POLÍTICA 663

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EL PAÍS

EL DISCURSO DE LAS EMOCIONES POR RAYMUNDO RIVA PALACIO

EL FINANCIERO / Junio fue el peor mes del joven sexenio del presidente Andrés Manuel López Obrador. Todos sus atributos cayeron, y pese a mantenerse en niveles cómodos para gobernar, revela el desgaste que ha tenido en su gestión y la creciente tendencia hacia la desaprobación mayoritaria. Ese puerto no está cerca, pero cada vez está menos lejos. Sin embargo, las luces amarillas no existen en Palacio Nacional, como lo demostró en su mensaje de 45 minutos para celebrar la victoria electoral hace dos años, y que utilizó, como desde el primer momento de su empoderamiento, para apuntalar su narrativa de pureza contra los malos del pasado. López Obrador cambió el tono belicoso, pero no dejó de ser López Obrador. Habló con la misma arquitectura que siempre ha tenido, que busca estimular las emociones básicas de la gente y explotar los sentimientos que todavía tienen con el régimen al que derrotó, y está empeñado en aniquilar desde sus cimientos. Las emociones básicas de los mexicanos las tiene bien diagnosticadas, el rencor y el enojo, los temores y la tristeza. Sus palabras siguen funcionando para millones a los que toca en su estado emocional subyacente, y que le permite mantener el amplio apoyo pese a las tormentas que muchas veces lo ahogan. El discurso de la victoria fue, como desde aquel que pronunció la noche del 1 de julio de hace dos años en el Zócalo, para un México que partió en dos desde un principio, el pueblo y las élites, como las define en el maniqueísmo que sigue sonando en su caja política-electoral. A nadie debe sorprender que la estructura de su mensaje fuera la misma de siempre, que los énfasis hubieran sido repetidos hasta el cansancio, y que el manejo de sofismas, verdades a medias acomodadas caprichosamente a su retórica, sean parte 22 / EL PAÍS / Política

de la fórmula que le funcionó para ganar, y que le sigue rindiendo frutos. No le durará todo el sexenio, pero por lo que se vio, intentará que el combustible le alcance para las elecciones intermedias del próximo año. El Presidente le habló al México que vibra ante sus palabras, sin importar qué tanta realidad carguen. Fueron las mismas imágenes, las mismas analogías, la misma dialéctica lópezobradorista. Los señalamientos de corrupción, de privilegios demolidos, tan ciertos muchos como falsos otros, forman parte de su pensamiento mecánico y lineal, que envuelve en sus mismas referencias históricas, en las citas textuales a las que le gusta recurrir, en sus trampas estadísticas, en sus mentiras conceptuales sobre política económica, seguridad, salud o una corrupción cuyo combate administra con la máxima juarista de “a los amigos justicia y gracia; a los enemigos la ley a secas”. Pero López Obrador tiene claro el termómetro de la gente. Sabe que todavía hay una masa de personas que respaldan su gestión, más por él como persona, que por su eficiencia en el ejercicio de gobernar. Por eso no se cansa de apelar a las emociones básicas, aprovechando que su palabra penetra. La mejor demostración de ello la aportó la encuesta que publicó el miércoles El Financiero, donde su aprobación está en el 56%, que aunque es una caída de cuatro puntos en un mes, 12 puntos con respecto a abril, y es la calificación más baja desde que inició su sexenio, sin embargo, sigue siendo tres puntos superior (un millón y medio de personas), al porcentaje con el que arrolló en la elección presidencial. Sin embargo, con la información demoscópica que tiene, el discurso de este miércoles es el que mejor se


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