudio dio el paso a la cinemática, donde la regla era la discontinuidad de movimientos, mediante choques o saltos (muy en la línea de la recientísima y apenas conocida nueva física de partículas o “cuántica”). Aquel era un principio que caracterizaba a las nuevas máquinas autómatas —a diferencia de las algebraicas: donde no había más que movimientos continuos y la regla era la continuidad; de cada máquina, para resolver ecuaciones, que definen analíticamente enlaces— el problema principal era detectar la varicción brusca de enlaces, cuando las circunstancias lo exigían. En un prototipo como el del autómata jugador de ajedrez, el autómata se movía libre —jugaba con rey/torre contra adversario, solo con rey— pero jugaba sin auxilios externos: determinando él mismo la jugada conveniente en cada caso —y daba “mate”— además de avisar durante el juego los “jaques”, también señalaba las jugadas del adversario, sus equivocaciones, si no se ajustaba a las reglas. Los trabajos teóricos de Torres Quevedo fueron confirmados con su “ajedrecista autómata” —una máquina en la que trabajó, desde un primer prototipo en 1912 y perfeccionó en segunda versión, en 1920: capaz de jugar por sí sola 20 Vid. L. Torres Quevedo: Ensayos de Automática. Su definición y extensión teórica, Madrid, Rev.ª de la Real Academia de Ciencias, 1914 (enero).

jugadas finales de partida de torre y rey contra rey— o con su “aritmómetro” electromecánico: un aparato hecho de máquina de escribir y una combinación de sistema de poleas, electroimanes y conmutadores, que abrió por vez primera un espacio de computación e inteligencia artificial —no ya el primer videojuego, con su “ajedrecista”— en el camino que décadas después transitaron Alan Turing y Konrad Zuse, al poner las bases de la computación propiamente dicha (y asentar de manera definitiva la era de los ordenadores). En la década de 1920 llegaron los reconocimientos académicos —después de los científicos y tecnológicos, de casi tres décadas antes— para Torres Quevedo en el extranjero: como su “honoris causa” por la Universidad de Coimbra (1921), así como en la de París (1923); y diez años después aún rendiría él mismo homenaje a su maestro Echegaray, desde la presidencia de la Academia de Ciencias, para el centenario de Echegaray 1932.

Cubierta de la entrega del Premio Echegaray a L. Torres Quevedo, 1916

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José Echegaray Eizaguirre

Spanish aerocar de Leonardo Torres Quevedo en la actualidad, en funcionamiento en el Río y Catarata Niágara, (1916-2016)



AÑO III

panacea revista

Humanidades , Ciencia y S anidad

Primer trimestre 2017

Homenaje a José Echegaray Eizaguirre 2ª Parte

“In memoriam”, Clemente Solé Parellada

Humanidades, Ciencia y Sanidad

revistapanacea.com

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