Por el amor de mariana - novela corta

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“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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Aviso Legal; Para dar cumplimiento con lo establecido en la Ley 34/2002, de 11 de julio, de Servicios de la Sociedad de la Información y de Comercio Electrónico, a continuación se indican los datos de información general de este libro electrónico: Titular: Roberto Attias- Barrio 180 ViviendasC.P. 3514- Fontana, Chaco, Argentina -Contacto: robertoattias@yahoo.es Objetivo: este e-book o libro electrónico, es para la divulgación de material Intelectual (literarios y actividades diversas, del Señor Roberto Attias, Las ilustraciones son también de la propiedad intelectual del autor del texto. El autor no autoriza la impresión fraccionada del material, ni el copiado parcial de ninguna de sus publicaciones, a causa de que la publicación es gratuita garantiza que sea distribuida en el formato aquí presente y en su totalidad. Aviso de responsabilidad en las publicaciones, detalles: www.robertoattias.galeon.com/aficiones2714064.html Attias, Roberto Por el amor de Mariana: novela corta / Roberto Attias; editor literario Roberto Attias; fotografías de Roberto Attias; ilustrado por Roberto Attias; prefacio de Roberto Attias; prólogo de Roberto Attias. - 1a ed ilustrada. - Fontana: Roberto Attias, 2018. Libro digital, PDF/A Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-45190-5-4 1. Novelas Románticas. I. Attias, Roberto, ed. Lit. II. Attias, Roberto, fot. III. Attias, Roberto, ilus. IV. Attias, Roberto, pref. V. Attias, Roberto, prolog. VI. Título. CDD A863


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Tabla de contenidos


Este libro está dedicado A don Héctor René Attias, mi padre.

Esta fotografía fue tomada antes de 1976. Están de casería de patos picazos, solo tiraban a los machos y al vuelo. Él está de frente en primer plano. Están desviscerando las piezas logradas en la jornada.2 fotografías: esta y otra en la pagina 42 Nació en Calchaquí, Provincia de santa Fe el 6 de septiembre de 1930 y falleció el 10 de noviembre de 2011, en Resistencia, Chaco, ambas ciudades en Argentina.-

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Prólogo Es una novela corta con personajes comunes; la trama está colmada de situaciones reales y ficciones entrelazadas. Varios capítulos están basados en hechos reales ligados a mi existencia. Los datos sobre los jabalíes me fueron contados por mi padre. Elegí el nombre Mariana, por no tener ni una sola amiga virtual o presencial que se llame así. He visto bastantes y variados animales salvajes en los montes, hace más de 40 años cuando todavía se las podía encontrar sin que vivieran en zonas protegidas. Volví en busca de las huellas con Google Earth, realmente me habría gustado dejar un mapa con más puntos específicos de la zona. He llegado a la conclusión que la actividad forestal es extremadamente dañina, aunque sea selectiva, pues no solo diezman una especie autóctona muy importante para el ecosistema, que ya es bastante angustiante pues esos árboles necesitan más de 50 años para lograr el tamaño del cortado, sino que también matan la mayor cantidad de animales para comerlos o para quitarles el cuero para venderlos a los acopiadores de este o del otro lado de la frontera, y decir que nadie más compra esas pieles es una falacia.


La estación Antes de comenzar a contarles sobre esos paseos, debo confesarles que siempre quise tener un perro grande, ese amigo fiel y peludo que me acompañaría en algunos momentos de la vida, pero eso no fue posible por innumerables motivos más ligados a la falta de decisión y compromiso que a los factores externos, todos sabemos que al adquirir un compañero con vida como una mascota no se la puede desdeñar cuando su presencia es inapropiada, como en un viaje y además debemos modificar todos nuestros itinerarios conforme a él, así que solo me quedé con el deseo, pero la vida, siempre tan atenta a mis soledades, me dio algo más, ahora soy un inexperto y nada feliz poseedor de una enfermedad terminal, la cual he adquirido sin voluntad de tenerla y me acompañará con su mayor fidelidad hasta el final de mi vida, imitando aquel animal de compañía que carezco. Por este motivo luego de lamentarme, de sentirme miserable por varias semanas, decidí comenzar a vagar sin otro afán que el de vivir lentamente cada día, sentir en cada instante, agradecer al dolor por darme la pauta de que aun late un corazón en mi cuerpo, es decir de gozar mi existencia y la de los demás seres que me rodean, en otras palabras hacer lo que me plazca sin metas perentorias, aunque sabemos que terminaremos enredados en “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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algún acontecimiento aun si cuidamos de evitarlo, está en nuestra naturaleza ser complicados y desdeñar precisamente, la vida apacible y colmada de la bienaventuranza, permanecer a una distancia razonable de cualquier conflicto. Y fue así fue como aquella vez llegué por la vía, como todos, como otras veces, a la Northern Cattle & Co., o sea a la “Estancia vieja” nombre menos señorial dado por los pobladores de la zona. Pasaron los años y la pequeña locomotora a leña fue reemplazada por una a diesel y así fue evolucionando la industria del transporte, pero ellos no cambiaron las vías por una carretera, ese siguió siendo el único sendero metálico para llegar a todos esos destinos privados. Con esta trocha controlan quienes llegaban y los que abandonaban el lugar, pues ellos te transportan de regreso a la estación privada que estaba ubicada a la salida del pueblo y conformaba la punta de rieles del establecimiento y que según cuentan se mantiene casi igual a sus inicios hace mas de cien años, cuando comenzaron a edificar los primeros pobladores alrededor de la otra estación ferroviaria, la de la vía férrea nacional, ha cuya playa se acercaban los troncos como último destino local y eran cargados a los grandes vagones para conducirlos hacia las fábricas de tanino. El edificio de la estación privada con sus ventanales altos con rejas de hierros forjados, todo


en su interior es de madera lustrada como antaño, como los pisos, el mostrador con huellas de tiempo de incansable uso, el despacho del gerente en el piso superior al que se arribaba por una escalera amplia y curva, también de madera con pasamanos tallados. Arribar allí es como ir de paseo a un museo ferroviario, pues hasta el gran reloj y la campana son los mismos; el aroma que dan los años es característico a todos esos espacios, no de encierro porque está bien aireada y limpia, sino aroma a paciencia, de añoranzas, una fragancia que en cada uno de nosotros despierta un recuerdo distinto, pero rozándonos con las estampas de antaño, las historias de los viajeros, la algarabía de otras estaciones iguales de concurridas. Con viento calmo en ese desértico edificio cómplice de mis elucubraciones y cuando sabía que ningún otro ser escucharía, me dejaba dar oídos al murmullo cristalino de los viajeros de antaño, las voces de los niños que iban hacia el establecimiento cuando este también era un emporio agrícola. Aquellos sonidos quedaron atrapados en los vericuetos de sus muchos y variados recodos de maderas, rebotando eternamente entre sus muebles viejos.

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Siempre sentí que esa estación y yo éramos similares, con una historia que relatar y sin tiempo para contarla. Cuando pude, me he quedado por varias horas sumergido en la penumbra del salón de esperas, aun conserva los viejos carteles, algunos cuadros descoloridos y esos bancos de patas de hierro tan típicos, pero al llegar a los rieles todo se disuelve, el tul del tiempo vuelve a ser telarañas, la magia queda atrapada atrás, más atrás del dintel de esa última puerta lejos del sendero de rieles y durmientes. Luego de algunos años los trenes nacionales fueron retirados, las vías vendidas y hasta los durmientes se convirtieron de a uno en leña por los pobladores más pobres, que en los días muy fríos sirvieron para hervir sopas y locros guachos. Con el pasar del tiempo todo se borró y así quedó este ferrocarril privado como una utopía, tal vez como una mueca absurda e incomprensible o como un lunar artificial en esos espacios actuales surcados de carreteras asfaltadas y automóviles veloces. Ese lugar antiguo es un ícono del manejo de reses para engorde. Este espacio ahora tenía su propia estación de trenes, en este caso de un solo ramal sin cambios de vías, solo un punto de llegada y de salida.


En esa región los vagones transportando rollos de quebracho fueron cotidianos en la época donde el pionero de la familia fundara ese complejo hacia 1880. No había carreteras para vehículos con motores a explosión, pues aún no existían y años después cuando los hubo, nadie contaba con este tipo de transporte, el ferrocarril a vapor y las máquinas simples arrastradas por animales de tiro eran lo cotidiano, y así fue que una empresa especialista en vías férreas, trajo una cuadrilla numerosa de obreros y cargaron los terraplenes socavando los terrenos aledaños. Una vez charlando con un correntino de San Luis del Palmar, que había trabajado en ese tipo de labores en el territorio del Chaco hacia la década del 30, me contó que los peones se mataban en mayores números por las pocas mujeres que visitaban esos campamentos de cientos de hombres, mientras se realizaba el cargado de los terraplenes, que por las noches muchos de esos cadáveres desaparecían bajo las vías.

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Puesto Lejanía Y desde entonces permaneció el tendido de los rieles desde el pueblo hasta la estancia y de allí hasta el puesto administrativo al que se llamó “Lejanía”, cruzando montes, esteros y más allá, pues era el método óptimo que suministraba la materia prima con cualquier clima, mientras se pudiera rodear la madera, como en muchos otros obrajes de entonces, que luego desaparecieron. De la estación debo tener unas quinientas fotografías y cada vez que he ido me he llevado una docena más de algún ángulo nuevo que creo hallarle, quizás son los mismos de siempre, pero las sensaciones son a menudo distintas, renovadas, atrapantes. En esta realidad el equipamiento es actual y la tecnología ha reemplazado todo, lo moderno es más veloz y menos decorado y confortable, pero más práctico. Viajando en ese híbrido de la tecnología casera, en aquella monstruosa parición del ingenio que convirtió a ese colectivo viejo en una locomotora; además tenía en su última sección del carrozado el alojamiento del maquinista. Este cubría el espacio que otrora tuvieran las tres últimas filas de asientos y él lo mantenía con escaso aseo, haciendo de testigo fiel de su idiosincrasia vulgar. El ínfimo


lugar que poseía como principal mobiliario, un camastro metálico atornillado a la pared posterior, un bolso tipo marinero rumbado en un rincón y un perchero donde colgaba desprolijo y percudido un mameluco gris como remuda. Una mampara de madera separaba este sitio privado del espacio público donde se viajaba como en un transporte urbano de pasajeros, en varias butacas dobles a un lado y un amplio espacio vacío para bultos y bártulos del otro. Desde las ventanillas, de la derecha, mirando hacia abajo, se podía observar un polvoriento sendero indefinido y con numerosos desniveles por donde arreaban los vacunos cada vez que vendían una tropilla, desde que se convirtió en un establecimiento ganadero. Al llegar al casco de la estancia antigua, me bajé en el apeadero y caminé entre los añejos Eucaliptus, los que tienen en sus ramas superiores grandes nidos de cotorras y de loros. Son bandadas antiguas que van renovando sus individuos, los que al oír la corneta de aviso vuelan gritando y dando vaivenes caóticos, para dar un gran rodeo antes de regresar. Caminé hacia el segundo ramal, que realmente era el mismo, pero en los cuales habían colocado doble “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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juego de portones dejando un corredor que comunicaba el corral principal con un pasaje hacia el otro potrero, el que solo se interrumpía si había que llevar material al puesto del fondo. Esto obligaba a los pasajeros a bajarse allí y luego de cruzar este espacio por un puente de madera a sobre nivel, y de justificar el motivo de su deseo de continuar el recorrido, y con previa autorización se accedía al otro vehículo que era mucho más pequeño, para terminar el viaje. Andrés, el maquinista del primero también era del segundo, en otras palabras el único en su cargo; fue un veterano de muchas cosas, de presidios y de peleas callejeras, alguna vez dueño en una pequeña chacra la que había perdido en juicios de mantenciones a hijos abandonados. Veterano de matrimonios mal avenidos, de largas borracheras, de peleas con cuchillos, pero no de guerras. El tenia más edad que muchos de nosotros, unos 5 años más que su patrón , la mitad de la erudiciones que el menos instruido de todos, pero también el doble de experiencia mundana y marginal; eso lo hacía interesante, pues de todo sabia lo suficiente para llevar un diálogo apetitoso, sin desbarrancarnos en un silencio asfixiante, y poseía la habilidad de salir de un tema cuando comenzaba a limitarse y entrar en otro donde poseía más información, pero de alguna forma negativa era


desprolijo en su vestir y descuidado en su aspecto desarrapado. Había olor a transpiración en la cabina, la que también se desprendía de su ropa, no obstante siempre me pareció que era un tipo íntegro. Nos dirigimos hacia lo que ellos llamaban íntimamente El mayoral, allí vivían Juan Carlos y Mariana, cuando los conocí. Aquel espacio que fuera el puesto “Lejanía” y otros nombres según cada época, bien dentro del monte y los pantanos cerca del riacho El Rubio. Dicen que en otros tiempos fue la administración local, la oficina del pagador con guardias fuertemente armados con Remington, el almacén de ramos generales y en una de las ventanas enrejada había un largo tablón como mostrador para el copeo de pie y acodado. Sumaba a la algarabía general los campamentos de las familias de algunos hacheros, conductores de alzaprimas, picadores, boyeros; en lugar los solteros dormían en un largo galpón que los protegía de las inclemencias del tiempo, pero no de las riñas mojadas con ginebras y cortadas con facones. Era común arreglar o desarreglar las discusiones a filo de cuchillos, matándose por los más variados motivos, los que esgrimidos sin medir el licor, “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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seguramente serian inofensivos y hasta causantes de risa. Por último los corrales para los bueyes y a la par los carros, las playas de rodeos de rollos a la vera de las vías y todo lo demás que componía un gran obraje y a la vez un lugar de gran zozobra, tristezas y penurias, un absoluto rincón de mala muerte visto desde acá, pero no repudiado por nadie pues era habitual de esos menesteres. Desde allí hacia todos los rincones hubieron senderos por los cuales sacaban los rollos del monte, otras picadas son usadas aun por la hacienda, los troperos y los paseos a caballos que hicimos con frecuencia. Aun en la actualidad no se hallan árboles de esa madera, la depredación fue total e irrespetuosa, típico de los negocios que arrasan la naturaleza. Cuando comenzaron a haber muchas muertes se designó una pequeña parcela para el cementerio. Era fácil morir, no solo las riñas, también las alimañas, las pestes, los accidentes. Los hombres eran fuertes pero la vida siempre ha sido frágil. Pasó el negocio forestal, quizás porque diezmaron los montes o porque cambió el comercio del tanino, el caso es que todo eso quedo deshabitado y las construcciones se derrumbaron cuando el monte recuperó su espacio, solo se hacía mantenimiento


del terraplén y las vías. Hará unos 15 años que se edificó de nuevo, se desmontaron y el lugar se convirtió en un Edén. Como nadie fue sepultado en cajones y la mayoría de las cruces eran de madera el cementerio se borró, así que salvo una cruz de dos trozos de rieles que marcaba el camposanto, no había nada mas, así que mandaron a hacer un piso grande con algunos canteros y con cuencos para las plantas y una ermita frente a la cruz vieja, ya carcomida por el óxido, como recordatorio general de aquellos difuntos de los que no se tenía registro de sus nombres. En ese lugar se instaló la dirección general y la casa del administrador, por sobre todo era el hogar que la feliz pareja disfrutaba atesorados por la soledad y mimados por las múltiples comodidades que fueron instaladas allí, para la complacencia de ambos, pero sobre todo de él que había sido educado en un colegio de Inglaterra, pues era el heredero de esa fortuna difícil de definir con solo unas palabras. Era la casa nueva colmada de tecnología y servicios propios de un hotel de cinco estrellas. Piscinas, caballerizas, gimnasio y más. Había varios búngalos para las eventuales visitas. La casa principal con muchas habitaciones para “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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cuando venían sus hermanos menores y su madre, muy esporádicamente, pues ese lugar alejado de todos, según comentarios de ellos mismos, los deprimía. En aquella oficina el realizaba las videos conferencias con las filiales del exterior en otros negocios de aquella Sociedad Anónima. Creo que confiaba en mi discreción pues no pregunté jamás de sus actividades y no le seguía la corriente cuando hablaba de negocios, he sido cero obsecuencias, un cero absoluto que no quería cambiar de formas o funciones. Al regresar del primer día de mis safaris fotográficos, de esa primera jornada intensa en busca de las mejores ubicaciones para las futuras visitas, le digo que le traeré algunas fotos para la decoración de sus oficinas con imágenes de sus espacios, le gustó la idea y me indicó que al llegar haga que las impriman y las traiga a la brevedad que él pagaría; a lo que respondo que no y que se las regalaba si las quería. Sorprendido por mi falta de habilidad para hacer ese buen negocio hace un comentario del tema y le explico que si yo hago lo que él espera y en los tiempos que él pretende, deja de ser una diversión para mí y me integro a su engranaje y eso jamás ocurrirá. Lo meditó y me dice, aceptaré tu obsequio


y además tus visitas cuantas veces quieras venir, será un placer tenerte dando vueltas por acá alguien que no sea empleado, ni fisgón, además eres un bicho raro, no sé si estás demente o hallaste una forma de no volverte loco. Era un lugar óptimo pues la fauna no era perseguida por los cazadores y al verme no huía para refugiarse, era el oasis de las fotos de la naturaleza y desde ese instante pude ir y venir a sus tierras cada vez que podía darme una escapada. Es que jamás les conté los pormenores sobre mi salud, por lo que él desconocía que yo estaba ‘más cerca del arpa que de la guitarra’ y tampoco revelé de mi vida hasta ese entonces, por lo que fue más lo que ignoraba de mí, de lo que realmente logró saber, ya que dejaba que el relate sus aventuras mientras su esposa bostezaba en la otra punta de la mesa.

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Los jabalíes Trataba de visitarlos cuando me llamaban y decían que me extrañaban. Cuando arribé para mayo creo o junio del año anterior, no recuerdo bien la fecha pero habría que revisar las fotos, allí en el exif estarán los datos, tuvimos una de esas charlas amenas sobre armas y el sabiendo desde siempre de lo que contenía el bolso del trípode además de este, pues cuando regresaba a mi casa lo dejaba colgado en su oficina y de regreso aunque hayan pasado varios meses lo encontraba en el mismo lugar, eran respetuosos de las cosas ajenas. Este secreto a voces era de una escopeta usada, comprada de ocasión, marca Lamber calibre 28 con expulsores automáticos y que pesó 2,750 kgrs cuando estaba entera, así que ahora recortada y con modificaciones en la culata, donde también tenía un ahuecamiento con una pequeña caja plástica que servía de canana autoportante con cuatro cartuchos, que de por si eran muchos para no usarla. Pero todo el conjunto es liviano y muy cómodo para llevarlo a bandolera, el bolso que lo contiene posee la tira regulable y con un tramo elástico que hace las veces de soporte y amortiguador, recuerdo que me lo regaló Lidia Rivarola y me lo envió desde Buenos Aires.


Quiso saber el motivo del porqué la llevaba conmigo si esta con su excedente de peso debió dificultar mi largo andar por cerca de los esteros y a orilla del monte, además jamás había sabido que la haya usado cuando iba a sacar fotos y le parecía absurdo andar llevando tanto peso inútil. Entonces sin rodeos le respondo que en esta forma práctica de pensar y luego de haber estado en peligro en el pasado, era mejor tenerla y no usarla, que necesitarla y no tenerla, y rio. Esta frase la había oído hacía varios años en la película “Amor a quemarropa”. Y más liviano era cuando no necesitaría el trípode y lo quitaba y lo dejaba en la habitación que me fue asignada en mi arribo. Solo iba con el bolso de la cámara, el agua, el machete colgado al cinto y el bolso largo con la escopeta. En esas salidas disparaba la cámara a mano alzada o apoyado sobre un tronco, aunque con frecuencia subía a las ramas que me permitían tener un apoyo más estabilizado. El trataba de no invadir mis espacios y a la vez que parecíera una reunión informal, que por otra parte lo era, y aquel día luego de mi regreso del campo con ese mal tiempo reinante, les conté sobre los jabalíes que están en un sector lejos de la zona de acceso. Ese campo era tan grande que posiblemente “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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el no lo había recorrido por completo y por tal no lo conocía en su totalidad. Habíamos salido la noche anterior y fui con dos de los peones que recorren las alambradas hasta el puesto del fondo en un Sulky, allá tiene los suministros necesarios para reparar los deterioros de los piquetes de ese sector y me adentre unos cientos de metros en la espesura para ver el paisaje salvaje desde lo alto de una rama y desde allí se presentaba imponente el bosque y las rastrilladas por donde pasó la piara de numerosa de jabalíes, también malamente llamados majanes por andar en grupos, es la aplicación del errónea de la identificación como majada en vez de piara. Pasaron sin novedades pero capturé al menos dos docenas de buenas fotografías. Ellos tenían silbatos para llamarse y me dieron uno, así que cuando apuró el mal tiempo uncieron los caballos y como ya había oído el llamado, estaba listo para regresar con ellos nuevamente. Envolví mi equipo para evitar deterioros y para su sorpresa saque una petaca de ginebra que ese día viajó con la escopeta y que me la había dado Mariana y la bebimos en unos cuantos tragos. Estuvimos a eso del mediodía en destino y llovía copiosamente. Ya en mi dormitorio, me bañé, cambié y como el intercomunicador avisaba que estaba el almuerzo no me hice esperar y lleve


conmigo la memoria para ver las imágenes tomadas en la pantalla de la sala donde los tres comíamos y dialogábamos sin protocolos. Y al concluir la comida coloco las imágenes y les explico como mi padre me enseñó, porque es bueno saber conducirse en la naturaleza: Cuando viene un grupo de estos jabalíes deben darle espacio y no hacerse notar, ya que único cerdo salvaje americano es el Pecarí que no ataca a otros animales pues es herbívoro. El jabalí fue introducido en América desde Europa y también en otros continentes. En países como Brasil ha realizado desastres ecológicos y económicos, amparados por los grandes bosques. Estos como los cerdos comunes son omnívoros. Ellos conservan la estructura jerárquica rígida y matriarcal, la más grande es la que guía siempre tiene los pelos del lomo crispados. Vienen haciendo un ruido como de tambor y cuando van a atacar por sentir que las crías corren peligro, hacen sonar los dientes como si masticaran hueso. La embestida de la hembra no es letal pues sus colmillos son más cortos pero si en su lugar te ataca un macho adulto al sentirse acorralado o hambriento de seguramente te matará, muerden de costado pues son trompudos. Estos no viven en el grupo familiar salvo cuando es época de apareamiento. “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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Son animales tímidos pero según la ocasión son temperamentales, violentos y muy temerarios. Imagínate de encontrarte con unos 50 o 60 y si por torpeza matas a uno de los que van delante se quedan y tú ya debiste haber subido a una altura de un metro al menos y de un árbol importante porque cavaran alrededor del tronco con la intensión de derribarte. Tienes la ventaja de que no puede levantar la cabeza por tener la ultima vertebra de la columna soldada al cráneo, pero por otra parte despiden un tufo tan fuerte de una glándula que llevan en el lomo cerca de la cola, que te marea y debes estar atado o bien enclavado en la horqueta para no caerte. Luego de algunas horas continúan la marcha. Por eso los Yaguareté y los Pumas esperan en lo alto y cuando cruzan se tiran sobre los últimos, que son las más viejas y los más débiles. Luego de esa larga jornada habíamos regresado al mediodía porque amenazaba lluvia; como Juan Carlos no pudo contener la curiosidad de saber más sobre mi y además fue una parte lejana de mi vida, allá en mi tierna juventud, le conté sobre mis experiencias en el monte y como había cometido esos errores que por poco no me condujeron a la muerte.


AYX752 Como la situación atmosférica me anclaba allí, por la peligrosidad de caer desde una picada a un reducto colmado de los llamados cocodrilo narigudo o aguja, que fueron traídos desde el norte de Sudamérica, desde los ríos de Perú o Colombia, para un emprendimiento comercial. Estos fueron acomodados en una región bien delimitada de este campo ya que son el doble del tamaño de los yacarés. Ese negocio no prosperó y como la población creció de forma desmedida tuvieron que aplicar el rifle sanitario, aun así los pocos que quedaban se habían comido a más de una res. estos animales quedaron relativamente contenidos en una laguna con profundas barrancas o alambradas y con defensas de cemento que evitaban que salgan, pero el tiempo fue corroyendo las cercas y en muchos puntos ya están desprotegidos y estos espacios peligrosos se rozan con las picadas. Así que en días de lluvias es mejor no ponerse en peligro de resbalar y caer, ya que sabemos que estos animales atacan presas grandes, así que me quedaría a ver películas, charlar y jugar en el salón; además y para amenizar la reunión le relaté lo más “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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preciso posible los acontecimientos de aquellos meses, en los que gasté poco heroísmo y una inmensa cuota de temor y buena suerte. Luego de almorzar y en la sobremesa nos servimos otro poco de vino y comencé con mi alocución. --voy a ponerle nombre, a este relato, les dije, y aunque es veraz le dará una nota de color a mis recuerdos lejanos como si la violencia implícita y la sangre que se derramó de las bestias, no fuera suficiente. Lo llamé AYX752 que era la característica de la banda civil de la estancia, esa radio que utilizaban para comunicar con AYX333 situada en la Desmotadora de algodón y a la que se llamaba para dar las novedades o pedir ayuda. Comencé el relato de los recuerdos que ahora están dentro de esto que también es un recuerdo. Bueno amigos, dije, y sin más preámbulos sumerjámonos en aquellos acontecimientos distantes. “Fue en 1976, había cumplido 21 años hacia unos 3 meses, lo rememoro por muchas cosas de entonces y porque en aquella oportunidad que se encontró con mi padre y conmigo don Tomás, que era imprudente para hablar pero querido por muchos, el murió un tiempo después jugando al básquet. Este joven empresario nos contó que la policía provincial le habría exigido que abriera un pequeño cofre que


tenia la camioneta Chevrolet C-10 en uno de sus lados, creo que en el guardabarros trasero derecho y luego de explicarle que jamás se había usado, pero ellos lo abrieron barreteado para conocer su interior vacío, comenzaban de forma tímida las primeras muestras de paranoia de las fuerzas de seguridad del país. Para el otoño de ese año apareció la posibilidad de hacer postes de ley, ustedes saben, los de, 2.20, 2.40 y 3 metros de largos, estos los últimos eran para hacer corrales. Se realizaría la tarea en la estancia de Zalher&Co. dueños de la desmotadora de algodón en la localidad El Colorado, donde don Tomás era el gerente, y la misma empresa para la cual mi padre era acopiador de materia prima en toda esa provincia cuando había campaña de algodón y no entorpecía su trabajo como gerente en la Cooperativa de Servicios Públicos de esa localidad. Se precipitó la necesidad por una quema de pastizales que la había cambiado el viento y las llamas habían consumido unos mil metros de alambrado periférico. Zalher como se los conocía entonces, eran dueños del puesto Soledad, fue una de las 8 parcelas que formaban la estancia de la Compañía Argentina, dueña de las entonces ocho leguas cuadradas de campo, establecimiento ganadero el Magaik antes de lotearla, de a media “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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legua cada uno y vender los terrenos a distintas personas. La primera construcción importante y cabecera de entonces era el puesto Magaik que habían comprado los dueños de Alefa S.A. – Alegre & Fariña – esta estaba a 9 kilómetros de la ruta provincial N°3, próximo a la colonia La Disciplina. (Antigua cárcel de los desertores del Ejército en épocas que ese lugar aun era Territorio Nacional). En este cruce me bajé varias veces del colectivo por la mañana, y caminé ese trecho desolado hasta el casco. Almorzaba con uno de los dueños, creo que era Fariña, que manejaba el lugar y luego a la tarde me llevaba en su camioneta a Soledad, que en esa época era 13 kilómetros más hacia el fondo. Había que abrir varios portones, pero también había tranqueras protegidas con guardaganados. Era un hombre grande, de buenos modales y afable, este prestaba especial cuidado en la elaboración del almuerzo. Mi padre me había contado que uno de ellos, posiblemente Alegre, ahora no recuerdo bien, se había recibido de contador a los 17 años y por ser muy joven no podía ejercer su profesión. Al llegar de su recorrida ya lo esperaba mirando los corrales y caminando por el amplio patio. El llamaba a un peón para que lleve su caballo y al entrar al comedor encendía un ventilador a gas, pues de


noche nomás se encendía el grupo electrógeno, sacaba un par de churrascos y luego iba al fondo del otro lado del establecimiento y traía un par de latas con ensaladas de su bien provista despensa; luego descorchaba un tinto que tenía en una heladera a gas, las botellas poseían una etiqueta muy particular, se podía leer con claridad la leyenda “de Bodegas Giol, envasado especialmente para ALEFA S.A.” quizás el vino no fuera más que otro ¾ de Toro viejo, pero esa galantería lo quitaba de una posición ordinaria. Por otra parte el puesto Soledad no tenía electricidad a ninguna hora, allí solo habían lámparas a gas y nada de ventiladores. Era el fin del camino en vehículos. Tenía 2 molinos, uno cerca de la casa y otro en el lote 5 quizás uno par de miles metros hacia la derecha del acceso. Luego de abrir un pequeño portón rudimentario y más adelante por una picada larga que rodeaba el monte y era recorrida por la hacienda, te encontrabas en una amplio abra y con esta instalación en medio, con bebederos junto a un tanque australiano de gran dimensión y varios bebederos conectados a este y que los mantenían llenos con un sistema de boyas, y a la vez protegidos por una cerca que permitía beber a los animales con comodidad. Todo estaba dentro de un pequeño aprisco oblongo.

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Ese año hubo una seca terrible que duró siete meses, murieron más de 500 vacunos en ese establecimiento, la mayoría empantanados en los pequeños ojos de agua que quedo del riacho el Magaik, el que dejó de ser un abrevadero natural para convertirse en una trampa mortal para las reses sedientas, entraban y quedaban allí y eran tantos que no les daba oportunidad de salvar a casi ninguno. Pero la verdad que solo dos molinos no eran suficientes para enfrentar aquel problema, considerando que uno estaba cerca de la casa y era casi inaccesible para el ganado y a la vez ambos de este lado del riacho y la mayoría de los vacunos estaban más allá de la otra orilla. Yo administraba el obraje y don Antonio que tenía cuarenta años más que yo fue el capataz, pues yo no podía controlar lo que no sabía hacer. Aún tan lejos de las zonas pobladas pronto tuvimos 10 o 12 hacheros la mayoría con sus mujeres y desde un par hasta media docena de hijos cada uno. Muchos solo hablaban guaraní que yo no comprendía ni una sola palabra, pero don Antonio sí, en esos momentos eso lo convertía en el experto en todo. En el pueblo, antes de ir a instalarnos en el monte y cuando habíamos solicitado obrajeros, aparecieron varios, pero el capataz los probó de a uno con una treta propia del oficio. Le mostraba un hacha marca Mano o una Collins y un machete marca Corneta y le


preguntaba que le parecía la herramienta: si el fulano asiendo el machete por el mango y dando algunos cortos movimientos verticales, con el filo hacia abajo para probar su peso, era aceptado; pero si por el contrario, agarrándolo de la misma forma que el anterior dibujaba ochos en el aire era rechazado, pues estaba pensando en pelear y no en trabajar. En menos de 15 días ya producía el obraje, con todo que tuvieron que hacer los ranchos pues solo había un par de ellos. Lo malo es que había muy poco quebracho. Solo los renuevos y la mayoría no daban la medida de ley. La zona había sido arrasada 50 o 60 años antes. Se encontraban en esos sectores del monte donde aparentaba que jamás había sido hollado por humanos, inmensas bases de árboles que habían sido talados. Era un misterio para nosotros por la falta de información de la época del Territorio Nacional con respecto del tema de los obrajes de allí. El capataz de la estancia y su familia me tenían mala idea, decían que yo hacía brujerías y cosas extrañas, pues yo permanecía cada noche con la lámpara encendida por un par de horas, pues escribía poesías antes de dormir y murmuraba al leerlas.

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La recepción de mercaderías para nosotros, que era independiente de la estancia no siempre se hacía con la premura de la necesidad y ante el peligro de que se queden sin comer, nos obligaba a cazar algún tapir en una de las muchas vueltas del riacho, donde quedaban unas pequeñas represas. En ese tiempo tenía una escopeta antigua marca Bayard, de fabricación Belga con percutores externos, con dos gatillos dentro del guardamonte, calibre 16 de dos cañones yuxtapuestos de ánima lisa y con algunos decoraciones en bajorrelieves a los lados sobre las partes metálicas. Según un armero que pregunté hace poco, debió ser fabricada entre 1910/30. No sé de donde la había obtenido papá, llegue a pensar que era del tío ya que tenía una con el mismo desgaste, y por otra parte quizás fue de alguno de sus amigos cazadores, el caso es que no supe que se hizo después de ese trabajo, es que nunca he tenido espíritu de cazador. Era un arma que si bien funcionaba de forma aceptable, también tenía desgastes comunes en ese tipo de herramientas. El percutor derecho era muy sensible ya que pertenece al primer gatillo y por tal se ocupa mucho más, y algunas veces se accionaba solo cuando el arma golpeaba en una rama al llevarla al hombro o al apoyarla en el suelo con algo de brusquedad, así que lo llevaba cargado mientras andaba por el monte,


pero no lo montaba hasta el momento de ocuparlo, esto me daba la seguridad de que no se provocarían accidentes fatales. Fue aquella una época muy difícil de conseguir municiones gruesas como el 00 y ni soñar el de un solo plomo que conocíamos bajo el nombre de su marca Fulgor, aunque yo tenía 2 de esos en el bolsillo de mi camisa para mi seguridad que jamás ocupé, pues no hubo motivos para usarlos. Venían en cajas de 10 tiros, los conocía porque mi padre aunque tiraba con munición fina llevaba 4 de estos, 2 de cada lado de las cananas por cualquier emergencia. Entonces comprábamos lo permitidos de munición N° 5 y don Antonio les quitaba las cargas y derretía el plomo haciendo un solo balín, plomo esférico o cartucho-bala al que daba forma con un pequeño martillo y muchas pruebas en el caño, luego lo recargaba en la vaina donde había quitado las municiones y aplastaba la boca para que no cayera la carga. Años después me enteré que pudo reventar el caño, ya que no estaba preparada para esos usos exigidos y además era para pólvora negra y no para la actual sin humo o piroxilada. Pues que puedo decir, tuve suerte. Íbamos al monte y para no correr ningún riesgo de que le tirara a cualquier cosa, cuando estaba en posición para esperar si aparecía algún animal grande, me daba un cartucho con la consigna de no “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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desperdiciar. Allí me quedaba en una nube de mosquitos, sin hacer ruidos ni humo, por horas. Algunas veces tenía suerte y aparecía este animal que tiene muchos nombres en la provincia de Formosa, el Tapir, mejor conocido como Mboreví, Anta o Danta y además Gran bestia por su poderosa embestida, que tiene el cuero muy grueso y en muchos lugares como en el anca, tiene una pulgada de grosor y le revotan las balas. (Recuerdo en una ocasión en que los peones de la estancia corrieron a caballo a uno y le tiraron muchos tiros, pero el que lo mató fue uno que le había entrado por el ano, los otros habían revotado). En otra oportunidad estado en una fina picada y de pronto apareció la Mborebí y su cría, esta presenta rayas claras longitudinales y pequeñas manchas y cuando parecía que se iba a poner difícil la situación el pequeño emitió una especie de silbidos cortos y su corpulenta madre lo siguió. La carne de este animal es oscura pero sabrosa y se hacía cecina a falta de heladeras, además se preparaba una deliciosa Chastaka. Volviendo al relato, allí estaba yo por sobre su nivel en una barranca. Calladito y aunque el animal era desconfiado la sed lo podía y cuando se acomodaba para tomar agua, doblaba las patas delanteras como el vacuno, hacia adelante y me permitía disparar una vez al sobaco, donde tiene el cuero más fino. Era


un solo golpe y no se movía, estaba muerto. Al tiempo que oía el tiro, venia mi compañero y lo carneaba y luego de estar trozado era más fácil de transportarlo entre dos hombres con una vara gruesa a modo de palanquín, y aunque era lejos del puesto, siempre habían hacheros en la cercanía y ellos ayudaban. Lo bueno es que no era siempre y lo malo fue que el encargado de la estancia no nos permitía comernos ni un ternero aunque este estuviera en peligro de morir. Esas personas tenían un odio declarado por mí. Es de suponer que tenían algún negocio oculto, de otra manera no se entendía esa posición de desconfianza. Pasó el invierno y llegó el verano más rápido de lo que se esperaba, ya había menos hacheros pues no eran obrajeros y si había cosechas de algodón se iban. Mi buen amigo don Antonio poseía muchas habilidades, entre ellas estaba saber tallar maderas a lo montaraz. Una vez sacó un arco del corazón de una rama a puro cuchillo, talló durante una semana aquel trozo de árbol de 1,80 mt de alto, y luego me enseñó a endurecer las puntas de las flechas en el fuego, pero el caso fue que solo él tenía fuerza para encordarlo y en aquel momento recordé a Ulises de regreso a Ítaca. Luego tensarlo, ya era otra proeza…ja. En esos días, teníamos como rigurosa orden de no bañarnos en el tanque australiano del lote N° 5, bajo “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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la premisa que entre el ganado había vacunos orejanos (palabra en argot que se refiere a los que no fueron marcados) que jamás pudieron agarrarlos porque entraban a los montes, estos últimos vivían salvajes y peligrosos, y temían que al sentir el aroma al humano no irían a los bebederos, pero al oír esto le digo a mi compañero – ¡Qué mal para ellos si son inadaptados! — y con esta frase abrí la temporada de los baños nocturnos a hurtadillas. Allí íbamos temprano a la zona con la proclama de cazar algún tatú y nos metíamos al agua más por rebeldía que por necesidad en esas noches claras, en silencio y sumergidos nos hasta las orejas, flotando como ranas con media cabeza afuera. No vimos a ninguno que haya retrocedido por el olor, hasta los guazunchos colorados tomaban sin complicaciones. Aparecíamos a la madrugada sin haber atrapado nada, Por lo demás fuimos honestos, pues jamás comimos ni un animal al cuidado de ellos. Los últimos días de mi permanencia en esos páramos pasaban sin mayores pretensiones, solo quedaban un par de hacheros talando, yo escribía algunos versos, vagaba por el monte luego de eso y por varias semana don Antonio solo hacia postes para hacer unos pesos extras, unos 6 por día, si ninguno quedaba carayá, palabra en argot que significa que al caer el árbol queda sostenido por otro, de lo contrario había que tumbar ese otro, que raramente servía para poste, para recuperar el primero.


Recuerdos de niñez Estos recuerdos son como las Matrioshkas, tomas uno y dentro de este hay otros ocultos y algunos divertidos y otros alarmantes. Entre los amenos o menos dramáticos puedo nombrar la vez que me interné solo y no me di cuenta al ir entretenido que había entrado al bosque de arboles altos donde el sotobosque está formado por las Bromelias, que en este caso era las Balancea, los que llamamos en Chaco, Caraguatá, con sus largas hojas que aunque tienen espinas en sus bordes como otras similares, aunque no son como los cardos chuzas y no hieren de igual forma. El caso es que caminaba con comodidad por ese amplio sendero entre la vegetación sin darme cuenta que hacia un rato que estaba en medio de la espesura como si en el mundo no existiera más que DIOS en lo alto y yo en la tierra con la escopeta en la mano. Pero el tema siempre presente desde aquella noche de 1963, me devolvió a la realidad. Juan Carlos presa de la curiosidad no me deja continuar con el relato, al considerar que pasaría por alto aquel detalle y me interrumpe preguntándome que había ocurrido en esa noche del 63. Entonces paso a aclararle el tema:

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-- Estaba yo dibujando o haciendo algo referente a la escuela o no, pero tenía los útiles a la vista sobre la mesa del comedor, cuando el bramido nítido de un león entro por la ventana enrejada, en la humilde casa de la calle España. Los bramidos continuaron por horas y supe aún con mis ocho años que era ese animal letal, sin haberlo visto y sin haber oído antes ese sonido, pues está en nuestra memoria genética la advertencia del peligro. Abrumado y temeroso busqué la escopeta de mi papá que la tenia desarmada dentro de la funda, una Víctor Sarasqueta calibre 16 y la armé con premura sobre la mesa y dejé la canana cerca. Más de dos hora después llego mi padre del club y nos contó que en el terreno que colindaba en el fondo con nuestro patio había llegado un circo y las fieras tenían hambre. Pasó la novedad pueblerina pero a mí me quedo el temor para siempre. -Ahora comprendo los recaudos que tomas al entrar solo al monte-, me dice y me pide que continúe con el relato. - El recuerdo de los grandes felinos hizo que abandonara mi postura invencible, al tiempo que me recorrió el cuerpo un temblor de alerta por lo que trataba de evitar estar sin compañía en esas soledades que parecían infinitas, las que trataba de evitar, pues para esos días había un grupo de pumas en esa región y al darme cuenta que estaba


lejos de nuestro puesto montaraz, llego a mí la zozobra. Me dispuse a regresar y veo ese lomo color pardo, llevaba los cartuchos puestos, que para ese entonces ya habíamos conseguido una docena con munición gruesa, unos 6 o 7 balines por cartucho. No le veo la cabeza al animal solo el lomo y estoy en desventaja porque estoy asustado. El temor pudo más que la paciencia y en vez de alejarme grité para romper el silencio, que no era absoluto, solo es una forma de definir el momento dramático, pues en el monte reina un interminable bullicio a toda hora, y con el estruendo de mi grito todo se precipitó. El animal trató de huir y delante de él había un tronco acostado entre la maleza, el que desde mi posición no se veía y que luego pude constatar que tenía una gran rama; el estaba en dirección a la horqueta, así que dio un salto para cruzarla en la parte más fina y paralela al sendero por el que yo transitaba; fue desde mi posición como si saltara hacia mí, pero estaba como a 10 o 12 metros aún y como todavía no sabía que bicho era y los nervios me traicionan ni me percaté que era un Guazuncho y le disparo dos tiros de frente casi en un solo movimiento y mientras corría hacia donde había caído, volví a recargar, pero cuando estuve a media “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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distancia me detuve y nada se movió. Me tome un segundo para respirar, además de mirar en todas direcciones y oír, pero no había nada acechándome, pues el estruendo de dos disparos espanta cualquier bicho. Al llegar al tronco observe que al animal muerto tenía perdigones en la cabeza, el cuello y en la unión de este con el torso lo habían matado de inmediato, aunque no puedo asegurar que acertara ambos tiros por completo, pero varias municiones dieron en el blanco. Alguno dirá que porque no aproveché a irme ya que tenía tanta inseguridad, pero la verdad es que no se deben dejar animales heridos. Comencé y debía concluir, además matar un animal y no tratar de aprovechar su carne ofendería a Dios. Bueno de allí hasta llegar al punto de salida fue más engorroso, lo destripé y con las hojas del Caraguatá até las patas delanteras y traseras juntas y me lo puse al hombro a modo de bolso, en mi hombro izquierdo porque tengo más fuerza de ese lado y porque apoyaba la culata en el derecho y a la vez podía usar mi brazo por si debía volver a disparar. Al salir busqué un árbol grande y en una rama a unos 2 metros del suelo lo colgué. Luego al llegar avisé que lo fueran a buscar. El olor a la sangre en


mi ropa no me permitía pasar desapercibido, todos los animales me habrán olfateado desde lejos. Aunque parezca increíble Antonio y yo, ni juntos ni separados, vimos ni una sola vez a ningún puma, ni otro tipo de gran felino y debió haberlos. Nos encontramos con los comentarios de los hacheros de haber sido observados acostados a la sombra pero no molestaban a nadie, había comida en abundancia y una gran escases de agua y muchas huellas en las picadas donde la tierra esta removida por el paso del ganado, inclusive cerca del casco de la estancia pues allí estaba uno de los dos molinos, debieron olfatear esa gran masa de agua del tanque australiano. Allí en el borde de la tierra arada, que cubría unos 200 metros para impedir que alguna quemazón llegara hasta la casa y los vehículos. Animales astutos de no hacer ruidos o la jauría de los perros del capataz los habría perseguido hasta hacerlos subir a los arboles. Uno de esos días cruzamos la tierra arada solo con machetes y vimos las infinidades de huellas de estos bichos merodeando, allí en la tierra suelta donde se han formado los pequeños colchones de polvo, esas marcas eran espectaculares y hasta parecían más grandes.

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Entonces le digo a don Antonio - culpa tuya deje la escopeta - mientras le indico las huellas a la vez que un pulso de ansiedad me recorría todo el cuerpo (pero no era culpa de él, aunque me sugirió yo podía llevarla conmigo) y me dice así - si aparece alguno a molestarnos los dos tenemos machetes, así que ese gato lamentará su mala suerte - y fue momento para aflojar tensiones y reírnos de la gran confianza tenía en mi y en el mismo.

Mi padre desviscerando los patos para llevarlos de regreso.( cacería con amigos)


Errores cordiales Entre los recuerdos alarmantes están los que surgieron a causa de mi comportamiento cordial que en un caso fue juzgado como debilidad y en el otro como insolente. El primero quiso matarme porque su mujer lo animó con un comentario. Para ella fui irreverente y a la vez escudriñador de por menores matrimoniales y para mi pensar solo estuve amable en un diálogo banal. El caso fue así, su hijo enfermó y pedí el transporte de la empresa para llevar al niño al pueblo. En el camino se rompió, precisamente la rótula derecha de la camioneta y por un pelo no volcamos. Allí mientras esperábamos, la señora y yo charlamos de cosas cotidianas mientras esperábamos la reparación del rodado, en medio de ese diálogo ameno le pregunté por la relación matrimonial que parecía tensa al momento que él me veía llegar a la ranchada, que no era siempre, y si era quizás por celos de este. Ella sonrió con timidez y dijo que no era eso y la conversación continuó por otros senderos. De regreso un par de días después cuando el niño estuvo estable, volvimos y ella al hablar con su marido le contó que yo pregunté si él era celoso, “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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porque seguramente yo tenía interés en ella. Fue así como ellos pidieron mercaderías para cocinar el sustento diario y aunque no era habitual en días hábiles, y aunque no era mi labor fui a dárselas, pues no hay que ser muy estricto cuando se trata de alimentos y mas sabiendo que uno de ellos tenía varios chicos. El depósito estaba en una habitación del casco de la estancia que tenía una puerta hacia la galería externa. Abrí y entré hasta el fondo donde apoyé la escopeta y comencé a despacharlos. En un momento tuve la sensación que trataban de rodearme, me detuve, tomé el arma y apoyándola sobre mi cadera monte ambos percutores y les dije que se fueran que el capataz se las llevaría. Más tarde llegó don Antonio y le conté lo sucedido y además le pedí que hablara con ellos para disculparme, ya que pensé que mi accionar había sido exagerado. Fue el que habló con ellos y a su vez el me contó el motivo por el cual ellos trataban de matarme. Tuvieron que irse. El marido indocumentado y no hablaba español, malo para ese tiempo del gobierno de facto. Dos meses después el encargado de la estancia emborrachó al otro que había ido con el primero y lo orientó para que me matara, para entonces ya estaba convencido que no era muy popular.


La situación era sencilla para ellos, aunque tenía la escopeta vieja siempre conmigo, era muy confiado y la dejaba apoyada en cualquier lado. En resumen este hombre muy ebrio se abalanzó hacia mí con aire de matón y casi al llegar se tropieza en el desnivel de los ladrillos colocados en el piso la galería. Por instinto de proteger a otra persona en peligro, no lo dejo caer contra la meza pues se habría destrozado la cara al tener una mano atrás a la altura del mango de su cuchillo; alcanzo a tomarlo de los hombros y con mi afán de enderezarlo lo empujo con más fuerza de la que necesitaba, este trastabilla hacia atrás un par de pasos y cayó sentado en el rincón opuesto de la galería. Se levantó embravecido y ya arremetió con el cuchillo en la mano. Yo no tenía a donde huir y Dios sabe que lo hubiera hecho de tener una salida del problema, así que retrocedí en busca de algo para golpearlo y encuentro mi escopeta casi a mi lado apoyada en un mortero que había bajo techo. Sabiendo que el arma estaba descargada, la tomé con la mano izquierda y traté de usarla de garrote pero en el apuro y el miedo erre la medida y no llegué a pegarle en la cabeza como era mi intensión, y al quedar las bocas de los caños a la altura de su pecho, él se freno de golpe. Los dos quedamos congelados, yo no podía articular palabras del pánico, solo atiné a apoyar el arma en su pecho y “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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tomarla con ambas manos porque me temblaban y logré montar los percutores. En ese momento dejo caer el cuchillo ante la muerte inminente y solo atinó a suplicar por su vida. Era la segunda vez que el mismo sujeto estaba en la mira de esa escopeta. Allí había más de 5 adultos y todos estaban atónitos, incluyéndome. El se retiró del lugar rápido y como pudo cruzó entre los alambres bien tirantes del cerco. Era un domingo a la siesta y lloviznaba fuerte, y al verlo marcharse no parecía tan borracho como se pretendía, quizás un encuentro cercano a esta situación poco esperada despejó su mente intoxicada por el alcohol o estaba todo armado de antemano. Creo que el tubo mucha suerte que haya sido yo el que sostuviera el arma, y además de tener estos valores por la vida de mis congéneres, pude haberlo emboscado en medio de la espesura y habría sido uno más que nadie reclamaría, pues ni nosotros sabíamos sus identidades con toda certeza. Si algo puedo rescatar de aquella familia era que al final de los almuerzos lo chicos debían tomarse un gran tazón de leche acompañados con pan y la invitación era extendida a todos los presentes. Dos veces me escapé de la muerte en ese obraje defendiéndome con la escopeta descargada. Es que ellos tenían las armas cargadas, lo que no supieron


es que yo descargaba el arma al regresar del monte. Tuve suerte porque nunca se habló de ese tema y de saberlo el final pudo ser diferente. Don Antonio estaba seguro de que no tenía carga, pues él me daba los cartuchos cuando los necesitaba para cazar nomás, pero lo que él desconocía es que la primera vez que anduve por el pueblo mi padre me había dado 2 de los cartuchos bala por si los necesitaba como una última solución, los cuales tenía guardado en secreto, pues pudo modificar su actitud conmigo en algún momento y atacarme de forma inesperada como los demás y con uno de estos disparos se podía parar un toro embravecido. Después de esa tarde ya no hubo más hacheros, pero dos días antes de que fueran a buscarnos, fui parte del grupo que arreó la hacienda que habían juntado y las tenían desde el día anterior en un potrero cerca del corral del Francés, como llamaban a esa minúscula loma. Fue allí que conocí lo que quedaba del aquel obraje, el corral de los bueyes, las tumbas, etc He visto una cruz de hierros con un corazón de lata en el medio que marcaba una fecha en la que solo recuerdo el año, 1912. Estaba atada en un tronco, creería que estaban sepultados allí, porque era lejos del campamento y al lado de otra sin fecha, dicen que fueron enterrados allí mismo donde se mataron, “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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pues no tenían familia que se ocupen de ellos, indocumentados y casi desconocidos. Además vestigios de lo que fuera la administración y la punta de rieles en aquel emprendimiento forestal, que muchos años atrás había diezmado los quebrachos 20 kilómetros a la redonda, por eso solo había algunos renuevos a orillas del Magaik. Como si mis desaciertos hubieran sido pocos, al salir de madrugada con llovizna no llevé sombrero, pero luego se despejó y salió el sol por lo que casi muero insolado. Ellos ensillaron todos los equinos temprano y después del mate y en el trayecto bebían Fernet mezclado con alcohol puro; En algún momento del recorrido y antes de cruzar el riacho que en esa parte no tenia agua, me convidaron un sorbo y confirmé mi sospecha que era Cachurí, bebida casera a base de azúcar quemada, cascara de naranja, alcohol puro y agua: ‘primero con agua y después como agua’. Sonreí al sentir el sabor áspero y quedo al descubierto el engaño. Ellos me dieron por mansa una yegua que había sido corredora de carreras cuadreras, era muy dócil, pero para cruzar bajo una rama tuve que agacharme sobre su cuello y quizás por costumbre salió disparada por la picada. Todos se reían y yo trataba de mantenerme sobre el animal y a la vez contenerla;


después de unos cientos de metros disminuyó su loca carrera hacia ninguna meta. Al medio día nos encontraríamos con otro grupo que nos ayudarían a arrear los animales de regreso, pero no llegaron, solo los cinco y de los cuales dos éramos desconocedores del tema, el chofer del tractor y yo, pero aun así ellos nos explicaron como cabalgar despacio entre los vacunos, acompañando a la hacienda y acarreamos unas 700 cabezas hasta los corrales a través del monte y cruzamos por el ya destruido puente colgante.” Antes de las lluvias mas copiosas entregamos la última partida grande de postes, estibados en el monte y usamos como sendero los afluentes y canales menores del riacho que en ese momento estaban secos. Solo tuvimos que sacar algunos árboles caídos que estaban en su lecho. Esa era la picada que aceptaron como parte del convenio para rodearlos. Pero luego terminó la sequía y nuestros senderos se convirtieron nuevamente en canales y los postes de la última partida quedaron en lo profundo de la espesura, sin senderos para sacarlos y según ellos fue más económico abandonarlo allí que hacer picadas para llegar a esas estivas de maderas bien labradas. Como ya habían sido contados, los que sumaban varios cientos y recibidos por el capataz de la estancia, pudimos cobrarlos. “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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Así concluyó mi relato referido a mis varios meses en el obraje, habían pasado 30 años de aquellos días. Mientras oíamos la lluvia que arreciaba con fuerza seguíamos bebiendo ese sabroso vino en silencio, para mi forma de pensar parecían una pareja bien formada, con secretos pero bastante sólida. El era 8 años mayor que yo, un hombre fuerte y su pelo rubio medio rojizo parecía una antorcha cuando le daba el sol y su fuerza de voluntad empresarial lo empujaba hacia adelante sin amilanarse. Ella por su parte tenía 32 años menos que él, pero desde mi posición tenía confianza en que tendrían largas vidas juntos.


La curiosidad Mis llegadas desde hacia media docena de visitas se habían tornado espectaculares. La máquina se detenía al final de la crujía que tenía acceso a los depósitos. Mariana sin llegar a ser bella tenía un halo de dulzura, alegría inagotable y siempre me esperaba en el improvisado andén para llevarme de su mano hasta la cocina, el lugar donde estaban las cosas más exquisitas. Su sonrisa pícara dejaba entrever un franco deseo de charlar sobre cualquier cosa que no sean números, inversiones, moda o temas relacionados a su hogar y como era un vagabundo, a menudo terminábamos riéndonos de mis bromas, algunas picantes y otras zonzas. En mis fueros más íntimos siempre creí que ella se casó con él porque era cómodo y coqueteaba conmigo como una especie de amigo extraordinario. Una vez recostado en una de las caballerizas, como era nuestra costumbre ella me preguntó sobre mis días después del obraje y le explique que había realizado varios y diferentes trabajos, fui camionero por varios años y luego colocador de cielorrasos de yeso, como la fabrica en Antequera donde había conocido a la familia Portillo que luego la tome como propia por ser personas extraordinarias, luego la venta de cigarrillos, en otra oportunidad como “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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supervisor de ventas de bodegas, más tarde la verdulería, repartidor de gaseosas, y muchas otras actividades aunque no en este orden, pero si antes de trabajar con Enrique en los basurales. Así fui esquivando la respuesta hasta que no pude liberarme más de su insistencia, interrogó con afán de saber quizás por aburrimiento o por algún interés especial sobre mi vida, situación que me despertaba un excepcional valor agregado hacia esta situación siempre indefinida. Esa parte fue deprimente y no quería dejar una anécdota penosa, pero fue tan insistente y ponía cara de nena triste que me mataba de risa, así que tuve que hablar nomás. Decidí contarle solo una pequeña sección de esa época que no fueron tiempo para atesorar y habían cambiado mi juventud alegre por esa postura casi desdeñosa que me costó mucho alejar de mi cotidianeidad. En otras palabras no me hacia bien hablar de aquello y tampoco me hacía mal, solo que no era un tema de charlas, sino más bien un suceso desconectado, pero comencé casi por el final y lo recorté bastante. Fueron mis días de absoluta miseria de cuando trabajaba en el basural, habían pasado 10 años de


ese submundo y no quedaban registros de donde escoger información, yo calculo que J. Carlos así que si me hizo investigar, lo cual seguramente hizo, pues no era de dejar cabos sueltos, y no hallaron nada, así que conservaba esa cuota de misterio que para él me hacía más interesante y supongo que para ella también. Seguro de no han podido hallaron noticias de cuando recogía revistas viejas y algunos libros con las tapas arrancadas “…de los paquetes mal atados o cajas con trozos de publicaciones que provenían de los residuos domiciliarios, que a su vez eran juntados por otras personas del basural Municipal que estaba ubicado en las inmediaciones de la planta fraccionadora de YPF, y con entrada principal de la empresa por Edison pero llegando por Marconi, ya que el lugar se convertía en un embudo para los camiones. Nosotros arribábamos en camioneta por la calle Acosta que era el fin del predio de la entonces “Empresa sin alma” como la solía llamar. Toda mi permanencia en ese basural y aledaños afines al lugar, duro entre marzo y navidad, algunos meses allí y después varios otros en la chanchería del Alemán, hombre joven pero curtido por la pobreza a la que esta había agudizado su instinto de supervivencia. Allí mi patrón había instalado un “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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puesto de compras de papeles y cartones, cerca de los chiqueros y a la intemperie. Con decir que el cuidador de la piara iba a buscar residuos a ese basural y traía en canastos hechos de neumáticos viejos, eran comunes en aquellos años para cargar vidrio al granel, estos colmados de esa carga repugnante, compuesta por su mayoría de trozos de carne de aspectos indefinidos de orígenes dudosos y en total estado de descomposición que nos daba náuseas, y eso que estábamos acostumbrado a toda clase de olores fétidos. Creíamos que eran trozos que pudieron haber sido de las amputaciones que se realizaban en el hospital, pues algunas veces se hallaban grandes bolsas con cientos de jeringan usadas. Era peligroso chocarse en la oscuridad de la noche con algo así, lo bueno es que no había HIV pero si habían otras muchas enfermedades listas para que te inocularas sin pretenderlo. El hurgador para revolver las bolsas de residuos usaba un gancho del hierro 4,2 de unos 50 o 60 centímetro de largo, una bolsa vacía y en el bolsillo un foquito de linterna con un trozo corto de cable bien sujeto a la rosca, con él iban probando las pilas que hallaba para obtener algunas con algo de carga para la linterna o la radio. Allí permanecíamos todos, verano e invierno en el descampado, con lluvias o con heladas. Nosotros estábamos solo en el día, pero los escarbadores en


todos los horarios y por sobre todo se agolpaban al lado de los camiones que iban a tirar su carga. En las noches frías el humo quedaba flotando sobre todo el predio como una nube que no subía ni bajaba. Nadie reparaba en esa denigrante precariedad. Todos aunque sin saberlo, funcionábamos como parte de la maquinaria vil y entre nubes de moscas, el humo que ´por momentos traía el viento y los recolectores con los bultos al hombro o en parihuelas, con atados o bolsas llenas de papeles y cartones, sujetos con sunchos plásticos que se encontraban en las inmediaciones. Llegaban hasta allí por detrás, entre la vegetación y un canal de desagüe que el terreno había moldeado para achicar el agua de las lluvias, y que ahora traía todo desde pequeños roedores muertos y vivos , y también los residuos cloacales cuando la lluvia anegaba los ranchos carentes de baños con pozos. El punto de meta de este grupo de vendedores era un acoplado rural y una balanza-pilón, antigua y mañosa a causa del desgaste. Las hay aún en algunos vendedores callejeros de verdura, estas son pequeñas llamadas romanas. Las grandes suelen soportar más de 100 kilogramos y también tener graves errores de pesaje.

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Ese minúsculo punto llevaba el pomposo título de campamento de acopio; se pesaba y luego se amontonaba para que vengan del depósito a terminar de cargarlo. Allí tuve el título de comprador de papel para esa recicladora, pero no era más que otro de los andrajosos y sucios habitantes de aquellos lugares donde íbamos perdiendo el barniz de la civilización y caíamos hacia un abismo social del que era difícil salir, pues el hombre a mi entender en una situación de desventaja siempre nivela hacia abajo. Al final del día había leído y hecho crucigramas en los momentos de ocio, recostado sobre los cartones a la sombra del acoplado y envuelto en una nube de moscas, y al atardecer iba el camión a buscar los bultos de papeles y cartones que acarreaba al depósito y también regresaba con ellos. Allí no había jerarquías, todos éramos peones con sueldos de hambre y presos de la más aberrante indigencia. Fue por el año 1986/88 aunque trabajé con este señor hasta 1990. Fueron años grises. En esa época los que usaban zapatillas de marcas internacionales y de primera calidad eran los más adinerados y las tiraban en buen estado; como yo calzaba 45 no les servía a casi nadie y me las guardaban, así que pegándoles un poco las suelas y algunos detalles podía tener calzados cómodos.


Luego la empresa o la Municipalidad cambiaron el depósito de residuos y lo trasladaron cerca del barrio Mapick, en un lugar que llamaban el patito endiablado, por razones que desconocía. Era un predio con muchos socavones e infinidades de senderos que los rodeaban por todas partes, allí tiraban para rellenar, pero la verdad es que el encargado municipal le compraba a los recolectores casi todo y lo vendía, plásticos, metales, botellas vacías, vidrios de envases rotos, huesos, latas, pero eran muchos los camiones recolectores urbanos que descargaban en tres turnos, así que esos espacios estaban casi cubierto de basuras y repletos de aguas podridas. Allí fui algunas veces como conductor y cargador de mercaderías. Todas las personas que recolectaban cartones y demás cosas también recolectaban las mercaderías en mejor estado para alimentarse, de esos lugares lo que no se vendía se comía. En una de esas represas pequeñas el agua era negra, aceitosa. Allí se arrojaban los restos de cajones que se tiraban del cementerio, pero antes se quemaban las manijas y adornos de aluminio para venderlos. Pensar que hicimos muchas bromas

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crueles con esas cosas, inclusive había huesos humanos tirados. Al comienzo todo te da náuseas, el olor, el humo, las costumbres que aprendiste en tu casa con respecto de la higiene, pero te vas adaptando y sin darte cuenta vas renunciando a los decoros y terminas comiendo lo que te convidan. Al regresar a mi hogar dejaba allá todo el submundo que podía. Aun así estando en el fondo del barril social no todo estaba perdido, pues leía, observaba y oía historias y en 1988 obtuve un primer premio en poesía en un certamen provincial y escribí mis primeros 6 cuentos entre ellos “El milagrero”, donde explicaba el manejo socio-económico y cultural de esos lugares diseminados por el país. Años después trasladaron nuevamente el gran basural y lo ubicaron al sur de la ciudad pero ya no estaba más con ellos. Aquellos terrenos luego se taparon y se hicieron barrios privilegiados. Lo que me quedó por muchos años fue la acción casi instintiva de mirar dentro de las canastas de residuos que hay frente a las casas, en las veredas de la ciudad, para ver sí encontraba algo útil. Ya que el antiguo lema del basurero dicta que la basura de uno puede ser el tesoro de otro, pero fui aprendiendo a controlarlo, se que la costumbre me traicionó más de una vez, dándole una segunda mirada hacia ese lugar y me alejaba sin tocarlo pero con la angustia


de la curiosidad aun latiendo, y con el tiempo lo dominé en su totalidad. Salí de ese mundo con temor al futuro desconocido y conseguí un lugar con mejores pagos por mi labor, fue trabajar a una fábrica de pre moldeados de yeso donde se usaba lana de vidrio en hebras, allí no había basura, pero en los rayos de sol que se colaba por el techo de esa larga galería, dejaban ver la interminable nube de pequeños trozos de vidrio que flotaban en el aire que respirábamos.” Creo que ella no esperaba ese relato descarnado y desprovisto de toda humanidad elemental, pues me miró con más pena que sorpresa y lloró con profundo sentimiento de angustia, mientras me abrasaba como queriendo rescatarme y protegerme de esos recuerdos atroces. Al otro día pasamos una jornada espléndida los tres, paseos a caballo, películas, fotografías y diálogos amenos. Pero debía regresar por mi tratamiento así que usando mis acostumbradas excusas, que para que cambiarlas si funcionaban bien, y bajo el lema no había que arreglar lo que no estaba roto, continuaba con las mismas frases que parecían oportunas pero las tenía aprendidas.

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Días de celos Aquella vez que fui el maquinista estaba taciturno y después de saludarme quedó en silencio durante los 20 minutos que duraba el viaje, pensé que como llegaba el fin de mes tendría algunos compromisos que lo tenían preocupado. Pero al descender tampoco estaba Mariana esperándome como lo hacía habitualmente Había detalles además de este que faltaba pero no alcanzaba a percibir que, en realidad, aunque había sido invitado por él para una reunión novedosa. Tomé mi bolso y fui hacia la administración pasando por una sala donde se servía el desayuno, pero era pasada la hora, así que solo tomé un café de la máquina y devoré con avidez unas masas pues, mi glotonería camina delante de mí. Masticando aun una de esas delicias llegué a la oficina de J. Carlos y pregunté por su esposa y fue un seco comentario el que recibí, solo un ‘está descansando, porque no se siente bien desde anoche’ como toda respuesta sin más detalles y lo dejé pasar pues su semblante era duro y concentrado, luego dándose cuenta que fue descortés me invita a que vaya a curiosear por las caballerizas con la promesa que luego nos reencontraríamos en el almuerzo.


Sin más giró su sillón y continuó el diálogo de cara al monitor donde hablaban francés que para mí es como si hablaran ruso, porque no entendí ni una palabra. Salí y comencé a tomar unas fotos, era fácil hacerlo porque las bandadas de patos salvajes, picazos y crestones que pasaban a la mañana hacia los comederos y a la tarde hacia los dormideros, aun así y eso era un ir y venir de aves, por aquí y por allá y en los árboles, la caballeriza estaba silenciosa y reluciente, los animales eran los de siempre, los que usábamos nosotros y varios más de muy buena alzada. No podía dejar de pensar en la dulce Mariana con sus vestidos casi transparentes y ligeros que se adherían con generosa connivencia a su figura bien formada, pero más que eso mi cómplice en las locuras. Yo estaba tontamente convencido de que conocíamos nuestros secretos, los anhelos mas pervertidos basada en nuestras miradas que muchas veces con una mueca era suficiente para expresar una opinión más que elocuente sobre algún personaje o cosa. Siempre creí que pensábamos el uno en el otro como amigos sin condiciones y sin necesidades de mentirnos u ocultarnos cosas, no existía el celo entre nuestra relación con los demás y sus besos “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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siempre me parecieron como si degustara una fruta jugosa y sublime, quizás un durazno maduro y otras veces un cuenco de frutillas con crema; pero tampoco pasamos de eso, el sexo no se dio, quizás no llevé el juego hasta el clímax pero ella tampoco y de mi parte hubiera sido trampa a la confianza o quizás es lo que quería y yo no me atreví, aunque nunca fijamos límites, ambos intuíamos que ese tiempo era solo de coqueteos, de juegos adolescentes entre adultos, el cual solo ocurría en ese espacio especial, en horas que él estaba en la oficina, ni siquiera me imaginaba que ella llegaría a dar un paso más avanzado en este recreo de feromonas, aunque conocía un tatuaje muy oculto que solo estando desnuda y de muy cerca, si ella te lo permitía, se podía verlo. Un día guió mi mano y mis ojos hasta allí y entre mimos me dijo que era para que reconozca su cadáver si se daba la macabra ocasión y dejó escapar esa risa cristalina que daba ganas de ahogarla a besos. Algunas veces ella y otras yo, comenzábamos el juego erótico pero a la vez inocente. Creo que esta explicación está dejando huecos con dudas, si ella era una ardiente buscona o yo un tonto sin esperanzas, quizás ambos, quizás ninguno. Definía a su esposo como la seguridad y la atracción madura y a mí un elemento de placer mundano sin


trascendencias, prescindible, desechable si se requería y tampoco me molestaba porque nos unía la amistad sin secreto, bueno es lo que yo creí, no porque me lo haya jurado alguna vez, sino a causa de lo que me demostraba. Era más que sabido que no iba a competir con nadie por poseer esa mujer, lo que recibía de ella lo tomaba de buen grado pero sin expectativas, era la mujer de otro y allí terminaban todos los planteos. Cada que iba solíamos ir a cabalgar solos por los senderos montaraces cerca de los pantanos y hacia todas clases de locuras, quizás por encenderme o simplemente porque le gustaba el juego y listo. Tampoco tenía sospechas que podría hacerlo con otro, es que jamás vi que le otorgara ni dos miradas a ninguno de los peones y menos una amable sonrisa. Por otra parte si se molestaba a esconderme las cosas era un trabajo inútil porque jamás mostré interés exagerado por ella, en nuestro comportamiento de amigos inmorales. Tenía mi confianza y yo la suya, sin más. Llego la hora del almuerzo y ella no se presentó. El me explicó que su relación tenía fisuras terribles, que sin entender como ella había logrado engañarlo con otro del que aun no conocía su identidad. Me pareció una explicación de lo mas carente de coherencia y lo tomé como una broma macabra de ambos, hasta que el logró convencerme que “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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realmente estaba furioso por eso. Con premura le doy una idea de la situación para que él comprenda que no había competencia dentro de ese ambiente tan cuidado y al momento le pregunto cómo supo de ese acontecimiento. “Fue una situación casual hace dos días, me dijo, estábamos durmiendo juntos, me despierto a la madrugada y ella no está, la busco y oigo que habla bajo por celular con una amiga y le contaba de su decisión de llegar a huir con su amor pues ya tenía dinero guardado para esta situación feliz. Cuando se da cuenta que oí su dialogo traicionero, responde como dándole poca importancia a la situación, que están charlando sobre una novela, así fue que encolerizado la golpeo para que dijera su nombre, pero guardó esa identidad sin decir palabras. Su amiga había cortado al oír mi reclamo y momentos después el celular se destrozó en el suelo al caer en ese desorden. Desde ese momento la envié a una cabaña de huéspedes sola y dejó de importarme de lo que haga con su vida.” Me quedé pensando que no hacía más de dos días que estaba furioso y de pronto recuperó el aplomo, concluí que se traía un plan bien escondido. Antes de retirarse me dice que ella está


en la última casa, la de color naranja y que podía ir a verla inclusive pasar todo el tiempo que quisiera con ella porque para él ya no era su compañera. Le respondí al instante, que de ser así estaría demostrando que su esposa me interesaba como mujer más que como amiga y que él estaba equivocado, además aseguré que volvería en ese momento de nuevo a mi casa. Sus suposiciones se desplomaron, estaba tan seguro que era yo el candidato oculto (también yo lo pensé, y no voy a negar que me regocijaba la idea) pero al revelarle mi intención de volver lo descoloqué, diciéndole que arreglen primero sus diferencias matrimoniales antes de que yo vuelva a charlar con ella. Fue cuando se encolerizó de tal forma que envió a su guardaespaldas a buscarla y al llegar este corriendo, el desenfundó su revólver. El guardia ante la reacción inusitada de violencia, la cual no veía en derredor y al no percibir desde su posición un peligro inminente al que parecía que se estaría por enfrentar su patrón, trato de sacar su arma para apoyarlo ante esa supuesta e inminente refriega, pero recibió un tiro mortal de este. -- ¡Ese era tu amorío que trató de matarme por ti! Le gritó en medio de todas nuestras palabras. Tratando de amedrentarla la interrogó nuevamente “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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dando unos pasos hacia ella sin dejar de apuntarle. Mariana le sonrió levemente y luego mordió suavemente su labio inferior con un ademán de ira, común en ella cuando una situación le daba deseos de patear a alguien. -- ¿Cómo se te ocurren tantas tonterías?, ese era tu alcahuete, ¡mira si se iba a atrever a jugarte una mala! y bajá esa arma ridículo, no creas que si me matas te vas a salir de esta, alguien te va a cobrar bien caro -Al momento que me mira fijamente como diciéndome que se jugaba por nosotros y sin que los demás se dieran cuenta asistí con la cabeza en señal de aceptación total por su decisión de huir conmigo. Incrédula ante la escena que se había formado no dejaba de sonreír con esa cara de niña pícara, al tiempo que él totalmente enajenado y frenético crispó la mano en señal de ira. Pasé un tiempo meditándolo llegué a la conclusión de que se le escapó el tiro. El no era tonto y sabía que si ella moría también todas las respuestas con ella. Un pesado proyectil del 38 le destroza el pecho y su cuerpo de muñeca rota cayó sin vida. Después del estupor todo pasa de prisa.


Creó rápidamente la historia que el guardia la mató y él al sujeto tratando de salvarnos la vida al resto. Nadie le discutiría los hechos siendo el dueño de tal fortuna. Además el muerto siempre tiene la culpa. Luego de los breves servicios fúnebres, donde no asistió nadie más que nosotros. No sé si tenía parientes, nunca habló de ellos. Pero rondaba la versión de que era de pasar muchos aprietos económicos hasta que se casó con él, su padre había sido en vida un peón de por allí. Debió amar mucho a este nuevo hombre si luego de conocer la hambruna igual lo prefería por sobre todas las cosas que le había dado su matrimonio, otra habría continuado con el engaño por siempre. Al volver a mi vida deje de venir por un largo tiempo.

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Sorpresas Un martes del mes pasado y luego de seis meses me llamó para presentarme a una amiga que pasaba unos días en su casa consolándolo, entonces arribé esa mañana. Estaba algo nublado y amenazante de prontas lluvias cuando me invitó a cabalgar hasta el riacho del sur donde estaban construyendo un puente con guardaganado para unir estas tierras con la ruta provincial. Montamos y fuimos, se lo veía con renovadas ganas de amar y ser correspondido con la mayor de las ternuras. Íbamos al paso charlando de sus proyectos felices y no la recordó en ningún momento, fue como si ella nunca hubiera existido. Tardamos como dos horas de marcha. Al arribar miró los avances, saludamos mientras ellos juntaban todas las herramientas porque comenzó a llover, nos invitaron a que esperemos que acampe, pero él no quiso, así que emprendimos el regreso bajo una lluvia intensa, que hacía muy difícil el transitar de los caballos nerviosos ante los refusilos, los truenos y algún que otro rayo. Al pasar cerca de esa laguna donde están los cocodrilos, taloneé con saña a mi alazán, que de por sí ya era brioso, para que arremetiera con el pecho al suyo haciendo que rueden hasta el agua, y así


sucedió. Luego de un revoltijo de bestias, agua y barro, el equino se levantó y tras varios intentos salió más allá por una porción de cerca rota y retomó el sendero, pero él no emergió. Me senté en la orilla pero no volví a verlo, tampoco iba a permitir que saliera vivo de allí. Cuando ese animal llego a la casa sin su jinete, ellos vinieron a socorrernos y fue cuando me hallaron llamándolo por su nombre a los gritos. Su suerte ya estaba echada desde que apretó el gatillo, aunque no hubiera deseado como se desencadenaron los acontecimientos, a mi entender lo hacía culpable por tener un arma en su mano para resolver un diálogo en crisis. Me hubiera gustado haberle visto la cara de incredulidad, seguramente pensó que mi amistad por él era mayor que por ella; es un error bastante común en mi entorno. Lamenté no haber podido distinguir su expresión de sorpresa o de pánico ante lo eminente; debió ser de pánico, porque él carecía de la humanidad de lograr metas que no podían ser valuados en dinero. Volví empapado pero feliz, al día siguiente tenían en una caja metálica los restos del hombre. Lo que siguió fue breve, declaré ante el comisario que se hizo presente, ellos determinaron que fue accidente “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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y lo enterraron en el cementerio particular que tenían en sus tierras desde épocas antiguas, en ese espacio familiar donde estaban sus ancestros. Habían llegado sus hermanos menores y su madre para tomar posesión del lugar y las cosas. Esta señora hizo cerrar de nuevo la administración en ese lugar remoto y Lejanía retornó a ser un lugar deshabitado y pronto la vegetación reclamaría sus espacios. En uno de esos viajes y unos días después de lo sucedido, le pedí al maquinista que me llevara de regreso. Viajamos y charlamos de todo pero más sobre ella. El decía que era una linda mujer pero tenía mucha fantasías en la cabeza o sea que tenía ‘mente de pollo’ como dice la prima Águeda. Le repito lo que me dijo su marido, que estaba enamorada de otro y que quería irse con su amante pues ya tenía el dinero reservado. El me mira como si me faltara la cordura y me dice— y cuando se le terminara el dinero ¿Qué harían? Por estos rumbos no conozco a nadie, salvo a ti lo bastante demente para embarcarse en una empresa así, además quien dice que ella no lo dejaría por otro, se lo haría al marido ¿no?


No respondí, fue coherente y además no tenía argumento para esgrimir, así que permanecimos en silencio hasta arribar al casco de la estancia donde cambiábamos de máquina, bajo la promesa de me llevaría al pueblo para que pueda tomar el colectivo. Veinte minutos después estuvimos en el punto de meta, al momento que acomodé la mochila a la espalda, me extiende la mano con una gran sonrisa en esa mirada llena de complicidad. Se acerca y me da un abrazo de despedida como disimulando lo que me diría al oído aun cuando estábamos solos en la estación y me susurra --Hiciste bien al liquidar a ese infeliz. Aun extraño sus besos, su piel, su cuerpo desnudo…y su respiración entrecortada. Hago como que no lo escucho y le respondo sobre aquello -- Fue solo un accidente, no debimos estar allí con ese tiempo… el barro, la lluvia…— Saca el celular y me muestra muchas fotos pecaminosas de ella riéndose y en una ella indicaba con su dedo índice su ínfimo tatuaje íntimo y agrega. -- Cada semana el me hacía que la lleve al pueblo con la orden de que le hiciera caso en todo, y como la máquina no necesitaba que se la maneje lo hacíamos “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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acá, sobre las butacas de ida o de regreso. Se portaba como una mujer vulgar, se olvidaba que era una señora. -- Pero ella estaba enamorada-- le respondí buscando una forma de que el entendiera lo que significaba para ella. -- Eso que a ti te da rechazo quizás era su forma de demostrar su amor por ti. --Siempre pensé que yo era un elemento irregular en su vida plana y sin riesgos. Un entretenimiento más, un salto al vacío donde nadie sale lastimado. Un amante oculto para compartirlo con sus amigas cambiando nombre y escena, sin mostrar un hecho real, pero a la vez contando una verdad. No sé. …Algo que no se muestra. Algo que fuese solo de ella. Era una perdida, quien sabe con cuantos más hizo lo mismo…Me respondió. --¿Alguna vez te ofreció fugarse contigo, que hay de verdad en ese famoso diálogo telefónico? --Lo decía siempre en aquella situación especial, pero yo pensaba que era parte de su juego erótico. Resulta que era una mujer a la que le gustaba decir cosas fuertes en esos momentos, lo disfrutaba mas supongo, pero fuera de esos instantes nunca lo dijo, así que las tomé como tal. El diálogo con frases más allá de la realidad, tú sabes, situaciones imaginarias.


. ¿Por qué no me lo dijo en otro momento? pues la habría desengañado. Además debía saber que no la tomaría con verdad, eso que se dice en esos instantes no son reales… Difiero contigo en ese punto, --le digo — Pues la mayoría de las damas si lo dicen y peor aún, si los oyen de ti lo toman como verdad, no importa si estabas allí o bañándote en el riacho. Para ellas es una promesa, un compromiso que muchas veces ha llevado a matar a algún confundido. Y si llegaras a confirmarle que la seguirás ya tienes una compañera, ellas pierden solamente la mitad de la conciencia en esos instantes de lujuria, el resto está alerta y no olvidan, los hombres somos distintos, lo decimos como parte de un juego y consideramos que luego ambos lo olvidarán… por diálogos así muchos terminaron castrados….ja. Créeme que hay que prestar buen oído a esos diálogos y no decir nada. El replica por lo bajo, como quien da un paso con cada palabra, --Por otro lado yo no le reclamaba nada porque era la mujer de otro, ese es un motivo más que suficiente; y si puedo agregar un comentario diría que varias veces la encontré besándote, veía sus ojos cuando tu “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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llegabas, su corazón saltaba de alegría pues tu era su amigo de verdad, el bohemio errante, según sus palabras dichas una vez. Que jamás dudaría de ti porque tienes un sentido extraño de eso. Eres un misterio... y no se equivoco en eso, porque volviste a matar a su asesino---Fue un accidente, ya te lo dije — Lo repetí varias veces sin esperanzas de que me creyera. Sé que no lo convenceré, de alguna forma sus palabras demostraban una brutal admiración por mí, en su pensamiento simple y práctico, yo era un loco criminal que era mejor no tomar en broma. Hice un ademán de adiós y me quedé parado en el andén mirándolo volver con su máquina hacia el corazón de la soledad, allí iba el que hizo soñar a Mariana aquella que creyó que se arriesgó por un hombre, pero que realmente murió por un proyecto imaginario del amor verdadero. Todo lo que pasamos por no preguntar lo que realmente sienten por nosotros, pero por otro lado si hubiera sabido que era menos importante habría lastimado mi hombría aún más. No soy complicado, la acción de vivir en trampas, es la complicada, más aun en mi situación de sobrevivir con esta salud endeble que me arrastra por senderos de silencios y especulaciones.


Epílogo Quede solo y aun así no podía retirarme del andén, sentía los pies pesados, la voluntad indecisa, inmóvil. Desconocía si era por la pena que me produjo el saber que no regresaría a este lugar o por la ira de estar al tanto de la traición de Mariana. Un sentimiento de amor-odio se apoderó de mí. Pero por sobre todo esto, la sorpresa que nadie veía y que ocultaría por siempre, fue comprender que fui la inocente presa de mi soberbia; creerme el ombligo del mundo nuevamente, fui el mentor de mi principal derrota. Luego de que un breve momento de nostalgia anticipada se coló sobre la brisa húmeda de esa tarde y me eché a caminar hacia la precaria terminal de colectivos, una hora después desde el vehículo que se hamacaba en cada pozo del acceso al pueblo, divisé a lo lejos la hermosa y antigua estación de trenes símbolo del holocausto de mis anhelos ocultos, pensé que sería la última vez que regresaría a esas latitudes pero al subir al grande, suave y lujoso vehículo de la empresa de transporte de pasajeros, volví a divisar ese par de ojos luminosos y sonrientes que casi danzaban sobre esos labios casi perfectos; al momento recordé que era la dueña de la peluquería donde según el maquinista realizaban los famosos aquelarres de “Por el amor de Mariana” de Roberto Attias

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sexo verbal que daba forma con su imaginación y luego relataba como reales. Es más, opino que no eran más que diálogos comunes y carentes de malicias que suelen tener las reuniones informales entre damas que se veían cada tiempo en una peluquería. Ya nos habíamos visto en otros regresos con solo algunas butacas de distancia y con su amorosa simpatía me invitó de manera tácita a sentarme en el asiento vacío que había quedado a su lado y desde el primer saludo de conocidos solo de miradas y viajes con similares destinos, fue suficiente para darle un beso en la mejilla a la que ella respondió a media boca casi justificada por el vaivén del colectivo al transponer por ese tramo de ruta desprolija. Tiene mi edad, pensé. Después me enteré que vive en una casa grande que le dejó su madre al morir, y también me contó de su soledad y de sus anhelos por un compañero de viaje más allá de ese destino previsto, no creo que me coqueteara, solo que fui un oído oportuno para dejar salir algunas de sus penas más elementales, cotidianas y repetidas en soledad, aunque para mi estaba dando un paso fuera de su acostumbrada seguridad que la hacía más frágil, suave e infinitamente más atractiva y dejaba escapar un toque del oculto deseo de aventurarse y se arrojaba sin red a un futuro sin planificaciones.


Ese regreso prometía un pasaje hacia un romance y me liberó de la apatía que daba por tierra mi estado de ánimo y de esta situación que a la vez recrudecía mi enfermedad. De nuevo estaba en carrera y como un avezado cazador preparaba la flecha para un disparo certero, pues no permitiría que Cupido, aunque era más experto que yo en eso de tirar al corazón, errara otra vez en desmedro de mi felicidad.- FIN

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Mi nombre es Roberto Attias, y también uso el de Roberto Attias (i Solé) Currículo en línea: https://es.gravatar.com/robertoattias Nacido en Calchaquí Pcia. de Santa Fe, Argentina, en enero de 1955. Hasta el momento de esta edición he obtenido los siguientes reconocimientos literarios, 68 en cuentos breves y 94 en poesías. Mis publicaciones totales son 10 e-book de descarga gratuita. Para leer en línea o descargar los libros acceder a esta dirección y pinchar sobre las tapas http://edicionesra.blogspot.com.ar/ Libros de cuentos para ser leídos desde el celular: https://enelcollado-cuentos.blogspot.com.ar/ https://elcandidato-cuento.blogspot.com.ar/ https://labarraca-cuento.blogspot.com.ar/ https://prosainicial-cuentos.blogspot.com.ar/ …y además tengo un Magazine virtual “Laguna, Revista urbana”, publicación de carácter ecológico y en protección al medioambiente de mi entorno. https://laguna-revistaurbana.blogspot.com.ar/


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