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El legado de Irlanda

En cuanto decimos “Irlanda”, imaginamos colinas y prados verdes, altos acantilados donde mueren las olas, arroyos y lagos de ensueño. Y en sus campos, lo que el hombre ha levantado: muros de piedra gris, sepulcros y cruces celtas, monasterios y castillos de leyenda.

Pero Irlanda es mucho más que hermosos paisajes. Gran parte de la magia del país reside en su gente, según dicen mis amigos que la han visitado. Y de su gente debemos rescatar la vocación de contar historias y leyendas de las cuales se nutrieron sus antepasados. En la antigüedad, esta tarea recaía en los “filid” -para nosotros, bardos o juglares-, ya presentes en antiguos manuscritos que dan testimonio de la importancia que estos artistas tenían para la sociedad irlandesa.

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Pero, tras la batalla de Kinsale en 1601, Irlanda fue aplastada por los británicos, llevando al exilio a sus nobles; sin estos protectores, los bardos se vieron condenados a la indigencia, aunque muy pronto encontraron un nuevo público entre los campesinos y la gente de pueblo. Así, el narrador popular enriqueció su repertorio gracias al intercambio con sus colegas aristocráticos, garantizando la conservación, con leves diferencias, de los hechos épicos que, otrora, deleitaban a reyes y guerreros.

La pasión de la gente por estos relatos era extraordinaria. Un estudioso lo describe así: “La casa no tardaba en llenarse; la dermatología

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