La barraca (cuento)

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Attias, Roberto La barraca / Roberto Attias; ilustrado por Roberto Attias. - 1a ed. - Fontana: Roberto Attias, 2014. E-Book. ISBN 978-987-45190-3-0 1. Narrativa Argentina. 2. Cuento. I. Attias, Roberto, ilus. II. T铆tulo CDD A863

Fecha de catalogaci贸n: 30/10/2014

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Aviso Legal; Para dar cumplimiento con lo establecido en la Ley 34/2002, de 11 de julio, de Servicios de la Sociedad de la Información y de Comercio Electrónico, a continuación se indican los datos de información general de este libro electrónico: Titular: Roberto Attias- Barrio 180 Viviendas- C.P. 3514- Fontana, Chaco, Argentina -Contacto: robertoattias@yahoo.es Objetivo: este E- Book o libro electrónico, es para la divulgación de material Intelectual (literarios, fotográficos, actividades afines, etc.) Del Señor Roberto Attias -, Las ilustraciones son también de la propiedad intelectual del autor del texto. La fotografía de la tapa fue tomada en la ex curtiembre de Fontana, Chaco, Argentina. El autor no autoriza la impresión fraccionada del material, ni el copiado parcial de ninguna de sus publicaciones.Aviso de responsabilidad en las publicaciones, detalles: www.robertoattias.galeon.com/aficiones2714064.html

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Si (como el griego afirma en el Cratilo) El nombre es arquetipo de la cosa, En las letras de rosa está la rosa Y todo el Nilo en la palabra Nilo. Fragmento de ‘El Golem’ Jorge Luis Borges (1899 – 1986)

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A mis suegros don Epifanio Martín Godoy, oriundo de San Luis del Palmar y a doña Justa Rufina Aguilar, oriunda de Concepción del Yaguareté Cora. Ambas localidades de la Provincia de Corrientes, Argentina.

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El trabajó en el Territorio Nacional del Chaco como hachero en los obrajes desde 1920 en adelante y por algunos años más, luego vivió en esos lugares con su esposa y su pequeño hijo Víctor, el cual nació en Machagay 1930. Al conocernos en el año 1975 en la Colonia Isla Sola, Ibarreta, Formosa (AR) pude recibir todo el afecto familiar y además escuchar las narraciones de sus vivencias que es la historia misma del una gran parte de las familias de hacheros, conductores de Alzaprimas, peones de las playas de los ferrocarriles de trocha angosta, ligados a el transporte de rollos. Me contó los abusos que se cometían en esos obrajes y como después de muchas extensas jornadas solo sobraban míseras monedas. Ellos pudieron observar los tendidos de rieles, las peleas, los juegos de tabas, el cual ya era prohibido. De la policía territorial, de los forajidos de la época. La vida tenía poco valor. Aquí solo estan unos detalles, pero en el próximo libro explicaré mas sobre lo oído por estos testigos presenciales. Fotografía de padre e hijo tomada en el mismo lugar rural. ≈1935

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Jorge L. Borges redactó de forma magistral en su poesía el Golem “El nombre es arquetipo de la cosa”, tomando como parámetro el Cratilo de Platón; por tal y por respeto al que leerá (pretensión mía), queda expresarle que el título La Barraca no la impone a esta como el arquetipo o núcleo de la trama, aunque el saladero por breves momentos participó obligado en tal grafía. “Es una familia de jóvenes con anhelos comunes que al sufrir un revés económico desdeñan la educación y revierten sus conductas sociales. Su hijo mayor cuenta las historias muchos años después que sus progenitores murieran trágicamente. Primero la de ellos y pone en dudas las enseñanzas recibidas durante toda su vida considerando que estas son como los preceptos religiosos, se los acatan sin pedir explicaciones, además que si las enseñanzas vienen de los padres nunca se piensa que podrían estar equivocadas. Luego de conocer a un sobrino distante, decide contar el resto desde los orígenes, transcribiendo los trozos de papeles que dejara escritos su madre, a modo de diario, dentro de una pequeña caja de madera. Pero recién luego de regresar de un viaje descubre los motivos por los cuales sus padres mutaron de comportamientos. Todo el recorrido del texto cubre desde 1857 hasta 1990 en trozos de las historias de familias y rasgos de esas comunidades de entonces. Al ser este tipo de narración, no tiene capítulos como la novela, pero dejé algunos espacios y símbolos de colores para darle más aire a los sucesos y orientar al lector. Lo escribí en marzo de 2008 y lo doy a conocer porque creo que ya está maduro para ser leído por otras personas.

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Mi madre, recordó alguna vez con emoción, lo que sintió en ese momento que conoció al que luego sería mi padre. Creyó que la ciudad se detuvo en el preciso instante en que sus miradas se encontraron. Fue un disparo de deseo que recorrió sus cuerpos como una corriente fulminante, llena de colores y adrenalina que los sacudió, he hizo danzar sus almas en el aire cálido de esa tarde de febrero de 1917, fecha que para todos los demás fue muy calurosa y agobiarte desprovista de magia. El noviazgo duró poco, no podían vivir separados. Se casaron en una ceremonia simple y se instalaron en una de las muchas habitaciones que poseía la casa de mis abuelos santiagueños, donde también vivía su hermano Cosme. Los relatos que continúan desde aquí, los oímos de nuestros

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padres, pues son sus anécdotas, sus recuerdos desde el día en que iniciaron su propia empresa familiar. Ellos contaban sus vivencias como si fuera un manual de vida del cual aprendimos y tomamos como ejemplo. Por otra parte el 3 de julio de 1919 nací. Para esa época el trabajo de hacer y colocar herraduras a los caballos había disminuido bastante, pues en los últimos años hizo su aparición el motor a combustión y se implementaba en la mitad de los transportes de todo tipo, había pasado el tiempo de bonanzas de los herreros de caballos, había trabajo pero no sobraba. En esos momentos mis padres preocupados por mi futuro, siempre unidos con la esperanza y los sueños, algunos rotos y muchos postergados, viviendo cada día como lo permitiera Dios, junto a sus conocidos y amigos buscaban una salida hacia los campos, hacia las zonas de trabajo, pero ninguna tenía para pagar en pasaje. Surgió una decisión que modificó la situación uniendo el trabajo rural, que todo se hacía a mano, con los trabajadores ansiosos por realizarlo. Tras un decreto de enero de 1920, el entonces gobernador de Buenos Aires, José C. Crotto, dispuso que por cada vagón de carga, dos braseros viajaran gratis en los trenes del ámbito provincial. Cuando pasábamos por las estaciones la gente decía -Ahí van los crotos, para nombrar a los trabajadores que se desplazaban en busca de cosechas, en este país agroexportador. Mis padres fueron apasionados por el conocimiento y la política y así fue que él se enteró a poco de salir el decreto. Eran personas 10


instruidas e informadas que no era poco en esos tiempos. Esa tarde entró a la casa por el portón lateral que da al patio de los carros y luego de sacarse el sombrero y colgarlo en un perchero que estaba en la pared de la galería, llamó a mi madre, emocionado como quien halló la solución a todos sus problemas - ¡Camille! Ella salió presurosa de la cocina donde estaba junto a su suegra. Traía el cabello recogido y la cintura ceñida por un delantal estampado que había confeccionado. Se detuvo a unos metros y mientras se restregaba las manos en el paño para secarlas, aguardaba a su esposo. Al estar frente a ella, con ambas manos tomó con suavidad sus antebrazos al tiempo que le expresaba -- Amor mío, apareció una magnífica oportunidad de trabajo… Dicen en el mercado que los cosecheros son bien remunerados. Ella no podía comprender de que se trataba, con la poca información que le daba, no obstante le respondió con firmeza - Sabes bien vida mía, que nuestro hijo y yo te seguiremos a donde vos juzgues más conveniente. Esto lo tranquilizó y colmó de dicha. Ahora con más calma explicó a todos en la cena este nuevo proyecto laboral. Con prontitud juntamos ropas, bártulos y subimos al tren del ramal Buenos Aires-Rosario vía Pergamino. Era un viaje hacia un futuro incierto pero prometedor de días felices mientras el tren nos

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llevaba hacia el oeste. Contaba mi madre que al alejarnos de la ciudad, mi padre despertaba a una alegría dormida al ver el paisaje inconmensurable de la campiña que se extendía en todas direcciones. Notas de mi madre: “Desde nuestra posición se puede ver la ciudad que se desintegra en un manto de vegetación a medida que nos alejamos. Desde una de las últimas casa situadas en los orígenes del campo, un niño de pie, quizás sobre un montículo saluda a la formación de vagones, con la esperanza de que alguien lo vea despedirse, acaso hasta anhelando poder viajar alguna vez en ese tren y que otros niños, quizás sus amigos lo despidan de la misma manera. Es que son tan soñadores los niños y mezclan la realidad con sus fantasías, como los escritores; de regreso seré una escritora de verdad. Reí complacida de mi decisión. Más adelante, en un estero cercano a las vías, una bandada de patos crestones se espanta a nuestro paso. Toda esa soledad es magnífica, el cielo desprovisto de nubes nos cubre como una cúpula azul e infinita. Estamos en plena zona rural. Podría describirla como un océano de verde hojas y tallos entrelazados. El humo escapa de la locomotora y acompaña a la formación, a veces se cuela por alguna ventanilla abierta. Abrazo a mi esposo y a mi hijito con firmeza, mientras el ocaso nos sale al encuentro con timidez. Cuando solo quedan las luces de las estrellas en el firmamento el 12


silencio de los pasajeros es absoluto. Con el sonido propio de este transporte, el cíclico golpe de las ruedas en las uniones de los tramos de vías marca un compás monótono, Se que mi esposo es un hombre sin dudas ni dobleces y no claudicará después de una decisión ya tomada. Un profundo sentimiento de orgullo me da seguridad. El vagón se balancea con suavidad y con el murmullo casi imperceptible de la vida salvaje me amodorro. Aún estamos lejos de nuestro destino pero con la felicidad a flor de piel me entrego al sueño.” Notas de mi padre: “La euforia que nos acompañó durante los preparativos y que nos impulsó a iniciar el viaje, disminuyó en mi. En el silencio de la noche desperté sudoroso y vacilante. Aún con la sequedad en la boca se que no estoy enfermo. La situación es clara. El pánico crece y se refleja en mi rostro con transpiración y realidad. Desde pequeños vivimos y trabajamos al amparo de la familia. Han regido nuestro comportamiento los códigos y costumbres propios de la ciudad. Ahora los estoy arrastrando hacia la inmensidad. Hacia los páramos interminables, solo interrumpidos por las estaciones distantes y una que otra estancia. El tren nos trasladaba con su adiestrada pereza hacia su destino, que también es el nuestro. Cualquiera hubiese reconocido en mi rostro el temor, si me viera despierto, en la noche oscura y fría, aferrado a mi familia. Al amanecer ya repuesto y luego de azuzar mis fantasmas de la duda, con voluntad avasallante reafirmé mi iniciativa. Con tesón y coraje enfrenté el destino que había elegido para todos.” Desde aquí y en más las anotaciones continúan solo con letra de 13


mi madre: “Al llegar fuimos unos 40 adultos y otra cantidad similar de niños donde nos esperaban carros y volantas para conducirnos a los lugares donde tendríamos que cosechar…” y continúan sus escritos; todos fueron hechos con lápiz-tinta, esos que al mojar la punta con la saliva de la lengua, queda en el papel el trazos más oscuros de colores azulados y violáceos, con posterioridad usó la pluma fuente. Luego esto fue lo que entendí de aquellos primeros apuntes en forma de diario, lo que he leído y además lo que ellos contaban. Mis padres como la mayoría de sus amigos no sabían cómo realizar la labor pero en muy poco tiempo fueron expertos, sus voluntades eran inquebrantables, entonando alguna melodía pasaban las largas horas bajo el sol abrasador. El trabajaba sin tregua y mi madre solo con pequeñas pausas para atenderme, formaba una pequeña carpita donde me dejaba a su resguardo junto con la botella de agua que acercaba a mi padre cada vez que la pedía. Luego de un tiempo prudencial de mucho trabajo, pensaron que tenían suficiente dinero ganado y se presentaron ante el administrador del establecimiento, después de los descuentos de los servicios recibidos al llegar, traslados, alimentos y albergue, solo quedaban unos pocos centavos. Desde ese día se volvieron tenaces con el dinero, la alegría los había abandonado para siempre. Cuidaban los gastos y los alimentos con mezquindad absoluta, tanto que después un tiempo indeterminado la situación económica había dado un giro prometedor, pero ellos ya no eran los mismos, 14


algo se había roto en sus almas de donde nació la mezquindad. Desde ese día un halo taciturno nos cubría, el ambiente se tornó cruel y las perversiones del sentido moral emergieron para quedarse. En un amanecer decidieron trasladarse hacia un nuevo destino que tenían prefijado, previo a la partida hicieron saber a todos que regresarían a la ciudad de Buenos Aires. Nos retiramos del lugar a pleno sol y nos dirigimos a la playa del ferrocarril, lugar a donde habíamos descendido varios meses antes. Al llegar mi madre levantó un precario campamento cerca de otros trabajadores en tránsito. Luego de un par de días mi padre salió a inspeccionar los lugares de posible trabajo en las chacras vecinas y al amanecer del otro día volvió; ella ya tenía todo preparado para la partida. Subimos al tren de la misma compañía con la cual habíamos llegado, Pergamino-Rosario. Al llegar cambiamos a la que unía Rosario con la capital de la Provincia, la ciudad de Santa Fe. Después de muchas horas de viaje arribamos en la madrugada a esa populosa ciudad. Nos retiramos de la estación hacia una plaza donde dejamos todas nuestras cosas las que no volvimos a recoger y entrada la mañana nos presentamos a una tienda de fama bien conocida por tener prendas a la moda europea, mi madre adoptó el de Coco Chanel, usando joyería de imitación, y metales no preciosos que juegan con las tendencias de la moda, además de la ropa la estética personal de cabeza pequeña con el rostro maquillado, corte de pelo a lo garçonne, sombrero campana hundido hasta los ojos, el talle de vestido bajo, hasta la cadera, la falda estrecha y llega hasta la rodilla. Completaba con el traje-chaqueta asimétrico con cuello de piel, con tejido de gran

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caída. Mi padre como un figurín estilizado con el traje muy ajustado y cuellos hasta las orejas, con zapatos puntiagudos, polainas y guantes. De allí salimos todos con aire distinguido e irreconocibles, con un bolso de mano y una valija en la cual transportaba varias mudas para todos y mi padre con un portafolios nuevo. Todos nos dirigimos presurosos a la estación del ferrocarril “General Belgrano” donde sacamos pasajes hacia una pujante localidad a 325 Km al norte de esta y dentro de la misma provincia, la que ya poseía una fábrica de tanino y la curtiembre, la jabonera, además existían otros centros laborales como la fábrica de alpargatas que tenía dos marcas; la tabacalera y otros comercios de importancia. En el trayecto pasamos muchas estaciones de importancia, el flujo comercial de la zona para los habitantes de los pueblos adyacentes, como San Justo, Margarita, Vera, La Gallareta, además de las estancias. La explotación forestal tenía mucha importancia donde las empresas extranjeras realizaban grandes negocios y alimentaban la demanda de hacheros e insumos. Al llegar a destino después de muchas y agotadoras horas de marcha, en un día brillante y prometedor, mi padre se dirigió a la sede del partido y de allí con prontitud nos consiguieron hospedaje hasta que adquirimos nuestra casa que compramos una semana después. Mi familia conocedora de los movimientos políticos sacó ventajas; el panorama político era confuso y convulsionado con respecto a la división del radicalismo, en la nación presidía don Hipólito Irigoyen (personalista) En la provincia de Santa fe el 16


gobernador don Enrique Mosca, simpatizante de Marcelo T. de Alvear de tendencia anti-personalista. A lo cual mi padre se hizo fervoroso admirador y no perdía oportunidad de enarbolar las banderas de oficialismo provincial. Esta información en su boca fue lo que le facilitó nuestras compras de galpones, terrenos, casas e instalación de una empresa de acarreo de mercaderías desde el ferrocarril a los comercios, a las estancias de la zona y colonias vecinas. La población creció con rapidez, con el censo de 1921 la elevó a la categoría de ciudad. El crecimiento urbano estaba limitado hacia el norte y el este por el curso del arroyo El Rey y las tierras bajas e inundables. La crisis mundial del 30 afectó la industria de acá y para fines de 1940 poseíamos 10 depósitos con mercaderías que comprábamos y revendíamos como las forrajeras, ferreterías, acopios de frutos del país, teníamos barracas, curtiembres, talabartería, colchonería, ladrillarías y alquileres de herramientas de labranza además continuamos con el acarreo inicial, además se adoquieron varias manzanas de terrenos en otras poblaciones cercanas. Cuando obtuvimos una sólida posición económica mi padre se retiró de la política, actividad que ahora ya no le interesaba como en su juventud y solo se aprovechó de ella, para obtener beneficios de los contactos, dentro de los fieles simpatizantes al gobierno. La fortuna de la familia creció a pasos agigantados, todos los negocios basados en los principios fundamentales del ahorro familiar estricto y del pago miserable de sueldos a los que se trataba con mucha simpatía y simulada camaradería pero con muy 17


poco dinero, los obligaba a trabajar todos los días sin faltar y andar siempre atentos. Pues el afirmaba que los mejores negocios se hacen con la miseria de los demás. Con respecto de los gastos de mantenencia familiar el sistema era inflexible, dos mudas de ropas para cada uno, el calzado no era importante, cuando podíamos lo juntábamos de la basura. Ellos administraban todo y nosotros aprendimos a pensar como ellos y bajo el lema “el dinero no se gasta, se invierte” o “las monedas no cae del cielo, diversión, vicios y dulces son innecesarios y empobrecen”. Recuerdo que al cumplir los 27 años, siempre soltero y junto a mis hermanos sumábamos nueve hijos. Todos fuimos a la escuela pública durante el primer y segundo grado, luego a trabajar, pues decían que todo lo que necesitábamos para progresar era saber leer y escribir, que la demás información adquirida en el aula era innecesaria para hacer nuestro trabajo, pero mi hermanita Juana concurrió hasta el cuarto grado. Un día de regreso traía un boletín de la parroquia local. En el cual se podía leer un pasaje sobre los pecados capitales, extendiéndose en el de la avaricia, que estaba escrito mas o menos así “la avaricia es el afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas”. Luego de un largo silencio, mi hermanita preguntó a nuestro padre lo que pensaba de esto y él respondió: "el que escribió esto nunca fue pobre y no trabajó de cosechero en el campo, su madre y yo lo hicimos y nadie nos dio nada, al contrario, cuando pudieron nos sacaron sin piedad, ¡el que no cuida no merece tener! Fin del tema. En casa la vida era simple, nos levantábamos de madrugada y después de desayunar leche con pan nos dirigíamos a nuestras 18


obligaciones. Por la comida no había problemas, porque cuando íbamos a las estancias a llevar pedidos solíamos traer animales salvajes y uno que otro ternero ajeno que cazamos en el camino, y como todos los días había un viaje, la carne abundaba en nuestra mesa y la que sobraba se la vendíamos a los peones. En uno de esos numerosos recorridos por los campos, mi hermano Juan fue a llevar alambres y a traer cueros para nuestro saladero. En el trayecto cazo un cerdo salvaje con mucha facilidad, concluyó que debió estar intoxicado, quizás medio envenenado o enfermo, pero igual lo mató, pues para darle de comer a los perros serviría. Cuando llegó a la casa lo colgó de un árbol y avisó a nuestra madre el destino del animal, a lo cual ella protestó por la ocurrencia de muchacho y mandó a un peón a cuerearlo y trozarlo, además que le trajera un cuarto del animal. Presurosa, preparó un suculento guisado y los llamó a la mesa diciendo -¡Viejo, trae a los niños y vengan a comer algo sabroso! Ellos no se hicieron esperar y acudieron presurosos a su encuentro y mis dos hermanitos menores se sentaron a degustar el plato. Luego del festín cada uno continúo con sus labores. Dos horas más tarde se presentó ante mí un peón. Sus palabras entrecortadas por haber corrido más de 8 cuadras, me dice - sus padres y los dos hermanitos más pequeños están muy desmejorados y se quejan de dolores de estomago. Le aviso a usted por ser el mayor. Con prontitud llamé a mi hermano y le indico

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- Juan, no sé lo que ocurrirá en la casa, pero consigue un poco de los yuyos que usa mamá para nuestras enfermedades estomacales, un buen manojo de Hierba del Lucero y también de Chinchilla y adelántate para hacerles un té fuerte para la indigestión, que en un momento voy. Luego llamo al peón de este depósito y le ordeno - ¡Pedro!, cierren todo y vayan a sus casas. Le dejo un candado abierto para que aseguren la puerta, que me dirijo a ver como se solucionó el problema. Cuando llegué todos bebieron el té. Al resto de los pequeños los envié con mi hermana a la otra casa. Mientras esperábamos que mejoren y para distenderlos le conté algo que ignoraban ¿Recuerdan al viejo Lazcano? y Juan respondió sí. Volvió a preguntar -¿Saben que pasó cuando murió? El me responde - no sabía que murió por acá. Papá dijo que estaba enfermo y que tomó el tren a Santa Fe. Y gira con lentitud para mirarme y aún con sorpresa me interroga - ¿acaso conoces otro final de esta historia? A lo que le respondo - si. El verdadero final. Se agruparon mas para que bajara la voz y les cuento - tendría yo unos nueve años cuando ocurrió aquello. El viejo murió en el galponcito lindero a la barraca. Papá dijo que no tenía familia y lo cargó en un carro. Nos dirigimos hacia la estancia El

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Cimarrón. Después de viajar una legua, salimos del camino. Bajó una pala y cavó un pozo profundo donde puso el cuerpo. Con prisa lo tapó y colocó bosta de vaca y unas ramas para borrar las huellas. De regreso lo noté alegre y me dijo que fue por el ahorro realizado. Y agregó -¡no le cuentes a nadie, así es como se hacen las cosas para que salgan bien! Entre familia y entre pocos. Sabes que el viejo no tenía a nadie que conociéramos nosotros. Con lo que tenía ganado no alcanzaba para el velatorio, además es mucho papeleo. Así está todo bien, hay que ahorrar. Total para él es lo mismo estar enterrado allí que en el camposanto. Es verdad, respondió, siempre tiene la palabra justa y es atinado en sus comentarios y enseñanzas. Otra vez un quejido acaparó nuestra atención en los enfermos. No habría pasado más de media hora y parecían estar peor. Cada uno de ellos experimentaba el malestar en forma diferente. Los pequeños sufrían violentos calambres abdominales, mientras que los adultos diarrea acuosa con sangrado. Aún así todos tenían dolores de cabeza y vómitos. El hablar se había remplazado por estertores y balbuceos. Un par de horas después altísima fiebre y escalofríos. Los pequeños se desmayaron y no volvieron a despertar. A nuestros padres la respiración se les entrecortaba mucho y sus corazones parecían saltar. Unas horas más tarde los cuatro estaban muertos. Luego mandé a buscar un espejo y se los coloqué sobre el rostro uno a uno y comprobamos que ninguno respiraba. En ese momento mis hermanos estaban aturdidos y no sabían qué hacer. Les ordené cargar los cuerpos en una volanta y cubrirlos con una 21


lona. Luego los envié a la barraca e hicieron un hoyo en el piso del hueco que se había realizado para hacer una nueva pileta. Allí teníamos todo el material para construir. Un rato más tarde llegué al lugar conduciendo los cuerpos y sus pertenencias. Entre al galpón y cerramos el portón. Sin demoras colocamos los cuerpos en el pozo. Los tres me miraban atónitos pero no objetaron mi decisión y cumplieron mis órdenes por respeto y porque les estaba sacando una difícil y traumática decisión. Mi padre a la derecha, luego mi madre y por último mis hermanitos. Le quité todo lo de valor que poseían inclusive sus dientes de oro. Entre sus cosas estaba el maletín del administrador del establecimiento donde habían ido a cosechar por primera vez. Al que después al volver a escondidas en la noche robó y mató. A ese hombre lo despojó de toda la nómina y saqueó sus efectos personales. Con el dinero, que era mucho, compramos las primeras propiedades. El aún conservaba el reloj y los anillos, en síntesis les quité todo lo de valor que tenían, inclusive en la casa y además los sepultamos con todo lo relacionado a ese pasado delictivo, allí desaparecieron todo lo que podría servir de evidencia criminal. Ahora dirigiéndome al menor le digo - ve a traer varias bolsas de cal viva, rómpelas y desparrama sobre los cuerpos cubriéndolos con una gruesa capa. Cuando hubieran terminado lo tapan con tierra y apisonen bien. Luego armen todo para cargar el concreto en el piso y las columnas de la pileta. Mañana temprano los quiero a los dos aquí, traigan los peones para construir el saladero como estaba previsto, eso borrará todas las huellas. - ¡Vamos. No se queden mirándome como tontos. Tomen las palas y

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comiencen a trabajar! Esto parece que los sacó del estupor y con premura concluyeron la tarea. Algunos de ellos sollozaban pero ninguno emitía ni una sola palabra. Momentos antes de sus últimos estertores, Andrés me dice entre sollozos - ¿por qué no llamamos al doctor o al dispensario público? Debo suponer que habrá remedios para curar esto. Y lo traigo a la realidad, diciéndole - ¿acaso no aprendiste nada de lo que nos enseñaron durante todas nuestras vidas? Sabes que nuestros padres odiaron siempre la atención pública gratuita, porque decían que después te pedían contribución de dinero y cada que se les ocurría trataban de sacarte algo, ¿Mira si a causa de los remedios se salvaban y tan luego allí. ¿Que nos dirían? ¡Que somos unos derrochones. Que desoímos sus enseñanzas. Que sienten vergüenza de sus hijos! y nos echarían de sus vidas. ¿Acaso pretendes que nos odien nuestros padres? ¿No verdad? Se hizo un gran silencio. Bueno ahora sé que ellos están orgullosos de nosotros, de nuestra forma adulta de proceder conforme a sus enseñanzas. Mañana les diremos a todos que viajaron de última hora a Buenos Aires. Dentro de un mes diremos que se quedaran a vivir en la casa de los abuelos. Créanme que dentro de un año nadie se acordará de ellos. El tiempo todo lo cubre con una gruesa capa de olvido. Así fue como seguimos cuidando todo, como cuando ellos vivían, por muchos años más. Mi hermano Juan cumplió los 25 cuando quedamos solos y me 23


convertí en la cabeza de la familia. Muchas cosas nos sucedieron en esos años. El conoció a Ekaterina, la hija de don Dimitri en l969, trece años después que murieran nuestros padres. Juan y Andrés trabajan juntos y recorren toda la zona realizando compras y ventas de diversos productos. Ella vivía con su padre y su madre doña Svitlana. Su madre tenía un marcado acento extranjero. Todos habitaban unas productivas tierras de su propiedad, al norte de esta localidad. Ekaterina tenía 19 años, rubia, delgada pero fuerte y muy bonita, no obstante siempre trataba de disimular su belleza vistiendo ropas descoloridas y cubriéndose el cabello con un trozo de tela gris. Trabajaba todos los días desde el amanecer en el campo junto a su padre y hermanos menores. Su piel estaba curtida por las inclemencias del clima, pero aun así, al verla Juan quedo prendado de ella para siempre. Ellos eran askenazis de origen pero no practicantes de la religión por la falta de sinagogas en esta zona y se unían a los miembros de otras religiones sin complicaciones. Se adaptaron fácilmente al correr de los nuevos tiempos.

Don Dimitri había viajado a Rusia desde joven, donde se casó con Svitlana originaria de la ciudad de Yalta en la península de Crimea a la costa del Mar Negro. De vestir austero y de hablar lo necesario, varias veces mi hermano y ellos se encontraron, Juan es simpático y congenió con su familia. Poco tiempo después el tomó la resolución que quería visitarla en su casa y me lo dijo. Un domingo nos presentamos allí con nuestras mejores

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ropas. Pero con anterioridad les hice saber que iríamos. Como soy el mayor pedí la mano de Ekaterina para mi hermano y allí mismo formalizamos el compromiso. El hombre no pareció sorprendido de mi elocución, pero con el evidente agradecimiento por el respeto que nosotros demostrábamos por su hija. En un momento de la conversación, como todos saben que preguntar es mi pasión favorita, interrogo al hombre - Cuénteme don sobre su viaje a esas tierras lejanas. El se acomodó y feliz que le hiciera recordar de esa aventura, me explicó de esta manera - Emigré a Birobidzhan donde conocí a Svitlana y nos casamos. Esta población fue el resultado de la política nacional de Vladimir Lenin. Con este plan agrupaba en un solo lugar a todos los judíos al este de la unión soviética, a lo que llamó la República Autónoma Hebrea. El idioma oficial fue el yiddish y desde 1928 fue para todos como la tierra prometida de Moisés. Ya que al llegar allí, miles de familias provenientes de muchos lugares del mundo, alguno lejanos como Argentina, Francia y EEUU, al observar las grandes extensiones de tierras fértiles, muchos consideraron que era las tierras de leche y miel que figuran en el antiguo testamento. Es que según el discurso de Stalin, un grupo no podía considerarse nación si no poseía territorio propio. Así creó la patria para los judíos comunistas. Aprovechando este conflicto latente, se aseguraban de incrementar los asentamientos poblacionales en la frontera con China, ya que pocos querían ir a vivir allí por la rigurosidad del clima Lo interrumpo y pregunto - ¿Y porque quería alejarlos? - Es que nosotros amamos a Yahveh, Dios para ustedes, y el comunismo es una doctrina atea. Ahora que todo parecía formidable, la

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intriga de tenerlos de regreso aquí fue mayor y le pregunto - Y si todo era tan bueno, ¿por qué se volvieron ustedes? Ahora con infinita tristeza me explica así: No tardó en surgir una actitud política contra el sionismo que rivalizaba con el marxismo. Mi esposa y yo trabajábamos en distintas dependencias de la mina, cuando todo comenzó a andar mal. Stalin mostró su lado antisemita destruyendo las instituciones judías y matando a sus líderes. Birobidzhan fue su utopía judía que ni el mismo pudo mantener. Menos de dos años después juntamos y malvendimos todas nuestras cosas y tras un largo y penoso viaje vinimos a estas tierras que estamos pisando, donde estaban mis padres. Sabes que aquí nadie se da cuenta que existimos y en muchos casos es mejor así. Luego agregó con marcada satisfacción: Ekaterina es el primer logro de nuestra felicidad. En ese momento Juan se acercó a nosotros y al oír a su flamante suegro agregó -- ¡Ella también es la mujer que amo, representa el futuro y la esperanza para mí! Ambos reímos de felicidad al verlos tan enamorados, luego comimos y bailamos. Al atardecer regresamos a nuestro hogar. Las diferencias religiosas no eran un tema de discusión entre nosotros. Creo que nuestros padres alguna vez fueron cristianos, mis abuelos estoy seguro que si, usando como parámetro de comparación las anotaciones que hiciera mi madre. Nuestra familia nunca practicó ningún culto religioso ni tampoco nos inculcaron alguna fe, es más, muchas veces estuvieron en directa oposición a muchas de las 26


enseñanzas cristianas. Ellos siempre decían -- nosotros les damos permiso que practiquen cualquier tipo de religión, mientras no cause gastos y no esté en oposición a nuestras enseñanzas. Seis meses después se casaron y fueron a vivir a la casa de los viejos, que ahora estaba deshabitada, a causa que mandé a refaccionarla un poco. Ella parece que se hubiese criado en el ceno de nuestro hogar, se levantaba de madrugada y realizaba toda la limpieza, barría el patio y preparaba los desayunos. Los años siguientes fueron buenos para todos y mas para ellos pues ahora tienen cuatro hijos bellos y educados. Pero como la sociedad es más abierta en sus conceptos, acaso porque todos tenemos mayores accesos a las informaciones y por consiguiente a la cultura en general. Ahora los chicos parecen más inteligentes y cada uno muestra con libertad sus vocaciones y su carácter; tres de sus hijos son comerciantes como su padre pero continuaron concurriendo a la escuela hasta recibir un diploma. Pero la mayor María Ester es distinta a todos. Sería por las compañeras del colegio o por nuestros vecinos, no lo sé, pero ella es una cristiana acérrima. Nunca comprendí donde había adquirido esos valores. Desde niña lo demostró siendo piadosa y desprendida al regalar los pocos juguetes que le conseguíamos. Con respecto a nuestras actividades las cosas habían cambiado mucho con los años. Ahora poseíamos una inmobiliaria donde vendíamos los muchos terrenos, los que teníamos en esta ciudad y en

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otras. Cada tanto evaluamos las deudas que tenemos con el municipio y en pago le entregamos algún terreno para saldarla. Evitamos poner dinero y de paso nos libramos de los más bajos e invendibles. Solo uno de los cinco galpones fue un saladero y ya no está en uso, de los restantes tres son depósitos de chatarras, papeles de rezago, huesos y vidrios, que recolectábamos y comprábamos en esta y otras zonas. Nuestra nueva rubro es la comercialización de materiales recuperados y el alquiler de maquinarias viales y pesadas. El terreno de ese galpón sobrante es donde están sepultados los cuerpos. El lugar estaba en ruinas, las chapas del techo muy corroídas y le faltaban grandes trozos a causa de la constante humedad y la sal, pero por sobre todo, la absoluta falta de mantenimiento. Algunas paredes están buenas pero las piletas rotas, de las que solo quedaban los pisos. Lo teníamos abandonado en los últimos años. Hemos prohibido que los niños entren por miedo a que caiga el techo o la mampostería sobre ellos. Sin embargo el terreno cuando lo adquirimos quedaba en los límites del ejido municipal, hoy es parte de un populoso barrio de gente que lucha por progresar. Este saladero y terrenos aledaños ocupan una amplia parcela, lo que conforman una pequeña manzana. Frente a esto edificaron una iglesia católica, la que todos conocen como la capilla de la barraca. Un mal día la municipalidad me exigió que construya una vereda perimetral en ese predio y que solucione la seguridad, mas el aspecto correspondiente a la belleza general del barrio, sin olvidar el centro de alimañas en que se convirtió. Todo esto acarrearía un gasto importante. Ellos propusieron recibirme por una buena cantidad el lugar, pero es bien sabido que allí no se pueden hacer grandes excavaciones porque 28


quedaría al descubierto nuestro secreto. Reúno a mis hermanos y propongo una solución magistral, todos aceptan si bien algunos de ellos no comprenden mi nueva actitud. Al otro día mando a los jornaleros a retirar todo lo que esta plantado allí, desde las chatarras hasta la estructura del galpón, pero doy orden de no retirar el alambrado circundante. Una semana después esta todo limpio. Un lunes a la mañana llegan los camiones con los ladrillos, cemento, cal y demás elementos útiles para tal fin. Comienzan a construir la acera perimetral el doble más ancha que lo habitual. Un agrimensor tomó las medidas y dirigió el nivelado el terreno, respetando indicaciones precisas que hemos dado. Ahora todo está listo para completar los paseos interiores que naciendo del centro cruza en todas direcciones el lugar. Esto comienza a tomar forma. Donde estaba la pileta principal, sobre la misma loza mandé a construir un monolito en el cual colocamos una figura de un carro tirado por caballos como los que usábamos de transporte al llegar como recordatorio del arribo de nuestros padres a esta comunidad. En una saliente del mismo descansa una placa de bronce. Colocamos jirafas de iluminación en el centro, en las esquinas y a la par de los pasillos donde hemos colocado bancos de cemento acompañados con farolas y cada diez metros un canasto como basurero. En un sector hice colocar un arenero y hamacas, sube y bajas, toboganes y otros juegos infantiles para los más pequeños y varios bebederos diseminados por el lugar. Después de plantar muchos lapachos y llenar los canteros de plantas con flores y césped la plaza estaba terminada. El día antes de la inauguración retiramos el alambrado y cercamos el monumento con una

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cinta roja. No fue casual que esa mañana fuera el aniversario de la muerte de nuestros padres y hermanos, secretamente elegí que la inauguración coincidiera. Estábamos todos allí. Cortamos la cinta y el sacerdote de la Capilla vecina bendijo el lugar. Al descubrir la placa se puede leer la siguiente leyenda “Este lugar de esparcimiento es donado por la familia Domínguez a la comunidad a la cual arribó con sus anhelos en 1920”

Cuando se termina de leer esto, el cura dice a todos los presentes: - Esta es la generosidad, virtud que vence a la avaricia. Hace una pausa recorriendo con su mirada a todos los presentes y acomete con más ímpetu, - Digna de ser imitada por todos. Es claro ver por sus acciones, que estas personas fueron educadas en una familia con sólidos fundamentos cristianos donde la bondad, la piedad y el amor al prójimo se practicaban a diario. Para mayor prueba vean a María Ester y comprenderán lo que digo. Y concluye diciendo: - Nunca un nombre estuvo mejor puesto que este: “Plaza de las virtudes”. Todo el barrio aceptó con júbilo el lugar. Este es un sentimiento extraño. Por años hemos vivido en un régimen de mezquindad, codicia desmedida y ahorrando mas allá de la coherencia. Lo reconozco ahora desde esta nueva posición. Pero en esos años, escuchando cada día las enseñanzas de nuestros padres me parecía que era lo mejor ya que no teníamos otros 30


parámetros para comparar. Las enseñanzas familiares son como los preceptos religiosos, se los acata sin pedir explicaciones. Cuando las enseñanzas vienen de los padres nunca se piensa que podrían estar equivocadas. Estoy consciente que somos reflejos de ellos pero también puede ser una vil excusa para renunciar a mi responsabilidad por mis acciones pasadas. Es que en alguna parte del camino, ya sea porque conocemos a otras personas y nos comparamos a otras familias con diferentes valores, en ese instante comprendemos que existen otros métodos de vida y por consiguiente otros resultados. Al ver a María Ester nacida de nuestra impiadosa familia, de la cual absorbía y transformaba todos los valores morales y cívicos, es difícil de creer que esta personita maravillosa naciera aquí entre nosotros y se inclinara hacia la caridad. Ella poco a poco despertó en mí un sentimiento desconocido, al principio me sentía molesto de oír sus comentarios tan contrarios a nuestras costumbres. Recién ahora comprendo la diferencia cuando ambos caminamos por el barrio, es cuando alguien se detiene junto a ella es para sonreírle, palmearla o darle un beso. Eso a nosotros nunca nos había pasado, la gente siempre nos esquivó o nos miró con desprecio. Ahora ellos también me sonríen con amabilidad. Hace algún tiempo acompañé a mi sobrina querida a un servicio religioso en la capilla que esta frente a la plaza, me sentí confundido y a la vez emocionado. Al principio me invadió la 31


culpa porque sentía que estaba traicionando a mis padres, pero superé la duda porque ella se dio cuenta de lo que me estaba pasando y tomó mi mano con fuerza. En ese instante en que me sentí un niño perdido ella me rescató. Salí distinto de allí. La vejez me trajo costumbres de quietud y largos descansos en la plaza bajo una glorieta con una planta trepadora de Santa Rita, de la que colgaban muchas guirnaldas de flores rosadas, de esta forma sutil coincidía con aquella otra glorieta de los abuelos, que mi madre habría detallado alguna vez. Una mañana estuve sentado frente a la tumba de mis padres cuando ese muchacho se acercó y con mucho respeto me pregunta - disculpe señor, por distraerlo de sus cavilaciones. Pero estoy buscando a mi familia desde hace mucho tiempo y según me han indicado usted es el mayor de ellos. Con mucha curiosidad recorro con la mirada al muchacho. Es alto y usa el pelo algo largo, como es invierno lleva un chaquetón de cuero marrón y sobre su hombro derecho un bolso marinero de color verde oliva. El mantiene su mirada limpia en la mía y le pregunto: - ¿qué apellido es el suyo joven? -- Domínguez. De su rostro caía una lágrima cuando me respondió: -- Soy Jorge Alberto Domínguez, el bisnieto de su tío abuelo 32


Cosme, el santiagueño. De pronto todos los recuerdos escritos por mi madre vinieron a mí. Y le respondo - Nunca he visto imágenes de él, pero lo conozco tanto que no podrías creerlo. El da otro paso y se acerca al banco. Me paro y lo abrazo con infinita ternura, la emoción ya no me permite hablar. Ahora estrechados en un largo abrazo estamos llorando de alegría.-

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Sé que todo podría terminar aquí y aunque no escriba ni una palabra más, está bien documentada nuestra existencia; pero ahora con la aparición de este muchacho, me obliga a revelarles los orígenes de todos, desde el comienzo mismo y buscar una similitud entre en las historias del inicio, quizás en la lectura perspicaz se aprecie una falla evidente que demuestre que no somos una utopía. Ahora paso a explicarles: Mi madre de joven fue una persona distinta a lo que conocimos nosotros, tenía la ambición de ser escritora por lo que practicaba mucho en su habitación hasta aquel fatídico viaje hacia el interior de la locura. Mi abuelo paterno contaba sus vivencias, a lo que la familia llamaba el éxodo santiagueño y ella hizo esta introducción a todos los demás relatos: “En las reuniones familiares, más los domingo antes del almuerzo. Siempre había algún invitado que venía a degustar las comidas típicas que preparaba mi mujer, quien trajo las recetas desde el ceno del hogar de sus padres. Los platos típicos porteños tenían una total falta de creatividad, aún con la variedad de productos. El primer plato en todas las mesa era la sopa, con pan tostado, arroz o fideos. Luego lo más

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usual era el puchero de carne o de gallina y carbonadas con legumbres y patitas de cerdos, además el locro y la humita, infaltables. Pocas veces empanadas, la carne de vaca asada, Poco vino y de postre mazamorra, cuajada, natilla. Luego fue mejorando con la llegada de los inmigrantes que trajeron sus comidas y el uso de los condimentos, como los piamonteses con su bagnacauda, la infaltable cebolla de los judíos, de los pueblos del mediterráneo la albahaca y del orégano; los genoveses, con su minestrón. Pero para los dirigentes de las empresas el efluvio del ajo siempre representó el olor de la pobreza. Postres como la 'pasta frola', que lo llamaban así porque hacía recordar a las tarimas de los barcos por sus tiras de masa. Mi suegra, fiel a sus orígenes, intercalaba Morones, el Ilunchao y de postre las exquisitas Quisadilla. Luego de un tiempo todos los sabores se hermanaron. En esta ciudad convivían muchos estratos sociales, financieros y culturales. Nosotros pertenecíamos a un grupo de gente simple, de nativos y extranjeros que se mantenían unidos por valores morales, con aceptable instrucción y los bolsillos flacos; pero también hubo otros grupos, uno de los cuales se mantenía a la moda que llegaba de Europa y danzaban al los ritmos de los valses y mazurcas y también polcas y chotis cuyos capitales hacían mover el comercio y la industria, esto daba un flujo constante de trabajo y dinero. Además, más allá y diseminados los burdeles y arrabales, aquellos lugares orilleros reservados al malevaje, donde se embriagaban oyendo candombes, habaneras y milongas. En un crisol se fundían 35


delincuentes, mujeres de vidas licenciosas y la soldadesca mal entretenida junto a los conductores de carretas”

LJ Ahora vienen las historias que fueron contadas hasta el hartazgo por mis abuelos santiagueños y en todas las oportunidades que tuvieran. Mi madre los oía como hechizada por la aventura realizada. El abuelo José poseía el don de relatar todo con la pasión y el estilo propio del que cuenta trozos de su vida. Por la tarde y de regreso a su dormitorio escribía todas esas historias, como si el mismo lo hiciera, en primera persona, como ahora los transcribo. Si había alguien que pudiera plasmar en relatos las vivencias del abuelo, sin lugar a dudas era ella y los guardó en una caja de madera por siempre, quizás para que se sepan sus orígenes o para justificar que nada de lo que tenían fue de los que quedaron allá. Por la razón que fuera no importa, el caso es que encontré esos papeles amarillentos y quebradizos a los que ella llamó “el diario del abuelo” los he leído infinidades de veces, por eso cuento todo como si hubiese estado allí junto a ellos.

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Los que continúan son los escritos más antiguos. Era aun de noche en ese 30 de septiembre de 1900. El cielo estaba despejado, una infinita multitud de estrellas lucían como un bello domo. Tenía casi 29 años, pues los cumpliría al mes siguiente. Mi nombre es José Apolinario Domínguez. Soy el segundo de ocho hijos de don José Amancio y doña Tomaza Benedicta de los Ángeles Gutiérrez, nacido en un paraje de Santiago del Estero en el año 1871. El trajinar con el ganado me mantenía delgado y fuerte. No soy muy alto pero debo tener como un metro setenta. Con el cabello castaño, la tez clara y los ojos verdes oscuros. Soy diestro y digo que mi voz es común, pero mi mujer dice que es muy agradable, será porque me ama o porque hablo con pronunciadas pausas. Llevaba una bolsita colgada de la cintura con algunas balas, unas pocas monedas que solo gasto en contadas ocasiones y algunas veces un puñado de golosinas para sorprender a mis hijos. Casi no dormimos esa noche. Al levantarme vi a nuestros perros atados para evitar que nos siguieran y al final tener que abandonarlos a su suerte entre los extraños, Aun faltaba varias horas para el amanecer pero nos apresuramos a

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vestirnos. Las mujeres polleras tejidas de lana que llegaban hasta los tobillos, blusas ajustadas y el rebozo. Muchos vestían calzoncillos largos, chiripa de bolsa y botas de potro; pero nosotros preferimos las bombachas y las botas fuertes. En la cabeza 'chambergo' con pañuelo atado abajo, otros 'boina vasca'; pero todos usábamos camiseta y faja de lana, pañuelo al cuello, poncho, cuchillos a la cintura y boleadoras. Subieron las mujeres y los chicos pues comenzaba nuestro peregrinar hacia el sur, al encuentro con las vías del ferrocarril en la población de La Banda; nos pusimos en marcha acompañados por la familia de Ramón y Victoriana, junto a estos últimos sus hermanas y cuñados, algunos a caballo otros por turnos hacían de picadores o sentados en los pescantes de alguna de las cinco carretas tiradas por tres yuntas de bueyes cada una. Mientras cabalgaba, de tanto en tanto, observaba aquella en la cual viajaba mi familia, tenía de techo varios cueros negros de toros, cortados y cosidos con prolijidad. En ella mi esposa Epifanía y mis tres hijos son todo lo que necesitaba para ser feliz, pero los niños aun sin darse cuenta requerían de mucho más. Aun eran pequeños, Pedro Abdón de cinco años, Tomás Segundo de tres y Manuel Benigno que nació hace dos meses. Ellos iban custodiando nuestras cosas de valor, algunas de las que habíamos conseguido con años de trabajo en esa región, ropas y enseres con los cuales disfrutábamos de las pequeñas cosas de la vida, sabía que eran pocas, algunos podían decir que era menos, pero para nosotros eran 38


las necesarias. Todo lo que quedó en el lote donde vivíamos, desde la casa hasta el telar de mi mujer, más un ato de chivos y ovejas se las obsequiamos a mi hermanita María Concepción y a su marido. Ella acababa de casarse con un muchacho guapo y honesto como no hay dos. Aun estoy feliz de que en nuestro hogar no se apagara la esperanza, en ese que fuera nuestro patio, nuestros sobrinos harán travesuras y tal vez un día pueda conocerlos. Marchábamos con premura por este terreno conocido para aprovechar mejor el tiempo. Todos por turnos ayudamos a conducían una pequeña tropilla, varios bueyes de recambio y otros de para utilizarlos en situaciones de subidas o barriales a los que llamábamos “cuarteros”, además algunas montas de reserva y los terneros para proveernos durante el viaje de carne fresca y de grasa que servía para evitar el desgaste con la fricción de las masas de las ruedas y los ejes, ya que ambos eran de madera. Fue la madrugada más oscura y fría de mis últimos años. Desde que partimos tenía ese sentimiento extraño, es como si de pronto la tierra me reclamara esa huida de lugar. Por momentos los árboles me parecían más grises y el terreno más agreste. Tantas veces había recorrido estos caminos con toda confianza y en esos momentos me sentía extraños en ellos. El pinto que montaba también sentía en mí ese hilo de temor y caminaba nervioso 39


moviendo las orejas y sacudiendo la cola, se asustaba y me costaba mantenerlo al paso. Para darme mayor confianza y de pura protección nomás, llevaba cargado mi fusil Rémington 1871, el cual al regalármelo mi padre me contó que esas armas las introdujo al país el entonces presidente don D.F. Sarmiento para armar al ejército, pero aun así sabía que no era eso lo que me custodiaría, pues no estaba entre la vegetación, ni a la vera del camino, ya que no vuela, no se arrastra ni camina sobre sus patas. No me asechaba desde las sombras ni me observaba desde la luz. No era corpóreo ni etéreo. Era mi propia angustia de abandonar los anhelos depositados allí. En cada paso iba dejando un trozo de mí, pero no cedía. De lejos se que parecía de una sola pieza, pero la verdad es que era un manojo de tristezas, llantos y añoranzas. Marchaba cobijado por el oscuro manto de la noche. Solo presente por mi voz en el arreo y el resoplar alerta del potro que montaba. El sendero serpenteante, dividía nuestro antiguo terreno por la mitad. El camino cruzaba montecitos y badenes secos. Más allá de la pequeña isleta de chañares estaba el diminuto estero, donde la vegetación cobraba vida. Ahora transitábamos con tristeza por esas tierras donde nos criamos al amparo de Dios y donde conocíamos hasta la ubicación

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de los nidos en los árboles. Sabíamos dónde estaban los panales donde extrajimos las más exquisitas mieles y en algunos recodos divisábamos a las vizcachas bajo la luna llena. El precario camino era por momentos solo una picada polvorienta. Cruzado a lo ancho por huellas de pumas, tortugas y las inconfundibles marcas zigzagueantes de las víboras junto a las de las pequeñas aves que recorrían el lugar en busca de semillas. Cerca del arbusto Barba de diablo, las cuevas de los tatúes. Aquí la tierra tiene rastros de salitre y de noche parecían blancos senderos bajo las copas de los árboles. En este primer día, casi todo el trayecto Ramón y yo cabalgamos juntos. Era curioso y conversador lo que hace más ameno el trayecto. En un momento me dice - cuénteme algo de su niñez. Esto no la esperaba. Siempre es bueno recordar los momentos de mi infancia. Vinieron a mí los aromas y el bullicio de la casa de mis padres. Me veo siendo niño en el amplio patio que rodea la edificación. Sé que estoy sonriendo, pues estos fueron momentos muy felices. Mi padre había sido comerciante de hacienda y viajaba por las principales ciudades del norte. Mi madre, por el contrario,

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pertenecía a una familia tradicional, ricos venidos a menos, pero educada en la mejor y rigurosa enseñanza del colegio de monjas. Acostumbrada a desplazarse bajo un atento control, manteniendo la disciplina en todos los aspectos de esas estrictas reglas de comportamientos. Con los atuendos sobrios y de colores lúgubres que no permitían resaltar su belleza. Controladas en su comportamiento en público, jamás saludarían a un extraño. Por consiguiente si mi padre no hubiese recibido aquella invitación del suyo, nunca se hubiesen conocido. El llego a esa magnífica casa un 9 de julio de 1863 en conmemoración a la fecha patria. Ambos dicen que fue amor a primera vista. Luego de cinco años de formal noviazgo contrajeron matrimonio. Ella tenía diecinueve años y el treinta. Los negocios de mi padre desmejoraron y regresaron a la hacienda que estaba al cuidado de su hermano Timoteo. La estancia se llamaba “Las Breas” pero al llegar le cambió el nombre por el de “Doña Tomaza” en honor a ella. Ese lugar era magnífico en muchos aspectos. La casa de estilo colonial en el centro del parque, al fondo los corrales, galpones, almacenes y las casas de los peones y criados. Allí todos éramos tratados con cortesía. Peones, hijos y criados eran respetados. No recuerdo ni una vez que mi padre le haya levantado la voz a alguien. En cada uno de nuestros cumpleaños ellos nos regalaban una yunta de bovinos y una de equinos. Mi padre nos decía - el día que quieran independizarse comenzaran con tropilla propia, que no es poco.

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Al principio no comprendimos su mensaje pues éramos niños. De grandes agradecimos su buen criterio. La educación en esa casa era rigurosa para todos. Mi madre creó una pequeña escuela donde debíamos concurrir todos los menores sin distinción hasta los quince años. Allí nos instruyó en matemáticas, lengua, ciencias, cortesía y religión. Desde que recuerdo mi hermano mayor Cosme y yo fuimos inseparables. Tengo una cicatriz, la cual conseguí de muchachito al rodar por el campo. Este accidente me dejó una marca de por vida, bien disimulada bajo la tupida barba la cual controlo con asiduidad que este bien recortada y a él le quedó una renguera al fracturarse una pierna un día que los dos corríamos ñandúes y su montado rodó - Se soldó mal el hueso, a causa que es muy inquieto! - dijo mi madre. Pero esto nunca le impidió realizar las labores con total eficiencia. Aun desde niño todos me trataron con inusual respeto porque soy muy reservado. He aprendido a no dar opiniones en cosas que no me afecten en lo personal y hablo con tranquilidad, para hacerme entender y para no tener que repetir las frases. Luego los dos callados cabalgamos por un largo rato. Algunas veces como esta, vamos a la retaguardia. Esta posición en la caravana o en el arreo de tropillas es un lugar bastante

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desfavorable, ya que se recibe todo el polvo que se levanta, pero alguien tiene que hacerlo para dándole seguridad el grupo. Ramón es muy responsable, posicionado a mi izquierda cubre todo ese flanco. Lleva una escopeta de avancarga sosteniéndola por el caño y apoyando la culata sobre la montura. Arma letal si las hay, de chispa, usada por los gauchos y paisanos pobres de estas tierras. Para esta época ya son antiguas y poco apreciadas porque cargarlas representaba un tiempo y un cuidado muy especial. Era bastante certera aunque con la dificultad que solo disparaba un tiro. Después de unos instantes, se replegó hasta la carreta donde viaja su familia. Su mujer es de baja estatura, morocha, simpática, robusta y sus seis hijos obedientes y respetuosos, nunca han salido de esta región; hoy viajan al sur a trabajar en una estancia. Me quedo solo y me aseguro el chambergo con un pañuelo atado abajo. Pienso en el resto de nuestras armas pues hay bandoleros, en las carretas las mujeres llevaban cargados los trabucos naranjeros, que era la versión reducida de avancarga. Poseían el cañón de bronce y la boca como un embudo admitía cualquier tipo de perdigones. Ellas aun siendo poco hábiles en el uso eran bastante certeras con estas, pues lanzaban una lluvia de metal sobre el oponente. Todos los varones con ponchos, cuchillos a la cintura y boleadoras, como era la usanza común. Pero mi esposa tenía un revólver francés un Chamelot-Delvigne modelo 1873, calibre 10 mm, que le regalara mi madre cuando nació nuestro primer hijo. Es que aún con los seis perros, es bueno tener una solución extra. Mientras vivimos allí estuvo en una funda 44


de cuero, en la pared interna de la casa, cargada, reluciente y lista para ser usado.

f El andar de mi montado es uniforme y suave. La mansedumbre del animal me permite cavilar por largos ratos. Miro a mi esposa y recuerdo nuestra conversación del martes por la mañana. En absoluto silencio, bueno decir que el silencio es absoluto en el medio del campo es algo absurdo. No existe un momento así donde el silencio te envuelve y aísla de todos los sonidos, es que me refiero al momento en que nadie te habla. Veo a un grupo de tordos y llamo a Epifanía -¡Mujer!- le grito esperando que las aves no se espanten. Ella me mira y haciendo señas con las manos, la vuelvo a llamar en silencio. Se acerca sigilosa y le digo - disfrutemos del canto de las aves, mira qué hermoso concierto de trinos nos regala la naturaleza. Y agrego -Amor mío! se que lloraré cuando recuerde estos momentos, pero más lloraría si no tuviese estos recuerdos. Ella comprende mi tristeza, se acerca más a mi lado y acariciándome la espalda, me dice - abandonemos este proyecto si la lejanía te causa tanto dolor, no quiero que tu alma quede

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atrapada en la tristeza. Sabes que no quiero que cambie tu humor por ningún motivo, te amo desde que vi tus ojos por primera vez, con esa alegría contagiosa y espontánea. No te preocupes, pues se que saldremos de nuestros problemas aún cuando continuemos aquí.Luego de decir esto se quedó callada junto a mí. Mientras escuchábamos cantar a las aves ajenas a nuestras palabras, luego busqué su mano y la tomé con suavidad y firmeza, mientras me agacho hasta la altura de su oído y le susurro - sabes que hemos hecho planes a los cuales no renunciaré. Es un futuro prometedor para nuestros hijos. Ella me conoce muy bien. Mientras se para de puntas de pie, para alcanzar la altura de mi hombro, sonríe y me dice - Se que no renunciarás a nuestros anhelos, pero quiero que sepas que de ser así, te apoyaré en todo. A lo que le respondo - Gracias mi vida- La besé y me alejé de allí.

En ese momento que estoy saliendo de ese recuerdo y al punto que me metería en otro, escucho que me necesitan para levantar un ternero que al pisar una vizcachera, rodó y se quebró la pata. Al llegar al animal veo que Ramón lo había degollado y entre los dos

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lo desollamos y lo cargamos en la última carreta. Al momento de quedar solo pienso en esos sonidos que nos acompañaron desde el amanecer de toda nuestra vida y nunca nos detuvimos a oírlos con claridad. Ahora el canto del viento entre las ramas de los Quebrachos, de las Breas y las melodías de los benteveos o calandrias nos llama a silencio, dejándonos abstraídos por interminables y mágicos instantes. Con frecuencia podían vernos, apoyados en algún Mistol o acariciar la corteza rugosa de un Chañar e inclusive saborear las frutas de las Tunas, Quiscaloros o Cardones. Así tratando de atrapar más vivencias redescubrimos el sabor de los guisados de Chuñas y de Martinetas, en ocasiones, nos deleitamos con el canto de los Zorzales, sumado a estos el color atractivo de los Cardenales. Hallamos en el gusto primitivo los Sacha membrillo y anécdotas divertidas de nuestras mocedades. La nostalgia nos contrariaba pero levantábamos el ánimo al comprender que luego de nuestra partida quedarían atesorados en nuestros recuerdos para ayudarnos a sobrepasar los momentos de melancolía. Para el medio día, divisamos el mojón que marcaba el fin de la zona familiar.

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Nadie se detuvo. Más adelante sentimos una profunda pena, lo sé porque vi sus rostros apesadumbrados al comprender que nos alejábamos para siempre de nuestras raíces. La angustia apresó nuestras almas, hizo brotar lágrimas y puso cerrojos en nuestros labios por un largo rato. Ahora nos sentíamos huérfanos, despojados de todo lo que nos daba seguridad y cobijo, solo nuestros recuerdos podrían rescatarnos de la tristeza, que se acrecentaba a cada paso. Ellos nos mantendrían a salvo de nuestra desazón por el resto de nuestras vidas. Atrás quedaron nuestros afectos, comadres, cuñados, sobrinos y primos. Todas las partes se despidieron con la vana promesa de volverse a encontrar, pero los unos y los otros sabían que esa frase solo facilitaba la despedida. El hecho en sí era una utopía, la distancia era enorme, la aventura que emprendíamos en esos instantes era improbable para muchos de otros, la sola idea producía pavor. Otra cosa que nos acompañarían por siempre son las creencias regionales. Dicen las abuelas santiagueñas, que el Basilisco es una víbora con patas y cabeza de gallo. Que mata con solo mirar a los ojos a las personas. Además su aliento es tan fuerte, que marchita las plantas. Que nace de un huevo de gallo puesto a la medianoche,

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sin yema, y empollado por un sapo. No rapta, ni asusta. Vivíamos en una colonia de criollos, las voces quichuas se mezclaban con el castellano antiguo dándole una tonada especial, en las reuniones entre violines y percusiones bajo la rala sombra de los algarrobos, entre luces de candiles y el sabor áspero de la aloja, fuimos felices. Los habitantes de estas latitudes son sencillos y amenos. La actividad rural es reducida como el progreso. Así nació la idea, primero fue como un comentario al pasar, pero luego anidó en nuestras diálogos y creció hasta opacar todos los otros pensamientos. Este era un proyecto muy riesgoso pero viable. Primero vendimos nuestros hatos de ganado y eso se invirtió en destino. Y un tiempo después todo el resto de los bienes. Pero a la vez que crecían las expectativas del viaje otras cosas cobraban una importancia inusitada. Esas que hasta entonces habían sido parte de un todo casi imperceptible, como el trino de las aves. El ganado pastaba con libertad en esa región, por la ausencia de alambrados y porque la mayoría de los terrenos eran fiscales y los pastos en esa zona son buenos forrajes naturales. Nuestro principal capital era una tropilla de unas cuatrocientas mulas, ya que existía un buen comercio de estos animales con Bolivia, Salta y Jujuy. También tuvimos un ato de vacunos, yeguarizos y asnos.

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Como era costumbre en esos parajes se le daba poca importancia y no les dábamos ningún cuidado las ovejas, cabras y cerdos, solo los teníamos para consumo del hogar. Este es un nuevo día de marcha. El cuñado de Ramón, Eusebio tiene mi edad, pero un poco más alto. Es el que va casi siempre a la vanguardia buscando los mejores lugares para pasar, pero hoy va cerca de mi posición, así que se acerca a mí y me pregunta, - ¿Por qué decidieron emigrar hacia Buenos Aires? Mientras marchábamos por la picada, recordé el encuentro que tuvimos el invierno pasado, Cosme y yo como siempre pero en esta oportunidad nos acompañaban los hermanos Ramírez. Me a acomodo en la montura mientras vamos al paso y le digo Sabes hace unos años llegó a nuestra provincia el tendido ferroviario. Este singular transporte trajo nuevas perspectivas comerciales. -Presta atención porque esta es una situación muy especial, la cual nos hizo averiguar todo lo que sabemos ahora, sobre el progreso en la provincia. Nosotros arriábamos una pequeña tropilla hacia el este. Hacía un frío poco habitual, envueltos en nuestros abrigos, tratando de mojarnos lo menos posible con la llovizna intermitente de ese día plomizo. Los vimos desde lejos desplazarse con lentitud por el llano. El grupo estaba compuesto por toda una familia, con una carreta que llevaba por lo que se podía apreciar herramientas y enseres. Todo el 50


grupo se trasladaba a pie, mientras cuidaba los bueyes y las pocas vacas. Guiamos nuestro ganado en su dirección para poder hablar con alguien más en esa soledad. Al comprender que tratábamos de interceptarlos se detuvieron y aguardaron nuestra llegada. Acerqué mi caballo al que parecía guiar al grupo, y este me dijo - ¡buenos días!, apéese y descanse. A lo que conteste el saludo y respondí - lástima que no haya leña seca, mi hermano trae en el anca un carpincho que cazó hace un rato y podríamos compartir un guisado entre todos. El hombre sin decir más, fue hasta la carreta y sacó la leña que yo requería. Con prontitud otro de ellos hizo el fuego. Creo que no habían probado bocado por más tiempo que nosotros, por la prisa de llegar, pensé. Hacia largas horas que no despuntábamos el vicio y esa era una buena oportunidad para tomar unos verdes. La más joven puso una gran pava al fuego recién encendido mientras mi hermano colgó el animal, lo despojó del cuero y trozo la carne con baquía. Luego de que en la olla caliente colgada en el trébede en el medio del fuego y la carne chirriante se cocinaba, nos sentamos al reparo de la carreta pues el viento frío arreciaba a compartir un poco de tabaco. Primero hablamos del clima y de los sembradíos. Cuando me pareció que ese tema estaba agotado, aprovechando que la charla era más amena, entre los mates y el humo de los cigarros, les digo - Que bueno que hay ese trabajo de los obrajes!

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Es algo que trajo el tren. Dirigiéndome al mayor que es santiagueño como yo le repito: - ¿Qué bueno, No? En ese mismo instante el silencio descendió sobre nosotros. La tensión entre ellos me sorprendió ya que estaba seguro que no había tratado de ofender a nadie. El hombre con el rostro desencajado respondió - ¡Ni tan bueno!- Mientras se ponía de pie. Mis dos compañeros que estaban cuidando el ganado, aunque no oyeron la conversación, con solo ver la actitud del grupo cada uno se acercó con lentitud y armados. No somos gente de pelea pero si precavidos, Cosme llevaba en bandolera una “escopeta relámpago” tipo Lorenzoni, 1857 Ya tenía la mano sobre el mango de mi facón cuando habló la abuela y dijo -Perdónenos señor, nosotros sabemos bien lo que son esos obrajes, y su sola mención nos llena de ira y tristeza. Aclarada las cosas me senté, pero Cosme se mantuvo alerta por un largo rato. Reanudé el diálogo y esta vez con el interés de enterarme de los pormenores, pregunté con mayor cuidado - Dígame buen hombre, estos obrajes, ¿cómo son? - El mira a su madre y ella asiste que me

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explique. - Verá usted, primero tientan a los peones rurales y a los pequeños agricultores con falsas promesas. Los pregoneros dicen “dejen de luchar contra el clima! Trabajen cómodos y por una paga digna”. Hace un corto silencio y si salir de su tristeza, expresa - ¡pero todo es mentira! Mientras arroja al fuego un palito con el cual hacía rayas en el suelo mientras hablaba. Se paró esta vez para hablar más cómodo y prosiguió diciendo: -Parece a simple vista que el tren trajo excelentes perspectivas comerciales, pero no es así! Cargan los vagones con los productos del país, y lo llevan al extranjero. Ellos nos traen telas para su conveniencia con lo que producen la caída de la producción local. Me sorprendo por la elocuencia de su exposición y miro a su madre, ella adivinando mi sorpresa me dice - ¡se educó con los curas! Y puedo entrever una mezcla de orgullo y de satisfacción por lo aprendido por su hijo. El concluye diciendo - estos extranjeros chuparán el jugo de nuestro país hasta hartarse y cuando no puedan sacarle más, abandonarán el cuero seco, se irán y se olvidarán que existimos. Como aun no habló de los obrajes, le pregunto así -Y don… ¿Y los obrajes qué?

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-¡Ha, Esos! Ahora paso a explicarle. -- Con aire del que habla de una situación por haberla vivido, se expresa así - Estos trabajadores, alimentados con miserias, solo tortillas de harina, mates y maíz tostado, salían de sus precarias ranchadas y trabajaban hasta la noche en condiciones infrahumanas. Sumado a ser presas de las inclemencias de los climas y de los incendios forestales y aun así no podían pagar sus alimentos que les eran cobrados hasta cuatro veces más que el precio real. Desde esos instantes sin comprenderlo ya era esclavos, aunque se creyeran libres. Esto nos obligó a huir ya que no podíamos salir de esas deudas desmesuradas, a huir como esclavos fugitivos o peor, como ladrones. -- ¡Qué triste que es huir así cuando quered trabajar con dignidad! Sus ojos se pusieron brillantes y me apresuré a cambiar de tema. El guisado de carpincho estaba listo. Comimos y luego nos dispusimos a continuar el viaje. Ellos estaban temerosos que los estén persiguiendo para sacarles sus pocas pertenencias para solventar las deudas. Ahora comprendo el por qué no se detenían a comer. Luego de eso les dimos esperanzas ya que le aseguramos que nuestra tropilla borraría sus huellas, pues transitaríamos medio día por el sendero que los trajera hasta allí. Este gesto de nuestra parte les devolvió la alegría y se alejaron saludándonos con los 54


brazos en alto y agitando sus manos por un largo momento. Termino de relatar ese encuentro y le explico -Esta nueva organización social es la que no queríamos para nuestros hijos. Ese fue el motivo fundamental para nuestro destierro. Luego de oír esto hizo un movimiento afirmativo con la cabeza y quedó en silencio. Mientras cabalgo solo, recuerdo el primer día de viaje de regreso con Epifanía rumbo la casa de mis padres, que era también la mía. Ella cabalgó a mí lado todo el día aun pudiendo venir con comodidad sentada en el carro con las provisiones. Por las noches dormíamos vestidos sobre unos cueros de ovejas curtidos y cosidos. Me acomodaba junto a su espalda y la abrasaba con ternura, quietos y muy juntos cubiertos con ponchos bajo la carreta. A nuestro lado se acurrucaban los perros ellos custodiaban el campamento a toda hora. No haríamos el amor hasta llegar a la estancia ya que nuestra pareja tenía la intención de durar toda la vida y no había motivos para apresurarnos. Todo el grupo estaba atento a nuestros movimientos las primeras noches, pero al darse cuenta que no haríamos nada pronto abandonaron sus pesquisas y se dedicaron a aprovechar mejor las horas de sueño. Ella era delgada como una vara y ágil. Poseía muchas habilidades para sobrevivir en zonas rurales ya que sabía preparar trampas para atrapar aves, hachear y sacar miel, hacer hornos cavando huecos en la tierra, lo que 55


mejoraba la calidad del producto a la hora de hacer torta asada a campo abierto. Sabía rastrear animales en cualquier terreno, conocía muchos remedios de monte y manejaba el telar con admirable maestría. Desde que la conocí llevaba entre sus ropas un puñal pequeño que le regalara su abuela, al cual según ella, nunca tuvo que usarlo contra nadie. Fatigados llegamos a los límites de la estancia en ese jueves. Ambos veníamos a la retaguardia, juntos parecíamos fantasmas cubiertos por la nube de tierra levantada por los cascos de los caballos y arrastrada por el viento. De allí mi padre envió a uno de los troperos a que se adelantara y diera aviso de nuestro arribo. Al rebasar el portón principal, distante unos cincuenta metros de la casa, se podía oír la algarabía donde estaban reunidos. Casi todos reían por los comentarios que hacían de mí, desde allí no los oía pero los conocía mucho pues también fui así. Al llegar nos detuvimos en una fila frente a ellos y desmontamos todos juntos. Uno de los jóvenes llevó los animales al corral y por un largo instante nos quedamos todos sonriéndonos. Los primeros en reaccionar fueron mis padres que se que dieron un afectuoso abrazo. Mis amigos y hermanos nos rodearon y se presentaron a ella sin invitación, con total naturalidad y ella a su vez les agradecía la hospitalidad. Al final de las formalidades mi madre colocando su brazo derecho sobre los hombros de mi flamante pareja la condujo hacia 56


la cocina. Antes de traspasar el umbral y dirigiéndose a ella en quechua expresó en vos alta para que todos escucháramos: - Ven querida, mientras nos conocemos te voy a enseñar como lo tienes que tener cortito a tu marido. Esto fue coronado con la risa de las chicas, que formando un verdadero enjambre las siguieron. Nosotros pensábamos para pasar nuestra primera noche juntos en una cama, no sabiendo en cual, ya que la mía estaba en la habitación de mis hermanos. Pero al saberlo mi madre se expresó con claridad y firmeza de esta manera: -

¡no compartirán dormitorio!

-

¿Por qué no madre?

¡Primero tendrán que casarse! No sé como la convenciste de lo contrario. -

No hablamos de eso en ningún momento.

Pues aquí dormirán en habitaciones separadas, no permitiré que deshonres a la futura madre de tus hijos. Ella desde hoy hasta la boda dormirá con tu hermana. Señalando una habitación amplia en la cual guardábamos cosas, pero perteneciente al mismo edificio. -

¡Pero ese es un depósito!

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Ahora ellas la están acondicionando para ese menester. Unas horas de asearnos y cenar todo estaba listo, pues no había tantas cosas y se la mantenía limpia y aireada. y cada cual fue a ocupar su espacio para pernotar después de darnos un corto beso. La extrañare acurrucada a mi lado esas noches, pero doña Tomaza no dejaba margen para discutir. Mi hermanita me advirtió que de visitarla en la noche, daría fuertes gritos para alertar a mamá. Me di por aludido y me resigné diciendo que lloraría de soledad toda la noche, tuve como sola respuesta sus sonoras carcajadas. Al despuntar el alba nos levantamos mucho más descansados pero me sorprendió la ausencia de mi querida amiga Francisca pero pronto lo olvidé. Por otra parte mi novia estaba feliz entre los míos lo expresó cuando me acompañó hasta el portón. Continué con mis labores donde las dejara antes del viaje. Mi padre envió a un peón a averiguar a la estancia vecina si había arribado el cura. Este servidor de la fe venia tres veces al año a bautizar y celebrar casamientos a los pobladores lejanos a la ciudad. La noticia de su arribo en las próximas semanas nos alegró a todos. El anciano párroco amigo de mi padre desde tiempos atrás, para él teníamos un confortante espacio listo junta a la capilla, pues aquí se había construido una, para que pudiera atender a los fieles de las inmediaciones. Un sábado quince días después todo estaba 58


listo para ese añorado momento. Mi madre había cosido con mucha dedicación un vestido blanco para ella. Por mi parte estaba nervioso con mis mejores atuendos desde muy temprano. El día anterior mis hermanos y amigos habían carneado dos novillos e hicieron tortas de maíz; cavaron la zanja y colocaron las brasas en ella, para que los trozos de carne en las estacas que permanecían en ambas márgenes, se asaran con lentitud. Nuevamente no vi a Francisca y era raro quizás tuviera esos malestares femeninos de los que me contaba a escondida. Al mediodía ya era mi esposa. Festejamos hasta la noche bajo la amplia galería donde no falto la comida, las bebidas y el baile. El domingo amanecía perezoso cuando nos retiramos a nuestro dormitorio, luego que a la mayoría de los invitados los había derrotado el sueño. La pieza había sido adornada para tal fin con cortinas y ramos de flores. En una mesita un velero encendido con su luz tenue y acogedora imperaba con magia sutil que invitaba al reposo. En la penumbra mi flamante esposa no dejaba de temblar y mantenía sus brazos lacios a la par de su cuerpo. Con infinita suavidad fui desabrochando de a uno por vez los botones de su vestido mientras me observaba con una casi imperceptible sonrisa complaciente mientras entrecerraba los ojos. Cada una de sus prendas caía con placidez sobre el tapiz de cuero curtido de oveja que estaba a la par 59


de la cama. Los suspiros que fugaban de sus labios me indicaban que mi labor estaba siendo bien realizada. Unos breves momentos después mis labios se posaban ligeros sobre su piel morena, mientras los dedos plácidos recorrían los contornos de sus caderas. Con cada beso su cuerpo se estremecía con suavidad y un suspiro se escapaba de su boca perfecta. En el ambiente se podía apreciar un agradable y vaporoso aroma a mieles que desprendía de su cuerpo y embriagaba mis sentidos. Ahora envuelta en caricias y palabras bonitas venciendo a su timidez, correspondió. Luego la levante en mis brazos y la deposité con ternura sobre la sábana blanca. Ahora el miedo había fugado y con placer se entregaba al amor por primera vez y con la pasión que guardábamos para ese momento. Luego abrasados y sin dejar de besarnos con ternura nos dormimos. Nos levantamos ese mismo día a la tarde, luego de asearnos y vestirnos salimos al patio donde mis hermanas acapararon toda su atención hasta la noche. Cuando el patio quedó desierto recién pude distinguir la figura de Francisca, aquella con la cual tenía más afinidad que con cualquiera de mis hermanas. Ella y yo nos criamos juntos y recorrimos los más recónditos lugares y al crecer, anhelábamos los mismos destinos de aventuras; Compartíamos nuestros sueños y secretos, ahijada de mis padres, tercera hija de Pedro, peón de la estancia.

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Siempre me había tratado con cariño y respeto al que yo correspondía, pero en ese momento me observaba con encono desde un rincón sombrío. En su mirada acusadora presentía el desprecio que sentía en ese momento por mi y comprendo que todo este tiempo interpretó mal mis sentimientos e intenciones. Pensar que daba por descontado que ella sería la primera en apoyarme en este emprendimiento afectivo. Es uno de por principales errores que tenemos a menudo, el de suponer en vez de preguntar. Al ver su rostro colérico comprendí que había perdido su amistad para siempre. Las actitudes de Francisca fueron endureciéndose con el paso del tiempo. Allí entendí que frágil es nuestro balance, nuestra razón es un finísimo cristal que cualquier tropiezo emocional podría quebrajarlo y dejar escapar por allí la cordura. Así sin más, uno se podría separar de la cotidianeidad y entrar en una realidad donde se desconecto de las demás y a la cual no podían acceder. Así debió ser, pues con un poco de desconsuelo se aisló, mi madre dijo que ella debió tener algún problema que no supimos apreciar. Con esto comprendí que debía atender más de los detalles de mis seres queridos. Un día nos llegó la noticia que en la zona de Tucumán había un curandero de reconocido mérito que podía ayudarla, su familia decidió ir es su búsqueda y marcharse en pos de una esperanza. Todo nos entristecimos mucho al saber que se irían, pero mucho más mi padre pues por largos años habían cabalgado juntos. Todos lo llamábamos Tío Pedro a él y a su esposa Tía Amparo, pues a 61


ambos le debíamos años de paciencia y de afecto sincero. En una mañana de domingo colocaron todas sus pertenencias en una carreta guiada por él y acompañada por sus hijos a caballos. Momentos antes de partir mi bella amiga fue conducida con mucho afecto por su hermana mayor hasta la parte posterior donde viajaría sentada. Cerraron la culata con una tabla atada a los lados con trozos de cuero donde ella apoyó sus manos y se quedó allí con esa mirada ausente que la caracterizaba en estos últimos tiempos. Después de la despedida mojada de lágrimas y adornadas de palabras de aliento se marcharon después del medio día. No pude contener mi deseo de que reaccionara en ese último instante y corrí como un niño hacia ellos que no se detuvieron. pero no se inmutó al verme a pocos pasos llorando con amargura al sospechar que no la vería nunca más. Me detuve y alcé mi brazo saludándolos, creo que me vio por un brevísimo instante, pues aunque en su rostro no se movió ni un músculo y con ambas manos sujetas a la madera, levantó sus dedos Índice y Mayor, los mantuvo quietos por unos instantes antes de apoyarlos otra vez donde estaban. Esto lo consideré un saludo muy afectuoso de aquella amiga perdida. Me quedé mirando el paisaje vacío de personas, solo el polvo del camino flotando entre los árboles, en la calma absoluta de la tarde donde solo oía el compás de mi corazón angustiado. Pero llegó mi mujer a salvarme de la agonía, me asió de una mano y con infinita ternura me condujo a la casa, no pronuncié palabra, pero en 62


silencio le agradecí pues en ese momento yo era un náufrago a la deriva en un mar de penas, pero aun así nunca me sentí responsable por lo acontecido. La desazón me acosó por semanas, por momentos odiaba al tío Pedro por marcharse en pos de una quimera y en otros lo justificaba, fue uno de esos días que emergió de mis pensamientos tormentosos la certeza que no regresarían más y dejé de mirar el camino por el cual habían partido aquella tarde. Me llevó algo de tiempo recobrar la armonía y disfrutar de los paseos por los lugares que visitaba con ella, luego vagabundeábamos juntos a mi esposa sin sentir que violaba nuestros secretos inocentes. Para que la casa que ocuparan nuestros añorados amigos ausentes no quedara se convirtiera en una tapera triste por orden de mi padre la manteníamos aseada y habitable. Dieciocho meses después vino a vivir una pareja con un hijo adulto y ocuparon esa vivienda, ambos ayudaban a cuidar la hacienda y los sembrados. La vida continúa su derrotero siempre hacia adelante y este muchacho trabajador, Raimundo Leiva, pasó a ser nuestro cuñado al casarse con Josefina. Tres años después cuando ya todo lo sucedido con Francisca fue un recuerdo cenizo, llegaron noticias abrumadoras. Mi enajenada amiga había salido a caminar por los alrededores sola y al no hallarla sus padres y hermanos al regreso de sus 63


jornadas de trabajo iniciaron su búsqueda. En la tarde del tercer día hallaron su cuerpo sin vida a pocos metros del camino principal. Dijeron que pronto corrió la voz que allí estaba sepultada una joven mujer que murió de pena y amor. Su alma abandonó esos pensamientos torturados por la insania, Pedro nos envió un recado que decía 'aun así con ese trágico final la muerte no había arrancado la dulzura que quedó plasmada en la leve sonrisa que permaneció en su rostro aun después de varios días, ni las bestias del campo, ni el viento había herido ese rostro hermoso lleno de colores tenues. Como no podían trasladarla al cementerio del poblado por el olor nauseabundo que emanaba, hicieron allí mismo un profundo hoyo en la pedregosa tierra y dieron pronta sepultura a la desdichada, que seguía sonriendo desde lo profundo como si hubiese visto ángeles al partir. Al día siguiente trajeron una gran cruz de madera pintada de blanco y la estatuilla de la virgen que tan fiel devota fuera su hija y la sujetaron al tronco del frondoso algarrobo que con su sombra cobijaba la tumba. Primero unos pocos, pero luego todos los transeúntes se detenían a rezar y a pedir favores a mi amiga muerta. Qué ironía del destino, de haberla conocido algunos días antes con su mirada perdida y sus cabellos enredados, en ese su estado melancólico, ninguno le hubiera obsequiado una sonrisa, un saludo afectuoso y muchos de ellos ni una segunda mirada. Pero ahora convertida en un ser abstracto suplican sus favores e 64


intersecciones ante el Creador y muchos aseguran que sus pedidos fueron escuchados y sus problemas resueltos. Allí quedó ella rodeada de rezos que no podía oír, de flores que no podía oler y de personas que no podía ver. Quedó para ayudar a esos desamparados que hincados de rodillas rezaban a viva vos a la milagrosa del camino. Nos apartamos hasta que hicimos campamento. Dormimos por turnos como siempre. Amaneció, y nos esperaba otra agotadora jornada. Los amaneceres fueron y serán especiales en esta región semiárida. Días brillantes en un cielo desprovisto de nubes, la tierra aquí es plana, pero son leves las ondulaciones hacia el sur y se incrementa al oeste. Ese día no tuvimos complicaciones. No encontramos a otros humanos en el camino, pero si marcas que habían trabajado en esa zona los obrajeros, porque se veía la vegetación y la fauna desbastada. Estos hacheros se habían comido hasta las iguanas. Este había sido un monte de renuevos, la mayoría de los árboles no son muy gruesos para durmientes, pero si lo suficiente para hacer postres para alambrados. Estos eran llevados a La Pampa para cercar los campos de las compañías extranjeras. Por una larga picada arribamos a un campamento abandonado. El lugar daba

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muestras que allí estuvieron instalados varios años hasta cortar todos los troncos útiles. En una zona limpia donde fuera la playa de rodeo de maderas dejaron trozos de ruedas de alzaprimas, junto a grandes cantidades de basura, botellas rotas y osamentas. La falta de higiene debió haber sido notoria, sumada a esta la intolerancia entre los trabajadores, quedó como mudo testigo un importante conjunto de tumbas como muestra que el hombre "civilizado" se había establecido en ese lugar. Las edificaciones, algunas precarias, todas taperas donde son cobijo de alimañas, además de las muchas marcas donde estuvieron los corrales, completan el pueblo fantasma a la orilla de una extensa laguna. Lo único útil que dejaron fue una picada que evita rodear el monte. No quedaron árboles de buen porte. El corte sistemático de las principales especies raleó los montes. Muchas aves naturales del lugar emigraron a otras regiones. Viendo ese espacio desbastado se puede estimar que se necesitaran cincuenta o sesenta años para recuperar lo que fue destruido. Claro que no creo que lo respeten por tanto tiempo. Nos retiramos con premura, al caer la tarde estábamos lejos de allí pero aun con el triste recuerdo de lo que estaban haciendo con esta región. Esa noche fue como lo acostumbrado, gracias a Dios todo marchaba bien. Antes de dormir me llamaba el vicio del tabaco como a todos 66


nosotros, fumaba un cigarro y otros se que para esos menesteres tenía una chuspa. Esta era una bolsita hecha del cuero del cogote de un ñandú, en su interior llevábamos el naco o andullo, las hojas de tabaco y las chalas para armar cigarros y el infaltable yesquero común, el primitivo hecho de cola de quirquincho, cuerno con tapita de cuero, el pedernal y un trozo de lima para golpear y hacer saltar las chispas que encenderían la yesca, antes se usaba pajuela; Completaba el equipo el chifle con ginebra o caña junto a un vaso que también era de guampa. Cuando llegaba el momento de acostarnos, desde que tengo uso de razón, todos los troperos han usado su montura como única cama cuando están en tránsito, ya sea en el campo abierto o bajo los aleros de los lugares donde paran para descansar. Acomodábamos las partes de la montura a modo de cama en un orden preestablecido y acostumbrado, primero la carona de abajo, luego los bajeros, la carona de suela, la jerga, los cojinillos, el sobrepuesto; de cabecera el recado relleno con el chaquetón y demás ropas y tapados con los ponchos, acomodados bajo las carretas o a un lado de ellas según el terreno. A esa altura del viaje y aun desde el amanecer ya se podía distinguir la fatiga en los rostros de las mujeres y el aburrimiento en los niños. El traslado en carreta es frustrante por muchos motivos, pero lo principal es por la lentitud y la falta de suspensión; rodando sobre terreno desparejo y en muchos lugares zanjeados por el correr del agua en épocas de lluvias, vizcacheras, nidos de lechuzas 67


escondidos entre las hierbas o pequeños trozos de ramas, eran algunos de las muchas dificultades que entorpecían nuestro derrotero y los que viajaban en su interior estaban en permanentes y violentas sacudidas; Sobre el plan todo es un caos y muchas veces los niños se golpean contra los trastos. Para los que nos trasladábamos a caballo el viaje era mucho más cómodo por la montura y por la costumbre de andar montado. Mientras nos alejábamos en esa mañana algo nublada y fresca, recuerdo a don Estanislao, alto y delgado, con la barba bien tupida, la cual disimulaba una cicatriz que le surcaba la mejilla derecha, desde la oreja hasta la comisura del labio. Vestía de negro, eso y su laconismo habitual ayudaba a mantener la apariencia taciturna. Trataba de pasar inadvertido aunque la mayoría de las veces no lo lograba, bueno al menos no todas las veces que se lo proponía. Fue soldado en la guerra de la Triple Alianza, hasta la batalla de Curupaity; Este combate en particular había sido uno de los más sangrientos donde los aliados en una batalla atroz fueron derrotados y masacrados. Después de ese enfrentamiento desertó. Al regresar su humor había cambiado, desde entonces se lo conoció como un hombre parco, cuando oían pronunciar su nombre las mujeres se persignaban y los hombres contaban muchas historias de coraje y de peleas. Recordaban los antiguos que en su juventud era jovial, buen 68


bailarín y muy trabajador. Hay muchas leyendas y creencias en nuestra zona, y cuentan que el tubo un encuentro tenebroso con una de ellas. Nadie sabe si es por eso o por pura casualidad pero un día enfermó de los pulmones, tisis creo y lo llevo a la muerte. Es el padre de Ramón, ocurrió hace un año y dos después de su madre. Le hago seña con la mano para que se acerque, luego me inclino en la montura hacia él y por lo bajo le digo - Dígame Ramón, ¿cómo fue aquel encuentro de su padre en el patio de la iglesia? - Se lo pregunto porque al nombrarlo todos se persignan pero nadie sabe a ciencia cierta lo que allí paso.- me observa y sonríe. - Sabes aun cuando no le conocíamos ningún enemigo, hasta en su lecho de muerte llevaba consigo el puñal al alcance de su mano. Es un arma magnífica, el mango y la vaina de plata con ribetes de oro, y una prominente 'S' marcaba el final de la hoja. Por momentos parecía un crucifijo en vez de un facón. - Hay algo de misterio y mucho de orgullo por su padre cuando se expresa de esa manera, pero interrumpe su explicación y mira hacia todos lados como buscando algo. Aun oteaba el horizonte cuando me dice - José, cuando nos detengamos le contaré todo con lujos y detalles, tenga paciencia, tenemos que salir de este estero seco antes de que llueva, caso contrario podríamos perder la mitad de

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nuestras pertenencias de armarse un lodazal Comprendo que tiene mucha razón y me separo para ayudar con la tropilla y apurar el paso buscando un terreno alto para acampar. Antes de salir de ese lugar y en el lecho del estero seco había despojos de una carreta tumbada y los esqueletos de dos bueyes aún con las cangas puestas y a poco de salir en una altura hallamos dos cruces paralelas, habían pasado varios años de aquella tragedia y aun así daba escalofríos. Todos nos persignamos y nos retiramos del lugar buscando un terreno alto para acampar. Comenzaban a caer algunas gotas cuando hayamos un lugar propicio, rodeamos los animales con prontitud mientras otros juntaban leña y preparaban el campamento. Cayó un fuerte chaparrón que duró un par de horas y se detuvo de pronto como había comenzado. Luego de eso tomamos unos mates y cenamos. A continuación nos retiramos a ver la tropilla pues en esta zona hay muchas marcas de pumas y así le damos lugar a que cenen los boyeros. Prendimos unos cigarros con el yesquero así con el humo ayudábamos a espantar a los mosquitos y con el fuerte olor del tabaco afirmábamos nuestra presencia en las inmediaciones de ese páramo. Luego de la ronda volvimos y nos acercamos a la fogata que lanzaba largas lenguas de llamas y chispas hacia el cielo. Nos acomodamos y después de observar los refucilos de la tormenta que

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cubría el horizonte con dirección norte, Ramón me dice - Bien, como le prometí, hablemos de mi padre. Esta historia te la contaré como la escuché del cura y de los fieles que estaban en las inmediaciones de la iglesia. No sé si es verdad o no. Nunca se lo pregunté, me parecía irrespetuoso de mi parte, pensé que si quisiera que lo supiera me lo contaría por su voluntad. Miró su cigarro mientras exhalaba el humo y prosiguió Usted como yo sabe la existencia del alma mula. Mi padre siempre perseguía emprendimientos a los que la mayoría les huiría. Fue una visita que hizo a la colonia de Las Cruces donde fuera un centro de explotación maderera de relevancia. Hoy es un caserío poco menos que abandonado. Cuando escaseó la materia prima los aserraderos se trasladaron a otra zona. Lo que queda de aquello son los edificios de la administración, los almacenes y la iglesia. Los peones ahora se dedican a la agricultura. Este lugar es el centro de la fe de la región. Llegó por invitación de su compadre don Severino, para que asistiera a la celebración de la comunión de su ahijada Manuelita, que celebraría el 8 de diciembre, en conmemoración Día de la Inmaculada Concepción de María. Allí se presento cinco días antes arreando un par de novillos gordos para el asado y un vestido para la niña, que hizo traer de San Miguel de Tucumán. Terminado el momento de la celebración, todos inclusive el cura, se trasladaron a la casa de la homenajeada. Allí a ambas márgenes de una zanja llena de brasas, colocadas en estacas se 71


asaba la cena para los muchos invitados. La iglesia estaría desierta si no fuera por la presencia de mi padre en el patio delantero. El cielo estaba prometedor de tormenta. Las ráfagas de viento hacían danzar y desgarraban las guirnaldas que aun colgaban en el lugar. Estando en su casa don Severino al advertir que su compadre no estaba entre los presentes, salió presuroso hacia la iglesia lugar donde lo había visto por última vez. Al llegar a las inmediaciones de esta presenció a la distancia la escena. Mi padre sacó su facón y marco en el suelo un cuadrado amplio como una habitación. Se persignó y se arrodilló en el centro del mismo. Allí permaneció rezando un largo instante empuñando el arma. La mula llegó dando gritos desgarradores que se mezclaban con los truenos. Los refucilos y el fuego que salía por los ojos e ijares del animal permitían ver con toda claridad. La bestia enfurecida vino hacia él, pero este no se movió. En medio de los manotazos del animal, pudo asir sus riendas y cortarlas. El sabía que si repetía 3 veces “Jesús, José y María” la bestia retrocedía por un instante. Además esa era una buena noche para el encuentro, ya que la tormenta le daba la característica propicia. El alma mula se acerca a una iglesia antes de comenzar a deambular por los cerros y quebradas.

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Esta había sido una mujer incestuosa, que al morir su alma quedó para pagar sus pecados entre los vivos. En el instante que cortó las riendas ese animal se transformó en una bella mujer de luz y luego en una estrella que ascendió al firmamento. Cosa de no creer, pero en ese mágico instante cesó la tormenta y el cielo quedó limpio de nubes. Me acerqué a su padre y él me esperó de pie y su facón clavado aún en la tierra arañada por las pesuñas. De la empuñadura de plata se desprendían pequeñas luces. Pude apreciar que en todo el lugar había un suave aroma a miel. Mi compadre cubierto de una leve luminosidad se recortaba contra la oscuridad de la noche y puedo jurar que oí cantar a los ángeles. Recogí su arma y se la devolví, nos retiramos callados del lugar. En la casa todos festejaban pues vieron la luz que se elevara de la iglesia y todos aludieron un milagro. El y yo nos miramos sin pronunciar palabras. Luego nos enteramos que otros habían visto lo mismo y así fue como corrió la voz. Don Severino y otros visitaron al cura y pidieron una explicación por este suceso, a lo que les explicó a su manera - la maldición de castigar al alma aquí en la tierra, es por el pecado aberrante. El convertirse en mula es porque es un animal antinatural creado por el hombre. El freno que arrastraba representa la perdida de la libertad. El grito que daba cada vez que pisaba el freno representa el sufrimiento de las almas en el purgatorio. El fuego de sus ojos simboliza el infierno. La cruz del puñal representa la presencia de nuestro señor Jesucristo, que con 73


su sola muestra desvanece el mal. El hombre que arriesga su vida es porque alguien debe suplicar por el perdón del alma. La plata del arma representa el color blanco de la pureza. El deambular de la bestia es con ejemplo que hay que alejarse de la tentación de cometer pecados. Esa es toda la historia. Luego del velorio de mi padre y antes que su compadre regrese a su hogar le encomendé una tarea que aceptó gustoso. Envuelto en un pedazo de tela le entregué el puñal de plata y le pedí que lo pusiera al pie de la virgen de aquella iglesia. Y di por descontado que cada año en esta fecha encenderían un cirio por su alma. Creo que fue lo mejor que pude hacer. Severino se alejó de allí con el agradecimiento dibujado en el rostro. Luego de esto quedamos en silencio. La tormenta tomó otro rumbo aunque cayó otro chaparrón pero más tarde sopló un fuerte viento. Esto va a orear el campo, pensé antes de dormirme. Iniciamos la nueva jornada descansado pues comenzó después del medio día y fue corta. El mayor de los cuñados de Ramón, es afable, lo llaman Moncho, es carpintero y es el que fabrica y repara las carretas. Esto nos da cierta seguridad, ya que lleva algunos maderos labrados para repuesto en el caso de roturas. Hoy salimos tempranos y llegamos a media mañana a orillas de Río Salado. El lugar es distinto al acostumbrado. Aunque es época de seca, conserva grandes ojos de agua donde abundan las aves y 74


las plantas acuáticas. En las orillas y sobre los bancos de arena crece generosa la hierba que sirve de alimentación a los animales. Permanecimos tres días en este lugar alimentando a nuestro ganado, lavando nuestras prendas y liberándonos del cansancio acumulado en este largo y agotador viaje. Cuando estuvimos repuestos cruzamos por un paso firme y angosto. De allí estaba muy cerca solo nos quedaron cuatro días de viaje, cómodos ya que desde allí existía un camino hasta el encuentro con las vías. Un día antes de llegar le conté a Ramón como nos instalamos Cosme, mi esposa y yo, en ese lugar de donde partimos. Al otro día de mi boda, hable con Cosme en el campo y le propuse que busquemos un lote para establecernos y manejar los animales que nuestro padre nos estuvo regalando por años. Aceptó complacido de iniciar un emprendimiento propio. Conseguimos un lote fiscal cerca de un estero que además poseía varios panales de abejas en las inmediaciones, nos dio la impresión que era un lugar donde la vida pululaba por doquier. Elegimos para nuestro patio un espacio con árboles añejos que estaba al final de una picada natural, que lo hacía muy accesible. Llevamos nuestras ilusiones allí. Llegamos al lugar con una carreta la que usábamos de dormitorio mientras hacíamos la casa.

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Al otro día llegaron el resto de nuestros hermanos con los elementos para la construcción y levantamos nuestro hogar. Esta estaba construida en madera, con palo a pique y embarrada, este sistema la convierte en un verdadero baluarte. Las piezas se interconectaban desde el interior. Sobre los travesaños del techo tenía un entramado espeso de ramas y sobre este un colchón de tierra donde la gramilla creció con libertad. Esta hechura permite además de amplia seguridad control sobre la temperatura del ambiente interior. Comunicaba con el patio por una única puerta de algarrobo y se ventilaba a través de pequeñas ventanas, esta región es salvaje y hay pumas y algún yaguareté cruza cada tanto. Una semana después la casa estaba lista para ser habitada, pero no pudimos concretarlo porque mi esposa me exigió el horno y el corral para las ovejas y las cabras. Pudimos apreciar el arduo adiestramiento de nuestra madre en esta imposición. A esto le agregamos un galponcito para cocinar en días de lluvia, donde guardar los arneses y donde dormían nuestros perros. Luego vino toda la familia trayendo los muebles, el telar, la tropilla de animales a los que sumaron varios cachorros unos atigrado y los otros bayos; esta raza de perro son los conocidos como 'criollos', cruza de mastines y lebreles traídos por los conquistadores en el siglo XVII. Estos guardianes son de talla media, fuertes, ágiles y musculosos, pero de temperamento 76


tranquilo, sagaces y de gran coraje; además de fieles y no ladran sin motivos En el instante que todo estuvo a su gusto, mi esposa tomó posesión del hogar y todos hicieron bromas sobre el viejo régimen de mamá que se reinstalaba aquí a través de su discípula, y que nos irá recordando cuando cometamos algún error. Cuando ellos se retiraron quedamos los tres juntos, felices de iniciar esta nueva etapa. Uno siempre quedaba a cuidar lo nuestro pero continuábamos trabajando en el arreo de tropas como antes. Rara vez nos alejamos los dos, pero cuando eso era necesario, avisábamos con anterioridad a la familia, donde se realizaba una verdadera guerra campal para tener el derecho de acompañar a su cuñada. Estar con ella era como ir de vacaciones, los atendía con mucho amor y les permitía todos sus caprichos, como levantarse o acostarse a la hora que quisieran. Luego de un tiempo cuando nacieron los chicos ya no requerían de motivos puntuales para visitarnos. Siempre había uno de ellos que frecuentaba el lugar. Esos años fueron de verdadera bonanza para nuestra tropilla, la que casi no tuvimos pérdidas. No faltaba la carne, el queso, los huevos, en una rústica fiambrera cubierta con trozo de tejido sutil para evitar que se cuelen las moscas, esta pendía del techo bajo el

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alero. Guardábamos en bolsas la ceniza del fogón siempre que se quemara madera dura y en tiempos que carneábamos algún novillo gordo la hervíamos para hacer la lejía que junto a la grasa del animal se convertía en jabón, el cual nos duraba mucho tiempo. Cuándo esto ocurría llevábamos a nuestros padres la media res y con el resto se hacía cecina que nos duraba mucho. Luego de un largo tiempo Cosme descubrió que había una pequeña familia a medio día de marcha de aquí. Ellos tenían un gran aprisco con chivos y ovejas que les permitían vivir, aunque con mucha pobreza, junto a sus tres pequeños hijos. Cuando íbamos de arreo y pasábamos por allí los visitábamos llevando algún venado para comerlo en sus compañías. Don Amancio y su joven esposa Ángela eran amables con nosotros y a Cosme siempre le gustó jugar con los niños. Esto agradaba mucho a su madre pues él les tenía mucha paciencia y aunque ella trataba de disimularlo algunas veces dejaba un ángulo descuidado el cual yo notaba. Dejamos de verlos por un tiempo y un buen día al pasar por allí, mi hermano trajo la triste noticia que el hombre había muerto a causa de una enfermedad que lo mató en pocas semanas, lo que me llenó de congoja. Además contó que los niños se alegraron mucho al verlo. Ayer por pedido de la viuda reparó algunos problemas de la casa e hizo una puerta para la pieza de los niños con algunas varas de tala bien trabajadas y unos cueros de chivos bien estirados y cosidos con tientos. Además contó que la pobre mujer lloró en su hombro descargando toda su frustración. Luego de la cena y que 78


los niños se durmieran asió su mano y con determinación lo guió hasta su lecho y dio paso a la pasión que la consumía por él hace tiempo. Una semana después volvió a ver como seguían y así prosiguió con sus visitas románticas por varios meses. Pero un día llegaron unos hermanos de ella y al verla sola y desamparada la llevaron junto a sus hijos y animales lejos de aquí. El sabía que ellos en algún momento aparecerían y así fue como encontró una madrugada la tapera llena de alimañas. Ella muchas veces le sugirió que se hiciera cargo de ellos pero se negaba con excusas porque no la amaba, solo la prefería por la falta de competencia femenina. Muchas veces tratamos de alentar la situación invitándola, pero él nunca la trajo. Ella no está en nuestros planes, no hay que mezclar las cosas. Ahora tendré que buscar otra querencia. - dijo y no se habló más del tema. Poco tiempo después surgió la idea de emigrar a Buenos Aires. Sabrás que la misma epidemia de cólera que trajo la muerte a don Leiva también arrasó con la vida de nuestra madre. Esa situación fue como un torbellino de tristeza para todos nosotros y antes de poder recuperarnos nuestro padre cayó presa de la melancolía, la pena ante lo inevitable entró en su alma cansada como una tormenta de fuego y quemó sus deseos de seguir viviendo y así un día dejo de respirar por la falta de la inspiración que le

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daba su compañera de siempre. Lo sepultamos al lado de ella en el lugar donde habían elegido en vida, ese pequeño lote a un lado del portón principal estuvo cercado desde siempre paras esos fines. Luego quede pensativo y el respetó mi pena, la cual había recrudecido por unos instantes. Nosotros ascenderíamos al tren en La Banda. Era el punto de encuentro con las vías, nuestro antiguo hogar distaba unas veinte leguas hacia el noreste, todo era tan lejano. La travesía fue penosa, como se sabe no se puede viajar en línea recta con la falta de caminos, los bosques, esteros, cañadas, pues con los accidentes geográficos todo se dificulta, la escasez de abrevaderos naturales hace más arduo el trajinar. Tuvimos que realizar largos descansos para que pastaran los animales y repongan fuerzas. Varias veces atamos mas yuntas para cruzar por pasos dificultosas. Los pocos terraplenes que encontramos no los pudimos aprovechar por estar orientados en la dirección transversal a nuestro destino. Gracias a Dios ni los naturales, ni los bandoleros ocasionales nos molestaron ninguna vez. Cansados, en la mañana del día siguiente de nuestro mes de peregrinar nos encontramos con las primeras casas de la estación de La Banda. Mientras desuncían los bueyes y rodeaban los otros animales, Raimundo, hijo mayor de Ramón, que en ese momento montaba un alazán, nos adelantamos a ver el lugar. A medida que 80


nos acercábamos el murmullo del gentío se tornó en un sonido algo molesto para nosotros acostumbrados al silencio. El edificio de la estación es imponente, sobre todo comparado con la edificación circundante. Miro al joven y tiene una expresión de asombro, quedo atónito ante la algarabía. Estamos en medio de una multitud de personas que se desplazan de prisa entrando y saliendo de la estación y de los locales aledaños. El muchacho es vivaz y trata de no perderse de ningún detalle del lugar, maravillado por ese gran numero de vendedores de productos y servicios que ofrecen sus productos a viva voz. El transito era de cuidado por la cantidad de carretas, berlinas, carros y gente de a caballo como nosotros. Estos trenes son mixtos. El que estaba en ese momento se dirigía a Tucumán. Llevando vagones llenos de inmigrantes para la cosecha de cañas de azúcar, además de mercaderías varias y pasajeros de primera. A pocos metros de aquí hay unos tramos de vías que te conduce a la capital a trabes de un puente llamado “el carretero”. Este moderno puente también se puede transitar en otros medios de transporte. Este ramal ferroviario hacia el norte posee otras divisiones y otras paradas antes de llegar a destino. Al estar el tren detenido en esta estación todos tratan de reabastecerlo y cargar los productos con destino al norte. Dentro de tres días volverá a pasar por aquí de regreso a Buenos Aires, ese será el momento de ascender a él y terminar nuestro viaje.

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De regreso al campamento comentábamos que el olor a frituras, humo y bosta de caballo penetraba todos los rincones. José había acertado en sus apreciaciones sobre el lugar más óptimo para acampar. Es allí donde nos detuvimos, a unos trescientos metros, en un predio donde el ferrocarril depositaba durmientes y tramos de rieles. Era un aprisco rodeado de alambres que nos fue muy útil. Separado del tránsito por una calle. Al llegar el joven emocionado, dice – Padre! Usted tendría que ver esa multitud vendiendo sosas! Créame, que allí hay más personas de las que he visto en toda mi vida!- se detiene unos momentos para tomar aire y continua diciéndole, - pero lo que más nos sorprendieron son las mujeres, con sus rostros pálidos, sus espaldas rectas y sus vestidos largos y amplios llenos de puntillas. Llevan en sus manos abanicos con los que se dan viento de a ratos. Esto debe ser una costumbre ya que hoy es un día fresco - ahora esbozando una leve sonrisa agrega - y cuando pasan a tu lado se desprende un aroma delicado, es como si el aire se llenara de flores. Al oírlo su madre comenta, - Mírenlo al mocito, ya se está enamorando. ¡Viste Ramón, nuestro hijo rapidito se convierte en hombre! En ese momento el esposo le responde -! Hijo e' tigre!- con el auténtico orgullo que le inspira este buen hijo suyo. Al rato estábamos tomando mate y esperando que la carne termine de

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asarse. Las carretas en semicírculo nos protegían de fuerte viento del sur. Era un día gris en más de un aspecto, ya que la llovizna persistente lo mojaba todo. El agua del cielo se mezclaba con nuestras lágrimas por la alegría y las penas de al fin haber arribado, es un sentimiento contradictorio y a la vez comprensible. Al llegar obsequiamos a nuestros amigos las carretas y los animales de tiro que ocupáramos para llegar allí. A Moncho le obsequié un zaino que cabalgué los dos ultimamos días y se que le gustaba mucho. Este fue un pequeño aporte para el grupo que continuaba el viaje hacia otro lugar. No lejos de donde estábamos acampando se festejaba un casamiento y llegó a nuestros oídos un Minué liso que nos dio el deseo de ver de cerca el jolgorio y las parejas danzando. Al llegar observamos que bailaban un Montonero, llamados en tiempo de Rosas El Federal. Tres días después nos despedimos entre bromas, llantos y risas, consientes que no nos volveríamos a ver y con nuestras pertenencias más preciadas estábamos instalados en el vagón de pasajeros.

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Era la primera vez que ascendíamos a un tren y estábamos admirados por la suavidad de su andar y luego de 42 horas y muchas paradas llegamos a destino en Retiro. El viaje fue agotador, incómodo y por momentos parecía interminable. Llegamos una mañana brillante, con nuestras maletas, sueños y esperanzas a flor de piel, acá nos esperaba mi hermano Cosme que había venido cuatro meses antes a comprar una casa, con la venta de los animales que teníamos. El ganado había sido vendido en Salta y Jujuy. Por tal se nos entregó muchos pesos oro. Este dinero fue canjeado al llegar a Buenos Aires, por la paridad establecida de $ 1 oro = m$n 2,2727 (m$n= moneda nacional de curso legal) Al bajarnos en la Estación de Retiro quedamos sumergimos en “Belle Epoque argentina”, maravillados con los atuendos de las damas de sociedad que se desplazaban con sus vestidos a la moda europea que no respetaba la comodidad de la mujer ni el bienestar físico; el corsé era un verdadero martirio. Ellas representaban finos objetos decorativos de ostentación de riquezas. Con los bolados almidonados y sumado a estos los armazones de crinolina, tejido hecho con urdimbre de crin de caballo, interior de la tela rígida. Completaba seis aros de mimbre que daban cuerpo a la falda circular que abultaba el vestido y que reprimía a las mujeres a cualquier labor. Dificultoso y pesado, este traje solo la mantenía como una muñeca de porcelana, como un objeto mas de decoración, anulándola en la vida cotidiana. Las 84


jóvenes se disputaban la cintura más estrecha apretando los corsets hasta quitarse la respiración y las hacía desmayarse con frecuencia. Competían por la cantidad y calidad de los encajes pliegues y bordados, mas las sedas, terciopelos y satines. Se desplazaban con gracia, sus movimientos eran delicados y sus figuras eran la fina estampa del romanticismo. Don Cosme había cambiado el vestir de forma radical y lucía el estilo de los criollos en ese lugar. Sombrero ribeteado de ala corta y copa alta, sujeto con un barbijo. Camisa con alforcitas en la pechera. Blusa corralera. Calzaba botas cortas, de caña blanda. Completaba el atuendo, espuelas nazarenas de plata y poncho de verano, bien doblado, en el brazo. Su estampa era admirable y su flamante atuendo le daba aire de prosperidad. Cualquiera podría pensar que se trataba de un hacendado y por su mirada se sabía que se trataba de un hombre cabal. Al vernos descender después de una travesía agotadora, el júbilo lleno sus ojos de lagrimas; nos observarnos en silencio, nos estrechamos en un abrazo. Como por arte de magia apareció una limeta de ginebra y ambos brindamos por un futuro promisorio. Eran los tiempos de la presidencia de Julio A. Roca. Hacia ese año la Argentina había dejado atrás los problemas derivados de la crisis de 1890. La capacidad de adaptación de las exportaciones había contribuido a la recuperación, Esta versatilidad le daba al país y a la ciudad misma mayores oportunidades comerciales, cada vez venían más personas desde todos los lugares del mundo y al enriquecerse la población nosotros nos favorecíamos con nuestro 85


trabajo a la par de los demás. Si bien Cosme había venido unos meses antes a conseguir una casa para la familia, la labor no fue fácil. Ya que requería de un lugar amplio, bastante cerca del centro, no muy caro y un buen barrio donde criar niños. Luego nos contó que recorrió el barrio de La Boca, uno de los más populosos y prósperos. Allí coexistían las más importantes fondas internacionales. Una multitud de pasajeros de todas las lenguas, nacionalidades, clases sociales y razas diversas abundaban en sus calles. El barrio poseía otras actividades comerciales. Numerosos burdeles, casas de bailes y cafetines. Esto le daba vida a las noches porteñas convirtiendo el lugar en unos de los centros de prostitución más importantes de la ciudad. Aunque había un significativo movimiento en ese lugar, lo desechó. Luego recorrió otros y unos por esto o por aquello los iba rechazando hasta que halló el lugar perfecto, cuando recorrió la avenida Santa Lucía, la que llamaban la calle larga. Era la arteria principal, adoquinada. Sobre esta avenida está el santuario a la virgen Santa Lucía. Fue en este lugar que lo surcara el primer tranvía tirado por caballos. Los corrales y saladeros de la zona habían sido cerrados a causa de la epidemia de fiebre amarilla acontecida en 1871. Los terrenos estaban baratos porque las principales familias habían muerto o abandonado el lugar en busca de terrenos más altos. Aunque el mayor centro de movimientos de mercaderías en 86


tránsito, sin lugar a dudas era el barrio de Constitución. El tráfico era muy importante. Representaba las 2/3 partes del comercio total del sur. Ambos barrios eran lindantes y se movían a un mismo ritmo de crecimiento. La casa estaba enclavada en el corazón del barrio de Barracas. Es clásica a la arquitectura porteña, como la mayoría con dos ventanas al frente, y con la puerta abierta se podía ver el vestíbulo cerrado con una reja. La adquirió amueblada. Al llegar desde la calle, se observaba la decoración interior. Como es la costumbre de la época, el piano en un rincón de la sala, un velador con el tablero de mármol y los sillones de caoba tapizados en seda apoyados en la pared. Más atrás un grupo de habitaciones seguidas en lo que se llamaba edificación tipo chorizo, con sus puertas hacia el patio. Después de la sala, la cocina, los cuartos y la letrina al fondo. Aunque era una casa chica, no más de quince habitaciones en total, no dejaba de ser confortable. La decoración de la fachada estaba realizada dándole aspecto de piedras, los profesionales realizaban una excelente imitación de color y textura, como los verdaderos edificios de Paris. Esto esa a causa de la falta de canteras para extraer las auténticas lajas. El lugar tenía forma de L estaba formado por dos terrenos unidos en sus fondos. El de la casa daba a la avenida y el del taller a la calle lateral. Ambos tenían veinte metros de frente por cincuenta de fondos. Cuando te diriges hacia el fondo, por un pasillo de baldosas amarillas y rojas, podes observar que en la mitad de este sendero

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hay una ampliación. Allí La Santa Rita se atreve y cubre esa sección del entramado con una generosa sombra y bajo esta, los sillones de hierro forjado acogen al visitante. En uno de los soportes del arco había un sarmiento que con timidez nos muestra sus primeras hojas y nos prometía exquisitos racimos. Al llegar aun no habíamos emprendido ninguna labor aunque teníamos decidido en que nos íbamos a ocupar. Entre las cosas que más nos impresionó del adelanto tecnológico fue el cinematógrafo. Tenía el diario en la mano, lo hojeaba con más curiosidad que interés de buscar algo específico. Un crisol de oportunidades estaba plasmadas en esas páginas. Había una lista de productos que ofrecían entre los cuales estaba la venta de trajes Garibaldinos $35. Traje casimir, punto yérsey, pura lana para chicos, completo $5 y otros muchos más. Pero más abajo encontré algo sorprendente, leía y releía los anuncios de los espectáculos que brindaba esta ciudad. Me detuve y pensé - estos son otros inventos que mejorarán la vida, que la mostraban desde otro ángulo, desde otra realidad. Esas cosas que a simple vista parecían algo mágico, tal vez porque no comprendíamos su funcionamiento. Sé que cuando crezcan mis hijos les será fácil entender todo y ellos me lo explicarán cuando llegue el momento. Volví a leer los anuncios que decían; Teatro Comedia “Compañía de Rogelio Juárez: El Tío de la flauta, La Revoltosa y Cinematógrafo” y el Teatro Mayo prometía

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“José Palmada en los adelantos del siglo: El cuerno de oro y Cinematógrafo” y si me enteré que si tenía alguna frase con referencia a París movilizaba mucho a los porteños y se aseguraba una gran concurrencia. Nosotros fuimos a ver lo que fue el primer noticiero que lo pregonó de esta manera “el camarógrafo Eugenio Py y su audaz experiencia grabando la visita del presidente C. Salles encontrándose con el presidente Julio A. Roca”. Al regresar comentamos antes de ir a dormir y le expresé a mi hermano que me sentía orgulloso e importante al participar de tal acontecimiento argentino, esta fue una experiencia sobresaliente al estar este compatriota en las noticias mundiales. Nos acostamos y nos dormimos muy felices. Amaneció un buen domingo y me halló tomando mate en el patio trasero. Sabía que era bastante temprano para la ciudad, pero no puedo perder la costumbre, pues esta ha gobernado mi vida durante años. Preparé el mate y con el mayor cuidado de no hacer ruido me desplacé hasta el patio. Aquí algunas aves son distintas, pero siempre es bueno estar en contacto con la naturaleza. Después de tomar varios, prendí un cigarro; aspiré y luego exhalé una gran bocanada de humo. Este como una burbuja blanca, se elevó lento y con la ausencia total de viento se mezcló con las delicadas florecillas rosadas, que pendían en racimos sobre mí. Momentos más tarde, presa de la misma costumbre de levantarse temprano, apareció mi hermano y se sentó a mi lado. Después del saludo de

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rigor, me dijo - Dios ha sido bueno con nosotros, por eso estamos aquí al cobijo de “las malas” (Quería decirme que estábamos lejos de las penurias que nos acosaron por años). Lo noté algo nostálgico y le pregunto - ¿A usted que bicho le picó. Porque esta así de entristecido? Me miró por el rabo del ojo, disimulado, como para que no me dé cuenta que se trae algo escondido, y me dijo: - ¿Vio que aquí también hay coyuyos?, aunque entonan otra melodía Lo miré y sonreí. Lo conozco tanto que sabía que traía una pregunta oculta para hacérmela cuando esté descuidado. Me miró y sonrió, pues se dio cuenta que lo había descubierto. En este momento no le quedo otra que preguntar y me dijo - ¿Se acuerda cuando se apareció con Epifanía en el campamento de Salta? Fue aquella vez que le llevábamos esa excelente tropilla de mulas a don Cástulo. Lo miré y pensé, cuánto tiempo tardó para preguntármelo, de verdad que había sido duro para aguantar la curiosidad. En ese momento el agregó, mientras me guiña un ojo - Vamos hermano, Cuénteme pues… ¿Que pasó para que saliera a pasear y volviera con esa bella joven que ahora es mi cuñada?

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Mientras se acomoda en el asiento como esperando una larga historia, me dijo - Los vimos llegar esa mañana, ella sentada en el anca de su caballo y abrigada con su poncho bermejo. Se sujetaba de su cintura con una mano y con la otra un pequeño atadito de ropas. No solo papá se sorprendió, sino que todos nosotros. Es que usted nunca fue apresurado para tomar decisiones. Siempre consideró todas las alternativas. Allí sin más traía una esposa. Pero qué bueno que fue eso… Ella ha sido buena para ti y todos la hemos amado desde entonces. Para nuestro padre fue una nueva hija y para nosotros una amada hermana. Luego de decir esto pasó del comentario serio a la pregunta suspicaz. Puso cara de que la curiosidad lo desbordaba, y dijo -Vamos, cuénteme como la conoció… -Sonreí mientras chupaba la bombilla, no iba a decirle nada pero en ese momento apareció ella, se paró delante de mí, me miró directo a los ojos y con la cabeza hizo un movimiento afirmativo con el cual me autorizó a relatar los hechos. Se sentó a nuestro lado y formando un triángulo, entre risas y palabras reafirmamos nuestros vínculos. Dirigiéndome a mi hermano le dije - ¿Aquella vez que salí montado en el moro? En ese momento vinieron hacia mí esos lejanos recuerdos, el olor de las flores

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silvestres y los compases de la música de esa noche que se mezclaban con los latidos de mi corazón. Y recordé ese magnífico animal que más que un potro era la parte agreste de mi cuerpo. - ¡que animal ese! Cuando caminaba parecía marcar el paso. Lástima que murió por la mordedura de esa cascabel al año siguiente! Continúo, - Llegué al baile con el hijo de don Cástulo. Como él es conocido como buena gente lo trataban bien, a mi me extendieron su cortesía ya que me presentó como su primo. …Entre todas esas personas, había una que sobresalía por sus ojos hermosos y los vivos colores. Ella me observó desde mi llegada. Es muy joven, debe tener unos 16 años, pensé. En su mirada existía la templanza de aquellas personas que habían sufrido y ahora sabía lo que quería. Le devuelvo la mirada mientras inclino la cabeza a modo de saludo. Ella me sonríe más amistosa y me acerco presuroso a su encuentro. Desde ese momento danzamos y charlamos durante el resto de la noche. Estaba acompañada con unos tíos con los cuales nos tratamos con respeto y alegría durante la jornada. Cuando están tocando una de las últimas melodías, con mi mano izquierda en la suya y la derecha en su cadera la traigo

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hacia mí con sutileza. Ella con un fino contorneo de cadera se libera y ríe. Luego en otra de las vueltas tomo ambas manos con las mías, y rodeo su cintura de forma que mis manos se toquen por detrás de su cuerpo. Esto la deja prisionera entre mis brazos. Roza mi pecho con su cabeza mientras libera un suspiro entrecortado. En ese instante le robo un beso. Puedo jurar que en ese momento me di cuenta que estaba enamorado. Ella se sonrojó, entrecierra los ojos y con picardía me pregunta - ¿estás tratando de no dormir solo hoy? A lo que le respondí - esta noche podría pasarla sin ti, pero no las otras del resto de mi vida! Ella sin perder su seductora sonrisa me respondió - que apresurado. ¡Impertinente! A lo que respondo sin dejar de mirarla a los ojos - soy honesto y quisiera formar contigo un hogar para siempre. A lo que replicó mientras me pasaba su mano con suavidad por la mejilla - también yo siento una fuerte atracción hacia ti, como nunca la sentí por nadie. Ahora comprendo que Dios te envió para darle un nuevo sentido a mi vida. Sacarme de la tristeza en la que estoy sumida desde que murieran mis padres. Ahora antes de partir hacia nuestro destino iremos a ver a mi tía con la que he vivido estos últimos años. Ajusté la cincha del moro y nos encaminamos a ver a la anciana para pedir su bendición. Ellos vivían cerca del poblado en una 93


casita de piedras, al pie del cerro. Tenían algunos chivos y llamas. Al llegar al patio descendimos. Entró y habló con ella. La mujer salió y tomó asiento a la entrada de la casa, en un banco hecho de un trozo de tronco. Me hizo seña que me acercara y cuando lo hice me indicó que me arrodille frente de ella. Lo hice sin dudarlo. Después de mirar mis manos y mis ojos por un largo instante, sonrió y nos bendijo deseándonos una larga vida y muchos hijos sanos y fuertes. Mientras que ella juntaba sus ropitas, yo me despedía para siempre del resto de la familia. Luego montamos y nos dirigimos a donde ustedes estaban acampando. El resto ya lo conoces. Ahora tiene veinticinco años, esta gordita, rozagante y feliz. ¿Recuerdas que solo hablaba quechua?, pero con todo lo que tú y yo le enseñamos, ahora puede decir que además habla castellano, también sabe leer y escribir muy bien. Fue bueno contarle a mi hermano todo, mi compañero de siempre.

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Al establecernos y con prontitud formamos una herrería, con un galpón y un pequeño corral en el fondo. Somos conocedores del trabajo y hábiles con los animales, ya que en esta ciudad tiene mucha demanda en este tiempo. Lo primero fue colocar un cartel frente al terreno que da a la callecita y visitar los mercados, el puerto y los repartidores varios, ofreciendo sus servicios. Al lado de este estaba la fragua y junto a esta el yunque, las pinzas y varios martillos de diferentes pesos según la labor, realizamos las herraduras, cortamos el hierro y le damos forma, es decir la pieza de hierro curvada que se clava a los casco, sabia cortar el vaso que crece, y colocar los clavos con precisión, para que el animal no sufra, Tenía varios ayudantes que iban todos los días a buscar a los corralones los caballos para herrar. Además colocábamos llantas las ruedas de los carros, que se realizaba (y aun hoy se realiza de la misma manera) calentando el aro de hierro en una gran fogata en el patio y cuando estaba al rojo se lo tomaba con grandes pinzas y se lo colocaba a la rueda de madera, que está formada con trozos ensamblados unos con otros dándole la forma que tiene al terminar, al estar seguros que está en la posición deseada se la mojaba bien al instante, por varias razones, una para que no queme la madera donde se apoyaba y otra para que no pierda la dureza propia del material. Este trabajo estaba ligado a otros muchos al uso de animales de tiro como los vehículos de transporte público como los coches de la Cía. de Tramways ciudad de Buenos Aires, que circulaban por la 95


avenida Pedro de Mendoza, a la vera del Riachuelo, en el barrio de Barracas, (este tipo de tranvía cerrado era conocido con el nombre de 'cucaracha') También estaban los Mateos, las berlinas, las diligencias; además todo los trasportes de mercaderías que surcaban la ciudad ocupaban animales de tiro esto hizo que toda la familia se abocara a la misma tarea, es porque había mucha competencia y además el progreso en el transporte de pasajeros no se hacía esperar. Los avances tecnológicos hacían disminuir de a poco el trabajo de la herrería y este con respecto del transporte de tracción a sangre. Aquí concluye la información de la familia de mi padre y hallé solo una nota sobre de la familia de mi madre, de sus orígenes, de su historia breve. Es que algunos papeles estaban ilegibles aunque no se perdió casi nada, creo que simplemente no se habían escrito y la que lo hizo, mi madre, ya no podía responder por ese tema.

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Esto es de la familia de mi madre: “Cuando Manuel cumplió los 17 años, responsable y jovial, trabajaba con su padre conduciendo los animales herrados a sus dueños. En uno de esos viajes conoció a Camille que vivía con sus padres y hermanos en el barrio de Constitución… ellos habían venido de Italia, de una ciudad que está enclavada a orillas del golfo del mismo nombre y bañada por las aguas del mar Tirreno. Nápoles, perteneciente a la Italia peninsular. Majestuosa al pie del Vesubio, a la sombra del cual duermen el sueño de los justos, Pompeya y Herculiano, en el corazón de la región de Campinia. Los abuelos de Camille pertenecían a familias de blasones y fortunas, poseedoras de grandes viñedos. Giuseppe y Emilia, de jóvenes se criaron casi juntos, ya que pertenecían a los mismos círculos sociales y de estudios. Aunque siempre se observaron como amigos, fue esa tarde al salir del oficio religioso del Duomo Catedral de Nápoles, con la elegancia propia de su juventud, espigada y pálida, esbozó una leve sonrisa, fue solo esa casi imperceptible mueca lo que necesitó para que su futuro esposo quede prendado. No se daba cuenta aun cuando ellos se cruzaban experimentaban inusuales ansiedades y el deseo incontrolable de no separarse más, poco tardaron de comprender que estaban enamorados. Los días posteriores se observaban de lejos por largos instantes, con picardía y vergüenza como si este nuevo estado fuera prohibido. Ella se sonrojaba al oír su nombre, esto fue lo que alertó a sus 97


amigas, las que con tímidas bromas alentaron a la feliz pareja a concretar su formal compromiso. Luego estas dos familias compartieron la boda de sus hijos en un descomunal banquete. Tras esa fiesta interminable los jóvenes realizaron un largo viaje y al término de este comenzaron con su nueva vida juntos en las empresas familiares. Ellos contaron a sus hijos cuando estos fueron adolescentes, que en esos años como en muchos otros, la delincuencia no cesaba sus actividades. En Nápoles pululaba la Camorra. Banda de asesinos y secuestradores que asolaban la región. El peligro golpeó nuestras puertas, hubo peleas y muertos. Ante el temor de ser lastimados optamos por abandonar Italia. El miedo nos obligó a ocultarnos y partir inmersos en la angustia y la zozobra. Viajamos de incógnito a Palermo y abordamos el vapor “Sud América” De La Compañía La Veloce Navigazione Italiana a Vapore. El buque era imponente de 1300 toneladas que viajaba a 12 nudos y transportaba entre las tres clases ochocientos setenta y siete pasajeros y estaba operado por 70 tripulantes. Vestíamos con la sencillez que ameritaba la ocasión, nos alojamos en uno de los 52 camarotes de segunda clase situados a proa del puente, donde permanecíamos casi todo el tiempo hasta que salimos a mar abierto. Al comienzo del viaje la tristeza nos invadía por largos momentos y parecía que todas las miradas eran dirigidas a 98


nosotros. Allí conocimos al capitán don Carlo Ventora. El nos trataba con profunda amabilidad pues era amigo de mi padre. Nos invitó en una oportunidad a la su mesa donde sirvieron sopa de verduras, minestrones, entremeses y pescado frio. Luego marinadas a la jardinera, canelones a la napolitana, pavo asado a la antigua. Vino dulce, postre y café. Desde esos momentos comprendimos que habíamos renunciado a todos nuestros sueños de tener y criar a nuestros hijos en la tierra que nos vio nacer. Nuestras ilusiones se diluían en el viento húmedo y se mezclaban con el humo de las calderas o flotaban a la deriva junto a la espuma dejaba como una estela el paso del barco en el mar. Al arribar al puerto de la ciudad de Buenos Aires, el día era gris pero cálido en comparación con el crudo invierno que azotaba a Europa cuando partimos hace cincuenta días. Nos despedimos de don Carlo y nos prometimos encontrarnos en su próximo arribo, ya que el de forma atesorada nos traería noticias de nuestras familias. Pero eso nunca ocurrió, ya que al regreso chocó con otro navío y se hundió llevándose a su capitán al fondo del mar. Protegía a mi esposa Emilia del gentío presuroso por descender. Los botes que nos transportaban desde el navío a la costa se sacudían con violencia a causa del viento huracanado. Mientras él 99


la acompañaba tomándola del hombro con ternura, ella sostenía con seguridad el neceser en el cual protegía sus ahorros y cosas de valor sentimental. Todo el grupo compuesto por ochocientos inmigrantes fuimos conducidos a la aduana para registrar nuestros nombres, nivel de instrucción y origen. Nosotros que hablábamos con fluidez varios idiomas, nos registramos como franceses sin parientes, así cortamos toda conexión con Italia. De allí todo el grupo fue trasladado a un mugroso edificio, que ellos con gran esplendor llamaban Hotel de Inmigrantes. El personal que allí prestaba sus servicios nos trataba con descortesía como si viniéramos huyendo de la esclavitud. Nos servían puchero con maíz como todo alimento. Nos permitían salir a buscar empleo por las calles de la ciudad, pero a la noche volvíamos. La mayoría no conseguía nada. Luego eran cargados en vagones y enviados a trabajar en las cosechas de Tucumán y otros lugares. Nosotros al segundo día nos hospedamos en una humilde pensión. La señora nos cobraba $6 cada uno, y nos daba además de la habitación, desayuno, almuerzo, te a la tarde y cena. Vimos que nuestro futuro no terminaría bien si continuábamos junto a las demás personas. Un mes más tarde compraron una modesta casa en el barrio de Constitución. Era sencilla para una pequeña familia, solo 10 habitaciones. Al terminar de amueblarla comprendieron que los recursos económicos que trajeran se habían agotado. Ambos poseían una cultura envidiable y pusieron en marcha dos pequeñas empresas. Ella colgó un cartel en la ventana que da a la vereda que 100


ofrecía enseñar matemáticas, inglés, francés e italiano. Además de reglas de cortesía. También anunció en el diario “La Nación”. El por su parte, como egresado de Bellas Artes con promedio sobresaliente, se dedicaba a una actividad menos ligada a la cultura, pero no menos interesante, fue fileteador. Visitaba los mercados, centros de acarreos, el puerto y pintaba carteles, imágenes y leyendas en los carros y los barcos. Era un hombre encantador con la sonrisa contagiosa. Todos decían que el amor a la vida le salía por los poros. Tarareaba antiguas melodías que le recordaban a su infancia. Delgado pero fuerte, vestía con decoro, usaba finos bigotes y cubría su cabeza con una boina vasca. Su inseparable maletín de cuero con infinidades de frasquitos con pinturas, muchos y variados pinceles y algunos diluyentes. Su trabajo se resumía en estampar frases e imágenes de la virgen rodeada de ángeles y nubes, pájaros, dragones, flores de cinco pétalos, corceles, banderas y sirenas eran las más comunes. Decoraba las barandas de los carros y de las cabinas de los barcos. Comenzaba el tiempo de oro del filete.”

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Aquí de forma abrupta se terminan los relatos, abrumado pues la historia es apasionante y como son notas de la realidad, no tiene un cierre acorde y queda inconclusa. No me sorprende pero me abate; estoy seguro que hay mucho mas información esparcida en Buenos Aires, por lo que nos preparamos a viajar con Jorge Alberto Domínguez, el bisnieto de mi tío abuelo Cosme. Ambos aprenderemos del pasado y de regreso les contaré el destino de esas personas, sus sentires por la desaparición de su familia, quizás alguna crónica vieja hable del robo seguido de muerte que había cometido mi padre.A todos les informé que esta nueva aventura nos traerá esperanzas y alegrías, pues uniríamos nuestros 60 años de ausencia con los orígenes comunes a los de ellos y surgirá algo grandioso que les haré saber a mí regreso. Pero la verdad era otra, iba en busca de los posibles motivos que convirtiera a nuestros padres en personas con conducta tan disociadas de lo que se escribió de sus familiares directos. Quizás otros pudiera haber comportamientos similares y al fin hallaría un patrón que nos ayudaría a entenderlos mejor y hasta comprendernos nosotros mismos y a esta nueva generación de nuestro grupo. Llegamos y fuimos atendidos en la vieja casa de Barraca que aun pertenecía a todos, según ellos, como un bien familiar, algo así como una posta de recambio, pensé. Estas personas eran maravillosas, amables, buenas. Allí debían haber recuerdos de dos 102


tíos míos que quedaron con sus padres, pero hallamos de seis, pues los abuelos siendo jóvenes tuvieron más hijos, inclusive uno de ellos llevaba el nombre de mi padre y una tía el de mi madre en memoria de aquellos que luego de partir desaparecieron, como si la noche los hubiera devorado. Luego de mi alegría de ver, oler, acariciar el pasado y disfrutar de almuerzos y largas charlas, sentí pena por no haber roto el silencio antes de la llegada de Jorge Alberto, no tengo explicación para dar, aun cuando ya no vivía en esa pesadilla perversa tampoco estaba libre. Es tan difícil de explicar el porqué uno no hace lo que está bien y decide continuar sumido en aquello. Porque el no hacer nada también es una decisión tomada. Somos reflejos de nuestros padres y aunque reneguemos de ellos los hallamos en nuestra misma vos y aún ocultos dentro de nuestros gestos. Ya no reconozco en mí a aquel hombre que dejó morir a su familia por una simple y supuesta aprobación de la doctrina cruel aprendida. Eso quedó atrás y como antes no tuve remordimientos, ahora tampoco pues hice lo mejor que se pudo hacer tomando en consideración el momento, las circunstancias, los medios disponibles, el lugar y alternativas posible en base al conocimiento que poseía. Siempre consideré un consejo que recibí de uno de los peones cuando yo era joven y el cual aplico a todo lo resuelto: Las situaciones se corrigen antes de que sucedan, luego ya no

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importa todo lo que te arrepientas o sufras, pues no se modificarán más. Permanecerán para siempre como fueron concebidas, aún cuando destruyamos a los que la crearon, para él era factible hacer justicia, decía que estaba en la Biblia en eso de “ojo por ojo” y demás. Cada que podía, tocaba el tema para discutir con los compañeros por la dualidad del ser. No era muy instruido pero tenía los conceptos claros en muchos aspectos, lo estimé mucho mientras trabajábamos juntos.

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Antes de regresar de la gran ciudad consulté a un grupo de profesionales y quedé a la espera de su respuesta en mí domicilio. Un mes después llegó la correspondencia tan esperada y luego de leerla varias veces entendí de esta forma sus explicaciones: “Dijeron que mis padres sufrieron un trastorno de conducta, o solo él, ya se da más en varones y ella lo acompañó formado entre ambos un solo ente desquiciado, a la que llamó personalidad antisocial, que no toleraron la frustración prefiriendo el crimen y tomaron la decisión dañina contra todos. Despreciaban los derechos de otros y se conducían con astucias y culpaban a los demás de sus acciones, explotando a los que podían para tener beneficios económicos. Esa parte es verdad porque también nos tenían peor que a los peones, como esclavos solo por la comida; para nosotros parecía que estaba bien eso de trabajar para los padres sin poseer beneficios personales. Además, que en mi corta visita hacia los orígenes, como la llamé, “el hecho que no haya visto entre los demás parientes este tipo de conducta no significa que otros no la tuvieran en distintas magnitudes, pues la personalidad de un individuo se define con tres elementos. El temperamento que es de su herencia, el carácter que es lo que aprendió y el medio, que es el entorno que influye al

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individuo“. No obstante somos los herederos y partícipes activos de esta conducta, Pude modificarlo todo siendo guía de la familia desde que quedamos solos y seguí sus enseñanzas de la forma que fui educado; Pero la carta también dio esperanzas, debemos aferrarnos a ella y a la expectativa aunque no puédanos cambiar la herencia de las próximas generaciones, ni aún modificar el comportamiento de la que ahora se está desarrollando. Pero lograríamos un futuro prometedor tomando este conocimiento como el eje de las acciones a seguir y arribar al logro de modificar el resultado enseñándoles a los padres de esos que aún no han nacido. Sé que me conduzco distinto y considero todo de una forma amable, doy participación a otras ideas y eso en definitiva es evolucionar aún en la vejez. Y tal vez para esta altura creerán que realmente querría ser de otra forma, pero la verdad es que para extrañar algo primero debes haberlo disfrutado bastante y en mi caso no ocurrió así, pero no puedo negar la realidad de haber visto a otros que viviendo de una forma de plena armonía aun en los sectores más pobres en lo económico, lograron una mayor riqueza popular. A causa de esto repartiré el patrimonio entre los descendientes y crearé una entidad fiduciaria que administrará mi parte del cuantioso capital, pero tendrá como principio controlar el comportamiento y la educación de las generaciones futuras y

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aportar a sus progresos económicos según la mejor convivencia social, logrando en todos ellos un ambiente contenido. Que todos reciban el saber y les den a sus hijos la conciencia de una coexistencia con marcada oposición a la nuestra, que seamos tomados como un mal ejemplo al que no hay que imitar, que den a conocer nuestra historia como un cuento maldito, creando a la vez un ambiente cordial, colmado de una educación para el bien, así en un futuro que no veré, lograrán formar familias similares a la de los abuelos santiagueños, lo cual será como regresar al origen distante.-

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Roberto Attias (i Solé) robertoattias@yahoo.es Currículo actualizado en: http://es.gravatar.com/robertoattias -----------------------Otras publicaciones del mismo autor: http://edicionesra.blogspot.com.ar/ Libros electrónicos --- descargas gratuitas 1°-1° de poesías 'Versos pretéritos' 2°-1° de cuentos 'Prosa inicial' 3°-2° de cuentos ‘Sendero sinuoso' 4°-1° de notas 'Notas virtuales' 5°-3° de cuentos 'Por el sendero de los pájaros' 6°-4° de cuentos 'En el collado de las hierbas florecidas' 7°-1° de viajes ‘Apuntes de viajes: Venezuela’. 8°-5° de cuento ‘El candidato’ -------------http://depositfiles.org/files/3ewrxsudw http://depositfiles.org/files/2lo6rp14c http://depositfiles.org/files/am1vl8kjo http://depositfiles.org/files/rvl68vv6i http://depositfiles.org/files/x38dl7460 http://depositfiles.org/files/wqg7tao38 http://depositfiles.org/files/pf6lfjw3g http://depositfiles.org/files/pnjn10xn4 Facebook https://www.facebook.com/attiasroberto Google + https://plus.google.com/+RobertoAttias/post 108


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