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VIAJES
Laos, el pais de los monjes
Después de varios meses por las frías e invernales tierras de Nepal y Tibet nuestros cuerpos pedían a gritos algo de calorcito y buen clima, por lo que no nos quedó más remedio que escucharlos, así pues, buscando ese calor decidimos cruzar la frontera entre China y Laos y adentrarnos en este país del que no sabíamos gran cosa, salvo la mediática detención de Roldán y poco más.
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Antes de cruzar la frontera cambiamos moneda en el mercado negro chino, pues aunque parezca raro por aquel entonces el único cajero del que podíamos sacar dinero los extranjeros estaba situado en un hotel en la capital del país, Vientiane, bastantes kilómetros más al sur.
Los primeros días los pasamos en la capital de la región del norte, llamada Luang Namtha, ciudad que a ojos de cualquier europeo podría ser un pueblito. Era una zona montañosa, muy tranquila, donde los pocos turistas que había, llegaban para hacer algún trekking por los alrededores. Barca de pescadores en el Mekong desde el Sunset Guest house
No hacía falta alejarte mucho de la ciudad para darte cuenta de que el turismo no era algo habitual en los poblados a los que llegábamos con las bicis de alquiler. Era maravilloso estar rodeado de tanta naturaleza y sentirte tan lejos de la civilización, aun estando al lado de una ciudad, las aldeas
Búfalos de agua dándose su baño matutino en Don Det de las 4000 islas
Templo budista en Luang Prabang Haciendo amigos por las llanuras del volavou plateau en el centro de Laos
eran muy tradicionales, la vida de sus habitantes no estaba para nada contaminada por las costumbres y la forma de vida occidental. Todavía convivían las gallinas y los cerdos en el centro de las aldeas, con los abuelos sentados sobre sus talones fumando unas enormes pipas de opio. Estábamos en pleno Triángulo de Oro. Disfrutamos durante unos días de sus paisajes, poblados y cuevas, pero seguíamos sin llegar a ese calor tan buscado. Las noches eran realmente frías y veníamos algo tocados del norte, así pues, tras unos días decidimos seguir camino al sur en busca del sol.
El autobús local estaba totalmente atestado con gente sentada por los pasillos y escaleras sobre sacos de arroz. Cada cierto tiempo nos ordenaban bajar del autobús, para que este pudiera subir las cuestas de ese camino de tierra que quizás en algún momento haya llegado a convertirse en una carretera. Tras todo el día en autobús llegamos a Huay Xai, ciudad fronteriza con Tailandia. Esa noche disfrutamos de los entretenimientos que ofrecen las ciudades fronterizas y al día siguiente tomamos un estrecho y alargado bote que nos llevaría río abajo durante dos días. En descenso por el río Mekong, nos sentíamos como espías observando la vida de los habitantes de ambos márgenes del río (laosiano y tailandés), observando como se bañaban y jugaban los niños, y como lavaban las mujeres. Los primeros se deshacían en gritos y saludos hacia el barco y las segundas parecían ignorarnos, como si no pudiesen vernos. Debemos reconocer que en un primer momento los laosianos no nos cayeron especialmente bien, eran bastante antipáticos, aunque poco a poco fuimos descubriendo que era un pueblo que estaba a la defensiva con el turismo. Hasta ese momento no tenían muchos visitantes y estaban temerosos de llegar a convertirse en un destino de turismo sexual como alguno de sus vecinos.
El barco llegó a Luang Prabang, patrimonio de la humanidad, dos días antes de Noche Buena por lo que sus calles estaban plagadas de extranjeros y de Papá Noel recalentados dentro de sus disfraces en tierras cálidas y budistas.
La ciudad de los templos no nos defraudó en cuanto a belleza, sus templos eran preciosos y sus calles y monjes ofrecían
Poblado a orillas de Mekong Puesto de frutas callejero en Luang Namtha
imágenes maravillosas para cualquier aficionado a la fotografía. Nos encantaba madrugar para ver como los laosianos hacían ofrendas de comida en los templos o a los monjes, que las intercambiaban por bendiciones en las calles.
Algo que nos fascinó de esta ciudad fueron sus mercadillos plagados de comidas exquisitas. Otra de las maravillas que nos acontecieron en esta ciudad fue el reencuentro con el pan baguette, herencia de la ocupación francesa.
Pasamos la Noche Buena compartiendo cena y risas con los compañeros de viaje del barco que nos había llevado hasta allí. Por una noche todos sentimos que teníamos una familia en ese lado del mundo.
Desde la ciudad hicimos una pequeña excursión para visitar las cascadas de Tat Sae, una de las más bonitas de las innumerables que tiene el país.
Dejando atrás el gentío y la subida de precio provocado por las fechas navideñas nos dirigimos más al sur e hicimos parada en Van Vieng, conocida por las juergas y borracheras de los turistas más jóvenes. Lo más famosos era la especie de parque acuático natural que tenían montado en el río. La atracción consistía en descender el río montado en un neumático mientras hacías paradas en los bares que había en sus márgenes, donde la gente se emborrachaba y se lanzaba desde una tirolina, práctica que según nos han comentado está prohibida actualmente. Más de uno ha sufrido un accidente fatal.
Pero la verdad, esta zona es mucho más que esto, sus cuevas y montañas calcáreas son increíbles, el paisaje es precioso, por eso no entendíamos como muchos de los turistas pasaban el día sentados en bares bebiendo cerveza y viendo FRIENDS, LOS SIMPSON o fútbol en la tele. Tras celebrar la Noche Vieja comiendo doce lichis, a falta de uvas, y lanzar un farolillo al cielo con todos nuestros deseos, tomamos un autobús hasta la capital. Lo más destacado que encontramos en esta ciudad era su arco del triunfo en honor a los caídos en la guerra de independencia de Francia el “Patuxai” y por supuesto su gran Estupa dorada. Nos llamaban muchísimo la atención los puestos callejeros donde podías encontrar el objeto más extraño imaginado. Tras recargar nuestros monederos en el único cajero del país apto para viajeros nos movimos más al sur del país, en concreto a una zona llamada las 4.000 islas, un auténtico paraíso y nuestra zona favorita de laos.
Es una maravillosa zona formada por un delta interior del Mekong plagada de islas donde se respira tranquilad y donde disfrutamos de avistamientos de delfines de agua dulce, de sus cascadas, de sus baños en el río, sus paseos en bicicleta cruzando puentes entre islas y sobre todo de la maravillosa gente de esta zona. Al recordar las 4.000 islas nos viene a la cabeza una hamaca y una brillante puesta de sol.
Con pena pero con espíritu nómada, dejamos las 4.000 islas rumbo a Pakse, ciudad fronteriza con Tailandia. Antes, parada en la “Bolaven Plateau”. Una amplia explanada plagada de cafetales qué producen el famoso café laosiano. Una zona deprimida pero cargada de bonitos lugares y de gente sencilla y acogedora pero con una variada gastronomía de insectos, murciélagos y demás delicatesen. Nos hartamos a sopa de noodles de arroz sin carne, por si las moscas…
Laos ha sufrido muchos cambios desde que nosotros lo visitamos, aunque seguro seguirá manteniendo sus cascadas, montañas, monjes y templos increíbles.