Roberto Araque - Todas las putas van al cielo

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TODAS LAS PUTAS VAN AL CIELO TODAS LAS PUTAS VAN AL

ROBERTO ARAQUE

LAS


EDITORIAL ELECTRÓNICA RÍO NEGRO 2013 CC BY NC ND 3.0 texto: Roberto Araque. Imágenes: Patricio Bruna.

www.colectivorionegro.cl


“Mujer o Sirena, El Sueño de Quien” por Patricio Bruna. (50x70 cms., Acuarela).


TODAS LAS PUTAS VAN AL CIELO y otros relatos.

ROBERTO ARAQUE


ÍNDICE Prólogo por Mariana Garrido 6 Nota del Autor 8 Todas las putas van al cielo 10 Ana Gabriela 13 Ramón y Julieta 17 Coprofilia 20 Borracho 25 El llamado 30 La maté y no me avergüenzo 32 Mentiroso 35 Brígida 40 Daniela 47


Prólogo

Cuando leí el título de este libro sentí inmediatamente cierto rechazo, pero luego un poco de gracia cuando recordé el nombre de una película animada de mi niñez “Todos los perros van al cielo” donde animales hablaban, eran más buenos que el pan y al morir se elevaban al glorioso techo de nubes que espera a los feligreses. Esos feligreses o gente “de bien” que en su pensamiento conservador (en general no en su comportamiento) denigra y rechaza a las trabajadoras del oficio más antiguo del mundo. Araque cuenta en este libro historias desde el lugar de hombres que sufren en el deseo, que codician a esas putas, cuentan desde la soberbia, desde la ira y la compasión, desde el amor de un hombre que fue engañado o al que simplemente le fue indiferente una mujer y se quedan estancados en esa herida que no cierra. Araque comienza este libro con el cuento que da nombre a la obra y el único en el que habla desde una mujer, donde puede leerse: “Hay que diferenciar entre mujer promiscua y puta. La primera lo hace por placer y con quién escoge. La segunda por dinero y, si atraviesa una situación difícil, no tiene elección. La promiscua es aceptada y, hoy en día, es reverenciada como símbolo de la liberación femenina (…) Las caricias de una mujer – u hombre- son subvaloradas y, en muchos casos, despreciadas (…)Si la salud del hombre gira en torno al sexo, las putas somos la penicilina(…)Para ejercer debes complementar el triángulo amoroso del hombre; golfa, madre, amiga.” Otro cuento nos habla de las mujeres también llamadas de esa manera por el hecho de explorar la sexualidad en todas sus formas, por hacer uso del cuerpo como medio hacia el logro de sus intereses, mujeres ambiciosas que triunfan dejando en el camino hombres que tal vez no le servían para su fin. En Ramón y Julieta, juego de palabras con el clásico de Shakespeare, plantea esa eterna posición de padres conservadores que aíslan a su hija del mundo para no corromperla. A diferencia de buscar la libertad en el amor, aquí como vía de escape Julieta encuentra la libre sexualidad, y la perversión de un hombre que la extorsiona. Mujeres amas de casa que crían a sus hijos y toleran a su marido por ser quien “llena la heladera” como en el cuento El borracho, donde toca el tendón de la clase obrera y describe la diferencia de una clase social que empuja y sostiene a una sociedad que le hace la vista a un costado.

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Mujeres que engañan o que se sinceran y por eso lastiman al hombre que, herido o resentido en su postura de poder sobre ella, actúa lleno de ira sin importarle las consecuencias físicas y emocionales en la mujer o en terceros. Este tema aparece en varios cuentos: la deshonestidad, la mentira. En épocas donde ya nada satisface y las parafilias son moneda corriente, donde los complejos y la búsqueda de perfección llenan los talleres del bisturí, inspirada en la imagen que venden los medios, encontramos en los cuentos Coprofilia y Brígida dos claros ejemplos. Pueden parecer cuentos machistas, pero Araque sostiene que no comparte ese punto de vista: las historias están narradas a manera de denuncia, con situaciones que desde que tenemos consciencia existen; la diferencia entre sexos que se levanta como un muro, la vista aérea a la mujer haciéndola pequeña y desvalorizándola solo por su condición natural, exaltando el cuerpo como máquina para conceder placer al hombre o como cultivo para la procreación en segunda instancia, cuerpo maltratado por el hombre que la utiliza como puta y a la vez, contrariamente, se enfurece cuando la imagen de ella es grande, inteligente y ambiciosa, dueña de su propio placer (por no dejar al hombre en primer lugar, sino a ella misma). A su vez sucede lo mismo con la mujer que rechaza el amor y toda la disposición del hombre a sus pies, entonces la bronca, la diferencia y el uso de la fuerza física aparece para bajar de un hondazo a quien simplemente ejerce sus derechos como par, como ser humano, de ser libre en mente, cuerpo y espíritu sin ser propiedad de nada, de nadie. Pero no le echamos la culpa sólo al hombre, él no es el único responsable, otra gran parte es de la mujer por tener esa misma posición y plantarse en el mundo a la sombra de la imagen masculina. Un comentario de Araque en Twitter dice que las historias con final feliz son historias incompletas. La vida tiene un final y no parece ser algo feliz con la muerte tan temida. Pero si hubiera otra continuidad, quienes se llevarían la mejor parte serían “Todas las putas van al cielo”, donde se encuentran seguras, lejos del alcance del hombre que así las considere y que las eleve, paradójicamente, a una categoría celestial.

Mariana Garrido Poeta Colaboradora de Río Negro

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Nota del autor El hecho de que escriba desde el punto de vista de un machista no me hace uno. No apoyo el feminicidio, sin embargo, la condena por ese crimen no debe ser diferente a otro. El feminismo no consiste en proteger a la mujer sino en entender que son iguales a los hombres, con los mismos deberes y derechos. Hay que dejar de ver a la mujer como la doncella que necesita ser rescatada y entender que en la actualidad son las que llevan los pantalones en la sociedad. Ante esa realidad y por la impotencia del hombre que ve amenazada su posición privilegiada por la figura dantesca de la mujer contemporánea se ha incrementado el feminicidio y no por razones culturales o de educación – desde mi punto de vista-. En los cuentos trato - no sé si con éxito- de exponer esta realidad; elevo a las mujeres a un plano muy superior al de los hombres a quienes muestro como dioses destronados que en su frustración se adhieren a la violencia, el rencor, la ira, la melancolía, la tristeza o la autocompasión. Por años han tenido a las mujeres bajo su mando y el hecho de que ellas en la actualidad disfruten su sexualidad plenamente - tal cual los hombres -, adquieran ciertas posiciones sociales a base de lo que sea, tomen decisiones difíciles y asuman el rol de los padres en el núcleo familiar promueve reacciones y pensamientos como los expresados en los relatos "Brígida", "La maté y no me avergüenzo","Borracho" y "Ana Gabriela". Ahora bien, el relato "Todas las putas van al cielo" representa a esa mujer ascendente, luchadora, incomprendida y denigrada que sufre mas no se rinde, por eso este libro lleva ese nombre. En los otros relatos toco temas como el amor, desamor, la honestidad pero en todos ellos la mujer, a pesar de que son narrados desde el punto de vista masculino, representa la piedra angular de la trama. También se habla del aborto y otros temas un poco más delicados. El único cuento que sale del contexto es "El llamado" lo agregué por razones meramente personales.

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En conclusión, cuando digo "Todas las putas van al cielo" no lo hago de forma despectiva sino elogiando el rol de la mujer en la sociedad. Esa figura que, a pesar de los prejuicios, la violencia, historia e incluso la religión, son madres, esposas, amantes, amigas, confidentes, trabajadoras y, con toda esa carga, buscan su felicidad y la de los suyos. Honestamente, a pesar de que escribo para mí, espero que disfruten la lectura, logren apreciarla y dejen sugerencias ya sea en mi correo electrónico, mi facebook o googleplus. Serán bien recibidas.

Roberto E. Araque robertoenriquearaque@gmail.com http://www.facebook.com/enrique.arake

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Todas las putas se van al cielo En la sociedad existen dos clases de personas: gente mierda y gente mierda que te simpatiza. Habrá quien no esté de acuerdo. Respeto su opinión, sin embargo, sabemos que nadie es perfecto. En primer lugar diría que nuestra mayor falla es creer que somos unos angelitos, luego, que nos dejamos influenciar por lo que otros piensan y después vendría lo demás; ira, gula, envidia… Ahora bien, si pudiese decir quienes se ganarían un boleto directo al cielo señalaría a las putas. Todas vamos al cielo. Y no es porque pertenezca al gremio; se debe a que, en un mundo egoísta, somos las únicas que damos mucho a cambio de poco. A lo que otra le cuesta dar lo ofrecemos por cómodas cuotas. Algunas dicen ser costosas, pero ellas no toman en cuenta que lo ofrecido sobre la cama no tiene precio. Las caricias de una mujer – u hombre- son subvaloradas y, en muchos casos, despreciadas. El éxtasis, resolución del acto sexual, es invaluable. Tampoco es fácil sobrellevar los complejos de algunos hombres ni satisfacer sus carencias – algunas enfermizas-. Pues si la salud del hombre gira en torno al sexo, las putas somos la penicilina. Tener una profesión cuyo nombre es ofensivo no es agradable. Aunque no faltan los que nos llaman trabajadoras sexuales, al final hasta el más culto en algún momento de su vida nos ha llamado putas. Y es verdad, lo somos. No es algo para presumir, pero es mejor que muchas cosas. Hay quienes piensan que lo hacemos por placer, sin embargo, es importante diferenciar a la mujer promiscua de la puta. La primera lo hace por placer y con quién escoge. La segunda por dinero y, si atraviesa una situación difícil, no tiene elección. La promiscua es aceptada y, hoy en día, reverenciada como símbolo de la liberación femenina. Hay mujeres promiscuas que cobran, esas no tienen nombre, pero de tenerlo sería algo como viciosas. Las trabajadoras sexuales siempre hemos sido marginadas, en los

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tiempos de Cristo nos apedreaban. Ahora también. Cuando un loco asesina una puta ni lo investigan; pero cuando un hombre mata a su mujer porque le montaba los cuernos, es encarcelado. Nunca he escuchado un titular de un periódico donde diga: atrapado asesino de trabajadora sexual. No es que defienda al hombre que asesine a su esposa, pero justicia es equidad. Trabajamos de noche porque somos marginadas. Nos tildan de flojas y vividoras, amén de los riegos de la profesión: enfermedades sexuales, violaciones, drogas y otros. Muchos piensan que ser prostituta consiste en sólo abrir las piernas, beber y reír. No pueden estar más equivocados; la profesión conlleva muchas cosas. Para ejercer debes complementar el triangulo amoroso del hombre: golfa, madre, amiga. Es difícil ser amiga de alguien que te usa como un trapo, ni se diga madre. Tragarse las ganas de correr cuando termina es duro, no todas pueden con eso. También existe la concepción de que para una puta es más fácil asumir una violación. Para quienes piensan de esa manera con todo el respeto les diré que se vayan a comer mierda. Se han creado estereotipos acerca de las trabajadoras sexuales y eso es lo que más duele. Pero, a diferencia de lo que el lector pueda pensar, no me quejo. Tampoco me enorgullezco de lo que hago sobre todo cuando pienso en mi hija de cuatro años. Simplemente pienso que la vida es como una ruleta y no me tocó ser hija del príncipe de Gales. Hay quienes dicen que detrás de una puta hay una historia triste. Miles de escritores han abordado ese tema, ninguno con compostura. Eso hace que la gente forme ideas en torno a la figura de la prostituta. *** Cuando llevé mi libro a la editorial me preguntaron de qué trataba, dije que eran mis vivencias de Puta. El editor me miró, colocó el libro junto a otros apilados en un rincón de su oficina y dijo “Otra historia de una Puta”. Luego agregó:

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- La misma historia de siempre. Una chica pobre que es violada por su padrastro, se fuga de su hogar y, en vista de la precaria condición económica, decide vender su cuerpo. ¿Cierto?- No me violó, sólo se lo chupé una vez que llegó borracho.-Da lo mismo. La gente está cansada de leer las mismas historias. Ya nada los sorprende. Anteriormente la pornografía era revistas con desnudos. Hoy en día existe la zoofilia, coprofilia, altocalcifilia, amokoscisia, andromimetofilia, autopederastia, mujeres con 200 hombres y más vainas locas. -Entiendo.- Respondí abatida. - Ya estoy viejo. Si pudiera contrataría tus servicios para ayudarte, pero ni se me para. – Realizó una pausa, me miró con lástima y agregó: -¿Por qué no escribes una historia de un transvesti que se hace monja? Eso sería interesante. No he leído un libro que hable de eso. Cuando la gente lo lea se impactará. Es que, mi niña, la juventud está tan perdida que hasta los vampiros, cosa que en mi época era inconcebible, son vistos como lindos. Hoy sale drácula, monta un concierto y llena cinco estadios.El viejo habló otras cosas que me parecieron interesantes. Como era simpático, se lo chupé y me lo tragué todito. *** Iba en el bus de regreso a casa. Me ubiqué en uno de los asientos de la última fila. Veía por la ventanilla la ciudad, apenas comenzaba a disfrutar el viaje cuando una chica se sentó a mi lado. De repente rompió en llanto. Más por incomodidad que por interés le pregunté qué tenía. Respondió que su novio la había dejado porque estaba gorda. No sé cuándo ni porqué lo hice, pero mientras la chica hablaba quebré en llanto.

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Ana Gabriela Su nombre es Ana Sarti. ¿Era linda? Sí, y mucho. ¿Tenía buen culo? Sí, definitivamente. ¿Tenía Tetas? No, pero se las hizo tamaño familiar. ¿Era puta? Mucho, pero estaba enamorado. Cuando la conocí no me había fijado en ese detalle, tampoco en que no tenía alma. Esta es la historia de no cualquier chico pobre que se enamoró de no cualquier chica también pobre. Dios es grande y justo. Cuando no da inteligencia proporciona un par de tetas o un buen culo. No es mentira, pero sí sexista. Soy machista, lo admito. También resentido. No porque me haya rechazado pues me han desechado infinidad de veces, lo que duele es que haya triunfado. En mi casa siempre se me dijo: “Estudia, trabaja, se honesto, responsable, humilde… y serás alguien en la vida”. Pero ella después de 13 años es millonaria, con dos hijos y un marido de 70 años que usa zarcillo y se dejó crecer el cabello hasta los hombros a pesar de tener una calvita. Nunca trabajó o estudió con esmero, lo obtuvo todo fácil. Sí, lo acepto. Soy envidioso, mas no hipócrita. No deseo bien a las personas que me hacen daño y no es que ella me haya hecho algún mal. Sólo me rechazó, aunque dolió debo admitir que no es algo para guardar rencor. Lo que deseo está mal, pero no puedo evitar querer verla en paupérrimas condiciones. Para un humano es imposible ser, precisamente, humano. Lamentablemente es así, somos los seres más inhumanos que habitan el planeta. Por más que trato, no puedo dejar de ser una mierda; envidioso, egoísta, mal intencionado y otras cosas más. En cuanto a ella, además de millonaria y tener dos preciosos niños, es feliz y eso me irrita. Siempre he sido trabajador, honesto y responsable, pero aún viajo en bus, estoy soltero y desempleado. Además, resentido y frustrado. No entiendo; Dios es injusto o soy un pendejo. Mi vida transcurre lentamente. Vivo en el pasado, en lo que quise decir y no dije, en lo que quise hacer y no hice, en la que quise besar y, obviamente, ni una teta rocé. La conocí a los 19 años, ella

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es un año menor. Desde que la vi nos hicimos amigos, teníamos algunas cosas en común; éramos pobres, ambos estudiantes y de otra ciudad. Pero ella estaba buena y yo no. Siempre fui una persona aplicada al estudio, lamentablemente nervioso. Apenas veía la hoja de examen olvidaba lo que había estudiado. En cambio ella, en cada evaluación se copiaba sin mayor premura. Nunca la descubrieron, siempre quise que lo hicieran porque estudiaba para obtener una buena calificación, sin embargo, rara vez lo logré. Por otro lado, ella nunca estudiaba pues siempre había alguien que le pasaba las respuestas, se copiaba del libro, el profesor la ayudaba o suspendían el examen. Lo cierto es que sacaba las mejores notas de todo el curso sin merecerlo. Cuando nos hicimos amigos era novia de un chiquillo adinerado, un hijo de papi y mami. Eso no duró mucho. Después de un tiempo se enredó con un tipo dueño de varias licorerías. En ese lapso nunca iba a clases y siempre me pedía los apuntes. A veces llegaba de madrugada y borracha a mi casa para que le explicase una que otra cosa de matemáticas o física. Luego dejó al tipo de los licores y se convirtió en el fetiche de un gerente de una transnacional petrolera. Ese señor la ayudaba; le regaló libros, un auto y joyas. No sé qué haría, pero se hizo muy amiga de la esposa del señor. Un día me invitaron a su casa porque ella les habló de mí. Me hice amigo del señor, a los pocos meses me enteré que encontraron su cadáver en un hotel. Sufrió un accidente cerebro vascular, nunca supe los detalles de su muerte ni quise preguntar. Podría decir que Ana lo amó hasta la muerte, aunque su esposa también podría afirmar lo mismo. Una cuestión muy extraña que me hubiese gustado entender. Mantuve el contacto con Ana hasta la mitad de la carrera. No sé si fueron las hormonas o porque tenía un poquito más de autoestima, pero le planteé mi situación; le dije que la amaba como a nadie en este mundo y no me importaba lo que ella hiciera con tal de estar a su lado. También le expresé que no tenía mucho que dar, pero sí amor, respeto, honestidad y responsabilidad. Fue un discurso de más o menos media hora. Cuando terminé me miró a los ojos,

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tomó mi mejilla y besó mi frente. Luego dijo: “Gracias por todo Roberto”. Se marchó. Recuerdo que cuando me vio lo hizo con su potente mirada. Era como si escudriñara lo más profundo de mi ser y al descubrir lo que buscaba besó mi frente, me dejó clavado al suelo. No he olvidado esa mirada. Ese día no dormí pues encontré una botella de ron que había dejado mi compañero de cuarto. Bebí como nunca lo había hecho, también fumé hierba por primera vez en mi vida y lloré – aunque no por el rechazo sino por otras cosas que venían acumulándose-. Desde ese momento me dediqué a la bebida. Abandoné mis estudios y frecuenté prostíbulos. No bebía whiskey porque era pobre, tomaba ron blanco y del barato. Como no alcanzaba el dinero para beber, visitar putas, pagar el alquiler y comprar algo de comida, busqué un empleo. Encontré un trabajo como empaquetador en una fábrica de cajas. Trabajé allí por un tiempo, durante ese periodo les mentía a mis padres acerca de mis progresos universitarios y bebía ron como un hijo de puta. Después fui despedido de la fábrica y me dediqué a vender bolsas plásticas en el mercado municipal. Hice mucho dinero hasta que me atracaron. Luego laboré en una fábrica de tapas donde conocí a un obrero que me aconsejó y, por último, en un periódico donde tomé el gusto por la lectura y escritura. Ya para cuando trabajaba en el periódico habían pasado cinco años desde que comencé a estudiar, pero había adelantado algunas asignaturas gracias al consejo del obrero que no me quería ver en su empresa; sin embargo, mis padres parecían estar más preocupados porque aún no me graduaba. En cierta oportunidad fui a la universidad. No hubo actividades porque se realizaría un acto de graduación. Allí fue cuando volví a verla. Tenía su toga y birrete. Se veía hermosa. Ella notó mi presencia, pero fingió no advertirla. Quedé pasmado. Luego, cuando volví en mí, me alejé un poco y decidí ver el acto en uno de los asientos desocupados. No me sorprendió que la llamaran para dar el discurso. A pesar de que no había obtenido mejor promedio de notas el chico que sí lo obtuvo le permitió hablar, le cedió ese honor sin importarle el protocolo. No ha cambiado, eso fue lo que pensé cuando me enteré de ese detalle. Observé todo el acto. No sé porqué lo hice.

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Aun cuando todos hubieron marchado, permanecí allí hasta que los obreros me pidieron que desalojara el anfiteatro. Cuando regresé a mi pensión decidí terminar lo que había comenzado, tal vez porque me había leído un poema de Kipling en esos días o porque era hora de dar un giro a mi vida. Sin importar el motivo lo primero que hice fue llamar a mis padres. Les conté que apenas iba a la universidad, aprobaba dos o tres materias por semestre y no quería ser ingeniero, deseaba ser escritor. También dije que la mayoría de los estudiantes rehuían mi presencia y llegué a repetir una materia en cinco oportunidades. No me entendieron, pero sí me apoyaron porque era su obligación. Más por compromiso que por otra cosa terminé la carrera ocho años después de haberla comenzado. Cuando pienso en la Universidad, en el tiempo que pasé allá, en lo que hice y dejé de hacer, recuerdo el día en que Ana me miró a los ojos y se marchó. Ella lo sabía. He llegado a creer que en verdad me amaba con el alma, pero cuando escudriñó dentro de mi ser entendió que no la amaba sino que la odiaba a muerte.

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Ramón y Julieta No sé por qué lo hizo, nadie lo sabe. No importa pues no cambiará el hecho de que el 25 de marzo del 2012 Julieta Carolina Araque limpió su habitación, apiló sus peluches y cortó sus venas. Cuando Ramón dijo el nombre de la funeraria donde la velarían pregunté la dirección, respondió que al lado de la licorería de Pancho. Queda cerca del local donde trabajo, pero no lo había notado. Era como si de repente alguien construyó un edificio de 5 pisos y colocó un cartel que dice: “FUNERARÍA VIRGEN DEL VALLE”. Tiene 25 años en el mismo lugar, durante 5 pasé por el frente y nunca me fijé en el letrero. Era como la Julieta esa; pocos chicos sabían que existía hasta que crecieron sus tetas. Tenía 17 años y era una idiota. Y no porque esté muerta pensaré lo contrario. Ramón la amó. Ella le correspondió, pero no como esperaba. Recuerdo el día en que el Padre de Julieta lo echó de su casa. Lo vi salir ensangrentado. Los padres de Julieta son conservadores; ese tipo de personas que son muy religiosas y por serlo creen ser mejores. No permitían que sus hijas – Julieta e Ivonne- se mezclaran con los chicos del barrio. Tampoco salir solas y, según Ramón, no veían televisión después de las 8 pm. *** Ramón de un día para otro se volvió creyente, iba a misa los domingos, dejó de beber y borró todos los grafitis del barrio. También encontró empleo, comenzó a estudiar y se le veía poco por la calle. Se volvió arrogante e insípido. Todo para visitar a la Julieta. Me alegré por él, al final qué podría aprender de un vago como yo. Un día tocó a mi puerta, necesitaba dinero. No sólo fue extrañó, también ofensivo. En la calle me ignoraba, pero no lo suficiente como para no pedir prestado. Se lo dije, sin embargo, no podía

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negarme por los buenos tiempos; las borracheras, las puterías y porque, a pesar de que se avergonzaba de mí, era buen tipo. Él no andaba en malos pasos, nunca lo estuvo, ni siquiera cuando se juntaba conmigo. Lo peor que hizo fue rayar algunas paredes del barrio con una frase de amor adolescente: Julieta TQQJ. Cuando me enteré para qué era el dinero cobré intereses. Me engañó con lo de su madre. Si lo hubiese pedido para hierba se lo regalaba, aunque con un buen regaño, pero no; compró una computadora. *** Hace 4 semanas los vi pasar. Ella era bella, tenía rostro de Diosa y figura de puta. Cuando se percató que la veía tomó a Ramón de la mano y pasaron frente a mí como si no existiese. Llegué a pensar que eran novios y me alegré. Sin embargo, horas más tarde encontré un video de dos chicas con un tipo. Al principio dudé, luego apareció otro con mejor imagen. Allí se podía ver a la Julieta con una botella metida en el culo, además de una sesión con un pastor alemán y otras cositas bien sucias. Tres semanas después vi cómo sacaron el cuerpo. *** Di el pésame y salí a fumar. Encontré a Ramón. No entró pues el padre de Julieta lo culpó de todo; él compró la computadora y pagaba el internet. Me acerqué, ofrecí un cigarro y lo escuché. Dijo que compró el aparato para hablar con Julieta. Al principio conversaban mucho, luego ella se alejó. Tiempo después descubrió que ella veía mucha pornografía, también frecuentaba salas de chat y tenía conversaciones sucias con mucha gente. Allí, en una de esas salas de chat, conoció al tipo que la grabó mientras se metía una botella de Coca-Cola y la bregó como a una estrella porno. ***

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Hace dos semanas fue a plantearle una solución, pero el padre de Julieta lo echó de la casa. No volvió a saber de Julieta. *** Cuando terminó el cigarro lo invité a beber. Allí continuó con su versión de la historia. Dijo que el tipo la extorsionaba. Primero con sexo, luego con lo del perro, su hermana y al final, dinero. Mientras Ramón hablaba pensaba en lo puta y loca que era Julieta. Sólo cuando el tipo pidió dinero buscó a Ramón para que la ayudara. Pagaría con tal de que su padre no se enterase de la gran metida de pata, sin embargo, sucedió algo que nadie podía prever: Ivonne salió embarazada. La barriga crecería y sólo había una forma de ocultar la verdad. *** El día en que Ramón entregaría las pastillas, el padre lo echó. Él no sabe cómo se enteró, pero ya ni importaba… era demasiado tarde. *** Había escuchado todo el cuento y estaba harto. Me enteré que el día que pasaron frente a mí tomados de la mano se hicieron novios. Eso fue 4 semanas antes del peo. Allí ella le contó parte del problema. Igualmente propuso fugarse, lo del aborto y robar el revólver de su padre. Él aceptó. Gracias a Dios que no intentó usarlo porque, con su torpeza, el tipo lo hubiese asesinado. Después de unas horas no tenía más dinero y Ramón había llorado, lo llevé a su casa. Allí sacó el revólver y quiso volarse. No traté de evitarlo, sólo encendí un cigarro, aspiré el humo, lo boté y dije: -Julieta era una puta enferma. El padre un cabrón y su madre una alcahueta. Usted la amó, trató de ayudarla y fracasó. Pues ya está. Si la buscas puede que no esté allí donde piensas, la muy puta entró al cielo.

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Coprofilia Intentaba escribir un relato. Hice de todo, sin embargo, después de cuatro horas la hoja permanecía intacta. Decidí salir del cuarto e ir al baño, luego me desnudé y me senté sobre el retrete para dejar fluir mis ideas. Allí me relajo; mis mejores cuentos los he escrito sobre la poceta – tu olorcito apesta, el llamado que me suena a peo, me cago en tu puta mierda perra o ¿qué coño le pasa a tu culo que se anda regalando?-. Eso sólo lo hago en casos de emergencia, aquella era una. Tenía un mes sin publicar y como vivo de lo que escribo mi situación económica era crítica. Tomé el lápiz, el papel, un pedazo de cartón y decidí escribir las primeras palabras de mi nueva obra. Nada. Ni una palabra. Mi mente estaba bloqueada. Al rato, no sé si por costumbre o porque estuve como una media hora sentado sobre la poceta, me dio por cagar. Cagué. Mientras lo hacía surgió una idea maravillosa y horrenda al mismo tiempo. En un primer momento la deseché por considerarla grotesca, pues era un tema que nunca había explorado. Después recapacité; tal vez no era tan mala, sólo debía darle un enfoque literario para hacerla digerible. Sin embargo, tenía dudas. En todo caso era mejor que nada. Si me aparecía en la editorial con el relato lo podrían rechazar, pero daba la excusa perfecta para pedir un adelanto. Necesitaba el dinero porque ni una cervecita me había tomado desde que José Martín – uno de mis compinches de farra- vomitó sobre las tetas de Susan – otra de mis compinches -; eso fue hace como dos meses antes de publicar el relato del que hablo. La falta de alcohol me impulsó o me dio el valor para continuar con mi proyecto. Eran las 6:00 am, debía entregar un relato de 20 páginas a las 7:00 am. El editor, el viejo Irán – así le decían los colegas de redacción-, era un tipo muy puntual y rencoroso; cuando un escritor se ganaba su desprecio nunca se volvía a saber de él. Y esperaba mi relato. Varias veces me advirtió lo que sucedería si no entregaba un cuento para la fecha acordada. Estaba en su lista negra. Como eso era lo único que tenía en la cabeza me dispuse a desarrollar la idea, la cual era genial, pero desconocía cómo plantear el tema sin terminar con un

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cuento que tronchara mi carrera de escritor. Eso asustaba un poco. Justo cuando todo parece mejorar suceden cosas como estas; hace dos meses recibí el premio nacional de literatura por un relato ¿qué coño le pasa a tu culo que se anda regalando?-, ahora estaba contra las cuerdas. Me costó encontrar una revista que pagase lo justo por mis relatos. Podía perder todo por lo que había luchado, pero no tenía nada más y el plazo se había agotado. Lamenté las horas perdidas y el dinero despilfarrado en ron y putas. Pero nada se podía hacer, tenía que escribir. Aunque, después de todo, no era tan malo; sólo debía concéntrame. Lo primero que hice fue establecer las pautas; en mi relato no habría más que tres o cuatro personajes, tampoco diálogos, y la acción transcurriría en diversos escenarios, pero sin describirlos. En la primera parte narraría lo que le sucede a la mierda cuando está en el retrete y nadie baja la perilla; sería como una metáfora del aborto o el devenir de un huérfano. El concepto era sencillo y brutal, ningún escritor lo había abordado – según mi conocimiento-. Me gustó tanto la imagen que le dediqué el cuento a mi novia Daniela, ella estaba en Francia. Tenía meses que no la veía, pero todas las noches la llamaba para recordar el tonito agudo de su voz. La extrañaba, sin embargo, parecía cada vez más distante. Como una luz que titila antes de apagarse o el eco que se aleja por cada zumbido, se difuminaba; por eso las relaciones a distancias no funcionan, al final Daniela sería como un destello de felicidad en mi vida, pero destello al fin. Comencé el cuento, lo llamé: Todo lo que sale del hueco ubicado al final de tu raja es poesía para mis ojos. Ya que era difícil imaginar una plasta en el retrete, me levanté y observé el pedazo de mierda que había expulsado. Lo detallé: era marroncito, ni tan grande ni tan pequeño, tubular con una punta redondeada y dura, la otra me recordaba a la cúspide de una barquilla, de contextura pastosa como la mezcla de un pastel de frutas antes de hornear y tenía unos trocitos negros que parecían chispas de chocolate - en ese instante recordé que me comí un plato de caraotas (frijoles negros) la noche

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anterior-. La luz que se filtraba a través de la ventana de mi baño daba justamente sobre el hueco del retrete, en ciertos instantes el agua irradiaba destellos que me hacían parpadear, no obstante, faltaba algo. Se veía opaco, faltaba colorido. Oriné por un borde de la poceta para que el chorro no dañara el mojón. Ya estaba, el color amarillento de mi orina otorgó una gama de colores bien definido. A medida que se desgajaba el mojón se mezclaba con la orina y todo se volvía como un claro oscuro que iba desde el blanco hasta el marrón, pasaba por una fase intermedia que era el amarillo en diferentes tonalidades. Me pareció hermoso, busqué la cámara fotográfica para inmortalizar el momento. Tomé una foto, la imprimí y la llamé: el mojón estrellado. Le coloqué ese nombre porque me recordó a un cuadro de Van Gogh. En ese instante comencé a escribir, lo hacía como un caballo desbocado. Las palabras surgían de mi mente tan rápido que mi mano apenas podía llevar el ritmo. Todo resultó magnifico. Describí hasta el más mínimo detalle del proceso de defecar. Luego, qué ocurre con la mierda cuando está en el retrete hasta que desaparece de la vista de su progenitor – como ya lo había mencionado-. En la segunda parte desarrollé la historia de un hombre que estaba profundamente enamorado de su mujer. Ella muere en un incendio mientras cuidaba de su hijo en casa. Fue tan voraz el fuego que los cadáveres se vaporizaron. La única cosa que se salvó fue un pedazo de mierda que estaba en el retrete. El hombre lo toma y se aferra a él como único recuerdo de su pasado – de su mujer -. Lo coloca en un frasco que lleva para todos lados; viaja con él para la playa, la montaña, los Alpes suizos –las vacaciones soñadas por su esposa - y a cenas románticas con luz de luna. El clímax del relato llega cuando una noche el hombre, borracho, adolorido y desquiciado, se traga el mojón para fundirse con lo único que quedaba de su mujer; después se bañó con gasolina y ya se imaginaran el resto. Cuando terminé me sentí tan complacido que ni siquiera lo corregí. Lo que me pareció extraño es que no tenía ni un error. Resultaba gratificante estar junto a mi obra, pero, como suele suceder después de un gran desgaste, necesitaba comer, además debía entregar el relato a la

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editorial. Pensaba en cobrar, era lo que más me entusiasmaba. Fui a la cocina a preparar mi desayuno con lo único que había en la despensa; carne, un pedazo de arepa y queso. Algo curioso pasó mientras comía; observé una cosita marrón pegada a mi mano, pero recordé que no me había limpiado el culo por lo tanto debía tener las manos limpias. Esa cosita marrón que estaba en mi comida era un trozo de arepa con carne molida de la noche anterior. Por largo tiempo me había tragado cosas, ahora con este relato las expulsaba y me sentía aliviado. No traté de gustar al público, escribí lo que quería y como quería. Después de comer me puse mi pantalón verde, una franelilla amarilla y unas sandalias rosadas, me dirigí a la editorial. Al llegar pude ver que el viejo Irán estaba en su oficina. Cuando me distinguió fue a mi encuentro y dijo unas cuantas cosas que no recuerdo, luego pidió el relato. Le expliqué que no era gran cosa, pero había puesto gran esmero en esta obra en particular. El apenas leyó las primeras cuatro páginas se detuvo, me miró y preguntó: -¿qué es esto?- Mi relato.- Respondí. -Es…Es…No puedo expresar mi sorpresa. Esto es… ¡Genial!- Gracias- Vaya que es una obra maestra. Chico eres un genio. Te daría un abrazo, pero hueles raro. Imagino que es porque sólo te dedicas a escribir. No deberías descuidarte tanto. Sé que eres un bohemio, pero la imagen importa, también la higiene.-Sí, señor. Gracias por el consejo. - Mira. Vamos a hacer algo. Anda a tu casa, te duchas, comes,

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descansas y en la noche te vas a la mía, tenemos que celebrar. No lo terminaré de leer, lo enviaré directo a redacción. Lo publicarán mañana.Regresé a casa exaltado y de inmediato me dirigí al baño. Allí estaba mi musa dispuesta en el retrete, aunque no como la había dejado; ya no quedaba mucho de ella en estado sólido. Lamentablemente era el momento de la partida, pero no tuve el valor. No bajé la perilla, lo dejé allí para que se terminara de disolver en el agua. El olor era nauseabundo, pero la imagen resultaba hermosa. Me detuve a contemplarla y tomé varias fotografías como gesto de despedida. No asistí a la reunión porque estaba cansado y deseaba admirar mi obra en su degradación, pero al día siguiente se publicó el relato tal y como había prometido el Señor Irán. Ya en la tarde mi teléfono no paró de sonar. Muchas personas me llamaban para felicitarme por tan buen relato, otros lanzaban una crítica, sin embargo, no pasó desapercibido. En todas las personas generó un impacto enorme, para bien o para mal. Por meses se habló de otro premio nacional y, quizá, un viaje a Estocolmo. Desde que se publicó se han hecho cerca de 200 ensayos sobre mi relato. Psicólogos, psiquiatras hasta religiosos se han pronunciado y por allí hay un libro que explica cómo analizar Todo lo que sale del hueco ubicado al final de tu raja es poesía para mis ojos, no lo he leído. Me invitaron de cinco universidades para explicar el cuento, sin embargo, hasta ahora he rechazado sus peticiones. Durante esos días hice arte con toda la mierda que expulsaba, a la gente le gustó – aún le gusta. Pero eso no me quita el sueño, lo que sí me preocupa es que aún no he bajado la perilla de la poceta, tampoco he limpiado el baño, y Daniela viene este fin de semana para quedarse a vivir conmigo.

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Borracho No es que sea un borrachón, pero me gusta beber. Me zampo unas birras con los pendejos que se la pasan conmigo, aunque a veces me embucho con ron para variar la vaina. Lo hago porque le echo bolas; hago de todo, desde limpiar mierda hasta artesanías, aunque podría decir que soy albañil. Es una manera coño´e madre de ganarse la vida y, con todo y eso, nadie nos para. Cuando ven un edificio preguntan por el arquitecto, pero no por los que se reventaron el culo haciéndolo. Nada de eso. A pocos le importa el obrero, eso es porque nos tienen arrechera ¿Y por qué? Simplemente porque algunos son boca sucia, cochinos y jalan caña. ¿Eso dice si eres bueno o malo? No. No lo dice. Malo es el que roba, viola, mata… ese es el coño´e madre, además, hay obreros burda de inteligentes. Si alguien se toma unas cervezas, no quiere decir que sea un vagabundo. Mi mujer no piensa igual. Me llamaba borracho. Toda su arrechera era porque no hacía lo que ella quería. Primero me dijo que comprara unas cholas a los guarichos, no lo hice porque ese no era el punto. El punto es que un trabajador feliz es eficiente. Y para ser feliz debo quitarme el estrés, así no me despedirán y siempre habrá real para el mercado. Además, cuando me jubile, me tocará una pensión. No es que me embuche todos los viernes para relajarme, hago diferentes vainas; un día bebo, otro voy a los gallos y, si no hay nada qué hacer, al hipódromo. En cuanto a lo de las cholas, a nadie más que a mí le parte el culo ver a mis guarichos realengos por ahí, pero eso no es malo. Es más, eso forja el carácter; así aprenden y, cuando tengan cholas, las cuidaran porque saben lo que es andar jodido. Podrán decir que soy una mierda, pero criar un guaricho es jodido; hay que ser “malo” de vez en cuando. Los muchachos de ahora son revoltosos, para espabilarlos hay que darles duro por el culo, aunque a veces es bien dejarlos que se den con una piedra en los dientes cuando metan la pata. A eso se le llama forjar el carácter, eso es lo que un padre hace. Además, un tipo dijo: ante la austeridad surge el ingenio. Quién sabe si los niños inventan unas sandalias y las venden

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por allí, crean una nueva moda. Digo esto porque antielito vio una modelo, se paseaba con unos cocos en la cabeza. Unos cocos, ni siquiera forrados, eran igualitos a los que venden en el mercado. Y a eso lo llaman vaina “fashion”. Pero mi mujer no entiende, o no quiere entender. Cuando le quise explicar me salió con que doy mal ejemplo. No bebo mucho, sólo de vez en cuando -como ya dije-. No seré un padre perfecto, pero, siempre que puedo, enseño. Recuerdo que al mayorcito lo aconsejé: - Beber es malo. Yo bebo porque no tengo solución y estoy viejo. No quiero que la embarres- Dijo que sí con la cabeza, pero como que no entendía. Eso me preocupó, así que lo miré a los ojos y dije: -Hijo. ¿Tú ves los artistas? Esa gente no bebe ron, por eso es que son famosos. Es más, tú no ves las perras que tienen, ¿unas bellezas verdad? Si te vuelves un borracho terminarás con una vieja gorda puta como tu madre ¿Me entiendes? Igualita a tu vieja. Si quieres tener una puta rica tienes que cargar dólares, entonces no chupes caña ¿Me entiendes?- El guaricho volvió a asentir con la cabeza, pero no estaba seguro si espabiló. Esa conversación podría ser clave, tenía que estar seguro de que, después de hablar conmigo, se le quitaran las ganas de darle al buche. Para resumir el cuento; lo llevé a donde las putas, allí se hizo hombre y se volvió mierda. En la mañana, cuando vomitaba, le pregunté si quería beber más. El muchacho me reviró, luego murmuró un no papá. Ya con eso bastaba; estoy seguro que de grande no le dará al pico, aunque no sé si se volverá putero, pero eso no es malo. Su madre, la muy perra, cuando se enteró se puso como una fiera, pero resultó mejor que el pendejo fuera conmigo y no con sus compinches. No sé de qué se quejaba; he sido buen padre, esposo, trabajador, nunca le di una pela buena – ahora me arrepiento- y soy el único que se atrevería a cogerla. Con lo fea que es no creo que se consiga otro igual, pero, con todo y eso, me botó la desgraciada.

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Un sábado llegué de mañanita. Mi mujer me esperaba con unas maletas. No me preocupé porque pensé que volvería asqueada de vivir con la suegra, pero cuando vi la vaina quise explicarle. La muy perra no escuchó. Traté y traté de convencerla; le dije que no bebí, sino que unos tipos me encañonaron y me coñaziaron. Cuando me levanté estaba hediondo a ron y moreteado. Pero no bastó, la perra había maquinado todo; cambió candados, compró perros y llamó a los tombos. Se aparecieron a los 5 minutos enrolados y dándosela de buenotes. No vale la pena acordarse. Lo cierto es que ahora no puedo arrimarme por el rancho porque llegan los tombos. En fin, así es la vida, ya se sabe que las mujeres son mal agradecidas y rencorosas, si no las coges bien te botan pa´el coño.

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“El gran pretendiente” por Patricio Bruna. (70x50 cms., Acuarela).

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El Llamado No soy supersticioso; no creo en brujas, duendes, hadas, espantos ni, mucho menos, en El silbón o La sayona. Aunque, como no muy pocas personas, tengo la sensación de que hay algo más allá; algo indescriptible, difuso e intangible. Pienso constantemente en la existencia de un mundo paralelo al nuestro con seres sobrehumanos que de alguna forma regulan nuestra existencia - o nosotros la de ellos-. También en la presencia de entes intermedios: habitantes que sirven de puente o vías de comunicación entre dos, o más, mundos. Parecen cosas de loco, pero sólo así tendría sentido algo que sucedió un sábado: Venía a altas horas de la noche y con unos palos de ron encima. Caminaba dando tumbos por una vereda que terminaba frente a mi residencia. A pocos pasos de mi hogar escuché un graznido. Detuve la marcha y con el mayor esfuerzo traté de mantener el equilibrio para escudriñar los alrededores; muy poco se veía por allí: casas de barro y cal; unos cuantos árboles; algo parecido a un ratón moverse cerca de mi pie izquierdo y uno que otro farol a duras penas encendido frente a un camino visiblemente desolado en una noche sin luna ni estrellas y con una brisa fresca, casi helada. Sin embargo, por muy fúnebre que pareciese el paisaje, no me importó el graznido y, poniendo el mayor de mis esfuerzos en caminar, seguí balanceándome hasta llegar a mi vivienda. Estando frente a la puerta volví a escuchar, no un graznido como la primera vez, sino un sonido seco y profundo. Inmediatamente miré atrás y a muy pocos metros veo un pajarito posado sobre un muro. No recuerdo si era verde, blanco, azul o amarillo, pero de algo estoy seguro, era horroroso; de pico largo y guaso, alas magulladas, pecho plano y, si es que puede llamarse así, una cola larga y lustrosa. Me detuve y lo examiné unos segundos, esperé ver qué hacía el singular animal. Nada, absolutamente nada hizo el pajarraco. Luego, estiré mi brazo derecho, encogí mis dedos dejando el del medio extendido

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-una señal muy usada- y dije: -¡Pájaro maricón!-. El ave permaneció inmóvil por un segundo, luego lanzó otro graznido y se marchó. Lo vi partir, batiendo sus alas torpemente sobre el camino que yo había transitado. Al poco tiempo, después de varios intentos fallidos, logré abrir la puerta y, sin prestar mucha atención al incidente, me lancé sobre el primer mueble que encontré en la sala. Recuerdo que, durante toda esa noche y gran parte de la mañana, dormí sobre un viejo canapé perfumado con el ron y la cerveza de noches anteriores. En la tarde del domingo, a pesar de que soñé con el bendito pájaro, me sentía un poco más animado que de costumbre; no sentía pesadez, dolores de cabeza o el malestar general propio de una noche de farra. Decidí ir a trotar un rato, quizás con ánimos de eliminar esas toxinas que yacían en mi cuerpo. Me bañé, vestí, preparé un buen desayuno -almuerzo en mi caso- y partí. Horas más tarde encontré un periódico cuyo titular decía: FUNERARIAS DEL PAÍS SE DECLARAN EN QUIEBRA POR AUSENCIA DE CLIENTES

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La maté y no me avergüenzo La maté. Después oriné sobre su cadáver y lo tiré en la basura. Lo hice con gusto y saña. Lo merecía, eso y mucho más, pues la odiaba. Su presencia me irritaba al punto que se entumecían mis manos. Aun cuando no estaba en casa el saber que volvería me incomodaba, tal vez porque entendía que aguardaba por mí. Era paciente y callada, apenas se hacía notar. Parecía mi sombra, en el momento menos pensado la tenías detrás. Y, sin embargo, con todo lo discreta que era llegó a hartarme. Ideé un plan para asesinarla. Traté de tomarla desprevenida. No resultó porque era muy desconfiada. Intenté conquistar su aprecio; le hablaba con cariño, compartía mi desayuno y, por las noches, la esperaba en mi cuarto. Pocas veces se apareció. Tampoco me fiaba, casi no dormía porque tras la puerta de mi cuarto podía estar ella. En una oportunidad vi como degollaba a su víctima mientras dormía; se acercó sigilosamente, luego se posó muy cerca de su pecho y le desgarró la garganta. Por suerte nunca llegó a concretar sus planes conmigo, en cambio yo sí. Pero no como lo había estipulado, su muerte vino a ser más por un impulso que por algo fríamente calculado. Temía por un combate cuerpo a cuerpo, plantarle cara resultaba inverosímil. Sí, soy más fuerte y rápido, pero en ese instante no lo sabía. O tenía conocimiento de ello, sin embargo, de alguna forma me aterra el contacto físico. De niño fui atormentado por un chico más pequeño. Se llamaba Carlos Rodríguez. Nunca le hice frente, pues era muy violento. Toda agresión terminaba en un repliegue. No era una retirada estratégica, tampoco se podía interpretar como un acto en favor de la no violencia; huía, corría como si mi vida fuese amenazada por un gigante de seis cabezas. Él me perseguía, pero como era más pequeño y lento, nunca llegó a alcanzarme. Con ella no era diferente, me decanté por la ponzoña. Quien mata a traición es un cobarde, pero mata. El muerto en combate está tan muerto – valga la redundancia- como el apuñalado por la espalda. Es una de las tantas formas de un arte que ha evolucionado siendo fiel a su

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principio, aniquilar. La forma en que lo haría no es honorable, mas sí efectiva y limpia. No tenía problema en ser un miedoso, siempre lo he sido. En cuanto al veneno; pensé en cianuro, pero es difícil de encontrar y muy elegante. Tampoco es que se mereciera algo tan costoso e indoloro. Debía sufrir. Lo que usaría no sería la gran cosa; veneno para ratas. El producto le haría vomitar, pero ya en su organismo le causaría un paro cardiaco. El problema consistía en que, como era barato, expedía un olor nauseabundo y era probable que no funcionase o que un buen samaritano le brindase atención médica. A lo mejor ese fue el motivo que la obligaba a rechazar la comida que le preparaba. Le coloqué esencias a los platos para disimular el hedor, sin embargo, ella parecía estar al tanto. No sé de qué se alimentaba, pero de mis comidas no era y eso me molestaba. Lo extraño era que aún deseaba vivir conmigo, a pesar de que la deseaba muerta y lo demostré en innumerables oportunidades. Nunca llegué a comprender porque estaba allí, quizá su amor era incondicional o la necesidad de un techo era más fuerte que el miedo. También pudo haberme subestimado, no me creyó capaz sino hasta muy tarde. El veneno fue buena idea. Había que tener paciencia, además resultaba sencillo e higiénico. No tener que limpiar la sangre me impulsaba, pero, después de varios intentos, resolví quitarme los guantes y hacerlo a la antigua; con una pala. Ese día llegué tarde del trabajo. Me lancé sobre el sofá y observé la comida en el suelo, no la había tocado. Irritado, ya harto de su presencia, la busqué por toda la casa; en la sala, el comedor, los cuartos y la despensa. Esa escena se había repetido en innumerables oportunidades, la buscaba y no la encontraba. Luego aparecía cuando menos lo esperaba; a mis espaldas. Sin embargo, aquel día la hallé escondida en el baño, bajo el retrete. Me miró, gimió y de allí no recuerdo qué más hizo porque intenté machacar su cabeza una y otra vez. Debo reconocer que no fue fácil pues intentó escapar, por poco lo logra. No contó con mi astucia: había trancado la puerta del baño con seguro. Por muy ágil que fuese ya estaba condenada, sin embargo, no se rindió. Corrió de un lado a otro, era una puta escurridiza. ¿Gritó? tal vez lo hizo, pero no la pude escuchar. Cuando

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al fin le acerté, le machaqué la cabeza. Eso fue más que suficiente, aunque por un segundo pensé que reviviría. Parecía querer ponerse de pie y realizar su venganza. Me asusté porque sería como en esas películas de terror donde el protagonista cree matar al antagonista y cuando menos lo espera este emerge por la revancha. Por tal motivo me senté sobre el retrete, observé el cuerpo deforme del animal y esperé por si se movía. Fue un crimen atroz, sus sesos quedaron esparcidos por todo el baño, aún en mi zapato quedan pedazos de carne. Pero a quién le importa. Sólo era una más de las millones que hay por allí, nadie la extrañará. Era una gatita linda, se la regalé a Reyna el día que nos comprometimos, sin embargo, la olvidó cuando se marchó con el hijo de puta que la bregaba. Como me hubiese gustado ver su cara mientras le machacaba los sesos a su mascotica. Varias veces pidió que se la entregara, me ha llamado porque quiere hablar, insiste en que seamos amigos y, por supuesto, que le devuelva su gata. Eso es lo que hacen las personas maduras, después que se hieren deciden ser amigos para poder tomar un café y charlar; presumir lo maravilloso que es su vida. Pues sí, seremos amigos; hurgaré en la basura. Le encantará lo que llevaré para cenar.

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Mentiroso La verdad no existe. O quizá sí, pero está ligada a ciertas leyes. Me explico; lo que hoy es cierto, mañana no lo será, y lo que es verdad aquí, no lo es en China – por citar un ejemplo-. Hasta algo tan subjetivo no escapa al concepto del espacio-tiempo. Si parto de allí puedo afirmar que lo temporal no es verdadero, por lo tanto nada es cierto o sí lo es, pero por un breve periodo. Si se extingue la raza humana no se puede afirmar que existió. De igual forma una persona llamada Yuan que vive en China y trabaja en una planta procesadora de cereales para mí no existe, asimismo una civilización a millones de años luz de la tierra. Claro, preferimos no pensar en eso o no queremos saber. Pues sí, la ignorancia es felicidad. Hay quienes prefieren reír y quienes otorgan alegría son bienvenidos; los mentirosos. Ellos dirán que nunca mienten. Esa es la primera de muchas y, como la primera gota de un aluvión, es inofensiva. La honestidad no existe, se puede llegar a un grado más o menos aceptable de deshonestidad o se puede mentir en cuestiones que no atenten contra la integridad de otros, pero llegar a ser una persona honesta es imposible. No pensaba de esta manera, por lo menos hasta ayer. Creí ser honesto o quise serlo, sin embargo, me resultó imposible. Semanas atrás decidí no mentir como parte de un experimento personal. Resultó fácil en un principio pues hablaba de temas sencillos, con mucha sobriedad y lacónicamente. La cuestión se complicó hace una semana; el viernes por la noche recibí una llamada de José Eduardo. Me pidió que le dijera a su esposa que estaba conmigo. Me negué, le expliqué todo eso de ser honesto y esa paja de la responsabilidad. A fin de cuentas le recomendé que lo mejor sería hablar con su esposa y explicarle qué coño estaba haciendo un viernes por la noche en una discoteca. Expresé que los problemas de su relación debía resolverlos tal cual dicen los terapeutas: mediante algo que denominaban comunicación. Si su mujer quería el divorcio,

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pues era lo más sano para él y sus hijos. Se rió un rato, luego preguntó si tenía la regla y qué clase de hierba vencida fumaba. Colgué y apagué el teléfono. El lunes me lo encontré en el trabajo. Imaginé que estaría molesto conmigo, sin embargo, lo primero que hizo al verme fue reírse, luego me contó que cuando su esposa lo llamó al celular y preguntó qué hacía, él respondió que estaba en la entrada de un hotel con una de sus estudiantes. María– su esposa-, según él, se puso histérica. Él le dijo más o menos lo siguiente para calmarla: “-Te seré honesto; si te digo que estoy por el paseo Colón bebiendo con Roberto y otros colegas no me creerás. Mejor te digo que ando con una puta-estudiante que está buenísima y con un par de melones recién hechos. Si te da la perra gana de comprobar si es verdad, llama a Roberto. Él, a según, se propuso no mentir porque anda en sus peos existenciales de escritor resentido. Quiero que entiendas que contigo no puedo divertirme y siempre andas con un dolor de cabeza, el periodo o arrecha. Y si es que te da la puta gana de salir conmigo no quieres bailar, no quieres beber, no le hablas a mis amigos y te pones fastidiosa si miro a un culo mejor que el tuyo. Porque como tú eres una mujer jodía uno debe hacer lo que a ti te dé la gana, eso me arrecha. Me controlé un culito en la universidad, me lo traje al hotel California, es el que queda por el paseo Colón si no sabes. Si quieres te apareces por aquí y compruebas lo que te digo“. Me quedé sorprendido, pero a la vez complacido. Decir la verdad, después de todo, es lo mejor que se puede hacer o por lo menos lo imaginé así por un instante. Me preocupé por los hijos que José Eduardo criaba con María y todas esas pajas que pienso por mi complejo de hombre dadivoso y buen amigo. Mínimo se divorciaría, pero cómo suele pasar cuando se trata con mujeres, uno nunca sabe. Él parecía estar muy contento, le pregunté qué sucedió después. Me respondió algo así:

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- Le dije a la perroncha que manchara la camisa con su lápiz labial, le echara perfume y dejara unos pelitos en el carro. Primero hablé claro con ella, le dije que era casado y si quería podíamos ir a un hotel, pero no llegaríamos a tener una relación estable. Le dije textualmente: “lo nuestro será ir a hoteles y de vez en cuando a beber por allí, más nada…”. Ella aceptó. Es mayorcita y sabe lo que quiere. También le expliqué eso que me dijiste y la muy perra se echó a reír. Dijo que eres un profesor muy gracioso. Tomó todo eso que me dijiste como una broma; hizo todo lo que le pedí, además, dejó su brasier en el asiento de atrás con una nota para mi esposa. Cuando me di cuenta pensé que se extralimitó, pero, con todo y eso, me armé de valor y me preparé para lo peor. Después de una noche como esa merecía un buen castigo, la muy sucia hace de todo. A eso de las 9 am me aparecí por la casa con una botella de ron en la mano. Entré como si nada. María servía el desayuno a los muchachos, me miró desde la cocina. Se acercó, pidió perdón y me abrazó. Luego, cuando me separé de ella, observó la camisa y cuando pensé que preguntaría de qué eran esas manchas, empezó a lloriquear y volvió a pedir perdón, pero a lágrima suelta. Lloró como no tienes idea. Se calmó rápido porque estaban los niños, si no hubiesen estado arma el berrinche. Después, cuando nos encontramos solos, preguntó si en verdad estaba con otra mujer, si en verdad la engañaba, si en verdad pensaba que ella era una mala mujer, si en verdad no quería nada más con ella, si en verdad la abandonaría con los muchachos... si ella no me llenaba como mujer y otras pajas más. Me dio vaina escucharla. No me aguanté y le dije que fue un invento mío para que dejara de ser tan celosa. También que me la pasé contigo toda la noche hablando de Dostoiesky o cómo se llame. Pero si te preguntaba tú negarías haber estado conmigo porque amenacé con decirle a Jeismar tus antecedentes clínicos. No sé, pero, con todo lo loco que eres, de vez en cuando tienes buenas ideas… Dijo otras cosas más, pero no recuerdo con exactitud. Habló de lo que le dijo a María, también preguntó si ella me llamó. El sábado encontré 68 llamadas perdidas en mi celular, pero no lo mencioné. No quería añadir más leña al fuego. Le pregunté qué decía la nota

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que dejó la muchacha en el carro. Me respondió que él no sabía, se enteró cuando María se la entregó en la recamara la noche del sábado. La nota decía que todo era una broma, que no lo tomara a mal y que fue idea mía todo el asunto de la franela manchada, el brasier y los pelos en el carro. En otras palabras, yo pagaría los platos rotos. No me molestó, pero sentí algo de envidia. Él había pasado una noche que me imagino fue buena por cómo relató los hechos y no pagaría por ello. La conversación terminó con un mal sabor de boca. Me despedí, José Eduardo se salía con la suya. Me irritó eso de la amenaza. Ya lo de Jeismar era algo que tenía que hablar con ella, debía contarle acerca de mi historial médico. Pensé decírselo todo ayer, porque habíamos quedado en ir a una obra de teatro. Realmente lo que me hizo desistir de mi empresa no fue todo el cuento de José Eduardo y María. Nada de eso. La cuestión se definió el día en que fui con Jeismar al teatro. Mi novia no es una chica ni gorda ni fea ni bajita, pero tampoco es una miss y debo reconocerlo. A pesar de que es una muchacha muy linda, simpática, educada y limpia, es un tanto acomplejada. Me encanta su tono de voz y ríe de una manera muy peculiar; como una niñita de preescolar. Además le encanta la literatura y posee un doctorado en petroquímica. El problema está en que, como todas las mujeres, se ve gorda. No le veo nada de malo que tenga uno que otro rollito en el abdomen, pero ella no entiende eso. A diario se mata en un gimnasio y hace cuanta dieta está de moda. No cena y cada vez que vamos a comer pide sólo ensalada. Eso es lo único que me molesta y no es la gran cosa. Llegué a su casa muy tarde, teníamos que estar en el teatro a las 7 pm y pasé por su casa a eso de las 6:30. Entré y desde lejos escuché a Jeismar: -Espera en la sala. Si quieres toma algo de la nevera. Ya salgo.- Me senté sobre uno de los muebles y esperé. Al rato ella salió. La vi de reojo. Se acercó, caminó de un lado a otro e hizo unos giros con ademanes de modelo de pasarela. Como ya mencioné, ella no es gorda, pero el vestido no le quedaba muy bien. Era ceñido a la cintura y el color no ayudaba mucho: blanco con una especie de

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lazo de color azul marino. En otras palabras, el vestido era muy… muy... Estaba tan ajustado que parecía que se fuese a romper por tanta presión. No sé cómo se lo puso, pero aún con la faja se veían unos pliegues en la cintura. Al poco tiempo se detuvo, me miró y preguntó: -¿Y bien…?-Te queda perfecto. Vámonos que es tarde.

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Brígida Debo admitir que, de alguna forma poco convencional, la dañé: le di todo cuanto quiso. Es difícil describirla ¿Cómo podría? Resulta duro ser sincero, en cierta forma nos desagrada la verdad, reprochamos la deshonestidad y, sin embargo, resulta que al presentarse nos aferramos a la mentira y, por sobre todas las cosas, a quien la porta. No deseo exagerar. Realmente no lo sé… tal vez debería, porque al final eso era lo que ella deseaba -cuando vivía-. Aunque también fue la causante de su muerte: la búsqueda de la perfección, la belleza. Tal vez representándola como una princesa tan bondadosa como nuestra inmaculada madre María podría sentirme un poco menos miserable ¿quién sabe? Sería un grato recuerdo para sus familiares y amigos – si es que los tuvo-. Debo ser franco; buscar las palabras para detallarla sin exagerar o mentir. Para representarla tendría que empezar por su físico, tal vez resulte más sencillo porque, en cierta forma, ella fue primero carne luego espíritu. Tenía pecas por todo el cuerpo; ojos claros- marrones- que irradiaban una mirada serena y madura, otras veces vacía y díscola; cabello castaño, no muy oscuro, largo y muy bien cuidado; cejas poco pobladas, apenas visibles; labios finos y rosados; rostro, ligeramente ovalado, denotaba cierta tendencia al sobrepeso; nariz fina, un tanto del tipo aguileña lo que otorgaba, junto con sus ojos, cierto exotismo; contextura fuerte con una espalda ancha que dejaba una cintura poco definida, tal vez con un “rollito” a nivel del abdomen; alta, lo cual generó cierta tendencia a caminar con brazos caídos o encorvada; piernas largas, atléticas y blanquecidas; pompis ancho y casi plano; pechos tan proporcionados como para llamar la atención con un generoso escote, sin ser voluptuosos; y manos delicadas. En términos generales podría decir que sus rasgos eran europeos. Sin dejar de ser atractiva no era una mujer sensual con figura de

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diosa y mirada profunda que podría inspirar deseos carnales en el más puritano de los seres. En ella no estaba implícita esa tensión, o picardía, sexual existente en muchas latinas. Se asemejaba más a la mujer con la que todo hombre desea tener hijos, una casa en el campo, un perro, una camioneta, bla, bla, bla y ser felices por siempre. Aun siendo su esposo no sé mucho de ella. Pero resulta interesante suponer algunas cosas: evitaba las confrontaciones, sensible, insegura y con ciertos valores ausentes en estos días. Fue de otra época: romántica, sencilla, cuidadosa e ingenua. Presiento que encontró en el sexo más una manifestación propia del amor que la búsqueda de placer. De igual forma noté la ausencia de una figura paterna; su padre abandonó a su madre cuando tenía 7 años. También lloraba por todo y resultó muy susceptible a gestos: rosas, regalos, chocolates, serenatas y caminatas. Asimismo poseía cierto aire apacible y solitario, sólo con verla mucha gente sonreía. La mejor forma para describir su personalidad sería comparándola con un girasol; sin ser tan delicada como una rosa o exótica como la orquídea, no poseía las espinas de la primera y no fue parasitaria. No sé cuándo la perdí, su caída no fue súbita, más bien lenta, no dolorosa sino cancerígena: noté que algo andaba mal demasiado tarde. Como toda tragedia los problemas comienzan en lo que se supone sería el mejor momento de nuestras vidas. Fue la mejor boda del año 92. La realizamos en un hotel antiquísimo, la música estaba orquestada por la sinfónica. Invitamos a la alta alcurnia de Caracas – a excepción de los negritos africanos -. Todo fue perfecto: la atención era de primera, no había negros ni morenos, todos los meseros eran estudiantes universitarios bilingües uniformados con esmóquines “OR”; las bebidas, una perfecta selección de whiskeys y champanes junto a unos rones para las personas pobres como los embajadores de esos países africanos que invitó mi esposa; los aperitivos fueron realizados por un chef francés; la decoración estuvo a cargo de un afeminado italiano; el pastel ¿qué puedo decir de eso? Una maravilla y, al final, 45 minutos de fuegos artificiales

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que me aburrieron después de los primeros 5. Eso sin contar los arreglos florales, el coro de niños, las mesas, los adornos, los regalos, la prensa, el anillo, la farándula, las fotos… pero lo mejor de todo fue la novia, parecía de otro planeta. Algo que pasó desapercibido fue el vestido de novia; le quedaba un poco ajustado a nivel de la cintura, esto hacía que se sintiese gorda. El vestido poseía una especie de faja que moldeaba sus caderas, disimulaba la espalda y aumentaba el busto. Sin embargo, ella no estaba de acuerdo. En nuestra primera noche dijo: -Papi ¿tú crees que estoy gorda?-Amor ven a la cama. Eso tiene solución-O sea que sí estoy gorda- Afirmó -No mucho. Seguidamente se dejó caer. Traté de consolarla con mimos, halagos y uno que otro chistecito, pero nada bastó; permaneció toda la noche tendida en el suelo. En resumen, recibí la mañana adormilado sobre un sillón, Brígida reposaba sobre mi pecho. Fue algo lindo, pero hubiese preferido una buena mamada. Ese día anduvo alegre, pero no dejaba de verse el abdomen. Así como cuando caminas con una piedra en el zapato o cuando alguien te hiere con un comentario, así parecía estar Brígida frente a cada espejo, cada lámina, cada vidriar… toda cosa que le brindase un reflejo no pasaba desapercibido; lo examinaba meticulosamente, o mejor dicho, se veía. Ya hastiado de ver tanta preocupación por algo que, desde mi punto de vista, no tenía gran importancia convine una cita con un cirujano amigo mío. Le realizaron una liposucción y, para tornear aún más su cintura, le extrajeron par de costillas. Después de la terapia, ejercicios, dolores, visitas al cirujano y un peculiar especialista, Brígida llegó a poseer la cintura que tanto

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deseó; se veía tal cual una guitarra: sus rasgos, opacados por su silueta anterior, estaban presentes en su forma más sublime. De no ser por una conversación surgida entre varias de sus amigas, todo hubiese llegado hasta allí. *** -¿Sabes lo que dijo Gregoria? -¿Qué?- Realmente me aburren ese tipo de conversaciones: los participantes se halagan y, de vez en cuando, sueltan la ponzoña. - Dijo que me veía linda. -No veo alguna novedad en eso. -Dijo que tenía un perfil europeo. -¡Qué bien! ¿En serio? Si no fuese porque me lo dices no lo creería. Esa mujer es veneno. - Ya vas tú a decir, ella es mi amiga. -¿Qué más dijo? - … que tenía un perfil europeo porque estoy algo chata en la colita…Que eso está de moda, ella se va a quitar los implantes de la colita porque están pasados de moda- Se acercó, colocó su rostro sobre mi pecho y dijo: - ¿Tú crees que soy chata en la colita? -No se diga más, el jueves hablamos con mi amigo - Muy a pesar que después de la operación no pudo sentarse por varios meses, no se quejó. En las noches se veía frente al espejo, se observaba y, contenta, volvía a la cama para complacerme. No sólo se hizo

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el culito, también los muslos y las pantorrillas; si bien sus piernas parecían propias de un atleta mucho antes de la operación, después parecían esculpidas a mano. Durante meses todo parecía perfecto, pero decidimos visitar a la suegra. Lo primero que le dijo la vieja fue: -Camina derecho, te va a salir una joroba por caminar así… ya ni tetas tienes por andar encorvada. La visita fue rápida porque Brígida odiaba a su madre, aunque, eventualmente, lo olvidaba; era allí cuando decidía visitarla. Ya sabía lo que me esperaba. No tardé mucho en llamar a mi amigo. Esa misma noche preguntó: -¿Tú crees que tengo las tetas caídas? -La semana que viene te operan amor-. Esa noche boté todos los espejos. Cuando preguntó por qué lo hice, respondí que cuando niño mi padre me llevó a un circo. Entré en la cámara de los espejos al salir encontré a un viejo tirado sobre un banquito. Al oír mi historia se mostró susceptible, pero no lo suficiente. Le dije que caminé 15 cuadras de regreso a casa. Aún mintiendo, no fue suficiente. Se quedó con un espejo que usaba para maquillarse. Cuando nos deshicimos de los espejos me sentí un poco más aliviado, ya no se observaría. Si se veía, sería en un espejo ajeno, en la calle o en algún vidriar; el análisis no sería profundo. Un día, mientras usaba el espejo para maquillarse, notó una arruga. En la alcoba comenzó el interrogatorio: -¿Amor tú crees que estoy vieja? -No, amor. Apenas tienes 24 años ¿De dónde sacaste eso?

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- Entonces tengo arrugas prematuras – colocó su dedo índice sobre su ojo izquierdo. - No veo nada. Recuerda que ese espejo tiene aumento. -No me interesa. Debe ser el estrés que hace que uno se ponga viejo más rápido. -Sí, debe ser eso. -Entonces sí soy una vieja prematura. -No lo eres amor, sólo respondí de esa forma para salir del paso. Quiero dormir, estoy cansado. - ¿Ves? ¡Ves! Ahora como estoy vieja y arrugada no quieres nada conmigo, antes si me escuchabas. -Cielo, vamos con calma. Si lo deseas pagaremos una clínica de estética para corregir esas arrugas. ¿Quieres?- No respondió y, con mala cara, se metió a la cama. Al siguiente día la llevé a uno de esos lugares dónde hacen masajes, te preparan baños con “lodo rejuvenecedor” y colocan pepinos sobre tus ojos mientras untan crema de aguacate sobre la cara. Allí, sin mediar palabras, le inyectaron una solución salina en los pómulos, los labios, mejillas… No recuerdo, exactamente, dónde más le inyectaron, sólo sé que al salir no era el mismo rostro. Pasaron meses, quizás años; transcurrieron lentamente. La felicidad parecía cobijar nuestro hogar, incluso un día le propuse tener un hijo. Resultó extraño que se negase, siempre quiso uno. Durante esa semana permaneció cabizbaja, con un rostro sombrío. No presté mucha atención al asunto, pero por alguna razón durante un almuerzo le pregunté qué pasaba. En ese instante dijo una frase que, probablemente, sea una de las más nefastas en una relación:

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-Tenemos que hablar.- No hay nada peor en una relación que pronunciar esas tres palabras; una mujer te puede llamar, perro, maldito, puto, borracho, mantenido, maricón, chulo, afeminado, cachúo, cabrón e incluso pregonar que tienes el pene de 2 cm; sin embargo, cuando junta esas tres míseras palabritas no hay adonde coger: es el fin. -¿Qué tienes mi cielo?-. Le observaba con ternura, no obstante, ella permanecía con cara de pocos amigos. - Estoy harta, quiero el divorcio. Tú no me valoras, me usas. Eres tacaño, inconsciente, presumido, arrogante, materialista y mal esposo…bla, bla, bla y me acuesto con el especialista - Continuó con su discurso mientras yo comía sin prestarle mucha atención. Al terminar mi almuerzo miré el plato vacío. Buscaba una solución a lo que se me presentaba. Luego, sin mucho preámbulo dije: -El especialista ¿el de los ejercicios?-Sí, ese. Me quiere por lo que soy. No me juzga, me quiere, me adora, me idolatra, haría lo que fuese por mí y yo por él. Es más, hacemos el amor mientras tú, en la sala “ocupadísimo” con tus libros, vives en tu mundo de fantasía… bla, bla, bla- Está bien, te puedes ir. -Me quedo con el apartamento de la playa, los dos mercedes, la camioneta, el yate, la casa del campo y una manutención- Sacó, no sé de dónde, un documento y lo puso sobre el plato. Luego, mientras lo leía, entró a su habitación, buscó otro documento y lo colocó sobre la mesa: una demanda por daños y perjuicios, no conozco los términos legales, pero estoy seguro de que estaba jodido. Pero ella no era culpable pues las rosas se marchitan al arrancarlas del rosal. Y la desgajé sin darme cuenta. …Después le clavé un tenedor en la frente.

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Daniela Cuando era niño creía que las nubes eran algodones de azúcar. Las veía y les daba forma. Pensaba que si las bajabas te las podías comer o algo por el estilo. Era una manera tonta de pasar el día. Ahora que soy un poco más grande entiendo lo pendejo que era, sobre todo cuando veo a la gente bailar reggaetón. Lo cierto del caso es que, de vez en cuando, se asomaban nubarrones. Las nubes negras me asustaban, eran como los cuervos; nadie los quiere y dan mala espuela, pero traen la lluvia. Sí. Son los nubarrones, ahora que soy grande, los que me alegran el día. Los espero y no a las nubecitas que parecen algodones de azúcar. Quizá porque cuando se es muy niño apreciamos las cosas por lo bonito y cuando se es un poco más grande nos fijamos en los detalles. La lluvia hace crecer al monte y la gente como que está más calmada, por eso me gusta. Me alegro cuando veo nubarrones porque sé que viene lluvia y mientras más negras, más fuerte el chaparrón. Aunque, pensándolo bien, también porque me recuerdan a Daniela. Lo que más extraño de Daniela es su sonrisa. Recuerdo el secreto que me contó. Lo hizo porque me quería. Hasta el sol de hoy lo he guardado y lo mantendré hasta el día de mi muerte. Daniela era como una nube negra que tapa el cielo, pero trae agua. No sé decir si fue buena o mala persona, pero es la única amiga que tengo desde el kínder. No sé cuándo la conocí, pero sí cuándo se marchó. Me dijo que la olvidara. Estaba molesto por las mentiras que yo tapaba, o porque se apareció de repente después de ignorarme, o porque me volvía a usar como un trapo viejo, o porque sabía que no la volvería a ver. A Daniela le tengo cariño pues la pasábamos bien. Pero nada es perfecto. Muchas cosas me molestaban, en especial su capacidad para mentir. Era una mentirosa y aún lo es, sólo que ya no la escucho.

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Al principio le creía. Me decía que me quería, el tiempo demostró lo contrario. Las mentiras comenzaron cuando le dije que la amaba. Miró a lo lejos y se marchó. Me dejó de rodillas frente a un banquito en el parque “La Guaricha”. Esa tarde llovió. Llegué empapado a casa. Al siguiente día me levanté con fiebre y por eso no fui al liceo. Al tercer día me visitó por la noche. Llevó la tarea de matemáticas. Al entrar a mi cuarto no dijo gran cosa pero cuando estuvimos solos mintió: -Quiero ser tu novia, pero prométeme algo. -¿Qué? -Tendrás paciencia y harás lo que yo diga. -Sí. Tendré paciencia y haré todito lo que tú quieras.- Se marchó al rato y me dio un beso. Mucha gente piensa que soy tonto o retrasado. No lo soy. Daniela lo sabía. Cuando alguien me decía bobo mi mamá callaba, pero Daniela me defendía. Debe ser por eso que la amaba. No puedo expresar la alegría que sentí cuando dijo que me quería, cuando fui su novio o cuando caminamos tomados de las manos por la avenida Bolívar. Pero nada es perfecto. Por muy soleado que sea el día siempre habrá sombras bajo los árboles, los techos, en las casas, en las esquinas, en cualquier lugar, más o menos claras, o muy oscuras y muy pocas como Daniela. Ella, cuando era mi novia, engañaba a todos. A veces decía a su mamá que venía a visitarme y salía para otro lugar. Luego llegaba muy tarde a mi casa, se quedaba media hora y llamaba a su papá para que la buscara. Nunca dijo a dónde iba. Sólo me conformaba con un besito y un abrazo. Así fue por mucho tiempo. Aunque siempre

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la veía en el liceo y todos sabían que era mi novia, sentía que algo iba mal. A veces cuando salía de clases la esperaba un carro azul, se montaba y pedía que llamara a su casa para decir que ella estaba en la mía. Siempre atendía su mamá. La señora Danila era muy buena gente. Cuando la visitaba se alegraba y al verme decía: -Cuidadito- Pero nunca entendí por qué su madre decía tal cosa. Si yo era de lo más tranquilo. La que mentía era su hija. Descubrí que muchas veces es mejor callar y conformarse con lo poquito que te dan, pero no pude cerrar mi boca. Ya cuando las mentiras me incomodaban, sentí que era necesario hacer algo. Allí fue cuando sucedió. Le dije a Daniela que me molestaban sus mentiras, debía decirme a dónde iba y quién era el tipo del carro azul. Ella calló, me cacheteó y terminó conmigo de ipso facto. Estuve mal por días. La busqué en su casa, la llamé y, a pesar que la veía en el liceo, no podía comunicarme. Sí, me hablaba y, muchas veces, era amable. Pero en ese amable resumía todo el problema. No era la chica risueña y juguetona de antes. Cuando me recibía en su casa lo hacía como con flojera. En el liceo ni se esmeraba en responder una pregunta. Todo transcurrió así por un buen tiempo, hasta que un día le pedí perdón. Ese día se hartó, me dijo que no me quería y no la buscara porque si lo hacía le diría a su padre que intenté violarla. Dijo otras cosas, pero no las recuerdo con exactitud. Sólo miré sus ojos, se veía hermosa con el cabello castaño ondeando por sus mejillas. Era bella, aun amenazándome se veía linda. Se esmeró en ser dura, pero sabía que en el fondo le dolía. Descubrí que estaba enamorado, jodido hasta el fondo y debía salir de ese foso. Lamentablemente no pude, insistí; le rogué, dijo que no; dije que haría lo que quisiera, pero ella seguía negándose. Todo terminó el día en que un tipo me dio una coñiza tan fuerte que se me escapó el amor por la ventana, pero, aun con eso, guardaba alguito por allí, en una parte de mi cerebro, por si volvía.

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Pasó el tiempo. Seguía viéndola en el liceo y le buscaba la mirada. Ella sabía que la miraba, parecía estar un tanto incómoda, pero nunca volteaba. Y si me veía, ponía mala cara. Con el paso de algunos meses logré olvidarla. Gracias a mi madre nunca descuidé mis estudios y las cosas marchaban como antes, pero sin Daniela. *** Llovía como nunca había visto; había relámpagos y unos nubarrones que asustaban. Por suerte estaba en mi casa, leía un libro de un tipo que construyó un castillo sin puertas ni ventanas, se quedó afuera cuando lo terminó. Mientras leía, de vez en cuando, me asomaba por la ventana. Estaba aburrido, parecía ser un domingo, pero era un viernes por la noche. Nada peor que un viernes lluvioso, pero alguien llamó a la puerta. Mi madre abrió y yo, desde mi cuarto, escuché: -Hola Daniela. Tanto tiempo... De inmediato salí de mi habitación y corrí a la sala. La encontré hablando con mi mamá. Tenía un impermeable verde y un morralito azul. La miré sorprendido, no sabía qué decir. Ella me miró como antes, como si nada hubiese pasado. Dijo que venía a estudiar física. Después de librarnos de mi madre hablamos de tantas cosas que me sorprendió. No abrimos el libro de física, sólo nos besamos y hablamos una barbaridad de pendejadas; charlamos del nuevo disco de “Caramelos”, de una película que quería ver y otras cosas más. Ya cuando se iba me dijo que iba a dejar su bolso en mi casa. En un primer momento pidió que lo botara temprano, después como que se arrepintió y dijo que lo buscaría por la mañana. También pidió que no lo abriera y lo dejara en la nevera sin que nadie se diera cuenta. Al marcharse prometió que vendría a buscarlo. Estaba tan contento que ni siquiera indagué qué había en el bolsito y lo metí en la nevera. Pensé que las cosas volverían a ser como antes.

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El siguiente día ella llegó muy temprano. Desayunamos, hablamos unas cosas y nos marchamos. Caminamos por la avenida Las Palmeras y llegamos a una quinta abandonada. Era la casa de un viejo que se volvió loco. A Daniela le gustaba esa casa porque parecía tener un siglo deshabitada. No le quise preguntar si entró allí anteriormente porque de seguro mentiría. La quinta tenía un patio grandísimo y, aunque el monte estaba crecido, se veía bonito; al final había una fuente con muchas flores y banquitos. Al ver ese lugar pensé que debió vivir un tipo muy rico, porque todo, a pesar de lo viejo y descuidado, tenía unos aires de gente rica con buen gusto. Caminamos todo el patio. Daniela escudriñaba los alrededores. Permanecí a su lado tomándola de la mano. De tanto caminar nos topamos con un barranco, lo bajamos sin mucha prisa hasta que llegamos a un río eso explicaba lo de la fuente-. Pensé que el dueño de la casa debió bañarse allí. Pero Daniela interrumpió mis pensamientos cuando me pidió el bolso. Su semblante cambió; sus ojos parecían tristes y sus labios estaban entreabiertos. Cuando le di el bolso lo agarró con las dos manos y me rogó que lo abriera. Cuando lo hice miró al cielo y pidió que metiera muchas piedras. -Parecen algodones de azúcar. -¿Las nubes?- Pregunté mientras metía las piedras en el bolso. - Sí. Las nubes. Son tan lindas que provoca agarrar una de ellas y guindarle un garfio para colgarse. -Ok-. Asentí. Inmediatamente, sin que ella se percatase, miré su rostro; lloraba en silencio y apretaba los labios. Permanecí callado y, después de un breve instante, continué introduciendo piedras en el bolso. -¿Te imaginas? -¿Qué me imagino?

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-Colgarte de una nube y balancearte tan fuerte que con el impulso pudieses tomar el sol y juntarlo con la luna, o formar un arco con las estrellas. ¿Te imaginas? -Terminé-. Interrumpí. Me extrañó que dijese eso, era como si estuviese algo loca. A veces se pasaba de cursi. Ella me observó, esperó a que cerrara el bolso y lo lanzó con todas sus fuerzas al río. Luego la abracé hasta que dejó de llorar. No hablamos de lo que sucedió ese día. Tampoco pregunté que había en el bolso. Sólo la acompañé de regreso a casa. En el camino de vuelta no dijo gran cosa. Continuamos como si nada; hablamos de música, bandas, películas y de lo que queríamos ser en el futuro. Por un instante pensé que volveríamos a ser novios y todo iría bien. Al día siguiente llegó Doña Danila a mi casa, estaba como loca. Le dijo a mi mamá que Daniela se había fugado con un tipo que tenía un carro azul.

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TODAS LAS PUTAS VAN AL CIELO TODAS LAS PUTAS VAN AL CIELO TODAS LAS PUTAS VAN AL CIELO TODAS LAS PUTAS VAN


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