La novela eterna

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La novela eterna

- IMAGÍNATE, piensa un poco en lo que trato de decir Julio se levanta de la cama, camina por la habitación dando vueltas a mi alrededor, va y regresa, va y viene, va, vuelve a la cama. - No sé -le he dicho-. Las cosas que sueltas de esa bocota tuya resultan últimamente tan increíbles. No te miento, a veces creo que estás loco o tronado de verdad, o no sé qué. - No es eso, no es que pienses que esté loco -a dicho él. Y después de una pausa, he contado cinco segundos-. Es que sí lo estoy. Ando loco, alocado. Soy de los locos que salen a la calle y observan antes de abandonar la puerta. Veo a un perro que está a punto de ir al encuentro de un niño. Pero el niño no escapa del perro, sino que este lo abraza y le silva y se ensucia todo el uniforme del colegio, y el perro le lame la cara. Todo es felicidad hasta que de pronto aparece la madre del niño y empieza a regañarlo, con buena razón, dirían algunos, pero yo no lo


veo así, es extraño. Yo veo quizá lo que el niño ve en ese momento, ese instante utópico: una posible mascota, un amigo de juegos, el amigo de toda la vida, con el que voy a pasar los mejores momentos, y él va a jugar con mis hijos y ellos lo acariciarán como yo lo hago ahora; el instante puro, tierno, de una felicidad que no lograría jamás si no tuviera al perro, si mi madre no me dejara quedarme con el perro. ¿Lo ves? Digo ¿puedes hacerte una idea de la vida que va a tener ese niño si no tiene al perro? De pronto la madre me mira y… Pero eso no es a lo que voy ¿Cuándo tu caminas por las calles qué ves, qué escuchas? Yo paso por las calles y me detengo en una librería, por ejemplo, entro y me paro a observar los estantes; pero no veo libros. Es brutal. Escúchame pues, deja la ventana en paz, luego te cuento qué vi una vez allí por esa ventana. Listo, okay. Te decía: yo no veo libros, porque hay pocos, o ninguno a veces, tan pocos que tengan la denominación de libros, que puedan ser llamados libros de verdad. En lugar de ello veo ratas, ratas viejas y negras y flacas, que se comen unas a otras, caminan por los libreros y trepan por las paredes y se te pasan por los pies, intentan subirse encima de ti. Es


terrible esa sensación, y tú tienes que quitártelas como sea; ratas sucias, puercas… Ya es tarde, pienso, miro el reloj, las cinco y algo, miro otra vez por la ventana. Silencio, Julio también se ha detenido y, ¿piensa?, mira hacia el techo, en realidad tiene la mirada como perdida. Veo la calle y el sol que se va consumiendo mientras llega la noche, lenta, silenciosa también. La habitación es un santuario, es extraña, la cubre un aura que no sé cómo explicar; como si hubiera almorzado carne malograda, y eso sumado a que es invierno, y en invierno siento que el estómago es otro ser más dentro mío, uno de muchos. Como siempre que vengo, en los últimos meses, me siento como transportado hacia otro mundo; el mundo de Julio; un mundo en el que solo habita Julio, Julio y sus libros y el cigarro y el ron. Y justamente empieza a hablarme de libros. Para Julio los libros no son mundos, recuerdo, para él los libros son personas. » Imagina que sales a la calle y vas caminando hasta que te cruzas con un desconocido -me dijo-. Lo ves con indiferencia, o simplemente no lo ves. Ahora imagina que


este empieza a seguirte. Caminas por la calle San Francisco y él está atrás tuyo, vas por Santa Catalina y él sigue atrás tuyo, das vuelta por Ugarte y él sigue. Claro que al principio no lo notas, pero luego de un momento de das cuenta que él está allí, detrás de ti, como una sombra que se mueve a tu ritmo. Entonces volteas y lo enfrentas, lo encaras, y él, en lugar de hacer lo mismo, empieza a contarte su historia; que al principio no entiendes, pero es solo cosa de quedarse con él allí, escuchándolo, hasta que ya sabes pues, entras en su historia, ¿Lo notas? Es como cuando lees un libro. Al principio no te interesa, o te atrae un poco, como un mendigo o un cantante de rock, pero cuando empiezas no hay manera de salir. No sabes si esa persona-libro te agradará y se convertirá en un buen amigo o será el libro de tu vida, como una Rayuela o un Thom Yorke, o si te aburrirás y no querrás saber más de ella-él, como el idiota ese que se te acercó e intentó robarte unos soles, pero tú no tenías nada, y entonces le dices te invito una copa, y el ladrón no sabe qué hacer, qué queda pues, y luego no sabes cómo zafarte de él, y te sigue, y encuentra tu casa, se haga amigo tuyo y de tu esposa, amigos ¿ves?, y ya no


recuerdes si al principio te agradó o si ahora te fastidia que venga a verte después de, después de todos es el único que se acuerda de que aún no te has muerto, todavía, porque… ¿Lo notas? Lo mismo con el libro, con la persona-libro, lo mismo con el mendigo y el ladrón, o tu vecino; primero tanteas, hojeas, ves la tapa, miras su cara, lees el prólogo o la sinopsis, su ropa, lo lees, se leen, porqué así es, una retroalimentación, tú y la persona-libro, la persona-libro y tú. Un libro es una persona que te atrapa y no te deja ir, y una persona es un libro que no terminas de leer nunca, jamás. » Y si es una mujer-libro, peor aún. -Le dije, y su rostro sonrió, no él, porque él no sonríe casi nunca, sino su rostro, su ser físico. » Bueno, sobre las mujeres-libro hablamos otro día, mira que Meche llega en cualquier momento y ya sabes cómo se pone si me ve continuando el sueño. Y allí terminó, allí termina ese momento, no recuerdo si el último antes de, el momento de los libros. Y el presente me devuelve al Julio de ahora, a Julio echado en


su cama fumando un Montana, con un libro en la mesa de noche y un vaso semivacío de ron a su lado. Me pregunto por Mercedes, ¿qué estaría haciendo ahora si…? ¿Cocinando un caldo de gallina, alistando la mesa, empujando a Julio de la cama, echándolo a la sala a leer su tan famoso libro de Dickens o a su estudio a escribir, a terminar la novela eterna, la que solo conocí por boca de Mercedes, algunas líneas que ella le robó alguna vez, porque Julio no deja que nadie mire nada hasta que esté terminado, o no dejaba, porque ahora no sé si escribe, si habrá terminado la novela eterna. Pienso en ella, la novela, donde estará ahora: en su estudio debajo de mil libros, en casa de Ignacio esperando a ser corregida y publicada; pero lo más probable es que ahora esté en el botadero de basura, a lado de otros desperdicios suyos, como un hijo mal parido o una bolsa de frituras a medio terminar, siendo tragado de a pocos por las moscas del olvido. Quisiera preguntarte tantas cosas, he querido hacerlo siempre desde ese día, pero cada pregunta me resulta estúpida. ¿Cómo estás, cómo te sientes, que tal va la novela, te llamó el editor, has salido a correr como siempre, diste de comer al perro, al pobre Bruno que


también llora, al menos lo has escuchado, has salido de la cama al menos? Pero las respuestas son obvias, se ven con los ojos cerrados, se sienten en el ambiente como si fueran seres vivos, malignos, que rodean la habitación y la llenan hasta que resulta asfixiante seguir estando así, aquí, en silencio, qué silencio, pienso, y tengo miedo, miedo de sentir a Mercedes entrando por esa puerta y que se me escape un hola a nadie, a la sombra de la puerta semiabierta, y ella conteste que tal, cómo va el enfermo, y yo, ya mejor, será mejor que lo mandes a escribir pronto. Tengo miedo del silencio que está creciendo y se hace más fuerte a cada segundo, miedo de no poder romperlo luego y nos atrape, nos consuma, y luego Julio se dé cuenta de que estamos en el mundo real y empiece con Meche y terminemos en el bar del tío Armando bebiendo varios Appleton a cuenta de Julio tío, porque es para lo único que lo he visto salir de su cama, de su habitación. - ¿Sabes que están por publicarme un libro de cuentos que me robaron esos idiotas de la redacción? -Ha dicho Julio, y me ha salvado.


- Cómo así que te los han robado, pensé que yo era el único. - Como lo escuchas. Vinieron hace dos días y me encontraron así como me ves. En realidad solo entró Ignacio con su terno y unos cuadernos bajo el brazo, pero ya sabes que no anda solo. Claro que los reconocí enseguida, eran unos que escribí hace mucho, pero que no tenía la intención de publicarlos nunca. Me dijo, no podemos permitir que te sigas matando de esa forma, tienes que salir, volver a las librerías, y creo que con esto vamos a satisfacer a tus lectores por el momento, que nadie se dé cuenta de tu estado y lo use para hacerte daño, y no sé cuántas estupideces más. Y como no tenía fuerzas ni para contestarle no pude hacer nada. - Pero eso no es justo, o ¿sí? - A mí que me importa, es lo mismo ¿no? Que me publiquen o no, es lo mismo, yo jamás veré dinero de ese libro o de muchos otros, ya lo sabes, me da igual. Mejor pasemos a algo más importante, solo te lo comenté porque estabas como perdido, muy silencioso, y ya sabes que me deprimo.


Le pido disculpas y entonces empezamos a hablar de cosas vagas. ¿Julio ha mejorado algo? Me cuenta que su madre le ha llamado y le ha invitado a comer un día de estos, lo mismo su suegra, lo mismo su hermano. Me ha invitado a mí también, vamos compadre, de paso que vamos a ver cómo ha quedado el libro que piensan publicarme Ignacio y sus tontos; un momento de lucidez, pienso. No le he dicho que fui a la tumba de Mercedes, tampoco

que

el

administrador

me

ha

pedido

explicaciones sobre la cuenta que aún se debe por el sepelio, tampoco que he pagado eso y al doctor que viene los sábados solamente a revisar que no toma los medicamentos y que sigue con el ron y el cigarro en la mesa de noche; y no pienso decírselo nunca. Julio ha vuelto a su estado normal, si es que se puede decir normal: silencio, mirando al techo como si siguiera una mosca imaginaria que vuela a su alrededor, deben ser las mismas que están en el botadero, pienso. Fuma lento y lo mismo el ron, ya no sé si es que estoy allí para él o para mí, en el fondo creo que quiero estar como él, quisiera estarlo para no saber nada más de este mundo sin Mercedes y casi sin Julio. Pero no soy él, no soy Julio


porque simplemente no puedo ser él, quizás en otra dimensión, quizás en otro tiempo u otro cigarrillo podría ser él, pero no ahora, no en este mundo. Salgo sin despedirme como siempre, pienso, y la noche de la ciudad me atrapa. Pienso en Julio en su habitación, quiero pensar que se levanta y entra a su estudio a terminar de escribir la novela eterna, terminarla y esconderla debajo de mil libros. Pero seguro dentro de una hora recién esté saliendo de la habitación para Julio, y él me diga adiós, cuídate, deja en paz a Patricia, y yo me ría y le diga, nos vemos luego, te traeré una copia de los cuentos. No dejo de pensar en la novela eterna, quisiera volver a la casa y rebuscar en el estudio de Julio, pero no sé, tengo miedo de encontrarla, aunque lo más seguro es que no la encuentre, debe estar en el botadero, y quisiera ir, me muero por ir y buscarla, aunque me tome años, me convierta en un indigente más. Y tal vez no la encuentre nunca, tal vez se quede en el olvido de las moscas como se está quedando poco a poco Julio, y como me voy quedando yo cada vez que salgo de su habitación.


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