Editora General
C.S. Carolina Pinzón Camargo
Concepto Visual
Colectivo 1unpretexto Concepto Visual de Portada Michell Moreno ° Cristhian Rátiva
Diagramación
Karen Estupiñán ° Cristhian Rátiva ° Michell Moreno
Ilustraciones
Adriana Melo Bairon Puentes
Editores
Karen Estupiñán ° Linna Jiménez ° Tatiana Rojas ° Cristhian Rátiva Michell Moreno ° Angie Suárez ° Carolina Herrera.
Rectora Dra. Rosita Cuervo Payeras Vicerrector de Desarrollo Institucional Ing. Andrés Correal Cuervo Vicerrector Académico Ing. Rodrigo Correal Cuervo Vicerrectora de Investigación Ciencia y Tecnología Ing. Patricia Quevedo Vargas Vicerrectora de Educación Virtual Ing. Carmenza Montañez Torres
Decana Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales C.S. Ethna Yanira Romero Garzón Director Programa de Comunicación Social C.S.Jaime Alberto Pulido Ochoa Impresión Búhos Editores Ltda. Colectivo Redacción Periodística y Literaria Universidad de Boyacá Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales Programa de Comunicación Social ISSN: 2322-6218 Revista 1un pretexto
Universidad de Boyacá Campus Universitario Cra. 2a Este Núm. 64 - 169 Tunja - Boyacá Tels.: 745 0000 -7452105 Fax: 7450044 www.uniboyaca.edu.co Tunja - Boyacá 2014
Contenido Pág Editorial.................................................................................. 4 De cómo santificar las fiestas: Monguí.................................. 7 Se nos inundó hasta el alma................................................. 15 Un itinerario poco convencional.......................................... 23 Las monjas de Moniquirá..................................................... 31 Del tejo al Turmequé, recuerdo y valor................................ 41 Partículas tóxicas..................................................................49 Procesadora de historia........................................................55 Calidad y disciplina...............................................................63
Presentación La historia nos relata la vida muchos años después de sus hervores. En el otro extremo, el periodismo informativo nos la impone en pleno punto de ebullición. En los dos casos, la vida nos llega o muy fría o muy caliente; y a estas temperaturas no hay manera en que lo humano se beba con agrado sus emociones. El ritmo de la historia -lentísimo-, amenaza con fosilizar la vida; mientras que el pulso del periodismo informativo –afanado–, nos impide respirarla. Nos quedan entonces los otros relatos. El periodismo narrativo, el nuevo periodismo, el periodismo literario o la literatura periodística, como quiera llamarse, hace las paces con las emociones humanas para reconciliar al lenguaje con la acción, al cronista con el relato, al personaje con su tiempo. Es de lo que se trata 1un Pretexto: un ejercicio de alquimia espiritual en el que una maestra y sus estudiantes de redacción se tocan con la vida que fluye fuera del aula. Lo que viene después es más alquimia: la vida comienza a fluir en cada párrafo de cada crónica o reportaje. En el acto de escribir, la vida se las arregla para entrar en relato, y cada relato se las arregla para vibrar como la vida. Por eso, el poder del narrador no son sus narraciones, sino la vida que brota con el acto de contar. Y como recordar es vivir, el relato es vida. Recordar no es estrictamente un ejercicio de la memoria sino la experiencia de vivir a través de un cuento, una crónica o un reportaje. Cuando decimos que “recordar es vivir”, estamos diciendo que el narrar, más que escritura y memoria, es resurrección. En este quinto número de 1un Pretexto, los cronistas y reporteros ofrecen al lector ocho apasionantes relatos sobre personajes, lugares, fiestas religiosas, prácticas culturales, oficios y tradiciones orales de la región. Cada relato ha sido bellamente ilustrado por los sensibles trazos de la diseñadora gráfica, Adriana Melo. No puedo resumirles ni anticiparles nada. Solo seducirlos; o como dicen por estas tierras, dejarlos ‘picados’, para que se enteren cómo fue que una laguna se convirtió en un mar de problemas para sus vecinos, por qué en Boyacá los tales ‘gentilicios’ no existen, cuáles espíritus habitan la Casa de teja y cuáles la casa del tejo, por qué entre Nobsa y Sogamoso unas son de cal y otras son de harina, cómo es que un sacerdote bendice las fiestas al son que le toquen, y por qué un futbolista se compromete en amor eterno con una niña de seis años. Ofrecemos nuestro más cálido reconocimiento y gratitud a todas y todos quienes soñaron, diseñaron, escribieron, ilustraron y apoyaron las crónicas y reportajes que siguen. Lo merecen porque sus relatos son un trozo de vida atravesando la soledad de un lector. Director Programa de Comunicación Social
C.S. Jaime Pulido
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De cómo santificar las fiestas Monguí Andrés
Felipe Caicedo
Esta crónica mostrará la fe y fervor que tienen las personas de Monguí a su gran fiesta religiosa de San Pascual Bailón, la cual mueve el amor por quienes la organizan desde un buen altar, música y comida por montón, reflejando las peticiones que hace alguien en especial como: enfermedades, mala suerte y circunstancias dolorosas, las cuales se cumplen.
Viajar es uno de los mayores placeres de la vida, más si es por tierras que te acogen como un hogar. Conocer Boyacá ha sido un privilegio que me duró cinco años y jamás dejó de sorprenderme. El que mi historia en tierras de libertad terminara bailando en Monguí, estoy seguro que no fue mera casualidad. Un placer ha sido contar esta historia y decir que San Pascual me bendijo en una parranda ¡Es un honor!.
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Dicen que el que reza y peca empata. Pero si se hacen ambas a la vez, ¿Será que así también se asegura la entrada al cielo? Llegar a Monguí, en el corazón de Boyacá, es cada vez más complicado. La que se supone debería ser una cuidada carretera nacional se perfila como trocha. Pero tras cruzar un letrero que anuncia la llegada a “Monguí, el pueblo más lindo de Boyacá” el paisaje se apacigua y se uniforma entre marcos verdes de casas idénticas que conducen por curvos caminos hasta la imponente Iglesia del lugar. Así se trate de un fin de semana abarrotado de confirmaciones y matrimonios en la iglesia, la gran fiesta religiosa del momento tiene por escenario el salón de una esquinera y vieja casa a tres calles del parque central. Al entrar por la puerta de atrás de la antigua construcción, se llega a un gigantesco y desnivelado patio, en donde las mujeres de la familia dan la bienvenida entre tinajas llenas de chicha y baldes con papas recién peladas. El olor a ajo es asfixiante y por donde se vea, hay ollas en el suelo con algo que espera ser cocinado. Aunque la actividad culinaria se lleve a cabo afuera, toda la atención se concentra adentro de la casa. Subiendo unas escaleras y cruzando un largo y oscuro pasillo está una habitación que da a la calle, llena de butacas y sillas arrinconadas en los extremos, hay bastante espacio para caminar y en unas horas para bailar. Lo que en realidad demanda el protagonismo de la escena está en medio de la habitación, entre cintas doradas y colores muy llamativos hay una estructura bastante elaborada para hacer del altar a una imagen de San Pascual Bailón sobre floreros vacíos y un candelabro sin velas. Con el crujir de la madera del suelo se advierte que alguien viene, entran tres niños corriendo, en silencio se sientan al fondo y un instante más tarde llega Diana Patricia, la madre de uno de ellos quien de inmediato se inclina ante el santo y haciendo la señal de la cruz lo honra para luego saludarme como si nos conociéramos
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de toda la vida. No se molesta si quiera en preguntar mi nombre e inicia a darme instrucciones para organizar el lugar mientras habla.
Baile de San Pascual Bailón Durante la colonia, los evangelizadores españoles aprovecharon la imagen del santo que le bailaba a Dios para acercar a los campesinos a la iglesia. Así fue que el festejo se hizo el mejor escenario para pedir al cielo favores de salud, cosecha o dinero.
“Ese altar que ve ahí lo hizo un familiar mío, lo decoró para esta ocasión y ya por la noche viene el padre a dar misa, luego se viene la primera pieza, los angelitos, un familiar dice la novena y luego sí la música de cuerda y el baile... Ah claro, y comida a su hora para todo el que venga o hasta que alcance”, dice entre risas mientras acomodamos algunas bancas. “Pero este baile no es mío. Yo organicé uno con la familia de mi esposo hace dos años en Sogamoso para pedir por la salud de mi hija, ella era enferma de asma y luego de tanta oración se me curó. Esta vez quien nombró al santo es una prima, ella también lo nombró hace unos años por la salud de su hija y lo pagó todo, pidió algo de limosna a los vecinos pero muy poco y le dijo a mi abuela que le prestara esta casa, pues la de ella es muy pequeña”.
La celebración es desde entonces ofrecida por una familia a nombre de alguna petición y se convoca a toda persona que quiera participar, ofrendar y pedir. Al comenzar la noche del sábado se hace una misa frente al altar construido en la casa del oferente. Justo después los niños de la familia e invitados recitan unas coplas con fondo musical de cuerda, así se da inicio a la fiesta. Cada hombre tiene derecho a tres parejas por pieza, bailando siempre de frente al santo y sin tocarse. El rezo que mezcla el Santo Rosario y la novena de San Pascual y la Virgen de Chiquinquirá se repite a las cinco de la mañana y al mediodía del domingo. Incluyendo de nuevo las coplas de los niños y después de una copla se reparte un abundante plato de comida.
Según el padre Carlos Antonio Pérez, quien es el párroco del pueblo, San Pascual Bailón es un santo español nacido en Zaragoza en el siglo XVI. Era un pastor pobre que se unió a la orden franciscana y a quien se le atribuyen milagros como multiplicación de comida, sanación de enfermos y se dice que el mismo Jesús se le apareció en algún momento.
La celebración religiosa termina el domingo al mediodía, aunque en ocasiones la fiesta puede durar unas cuantas horas más, hasta que la comida se acabe y los músicos aguanten.
“Según cuenta la tradición española, él era bastante alegre y ante su pobreza, decía que la única ofrenda que podía hacerle al Santísimo Sacramento era bailar ante el altar, incluso se dice que su apellido mas bien era un apodo por bailarín. Y bueno, por acá esa ofrenda se volvió tradición”.
Los preparativos El puente festivo del mes de octubre fue elegido por la familia de Diana Patricia para organizar este evento en Monguí. Aunque pudo ser cualquier otro, ante su parecer era la perfecta ocasión para que todos pudieran asistir y que no hubiera problema si el jolgorio se alargaba más allá del domingo. “Mi familia hace años que se repartió por todo lado. Mis primos están en los Llanos, otros en Bogotá y hasta hay una tía por allá en la Costa. Todos querían venir desde que esto se nombró, hace como dos años… Este baile es por la salud de una primita a la que todos queremos”.
Pasaron poco más de cien años, tras la muerte de San Pascual Bailón para que en el nuevo continente se fundara la villa de Monguí, que tras varias coincidencias históricas se cobijó bajo el patronato de la imagen de Nuestra Señora de Monguí. Pero rápidamente por toda la provincia de Sugamuxi la popularidad del santo que bailaba se incrementó.
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En el ambiente se nota el sentido familiar del evento; desde niños hasta ancianos, todos trabajan en los preparativos. No caben preferencias o machismos dentro de la labor y como si se tratara de un matrimonio usan sus mejores trajes y la decoración más recargada. “Para este baile mandaron matar dos reses y toda se aprovecha. El alcalde nos prestó unos platos de esos que parecen metálicos pero no lo son y unos vasos de pasta. Hay como dos cantinas de chicha, un montón de papa, guarapo, aguardiente… tiene que haber comida y trago para todo el que venga. Eso sí, no se da cerveza, eso sale muy caro y la gente se enloquece borracha… imagine que esta fiesta ya va como en seis millones”.
provisada frente al altar, se oficia la misa que termina rápidamente. Cuando comienza la música de cuerda de inmediato se forma una calle de honor desde la puerta del salón para que pasen los dos angelitos, un niño y una niña vestidos de capa y con una corona de papel dorado. Los infantes se arrodillan frente al altar, recitan sus coplas en medio del rezo del rosario, al terminar se ponen de pie y bailan juntos la misma carranga que ya sonaba sin darle la espalda a la imagen de San Pascual. Cuando la pieza concluye, se reparte para todos un plato que contiene carne, ensalada, arroz y papa. La música no se detiene, pues fueron contratadas dos bandas de cinco hombres cada una. Así que mientras una descansa y come, la otra está trabajando.
Cuando llega la carne a la casa es llevada a una pequeña y vieja tienda que queda en el primer piso, el lugar que huele a madera vieja y a carne cruda queda convertido en una carnicería, ante los grandes trozos de carne de res que cuelgan de las vigas de madera. Junto a la puerta del lugar, dirige don Oliverio Dueñas, que aunque no pertenece a la familia es quien comanda el evento por su vasta experiencia en estos bailes. “Mire, hace años me diagnosticaron una hernia por acá abajo del estómago y yo jamás me quise operar, a mí los médicos no me gustan y que me abran tampoco. Yo no volví por allá al médico, pero sí me encomendé a San Pascualito y le recé todos los días y pues claro que ofrecí un baile y gracias a la bendición yo ya me curé y no tengo nada. Sí ve que eso sí sirve, que la fe sí sana”.
Uno de los primeros en bailarle al santo es el padre Pérez a eso de las 9:30 de la noche, quien se ve feliz invitando de una en una a sus tres parejas. Doña Gloria Jiménez que está sentada a mi lado, me dice que eso no siempre fue así, que no todos en la iglesia ven con buenos ojos el evento. “Este padre sí me cae bien, mírelo como se mueve, la sabe pasar bueno, es que no todos los curas apoyan el baile, muchos dicen que esto no es santificar las fiestas ni nada de eso. Lo ven como una excusa para la parranda, pero si ve no es así, acá por más que se tome, nunca hay peleas ni nadie ataca a nadie”. La noche es larga, pero la fe alcanza para dar energía a todos en el lugar. A ratos la casa se desocupa y a ratos se vuelve a llenar, pero en ningún momento la música se calla o los vasos se vacían. No faltan las parejas en medio de la sala, que se empaña por el calor a pesar de estar en medio de un páramo. La madrugada pasa entre bailes adentro de la casa y la preparación del desayuno fuera.
Don Oliverio lleva más de una década haciendo parte de la Junta de San Pascual, encargada de la construcción de la capilla del santo en el mirador de Monguí y también de acompañar a las familias organizadoras de las mandas.
Que comience la fiesta
Ya en el amanecer del domingo, a las cinco de la mañana, se repite el rosario y ahora las coplas las dicen otros dos niños. La santificación es similar a la de apertura pero sin misa. Luego sigue la música y se sirve el desayuno tras diez horas de baile. Desde el patio van pasando de mano en mano una taza de chocolate para cada quien, una bolsa llena de pan y un plato de mondongo.
Tan pronto como el párroco del pueblo entra a la casa a las ocho de la noche, los más viejos se ponen al fondo de la habitación para sentarse, en cambio los niños se piden las primeras filas en la sala. En una mesa im-
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Para cuando se le da desayuno al último de los asistentes, los platos comienzan de mano en mano a regresar vacíos con la razón de que les sirvan más, si es que quedó y claro que quedó, incluso al final una olla grande llena de sopa es arrumada en la cocina, pues sólo está permitido comer en los horarios establecidos.
aunque no sea conocido por turistas, San Pascual Bailón llega a superar en popularidad de rezo a la virgen patrona del municipio entre los campesinos de las veredas aledañas y los del pueblo.
Con el correr de la mañana más y más gente llega al lugar y se acomodan en todas las habitaciones. A pesar del agotamiento tras no dormir todos, intentan lucir frescos, se van a sus casas por turnos, se cambian de ropa y regresan a bailar.
Con la llegada del mediodía del domingo es hora de dar fin a la novena. Por última vez vienen los angelitos a decir sus coplas entre el rosario y oraciones a San Pascual y a la virgen de Chiquinquirá. Cada uno de los textos que se leen en el lugar es de tradición antiquísima. Sorprende incluso que uno de ellos trata de una petición a Dios por mantener el poder de los reyes católicos en el reino de España y sus colonias en el nuevo mundo.
Una oración final
El baile no parece ser complicado, son tres pasos adelante y tres hacia atrás, sin tocar a la pareja en ningún momento y de vez en cuando haciendo un ocho para cambiar de lado. Cada que el hombre termina con sus tres parejas se inclina ante el santo y pide detener la música, mientras la otra banda espera a un nuevo caballero con su pareja en la pista.
Para esta ocasión en el salón que no supera los treinta metros cuadrados, hay por lo menos unas cuarenta personas rezando. Cada que la orden es arrodillarse se siente crujir la madera del suelo que soporta literalmente el peso de la fe. Las frentes sudan ante el calor de los cuerpos que se rozan mientras los músicos tocan las cuerdas y baritas de chispitas mariposa que estallan frente al altar. Pueda que en el lugar se violen todas las medidas de seguridad para multitudes, pero en verdad la concentración en el rezo es tal que nadie atiende a las complicaciones hasta que la última lectura concluye. En ese instante, los niños bailan el himno nacional interpretado en cuerdas por los músicos y los asistentes salen al patio para refrescarse y secar el sudor.
Los milagros de Pascual La mayoría de los asistentes a la casa están allí porque dicen haber sido testigos de los milagros del evento, incluso muchos de ellos han sido organizadores de bailes. Don Jorge fue curado de cáncer, doña Tulia vio renacer su cosecha de orellana, a la niña Camila la curó de asma, a doña Tránsito le permitió recuperar la paz tras la muerte de su marido.
“Yo ya le conté que a mi hijita me la curó, pero eso no es nada. Mi suegra en Sogamoso tiene un altar más grande y es porque ella ha organizado como cuatro bailes ya, cada uno por uno de sus hijos, pidiendo algo distinto y todo se lo ha cumplido. A mi cuñado lo sanó después de un accidente y a un nieto de ella lo curó de un retraso que tenía” me dice Diana Patricia.
Don Oliverio da la orden de repartir la sopa de cebada para el almuerzo. Los platos van de mano en mano por el lugar, haciendo tiempo mientras se acaba de asar la carne. Para la una de la tarde, ya la fiesta religiosa se ha terminado, pero el ánimo sigue encendido entre sonrisas y música. No cambia nada en el ambiente pues el baile sigue siendo de tres pasos adelante y tres atrás. Realmente la fiesta acabará hasta que los músicos se cansen.
A Monguí le ha llegado la fama por ser un pueblo patrimonio, principal fábrica de balones del país y durante siglos ser el hogar de Nuestra Señora de Monguí. Pero
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Se nos inundo´ hasta el alma Libia
Carolina Pinzón
Mi labor es contar. Desde esa premisa la experiencia de reportería, redacción y autoedición de esta crónica me llena de agrado, porque es poner en contexto real todo lo que desde la cátedra en ocasiones se queda frío y abstracto. Además de esto, conocer a Leovigildo, su familia y su historia me evocó un Boyacá que solo habita en los campos, en aquellas personas que en el hablar y en claro de su mirada, reflejan nuestra verdadera naturaleza.
Este relato refleja las angustias de los moradores del sector de la Represa La Copa, en el municipio de Toca. En ocasiones se piensa que al solucionar un problema, todos quedan satisfechos, pero cuando esa solución depende del bienestar de otros, se debe entrar a analizar los efectos que traen consigo esas acciones. La voz de Leovigildo, el protagonista de esta historia es la voz de muchos que en silencio han aguardado que su situación vuelva hacer como antes.
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El muro de los lamentos La construcción de una represa y el cambio en la forma de vida hacia la sofisticación de un pueblo, no siempre son sinónimo de progreso.“Cuando echaron a joder con la idea del proyecto, yo estaba en la Junta de Acción Comunal de la vereda San Francisco, un buen día llegó una nota que teníamos que ir a ver lo de las medianías, también llegaron unos comisarios y nos dijeron que lleváramos almuerzo y algo de herramientas, una pica y un azadón; nosotros fuimos porque había el comentario de la gente que en esos potreros había una mina de asfalto, -mire que por debajo de la tierra chorreaba una vaina como una miel pero negra-, y llegamos a pensar que aquellos cachacos al ver eso iban a desistir del proyecto, para construir la represa, pero nada. Esa gente era del Incoder, y esos fueron los que nos jodieron”.
“Toitica la gente se negaba a la construcción de la represa. Había un señor, Plinio Ricaurte, quien intervino mucho para que echaran atrás el proyecto, él no deseaba “ni por la vida” que se dañara el mejor valle del sembradío, es que esta tierra daba comida en cantidad, era mucho recoger cebada, trigo, papa y hasta arveja. No me lo creerán, pero llegaba julio y todavía no acababan de desocupar rastrojos de cebada. El cultivo y la ganadería era abundante, todos teníamos en qué ocuparnos, faltaban manos para trabajar; pero ahora, ya lo ve, no hay ni gente. Estamos hablando de 1985, ¡ah malaya ese tiempo!” La mirada nostálgica de Leovigildo Amésquita parece recoger los sentimientos de todos los tocanos, quienes evocan el valle fértil que fuera otrora Toca. Leovigildo atraviesa los ochenta y cinco años de edad, sus manos ásperas, rígidas; el color blanquecino de su barba, que contrasta con su piel curtida y su dentadura asimétrica evidencian los años que dedicó al trabajo en el surco y a lidiar con el ganado. Es un hombre dicharachero y tranquilo, su forma de hablar, y el respeto en trato hacia los demás refleja el carácter del labriego boyacense. En el patio de su casa, que queda en la vereda San Francisco de Toca, a unos pocos metros de la repre-
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a veces del agua, que tenía una cola sumamente grande, con la que enlazaba a las personas y las llevaba al fondo para ahogarlas, pero después de la represa no se volvió a rumorar nada, seguramente la taparon con materiales de construcción. Como lo ve, no valió lamento de nada ni de nadie”.
sa, Leovigildo y su esposa reconstruyen las escenas de la edificación del muro de contención que se levantó hace veinticuatro años en la vereda Leonera.
“Luego de la primera medida que hicieron y nos mostraron el croquis, los compadres se afanaron al ver que sus ranchos se los iban a inundar y querían principiar a vender sus tierras, por la insistencia del Incoder, pero esa gente no pagaba lo que era de Dios. Por eso fue que don Plinio Ricaurte echó a porfiar para que hiciéramos resistencia a la inundación, vea usted, mi señor lo llamó, y un día viniendo de tratar ese tema en una reunión en Duitama, el carro en el que venía se volcó y don Plinio murió. Endespués de haber faltado el que hacía la fuerza para que no inundaran, ahí sí que no se pudo hacer nada”.
Los pobladores de Toca y de municipios vecinos como Tuta y Chivatá reconocen que por ese tiempo los emplearon para algunas tareas, como lo menciona Joaquín Piracoca, esposo de Elsa Marina, la señora que por unos meses suministró la alimentación a un grupo de ingenieros contratistas que trabajaban en la construcción de la compuerta.
“Recuerdo a los ingenieros Pertuz y Traslaviña, ellos hacían parte de los contratistas que estaban al frente del proyecto, como tomaban acá la alimentación, en ocasiones comentaban lo rápido que avanzaba la obra, incluso la carretera también la modificaron; antiguamente la vía que comunicaba de acá hasta el sector de la Leonera en Toca, era un camino real, muy angosto y ellos lo que hicieron fue ampliarlo desde el punto de don Máximo Caro hasta La Copa. Yo ayudé en la ampliación de un pedazo de la vía, porque los ingenieros contratistas eran de otras partes, pero la mano de obra era toda gente de acá”.
“Los vecinos por acá rumoraban que la construcción del terraplén iba a durar cuatro años y que otros cuatro duraban en llenar el pozo, y eso fue en ya que levantaron una especie de campamentos, trajeron una maquinaria tremenda, hasta armaron oficinas, llegó el Ejército y hacían brigadas para guardiar, ahí sí sacaron luz de donde no había para iluminar toitico. Este valle que en la noche era una sola tiniebla, en esa época era un resplandor. Las cuadrillas de hombres trabajaban de día y de noche, lavaban arena, cargaban en volquetas, llegaba cemento, cascajo, hierro, eso era por camionadas. Todo para edificar el muro, mejor dicho, la compuerta. Lo que buscaban era trancar el agua con esos arcos de hierro.Todo el tiempo se veía una romería por la Leonera, la vereda donde quedó sembrada la compuerta”.
A la par de la construcción del muro, se daba marcha a la compra de los terrenos, era necesario represar el agua. “Principiaron a despatriar a los hacendados, los llamaron uno a uno para que entregaran las tierras, ellos tenían buenas fincas de ordeño. Es que en aquel entonces, salían de estas veredas tres carros cargados de leche para Bogotá. Había que embalsar el agua porque la ley lo había establecido y entregar las tierras así fuera a marcha forzada. Los del Incoder echaron a joder a cada rato y claro, muchos de esos hacendados pusieron hasta abogados para que no les quitaran su heredad, pero alguien tenía que ganar y fue el Estado”.
Hoy, cuando han pasado más de veinte años de la construcción de la presa, Araceli Díaz, la esposa de Leovigildo, todavía se sorprende de la barbaridad con la que esta gente transformó no solo su paisaje sino sus costumbres. “Donde levantaron el muro, en el pie de loma abrieron un túnel para meter el tubo que iba a facilitar el flujo y el control del agua del río Toca; en esa parte del río había una moya inmensa que llamaban “la moya de la nutria”, la gente dice que el animalito salía
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“El día que inauguraron la represa, lo hicieron en el sector de la compuerta, allá arriba en La Leonera, recuerdo que fue el 24 de julio de 1990, por eso la represa cumplirá veinticuatro años de existencia. Parecía un día de mercado, eso trajeron cántaros, loza, fruta, panela, hasta ropa para la venta, era mucha la jullería y cantidad de humanidad que venía de otras tierras y de otras naciones, todo por la novelería de la represa. Ese evento también tuvo su desgracia cuando todo se acabó y la gente iba de regreso para la capital; ahí en eso del Sisga, se cayó un carro con seis personas y todas se jodieron”.
Hacia un extremo de la represa se alcanzan a percibir las puntas resecas e inertes de unos eucaliptus, Leovigildo las señala y evoca la casona y los potreros de Enrique Cubillos, otro de sus vecinos; menciona que Cubillos ahora vive en Tunja, debe tener unos noventa y tantos años, quien también se resistió a salir de su morada. Enrique dijo a varios de sus amigos que él quería quedarse ahí y morir ahogado. Una tarde, cuando el agua se encontraba a un alto nivel y muy cerca de su casa, Enrique trató de lanzarse, definitivamente se resistía a ver cómo el agua cubría su aposento. Sus amigos frustraron su intensión.
Recuerdos anegados
“En pocos meses ya todo era agua. Se tapó el puente que desde la Junta Comunal habíamos construido, cuando lo ejecutamos era una necesidad para quienes habitábamos en las veredas de San Francisco y La Leonera, era para pasar de acá a Toca, era un puentonón, si valió su buena plata. Los beneficiados también eran los colegiales que desde aquí iban al Instituto de la vocacional. Pero para nada, lo tapó el agua, en ocasiones, cuando la represa baja demasiado el puente se alcanza a ver y vuelve a prestar su servicio. Lástima el bosque de eucaliptos y acacias, ese también se tapó y pues los animalitos que venían ahí a dormir y anidaban, de seguro les tocó marcharse…”
El tiempo avanza en esta tarde de domingo. En la casa de don Leovigildo Amésquita, todo es bucólico, el modesto mobiliario acomodado en el alero de la entrada, el aroma a tinto endulzado con panela y cocinado en fogón de leña, y hasta los acordes de la música carranguera que tímidamente se escapan de un radio transistor que reposa al interior de la cocina. La imagen que se posa frente a nosotros es el espejo de agua de la represa La Copa. Tranquila, imponente, radiante y sosegada. Para don Leovigildo y sus coterráneos, este restaño no les transmite sosiego, no solo anegó sus sementeras, también les inundó el alma. Su relato recoge la nostalgia de todos los vecinos que se fueron a otras tierras y de quienes murieron ahogados en la pena.
Leovigildo mira al horizonte y su silencio es suficiente para entender lo que quiere decir. Araceli Díaz, su esposa, una mujer de setenta y cinco años, quien lo acompaña desde su unión matrimonial hace más de seis décadas, es la encargada de las labores de la casa y como ella lo comenta de echarle una manito con el cuidado de los animales. La voz de Araceli rompe el silencio con una frase irrebatible -“esta represa se lleva tragadas a unas treinta personas”.
“Cuando la loma estuvo atravesada de lado a lado y la compuerta levantada, entonces ya miramos que no había imposible, el agua echó a subir en una invernada, ¡que virgen santa! En aquel momento creció el río, toitico se fue inundando, casas, potreros, bosque, cementeras, las cercas que separaban las medianías, toitico, toitico se sumergió. Recuerdo al señor Rafael Jiménez. Allí abajo había hecho un haciendonon nuevesitico y rebonitico, nos decía a los vecinos: -Que a mí si no me saquen, que así me maten, pero no entrego ni por ninguna vida. Y qué, lo mandaron llamar de las autoridades y ¡quén se qué le dijeron!, le tocó vender el ordeño y la tierra. Echó a enfermarse de pura pena, hasta que los parientes vinieron y se lo llevaron para otra parte”.
“Sumercé, el aguva de esta represa es muy pesada y hasta traicionera, mucha gente se ha metido en ella pero no han logrado salir. En una ocasión unos muchachos se montaron en una viga, se sostenían con un alambre, el alambre se reventó y se fueron. El agua se los tragó
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íntegros. En otra ocasión unos señores estaban mirando un partido de fútbol y de gusto que había ganado el equipo que ellos querían, se montaron en una canoa improvisada echaron una canasta de cerveza y trago, se fueron a darle la vuelta a la represa, por el sector de la compuerta hacia abajo y ya venían de para acá cuando dio bote la canoa y se murieron tres de ellos. También recuerdo a unos jóvenes de acá arriba, se vinieron a hacer un paseo a la ladera, a uno de ellos le dio por nadar; como el agua es tan pesada, le ganó y se ahogó. Y qué me dice el trabajador que contrataron para componer la casa que flotaba, también se ahogó. Así, sumercé, mucha gente está ahí debajo de las aguas”. Esto no nos ha traído sino tristezas. El tono de protesta es constante en la voz de Araceli, tanto que se atreve a sentenciar que algún día todo va hacer como antes: “El gobierno se va a dar cuenta de que esto no sirvió para nada y la tierra se volverá a cultivar”.
metros cúbicos, pero el diseño está para almacenar 70 millones, el proyecto de ampliación pretende represar esos 15 millones de metros cúbicos, para lo que se prevé la compra de otros predios.
La otra historia El manejo administrativo de la represa está a cargo de la Asociación de Usuarios de Riego del Alto Chicamocha Usochicamocha, y la vigilancia en el manejo del recurso es por parte de la Corporación Autónoma Regional de Boyacá, CorpoBoyacá. Usochicamocha es la entidad que controla y hace mantenimiento de la represa que surte las aguas para el sistema de riego, que se emplea en industria, agricultura, ganadería y consumo humano en los municipios de Sogamoso, Firavitoba, Santa Rosa de Viterbo, Tibasosa, Nobsa, Duitama y parte de Paipa. Jorge Grosso, ex funcionario de Usochicamocha y usuario del distrito de riego, habla de los beneficios que brinda la represa de La Copa no solo a los habitantes de la región del Tundama, también de las bondades que puede llegar a proporcionar a los moradores de Toca, como él lo sentencia. “Hace falta alguien inteligente en Toca que proyecte el sector desde lo turístico, que diga: bueno, vamos a hacer restaurantes, cabañas, hoteles, deportes náuticos. Pero a nadie se le ocurre nada, salvo lo de la casa flotante que aunque desconocemos quién les dio la licencia para su funcionamiento, no se puede negar que es un atractivo para el sector. Lo que ha hecho la gente de allá es ponerse a pelear y quejarse diciendo que ellos no se han beneficiado con nada”.
La rutina de Leovigildo y Araceli es un motivo para iniciar cada día: dos vacas que hay que ordeñar y mudar según la pastada, una melga de hortalizas donde se encuentran algunas plantas aromáticas y otras que sirven de verdura o condimento: tallos, acelgas, cilantro y perejil. El cuidado de sus gallinas y de un gato que ronronea al paso de sus amos. Esta pareja de campesinos boyacenses se resiste a abandonar su tierra, no les importa vivir tan cerca de la represa, incluso desconocen el interés que existe en la actualidad por parte de algunas entidades gubernamentales para ampliar la rotonda de la represa. “Nosotros no vendemos la parcela, tenemos los hijos en Chía, pero no somos gente de ciudad, allá no nos amañamos, figúrese usted después de viejos ir a terminar de arrimados”.
Es pertinente señalar que la casa flotante fue construida por iniciativa de Jean–Claude Bessudo propietario de Aviatur, una reconocida empresa de turismo. La casa funcionaba como hotel, pero por los precios astronómicos en los servicios que ofrecía era para un público selecto. Los lugareños mencionan haberla visto funcionando, pero luego de unas fallas arquitectónicas, que se trataron de corregir, tuvo que cerrar, ya no funcionó más, por lo que la desmontaron y la retiraron del agua. “Lo que pueden hacer los alcaldes es darle un uso
La represa tiene 880 hectáreas inundadas, que corresponden, según los moradores del sector, a la tierra más productiva para aquella época (1980 – 1985), los terrenos hacen parte de las veredas San Francisco, Leonera y Centro Abajo. Los habitantes manifiestan haber quedado aislados del sector urbano del municipio de Toca. La represa almacena actualmente 55 millones de
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turístico a la represa, planear y presentar proyectos y propuestas desde esta actividad para que active la economía de ese sector, como lo hacen en otros lugares. Para Grosso, la represa ha generado más beneficios que dificultades. El cauce del río Chicamocha tuvo un mejor control porque no volvieron a ocurrir inundaciones y también porque queremos estar preparados para el tiempo de verano. Que no ocurra lo que pasó en el 2010, pues duramos casi un año sin agua. La gente de Toca saca el agua sin permiso de allí, no pagan nada y sí contaminan, como el caso de los invernaderos, sin embargo, la gente insiste en que no les sirve para nada”.
de repoblación forestal. A partir de dicha polémica, la Asamblea del Departamento de Boyacá citó para el día 17 de junio de ese mismo año a debate a las partes, pero se desconocen los acuerdos o reflexiones que se hicieron y los tocanos siguen esperando respuesta a sus peticiones.
En cuanto a los predios cultivables, el ingeniero manifiesta que los terrenos de la represa en su mayoría estaban sobreexplotados, que el suelo estaba degradado, por lo que el Estado tomó la decisión de llenarlos con agua. “Hoy solo se encuentran unos pocos cultivos de cebolla, pero ya no siembran cebada ni trigo, es claro que esas tierras no tienen un perfil orgánico. Hoy hay alrededor de catorce lotes cultivados y Usochicamocha se los arrendó a unos usuarios, los predios son nuestros, pertenecen a la represa. Lo único que tiene valor representativo son los cultivos de flores porque ellos construyeron los invernaderos en la cota 70, es decir que prácticamente están entre la represa. Esos terrenos sí son de dueños particulares, y no se les había comprado pero ellos estaban advertidos porque en un futuro no será Usochicamocha el que les inundará, será la misma naturaleza”. Para abril del 2011, el periódico boyacense de mayor circulación titulaba: “Autoridades de Toca piden compensación por daños causados por La Copa”, la nota recogía detalles de las peticiones de los moradores del municipio en contraprestación por la anegación de sus terrenos, de los cuales la administración municipal ha dejado de recibir durante veinte años los aportes por el no pago del impuesto predial. También solicitan la construcción de un planchón que permita comunicar las veredas La Leonera y San Francisco con el casco urbano de Toca, además el desarrollo de un programa
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Un itinerario poco convencional
Linna Jiménez Sierra Camilo Puentes Cuspoca
Descubrir que no existían documentos escritos sobre la historia de los tradicionales, sobre los motes boyacenses, fue lo que nos motivó a investigar qué había tras esos alias que cargan historia y a la vez vida. Nos despertó un interés colosal que es como dice Robert Penn Warren. “Los verdaderos escritores son aquellos que quieren escribir, necesitan escribir y tienen que escribir”.
En la actualidad nos hemos encargado de ir dejando y desaprovechando aspectos tan valiosos como son los motes que representan o adoptan un pueblo por alguna característica en particular. Este relato muestra la aventura de dos estudiantes, que se tomaron el papel de viajeros y se encontraron con sobrenombres muy peculiares, pero más que eso con un sello el cual nos pertenece y tenemos que aprovechar ahora porque después será demasiado tarde.
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Desempolvando nuestros motes boyacenses Los motes que tradicionalmente reciben los municipios boyacenses, fueron dados como una forma particular para reconocerlos por un hecho que los haya marcado, que identificó su cultura, o simplemente que dieran cuerda a las conversaciones en las diferentes ferias y fiestas. Lastimosamente generación tras generación se ha ido perdiendo esta tradición de llamarse así entre los habitantes de los diferentes municipios, y sería funesto que se perdieran en su totalidad, si bien hay gentilicios como: chiquinquireños, tinjaquenses, tunjanos, sogamoseños, duitamenses, santarroseños, tibasoseños, los motes cargan historia y a la vez vida.
“Sin este enjambre de pueblos a mi oído, ¿Cómo haber sabido de culiazaos, garroteros y cotudos? ¿De piojosos, chitiaos y cortabolsas? ¿Quién me hubiera contado de los cuatromanos y los tragahielos, de los tragarraspas y los matacuras, de gochos y mochileros, tragajuates, mediolaos, horcayeguas, escolaburros y del jurgo de sobrenombres que, como en fiestas no se repara, se bolean los unos a los otros sin derecho a embejucada”. Fragmento tomado del libro “Boyacá: Historias y destinos” del artículo titulado “Mi pasaporte carranguero” escrito por el juglar Jorge Velosa Ruiz. Es grato ver la alegría en los rostros de las personas que comparten las historias de estos alias, porque de una u otra forma les recuerdan esos momentos en que se contaban los cuentos que daban origen a estos nombres. Estas denominaciones no se hicieron con el ánimo de ofender, algunos sobrenombres son tomados muy enserio y causan molestia entre las personas que no sienten identificación alguna con estos términos,hacen parte de las anécdotas transmitidas de boca en boca entre los habitantes de los 123 municipios de Boyacá. Es importante recordar que el municipio de Pesca en el año 2008, se hizo un homenaje a estos motes con una galería de banderas en las cuales estaba escrita la deno-
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minación de cada uno de los pueblos, el acto se hizo en el parque Pedro León de Pesca, estas banderas se ondearon durante varios días y bajo cada una, se encontraba escrito el respectivo sobrenombre del municipio.
“Son curiosos los apodos con los que aún se conocen a los habitantes de los municipios. Aunque para algunos es molesto, no se debe olvidar que hacen parte de nuestra historia”, Expresó para el periódico El Tiempo, Ernesto Rodríguez, profesor de básica primaria en Pesca. Queriendo conocer detalles de estas historias, nos fuimos de romería e iniciamos el viaje en Chiquinquirá, tierra natal de los aún famosos “Cuatro Manos”. Un apodo que ya es parte de la vida cotidiana de los chiquinquireños y de forasteros, porque aunque pase el tiempo, las nuevas generaciones ya comparten la experiencia que dio origen a este mote. Durante las multitudinarias misas que se realizan en la basílica de nuestra señora del Rosario de Chiquinquirá, es normal escuchar a los sacerdotes, difundir la palabra de Dios y a la vez advertir a los peregrinos sobre el cuidado de sus objetos personales. Estando ahí, le preguntamos a Eloísa Martínez, chiquinquireña de nacimiento, si sabía el por qué del apodo. “Pero cómo no saberlo, si a todo lado donde voy me lo están sacando en cara y hasta me miran con desconfianza. Es cierto que en estas misas roban, pero eso es por el descuido de la gente”. Alba Salinas, compartió con nosotros esta historia, mientras veíamos a su nieto corretear las palomas de la Plaza de Bolívar de Chiquinquirá. “Nos llaman los cuatro manos porque hace muchos años, cuando se celebraban las fiestas de nuestra patrona, descendían del occidente y la zona del Santander, personas inescrupulosas que, aprovechando la inocencia de los peregrinos, escondían sus brazos reales bajo una ruana y se pegaban al cuerpo unos brazos de plástico que daban la apariencia de que la persona se encontraba rezando, así, mientras nadie sos-
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pechaba de ellos, los muy ventajosos iban saqueando a los fieles, de ahí el dicho –con dos rezando y con dos robando”. Desde la capital religiosa de Colombia, avanzamos 25 kilómetros y llegamos a Tinjacá, cuna de “Los Mochileros”. Nos acercamos a una tienda ubicada sobre la vía principal, donde nos atendió la señora María Emma, se le preguntó si sabía por qué a los habitantes de Tinjacá los llamaban así y dijo. “Las muchilas eran lo que representaba al pueblo”. En seguida encontramos una pequeña tienda de artesanías, en la que a simple vista sobresalían las mochilas, cada una diferente a la otra, en colores surtidos y formas diversas. Esta tienda pertenece a la señora Aliria Mendieta, oriunda de Ráquira, pero criada en Tinjacá. “Yo no vivía de eso, pero mis ‘papaes’ sí, mi papá fue el que me enseñó a trabajar en esto, mi madre sólo se dedicaba a hilar lana. Y la gente venía del campo y vendía las muchilas que se usaban principalmente para cargar el mercado, de eso vivían o al menos les dio de comer por un tiempo. Pero eso ya se acabó. Aquí todos quieren que la comida les caiga del cielo, pero del cielo solo cae agua”. Ella sabe más que cualquier persona sobre las famosas mochilas y es la actual ganadora del concurso anual de artesanías que se lleva a cabo en la ciudad de Tinjacá durante las ferias y fiestas, que se realizan cada año en el mes de febrero. Entre buses y busetas llegamos a la capital de Boyacá, Tunja, cuna de los llamados “Piojosos”. En la plaza de Bolívar, interrogamos a los transeúntes, si alguna vez, habían sentido que estaban entre piojosos. Manuela Casas, estudiante colegiala, dijo. “Alguna vez me los prendieron, pero fue en el jardín, creo que en ese tiempo era normal”. “La explicación del por qué a los tunjanos nos dicen los piojosos es porque en una época los tunjanos éramos desaseados, le teníamos miedo al jabón y al agua y por ello había mucha epidemia de piojos. Otra explicación tiene que ver con un relato del siglo XIX en el contexto de las guerras de indepen-
dencia en la que abundaron muchas epidemias y pandemias y por el clima ¡había una mata de piojos! y todo el que pasara por acá quedaba cundido de ellos”. Es la explicación que nos da el profesor universitario, Jaime Pulido.
pueblo por tener cien años de vida y además porque le dedicó gran parte de este tiempo al periodismo empírico.
“Una vez me preguntó sobre este apodo el cantante de “La Cucharita” y le dije lo mismo, que sobre “Los Gochos” hay dos versiones, una fue por la construcción de una torre de la iglesia primero que la otra y la segunda fue porque un burrito que se quedó de su manada vino a parar a Santa Rosa y a este burrito todo el mundo lo empezó a utilizar para llevar el agua desde la pila que había en el parque hasta sus casas, pero ninguna de estas versiones cae completamente, la primera porque no era sólo Santa Rosa, también los pueblos vecinos que tampoco tenían ambas torres construidas como Duitama, Belén, Cerinza… y la del burrito es un cuento muy bobo porque el recorrido que tenían que hacer era muy corto, sólo lo hacían con el ánimo de molestar”. Con tristeza contamos que días después de concedernos esta entrevista, el señor José Joaquín Reyes falleció.
Otra versión acerca de los hechos es de Gustavo Benítez, quien escuchó la conversación anterior y se acercó para darnos su opinión. “En una de las romerías que se hacían a la basílica de Tunja, vino una comisión de gente del Ecuador que trajo los piojos y generó una epidemia, a eso súmenle que los tunjanos se bañaban cada semana -cada Semana Santa-”. Luego nos trasladamos hacia Duitama o como es conocido su mote “Los Matapadres” o “Matacuras”; en el cementerio central nos encontramos con el padre Antonio Salamanca quien dijo conocer que a los nativos duitamenses, les decían así porque habían intentado matar a un padre, pero en fin nunca lo hicieron.
“Hace mucho tiempo un cura que gozó de mucha fama, tomó malas decisiones y fue por esto que una parte de la población se revolucionó y llevaron al padre desde su iglesia hasta una loma y allí lo asesinaron ferozmente”. Esta fue la versión que dio José Cuspoca, un duitamense de 84 años de edad, que conocía esta historia por los relatos que escuchaba de sus padres, pero que igualmente no podía afirmar nada, ya que eran muchas las versiones que se decían sobre el apelativo. “Cuando construyeron la iglesia hicieron primero la torre del lado izquierdo, esa la construyeron completa y la del lado derecho hasta la mitad, se demoraron un tiempo en terminarla, entonces, durante el tiempo que estuvo incompleta la torre derecha, la gente que venía a las romerías o fiestas, observaba esto y decía que le hacía falta algo, por ello que se nos dio el apodo de “Los Gochos”, por la iglesia”.
Posteriormente nos desplazamos hacia Tibasosa, donde se les atribuyen tres motes: “Los Pedreros”, “Los Horcayeguas” y “Los Desamparados”. Cada uno en un lugar diferente. En la Secretaría de Cultura y Turismo de Tibasosa, nos facilitaron el acceso a un libro titulado “Tibasosa, testigos y protagonistas de su historia” escrito por Lucila Avella de Santiesteban, donde encontramos en un fragmento. “Un alcalde ordenó quitar la copa al eucalipto y por esa causa los habitantes se pelearon a piedra en el centro, desde entonces llevan como apelativo los pedreros” .
Jorge Groso es habitante que conoce sobre la historia de Tibasosa y narra. “En una época bajaron a un padre de una de las torres de la iglesia y lo arrastraron por todo el parque hasta llevarlo a lo alto del bosque y cuando el padre estaba en el lecho de su muerte les predijo a los tibasoseños que iban a durar cien años desamparados y es de ahí que somos conocidos con el apodo de ¨Los Desamparados¨”.
En el parque principal de Santa Rosa de Viterbo, algunos habitantes nos orientaron en la búsqueda de José Joaquín Reyes, quien tenía mucho conocimiento de su
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Carlos Arturo Triana, alcalde de Tibasosa, dijo no conocer sobre “Los Pedreros” pero sí sobre otros apelativos. “Nos llaman los “Desamparados” porque había un señor que se llamaba Luis Reyes que era el sacristán del centro parroquial y él en alguna ocasión dejó una veladora encendida debajo del Santo Cristo y entonces prendió candela el cajón donde había dejado la veladora. Desde entonces somos conocidos como “Los Desamparados”. Posteriormente un alcalde mandó ahorcar a una burra que se la pasaba recorriendo Tibasosa y el animal arrastrando la horqueta de una manera infame murió y por eso nos llaman ¨Los Horcayeguas¨”.
ellos mismos evocaron esta vieja tradición al momento de despedirse, no haciéndolo por el nombre sino con un simple “adiós cortabolsas”. Leonor Vega conoce bien el por qué del mote “Cortabolsas”, por una experiencia sucedida en su familia. “Pero claro, aún existen cortabolsas. Mi mamá hace poco tiempo fue víctima de ellos, es que antes era normal ver a las mujeres con sus delantales y su bolsita colgando del cuello todo el día. Así era mi mamá. Una vez en la Plaza Seis de Septiembre, que era el lugar donde ella solía vender sus quesos, le rajaron su bolsito. Pero ella no se fijó en el momento, sino cuando llegó a casa. El ladrón no tuvo suerte con mi mamá, porque ella en ese bolso nunca cargaba plata, ella la ponía en otro sitio. Lo que sí cargaba ahí eran los papeles con las direcciones de entrega de los quesos”.
Próximos a terminar nuestra romería llegamos a Sogamoso o mejor a donde “Los Cortabolsas” que es el mote por el que los residentes sogamoseños son conocidos popularmente.
“Documentos a lo mejor existen, y hay que tener una buena orientación y dedicación para toparlos. De no haberlos, sería una lástima, y de ahí la importancia de realizar esas investigaciones, y compartirlas, para arroparnos con ellas”. Esta, es la postura de Jorge Velosa Ruiz, un boyacense de pura sepa quien como nosotros, demuestra un gran interés por salvaguardar la cultura de esta tierra.
“El cuento que yo he oído es que las señoras de antes, cargaban una bolsita de tela o de trapo y en ella echaban la plata y los rateros que ya sabían que cargaban sus bolsitas hábilmente se las cortaban y así era con todas las señoras que llegaban al mercado de acá, y es por esto que nosotros quedamos bautizados como ¨Los Cortabolsas¨. Así relató Luis Rincón habitante de 78 años quien se encontraba en el parque ¨La Villa del Sol¨”.
Susmercedes, ¿Por qué llamarnos por los gentilicios?, eso lo hace todo el mundo. Pero nosotros no somos todo el mundo, ¡somos boyacos!, los de la ruana, la chicha y el sumercé.
En la plaza Seis de Septiembre encontramos gente de una generación más joven, entre los 15 y 18 años, “La verdad nunca había escuchado esto y pues la verdad yo soy de acá pero a mí que ni me digan así, no sé pero no me gusta”.
Si el cariño por nuestros apelativos no nace aquí, ¿Entonces en dónde?, si no es ahora, ¿Entonces cuándo? Socorramos nuestros motes porque van a desaparecer. Por eso es interesante contar estas boyacentorias –historias boyacenses- dando un sello personal que muchos quisieran poseer, pero que dichosamente son nuestros.
Estando en la biblioteca Joaquín González Camargo, la directora Doris Torres lamentó que no haya un libro sobre esta tradición, pero llamó a un historiador sogamoseño. Se trataba de Jaime Vargas Izquierdo quien le comentó que lo de “Cortabolsas” era una cuestión de la tradición por voz, pero no hay nada confirmado sobre estos apelativos, y antes de colgar el teléfono, entre
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ab Clara Inés Villamil
Escribir siempre será una de las experiencias más enriquecedoras que el ser humano pueda advertir, como sucedió en mi caso. Desde que conocí esta casona soñé con realizar un relato que evidenciara un poco las costumbres de la época y gracias a don Libardo, uno de los primeros dueños de esta morada, que a través de sus historias y sus experiencias descritas me permitió recrear y darle vida a las ruinas de una de las casas más importantes de la vereda Monjas del municipio de Moniquirá.
Lo más abandonado, lo más olvidado es lo de mayor riqueza. Hasta que ofrecen la posibilidad de encontrar detalles curiosos dejados atrás por nuestros antepasados, nos damos cuenta de lo valioso que tenemos pero que lo dejamos pasar inadvertidos. Esta crónica muestra de manera muy puntual y muy descriptiva, una historia que lo encerrará y lo hará estar allí en “La casa de teja”, casa que le otorga el nombre a la vereda de Monjas en Moniquirá.
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Remembranzas de la Vereda de Monjas Moniquirá es conocida como “La ciudad dulce de Colombia”, debido a que la aromática guayaba, fruta que crece de manera silvestre en sus campos, se convierte en la materia prima para elaborar los famosos bocadillos y deliciosos manjares. Además de la exquisitez de sus panelitas de leche. El municipio moniquireño cuenta con treinta y dos veredas, entre las que se destaca la vereda de Monjas. Esta vereda se encuentra a treinta minutos del casco urbano, sobre la vía que lleva al municipio de Gachantivá. La ruta que conduce a la vereda, es una carretera destapada y polvorienta, que en época de verano y en invierno se convierte en un camino gredoso, el barrizal dificulta el acceso; pero en este recorrido sobresale la belleza de sus paisajes y la variedad de sus cultivos, que le ponen al ambiente un perfume indescriptible con la combinación de diferentes olores como el café, la guayaba, la caña de azúcar, las jugosas naranjas y los limones que son entre otros, los productos que se cosechan en esta tierra. Al llegar a la vereda de Monjas, se encuentra una vivienda conocida como “La casa de teja”, así la denominan los moradores del sector. Esconde entre sus habitaciones y rincones, historias de gran trascendencia. La construcción, deja al descubierto el paso de los años y la inclemencia del tiempo, en sus techos de teja de barro y sus paredes de adobe y tapia pisada. Don Libardo Olarte, un hombre oriundo de esta vereda, entrado ya en siete décadas y cuatro años de experiencia, de contextura delgada, de estatura media, con el pelo ya canoso por el paso de los años, así como las arrugas que sobresalen en su frente, dan muestra de la experiencia y sabiduría adquirida a través de los años, lo que le permite expresarse con fluidez a pesar de no ser un hombre letrado. Observa con sus pequeños ojos
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azules “La casa de teja”, donde evoca los recuerdos y anécdotas vividas en su niñez y juventud, ya que en épocas pasadas esta fue lugar de su nacimiento y crianza. Don Libardo, comienza por contar que el nombre de la vereda se debe justamente a “La casa de teja”, ya que allí funcionó un convento de formación de monjas y sacerdotes por allá en 1800. Precisamente en la puerta principal que conduce al patio trasero se encuentra una inscripción de quien construyó la casa que dice: “Joaquín Toledo, mayo 14 de 1829. Realmente no recuerdo bien, cuándo dejó de ser convento y la casa pasó a ser propiedad de mis papás señores (abuelos maternos) Florentino Olarte y Soledad Corredor, quienes tuvieron ocho hijos, entre los que están: mi mamá Ana Tulia Olarte y mi tío Aquileo Olarte, padre de mi primo Edgar Olarte que fue gerente de la Empresa de Energía de Boyacá”. Agrega don Libardo con una breve sonrisa. Continúa su relato comentando que nació en “La casa de teja” entre la grandeza y majestuosidad de una vivienda que fuera de propiedad de una comunidad religiosa venida directamente de España. La casa contaba con todas las comodidades de la época, como lo describe este hombre con algo de nostalgia.
“La construcción estaba compuesta de un comedor bien grande, había una mesa de madera con capacidad para quince o veinte personas; alrededor de la mesa se encontraban una especie de sillas hechas en el mismo bareque, a las que se les llamaba “poyos” donde la gente se sentaba para departir las comidas o para entablar conversaciones en familia”. “Asimismo, la casa poseía diez cuartos aproximadamente, pero sobre todo, había uno que era el más grande que quedaba al lado del altar, donde dormían mis papás señores y yo, por ser el nieto más chiquito, tenía mi camita ahí mismo al lado de ellos, aunque en ocasiones también se quedaban otros primos. A mi mamá le habían asignado otro cuarto, pero este era más pequeño, con una ventana que tenía un marco de madera, y como
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en ese tiempo no había vidrios, tenía dos puertas que se cerraban en el centro con una aldaba, además estaba adornada por una especie de balcón de madera con varios parales finamente torneados. Desde allí se podía observar parte de la cocina y del trapiche de la casa”. “Mi tío César y mi tío Jorge también vivían allí, cada uno con su cuarto, donde tenían su catre para descansar y una cómoda para guardar la ropa al igual que una mesita de noche para colocar un candelabro con una vela para alumbrarse en las noches. En el día se abrían todas las puertas y ventanas para iluminar la casa ya que si esto no se hacía se veía muy oscura. También había un lugar para el altar, como se le llamaba a una habitación destinada como oratorio, estaba adornado con diferentes cuadros que las monjas habían traído directamente de España. El altar tenía unos espacios en los cuales se colocaban las veladoras para iluminar las imágenes. Allí nos reuníamos en las tardes a rezar el rosario con todo el rigor y el respeto correspondiente, tanto que no podíamos murmurar nada y mucho menos reírnos porque éramos castigados por mi mamá señora”. Otro de los lugares más sobresalientes de la casa era el trapiche o molino que estaba conformado por tres ruedas de piedra que se hacían girar con la ayuda de cuatro caballos, o en ocasiones con bueyes, donde se molía la caña para sacar únicamente miel, pues en ese entonces no se sacaba la panela. Con el tiempo las ruedas de piedra fueron cambiadas por ruedas de hierro.
“La miel era utilizada para batir el guarapo, pues esta es una bebida que toma toda la familia para acompañar las comidas y para los trabajadores, quienes lo consumen para calmar la sed durante las faenas agrícolas del día. Lo que sobraba de la miel se empacaba en zurrones de cuero para venderlos en Villa de Leiva; como no había carros se llevaba en mulas y a pie; otras personas llegaban a la casa a comprar, porque sabían que ahí se producía y se vendía”. Agrega don Libardo con melancolía.
como un aguardiente que estaba hecho con hierbas, miel y anís para que tuviera buen sabor”. Don Libardo después de este recuerdo sonríe y prosigue sin reparo.
“La cocina no quedaba dentro de la casa, como pasa hoy en día, sino que estaba retirada, a unos cinco metros, para que no ahumara el resto de las habitaciones; estaba conformada por una fogonera de tres piedras donde se cocinaban los alimentos con leña en ollas de barro y se revolvían con cucharas de madera; dentro de la cocina, había un horno hecho en barro, que se usaba para hornear los diferentes amasijos, como almojábanas, colaciones y el pan; estos eran aliñados con mantequilla de vaca, huevos, sal, azúcar y cuajada fresca”.
Acontecimientos vividos en “Casa de Teja” En 1948, se desató la época de la violencia que se extendió a diferentes zonas del país, a raíz de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, en donde liberales y conservadores se enfrentaron a muerte; Boyacá fue uno de los departamentos sacudidos por esta intimidación llegando no solamente a las zonas urbanas sino rurales también como el caso del municipio de Moniquirá. Para ese momento don Libardo tenía ocho años de edad y con la lucidez de cualquier jovencito, este hombre recuerda algunos sucesos que marcaron su niñez.
“Como en aquel entonces, no había máquinas para moler el maíz y el trigo, la señora que ayudaba a mi mamá señora en los quehaceres de la casa, molía estos ingredientes en la piedra de moler. Después de esto se armaban las arepas de maíz y de trigo que eran azadas en la laja de piedra sobre la fogonera, que generalmente estaban rellenas de cuajada que se sacaba aquí mismo en la casa”.
Continúa comentando. “En este momento mi papá señor ya había fallecido y mi mamá señora era la matrona de la casa; debido a la violencia, mi mamá tuvo que huir para los lados de Otanche, pues como ella era joven y se convertía en presa fácil de los violadores y saqueadores de los campos, al igual que algunos de mis tíos, unos se fueron para Barbosa y otros para Bogotá. Entonces yo quedé a cargo de mi mamá señora y de mis dos tíos César y Jorge que aún eran solteros, para resguardarnos de la violencia nos tocaba escondernos en una cueva que se llamaba “La cueva de los chulos”, que quedaba cerca a la casa, donde a veces pasábamos la noche, pues ellos decían ¡En cualquier momento llegan estos desgraciados y nos matan!”.
En la parte trasera de la casa estaba la pesebrera con capacidad para diez caballos, allí se les picaba su ración de caña y pasto, se les aseaba, se les colocaba sus respectivas herraduras. Contiguo a este lugar estaba una habitación donde se guardaba las sillas de montar, los estribos, los aperos, las zamarras y las riendas al igual que los elementos utilizados para la herrería.
“Para las fiestas estaba destinado un salón un poco más grande que el comedor, en el cual nos reuníamos para las festividades como navidad y año nuevo, o para celebrar algún sacramento como el bautizo o la primera comunión. Estos bailes eran alegrados por mis propios tíos que tocaban guitarra y tiple o por algunos amigos que venían del pueblo y también interpretaban estos instrumentos. Como en toda fiesta no podía faltar la chicha que se hacía de maíz y ahí mismo en la casa; en ese tiempo sí que la hacían bien buena decían mis tíos y mis papás señores y demás familiares, yo como niño también probaba algunos sorbitos, me decían pruébela mijo para que se vaya acostumbrando. Aunque ahora que recuerdo también se tomaba chirrinche que era
“Un día de esos, mis tíos como siempre se fueron a esconder a la cueva, mi mamá señora y yo les llevamos la comida hasta allá; después de llevarles la cena nos regresamos a la casa para dormir, cuando llegaron los bandoleros a incendiar la casa en horas de la noche, pues se subieron al techo y le prendieron candela al zarzo, cuando sentimos fue el humo de la llamarada que prendió todo eso; ¡imagínese que el cielo raso no resistió el peso de los hombres y cayeron al piso, se asustaron y salieron corriendo!”
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“Pero mi mamá señora y yo ya habíamos salido por la puerta de atrás a escondernos en un cañal que había cerca, cuando le dije a ella ¡el marrano que está amarrado en el patio trasero, se va a quemar! y ella me dijo: ¡pero ya qué, cómo lo vamos a soltar mas bien vamos!, entonces le dije, ¿si le corto el lazo, se va y no se quema?, ella me respondió pues si mijito puede hacerlo y así lo hice, le troce el lazo con un cuchillo pequeño que teníamos en el cuarto y el marranito se salvó de morir quemado”. En su rostro este hombre de buena fe manifiesta la alegría de su gran hazaña a tan corta edad.
Al cumplir diez años, don Libardo, como los niños de su edad, empezó a hacer varias pilatunas, entre las que recuerda que emborrachaba los piscos con el aguardiente que bebían para las fiestas, ante estas acciones su mamá señora se volvió muy drástica y lo castigaba, por eso, en ocasiones se iba para donde la tía Lucrecia que vivía cerca del río Moniquirá, ella tenía cuatro hijos; “Pero yo me llevaba muy bien con mi primo Silvestre, él me enseñó a pescar y a nadar, en aquel tiempo esto se convirtió en el pasatiempo más interesante que podía tener. Hasta que mi mamá señora me manda a buscar con mi tío Jorge y me toca regresarme a “la casa de teja”.
Con el animal ya a salvo y escondidos en el cañal, observaban cómo el fuego consumía el techo de caña de castilla y barro, lo mismo que el trapiche, pues según don Libardo, éste se incendió fácilmente ya que había leña y bagazo de la caña, y en menos de nada quedó convertido en cenizas. Prosigue su relato añadiendo. “Como mi mamá señora era tan creyente las llamas solo llegaron hasta la entrada del altar y ahí el fuego no continuó, es algo que aún no logro entender, porque curiosamente se vino un aguacero que apagó el fuego. Mi mamá señora y yo no regresamos a la casa esa noche, porque nos dio miedo que estuvieran los bandoleros por ahí esperándonos, por eso nos fuimos a la cueva a reunirnos con mis tíos y a contarles lo sucedido; regresamos hasta el otro día y nos encontramos con algunos vecinos que pensaron que estábamos muertos”.
“Un día me volví a ir para donde mi tía, pero mi primo Silvestre no estaba, me fui solo para el río a pescar, empezó a llover por las cabeceras y el río se creció y casi me ahogo, entonces mi tía me trajo otra vez donde mi mamá señora (la abuela), y ella le escribió a mi mamá y le dijo que viniera y me llevara porque ella no se hacía más cargo de mí, ya que yo me había vuelto muy deso bediente. Con tristeza empecé a empacar mi maletica y me fui con mi mamá. Allá me aburría mucho porque me sentía solo, pero hubo algo interesante, mi mamá me metió a la escuela a aprender mis primeras letras, eso sí me gustó porque ya hice amigos y todo fue más llevadero. Suspira don Libardo con algo de satisfacción. “Durante mi estadía en Otanche mi mamá señora empezó a enfermar, hasta que murió por ahí más o menos en 1958, pero yo no vine al entierro, solo vino mi mamá. Yo volví solo hasta el año siguiente a la misa del cabo de año, y ahí empezó el juicio de sucesión para repartir la herencia dejada entre los ocho hijos de mi mamá señora. Entre todos mis tíos, incluyendo a mi mamá, decidieron dejarle la casa a mi tío Cesar y el resto de terrenos se lo repartieron entre otros siete hijos”.
La casa estaba encerrada en paredes de tapia pisada y encima se ponían tejas de barro para cuidar las paredes de la lluvia, alrededor de esta cerca se encontraban varios lotes, donde se cultivaba caña de azúcar, café, limas, maíz, yuca, bores, chonques, maravillas, ahuyama, calabazas, cebolla larga y naranjas. Había potreros destinados a la cría de vacas de ordeño, y en el patio de enfrente, se criaban las gallinas para el consumo y para los huevos. La casa estaba adornada con flores de múltiples colores como: orquídeas, cayenos, corpus, azucenas, hortensias, y plantas ornamentales como brisas y espárragos, que eran utilizados para elaborar las coronas para los sepelios.
“Mi tío César ya posesionado de “La casa de teja”, se casó con la señora Crisanta Torres, con la cual tuvo cinco hijos, pero como a mi tío no le gustaba trabajar mucho la tierra, empezó a gastarse la herencia que le dejaron mis papás señores y se endeudó con los bancos
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y personas particulares hasta que terminó vendiendo la casa de teja. Pero antes de la venta, en el año 1968 se descubrió que debajo de esta había un cementerio indígena, con lo que mi tío pensó que ahí estaba la solución a sus problemas de dinero”.
unos cuartos que eran pequeños. Las puertas principales son las originales de madera de cedro que conservan en sus retablos figuras geométricas y a pesar del paso de los años no han logrado ser carcomidas por el gorgojo; lo mismo que las cerraduras que aunque ya no funcionan están asidas a la madera como vigilantes constantes de propios y extraños que llegan a examinar “La casa de Teja”, que llama la atención por su ubicación y tamaño, dentro de las demás casas de la vereda.
Los secretos que esconde “La Casa de Teja” Los pisos de la casa eran de ladrillo cocido, por el paso del tiempo en algunas habitaciones se habían empezado a soltar, hasta que en estas piezas los pisos quedaron en tierra, entonces un día haciendo el aseo, por accidente descubrieron pedazos de tiestos y huesos; ante esto y con la ilusión de encontrar un tesoro, el tío César decidió contratar a varias personas para que le ayudaran a cavar. Entre esos personajes, trajo a un señor directamente de Bogotá, que tenía unos detectores para ese tipo de entierros o guacas y contactó a algunos vecinos para la excavación.
Las puertas de las habitaciones más pequeñas, han sido reemplazadas por puertas menos pesadas y más livianas, pero igualmente de madera; asimismo algunas ventanas han sido selladas. El cuarto que era denominado el altar y el comedor tienen el piso original de la casa, lo mismo que parte de los “poyos”. Las cercas que tenía la casa en su momento, han sido reemplazadas por cuerdas de alambre de púa y postes de madera; en los jardines ya no hay muestra de lo descrito anteriormente, al igual que el trapiche, ya no existe. En algunos rincones solo sobresale la maleza y el pasto que cada vez se apodera con fuerza de espacios que no le corresponden.
Según don Libardo, en las excavaciones se encontraron ollas de barro, esqueletos de personas, collares entre los que recuerda uno que era con cocuyos de oro, tal vez ese era el más valioso porque de resto solo pedazos de tiesto. Este entierro se conoció a nivel nacional a través del periódico El Tiempo, ya que vinieron hasta la vereda y tomaron fotos, y esto salió publicado en una de las ediciones del periódico.
La Casa de Teja tiene 185 años, por eso es normal que se deteriore, “desde que tengo uso de razón jamás recuerdo que se le haya hecho una restauración,” argumenta don Libardo. Como se puede observar los techos de caña de castilla están que se vienen al súelo, en algunos cuartos y en la puerta principal que conducía al patio trasero, el techo está escurridizo, pero permite observar la forma arquitectónica de la época donde no se utilizaban puntillas para sujetar, sino bejucos para amarrar las cañas.
“Como mi tío era algo avaro salió de pelea con las personas que había hecho sociedad para desenterrar la guaca y sus problemas económicos no se solucionaron como él pensaba. Inevitablemente vendió la casa a Adán Guerrero por $120.000 hace más o menos treinta y cinco años. Mi tío se fue de Moniquirá a vivir a Barranquilla con su esposa e hijos, donde murió tiempo después”.
A unos 300 metros de “La Casa de Teja”, vive la familia Espitia Torres, que ha sido vecina muy cercana de esta morada. Al hablar con la señora Protacia Torres, que lleva cerca de 70 años viviendo en la vereda, corrobora con exactitud lo dicho por don Libardo, ella comenta. “Desde que yo me conozco, caseteja ha sido muy “famosa” porque allí vivieron unas monjas y unos curas, que después se fueron. Cuando murió la difunta Soledad, la casa pasó a manos de su hijo César que era compadre de mi papá. Yo recuerdo muy bien que se hacían unas
Desde entonces hasta la actualidad la casa ha sido de propiedad de don Adán. Cuando este señor compró, decidió tumbar algunas partes de la casa como la caballeriza e incluso derribó algunas paredes para ampliar
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fiestas que duraban entre tres y ocho días allá en “caseteja”; invitaban a los vecinos y a los más conocidos de la vereda de Monjas, de Monsalve y de Coper, a los que les pedían llevaran la yuca, otros el plátano, otros las gallinas y el máiz pa´ hacer la chicha.” Doña Protacia cuenta que las fiestas eran amenizadas por los familiares que interpretaban tiple, guitarra y además cantaban; pero posteriormente con la aparición de las primeros tocadiscos esta forma de alegrar las fiestas cambió. “Pues imagíne sumercé, que mi hermano Álvaro compró un tocadiscos cuando llegó del cuartel, entonces lo invitaban a las fiestas pa´ que lo llevara y poder poner la música pa´ bailar y le decían a los invitados que debían llevar dos pares de pilas cada uno, pues ese aparato gastaba muchas baterías, ah tiempos aquellos…”. Después de un corto silencio la señora Protacia lamenta el estado en que se encuentra la casa, “Qué pesar que se esté cayendo, pues la viuda de don Adán no ha hecho nada pa´ arreglarla”. A pesar del paso del tiempo, se rehusa a desaparecer esta pieza arquitectónica tan importante, aún sigue siendo el orgullo de los moradores de la vereda de Monjas a la cual deben su nombre.
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Del Tejo al Turmequé Recuerdo y valor. Angie
Lorena Suárez
Tener la satisfacción de poder contar algo, que viene de una trascendencia histórica, es una alegría y satisfacción para mí, que por medio de mis palabras y búsquedas se dé a conocer una de las costumbres boyacenses como lo ha sido el tejo, con una acogida excepcional por quienes lo practican con amor y alegría en Turmequé y municipios aledaños, esta tradición me da la oportunidad de conocer más del disco de oro y tal vez, llegar a practicarlo con tanto fervor como quienes lo hacen día tras día.
Esta crónica muestra que aún los amantes al tejo quieren mantener encendida la pasión por este deporte, quizás para unos es fácil o para otros simplemente es un motivo más para compartir una cerveza. Pero en estas letras se refleja la pasión que siente un pueblo por algo que seguirá tan vivo y de generación en generación, que hace parte no solo de sus costumbres, sino la de todos los boyacenses.
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“Según nuestros ancestros, el tejo lo ingeniaron los Chibchas antes de venir los españoles; en ese tiempo no tenían ninguna clase de religión, ellos adoraban al sol y a la luna. Habían días muy nublados, entonces se preocupaban porque no veían salir el sol, al tener esa incertidumbre se idearon forjar un disco en oro, porque era el material más preciado para los Chibchas, con ese disco hicieron la réplica del sol y en aquellos días que no salía el dios para adorarlo al medio día, lanzaban este disco haciendo la inclinación hacia la misma dirección de donde sale el sol y se esconde (oriente-occidente), si nosotros vemos en este momento el tejo, hace esa parábola, que nació hace aproximadamente quinientos años”. Enrique Vega, habitante de Turmequé, un pueblo a 45 kilómetros de Tunja, por una carretera destapada vía a Nuevo Colón o Ventaquemada, que cuenta con gente amable, servicial y dispuesta a contar la historia y el amor que sienten por el tejo. “En Turmequé se jugaba con un disco de oro llamado ‘zepguagoscua’, que era conseguido por el trueque o canje que hacían con indígenas de otras partes del país. El juego del tejo desde sus inicios, ha consistido en lanzar el disco, ya sea, el de oro que usaban los Muiscas, o el metálico, con el que actualmente se practica. Se utiliza una cancha de arcilla de 19 metros de largo, para arrojar los discos y hacer explotar las ‘mechas’, es decir, las papeletas de pólvora, que se encuentran puestas allí”. Como era costumbre, los Chibchas o caciques tenían la oportunidad de tener varias mujeres, pero eso no fue por mucho tiempo. “Uno de los caciques que había aquí en Turmequé tenía siete mujeres, al llegar la religión católica no se permitía esta situación, sino que le exigían tener solo una, en ese tiempo el cacique puso a jugar a sus siete mujeres con tejos de oro y la que más pudiera meter los discos dentro de un chorote, con esa se quedaría. Ganó María Lucero, y ella fue la esposa del cacique de ahí en adelante”. Gladys Gómez, cuenta la historia del disco de oro en Turmequé. En el tiempo que se originó el tejo, era delimitado, ya que
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lo practicaban los Chibchas, monarcas o personas de público selecto, eso cambió a partir del año 2000, porque ahora pueden jugarlo y aprovecharlo como deporte nacional todas las personas, sin diferencia alguna.
que dividen las tres canchas profesionales y una de mini tejo. Los jugadores hacen su primer lanzamiento para que el tejo caiga en la otra cancha, todos los participantes caminan hacia la cancha contraria, para sacar su tejo apoyados de una vara metálica, cuando lo cogen en las manos, lo limpian con un costal de fique, que está puesto en el tablero de las dos canchas y así inician el otro lanzamiento.
Como ejemplo de que hay campeones o campeonas nacionales de tejo, está Gladys Gómez una mujer de Turmequé, quien afirma que después de su familia, está el tejo. Ella inició a practicar en las canchas de mini tejo, luego de un tiempo se le dio la oportunidad de ser árbitro en un concurso departamental que se llevó a cabo en su pueblo, dando la sorpresa a Boyacá, de obtener la mejor puntuación que debería tener un árbitro.
Francisco Vargas, un hombre de aproximadamente 45 años, juega tejo cada 8 días desde hace 20 años, sin importar dejar a su familia o seres queridos en casa; cuenta de manera irónica no tener mujer o hijos después de unos tragos. “Nosotros jugamos tejo por relajarnos, descansar y compartir con los amigos, acompañando nuestro juego con cerveza y música, para así poder reír cuando se gana y burlarnos cuando se pierde. Nosotros terminamos pagando dependiendo el momento, porque si uno está borracho le dan por la cabeza, pero si está en sus cabales, uno paga lo que pierde”.
Gladys Gómez, entregada a su familia y a su pasión, en el año 2009 concursó en un campeonato departamental en Turmequé, había participantes de varios lugares y tal vez con más experiencia, pero en esa ocasión consiguió el título de Campeona Nacional del Tejo. “Nosotras las mujeres lanzamos en una cancha de 19 metros con 50, como lanzan los hombres, pero nos dan la oportunidad de que en la zona de lanzamiento podemos avanzar 1 metro más de lo que tienen los hombres. A mí me gusta jugar con un tejo que tenga más o menos dos libras y media de peso, el tejo debe quedar perfectamente en la greda al momento de tirarlo. Dentro de las reglas es importante saber que no se puede pisar la línea de lanzamiento, tampoco utilizar palabras que ofendan a los equipos contrarios y no ingerir bebidas alcohólicas”.
Javier Nova, viste con sus botas de caucho y cachucha, siempre está listo para el mantenimiento de su campo de juego o para atender las peticiones de los clientes. Afirma que la Alcaldía de Tunja le dio la oportunidad de atender su negocio los fines de semana hasta las 11 de la noche. “Hace cuatro años la construcción de este campo de tejo me costó 34 millones de pesos; una sola cancha de greda cuesta alrededor de 700 mil pesos, la caja de mechas me vale 8 mil pesos y vienen 144 unidades, la compra de un tejo depende del tamaño y también la calidad, pero hay desde 15 mil pesos en adelante, como hay tejos hasta de 200 mil pesos”.
Me dirijo a la cancha de tejo “La manguita” vía Samacá; al recorrer unos cuantos kilómetros, encuentro una entrada hacia el lado izquierdo, donde las personas parquean sus carros para así disfrutar un buen rato. El campo de tejo está dividido en dos secciones, en la primera está la tienda en donde venden la cerveza y a la vez mercado, cuenta con una rokola y pista de baile para quienes quieran aprovechar de ella. En el otro costado se puede ver una construcción grande, formada en ladrillo a una altura aproximada de nueve metros, con un techo hecho en plástico, quienes entran se encuentran con algunas bancas de madera
Nosotras como mujeres tenemos más dificultad que los hombres para poder explotar una mecha. Lo he comprobado después de una tarde entera al tratar de reventar una mecha o como mínimo ponerle di-
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rección a mi tejo. Después de varios intentos, sin ni siquiera saber cómo lo hice, pude reventar la mecha, o en términos de los jugadores hacer 3 manos.
pagar lo que consumen, lo paga el equipo que pierde. Enrique Vargas, busca los medios para hacer que no se pierda la devoción por el tejo en Turmequé, y explica mediante su experiencia la diferencia entre cancha de greda y la de plastilina. “Aunque ya hace varios años se inició con la de plastilina, no nos sirvió porque al momento de bajar el disco de metal, la plastilina es como un caucho que mientras el disco cae en la cancha, al mismo tiempo se va saliendo, por lo que la plastilina tiene aire y no se puede comprobar la jugada. En cambio la greda viene desde el origen del ‘zepguagoscua’ y sigue siendo el mejor material para jugar porque en éste sí entra bien el tejo”.
“Nosotros acá jugamos dependiendo del número de personas que estamos, nos dan nuestros tejos y las canchas para empezar la ronda, las jugadas son: totear una mecha, esa vale 3 manos (3 puntos), un bocín vale 6 puntos, es decir que el tejo caiga dentro del círculo y la moñona quiere decir mecha y bocín al tiempo que da 9 manos o 9 puntos. De nosotros depende el número final para el grupo que gane, por ejemplo a veces ponen a 25 puntos y cuando uno de los equipos llegue a este total, ahí se acaba la ronda”. Explica Francisco Vargas, un hombre canoso y rollizo, quien por su aspecto y técnica para jugar, muestra varios años de experiencia.
Al comprobar que las personas aficionadas a este deporte, además de hacerlo por lanzar el disco, también lo practican para darse la oportunidad de conocer a fondo cuál es el material adecuado para realizar las jugadas, quienes luego de indagar afirman y constatan que lo tradicional siempre será lo indicado para cualquier deporte y más, si de jugar tejo se trata.
Cuando se reúnen juegan entre compañeros o sueltos, en términos de los jugadores “sacarruín”, que es la apuesta de quien haga nueve puntos, va saliendo del juego y el último que quede, paga el chico, es decir la cerveza. A veces apuestan el piquete o el almuerzo, lo mismo ocurre con la cerveza; el que pierde paga.
“Yo empecé a jugar tejo por la tradición familiar, a mí desde pequeño me invitaban mis tíos y primos mayores, ellos decían que debía aprender por eso me incitaban a practicarlo, después de instruirme y aprovechando de la compañía de mi familia, me la paso participando casi todos los fines de semana junto a ellos en las canchas de tejo, gozando de buenos momentos que me llenan de alegría. Acepto que cuando empecé a jugar, como lo decían mis primos yo era muy malo para estas jugadas, cuando lanzaba mi disco parecía que rodaba más que un balón de fútbol, pero ahora que adquirí experiencia juego mucho mejor. Aunque mucha gente lo ve como algo sin importancia donde sólo se bebe y se pierde dinero, para nosotros como familia, este es un momento para cambiar la rutina de la semana, claro está, que para nosotros no es nada malo el estar encerrados en una cancha durante varias horas” Cuenta Francisco Vargas, con risa en su rostro, al recordar cómo inició su vida en este juego
En Tunja se encuentran varios campos de tejo, los más conocidos y concurridos son: “Club de los Amigos, Casa Verde, el Saboyal, Donde tú Sabes, La Esquina, Club Santa Cecilia, El Reventón y la Estrella Roja”. Además de los nombres tan populares y divertidos, los establecimientos tienen muchas cosas en común: el alquiler de las canchas, la infraestructura y el menú, pues en muchos de estos lugares venden huevos cocinados, empanadas, carne, picada, y gallina, pero eso sí, siempre acompañados de cerveza. Una de sus diferencias entre la diversión y el deporte a la hora de practicar el tejo, es que las personas que lo realizan por deporte tienen la posibilidad de ganar trofeos y dinero, eso no pasa con quienes juegan por diversión, ahí los que ganan la ronda no tienen que
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Luego de tantas experiencias que se pueden dar en esta vida, no podría faltar, las que quedan en la remembranza. “Un día que me encontré con un grupo de amigos, decidimos ir al campo de juego ‘La Manguita’ cerca de mi casa, empezamos a jugar, cuando un amigo con buena suerte por cierto, explotó una mecha al lanzar su disco, -con suertedigo porque era flojo para el juego, en ese preciso momento pasaba en su carro don Pedro Sánchez el amigo compinche, quien no quería perderse de nada, nos vio y al escuchar el ruido de la mecha dijo ‘huy como que me llaman’, pues como era uno de los aficionados al deporte, sin tanto pensarlo parqueó su carro cerca del lugar, y entró a la cancha donde estábamos jugando, con tan mala suerte que el tejo que acababan de lanzar fue a parar en su cabeza, ahí fue cuando Pedro, en medio de su preocupación dijo ‘ vean qué era lo que tanto me llamaba, eso me pasa por no haber seguido juicioso para mi casa’. Los que estábamos jugando nos reímos al ver cómo se culpaba él mismo al haber seguido la llamada de su querida mecha”. Recuerda Fernando Segura, con risas y burlas al momento de contarlo. Esta es solo una de las anécdotas de aquellos que ven e juego al Turmequé, no solo un momento de risas, y distracción sino una práctica tradicional que se seguirá heredando de deneración en generación.
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PartículasTóxicas
ab Carolina Herrera
El indagar sobre el problema ambiental de Las Caleras, me abrió las puertas a un mundo de trabajo arduo, sol y gente con una tradición arraigada, donde el proceso de la cal que por décadas ha sido su sustento, estaba dejando partículas tóxicas en el aire, produciendo así una contaminación atmosférica. Al momento de transcribir la voz de los artesanos y ver cómo para ellos esta labor es su vida entera, logré sensibilizarme y aumentar las fuerzas para reflejar a través de las líneas la lucha de una comunidad que lo único que quiere es trabajar.
Las Caleras, vereda del municipio de Nobsa Boyacá, alberga 184 hornos productores de cal, convirtiéndose en la fuente de empleo del sector. Al mismo tiempo estos hornillos que por muchos años han estado funcionando en este lugar, producen un alto porcentaje de contaminación atmosférica. Corpoboyacá, entidad encargada de los problemas de salúd y ambiente del Departamento, ha propuesto diferentes alternativas, que al tiempo han sido acatadas por los artesanos. El problema no se ha erradicado, y aunque se sigue trabajando por el bienestar de los productores de cal y la búsqueda de un nuevo aire, al parecer, las soluciones se las ha llevado el viento.
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En búsqueda de un nuevo aire “Se puede vivir dos meses sin comida y dos semanas sin agua, pero sólo se puede vivir unos minutos sin aire”. Jackselins Arteaga. “Cuántas personas tienen que morir por partículas tóxicas producidas por las caleras” ¡queremos respirar!, son las palabras de Ricardo Ríos, líder ambiental de la ciudad de Sogamoso, quien adelanta una acción popular, y plantea que la problemática de los chircales no es solo ambiental, también es de salud pública. En la vereda Las Caleras del municipio de Nobsa Boyacá, provincia de Sugamuxi, se respira un ambiente controversial. Son más que suficientes dos kilómetros para percibir que en esa pequeña población algo huele mal. Sentí un olor muy fuerte cuando me acercaba a este lugar y de inmediato me hice a la idea que dentro de unos minutos pasaría por la gran nube de humo que normalmente nubla la vista de los conductores. Los minutos fueron pasando, pero la sorpresa es que al momento de descender del bus frente a las caleras, no se veía la más mínima pista del humo, al parecer los hornos no están en funcionamiento, pensé; al dar unos pasos y acercarme a uno de los hornillos, con asombro me di cuenta que dentro de allí estaba la persona que me explicaría el por qué el humo había desaparecido. Tiznado hasta los tuétanos como dice el refrán, sudoroso y quemado por el sol, Francisco López se encontraba terminando su jornada, al llenar uno de los cuatro hornos de su propiedad, ansioso por contar su historia da el primer paso e inicia su relato. “Lo primero es poner una capa de coque y una de piedra, una y una, la piedra nos la traen en rajón y acá uno la parte, y así dura uno como cinco días para que salga la cal, es un proceso muy largo. Estos hornos son llenados en bruto entre caliza y coque, a la final sale como unas 23 toneladas de cal”.
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“La cal es muy requerida, sobre todo por las petroleras y también para los cultivos, la utilizan para matar las plagas”. Satisfecho por su labor explica. “En este momento yo tengo 55 años y mi mamá tiene 82. Desde que mi mamá era joven ya mis abuelos y bisabuelos producían la cal, la única diferencia era que existían más poquitos hornos y así mismo existía menos competencia”. Orgulloso, habla sobre el trabajo familiar. “Lo que pasa es que acá nadie ayuda, ni la Alcaldía, ni la Gobernación, ni Corpoboyacá, nadie hace nada por el trabajo artesanal”.
La gran nube de humo que se genera en el sector de las caleras afecta la salud de las personas que habitan en el tramo, produciendo enfermedades.
“El carbón era una fuente de humo muy verraca, entonces como los hornos quedan aquí cerquita a la avenida, hubo muchos accidentes y la gente se quejó por eso, y pues, por la contaminación, Corpoboyacá nos obligó a quemar con coque” Afirma Francisco López. Aquél aire amarillento y pesado que se respiraba, había comenzado a dar motivos, ya no se percibía el humo que acobijaba esta pequeña población. Se había pasado de un sistema de contaminación visual a un problema de contaminación tóxica.
“El coque y el carbón son dos minerales con las mismas características y estos producen el mismo problema ambiental debido a que se genera CO2 (dióxido de carbóno) y material articulado, es decir que estos materiales son nocivos para la salud”. Así lo certifica el ingeniero ambiental Ciro Leonardo Rojas Herrera. . No obstante, la Alcaldía del municipio de Nobsa, también se encuentra al tanto de la problemática de las caleras, o eso parece.“La entidad siempre les ha exigido planes de manejo ambiental y estamos pendientes de que esto se cumpla, con la idea de tecnificar cada horno y reducir la contaminación”. Explica Luz Mila Martínez, coordinadora ambiental.
Unas gotas de sudor, los ojos rojos y una fuerte tos, me dejaban ver que a pesar de que Francisco López hacia todo lo posible para defender lo que él llama “el negocio familiar” estaba dispuesto a enfrentar cualquier quebranto de salud. ¿En qué momento la salud pasa a ser algo superficial en la vida?.
Tras esta problemática Corpoboyacá decide llegar a un mutuo acuerdo con los productores de cal, en donde se adoptan medidas de control ambiental a través de la Resolución 0618 expedida el día 30 de abril del año 2013, donde manifiestan a los dueños de los hornos artesanales que deben implementar la quema con coque; material extraído del carbón lo que garantiza disminuir las emisiones de dióxido de carbono.
Al ser tan evidente el problema de contaminación, las entidades han propuesto la tecnificación de los hornos artesanales, implementando así el uso de chimeneas industriales que cumplirían con la función de absorber los minerales que se generan a la hora de la producción y evitar que este llegue a la atmósfera. Francisco López, ciñendo las cejas y con voz de inconformidad, afirma que el presupuesto propuesto por Corpoboyacá para la instalación de cada chimenea oscila entre los 17 y 18 millones de pesos, dinero que para ellos sería imposible de invertir y peor aún “predican pero no aplican, cada vez nos exigen más”.
Al transcurrir los días, se lleva a cabo una reunión para medir los resultados de la Resolución, en donde el director general de Corpoboyacá, José Ricardo López Dulcey, menciona:“Todo el proceso que se está llevando a cabo conlleva a situaciones perdurables, por lo tanto, la autoridad ambiental está propendiendo por un mayor beneficio para la comunidad, partiendo de tres temas claves que, en orden de importancia temática, según él, son: la salud pública, el tema social de ingresos y subsistencia y lo ambiental”.
“El principal problema era el humo, pero ya con el coque no vota ni un poquito y al ponerle esas chimeneas al horno no hace ninguna función, no serviría para nada y sí vale un ojo de la cara. Corpoboyacá, nos exige, pero no nos ayuda
El Ministerio de Salud y Protección Social, asegura que los hornos producen una contaminación atmosférica mayor.
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y sí nos están acosando a poner sus tales chimeneas o cerrar esto aquí. Ellos no se preguntan después con qué las familias se van a sostener; esto se llama las caleras precisamente porque de eso es que vivimos”.
pero lastimosamente es mi única fuente de ingresos, y no solo la mía, sino la de todos los caleros que vivimos acá”. La voz de Francisco se entrecorta, suspira e inhala fuerte. “Ellos como lo tienen todo, no lo entienden”.
“Además, es que el municipio de Nobsa había prometido que iba a dar unas ayudas, una plata, pero todo fue mentira al final desconocieron esto, y eso que fue en una reunión, pero a la final no ayudaron en nada, y después que iban a comprar estos hornos que porque quedaban cerca de la vía, pero también fue mentira”. Las caleras pertenecen a Nobsa, y como tal están regidas por una administración municipal, que debe velar por el bienestar de una comunidad, pero al parecer todo es como una moneda, muestra la cara según su conveniencia.
Así como Francisco López se encuentra inconforme con la problemática ambiental que se ha venido desarrollando desde muchos años atrás, Rosalba de López no es ajena a esta lucha, que entre contaminación, carbón, humo y coque no ha tenido ningún resultado. Rosalba, con su mirada perdida acompañada de la dureza de sus rasgos, y el adorno de un centenar de lanitas blancas que sujeta sus cabellos, hablaba poco, y no era porque quisiera ser descortés, solo eran las consecuencias que dejan el transcurrir de los años. Al pasar los minutos, creo que después de haber recordado la magnitud del problema que desde hace 84 años tuvo que sufrir. Exasperada rompe el silencio y afirma “sumercé, sabe una cosa, yo prefiero morir de una enfermedad y no de hambre”.
“La Alcaldía les aportó una ayuda económica de cinco millones de pesos y cada uno de ellos presentó su proyecto de cómo hacer su horno para disminuir la contaminación y por lo general acá los hemos apoyado, ellos siempre dicen que se les ha tachado de que son los malos del paseo, que son los que contaminan, que son los que hacen, que todo el mundo los juzga, entonces se les ha ayudado”. El tono de voz que utiliza Luz Mila, coordinadora ambiental, refleja el poco interés hacia la problemática, además de la desinformación de la funcionaria quien dice con total seguridad. “La Resolución 373 les exige la utilización del coque”. Entre todos los artículos y en general documentos relacionados con los chircales, no se encuentra la “Resolución 373” planteamiento que deja mucho que pensar.
“Los caleros siempre hemos estado dispuesto a colaborar para que esto se solucione, si se acaba el problema mejor para nosotros, porque podemos trabajar tranquilos y así todos ganamos”. Los dueños de los 184 hornillos manifiestan que están dispuestos a finalizar con los problemas de contaminación, por medio del diálogo y soluciones que beneficien su labor como artesanos. La Gobernación y la Corporación estarán trabajando en las soluciones con los empresarios dueños de los hornos de acuerdo al convenio de Corpoboyacá, a través del apoyo al proceso de reconversión, y eliminación de hornos, esperando que la contaminación disminuya sin que la fuente de empleo se agote.
Normas, Resoluciones y Decretos. “El papel lo aguanta todo”. Pero la situación en la que se encuentran los caleros es latente, y va más allá de proponer un cambio. Se requiere la suma de materia prima, más proyectos para obtener como resultado un beneficio común.
Nombres Cambiados por solicitud de las fuentes.
“Yo definitivamente estoy cansado de esto, y seguro que si no fuera porque aquí está la base que es la caliza y el coque que se consigue fácil, yo cerraría esto y me iría,
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Procesadora de Historias Angie
Melissa Rangel
Es enriquecedor poder contar las historias que se esconden en la memoria de los abuelos, no dejemos perder o morir las personas que guardan como legado parte de nuestra cultura. Tenemos que conocer nuestro pasado para vivir nuestro presente, en realidad es satisfactorio poder transmitir este relato y contribuir con la preservación del patrimonio, “plasmemos recuerdos que hacen parte de nuestro origen”
Más allá de un molino que solía triturar y producir trigo, harina, mogollo y salvado, se producían historias. Historias que para Julio Laverde, fueron invaluables, ya que ese viejo y olvidado lugar lo vio vivir y morir. Aquel molino no debe continuar su rumbo al olvido, es necesario rescatar esta obra de arte que aun después de perder a Julio, sigue en pie, gracias a algunas personas que piensan en aquel lugar, como un patrimonio cultural.
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“La soledad es patrimonio de la edad adulta” Waltari Mika Una historia que nunca se contó, una casona de estilo español de jerarquía indígena, un gran edificio de ladrillo con un área de 330 metros y alrededor un molino de piedra, con varios ejes de rodamiento, correas de cuero, inmensas poleas en una enorme bodega con paredes de adobe cubierto de polvo y deterioro por su antigüedad, construido en 1969 denominado patrimonio cultural en la ciudad del sol y del acero, el Molino Sugamuxi. A la llegada de los españoles al territorio sogamoseño, el principal cultivo era el maíz. “El maíz se asemeja al amarillo del sol y después de ser quemadas sus cenizas, se esparcían en la tierra para las siembras. Se han encontrado en excavaciones tusas de maíz incineradas (carbonizadas)” Relata Margarita Silva, directora del Museo Arqueológico de Sogamoso. El funcionamiento del molino consistía en moler y producir trigo, harina, mogollo, salvado y harina de tercera que era el resultado de la mezcla de dos harinas, al finalizar el procedimiento se distribuía en varias panaderías y los obreros se encargaban de subir los bultos a las mulas con diferentes destinos: Sogamoso, Duitama, Corrales y Tunja, el maíz en muchas ocasiones era importado desde Canadá. El molino, primero fue movido por la fuerza del río y con el pasar de los años fue reemplazado por un motor diesel. Julio Laverde, dueño del molino, murió debido a un infarto; tras su muerte su familia no se hizo cargo del negocio y así fue como se suspendió el funcionamiento, en ese entonces trabajaban veinticinco personas: un administrador, dos cajeras, tres almacenistas, un conductor, y un guardián, el resto eran obreros rasos y al pasar de las horas trabajaban duro para cumplir con todos los pedidos.
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“Mi persona y mis viejos amigos el Chente y Pabón, somos los únicos que quedamos vivos ya todos se fueron, sus muertes fueron naturales, ninguna fue en el molino, yo recuerdo que todos éramos felices trabajando, hasta con unos perros que había, el Rambo y el Toby.”. Julio Martínez recuerda con mucho sentimiento a sus amigos y con una sonrisa menciona a sus compañeros de guardia, toma su boina e inclina su cabeza y nombra a su tocayo en ese entonces su jefe. “Julio era mi mejor amigo, yo era la mano derecha de él, mi persona no tenía el cargo más alto pero sí era el responsable de la seguridad del molino y andaba pa´ riba y pa´ bajo con él. Cuando murió se acabó el molino y sus hijas Cecilia y Flor Laverde, ningunitica se hizo cargo de éste.”
poconón de cosas que a mí me da es risa, claro como don Julito no está para meterles su susto, yo me acuerdo que él apretaba su escopeta y ahí si salían corriendo y echando santo”. Es tanta la intriga por conocer esta casona que muchos estudiantes han violado el acceso restringido, pero algunos no se interesan por conocer su historia. Algunas personas ingresan por la parte de atrás del molino y han llegado hasta a envenenar a los perros guardianes de don Julio: el Toby, el Ramón y el Hércules, que fueron víctimas de personas inescrupulosas. “Esos perros eran lo más de nobles, todos eran grandes, mi tesoro, no los enseñó a bravos pero la gente sí les tenía miedo y a mí me dio un rabionón cuando me mataron a mi Hércules, también por eso fue que dejé de ir por allá, ya le dije a Julio que yo ya no más perros, me siento enferma y me he metido unas chilladas por esos animales.” Marina señala a don Julio y le advierte, él se levanta se ríe y le dice !ah vieja chocha!.
La familia de Julio Laverde estaba conformada por su esposa Rosa ya fallecida y sus cuatro hijas, actualmente solo viven dos Flor y Cecilia, quienes residen en Bogotá y se comunican con don Julio Martínez por celular para saber el bienestar de él ya que fue muy allegado a la familia, y le consignan para pagar el impuesto del molino, ellas le tienen prohíbido que deje ingresar personas particulares y dar o mencionar información personal de su familia.
Julio Martínez, el guardián de la construcción, se levanta muy temprano, toma un tinto y desayuna con su compañera sentimental Marina Alvarado. Viven en una casa grande llena de flores (margaritas, helechos, rosas) y animales ( gallinas, loros, un guerere, y un morrocoy), cuida de ellos igual que al molino; en sus ratos libres lee la biblia, al llegar la tarde toma su cicla y se dirige a la casona que debe cuidar. “Yo antes tenía mi pieza allá, mi viejita me acompañaba pero como hace más de tres o cuatro años me dejaron sin luz y agua. Ya mi viejita no me acompaña y ya me da es como miedo de los jijuelapelones ladrones.”
El Molino Sugamuxi, hace más de diez años dejó de funcionar; su estructura es antigua, en ella se observa el deterioro y el abandono es de gran extensión. Además su nombre se registra en una lista de casas viejas de Sogamoso. El arquitecto Walter Martínez Morales manifestó que esta construcción no es solo una casa vieja, sino un inmueble patrimonial que hace parte de la memoria histórica del municipio, esta construcción está en la lista de patrimonio cultural, lo que garantiza que por ahora no harán una demolición.
“A mí ya no me gusta ir porque hace un helaje”. Marina fruñe sus cejas, “mi viejo tumbó los árboles de cereza y de durazno, yo los sembré en la parte de atrás y mi tesoro los arrancó porque se metían era a robarse mis frutas y eso había un gentido de ratas en el edificio que me daban era escalofríos y dolor de cabeza, menos mal las envenenaron a toditicas, pero donde quedaban mis matas hay es culebras y sí que pior”. Ella es bajita de ca-
Gladis Parada, vecina del sector comenta. “Ese molino tiene muchas historias, además los ladrones acabaron con las oficinas, hace como tres años se llevaron los escritorios, las máquinas de escribir, la poca maquinaria que quedaba y los chinos de los colegios no hacen más que meterse porque se inventan que hay fantasmas y un
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desechaba la harina que no era apropiada para el consumo y la otra continuaba la línea de proceso, luego se enviaba al cuarto piso donde se encuentra el pulmón del molino el cual tenía como función succionar el producto para ejercer la última purificación o filtración que daba como resultado una calidad apropiada para el consumo humano. Finalizando con el proceso llegamos al último piso donde están las bandas trasportadoras, las cuales eran empleadas para bajar los bultos al primer piso donde se encuentran las bodegas y posteriormente se ubicaban los medios de transporte para su distribución.
bello ondulalo color café y de contextura gruesa. Hace ocho meses cumplieron bodas de plata, muchos de esos años de amor, los compartió con Julio en la época dorada del Molino Sugamuxi. La soledad y el abandono se sienten al entrar, árboles secos cubren el edificio pero a su alrededor se ve el cuidado de algunos arbustos que cubren el bloque donde se encontraba el refugio de don Julio, un enorme vacío que genera curiosidad, una gran extensión por recorrer, miedo a explorar, Julio me enseña el lugar en horas de la mañana, caminamos juntos y me señala donde quedaba la bodega, sus paredes de adobe y un mal olor de olvido y de polvo invaden el ambiente. “acá tenía la pierna del amigo Rafael Torres, él era el administrador y tenía una motocicleta. Un día salió de trabajar y me llamaron que se había estrellado, horas después lo visité en el hospital San José y ya no tenía una pierna, a él le pusieron una prótesis de metal y yo tenía la pierna que perdió guardada acá en la bodega” comenta Julio con risa nerviosa.
El Molino Sugamuxi, en ese entonces, producía 150 bultos de harina semanalmente. La harina de primera calidad la compraban las diferentes panaderías: Triunfo, Turquestán y Mochacá de Sogamoso y las panaderías de sus alrededores Corrales, Belén y Tunja. La harina de segunda y tercera (mogollo, salvado, mollete), la compraba el pueblo y los porcicultores para sus animales, en ese tiempo un bulto costaba ciento treinta pesos que en la actualidad serían aproximadamente cien mil pesos. La producción de harina, fue intensiva para la fundación de molinos del departamento de Boyacá, la mayoría ensamblaron sus fábricas con maquinaria importada y con plantas generadoras de energía eléctrica usando materias propias del departamento y posteriormente comercializando el producto en Boyacá, Santander y los llanos orientales.
Existen muchas versiones sobre aquella pierna de Rafael, pues estuvo colgada en el segundo piso del molino y cada persona que la observó o le comentaban que estaba allí, se iban inventando una historia, la verdad es que los ladrones se la llevaron, Julio Martínez asegura que no alcanzó a recuperar la pierna de su amigo que guardaba con mucho fervor y entre risas dice. “se me llevaron hasta la pierna del Torres”.
La mejor panadería de la primera mitad del siglo XX en la ciudad de Sogamoso se llamaba Turquestán, se reconocía por su gran variedad de pan, colaciones, biscochos, y tortas. “Era mi panadería favorita, era grandísima y muy bonita, yo les festejé el bautizo de mis hijos allá, y en ese entonces al finalizar el festejo se brindaba era una galleta”. Relata Cecilia Hernández, mejor amiga de infancia de Doña Marina Alvarado.
En el alto edificio permanece la antigua maquinaria; en el primer piso se encuentra su motor principal con un sistema de poleas de grandes extensiones, allí primaba la empacadora de salvado y mogollo, este piso era llamado “transición principal”, el segundo contaba con seis motores en línea que permitían el proceso de trituración del producto, continuando con un almacenamiento corto daba inicio al siguiente paso. En el tercer piso está el centrifugado y se hacia el proceso de clasificación de la materia prima que se dividía en dos partes harina limpia, harina contaminada; posteriormente se
Gonzalo Ignacio Alvarado y Blanca Cecilia Hernández, son viejos amigos y vecinos de don Julio y doña Marina, ellos comparten tradiciones de su época (agüeros, reme-
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dios), son compadres de matrimonio y de bautizo. “Antonio Martínez trabajó en el molino, él es el papá de mi compadre y yo sí voy a visitarlo, él ya tiene como 90 años y trabajó toda su vida allá”, recuerda Gonzalo Alvarado. Un equipo de investigadores de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Universidad Javeriana se ha propuesto rescatar del olvido las prácticas culturales y sociales que surgieron alrededor de la economía familiar campesina en Boyacá. El primer paso será la recuperación de los molinos hidráulicos en los municipios de Socha, Socotá, San Mateo y Tópaga, a través de tres estrategias fundamentales. Primero, la generación de una red de comercialización de harinas de trigo integrales; segundo, la construcción del “museo de los cereales” y, tercero, la proyección de una iniciativa de ecoturismo rural para dar a conocer a todos los colombianos el patrimonio cultural, económico y arquitectónico de los molinos. Es lamentable que la familia de Julio Laverde, no estuviera interesada por continuar con el sueño de su padre, no era solo un sueño para él, sino oportunidades para generar empleo a muchos sogamoseños y tal vez en este momento si dicha industria permaneciera funcionando hubiera sido un punto de apoyo para los comerciantes y así fomentarían más industrias en la ciudad de Sogamoso; además qué bueno hubiera sido continuar con el proceso de funcionamiento de la planta procesadora de trigo ya que ésta beneficiaba a muchas personas y reducía los gastos económicos en distribución y trasporte a las diferentes panaderías debido a su ubicación. Espero que la Alcaldía de Sogamoso y que la familia Laverde fomente apoyo para la restauración y así autoricen el ingreso, y al igual que yo puedan apreciar un tesoro arquitectónico e industrial, “Probablemente las nuevas generaciones no lo sepan, pero los molinos de trigo constituyen un aspecto significativo de la historia rural del país”, dice Pierre Raymond, especialista en economías campesinas y uno de los líderes del proyecto.
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Calidad y disciplina.
Harold
Ignacio Caicedo
Cuando un equipo de fútbol es el punto central de tu vida, cada jugador que pasa por el club deja un recuerdo; Johnatan Estrada dejó en mi memoria muestras de jerarquía, valor y entrega a Millonarios. Poder hablar con él, conocer muchos detalles de su vida, el solo hecho de estar en su apartamento, es motivo de emoción y orgullo para mí. La experiencia es gratificante, hago lo que me gusta, soy feliz en mi vida y gracias al fútbol y a mi carrera puedo vivir estos momentos y prácticas.
Esta crónica va más allá de exponer la vida de un futbolista, como es Johnatan Estrada, sus logros, fracasos, sus anécdotas entre otras cosas, pero sobretodo como cualquier ser humano lo que más lo ha marcado en su vida. Su pasión, sacrificio y mucha disciplina por el fútbol, poco a poco ha sido recompensada y qué mejor manera de percibir por medio de este escrito lo que ha sido la vida de él.
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“Yo nací para el fútbol como Beethoven para la música” Pelé. “Gracias a Dios, soy un privilegiado, un bendecido de tener la familia que tengo. Han sido fundamentales, importantísimos en mi profesión, en lo que soy como persona, en lo que soy como futbolista, se lo debo todo a ellos, a mis viejos y a mi hermano”. Así se refiere Johnatan Estrada a su familia, a los que a pesar de las dificultades económicas, siempre trabajaron mucho y se esforzaron para que él y su hermano pudieran cumplir sus sueños. Con gestos de agradecimiento cuenta que su mamá siempre lo llevaba a entrenamiento, pues desde muy pequeño, Johnatan pateaba balones de fútbol en Medellín – ciudad donde nació – y se interesó por este deporte que poco a poco lo consolidó como el futbolista profesional que es ahora. Por su parte, su padre, quien dirigía la escuela donde Johnatan empezó a entrenar a los seis años, le daba consejos para su formación como deportista y como persona.
“Los viejos, recuerdo, desde niños siempre nos inculcaron valores y muchas cosas importantes, que ahora uno las resalta y ve la trascendencia de muchos comportamientos que uno no entendía en su momento”. Ahora, seguramente, esos valores, se ven reflejados en lo que es Estrada. Su hermano, entró con Johnatan a formarse también como futbolista, pero fue perdiéndole el gusto a este deporte cuando su estatura empezó a aumentar en forma considerable, por ello prefirió el baloncesto y después el voleibol, donde ha representado a la selección Colombia y ha ganado mucha experiencia que le ha servido para aconsejarlo y regañarlo, si es necesario.
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Pasión como profesión.
“Recuerdo que cuando iba a cobrar un tiro de esquina yo me movía solo, parecía bailando”. Cuenta que la hinchada siempre asistía y apoyaba, pero cuando las cosas no salían bien, salía a lucir la parte fea de los hinchas, insultando a sus propios jugadores. “El fútbol trae todo eso, es responsabilidad que tiene uno como jugador de dar todo de sí y uno entiende hasta cierto punto que ellos exijan, pero deben entender también que somos humanos, que tenemos días buenos y malos”.
“Hice semillero, luego estuve en Pony Fútbol – Torneo famoso en Medellín – donde quedé elegido como mejor jugador”, cuenta Estrada sobre sus primeros pasos en el fútbol. Luego empezó su crecimiento deportivo en el Envigado F.C. -Fútbol Club- donde hizo su debut como profesional el 5 de agosto de 2001. “En ese momento tenía 18 años, y uno como jugador siempre sueña con ese momento; ese día lo recuerdo muy bien, jugamos en la ciudad de Manizales contra Once Caldas, yo iba de suplente, pero sentía una emoción indescriptible, recuerdo que cuando Navarrete – Técnico de Envigado Fútbol Club – me envió a calentar, se me subieron las pulsaciones de la emoción, lastimosamente íbamos perdiendo, pero a los cinco minutos de haber entrado tuve la oportunidad de anotar mi primer gol como profesional, yo no sabía qué hacer, quedé congelado, me pasmé porque no lo esperaba, eso queda en la memoria para toda la vida”. Después de este anhelado debut, el volante paisa estuvo con Envigado seis años más, hasta que su rumbo lo llevó en el 2007 a uno de los clubes de fútbol más grandes del país, Millonarios F.C.
El fútbol es un deporte en el que los jugadores se convierten fácilmente en ídolos o villanos para los hinchas. En el caso de Estrada, la hinchada de Millonarios lo quiso mucho y una anécdota que él recuerda con agrado fue después de un entrenamiento entrando a su apartamento. “Venía la familia: el papá, la mamá y el niño pequeño, quien me vio y quedó pasmado, empezó a gritar: ¡Estrada! ¡Estrada! y empezó a llorar, yo no sabía qué hacer, lo saludé, nos tomamos una foto, le di un autógrafo y le regalé la camisa de Millonarios que llevaba ese día, pero no sé si hice bien porque casi le da un infarto”.
“Johnatan tuvo que demostrar su fútbol para entrar a Millonarios, eso habla de sus capacidades, jugó Sudamericana en el equipo, le fue bien, no ganó campeonatos, por lo tanto no es un ídolo, pero siempre tendrá recordación dentro de la hinchada”, contó Javier Durán, hincha de Millonarios.
“Fue muy gracioso porque cuando llegué, Juan Carlos Osorio - Técnico de Millonarios – me dijo que ya tenía el equipo completo, fue incómodo, pero me dio la opción de entrenar una semana para decidir mi futuro, sin embargo, antes de terminar la semana me llamó, me felicitó y me confirmó en el plantel del equipo, imagínate mi emoción, llamé a mi familia, a mis amigos a darles la noticia”.
Cuando la carrera de Johnatan en el 2009 iba por buen camino en Millonarios, el técnico de ese entonces, Martín Lasarte, logró negociar su transferencia al fútbol español donde jugaría en la Real Sociedad, que competía en segunda división. “Yo estaba contento en Millonarios, pero para un jugador, salir al exterior es un sueño, entonces no podía dejar pasar esa oportunidad”.
Para Johnatan el cambio de Envigado a Millonarios fue bueno, la hinchada le tomó cariño y sin importar el regionalismo, se adecuó pronto al plantel y a lo que la hinchada quería: títulos. Lo llenaba de emoción y al mismo tiempo de nervios jugar con el estadio lleno:
Sin duda alguna, el cambio del fútbol colombiano al fútbol español fue notorio. Estrada tuvo que acoplarse a muchas cosas nuevas, desde el idioma (Euskera, lengua no indoeuropea hablada en territorios como España y
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“El Chavo del 8”. “Yo era muerto de la risa, por ejemplo, en portugués El Chavo era ‘chaves’, Don Ramón ‘seu madruga’, La Chilindrina ‘chiquinha’, imagínate, muy gracioso”.
Francia) hasta el estilo de juego, pero sin duda alguna, él era consciente de la experiencia que se gana en una liga como la española.
“Comencé jugando, pero el entrenador le dio la oportunidad a un muchacho francés de las divisiones inferiores y como se dice en el fútbol: la rompió, por esta razón, lo empezaron a poner, fui relegado poco a poco, al final el equipo quedó campeón, yo salí aburrido porque no se dio mucho la oportunidad de jugar, pero contento al mismo tiempo por la experiencia de estar allá”
Su rumbo lo devolvió a Colombia en el año 2012, esta vez para integrar la plantilla del Independiente Medellín. En el primer semestre pudo jugar, demostrar buen fútbol, hasta el punto de anotar un gol en el clásico paisa, sin embargo, para Hernán Darío “El Bolillo” Gómez – Técnico de Medellín - esto no fue suficiente y decidió no contar para el segundo semestre con el jugador, lo que produjo que se quedara sin equipo y solo pudiera entrenar.
Cuando Estrada se encontraba jugando en España tuvo el honor de disputar un partido amistoso contra Real Madrid, con motivo del centenario de la Real Sociedad, en ese encuentro cumplió un sueño más en su vida, obtener la camisa de Kaká – jugador brasilero, actualmente en Milán de Italia –. “Yo le hice señas para que cambiáramos camisas, no mentiras, para que me la regalara, yo pensé ‘qué va a querer una camisa mía’, al final del partido me sorprendió porque me entregó su camisa y pidió la mía, imagínate la emoción”.
A Johnatan Estrada le llegó una oferta para enfrentar el 2013 en el fútbol mexicano pero la negociación no tuvo buenos resultados. “Los directivos del equipo miraron mis videos, los de hace un año, pero como no tenía ritmo de competencia, solo entrenando, eso me mató”. Debido a que no se dio su transferencia a México, comenzó la búsqueda de un nuevo equipo, dando como resultado su llegada a Patriotas F.C. –Fútbol Club- equipo en el que actualmente juega.“Tomé la decisión de venir a Tunja a aguantar este frío tan verraco; llevo un año y no me he adaptado, además, el terreno acá en Tunja es más pesado por la altura, entonces es complicado adaptarse, sin embargo, estoy contento acá”. Dice Johnatan con su sonrisa habitual.
En junio del 2010 volvió a Colombia, nuevamente a Millonarios donde jugó medio año. Después vendría una oferta de Brasil que para el jugador resultó muy tentadora: “Siempre fue un sueño para mí, el fútbol brasilero me gusta, el idioma (portugués) también, Brasil es potencia mundial, son cosas que motivan”. Avaí fue el equipo que acogió a Johnatan para continuar su carrera futbolística, y cómo no, para seguir cumpliendo todos los sueños posibles. En esta ocasión, conocer a su mayor ídolo: Rivaldo. “Cuando lo enfrenté en el estadio Morumbí le dije que era mi ídolo, admiraba mucho su juego, él se reía, no creía lo que le decía, por supuesto le pedí la camisa, me dijo que al final del partido, pero lo rodearon mil niños y no se pudo”.
En la posición que ocupa Johnatan en Patriotas, supo ganarse un espacio dentro de los corazones de los hinchas, es el 10 del equipo, el referente, el que filtra los pases, y anota goles, esto es primordial para un hincha quien siempre valora el esfuerzo que hagan los jugadores en cada partido.
“Estrada es un jugador fundamental para el equipo, buen armador, tiene mucha experiencia, no tiene un juego rápido pero es muy bueno, es un ídolo para mí y para la hinchada, el día que pueda hablar con él le diré que es mi ídolo”. Felipe García, hincha de Patriotas.
Siempre sintió gusto por el idioma portugués y fue una de las razones que lo motivó para viajar a jugar en Brasil. En su tiempo libre disfrutaba mirando la serie
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Estrada tuvo que regresar a Colombia en diciembre de 2011 con la promesa de volver a visitarlas a mitad de año, pero el destino no lo quiso así. “Me llamaron a las dos semanas a avisarme que la niña estaba muy mal, busqué la manera de viajar inmediatamente pero me quedaba difícil, al otro día me volvieron a llamar, la niña había muerto”.
Estrada finalmente resalta: “Lo más importante en el fútbol es la disciplina, saber que si de verdad te gusta este deporte, debes esforzarte al máximo, luchar por lo que tienes en mente”.
Brasil como sinónimo de esperanza. El Avaí, equipo del que hizo parte Estrada en el año 2011, entre sus planes tenía visitar la sección de Oncología del Hospital Infantil de Florianópolis todos los años. “Siempre que toco ese tema me da mucha emoción. Conocí a Raisa, tenía seis años, era muy linda, ya tenía secuelas de las quimioterapias, pero siempre tenía una sonrisa, yo le cogí mucho cariño”.
En uno de los guayos que Estrada utiliza en el campo de juego, dejó el recuerdo de Raisa y la bandera de Brasil, pues para él, Dios lo mandó no solo a jugar fútbol, también a conocer a la niña que lo marcaría para siempre en el corazón.
Todos los días Johnatan utilizaba la tarde de descanso para ir a visitar a Raisa, al comienzo ella era muy tímida, pero con el paso del tiempo y las constantes visitas del futbolista, la confianza aumentó a tal punto que no podía irse sin una foto. “Me posaba, foto aquí, foto allá, era una niña maravillosa”. La inocencia de la pequeña se hacía notar. “Le preguntaba a la mamá si a mí también me hacían quimioterapias por lo que me veía todo calvo, fue muy gracioso”. Raisa se convirtió en un ejemplo de vida, a pesar de la enfermedad, siempre se le veía sonriendo. Un fin de semana que ella tuvo permiso de salida fueron con el jugador a un centro comercial y él le regaló un vestido, después de haber visto, literalmente, una pasarela. “Esa ‘culicagada’ se ponía los vestidos y desfilaba, como estaba toda calvita se ponía las balacas, era una cosa de locos verla modelando”.
“Yo le dije a la mamá que me quería hacer la prueba de compatibilidad para la donación de médula ósea, pero lastimosamente no se pudo, era muy complejo”. Cuenta Johnatan sobre su intención de ser donante y de la nula opción que le dieron, pues para cumplir con los requisitos, en la mayoría de los casos, se requiere que sea alguien de la familia.
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