El tesoro sagrado de los monasterios cistercienses hispanos: entre la austeridad y la opulencia Mª Luisa Martín Ansón Universidad Autónoma de Madrid EN LA
ESPAÑA
MEDIEVAL,
MONASTERIOS CISTERCIENSES AGUILAR DE CAMPOO, 2008
INTRODUCCIÓN
E
l nuevo giro planteado en las postrimerías del siglo XI, cuando el abad Roberto decide abandonar la abadía de Molesmes para llevar a cabo la fundación del novum monasterium, supone un significativo cambio de espiritualidad. Este se materializará en la duodécima centuria y cobrará un impulso definitivo con la llegada a Cister, en 1113, del que será el gran promotor del movimiento, San Bernardo. Los estudios sobre él y su desarrollo, significativamente abundantes en los últimos tiempos, han planteado con frecuencia la existencia de diversas razones que llevaron a una reforma de la orden monástica cluniacense. Sin duda, el ambiente para el florecimiento de esta corriente reformista era propicio, puesto que el deseo de austeridad es compartido por otras órdenes, cuya fundación se produce en los mismos momentos. De él participan los premonstratenses (fundados por San Norberto en Premontré, cerca de Laon, en 1120), los cartujos (S. Bruno funda la Chartreuse en 1084), los grandmonteses (Esteban de Muret con la orden de Grandmont, 1077, traslada al Limosin las prácticas ascéticas que le habían seducido en Calabria), y los fontebraldenses (“Los pobres de Cristo”, orden benedictina que seguirá la regla dada por San Roberto de Abrisel con su fundación de Fontevrauld, 1100-1101). Las opiniones de estas órdenes religiosas eran compartidas por diversos escritores como Abelardo u Honorio de Autun, aunque, en
ocasiones, la intelectualidad bernardiana sea diferente. Pedro Abelardo, quien, entre otras cosas es crítico con la reforma litúrgica cisterciense1, en la Epistola octava ad Heloisam se expresa del siguiente modo: “Que los ornamentos de la casa de oración sean los necesarios, no superfluos; sencillos antes que lujosos. Así, que no haya en ella nada de oro o plata, excepto un cáliz de plata –o incluso varios, si fuera necesario–. Que no haya ningún ornamento de seda, excepto las estolas o túnicas. Que no haya en ella ninguna imagen esculpida”. Por su parte, Honorio de Autun, (De gemma animae, I, s.171), dirá: “así pues, está bien edificar iglesias y decorar las construcciones con vasijas, vestidos y ornamentos; pero es mucho mejor gastar ese mismo dinero en provecho de los indigentes y enviar su fortuna a los tesoros celestes a través de las manos de los pobres, y preparar allí en el cielo un regalo no material sino eterno”2. Estas reflexiones, como veremos, no distan mucho de la forma en que se expresa San Bernardo en su conocida Apología a Guillermo. Al mismo tiempo, conviene recordar que, como ya señalara Torres Balbas3, el islamismo, en su etapa almohade, sufrió un brote similar siendo, cuando menos significativo, el sincronismo de ambas tendencias místicas, personificadas en San Bernardo e Ibn Tumart. Los principios de la Apología a Guillermo (entre 1123 y 1125) en contra del exceso de algunos cluniacenses y del abad Suger de Saint Denis, se convertirán en normas de la actividad artística cisterciense y, después del abad 183
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Esteban, el Capítulo General los aceptará sin reservas, prohibiendo cualquier trasgresión a la regla de rígida simplicidad, siendo retomados en los sucesivos Capítulos Generales (1134, 1172, 1213, 1231,1256, 1289,1316). Esto, es evidente, va unido al carácter de austera simplicidad que tenían las ceremonias de culto, que contrastaba con la pompa habitual de las catedrales o de las iglesias benedictinas e incluso de muchas parroquias. Los Instituta Generalis Capituli, conjunto de estatutos de los Capítulos Generales llevados a cabo por los abades Esteban Harding, Guy I y Raynard de Bar y compilados por este último ca. 1147, incluyen textos explícitos al respecto. Al referirse a: XXV. Quid liceat uel non liceat nobis habere de auro, argento, gemmis, et serico, se puede leer: “2 Los paños de los altares y los vestidos de los ministros no serán de seda, excepto la estola y el manípulo. La casulla será de un solo color. 3 Todos los ornamentos del monasterio, los vasos sagrados y demás cosas que se usen, no tendrán oro, plata o joyas; pero el cáliz y la cánula y sólo estas dos cosas, podrán ser de plata o doradas, pero de ningún modo de oro”4. Una regulación de las mismas fechas, De Firmaculis Librorum, prohíbe el oro o la plata en los broches de los libros:”Prohibimos que en los libros de nuestras iglesias se tengan lazos de oro o de plata o dorados, que se llaman normalmente firmacula, y que ningún códice sea cubierto con un manto”5. Por consiguiente, después de reafirmar las exigencias del Exordium Parvum6, referentes a la simplicidad de ornamentos y moblajes usados en la liturgia, el Capítulo prohibió las iniciales ornamentadas y el uso de colores en los manuscritos, desterró la encuadernación esmerada o la decoración costosa de códices y no admitió las vidrieras en color, ni las figuras 184
esculpidas y pintadas tanto en iglesias como en monasterios. No se permitían portadas cinceladas y el Capítulo de 1157 prohibió cualquier pintura, condenó los campanarios de piedra, sólo se aceptaban pequeñas torres de madera que podían dar cabida hasta dos campanas de pequeño tamaño y fueron proscritas las cruces doradas o plateadas de gran dimensión7. Esta prohibición se reitera en 1158: Cruces cum auro et magne non portantur ad processionem8. Así mismo, se prohibieron los suelos decorados y el Capítulo de 1240 ordenó sacar todas las figuras agregadas a los altares. La simplicidad ascética de la época de San Bernardo empezó a mitigarse a partir de 1130, a causa de sus ausencias de Claraval y empezaron a aceptarse regalos muy suntuosos como los libros ofrecidos en dote por el príncipe Enrique de Francia, en 1140. No obstante, hasta la cruzada de 1147 y la muerte de San Bernardo (1153) fue posible mantener la sencillez, pero, paulatinamente, se van apreciando síntomas de flexibilidad y, sin duda, un indicio manifiesto de la relajación es la reiteración a las trasgresiones de la norma. La primera generación y a menudo la segunda, siguieron las directrices de pobreza. La segunda cruzada de 1147, promovida por San Bernardo y su discípulo el papa Eugenio III (1145-1153), indujo a los cruzados, así como a quienes habían permanecido en casa, a una oleada de donaciones, en su mayor parte a favor de monasterios cistercienses. Con la prosperidad aumentaron las obligaciones temporales, que se manifestaban en los derechos que el monasterio tenía que hacer valer. Además, hay que tener en cuenta también que Claraval fue un foco cultural importante, donde tenían cabida tanto las nuevas ideas como las tradicionales, no en vano San Bernardo era requerido con frecuencia para actuar contra
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ciertas corrientes de pensamiento nuevo calificadas de heréticas. Todo este proceso dio lugar a que en el siglo XIII existieran monasterios cistercienses mucho más ricos que la mayoría de las fundaciones cluniacenses. En el siglo XIII los cistercienses erigieron las más suntuosas salas monásticas de toda la Edad Media, por ejemplo en el monasterio de Poblet. En definitiva, en palabras de Braunfels, la historia de la orden del Cister demuestra que la pobreza es más difícil de heredar que la riqueza9. Del mismo modo, la liturgia vivió un proceso parecido. Sufrió una primera reforma en época de Esteban Harding y se encargó una segunda a San Bernardo que concluyó hacia 1147. La evolución llevó a autorizar las capas, las dalmáticas y las cortinas de seda. Los abades obtuvieron a finales del siglo XIV el privilegio de llevar mitra y otras insignias pontificales (Salem en 1373, Claraval y Dunes en 1376, Cister en 1380)10. El culto popular a las reliquias era cada vez más importante en las iglesias de la Orden y la riqueza de los santuarios iba en aumento. No obstante, el análisis detenido de los textos de la época pone de manifiesto un doble lenguaje, según la formación del público a quien iban destinadas las enseñanzas. En principio, el movimiento cister no se opone a conmover la sensibilidad del pueblo mediante estímulos externos, pero supone que el monje no debe necesitarlos. Así se expresa San Bernardo en su conocida Apología a Guillermo: “…. Pero yo monje pregunto a los demás monjes aquello que un pagano preguntaba a otros paganos: Decidme pontífices, qué hace el oro en el santuario. Pero lo planteo de otra manera, porque no me fijo en la letra del verso sino en su espíritu: Decidme pobres, si es que lo sois, ¿qué hace el oro en el santuario?. Porque una es la misión de los obispos y otra la de los monjes.
Ellos se deben por igual a los sabios y a los ignorantes, y tienen que estimular la devoción exterior del pueblo mediante la decoración artística, porque no les bastan los recursos espirituales. Pero nosotros, los que ya hemos salido del pueblo, los que hemos dejado por Cristo las riquezas y los tesoros del mundo con tal de ganar a Cristo, lo tenemos todo por basura. Todo lo que atrae por su belleza, lo que agrada por su sonoridad, lo que embriaga con su perfume, lo que halaga por su sabor, lo que deleita en su tacto. En fin, todo lo que satisface a la complacencia corporal”. En este sentido, es inevitable la referencia a la otra gran personalidad del siglo XII, el abad Suger, quien encarna diferente postura. Había sido nombrado abad de Saint Denis en 1122 y, aunque llevó a cabo una reforma en la comunidad de su abadía que, en 1127, recibió el aplauso de San Bernardo, su personalidad y las gentes a quienes iba dirigida su obra eran tan diferentes cómo se refleja a través de su respuesta recogida en su obra Liber de rebus in administratione sua gestis (entre 1144-45 y 1148-49)11. Así pues, en este ambiente, consecuencia de planteamientos de dos mentalidades distintas, aunque en lo esencial no tan diferentes, no deja de resultar curioso que en 1134, cuando el abad de Saint Denis se lance a la reconstrucción de su abadía, los compañeros de San Bernardo se decidan a reedificar en otro sitio el monasterio de Claraval, comience la realización de la gran Biblia del mismo y el Capítulo General dicte por primera vez normas a propósito del arte sacro. La expansión del movimiento cisterciense fue muy rápida alcanzando sus fundaciones a los países más alejados. En el caso de España, se observa una cierta reticencia inicial a las fundaciones, ante una aventura que no siempre garantiza la finalidad deseada. El testimonio 185
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que se desprende de una carta (nº 75) de San Bernardo al abad Artaud de Preuilly (11271129), es elocuente en este sentido. Éste quería hacer una fundación en España y San Bernardo le disuade: “…. Qué provecho puede haber en querer que tus hijos se destierren a un lugar tan apartado y que requerirá tantos gastos y fatigas, cuando realmente cuentas con un lugar ya construido y bien edificado”. Posteriormente, debió cambiar de parecer, pues en varias cartas suyas dirigidas a los monarcas españoles y a su familia se interesa en nuevas fundaciones12. De este modo, se puede afirmar que la implantación de la orden cisterciense en el ámbito español se lleva a cabo a fines de la primera mitad del siglo XII, en gran medida, gracias a la buena relación con los reyes y a la protección de los obispos. Una vez dado el primer paso, el éxito fue notorio y las fundaciones se sucedieron, viendo aumentar su número gracias, además, a que en no pocas ocasiones, monasterios ya existentes se adscribían a la orden reformada, cambiando, a veces, su advocación. En tiempos de San Bernardo, en España, se contabilizan dieciocho abadías; nueve derivadas de Claraval, que cuenta con filiales en la mayoría de los países de la cristiandad latina y nueve de Morimond, abierta, además de su presencia en España, en particular a tierras del Imperio13. Especialmente en la etapa pleno medieval se muestra una estrecha conexión entre la monarquía y el movimiento monástico cister, que se hace más intensa, si cabe, en el Cister femenino. Teresa, esposa de Alfonso IX funda Villabuena (1229); una infanta, Sancha, hermana de Alfonso VIII, restaura San Miguel de Dueñas (fundado a fines siglo X); tres damas nobles dotan otros tres monasterios y viven en ellos; Teresa Petri en Gradefes; Estefanía Ramírez en Carrizo y María Núñez en Otero de las Dueñas. Con cierta frecuencia en la 186
dote fundacional se insertan reliquias y piezas de orfebrería que dejan patente tanto el culto a las imágenes como el empleo de ricos materiales. Dña. Sancha de Castilla, hermana de Alfonso VII, dona una espina de la corona de Cristo al monasterio que llevará ese nombre, “de la Santa Espina”, a donde los monjes llegaron, por petición suya, enviados desde Claraval por San Bernardo en 1147. Alfonso VIII y su esposa Doña Leonor incluyen, para el monasterio de las Huelgas, una imagen de plata de la Virgen, hoy perdida. Bien es cierto que este monasterio tuvo gran poder, llegando sus abadesas a ser envidiadas por las propias reinas. Es, sin duda, un claro ejemplo de opulencia, lujo y suntuosidad. En líneas generales, podemos decir que los nuevos monasterios son fábricas monumentales, muy alejadas de la sobriedad buscada inicialmente y, además, en ellos se empieza a difundir un espíritu distinto. Bien es cierto que la amplia expansión del movimiento, que afectó a zonas geográficas con condiciones políticas, económicas y sociales diferentes, aconseja cierta prudencia ya que, para llevar a cabo conclusiones globales, se requiere un análisis en profundidad no sólo de la zona sino también de la peculiaridad de fundación de cada monasterio. La primera fundación se sitúa en 1140 en Fitero e inmediatamente se asiste a la expansión por Galicia14. Para algunos autores, mirando en conjunto las artes plásticas de los primeros cistercienses en Galicia y Portugal, queda patente que han comprendido los principios emanados de Claraval y optado por una simplificación de motivos, dando preferencia a la geometría y la abstracción15. Lo que, sin embargo, parece evidente es que, incluso en aquellos monasterios donde la observancia de las normas fue mas rigurosa, en ningún caso la pobreza debió ser su compañera.
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De este modo, Alfonso X en la Primera Partida nos recordará “Cuáles cosas no deben haber los frailes del Cister”, a propósito del cambio experimentado por el cister desde su fundación: “…E esta orden fue comenzada sobre muy gran pobreza, e por esta razón les hizo la Iglesia de Roma muchas gracias en darles privilegios e franquezas. Mas porque algunos de ellos se tornaron después a haber villas, e castillos, e iglesias, e diezmos, e ofrendas, e tomar fieldades e homenajes de los vasallos que tienen heredades de ellos, e toman lugares de jueces para oir los pleitos e hacinase cogedores de los pechos e de las otras rentas, tuvo por bien santa Iglesia que se partiesen de ello, e si no, que no les valiesen los privilegios ni las franquezas que les habían dado por razón de la pobreza e de la áspera vida en que comenzaron la orden. Pues derecho es, e razón, que según la vida e el fuero que hombre escoge, que por aquel se juzgue e viva. E otrosi tuvo por bien santa Iglesia, que si algunos monasterios, u otra orden cualquiera, se cambiasen a la orden del Cister, e hubiesen villas, e castillos, e las otras cosas sobredichas que son defendidas enesta orden, que las vendiesen e las cambiasen por heredades llanas, e viviesen en aquella pobreza en la que ellos viven”16. En otro orden de cosas, más terrenales, la participación en la vida social y económica cada vez fue más acusada, de modo que las operaciones bancarias fueron también un servicio prestado por algunas abadías. La forma más común era el depósito de dinero o la custodia de objetos valiosos confiados a los monjes por los seglares. El Capítulo General no formuló objeciones, pero sintió la necesidad de reglamentar el límite de las responsabilidades a asumir, en los estatutos de 1183 y 1195. Poblet se encontró con frecuencia convertida en banquero real pues ya en la década de 1170 comenzó a prestar dinero a los Reyes de Ara-
gón. Favorecido por ellos, había acumulado vastas posesiones a fines del siglo XII. Al comienzo, ese dinero sirvió para financiar las guerras contra los musulmanes, pero, posteriormente, en el siglo XIII, Jaime I (12131276) recibió préstamos cuando iba a la conquista de Mallorca y Valencia. En 1258 la abadía otorgó 40.000 solidi de Barcelona a Pedro el Grande para organizar las defensas contra una esperada invasión francesa. Los cistercienses también se fueron involucrando en el cuidado pastoral de las comunidades vecinas y el abad de Poblet recibió en 1221 de Honorio III el status cuasi-episcopal de nullius, que implicaba una intensa actividad pastoral a causa de su situación de fortaleza y su jurisdicción sobre un número de aldeas. Así, los abades cada vez fueron teniendo más poder llegando a convertirse en responsables de administrar justicia, incluso en lo referente a la condena a muerte17. Durante los siglos XIV-XV los monasterios cistercienses hispanos habían llegado a un lamentable estado debido principalmente al Cisma de Occidente y a la encomienda de aquellos en manos de seglares y clérigos, más preocupados por aumentar sus propias rentas que por el bienestar de las casas que estaban a su cargo. Frente a este ambiente de crisis generalizada surgió la figura de Martín de Vargas, monje profeso del cenobio aragonés de Piedra. Este, junto con otros 12 monjes, decidieron que había que emprender una reforma de la Orden18. LAS RELIQUIAS, ELEMENTO PRIMORDIAL DEL TESORO SABRADO
Esbozada la situación en que nace y se desarrollan los inicios del movimiento cisterciense, se nos plantean una serie de consideraciones, a veces de compleja solución, con 187
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respecto a la cuestión central de nuestro trabajo. Parece evidente que, al menos en origen, hubo un deseo de sencillez que no se limitaba a la forma de vida, sino que afectaba también a la cantidad, variedad y riqueza de los objetos que el monasterio necesitaba, primando la idea de utilidad. Con frecuencia manejamos conceptos como austeridad, pobreza, ascetismo, tesoro, etc. a la hora de referirnos a su forma de vida y, tal vez sea conveniente, acudiendo al Diccionario de la Real Academia de la Lengua, precisar la acepción más adecuada al respecto. Seguramente lo idóneo es considerar la austeridad, en su segunda acepción, como mortificación de los sentidos y pasiones; austero, en su tercera acepción, severo, rigurosamente ajustado a las normas de la moral y pobreza; pobreza, en su tercera acepción, dejación voluntaria de todo lo que se posee, y de todo lo que el amor propio puede juzgar necesario, de la cual hacen voto solemne los religiosos el día de su profesión. Ascético, persona que se dedica particularmente a la práctica y ejercicio de la perfección cristiana. Probablemente, estas definiciones son las que debemos tener en cuenta a la hora de referirnos a los primeros cistercienses. Del mismo modo, la primera cuestión que debemos plantearnos es ¿qué se entendía por tesoro?. Desde nuestra óptica actual, la respuesta es clara, sería el conjunto de cosas de valor material que guardaba el monasterio, si bien, en ocasiones, tesoro puede entenderse también como el reunido de modo voluntario en un lugar determinado y con un propósito concreto político y religioso19. Sin embargo, no parece que la valoración fuera similar en aquel contexto, al menos en los orígenes, a pesar de la existencia de un espacio arquitectónico conocido con este nombre, destinado a albergar las cosas dignas de consideración del monasterio. Tal vez, sea la cuarta acepción 188
recogida en el Diccionario, “persona o cosa, o conjunto o suma de cosas, de mucho precio o muy dignas de estimación”, la que esté más próxima a la hora de cuestionarnos qué se custodiaba dentro de aquella pequeña estancia. Entre los cargos detentados por los monjes del monasterio, su cuidado correspondía al sacristán que, en algunos casos tenía su cámara junto a la del tesoro, asumiendo, al parecer, la función de tesorero, o al menos, creando una cierta confusión, pues, en ocasiones el sacristán parece tener unos colaboradores para el cuidado de las vestiduras y el tesoro20. La estancia conocida como “tesoro”, de forma invariable debía tratarse de un espacio “recio” y abovedado, para preservarlo de asaltos e incendios, aunque, en algunas abadías es la sacristía la que cumple esta función. En realidad, era el archivo de la comunidad, donde se guardaban entre otras cosas, los privilegios, las actas de fundación, las escrituras de propiedad, las reliquias, etc. La desaparición de alguno de estos documentos podía entrañar un serio disgusto para el monasterio, sobre todo en una sociedad donde la pérdida de una Carta podía significar la pérdida de las tierras que representaba. En la medida de lo posible, estos documentos y objetos preciosos se guardaban bajo llave en el interior de un cofre, custodiado en una estancia también cerrada con llave. Para reducir más los riesgos, el cofre estaba, con frecuencia, provisto de varias cerraduras, tres en la mayoría de los casos y cada llave se confiaba a un cargo21. Asimismo, figuran entre las posesiones que pertenecen al tesoro, el ajuar doméstico de la iglesia, los bienes patrimoniales, los animales y, en determinadas épocas, los siervos22. El sitio escogido para su emplazamiento es difícil de precisar, no habiendo un lugar predeterminado23. Bajo el hueco de la escalera que
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Fig. 1. Archivo-tesoro. Monasterio de Santa María de Huerta (Soria). Exterior
Fig. 2. Archivo-tesoro. Monasterio de Santa María de Huerta (Soria). Escalera de acceso a la sacristía
comunicaba con el dormitorio y separada de ella por un muro, se ubicaba una pequeña habitación, a la que se accedía desde el pasadizo contiguo, que se destinaba a prisión. Algunos autores ven en ella la ubicación del archivo, el tesoro e incluso el armarium, llevando los calabozos junto a la portería. Pero, generalmente, se situaba haciendo ángulo entre el dormitorio y la cabecera de la iglesia, próximo a la cámara del abad y con un único acceso24. En el caso del monasterio de Valbuena, una puerta en el lado norte del dormitorio daba paso a una pequeña estancia excavada en sentido E-O en el espesor del muro y abovedada en medio cañón. Una reducida ventana rectangular permitiría ver el interior de la iglesia. Tal vez este habitáculo, al que se llegaría mediante una
escalera de madera, sirviese en origen de celda del sacristán o tal vez se tratase del tesoro25. Para algunos, esta ubicación no responde a la lógica, pues era más oportuno colocarlo al lado de la sala capitular, para que los documentos y los sellos estuvieran a mano cuando los asuntos tratados en el capítulo lo exigían26. No obstante, ejemplos como los existentes en el Monasterio de Santa María de Huerta (Figs. 1-5) o el citado de Valbuena dan buena cuenta de ello (Figs. 6 y 7)27. La liturgia y las reliquias constituyen el fundamento de lo sagrado. Por ello, las reliquias y los sencillos relicarios serían custodiados, entre otros lugares, en esa pequeña habitación, aislada y fácil de defender, por su consideración de tesoro espiritual, sometido a 189
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Fig. 3. Archivo-tesoro. Monasterio de Santa María de Huerta (Soria). Interior
Fig. 4. Archivo-tesoro. Monasterio de Santa María de Huerta (Soria). Interior
la codicia y al robo. Simplemente recordemos la práctica por parte de personajes de todo tipo y condición social de los furta sacra, que, en ocasiones, contribuían a aumentar la valoración de las propias reliquias según el procedimiento cómo se habían obtenido. Las reliquias eran los bienes más preciados, la riqueza espiritual, mientras que los relicarios eran la riqueza material. Buena prueba de ello es que, en momentos de necesidad, se funden los relicarios pero no imaginan vender las reliquias, aunque el importe que hayan pagado por ellas sea muy elevado. Así, por ejemplo, parece que el precio satisfecho por la adquisición de la corona de espinas fue muy superior al de la construcción de la Santa Capilla28.
Todavía en pleno siglo XIII, el propio Alonso X en la Partida primera (Ley LXV, p.30), alude a la práctica del robo y venta al referirse a “las reliquias de los santos, cómo deben ser honradas e guardadas”, y dice: Ornamentos llaman aquellas cosas preciadas que tiene santa Iglesia apuesta e honrada así como dice la ley ante de ésta. Pero aquello que mayor honra ahí hacen del cuerpo de nuestro señor Jesucristo a fuera son las reliquias de los santos cuyos cuerpos fueron canonizados, que quiere decir tanto como otorgados por santos. E esto no puede otro hacer si no la santa Iglesia de Roma. E sobre todas las otras reliquias son más de guardar las de nuestro señor Jesucristo e las de su madre santa Maria. E todas estas reliquias deben tener en lugar limpio
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e muy honrado, e deben ser muy honradas e muy guardadas con cerradura, de tal manera que no las pueda hurtar ni tomar par haberlas, ni de otra guisa sin placer de aquellos que las tienen en guarda; e no las han de sacar de aquellos lugares en que estuvieren por codicia de ganar algo con ellas, ni las vender; que las santas cosas no las puede ninguno haber por precio e por eso no pueden ser vendidas, pues que por ellas no pueden dar cosas que tanto valen. E como quiera que las cosas temporales tanto vale la cosa como lo porque es vendida, esto no es en las espirituales donde cualquier que las vendiese pecaría mortalmente e haría simonía29.
Fig. 5. Archivo-tesoro. Monasterio de Santa María de Huerta (Soria). Vista desde la iglesia
Del mismo modo, algunos armarios, a veces de madera, y en ocasiones practicados en el muro, se destinaban también a guardar reliquias y aparecían cerrados por una reja de hierro forjado. Hay que tener en cuenta que las reliquias no siempre estaban encerradas en relicarios, sino que podían igualmente insertarse en la fábrica de construcción o empotrar-
Fig. 6. Archivo-tesoro. Monasterio de Valbuena (Valladolid). Acceso desde el dormitorio
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Fig. 7. Archivo-tesoro. Monasterio de Valbuena (Valladolid). Interior
Fig. 8. Munsterkerk. Roermond (Holanda). Reliquias insertas en la fábrica de construcción
se en columnas y capiteles con el fin de que los santos habitasen en toda la iglesia30. En el curso de unos trabajos de restauración en la Munsterkerk en Roermond (Holanda), en 1964, la desgraciada destrucción de un pequeño altar en el lado norte de la tribuna de las religiosas, dio lugar a un descubrimiento sorprendente. El altar estaba hueco y contenía huesos, en particular una serie de cráneos envueltos en tejidos y llevando pequeñas coronas. Se trataba, evidentemente, de preciosas reliquias (Fig. 8)31.
derablemente sobre todo en las grandes abadías. En el siglo XVII, el tesoro de Citeaux, sala abovedada provista de armarios y cerrada por una puerta de hierro, abrigaba principalmente el relicario con el brazo de San Juan Bautista y los bustos de San Bernardo y San Malaquías realizados entre 1330 y 134832. De igual modo, los inventarios de Clairvaux de 1504 y 1640, referencian numerosos objetos, varios de ellos realizados en el siglo XIV, principalmente la arqueta de plata con los restos de San Bernardo. En 1741, el tesoro era expuesto en siete armarios y comprendía 177 objetos33.
A lo largo de la Edad Media, esta estancia fue abrigando un verdadero tesoro material, a la vez que espiritual, pues el número de relicarios y piezas de orfebrería fue creciendo consi192
El ajuar litúrgico, que no debe considerarse tesoro propiamente dicho, tendría su ubicación en la sacristía, denominada en los textos
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vestiarium, espacio de pequeñas dimensiones, ya que incluso las sencillas casullas las guardaban en las capillas y se las ponían delante del propio altar, antes de la celebración. En razón de su uso como espacio de almacén para las vestimentas y los objetos litúrgicos, se habían dispuesto armarios y en el espesor de sus muros se abrían alacenas y nichos cerrados por puertas34. Del mismo modo, armarios destinados a contener los vasos sagrados, la ropa blanca y los libros de altar, se abrían en el muro
cerca del altar, no sólo en el coro sino también en las capillas, bien al lado de la piscina, bien en el muro del fondo, detrás del altar, bien en el lado del Evangelio. Podían recibir divisiones internas mediante baldas y el rebaje exterior que presentan muestra que estaban cerrados por una puerta35. Uno de los pocos ejemplos conservados es el armario litúrgico de la abacial de Obazine (Corrèze), realizado a fines del siglo XII, en madera de roble, combinada con madera de árboles frutales en las columnitas torneadas de las arquerías que adornan los laterales. Las bisagras, pernios, cerrojos y cerraduras son de hierro forjado36 Como se puede deducir de lo expresado con anterioridad, precisamente si algo, estamos seguros, constituía un verdadero tesoro, eran las reliquias, a la vez tesoro espiritual y fuente de riqueza, independientemente de los relicarios en que estuvieran alojadas. No obstante, no hay que olvidar que los materiales en que estos se realizan, y a los que el contenido confiere una calidad trascendental, están dotados de una simbología y, según las creencias, de un poder mágico o puramente místico, que la fe popular adopta con la ingenuidad de las almas sencillas. Incluso, el simbolismo de las piedras preciosas o semipreciosas está
Fig. 9. Planta de la abadía de Saint-Denis. Disposición de los altares: altar mayor, altar de las reliquias y altar de la reserva eucarística
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codificado por los teólogos. En realidad no es el deseo por el lujo o la ostentación, al menos en un principio, lo que lleva a guardar el auténtico tesoro, es decir las reliquias, en materias preciosas, sino la mayor gloria de Dios y los Santos. San Benito de Aniano, a principios del siglo IX, por espíritu de humildad, no quería cálices de plata sino simplemente de madera o vidrio, sin embargo, a partir de mediados del mismo siglo, un mandato del papa León IV prohibía los cálices de materias indignas37. Además, las reliquias dominaban la vida doméstica y religiosa, la vida cultural, jurídica, política, económica y artística. Esta valoración era común entre personajes de distinta condición; reyes, obispos, abades y el propio pueblo, siendo numerosos los ejemplos que se podrían citar. Por ceñirnos al momento y al contexto que estamos tratando, recordemos que, en la sepultura de Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo, enterrado en el monasterio de Santa María de Huerta, entre las preseas se encontró una pequeña bolsita, que tal vez contuvo reliquias38. El propio San Bernardo, muerto el 20 de agosto de 1153, “fue enterrado el 22 del mismo mes, delante del sagrado altar de la Bienaventurada Virgen María, de quien siempre se había mostrado devotísimo sacerdote. Sobre su pecho y en la sepultura se colocó una pequeña cápsula que contenía reliquias del bienaventurado apóstol Tadeo, que le habían sido enviadas desde Jerusalén ese mismo año, y que él había pedido se colocaran sobre su cuerpo. Con este pensamiento de fe y esperanza quería esperar la resurrección unido al santo apóstol”39. Así pues, las reliquias tenían un valor intrínseco y no era necesario el lujo de los relicarios en que estaban guardadas. De hecho, estos suponían una envoltura de protección 194
pues no había experiencia más sublime que su contemplación directa. Ello acarreaba no pocos disturbios, hasta el punto de que Inocencio III, en 1215, tuvo que imponer severas normas, entre ellas la prohibición de exponer las reliquias fuera de su contenedor. Frecuentemente el excesivo celo y piedad de los fieles ponían en riesgo la integridad de reliquias y relicarios. De este fervor popular participo el propio cuerpo de San Bernardo, de modo que, a pesar de las exigencias de la regla cisterciense, fue imposible prohibir el acceso a las multitudes que llegaban de Claraval. Por ello, hubo que adelantar el momento de su entierro y, en las primeras horas del día 22, mientras la gente dormía, los monjes y prelados dijeron la misa funeral y depositaron el cuerpo bajo las losas de la iglesia, frente al altar mayor. Casi todo lo que podía asociarse con la muerte y las exequias de San Bernardo fue considerado reliquia; la estera sobre la que estaba tendido cuando murió, la piedra donde reposaba mientras los preparativos para las exequias y la propia parihuela, fueron cuidadosamente guardadas. El agua con que había sido lavado su cadáver se conservó en frasquitos de vidrio para distribuirlos entre algunos privilegiados, así como una de las capuchas, su báculo o su copa, en la que bebía en el refectorio40. Como se ha señalado, Godofredo de Auxerre indica que hubo que adelantar la hora del enterramiento del santo, por miedo a los disturbios, ante la afluencia de gentes venidas de todos los lugares: “El pastor muerto permaneció dos días enteros en medio de su rebaño, y la gracia llena de dulzura que otras veces desprendía su rostro, lejos de disminuir, más bien aumentaba y atraía las miradas de todos los asistentes, cautivaba sus corazones y conquistaba su afecto. La gente acudía cada vez en mayor
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número, y ya no se podía controlar a la numerosa concurrencia, pues querían besar sus pies, sus manos y pasar panes por su cuerpo, cinturones, monedas y otros objetos que querían conservar como para conservar su bendición y socorro para futuras necesidades. Al tercer día de su muerte ya fue tremenda la cantidad de gente que acudió de todos los alrededores para esperar la hora en que fuera inhumado su santo cuerpo; pero fue ya el segundo día, hacia mediodía, cuando la afluencia de gente se hizo tan grande y tan enorme el fervor de su piedad hacia el cuerpo santo que no había ningún miramiento para los obispos ni para los hermanos. Por eso, ante el temor de que el tercer día sucediera algo semejante, o incluso peor, adelantaron la hora del enterramiento y celebraron muy pronto por la mañana los oficios, según los ritos habituales, y según se había hecho los dos días anteriores para las misas y la salmodia; después pusieron este bálsamo purísimo en el vaso preparado para recibirle, encerrando bajo una lápida esta piedra preciosa, esta perla incomparable”41. En este relato podemos observar que el comportamiento del pueblo ante el cuerpo del abad, trae a la memoria el de la veneración de algunas reliquias, como las guardadas en la abadía de Saint Denis, hecho por el propio abad Suger; “Había que ver algunas veces, algo difícil de creer, cómo los que se afanaban por entrar para venerar y besar las santas reliquias, el Clavo y la Corona del Señor, chocaban contra la oposición de una multitud tan apiñada. Entre tantos miles de personas no se podía poner ni un pie por lo apretado que estaba uno (….) había tantas mujeres y la estrechez era tan insoportable que era un horror verlas chillar terriblemente como suelen hacerlo las parturientas (…) algunas de ellas, horriblemente pálidas, sujetadas en brazos por la bon-
dadosa ayuda de los hombres por encima de las cabezas de la multitud, avanzaban como en un pavimento (…). Por otra parte, los hermanos que presentaban las insignias de la Pasión del Señor a los que llegaban, se rendían ante tanta ansiedad y peleas, y no teniendo ningún otro sitio por donde salir, huían muchas veces por las ventanas con las reliquias…”42. Así pues, el culto a las reliquias era práctica común importante, similar al de la Eucaristía, de modo que en la mayoría de los templos, donde era habitual la presencia de varios altares, en el eje de cabecera se disponía uno destinado a las reliquias. Así, en la reforma llevada a cabo por Suger en Saint Denis, en el presbiterio alto, rodeado por la girola, se disponían tres altares; el altar mayor, el de las reliquias y uno posterior, en el muro de cierre de la girola, destinado a la reserva eucarística43. La exposición de una reliquia durante el oficio acentúa la espiritualidad, llegando a establecerse un paralelismo con la ostentación de la Eucaristía presentada a la adoración de los fieles, de forma que, en palabras de Ph.George, el ostensorio será a la Hostia lo que el relicario-expositor es a la reliquia44. En las catedrales había un altar de reliquias situado detrás del altar mayor, si el presbiterio era suficientemente profundo, o encima del mismo, al que se accedía por dos escaleras laterales, si no era el caso, tal como sucedía, por ejemplo, en la Santa Capilla de Paris45. Los altares estaban cerrados por un pabellón de tela articulado por esbeltas columnas, rematadas generalmente por figuras de ángeles con símbolos de la Pasión, realizadas en diversos materiales; madera, plata, cobre dorado, etc. Así mismo, estaban dotados de un báculo eucarístico donde se suspendía la pyxide o la paloma y, sobre la mesa, se depositaba el relicario con las reliquias del santo más importante. Algunos testimonios como el tríptico de 195
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la Santa Candela de la catedral de Arras, entre otros, dan cuenta de ello. De forma análoga, muchos de los monasterios cistercienses poseerían dos altares en la cabecera, y, si observamos la descripción de Claraval escrita en 1517, con motivo “Du voyage de la reine de Sesile à Clairvaux, 13 juillet”46, alrededor del altar, encortinado con telas de oro y seda, también estaban colocadas cuatro estatuas de ángeles que se levantaban sobre sendas columnas de cobre y, detrás del gran altar, había tres bellos y ricos altares de alabastro de los cuales el central era el altar de San Bernardo. Cabría la objeción de que se trata de un testimonio de comienzos del siglo XVI, pero, del mismo modo, se nos informa de que en esas fechas todavía se mantenía esa disposición. Probablemente, la distribución de los altares contribuiría a explicar presbiterios de la profundidad de Oseira o Melón47. Incluso, la situación de la tumba y el altar del santo objeto de culto, no difería del de algunas catedrales. Cuando el cuerpo de San Bernardo fue exhumado con motivo de su canonización en 1174, sus restos se trasladaron a la tumba-altar construida detrás del altar mayor de la abadía de Claraval, agrandado con un deambulatorio semicircular en 1178. Del mismo modo, en la iglesia de Pontigny se veía una sepultura con ubicación y características similares a la tumba y el altar de San Guillermo, arzobispo de Bourges († 1209), situada detrás del altar mayor de la catedral. En el caso de la abadía cister se trataba del enterramiento de San Edme, arzobispo de Canterbury, quien se retiró a Pontigny, donde murió. Fue canonizado en 1247 y su cuerpo, encerrado en una arqueta de oro, se colocó detrás del altar mayor, sobre cuatro columnas de cobre48. Por otra parte, también en algunas iglesias cistercienses la reserva del Santo Sacramento se 196
situaba en un vaso suspendido por encima del altar, un Sakramenthaus. Tenemos constancia de ello a través de algunos manuscritos como los de Alcobaça (ca.1152-80), Laon (11581201) y Charleville (fines siglo XII). Vaso o ciborio, es de un solo color: Vas cui imponimus pixidem ubi corpus domini reconditur unius sit coloris. (Lao 9 Lis 22)49 (El vaso sobre el que ponemos la pixide donde se guarda el cuerpo del Señor sea de un solo color). Ciboria in quipus corpus domini reponitur unicoloria sint (Cha 29)50 (Las copas en las que se pone de nuevo el cuerpo del Señor sean monócromas). En los días de fiesta, los primeros objetos que se ponían sobre el altar, en el momento de las ceremonias, eran los relicarios. Toda abadía cister debía tener, al menos, uno que se colocaba sobre el altar durante la misa, en las grandes fiestas del año. En un principio, se ponía en el altar sin cirios, siguiendo la orden del Capítulo de 1185; 1Vnam tantum crucem licet super altare ponere preter communem ligneam, cum uase reliquiarum, sine cereis, in precipuis festiuitatibus, tamtun ad missas51, (“Se puede poner sólo una cruz sobre el altar además de la común de madera, juntamente con el vaso de reliquias, sin cirios, en las principales festividades solamente para las misas”). En los Estatutos de 1197 (4) se recuerda la norma en torno a los relicarios: “Para la colocación de Philacteriis (relicarios) sobre el altar en las principales festividades, se observe lo que se ha prescrito. El trasgresor de esta norma esté durante un día a pan y agua. Se prohíben totalmente los cirios”. Es curioso anotar el texto latino: 1 De Philacteriis ponendis super altare in festis praecipuis, quod definitum est teneatur. 2 Transgressor huius sententiae vno die ieiunet in pane et aqua52, ya que, en primer lugar el hecho de que se arbitre un castigo para el que trasgreda la norma, indica su vulneración pero, además si
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observamos, en 1185 se hace referencia a “vasos de reliquias”, de forma genérica, lo mismo que, en otras ocasiones, se habla de “vasos eucarísticos” o “vasos litúrgicos”, y aquí se habla propiamente de relicarios o philacteriis. A propósito de este término podemos conocer cuál era su significado en aquellos momentos ya que, a finales del siglo XII (entre 1182 y1190), el teólogo de Brescia, Juan Beletho, escribe su tratado “Explicación sobre los oficios divinos”, referente a las iglesias no conventuales, aportando un catálogo de los ornamentos. En uno de sus últimos capítulos “Sobre el adorno del templo material”, dice que el altar se decora con sus ornamentos, como las cruces colocadas con orden, las arquetas de los testigos evangélicos, y las filacterias, y hace una amplia disgresión sobre estas últimas. Señala la diferencia entre phylacteriam y phylacterium, refiriéndose, en el primer caso a las filacterias usadas por los judíos, y significando en el segundo “un vasito de plata y oro, o aún de cristal, en el cual se ponen las cenizas y las reliquias de los santos”53. Posteriormente, el relicario se colocará entre dos cirios tal como lo admiten las Codificaciones de 1220 (I. 13): De una cruce ponenda cum vase reliquiarum in festivitatibus super altare: “ En los principales días de fiesta se ponen reliquias sobre el altar, y quien quiera, que pueda poner por reverencia a ellas dos cirios sobre el altar para las misas, además de candelas fijadas aquí y allá por las paredes”54. Estas Codificaciones fueron revisadas en 1237 (Dist. I. 9): De crucifibus reliquiis et lampade oratorii: “ Tengamos cruces de madera de color, no se hagan de oro o de plata de gran tamaño. En los días festivos, cuando se colocan reliquias sobre el altar, lo cual debe hacerse solamente para las misas, a saber, en el día de la festividad de la Santa Trinidad y en todas las
festividades en las que se hace sermón en el capítulo, excepto el primer día de adviento, se pongan dos cirios en el altar con ellas mismas, además de candelas fijadas en distintos lugares de las paredes. Debemos tener una lámpara ardiendo tanto durante la noche como durante el día en el oratorio, sin cesar un momento”.La reiteración aparece en la Codificación de 1289 (Dist.III, 2): De ornamentis ecclesiae et vestibus ministrorum de eucharistia, et reliquiis venerandis: “ También en las festividades principales cuando las reliquias se colocan sobre el altar solamente para las misas, y en los días en que se hace un sermón en el capítulo, a excepción del primer domingo de Adviento del Señor, que se coloquen encima dos cirios con esas mismas reliquias además de las luces habituales y además de la lámpara que se mantiene encendida en el oratorio constantemente y sin interrupción. También junto a los altares mayores nos es lícito en la elevación de la Eucaristía encender cirios por reverencia y devoción a la Hostia sacrosanta”. En los monasterios cistercienses encontramos reliquias correspondientes a muy diversos santos al igual que en las restantes iglesias, pero entre las más frecuentes hay que considerar las de las Once mil vírgenes suministradas básicamente por Colonia55. Además de Tierra Santa, esta ciudad se convirtió en el segundo mercado de reliquias en Europa, después de Roma. El descubrimiento de cementerios romanos en el exterior de la villa, a comienzos del siglo XII, considerados como lugar de inhumación de Santa Úrsula y las once mil vírgenes, fue decisivo. Desde 1113, la exportación de huesos comienza a gran escala: cabezas por centenares, cuerpos por millares. En 1381, el papa Bonifacio IX, prohibió estas traslaciones que continuaron entonces a escondidas56. Los cistercienses jugaron un papel determinante en la difusión del culto, cuya aceptación oficial se debió a la intervención del arzobispo 197
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Engelberto, quien ya en 1217, al año siguiente de su elección, se dirige al Capítulo General en ese sentido. En 1245, a petición de la abadía francesa de Boulancourt que poseía catorce cráneos de vírgenes, el Capítulo general de Citeaux autorizó el culto. Siete años más tarde, en 1252, el Capítulo general ordenaba que el aniversario de las once mil vírgenes se celebrara en todas las abadías de la orden57. En las abadías femeninas, donde vírgenes consagraban su vida a Cristo, las reliquias de las vírgenes santas tenían un significado especial. El tesoro más impresionante se encontraba en la abadía de Flines que poseía, entre otras reliquias importantes, ochenta cráneos y un gran número de huesos de estas vírgenes. Estas reliquias estaban repartidas en decenas de arquetas dispuestas alrededor del coro de monjas. Debemos pues imaginarnos el coro de Flines compuesto de un centenar de religiosas nobles que ocupaban las sillas a ambos lados del mausoleo de Margarita de Constantinopla, rodeadas de unos ochenta relicarios que contenían los cráneos de las santas vírgenes. Estas arquetas, sin duda, eran cabezas-relicarios, una tipología muy difundida en la baja edad media, y de gran producción en Colonia, tal como se puede observar en las procedentes de la abadía de Herkenrode (Fig. 10)58. El primer testimonio conocido sobre la llegada de reliquias de las Once mil vírgenes a España, se encuentra en una auténtica del arzobispo Engelberto de Colonia a don Pedro, abad cisterciense-morimundense del monasterio de San Pedro de Gumiel de Hizán, con motivo del viaje que hizo a Alemania en 1223 como enviado de Fernando III. En ella se da cuenta de las reliquias “otorgadas al dicho Abad D. Pedro, para que las lleve a su patria y la defiendan de los enemigos, y por ellas se dilate el culto y veneración de nuestros San198
Fig. 10. Cabezas-relicarios de las Once mil vírgenes. Abadía de Herkenrode (Países Bajos)
tos….”59. Estas reliquias jugaron un papel fundamental en el desarrollo posterior del monasterio. Según una carta de indulgencia encabezada por un arzobispo y once obispos, cada uno de ellos concedía cuarenta días de remisión de penas a aquellos que generosamente ofreciesen lámparas y ornamentos con destino al embellecimiento del templo de dicho monasterio, o a los que donaran o hicieran donar, lo mismo en testamento que fuera de él, oro, plata, vestidos, cálices o cualquiera otra cosa necesaria al monasterio, y extendía la misma
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gracia a todos los fieles que devotamente visitasen y honrasen las muchas reliquias, o les hicieran ofrendas (expedida en Avignon el 1º de julio de 1345, año IV del pontificado de Clemente VI. A.H.N. de Madrid)60. El monasterio de Santa María de San Salvador de Cañas (La Rioja), fundado en 1170, guarda cinco de los cráneos de las once mil vírgenes (que en realidad fueron once). En el Tumbo Inmemorial (1626, fol. 24) se citan en la colección de reliquias adquirida por la segunda fundadora, Dña. Urraca López de Haro, unas de las Once Mil Vírgenes, aunque no se dice que sean cabezas. Estas no aparecen recubiertas de cera simulando cabezas durmientes, al estilo llamado in somno pacis, sino enteladas como con morriones, más a la manera de los Christi milites o guerreros de Cristo (Figs. 11 y 12). En algunas falta la mandíbula inferior y la guarnición con que se presentan es propia del siglo XVI, recordando la celada, el yelmo, etc., si bien las reliquias parecen formar parte de la colección del siglo XIII61. Otras reliquias muy importantes fueron los fragmentos de la Vera Cruz, cuyo culto está, asimismo presente en el ámbito cister. En una serie de colecciones locales de estatutos del Capítulo General de fechas diversas, (11581201), encontramos un texto que supone, por un lado, la derogación autorizada más temprana que se registra de la prohibición en contra de las cruces de metal precioso y, por otro, la constatación del culto al Lignum Crucis, mediante la adoración y veneración : Cruces auree uel argentee quibus lignum crucis insertum fuerit in parasceue adorari possunt; in die pasche et in tribus annuis processionibus crucibus illis que ad processionem portantur alligari possunt62. La presente prescripción, cuya traducción sería: “las cruces de oro o de plata en las que se hubiera insertado el lignum crucis pueden ser
Fig. 11 y 12. Cabezas-relicarios de una de las Once mil Vírgenes. Monasterio de Santa María de San Salvador. Cañas (La Rioja)
adoradas en la víspera del sábado; en el día de Pascua y en las tres procesiones anuales pueden ser encajadas en aquellas cruces que se llevan para la procesión”. Se refiere a una práctica desconocida: el uso de una reliquia de la Vera Cruz encerrada en oro o plata para la veneración de la cruz en Viernes Santo. La misma reliquia-cruz puede incorporarse a la cruz procesional en Pascua, y en las tres procesiones anuales (Purificación, Domingo de Ramos, Ascensión). 199
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Obviamente no todos los monasterios podían vanagloriarse de una reliquia de la Vera Cruz, por ello es especialmente significativa la cruz del monasterio de Santa María de Carrizo (León), realizada en plata sobredorada y que se puede situar a finales del siglo XII. Responde al modelo de cruz de doble travesaño y extremos potenzados que acaban en un ensanchamiento cuadrangular (Fig. 13). Habitualmente esta tipología se relaciona con una clase de cruz-relicario (stauroteca) destinada a guardar fragmentos de la Vera Cruz. Su destino como Lignum Crucis parece datar de fechas tardías ya que consta que a mitad del siglo XVII todavía se veneraba la reliquia en una arquilla. La modificación consistió en introducir en el centro una cruz de plata lisa con un cristal que permitía ver el Lignum. Tal vez nos encontramos ante una situación similar a la descrita anteriormente, una reliquia que se inserta en determinadas ocasiones en una cruz procesional y que, posteriormente, quedaría incorporada a ella de modo definitivo. Está adornada por ambos lados. En el anverso, la filigrana ocupa papel destacado, mientras en los bordes y en el centro se colocan piedras y entalles en cabujón. Respondiendo al gusto por el mundo antiguo que llevó a reutilizar gemas, entalles o camafeos en piezas medievales, encontramos tres cabujones de época clásica que representan a una doncella oferente ante un altar, una mujer navegando a lomos de un delfín y un Hermes alado. En el reverso, los brazos están recorridos por una decoración repujada con tallos a modo de roleos que acaban en hojitas de parra. En el crucero destaca el Cordero Apocalíptico con nimbo, estandarte y cruz entre sus patas delanteras. En los extremos, los símbolos de los evangelistas en su versión oriental. Apoya en un pequeño mueble de madera con frontal de plata y pináculos a los lados63. 200
Fig. 13. Lignum Crucis. Monasterio de Santa María de Carrizo de la Ribera (León). Fines siglo XII
Así pues, al comienzo, en el culto a las reliquias, el acento se pone en la oración, devoción y veneración y no en la ostentación y posibles donaciones que su posesión conlleva. No obstante, como podemos observar el oro y la plata, en fechas no muy tardías, también estarán presentes, aunque la prohibición se siga reiterando. Por ello, en principio, no son necesarios ricos envoltorios que en nada benefician a los pobres, a los monjes o a los hom-
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bres espirituales. Para analizar su valoración y finalidad volvemos nuevamente al texto de la Apología del abad Guillermo: “…… ¿Y podemos pretender ahora que estas cosas exciten nuestra devoción?, ¿Qué finalidad perseguiríamos con ello? ¿Qué queden pasmados los necios o que nos dejen sus ofrendas los ingenuos?. Quizá sea que vivimos aún como los paganos y hemos asimilado su conducta rindiéndonos ante sus ídolos. O hablando ya con toda sinceridad y sin miedo, ¿no nacerá todo esto de nuestra codicia, que es una idolatría? Porque no buscamos el bien que podamos hacer sino los donativos que van a enriquecernos. Si me preguntas, ¿de qué manera? Te respondería: de una manera originalísima. Hay un habilidoso arte que consiste en sembrar dinero para que se multiplique. Se invierte para que produzca. Derrocharlo equivale a enriquecerse. Porque la simple contemplación de tanta suntuosidad, que se reduce simplemente a maravillosas vanidades, mueve a los hombres a ofrecer donaciones más que a orar. De este modo las riquezas generan riquezas. El dinero atrae al dinero, pues no sé por qué secreto donde más riquezas se ostentan, más gustosamente se ofrecen las limosnas. Quedan cubiertas de oro las reliquias y deslúmbranse los ojos pero se abren los bolsillos. Se exhiben preciosas imágenes de un santo o de una santa, y creen los fieles que es más poderoso cuanto más sobrecargado esté de policromía. Se agolpan los hombres para besarlo, les invitan a depositar su ofrenda, se quedan pasmados por el arte, pero salen sin admirar su santidad. No cuelgan de las paredes simples coronas, sino grandes ruedas cuajadas de pedrerías, rodeadas de lámparas rutilantes por su luz y por sus ricas piedras engarzadas. Y podemos contemplar también verdaderos árboles de bronce, que se levantan en forma de inmensos candelabros, trabajados en delicadas filigranas,
refulgentes por sus numerosos cirios y piedras preciosas……¿De qué le sirve esto a los pobres, a los monjes y a los hombres espirituales?. A no ser que respondamos a aquella pregunta del poeta con las palabras del salmo: Señor, yo amo la belleza de tu casa, el lugar donde reside tu gloria. En este caso lo toleraría, pues aunque son nocivas las riquezas para los superficiales y los avaros, no lo son para los hombres sencillos y devotos”65. Sin embargo, a pesar de estas palabras, conviene recordar que el cister tampoco fue ajeno a una de los medios más eficaces para recolectar fondos que las catedrales ponían en práctica, como era la organización de tournées de reliquias, a veces traspasando incluso las fronteras65. De este modo, vemos, cómo en 1195, un abad es condenado a una penitencia de seis días, uno de ellos a pan y agua, por haber, dice el Estatuto “enviado un monje y un converso a mendigar con reliquias” y la colecta fue confiscada en beneficio del Capítulo General66. Una vez más, la sanción impuesta indica la vulneración de la norma. Como es obvio, el punto de vista difiere nuevamente del expresado por el abad Suger a quien le gustaba que sus reliquias fuesen expuestas tan “noble” y “visiblemente” como se pudiera. No hay, según él, peor pecado por omisión que sustraer del servicio de Dios y de sus santos lo que la naturaleza proporciona y el hombre completa, vasos de oro o de materia preciosa adornada con perlas o gemas, candelabros de oro o frontales de altar, esculturas o vidrieras, mosaicos y esmaltes, vestidos y tapicerías67. La concepción de Suger del ceremonial eclesiástico era en gran parte estética. Para plasmar su idea de la transposición de la Jerusalén celeste a la tierra, en el ámbito de la iglesia, se basa en el texto del Apocalipsis (21; 15-22)68, que incide en la riqueza de los materiales de 201
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construcción, el brillo y el esplendor de los ornamentos. El espacio interior se convertirá para el fiel en algo mágico, desmaterializado y envolvente en una atmósfera irreal. San Bernardo, por su parte, pertenece a un grupo en el que destaca el carácter combatiente de sus militantes. Claraval se propone como la réplica de aquella Jerusalén amurallada, pero en ella se valora su carácter geométrico y de fortaleza, cuyo ejército está formado por los ángeles: “sobre los muros de Jerusalén he apostado guardianes; ni en todo el día ni en toda la noche estarán callados….” (Isaías; 62, 6). San Bernardo compara su monasterio con Jerusalén, fortín asediado por Babilonia y el alma santificada, con una tropa; porque está adornada de un enorme número de virtudes perfectamente ordenadas, y además se beneficia de la protección permanente de los ángeles69. Una vez más, aunque la filosofía inicial varíe, en realidad las prácticas terminarán por no diferir demasiado. Por ello, excepto los primeros relicarios que debieron ser muy simples y de los que a penas tenemos conocimiento, encontramos las mismas formas artísticas e idéntico empleo de materiales. De este modo, la posesión de relicarios bizantinos y arquetas de cobre dorado y esmaltado de Limoges debió ser bastante habitual. Así pues, según se ha señalado, a lo largo de la Edad Media, el número de vasos sagrados, relicarios, ornamentos, cruces y piezas de orfebrería creció notablemente, sobre todo en las grandes abadías y la austeridad de Claraval sucumbió bajo las donaciones de los antiguos combatientes70 Recordemos que, ni siquiera el propio Santo, después de su muerte, se vio libre de esta tendencia, puesto que, un arca de plata estaba destinada a guardar sus restos. Además, al poco de ser enterrado, sus sucesores comenzaron la construcción de Claraval III, consagrado en 202
1174, unos meses después de la canonización oficial de San Bernardo, llevada a cabo por el Papa Alejandro III, el 18 de enero de 1174. Su cuerpo, trasladado en dos ocasiones (1174 y 1178), proporcionó numerosas reliquias que se distribuyeron a diversos lugares. Su sepulcro se dispuso en la capilla mayor y su culto fue en aumento, siendo objeto del fervor de los peregrinos que acudían a visitar sus reliquias. Además, en 1332, el abad Juan de Aizanville encargó dos bustos relicarios de orfebrería, adornados con gemas, donde se incluyeron los cráneos de San Bernardo y San Malaquías y se ofreció a pagar un cofre de plata maciza para guardar dignamente las reliquias del Santo. No obstante, los monjes se resistieron a sacar el cuerpo de la sepultura71. De este modo, observamos cómo la valoración de las reliquias es coincidente en las diferentes formas de entender la espiritualidad del momento. No obstante, ya que a través de las reliquias se presentaba lo santo al pueblo, era necesario, en esos casos, envolverlas en los materiales más ricos. Por ello, algo que, al principio, en los monasterios cistercienses dedicados al recogimiento de la vida monástica, no era en absoluto prioritario, se convertía en cuestión de capital importancia en otro tipo de recintos eclesiásticos. Lo mismo ocurría con los vasos sagrados, retablos, imágenes, etc., máxime teniendo en cuenta que al pueblo se le atraía mediante el estímulo de sus sentidos. Por ello, vemos que Suger, ante la falta de materiales para enriquecer el gran crucifijo de oro de su abadía, no duda en aceptar las piedras que le ofrecen otros monasterios rigoristas, considerándolo un milagro jubiloso: “No queremos callar un milagro jubiloso, pero honesto, que en relación con esto nos mostró el Señor. Pues encontrándome en dificultades por la carencia de piedras preciosas y no
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pudiendo sobre este particular proveerme los suficiente (pues la escasez las encarece), he aquí que unos monjes de tres abadías de dos Órdenes –a saber, del Cister y de otra abadía d la misma Orden, y de Fontevrault– entraron en nuestro habitáculo contiguo a la iglesia y nos ofrecieron en venta una cantidad tal de piedras preciosas que no esperábamos encontrar ni en diez años, a saber, jacintos, zafiros, rubíes, esmeraldas y topacios. Sus propietarios las habían recibido del conde Teobaldo en forma de limosna….”72. PRIMEROS OBJETOS Sin embargo, no podemos justificar la suntuosidad, la riqueza e incluso la ostentación, tan sólo por su destino popular, sino que la austeridad o, en su caso, el lujo, implica otra serie de connotaciones de tipo político, social, económico y, desde luego es consustancial a la propia personalidad de quienes lideran los respectivos movimientos. Así, si observamos algunos objetos que se consideran de uso personal, y respondiendo todos ellos a las corrientes artísticas del momento, tal vez en un principio se puedan vislumbrar algunas diferencias, en especial en la acumulación de motivos decorativos, así como en la abundancia de ricos materiales empleados, si bien es cierto que, en el caso de San Bernardo y, ateniéndonos a algunas anécdotas relatadas por Godofredo, poca era la atención que el Santo les prestaba73 Seguramente, la escasez de objetos conservados de los primeros momentos, no permite hacernos una idea precisa. No obstante, a modo de ejemplo, proponemos una mirada a algunos de ellos; el báculo de San Roberto, en el Museo de Dijon (siglo XI), debió formar parte de la “capilla” que trasladó al Nuevo Monasterio y que luego permaneció allí (Fig. 14)74.
Fig. 14. Báculo de San Roberto de Molesmes. S. XI. Museo de Dijon
Está totalmente cubierto de una labor de filigrana que recorre el mango, el nudo y la voluta. Ésta termina en una cabeza de serpiente y envuelve una flor en su centro75; el báculo de Roberto de Arbrissel (fines del siglo XI-principios del XII), de cristal de roca, cobre y roble76; los vasos litúrgicos de Suger para el altar principal de la abadía de Saint Denis (Fig. 17) y su magnífico retablo de oro77 o la casulla, el sudario, la taza (Fig. 15), la estera y uno de los báculos de San Bernardo78. Una casulla se conservaba todavía en el siglo XVIII y estaba realizada en algodón79. La taza, guardada en el Museo de Dijon, que, según las normas, cuando se bebía debía mantenerse con las dos manos, es de madera de boj y, a fines de la Edad Media, fue montada sobre un pie donde se encuentran grabadas las palabras: Ciathus sancti Bernardi, abbatís Clarevallis (Fig. 18). La estera en la que reposaba en vida y sobre la que murió se conserva en el tesoro de la catedral de Châlons-sur-Marne. El sudario parece que responde al momento de su segundo traslado, cuando su cuerpo fue exhumado con motivo de su canonización en 1174. 203
Mª Luisa Martín Ansón
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Fig. 15. Taza de San Bernardo. Museo de Dijon
De los báculos del Santo, el que se conserva en la abadía de Bellefontaine, está realizado en marfil y cobre dorado (Fig. 16). El motivo central de la voluta ha desaparecido, se distinguen los cuatro clavos de fijación y parece de dudosa autenticidad la cabeza de serpiente en que acaba la voluta. Una anilla de cobre que termina el casquillo cilíndrico, lleva grabada la inscripción, Summitas baculi pastorales Sti Bernardi abb. et eclesial doctoris80. Pertenece a una tipología bien atestiguada en la época. Su parecido con el báculo de San Annon (tesoro de la iglesia de Saint-Servais, Siegburg) es más
Fig. 17. Vaso litúrgico conocido como Águila de Suger. Montura antes de 1147. Abadía de Saint Denis
Fig. 18. Vaso litúrgico conocido como vaso de Eleonor. Abadía de Saint Denis
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Gradus> fueron depositadas en el interior de una estatua de plata que representa al santo. De aquí salieron las reliquias de San Annon entregadas al abad D. Pedro por el deán de Sta. María <ad Gradus>. Junto con otras reliquias, entre ellas las de las Once mil Vírgenes, llegaron a Gumiel de Hizán81 A pesar de ser un hombre con poder y participativo en la política de su momento, en una época de costumbres muy corrompidas, se distinguió por su austeridad. Esto nos lleva a pensar que el sentimiento de sobriedad es algo íntimo. ALGUNAS OBRAS EN MONASTERIOS ESPAÑOLES
Fig. 16. Báculo de San Bernardo. Abadía de Bellefontaine
que evidente. Tal vez, despojado de las adiciones del siglo XIX, el de San Bernardo presentara una apariencia similar. San Annon, arzobispo de Colonia (†1075), fue capellán de Enrique III, tutor de Enrique IV y regente del Imperio. Se retiro a la abadía benedictina de Sieburgo que él mismo había fundado, donde fue enterrado. Sus restos mortales fueron exhumados en 1183 con motivo de su canonización y depositados “en una arqueta resplandeciente de oro y piedras preciosas”, de factura similar a la de los Reyes Magos, en Colonia. Destaca su avidez y rapacidad como coleccionista de reliquias, apoderándose de algunas de las que guardaba la reina, Richeza, de Polonia, por medios poco correctos. Un brazo de San Annon, en rico relicario, y otras reliquias suyas fueron a la iglesia de San Jorge. Las reliquias llevadas desde Siegburg a Santa María <ad
Respecto a los bienes muebles que poseían inicialmente parece aventurado verter afirmaciones contundentes pues, en la mayoría de las ocasiones, desconocemos cómo y cuándo llegaron allí y sólo, de forma excepcional, tenemos noticia de que se produjeran por encargo e, incluso, como fruto de una donación. No obstante, de modo general, se puede decir que los monasterios españoles no se ajustaron estrictamente a la normativa prescrita incluyendo objetos ricos y adornados así como representaciones figuradas. Jugaron importante papel como panteones y no sólo regios, y no fueron ajenos al devenir de las peregrinaciones. La mayoría de las obras hoy conservadas en monasterios españoles, no podemos afirmar que formaran parte del mismo desde sus inicios. Y, por otro lado, responden a la tipología habitual del momento, sin que pueda hablarse de peculiaridades vinculadas a la espiritualidad cisterciense82. Sólo, en ocasiones muy concretas, sabemos que fueron encargadas por algún abad en particular y, en esos casos, lo habitual es que correspondan a fechas tardías. A modo de ejemplo, recogemos algunas de las piezas más significativas, sin entrar, como es 205
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obvio, en un análisis pormenorizado. Con ello, queremos simplemente hacer un muestreo que nos permita observar cómo los modelos, las decoraciones, los tipos y los usos coinciden con piezas que pueden localizarse en cualquier ámbito eclesiástico. La “obra de Limoges”, sin duda, gozó de gran predicamento lo que incrementó notablemente la producción y la consecuente difusión, alcanzando a los monasterios cistercienses. A ello contribuyó, de modo muy especial, la aceptación del opus lemovicense para conservar el Santo Sacramento, según las instrucciones de los canonistas de Inocencio III, retomadas a lo largo del siglo XIII durante los sínodos provinciales. En algún caso tenemos noticias de un encargo puntual, como el realizado para la abadía normanda de Savigny83, pero frecuentemente encontramos este tipo de objetos, muy abundantes también en nuestras abadías, sin tener constancia de su filiación. Como ejemplo recogemos la arqueta relicario en torno a 1230, de cobre sobredorado, en el M.A.N. procedente del convento de San Marcos de León y, a su vez, probablemente del monasterio de Sandoval (León). Con fondo esmaltado y figuras en aplique, presenta, en el frente, a la Virgen en mandorla entre dos ángeles en la parte baja y tres santos en la cubierta (Fig. 20). En los laterales, se sitúan otros dos santos y la parte posterior, donde se ubica la puerta, desarrolla un esquema geométrico de rombos esmaltados y en reserva, recuerdo de la palla sepulcral, velo fúnebre dispuesto sobre los sepulcros de los santos84. Sin duda una de las obras más admiradas es el Cristo procedente del Monasterio de Santa María de Carrizo de la Ribera (León). Tal vez fruto de una donación, está realizado en marfil y se sitúa en el último cuarto del siglo XI, atribuyéndolo al taller de San Isidoro de León. 206
Fig. 20. Arqueta relicario. Limoges. Ca.1230 M.A.N. procedente del monasterio de Sandoval (León)
Los ojos, incrustados de azabache mediante un finísimo hilo de oro, aportan una expresividad inusitada (Fig. 21). La presencia de un receptáculo en la espalda (circular con perforación en forma de cruz griega), le convierte en relicario, probablemente para alojar fragmentos del lignum crucis85. Del mismo monasterio destacamos la cruz procesional correspondiente a comienzos del siglo XIII, de características bastante similares al Lignum Crucis, citado con anterioridad (Fig. 19). El alma de madera va revestida de lámina de plata sobredorada por ambas caras. La figura del Crucificado, añadida en el siglo XVIII, oculta en parte la magnífica decoración de filigrana de cordón y granulada. La labor de repujado se emplea en las figuras del Agnus Dei y del Tetramorfos que ocupan el reverso86 Entre los báculos, recogemos el que la tradición atribuye a San Martín de Finojosa (Monasterio de Santa Mª de Huerta). Abad del citado monasterio durante casi 20 años, en la segunda mitad del siglo XII, hasta que en 1184 paso a ocupar la sede episcopal de Sigüenza. Tras renunciar al obispado se retiró a Santa María de Huerta hasta su muerte en
El tesoro sagrado de los monasterios cistercienses hispanos: entre la austeridad y la opulencia
1213. Se dice que estuvo en el sepulcro del santo hasta 1558. De cobre sobredorado, la terminación de la voluta simula una cabeza de serpiente (dragón), cuyo ojo se marca por uno de los cabujones, que originalmente la recorría en su totalidad. Está trasdosada por una decoración de hojas y en su centro aloja una escena que funde los episodios de la Anunciación y la Encarnación. El ángel de pie lleva una filacteria en su mano izquierda mientras con la derecha indica la Paloma que surge de la parte superior y se dirige hacia la oreja de la Virgen. María con su actitud transmite la sensación de sorpresa ante la inesperada visita. El vástago, destinado a ser fijado sobre un mango de madera, es de forma hexagonal y está decorado con dos pisos de figuras grabadas que
representan a los apóstoles. Algunos llevan el libro en su mano. Su canon esbelto y el amaneramiento en sus actitudes responden a la manera de fines del siglo XIII e incluso comienzos de la centuria siguiente. Por ello, teniendo en cuenta la fecha de fallecimiento de San Martín, 1213, no parece probable que se pueda relacionar con Él87.
Fig. 21. Crucificado en marfil procedente del monasterio de Carrizo de la Ribera (Museo de León)
Fig. 19. Cruz procesional. Primera mitad del S.XIII Monasterio de Santa María de Carrizo de la Ribera (León)
El tríptico relicario del Monasterio de Santa María de Piedra (fundado en 1195 por Alfonso II y confirmado en 1218 por Jaime I), hoy en la Academia de la Historia, Madrid88, fue regalado por su abad Martín Ponce en 1390 (Fig. 22). Sin duda se trata de una obra excepcional de la pintura y de la carpintería, con brillante colorido y predominio de oros,
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en la que los tableros servirían de asiento a los relicarios. La reliquia central, una Hostia con gotas de sangre, surgidas ante la duda del hecho de la transustanciación por parte de un presbítero del pueblo de Cimballa (Zaragoza), se inscribe dentro del culto a la Eucaristía, promovido a raíz de un acontecimiento similar en Bolsena (1262-64), que derivó en la institución de la festividad del Corpus Christi, por parte de Urbano IV y dio lugar al famoso relicario de los Corporales de Bolsena. Obra de Ugolino de Vieri, terminado en 1338, justificó la construcción de la catedral de Orvieto. En la misma línea, aunque con distinta historia, hay que incluir también el relicario de los Corporales de Daroca Mediante la bula Transiturus, 11 de abril de 1265, la iglesia confirmaba un dogma esencial elaborado a través de los siglos, sobre el sacramento eucarístico. Condenaba las herejías que niegan la Encarnación. Tomás de Aquino fue el encargado en 1267 de escribir los nuevos himnos para la Misa especial del Santo Sacramento por ello los programas Encarnación-Redención son tan habituales en el siglo XIV. Para concluir podríamos decir que, en líneas generales, durante la primera época, hasta la segunda mitad del siglo XII, las normas se seguían de forma más o menos estricta y el Capítulo permanecía intransigente, aún en el caso de pinturas y objetos preciosos procedentes de donaciones de personajes importantes, que los abades no se atrevían a rehusar. Después, la relajación se fue haciendo patente. Los estatutos prohíben este tipo de obras pero los documentos muestran la existencia de las mismas en las abadías. Probablemente hay que considerar una observancia relativamente estricta en los primeros momentos, especialmente hasta la fecha de la muerte de San Bernardo, basada en el empleo de materiales, la austeridad decorativa y la reducción numérica
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Fig. 22. Tríptico relicario procedente del monasterio de Santa María de Piedra. Fines S.XIV. Academia de la Historia. Madrid
de piezas que, no obstante, siguen los modelos del momento. En el ámbito español es difícil suponer la existencia de esta etapa inicial, al menos en su estricta observancia, por lo que resulta inverosímil, cuando no imposible, pensar que la impresión al aproximarse a un monasterio cister español, podría recordar a la que Arnaldo de Boneval nos transmite de Claraval a la llegada del Papa, a su vuelta de Lieja: “Y allí fue cariñosamente recibido por los pobres de Cristo, que estaban muy lejos de vestir púrpura y lino, o de presentarse con evangeliarios dorados. Los monjes, más bien aparecían como una panda de harapientos, llevando una cruz de madera tirando a descolorida; no hacían resonar estruendosas trompetas ni lanzaban gritos de alegría. Su canto era suave y cadencioso, y sin nada de afectación”. “En este monasterio nada vio el romano Pontífice que despertara su interés, ni un mueble que le llamara la atención: en el oratorio se encontraron las paredes desnudas. Todo lo que podía excitar su ambición eran las costumbres y no les perjudicaría nada, el que les requisaran éstas, pues ya no se podía reducir más su loable género de vida”89.
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NOTAS 1. Chrysogonus WADDELL, “La Carta 10 de Pedro Abelardo y la reforma litúrgica cisterciense”, Cistercium, vol. XXV, (1973), pp. 56-66. R.P.Dom Marie-Gérard DUBOIS, “Liturgia Cisterciense”, Cistercium, 189 (1992), pp. 241-259. (Trad. P. José Luis Monge, ocso. Monasterio de Carrizo). 2. W. TATARKIEWICZ, Historia de la Estética. II. La estética medieval. Madrid, 1990, pp. 184-185. 3. Leopoldo TORRES BALBAS, “Una fase de austeridad artística en el cristianismo y en el Islam occidental”, Al Andalus, (1956), pp. 377-396. 4. NARRATIVE AND LEGISLATIVE TEXTS FROM EARLY CÎTEAUX, Ed. Fr. Chrysogonus WADDELL, Citeaux, 1999, Capitula XXV, p. 191. Instituta Generalis Capituli X, p. 329: 2 Altarium linteamina, ministrorum indumenta, sine serico sint, preter stolam et manipulum. 3 Casula uero nonnisi unicolor habeatur. 4 Omnia monasterii ornamenta, uasa et utensilia sine auro, argento et gemmis, preter calicem et fistulam. Que quidem duo sola argentea et deaurata, sed aurea nequaquam habere permittimur. Traducción: P. LORENZO HERRERA, Historia de la Orden del Cister, Monasterio de las Huelgas, Burgos, 1995, T. VI, Documentación. Col. Espiritualidad Monástica, vol. 30, p. 162. 5. 2 Interdicimus ne in ecclesiarum nostrarum libris aurea uel argentea siue deargentata uel deaurata habeantur retinacula, que usu firmacula uocantur, et ne aliquis codex pallio tegatur. NARRATIVE AND LEGISLATIVE… Op. Cit. Instituta Generalis Capituli, XIII, p. 330. Ambos estatutos (X y XIII) deben proceder de los primeros tiempos, es decir, del abadiato de Esteban Harding (+1134), si bien un año antes había renunciado al puesto de abad, aunque su forma actual sea ca. 1147. 6. EXORDIUM PARVUM, Cap. XVII: 5 Deinde ne quid in domo Dei, in qua die ac nocte Deo devote servire cupiebant, remaneret, quod superbiam aut superfluitatem redoleret, aut paupertatem, custodem virtutum, quam sponte elegerant aliquando corrumperet, 6 confirmaverunt ne retinerent cruces aureas seu argenteas, nisi tantummodo ligneas coloribus depictas; neque candelabra, nisi unum ferreum; neque thuribula, nisi cuprea vel ferrea; neque casuals, nisi de fustaneo vel lino, sine pallio auroque et argento; neque albas vel amictus, nisi de lino, similiter sine pallio, auro et argento .7 Pallia vero omnia et cappas atque dalmaticas tunicasque ex toto dimiserunt; sed calices argenteos, non aureos, sed si fieri poterit deauratos; et fistulam argenteam, et si possibile fuerit, deauratam; stolas quoque ac manipulos de pallio tantum, sine auro et argento retinuerunt .8 Pallae autem altarium ut de lino fierent et sine pictura plane praecipiebant, et ut ampullae vinariae sine auro et argento essent. En, NARRATIVE AND LEGISLATIVE….Op. Cit. p. 438. Waddell lo fecha ca. 1147. Traducción: “….5 Además, para que en la casa de Dios, en la que querían servir con fervor día y noche, no quedara nada que oliera a soberbia o superfluidad, o corrompiera de algún modo la pobreza, guardiana de las virtudes, que espontánea-
mente habían abrazado. 6 Determinaron no conservar cruces de oro o plata, sino sólo de madera pintada; y tampoco candelabros, excepto uno de hierro, ni incensarios que no fuesen de cobre o de hierro, ni casullas que no fuesen de fustán o lino, pero sin seda, ni oro ni plata; ni albas ni amitos que no fueran de lino, asimismo sin seda, oro ni plata. 7 Abandonaron por completo el uso de palios, capas pluviales, dalmáticas y túnicas. Pero conservaron cálices de plata, no de oro sino, en lo posible, dorados, y cánula de plata y a ser posible dorada; y las estolas y manípulos únicamente de seda, sin oro ni plata. 8 Mandaron claramente que los manteles del altar fueran de lino y sin pinturas, y las vinajeras sin oro ni plata”. P. LORENZO HERRERA, Op. Cit. t. VI, pp. 73-74. 7. Ed. CH. WADDELL “Twelfth- Century Statutes from de Cistercian General Chapter”, Cîteaux: Commentarii cistercienses. Studia et Documenta, (2002), vol. XII, II. C. Systematic Series 1157-ca. 1179, p. 579. 1 Cruces cum auro non habeantur, nec tam magne que congrue non portentur ad processionem, et ad altare ponantur. 2 Item auree uel argentee cruces notabilis magnitudinis non fiant. 8. Idem, I.B. Annual General Chapter Statuta 1157-1161, p. 70 9. Wolfgang BRAUNFELS, La arquitectura monacal en Occidente. Rd. Esp. Barcelona, 1975 (ed. orig. 1969), pp. 127-131. 10. R.P. Dom Marie-Gérard DUBOIS, “Liturgia Cisterciense”, Cistercium 189 (1992), pp. 241-259. Trad. P. José Luis Monge, ocso. Monasterio de Carrizo. 11. “Una cosa, lo confieso, me ha parecido siempre preeminentemente digna, y es que todo objeto costoso, todo objeto de gran valor debería servir por encima de todo para la administración de la Sagrada Eucaristía. Si vasos para libaciones en oro, fialas de oro y pequeños morteros del mismo metal eran utilizados, según la palabra de Dios y el mandato del profeta, para recoger la sangre de las cabras, de los terneros o de las terneras rojas, con más razón los vasos de oro, las piedras preciosas y todo lo que de más valioso hay entre todas las cosas creadas, deben ser dispuestas, con reverencia constante y plena devoción, para recibir la sangre de Cristo. Realmente ni nosotros, ni nada de lo nuestro es suficiente para este servicio. Y si por una nueva creación nuestra sustancia fuera transformada en la de los santos querubines y serafines , aún así ofrecerían un insuficiente e indigno servicio a tan grande e inefable Víctima”. “Los detractores oponen que un espíritu santo, un alma pura y una intención fiel deberían ser suficientes para esta función sagrada y nosotros afirmamos explícita y expresamente que esto es lo esencial. Pero nosotros declaramos que debemos rendir homenaje además por medio de los ornamentos exteriores de los vasos sagrados y a nada en el mundo con igual grado que al servicio del Santo Sacrificio, con toda la pureza interior y con todo el esplendor externo” (Cap. XXXIII). Fuentes y Documentos para la Historia del Arte. Arte Medieval II. Ed. Joaquín YARZA, Barcelona, 1982, p. 40. 12. Jean RICHARD, “Dans l’Europe du XIIe.s.”, en Bernard de Clairvaux. Histoire. Mentalités. Spiritualité. Colloque de Lyon-Citeaux-Dijon. Paris, 1992 pp. 83-102.
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13. René LOCATELLI, “L’expansion de l’Ordre Cistercien”, en Bernard de Clairvaux. Histoire. Mentalités. Spiritualité. Colloque de Lyon-Citeaux-Dijon. Paris, 1992, pp. 103-140. 14. José Carlos VALLE PÉREZ, La arquitectura cisterciense en Galicia. Fundación Pedro Barrié de la Maza. La Coruña, 1982, p. 25. 15. Maria ADELAIDE MIRANDA, “ Um olhar sobre as artes plasticas cistercienses. A Galiza e Portugal (sécalos XIIXIII)”, en Arte de Cister em Portugal e Galiza. Arte del Cister en Galicia y Portugal. Fundaçao Calouste Gulbenkian, Fondación Pedro Barrié de la Maza, 1998, pp. 140-183, p.182. 16. ALFONSO X, Las Siete Partidas, versión de José SánchezArcilla, Madrid, 2004, Partida primera, Ley XXVII, p. 88. 17. Louis. J. LEKAI, Los Cistercienses. Ideales y realidad, Abadía de Poblet. Tarragona, 1987. Monjes y sociedad, pp. 489-517. 18. Antonio GARCIA FLORES, “Santa María de Valbuena (Valladolid) en el siglo XVI: proceso de transformación y ampliación del claustro medieval”, Humanismo y Cister. Actas del I Congreso Nacional sobre humanistas españoles. Univ. León, Madrid, 1996, pp. 557-580. 19. Joaquín YARZA LUACES,”El tesoro sagrado de Isabel la Católica”, en Maravillas de la España Medieval. Tesoro sagrado y Monarquía, Real Colegiata de San Isidoro de León, 18 dic.2000 al 28 de febrero de 2001. Maravillas… p. 311-328. 20. No es el momento de entrar a definir estas funciones que, además, según se deduce de los documentos, con el paso del tiempo fueron variando y podrían llevarnos a caer en la tentación de adjudicar competencias de época posterior. A modo de ejemplo de esta variación recogemos la valoración expresada en la Partida primera de Alfonso X, (Ley VI, p. 59), “Qué quiere decir tesorero o sacristán e cuál es el su oficio de ellos”: Tesorero tanto quiere decir como guardador de tesoro, pues en su officio conviene de guardar las cruzes e los cálices, e las vestimentas e los libros, e todos los otros ornamentos de santa Iglesia. E él debe componer los altares y tener la iglesia limpia e apuesta, e abondada de incienso e de candelas, e de las otras luminarias que son menester. Otrosi él debe guardar la crisma e mandar e ordenar cómo se haga el bautismo. E a su oficio pertenece de hacer tañer las campanas. E en algunas iglesias hay, en que hay sacristanes, que han ese mismo oficio que tesorero. E sacristán en latín tanto quiere decir en romance como hombre que es puesto a guardar las cosas sagradas. 21. Terryl N. KINDER L’Europe Cistercienne. Les formes de la nuit. Zodiaque, 1997, pp. 268-269. 22. Isidro G. BANGO TORVISO, “El tesoro de la Iglesia”, en Maravillas de la España Medieval ….. pp. 155-188. 23. Del mismo modo, en las catedrales góticas se disponía un espacio, de ubicación variable, generalmente con difícil acceso, a veces dividido en dos o tres plantas, ocupando la última los relicarios y las reliquias. Ver: Marie-Anne SIRE, “Les Trésors de cathedrales: salles fortes, chambres aux reliques ou cabinets de curiosités ? , en 20 Siècles en Cathedrales. Palais du Tau, Reims. Centre de Monuments Nationaux, Paris, 2001, pp. 191-203
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24. Concepción ABAD CASTRO, “El Pabellón de monjes”, en Monjes y Monasterios. El Cister en el medievo de Castilla y León, Monasterio de Santa María de Huerta, julio-octubre 1998. Valladolid, 1998, pp. 187-203, 201. Marcel AUBERT, L’Architecture cistercienne en France, Paris 1967, II vol., pp. 91-93, señala la existencia en el extremo del dormitorio pegado a la iglesia, en la parte alta de la escalera que sube desde el transepto, de dos pequeñas cámaras, cuadradas o rectangulares, abovedadas y colocadas una encima de la sacristía y otra sobre las bóvedas del claustro, en el ángulo de la nave y el pabellón de los monjes. Según él, una de ellas debía ser la cámara del abad que se encontraba siempre en el extremo del pabellón de monjes que linda con la iglesia. La otra, aislada, fácil de cerrar y defender contra incendio y robo, que se elevaba por encima de la sacristía, era destinada a archivo y tesoro. Excepcionalmente, éstos se ubicaban en otro sitio. El lecho del sacristán, encargado de vigilar la iglesia y tocar la campana para el oficio de noche, estaba colocado contra el muro del transepto, bajo el campanario del reloj que coronaba el piñón de la iglesia. 25. Ver al respecto, Antonio GARCÍA FLORES, Arquitectura de la Orden del Cister en la provincia de Valladolid (11471515). Tesis Doctoral defendida en la U.A.M. en 2002, con la calificación de Sobresaliente cum Laude. 26. Terryl N. KINDER, Op. Cit. 1997, p. 269. 27. Mi agradecimiento a Antonio García Flores, Monasterio de Santa María de Huerta. 28 . Philippe GEORGE, “Définition et fonction d’un trésor d’église”, Bulletin du Centre d’études médiévales d’Auxerre, puesto en red el 25 de octubre de 2006. URL: http://cem.revues.org/document719.html. Consultado el 12 de junio de 2007. 29. ALFONSO X, Op. Cit. Partida Primera, Ley LXV, p. 30. 30. Franz J. RONIG, Trésors et chambres de reliques , RhinMeuse. Art et Civilisation 800-1400, Cologne / Bruxelles, 1972, pp. 134-135. 31. Thomas COOMANS, “Moniales cisterciennes et mémoire dynastique: églises funéraires princières et abbayes cisterciennes dans les Anciens Pays-Bas médiévaux”, Citeaux, t. 56, fasc. 1-4, (2005), pp. 87-145, 135. 32. Marcel AUBERT, Op. Cit. vol. II, p. 93, nota 3. Se enumeran piezas en los tesoros de otras abadías. 33. MARTÈNE y DURAND, Voyage littéraire de deux bénédictins, Paris, 1717, t. I, pp. 102-104. 34. Terryl N. KINDER, “L’abbaye cistercienne”, en Saint Bernard. Le Monde Cistercien. Paris, 1992, p. 86. 35. Marcel AUBERT, Op. Cit. vol. I, p. 322. 36. Noel TASSAIN, “Armoire liturgique de la abbatiale d’Obazine (Corrèze)”, en Moines en Limousin. L’aventure cistercienne, Limoges, 1998, p. 63. 37. Jean TARALON, en Trésors des Églises de France. Musée des Arts Decoratifs, Paris, 1965, p. XV.
El tesoro sagrado de los monasterios cistercienses hispanos: entre la austeridad y la opulencia
38. Es de color amarillo, blanco e hilo entorchado de oro, que tiene como decoración un castillo, con torre almenada y unas pequeñas puertas en arco de herradura. Está forrada de un tejido verde liso que sobresale por la parte superior formando un ribete. En este se ven tres ojales, dos muy juntos en una cara y otro en la opuesta. Es posible que por ellos salieran los extremos de unas cintas que cerraban la bolsa y otra que la sujetara al cinturón. Mide 17 cm. de longitud por 11 cm. de ancho. Dentro de la bolsa se encontraba una cinta estrecha de color rosa fuerte de 24,5 cm. de longitud y un ancho de 5 mm., desconociéndose la relación entre ambas así como la naturaleza y procedencia de un polvillo oscuro y áspero que había en el fondo de la bolsa. Yravedra y Fdez. de las Cuevas, “Bolsa relicario”, Vestiduras pontificales del Arzobispo Rodrigo Ximénez de Rada. Siglo XIII. Su estudio y restauración. Madrid, 1995, XVIII, pp. 211-218. 39. Godofredo de AUXERRE, monje de Claraval, “Sancti Bernardi abbatís claraevallensis vita et res gestae (P. L. 185, 301-322) (Trad. de F. de Rafael Pascual en Cistercium, nº 198, (1994), Libro Quinto, pp. 717-742, 732. 40. Ch. WADDEL, “Le culte et les reliques de Saint Bernard de Clairvaux”, Saint Bernard. Le Monde Cistercien, 1990, pp. 141-146. 41. Godofredo de AUXERRE, Op. Cit, en Cistercium, nº 199, (1994), Libro Quinto, p. 731. 42. Erwin PANOFSKY, El abad Suger. Sobre la abadía de Saint Denis y sus tesoros artísticos, Ed. Cátedra, Madrid, 2004, p. 105. 43. José Antonio IÑIGUEZ, El altar cristiano. II. De Carlomagno al siglo XIII. Pamplona, 1991, p. 238. Joel PERRIN, “L’autel: fonctions et formes”, In-situ, nº 1, 2001, notas 7172. Ver también: Thesaurus des objets religieux/ Thesaurus of Religious Objects: Furniture, Objects, Linen, Clothing and Musical Instruments of the Roman Catholic Faith. Paris, 1999. 44. Philippe GEORGE, “Le Trésor des reliques de l’Abbaye du Val Saint-Georges à Salzinnes. Les Cisterciennes et le culte des reliques en pays mosan”, Annales de la Societé Archeologique de Namur,vol. 74, (2000), pp. 93-94. 45. Mª Luisa MARTÍN ANSÓN, “Los continentes de lo sagrado. Relicarios y orfebrería en el mundo medieval”, Diversarum Rerum, 2 Ourense 2007, pp. 51-101. 46. M. MICHELANT, “Un grand monastère au XVIe.siècle. S’ensuict le Voiaige que la Royne de Secile, Monseigneur le Conte de Guyse et Madame la Contesse sa femme, unt faictz de Joinville a Clervaulx”, en Annales Archeologiques, vol. III, p. 226. 47. Eduardo CARRERO SANTAMARIA, “Arte y liturgia en los monasterios de la orden de Cister”, en Actas.III Congreso Internacional sobre el Cister en Galicia y Portugal, Ourense 2006, t. I, p. 511 (pp. 503-565) 48. Bon de GIRARDOT, “Les anciens autels”, Annales Archeologiques, t. 9, (1849), pp. 87-94. 49. Ed. CH. WADDELL, Op. Cit., 2002, vol. XII, III. D. Alcobaça, (1157-1158), nº 22, p. 681. Se repite en III. C. Vauclair 1158-1201, nº 9, p. 631.
50. Idem, III. C. Vauclair 1158-1201, p. 631. 51. Idem, I. C. Annual Statuta: 1185, p. 121. Como se ha visto, algunos estatutos se repiten en distintos manuscritos como es el caso del de la Biblioteca Nacional de Lisboa, procedente de Alcobaça, nº 151, p. 699 y el de la biblioteca de San Isidro, procedente de Santa María de Bujedo, nº 82, p. 719. 52. Idem, I. D. Annual Statuta: 1197, p. 380. 53. José Antonio IÑIGUEZ HERRERO, Op. Cit., p. 255. La acepción de relicario para Philacteria estaría documentada ya en el relato de la vida de San Gregorio hecho por Juan Diacdel, en el siglo IX, según testimonia Albert BLAISE, Lexicon Latinitatis Madii Aevi. Corpus Christianorum. Continuatio Mediaevalis. Tournhout: Brepols, 1975, p. 685. Idem; Dictionnaire latin-français des auteurs du moyen âge= Lexicon latinitatis maíz aevi, Turnhout: Brepols, 1994, Iº.-Diac.Vita Gregorii, 4,80. 54. Para las Codificaciones, ver: Bernard LUCET, La codification cistercienne de 1202 et son evolution ultèrieure, Roma, 1964 (biblioteca Cisterciensis, 2) y Les codifications cisterciennes de 1237et de 1257, Paris, 1977, C.N.R.S. 55. La leyenda, que se remonta al siglo V, cuenta que una princesa bretona cristiana y sus compañeras habían sido masacradas en ese lugar por los Hunos. Ursula había sido prometida al hijo del rey de Inglaterra y pasaba por Colonia en su camino de regreso de una peregrinación a Roma. GUY DE TERVARENT, La legende de Sainte Ursula, 2 vols. Paris, 1931. 56 Pilippe GEORGE, “A Saint- Trond un import-export de reliques des Onze Mille Vierges au XIIIe. siècle, Bulletin de la Societé Royale Le Vieux-Liege, vol. 12, (1991), p. 215. 57. Thomas COOMANS, “Moniales cisterciennes et mémoire dynastique: églises funéraires princières et abbayes cisterciennes dans les anciens Pays-Bas médiévaux”, Citeaux, t. 56, fasc.1-4 (2005), pp. 131-137. 58. Idem, Op. Cit. pp. 134-135. 59. La abadía benedictina de Gumiel de Hizán, por concesión de Alfonso VIII, otorgada en Toledo el 23 de noviembre de 1194, había pasado a depender de la patriarcal cisterciense de Morimundo. Esta agregación al Cister fue confirmada el 18 de julio de 1219 por su nieto Fernando III. Jaime FERRERO ALEMPARTE, La leyenda de las once mil vírgenes. Sus reliquias, culto e iconografía. Universidad de Murcia, 1991, p. 64. 60. Idem, p. 94. 61. Antonio CEA GUTIERREZ, El tesoro de las Reliquias. Colección de la Abadía Cisterciense de Cañas. Logroño, 1999, p.40, cat. Nºs. 27, 28, 29, 30, 31. 62. Ed. Ch. WADDEL, Op. Cit,, 2002, III. C. Vauclair 1158-1201, p. 637. 63. Mª Luisa MARTÍN ANSÓN, “Cruz procedente del monasterio de Santa María de Carrizo”, en Monjes y Monasterios. El Cister en el medievo de Castilla y León, Monasterio de Santa María de Huerta, Soria, julio-octubre. Valladolid, 1998, p. 440.
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Mª Luisa Martín Ansón
64. OBR AS COMPLETAS DE SAN BERNARDO, Ed. preparada por los monjes cistercienses de España, B. A. C. Madrid, 1983, T. I, cap. XII. 28, pp.289-291, APOLOGÍA A GUILLERMO: (1123-25). 65. Jean GIMPEL, Les bâtisseurs de cahtédrales, Paris, 1980, p. 46. 66. M.H. D’ARBOIS DE JUBAINVILLE, Etudes sur l’état interieur des Abbayes cisterciennes et principalement de Clairvaux au XIIe. Siècle, Paris, 1858, (Red. New York, 1976), p 279. 67. Edwin PANOKSKY,Architecture gothique et pensée scolastique, Paris, 1967, p. 3o (ed. castellana, 1986). 68. “El material de esta muralla es jaspe y la ciudad es de oro puro semejante al vidrio puro. Los asientos de la muralla de la ciudad están adornados de toda clase de piedras preciosas; el primer asiento es de jaspe, el segundo de zafiro, el tercero de calcedonia, el cuarto de esmeralda, el quinto de sardónica, el sexto de cornalina, el séptimo de crisólito, el octavo de berilo, el noveno de topacio, el décimo de crisoprasa, el undécimo de jacinto, el duodécimo de amatista. Y las doce puertas son doce perlas, cada una de las puertas hecha de una sola perla; y la plaza de la ciudad es de oro puro, transparente como el cristal….”. 69. Juan Mª de la TORRE, Presencia cisterciense: Memoria, Arte, Mensaje. Ed. Monte Casino, Zamora, 2000, p. 195. 70. M. Madeleine GAUTHIER, Les Routes de la foi. Reliques et Reliquaires de Jerusalem à Compostelle, Fribourg, 1983, p. 72. 71. Ch. WADDELL, Op. Cit.1990, pp.141-146. Después de numerosas vicisitudes, tras ser saqueado el tesoro de Claraval con motivo de la Revolución y los cráneos de San Bernardo y San Malaquías desprovistos de su contenedor, el Capítulo de la catedral de Troyes, donde habían llegado las reliquias, adquirió un soberbio cofre del siglo XII, fabricado para la antigua abadía de Nesle-la-Reposte (Marne), que había contenido los restos de San Alban, así como los de otros mártires. Los cráneos de ambos santos fueron transferidos a este relicario, restaurado bajo el control de Viollet le Duc, que fue bendecido en 1862. Además contiene el fémur que se supone de San Bernardo. 72. Edwin PANOFSKY, Op. Cit., 2004, p. 75. 73. AUXERRE, Godofredo de, Op. Cit, en Cistercium, nº 198 (1994), Libro Tercero, p. 637. Cuenta cómo en la visita que San Bernardo hizo a la Cartuja, en Grenoble, el prior Guigo se vio sorprendido por los arreos de la cabalgadura que llevaba, exquisitos y poco en armonía con la pobreza religiosa. Informado el Santo, su extrañeza fue similar, pues había venido desde Claraval a la Cartuja y no había caído en la cuenta de tal cosa hasta aquel momento. 74. Ed. WADDELL, Op. Cit., 1999, p. 242. Decretum legati de toto negotio molismensium atque cisterciensium. VII: 11 De capella etiam predicti abbatís Roberti, et de ceteris rebus quas a molismensi ecclesia recedens secum tulit, et cum eis cabilonensi episcopo atque nouo monasterio se reddidit, id statuimus: ut onmia fratribus nouoi monasterio salua permaneant preter breuiarium quoddam, quod usque ad festiuitatem sanncti iohannis baptiste retinebunt ut transcribant (f. 3v1) assensu molismensium.
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Traducción: L. HERRERA, Op. Vit. vol. VI, p. 55.:” En cuanto a la capilla del abad Roberto y a los otros objetos que había llevado con él al abandonar la iglesia de molestes y con los cuales se había puesto a disposición del obispo de Chalon y del Nuevo Monasterio, determinamos que todo permanezca en poder de los hermanos del Nuevo Monasterio salvo cierto breviario que podrán conservar con el consentimiento de los de Molestes hasta la fiesta de San Juan Bautista para sacar copias de él”. 75. Los primeros báculos abaciales probablemente carecían de decoración según se deduce de las laudas funerarias de los abades. Entre 1175-1185 la voluta suele terminar en una gran flor estilizada de cinco pétalos. En torno a 1200 la palmetaflor se simplifica y normalmente tiene tres pétalos. C. GOUGEON, “Au coeur du ceremonial religieux medieval. Les objets liturgiques”, Dossier de l’Art, nº 26H, Nov.-Dic. (1995), p. 53. Parecen haber sido concebidos a imitación de la vara de Aarón en quien fue confirmado el sacerdocio precisamente por el testimonio de su vara que floreció en el tabernáculo (Números c. XVII, v. 20). A comienzos del siglo XIII el bastón pastoral suele terminar en una cabeza de serpiente y su inspiración responde al Éxodo (c. IV, v. 2-4). Con frecuencia una flor sale de la boza de la serpiente para recordar los dos hechos. A lo largo del segundo cuarto del siglo XIII aparece la voluta historiada. Esta tipología se puede observar en el denominado báculo de San Martín de Finojosa, al que aludiremos posteriormente. 76. Roberto de Arbrissel, fundador de la abadía de Fontevraud, muerto en 1171, fue enterrado en la iglesia de la abadía con las insignias de misionero apostólico, que rechazó toda su vida. La primera abadesa Petronila de Chemillé, lo tomó como un deber, y colocó en el sepulcro la casulla, los guantes, el anillo y el báculo pastorales. En 1622, la trigésima abadesa Luisa de Borbón-Lavedan, que había acometido unas obras cerca del altar mayor, descubrió los restos de Roberto de Arbrissel, los colocó en un cofre de plomo y colocó la cruz de San Antonio en el altar, de donde era retirada, para ser llevada en procesión, el 24 de febrero –al menos entre 1670 y 1701–, en honor del Padre Fundador. Tras la caída del Imperio (1816) el báculo fue entregado al Prefecto del Departamento, que lo asignó al Museo de Angers. A mediados del siglo XIX fue restituido a las religiosas de Fontevraud entonces establecidas en Chemillé Anna LEICHER, “Cruz de San Antonio de Robert d’Arbrissel”, en Anjou-Sevilla. Tesoros de Arte, Real Monasterio de San Clemente, Sevilla, 1992, p. 153. F. CABROL y H. LECLERCQ, Dictionnaire d’Archeologie chretienne et de liturgie. Paris, 1948, t.2º, 1ª part., col. 623. Recoge la representación de un monje griego (fig. 1462, según los Echos d’Orient, t. 1, 1897, p. 232), un eremita que vive a imitación de los anacoretas, en los alrededores del convento de Koziba y lleva en su mano un bastón similar. El modelo de bastón en Tau estuvo bastante difundido, encontrándose representaciones todavía bien entrado el siglo XV. 77. El águila de Suger, con el vaso de Leonor, el aguamanil de sardónice y el cáliz, conservado en Washington, forma el
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incomparable conjunto de vasos litúrgicos que el abad Suger mandó realizar para su abadía. En su obra De rebus in administratione sua gestis, explica como, habiendo descubierto en un cofre de la abadía un vaso de pórfido, tuvo la idea de transformarlo en águila, añadiendo una montura de orfebrería. Sin duda se inspira en vasos orientales zoomorfos o en representaciones de águilas de los tejidos bizantinos, pero, el tratamiento naturalista de la cabeza y las plumas anuncia el mundo gótico. El vaso de Leonor, dedicado a los santos por Suger, había sido entregado a éste por Luis VII a quien se lo había dado Leonor de Aquitania el día de su boda. Leonor, a su vez, lo había recibido de Guillermo IX de Aquitania, quien, a su vez, lo recibió de Mitadolus, un rey musulmán de Zaragoza. Suger mando hacer la montura sobre el frasco de cristal de roca decorado con nidos de abejas. El aguamanil de sardónice. Suger, en sus escritos, dice que había elegido este aguamanil de sardónice porque su color armonizaba con el de la copa de sardónice asargada de su cáliz. La elegante montura recuerda la del cáliz, pero se aproxima, sobre todo, al vaso de Leonor por su largo cuello compuesto de cilindros de diámetros decrecientes, ritmados por anillos de filigrana y un anillo liso y abultado. Danielle GABORIT CHOPIN, Le Trésor de Saint Denis au Musée de Louvre, Paris, 1995. 78. Al menos otros dos báculos se relacionan con San Bernardo. Uno de madera y con sudario que se conservaba en el tesoro de Clairvaux y figura en los inventarios de 1405 y 1741, Crossa lignea seu baculus pastoralis beati Bernardi abatís…. Ornatur sudario quod convenit abbatiali ad differentiam episcopales… Ernest RUPIN, L’Oeuvre de Limoges, Paris, 1890 (reimp. 1977), p. 556. El fragmento conservado es de madera de sección poligonal. Presenta una voluta con dos circunvoluciones y entre ellas tres hojitas, que acaba en una cabeza de serpiente. La decoración visible en una de las caras es puramente geométrica y está finamente grabada. Un trozo de pergamino con el referido texto atribuye el objeto al Santo. El otro sería el de Notre Dame de Affighem, que él dejo cuando paso a Flandes en 1147.
79. MARTÈNE y DURAND, Op. Cit., II partie, p. 108. 80. Quiero mostrar mi agradecimiento a la abadía de Bellefontaine por su amabilidad al facilitarme información respecto a este báculo. 81. Jaime FERRERO, op. Cit. p. 92. 82. Mª Luisa MARTÍN ANSÓN, “Las artes del metal en el Cister”, en Monjes y Monasterios….Op. Cit. pp. 427-438. Clara FERNANDEZ LADREDA, “Imaginería en los monasterios cistercienses castellano-leoneses”, en Monjes y Monasterios…, llega a conclusiones similares, afirmando que no existe una imaginería específicamente cisterciense, pp. 411-422, p. 414. 83. Genevieve FRANÇOIS, “Une commande cistercienne d’emaux en 1242 pour l’abbaye normande de Savigny”, Bollettino d’Arte, Supplemento al nº 95, “Studi di Oreficeria”, pp. 59-70. 84. Martine CHAVENT, “ Iconographie et decor des oeuvres”, en Emaux Limousins du Moyen Age. Correze, Creuse, Haute Vienne, Limoges, 1995, p. 19. 85. En las obras escogidas se hace sólo alguna referencia bibliográfica donde se pueden encontrar otras. Luís GRAU, “Cristo”, en Maravillas de la España medieval…….Op. Cit. P.384, nº 147. 86. Mª Luisa MARTÍN ANSÓN, “Cruz procedente del monasterio de Santa María de Carrizo”, en Monjes y Monasterios… 87. Idem, “Báculo denominado de San Martín de Hinojosa”, en Monjes y Monasterios…. Op. Cit. p. 439. 88. José Manuel PITA ANDRADE, “El Tríptico- Relicario del Monasterio de Piedra”, en Tesoros de la Real Academia de la Historia, Palacio Real, Abril-Julio 2001, pp. 77-88. 89. ARNALDO DE BONEVAL, en la comarca de Chartres, “Sancti Bernardi abatís claraevallensis vita et res gestae”, (P. L. 185, 267-302), en Cistercium, (1994), Libro Segundo, p. 586.
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