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JUAN LUIS HENARES

UNIÓN “JOSÉ REVUELTAS”

JUAN LUIS HENARES

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ANONYMUS

El callejo n se encuentra despejado; aislados rela mpagos iluminan de manera intermitente la oscuridad que reina en esta lluviosa noche de primavera. Aguardo a que el sema foro de la esquina de paso, así circulan los autos y la calle queda desierta; allí podre salir sin que nadie me observe.

Resulto ma s simple de lo que esperaba. Al terminar con la limpieza guarde mis ropas en el casillero y me despedí de algunos empleados; en caso de ser interrogados, declarara n que me retire en el mismo horario que lo hago a diario. En lugar de ir hacia la puerta trasera me escondí en el ban o de servicio. Espere a que se vayan, minutos despue s el silencio me indico que era el momento oportuno. Me puse los guantes, la ma scara —Anonymous de V de Vendetta, famoso personaje, la venden en todo multirubro que se precie de tal—y sigilosa me desplace a la sala que ocupa Adria n, el guardia que tiene turno hoy jueves. Estaba sentado frente a la pantalla de la computadora; no vigilaba las ca maras de seguridad, sino que se encontraba entretenido con un juego de guerra online. Me acerque , lo tome del cuello y coloque el pan o ban ado en cloroformo en su rostro. Se resistio , mas de inmediato aflojo su cuerpo. Ate sus tobillos y mun ecas, pegue varias vueltas de cinta en su boca para que al despertar no pudiera gritar y, no sin esfuerzo, lo arrastre y encadene al pie del lavatorio en el ban o. Cerre la puerta con llave.

Sucede que me canse de llevar una vida llena de privaciones. La rutina se repite: limpiar inodoros manchados con caca, fregar con el trapo el piso de las oficinas, lavar la vajilla en la cocina. Tambie n soportar empleados machistas que consideran que, al ser quien realiza la limpieza de su mugre, debo estar agradecida cuando me dicen las cosas que me harí an en la cama. Y la frutilla del postre: Alfonzo, el hijo del duen o de la Casa de cambio, que hace dos meses me acorralo y manoseo las tetas. Ese dí a me jure no tolerar ma s la situacio n. Por mí y por mi hija. Comence a planearlo.

En los medios las encuestas mostraban que la oposicio n triunfara en las elecciones; segu n ellas, este domingo habra presidente, sin necesidad de recurrir al ballotage. Los prono sticos se reflejaron en el precio de las monedas extranjeras, que comenzo a subir de manera lenta pero continua. Al acercarse la fecha se produjo la consabida corrida a comprar do lares, cuya cotizacio n alcanzo valores exorbitantes. La actividad se volvio vertiginosa; a principio de semana resolvieron extender el horario de atencio n al pu blico hasta las veinte. Esto facilitarí a mi tarea; ya no deberí a esperar horas escondida en el toilette, sino que podrí a hacerlo luego de cerrar el local.

Tras asegurar la puerta del lavabo con Adria n dentro, fui a la sala donde se almacenan los billetes; marque en el teclado el co digo de la alarma —fue fa cil obtenerlo: al realizar la limpieza era habitual observar en detalle a los empleados al introducirlo— y me dirigí a las bolsas repletas de divisas, las que aguardaban al camio n de caudales que pasara a retirarlas a medianoche. Descarte las que contení an moneda extranjera: serí a sencillo rastrearme al pagar o intentar el canje por pesos nacionales. Cogí entonces billetes locales, llene la mochila con fajos de mil pesos y salí de la habitacio n. Mis movimientos quedaron grabados en las ca maras, sin embargo quien debí a controlarlas se encontraba maniatado y encerrado. Al revisarlas vera n como Anonymous se marcho con el dinero. El semáforo pasa a verde, los coches avanzan. El silenc io vuelve a reinar en el ca lle jón, solo lo interrumpe el sonido de solitarios truenos. Parto. Al poner un pie afuera del establecimiento escucho un ruido prove niente de su interior; doy media vue lta , no logro

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ver nada. Pronto un mareo me invade; lo ignoro y camino con la pesada mochila colgada de mis hombros. Al alejarme me quito la ma scara; doblo en la avenida y a la siguiente calle giro a la izquierda: ano nima me pierdo entre la lluvia que moja la capucha de mi campera. Arribo a mi domicilio, mi sobrina me aguarda. Le agradezco haberse quedado ma s de lo acostumbrado; le digo que man ana es el u ltimo dí a, el lunes volvere al horario normal. Me saluda y se larga. Mi nin a duerme en la cama que compartimos; me acuesto a su lado y juntas tenemos hermosos suen os

A las siete suena el despertador; desayunamos y nos vamos a la escuela. En la entrada me despide con un abrazo inmenso, me besa y grita te quiero. Se me caen las la grimas; dudo si no renunciar ya mismo al trabajo y ambas retornar a casa. No obstante, es imposible; sospecharí an de mí , debo aguardar un par de meses. Transito las cuadras que separan la escuela de la oficina; ceso de llover, y el tiempo sobra pues entro a las nueve. Me detengo en las vidrieras. En un comercio de ropa infantil me enamoro de una campera de color rojo que le quedara hermosa a mi chiquilla; frente a la zapaterí a decido que a la salida regresare a comprarle esas botas de gamuza que tanto necesita. Soy otra mujer, ahora el mundo es bello. Casi sin darme cuenta estoy frente a la Casa de cambio. Pulula la policí a; hay patrulleros al frente del local e inspectores de tra nsito desví an los coches en direccio n a la mano opuesta de la avenida. Me desplazo con disimulo hacia la esquina, transeu ntes curiosos se agolpan e impiden el ingreso al callejo n. Logro escabullirme y me acerco a la puerta posterior. Adria n con ademanes explica lo sucedido al duen o. Pobre, se lo nota alterado, sera difí cil convencerlo de que fue sorprendido y encerrado en el ban o. Detra s varios agentes, parados en cí rculo, se amontonan en la vereda. Intrigada me acerco; uno de ellos se hace a un lado. En el centro, tendido en el suelo, el cuerpo de Anonymous con un orificio de bala en su frente decora la escena.

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MAGDIELA MERARY SOPÓN CHAY

MIEDO DE TI

Miedo de ti.

Tengo miedo de ti

Tengo miedo de mí contigo

Tengo miedo de ti conmigo Tengo miedo de mí sin ti Tengo miedo de un nosotros

En absoluto amor y decadencia

Tengo miedo de tu basto amor interminable De mi sed incansable De tu absurdo carin o Y mi torpeza abatida

Tengo miedoque no existas Y si existieses en este perpetuo mundo Tendrí a miedo de ello Miedo que existas en mí ser Y que me desgarres el aliento como el viento Y juegues a los tí teres con tu inerte ser Tengo miedo que me asfixies al besarme Pero ma s miedo tengo de no ser asfixiada al tocarte Tengo alas para alejarme Y raí ces que me amarran para desvestirme el alma

Tengo antorchas muy lejos de mi morada Tengo hielopara enterrarme por no ser amada Tengo regocijos de tristeza en tu partida Pero ma s tengo crucifijos de alegrí a por tu llegada La memorable coincidencia me mostro En la breve terquedad de mi ser Lo efí mero que puede ser no tenerte Y lo perpetuo que puede ser amarte Tengo miedo de mí contigo Tengo miedo de una promesa Tengo miedo de una palabra Y en mi soledad inagotable Susurras a mis oí dos Que pierda la direccio n de mis miedos Que contigo solo existen riesgos.

Y yo, a las horas de la noche Sin tu regazo en mi cuello Ni tu piel de escudero Tengo miedo de mí , Tengo miedo que no este s conmigo Al llegar el fin.

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