Circulo de narrativa 4

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PALABRAS INICIALES En esto de narrar, la sorpresa tal vez sea lo más específico, tanto en un cuento como en un relato. Solemos presenciar maravillados como un cuenta-cuentos oral nos va llevando por sus caminos sinuosos hasta darnos un golpe definitivo. Pero acá, en la lectura, si ponemos atención, siendo similares los recursos del narrador, al no contar con los gestos y las pausas, debemos los lectores ingeniarnos para dar el tono justo. En un libro de narrativa como el presente, con tanta variedad de estilos, conceptos y culturas, del mismo modo que temáticamente distintos, cada autor representa un universo propio, ajeno a los demás. Tal vez por esto sea más sorprendente lo que se encontrará en la página que sigue a la que terminamos de leer. No podemos esperar que nada sea consecutivo. Hay diferentes edades y países, niveles y experiencias. Se encuentra la soltura y profesionalidad de autores consagrados y los pasos incipientes de autores noveles. Es política de aBrace publicar este conjunto de obras que tienen como vínculo entre sí, solamente, que fueran aceptadas por una comisión editorial y aconsejada su publicación. Es parte de esa política editorial también, abrir un frente para una lectura variada y constructiva, que los autores ofrezcan aquellos trabajos en que han confiado para representarlos. Porque los autores están presentes. En esta prédica de exhibir al autor, encontramos que las obras tienen rostro. No puede admitirse más el olvido del creador. No es posible aceptar un anonimato –aunque pueda haber aún quien escriba con seudónimo-, pero es minoritario. En esta era de la imagen, si los escritores queremos competir en letra escrita y publicada en libro con los audiovisuales, debemos generar elementos que nos identifiquen, que no se nos confunda, que se nos permita mostrar la cara. Letras con Rostros

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aBrace Cultura, como movimiento tiene el propósito de demostrar que con constancia y esfuerzo mancomunado de los autores y en este caso, sus editores, y en la organización de espacios de difusión, ya sean ferias, actos, lanzamientos, lecturas públicas, para llegar a la radio y la televisión, contando con el gran aliado que puede ser, si bien se utiliza, el internet, encontremos finalmente más lectores actuales y logremos todos los futuros que habremos de ayudar a crear. Bienvenida entonces la confluencia de los autores con sí mismos, con sus obras y sus imágenes, para iniciar un nuevo proyecto de infinitas derivaciones y reales resultados. Dirección de aBrace

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Ana Solari Uruguay

DESPUÉS DE LA LLUVIA Cuando llueve en San Agustín es que el diablo anda suelto o que está por ocurrir un milagro. Si llueve en sábado, el futuro se avizora negro. Si llueve en domingo, como es el caso, ya nada se puede hacer, y lo único que resta es encomendarse al santo. Eso dicen en San Agustín, y la historia demuestra la veracidad de la afirmación. La calle divide a San Agustín en sur y norte. El lado norte está reservado a los que habitan la noche; a los que no pueden desprenderse del tirano, por más que intenten anular calendarios y fechas. En el sur se apiñan los almacenes, los abastos, los pequeños bazares y los puestos de verdura y fruta. Incluso los vendedores de queso con suero y pan criollo eligen el sur para ofrecer los productos. El norte, dicen, es el reino del nocturno, que entre las sombras destina a sus acólitos, a los que han de bailar, la noche de San Juan, hasta que ardan los pies en llamas y los cuerpos refuljan en sudor y esperma. Y los músicos que hacen sonar las marimbas, los tambores y las guitarras soneras, se visten de negro y rojo, con máscaras que ocultan rostros por todos conocidos, para batir el sonido que enloquece. Los músicos son los sacerdotes, y los instrumentos el cáliz del que todos beben. Entonces todo el sur de San Agustín se traslada al norte, por esa noche, y las muchachas encuentran novio y los muchachos se alistan en el Frente Popular o se hacen la marca que obliga fidelidad eterna. Ese domingo se largó a llover y las comadronas auguraron desgracia. Las señales, dijeron en susurros, están a la vista. María Carma, la que cocina y cocinó desde siempre, se quemó con el aceite de las hallacas, sin explicación. Una quemada fea, con forma extraña, que dejó una cicatriz que ya no desaparecerá. Isabel encontró al marido con otra, durante la siesta; y a Marla se le murió la vieja, que era candidata a la eternidad. Y después Letras con Rostros

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de eso se abrió el cielo, que antes se había puesto negro y duro, y pareció que el diluvio quería castigar a todos. Los fieles en la parroquia rezaron más que nunca; entonaron los cantos en latín y en español, para demostrarle a dios hasta qué punto eran devotos; y el pastor anabaptista suplicó, arrodillado y sudoroso. A la hora de la lluvia, todos los rezos valen. Pero el cielo no escuchó, o no quiso escuchar, y no paró. Asustados, los vecinos corrieron a guarecerse en las casitas blancas que se amontonan como en racimo en algunas laderas; pero cuando los truenos arreciaron y el agua corrió como un remolino por la calle mayor, volvieron a salir, porque ya había paredes que resbalaban y techos que perdían tejas y vigas de madera, y los enseres remontaban una corriente imposible. - Es el diablo que anda suelto -gritaban las comadres, aferrando rosarios y crucifijos. Fue cuando Marla salió aullando de la casa, que era la última de la cuadra, que se le había muerto la vieja, que estaba allí, en la cama, con los ojos muy abiertos, mirando el techo que ahora era un agujero al cielo. - El diablo se soltó y dios no hace nada para encerrarlo gemían las amigas de Isabel, que estaba hecha un ovillo en el zaguán de la casa, empapada y con un extraño temblor en las manos, fijos todavía los ojos incrédulos en los cuerpos enlazados del marido y la infiel. Entonces los músicos abandonaron el barracón, donde estaban encerrados desde hacía tres días, y salieron a la calle. Al frente iba Joaquín, con la trompeta que había heredado de su padre, que a su vez la había recibido de su abuelo. Era una trompeta con historia. Y detrás iba el resto. Tambores, panderetas, pitos y flautas, maracas. Y al final, cerrando la comitiva, el nieto de Joaquín, Ramón, hacía lo suyo con la guitarra. Las manos eran de viento y volaban por el encordado. Eran de viento las manos, pero se las podía ver, acariciando la guitarra como si fuera una mujer, como una vez le había enseñado el mestre, la única vez que alguien le enseñó algo de música. - A la guitarra, joven, me la trata como a una dama. Si la acaricia, ella gime de placer y de contento; si la rasguña o la 8

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castiga, de su boca sólo saldrán dolor y quejas. Usted elige. Y Ramón había elegido, claro que sí, y la única mujer de su vida se había convertido en esa guitarra que tenía más años que todo el pueblo y que, a veces, parecía, iba a quedarse ronca, muda, silenciosa. Al sonido de la comparsa, Marla cayó en trance. Los pies se le empezaron a mover solos, las caderas enloquecidas y los ojos en blanco. Olvidada de la vieja y del sufrimiento, coqueteaba con los músicos, les acariciaba el rostro y después la cintura, se les insinuaba como si tuviera quince años y no los largos cincuenta que decía el carnet de identidad. Alguien lanzó una carcajada de burla y un improperio, pero en eso el cielo se abrió en un rayo blanco como una daga, y Ramón cayó atravesado. El rayo lo cortó a la mitad, pero la guitarra quedó intacta y siguió sonando, como si fuese el alma de Ramón la que la tocaba. Volvió a correr entre todos el mismo escalofrío de pavor y de boca en boca se repetía que era el diablo, que había venido del norte a llevárselos a todos, porque algo habían hecho. Isabel se levantó, todavía temblando, para ocuparse del guitarrero, que había muerto con una sonrisa en los labios, y el agua le corría entre los cabellos, dándole una apariencia de sirena o de ángel desvalido. Estaba más hermoso que en vida e Isabel se lo quedó mirando. Después se quitó el chal de los hombros y lo cubrió con él. La comparsa se formó en círculo y los rodeó. Dijeron que mientras la guitarra sonara, seguirían tocando. Y de no haber sido por María Carma, que apareció de pronto con el brazo hecho un amasijo de carne quemada y los ojos como dos piedras del río, lo hubieran hecho. Pero María Carma los sacó del trance, insultándolos y echándoles la culpa de todos los sucesos. - ¡Nadie toca cuando llueve, eso se lo dijo la madre de mi abuela a mi madre! -aulló, intentando romper el círculo cerrado de los hombres vestidos de negro y rojo, que no podían escucharla entre el estruendo de la lluvia y el sonido de los tambores y las panderetas. - Cuando llueve hay que encerrarse y rezar -seguía María Carma, tomando del brazo a las mujeres que encontraba a su paso, tropezando con ellas y arañándose los cabellos. - Que alguien lleve a esta loca al dispensario -se escuchó una voz de hombre, baja y fuerte; - o se va a morir aquí mismo. Letras con Rostros

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De inmediato cuatro hombres se separaron del público, rodearon a María Carma y la sacaron a rastras, empujándola cuesta arriba, hacia la tienda de curación. Pero la guitarra no paraba de sonar, mientras el cielo cada vez se ponía más negro y pesado. Parecía que se iba a desmoronar sobre las cabezas de los presentes. - Nos va a arrastrar la corriente -dijo Isabel, despertando de su contemplación del muerto hermoso. Por la calle ya venía bajando el agua furiosa y marrón, y traía pedazos de muro y otras cosas. Una cuna se mecía en las olas del remolino. Entonces la gente se dispersó, asustada, a buscar refugio en lugar calmo. Los músicos siguieron tocando, y Ramón flotaba en el agua sucia, y con cada sacudón, parecía hacerse más delgado y transparente. Hasta que por último se lo llevó el río de lluvia. Amaneció calmo y caliente. El sol salió al cielo y al rato ya estaba atizando calles y animales, desde bien arriba. Al mediodía el vapor del agua empozada se alzaba entre los puestos y las tiendas miserables. La gente se animó a salir y después a recoger los enseres que la lluvia les había arrebatado. A Ramón lo encontraron atravesado, la mitad del cuerpo en el sur, la otra mitad en el norte. Isabel dijo que era una señal, que había que purificarlo y luego velarlo. Y que recién tres días después se lo podía enterrar. Obligó al marido a construir una especie de carro para llevar el cuerpo del guitarrero hasta su casa. Y Marla y María Carma estuvieron de acuerdo y se dispusieron a ayudarla. Primero echaron al marido y le pusieron pena de que pisara la casa. Después tendieron a Ramón sobre el mesón de la cocina, espantaron a los curiosos que se apiñaban en las ventanas y en la minúscula puerta, corrieron las cortinas, encendieron los velones blancos y comenzaron a desnudarlo. Allí estaba, tan delgado y pálido como había sido en vida, pero la piel le relucía como si se hubiera bañado en leche de cabra. Las tres mujeres lo miraron con fascinación. Isabel pensó en su marido, en las manos tan toscas, en la barriga que lo hacía tan feo, en la nariz torcida de tanto pelear en el mercado, y en las piernas combadas de cargar y cargar bolsas y piedras. Marla se acordó de un amor lejano, que había desaparecido en forma tan 10

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misteriosa como había llegado. Y María Carma se juró que no entregaría su virginidad a ningún hombre que no fuera tan hermoso y viril como Ramón. Comenzaron a lavarlo con agua de rosas, utilizando unas toallas de hilo crudo que Marla había heredado de su madre, para un ajuar que jamás había existido; y a medida que la tela repasaba la piel joven, se iba haciendo más translúcida. Parecía que bajo la epidermis habitaba toda una geografía azul y negra de ríos, arroyos, valles y montes. Isabel lanzó un suspiro y se dedicó a bañar el torso. Marla perfumaba el vientre, y el olor de las rosas y el azahar inundaron la pequeña cocina. Isabel tuvo un vahído y les dio la espalda. No podía resistir la belleza de Ramón, y se preguntaba, un poco celosa, quién habría sido la muchacha que le había conquistado el corazón. - No fue ninguna muchacha, fue la guitarra, que por eso continuó sonando, y suena todavía, aunque todos se hagan los sordos y la hayan encerrado al fondo del barracón, entre las gallinas y los perros -dijo Marla. María Carma tuvo un arrebato y le besó las manos. Eran alargadas, finas, blancas. No habían acariciado otra cosa más que las cuerdas, el encordado de tripa y metal, y por eso, por esa dedicación única a la música, es que Ramón había sido el alma de la comparsa. Nerviosa, Isabel comenzó a orar en voz alta. Algo estaba por pasar, dijo, no en vano había llovido y todavía no se había festejado San Juan. No bien acabó de decir esas palabras, cuando Marla dio un grito y señaló al cuerpo. María Carma se persignó y cerró los ojos. Isabel dejó de rezar y quedó dura. Marla dijo que era una señal. - Tú ves señales en todas partes, rezongó Isabel, sin quitar los ojos del cuerpo de Ramón. Ayer dijiste que el diablo andaba suelto. - Dios o el diablo, qué más da. ¿Pero es o no una señal? Señaló el bajo vientre de Ramón, de pronto excitado y erguido como si estuviera con vida. Enhiesto y único, en la diminuta cocina, entre el olor del cocido y de la hierbabuena. Marla miró a las mujeres. Letras con Rostros

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- ¿No se dan cuenta de lo que esto significa? María Carma, ruborizada y con manos temblorosas, se sentó en una banqueta. Pidió un licor de anís, para bajar la calentura. - ¿Y qué significa, nos lo puedes decir? Entonces Marla no respondió. Simplemente aseguró la puerta de casa con la tranca y corrió aun más las cortinas de los ventanucos. - Tres hermanos serán, del mismo padre. - Estás loca -gritó Isabel -la muerte de la vieja te ha quemado el cerebro. - Es una herejía, es ir contra la naturaleza de las cosas. - Llovió ayer en San Agustín y eso fue una señal. Isabel perdió al marido; María Carma tiene una cicatriz que la distinguirá para el resto de su vida; y a mí se me murió la vieja mirando por el agujero en el techo. Nadie muere con los ojos abiertos si no quiere decir algo a último momento. Y un rayo hizo que Ramón llegara hasta aquí. Ayúdenme. Y sin decir más acercó un banquito a la mesada y se subió a él. Luego se levantó la falda por encima de los muslos y se montó sobre Ramón. Isabel y María Carma le dieron la espalda, con pudor, pero cuando Marla terminó, la imitaron, con el mismo silencio y la misma dedicación. -¿Y qué haremos con él ahora? - Cuando anochezca, lo llevaremos al lado norte. Y cuando suenen los tambores de San Juan le daremos la sepultura que se merece. Pero nadie ha de saberlo. Nadie. A los tres meses justos después de la gran lluvia y del rayo que se había llevado a Ramón, las tres mujeres abandonaron San Agustín, una noche oscura y sin luna, rumbo a la costa. Cerraron sus casas, juntaron unos pocos enseres y salieron del caserío, sin mirar atrás y sin tristeza por lo poco que dejaban.

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Montevideo, 1957. Docente en la Facultad de Comunicación y Diseño; Premio a la Excelencia Académica 1999; tutora de tesis de grado, Universidad ORT-Uruguay; escritora, música, dramaturga. Ha obtenido las becas de la Fundación John S. Guggenheim (2000; junto al periodista Andrés Alsina); de la Fundación Rockefeller (Bellagio, 2004), de la Fundación Bogliasco (2005). También el patrocinio de la International Writers and Translators Center (Rhodas, 2005). Participó en el encuentro de escritoras iberoamericanas en Israel (2004). Obtuvo la beca del Gobierno de la República Popular China para estudiar chino en Beijing, en agosto de 2007. En 2008 obtuvo el patrocinio y el financiamiento de la Fundación Príncipe Claus, de Holanda, para la puesta en escena de la obra de teatro Adiós, niño bonito (estrenada en julio de 2011). En 2010, el apoyo del Ministerio de Educación y Cultura para la novela La última mujer, en coautoría con Jordi Buch Oliver (Mataró, España). Participó en las Ferias del Libro de Medellín (2011), de Arequipa (2011, donde presentó El señor Fischer y dio una charla sobre La soledad del escritor), y en los Encuentros de Escritores de ChañaralChile (2010, 2011). Fue jurado del Gran Premio a la Labor Intelectual (2009; José Pedro Barrán), y del Concurso Anual de Literatura del Ministerio de Educación y Cultura (2010).Se desempeñó como periodista cultural en prensa (El País Cultural, Brecha, La República, Cuadernos de Marcha, entre otros, entre 1991 y 1998) y en radio, junto al periodista Daniel Figares (Radio Nacional, El Espectador, 1410 am libre, entre otras), durante diez años. En 2010 tuvo una columna en el programa televisivo Todo se transforma, en TV-Libre.

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Alejandro Zavala Palacios Ecuador

60 SEGUNDOS Habían decidido sobre la marcha tomarse un avión para ir a la selva un jueves. De esas decisiones impulsivas, que sólo los momentos de desenfreno te llevan a tomar. Habían decidido que ese paraje sería el adecuado para intentar poner blanco sobre negro todos los temas que estaban pendientes. Habían decidido que esa sería su última oportunidad. Y es que a veces, cuando ya ni el sexo (del bueno y con pura pasión), logra que haya diálogo en la pareja, se tienen que tirar todas las cartas sin contemplación. Más con doce años de relación y sin hijos en común. Y es que los hijos muchas veces salvan las relaciones; porque los padres aprendemos a vivir a través de ellos y dejar nuestras dudas, complejos, alucinaciones, reclamos y chingaderas debajo de la alfombra, para que las husmee el gato. Llegaron al aeropuerto unos 15 minutos antes de que parta el avión. Un bimotor que, aunque nuevo, era muy pequeño y auguraba una segura andanada de turbulencias que a él lo sacaban de quicio. Sin embargo, esta vez ni el avión pequeño, ni el retraso (habría que aclarar su evidente obsesión –entre otraspor la puntualidad), le causaban inquietud. Vuelo agradable, muy poca charla, un sánduche de lo más pobre y guardado y un vaso miserable de cola que no alcanzaba ni para tener ganas de ir al baño. Aterrizaje medio movido, espera de quince minutos antes de descender del avión, calor agobiante al bajar, sudor, congestión, ansiedad, pobreza, malas costumbres, ira, selva. Como siempre, su cabeza no paraba de maquinar, especular, proyectar, volar. Siempre pidió clemencia a su cabeza. Nunca le dejaba en paz. Una y otra vez recorría las infinitas posibilidades como una especie de Teseo recién entrado. Ella, en cambio, no paraba de teclear su pequeño aparto móvil de carcasa roja. Parecía imbuida en un mundo paralelo 14

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que sólo ella conocía y que era terreno inexpugnable para él. Era, digamos, un espacio virtual en donde tenía el absoluto control y nadie podía traspasarlo a riesgo de encontrar una pared infranqueable. Él siempre admiró en ella su absoluta vocación por su trabajo. No era para menos, estar comprometida con temas de semejante envergadura y dedicarle cada espacio de su cabeza y tiempo a desentrañar entuertos de tamaña trascendencia, era una labor encomiable. Ella había nacido en Nueva York hace ya casi cinco décadas. Tenía dos características de todo buen «newyorker»: poseía una cultura general envidiable y tenía poco apego por las personas. Es que cuando se crece en una ciudad en donde todo el mundo vive para vivir ahí (y nada más) aprendes que las personas y sus palabras no son confiables. Tal vez los actos, y luego de una trayectoria impoluta de varios años. -2Él, en cambio, había nacido en Guaranda: un pueblo devenido en ciudad por la fuerza de los factores socio-demográficos que había impuesto el último gobierno, para realizar el censo que le permitiría distribuir mejor los bonos clientelares que le aseguren, una y otra vez, ganar las elecciones y mantener una cadena de corrupción repugnante. Sin embargo, y para ser honesto, con sólo cuatro palabras se puede describir a Guaranda: un pueblo de mierda. Salieron del aeropuerto luego de caminar por aproximadamente diez minutos a cuarenta grados. Él solo pensaba en llegar al hotel, quitarse las medias, darse una ducha en agua fría y destapar una cerveza mezclándola con limones exprimidos. Ella, preguntaba una y otra vez si habría luz eléctrica en ese lejano lodgea donde sólo se accedía por canoa y que apenas poseía una pequeña planta eléctrica que en las noches se apagaba. Él se emocionó mucho al pensar que la existencia de luz, haría que ella utilice el secador de pelo y que, cuando termine de hacerlo, se vea tan hermosa como cuando se enamoró por primera vez, hace ya más de dos lustros. Amaba ese pelo largo y rubio que escondía una profundidad desconcertante. Llegaron al hotel y fue buen plan para ambos. No sólo que Letras con Rostros

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había cervezas con limón para él, sino que además preparaban unos deliciosos dirtymartinis que le encantaron. Y qué decir de ella: luz todo el día para la compu, internet para los mails de laburo y EL SECADOR DE PELO. Se bañaron juntos e hicieron el amor como de costumbre: como animales en celo. Se tiraron en la cama con el pelo mojado y se sacaron las toallas para acariciar su desnudez. Se besaron, una y otra vez, como se besa cuando uno está enamorado: saltando al vacío y con los ojos cerrados. Siempre he considerado irónico que algunos de los actos (como el beso) más sublimes que hay en el mundo sean así… a ciegas, con una inconsciencia que abruma. Salieron al hotel en donde miraron que la audiencia se componía básicamente de dos grupos: uno, de unos europeos bastante zarrapastrosos, de estos que se quedan seis y ocho meses en Sudamérica y traen dos calzoncillos y una mochila que ya lleva huecos por todos lados. Y otro, de un grupo de jóvenes, probablemente de entre 23 y 27 años que seguramente estaban bien cargaditos de «chafos», lo que aseguraría una posibilidad de acercamiento (aunque sea por conveniencia). Se sentaron a almorzar y enseguida ordenaron una ronda de cervezas. Al momento comieron y a la tercera o cuarta, ya estaban en la mesa de los enanos. Conversaron, comentaron de la vida y mientras los muchachos les veían con admiración por la suela que tenían debajo de sus vidas, él intentó abstraerse y pensar que no estaban cumpliendo el objetivo del viaje y estaban haciendo lo de siempre: metiendo gente en la mitad para no hablar de ellos mismos. -3A pesar de que, para variar, ella era el centro de atención de todas las charlas, él se le acercó muy dulcemente al oído y le pidió que vuelvan al cuarto para hablar. Ella no accedió y le dijo (en voz muy alta, para el oído de todos) que no quería irse de ahí y que si quería le deje sola porque estaba «entre panas». Eso hizo que él se molestara fuerte, pero que actúe indiferente para no provocar algún altercado que redundara en papelón. Sin embargo, esperó un par de segundos, puso una excusa y se retiró. 16

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Dormía plácidamente cuando sintió varios intentos de meter una llave para entrar a la habitación. Supuso (mal como casi siempre) que las cervezas habían sido muchas y que ella estaría en un estado lamentable. Casi quería que eso suceda, porque sabía que aquello le daría un hándicap para poder estar con alguna superioridad a la hora de empezar el diálogo. Sin embargo, ella ingresó y estaba como siempre. Con un porte señorial, una mirada desafiante, matizada por esos ojos azules profundos y una belleza que la acentuaba un leve bronceado que ya se podía percibir en su cara y en sus hombros. Estaba desconcertado. Él pensó que había llegado la hora de hablar y que con el natural estruendo de la selva a la noche todo el diálogo se circunscribiría a esas cuatro paredes. Parecía que de tanto analizar el speech, él tenía todo confundido y apeló a lo que muchos hombres hacen cuando no encuentran respuesta: utilizó un tono violento y de recriminación constante. Ella, parecía muy calmada esa noche. Normalmente ella estallaba tan rápido como él, pero esa noche no. Esa noche era una estatua de sal, dominaba sus emociones y ponía una cara que hoy a lo lejos se puede interpretar hasta como misericordiosa. Luego de soportar un buen rato de abuso sicológico, ella dulcemente le pidió que se acercara. Él tomó el gesto como una especie de victoria personal y pensó que tenía el significado esperado: que ella ceda y por fin «ganar» una conversación. Mientras él se aproximaba, ella buscó una funda, de esas que utilizan los ecologistas para no tomar bolsas de plástico de los supermercados y cuando estaba a menos de medio metro sacó a relucir un pico de botella roto. Él se dio cuenta, incluso vio la marca y el color de la botella, pero fue tarde para cualquier reacción: con sus conocimientos de anatomía, ella enterró el pico en su cuerpo y, para cuando él tuvo noción de lo que sucedía, había ya hace largo rato entrado en su vena aorta y con la sangre saliendo a borbotones. Él, lo único que recordaba mientras se moría, era su frase final: «detesto que tengas el control…»

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4Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing!!!!! Suena una vez más la alarma del despertador. Él con paciencia se levanta y como un autómata la va a apagar por segunda vez. Mientras lo hace, repara un instante en la hora: las 6:45. Inmediatamente se queda perplejo y se da cuenta que habían pasado sesenta segundos desde que la apagó la vez anterior. Sólo alcanzó a preguntarse si todos los eventos de una vida logran entrar en una fracción tan diminuta de tiempo. Tomaron juntos un taxi, como todos los martes, y ella se quedó en el gimnasio mientras él se dirigió a su oficina. Chau amor. Chau mi amorcito, no te olvides que este jueves nos vamos a la selva. Sí, te quiero Yo más.

Quito, Ecuador, 1971 Tiene estudios de Literatura y Comunicación en la Pontificia Universidad Católica de Ecuador, Sede Quito. Hizo su postgrado en Comunicación Corporativa en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES) en Buenos Aires entre los años 2003 y 2005 y estudios de Marketing Político y manejo de Campañas Electorales. Es consultor en comunicación Corporativa de Empresas y Políticos. Ha impartido las cátedras de Literatura Latinoamericana y de Literatura Griega. Actualmente es profesor de Comunicación Corporativa en la Universidad Internacional del Ecuador, Sede Quito.

Alejandro Zavala Palacios

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Antón Dárgala España

LA MEMORIA DOBLE DEL GEÓGRAFO I. (…) Parado en mitad del páramo despaciosamente observa la tanta soledad en torno suyo. Mientras, seca su sudor y busca sombra. Tras un silencio largo, demasiado para su ayudante europeo, enigmático para el guía indígena, el joven geógrafo resignado exclama: ¡Hagámoslo! Por algún lugar se habrá de empezar a trazar el Mundo. II. (…) Después de años y años emborronando mapas alrededor del mundo, el geógrafo nunca tuvo claro una unidad de conjunto de lo tanto que había trazado. Hacía y amontonaba, y volvía a amontonar tras rehacer. Eso sí, puso todo el empeño en que su trabajo reflejara la personalidad exacta de su trazo. III. (…) Tras la que todos consideraron una ausencia demorada, el viejo geógrafo presenta al fin ante la Academia su Mapamundi concluido. La sorpresa asalta a los presentes al mostrarlo: cada mitad del Mapa refleja un perfil del rostro del anciano. Con exactitud milimétrica pliegues y arrugas de su cara representan mares y montañas; defectos de su rugosa piel ajada reflejan ríos y valles. Cada accidente geográfico que plasmó quedó en su rostro memorizado. De tanto meditarlo el mundo se había hecho a su imagen y semejanza. ¿Era aquel un relato borroso oído de segunda mano? ¿O era acaso con el viejo y ciego Borges con quien conversaba?

OTRO NUEVO MUNDO FUE POSIBLE De una manera: Oscuras leyendas mantienen que algún espía suyo alertó a Colón, ya éste en su retiro, de que se había descubierto que jamás arribó a Zipango. En ese mismo instante Letras con Rostros

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resolvió enfermar de olvido y no darse por aludido de haber dado con el Nuevo Mundo y, sobre todo, no fuera que la Inquisición cargara contra él por evangelizar en tierras dadas por inexistentes bíblicamente. De otra manera: Colón, cuando llegó al Nuevo Mundo creyó arribar a Zipango, ya conocido desde tiempos de Marco Polo y colonizado. Entonces, ¿por qué se dedicó a evangelizar como un poseído? ¿Y por qué rebautizó todo con nuevos nombres acorde a lo que confirmaría la idea de que desembarcó en un mundo nuevo? Y, aun, más, ¿por qué, además, insistía en llamar ‘indios’ a sus pobladores? De otra manera más: De cuantos viejos marineros, vapuleados y avezados, viajaron con Colón en cualquiera de sus cuatro viajes, ¿ninguno estuvo antes en tal lugar para advertirle de que aquellas no eran tierras orientales? Y la pregunta que cada tanto aflora: ¿En cuál de sus viajes supo Colón que nunca arribó a Zipango? Definitivo: Zipango fue un mito inventado para disuadir a adversarios evangelizadores. De una cuarta manera y acabando: Ahora puede aseverarse: su dios le colocó América a medio camino para salvarle el pellejo, y él lo supo de antemano. Ahora, a saber qué le prometió él a su dios para que le concediera tal portento. Por tanto y concluyendo: ¿Por qué no está Colón en los altares? (Aun hoy se hace incalculable el número de almas evangelizadas, los hubo que llegaron a santos, que aportó a las Arcas eclesiásticas). (Del libro Nadie habría escrito un libro con un título tan largo como éste, 2000-10. Inédito)

FRANCOTIRADOR.ES UNO. Interior de cuartucho de hostal. En un rincón del cuarto el televisor emite incesante imágenes de revueltas en toda la ciudad. Sentado al borde de la cama, prácticamente de espaldas al aparato, un tipo limpia con esmero un arma de alta precisión mientras fuma displicente. Suena el teléfono, el tipo lo levanta y atiende la llamada con gesto ausente, apenas lo cuelga guarda el arma en su funda, estruja la colilla en el cenicero y apaga el televisor. En ese instante llaman a la puerta. 20

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DOS. Pasillo del mismo hostal. Apenas toca advierte que la puerta se entorna, introduce el cañón de la pistola, con silenciador, por el hueco hecho y descarga a quemarropa sin esperar por más. Ni se molesta en comprobar que el ruido al otro lado es del tipo cayendo desplomado. Retrocede sigiloso sobre sus pasos pasillo atrás, sabedor de que algún otro, en cualquier cornisa, andará pendiente de concluir su trabajo. El zumbido sordo del móvil lo sobresalta. Atiende la llamada en silencio y, tras un gesto, se dirige por un callejón hasta mezclarse con la multitud que se manifiesta en las calles. TRES. Azotea de fábrica abandonada. Conoce al punto los riesgos de su trabajo y procura tenerlo todo bajo control: el ‘subfusil de asalto’, con mira telescópica, dispuesto para el disparo certero pero, además, en la bota del pie izquierdo una ‘parabellum’ por si surge un contratiempo –farfulla, mientras espera la señal tumbado bocabajo–. Ajeno a las protestas en las calles. Cruje el walki-talki, presta atención y ve salir de un callejón al tipo que se mueve, como quien espera algo impredecible, camino de la multitud. Apunta… y oye un disparo que suena con eco, talvez dos. No supo más. CUATRO. Ático en un edificio céntrico. La orden recibida está tan clara y es tan concisa que no sale de su asombro por lo fácil que aparenta todo. No tiene más que disparar su escopeta de alta precisión sobre la figura, señalada con una equis a su espalda, tumbada en aquella azotea baja de lo que parece una fábrica abandonada. Resultaría más que simple, si bien antes se cerciora de no tener él mismo alguna marca en su propia espalda. Apenas oyera un disparo tiraría con tal prontitud que pareciera un eco del anterior. Luego, saldría a la calle y, lo más desapercibido posible de la multitud que campea la cuidad, se llegaría al hostal indicado en espera de nuevas instrucciones. FINAL. Apagados todos los aparatos se relaja al fin. Demasiados los años ya mascando la misma rueda y bastantes de ellos, no obstante, sin necesidad de disparar un tiro. Sin duda su estrategia funciona como un reloj, pero es consciente de que se hace viejo y de que cada vez le agota más todo aquello; bueno, y cada vez con menos tiradores a subcontratar que rematen el Letras con Rostros

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trabajo sucio. En algún momento deberá parar y hacer frente a la verdad: odia aquel trabajo, definitivamente, pero es lo único en lo que se mueve con mediana destreza. Pero, lo que son las cosas, cuando sonaron los chasquidos detrás de él apenas si tuvo tiempo a casi nada. La policía no halló el cadáver hasta el lunes siguiente –la señora que atendía la casa dio el aviso–. Yacía tumbado en su propia cama bocabajo, vestido sólo con bata de seda azul y con cuatro tiros en el cuerpo: tres en la espalda y uno más en la cabeza. Los tres casquillos de los tiros en la espalda eran de tres armas diferentes, pero nunca se halló el correspondiente al tiro en la sien. Esa misma noche, el blog. francotirador.es se hacía eco de la muerte del candidato a la alcaldía y desmenuzaba datos, de coincidencia sospechosa, acerca del escenario del crimen. (Del libro Nadie habría escrito un libro con un título tan largo como éste, 2000-10. Inédito)

LA MUERTE MÚLTIPLE DE FERNANDO PESSOA Sostiene António Nogueira, solícito memorialista del poeta, que aquel gélido último de noviembre, día que Fernando Pessoa murió, hubo en Lisboa una epidemia de muertes literarias, una hecatombe lírica de la que la ciudad tardó en sobreponerse. A la misma hora exacta que él, y en apenas siete cuadras urbanas, murieron un latinista, un narrador, un apologista y un astrólogo paganista. Se sospecha que la prensa nunca se hizo eco de los tantos fallecimientos por temor a que la tormenta mortuoria desatara otros decesos aun ocultos. A muchos lisboetas ajenos aquello les resultó inexplicable, sin embargo su fiel mesero Ferreira da Fonseca y Ferreira Seixas, su barbero fiel, puede que alguna más que por pudor no cito, entendieron al punto que las muertes sucesivas de Ricardo Reís, afirman que de pena real; de Álvaro de Campos, alegan que cruzado en la trayectoria de un puñal; de Bernardo Soares, unos aseguran que de inanición, de 22

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desasosiego vaticinan otros; y de António Mora, que abstraído en sus asuntos astrales no percibió que ardía; nunca fue un suceso casual ni mera coincidencia. Aquel prodigio, mantuvieron siempre entre ellos, obedecía sencillamente a que en ese preciso día Pessoa sintió una oculta necesidad muy grande de reunirse con sus mismos y seguro que aquéllos también con él. Inmanencia, no cabe duda, de su carta astral. Hubo incluso algunos que juraron que durante su austero entierro tres nubes conspicuas, procedentes del sur por el cuadrante africano, se proyectaron sobre su nicho justo en el corto instante que lució el sol. (Inédito. No incluido en libro, 2011) Antón Dárgala nace, a la altura de Lisboa, a bordo del bergante ‘Capitán Arolas’ que cubre la travesía de Galicia a Canarias (España), en 1952. Apologista y contador especializado en ábacos seminales. Narrador inédito, a excepción del relato Roque Negro suite (Serie Rarezas. Colección Princeps. Campus de Humanidades. Universidad de LPGC, 1999), publicado bajo el seudónimo de Javier Cabrera. Otros relatos y reseñas suyos se hallan recogidos en cortas ediciones no venales o marginales. Discutido y aplaudido fue, sin embargo, su alegato apologético dictado en el Congreso Único de la Agónica Academia de Críticos, celebrado en San Borondón (Canarias) en 1985 e intitulado: ‘No hay tal lugar: CanAria’ –donde expuso la imposibilidad de articular y difundir la conciencia cultural de un espacio geográfico si el tal sitio no conmueve mentalmente ni inclina al ánimo a su búsqueda. Años más tarde, en el Catálogo General de Disolución de la Agónica Academia (1992), articuló su teoría final: ‘el tal lugar ni siquiera existe si no provoca interés por su conocimiento desde el exterior’. Actualmente prepara la edición de su primer libro de relatos, que se cree hará bajo seudónimo. Letras con Rostros

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Betty Chiz Uruguay

AQUEL BARRIO SUR Ayer se te vio pasar sin tacos y en chancletas. Yaguarón abajo. De entre casa nomás andabas. Ruleros de papel de estraza en los pelos y sin pelos en la lengua. Hoy estabas apoyada al portón de los vecinos portugueses intentando entenderse todos en esa babel del sur. ***** Los tanos repicaban con sus picos constructores. El bolichero nos despachaba en su español silabeante. La Tota cruzada de brazos con su delantal cuadrillé evocaba al Negro Zulú, que voceaba la prensa. Doña María sigue el luto con rigor de grisitud y anda grave y lenta con sus narcisos sobre el pecho hacia el portón del Central. El loco Antonio reivindicaba a Saravia. En la Escuela Ciudadana un enorme Brum sostiene dos pistolas antes del suicidio Se oye hablar en portuñol y suena un fado. Y vos mujer con tu acento idish, no cesabas de conversar con ese mundo en chiquito de la vecindad. Y vos hablabas de la nieve y de la estepa. Y de la guerra y de las bombas. Y de tu familia diezmada. Y contabas una y mil veces de aquel revolucionario, un joven maestro que apalearon en la aldea. ***** Hoy hay tamboril y lonja por Isla de Flores y Cuareim. A paso lento llegan a mi esquina. Vos nunca habías visto a los africanos en tu tierra natal, nos decías con asombro. Por ahí el carro con verduras de las chacras de Carrasco ofrecían su mercadería con un pregón italiano. Nuestra Anita con un vintén para el vaso espumante del tambo del vasco de la calle Ibicuy, y sus cuatro vacas espantando moscas con sus co24

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las. En un balcón abierto un payador con voz de radio milongueaba unos acordes. Y vos explicabas el punto arroz y el arroz a punto. ***** El tilín del barquillero nos llamaba y salíamos corriendo a comprarle, con los bolsillos repletos de bolitas, hondas y chapitas de Conaprole. Entre plátano y plátano jugábamos a la pelota y de cordón a cordón hacíamos el gol al arco de piedras. ***** Del Mercado de la Abundancia traíamos la cena: smetene, huguerkes y smalz hering.(1) El olor a guefilte fish (2) invadía las narinas y las papilas hacían agua. Sin embargo hoy, precisamente hoy, fue un día triste para mi padre. Como un golpe seco, recibió la noticia y ha llorado como nunca jamás había visto llorar a un hombre. Llegó una carta donde le describían cómo, de qué manera cada uno de los miembros de su familia fueron asesinados por los nazis. Y vos, mujer, te pusiste la tragedia al hombro y arrancaste para defender la vida acá, en este barrio de aluvión. (1) smetene – crema rusa (agria), huguerkes (pepinos encurtidos), smalz héring (arenques) (2) guefilte fish – pescado relleno a la usanza judía (hervido o al horno).

ENTRE LOS PLIEGUES Mientras besaba el anillo que el sacerdote ostentaba en su mano derecha, ella no pudo menos que osar un pensamiento lascivo recordándolo en aquellos años en los que jugaban en la plazoleta del barrio a poli y ladrón. Él le llevaba como cinco abriles y más de una vez se habían estado acariciando entre los añosos árboles. Después de eso, nunca más se volvieron a ver. Letras con Rostros

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José María había sido educado en el seno de una familia cristiana, donde imperaban el respeto por los valores inamovibles, el recato y la represión. Había concurrido a un colegio religioso, de ahí sus inclinaciones posteriores. Los juegos infantiles con Mariana -no muy pueriles- se le habían impregnado en su piel y ningún otro contacto durante su noviciado lograron sustituir aquella tan suave de la mestiza niña. Se la imaginaba más tarde, jovencita, con sus curvas ya delineadas transfiriéndolas en sus fregoteos con las feligresas de turno. ¿Qué habría debajo de ese manto púrpura?, se preguntó Mariana, a la sazón experta en batallas carnales, mientras registraba la cruz de ese símbolo de poder que en el dedo medio recorría el aire, absolviendo pecados ajenos acompañando la música del órgano mayor que se expandía por el recinto. Le picaba la curiosidad por saber si él había sucumbido a los reclamos de la carne o habría cumplido fielmente con las bulas papales que refieren al celibato, al sexo de los ángeles y otras cosillas del mundo monacal conservados intactos en el siglo veintiuno. No pudo ocultar su sorpresa cuando al separar sus labios del metal, sus ojos descubrieron que los del prelado hurgaban en su busto, un abundoso busto de hembra agazapada. Había supuesto que Don José María no la reconocería. Y se equivocó feo. El cruce de sus miradas fue fulminante. El incienso que con su aroma inundaba todo, incentivaba en ellos una imperiosa necesidad de aproximación, comprobándose la certeza de sus propiedades afrodisíacas. El sacerdote luchaba con varios factores en este domingo de ramos, que enredaron la perfecta organización de la misa; sus obligaciones con las beatas, algunas muy jovencitas, se le aproximaban en fila reclamando su atención, y él dando cumplimiento a su investidura hacía un reparto automatizado de ostias. A ello se fue agregando la copa con el vino de sus propias bodegas que había ingerido en abundancia -un vasodilatador recomendado por los enólogos- y por si fuera poco, se le superpuso la voluptuosa presencia de Mariana que lo turbó ipso facto. Todo esto 26

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junto conformó un panorama desesperante en el que José María sintió el llamado de la sangre al punto tal, que los pliegues de sus ropas se modificaron. Su miembro dejó de ser historia. Estaba al día. No le podía jugar una mala pasada. Se lo tenía prometido para un solemne momento de éxtasis. Y debía ser con ella. Suponía que no opondría resistencia. Mariana en realidad, seguía obsesionada. Quería a toda costa tener acceso a la intimidad de ese encumbrado representante, permitiéndose disfrutar - ahora sí - de aquellos frutos otrora prohibidos. Al finalizar el oficio lo iba a poder cumplir, sellando un capítulo y abriendo quizá otro, más lujurioso, donde la mejor orgía podría ser ofrendarse ambos ante el altar mayor, sin ambages, sin misterios, así desnudos, como si la naturaleza, esa eterna celestina, los hubiese predestinado para encontrarse frente a frente, contrapuestos al boato circundante.

VADE RETRO Blanca se le ofreció a don Pereira sin preámbulos. Fue al finalizar el almuerzo de camaradería del Club de Bochas. Por resolución expresa de la Comisión Directiva, se había establecido que el segundo domingo del mes, se festejarían los cumpleaños de los socios que habían nacido no importa el año, entre el 1º y el 30 o 31. También según la época del año sería con una olla podrida, un puchero, una cazuela de mondongos, o buseca, raviolada o parrillada completa. Y en Semana de Turismo, el infaltable bacalao o similares. Ese día no faltaba nadie, salvo Joselo, que estaba internado en el Hospital Pasteur y al que una delegación visitó el sábado. Entre grapa y grapa, el aperitivo antes de la comilona, el Presidente del Club informó a los socios que Joselo estaba con un cuadro cardiorrespiratorio agudo como les dijo un familiar. Todos estuvieron contestes que se debía a la cantidad de cigarrillos que consumía diariamente. Un tablón encima de tres caballetes ofició de mesa, que Letras con Rostros

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forraron luego con papel blanco. Unos bancos largos de madera cepillada sirvieron de asientos. Don Pereira estaba tranquilo, sentado junto a sus viejos amigos. Cuando estaban en los postres, con mucho vino y canciones de cuatro décadas atrás, ella se le pegó a su espalda, apretando sus turgentes senos sobre su camisa y le iba acariciando su cara, sus brazos, su pecho, enlazándolo voluptuosamente como una serpiente. Había llegado vestida de blanco. No tuvo en cuenta la avanzada edad de don Pereira. Se confió en el respeto con que siempre la trató. El viejo se dejó llevar por ese sopor post prandial del opíparo banquete que consistía en entrada, plato principal, esta vez una pasta casera, postre, sumado a los vapores del vino casero que generosamente se ingirió. El salón del Club con tangos y milongas, risas y conversaciones cruzadas habían agregando sal y pimienta a la fiesta. De vez en cuando algún fanático que estaba escuchando la transmisión del partido de fútbol del club de sus amores en su radio a transitores, gritaba como loco: Gooooooooooool.... Como corolario, esta Blanca por detrás con un perfume embriagador. En ese momento los veteranos estaban cantando «...vieeejo barrio que te vaaas...te doy mi último adiós....ya no te veré máaaas...» Blanca continuaba respirándole muy cerca en la nuca. Don Pereira empezó a transpirar y a moverse inquieto en el asiento. Blanca no se le separaba. Más bien lo atenazaba con sus delgadísimos brazos. Éste tuvo un arranque irrefrenable, la poseyó encima de la nívea sábana de papel como solo un macho experimentado podría hacerlo, hasta caer exánime sobre ella mientras los asistentes atónitos, cesaron sus cantos. Alguien reaccionó y gritó «¡un médico!, ¿hay un médico acá? ¡llamen un médico!» Felizmente entre los comensales uno pudo certificar que don Pereira falleció con su cabeza apoyada sobre el blanco papel manchado de salsa bolognesa, sin señales de eyaculación y con una dulce sonrisa. 28

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La Comisión Directiva en pleno concurrió a su sepelio y el Presidente reconoció en Pereira un hombre muy trabajador, funcionario municipal, cuya función hasta que se jubiló fue la de mantener en condiciones los panteones del cementerio local. A partir de ese incidente, Blanca dejó de aparecerse detrás de las espaldas de los socios. Y estos, de ahí en más, por las dudas y cruzando los dedos, organizan sus banquetes mensuales, evitando invitar a la Blanca, que ahora se supone estaría ingresando a otros Clubes Sociales, Culturales y Deportivos.

Montevideo, 1935. Periodista, escritora, fotógrafa. Premios y menciones en concursos de poesía y fotografía). Publicó libro de poesía Los versos del hoy por hoy (1983), Tiempoverso (1984, colectivo) y en Círculos de poesía aBrace. Narrativa: Letras uruguayas (1997); Cuentogotas, De alisios y pamperos, aBrace; Apostrophes (Chile, 2005) y Los mil y un insomnios (Toluca, México), coordinando su Maratón de lectura en Uruguay. Ponencias en los Encuentros Internacionales de aBrace en Uruguay y en Cuba y en el XI Encuentro Latinoamericano de Poesía en Chile (2005). Participó del ciclo Poemas con Aroma de Café (2005). Exposiciones fotográficas en Uruguay y Argentina y en la muestra de Arte Correo contra el Apartheid. Instalación Navegar es Necesario con la artista Stella García. Participó y fue publicada en el Poemario de la I Bienal Internacional de Poesía de Brasilia, donde concurrió como Representante oficial de Uruguay con el apoyo de su embajada en Brasil. Codirige el Espacio Mixtura (multidisciplinario).

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Brenda Mar(que)s Pena Brasil

GÉNESIS RECREADO El silencio roto por el suave sonido del agua trajo la calma que parecía descartar todo temor. El canto de las aves se dispersaba con el viento suave que movía los árboles y los pelos en el paisaje de una maravillosa realidad. Un ganso se acercaba y estaba encantado al mojar sus plumas en un momento de encuentro con la naturaleza, en un puerto tropical hermoso como una invitación a ver el alimento del arte. En la boca, el sabor de nuestros gustos y caprichos, llenos de poesía. Sin zapatos o ropas los pies notando el suelo mojado entre la suela y los dedos. Por un momento, un sueño vino a la mente como un ritual de fertilidad en el que bajo mis pies, en lugar de arena se colocaron los huevos de codorniz y los huevos rotos comidos por las mujeres generaban seres en sus vientres, que volaban en el útero, como una última petición de libertad. Las mujeres embarazadas no dieron a luz a más niños, pero eclosionaban jóvenes pajaritos, pidiendo perdón por toda la humanidad que destruyó el aire y las plantas con su codicia y los excesos de deseo de poder. Los hombres sintieron que lo podrían todo, hasta que un día debieron rendirse a los gritos de la naturaleza. Estas nuevas aves-niños crecieron con el secreto de la preservación del medio ambiente: crear nuevos mitos y recuperar una cultura nómada que obtenía los alimentos de la tierra, pero esperaba a que se recuperase para dar sus frutos nuevos. Estos seres no tenían historia, habían nacido para crear un nuevo hombre y limpiar el cielo rojo de tanta sangre. Serían capaces de transformar los colores del miedo en esperanza, y las piedras en semillas. Sobrevolaban laberintos en busca de una nueva razón. Los vientres preñados de creatividad de las niñas-pájaro convertidas en mujeres, han comenzado a generar inspiración y canción en todas partes para llegar a 30

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una multitud de ángeles capaces de limpiar los cielos con toda la pureza de un ser naturalmente libre, en una noche de claridad y frenesí.

GÊNESIS RECRIADO O silêncio quebrado por um som suave de águas trazia a calmaria que parecia afastar todo o medo. O canto dos pássaros se dispersava com o vento suave que movimentava as árvores e os cabelos na paisagem de uma realidade maravilhosa. Um ganso se aproximava e se deliciava ao molhar suas penas num momento de encontro com a natureza, em um belo porto como um convite tropical para ver o alimento da arte. Na boca, o sabor de nossos gostos e caprichos, plenos de poesia. Sem sapatos e roupas, os pés percebiam a terra molhada entre a sola e os dedos. Por um instante, um sonho veio à mente, como um ritual de fertilidade em que debaixo dos meus pés ao invés de areia foram colocados ovos de codorna e os cacos de ovos comidos por mulheres geravam seres em seus ventres, que voavam dentro do útero, como um último pedido de liberdade. As mulheres grávidas não davam mais à luz aos filhos, mas chocavam filhotes de pássaros, implorando perdão por toda a humanidade que destruiu o ar e as plantas com suas ganâncias e excessos de desejo pelo poder. Homens acharam que podiam tudo até que um dia necessitaram se render aos gritos da natureza. Estes novos pássaros-meninos cresciam com o segredo de preservar o meio-ambiente, criar novos mitos e recuperar uma cultura nômade que tirava o alimento da Terra, mas esperava ela se recuperar para dar novos frutos. Esses seres não tinham história, nasceram para criar um outro homem e limpar o céu vermelho de tanto sangue. Eles seriam capazes de transformar as cores do medo em esperança e as pedras em sementes. Sobrevoavam labirintos em busca de uma nova razão. Os ventres prenhes de criatividade das meninas-pássaro que se fizeram mulheres passaram a gerar inspiração e canto em toda parte até alcançar uma multidão de anjos capaz de limpar os céus com toda a pureza de um ser naturalmente livre em noites de claridade e frenesi. Letras con Rostros

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Multifacetária, trabalha com linguagens diversas: jornalista, poetisa, baterista, fotógrafa, mestre em Estudos Literários pela UFMG, gestora cultural, Presidente do Instituto Imersão Latina (Imel), Cônsul e Diretora de Comunicação de Poetas del Mundo MG, representante do Movimento Cultural aBrace e Embaixadora da Paz pelo Cercle Universel des Ambassadeurs de La Paix, Suisse. Consultora de Projetos do Grupo Neoplan. Publicou textos em antologias nacionais e internacionais editadas em Brasília, Rio Grande do Sul, São Paulo, Rio de Janeiro, Minas Gerais, Chile, Uruguai e França. É acadêmica correspondente da Real Academia de Letras, cadeira 12: Lygia Clark (patronesse). Medalha de Bronze no Prêmio Carlos Drummond de Andrade CBM e no I Festival de Cultura Popular. Participou da Bienal Internacional do Livro do ano 2000, de São Paulo, pela Alba Editora e das Bienais de Minas Gerais, Rio e São Paulo de 2009 a 2012, como editora da antologia Nós da Poesia, do Imel. Fez viagens a trabalho pelo Brasil, Cuba, Estados Unidos, França, Argentina, Uruguai, Alemanha, África, Chile e Venezuela. Foi a idealizadora e apresentadora dos programas CurtAgora na TV Universitária de Belo Horizonte e do Minas Popular Brasileira (MPB), na rádio Comunitária FM Lagoinha. Trabalhou como repórter do programa Rockambole da 98 FM e da Rádio CBN. Foi redatora na Revista Rock News, dos sites A Escola, Citylink e Assessora de Comunicação do COFECON. Trabalhou por 5 anos na TV Alterosa. Como baterista e letrista gravou dois EPs com a Caution, banda revelação 2008 do Prêmio GRC Music. E Musas e Medusas com o trio feminino Cáustica. Fundadora e integrante do grupo Corpo-língua de performance cênica. Neste ano se torna mãe ao gerar seu melhor poema: Dakota Ferris Pena. Blog: brendamars.wordpress.com Site: imersaolatina.com. E-mail: brenda@imersaolatina.com

Brenda Marques Pena 32

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Carlito Lima Brasil

ZEZÉ, O CONTADOR DE HISTÓRIAS De seus 80 e poucos anos Zezé mantém a dignidade profissional de barbeiro, elegante, bem humorado, recebe os velhos e novos amigos no salão no centro da cidade. É prazeroso cortar cabelo com o octogenário conhecedor e vivedor da cidade, testemunha viva da história nesses últimos setenta anos. Durante o corte de cabelo Zezé sempre conta uma história interessante, atual ou antiga. Nos anos 50/60 seu salão ficava em frente à Assembléia Legislativa, ele testemunhou brigas e tiroteios, feitos bélicos presentes na histórica política das Alagoas. Zezé assistiu ao duelo de revólveres em punho, entre o deputado Oséas Cardoso e os irmãos Pinho, resultando uma morte, Policarpo Pinho. Ele foi testemunha do grande tiroteio na Assembléia Legislativa no dia 13 (sexta-feira) de setembro de 1957, deputados da oposição e do governo se guerrearam durante a votação do impeachment do governador Muniz Falcão. Ao iniciar o tiroteio de pistolas e metralhadoras, os curiosos que se encontravam na Praça Pedro II correram para onde puderam, muitos entraram no salão do Zezé procurando abrigo. Zezé sempre exerceu com amor e competência a profissão de barbeiro, entretanto, nunca negligenciou suas horas de lazer curtindo o que mais gosta, um bom futebol e conversas de botequim com cervejinha gelada. No tempo de soldado do 20º Batalhão de Caçadores jogou no time do Exército ao lado do caceteiro Tomires, grande zagueiro, por muitos anos jogador do Flamengo. Zezé era assíduo ao futebol de praia dos Perrelli na Avenida da Paz. Todo domingo, os irmãos Perrelli, filhos de italiano, organizavam a pelada com traves, camisas, bola, juiz, durante a manhã era a maior atração na praia da Avenida. Havia fila para jogar na pelada dos Perrelli. Letras con Rostros

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Ainda hoje Zezé corta o cabelo dos companheiros do futebol de praia, tem amizade com magnatas e remediados da cidade, contudo, sua maior virtude é saber contar histórias com bom humor e sabedoria. Zezé é fonte de minhas crônicas semanais. Ao sair do salão de Zezé me sinto bonito, cabelo bem cortado e empolgado com as histórias fantásticas de Maceió nos anos dourados. Sexta-feira passada ao me sentar na cadeira, Zezé informou, quem estava a pouco na cadeira onde me sentei foi Lelo, grande boêmio, amava a zona, gostava duma rapariga, vivia nos cabarés. Naquela época a dona da noite era Railda, cafetina braba, olhar severo, nariz adunco, competia com o famoso Mossoró nas noitadas da cidade. Muita lenda se conta de Railda. Zezé não se fez de rogado contou a história de Lelo. - «Assim que as boates de rapariga de Jaraguá subiram para o Tabuleiro e Canaã, Railda alugou uma casa, um sítio na Avenida Fernandes Lima. Arrumou a boate, contratou conjunto musical para os clientes dançarem com suas meninas, mulheres bonitas escolhidas entre as melhores raparigas da cidade. Havia disputa com Mossoró, outro dono da noite. A cafetina não admitia sequer comentários elogiosos às meninas do concorrente. Certa noite Lelo bebia com amigos na Boate Areia Branca, mesa vasta de bebidas e mulheres, para puxar o saco do Mossoró, Lelo falou alto para quem quisesse ouvir, as mulheres da Railda eram umas merdas e a cafetina de tão bêbada havia mijado de pernas abertas feito uma égua. Railda soube do ocorrido, da manifestação, da preferência raparigueira de Lelo. Numa sexta-feira, noite de impreterível visita dos boêmios à zona, Lelo tomou algumas cervejas no bilhar da Rua do Comércio, convidou os parceiros: «Vamos às raparigas», subiu com amigos para noitada. Assim que entrou no sítio da Railda levou uma tapa, caiu no chão, as meninas buscaram um penico já preparado cheio de cocô e xixi derramaram sobre o coitado, deitado, pedindo socorro enquanto as raparigas lhe enchiam de porrada, foi preciso um amigo intervir com um revólver. Railda e suas raparigas suspenderam a surra. Lelo foi levado cheio de pancada numa Kombi para um banho no Riacho Catolé, a Kombi ficou fedendo à merda por mais de uma semana. Depois de alguns meses Lelo fez as pazes com Railda e continuou assíduo cliente.» Com detalhes precisos Zezé contou essa história, teria outras se não tivesse terminado o corte de cabelo. 34

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CINCO SEMANAS INESQUECÍVEIS Agnaldo teve educação formal e rígida, família evangélica. Professor por talento e vocação, dedica sua vida ao magistério, ensina em colégios e faculdades. É o decano, o professor mais velho, da Universidade, seus sessenta e alguns anos, seus raros cabelos brancos, cavanhaque, dão-lhe um ar respeitável, como gosta em tê-lo. Durante todo tempo de militância no ensino, Agnaldo jamais aceitou as prevaricações descaradas dos colegas, sempre crítico às aventuras de professor com alunas, como o colega Edmundo chegado a enxerimentos, conquistas e casos com suas pupilas. O sem-vergonha é repreendido por Agnaldo quando conta casos com jovens alunas. Mas o demônio surge sem percebermos, sem desconfiarmos de que forma, muitas vezes ele aparece travestido em mulher bonita. O capeta é treloso, sabe das fraquezas humanas. Para testar o nosso emérito e puro professor, o satanás incorporou-se em Eurídice, aluna bonita, cabelos pretos, longos, olhos grandes, amendoados, sobrancelhas cerradas, pele macia, uma perdição, como diz Edmundo. Final do ano passado, perto da formatura da turma, Agnaldo notou estranho comportamento em Eurídice, vestes sensuais em demasia, todo dia passou a tirar dúvidas com o professor. Agnaldo se prontificava, entretanto, se sentia constrangido com a presença da Deusa no final da aula. Ele ficava excitado quando a aluna se achegava mais perto vestindo minisaia, exibindo pernas, uma borboleta colorida tatuada no calcanhar esquerdo. Aquela tatuagem deixava Agnaldo quase afônico, gaguejava nas explicações. O diabinho percebeu a fraqueza do professor, resolveu diariamente sentar-se na primeira fila. Durante a aula, Eurídice abria as pernas com classe e sensualidade. Agnaldo percebeu, ela mostrava a calcinha apenas para ele. A aluna não saía de sua cabeça, sonhava com as pernas e a calcinha branca. E a tatuagem? Em suas fantasias a chamava de «Papillon». Letras con Rostros

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Certa vez, após as aulas, a jovem pediu para tirar uma dúvida. O professor esperou os alunos saírem, sentaram-se, ele foi taxativo: «Eurídice, você sempre foi uma moça comportada, discreta; de um tempo para cá tenho notado mudança em seu comportamento, principalmente seus vestidos, suas mini-saias, suas calças justas. Quero pedir dois favores: que assista às minhas aulas mais composta e que se sente nas últimas bancas.» Falou rápido com certo nervosismo esperando alguma resposta da aluna, contudo, ficou sem ação, nocauteado, ao ver Eurídice levantar-se, caminhar até a porta da sala de aula, trancála com chave, retornar sorrindo, abriu o zíper da calça jeans, deixou-a cair. Agnaldo não resistiu quando a moça o abraçou, deitaram-se por trás do bureau. Fizeram amor como dois animais, ali na sagrada sala de aulas. Ao terminar ele sentiu-se culpado, vexado. A aluna cochichou em seu ouvido: «Quero mais amanhã, sei que você não trabalha à tarde, lhe espero na praia da Pajuçara, em frente ao Memorial Teotônio Vilela às três horas». Ele emudeceu olhando Eurídice se afastar, abrir a porta, e desaparecer. O comportado professor passou o resto do dia e a noite pensando naquele pecado. Quando o diabo atenta, difícil enjeitar. Na tarde seguinte, junto ao Memorial, estava Eurídice mais bela que nunca. Levou-a ao motel, ficou louco com as invencionices da «Papillon» na cama. Todo dia achavam sempre uma maneira de se amarem. Até que certa manhã, depois de cinco semanas, Agnaldo ficou surpreso, Eurídice, com roupa composta, entrou na sala, mal cumprimentou o professor. Assim continuou até o final do curso. Em momento propício, Agnaldo tomou coragem, pediu um particular, perguntou o motivo daquele distanciamento, ele estava louco de paixão, querendo amor. Ela respondeu com tranquilidade, sem algum remorso: «Não me leve a mal, eu desejava experimentar o amor de um coroa. Posso dizer, gostei e ponto final. Vou me casar em fevereiro professor, precisava dessa experiência, meu futuro marido é jovem, bonito, rico, mas, eu queria uma aventura descompromissada, acho, escolhi bem, agradeço os experientes carinhos. Seus dedos, suas mãos, seus lábios, marcaram todo meu corpo, 36

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momentos deliciosos, entretanto, pretendo ser fiel a meu marido, não vou repetir. Obrigada por tudo, professor, o senhor foi maravilhoso» No dia da formatura Agnaldo recebeu um formal aperto de mão e um piscar de olho maroto de Eurídice, cumplicidade de cinco semanas de amor selvagem, inesquecíveis.

Brasil - Ex-capitão do Exército, exprefeito de Barra de S. Miguel (AL), engenheiro, ambientalista, descobriu seu talento de escritor só aos 61 anos quando em 2001, por insistência de amigos, foi editado seu primeiro livro de memórias, testemunho sóbrio, meticuloso, forte, sincero, humano e bem humorado: “CONFISSÕES DE UM CAPITÃO”. Destemido depoimento de um oficial do Exército com enfoque especial sobre 1964. Carlito Lima servia na 2ª Cia de Guardas no Recife, teve convivência com presos políticos como Arraes, Julião, Paulo Freire, Pelópidas Silveira, Gregório Bezerra entre outros. A revista paulista CULT, colocou CONFISSÕES DE UM CAPITÃO, entre os 14 melhores livros na bibliografia sobre o golpe militar de 1964. O livro foi sucesso em todo o Brasil após entrevista de Carlito Lima no programa do Jô Soares. Descoberto como excelente contador de história, escreve há cinco anos uma coluna semanal, HISTÓRIAS DO VELHO CAPITA, em vários jornais com histórias bem humoradas da vida real. Em 2005 começou a editar a revista eletrônica semanal ESPIA na Internet com opiniões, dicas, notícias e muito bom humor, enviada por E-Mail. Fazendo sucesso nas páginas virtuais.

Carlito Lima Letras con Rostros

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Cecilia Silva Khoury Uruguay

LA VICKI Y EL MALANDROSO: TELENOVELA VIRTUAL (FRAGMENTOS) Vicki aguanta En este capítulo la protagonista (Vicki) se aguantaba como real heroína contestar sms del Malandroso, contestar al Malandroso en el teléfono, contestar al Malandroso en msn, y sobre todo, según sus propias palabras, se aguantaba las ganas desesperadas que tenía de ir a su casa y estar con él (la cursiva es mejora del corrector). —Pah, esta Vicki. Está obsesionada con el Malandroso, Cecilia. En realidad es bastante urgente que lo cambie por otro. Ella te va a decir que no, que ni, que mjjj porque en realidad le tiene cariño y apego al Malandroso, pero si quiere librarse de él, lo mejor es que se busque otro. —Pero Leti, razoná un poco: yo no puedo decirle eso. Le tiene cariño, aunque lo niegue, y mucho apego a todas las emociones contradictorias que este hombre le produce. —Sí, obvio. Y además los consejos tipo no hagas más esas cosas o no te metas en líos, no resultan, porque dice que sí y lo hace igual. Sugeríselo, pero no le digas directamente buscateaoootro, Vicki!!! —Me dejás pasmada, Leti, es como si la conocieras de toda la vida. Tal cual. La Vicki te dice que hace una cosa y después va y hace otra. Tú sabés que yo no doy consejos a nadie a no ser que me los pidan o sea un alumno, y en el caso de la Vicki te atomiza pidiéndote consejo y opinión, y después hace lo que quiere, así que ya no me gasto. Por lo menos se mantuvo firme en eso de no dar bola. Hasta ahora. Sí, es muy inestable. No creo que se aguante mucho en el molde porque el sujeto es típico modelo de más le dicen no, más insiste. 38

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Leticia había sido muy intuitiva y exacta para captar la situación. Si la Vicki realmente estaba dispuesta a olvidar al Malandroso, no podía dejarle a él una brizna de sospecha, ni usar a otro como amenaza… La única solución que veía Leti es que aya Hotro de verdad. En realidad no había pasado nada especial. Los dos diciéndose y haciéndose las dulzuras que acostumbran (te voy a tal y cual, etc.) en el auto del Malandroso. (Esas cosas y otras también parece que pasan mientras el Malandroso maneja. Cualquier día la Vicki termina muerta. O el mismo Malandroso, como el Negro de Basic Instinct II). Luego enfilaron al piso del Malandroso, a su nube olímpica de aire acondicionado, atalaya del mar, y consumieron sus habituales tres horas de acción. Pero a los cinco días, cuando la Vicki lo llamó por séptima vez y él no contestó, y la Vi entendió que venía la borrada otra vez, se plantó y dijo yastá, nunca más. Y se encerró en su torre. Sin embargo, a lo largo de las dos últimas semanas, el Malandroso insistió con cierta estrategia moderada para contactar a la Vicki, y lo más extraño, en términos bastante civilizados. Ahora, yo no entiendo mucho a la Vicki, porque ella me dice que al Malandroso no lo quiere ni nunca lo va a querer, en el sentido de «esa pelotudez de estar enamorada y esas giladas». Esto no es nuevo, siempre me lo ha dicho, y se ríe de las «minas con pendejadas de enamorarse». Claro, yo me cuestiono si es tan así. Capaz que la Vicki lo quiere aunque no quiera. Digo, por las cosas que hace. Se encuentra con otro tipo. Todavía no sé de dónde lo sacó... medio galancito… No, no lo conocía en ningún sentido... y lo conoció sólo en griego, en hebreo ni atisbo de sonrisa en comisura izquierda. Me confiesa que le resultó odioso y que solamente quería probarse a sí misma que después del Malandroso, no va a poder encamarse jamás con nadie más en la vida. Pero como los capítulos continúan, el Malandroso insiste. Vicki nada. El Malandroso reformula su insistencia diciendo que «estoy mal». Vicki le contesta solamente porque «tampoco podía hacerme la tan boluda». Letras con Rostros

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El Malandroso empieza a quejarse de soledad (según la Vicki, primera vez en años). ¿Y a quién atomiza la Vicki? A mí. A ver si me parece que sea real o no la soledad del Malandroso. Como si fuera poco, Vicki me dice que ‘este guacho hdp me hizo soñar con él y con mis viejos.’ (Traducción: Vicki soñó con el Malandroso y con los padres de ella). Mmjjjj dijo la Vicki cuando me animé y sugerí lo que tú habías sugerido, Leti. Fue un mmjjj con mucha fuerza, tal cual anunciaste. Ella se da cuenta o intuye que yo intuyo que ya la cambió de planilla. Qué mala soy, no, eso de las planillas no se lo puedo decir. Igual ya lo sabe. Aparte de que por supuesto con el Malandroso se han conocido vastamente en varias lenguas... no me pidas detalles porque me ha contado cosas que yo ni siquiera sabía que existían, ni por el cine, ni por la literatura, ni por cursos de sexología… bueno, no había hecho muchos yo… En fin, cosas que una ilustración media y vulgata como la mía, no sabía que había/se usaba/existía.

Sobre música y antiguas cintas de grabación La primer toma muestra a Vicki de espaldas, caminando por su habitación. Lleva una falda corta y una blusa transparente verdosa con hilitos dorados. Mueve unas revistas, las deja, las cambia de lugar, mira otra. No se le ve el rostro. Pero el espectador sabe que es ella. La cámara por fin sube a su rostro, siempre bonita, y con sus grandes ojos maquillados que miran hacia arriba. Luego gira la cabeza hacia un costado, la levanta y otra vez de pie desanda el camino a la salita. Vuelve a sentarse, mira el teléfono y sonríe. Vuelve a levantar la cabeza y se pone seria, mira hacia arriba otra vez. Toma otra vez una de las revistas, notable foto de portada de un famoso en Pedelé, ahí la producción ya arregló 40

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todo, interesantísima portada, pero ni siquiera esa maravillosa foto merece la atención de la Vicki, que tiene la revista en la mano, vio la preciosa portada, pero vuelve a mirar para arriba. ¿Pasó algo nuevo con el Malandroso? ¿O de nuevo un never more and nevereverforever? ¿Tal vez una nueva peste? Por supuesto, viene tanda. Es tan larga, que seguro se devela el misterio en el próximo capítulo. Te das cuenta como funciona, Leti. La Vicki me atomiza tanto que su voz se ha convertido en mi telenovela virtual por canal exclusivo. Y en efecto, la Vicki y el Malandroso volvieron a hablar por teléfono. Pero según lo que me contó la Vicki, esta vuelta él no le habló con esa voz suya que le dan ganas de ga...nárselo, sino que le habló «bajito». (Estaría con otra, pensé yo, que conozco el paño). Y le habló de ellos dos. (No, con más gente la Vicki no hizo nada, no por ahora y no que yo sepa). Le dijo algo así como que tenían que hablar de ellos, que ¿qué había pasado con nosotros?, que lo que pasó, pasó; vos sabés que yo te quiero y vos a mí me querés también; nos debemos por lo menos una conversación... La Vicki casi lloraba porque le había hablado bajito, de nosotros y de quererse, pero yo pensaba para mí: «Este le puso el casete y la gila se cree los temas nuevos». Ofcórs, no le dije ni pío. De repente soy un poco demasiado escéptica, es posible, pero ¿te acordás?, hablando de temas musicales de la época del casete, uno que pasaban cuando yo era chica y decía «yooo, soy rebelde porque el mundo me hizo así…» Bué, yo soy escéptica porque el mundo me hizo así. Le creo más al Más Allá que al más Acá. Cosas de una. A la Vicki la conocí hace años, en un sitio de ayuda para mujeres maltratadas. Cuando no faltaba vecina en el barrio que la hubiera catalogado como una morocha divina que el marido la cagaba a palos. Letras con Rostros

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Somos amigas de alma, de esas amistades que compartiste a fondo cosas muy buenas o muy malas o todo junto, y nada ni nadie te lo borra. Sin ser el Malandroso, yo solo conozco al que ella llama marido. De antes de él, nunca contó nada. Tiene el tipo bravucón, que te mira de costado con sorna. Un matoncito. No me gusta. Éste es justo la excepción de la imagen que proyecta el golpeador, como bien lo estudia la psicosociología, que es un tipo con una fachada muy distinta a la que muestra en su hogar, con su víctima habitual. Cuando la conocí, no había Malandroso, alcanzaba con el Bravucón del marido. (Y sobraba). Verás, hoy todavía no hablé con la Vicki, pero no creo que yo le mencione nada del triángulo que tú me preguntabas, Leti. Fuera virtual, fantaseado o no. ¿Sabés por qué? De acuerdo a la Vicki, el Malandroso no es en absoluto hombre de tríos. Él ya ha construido, allá lejos y hace tiempo, su propio harem, más o menos virtual. Según la Vicki, tiene una planilla de Acces con más entradas que estrellas hay en el cielo y granos de arena en la playa a orillas del mar... okis, la metáfora es mía. Según la Vicki, no tiene una, sino DOS planillas. Una con entradas aún vigentes... digamos, más o menos virtuales... digamos, en lista de espera... digamos, stand by... La otra en cambio es planilla de valor histórico: todas sus entradas se conservan por cortesía o pa’acompañar la vejez, pero de hecho, caducaron. ¿Cómo caducan? No sé, pero pa’mí que la Vicki no quiere que la cambie de planilla. Pobre, en realidad si leyera esto no lo entendería, porque nunca usó ni pretende acercarse a base de datos ninguna y menos que menos planilla electrónica. Quiere decir que yo hago un poco de literatura con lo que ella me cuenta, para no narrar las cosas tan descarnadas, que me da no sé qué. Distinto es oírla a ella, te hace reír. Una vez le dije: 42

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«¡Pero hablá bien, Vi, por Dios!», y me repitio la sarta de disparates que había enhebrado y apretado, como para cerciorarse de que yo la hubiera entendido con exacta precisión. Tú dirás, Leti, te preguntarás cómo un sujeto tan malandroso puede obrar así... Descartando la explicación de que las mujeres hemos sido esclavizadas y sometidas por milenios, no sabría responderte. Creo que es un tipo de mafioso odiado, admirado y envidiado por los hombres, pero no tengo autoridad para afirmarlo. No hice investigación de campo. Solo puedo remitirme a la literatura, y según lo que me cuenta la Vicki, pa’mí el malandroso encaja en las categorías de donjuanes y valmontes. Clarito como el agua me viene tu verbo: parece que si una mujer conoce al sujeto malandroso, siempre va a terminar conociéndolo.

Licenciada en Letras, postgrados en Literatura Francesa y Lingüística aplicada. Ha ejercido el periodismo y la docencia a nivel medio y terciario. Coordina el taller literario Sema desde 1995. Ha editado narrativa, cuentos, nouvelle y crítica literaria en publicaciones uruguayas, argentinas, españolas y francesas.

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Clevane Pessoa Brasil

DOIS ESTRANHOS SOB O PLENILÚNEO Respiravam profundamente. Os tecidos, muito lentamente, se preenchiam de invisível aroma. Tudo crescia, inchava. Os humores do corpo escapavam dos poros... De lá do Alto, o plenilúneo descia e redourava as peles ao ar livre. Riquíssimos de desejo, saciados de gozo... Intermitentes canções que evolavam a partir de murmúrios e, num crescente, se tornavam uníssonas. De um lado, o som grave, em arrancos fortes, de gozo do macho. De outro, a dulcíssima canção do verdadeiro orgasmo feminino... Dois corpos que sabiam usar o corpo do outro. O próprio corpo. Nenhum perdia tempo em esperar que o outro lutasse para satisfazer quem pedia. Maduros-frutas prontas depois da solene fecundação... Agora, o vazio pleno. O relaxamento porejado de suor perfumado, a lassidão deliciosa. Os sumos a escorregar pelas pernas distendidas... Cada um, depois de mil afagos de reconhecimento e gratidão pela doação de um saber milenar, instintivo, mas altruísta e egocentrado, simultaneamente, recolheu a poeirinha de estrelas que ficou no ar, e a jogou dentro da própria alma. E ainda salpicou um pouco sobre a pessoa a seu lado – ambos se olhando com olhos de reconhecimento. Somente então, cada qual virou-se para o outro lado e adormeceu para dormir um sono especialíssimo. Amanhã perguntariam ao doador da energia intensa, qual era o seu nome...

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DE SEGUNDA A SEXTA A/PENAS CONTOMICRO Sobretudo, porque a tarde caía em farrapos, sua alma esfarrapada vestiu um sobretudo de lã grossa, que abotoou até ao nariz. De pernas cruzadas em xis, aspirou gás carbônico até desfalecer. Na verdade, cansara-se de ter um mês sem sábados e domingos, quando ele ia para a casa da família, transar de Lei, com a mulher. Com ela, transava de fato. Cada ato, um convite a esse suicídio. Da alma. Psicóloga, ensaísta, oficineira, jornalista, é consultora de cultura da Associação Mineira de Imprensa, AMI. Primeiro lugar de Poesia no festival de Inverno de Ouro Preto/Mariana em 2009. Publicou sete livros, vinte e-books e está em uma dezena de antologias virtuais e cerca de noventa de papel, por premiação, mérito literário ou cooperativismo. É a vice presidente do IMEL(Inst.Imersão Latina), Diretora Regional do inBrasCi (Inst.Brasileiro de Culturas Internacionais) em Belo Horizonte, MG. Em 2009, recebeu o IX Prêmio do Movimento Cultural aBrace, do qual é representante em Belo Horizonte, MG. É embaixadora da Paz pelo Cercle de Les Ambassadeurs Universales de la Paix e considera-se uma militante. Na XIV Bienal do Livro, Rio de Janeiro, lançou Erotíssima, poesia, O Sono das Fadas, Literatura Infantil e Olhares, Teares, Saberes, poemas lúdicos. É uma das autoras de, Mujeres en el Banquete de Eros (aBrace,2008). Publicou o poemario Lirios sem delírios, (aBrace 2011).

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Daniel Abelenda Bonnet Uruguay

MATRIMONIOS «Si llego a casarme, procuraré olvidarlo rápidamente». Oscar Wilde.

Al ponerme de novio con Sandra, dejé prácticamente de ir a almorzar con mis tíos. Ahora comíamos con mi novia en un restaurant vegetariano, cerca de la oficina; así podíamos compartir una hora más y avanzar en nuestros planes de casamiento. Cuando ya era inminente nuestro enlace, me sentí en la obligación de pasar por lo de Tía Verónica y Tío Ramiro, para darles la buena nueva. Y de paso, despedirme de la rutina semanal de aquellos almuerzos. Todo cambia. Mi tío me recibió con alegría, anunciando en alta voz a su cónyuge –que estaba en la cocina- que yo había reaparecido. - Te habías perdido, sobrino. ¿Qué es de tu vida? – dijo acompañándome a través del living y el comedor – mi tía seguía en la cocina, parada revolviendo una olla. - …en realidad, sí – dije dándole un beso en la mejilla. Hola, dijo ella: te quedás a comer.. ¿no?. Ya te extrañábamos los miércoles – dijo en tono de reproche. - Es que tengo novia… ¡y nos vamos a casar en setiembre! -¡Mirá vos! – exclamó mi tío. ¡Te felicito, muchacho! – sentate, ¿querés una aperitivo? – dijo, enseñándome una silla junto a la larga mesa del living. - Bueno, acepto. ¿Cómo han estado con estos fríos…? - Nos arreglamos. ¡Gordi: ¿no me traés la amarga y quesito para picar? 46

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- Ya voy, dijo mi tía, y dejó de revolver la olla. - Decime, ¿ella es de acá? – preguntó mi tío. - En realidad, no; vino a la oficina desde Montevideo…¡gracias tía! – dije. «De nada», contestó ella con voz muy baja. Mi tía había dejado la botella, un trozo de queso y una tablita sobre la mesa. Se dio media vuelta y regresó a la cocina. -¿Te gusta la lasagna, ¿no? – preguntó, asomando la cabeza sobre las puertas de vaivén. -Sí, claro - contesté entusiasmado. Mi tío había picado el queso y ya me servía la amarga. Brindemos: ¡por el matrimonio! - ¡Salud! – dije. Ahora mi tía salía de la cocina con una panera y un salero. - No te olvides de la yodada para mí, dijo mi tío; ¿cómo es la piba, eh?. - ¡Ah!, es muy linda, …y además, inteligente: es ingeniera en computación. - ¡Vivo el muchacho! Siempre se lo digo a mi señora: esas maquinitas están cambiando el mundo… Mi tía reapareció con su delantal y sus pantuflas: ahora transportaba una ensalada de lechuga y tomate y un frasquito de sal yodada- la puso junto al plato de mi tío. Arrastraba las pantuflas y parecía que haría un surco entre la mesa y la cocina. - ¿Y cocina bien? – inquirió mi tío; dijo, acercando su cabeza y bajando el tono: es un tema clave..: ¡Querida: traeme las galletitas de salvado! «¡Ya va…!» - se escuchó. - Si Ud. lo dice, tío, dije; bebí un trago, y tomé nota mental de lo que me esperaba. La Tía Verónica volvió a empujar las puertas: ahora transportaba la lasagna en una asadera de metal. La dejó en la mesa, Letras con Rostros

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y volvió sobre sus pasos. Mi tío iba a abrir nuevamente la boca, cuando ella, sin darse vuelta, exclamó con su voz aguda: -¡Sí, ya sé!... el agua mineral y las galletitas. Recordé que Sandra me había dicho que no le gustaba cocinar…pero: ¿para qué estaban los microondas, los restoranes y los deliveries..? - Servite nomás, dijo mi tío, señalando la humeante pasta; en eso, mi tía - que ya había dejado sobre la mesa el agua y las galletitas - retiró su silla e iba a sentarse, cuando mi tío preguntó: «¿y el queso rallado?» Mi tía lo miró con rencor, tiró el delantal sobre el borde de la mesa, y sin decir nada, se dio vuelta y regresó a la cocina. La puerta de la heladera se abrió y cerró con estrépito. Las puertitas de vaivén se volvieron a abrir. Mi tío ya había empezado a comer. Miré de soslayo a mi tía que se acercaba lenta, resignadamente a la mesa – la sonrisa que insinuó cuando llegué, se la había borrado del rostro. - Es así, sobrino; el estado matrimonial es el ideal para el hombre… Yo asentí tímidamente con la cabeza; mi tía recogió el delantal, lo puso en el respaldo de la silla y se sentó sin decir palabra. Comimos casi en silencio; apenas me preguntó algo sobre nuestra boda, dónde íbamos a vivir - y esos detalles que atraen a las mujeres. Esta vez no hubo postre, sólo un té: «no tuve tiempo de hacerlo», se justificó mi tía; después retiró los platos de la mesa y se encerró en la cocina a lavar. Cuando nos despedíamos, mi tío, sugirió invitar a Sandra a almorzar, pero no necesité ver la reacción de mi tía, para contestarle con una evasiva – pasaría a dejarles la tarjeta de casamiento, así conocían a mi futura cónyuge. 48

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Ahora solamente espero que a ella le guste cocinar… aunque no lo sabré hasta nuestro primer almuerzo o cena en casa.

Salto, Uruguay, 1962. Es docente universitario, periodista y escritor. Vive en Carmelo, Colonia. Se inició muy joven (1977) en el periodismo escrito de ese departamento. Fue corresponsal de “La Mañana y El Diario.”. Actualmente es columnista de “Prensa Rosarina”, la revista “La Voz de la Arena” y “Revista Internacional Abrace”. Ha publicado “Historia de Tarariras” (Ed. La imprenta, Rosario, 2000) y “Hombres de acción” (id. ant., 2003). En ficción ha escrito dos volúmenes de cuentos, algunos de los cuales han sido publicado por Editorial de los Cuatro Vientos (Buenos Aires, “Nueva Literatura Argentina”) y aBrace Editora (“Cuentogotas VI y VII”), ambos en 2006. Fue Finalista del certamen de Narrativa de la IMM con “Manodepiedra y otros cuentos” (2004); tiene dos novelas inéditas: “La pista Mengele” y “Secretos de Estado”, esta última, ganadora de una Mención en el Concurso Anual de Literatura del MEC, edición 2003. Además, escribió una novela de aprendizaje en idioma inglés (“Cleveland”, 2005) ; en poesía: “Ciertas Canciones” (2006) y “Las peras del Olmo” (2007). Actualmente, prepara la edición de una nouvelle “La gran final”, que publicara por entregas la Revista “La Voz de la Arena” de Montevideo.

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Delma Perdomo Deniz Uruguay

RECUERDOS EN SEPIA El Chito García estaba peleado con los libros… Esos cachivaches molestos que todos los martes y domingos veía ahí apilados, inútiles…en la feria vecinal. Algunos pánfilos se paraban un rato y los hojeaban en silencio, sin decir palabra… acariciándolos con los ojos puestos en algún punto misterioso que él nunca pudo descifrar. Los vendedores de papel escrito los miraban a distancia, sin molestar su torpe interés. Y de repente ¡zás!, la venta estaba hecha… ¡Los raros esos, llegaban a pagar veinte o treinta pesos por un montón de papel inservible!. Él se desgarraba la garganta presentando buen perejil, ajos, tomates, puerros y choclos fresquitos…recién arrancados de la quinta…Plantados y recogidos con sus propias manos. Ofrecía sus primores a diez pesos el montón… Pero pasaba buen rato esperando compradores… Y eso que él los entusiasmaba de todas formas: - ¡Nada mejor que un buen puchero con gusto a choclo…P´a criar gurises sanos y contentos!-, gritaba a voz en cuello. ¡Pero… no había caso…! Alguna gente era “opa” de nacimiento… Preferían comprar papeles viejos. El Chito recordaba que rara vez había tenido un libro en sus manos… Es cierto que, más de treinta años atrás, había ido a la escuela rural, donde la maestra dictaba el primer y segundo año juntos. Pero él era lerdo en el aprendizaje. Sólo veía letras sueltas donde otros veían palabras. Una vez la maestra le había prestado un libro chico, escrito con letras marrones…Color sepia, decía ella. Lo llevó a las casas, luchó un buen rato tratando de juntar las letras y averi50

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guar lo que decía…pero nada… Sólo recordaba el dibujo de un burro, con las orejas paradas, con ojos redondos y buenos. Le hubiera gustado saber la historia de aquél animal. Se lo mostró a su padre, como novelería, con la ilusión de que lo ayudara… pero el viejo dijo: - Haceme el favor, Chito… tirá esa porquería… Yo no sé qué dice” - . El Chito intentó decir algo a su favor: - Capaz que si aprendo a leer, puedo…-. La respuesta no se hizo esperar: - ¡P´a lo que te va a servir saber leer…!Desde entonces, el Chito no volvió más a la escuela. Ni siquiera a devolver el libro de letras marrones. A veces, cuando nadie lo veía, le gustaba mirarlo, para ver el burro e inventarle historias… Cuando creció, de tanto ir y venir, el libro se perdió y le quedó sólo el recuerdo de aquel bicho marrón que, como ahora, visitaba su memoria. No sabía bien por qué, se le había grabado también una palabra chiquita, que la maestra le había señalado: yo. Ahora no tenía ni libro, ni burro, ni dibujo marrón… Ahora, tenía un caballo marrón, huesudo y maltrecho, al que, por contraste, le llamaba “el Alegre” y un carro de ruedas ruidosas que se bamboleaban, arrastrando por los caminos la mercancía que él mismo producía en la pequeña parcela del fondo de su casa. Tenía mujer y, por ahora, dos hijos, la comida no faltaba…¿Qué más quería?.” ¡Qué razón tenía mi padre!” ¿Aprender a leer, p´a qué?. Pero igual se dio el gusto de pintar en la parte trasera del carro las dos letras que conocía: “yo”. Lucila, la hija mayor, había cumplido seis años y comenzaba a ir a la escuela. La maestra había dicho que era una niña inteligente. El Chito no sabía muy bien qué quería decir con eso de ser inteligente… Sin embargo, quedó contento cuando, a fin de año, la Lucila dijo que había pasado a segundo. Eso quería decir que había adelantado. El primer día de clase, Lucila García volvió contenta cargando la mochila azul que su padre había comprado en la feria para ella, sólo porque iba a empezar segundo año. Era de tarde. Letras con Rostros

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Su madre le preparaba el café con leche en la cocina. El Chito la miraba atento, mientras ella iba vaciando su mochila recién estrenada. De pronto, entre el montón de cuadernos, lápices, goma y caja de colores, saltó un libro pequeño…parecido a otro que él recordaba… En la tapa tenía dibujado un burro color sepia y aquellas palabras, de las cuales él reconoció sólo una… Para asombro de Lucía, su padre se abalanzó sobre el libro y señalando el burro con la aspereza de su dedo índice, exclamó con orgullo: - Mirá, Lucila, ese soy “yo”.

AÑOS FELICES Nuestra casa, sencilla y pequeña, levantada por las manos de mi padre, tenía el privilegio de imponerse como un amparo blanco y acogedor, en el verdor de los grandes espacios salpicados de frutales del vecindario. Terrenos en los que, no sé qué manos, habrían plantado higueras, limoneros, tangerinos y manzanos. A lo lejos, la mirada se extraviaba en la hilera casi perfecta de las viñas que, corriendo en filas paralelas, se juntaban en algún punto invisible de los campos linderos, libres de alambrados. A la hora de la siesta, cuando los mayores hacían un alto en sus labores, para nosotros, comenzaba la fiesta. Imposible imaginar que nuestra madre nos diera permiso, en esa u otra hora, para trepar en la alta higuera que se alzaban frondosa, cargada de brotes verdes, de corazón rojizo, escondidos entre la oscura aspereza de sus hojas. Mi hermana y yo nos ingeniábamos para alcanzar los higos más altos. Nuestro ojo estaba adiestrado para descubrir los más apetecibles… aquellos, que lucían como esmeraldas bajo los rayos dorados del sol de la media tarde. Un alambre vuelto zarpa o gancho retorcido, bastaba para removerlos… Los más maduros llegaban al suelo o se aplastaban en nuestras manos, casi deshechos, destilando gotas de miel, que hacían agua la boca. Con el ansiado botín en un canasto de mimbre, corríamos a 52

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tendernos bajo la sombra fresca del limonero más alto, a saborear el elixir que los dioses habían preparado para nuestro deleite. Quién tenía derecho a elegir los más apetitosos, era la más osada, la que había logrado subir primero al árbol del pecado. Así, cada día, alternábamos la aventura de trepar bien alto, para compartir con equidad nuestro hartazgo de dulzura. Pasado un buen rato, el aroma tentador de los racimos nos convocaba a los viñedos de los terrenos vecinos. Allí, el festín era embriagador. El peligro estaba en que mi madre despertara antes de la hora señalada y descubriera nuestras andanzas. Antes que los racimos se convirtieran en vino, macerado en enormes barriles, desbordando en las bocas de grandes damajuanas, nosotros lo probábamos, sorbo a sorbo, en cada uva morada que llevábamos a nuestra boca. Después, por pura diversión, regresábamos abrazadas, simulando el paso tambaleante de los ebrios y, en viva carcajada, nos tumbábamos felices a la sombra de nuestro limonero preferido. Sobre nuestras cabezas, entre las ramas altas, los pájaros imitaban nuestra algarabía, con estridente contento. Uruguay. Narradora, poeta y dramaturga. Posgrado en Ciencias de la Comunicación. Docente. Egresa del 1er. Centro de Formación en Coordinación de Talleres Literarios (QUIPUS). Coordina Talleres literarios. Publica Teatro: «El medallón de luna – Guía de juegos teatrales», con obras en cartel. Cuentos: «Las peras del Olmo» (con Mención especial del Ministerio de Educación y Cultura), Poesía: «Versos de luna y sombra». Participa en varias Antologías Colectivas:» Pájaros en el espejo», «Voces en las manos», «Durazno, corazón cultural de los Orientales, «La Nueva Literatura de Habla Hispana», Argentina. Obtiene mención en Concurso Anual del Ministerio de Educación y Cultura (Narrativa, obra Inédita, 2004). Premios y menciones en varios certámenes por poesía y narrativa.

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Felipe Angellotti Argentina

DOLORES DE PARTO Cuando el médico la auscultó, manifestó que faltaban algunas horas para que el bebé naciera. Comprendió que debía tener paciencia. Se recostó en una camilla mientras las enfermeras preparaban todo para el parto. Con sus manos palpó su vientre y notó que el bebé estaba más bajo. Súbitamente sintió una puntada en la espalda y tuvo la sensación de que era una contracción del alumbramiento. Un fuerte calambre en la pierna hizo que con sus manos palpara sus músculos y comenzó con movimientos rápidos a friccionarse para calmar el dolor. Recordó que al pisar el suelo con la planta del pie, la intensidad del calambre se amortiza y desaparece rápidamente. Saltó de la cama todavía con la contracción en el músculo y se paró sobre el mosaico frío. El alivio fue muy rápido y notó que sus músculos se reacomodaron aunque subsistía el dolor en la pierna contracturada. Se acostó nuevamente y sintió como el bebé se acomodaba en su vientre. Con sus manos lo acarició mientras con palabras suaves intentaba calmarlo. Recordó una vieja canción de cuna que su mamá le solía cantar y comenzó a tararearle primero con voz baja y luego la fue elevando hasta que las notas y las palabras retumbaban en la habitación. Una enfermera entró y con su dedo sobre el labio le señaló callar, señalándole un cartel donde la imagen de una enfermera muy hermosa por cierto- indicaba silencio con el mismo gesto. Cuando la sanitaria se fue, pasó su mano repetidamente sobre el vientre y acarició con ternura al bebé, mientras con palabras suaves pretendía calmarlo. Tuvo varias contracciones, el dolor a veces era insoportable entonces, con la almohada, se tapaba la boca para no gritar porque le daba vergüenza que el personal de la clínica oyera sus gritos. 54

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Otra vez sintió a la altura del abdomen una puntada muy intensa. Se levantó de la cama y comenzó a caminar por la habitación. Como estaba sin calzado el piso frío le calmó los dolores. Se recostó nuevamente y a los pocos segundo sintió que volvía el retortijón como una punzante aguja clavada en la carne. De nuevo al piso. Esta vez tomó el reloj y controló las contracciones con el segundero. Observó que se producían entre 30 y 70 segundos. Lo había leído en alguna revista femenina en esa misma clínica. Le tenía terror al parto, sólo quería aliviarse lo más rápido posible de esa molestia que significaba el peso de bebé en su vientre. Quería la cesárea, así se lo había dicho al médico, pero, el médico honesto, le expresó que el proceso del nacimiento vaginal sicológicamente le hacía bien al bebé. Aunque había muchos médicos defensores de la cesárea, aún cuando no fuera necesaria. El problema consistía en que por ignorancia se apartaba a la criatura apenas nacía de su madre y el impacto de separación era muy fuerte ya que teníamos que imaginar al bebé en su hábitat antes del nacimiento. La protección del vientre de la madre, el calor, la suavidad, la voz de la mamá desde afuera al hacerle cariño. El alimento y otras cosas que lo hacían sentirse amado y protegido y de pronto lo arrancan de ese medio para nacer totalmente desprotegido y para colmo a veces se lo aleja de la madre cuando en realidad debe estar entibiado con el cuerpo de la que le dio el ser y tener en su boca la teta que por un tiempo será su alimento y pase a adaptarse a la nueva vida que le espera. Había leído bastante y meditado, así que no confiaba demasiado en los médicos con respecto al parto al que consideraba natural y que los facultativos se habían apoderado del nacimiento y la muerte a los que consideraban patológicos y que no pasaban de ser signos de vida y muerte en el humano. En los hospitales la mujer se considera casi como un ente mitad humano mitad animal a la que no se le presta el más mínimo interés sienta dolor o no, tal vez se la tortura con medicamentos, inyecciones para apurar el parto, anestesias y otros componentes químicos que son excusables para evitar un parto difícil. En otros casos son las mujeres que piden la cesárea para recuperar su figura lo más rápido posible. Letras con Rostros

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Así el nacimiento se transforma en un caso clínico y no maravilloso como es el traer al mundo un niño. Una nueva puntada en el vientre le hizo reaccionar con dolor. ¿Qué es eso?, se me mojan las piernas con un líquido blancuzco y viscoso. Necesito una toalla. ¡Enfermera!, por favor, ¡enfermera!. -Serénese ha roto la bolsa, ese líquido es el amniótico. Pronto vendrá el bebé. -¡Por favor!, chiquito mío, ven pronto, tu venida me está causando un padecimiento enorme. Ya quiero que vengas para después, descansar y descansar. -¿Cómo será tu cara, tus manitas, tu cuerpito tu piececitos? ¡Dios mío!, ya quiero verte amorcito, tenerte entre mis brazos y darte el sabor de mi leche para que me des tu calorcito humano. Otro aguijonazo… imaginó una puñalada pequeña y molesta. De pronto comenzó a sentir una contracción sobre el músculo de la pierna izquierda y en el cuello del útero. Un dolor intenso en el abdomen, las ingles y la espalda: Entendió que la criatura no se hacía esperar, la presión de la cabeza del bebé sobre la vejiga se hizo sentir, se le estiraba el canal del parto y la vagina. Otra contracción le hizo gritar de dolor. Cada vez eran más intensas los espasmos y los calambres, el dolor era inaguantable. Comprendió que todo hijo al venir al mundo, provoca en un padecimiento indescriptible pero, saber que se incorpora a la humanidad un nuevo ser que se gestó y formó en tu matriz es maravilloso. Sus quejidos alertaron al equipo médico que llegó apresuradamente considerando que la criatura había comenzado a bajar. Los músculos se pusieron tensos y a la voz del médico parecieron unificar sus esfuerzos para expulsar a la criatura que venía normalmente. -¡Puje!, ¡puje!, gritaba el médico - Gritaba de dolor pero, empujaba con sus músculos tensos a la criatura que comenzó a asomar su cabecita. Hasta que finalmente apareció completa. El médico le colocó una zonda para que elimine el líquido 56

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que había tragado, después se lo entregó a la enfermera para que la limpie. Estaba agotado por el parto y sudaba en abundancia. La enfermera salió y se le acercó sonriente para decirle con voz emocionada. Señor despierte. Su señora acaba de tener un varón.

Córdoba, Argentina. Profesor de Literatura, Historia y castellano, incursionó en teatro como guionista, actor y dramaturgo. Fue premiado por Argentores y Córdoba Cultura en obras de teatro y radioteatro. En el año 2011 recibió la distinción de Chañaral (Chile) Erasmo Bernales Gaete en mérito a la trayectoria literaria y artística y aporte a la cultura hispanoamericana. Recibió numerosos premios en poesía y narrativa. Asistió a Encuentros de Escritores en el país y en el exterior. Cuba, Chile, Paraguay, Brasil, Ecuador y Perú . Ha publicado cuatro libros.«Poemata de un Grillo», «Arpegios de Rocío» (poesías y cuentos) .Un libro de narrativa; «Cuentos de miel, sal y pimienta» y la novela «La dulce Goya» Creador y Coordinador General del Círculo de Narradores «Paso del León» de trayectoria Internacional. pasodelleon@hotmail.com

Felipe Angellotti Letras con Rostros

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Francisco Ojeda Venezuela

LOS PERIPLOS DE ELIO Son las siete de la mañana y el chillido exacto, incluso más que cualquier reloj, del carajito, resuena en el rancho de tal manera que es imposible no despertarse. Remuevo las sábanas con olor a saliva de hambre nocturna y ya estoy de pie, nuevamente de pie en este lunes de prueba, de intento, de dedos cruzados por la necesidad que me alberga en este hogar. Luego del habitual latigazo de agua fría proveniente del acero tambor del patio, salgo a la calle a escuchar lo de siempre, que si mataron a Juancito en las escaleras cuando venía de un sábado de largas horas de estudio, cuando todo el mundo sabe que el muchachito era el dealer de la redoma de Petare; que si Marlene está preñada otra vez y es de otro hombre diferente, que ya son cuatro de cuatro nombres, de cuatro colores y cuatro cuitas diferentes. -Dame el periódico a ver que sale Cipriano, y éste, hombre alto, moreno y de espeluznante cortada en la cara le pasa el periódico pensando: Este guebon, todos los lunes el mismo cuento, “dame el periódico a ver que sale Cipriano” lo lee, lo arruga, no lo paga y lo deja ahí, como si nada y ni las gracias da. Pobre pendejo. Elio Quintero, luego de leer el periódico se mete las manos en el bolsillo y se da cuenta prontamente que lo tiene todo exacto. Una camionetica para bajar del barrio, el ida y vuelta del metro, otra camionetita para llegar a la redoma de La India y el mismo gasto de regreso. -¡Coño! Esta la tengo que pegar, piensa el acuerpado cuarentón que ya deja entrever marcadas arrugas y el paso de un tiempo nada de lujo, poco en risas, y de mucha preocupación por La Catalina y Elio Rafael, los dos carajitos productos de las mariqueras de Aura y de su propio amor desenfrenado por esas caderas anchas y bien formadas piernas, hechas por el sube y baja de las escaleras con tobos de agua a cuesta para lavar la ropa de medio barrio. 58

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“Defensoría Agraria”, logra leer desde la otra esquina donde lo deja la camionetica, se alisa las arrugas del sueño disfrutado en el recorrido bullicioso de la ciudad y se lanza a probar la suerte. Al entrar al viejo edificio logra notar el desorden y las rumas de papeles y carpetas que están dispuestas como murallas entre las paredes muy mal pintadas. - Si vienes por el trabajo de conductor, sube las escaleras y ahí veras la colita, le escucha decir a la voluptuosa recepcionista a la vez que pensaba que tanto desorden era propio de la administración pública, y la dejadez característica de los que allí trabajan. Sube las escaleras y se encuentra con una fila zoológica de viejos cincuentones que se disponen a demostrar con cuentos y artilugios que, en la carretera, nadie ostenta tanta experiencia como ellos. - Bueno, yo trabajé con el camión de agua del viejo Pestana en Petare, piensa Elio para darse un poco de ánimo, Para subir ese cerro hay que echarle bastante bola y esa es mi cartilla; no joda... Aquí cualquiera de estos gordos deja el croché en el asfalto nada más de ver La Vuelta del Beso. Con su cariada sonrisa de cachorro asustado por zapatazo de loco, pasa por la larga fila mientras pregunta quien es el ultimo, - Este que está aquí, dice el gordo de guardacamisas que, desde el más ingenuo hasta el más viejo zorro, sabía que se trataba de un camionero de mil caminos que, imposibilitado por un ataque al corazón gracias a la continua y voluminosa ingesta de cochino de carretera, sufrida en la Yaracuy-Lara meses antes, había quedado desempleado. Por fin le llego el turno de entrar, recorre por última vez la fila y se da cuenta que todos los ojos lo miran y muy seguramente no es bueno lo que le desean. Se pasa la mano por la camisa ya roída de tanto lavar que le ha dado Aura. Intenta peinar sus pelos cada vez más escasos en su sudada cabeza y dispone la mejor sonrisa mientras entra a la no muy acogedora oficina. Siempre buen observador, no se sabe si por atento o para ver si encuentra algo mal parado para llevarse, Elio recorre con la vista la oficina; observa un escritorio viejo y sostenido por unas Páginas Amarillas, de ahí deduce que quién lo atenderá es cualquier empleado sin mayor poder de decisión. Arriba del escritorio, una fotografía cuyo paisaje no le es del todo ajeno; es Petare, Letras con Rostros

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exactamente en el Gran Muro, en la fotografía se deja ver una mujer, dos niñas y un tipo que las abraza a la vez que se recuestan de un Modelazo - Apuesto a que el tipo es choro, esos Modelazos son motos de choros, piensa Elio con ojos brillantes. Sólo dos sillas, una para quien atiende, otra para quien visita; lo demás son papeles regados, carpetas de pobres diablos olvidados, cuyas solicitudes nunca serán atendidas. Luego de observarlo todo, se encuentra frente a frente con una flaca alta, mal vestida y seguramente más interesada de lo que dice su teléfono que lo que cualquiera de la fila le pueda decir. Le estira un hoja, - Debe llenarla para la entrevista señor, le dice la muchacha con tono y acento que Elio puede reconocer como propio de su camada, de su proletarizada clase. Este la toma y la llena, se percata que no sabe hacer muchas cosas y se le entristecen los ojos, termina torpemente y la entrega. - Listo. - ¿Listo qué? pregunta Elio entre confundido y asustado. - Listo, eso es todo. - ¿Ya, así, sin preguntas ni nada? - Si, así mismo, ¿usted viene por el trabajo de chofer o por el de gerente?, pregunta la flaca mientras echa un vistazo de sórdida ironía a quien la interpela. - Claro, usted tiene razón señorita, dice Elio con tono abatido y pensando, como para alentarse y no hundirse en la desesperación, esta mujer como no maneja no tiene pregunta alguna sobre el oficio, eso es todo. Sale de la oficina más sudoroso de lo imaginado, recorre por última vez esos ojos que seguramente nunca más verá y se reconoce como un perdedor perdido entre una manada de viejos desesperados. Baja las escaleras con la cabeza cada vez más gacha, como si cada paso le acercara a un peor desenlace; su rostro y sentir eran típico de un episodio dantesco en pleno descenso al infierno, y este, el infierno terrenal, le esperaba en el barrio, allá arriba en Barrio Unión, en Petare. Retorna a la casa con las palabras de la flaca de la entrevista resonándole en la cabeza, “eso es todo señor, lo llamaremos para indicarle cualquier cosa”, él, al final, sabía que no le llamarían. Se preguntaba ahora cómo se podía llamar esa flaca, nunca 60

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se estrecharon las manos y menos se dijeron los nombre. Ella probablemente sabrá el suyo, lo puso en el formulario que le dio para rellenar. Debe llamarse Wilmari o Dakensa, piensa por no tener más nada en que pensar o para refugiarse lejos del pensamiento de su realidad apremiante. Cuando va subiendo a la casa piensa que el otro lunes será, que mientras, tratará de resolver en el taller del Piojo o trabajando de colector con Mauricio. Recuerda que esta última opción no es viable porque la ruta de Mauricio pasa por La Jungla y ahí tiene una culebra con Pico e´ Loro por unos tiros que le ofreció a un primo. La vida le pasa volando, toda la vida a través de los vidrios de la camionetica, en media hora de zigzag para llegar a la casa. Recuerda que Bernardo le ofreció participar en un quieto seguro, una quinta en Chuao y que no tendría mayores complicaciones. Seguro me lo encuentro en las escaleras del barrio, pensó, ahí le diré que no estoy para inventar vainas y que deberíamos hablar con su primo para ver si regresamos a SAVENPE; no estamos para ponernos orgullosos y si de recoger mierda es que se puede vivir, pues se recogerá la mierda del barrio, del pobre, del rico. Es mejor recogerles la mierda a los ricos, que dejar que estos se la saquen a los hijos. Llega a la casa y se entera que un carro, uno de los guajiros, pasó y le mato uno de los gallos que cría en el patio, en las jaulas dispuestas al lado del tobo de agua fría con que se baña a diario. El carajito sigue llorando tal cual que cuando salió temprano de la casa y la mujer sigue con las piernas como árbol con tiña, llena de varices por el sube y baja de escaleras con tobos de agua. Como se hace - se pregunta - lavando la mujer es que podemos comer ahora. Se lleva la arepa con mortadela a la boca y repara en la hora, se da cuenta que ya es tarde, que ya el sol ha caído y que las noticias buenas se le perdieron en el camino, en una esquina que no debió cruzar por falta de rallado, de semáforos, por ser como su vida misma, una esquina de calle sin salida.

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Joven de 26 años, nacido en Caracas, Venezuela. Cursó sus primeros estudios en un pueblo llamado Nirgua, en el interior de Venezuela; posteriormente retornaría a Caracas para hacer estudios de Historia en la Universidad Central de Venezuela. Publicó diversos artículos en portales electrónicos y diarios del país. Ha participado en recitales y encuentros de literatura en Perú, Chile, Argentina y Brasil.

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Francisco Ojeda Círculo de Narrativa 4


Gacy Simas Brasil

IVANA Ivana sempre foi uma menina valente e brigona, nada nem ninguém a amedrontava. Seu pai, ex lutador, sentia orgulho, mas este sentimento deveria ficar escondido, afinal, ele estava criando uma menina, uma mocinha. As reclamações e responsabilidades, caso algo desse errado, na criação da filha única, ficariam para a mãe; que não sabia mais o que fazer para educar bem a filha. Como se não bastasse ser brigona, Ivana mentia. Mentia muito e sempre e por qualquer coisa, com qualquer pessoa e, no final, escrevia todo o ocorrido num caderno, o caderno das mentiras. Foi assim que seus pais descobriram que a adorada filha mentia, lendo seu caderno. Mas ninguém, fora sua mãe, se atrevia a discordar de seus casos. A mocinha possuía uma eloqüência tão convincente ao falar, que não precisava ameaçar, todos acreditavam mesmo que no fundo restassem algumas dúvidas. A mãe havia feito de tudo, levado à vários médicos, sempre mostrando o caderno das mentiras, como prova, e as respostas foram as mesmas: “Senhora, trato das enfermidades do corpo, sua filha tem uma saúde invejável”. Se os médicos não podiam curá-la, com certeza era um espírito maligno que a possuía, era um caso para o padre. O padre respondeu que a moça não estava possuída. Ivana ia todos os domingos à missa, era batizada, fazia crisma, a única coisa que restavam eram as penitências e oração. Ivana passou a rezar por noite, como castigo, 20 Pais Nosso, 30 Aves Maria, 30 Credo em Cruz. Por todos os castigos caseiros, já havia passado. Foi quando uma vizinha veio consolar a mãe da menina e dizer, debaixo de sete chaves, que havia um homem meio médico meio bruxo, meio curandeiro, que preparava uns remédios e estes curavam de tudo. No rótulo dizia: “Cura tudo. De tosse comprida até frieira”. A mãe de Ivana criou coragem e numa tarde, enquanto o marido trabalhava, o padre recebia confissões, e as vizinhas tiravam a cesta, foi procurar o tal Letras con Rostros

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homem. Este examinou a mocinha com os olhos, fez algumas perguntas, após ter lido alguns trechos do “caderno das mentiras”, e, por fim deu o diagnóstico: “Para o mal da sua filha não tem cura, ela é uma escritora! Empresta-me o caderno para eu ler?”.

(Edylsia Simas), Carioca. Vive em Brasília. Educadora. Formada em Filosofia. Pertence a Academia de Letras do Brasil/ DF e a outras entidades de classe. É verbete de alguns dicionários bibliográficos. Escreveu roteiros quadrinizados para a revista de esperanto «Brazila Esperantisto». Tem 18 títulos publicados em português, espanhol, esperanto e Braille. Desenvolve vários tipos de Palestras e Oficinas, que estimulam a leitura e o fazer literário, para estudantes, professores e outros profissionais. Blogs: http://gara-cultura.blogspot.com; http://blogs.montevideo.com.uy/gara; Livraria www.alvoradadelivros.com Virtual: Contato: edylsia@gmail.com

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Guillermo Lopetegui Uruguay

IN MEMORIAM JULIUS Hoy ocurrió lo que tal vez alguien de nosotros mencionó en los diálogos que teje el sueño o en la anotación frenética en una hoja de Moleskine o en el abrir de ojos a las tres de una madrugada inevitable. Hoy ocurrió que los pájaros callaron, ocultos en las copas de los árboles de una avenida de Buenos Aires, Montevideo, París o La Habana; cesaron los pasos apurados por entre las luces y sombras de los comercios y quioscos estrechos que caen sobre los andenes de cualquier estación de metro, persiguiendo la sonrisa que se decretó sugestiva o imaginando que, desde esa profundidad, la ansiedad emergerá nuevamente a esa porción de ciudad vuelta fragmento-parque, fragmento-semáforo, fragmento-columna anunciando revistas, conciertos o vino tinto; rezándole a la diosa fortuna por que nos espere esa que nos llama a su misterio para finalmente elegir escapar por entre las calles empedradas, los jardines cubiertos de hojas amarillas, la fuente en donde una última onda de agua llegando a la pared interior del brocal, nos hace imaginar que fue su mano la que se posó suavemente, unos segundos, en la superficie que refleja su rostro de sonrisa casi idealizada, con el vago deseo nuestro de que quizás el gesto patentice su resolución de dejarnos un mensaje que nos hable de su eterna proximidad y nuestra eterna predisposición a aprehenderla en un abrazo que la inmovilice para siempre frente a la entrega que somos nosotros, haciéndola responsable absoluta de lo que decrete para los inciertos destinos que nos signan o cuando no encontremos esa puerta inmemorial que nos lleve –por entre objetos y pasillos con olor a partitura antigua, a madera de piano que se abre, a frasco de perfume que se desenrosca, a servilleta almidonada en el fondo de un cajón casi olvidado, a lo inaudible de los pazos hundiéndose en la suavidad del caminero bordó de la galería iluminada por las tulipas de un teatro sorprendentemente descubierto del otro lado de un espejo- al origen de todo que somos nosotros decretando los jueLetras con Rostros

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gos sin final, la extensión de los pasajes techados, la contramarcha evitando el caos o la nada, inventando siempre nuevas formas de agregarle horas a la jornada en aventuras que se inician, que se iniciaban siempre partiendo del vagar hermoso por entre el día-lluvia, el día-sol, recalando en lo profundo de una noche prolongada en resplandor lunar, brillo enmascarado y perfume acariciador, entre tecleo de máquina Underwood, volutas de humo de trabajo negro y copa que se vuelve a llenar de aquel vino rojo, cuando él y nosotros, cuando todos, nos reencontrábamos. Hoy es, fue diferente. Hoy no hubo bocanada, ni tecleo resolviendo el párrafo, ni sorbo por el brindis celebrando el sueño en la realidad-la realidad en el sueño. Hoy se murió Julius o al menos se murió quien se encorvaba sobre la Underwood en la madrugada de cigarrillo recién encendido y botella a punto de descorcharse. Antes o después estábamos nosotros. Seguimos estando, repartidos en diferentes lugares desde donde observamos a los que llegan y se siguen congregando junto a ese bloque de mármol horizontal en cuya superficie el relieve de las letras negras forman Julius; forman esa imposibilidad de seguirle ganando terreno a la amplitud de lo cotidiano que es, que fue porción de parque, entre sombra de metro, lluvia citadina empapando las ansiedades de cuello de gabardina alzado saltando charcos en las aceras redimensionadas por el recuerdo de un saxo recién escuchado, en procura de alcanzarla a ella, a su sonrisa, a su resolución egoísta de convertirse una vez más en sueño… y todo eso que siguen hablando, evocando, por momentos citando textualmente en torno a esa hora gris de nieve de una jornada que no nos hubiéramos imaginado como finalmente posible. Hoy el día amaneció sin Julius y asistimos al ceremonial de su memoria agazapados tras las otras lápidas, columnas corintias, medallones mostrando perfiles altivamente ignorados. Escuchamos los discursos más y menos emocionados; observamos las diferentes intensidades de algunos llantos; descubrimos la silenciosa indiferencia de algunos pocos; somos conscientes de que nadie reparó en nuestras presencias distantes. Tal vez alguien, tarde o temprano, recordando a Julius nos quiera buscar, quiera encontrar respuestas o descubrir sugerencias en nosotros y así entonces que en la soledad de quien nos reencuentre todos nos volvamos a sentir acompañados, engrandecidos, tras66

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cendidos a pesar de nuestra más íntima y riesgosa limitación. De lo contrario nos surge la incógnita súbita –allí, entre los otros mármoles y conscientes de que la ceremonia llegará a su fin cuando resuelvan dejar descender el cajón a lo profundo de esa noche reservada para quien, tridimensional, se llamó Julius- de cuánto tiempo más nos quedará para caminar, saltar, perseguir, amar, soñar, dormir, despertar, sabiéndonos solos, deambulando por entre las brumas que se alzan dividiendo la noche del día, el sueño de la vigilia, el encantamiento de la desilusión, el desinterés de la atracción, la soledad de la compañía, la certeza definitiva de que somos nosotros y ya no vendrán otros como nosotros a plegarse a nuestra tan particular forma de seguir estando. Porque sencilla pero inimaginablemente Julius ya no va a estar y nosotros seguiremos estando en la medida en que alguien momentáneamente resuelva abrazar la soledad y a la memoria de Julius deje correr la mano de dedos inquietos rozando los diferentes títulos hasta decidirse por determinado volumen y al abrirlo sienta que se reencuentra con una parte suya que creía olvidada, reencontrándonos a todos nosotros gracias a esa íntima lectura que nos lleve a seguir reeditando situaciones que solo nosotros, gracias a quien abre el libro para que volvamos a ser leídos, reinventados, vividos, estamos dispuestos a llevar a cabo eternamente. Montevideo, Uruguay, 26 de setiembre de 1955. Escritor y periodista, es autor de ocho libros de cuentos: Ultimo reducto (1978), El rostro de Margarita Shaw (1981), El parque de los últimos regresos (1987), Brujas de aquí nomás (1993), Crepúsculo de los cautivos (1998), Serias picardías (2002), Los reflejos en la noche y La esperanza y su sombra (ambos en 2007). Parte de su obra ha sido distinguida con diversos premios dentro y fuera de su país. Cuentos suyos están traducidos al francés, inglés y ruso. Letras con Rostros

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Heber S. Pereira Rodríguez Uruguay

DE CASUALIDAD En mi precaria avioneta cruzaba el Amazonas. Debía llevar al misionero Ramírez al otro lado de América para predicar, cuando ambos notamos que el cielo bruscamente oscureció. El clima se tornó amenazante y en pocos segundos, se desató una intensa lluvia; típica en lugares tropicales. Pensamos que con ligereza saldríamos, pero nos equivocamos. El fuerte viento nos sacudía como a un barrilete; una cortina de negras nubes impedía la visión. Los minutos parecían haberse estancado en aquel temporal; dentro de la cabina reinaba la incertidumbre; creí sentir que el corazón salía de mi cuerpo por su agitado latir. Intercambiaba miradas con el pasajero que con ojos cerrados murmuraba palabras que no pude escuchar, pues aquel sonido ensordecedor, impedía mantener cualquier comunicación. No más de algunos minutos pasaron hasta que un fuerte estruendo se adueñó de nuestra atención. Humo negro y fuego nos paralizó. ¡Que más nos puede suceder! –pensé. Al voltear mi cabeza observé que el motor izquierdo estalló; era probable que un rayo lo destruyera. Nada de lo que ocurría, espantó la presencia de la muerte que acariciaba nuestras almas. La aeronave comenzó a caer con gran velocidad. Me encontraba en un temblor continuo, los dientes me crujían, con hombros encogidos me aferraba del asiento. En ese instante miré al misionero y noté que continuaba murmurando y, esta vez, pude distinguir las palabras: “Dios, sálvanos”. Éste hombre está loco – pensé. Ramírez, al notar que lo observaba, con mansa voz respondió: “Descuida, todo saldrá bien, Dios está con nosotros”. Sin decir nada, ni siquiera un gesto, esperé lo peor. Minutos interminables de agonía apresaron nuestras vidas; de pronto una fugaz imagen de mis seres queridos se presentó en mis pensamientos hasta que nos estrellamos en la inmensa selva. 68

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El impacto rompió la armonía del lugar, luego, atrapó las miradas de los animales que presenciaron lo ocurrido. Aturdido por un fuerte zumbido traté de ver dónde y cómo podía escapar. La avioneta quedó destruida por completo, era un monumento de chatarra; humo, fuego y cortocircuitos se veían en todas partes. Sangre caía de mi rostro y de pronto sentí los quejidos del misionero enseñándome que aun, seguía con vida; no sé cómo, pero ambos sobrevivimos. Arrastrándome como pude logré escapar del esqueleto de hierro y hojalata distanciándome varios metros donde contemplé por unos segundos los hechos. Un poco más lejos se encontraba recostado sobre un gran árbol el misionero que con ambas manos tomaba su pierna derecha. Con un fuerte dolor en el cuerpo me puse de pie; teníamos que seguir adelante. Limpié mi cara que estaba cubierta de barro, hollín y sangre y caminé hasta el hombre que no paraba de agradecer a Dios. Tirado, con su cara igual a la mía antes de limpiarla como si estuviese camuflado para la guerra, elevó su vista sin soltar su pierna. - Gracias a Dios estamos a salvo – dijo con una pequeña sonrisa. Sin entender su alegría, continué; me senté a su lado y ambos en silencio observamos las llamas que consumían con ganas mi empleo. De repente algo humedeció mis pantalones, giré mi rostro y una laguna roja me dijo que de no hacer algo rápido, el misionero moriría. De inmediato me levanté y arrancando de mi camisa una de sus mangas, até sobre el profundo corte un fuerte torniquete deteniendo la hemorragia. Pálido, sudoroso y débil, mi pasajero caía en la agonía. Mientras secaba su frente miré a mi alrededor, pero todo era inútil, sólo matorrales y árboles nos cercaban, nada, nada que pudiera ayudarnos, ni siquiera su Dios. Ahora el tiempo se movía con ligereza. Tenía que buscar la manera de pedir socorro, de lo contrario, moriríamos. Caminé por la maleza varios metros. Trepé rocas, troncos, quité ramas y sólo pude ver selva. Pasaron casi dos horas cuando comencé a sentir la melodía de los habitantes transformando al lugar cada vez más tenebroso. Fracasando en la búsqueda, regresé. Letras con Rostros

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Al llegar noté que Ramírez estaba parado y comiendo unas frutas que sujetaba con ansias. ¿De dónde sacó esas frutas? –me pregunté. Luego me percaté que se encontraba de pie y recuperado, con su herida abierta pero sin sangrado, como si nada le hubiese ocurrido. - ¿Cómo es posible… usted tiene un profundo corte en su pierna… hasta hace unas horas agonizaba? - ¿Tú no crees en Dios? – respondió mientras saboreaba las frutas. - Sí… digo no, no creo en nada. Si Dios existe por qué permitió que sucediera todo esto. ¡No se da cuenta que moriremos aquí! – enfadado contesté mientras me acercaba a él. - Todo tiene un propósito Miguel. - ¡Así que nos estrellamos apropósito…! ¿Para qué? - ¡Por qué! diría yo. Ven, toma – dijo ofreciéndome una fruta -. No discutamos, debemos salir de aquí. En algo tenía razón, debía alimentarme para más tarde encontrar la forma de salir. Sin darnos cuenta la noche se aproximó. El clima caluroso descendió. En cuestión de minutos todo se hizo oscuro. Encendiendo una pequeña fogata para alumbrarnos y a su vez calentarnos, notamos que no estábamos solos. Cientos de ojos nos observaban bajo el sonido aterrador de las bestias selváticas que parecían saborear nuestra presencia. Un frío sudor recorrió mi cuerpo. Sin alarmar a los animales susurré varias veces al misionero para ahuyentar la soledad, pero no tuve respuestas. Minutos más tarde cuando pensé que ya no estaba, contestó. - ¿Qué pasa Miguel? - No…no… no es… estamos… solos. - No temas, nuestro Dios jamás permitirá que algo malo nos suceda. Duerme que mañana buscaremos la manera de salir de aquí. - ¿Cómo puede estar tan tranquilo cuando nos encontramos perdidos y rodeados de depredadores? ¡Moriremos aquí! Nunca respondió. Atrapado en la oscuridad sentí con atención los gruñidos de las bestias; sus pisadas cada vez eran más 70

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cerca. Mi respiración aceleró, mis piernas estaban débiles y mis ojos se esforzaban para vigilar nuestro refugio. Con mis manos comencé a buscar algo para defenderme de un posible ataque cuando algo húmedo, baboso, pasó por encima de mi mano. Parándome de prisa largué golpes en todas direcciones, hasta que sentí un cálido y agitado respirar en mi espalda. Ese jadeo me paralizó. Luego su rugir erizó mí alma. Corrí. No importaba donde, sólo corrí, pero las pisadas me seguían de cerca como si fuesen mi sombra y, durante la marcha el cansancio me hizo tropezar. Sobre la alfombra construida de hojas y pastos miré por un pequeño hueco que formaron las ramas de los árboles la redonda luna blanca acompañada por sus fieles estrellas, hasta que se interpuso la cara del felino. - ¡Dios! – grité. Al instante me desvanecí. No sé qué tiempo estuve sobre las hojas que amortiguaron mi cuerpo, pero cuando volví a incorporarme hallé un intenso sol y el animal, desapareció. Con precaución me levanté y traté de encontrar a la bestia, pero fue en vano; algo lo espantó. Entonces continué. Perdido en la inmensa selva buscaba la manera de regresar junto al misionero, si es que aún seguía con vida. Caminé en dirección recta por mucho tiempo y supe que me dirigía a mi extravío y luego, a mi fallecimiento. El calor era sofocante; llevaba un día sin beber; la boca seca comenzó a rasgar mis labios y apresuró la perdida de mi aliento. Sin nada en mis manos como para defenderme, pues no tenía fuerzas para cargar algún objeto, avancé. El momento que esperaba llegó. Rendido caí a al suelo una vez más. Contemplando el celeste cielo que se colaba entre la gran cantidad de matorrales sentí un gran batallón moverse dentro de mis vestiduras. Pretendí combatirlas, pero todos mis intentos fueron inútiles. Miles de hormigas probaban su banquete. El dolor era insoportable; desgarraban mi cuerpo con gran celeridad, sólo esperé mi muerte. De pronto el dolor disminuyó; cuando mi alma se desprendía una paliza de trapos u hojas la hicieron retornar. Luego una catarata de agua sació mi sed y me refrescó; cuando pude abrir mis ojos, distinguí en la borrosa imagen a un grupo de Letras con Rostros

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indígenas locales que me rodeaba. ¡Caníbales! – pensé. Entrelazando sus brazos formaron una especie de silla y sin oponerme, me trasladaron a su tribu. Unas cincuenta personas habitaban la aldea. Con gentileza fui recibido y sin demoras, me sanaron y trajeron una gran variedad de alimentos y, dejándolos a mis pies, me observaron inmóviles. Horas junto a ellos y nunca pude conectar una conversación, sólo con gestos traté de enseñarles que alguien más, estaba conmigo. El cacique, comprendía mi lenguaje con dificultad; no tuvimos un diálogo fluido, pero logré que me comprendiera y cuando supo que alguien más corría peligro, de inmediato emprendieron la búsqueda. Pasaron horas. El sol se ocultaba cuando a lo lejos escuchamos cánticos, supe que era él, quien mas podría cantar en medio de la selva. Al acercarnos nos topamos con Ramírez, que, con gran gozo alababa a su Dios. Está demente – murmuré. - ¡Aleluya! ¡Gloria a Dios! – gritó al vernos. El abrazo fue interminable; después de todo lo que pasamos y ambos, seguíamos con vida, era de no creer. - ¡Te dije Miguel!, Dios jamás abandona a sus hijos. - ¿Dios? Ellos nos rescataron – señalando a los indígenas respondí -. No discutamos ahora, vámonos a su aldea y busquemos la manera de regresar a la ciudad. - Vamos… aleluya – murmuró. Después de curar la herida de su pierna utilizando unos yuyos como medicina, lo alimentaron y más tarde nos prepararon para pasar la noche en la desconocida tribu. Al amanecer, iniciamos el camino de regreso. Antes de partir, Ramírez, como agradecimiento les obsequió una pequeña biblia de bolsillo la que recibieron con gran regocijo; luego como cortejo, nos acompañaron hasta el río. Una vez allí, nos dirigimos a las caseras construcciones con forma de canoas y, acompañados de tres indígenas, atravesamos el gran río Solimões. El extenso trayecto fue peligroso; no me encontraba seguro hasta pisar tierra firme. A su vez, el paisaje me enseñó todos los peligros que enfrentamos y por hado, teníamos la oportunidad de vivir. 72

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Cuando pisé el asfalto respiré profundo. Al subir al ómnibus quise quitarme varias dudas que daban vueltas en mi cabeza, pero ambos caímos envueltos en cansancio y dormimos todo el viaje hasta llegar a la capital de la ciudad. Al descender del vehículo fuimos recibidos por una similar tormenta, la que nos hizo distanciar al procurar un refugio y no pude despedirme. Mucho tiempo ha transcurrido y con el recuerdo de las mordeduras en mi cuerpo narro la historia que nunca podré olvidar. Cada noche, pienso en lo vivido y de casualidad, hoy estoy vivo.

15 de abril de 1979 , Montevideo. Ha sido premiado en varias oportunidades. En el año 2009 obtuvo un segundo lugar en Canelones, ciudad de Tala, con el cuento: “El hombre”. En el 2010 mención especial en el concurso 80 aniversarios del Club naval con el cuento: “Milagro en el mar”, un año más tarde se publicó el libro con los cuentos ganadores llamado: “Cuentos de mar y río”. En el 2011, mención en el concurso literario: Club Naval con el cuento “Libre como el mar” y en el 2012, mención en el concurso: Dr.Alberto Mannini Ríos con el cuento: “El joven libanes”. participó del libro “Lecturas obreras” por la fundación Benedetti.

Heber S. Pereira Rodríguez Letras con Rostros

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Ileana Mulet Batista QUÉ PENA, EMILIO...

Cuba

Cuando descubrí el número de teléfono que Emilio había dejado la noche anterior en mi cartera, lo llamé de inmediato. A la hora estaba parada en su puerta, él muy risueño a mi espera. Cuando la misma se cerró, me sentí como clavada a su parte trasera y las manos de él buscando mi sexo, después de levantar mi amplia falda. Fue rápido entrar en bríos. Emilio sabía muy bien de mujeres, pensé y dónde queda el punto G. Las aspiraciones de una mujer sedienta en la cama se hicieron realidad sin dilación. No recuerdo qué tiempo duró el combate, donde al culminar, reinó la desesperanza, al menos de mi parte. Cuando mis sentidos recobraron el aliento, sentía ruidos que luego supe que venían de afuera. Dije riendo para desembarazarnos hola Emilio y éste recitó un bello poema de Eliseo Diego sobre calles del Cerro y un amor. Fue cuando me percaté de mi desnudez arrolladora, entre las estrellas, combinando con las del cuarto y las ventanas abiertas de par en par. La despedida fue iniciativa mía y él me dejó partir a media noche sin acompañarme. Yo nunca me arrepiento de lo que hago, casi nunca, pero todavía estoy sintiendo los ojos de aquel chiquillo encaramado en una escalera atisbando… creo que siempre estuvieron de acuerdo, porque después supe que tenía un sobrino semejante, con el rostro lleno de barros. Volví a casa de la pintora donde hacía sólo tres días Emilio relucía como un gallo en su gallinero, como un soldado degollando a sus adversarios machos. Ella me dijo sin vacilar: -Creo que te gustó el poeta, pero no debes fijarte en él pues tiene pareja. -Ah, sí, dije sin develar mis propios secretos. -Él acaba de llamarme, dijo. Me leyó un poema maravilloso, y comentó: -¡Tiene agallas ese tipo! Soy tan tonta con las otras mujeres que cuando se trata de 74

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hombres, si a ellas les gusta, me retiro para evitar complicaciones, eso me lo enseñó mi abuela. Siempre decía “los hombres se conquistan, no se discuten.” Ahora tenía un secreto que bajo ningún motivo debía contar, ni siquiera a la prima de Pili, que también estaba aquella noche en la fiesta, sin disimular el placer que éste le producía. La próxima semana fue en grande para todos aquellos amigos divertidos, pero Emilio brilló por su ausencia y sólo la pintora pudo sincerarse conmigo hablando del tema, “de mi piedra en el zapato”. Mientras contaba su historia, yo la disfrutaba tristemente como en una película de video donde algunos cambios pusieron un totí sobre mis hombros. -Emilio me llamó tarde, vino a recogerme poniendo en mis manos un ramo de flores rojas, de los de Shopping; me llevó a un bar muy elegante que queda cerca del malecón, y disfrutamos de César López con música de jazz. Me besó con tanta intensidad que nos ahogábamos por minutos. Me disgustó que me cayera encima detrás de la puerta de su cuarto y buscara mi sexo con ganas, pero sin ninguna ternura. Luego me fue empujando hacia la cama desarmándome como si fuera a la guerra sin fusil y comenzó a desnudarme con tanta rudeza que creí que perdería mis ropas de París. Aunque mi cerebro estaba en ebullición, vi las ventanas abiertas, y sentí ruidos cercanos. Él me aseguró que estábamos solos y quiso enmendar el error cerrando las mismas y apagando un poco las luces, pero luego pasó una ráfaga de viento agorero entre los dos y él perdió la concentración acabando el juego sin comenzar. En esos instantes tuve una luz que cruzó mi cerebro, ya estaba recitando un poema que luego con calma en mi casa pude dejar escrito. La artista leyó despacio y sin expresar ninguna pena. ¡Qué pena, Emilio!, dijo acabando de dejar la expresión como título. La prima de Pili también encontró un trozo de papel en su cartera al día siguiente de la fiesta, y pudo oír de los labios de la pintora recitar, ¡qué pena, Emilio!, sin chistar. “Existes/un gato de cara grande/está como ausente/hecho de paletazos como turrones de azúcar y acíbar/el umbral como en invierno donde tú reposas ausente/Hicimos el amor sin amor/un dedo en el pubis produciría mejor efecto/tus poemas colgados como tus recuerdos/¡Qué pena, Emilio/ese collage de música sensual de tu rutina… /Qué pena! Letras con Rostros

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HORNILLA VIEJA Subieron las escaleras angostas y empinadas hasta quedar sin respiración. Ya dentro, mientras él quitaba nervioso el polvo de los asientos, ella sintió como se atrapaban sus pies entre el desconchado de las losas del piso. Esta visita le estaba reservada desde que lo conoció sin concretarse. Una vez más su experiencia en decoración de interiores se estrelló contra el bazar de pésimo gusto, grises objetos vacíos de encantos, pensó: -de seguro por las noches retozan las ratas y los gatos se dan gusto durmiendo en los sillones. Él la invitó a sentarse a su lado y ella pudo ver sus manos ligeramente machadas en tonos de grises. Como quien desempeña una labor necesaria, sin ningún preámbulo, exprimió su boca húmeda explorando con la lengua toda la cavidad. Con su mirada en cualquier parte, siguió un ritual largo y penoso hasta que chocó con el vestido estampado y depositó entre las piernas su preciado objeto varonil. La muchacha aturdida lo reconoció al instante por su calidez y se sumergió en fantasías numerosas. El ruido de las escaleras se hizo evidente y no tuvieron que componer mucho la escena, pues minutos antes alguien habría pensado que rezaban cien padresnuestros sin ave-Marías. Asomó un joven guapo que no dejó de observar la escena con cierta curiosidad. -Mi hermano, ¡la vieja de abajo se murió hace unos minutos y mamá anda buscándote por el vecindario! Linda tu novia, arguyó y tuvo tiempo de reconocer en el rostro enrojecido de la joven algo de vergüenza. Eres alérgica, ¡claro, estos muebles llenos de polvo te hacen daño…! Ella sonrió y lamentó que no fuera él quien la hubiese besado. El hermano se fue y volvieron a quedar solos. Él le preguntó si quería café, y fue cuando pudo tenerlo de espaldas, detallar su cuerpo blando, la voz descolocada, chillona para su gusto y no pudo dejar de pensar ahora, que no era del todo un hombre. El silencio atrapó los rincones y luego el café quedó derramado en una hornilla lamentable, donde ya un gato lamía sin cesar. 76

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(Holguín, Cuba, 1952). Destacada artista plástica y poetisa perteneciente a la generación de pintores de los´80. Se ha dado a conocer por su peculiar paisajística lírica, renovadora de los cánones establecidos. Un lenguaje espontáneo, expresionista y cargado del tema histórico de la ciudad colonial que recrea abiertamente en su obra, caracteriza la pintura de Ileana Mulet.

Ilena Mulet Batista Letras con Rostros

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Irene Lois VIOLETA

Uruguay

Sentada en el pretil, las piernas colgando, dejó vagar la mirada. El río, con sus aguas revueltas, el cerro, el puerto, los edificios y allá abajo, autos y gente moviéndose como en secuencias de cine mudo. Cuánta tranquilidad y cuánto silencio. Por primera vez se siente en paz, con el corazón liviano, sin pena. También sin gloria, pero eso no le importa, ya lo asumió hace mucho tiempo: no nació para brillar. Viene a su mente una canción de Serrat, «Como un gorrión…». Cierra los ojos y recuerda. Siempre pensé que era tonto ponerle a una persona el nombre de un color. Y a mí me cayó Violeta. Podrían haberme puesto Blanca, Celeste o Rosa. Pero me pusieron ese nombre y condicionaron a la gente a decirme, «Salta, Violeta», por no sé que personaje de la televisión que yo ni siquiera conocí. Según mi padre, nací con el cordón enrollado en el cuello y cuando mi madre vió mi cara dijo:«violeta». Menos mal que no se le ocurrió decir «morada». Igual todo eso me suena a cuento, porque el que registra al niño es el padre, no la parturienta. Él siempre tuvo la nada sana costumbre de mezclar lo real con lo imaginario, de forma tal que yo crecí con un pie en la tierra y otro vaya uno a saber dónde. Soy la menor de tres hermanas en una familia donde la figura fuerte, la que ponía los límites era la madre y el padre alternaba algún reto medio en broma cuando llegaba con unos vinos demás (casi todos los días), con historias fantásticas de seres irreales que se encontraba en el monte cuando andaba de cacería. -¿A dónde vas, papá? -le preguntaba-. -A Hollywood -respondía invariablemente. -Para el próximo verano tendremos el «colachata» (modelo de auto en boga en los años sesenta) -me decía. Y yo esperaba. 78

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Al siguiente verano seguíamos llenándonos los cachetes de viento en la cachila Ford con rayos de madera, yendo a pescar a Los Molles. Pobre papá. Seguro cuando me fué a registrar, supo que se las iba a ver moradas con tres hijas, poca plata y andando con muletas (había sufrido un grave accidente algunos años antes de nacer yo) Con su naturaleza optimista le quiso quitar color y ahí nomás lo dejó en «Violeta». Yo creo que con respecto a la muerte hay dos clases de personas: los que simplemente se mueren y los que eligen morirse. Mi padre era uno de éstos últimos. La vida lo golpeó de todas las maneras posibles (físicas y morales), luchó, se resistió, pero al final se dejó ir. A los cincuenta y seis años no pudo más y se rindió. Dolor, lástima, rencor, admiración, comprensión, respeto, muchos sentimientos han ocupado mi alma a lo largo de mi vida cuando me acuerdo de él, pero sólo ahora, a los cincuenta años, me doy cuenta de cuánta falta me hizo, cuántas cosas no le pregunté y ahora son profundos huecos en mi historia. Hay veces en que el pasado insiste en pasearse por mi presente y no me deja dormir. Quiero callarlo, sacarlo, que se vaya y me descuido y se mete. Revuelve en mi memoria y saca a la luz detalles y cosas que me enojan y me avergüenzan. Me voy a mi árbol-pensé. Hubiera sido mejor estar sentada en mi paraíso propio, mirando en la lejanía el tren que avanzaba por la cuchilla. ¿De dónde salí yo? ¿Por qué me siento tan diferente? Tengo la desagradable sensación de no pertenecer a ningún lado a ningún grupo social, familiar ni de ninguna clase. Tengo nueve años y me siento de noventa y nueve. Me divierten cosas que a los demás niños los aburren, como leer, dibujar, escribir o simplemente sentarme aquí a no hacer nada. No sé andar en bicicleta y tampoco tengo una. Se la pedí a los Reyes Magos a Papá Noel y a todos esos seres imaginarios que pueblan los sueños de todos los niños hasta que me di cuenta que para los chicos como yo, no existe la magia. Lo extraño es que no sufro por el desengaño. Siento un vacío que molesta, porque quisiera ser como todos, pero entiendo que mis circunstancias son diferentes. No es fácil Letras con Rostros

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ser pobre, pero peor aún es ser pobre y no ver un futuro mejor que este presente ácido y descolorido. Verse marginado como un «bicho raro» porque lo que quiero es quedarme en casa leyendo en lugar de ir al cine a atiborrarme de imágenes mentirosas de mundo perfectos. Y lo peor es la escuela. Ay sí. Qué duro es entrar todos los días y sentirme con un letrero en la frente que dice: «Ella viene al colegio privado gracias a la caridad de las monjas». Y sin embargo me gusta el colegio. Me gusta aprender, será que inconscientemente sé que es el saber lo que me salva. Es el único medio para conocer el mundo, que le pone alas a mis sueños, en lo único que puedo ser igual o mejor que los demás. Pero el silencio no me ayuda. Pienso en decir algo, en comunicarme, pero inmediatamente creo que no vale la pena, que nadie me va a escuchar. A veces creo que soy invisible pero si me porto mal seguro alguien lo nota. O sea que me ven. Me cuidan del frío, de la humedad, de que no me atropelle un auto y de que no me caiga del árbol, pero, ¿por qué no me cuidan del verdadero mal que me acecha? ¿Por qué no se dan cuenta? ¿O sí se dan, no les importa? Seguro a mi papá le hubiera importado pero está hundido en sus problemas. Está enfermo, yo lo veo. Ahí viene el maldito de nuevo, ese hombre despreciable que me robó la inocencia, que me hizo sentir mala y sucia, que me hunde en la soledad de los niños abusados y descuidados, donde ya no hay lugar para sueños ni fantasías, sólo crudas realidades. Llega y saluda a todos, tan educado él, tan limpio por fuera y tan roñoso por dentro. Ellos lo reciben, es de la familia. «Vení nena, a saludar al tío».Y yo me escondo.«Está cada día más rara, siempre metida entre los libros, no come, duerme poco, tiene pesadillas, no la voy a dejar leer más».Y entonces salgo de mi escondite, me acerco, y el desgraciado me acaricia el pelo y me besa en la mejilla. Corro y me revuelco en el barro. Me siento más limpia.«¿No te dije? Está loca». Y me ponen en penitencia. Un día tras otro, como las cuentas del rosario. Tal vez sea por eso que no me gusta rezar. Hablo con Dios todos los días pero creo que no me escucha. Creo que Él tampoco me cuida. Soy un cordero que se perdió bien perdido y tal vez no vale la pena encontrar. Así de nada me siento. Un buen día no vino más. No lo ví más, ni supe nada, tampoco se me ocurrió preguntar. 80

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Lo último que tuve de él fue una muñeca que me compró, como para compensar el daño, luego de una de sus sesiones de abuso, la última. La pobre muñeca llevó las de perder porque le corté todo el pelo, la tiré en un rincón y nunca, nunca jugué con ella. Nunca jugué con muñeca alguna, porque todo aquello que forma la fantasía del juego, para mí era tonto, pueril y me dediqué a leer, a meterme de lleno en las historias de los libros. Esa fue la mejor herencia de mi padre, él me enseñó a leer. Cuando lo veía sentado en el club, leyendo el diario, entraba y con una paciencia infinita, me hacía repetir las letras y las palabras de los titulares. Me enseñó a hacer palabras cruzadas, a contar y a darle forma a las manchas de humedad de la pared del único cuarto, que compartíamos. Era feliz en el taller, con el olor a grasa y a nafta, jugando con estopa y ordenando las llaves en el tablero. A veces me llevaba al cine, a ver películas de Cantinflas, me compraba bombones Colibrí y maní con chocolate, y se dormía en mitad de la película. Ahora, como mujer adulta, quiero hilvanar recuerdos y solo aparecen retazos, no sé cuanto es cierto y cuanto es lo que yo hubiera deseado que fuera. Analizo hechos y recuerdos y cambia mi perspectiva. …………………………………………………………………………………………… Respira profundo y abre los ojos. Todo eso quedó atrás, todo pasó. Una vida le llevó descubrir lo que no encajaba. Ella. Dentro de su cabeza solo escucha la frase tantas veces repetida, cuando alguien decía su nombre: «Salta, Violeta». Ahora creyó entender su significado. Extendió sus alas y voló.

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Autora de éste cuento, parte autobiográfico y parte fruto de su imaginación. Nació en José Batlle y Ordóñez, departamento de Lavalleja, el 5 de setiembre de 1961. Madre, ama de casa y trabajadora devenida en escritora sin más pretensiones que dejar salir sus inquietudes y de paso, ponerse en la piel de un personaje y darle vida a los «si hubiera» y a los «si fuera» que habitan dentro de cada ser humano. A pesar de llevar un tiempo escribiendo sobre diversos temas de reflexión, y sobre inquietudes de la vida diaria, Violeta es el primero de sus cuentos que ve la luz pública.

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Irina Ráfols Uruguay / Paraguay

EL ONOMATOFOBO No, mire, le cuento. No es que me disguste el trabajo, no es eso. ¡Es que viene cada uno! Si se piensan que sólo los vivos dan trabajo, ¡qué equivocados están! Ah, sí, acá los muertitos hacen de la suya. Que no entran en el cajón, que se hinchan, que forcejean, que se los etiqueta, que se los abandona y lloriquean, ¡qué sé yo!, 43 años en el mismo trabajo, ¿qué no tengo nada que contar? ¡Ah, no sabe!, tengo miles de historias, ¡Ja!, ¡si yo escribiera! Al comienzo confieso que me sentía un poco raro… ¿Asustado? ¡No! Nunca tuve miedo. Pero sí me inquietaban un poco los ruidos, ¿sabe? A veces eran las ratas, otras veces… Bueno, hubo de todo en estos 43 años, como se imaginará. Por ejemplo, una noche que estaba cómodamente tomando el mate en el sillón, haciendo la guardia, sucedió algo bien extraño. Mi compañero de ese entonces ya se había retirado unas horas antes. Había que apagar las luces. Sólo quedó encendida la de la salita donde estaba yo, con el televisor blanco y negro, que no andaba bien el volumen y a veces se iba la imagen. Se volvía violeta. Y cuando la tele se volvía violeta a eso de las doce, doce y media de la noche, ¡zaz!, todo se volvía violeta. ¡Todo le digo!, hasta lo de afuera. No sé a qué obedecía el fenómeno. Pero era así. El corredor estaba a oscuras. La puerta del depósito estaba cerrada, sin candado. ¡Claro!, ahora no. Ahora se espera de todo. Hasta que los muertos se levanten a orinar. Por eso ahora se candadean. Pero hace 43 años atrás, no se ponía candado. De repente yo estaba de balde, al pedo como dice la juventud de hoy en día, macaneando con el televisor, trompazo va, trompazo viene, para ver si la tele obedecía, pero nada. Me tiré en el sillón malhumorado, sorbí la bombilla y de pronto escuché un ruido. Atendí. No se volvió a escuchar. Sorbí otra vez y se escuchó de nuevo, y se escuchó de nuevo, y de nuevo, y de nuevo. Miré a todos lados y grité: «¿Quién anda jodiendo por ahí a esta horaaaa?» Pero nadie contestó. Se hizo silencio, pero no me levanté a mirar. En el reloj de pared eran las doce y cuarto. Se oía Letras con Rostros

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densamente el tic-tac, tic-tac, tic-tac. Afuera por el vidrio de la ventana cerrada se notaba todo muy oscuro, es decir, no se notaba nada. Ni un alma pasaba ni por afuera ni por adentro. Entonces empecé a especular con lo del ruido. Para entretenerme, ¿vio? Para tener ocupada la mente. «¿Será algún gato en el tejado?» Me dije en voz alta, y traté de imaginar el sonido del pasito de las cuatro patas. Pero no. Un crujido como de algo pesado que se arrastraba chilló en su lugar. Me incliné un poco, sorbí la bombilla y dije: «¡Al diablo!», y me quedé mirando el corredor que daba a la puerta del depósito. Era un sonido rítmico. Paraba y de pronto comenzaba otra vez, como en secuencias. Bueno, ¿qué hago? ¿Me levanto y voy a ver?, pensaba, mientras seguía tomando el mate. Miré el reloj. El teléfono estaba silencioso. Afuera oscuro, adentro empenumbrado de violeta, y yo, habrá notado, sin muchas ganas de levantarme. Silencioso, un poquitín asombrado, ansioso diría yo. No, compadre, miedo no, nunca tuve miedo en absoluto, ya se lo dije. Y el ruido continuaba. Entonces como que la curiosidad me empezó a picar, ¿vio? Me levanté despacito, mate en mano, como para sentirme acompañado. No, no era que me sintiera solo. Sentía solamente la necesidad de estar acompañado, que era otra cosa. Entonces caminado así, distraídamente, como mirando vidrieras, me adentré por el corredor oscuro. De pronto se me hizo la luz, ¡ah!, ¿no serán ruidos del baño? Entonces me fui derechito para el baño, al fondo a la derecha. A la izquierda quedaba la cocinita. Entonces lentamente abrí la puertita del «tualé», y vine, vi y vencí, como Napoleón, es decir: entré, escuché, y prendí la luz. Clop ploc, musitaba la cisterna. No, no era ploc ploc, era así, tal cual le dije: Clop plop. Yo soy muy bueno identificando onomatopeyas y onomatofobias. No tengo miedo a nada. Y bueno, la cisterna hacia unos ronquiditos, pero no era ese el ruido que yo escuchaba. En efecto, la bomba de la cisterna estaba floja y el agua se fugaba con un quejido. Traté de repararla y entonces se complicó la cosa. Tiré de la cisterna, y después como desatada de un sino de la ley física, solita se siguió tirando y tirando como si el agua quisiera aniquilarse en la fosa del water, y bueno, no podía hacer nada. Apagué la luz, salí y cerré la puerta, pero eso me puso de mal humor. Cada dos minutos: ¡Pflooooooooofffffffffff!, se tiraba la cadena solita, que no era cadena, era piola plástica. Traté de no darle importancia al asunto y en cuanto di un paso para dirigirme a la sala… ¡ahí apareció otra vez el mismo ruido raro! ¿Qué cómo sabía yo que era un ruido raro? Bueno, yo soy 84

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especialista, en reconocer ruidos raros. Por ejemplo, los ruidos no raros ¿cómo se llaman? A ver… ruidos ruidosos, ruidos molestos, hay hasta ruidos antipáticos, como los ronquidos de mi señora. Hay ruidos enojosos, como los de los chicos en los autos, con los compact y las bocinas. Hay ruidos estrepitosos, como la caída de la lluvia en una tormenta o ruidos rápidos como las ráfagas del viento. ¿Pero ruidos raros? ¿Cómo y con qué se identifican? No es fácil al oído reconocer un ruido raro. El ruido raro es algo que eleva la esencia del ser hacia otra categoría auditiva. Uno va caminando por algún lugar, campantemente, y de pronto: «¡Sshhhhhhjjjjjuiiiiii!»: ¡el ruido raro! Y uno se detiene. Se aquieta. Se agazapa para escuchar mejor. Al ruido raro uno quiere verle enseguida para conocer cómo es. Con el ruido raro todo el organismo se orgasmiza, hay como un lelelele que le alela a uno, ¿qué caracho es? uno se dice en la mismísima lengua de Cervantes. Entonces, como los griegos, se busca el fundamento de la pregunta, la inteligencia comienza a ronronear, la lógica se erecta y dice: «Déjenme a mí, ¡yo sé!», pero no encuentra respuesta, porque simplemente un ruido raro, es algo in-identificable, ¿entiende? Y así, todo el cuerpo se prepara para la contingencia, los labios se mordisquean, los alvéolos empujan a las encías, los dientes titinan, chacharean, fofofan. Los dedos se mueven con inquietud, las uñas se enguzan. El estómago fondisquea, los pies piesinan, ¡es tremendo lo que sucede! Pero la mayoría de las veces no estamos cons-cientes. ¡Por suerte! Bueno, y lo que pasó después fue que me fui para la cocinita chiquita de la izquierda. A mí me pareció de mal gusto poner la cocina a la izquierda, donde debió estar el baño, pero a veces las cosas surgen a contramano y uno tiene que vivir con eso. Encendí el foquito, el mísero foquito, lamparita de 20 guats. Las cosas estaban como siempre, todas tiradas en un beatifico desorden. Comida por el suelo, sustancias rancias y gelatinosas chorreando de las paredes, mugres muertas y agónicas en los estantes, todavía llenas de vida, descomponiéndose. Como sin duda deben estar muchos de los cadáveres de allá dentro, pensé. Pero, ¿cuándo estamos al fin muertos? Cuando ya nada se transforma, mientras el cuerpecito se descompone, algo sigue dando órdenes para que se procese el cambio, ¿no lo pensó usted? ¿Qué maravillosa inteligencia continua el caótico ajetreo de la materia hasta su desboque final? ¿Cuándo ya nos quedamos tiesos como escobas, estamos realmente muertos mientras nos Letras con Rostros

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pudrimos? ¡Aaaaah!, ¿Vio que pensamiento altruista? La preocupación por los prójimos. Aunque ya no son tan prójimos, porque ya pasaron a otra categoría más elemental, más descarnada, ¿no?... Teniendo estos pensamientos, comprendí que el ruido no venía de los organismos fermentados, no podían hacer tanto ruido, a menos que hayan fermentado hasta el punto de evolución, y si evolucionaron tanto, ¿qué les costaría, por ejemplo, fundar un cabildo?, y si hay cabildo abierto, ya se puede hablar de independencia, nación y patria, ¡ah!, el tema se pone muy rancio, mejor ni hablar. No. El ruido raro no puede venir de allí. Sólo queda una opción: ¡el depósito de cadáveres! Tenía que abrir la puerta de la morgue. Era a dos aguas. Con pestillos como las heladeras de antes. La puerta era como un refrigerador, antes les decíamos así, ahora heladeras. Abrí entonces sin miedo, no tenía por qué tener miedo. Inmediatamente llegó a mi nariz un vahos frío, muy frío, el olor era un olor mmmm desconocido, era… levemente apestoso, pero dulzón, el olor sonaba a tinieblas, a espesaduras de las sombras. Di dos pasos viscosamente hacia adelante, dejé la puerta entreabierta, me llegaba tímidamente de allá del fondo, la luz de la salita, como la llama de una vela vista a través del orificio de una aguja. Ahora, no sé quién querría ver una vela a través de una aguja, ¿no?... Pero sigo. Los ojos se me ahuecaron y adiviné los cajones resbalosos. «¡La pucha!, ¿dónde está la luz?», me pregunté. De pronto el ruido raro asomó de entre los recovecos de la nada, el ruido raro dobló de entre las sombras de las esquinas. Persistió, se aquejumbró, borboteó incoherencias, esdrujulizó mis sentidos, no, no tenía temor, yo no le tengo miedo a nada. Percibí de pronto, atentamente, la singracia de la no sapiencia, anonadado, no nada, dado a no tirarme al azar de la mala suerte, no reparé, no pensé en lo imprevisto. Y lo imprevisto, diose, Dios se esdrujó en el depósito, y los cuerpos fosforecieron de sus jaulas. De golpe se abrieron los cajones, y las bolsas negras exclamaron al unísono: «¡Crassssssshhhhhh!, y se abrieron como pétalos. Allí asomaron fructíferos pomponios, estámbricos cadáveres florecieron del más allá, que estaba ahora más acá, el ruido raro prostíbulo la línea separencial entre lo vivo y lo muerto, y ya nada se supo con precisión: si los muertos vivían, si lo podrido floraba, si fructificaba la descomposición, si yo era yo, si yo yoía, o no más yoyaba, ¡nada se entendía! Me dio un espasmo orgiástico nauseal, pero no flaquié y espumirajié a lo desconocido, envalentonadamente como el hermano Hamlet, 86

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les grité: «¡Fantasmas! ¡Den la cara!» ¡Para qué!... Una bestia pelicuda se irguió ante mis ojos, se emponzoñó en ira, vino a mí, mascó algo entre su emoliente maxilar y deshizo estas palabras angustiosas en mi oído: «¡Ahhhhhjjjjjjjjkkkkk!» Y yo exclamé: «¡Vos!, ¡vos, pedazo de muerto!, ¡si querés decir algo hablá en castellano!» Y entonces se notó que hizo un esfuerzo sobrenatural y me dijo: «Soy un… un ofunfunfípero» «¿Y… y qué es eso?, le interrogué. «¡Yo!», contestó con cierto rasgo de encono, que después pareció de humillación, que segundos más tarde pareció de inferioridad o quizás de pena. «¿Y qué sos vos, o es usté, o eres tú?» Y me mirijió mal. Entonces le parlé en latín: «¡Vade retro!». Y nada. «¡Retro-miusic!… ¿Abba? ¿Toto? ¿Diuran Diuran?». Y nada. Parecía frustrado de no entenderme. Le canté entonces en portugués: «¡Vocé abusó chi mí!, ¡se propasó chi míiiiii, abuso!», y, y, y arqueó el asombro de la única ceja que tenía en el pobre cráneo pelado, con todo el occipital y el occidental seco y calcinado, y probé el lenguaje mágico: «¡Ábrete sésamo!, ¡ábrete mijo!, ¡ábrete salvado!», pero nada, y en el lunfardo lúdico: «¡Orín de Odín, de don Pingüé!», pero no había caso. Ya no sabía que más decirle para que desapareciera. No, no, no estaba asustado, pero las piernas se me descalibraron de las tibias y los peronés se me encabritaron en los pies, y un rechinche rechinchineó en mis dientes erizados, como bestias empaladas en las encías, y el pelo se me cayó estrepitosamente al suelo y entonces, entonces… esteeee… perdón, ¿no está abrumado con mi relato, verdad? ¿No le aburro? Dígame si le cansa escuchar no sea que usted ya se quiera ir a descansar en paz, y yo esté abusando de su eterna paciencia. ¿Prosigo?... De pronto miré bien a mi interlocutor. Tenía ya los ojos fieramente abiertos, con jocundia, con desenfreno, viéndolo todo y no viendo nada. ¡Ja!, 43 años en el servicio, ¡43 años y la misma cosa! ¡Muertos malcriados y aburridos! «¡No sos especial, hermano! Y además, yo decido con quien hablo, a quién levanto de la siesta, a quién le abro el cajón y lo saco a tomar aire. Ahora estás acá, pero, ¿qué pasa si te guardo en la bolsa? ¿Y si te meto otra vez en el cajón, ¿eh?»... No, no me disgusta el trabajo que tengo. No tengo miedo a nada, ¿por qué no? Porque los muertos me aman, me adoran, me esperan todas las noches para que yo los saque del cajón y los haga jugar como muñequitos, los ponga en posiciones y les invente una historia a cada uno, y finja yo que los asusto, y finja Letras con Rostros

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yo, que me aterran, que les regale el lujo de una actuación que se morirían por vivir, y que alguien piadosamente charlatán, los sacuda con el espasmo de la voz, cuando ya nadie les dirige la palabra. Montevideo, 1967; radicada en Paraguay hace 22 años. Es Licenciada en Letras, profesora de Castellano, Literatura y Ensayo en colegios y universidades (Universidad Nacional de Asunción y Uninorte). Dirige la Escuela de Escritores del Centro Cultural El Lector, desde hace cuatro años enseñando técnicas para escribir cuentos, poesía, novela y ensayos. En el 2004 publicó Esperando en un Café (cuentos) Editorial Servilibro, y en el 2011 la segunda edición; Desde el insomnio (poesías) Arandurá, en el 2005; Abulio el inútil (novela) Arandurá, en 2005; Alcaesto (novela) Intercontinental, 2009. Forma parte de la antología de cuentos Penélope sale de Ítaca, en el 2005. Publica cuentos y artículos sobre análisis y crítica literaria en el Suplemento Cultural del Diario ABC y otros diarios y revistas. Columnista en la Revista Arte y Cultura, en la que también ejerció el periodismo cultural por medio de entrevistas, notas y análisis y críticas literarias. Es miembro de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP) y de Escritoras Paraguayas Asociadas (EPA). Fue jurado del Premio Nacional de Literatura 2007. Se desempeñó como corresponsal de literatura paraguaya infanto-juvenil para Radio SODRE, Montevideo, Uruguay, en el programa Había una vez, que dirige Dinorah López. Obtuvo el 2do. Premio en el Concurso de Ensayos Barrett 2011 por la Secretaría Nacional de Cultura, y otras menciones en la categoría de Ensayo por la Revista Acción en el 2003; en Cuento Premio Centenario en el 2008 y en la categoría Novela por Premio Municipal en el 2010, con la novela Alcaesto.

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Irina Ráfols Círculo de Narrativa 4


Joaquín Malaletra EL COLADO

Cuba

Primitivo Malarrima, no sabía bien por qué estaba en esa boda. Llegó como si fuera la estrella de la fiesta, con una inercia de esas que es propia sólo de los sabios, cuando son guiados exclusivamente por el aroma de la comida o del alcohol. Cuando le preguntaron a la entrada que con quien venía, él soltó una de sus rimas mal habidas refiriéndose a la novia y alguien exclamó: - Es el poeta de la fiesta, déjalo pasar. Experto -sin duda alguna- en el arte de comer pancita sin mancharse la camisa, Primitivo Malarrima, era además de otros aires, ensayista notable en artilugios gramaticales, malabarista en historias ocultas del sí y del no, trapecista prolijo de las artes ilusorias, predicador de evangelios apócrifos, traductor honoris causa de lenguas muertas por universidades hindúes y mesopotámicas, asirias y abisinias; pero sobre todo y eso también, sin dejar espacio a la menor vacilación: un especialista idóneo en eso que él solía llamar: La estrategia del «comes y te quedas». Entró como perro por su casa al gran salón, saludó de mano a cada uno de los miembros de la orquesta, aplaudió al cieguito de la batería, y se sentó en la primera mesa que encontró. Sin perder el estilo de su gran educación, hizo la venia protocolaria a todos los de la mesa como si conociera de memoria a los novios y se sirvió «una cubita para brindar». Fue cuando algún imprudente despistado indagó sobre quién lo había invitado: - A mí me dijo don Chava, que mentara al amigo de la hermana de un señor, que no vino a la fiesta… y que si seguían con duda, nombrara al de la orquesta -contestaba con tranquilidad, mientras señalaba al primer músico que su dedo indicara. -Vaya señor- insistían algunos con desconfianza. -¿Siempre usted habla con rima? Letras con Rostros

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- No siempre -aclaraba- Por ejemplo, ahorita lo que me preocupa es tomarme esta cubita. - ¡Salud! - Exclamaban al unísono quienes en la mesa disfrutaban su agradable compañía. Luego mientras probaba los deliciosos tacos de espaldilla que habían colocado sobre la mesa, se dio cuenta que para hacer poesía sólo tenía que mover los labios. Así estuvo tratando de pasar desapercibido, hasta que lo sorprendieron. - Perdón señor, pero mandan decir desde la mesa de los novios, que si nos puede acompañar. - Por mí no hay problema, y le entro al dilema. Si alguien dudase, de lo que a mi me pase, que me juzgue la historia, que no soy ninguna escoria. Vamos prestos a la mesa, acudamos con presteza, a ver cual es el problema, y con qué tema… les salgo. - Señor, perdón nuevamente -alcanzó a notar el personal de seguridad que lo quería correr del salón-, pero lo que usted ha dicho al final, como que no rima. - En efecto, mis señores, ya les dije con premura, no soy muy afecto al verso, pero sí a lo que converso. Y si creen que es locura, que me envuelvan los favores. - Insistimos señor, pero puede que rime lo que usted defiende, sin embargo no tiene sentido lo que nos dice. Entonces Primitivo Malarrima, escoltado por dos gorilas más grandes que él, se vio perdido. Muy a su pesar, en contados segundos debía abandonar la fiesta. Supo de pronto que ya estaba bueno eso de aplicar su estrategia del comes y te quedas; y como iluminado que era, se levantó de la mesa, pidió disculpas a las damas presentes, agarró una tortilla como servilleta y se limpió el mentón. Acto seguido alzó la mano y se despidió de lejos de la orquesta, le mandó un beso a la novia y un abrazo al novio y diciendo esto, se retiró de la boda, no sin antes pronunciar otra más de sus primitivas malarrimas: aquí!

- Está bien, está bien ¡ya comí, ya bebí, ya no me hallo

Y desde la puerta, sintiéndose agraviado pero todavía agarrado de quienes a empujones lo sacaron, gritaba: 90

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- Ya me vi, ya los aborrecí y ya me fui. Me voy hoy, pero mañana vendré con gloria a comerme una manzana, y pa’ que vean que soy noble y a veces no rimo al doble, les digo de mala gana, yo me largo de esta fiesta, pero que quede bien claro, les dejo su puta orquesta y luego… ¡ luego me chupan ésta!

Escritor, editor, pertenece a grupos activistas “Poetas en Resistencia, Poets Without Borders y Guantanamera 206” Miembro del Comité Organizador Internacional del World Festival of Poetry FESTIVAL MUNDIAL DE POESÍA. Su primer libro de poesía en 1986. En 2011 pública Dos Lenguas Ante el Altar Profano que recopila una muestra de su obra por mas de dos décadas; y en 2012, poemas en inglés, “Smoke on the Pussy”. Ha escrito siete novelas de tipo histórico entre las que destaca “El Legado de Las Espinas” sobre el proceso histórico chileno de 1973. Escribe también cuento y poesía para niños, así como ensayos de corte político, científico y de ética psicoanalítica.

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Joaquín Malaletra 91


José Lissidini Sánchez PRIMERA CITA

Uruguay

Sonrió. Seguramente algún fugaz recuerdo. Acomodó los lentes con mano temblorosa. Trató de descubrir su rostro en el opaco vidrio del gastado palier. Tan solo pudo captar una secreta sombra de color extraño. Un escalofrío le recorrió el cuerpo con un sacudón a contramano. Furtivamente, intentando no ser descubierta, pretendía observar de reojo el continuo ir y venir de los transeúntes de ese gastado último día de la rutinaria semana. Se percató entonces que su figura, sólo era visible para alguna rápida mirada de esas que miran pero que no ven y si acaso llegan a ver, terminan por olvidar al instante debido a la prisa del diario trajín. El corazón acelera y retrocede entre las angustias de los repentinos miedos y es así, que emergen y se repiten aquellas preguntas, intentando algo canallas, socavar los tímidos anhelos: - ¿Estará bien? ¿Debo hacerlo? ¿No será mejor que espere un poco? -. Pero hay algo dentro de ella que urge reclamando su tiempo, su lugar tranquilo para sentir algo de amor por primera vez. Quizá con ese hombre de sonrisa franca. Aunque él pareciera mucho más joven que ella. Apremian las preguntas. - ¿Dónde está? ¿Dónde se quedó? ¿Qué lo pudo haber retenido? -.¡Qué cosa!. No acaba de aparecer. El reloj no se detiene, nunca descansa. Ella se vuelve a buscar en el opaco vidrio del envejecido palier. Acomoda por enésima vez los lentes oscuros. Y dale, con esas preguntas que van y que vienen. Qué impertinencia. Nada las frena. Hasta su vestido le susurra pequeños comentarios, mientras transita su cuerpo. Las manecillas del reloj galopan sin freno cual potro asustado. La espera se vuelve eterna. La sonrisa se va desdibujando en ese viernes esquivo de una ciudad gritona, sucia, castigada, maltrecha. Hasta que no da para más. Decide entonces que ya había sido suficiente y sin despedirse del viejo vidrio, donde aún así dejaría grabado su primer fracaso, quizá hasta desprecio. Con la respiración descontrolada y el corazón aporreando violentamente contra su pecho. Se incorporó, salió a paso raudo, anduvo un trecho y se lanza a la calle, hacia el ano92

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nimato protector de la ciudad, donde permitir que sus ojos se desahoguen, donde con una aspiración profunda intentar acomodar el corazón, mientras se escurre entre la gente, esa gente de mordaces silencios y de mordidas voraces. Va herida. Lastimada en su orgullo de mujer, más aún, de inocente soñadora. El cielo de repente se le ha tornado algo movedizo. Se siente inmersa en un desconcierto enorme, una lucha entre los deseos, las ilusiones y la conciencia, una especie de derrumbamiento interior, que ni siquiera posee las fuerzas necesarias para poder impedir y justo en un momento tan decisivo de su vida, cuando se suele sentir la brisa pero, ¿alguien soplará entre las brasas?. Los últimos restos de un ensueño se esfumaban. La bujía agonizaba en su interior. Al apagarse el pabilo que restaba, el último puntito luminoso, se hundiría en las tinieblas volviendo a su primitiva dimensión de inamovilidad, que era el volver a la realidad, hundiendo aquel viernes distinto en la niebla de los recuerdos. Pero el reloj, sin reparar en su dolor, sigue su furiosa y egoísta carrera. Horas antes había ascendido al autobús gris bullicioso, ahogando preguntas. El vientre lleno de mariposas. Intentando detener el grito. Pensando en pájaros. Pensando en el poder de volar, sin tener en cuenta las alas o la fuerza del viento. Pensando en el poder de poder ser fecundada por un hombre que volara y que no voló. Porque la sonrisa franca no apareció. Ahora se sentía viuda. Para ella, él ya había muerto. Volvería a sus cosas tan virgen como ayer, seguramente para siempre. Volvería a los días eternos, esperando y hasta escribiendo poemas que nunca nadie leerá. A tratar de buscar un lugar dentro de sí donde encontrar la alegría, para que esa alegría pueda borrar el dolor. Volvería a experimentar lo triste que es vivir muriendo cuando cada noche siente el calor intenso de ese sentimiento perdido en alguna parte de sus sueños, aquella voz en sus entrañas, yaciendo sin consuelo ante la ausencia del esperma y otra noche más ni depresiva, ni muerta, solo una muñeca plana ante el deseo de que alguien antes de que nazca el sol, revierta ese fracaso de noches antiguas y en vez de pensarse como una hembra pariendo hijos baldíos, lo que permanezca luego de revolcarse en la cama y el enredo entre las sabanas, sea «Vos y Yo». Es ahora el sucio vidrio de la ventanilla, el que le devuelve su imagen. El oscuro cristal de los lentes se ha humedecido. En el pecho se le entremezclan sentimientos como la tristeza, la desesperación, la desolación, rebelión, bronca, decepción, increduliLetras con Rostros

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dad la frustración y de a poco, hasta la sumisa aceptación en un -mejor así-. Ella volverá a ser esa estatuita de moral, patinada como un bronce antiguo. A sus mieles, ternuras, alegrías efímeras y deseos primeros, a sus novios de telenovelas, sentimentales, siempre enamorados, con una bella y adecuada frase, respetuosos, incapaces de lastimar sus pudores y así encerrarse en sus intimidades como una niña inviolable sin volver a solicitar de un corazón gracia alguna. Mientras que en algún lugar, habrá quedado perdida esa sonrisa que logró cautivarla. Seguramente algo la detuvo, la congeló en su tiempo o fue tan solo ella quién se congeló y no reparó en la juventud. El espejo retrovisor la vio descender y alejarse cabeza gacha. Claro que no pudo reparar en las dos lágrimas colgadas de sus mejillas pretendiendo mimarla, tomando el lugar que debió ocupar aquella sonrisa y hasta quizá, lavar lo oscuro del recuerdo de ese día en que ella lo ofreciera todo, más allá de la inexperiencia, los temores y las dudas, únicamente por intentar salvar esa distancia que separa la luz de las tinieblas y que se llama amor. En una primera cita. Programada a través de una red social. A sus cincuenta y seis años. Uruguayo. Nacido el 17 de abril de 1961 en MONTEVIDEO. Escritor. Periodista. Político. Profesional Universitario en el área del Derecho. Como Periodista ha ejercido esta actividad en la Prensa radial, escrita y televisiva. En el ámbito literario, ha obtenido premios año tras año desde 1985 tanto a nivel nacional, como internacional, ej: en noviembre del 2001, es galardonado en el Concurso Internacional de Poesía ROCCO CERTO, realizado en Tonnarella de Furnari, Sicilia, Italia, en su 8ª. Edición). Colaborador con publicaciones en España, Chile, Cuba etc. En 1990, publica su primer libro con el título “Destetiempo”, compendio de poemas.

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Juan Irigoyen GRISELDIS

Uruguay

Soy un niño. Me gustan el fútbol y la playa. Me enamoro con frecuencia y con frecuencia el corazón se me rompe en pedazos, porque las niñas me toman y me dejan como a un zapato. Pero el dolor se me pasa y la TV me ayuda a comprender que el mundo sufre por amor. Mi amiga Muni me dice que cuando sea mayor va a estudiar medicina. Y yo le digo: tú Muni no puedes ser doctora, porque le temes a los niños desnudos. Eso es ahora, responde Muni, pero cuando tenga la edad de los mayores, perderé el miedo. Yo no tengo miedo de las niñas y de sus pelitos escondidos ahí. He mirado a mis hermanas, me he bañado con ellas y con el tiempo he observado cómo crecen esos pelitos, tan suaves y tan delicados como el pastito. Yo le digo a Muni: Muni, donde ustedes tienen sólo pelitos, nosotros los niños tenemos algo más, pero ¿cómo quieres que te explique si tú no quieres mirar? Muni me dice: pero igual me explicas. No, Muni, no te puedo explicar, es algo que tienes que ver, es algo que tienes que tocar. No, me contesta, será para cuando crezca. Bueno Muni, será para cuando seas mayor, como mamá o como la abuela. Pero no creo que tú estudies medicina. Yo no sé qué cosa seré con el tiempo. Es muy temprano para saberlo. Recién comienzo el liceo y no me preocupo demasiado por esas cosas. Me ocupo en disfrutar y pasar bien con mis amigos. Jugamos fútbol, paseamos en bicicleta y ahora en verano vamos al mar. Esperamos ese momento en que nos sumergimos en el agua, a veces oscura, a veces clara y buscamos las piernas de nuestros amigos, como si fuéramos tiburones. Pobre Tonito. Ayer buceamos hasta tomarlo. El agua no le permitió ver a nuestros cuerpos sumergidos y le quitamos el short. Huimos hacia la orilla y Tonito nos gritaba: ¡hijos puta! ¡Son unos hijos de puta! Letras con Rostros

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Ahí quedó Tonito. En el mar, moviendo sus brazos, al principio rodeado de curiosos y luego cada vez más solo. Hasta que nos fuimos. En un rato se haría la noche y debíamos volver. Todos menos Tonito. Le dio mucha vergüenza salir del mar en bolas y a plena luz. No es que yo sea un niño malo. Soy un niño bueno. Nuestros juegos son sólo travesuras. Hoy tendremos un asado. Lo haremos en casa. Mamá compró chorizos y pan. También preparó jugo de naranja. Soy un experto asador. Como papá. Mi primer asado lo hice a los once años y fue mi abuela quien me enseñó. La abuela me dijo: primero pones papel de diario, luego unas piñas, unas ramitas secas y la leña más gruesa. También me dijo: «debes tener paciencia, esperar que el fuego consuma la madera. Las brasas las desparramas debajo de la carne. Sin apuro.» La carne chorrea un jugo que es la sangre y unas gotas traslúcidas que caen sobre las brasas y hacen saltar llamaradas que chamuscan la carne y el hueso y estropean el asado. Es grasa, me dijo la abuela. Yo tengo mucha paciencia. Sé esperar el momento justo para dar vuelta la carne, cuando de un lado está pronta. Hay que salar la carne. Pero si la salas mucho le quitas el sabor. Le quitas la grasa si es abundante y los cartílagos, porque son duros para los dientes. Y los nervios escondidos. El hueso. La abuela me dice que la carne más sabrosa está contra el hueso y es verdad. Pero mamá compró chorizos. Pinchas los chorizos para que mantengan su forma y los pones uno junto a otro. Los das vuelta de a poquito. Y levantas la parrilla para que tome distancia justa de las brasas. Soy un niño aún, pero soy un experto asador. Hoy vienen cuatro amigos: Roco, Lilo, Tedi y Tango. Tonito está ofendido por lo del short. Es buen niño como todos nosotros. Ahora pienso: ¿todavía somos niños? Creo que no. A pesar de la voz finita que por teléfono confunden con la de mis hermanas. Ya cambiará. Y cuando sea hombre tendré una voz como la de papá. Leo las noticias en el diario, estoy enterado de las cosas de los mayores, sé qué es un condón y una mujer virgen. 96

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Sé muchas cosas. Tedi se adelantó al grupo para ayudarme a juntar la leña. No es mucho lo que necesitamos para asar unos chorizos. Juntaremos piñas, algunas ramas de pino y un tronco de eucalipto para usar de trafoguero. Tedi, esto es una ciencia. Hay que saber, hay que estudiar cómo el fuego consume la madera y las brasas rojas caen al piso. No es el fuego quien cocina, sino el calor de las brasas que penetra la carne, hierve la sangre y la grasa. Pobre bicho, dice Tedi. Y yo le digo: ya no es más que el pedazo de un bicho muerto. Pero hoy no hay bicho, Tedi. Sólo chorizos, que son de carne picada, con grasa de cerdo y especias, embutidos en tripa, que es como un condón largo y transparente. Papá me explicó que antes la tripa era un pedazo largo de intestino, lavado y vaciado por dentro. Tú sabes de todo, me dice Tedi. Sí Tedi, yo sé de muchas cosas porque quiero ser grande. Por ejemplo de rosas. ¿Te he hablado de las rosas, Tedi? Me gustan las rosas que cultiva mamá. Con ese amor que ella tiene por las formas, los perfumes y los colores de las flores. Dice mamá que la distraen de sus labores, de su rutina y cuando papá no está, ella cultiva sus rosas y yo la ayudo, porque también me gustan las formas, los colores y los perfumes. Y aunque tú no creas, Tedi, siento tranquilidad en la cabeza, como si volara por el cielo y las nubes me acariciaran con algodón. Mira ese arbusto, Tedi. Esa es una Pink rosada. Y esta es una Floribunda. Y aquí, más naranja, es una Mandrina. Pero esta es mi preferida: Griseldis. Ahora ves casi una planta desnuda. Porque no es su época. Pero en primavera sus pétalos son apenas rosados, arrepollados, como una copa viva y frágil que busca la luz y el viento. Yo acerco entonces mi nariz y el perfume me duerme en un sueño. Y siento que no se quién soy. Si un niño, si un joven, si un viejo a punto de morir. O si un ángel. O si un Dios. A veces lloro. Si nadie me ve. Sin saber por qué. Y mis lágrimas son gordas y gruesas como botellas. Sí Tedi, me gustan el color y el perfume de las rosas. Pero oye, debemos hacer nuestro trabajo, porque no se hará solo. Aquí debajo de los rosales abundan las piñas. Los pinos que rodean el jardín dejan caer sus frutos secos por el sol y la sal del mar. Y a Letras con Rostros

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veces el viento voltea las piñas inmaduras y las deja caer como piedras del cielo. Son macizas, duras, peligrosas para nuestras cabezas y para las rosas. También debajo del cerco de gratebus es un buen lugar para encontrar piñas en abundancia. Tedi, ten cuidado con las espinas, pero busca ahí debajo del cerco de frutos amarillos y naranja. Mira, me dice Tedi, mira lo que he encontrado aquí debajo. ¿Qué cosa Tedi? ¿Una araña, un ratón, un sapo? No, me contesta. Es un gatito, un gatito pequeño. ¡Déjamelo ver! Tómalo. Y Tedi me entrega una bola de pelos oscuros que apenas deja ver sus ojos y sus dientes blancos. Llora. Parece llorar. Nunca he visto un gatito tan pequeño, tan frágil, tan leve. Lo levanto al cielo y es una pequeña cosa comparada con el sol. Se pierde, es apenas un puntito en el fondo azul. Abre su boca, maúlla apenas, como un bebé recién nacido. Es algo así como un hermanito que tiembla en mis manos. No sé si me teme o si extraña a su madre. ¿Dónde está tu mamá? Acaso gatito, ¿te han abandonado? Tedi, tómalo, mira lo liviano que es. Y lanzo al gatito por los aires hacia los brazos de Tedi. Tedi lo toma con sus manos. Y con sus dedos grandes y fuertes lo engancha por la piel suelta del pescuezo. El gatito mueve sus manos y sus patas en el aire. Tómalo, me grita Tedi, te lo regalo, es tuyo. Y el gatito vuela por sobre los rosales como una abeja negra. Pero no puedo alcanzarlo. Cae, sobre el hormigón que rodea el jardín y queda mudo. Corro hacia él, lo levanto y compruebo que vive. Ha sido, gatito, sólo un pequeño susto. No ha sido nada. Sólo parece tener alguna dificultad para respirar. Nada serio. Es que los gatitos, como los bebés, son de goma. Aún no han terminado de formar sus huesitos. Los cartílagos no están maduros. Es una gran ventaja que tienen los bebés y los gatitos. Abre los ojos, gatito. Abre los ojos y mira tu nuevo mundo, observa, estás en la Tierra y eres un pequeño gatito. Podrías haber nacido paloma o perro o araña. Pero eres un pequeño gatito. Tedi ¿qué alto vuela un pequeño gatito? Depende de la altura del tejado, me contesta. 98

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Te equivocas. Depende de la fuerza de tus brazos. Tomo al gatito por las patas y revoleo su cuerpo en el aire. Soy David. Y ahí está Goliat frente a mí. Y lo lanzo. El gatito vuela hacia el pino más alto del jardín. Y sube y sube, como si trepara por las ramas a velocidad supersónica. Luego, desde las nubes, cae lento, a tropezones, golpeando cada rama, cada piña, cada mano verde que intenta salvarlo del golpe brutal que partirá su cráneo, sus pequeñas costillas y sus tripas. Pobre bichito. Ha caído junto a Griseldis. Y la sangre tierna y rosada de Pinky (así se llama el gatito) tiñe el pie del rosal. Como un sudor rojo. Griseldis, escúchame, esta sangre parece ser tuya, tan pálida, apenas perfumada, apenas cuajada, puesta a dormir hasta que la primavera nos alcance. Pinky, alguien te ha arrancado del árbol, como a la piña verde que derrumba el viento del mar. Mi pobre Pinky. ¿Dónde está tu ángel de la guarda? ¿Por qué no voló con sus alas en tu ayuda? Nos mienten, Tedi. Nos mienten a nosotros los niños. Yo no te he mentido, Pinky. Ese vuelo, ese viento en tus orejitas, fue la música que los pequeños gatitos que reptan por el suelo a la caza de ratones, no podrán escuchar nunca. Así vivan cien años y seis vidas más.

Uruguayo, nacido en Montevideo, de 56 años. Casado y padre de un hijo. Ingeniero Agrónomo, Universidad de la República. Participante del Taller de Escritura de Napoleón Baccino entre 2005 y 2011. Publica cuentos en el diario El Pais de Montevideo desde 2008.

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Miguel Angel Olivera Prieto Uruguay LA MUERTE DE

ARCE

En un bar de Salto, dos borrachos apoyaban sus codos sobre el mostrador, cada uno con su vaso de vino. Del otro lado del mármol, el cantinero, más atento al fútbol en la televisión que al consumo de sus clientes, aguantaba el cuerpo en sus brazos abiertos. Uno de los tipos hablaba, como lo hacen los borrachos cuando ya no pueden sostenerse, el otro ocultaba su rostro entre los hombros, apretando su musculatura, de frente al mostrador, rígido. Tres mesas desparejas y algunas sillas antiguas formaban con el resto un breve círculo. En una de las mesas dos vendedores de plaza comenzaban una charla con sus whiskys recién servidos. El más veterano jugaba con los hielos enteros mientras escuchaba a un joven montevideano contando asuntos de familia. Hablaba de Israel, de éxitos de antaño, de una fábrica fundida en el ochenta y dos, de empleados en la calle por los que su «viejo», el dueño, luchó hasta las últimas consecuencias; historias de olvido que excusaban un encuentro casual entre aburridos hombres de negocios, que entraron esa noche, al sucucho más harapiento por puro snobismo. El bar estaba en el centro, hundido entre luminosos comerciales y hoteles. El veterano observaba extrañado un carro enganchado a un tordillo, esperando a alguien en la calle. El animal movía la cabeza cada vez que pasaba un auto a su lado, luego la agachaba, entredormido, como si buscara pasto en el hormigón. Había descubierto, en un juego de miradas cómplices con el cantinero, que el carrero era el tipo de postura estática. El montevideano fue interrumpido por el borracho charlatán que se despedía con divagues alcohólicos, pero el cantinero lo encaminó hacia la vereda. Los hombres de los whiskys quedaron observando por la ventana, absortos, el «vaya para su casa», el «hoy tomó mucho». 100

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Cuando vieron perderse tras una esquina la sombra del hombre que se había ido, fueron sorprendidos por la insistente mirada del carrero, que apretando el aire con sus manos comenzaba a hablar: - A mí me da lo mismo, teniendo pa´l chupe soy feliz. El cantinero, que nuevamente seguía el fútbol de la televisión, intentó silenciarlo: - Acosta, deje que la gente tome tranquila. Sin embargo el veterano hizo un ademán como que no había problemas, y el carrero, ajeno a palabras o gestos, ya había levantado un dedo amenazante y hablaba fuerte: - Lo único que quiero es que no se metan conmigo, yo trabajo y lo que hago es pa´mí, y no le tengo que dar ni pedir nada a nadie. Los hombres, sentados, observaban desde sus distancias. Para el montevideano eran tonterías, pero el veterano vendedor, quizás acostumbrado a encontrar sentido en las palabras sueltas, presintió una historia detrás. - Los milicos están equivocados conmigo - continuó el carrero, achicando los ojos - el gallego es bruto tipo. El cantinero, ahora molesto, hacía saltar una y otra vez el clic de su birome, resignado a escuchar una historia repetida. - Bueno... era bruto tipo, porque quería hacerme decir cosas que yo no sabía. - ¿Qué cosas?- preguntó el veterano al instante, ya que había quedado enganchado cuando escuchó la palabra «milicos». El carrero se tomó su tiempo y luego continuó: - En la comisaría me molieron a palos -acodándose de espaldas al mostrador para no caerse,- ¡pero no hubo donde no me pegaran! -aulló, poniendo, seguramente, la misma cara de sufrimiento que cuando lo sometieron al calvario. Entonces quedó así, quieto, con cara de inminente llanto, un instante. El montevideano sonrió mirando al borracho arrastrar palabras. El veterano, en cambio esperó e insistió: - ¿Quién le pegó? - El gallego –respondió. - ¿Por qué? - Por lo de Arce. Letras con Rostros

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- ¿Qué pasó? - Y... ¡lo mataron! - dijo finalmente con violencia, eructando los vahos alcohólicos y sacudiendo el cuerpo como si fuera a convulsionar. Miró al techo, bebió su vaso de vino de un largo y desesperado trago y volvió a quedar parado como estatua, en medio de un silencio incómodo. En la intimidad del bar las sombras se confundían entre los hombres. Los vendedores se miraron y bebieron sus whiskys más diluidos. Fue el montevideano quien rompió la tregua: - ¿Quién lo mató? - No sé -contestó el carrero sin mirar. - Pero dígame... ¿dónde lo mataron? - ¡No sé! El montevideano, que parecía divertirse, miró fugazmente al veterano y continuó: - Ya que usted sacó el tema, dígame por lo menos... ¿cómo lo mataron? - ¡No sé! - contestó turbado el carrero. El veterano hizo un gesto al montevideano para que dejara la situación en paz. - Que ellos se entiendan, pa eso son todos amigos, es cosa de milicos, a mí que me dejen tranquilo - continuó el borracho. Entonces hizo una pausa y miró al veterano diciéndole, como queriendo entablar una conversación normal: - Mañana tengo que entregar cuatro mil quinientos quilos de leña. El veterano dudó, luego preguntó: - ¿Usted es monteador? - Si... a mí nunca me faltó plata, yo siempre tengo pa´l chupe - y volvió a aullar - ¡pero mire que me dieron mango! El veterano, sin atar la historia aún, preguntó: - ¿Le pegaron en la comisaría? - ¡Pah! - le salió de adentro, y siguió, con cara de sufrimiento - me cagaron a palo. Nuevamente el carrero quedó ido, y siguió contando una historia a nadie: 102

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- El Soca es un tipo sensacional pero me quería hacer decir cosas que yo no sabía -su voz parecía cortada por algún viento otoñal- pero es un tipo serio -y quedó tambaleando, agarrado del vaso vacío, mirando vaya a saber qué. El veterano preguntó al cantinero, suponiendo que el carrero estaba en otra y que no lo escucharía: - ¿Ese Soca también es policía? El hombre hizo un gesto afirmativo, mirando hacia un costado. El carrero seguía separado del mármol, aguantándose en sus piernas. - El Soca me aflojaba la cincha - dijo moviendo las manos, mirando nuevamente al veterano - cuando el otro me mataba a palo, él lo frenaba -, y gritó, - ¡pero yo con la muerte de Arce no tengo nada que ver! El veterano abandonó la charla, pero el montevideano no se aguantó: - Pero... ¿quién lo mató? - No sé. - Pero se acordará dónde lo mataron, ¿verdad? - No sé, no sé - contestó Acosta, cada vez más turbado - yo no lo vi, yo no estaba. Hubo otra pausa. El carrero giró su cuerpo tiritando: - ¿Cuánto debo? Fascinado, el montevideano le preguntó al cantinero, señalando la espalda del carrero: - ¿Hace mucho que está tomando? El cantinero asintió con la cabeza, dándole el cambio al tipo. Sin embargo el carrero volvió a mirar al montevideano, en el preciso momento que el joven le comentaba al veterano: - ¿Y no habrán sido los propios milicos los que mataron a Arce y quieren culpar a este pobre infeliz? El montevideano, que no había percibido aún la creciente irritación del borracho, sintió temor cuando vio los ojos como rayas de furia del carrero, entonces intentó arreglar la situación… - ¿Hace rato que le está dando?-e hizo un gesto con el dedo, como quien empina una botella- ¿viene de alguna comilona?… Pero sucedió lo impensable; el rostro del borracho se desLetras con Rostros

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encajó y sus ojos se llenaron de un odio arrastrado por vaya a saber cuánto tiempo, - ¡¿Qué?! - gritó fuerte. - Nada, hombre... ¿pregunté nada más que si viene de alguna comilona? -contestó el montevideano como un niño. - ¡Mire, a mí nadie me falta el respeto! - ¿Qué dije de malo? - ¡No me falte el respeto, mierda! - gritó con violencia, buscando, seguramente, un cuchillo debajo del saco. Como resorte el montevideano saltó de su silla hacia la pared, gritando. Pero el veterano sujetó con fuerza el brazo del carrero, hablándole al oído: - ¡No pasa nada!, ¡no pasa nada! En tanto el borracho seguía… - ¡A mí nadie me jode!, ¡a mí nadie me jode! El carrero forcejeó un momento más, apaciguándose lentamente, hasta que el veterano lo soltó. Más tranquilo dijo, casi como una reflexión: - ¡Yo siempre tengo pa´l chupe, yo siempre tengo plata, a mí que no me jodan! Y aún agitado, sostenido del mostrador, sentenció: - pero a mí nadie me jode, ¡tamo! Luego hubo un silencio que pareció eterno... Los hombres, respirando ahora tranquilos, se acomodaron en sus sillas, nuevamente. El montevideano quiso dar explicaciones mientras bajaba el último trago de whisky, pero el veterano no lo dejó. - Voy a mear - anunció el carrero, perdiéndose en un corredor aún más oscuro que el bar. El veterano también terminó su whisky, pero despacio. Mirando el carro con el tordillo preguntó al cantinero: - ¿Quién era Arce? - No sabría decirlo... además, eso pasó hace tiempo. - ¿Cuánto? - Algunos años. - ¿Pero, quién era Arce? - No lo sé. - Mire amigo, es simple curiosidad. 104

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El cantinero sonrió. - Está bien, parece que era un prestamista que lo mataron en la ruta 31, cerca de la casa de Acosta. El veterano devolvió la sonrisa. - ¿Así que era un prestamista? - Si. - ¿Y lo acusaron a él? - Y si. - ¿Cuánto estuvo preso? - Como tres meses... pero lo judiaron mucho. - ¿Acosta le debía plata a Arce? Pero esta vez el cantinero hizo un gesto como que no iba a contestar, pero parecía saber la respuesta. Ya había pasado la medianoche. El caballo aún esperaba a su dueño junto a la vereda entre los autos que pasaban más espaciadamente. Los hombres se levantaron sin esperar que volviera el carrero y mientras pagaban sus bebidas, el veterano insistió: - ¿Arce era amigo de los milicos? - Yo que sé, hace tanto tiempo de esto... y bueno, sí, parece que eran amigos. - ¿Y usted cree realmente que este tipo mató a Arce? - No sé, dijo el cantinero mirando la calle silenciosa, el tordillo, las veredas vacías… - él siempre dijo que no lo mató... Esto último comentó cuando ya los vendedores se iban, entonces el veterano volvió al mostrador, junto al cantinero que acomodaba el dinero. - Oiga, nada más andamos de paso, y lo que usted puede saber debió ser la comidilla en Salto en esa época. ¿Qué hubo? - Yo que sé… parece que Acosta encontró a Arce muerto al lado de su auto, en la ruta, y los milicos le echaron la culpa a él. - ¿Por qué? - Y porque a alguien había que echar la culpa. - ¿Pero por qué se ensañaron? ¿Cuál fue el motivo? El cantinero volvió a sonreír, volvió a abrir los brazos sobre el mostrador y asegurándose que no viniera el carrero, dijo finalmente: Un comisario, el jefe de los milicos que casi lo matan, era socio de Arce en algunos negocios, y el día que lo Letras con Rostros

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mataron de un balazo, la plata del prestamista desapareció toda. Era mucha. - ¿Y Acosta? - Y… le encontraron unos pesos en la casa, poca, lo más seguro es que fuera de la venta de leña. Arma, jamás le encontraron, pero a este pobre infeliz lo estuvieron torturando tres meses… usted sabe cómo era esa época. Pero no lograron hacerle decir que él lo había matado. ¿Y los tipos? - Ahí están, ahí andan - contestó, haciendo un gesto con la cabeza hacia la calle. Entonces sí se fueron, justo cuando la tos ronca y hueca de Acosta se iba asomando del corredor oscuro. Ya en la vereda, rumbo al hotel, los vendedores transitaron el centro del pueblo caminando despacio, mirando los silencios, escuchando las sombras.

Uruguayo.Narrador. Artista plástico. Dibujante. Estudió en Escuela Nacional de Bellas Artes. Redactor en Semanario Acción Informativa de Tacuarembó.

Miguel Angel Olivera Prietto

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Nedy Cristina Varela Cetani ESOS FRASQUITOS...

Uruguay

-¿Enrique, viste a la vieja? -Si, ahí va…rodeada de niños como siempre. - No sé cuál es el misterio. Hace poco que apareció por acá y ya tiene a toda la gurisada alborotada. Cuando va para la plaza todos la siguen como moscas a la miel. - Me gustaría saber qué hace allí. Los dos hombres se miraron y como si se leyeran la mente decidieron esta vez seguir a la anciana a una distancia prudencial. A su alrededor los niños giraban alegres y ella extendía sus manos para acariciarles la cabeza o palmearlos en la espalda cariñosamente. El ritual comenzaba al llegar a la plaza. La anciana se sentaba parsimoniosamente sobre el césped que rodeaba la fuente y estiraba una vieja frazada multicolor que traía en una bolsa. Increíblemente los dos hombres veían a los niños dejar de correr y sentarse en orden cerca de la frazada. Parecían estar esperando un momento especial… De pronto la anciana nos miró dulcemente y creo que nos sentimos en «falta». ¡Qué hacíamos allí! Dimos unos pasos hacia atrás y nos sentamos como en penitencia en un banco al costado de uno de los árboles que rodeaban el lugar. Ella comenzó a revolver entre sus ropas y fue sacando frasquitos de colores de diferentes tamaños. Luego habló suavemente mirando a los niños y no pudimos oír lo que decía. Los niños comenzaron a tomar los frasquitos y a destaparlos. Nos pareció que decían algo, un murmullo, como si quisieran que las palabras quedaran en el interior de los frasquitos. Luego cerraban los delicados envases y los volvían a colocar sobre la frazada. La anciana los iba guardando de a uno en el bolsillo de su pollera mientras canturreaba una canción. Letras con Rostros

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Los juegos siguieron y al caer la tarde cada uno se despidió dándole un beso en la arrugada mejilla. -¿Te vas a animar a preguntarle? -Claro que me animo. Después de todo si yo no pregunto, vos nunca lo harías. La anciana con paso lento parecía caminar hacia los hombres que la miraban con insistencia. Al llegar junto a ellos Enrique preguntó- ¿Dígame señora qué son esos frasquitos y por qué parece que los niños guardan palabras dentro de ellos? La mujer los miró sonriente y con una picardía muy especial en sus ojos los invitó a venir el sábado siguiente a la plaza y compartir con los niños un juego inolvidable… -Los espero…-dijo- no falten… Y siguió caminado mientras en una bolsa dentro de su pollera tintineaban unos frasquitos llenos de curiosidad.

MANDAMIENTO Estiró el cuerpo estremecido sobre la cama, apoyó la cabeza, metió como de costumbre la mano debajo de la almohada y se durmió. Las horas transcurrían junto a los golpes de su respiración agitada. Por momentos sus ojos se abrían y se quedaba mirando el techo como un ciego en la oscuridad, tratando de aclarar las ideas. Finalmente el cansancio lo volvía a vencer, no sin antes acomodar nuevamente la mano debajo de la almohada. Un líquido caliente corría lentamente por el costado de su cuerpo. Él lo sintió suave, pegajoso. Había perdido la noción del tiempo mientras el líquido se deslizaba a su lado con un latido imperceptible. La respiración entonces se hizo cada vez más pausada. Un frío comenzó a invadirlo de a poco hasta hacer que sus dientes, unos contra otros, trasmitieran un mensaje extraño en clave Morse haciendo tiritar el silencio. Volvió a abrir los ojos pero la oscuridad le pesaba en los párpados y las paredes del cuarto le oprimían el pecho. Lentamente, sin fuerzas, apretó la mano bajo la almohada. Su cuerpo se sumergía en un magma caliente que lo hun108

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día en la profundidad de un pozo, con la sensación de una caída libre sin retorno. Bajo la almohada, una mano cercenada y pálida repetía con sus latidos: No matarás, no matarás…

SOMBRAS Y ALGO MÁS El hombre tenía un problema, no era como todos los mortales que tienen una sombra única. El hombre tenía cinco sombras. El mediodía duraba poco, pronto se ponían de manifiesto esas prolongaciones oscuras y siniestras (según decían los vecinos) que lo seguían a todos lados. Verlo venir caminando aterrorizaba al pueblo. Algunos le gritaban:¡ ahí viene el pulpo!. Otros se reían de él, muy pocos lo miraban con una tristeza extraña. Sólo una de las sombras obedecía los movimientos de Fermín (así se llamaba este hombre multi sombra). Cuando él se sentaba, la sombra obediente se arrollaba a sus pies, cuando caminaba trataba de seguir el paso, moviendo las mismas piernas oscuras, derecha e izquierda, según el caso y cuando estornudaba la sombra se ponía la mano delante de la cara como corresponde. Pero algo sucedía con el resto de las sombras, parecían tener vida propia. Si Fermín caminaba con la cabeza gacha y los brazos al costado del cuerpo, una de las sombras iba meneando la cabeza, otra levantando los brazos, la otra los giraba como un remolino y la otra iba saltando detrás de él. Verlo venir caminando, era como ver venir una manifestación rara y bastante desorganizada. Sólo la noche ponía paz en su camino y era el único momento en que Fermín tumbado en la cama sonreía recordando haber formado parte de los quintillizos más rozagantes que habían nacido en un pueblo alejado de Galicia, aunque nunca más había vuelto a ver a sus cuatro hermanos.

TODO EN ORDEN El orden era estricto. No quedaba nada fuera de su sitio. Carmiña vivía sola y su soledad también estaba en orden. A veces sacaba las cosas de su lugar para rezongarse a sí Letras con Rostros

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misma. Luego, como una niña asustada, volvía a poner todo donde estaba. Se acostaba cuando el reloj daba puntualmente las ocho. Se quitaba la ropa y la doblaba prolijamente sobre una silla al costado de la cama. Retiraba el camisón impecablemente planchado de abajo de la almohada, se lo ponía y se metía suavemente en la cama. Las sábanas movidas por su cuerpo exhalaban un perfume fresco y agradable. Los zapatos quedaban asomados cerca de la piecera de la cama, uno junto al otro, con las bocas abiertas esperando el despertar de su dueña. Una mañana, cuando Carmiña fue a calzarse notó que uno de los zapatos estaba con la suela hacia arriba. Se sintió indispuesta. ¿Cómo había ocurrido eso? Al día siguiente fueron los dos zapatos que encontró con la suela hacia arriba. El temor se apoderó de ella y no se atrevió a mirar debajo de la cama. Recordaba haber barrido su cuarto por completo hasta dos veces al día. El plato azul con el borde floreado y la taza azul la esperaban siempre con la leche humeante antes de irse a dormir. Despertó esa mañana mirando directamente sus zapatos, pero faltaba uno... Se levantó suavemente temiendo hacer algún ruido. Descalza, tomó un par de pantuflas nuevas guardadas en una caja de cartón. En las mañanas sucesivas, Carmiña veía aparecer y desaparecer sus zapatos. Se levantaba deseosa de ver cuál zapato le faltaba ese día. Había comenzado a disfrutar de un sentimiento mezcla de miedo y extrañeza, de una sensación misteriosa que conmovía su rutina Esa noche, sin saber porqué, Carmiña sirvió dos tazas de leche y dejó una junto al único zapato que apareció ese día. A la mañana siguiente los zapatos aparecieron como antes con la boca abierta esperando a su dueña, ordenados, cerca de la piecera de la cama. Al lado había una nota que decía: «Muchas gracias».

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Doctora en Medicina. Docente. Escritora y Coordinadora de Talleres Literarios. Coordina el Taller Literario de la Academia Artesanal «Sagrada Familia» desde el 2009 y desde el 2012 el Taller del Patronato de Cultura Gallega en el Uruguay. Ha realizado cursos sobre literatura en el CLAEH y en la Facultad de Humanidades. Ha publicado «La hora del señuelo», poemas y «De cuento somos» libro de cuentos. Participó en varios libros colectivos. Sus cuentos fueron escogidos en el 2010 para integrar una Antología Española (UruguayoCanaria) y sus obras integran antología en Editorial Nuevo Ser en Buenos Aires (República Argentina). Obtuvo reconocimientos nacionales e internacionales. Co- conductora desde el 2008 hasta el 2010 del programa de radio «Tiempo de Talleres» emitido por Radio Imparcial y declarado de interés cultural por el Ministerio de Educación y Cultura y el Ateneo de Montevideo. Integra el Taller Literario del Prof. Lauro Marauda y el Taller Literario (virtual) «El Rincón» dirigido por el Prof. Fabián Severo y el escritor y periodista Gustavo Esmoris. Desde el 2010 concurre al Taller de Música y Poesía que dirigen Washington Benavides, Numa Moraes y Mario Paz en la Facultad de Bellas Artes. Varios de sus poemas fueron musicalizados y uno de ellos fue presentado en concierto junto a otras creaciones e integra un CD. Sus poemas también han sido musicalizados y presentados en distintos espectáculos por el grupo «La Bottica». Durante el 2011 integró el espacio «Talleres en pie» que se emitió los días lunes en CX 36, radio Centenario. Integra la Casa de Escritores del Uruguay y el Proyecto cultural «Decires» de la ciudad de La Paz (Canelones)

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Nilza Amaral Brasil

NA VENDA DO VELHO IMIGRANTE Todos os sábados à tarde, o espetáculo acontece. O homem montado ao contrário no pangaré mambembe, agarrado ao rabo do animal, sai pelas ruas do vilarejo, na demonstração gratuita aos poucos passantes que param para um momento de riso. Porém, absortos em seus afazeres, retomam seu caminho, sem atinar porquê aquele caipira de alpargatas, calça rancheira e chapéu de palha, atravessa o vilarejo todos os sábados à tarde, fazendo as palhaçadas em cima daquela égua magra. O ponto de partida e de chegada do caipira montador, é a venda do velho imigrante - cheio de nostalgia de sua Veneza, das gôndolas e do cheiro do mar, da sua terra natal da qual fugira devido à inundação que quase engolira a ilha no ano dezoito. O velho cobra caro pelo gole de cachaça ofertado aos fregueses de fim de semana, os sitiantes que vêm comprar suas mercadorias para abastecer seus sítios. A cobrança é em performance, não em dinheiro. É o ônus pela felicidade que tem essa gente humilde de poder permanecer em seu país, ignorantes às ameaças políticas ou catástrofes da natureza. Depois do quarto ou quinto gole de fernéte, ou no terceiro copo de cachaça, o sitiante faz a vontade do dono da venda, e distrai sua cabeça dos pensamentos da terra de origem, bancando o palhaço de circo, enquanto sua mulher de pele curtida pelo sol da lavoura, com as roupas domingueiras, meias soquetes com os canos comidos pelas alpargatas, espera pelo final do espetáculo de cabeça baixa e olhos fixos no chão. Cada vez que o marido passa agarrado ao rabo do cavalo, imitando os cavaleiros de rodeio, puxando a rédea, fazendo empinar a bunda do animal que relincha de dor a cada puxão do freio, disparando coices para todos os lados, a mulher estampa na face um riso amarelo e insosso. Não é um riso de vergonha ou de opressão. Talvez um amuo de humildade. 112

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O sitiante, consciente de sua responsabilidade de bêbado, com uma das mãos agarrada ao rabo do animal e a outra à crina, ao chegar à porta da venda faz evoluções arriscadas terminando o espetáculo invariavelmente com uma queda espetacular. As evoluções despertam o riso adormecido do velho vendeiro, e tudo se finda sempre com a internação do sitiante na santa casa do lugar, o único hospital disponível. Então se dando por satisfeito, o vendeiro enxota a mulher com as suas mercadorias, ¨xô, xô, xô, vada via, vada via¨. Ela atrela o cavalo velho à carroça das compras e vai providenciar os cuidados médicos para o marido. O vendeiro descarrega a sua infelicidade nos sitiantes e estes usufruem a bebida do vendeiro. Pode-se classificar essa relação como uma relação politicamente amistosa entre duas raças. Depois da apresentação insólita, o velho e o cônsul também oriundi - sentam-se sobre os sacos de batatas à porta do armazém e relembram passagens da terra natal, carregados de emoção, sentimento e saudade. - Alora sono um vecchio, non torno piu, desabafa o vendeiro. - É, somos velhos meu amigo, jamais voltaremos, arremata o cônsul. Muitas vezes as palavras são substituídas por longos silêncios e sentidos suspiros, logo suplantados pelos comentários sobre os patrícios recém chegados, pelos apartes sobre a riqueza dos mais antigos lá na capital. «Temos até políticos», «temos o paisano dos museus», e a conversa sempre termina com os elogios do cônsul ao amigo vendeiro afirmando que este conseguira um pouco do poder da vila, pois afinal é dono dos prédios da prefeitura, da igreja, e da gleba do cemitério. -Mas falta reconhecimento, diz o vendeiro, reconhecimento. Reconhecimento e o cheiro do mar, completa o cônsul. Mais tarde, quando a noite cai e o cônsul se retira, ele recolhe das portas os sacos de estopas de mantimentos, e aí sim, uma pontinha de remorso pela humilhação imposta aos fregueses simplórios, pica-lhe o coração, mas somente por segundos, logo volta toda a inveja pelos nativos da terra e ele sorri feliz pensando nas palhaçadas fazem por um copo de aguardente. Então engole seu fernéte, coloca no velho toca-disco suas óperas italianas, principalmente, a Tosca, e noite sim noite não, toma seu banho quente. Giulia, a mulher do vendeiro, procura a sua terra natal Letras con Rostros

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todos os dias pelas ruas da cidadela. Não sabe quem é, ou quem foi. O espelho lhe mostra uma figura que ela não reconhece: uma bruxa gorda de cabelos brancos. Ela procura pela sua antiga imagem: a bela italiana de pernas grossas e cintura fina. Toda a manhã, depois de tomar o desjejum feito pela empregada, percorre quilômetros em busca da casa de seus pais e de sua identidade. Pára horas, defronte o riacho que divide o lugar, achando que aquele é o Tibere de sua Roma, senta-se sob uma árvore e conversa muito com formigas, ratazanas,borboletas, conta-lhes fatos passados, de como sente falta da sua verdadeira vida que ela não mais sabe onde está. Volta sempre em segurança pelas mãos de algum morador já ciente das suas andanças infrutíferas, para o seu velho marido. Este a olha ternamente, acaricia seus cabelos brancos e compridos enrolados num grande ¨birote¨, e a conduz com cuidado à cadeira de espaldar alto, ¨o trono de minha rainha¨ ignorando o riso abobalhado da mulher que o contempla insegura. Passa a noite ouvindo suas óperas até o sono bater forte. Então, o velho conduz a mulher até o seu quarto e coloca o terço entre seus dedos trêmulos. E ela, fica ali, tentando lembrar o que se faz com aquela fileira de contas que todas as noites o homem que se diz seu marido, enrola em suas mãos, dizendo¨reze, reze, para recobrar a memória¨. Ajoelhada ante a imagem da santa, ela passa as horas, sem saber se é noite ou dia, até que sentindo dor nas pernas, joga-se na cama. Porém, um toque de magia se instala nessa noite surpreendente. Ela não se joga na cama quando vem o cansaço. Fica ali, extenuada, as pernas doendo, os olhos ardendo, apertando aquelas contas, querendo extrair delas a sua significação. Ele apronta tudo para o ritual do banho, esquentando as roupas e a toalha na chapa do fogão elétrico, preparando o copo duplo de fernéte, abrindo ao máximo a água da torneira da banheira, amarelada e antiga, até a fumaça da água quente inundar o banheiro e a cozinha contígua. Então mergulha seu corpo velho e dolorido na água relaxante, e fica horas submerso, bebericando o fernéte, perdido nas recordações no meio a fumaça abundante, pedindo a Deus que lhe dê uma morte sem a dor da vida. 114

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Nessa noite, diferente das outras, um aroma de mar, invade o quarto. Ele liga o seu rádio Galena, uma relíquia. Trazida da terra natal e que funciona quando a sorte ajuda. Entre chiados e interrupções ouve o locutor dizer: ¨ a escória dos países estrangeiros está invadindo o país, os imigrantes, escorraçados de sua pátria de origem, vêm dar com os costados em nossa terra trazendo na bagagem crimes sem punição e costumes inferiores¨. O velho imigrante que não fora criminoso no seu país, e crescera ouvindo seu pai cantar óperas, dá um murro no rádio que para sua sorte em vez de cair na água se estraçalha na porta do banheiro, causando um barulho infernal no recinto silencioso e fechado. Infeliz, o velho dobra a dose do fernéte. E mergulha de cabeça na água tépida, inunda-se de um estranho odor de maresia, e permanece ali um longo tempo. Tempo suficiente para perceber estranhos ruídos de carroça, alarido de vozes, som abafado de bate-estacas, gente se instalando. Ante seus olhos abrem-se imagens futuristas de ruas se formando, vilas aumentando, grandes fazendas se compondo, o dinheiro surgindo. Ainda mergulhado na água assiste as imagens se sobrepondo, a prosperidade chegando, banqueiros se alojando. As cenas persistem, e ele reconhece seus conterrâneos contribuindo para o crescimento da cidade, um deles o que até fundara museus, trouxera exposições de todo o mundo para esse país que os acolhera como a escória, nada diferente do modo que haviam recebido os escravos da África. A água amorna-lhe o corpo, relaxa-lhe os sentidos, e ele se revê jovem, esperançoso, casandose com sua Giulia, aumentando sua família, doze filhos brasileiros, que são marceneiros, alfaiates, comerciantes, e contribuem com seus esforços para a riqueza da nação. O filme de sua vida passa ante os seus olhos até o momento em que sentindo uma dor lancinante no peito ele os fecha para sempre. No seu quarto, Giliua ainda tenta descobrir para o quê servem as continhas enfileiradas. Então sem mais nem menos as palavras da oração brotam-lhe do cérebro e saem pelos lábios e ela recita a Ave Maria com devoção, sentindo umedecerem-se os seus olhos e os da imagem de Nossa Senhora, umidade essa que se transformando em lágrimas de felicidade, encharcam o chão ladrilhado de vermelho. De repente, as palavras esquecidas no Letras con Rostros

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fundo da memória aparecem aos borbotões, faíscas de lembranças da sua terra natal, do navio que a trouxera ao país estrangeiro, do marido que tanto ama, de seus filhos. Mal acreditando na graça recebida, reza fervorosamente, todas as orações que sua família italiana orava unida. E então sim, o anseio de tantas recordações é demais para o seu coração. Abraçada à imagem, ali permanece estática, até que o aroma da água do seu rio italiano predominante no ar, cesse por completo. O estalido do rádio quebrando-se contra a porta volta no tempo nessa noite mágica e o barulho agora ensurdecedor, estremece a casa, entorna a água do banho, que se junta às lágrimas de Giulia e às da santa, inundam a casa, transportam a banheira pelos cômodos todo, pára no quarto de Giulia, recolhe-a e a imagem da santa, em seu bojo, juntamente com o corpo passivo de Giuseppe. Aquele barco improvisado navegando nas águas salgadas das lágrimas misturadas à água doce da banheira, servelhes de leito. Ao amanhecer, os filhos chegam com uma surpresa para os pais. E encontram o casal inerte, com um riso de felicidade estampado nas faces, mais a imagem da santa vertendo lágrimas, boiando na banheira antiga na casa inundada. Não estranham o acontecido, afinal ainda perdura a mágica do tempo. São enterrados, em um grande ataúde, dignos de um imigrante que gosta de óperas. A imagem da santa vertendo lágrimas é colocada sobre o túmulo. Como homenagem ao vendeiro, os sitiantes chegam, embebedam-se com aguardente, e seguem o féretro fazendo as habituais palhaçadas sobre os seus pangarés, diante dos olhares das mulheres de pele curtida ao sol da lavoura, orgulhosas de poderem contribuir para a regozijo do acontecimento. Dessa vez os passantes param para prestar a última homenagem ao casal que se fora, e reverenciar-se aos pés da imagem da santa que chora. A pedra de mármore, a surpresa que não chegou a tempo, serve como lápide, e nela se lê: ¨A Câmara Municipal homenageia o senhor Giuseppe Ancona e família, e os considera cidadãos brasileiros em reconhecimento por haverem contribuído para o progresso da cidade.¨ O último a se retirar é o cônsul italiano, abatido e desapontado. Afinal o pedido feito à Câmara dos Vereadores não fora atendido em tempo útil. 116

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Ao acariciar a lápide com saudade, um odor de maresia penetra-lhe as narinas, os botões de rosa recém plantados abremse em flor, ao mesmo tempo em que uma grande paz acalma o seu coração. Passando pelo portão de ferro, não resiste à saudade e virase para um último olhar. E dessa vez lá estão Giuseppe e Giulia abraçados sobre a lápide do túmulo. Acenando daquela distância, o casal lhe parece extremamente jovem. Ainda perdura o estranho toque de magia. Nunca a nostalgia da pátria doera tanto no coração de um cônsul. Brasil. Autora de 8 libros y coautora de otros dos. Colaboradora del periódico online Baguete y USABRAZIL de Miami. Colaboró en los órganos de prensa Folha de São Paulo, Jornal Alphanews, A Tribuna en São Carlos. En relación a sus obras recibió premios y de la crítica: Ignácio de Loyola Brandão, escritor y Galvão Ferraz, critico, aplaudieron su obra: A Balada de Estóica, publicada en 1980 y la editora Escrita otorgó el premio ¨Ficção Escrita 84¨a la novela: O dia das Lobas. Recibe el premio ¨Afif Domingues¨ de la Associação Comercial de São Paulo con su cuento Marola que vai e vem y el premio de mejor cuento SENAC/Vertente por Os Terrígenos, publicado en Dez Contos sobre o Trabalho en 1990. Se proyectó en la vida literaria levantando la bandera de tema social y crítica de la época, con sus novelas que retratan la realidad de su ciudad: Modus Diabolicus, novela publicada en 1992, Amor em Campo de Açafrão, en 1988 y O florista, publicada en 1997. En el género infantil A história maravilhosa de Pedro Voador publicada en la Internet, que ella misma tradujo. El Florista, fue publicado en Madrid por Dr. Domaverso editor y en Montevideo por aBrace Editora. Ingresó en el proyecto O Escritor na Biblioteca en 1993. Fue nombrada vicepresidente de la Union Brasileña de Escritores en 2008/2010.

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Nilza Amaral 117


Norma Maquillón Vera Ecuador

AGOSTO FATÍDICO Descargas eléctricas iluminaban la casa situada en la colina. La lluvia era torrencial aquel diez de agosto, mes más gélido del año. Pleno invierno. Yo pasaba por la ruta, a treinta kilómetros por hora. El viento fuerte formaba remolinos. El silbido hacía más tenebrosa la noche. Una chica salió a la pista, de entre los árboles que rodeaban la casa. Pedía auxilio. El vestido blanco, mojado y adherido al cuerpo, traslucía una figura de quizás apenas dieciocho años. Paró en medio de la ruta. Frené a poca distancia de su cuerpo. Salté de la camioneta, mientras ella corría a mi encuentro. De la oscuridad, agazapado, saltó un joven al borde del camino. Un revólver en la mano derecha apuntó hacia la chica. Cayó al pie mío vestida de rojo. Un disparo en la cabeza cegó su vida. Quedé paralizado ante la escena dantesca al momento que un coche picaba las gomas, en el asfalto con estrepitoso chirrido. El asesino había escapado. El eco traía el sonido amortiguado del coche que se alejaba. Tomé en brazos a la chica de rostro ya desfigurado. El cráneo partido. Como huellas en el piso, quedaban trozos de masa encefálica. Subí la colina casi a tientas. El viento mecía los faroles, ventanas, y la puerta principal de la casa. Entré, apoyé el cuerpo inerte en la alfombra del living. Busqué el teléfono. Llamé a la policía. Quedé parado al pie de ella. Giré lento en busca de algo, sin saber qué. Al ver las manos y el traje ensangrentado, me invadió escalofrío por el pavor. El ruido de la tormenta se desvaneció con las sirenas de los patrulleros y ambulancias. Dotados de linternas, paraguas 118

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negros, botas de lluvia, más revólver en mano, entraron a la casa. Me pidieron levantar los brazos y permanecer inmóvil. Una mujer vestida de blanco, introdujo la mano derecha en un guante de jebe, luego posó los dedos en la yugular de la joven. ¿Acaso no era evidente que yacía muerta? Contesté con no sé, la mayoría de las preguntas. Un policía escribía sobre un papel mojado, apoyado en una tabla, agarrado con un enorme clip. Me esposaron con las manos atrás de la cintura. En una bolsa negra introdujeron el cuerpo de cabellos rubios. Me llevaron hacia el patrullero. Las luces azules de emergencia se confundían con los rayos y relámpagos. Permanecí en silencio. Ayudados con las luces de linternas, los policías buscaron huellas fuera de la casa, mientras otros tomaban pruebas en el interior. Miré alrededor… en la memoria grabé imágenes, como película de terror.

En el puesto policial me empujaron dentro de una celda. Esposaron las manos, esta vez colocadas hacia adelante. Balbuceé el nombre de mi mujer y del abogado. Clavé el rostro en las manos esposadas. Cerré los ojos, mas la imagen de la chica que corría hacia el auto se repetía como escena de película, tanto en cámara lenta, como en tiempo real. Me pareció que el reloj se detuvo en el tiempo, hasta que apareció Denise. Esposado, como pude…caí en sus brazos. -¿Qué hiciste Paul? -alcancé a escuchar. ¿Quién era esa chica?, ¿Quién era? -repetía ella. -No sé. Fue un accidente -dije ahogado en llanto. No pude reaccionar ante las preguntas de Denise. Dominada por la histeria, no era capaz de escuchar los hechos. Sentí ser el asesino, culpado por mi esposa. Walter palideció al ver la ropa ensangrentada. Trajinaba de un lado a otro, hablaba con el jefe policial en tono tan bajo, que no logré entender argumento alguno.

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Perdí la noción del tiempo. Permanecí en la celda un par de días, calculo. Walter apareció acompañado de un séquito de policías. -¡Estás libre! Está todo claro -me dijo. Encontraron en camino hacia Guasón, un chico con un tiro en la cabeza. Entre la ropa había una carta donde confesaba haber matado a Iliana Dimitri por celo pasional -agregó. Han transcurridos algunos años. La lluvia golpea el ventanal facetado de la oficina. La tormenta trae el recuerdo de Iliana, aquél fatídico agosto.

(Guayaquil 1947). «Cuando nací, el colchón de la cuna no solo estaba relleno con los copos de algodón cosechados por el abuelo, sino también con las poesías en borrador de mi padre, los pentagramas de las poesías musicalizadas, y algunas páginas con líneas en blanco, en espera de románticos versos». En 1971 emigra a Uruguay, 1981 a Perú, 1995 regresa a Uruguay, donde se establece. Participa como coautora en: edición del libro GRUPO ERATO 60° ANIVERSARIO POESIA Y PROSA, la publicación de ACROSTICOS GRUPO ERATO 61er. ANIVERSARIO, la publicación del plegable de poesía aBrace N° 12012.

Norma Maquillón Vera 120

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Omar Mir Uruguay

LAS LÁGRIMAS «Duerme, duerme negrito, que tu mama está en…» Doña María cantaba al nuevo hermanito del Julián. En la casa estaban todos contentos y en mi casa también porque doña María es comadre de mi mamá y se quieren mucho, y también se ayudan en lo que pueden, que es bastante poco, porque nosotros somos pobres, y ellos tironean, como dice mi padre. Fue lo único que pude escuchar por la ventana, porque en ese momento el Julián salió al callejón. Yo estaba queriendo que el Julián viniera, porque necesitaba que me acompañara hasta la panadería de allá abajo, aunque prefiero ir a la de allá arriba, pero a mi madre no le gusta el pan de esa panadería porque es más caro. Es más rico también. Pero si yo le digo eso, ella me pregunta si no quiero comer el pan de la panadería de allá abajo, Y yo no le digo nada porque más prefiero comer, que otra cosa. Al Julián lo necesitaba por si andaban por ahí los de la barra del arroyo, que a veces me traen cortito. Si él iba solo, pasaba lo mismo. Pero si andábamos juntos, nadie se metía y hasta nos animábamos a desafiarlos. Por eso me alegré que viniera. Pero a él lo habían mandado hasta casa a pedirle a mi abuela que pasara por lo de doña María para que la ayudara con el negrito chico –que le pusieron Cristaldino igual que el padre– porque andaba medio con diarrea. Yo me quedé en la calle para que no me viera mi madre. Pero me vio mi abuela, que parecía que estaba esperando que en algún lugar la necesitaran para algo, y cuando el Julián le habló de la diarrea, dijo: «pobrecito», que yo ya se lo había escuchado otras veces cuando hablaba del Cristaldo con mi madre. Después me dijo bien fuerte: «¿Todavía no fuiste a la panadería?» La sintió mi madre y gritó desde la cocina: «Si todavía está por aquí, lo llevo de una oreja hasta la panadería.» Yo corrí para la esquina porque si mi madre dice que Letras con Rostros

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me lleva de una oreja, me lleva. Un día me llevó hasta el almacén, que es más cerca y Carlitos el almacenero, que a veces nos fía y otras veces también, le dijo: «No le pegue, que Julito es de los más buenos del barrio.» Y ella le contestó: «No, si no le estoy pegando, sólo le estoy enseñando donde queda el almacén de Carlitos.» Y todos se reían, menos yo que ya tenía la oreja como ardiéndome. Por eso esperé al Julián en la esquina, que después de acompañar a mi abuela hasta la entrada del callejón, se vino a acompañarme. Desde lejos vimos que los de la barra del arroyo empezaban a moverse y algunos se refregaban las manos como diciendo: «Ahora van a ver.» Al principio nos reíamos de las macacadas que hacían, pero cuando nos acercamos, se pusieron delante de la puerta de la panadería y a nosotros no nos gustó nada. Entonces dimos la vuelta más que ligero. Estábamos a salvo de la barra del arroyo pero no de mi madre, que no entiende nada de líos de barras. Entonces el Julián se acordó que cruzando General Flores, como tres cuadras, había una panadería de pan barato. Para no pasar por mi casa dimos toda la vuelta, pero nos topamos con mi abuela que iría a hacerle algún mandado a doña María y que nos miró como si no nos viera. A mi me quedó la duda y al Julián, no sé. Me las veía venir pero no dije nada. Compramos y volvimos corriendo. Yo sabía que había demorado mucho y mi madre estaría enojada. Cuando iba entrando con Julián pegado a mis talones, salía de nuevo mi abuela –que andaba volando– hacia lo de doña María. Me extrañó que fuera vestida como cuando va a misa. Nos miró, y de nuevo no quiso vernos. Mi madre estaba en la cocina. Me sintió llegar y vino a alcanzarnos sin decirnos nada. Yo se que si mi madre está enojada, me lo hace sentir enseguida. Por eso me pareció que había algo raro. Cuando le estiré la bolsa de los panes, los agarró con una mano y con la otra me acarició la cabeza. Después acarició al Julián y le dijo despacito: «Vaya m’ijito para su casa, que tal vez lo necesiten.» A mi madre se le empezaron a caer las lágrimas y al Julián también. Cuando salió, mamá me dijo que al hermanito del Julián, Dios lo había llamado desde el cielo. Entonces salí corriendo para alcanzarlo. No sabía por qué, pero quería estar cerca. No llegué a tiempo. 122

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Tampoco me animé a entrar al rancho. Por la ventana, escuché a doña María que le cantaba al angelito: «Duerme, duerme negrito, que tu mama está…» Y no escuché más. Salí corriendo para casa y me abracé a mi mamá que seguía sentada en la cocina, con una lágrima.

Nació en el barrio Brazo Oriental de Montevideo en el año 1934. Tempranamente (14 años) se incorporó a la industria del metal, participando –en el viejo «Boston Boxing Club»– del Congreso de Unidad Metalúrgica que diera creación al S.U.M.M.A. y posteriormente a la U.N.T.M.R.A. Como producto de su participación en las luchas sociales y políticas (PC) estuvo -en tiempos de la dictadura- nueve años recluído en el Penal de Libertad. Cree que allí, sin saberlo en aquellos tiempos, pero habiendo leído más de mil títulos «para evadirse» descubrió sus posibilidades literarias. Su primera obra fue el libro: «Mi cometa de papel de estraza» que prologara el escritor Mauricio Rosencof. Su segundo libro: «El penal de Santa Elena» fue prologado por el escritor Washington Benavidez. En el transcurso de estos años ha obtenido 16 premiaciones en narrativa y 4 en teatro. Actualmente coordina el Taller literario «El Águila» y el taller de «Técnicas de escritura» promocionado por la Biblioteca Idea Vilariño. Ambos con asiento en Atlántida – Canelones. Recientemente 2012, publicó «Sacatierras y otros botijas» cuentos editados por aBrace.

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Paulo Valença Brasil

A CALÇADA VAZIA 1 De bermuda, camisa e tênis desbotados, a barba apontando, o cabelo encaracolado crescido, a pele mais negra, o olhar tristonho, ele se senta na calçada à esquina da antiga mercearia de Elísio (hoje apenas servindo como depósito de bebidas) e, acendendo o cigarro observa o que ocorre na rua estreita e nas residências nas laterais dessa. Depois, informará a «novidade» que virá com a «batida policial» repentina; se alguém surge para vender a «droga» ou se «tramam» um assalto... Tudo analisa como bom «espia» e repassador da recente «notícia»... - Fez bem em me alertar Bibiu. Toma pra o refrigerante. A cédula. A mão de unhas sujas que a acolhe. Os olhos de repente com novo brilho e a voz baixa, no agradecimento: - Obrigado Chicão. Esse sorri e, despachando-o: - Pode ir. Qualquer coisa me avise. - Certo irmão. A figura alta, magra, deixa a sala, enquanto Chicão reflete. Um pobre coitado para a sociedade, contudo, leal informante, valor à «Associação».

2 O grupo de sempre se reúne no terraço da venda do Tonho, para conversar e beber, na descontração domingueira. Ali, ele, Bibiu, obterá as recentes «novidades» para depois as repassar ao Chicão, então, se ergue. 124

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Calmo se avizinha do grupo de amigos e sentado no meiofio da calçada, põe-se alerta, ouvindo o que falam. - Eu soube que a droga tá solta aqui no bairro. Diz o sujeito baixo, gordo, amulatado Seu Isael. Os outros três escutam-no interessados. Isael prossegue falando: - Comentam que são esses jovens que ficam pelas esquinas até pela madrugada, que recebem e repassam a «mercadoria». O silêncio conveniente. E Seu Mário, então, baixando a voz: - Também já ouvi isso, mas, vamos apelar para que os nossos garotos daqui da rua não entrem nessa onda perigosa. E, vamos conversar mais baixinho... Com os olhos faz o sinal à figura de Bibiu, no meio-fio. Cabisbaixo. Silencioso. Disfarçando o interesse no que eles falam. - Certo. Entendi. Tornam a falar, se policiando, temerosos que são de uma repentina traição.

3 A calçada vazia. O grupo reunido. A conversa. A descontração. A cerveja. E, de repente, Seu Isael sorrindo, indaga aos amigos: - Vocês souberam? - Não, o que houve, criatura? Indagas Seu Mário, na curiosidade de sempre. Então, o outro: - Encontraram o Bibiu morto, na Mata do Passarinho, aí de Olinda. - O quê? E... - Pois é. Falam que foi gente do tráfico que «queimou» ele. O silêncio. A perplexidade. - Comentam que ele era «informante» e deve ter dado uma «dica» furada e pagou com a própria vida. O silêncio permanece. - Mas, vamos beber! Quem morreu que descanse em paz. Letras con Rostros

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Bebem. Distraem-se. Enquanto a manhã de domingo vai passando com a rua agora mais movimentada de carros, motos, bicicletas e pedestres e... Na esquina adiante, a calçada da mercearia está vazia, na denúncia de quem não mais faz parte deste mundo.

Autor paraibano de livros de contos, novelas e romances: premiado nacionalmente; Verbete em Dicionários Biobibliográficos de Escritores Contemporâneos; Membro de diversas instituições literárias; Consta em vários sites; Reside em Recife/PE

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Pedro Franco Brasil

ESPECIAL VERNISSAGE Pela primeira vez empenhou-se para que a mídia valorizasse uma exposição. Planejou ser a última, mas não comentou a intenção. Como chamariz foi divulgado que nenhum quadro seria visto antes do vernissage. Ficariam cobertos e eletronicamente seriam descobertos. Um a um. O mistério percorreu o meio artístico. JC Plácido trancou-se no atelier e pintou demoradamente os quadros. Apenas uma pessoa conhecia um dos quadros. Vera, sua mulher, pois servira de modelo para esta pintura. -Plácido, você não acha que está me pintando como se ainda tivesse vinte anos? -A pintura expressa o que o pintor sente. Quero pintar desta forma e estou caprichado ao máximo. A mulher estranhou a resposta, pois julgou que nas últimas semanas olhava-a de modo diferente, como se estivesse magoado. Continuava deixando-a gastar e isto era o que lhe interessava. Pintor e agente eram de poucas palavras. Um dia seu agente, Eliseu, bebeu além da conta em jantar de amigos e soltou a língua. -Nunca entendi porque Plácido ficou casado com Vera. Mulher nunca lhe faltaria. Ela sempre usou o marido, um marido apaixonado e que lhe deu tudo. JC Plácido estourou tarde para o sucesso. Muitos pintam bem, mas poucos conseguem transformar arte em dinheiro. Van Gogh serve de exemplo. Vendeu apenas um quadro em sua triste vida. Em contrapartida pintores medíocres conseguem fazer sucesso, também por vários motivos. Em arte muito acontece por acaso, ou embuste. No início da carreira JC Plácido cansouse de pintar e não conseguir dinheiro para comer, ou morar, Letras con Rostros

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bem. Alugava um modesto quarto em pensão na Lapa e nem sempre podia fazer duas refeições por dia. E, quando conseguia, era porque também fazia ilustrações. Por sorte, na exposição de amigo, conheceu Carmencita, que caminhava para o ocaso social. Morrera-lhe o marido e por sua morte deixara de ser rica. O prestígio neste tipo de sociedade é mantido com reais. Não tendo como pagar um pintor de renome e batendo-lhe o capricho de se ver pintada, Carmencita contratou JC e pediu que fosse inovador e ousado. Talvez não soubesse o que era ser inovador, ou ousado, em pintura. Plácido era pintor de formação clássica e que precisava comer. Resolveu pintar Carmencita da forma tradicional, só que em volta o ambiente, se é que podemos chamar aquilo de ambiente, era surrealista. Carmencita adorou a pintura. Tinha fisgado um espanhol rico e voltara a ter dinheiro. Colocou o quadro na parede principal do seu apartamento de oitocentos metros quadrados na Avenida Vieira Souto. Tendo dinheiro e dando festas, viu de novo circular a sociedade mais badalada do eixo Rio São Paulo por sua sala. E choveram encomendas para o pintor, que virou moda. Pintava damas da sociedade em ambientes surrealistas. Muitas mulheres interessaram-se pelo pintor e JC só se interessou pela moça que manicurava as unhas de Carmencita. A de novo rica era extrovertida, romântica e adorou ver seu pintor protegido interessado por moça pobre, bonita, de poucas letras e que fazia unhas muito bem e adulava-a constantemente. Carmencita era supersticiosa e julgou que fora o quadro, pintado por JC, que lhe trouxera de novo a boa sorte. Vera tinha vinte e três anos, era divorciada de um ex-jogador de futebol, que se machucara e tivera que encerrar a carreira. Perdendo a profissão e a possibilidade de bons contratos, ficou sem Vera. JC era solteiro e estava com trinta e cinco anos. Carmencita patrocinou o casamento e Eliseu, seu primo, foi o padrinho do noivo. Eliseu, com base na venda dos quadros do JC, lançou-se como agente e ficou sendo o melhor amigo do pintor e seu único «marchand». -Aquela mulher foi um atraso na vida do Plácido! Cala-te boca, que já entrou muito vinho. Posso dizer que nunca tive amigo 128

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como ele. Deu-me muito dinheiro a ganhar e, se sou agente conhecido, devo-lhe tudo. Grande pintor e melhor alma ainda. Merecia mulher melhor. Indagado pelos da roda se era só mau gênio, ou havia mais sobre Vera, fingiu não entender e representou estar mais bêbedo. Não quis mais voltar ao assunto mulher do amigo. Não perdeu a oportunidade de fazer propaganda da exposição. -Só estou interessado na próxima exposição do maior pintor vivo do País. Vai ser um sucesso extraordinário, prometi. Vamos fazer uma festa nunca vista. Pena que Plácido encasquetou que só vai expor oito quadros e quando decide, não muda de ideia. Os preços dos quadros vão ser astronômicos. Eliseu sabia de três traições de Vera e desconfiava de outras tantas. Não sabia se JC descobrira que era enganado. E nem Eliseu conhecia da missa a metade. Vera havia picado um quadro do marido, porque tivera fingidos ciúmes da modelo, que se parecia com ela. Se não fosse parecida e mais bela, nem se importaria. Verdadeiro ciúme nunca sentira e se o dinheiro aparecesse, até para pagar suas notas nas colunas sociais e permanentes gastos, o resto não importava. Plácido poderia andar com quem quisesse, desde que fosse discreto. Vera tentara enredar Plácido com outros pintores e vendera quadros por um valor maior, passando por cima de Eliseu e dando ao marido muito menos do que recebera. Nunca cuidou da casa. Quando o velho espanhol deixou Carmencita, Vera intrigou-a com vários amigos e Carmencita morreu triste e longe da antiga roda. Só Plácido e Eliseu, que era seu primo, deram-lhe apoio até o fim. Vera queria sempre mais e mais dinheiro e Plácido só tinha reservas financeiras, porque Eliseu conseguira salvar algum dinheiro, sem que a mulher soubesse. Investiu-o para Plácido de forma segura. Nem Eliseu sabia o que Plácido por acaso descobrira. Logo após o primeiro ano de casamento Vera passara dois meses viajando pela Europa com uma amiga. Fora para uma viagem de quinze dias e protelara a volta. Uma carta desta amiga, esquecida em gaveta pouco usada, foi encontrada por JC. A amiga, que morava na Ilha da Madeira nos últimos dez anos, lembrava na carta do aperto Letras con Rostros

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que passaram na Europa, quando Vera, pretextando fazer um curso de esteticista, havia saído do Brasil para abortar na Suécia. Sempre dissera a Plácido que era estéril. Em verdade temia perder a beleza com a gestação. O maior desejo de Plácido na vida fora ter um filho. E Vera fora abortar seu filho. Plácido tinha absoluta certeza de que só após o primeiro ano de casamento os sinais de infidelidade tornaram-se evidentes. Aquela criança abortada seria o filho tão desejado. O abortamento complicara, teve que ser internada e só pode voltar ao Brasil, quando se recuperou completamente. A carta da amiga, que pedia dinheiro à Vera, rememorava as dificuldades na viagem. A carta fora espécie de chantagem nas entrelinhas. Vera, depois dos iniciais quinze dias, telefonara, pedindo licença a Plácido para demorar mais, para fazer um importante estágio em clínica de esteticismo em Paris. Ao ler a carta da amiga, Plácido pensou em matar Vera. Tudo o que tinha passado de ruim naquele casamento, onde entrara com amor e só tivera decepções, veio à tona. Percebeu logo que matar não era de seu feitio, ainda que estivesse pela primeira vez na vida com raiva. Sua vingança seria feita por intermédio de sua arte, pensou. Arte da qual a mulher vivera e abusara. Usou todos os conhecimentos acumulados durante aqueles anos de glórias, para fazer da exposição um sucesso. Vera, por puro interesse e vaidade, já que o primeiro quadro da exposição seria um retrato dela, usou seu prestígio para divulgar o evento. Eliseu escolheu o palco de conhecida casa de espetáculos na Barra da Tijuca e montou a exposição. A melhor sociedade do eixo Rio São Paulo e mesmo do exterior foi convidada e veio. Vera importou um vestido Kenzo e finos acessórios italianos. Comprou um caríssimo colar de esmeraldas, para estrear na grande noite. Pagaria depois, quando os quadros da exposição fossem vendidos e com ótimos preços. Já pensara como passar Eliseu para trás e fazer diretamente os negócios. Ela e o quadro, que a retratava, seriam os pontos altos do vernissage, era sua ideia fixa. Pretendia com seu desempenho conquistar um ator de televisão, que estava fazendo sucesso na novela das oito, ainda que fosse dez anos mais moço. Quem sabe se seria a hora 130

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de largar o marido, que devia entrar em decadência artística em pouco tempo. Plácido iria deixar de produzir dinheiro. Quase regredira na vida, quando o jogador de futebol lesionou-se definitivamente. Teve até que fazer unhas de madames e bajulá-las. Não voltaria à pobreza, disto tinha certeza. Vera foi a sensação da noite. E era a modelo também, sem saber, de todos os outros sete quadros. Seis telões mostrariam o que ocorria no palco. Casa lotada e o alto mundo das finanças e das artes representado. Comida e bebida em quantidade e qualidade raramente vistas. Burburinho permanente. Holofotes em cima das pinturas cobertas. Já saíram do atelier embaladas e pelo próprio pintor. Rufar de tambores. Eliseu, a pedido de JC, comandava o espetáculo. Param os tambores. Baixa um silêncio de expectativa e os oito quadros são lenta e gradativamente descobertos. JC Plácido nunca pintara com tanta arte. Um a um os quadros foram sendo mostrados e Vera apareceu envelhecendo mais e mais em cada tela. Em volta dela, como nas pinturas anteriores de sucesso, imagens surrealistas. Os quadros macabros apontavam com sutileza e simbolismo os defeitos morais da modelo. Quem não conhecesse sua vida, não entenderia o recado completo, mas perceberia o flagrante envelhecimento e a amargura do pintor em relação à mulher. No último dos oito quadros Vera estava cercada por fetos abortados. Velha, feia, desdentada, escaveirada. Indubitavelmente Vera. Os quadros mostravam a progressão da decadência física e moral da mulher. JC era fã de Oscar Wilde e seu Retrato de Dorian Grey. O silêncio no grande salão foi quebrado repentinamente por estrondosa gargalhada. Depois desta outras vieram e estabeleceu-se tumulto geral. Vera não ouviu o resto, pois desmaiou após a primeira gargalhada. Antes do primeiro quadro ser descoberto, JC saíra da exposição e estava a caminho do aeroporto. Viveu com outro nome em pequena cidade da Provença, sem saber do resto da festa e de como se portaram os demais implicados no seu drama. Morreu incógnito e nem Eliseu soube do seu destino. Plácido viveu como carpinteiro, tendo comprado Letras con Rostros

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uma pequena casa, no início do planejamento da sua última exposição, com as aplicações que Eliseu salvara. Mudou completamente o visual, passou a usar óculos, dos quais não precisava. Emagreceu gradativamente cerca de dez quilos. E nunca mais quis saber de pincéis, tintas, ou amores. Ainda que sonhasse muito com seus últimos oito quadros. Os sonhos davam conta dos dias em que pintara aquelas telas e da gana e prazer que sentira. Ainda que em muitos momentos os sonhos mostrassem que tintas e lágrimas estavam misturadas na palheta do pintor.

Nome literário Pedro Franco. Cardiologista. Professor Emérito da UNI-RIO. Emérito da Academia Brasileira de Médicos Escritores, Mérito Cultural da UBE e ABRAMES. Livros: 8 de contos: Verona (1961), Elas (1981), «Petrópolis: Junqueira e Nogueira (1993) Se Alguém Rir, Paro de Falar (1999), Ao Mesmo Tempo (2002), melhor livro de conto de 2003 da AMULMIG), Dezessete Contos Premiados (2004) – prêmio João Fagundes de Menezes da UBE – melhor livro de contos de 2004), A Última Exposição, prêmio Anibal Machado da UBE, para o melhor livro inédito de contos, 2006. Já sem os adereços, Medalha Harry Laus da UBE, para o melhor livro inédito de contos, 2008. 5 de crônicas, 2 peças teatrais e 106 participações em coletâneas. Prêmios literários: contos 203, crônicas 124, poesias 52, livros 15, ensaios 13, peças teatrais 5. Sendo destes 17 prêmios internacionais. 7 publicações pela aBrace editora. Em publicações médicas: 103.

Pedro Diniz de Araujo Franco 132

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Raúl Ernesto Larrosa Ballesta Uruguay

LA PRIMERA TRANSMISIÓN RADIOFÓNICA INTERCONTINENTAL BILINGÜE Esta historia ocurrió allá por finales de los años 50. Desde Buenos Aires el club Boca Junios de fútbol inicia una gira por Asia y África y acompañaba la delegación Faustino Pérez Muñoz, periodista y relator de Radio del Plata. En ese momento desde Río de Janeiro, parte en gira por Centro América, Oceanía y África el Botafogo Club de Regatas que llevaba junto a la delegación, al periodista y relator Cassiano Arruda Sampaio, de la Radio Piratininga. En esa época eran muy difíciles las comunicaciones y desde algunas parte del planeta era imposible cualquier tipo de comunicación, las noticias demoraban en llegar, de manera cablegráfica, por telex, teletipos, esas cosas que hoy en tiempo real, internet, mensaje de texto y comunicación on-line, nos parecen de museo. Cuando acabaron las giras de los dos equipos, ambos se encontraron para jugar un amistoso entre sí, en un país de África Central que se encontraba en guerra civil. El dictador del momento necesitaba del fútbol para mejorar su imagen (vaya novedad); pero toda la organización estaba a cargo del tenebroso Coronel Maboto, que lo primero que hizo fue colocar anuncios con fotos de los jugadores argentinos y brasileros en diarios y revistas, donde ellos pedían un alto al fuego con la guerrilla, para que el partido se pudiera jugar. Logrando esto el Coronel Maboto salió en busca de un juez para el partido, cosa difícil, porque del gremio de árbitros que tenía 500 jueces, 495 habían sido asesinados, 5 escaparon y estaban en el exilio. Maboto fue al puerto, escogió un barco con bandera americana (era panameño), subió con su escolta a bordo, hizo formar la tripulación y ordenó que quien supiera jugar al fútbol diera un paso al frente. Varios se adelantaron y el coronel Letras con Rostros

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comenzó a preguntar cosas tales como: ¿sabe jugar al fútbol?, ¿conoce el reglamento?, ¿sabe soplar un pito? Así desfilaron varios candidatos, hasta que llegó el turno de un mulato zambo, con piernas chuecas, que dijo llamarse Cipriano Velázquez y era de Uruguay. El coronel paró la oreja: ¡Opa!, un uruguayo arbitrando un partido de los campeones de Argentina y Brasil es lo más recomendable en el mundo. Así, de esta manera tan singular, fueron elegidos los árbitros de tan importante compromiso. Pero aquí comienza la verdadera historia de la primera transmisión internacional bilingüe, porque en aquella ciudad se disponía de apenas una línea de transmisión, que debía ser compartida por los dos relatores, las dos radios, las dos audiencias, en dos países con dos idiomas diferentes. Comienza así: -Muito boa tarde amigos da Radio Piratininga, hoje estamos compartilhando a transmissão com o irmão argentino Faustino Pérez Muñoz/Buenas tardes audiencia de Radio del Plata, efectivamente en simultáneo para Río y Buenos Aires, transmitiremos este partido que será arbitrado por el internacional uruguayo Cipriano Velázquez ¿Ud. conoce a este juez, Aruda Sampaio?- Nunca escutei falar nesse juiz, esperamos ter uma boa arbitragem. Y así comenzaba esta primera transmisión radiofónica intercontinental bilingüe. Escuchemos a los relatores al final del primer tiempo: - Un partido muy pobre y muy violento están jugando Boca Júnior y Botafogo con un 0 a 0 merecido, por el poco fútbol mostrado. Y el carioca decía: -Acabou o primeiro tempo com uma péssima arbitragem, o juiz devia ter mostrado algum cartão vermelho, para os argentinos que cassaram impiedosos a Garrincha e Ademir. En el segundo tiempo nada mejoró, al contrario, todo empeoró: la temperatura llegó a 45º, la humedad a 95%, las nubes de mosquitos dejaban nerviosos a los 120.000 espectadores que comían pequeñas frutas y tiraban los carozos al campo de juego, los cocodrilos en un foso con agua sobre una cabecera ya se habían comido dos pelotas, Rattin, Marzolini y Da Guía tuvie134

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ron que correr atrás de unos monos que se robaron el banderín del corner. ¿Y que decían nuestros amigos cuando acababa el partido? - Acaba o jogo minha gente, Botafogo mereceu ganhar, foi implacável, a Garrincha somente o paravam na paulada, ele, o juiz devia ter expulsado a metade do time argentino, um grande filho da puta esse juiz! ...Viu, Perez Muñoz... - Gracias Sampaio Correa, el partido fue muy malo Boca Juniors pudo ganarlo pero el juez no vio un penal clarísimo a favor de Boca... Y así terminaba la primera transmisión internacional radiofónica bilingüe. Como ven, tanto en la ficción como en la realidad, la historia se repite, siempre que brasileros y argentinos se enfrentan y disputan por algo, si hay un uruguayo cerca, seguro que paga el pato.

ENEMIGO OCULTO Él sabía que no soportaría otro ataque. Aquel enemigo oculto insistía en hacer un infierno de su vida. Comenzó arrebatándole su familia, los amigos, el trabajo, su sano juicio, ahora quería llevarle también la vida. El decidió que debía atacarlo allí, dónde más le doliera. En aquella madrugada, se despertó sobresaltado, transpirando, en estado febril; era el anuncio que otro ataque estaba por ocurrir, podía sentirlo, se acercaba muy traicionero. Decidió que era el momento de contraatacar, fue a la cocina, tomó el más afilado de los cuchillos, apagó todas las luces, se sentó en el sofá. En silencio esperó. Percibió que se acercaba, la primera puntada fue el aviso que necesitaba, con rabia y con saña clavó el cuchillo hasta el mango, la sangre brotó, como de un volcán brota la enfurecida lava. Listo… ya estaba hecho. Letras con Rostros

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Nunca más tendría que preocuparse con aquel dolor crónico y perverso... Ni por otra cosa, en esta vida.

Periodista, traductor, cuentacuentos y escritor, nació en José Batlle y Ordoñez, departamento de Lavalleja, Uruguay. Vive en Brasilia desde 2006, integra el Sindicato de Escritores do DF, ocupa el sillón Nº 25 «Paulo Freire» de la Academia de Letras do Brasil/DF y es miembro fundador de la Academia de Ciencias, Letras y Artes de Recanto das Emas, donde ocupa el sillón Nº 10 «Mario Benedetti». Participa del Movimiento aBrace desde 2005. En 2006 participó en Santiago de Chile, representando a Uruguay, del 8º Festival Internacional de Cuentería Popular y publicó su primer libro: Cuentos con Vino y Queso. En 2007 - publica su primer libro en portugués: 2 Dedos de Prosa. En 2008 - Laberinto de Ideas (cuentos y poesías en español). En 2009 - Mosaico (cuentos y poesías en español). En 2010 - organiza y edita: Del Cerro a la Estación, primera antología integralmente escrita por nicobatllenses (sus coterráneos). 2011 - organizó con Gacy Simas y Diogo Ramalho el 1º Salón Latinoamericano del Libro, durante el 1º ELAEL (Encuentro Latinoamericano de Estudiantes de LetrasBrasília/DF). Publicó también O baú de Raúl, cuentos (aBrace editora) Participó de innumerables obras colectivas, colaboró con revistas, editó publicaciones periódicas, dispone de blogs en español y portugués, además del sitie: www.alvoradadelivros.com. Es casado con la escritora carioca Gacy Simas, principal incentivadora de su obra.

Raúl Ernesto Larrosa Ballesta 136

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Roberto Bianchi Uruguay

COMPLICIDAD - Hay un tipo que quiere verte - dijo el encargado de la portería. Era raro que vinieran a verle, ya que él no atendía público. - ¿Quién es? –preguntó. - Parece español. - Español... ¿y cómo es? - Yo que sé… ¡Gallego! –sonó la voz impaciente en el interno, mientras agregaba- Te espera en la recepción. No reconoció al hombre maduro y muy pálido que le esperaba sentado en la punta de una silla, como aguardando una señal para saltar como resorte. Se acercó por uno de sus lados en forma natural, pero efectivamente, el hombre que le esperaba, se levantó sorprendido. - Señor... -dijo cuando estuvo a su lado. - ¿Usted es Enrique Lavigna? - preguntó el hombre con marcado acento español. - Sí, sí, soy yo –contestó intrigado. - Usted seguro que no me recuerda, -afirmó el hombre en voz muy baja- porque me vio sólo una vez hace ya tiempo. Enrique recordó aquel rostro que se asociaba a otro, ese sí, voluntariamente olvidado, sellado. Un rostro sin identidad, con apenas una «identificación fabricada», imprescindible para el trámite. Un rostro pasajero, como tantos y tantas cosas que debieron esconderse, ocultarse, negarse, en un país rastrillado metro a metro. -Usted es quien ha firmado la garantía, -continuó el hombre como machacando las palabras- la del alquiler de uno de mis apartamentos, claro. Enrique permaneció callado, ahora realmente enmudecido. -La casa ya había sido abandonada. Me encontré en la Caja de Jubilaciones con un vecino de allí, y me comentó que los Letras con Rostros

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inquilinos se habían ido casi sin ruido y muy rápidamente, llevándose sus enseres en una camioneta. Seguro que usted no lo ha sabido. El hombre había dicho todo esto mientras se volvía a sentar, tras una gesto de Enrique, que acercó otra silla y se acomodó casi frente a él. Había algunas personas que circulaban por la recepción, esporádicamente, lo cual hacía que ambos miraran hacia sus costados, en tanto se escucharan voces o ruidos, o cada vez que el teléfono sonaba. El hombre siguió diciendo: - Después llegaron ellos. Parece que dieron vuelta todo. No sé qué buscaban, porque hasta levantaron las baldosas del piso de la cocina. Ni qué hablar que rompieron puertas y vidrios, y arrancaron de cuajo las puertas de los placares. Más tarde, cuando me ubicaron, me dijeron que pagarían todos los daños, pero hasta ahora, nada. Enrique continuaba enmudecido, sentado frente al hombre que hablaba, como queriendo adelantarse a su relato, como allanándole todo para que abreviase y relatara rápidamente. El hombre continuó: - Cuando vinieron a la casa en que vivo, yo no estaba, entonces decidieron pasar a esperarme, ante los nervios de mi esposa que no sabía qué hacer, ¡imagínese usted! Dice que trataron de calmarla, explicándole, que si no estaba implicada, no tenía de qué preocuparse. Se quedaron aguardando mi llegada. Le preguntaban por los inquilinos, que si los había conocido, que si sabía quién era la garantía... Lavigna dio un respingo en la silla, como movido por un golpe. Inconscientemente, saliendo de su mutismo, preguntó entre dientes: - Y ella, ¿qué les dijo? - Pues nada, hombre, nada, pues ella nada sabía. El hombre, que se expresaba con muchos ademanes, puso sus manos juntas con las palmas hacia delante, como atajándose, y continuó: - Cuando yo llegué, me sorprendí hondamente, pues no esperaba algo por el estilo. Empezaron a interrogarme y a pedirme papeles, yo pensé en lo horrible que debe ser pagar por causas de asuntos de otros y recordé que usted, seguramente por 138

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amistad, como se hacen estas cosas, le había firmado, en confianza, a esos sujetos. Todavía me acuerdo, cuando rubricamos el contrato, que estuvimos los tres aquí, que usted nos había hecho pasar a una oficina en el fondo... - Sí, sí, a mi escritorio. - Pues claro, a su escritorio, y allí cambiamos bromas, incluso, sobre que si su amigo no pagaba, sería mejor para mí, que me gustaba tanto el balneario Las Toscas, ya que usted garantizaba con el terrenito que posee allí, y que me dijo... - Que no se hiciera tantas ilusiones, porque mi terreno está un poco lejos de la playa, del otro lado de la Interbalnearia continuó Enrique, mientras todo se le terminaba de aclarar, y sentía como que un sudor frío se sustituía por otro. - Efectivamente -confirmó el español en un susurro. - Siga, por favor -imploró Enrique, con un tono aún menor de voz. - Pensé que era un crimen involucrarle a usted, que tan generosamente se había prestado a la operación. Me pareció que no valía la pena mencionarle y les dije que no había pedido garantías. Enrique suspiró profundamente, como si le hubiesen sacado una piedra del cuello que casi le ahogara. Quedó sin responder, solamente inclinó la cabeza en señal de asentimiento y de inteligencia. - ¡Usted no se imagina lo furiosos que se pusieron esos tipos! -continuó- Al principio no me querían creer, me dijeron, usted es un irresponsable, mete a cualquiera en su casa. No comprendían cómo yo no había tomado mis recaudos, que ni siquiera hubiese indagado sobre esas gentes. Yo les dije que no tenía nada que sospechar, porque evidenciaban ser muy solventes, ya que me habían pagado el contrato íntegro por adelantado, que a mí me venían muy bien esos pesos, y que para mí, eso había sido suficiente. Enrique sintió que le venían unos deseos locos de abrazar y besar hasta el cansancio al buen hombre. De tomarlo en sus brazos y bailar y bailar y saltar y envolverse en la música brillante que brotaba en sus oídos o de las paredes, pero se limitó a mirarle las manos algo temblorosas y alternar con la intención de encontrarle los ojos, detrás de aquellos gruesos cristales que se los ocultaban. Letras con Rostros

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- Al final se cansaron y se fueron, –dijo ya afirmada su voz, mientras concluía-, antes de marcharse me advirtieron que había tenido subversivos en la casa. Que eso no dejaba de ser una irresponsabilidad de mi parte. Que otra vez, ni se me ocurriera alquilar sin averiguar antecedentes, porque en la próxima no iban a ser tan benévolos como ahora y me iban a considerar su cómplice. En todo caso no volvieron a molestarme. De todo lo que se le había ocurrido decir a Enrique, de todo lo que pensó agradecerle o comentarle, únicamente el gesto de tomarle una mano con las suyas, y estrechársela fuerte, como trasmitiéndole todo aquello que hubiera querido y no podía expresarle, e incluso, lo que hubiese podido y no le salió. - Quise venir a decírselo -dijo, con un pie ya en la calle. Enrique lo miró mientras se alejaba y se quedó allí parado, hasta que el hombre dobló en la esquina.

Poeta, narrador. Premio Cuento del Concurso Literario «20 aniversario de AUDA», 2004, con jurados de la Casa de los Escritores del Uruguay, por su trabajo: Un sombrero negro de alas anchas. Sus últimas publicaciones: Los amores son arcos formidables (poemas, 1998), ...y sin embargo abren los jazmines, (poemas, 2003), En las líneas de la mano, (poesía, 2004, Quito, Ecuador.) Trilogía Poética,- E. Atenas, Barcelona, 2005. Poesía HUELLAS/ MARCAS, Centro de Artes y Letras de Ecuador «Esmeralda Guzmán Carrera». Editado en Antologías de poesía y de narrativa, Entre Eros y Tánatos, Mérida, Venezuela, 2008. Vaivén, novela, 2009, FRONTERAS, poesía, 2011. Es Director de de aBraceCultura. bianched@adinet.com.uy

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Rodrigo Chabalgoity Uruguay

EL MOMENTO MÁS FELIZ El movimiento empezaba otra vez… El vaivén de la cama de mis padres, era característico y premonitorio: Unos meses después, otro hermano más. Era inevitable escuchar, ver las sombras; mi cama, la de mis hermanos y la de mis padres, estaba separada sólo por una cortina. La vez que mamá quedó embarazada de Juan, la recuerdo bien. Tan solo tenía tres años, pero yo sabía que algo pasaba en la cama de mis padres, y era algo bueno. Ese día la luna estaba creciendo, y recuerdo que fue un verano muy hermoso, además, es el recuerdo más lejano que tengo. Siempre pasaba igual, los sonidos y movimientos tomaban cada vez más intensidad. Me da un poco de pena mamá, porque me da la impresión de que a ella le gustaría gritar; gritar de felicidad, de toda esa felicidad que le da mi padre. Cuando quedó embarazada de Laura, la menor, no se contuvo y gritó al final. Recuerdo lo feliz que me puse, porque fue como un alivio. Si les contara esto que escucho y que veo entre sombras, a mis compañeros de liceo, tengo la impresión de que les entusiasmaría muchísimo, porque muchas veces hacen cuentos de cosas que teóricamente vivieron con una cantidad de mujeres, que por supuesto no conocemos. Pero la verdad que para mí es algo natural y no tiene nada de novedoso. Mis padres al igual que muchos animales del campo que conozco, se juntan para disfrutarse y para tener hijos. Y si bien me ha pasado que algunas veces tengo ganas de disfrutar de alguna de las compañeras, todavía no quiero tener hijos, ¡ni pensar! Bueno, se acerca el momento de los tres golpes fuertes que la cama hace contra la pared, y el final. Ahora… me da más curiosidad, eso del disfrute. La compañera que se sienta delante de mí tiene muchas veces una miraLetras con Rostros

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da parecida a la de mamá momentos antes de irse a la cama una noche como la de hoy. Es como una sonrisa disimulada, pero no tanto, y lo mira a papá, que también sonríe y hace bromas, que con el tiempo empecé a entender, porque claro, son bromas para todos pero que curiosamente sólo ellos dos se ríen. Ver la sombra del cuerpo de mi padre que se mueve sin parar, con esos brazos grandes, y esas manos con las que seguramente sujeta a mi madre, me da orgullo. Siempre que viene algún hombre de la ciudad, mucho mejor vestido que mi padre, en un vehículo más caro que nuestra casa, pero con esos brazos fofos, blandos, sin color, y esas manos que parecen de mujer, pienso en qué sentirán sus mujeres cuando se les suben arriba y fornican. Debe ser algo tan poco parecido a la felicidad que sienten mis padres, que de verdad, siento lástima por las señoras. Debe ser el aire de la ciudad, que los vuelve así. Ahora que estoy yendo más seguido por el liceo, estoy seguro, que si uno se cría ahí, se la aflojan los músculos, y se vuelve algo diferente a un hombre de verdad. Igual que los perros que se crían adentro de las casas, que no sirven para nada, para molestar nomás. Pero mi compañera, la que se sienta delante de mí, de todas maneras tiene algo de mujer de campo. Seguramente debe haber nacido o vivido allí. ¡Ya está!, los tres golpes fuertes, las risas, los susurros. Mañana le voy a preguntar en que campo nació. Nací en Montevideo, pero al tercer día ya estaba viviendo en San José de Mayo, o sea que soy maragato. En esta ciudad fui a la escuela nº 105 y al colegio Sagrada Familia. Viví un año en el campo, en un establecimiento de producción de leche, hasta que falleció mi padre y nos fuimos, con mi madre y mi hermana a vivir a Minas. Cuando terminé la secundaria, pasé a vivir en Montevideo, y estudie Derecho, Profesorado de Historia, Antropología y Técnico en Comunicación en UTU, pero no terminé nada. Ahora vivo en Chile desde el 2010 donde soy montañista. ¿Qué de todo esto me hizo ser escritor?, nada en particular y todo a la vez.

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Rossana Alicia Aicardi Caprio Uruguay

LUCES Y SOMBRAS No era un buen día para Juan cuando despertó, pero después fue peor; sus hijos estaban en la escuela, pero su mujer, que trabajaba en una tienda allí cerca, había vuelto recién amargada: la habían despedido. A su vez, Juan llevaba casi seis meses en Seguro de Paro y sabía que luego la empresa cerraría. Mientras tanto el sol entraba por la ventana con un cálido rayo que tocando su hombro parecía decir: «no te desplomes, no ahora», pero ni siquiera lo vio. Hablaron largo rato en la cocina sabiendo que todo se les seguía desmoronando y pensando qué hacer para que sus hijos de ocho y diez años no pasaran aún, más penurias. Por suerte hacían tiempo completo, pero sin el austero sueldo de la madre, ni la escuela alcanzaría para alimentarlos; ellos no podrían cubrir los gastos de su modesta vivienda, más la ropa, el calzado, los remedios para el asma del más chico y tantas otras cosas. El cielo se fue nublando junto con su alma y ya no lo pensó más; tomó el revólver que le había regalado su padre antes de morir y que hacía años guardaba sin uso en el viejo ropero y se fijó si aún estaba cargado. Tenía solamente dos balas y no quería usarlas por ningún motivo… pero el mundo se le venía encima y no le quedaba otro camino. Aprovechó que su mujer estaba en el baño y salió corriendo, cerrando la puerta con decisión. A unas cuadras había un almacén, no precisaba mucha plata, pero sí la necesaria para que el hambre no se adueñara de su familia. En el camino buscó algún cartel de trabajo. pero sabía que estando en el Seguro no lo tomarían; podría encontrar con mucha suerte alguna tarea por fuera de la Caja y tampoco era fácil. Pasó por unas obras en construcción, pero sobraba la gente, agarró un diario viejo del tacho de basura del quiosquero y no había nada para hombres sin escuela terminada. Letras con Rostros

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Se sintió perdido. El frío le calaba los huesos y tenía que conseguir un poco de leña y algo para cocinar. Revolvió los bolsillos del pantalón y encontró unas monedas, alcanzaban sólo para un pan y una leche. Volvió sobre sus pasos, se paró frente al almacén y esperó que no hubiera nadie; entró decidido a robar por primera vez en su vida y a como diera lugar. Metió la mano en el bolsillo y apretando el arma caminó los pocos pasos que lo separaban del comercio; entró pero los nervios no lo dejaban tranquilo y la almacenera lo miró con desconfianza; asustada y sin que la viera, agarró un palo por debajo del mostrador. Juan no hablaba, estaba paralizado pero sabía lo que tenía que hacer. Para darse más tiempo, pidió un pan, una leche y tabaco con hojillas; se produjo el silencio más largo de su vida…fue eterno. Miró a los ojos a la vendedora y ambas miradas se cruzaron, entendiendo, pero sin querer hacerlo. La mano, en el bolsillo abultado por el arma, lo estaba delatando; la mujer corrió hacia la puerta pero el fuerte brazo de Juan se lo impidió agarrándola del buzo por la espalda. En el momento de más intriga y desazón, se sintió una voz desde la calle que gritó: «¡Juan! ¿Qué haces? hace días que te busco para decirte que llamaron de la empresa para trabajar; parece que cambió el dueño y no quiere saber nada con empleados nuevos, nos quiere a nosotros». «Te veo mañana, paso por tu casa temprano y vamos juntos; anda y dile a la patrona, se va a poner contenta después de tantos meses de amargura». Juan dio la vuelta, pidió disculpas a la almacenera diciendo que había tropezado y por eso la había tomado del buzo y devolviendo el tabaco y las hojillas, pagó con sus monedas el pan y la leche, lo que pensó jamás podría hacer. Se fue despacio respirando a pulmón lleno el helado aire de la mañana, sintiendo el sol que le pegaba en la cara y una vez más parecía repetirle lo que le había dicho hacía menos de una hora cuando él, ni siquiera lo había notado, nublado en sus oscuros pensamientos y en la realidad para Juan… incambiable. Llegó a la casa y antes de entrar, en el primer contenedor de basura que encontró, tiró el revólver para asegurarse no volver a tocarlo nunca más en su vida. 144

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Abrió la puerta y allí estaba ella, tirada sobre la cama llorando desconsolada; faltaban unas horas para que los hijos volvieran de la escuela y no sabía qué decirles. Eran chicos para entender y mucho más para trabajar. Juan la abrazó con un raro gesto entre alegría, dolor y pánico, resultado de lo que casi acababa de hacer y con la rala dulzura que le permitía su poca educación le dijo: «mañana vuelvo a trabajar».

ALFA Y OMEGA Mamá revolvía la sopa y yo jugaba en el patio del fondo. No me gustaba irme por mucho rato; cuando mis amigas me invitaban a jugar, siempre se me ocurría algún pretexto para volver temprano: o me peleaba con alguna, o me hacía la enojada y me venía con ella; sabía que en casa estaba sola, mi padre trabajaba todo el día en otra ciudad y me gustaba acompañarla. Siempre que llegaba la encontraba cocinando para la merienda; su torta «pasta frola» era mi favorita y más cuando llegaba a tiempo para hacer algún adorno con un poquito de masa que luego se cocían juntas en el horno y disfrutaba encantada. Otros días hacía bizcochitos de anís, buñuelos con azúcar impalpable, pan casero y cuando llovía mucho y me quedaba en casa mirando por la ventana cómo el agua mojaba las plantas y corría por los vidrios, la ayudaba a hacer tortas fritas que para mí, eran las más ricas del mundo. Si llovía sin mucho frío, nos poníamos las botas de goma y bajo el paraguas salíamos a caminar por las cuadras llenas de árboles y jardines cuidados. Me divertía saltar sobre los charcos una y otra vez salpicándolo todo y hacer barquitos de papel que seguía por la vereda hasta que se perdían dentro de la alcantarilla hacia otros mundos que imaginaba llenos de aventuras y olas gigantes; llegaba después a hermosas islas donde todos los barquitos se reunían y eran felices con el resto de los juguetes perdidos. Si por el contrario había tormenta, mamá sacaba el segundo cajón de la cómoda que estaba lleno de libros de cuentos, lo ponía sobre su cama y me leía durante horas todos los que yo quisiera. Cómo me divertía imaginando a mi manera, las historias que ella me iba contando. Letras con Rostros

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Y nunca faltaban las manualidades, hacíamos trencitos con carreteles vacíos de madera, en los que venían los hilos de coser y como antes toda la ropa se arreglaba, mamá tenía muchos y yo jugaba atándolos con una piola bien larga; me divertía arrastrándolos, corriendo por toda la casa. No había demasiada televisión y empezaba sólo de tarde; los dibujitos animados duraban media hora y los disfrutaba mucho, porque eran los únicos en todo el día, así que esa media hora se convertía en sagrada para mí. Qué lindo leía… teníamos una enciclopedia española de varios tomos con cuentos clásicos y también en rima y me alucinaba escucharlos; hasta a algunos de ellos, mamá les ponía música y cantábamos juntas. A ella le encantaba la música clásica y con sólo tres o cuatro años de edad, me había educado el oído de tal forma, que sabía distinguir entre El Lago de los Cisnes, Sardas de Monti o El Cascanueces. El pequeño apartamento se llenaba de colores con el sonido de los Long plays en el combinado; la música, los cuentos y la lluvia parecían hechos para estar juntos. En verano si me portaba bien, recibía como premio tomar un helado en la heladería de la otra cuadra y en invierno un chocolatín de «La Vaquita» que comprábamos en el kiosco de la esquina. Era hasta tonto portarme mal y perderme el premio, aunque muchas veces lo hacía porque también me encantaban las travesuras. Con una amiga a la hora de la siesta, agarrábamos un pedacito de jabón de lavar la ropa y dibujábamos los vidrios de la casa de al lado que de tarde estaba vacía y en aquel entonces no tenían muros altos, ni portones con trancas y mucho menos alarma. Era una picardía de niños que a la vecina la obligaba a lavar todos los vidrios de nuevo; pero cómo nos divertía hacerlo. Claro que si nos descubrían teníamos penitencia; y por varios días no salíamos a jugar; nos quedábamos en casa y aunque vinieran a buscarnos no nos dejaban ir. A la escuela me llevaba caminando y de la mano todos los días y yo orgullosa de ir con mamá y mi gran moña azul que siempre estaba planchada y recién hecha. Recuerdo en jardinera, tenía una valijita de lata de escoceses rojos que amaba; dentro iba la merienda, la servilleta de tela y el vaso de plástico para 146

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el agua. Las meriendas eran caseras y a la hora del recreo cuando cada quien sacaba sus cosas, la clase se llenaba de aromas muy conocidos a torta, escones, bizcochitos y tantas cosas deliciosas que por lo general intercambiábamos para poder probar un poquito de todo; recuerdo que a las maestras también las invitábamos. Qué linda época fue; para mí inolvidable y en la que sigo refugiándome cada vez que la vida se empeña en toparme como una aplanadora. Como hoy por ejemplo, que a mis sesenta y tantos años y cerca de jubilarme, salí tan loca del trabajo por todo lo que me exigen en la empresa, que me olvidé del semáforo de la esquina y crucé corriendo con la luz roja. El ómnibus que venía cargado de pasajeros ni siquiera me vio y cuando sintió el golpe, era tarde. Primero me asusté mucho pero después, mientras la gente lloraba sin que yo pudiera entenderlos, sonreí tranquila. Mamá me esperaba del otro lado de la calle.

Escribió poemas y cuentos desde niña, nació en Montevideo y su ciudad adoptiva es Pando. Publicó poesía en la Revista «Pando Hoy» durante 1998 y 1999. En 1998 fue invitada en dos oportunidades al Programa «Sote» conducido por Alejandro Camino en Canal 10 y su poema fue leído e ilustrado en dicho espacio televisivo. Con placer formó parte en 2010 y 2012 de Zona Poema, idea innovadora de lectura poética en diferentes lugares públicos de Montevideo, Canelones y Florida. Integró el Libro «Agrupando Sueños 3» publicado en Pando a fines de 2011. Concurre al Taller Literario del Escritor Guillermo Degiovanangelo, premiado por sus trabajos en Poesía, Cuento, Teatro y Novela, Taller que se desarrolla en la Casa de la Cultura de dicha ciudad. Forma parte de la Casa de los Escritores del Uruguay, en Montevideo, donde se siente en familia.

Rossana Alicia Aicardi Caprio

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Rozelene Furtado de Lima Brasil

ACESSO DE RISOS Humberto e Rutinha seguiam em viagem de lua de mel e relembravam como se conheceram: - Ela saía do cinema e escorregou em um daqueles saquinhos de batata frita. Caiu sentada, deu um carrinho por trás em Humberto, que caiu em cima dela. Foi tudo tão rápido que só tiveram tempo de rir da situação. Ele levantou-se, ajudou-a a se recompor, entreolharam-se e continuaram a rir. O acesso de risos dos dois só parou quando ele convidou-a para tomarem alguma coisa. Chegaram ao bar, pediram ao mesmo tempo: - água, por favor. E as risadas recomeçaram. Ele anotou o número do celular de Rutinha e cada um seguiu seu caminho. Rutinha não podia lembrar o fato, que caía na gargalhada. Gargalhava no ônibus, na praça, no banho, na fila do banco e às vezes a mãe dela ia ao seu quarto ver o que estava acontecendo para tanto riso. No trabalho tinha muita dificuldade para controlar os ataques de risos. Uma pessoa em posição de gargalhada ergue os braços com as mãos em concha, abre a boca sorvendo as bem aventuranças que vem de cima, depois se curva em posição de reverência e assim sucessivamente. Uma luz magnética é irradiada e circula cinturando numa alquimia ruidosa e contagiante. Dois dias depois Humberto ligou convidando Rutinha para dar uma volta. Encontraram-se, conversaram e foram ao cinema. Tiveram que sair no meio do filme porque os dois foram atingidos por forte acesso de risadas. Foi tanto riso que passado um ano o namoro chegou ao altar. Ela trabalhava como auxiliar de enfermagem e ele era graduado em Farmácia. Havia um entendimento perfeito entre os dois, tudo terminava em risos. Alugaram uma casinha num lugar lindo, com vista maravilhosa para o poente. Um vale entre montanhas. Pássaros e muito verde. Dormiam com o tamborilar da água do riacho e acordavam com o cantar dos sabiás. A felicidade era tanta que 148

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escorria pelos olhos, absorvida e saboreada na boca e depositada no coração. O riso vivia dentro deles como pipoca que estoura em panela tampada. Os dois eram o símbolo da alegria. A vizinhança comentava o casalzinho apaixonado que morava na parte mais alta do vale. Eles faziam planos para terem um filho no próximo ano. Nas terças-feiras, Rutinha fazia um plantão de trinta horas. Saía de casa pela manhã e só regressava na quarta-feira no final da tarde. Humberto chegava sempre às vinte horas, trabalhava em uma grande drogaria da cidade. Uma colega de Rutinha pediu para trocar o dia do plantão, porque iria viajar no final de semana e não chegaria a tempo do trabalho no domingo. Ela eventualmente folgou na terça-feira. Humberto saiu para o trabalho e Rutinha teve vontade de ficar preguiçosamente na cama. Um pássaro pousou no beiral da janela, cantou um trinado alongado e voou. Ela sentiu uma forte emoção, um aperto no coração e não teve vontade de rir. Chorou muito. Pensou... - Se Humberto estivesse aqui essa tristeza não teria coragem de entrar. Aguardava ansiosa a chegada do companheiro. Um dia sem acabamento, é aquele dia em que não se riu não se dançou e nem se dedicou um tempo para o amor. À noite, quando o marido chegou, um jantarzinho esperava à mesa. Tomaram um vinho e como começasse a chover torrencialmente com relâmpagos e trovões, resolveram desligar a televisão. Rutinha pegou o álbum de casamento e foram rever as fotos. E inevitavelmente, muita gargalhada. Emoções precisam ser externalizadas em explosões de gritos, choros, danças, aplausos, risos, gargalhadas, energias represadas tornam-se fortes e incontroláveis. O som do riacho aumentou muito, repentinamente a luz elétrica foi cortada, os relâmpagos iluminavam a casa. Era quase meia-noite. Olharam pela janela da varanda, reinava a escuridão, o vento assobiava, o riacho corria mais rápido do que de costume fazendo um barulho ensurdecedor como estivesse fugindo desvairado. Muito perto via-se riscos grandes no céu e o estrondo dos trovões. A casa tremia. A luz voltou. A casa continuava a tremer como que a pedir socorro. Abraçaram-se fortemente, fizeram amor, amor louco, apaixonado. Por alguns momentos desligaram-se da terra e atingiram a paz angelical. A escuridão voltou. Sentiram medo. Letras con Rostros

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Ela estendeu o braço e encontrou o álbum de fotos. Ele alcançou o celular e ligou para os pais, que moravam em outra cidade. Comentou que chovia forte e que eles tinham acabado de vê-los nas fotos do casamento. Ouviu-se um forte estouro, a ligação foi cortada. Dois dias depois, uma equipe de resgate conseguiu chegar ao local. Tudo estava destruído, paisagem desoladora, nenhuma casa, só destroços, corpos espalhados entre pedras enormes, árvores arrancadas pelas raízes e poucos sinais de que algum dia ali tinha sido um bairro lindo. Uma tragédia imensurável! O riacho tornou-se um corpulento rio e serpenteava com dificuldade na paisagem tétrica. Os pássaros calados. O silêncio soluçava com alguns sobreviventes feridos. Um pouco afastado, encontraram um casal vestido de lama, abraçadinhos para sempre. A imagem dos dois formava um cálice em ofertório à Mãe natureza e próximo a eles um álbum enlameado de fotos irreconhecíveis. Os dois pareciam sorrir. Teresópolis,Rio de Janeiro, Brasil. 31/05/ 1947. Professora, bibliotecária, escritora, contista, poeta e artista pástica. Participa em mais de cem Antologias nacionais e internacionais. Textos publicados em Portugal, França, EUA (NY), Espanha, Itália, Suíça, Uruguai, Argentina e Chile; Livros publicados: Banquete de Idéias de memórias e No Limiar Sex, poemas; Verbete no Dicionário de Mulheres Escritoras de Hilda Flores; Membro AVBL; Associada à REBRA; Membro de Poetas del Mondo; Membro Correspondente da Academia de Letras de Teófilo Otoni-ALTOMG; Integrante do Grupo AGUIA; Associada a LITERART- Associada ao Clube Brasileiro da Língua Portuguesa BH; Membro da Rede de Escritores Independentes e do Livro Sonoro; Integrante do Portal CEN. Troféu Euro-American Women Writers Inc.; Medalha Leonardo Da Vinci-ANBA; Medalha Pierre August Renoir -ANBA

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Ruben Pepe Uruguay

CALZADO El maduro hombre de negocios comenzó su jornada activa apenas despuntó el día. Al ganar la calle y poner un pie en la vereda, percibió un quejido agudo; con alarma primero, con cautela después, detuvo su paso. Apoyó con decisión la planta, nuevo sonido más o menos chirriante. Paró en seco, levantó un pie, luego el otro, examinó las suelas del calzado, que tenía poco uso. Emprendió a paso rápido el recorrido hasta su automóvil. Puso en marcha el vehículo, y al pisar el pedal del acelerador, un tenue iiiiii se escuchó, que fue ahogado por el creciente ronroneo del motor. Al arribar a su oficina y abordar el ascensor, otra vez se escuchó un tenue pero agudo gemido que no se podría precisar. Ya instalado en su despacho tras el escritorio, acosado por la curiosidad, se quitó los zapatos, los miró y revisó concienzudamente. A simple vista eran de buena calidad y terminación. Luego de diligenciados unos asuntos, debió ausentarse de la oficina, y recordó que se había descalzado, pero tanteó con sus pies debajo del escritorio y nada, se acuclilló y de los zapatos ni su sombra, ¿Tenían vida propia? Recordó que guardaba en un mueble contiguo, un par de mocasines usados, que lo sacarían de la emergencia. Como siguiente medida, se dirigió a la zapatería donde comprara el rebelde par. Recorrió el centro comercial infructuosamente, del local ni señales. Fastidiado, le solicitó información a un guardia de seguridad, quien como única respuesta se levantó de hombros continuando su ronda. En última instancia, la búsqueda la realizaría con la dirección de la casa central que constaba en la factura de compra. Los datos, correspondían a otra localidad y con letra menuda al pie de la boleta, figuraba una dirección electrónica, un sitio en la Internet. Letras con Rostros

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Con fastidio creciente, apeló, al que parecía, el último recurso, de su infructuosa búsqueda, www.antilopeokapi.com.afr, rezaba la dirección a la que accedió al retornar a su despacho. Símbolos primitivos, imágenes de lejanas tierras, sonidos silvestres, aparecieron en la pantalla de la computadora y por último la información requerida: «Antílope Okapi, especie prácticamente extinguida, muy apreciada su piel «para la fabricación de bienes de consumo, bolsos de viaje, CALZADO. «Los pocos ejemplares vivos se hallan en zonas que se han tornado inaccesibles para los depredadores». Luego mostraba una imagen del antílope, cuya grácil silueta destacaba por su fragilidad, y la mirada del animalito parecía clamar desde la pantalla del PC, auxilio contra el exterminio de que era objeto. Instintivamente miró debajo de su escritorio. Sobre la moqueta se marcaban nítidamente, las huellas de una pata de tres dedos, que se perdían hacia la puerta entornada. Se puso de pie y caminó en esa dirección, en la penumbra lo recibió el sonido asordinado de un tam-tam primitivo. Sacudió la cabeza, se detuvo en el vano de la puerta y dirigió su mirada hacia el amplio ventanal, por el que penetraba ahora la diáfana claridad de una redonda luna llena, que recordó a otras lunas de otros lejanos cielos.

DEL POLVO VENIMOS… Hacía un rato largo que esperaba en la esquina más alejada, precisamente a la entrada del mísero poblado. Pequeña aldea construida alrededor de la calle principal, un camino polvoriento, como los alrededores desérticos. La población, presumo, no sobrepasaría las doscientas almas, con sus respectivos cuerpos. La carretera más próxima distaba unos dos kilómetros, por lo que de vez en cuando circulaban vehículos, que ni por casualidad se acercaban a tan miserable caserío. Dos kilómetros precisamente eran los que debí caminar desde que descendí del autobús de larga distancia. En la carta que recibí, respondiendo a un aviso aparecido en un rotativo de la capital, en que prometían el 152

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oro y el moro, decía: «Debe presentarse sin falta el catorce de febrero a las once horas, en la entrada de Villa Enciso», luego los detalles de cómo llegar a tan remoto paraje. La tarde iba transcurriendo lenta, polvorienta, monótona, sin ninguna novedad, de qué o quiénes me citaron, Por ser la hora de la siesta no asomaba cosa ni ser alguno, humano o animal, ni siquiera se oía el característico chirriar de la chicharra, clásico en el verano. No siéndolo en las presentes circunstancias. Lo único que se movía de a ratos, eran unos remolinos polvorientos a ras del suelo impulsados por ráfagas de aire tórrido. Cansado, hastiado, sofocado por la inútil espera, opté por resguardarme del sol, ubicarme bajo un angosto alero de chapas herrumbradas que gemían a cada golpe de viento. Por suerte o previsión estaba ataviado con prendas veraniegas. Hacían más soportable el bochorno. El sol hacía horas que había pasado el cenit, y comenzaba a declinar proyectando sombras largas. Al asomar los últimos rayos solares, escuché el atenuado sonido de un motor, desde el poniente avanzaba un bulto oscuro acompañado de una densa nube de polvo; cuando quise acordar, una negra limusina se detuvo casi encima mío, se abrió la ventanilla delantera surgiendo una mano enguantada que me entregó un sobre amarillo precintado; apenas lo tomé, el oscuro vehículo partió raudamente en dirección de al poniente; la nueva nube de polvo de la partida tardó en apariencia un rato más largo en disiparse. Al frente del sobre recibido lucía una combinación de letras y números y debajo la imagen de un código de barras. Las sombras me rodearon, debí abotonarme la chaqueta, pues una tenue pero fría brisa comenzó a soplar desde mis espaldas. Doblé el sobre amarillo y traté de orientarme, encaminándome hacia un edificio bajo iluminado con una tonalidad amarillenta. Al acercarme y entrar, el panorama no era más auspicioso que el exterior: tres mesas de madera con dos sillas en cada una, un destartalado mostrador, detrás de la cual un delgado individuo ataviado con burdas y oscuras prendas, que contrastaban con el color de su rostro y manos: blanco amarillento; su mirada parecía muerta, el blanco de sus ojos, también amarillentos se destacaba de su iris verde amarillento, como escupida de mate. Sus movimientos eran lentos; en el momento que lo vi estaba ocupado limpiando, podríamos decir, unos turbios vasos, que daban la impresión de ser esmerilados. Detrás del mosLetras con Rostros

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trador colgaba un espejo; al acercarme y reflejarme, yo no difería demasiado de la imagen del dependiente. Quedé mudo de la impresión. El hombre salió de detrás de la barra y me acompañó a una de las mesas; retiró una de las sillas para que me sentara, señaló hacia mi bolsillo en que guardara el sobre amarillo, e hizo un gesto para que se lo entregara; acto seguido, de detrás del mostrador extrajo un envase con un líquido turbio y amarillento, me sirvió un vaso, lo tomé y sentí un adormecimiento primero en las piernas, luego en el resto del cuerpo, miré mis pies y manos, se iban volviendo polvo…amarillento, luego la nada… El dependiente sacó de un rincón una escoba y barrió el montón de polvo hacia fuera del local. Casi simultáneamente sonó una bocina en el exterior, el dependiente salió, era la misma limusina negra, se abrió el vidrio delantero, surgió la mano enguantada, entregándole un sobre amarillo precintado con código de barras. El dependiente como un autómata penetró al local, volvió con la botella del líquido amarillo, bebió largamente, casi de inmediato se deshizo en polvo, que una ráfaga repentina esparció hacia el desierto. Nacido en Paysandú el 5 de agosto de 1946. Docente en la Escuela de Arte y Artesanía Dr. Pedro Figari de UTU. Durante 20 años dictó Teoría de la Forma y del Color. Docente en Enseñanza Media (Ciclo Básico y Bachillerato) donde durante 30 años enseñó Dibujo y Expresión Plástica. Se dedicó a la narrativa desde muy joven, colaborando en publicaciones barriales. Realizó lectura de sus cuentos en escuelas de Enseñanza Primaria y en Instituciones Culturales. Participó en talleres literarios con el escritor Eduardo Luis Fernández, con la escritora Mónica Marchesky, con el psicólogo y dramaturgo Andrés Caro Berta. En 2010 integró Antología de narrativa breve: Cuentos en dos minutos y publicó su primer libro de narrativa: Regresando a Laura y otras cuitas, que tuvo buena recepción de crítica y público. Ambas publicaciones editadas por aBrace editores.

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Teresa Díaz Sánchez Uruguay

LA MUJER QUE AMÉ ¡Cómo llovía! Recodaba hasta su respiración cuando llovía, bueno, la recordaba siempre. Ahora mismo sentía su voz, entre el golpeteo tenaz de la lluvia y el enjambre de gente y paraguas. Los días como estos, tormentosos, la veía desnuda y dorada por el ojo del relámpago, con los cabellos azabache centellantes, bajo la luz que se filtraba por los vidrios llorosos, amándonos con la urgencia de un inminente Apocalipsis. Mis manos se deslizaban por la piel húmeda de lluvia y de besos, y enardecían el estremecimiento producido por los truenos. Evocaba con insistencia ese día. Habíamos preferido caminar despacio y abrazados, dejando caer la tempestad primaveral sobre nosotros. A través de esta llovizna pertinaz, que hoy me traía una nueva nostalgia, podía ver en su mirada las tonalidades del arco iris y la picardía de La Gioconda en el rostro. Ansiaba esos momentos. Y también los soleados y celestes, al verla llegar, con sus faldas y collares de gitana, balanceando las caderas y los senos, melodía exótica, que sólo yo oía, exclusiva para mis brazos. El anzuelo de su boca abierto, hacía vibrar la brisa entre sus dientes. El eco de esa risa entibiaba mi cama si su ausencia enfriaba las noches, como sucedía a menudo. La olvidaba por cortos períodos, para amarla de nuevo con más fuerza. En ciertos tiempos la odiaba, en otros la volvía a amar y luego la aborrecía totalmente. Me venía a la memoria la frase de un tango cantado por Julio Sosa, escuchado en mi niñez reiteradamente en el viejo tocadiscos: «rencor, tengo miedo que seas amor». En ocasiones descubría rostros que se le parecían. Todas las mujeres poseían algo de ella, pero igual a ella, ninguna. Eso impidió entregarme a otros amores que rondaron mi vida.

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La voz continuó insistente ¡Walter! Y por un segundo soñé que era ella. ¡Walter! Me di vuelta lentamente queriendo alargar el sueño ¡y la voz era real! ¡Las veces que había anhelado su regreso! Alejandra, sí, ella, la que consumía con su letanía de colores mis días taciturnos y mis noches de puntuales insomnios. -¡Hola! ¡Cuánto tiempo! ¡Qué sorpresa! ¡Te ves genial!, largó sin una pausa entre las frases. -¡Alejandra! Es verdad ¡Cuánto tiempo! - ¿Pero… no me invitas a tomar un café?, dijo frente a mi sorpresa seguida de una franca indecisión. -Sí, por supuesto, balbuceé con torpeza y sintiéndome mal por no elogiarla aunque fuera por cortesía. Lucía ataviada con suma elegancia, más bien con esa elegancia económica que aborrezco. ¿Y ese cabello de un amarillo pajizo? No sé dónde había leído que a cierta edad las mujeres se vuelven rubias. A ella no le sentaba, reñía totalmente con su piel. Nos instalamos en el primer local que vimos, el viejo Café Reconquista, un elocuente nombre para el encuentro, pensé. Alejandra comenzó a hablar de su vida, justificándose, de cómo su padre, con el flamante título de embajador, la obligó a irse a Inglaterra. Que su familia lo consideraba a él poca cosa y con ese chupa tinta se iba a morir de hambre y era ¡tan joven! Su amor no valía tanto para arriesgarse y quedarse con él. Allá tendría más oportunidades profesionales y olvidaría al pelagatos en la primera reunión del interesante círculo de amistades compartido. El matrimonio, con un destacado diplomático, no resultó y tampoco con el prestigioso empresario, que no era tal y casi la deja en la calle. Al terminar abogacía, pretensión de su padre, comprendió que no encajaba en esa carrera. Intentó Bellas Artes, su sueño adolescente, pero se le había borrado la inspiración, el espíritu artístico, confesó, con una sonrisa deslucida. También incursionó en el diseño de prendas en Francia con poco éxito. Quizás pruebe con cerámica después de internarse un tiempo en un buen spa, para halagar al cuerpo. Ahora se había transformado en una patética mujer de edad media, vestida a la última moda europea, de buena posición social, con una profesión sin ejercer y varios cursos que no la dejaron satisfecha. Tan desgraciada, que eso era todo lo que tenía. 156

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No lo dijo exactamente así, pero traduje sus palabras a la realidad, casi a la velocidad de la luz. Por algo soy un empedernido chupatintas. A pesar del paraguas estaba mojada. Pequeñas gotas opacas resbalaban por su rostro y sus manos nerviosas. Pero la lluvia no era la misma. No tenía matices. Era lisa y trágicamente gris. No amainaba el torrente de palabras, tampoco la lluvia. Yo trataba de encontrar algún resabio en esa mujer, de la que estuve enamorado diez años. Los ventanales añejos del Reconquista, se iluminaron con un relámpago y luego se agitaron con un preciso trueno. Alejandra permaneció inmutable frente al sorpresivo estruendo. Los relámpagos habían perdido el dorado centellante y los truenos el efecto de antaño. Y definitivamente la tormenta no era la misma. Quise ver algo en los ojos, algo de la muchacha que tanto añoré. Me acorralaba la seguridad que si la hubiera encontrado un día celeste, nada tendría el esplendor que viví cuando ella era aquella mujer que amé. La brisa no sería la misma. Ni el sol. - No he parado de hablar, ¡cuéntame de tu vida!, pidió, al ver que escuchaba y asentía con la cabeza pero a la vez no estaba del todo allí. - Bueno… mi vida no tiene grandes sobresaltos, ¡feliz!, logro vivir de lo que escribo, profesor de literatura, enredado en las letras, ¡igual que siempre!, casado, tres hijos, un perro, Atila... Vomité la falsa biografía con una amplia sonrisa, sin remordimientos. Lo único verdadero era la profesión y Atila. - ¡Ah!, me alegro tanto por ti…te mereces lo mejor. ¿Nuestro Atila todavía vive? - No, no es él, tengo la manía de apodar a los perros con el mismo nombre. La vorágine de su conversación se apagó de golpe y se instaló un silencio incómodo, casi doloroso. Por primera vez sentí lástima, el único sentimiento que nunca había experimentado por ella. Nos despedimos en la puerta con un fugaz beso y con la incierta promesa de vernos para charlar, porque no intercambiamos teléfonos ni miradas. Letras con Rostros

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Nos dirigimos en sentido contrario, ella hacia el norte, apurada, queriendo protegerse de la lluvia que tenazmente la rodeaba. Yo, hacia el sur. Podía vislumbrar el sol bajo el cerco oscuro de las nubes. Caminé despacio, dejándome empapar por el agua dulzona que mis labios saboreaban. Era una buena sensación. Como la que debía sentir un preso al salir de prisión. Algo sabía con certeza. La próxima vez que tuviera un perro no se llamaría Atila.

Nacida en Montevideo (1956) resido en San Carlos, Maldonado. Por motivos económicos, recién a partir de 2008 pude dedicarme a esta pasión que son para mí las letras. Cursé bachillerato completo y he sido, eso sí, una buena lectora. Comencé a concursar como una manera de perfeccionar los trabajos y sondear su valor. Desde 2008 he recibido veinte distinciones. Se destacan Primer Premio en Poesía 2009 en el Concurso Serafín J García, Primer Premio Cuento Breve, en el Concurso Leopoldo Lugones, Argentina 2011 y Primer Premio en Cuento en el Concurso AEDI, capital. He participado en los libros «Palabras Mayores», poesía y «Narradores de las Dos Orillas». Fui seleccionada para integrar el libro «Pebeta de mi Barrio», proyecto de interés cultural y en España un libro de microrelatos, Mundo Palabras.

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Tiago Monteiro Brasil

DECISÃO Cansado. Quase quarenta e oito horas sem sair de casa, comendo biscoitos e vendo nada na TV. Quase quarenta e oito horas com apenas quinze minutos de um cochilo, interrompido por uma ligação errada. O último bule de café esfriava sobre o fogão. Havia apenas três cigarros no último maço, jogado sobre a mesa. Duas das três garrafas de vinho barato também já se foram. Cadernos do jornal de dois dias atrás amarelavam pela casa. Classificados na cama, notícias policiais pelo chão da sala, tirinhas no banheiro, sessão política no lixo. Papel por todo o lado. Cortinas de papel entreabertas coavam o néon da madrugada jovem. A janela escancarada gritava os sons da noite para aquele buraco que era seu mundo há quase quarenta e oito horas. Papel embaixo do copo de café e de vinho. Aquilo podia ter sido uma boa poesia se ele não tivesse trocado o vinho pelo café. Quase quarenta e oito horas e apenas a três cigarros da loucura. E a madrugada jovem e dançarina envelhecia e silenciava; sereno suave resfriando os rostos quentes que saíam das boates para o sexo. Quase quarenta e oito horas. Cuspiu o café gelado e rançoso na pia. Abriu o último vinho, acendeu um cigarro, tirou a roupa. Quase rasgou a cortina de papel ao revelar um corpo suado e pegajoso ao néon da rua, três andares acima do vento rasteiro que varria os restos de noite pela cidade. Cansado. Meia garrafa e dois cigarros depois. Frio. O cinza leitoso e malvado se esgueirava do céu para seus pulmões. «Câncer nada! Um dia após o outro: isso sim mata o homem!» Enfiou uma calça e uma camisa de lã. Precisava dar um fim nisso. Quarenta e oito horas. Quanto mais precisava? Letras con Rostros

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Levantou-se. A porta ou a janela? Último gole do vinho. Sorveu-o como um militar beijando qualquer garota antes da guerra. Último cigarro do maço. Acendeu-o. Apagou no braço. Sair pela porta dói mais do que pela janela.

FIM DE FÉRIAS A geografia do corpo dela era algo magnífico de se observar naquela manhã. Os volumes sob o lençol, banhados pelo dourado do primeiro sol, as sombras arredondadas que traziam à mente a imagem das colinas amarelas de feno de sua infância. Até o cheiro de verde molhado, que vinha do quintal, incorporava-se à cena bucólica que a visão do corpo dela evocava. Seus pés, brincalhões, escapavam de debaixo das cobertas como lebres selvagens que vêm espiar o mundo após a chuva. Por um átimo ele tem o impulso de agarrar a colina formada por suas nádegas, mas, com isso, ela seria apenas uma mulher, e não mais o cenário dos verões de sua infância, passados no sítio do avô. Decide, então, não se mover e percorrer com o olhar, o menino dentro dele excitado em cavalgar pelos prados e as colinas como um Dom Quixote, flechar seus inimigos como Robin Hood ou apenas navegar Mississipi abaixo, Tom Sawyer e um imaginário Huck Finn. A ondulação da respiração dela, suave ressonar, era o vento nos campos de trigo. «Mar dourado no meio do campo», como seu avô, de sorriso desdentado, gostava de comentar, no fim das tardes. Era um mundo de Oz, onde ele via a magia brilhar ao sol. E tudo aquilo voltou jorrando em apenas cinco minutos, nos quais a luz do sol matinal conseguia se esgueirar por entre os prédios até a janela de seu apartamento. Cinco minutos, e sua amante anônima, de uma grande festa de álcool e drogas naquele fim de semana, havia se tornado o sítio Flor de Maio. 160

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«Que sorriso lindo», o sítio disse, se mexendo. «Esse sorriso é todo pra mim?» «Bom dia, flor de maio.» Ela sorri, adocicada pelo aposto usado. E se levanta, agora totalmente mulher, beleza nua em direção do banheiro. E uma lágrima de fim de férias cai no travesseiro.

Nasceu em Brasília na metade da década de 80, e desde a infância sempre esteve rodeado de livros. Cedo, também, conheceu o prazer da escrita, que culminou em sua entrada no curso de Letras na Universidade de Brasília. Sempre escrevendo contos e poesias no círculo amador de saraus, e também trabalhando com roteiros de quadrinhos, atua ainda timidamente na internet, em seu blog. Já publicou contos e tiras em jornais de Letras de Brasília. Atualmente, trabalha no projeto de um romance.

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Valéria Martins Copelli Brasil

FILA DOS IDOSOS, QUE MARAVILHA! Para quem está acostumada a ficar por mais de uma hora, em pé, na fila comum do Banco, sentindo calor — pois o ar condicionado nem sempre está suficientemente adequado ao espaçoso saguão, levando-se em consideração o número de pessoas presentes naquele recinto, naquele exato horário — este momento de mudar de fila gera expectativa. Por longo tempo, eu fiquei namorando a fila dos idosos, sentindo inveja de todos aqueles que se dispunham por direito a usá-la e rapidamente conseguiam serem atendidos e irem embora. Na fila comum enfrenta-se o problema do escasso número de caixas. O atendimento é lento, com poucos funcionários disponíveis e na hora do almoço deles, então, muitas vezes só um é escalado. Tudo bem que quando você sai de casa para ir ao Banco, já sabe o que lhe espera: fila, demora! Por conta disso, você já reserva aquele tempo para o Banco. Em casa, costumo dizer: «Vou ao Banco», como se fosse um compromisso social. Um agendamento. Só aquilo, só aquela tarefa. Porque se leva um bom pedaço do dia, nesta empreitada. «Ah! Mas por que você não usa o pronto-atendimento. É tão fácil! Os próprios funcionários nos orientam», sugerem alguns. Tenho por meta, ir aos poucos me inteirando de tantas mudanças, tantas novidades. Elas não são poucas! Estou gostando, achando bom interagir com a máquina, ser independente, meu ego vai às alturas, consigo resolver, faço sozinha. Sem falar da gentileza dos atendentes, que, com a maior calma, explicam tudo, ensinam novamente, fazem junto e assim por diante. E a vergonha que eu passei num dia em que o Banco estava lotado, correntistas aglomerados à espera, naquela fila imensa e 162

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eu, de tão nervosa pelo excesso de pessoas, não conseguia acertar nada naquele auto-atendimento. É evidente que fiquei um bocado constrangida pelo meu desempenho fracassado. E isto na fila dos que queriam ajuda, olha só! Nessa hora, achei ótimo ser mais uma anônima, desconhecida da multidão. Quero fazer aqui um parêntese e ressaltar que há anos eu sou usuária das modernidades bancárias e que, às vezes, tantas modificações me desestabilizam, me tiram da rotina confortável e sou obrigada, como todos os demais, a rever meu aprendizado nesta área. Pois bem, já havia usado a fila dos idosos na lotérica. Um dia, ao chegar para pagar uma conta, perguntei à moça na entrada: «Aonde vou?» e ela me respondeu: « Ali, na fila dos idosos». «Nossa, que bom, que rápido» pensei. Eis que chegou a minha hora de adentrar ao banco, não sem antes deixar o meu celular e minhas chaves na caixinha, o que acho excelente, pois todo cuidado hoje em dia é pouco, me dirigir para as filas do Banco, procurar a placa e achar: IDOSOS. Fui muitíssimo bem atendida, parecia até que eu tinha ganho na loteria. Fazer sessenta anos tem lá suas vantagens, ah! se tem!

FOFOCAS DA VIZINHA Emília, vizinha do Sr. Januário, moradora da casa contígua, sempre que lhe sobra um minutinho de folga do serviço caseiro, achega-se ao muro divisório das respectivas residências para dar com Dona Telma, esposa do mesmo, àquele dedo de prosa. Nem preciso dizer o quanto ela é boa novidadeira. Tudo o que acontece por toda a região onde moram e até mais, muito mais além...é de seu exclusivo domínio. Admiram-se as pessoas com a rapidez com que se intera dos fatos. Sabe tudo de todos. Conhece intimamente a vida daqueles a que se refere. Naquela tarde, não se fez por esperar. Deixou a vassoura, com a qual varria o seu quintalzinho ladrilhado, e espichando o pescoço, quase jogando o corpo para o outro lado, tal era essa a sua vontade, se assim o pudesse fazer, rapidamente, foi contando à Dona Telma fofocas quentíssimas, de primeira hora, para Letras con Rostros

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agrado da vizinha que assombrada, arregalava os olhos, escancarava a boca, deixando-a aberta de tanta admiração, com as notícias que Emília despejava sem parar, gesticulando e balançando a cabeça. Ficaram ali, por assim dizer, quase meia-hora e, se não fosse o escurecer rápido daquele dia de inverno, teriam continuado a prosa até o avançado dos ponteiros do relógio. Tanta era a vontade de esmiuçar com os comentários que a vassoura, até então encostada ao muro, talvez mal ajeitada, escorregou, dando por finda a jornada iniciada logo pela manhã. Emília nem ligou, tão interessada estava na história das moças, filhas de Dona Maria. Moças boas essas, prendadas, ajudavam a mãe, sabiam fazer de tudo, mas não tinham sorte com os namorados. Vaticínio foi dado por Emília: seriam solteironas. Como se alguém ligasse para isso hoje em dia. Pesquisas publicadas em jornais confirmam: maridos atrapalham as carreiras de suas mulheres muito mais do que seus filhos. Deve ser verdade, pois os filhos elas, as jovens mamães, delegam para as «vovós» criarem e para quem elas poderiam delegar os maridos? Quando os recebem, aos filhos, no final do dia, eles estão prontos para dormir: lavados, jantados, exaustos! É só por na cama! Que sossego! Dona Telma não via a hora de se desvencilhar de Emília para ir correndo porta à dentro da cozinha, contar tudo ao seu Januário. Ele ficava lá e fingia que lia o jornal, mas não! De ouvido em pé, escutava toda a conversa. Quando ela entrava chamando por seu nome, acudia com carinha de quem nada sabia e ouvia tudinho novamente. De vez em quando, dava uma tossidinha, como querendo dar anuência aos fatos relatados. É assim todos os dias e em todas as tardes. O Sr. Januário, na cozinha, senta a ler o jornal deixando a porta para o quintal aberta, Dona Telma na soleira da porta, na redondeza em questão, a por água com açúcar num bebedouro, recipiente próprio, de plástico, atrativo para beija-flor! Emília a varrer o quintal aproximando-se. Um dedo de prosa que não faz mal para ninguém, pois de ferro ninguém é. Esgotado o repertório, Emília se recolhe e dona Telma apressa-se a contar tudo para o marido, que vai ouvir o repeteco, e ambos se deliciam mais ainda para no dia seguinte repetirem tudo novamente. Rotina...rotina..., mas muito prazerosa! 164

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«TOC TOC» DA BENGALA Ontem à noite aconteceu uma coisa engraçada aqui em casa. Estava eu lá pelas 21h e 30 m no quarto que era do meu filho, navegando na Internet, quando uma voz me chamou e me disse: - «Você pode me ajudar? Estou ouvindo um barulho estranho lá do lado de fora da janela do meu banheiro». O banheiro faz parte do conjunto denominado suíte do casal. Ligeiramente preocupada com o tom da voz que escutei, deixei minha prazerosa atividade de lazer e, prontamente, na maior calma, atendi ao chamado por socorro. Atravessando a sala, saímos para o espaço lateral reservado à piscina e caminhamos os três até o fundo do terreno. Eu, meu interlocutor e uma bengala saída como que por passe de mágica do fundo de algum baú. Na hora, achei que serviria de apoio para qualquer dificuldade com seus joelhos ou com a coluna mesmo. Neste exato momento em que escrevo me ocorre outra idéia: seria uma arma para ser usada em nossa defesa?!... Chegamos ao ponto de referência de onde haviam partido os estranhos ruídos. Acendemos as luzes, examinamos todo o local e nada. Durante o curto trajeto empreendido, fomos conversando e levantando hipóteses do que seria: - «Pássaro com a asa quebrada, gato machucado com a patinha ferida ou preso sem poder sair». Aventurei-me mais e falei: - «Podem ser morcegos!» Havia lido no jornal que em Ivoturucaia uma senhora encontrou em seu banheiro uma família inteira de morcegos! Isso não é comum, mas pode acontecer. Lembrei-me também de uma conversa com a veterinária dos meus gatos, quando um deles se feriu, levantei para ela a possibilidade de ter sido mordido por morcegos. Na época a doutora me explicou que havia essa possibilidade, mas que certamente eles seriam comedores de frutas – frugívoros – e me orientou para o caso deles aparecerem: - «Jamais pegá-los se os encontrarem caídos no chão e, sim, chamar a equipe da Zoonoses.» Em síntese o local estava limpíssimo. Tudo correto. Nada de estranho ou anormal. Verificamos tudo, dentro e fora do barracão. Em cima do telhado, no lado externo da janela do banheiro. Nada! Retornamos e avançando pelo corredor, chegamos à fatídica porta fechada do banheiro. Letras con Rostros

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Com a maior coragem, eu a abri de pronto esperando encontrar um ou mais pássaros. Ou bichos? O teto estava branco. Nenhuma aranhinha passeando pelo local. Examinei atentamente e de repente escutei também o barulho estranho que o fizera estremecer assustado. Parecia um bater de asas. Poderia estar dentro do ralo? Escancarei a porta do boxe temerosa! O que seria? Eis que pingos de água se soltavam do chuveiro de tempos em tempos. A água parada nos canos descia pelos furos da ducha fazendo um barulho inquietante. Parava, ficava tudo em silêncio e novamente o fato acontecia. Que bom! Ainda bem que o técnico me garantiu que essa água excessiva não iria de jeito nenhum aumentar a minha conta. Como crianças, ficamos conversando sobre este assunto e outros medos que rondam as vidas das pessoas tão intensamente nestes primeiros anos do séc. XXI. É natural termos medo, alegam os especialistas. Antigamente também era perigoso: crianças se perdiam, pessoas eram mortas, casas eram furtadas. Hoje há uma certa ênfase ao se dar a notícia. Brasileira, pedagoga, natural de Rio das Pedras, SP. Filha de João Baptista Martins e de Dirce Mattiazzo Martins. Nascida em 21/8/1950. Reside em Jundiaí SP desde 1962. Casada, mãe de três filhos. Autora do livro de poesias: Metamorfose, 1ª edição, 2006. Participações em: exposições, concursos, jornais, revistas, programa de rádio e antologias. Em especial, Antologias Multilingüe - selo aBrace – (Uruguai, 2004, 2005 e 2007). Agremiada fundadora do Grêmio Cultural «Prof. Pedro Fávaro»; acadêmica da AILA (Academia infantil de Letras e Artes de Jundiaí SP ) campo adulto; Verbete na Enciclopédia Cultural De Paula (Editora Literarte, Jundiaí – SP) 2006; Premiada com a medalha de Bronze no III concurso de poesias: « Letras do Divino’, da cidade de Itanhaém, SP, 2007; homenageada pela E.M.E.F. Profª Geralda Berthola Facca na Semana Literária Ziraldo e escritores jundiaienses, 2007; colaboradora do livro «Meu pai foi ferroviário» volume 4, 2012.

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Zelideth Chávez Cuentas Perú

FLOR DE CACTUS El borde de la pollera se prende de los abrojos secos y los cactus, como si quisiera arrancarla de sus captores, respondiendo a los ruegos de su mirada huérfana. Espera que alguien de la choza salga en su auxilio. El silencio de la noche quedó doblegado por las patadas de odio en la puerta, la granizada de gritos, los insultos de la ley. Hombres de uniforme habían irrumpido en la vivienda y con las fauces bufando se pararon frente a un racimo de pómulos salientes, cabellos negrísimos, ojos pequeños, indios patarrajadas. Los 15 años de Francisca Quispe quedaron paralizados de espanto cuando la luz de una linterna la descubrió agazapada al fogón, tratando porfiadamente de mimetizarse entre ollas de barro y chombas de chicha. ¡Cuidado cholita, si los cachacos llegan a tu choza, a ti es a quien primerito van a cargar! La tenue claridad de la aurora trata de imponerse sobre la noche moribunda. En esa penumbra apenas se insinúan las siluetas de árboles, cerros y de las cuatro figuras que, envueltas en una nube de polvo, bajan en tropel. Ellos, pulverizando piedras y alimañas con sus descomunales borceguis. Ella, en vilo tocando apenas el suelo con la punta de las sandalias de jebe. Las trenzas de seda negra marchitándose; las carnes broncíneas trepidando. Quiere gritar, pero un sordo ronquido reemplaza su voz de jilguero, aquella que suelta en las mañanas cuando atraviesa la moya llevando el fiambre a su padre. Francisca cantaba los domingos y días de fiestas, cantaba cuando iba a trocar habas por sal. Los hombres se detienen. El frío de la madrugada quiebra los huesos, se adhiere a la nariz, a las sienes, a la espalda, a las Letras con Rostros

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manos. Los enmudece. Todavía no ha salido el sol: tal vez con su presencia el corazón se les entibie, piensa. Ellos no le miran a la cara, es una terruca más, cómo van a percibir que está llorando, que las mejillas le queman aunque toda ella tirita y quisiera quedarse escondida en cada vericueto del camino. No se atreve a mirarlos, pero cómo la asusta la presencia de esos pantalones verdes, chompas y pasamontañas negros. El mismo odio, la misma ferocidad y las manos enguantadas. ¿Cómo serán sus caras, Francisca? ¿Serán cholos, mulatos, zambos, mistis? ¿A quién maldecir, para quién pedir castigo? ¿Con qué cara mandarías a hacer daño? La cholita a la que no miran se tambalea. Pareciera que ya no puede caminar, que ya no puede mantenerse en pie, que se va a caer. Pero no cae. - ¡Camina carajo, o quieres que te tumbemos aquí!- la voz del más alto tasajea el aire. Los otros también se detienen, otean el horizonte, están desorientados, como si se hubieran perdido dentro de un mal sueño. Sólo Francisca sabe que andan cerca de las chacras del misti Pacheco. Si él estuviera en la casa-hacienda segurito saldría a darles trago, comida. Ellos siempre son amigos de todos los milicos. - ¿A qué hora tenemos que estar en el Cuartel mi Capitán?chilla el más bajo a través de la máscara negra. - A las ocho. Antes de llegar tenemos que hacerla confesar por qué lado han escapado los terrucos que estuvieron aquí la semana pasada. Ese Cipriano que buscamos es su hermano. Ella sabe, tiene que saber. Presentamos el informe y nos vamos a Lima. ¿Aló papi? Soy yo, tu princesa. ¿Cuando llegas papi? ya hemos hablado con el tipo del local, con la señora del bufete, ya todo está listo papi, sólo falta la plata, cuando vienes?… ¿Aló?... Aló?… - ¿Quién tiene un cigarrillo! ¡Un cigarrillo carajo! - … - Conchesumadres, no tienen nada, atorrantes. 168

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Con los ojos ya acostumbrados a esa tenue claridad, el que habla ladrando empieza a repasarla con la mirada. Recién descubre una cara de niña crispada de pánico en un cuerpo de mujer que se desborda por todas las costuras. Y qué importancia tendría saber su nombre si es otra más. Yo quiero mi fiesta de quince años papi, no te olvides papi, me lo prometiste. Claro que sí princesa, aunque tenga que empeñar mi alma. Haremos la fiesta en un buen local, en Chorrillos. - ¡Ya! ¡Hay que avanzar! Antes de llegar la pasamos por las armas, ya verán como la hacemos cantar clarito- barbota el Capitán con una mirada en la que se mezclan lasciva y fiereza. Esas palabras, ininteligibles para Francisca, se adhieren a su piel como el anuncio de una calamidad inminente. Nunca ha sentido tanto miedo. Sus manos fuertes y redondas están atadas a la espalda. Las tiene congeladas, resecas, trata de estrujarlas, por hacer algo, cualquier cosa. Después se refugia en una esperanza: tal vez dentro de un rato pase por ahí cerca su tío Hilario con sus hijos, con rumbo a la carretera para tomar el primer camión que va al pueblo. Reza Francisca Quispe, reza a la Virgen de las Nieves, sólo ella te va a salvar de esta desgracia. - ¡Este maldito frío carajo no deja hacer nada! Y ni un apestoso sucucho para meterse a hacer una fogata, mierda. Todo es pampa, tierra, pasto seco!- restalla la voz del que manda. Los otros apenas asienten con la cabeza. Papito, ya faltan tres días para mi quinceañero y hasta ahora nada pa. No te preocupes princesa, ya estoy por regresar y con plata, en dos días organizamos todo. Ya vas a ver. Tu padre es militar princesa, nunca te va a fallar. Continúan caminando ladera abajo. La serenidad de esas soledades no logra aquietar sus temores, calmar el temblor de sus piernas, secar el sudor frío de su frente. Cual enjambre de abejas en su cabeza zumban las voces lastimeras de mujeres apretujadas, como queriendo fundirse unas con las otras. Se quejan en los entierros, en las iglesias, en los caminos: … «A mi hermana la golpearon hasta desmayarla y abusaron de ella diez guardias»…» A mi hija de 13 años, la violaron los soldados diLetras con Rostros

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ciendo que era senderista»… «Cuando a mi nieta la soltaron del Cuartel Los Cabitos estaba sin poder hablar, así se ha quedado, muda para siempre»… Solo convirtiéndote en árbol, en piedra, en laguna podrás escapar, urpichay. - ¡Paso ligero! ¡Vivo, vivo, carajo! Acabando con esto todavía puedo agarrar el avión que sale para Lima- muge el que no quería mirar a la cholita que llora con la voz agrietada y sin poder controlar los movimientos de su mandíbula inferior. Todo el ámbito se ha coloreado con un anaranjado tenue. Ahora las cuatro siluetas empiezan a definirse. En la lejanía ya pueden distinguirse algunos árboles, casas, y los amenazadores torreones del cuartel. Ante su vista los uniformados avanzan en tropel. Saltos, imprecaciones, vivas invaden el espacio, pues también han divisado un sucucho en medio de los sembríos. Corren a campo traviesa arrastrando a la india patarrajada. Francisca Quispe ya no respira. El fluir de su sangre se ha paralizado, el olor nauseabundo de esos hombres la asfixia mientras ellos se enredan en sus polleras multicolores y la dureza del suelo lastima su espalda. Cierra la boca, se muerde los labios, una pulsión en el pecho la obliga a abrirlos. Cierra los ojos, los abre, quiere gritar, enmudece, aprieta los dientes, llora, tensa los músculos. Tiene el corazón aterido. Por su vida implora a la Virgen de las Nieves, suplica una y otra vez… Antes de perder el sentido, escucha como un susurro: Escapa Francisca, ven aquí arriba, déjales tu cuerpo, qué importa, ven a mis brazos urpichallay, ven…

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NOSTALGIA AZUL

TURQUESA ABRIL III Sólo nuestras manos crecían en la sinfonía eterna del lago más alto del mundo Gloria Mendoza

Envuelta en mis añoranzas de adolescente enamorada, cumplidos los 17 enrumbé al Cusco a continuar estudios. Era la primera vez que abandonaba mi cuna, Puno, ciudad lacustre. El embrujo del viaje en tren, con sus estaciones de ensueño, alegres, novedosas, multitud de pasajeros, vendedores de antojitos y baratijas, todo confabulándose para retrazar la pena del primer desarraigo. Más tarde, con la cálida bienvenida que tíos y primos me dieron, me disipé especulando en lo que descubriría al día siguiente, y en las nuevas experiencias que iba a vivir en esta ciudad. En Puno, había pasado horas y días tejiendo y destejiendo sueños sobre el futuro por estrenar después de haber concluido la secundaria, y lo hacía siempre de cara a ese lago de azul imperecedero, de azul mutante. En las mañanas, cuando apenas despuntaba el día, en el horizonte, el sol parecía brotar desde sus entrañas, salpicando con saetas de fuego toda la mansedumbre de las aguas azul añil. Al medio día disfrutábamos la magnitud de su límpido azul turquesa, haciéndonos sentir dueños de ese universo. En las noches, ¡ay! en las noches, la luna llena se extendía cual amante gozosa sobre sus aguas de azul plateado, custodiada por rayos refulgentes que inspiraban a versar y amar sin límites. Al día siguiente de mi viaje salgo plácida a recorrer la ciudad con sus calles y plazas de abolengo, anhelando beber tanta historia acumulada, pero algo triste flota en el aire esta mañana imperial: ¡Este horizonte no es infinito! ¡Concluye en los cerros! Letras con Rostros

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Es cierto que un sol esplendoroso como el mío me da la bienvenida, pero es un día sin horizonte abierto. Mi corazón cesa de brincar y se derrumba. Procuro hallar consuelo mirando el cielo, pero entiendo que es solo eso: un cielo, en el que no se refleja mi lago de azul zafiro con su vaivén poético. Obsesa busco en el horizonte mi cielo-lago de azul inagotable, añoro aquel límpido espejo. ¿Dónde se han extraviado las balsitas de totora que danzan al vaivén del suave oleaje? ¿Dónde se ha perdido aquel fiel reflejo del cielo? ¿Y qué ha sucedido con la brisa fría, dura, rebelde que forja el alma aimara? ¿Dónde ha quedado el aura diurna que enternece el espíritu, dónde el céfiro nocturno que enardece el corazón? Ya no escucho el murmullo de sus aguas que guardaban celosas la primera declaración de amor eterno. En aquel momento siento que estoy encajonada, encerrada de por vida en el centro de estas colinas. Lima, Invierno de 2010.

UN DÍA GRANDE COMO DE FIESTA Saturnina ha amanecido con una angustia atravesada en el pecho, aguda como una espina que se resiste a pasar. «Es la pesadilla», musita. El recuerdo le crispa la cara: tendido sobre la mesa un carnero a medio degollar balaba agonizante; Satuca estaba rodeado de sus nueve hijos y su marido, quienes de luto cerrado lloraban a gritos. «Soñar con carne es de mal agüero», ha escuchado decir a su madre tantas veces. Aturrullada permanece de pie en mitad del dormitorio-comedor. Acaba de dejar el escuálido camastro donde todavía duermen Rufino, su marido, Fredy y Sandra, sus dos menorcitos. Los otros acomodan sus sueños sobre dos colchones tendidos en el piso. El sol porfía por entre las rendijas de los tablones que parchan mal la puerta. 172

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Le espera un día muy ajetreado y no sabe por dónde empezar. Tal vez primero despertará al Juancho y a la Manuelita, los mayores, para que la ayuden a preparar la comida, aunque ya anoche han dejado las papas picadas -bien menudo, papitoel chuño remojando, las habas peladas. Hoy que será como un día de fiesta grande en la ciudad, hará chairo para sus comensales de la puerta del mercado. Sonríe, se pone el cabello detrás de la oreja. Por fin el jueves pagará al caballero Ticona para tener un puesto dentro del mercado. «Pero tienes que esperar, Satuca, hasta que la municipalidad me autorice ampliar más puestos de comida», había resoplado el obeso dirigente. Ella soñaba tanto con esa mesa de lozas blancas, agua corriente y un sitio para cada una de sus ollas -sus ollitas-, para cada inmaculado mantel, y atendiendo de pie. No como ahora, sentada sobre ese minúsculo banco que milagrosamente soporta su formidable peso. Las piernas se le acalambran y después no puede pararse sola. - Mañana va haber buena venta, todas las gentes están diciendo que va a llegar el señor presidente de Lima… - comentó con el marido mientras se ponía una chompa más para dormir y los ojos negrísimos se le alegraban. - Si pues, de puro curiosos todos van a salir, aunque no le vean ni la punta de la nariz. Como en procesión de opas caminarán de arriba para abajo. Tal vez vas a necesitar que te ayude. Yo ya he entregado mis obras… Todos querían estrenar ropa nueva, pues - hipó el hombre metiéndose entre las gruesas frazadas. - Más que sea, pues. Ojalá nomás que no pase nada, porque cuando le llevé su terno al doctor Cuentas, en su casa estaban hablando varios mistis diciendo que los trabajadores y los universitarios estaban bien calientes con el gobierno, que no querían recibir al presidente. Ojalá no pase nada, pues - farfulló a punto de cerrar los ojos. En sus oídos quedaron resonando las palabras del marido. ¿Y quién es ese presidente? ¿Cómo se llama? ¿Por qué no lo Letras con Rostros

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quieren? Se preguntó sin interesarse mucho en buscar las respuestas. Casi vencida por el sueño se le reflejó en el rostro una leve sonrisa. Sí pues, cocinaría el doble, tendría buena venta, tal vez podrían comprar un poco de adobes para levantar otro cuarto y algunas cositas para sus guaguas. Ya estaban en junio y todavía no habían podido comprarles ni libros, ni ropa para el colegio a los mayores. Los demás heredaban nomás, pues. Felizmente eran seguiditos… Casi todas las noches tenía que remendar, zurcir, agregar piezas a pantalones y faldas. Ella es como un poderoso motor funcionando dieciocho horas al día. Animada se apresura a prender el primus y como siempre le suele suceder, se queda hipnotizada mirando la llama azul del ron de quemar. El llanto de su último hijo atraviesa el silencio de la penumbra apelusada de la habitación. El marido lo mira, se vuelve de espaldas con un gruñido y sigue durmiendo. -¡Juancho, acaba de prender la candela! -trina y corre a tomar en brazos al llorón. Se acomoda sobre el camastro, extrae el seno generoso y le da de lactar. Sus mejillas prominentes se distienden y en sus ojos aletea un reflejo de ternura, mientras se acomoda el cabello detrás de la oreja y contempla al cobrizo bebé que se ha quedado dormido. Se apresura a dejarlo en la cama y es en ese preciso instante cuando empieza a oír los primeros ruidos. Llegan de la calle, desde el otro lado de la puerta. Al comienzo es un barullo lejano, sofocado, que poco a poco se va convirtiendo en un vocerío gigantesco, ululante e imparable. Se siente amenazada y sale sin pronunciar palabra, sin pensar, sin mirar atrás. -¡Jesús! ¿Qué es esto? - Saturnina siente que la sangre se le agolpa en las venas. Trepidando se recuesta contra la pared, cierra los ojos de puro espanto, se persigna. No, ésa ya no es su calle, de pronto es otra donde todo es humo y terral. El olor a gases lacrimógenos invade sus fosas nasales, su cerebro, sus pensamientos. El humo atenaza su garganta, quema sus ojos. Sólo se escuchan aullidos de miedo, de dolor, mentadas de madre, chilli174

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dos intermitentes. Mujeres y hombres, todos los estudiantes y todos los trabajadores del mundo en carrera ciega, atropellándose. Algunos caen y se levantan, otros quedan desparramados por el suelo. ¡Los policías! ¡Están disparando al cuerpo, carajo! ¡Cúbranse! ¡cúbranse! grita uno. A sus pies cae un cuerpo latiendo: ¡Niña Sarita! Aguaaa, aguaaa, ahorita. Y tropezando sacas un balde, y toma aguita niña, y moja tu pañuelo niño, y no te asustes joven, y no te desmayes señora, y los tiros zumbando en tus oídos, y el gas apretando tu garganta, y el llanto de los hijos golpeando tu pecho, hasta que aquel tiro ruin te perfora las entrañas.

UNA RENDIJA PARA ESCAPAR En vano busca en el cielo raso una rendija para escapar. Nunca podrá lograrlo: un foco-centinela con 100 watts de fuerza la sujeta contra la camilla, mientras el estruendo inquietante del tranvía sacude los cristales del consultorio Es muy joven, una rosa en botón (la bautizaron amorosamente con el nombre de Sol) No tendrá más de 15 años. Una mata de cabello lacio enmarca la tez color canela. Sus ojos grandes y negros, sombreados por espesas pestañas, apenas ocultan la primera aflicción de su vida. Se puede adivinar el frío que la recorre por la rigidez de brazos y piernas, sólo las mejillas arden. Tal vez siente que sus pies están asegurados por garfios de fierro, uno a cada lado, como sobre un potro de tormentos. Está inmóvil, expectante, prisionera. Una sonrisa triste se le queda dentro cuando mira el trapo blanco cubriendo sus partes, expuestas sin miramientos, sin conmiseración, sin pudor. Los botones de la blusa del uniforme exclusivo se agitan sobre su pecho, la falda recogida sobre el vientre se encoge ante Letras con Rostros

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la sospecha de lo que va a ocurrir. Su sangre se apresura a buscar nuevas rutas. Un guardapolvo blanco ingresa al lugar con guantes de goma y gesto displicente. Se ubica frente a ella. Va a empezar… ¿Qué se propone? ¿Hurgar? ¿Revisar? ¿Cortar? ¿Sacar? Quiere llorar, pero su pena es tan grande que no puede. Su desesperación rebota contra las asépticas paredes. Ella es sólo una mujer, una mujer muy joven. Por lo menos si ellos dos no estuvieran a su lado, como centinelas, no tendría tanta vergüenza. Los mira con el rabillo del ojo: ella tiene el semblante contraído; él, los labios apretados, los maxilares temblorosos. Ni uno ni otro parecen fijarse en Sol. Le es tan difícil reconocerlos. Ambos están siguiendo hipnotizados los afanes agresivos del médico, mientras ella sólo percibe el murmullo de los movimientos, apenas el murmullo, porque no pude ver nada de lo que está ocurriendo ahí abajo. Es como si de pronto esa parte de su cuerpo ya no le perteneciera. Sólo imagina y huele el hedor de los pensamientos. Su pulso, desbocado en la garganta: «lo más íntimo, lo más mío está al descubierto, está siendo mancillado». Como si tuvieran prisa, esos dedos fríos, duros como tenazas están presionando sin compasión vientre y pubis, en tanto que una voz, trozo de hielo descendiendo por la espalda, ordena: «suéltate, facilítame el trabajo». Entonces la rebeldía le grita por dentro: «no lo permitas», pero la resignación le bisbea: «relájate». Más que eso, mucho más, quisiera desclavarse, huir, volatilizarse. Es rescatada por la memoria. Comienza en medio de la frente, en el lugar donde se dan los recuerdos y se descubre tendida sobre la arena con Juan a su lado. Ambos están sobrecogidos por la imponencia del mar y del cielo, la danza cadenciosa de las lanchas, la fragilidad de las gavietas. Quietud y brisa los estremece. Entornan los ojos, es la primea vez que están a solas y pueden mirarse, olerse, escucharse, la piel se les eriza al unísono. Sus uniforma escolares delatan su huída del colegio y tan envueltos están en su nube que no saben por dónde empezar. Tal vez primero se diluyan en palabras dulces, luego rozarán sus dedos, se transmitirían el fuego de las palmas, para después fundirse en la comunicación perfecta de un beso... 176

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Súbitamente el olor a éter, el sonido de las palabras ingresando por todos sus poros la sacuden. La vista se le opaca al comprobar que continúa sobre el potro de tormentos. Ahí están los tres. El doctor jugando con el especulo, tratando de ocultar detrás del gesto profesional una sonrisa; su padre rígido, ceremonial; su madre, oprimiéndose nerviosa las manos. Ambos apostando a una respuesta. La respuesta va tomando forma, se hace importante en sí misma y crece por encima de todo lo demás, recorre el espinazo de los padres, resuena en cada una de las mayólicas al caer de los labios del médico: «Señores, no hay de qué preocuparse, Sol está virgen». Del libro de cuentos MUJERES DE PIES DELCALZOS, Arteidea Editores, 1996.

Nacida en Puno-Perú, antropóloga. Fundadora del Movimiento Amplio de Mujeres, del Círculo Literario Anillo de Moebius y del Gremio de Escritores del Perú. Ha publicado 5 libros de cuentos y una novela. Está incluida en 11 antologías nacionales, entre ellas: El Cuento Peruano, 1990-2000, ediciones Petroperú, y dos Internacionales: Cuentogotas, aBrace ediciora, Uruguay-Brasil, 2007 y la antología binacional: Las Amigas del Yeti, EcuadorPerú, 2009 Ha publicado cuatro ensayos y una crónica literaria. Condecorada por el Congreso de la República y por la Asociación Cultural Brisas del Titicaca, de la cual actualmente es Vocal de Actividades Culturales e investigación.

Zelideth Chávez Cuentas Letras con Rostros

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Zully Cabrera Uruguay

EL BAILE I) El alboroto de las jóvenes vistiendo sus atuendos de fiesta contagiaba el rancho salpicando el barullo adolecente. Esmeralda daba los últimos puntos en un dobladillo y Laura subía el cierre del vestido azul de Gloria. El polvo para rostro estaba quebrado y se aprovechaba con cuidado, se deslizaba en los rostros frescos con velloncitos de lana de oveja. En la puerta esperaba el charré con abundantes pelegos en sus asientos y un gateado amarrado con ojeras. II) La escuela se dibujó más allá del monte achaparrado y cerca del río, desde la loma como un prendedor del paisaje. Amelia adornaba con trozos de membrillo y flores de zucará la cabeza de chancho que se rifaría. Dos escobas de chilcas bailaban emparejando el piso regado. Los bancos largos se sentaban a los lados. En un rincón dos valijas con acordeón y guitarra aguardaban para comenzar. Una torre de casilleros de naranjita había descargado Jesús de su cachila. La maestra y éste estaban sumergidos en una alta espuma de guirnaldas, pegando con engrudo sus últimos anillos. El inspector Brayett, escribía el discurso bajo la sombra de la anacagüita. Cordero y lechón estaqueados y desnudos esperaban para brindarse a los comensales. III) Las jóvenes con risas y colores llegaron a la escuela flameando sus vestidos; a su lado en un pinto las acompañaba tío Máximo. Pequeños grupos aquí y allá ataban sus pingos a los postes. 178

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Los bancos del interior fueron floreciendo y pronto las mesas del patio se llenaron de gauchos y chinas, escondidas en esos tiempos en la moda de la ciudad. El discurso del Inspector obligó a una pausa en el juego de taba y algunos sintieron el viento y otros las palabras… Los músicos ya estaban ubicados esperando el aplauso final para comenzar, al mirar de reojo, algunos apuraban la cachaça para «tomar coraje». La maestra anotaba en el cuaderno los números para el sorteo de la cabeza de lechón. El salón era un torbellino de colores, solo había risas y rubor en las mozas. IV) Ese día el Cholo estampó en la boca de Esmeralda su primer beso. Gloria se enamoró del joven del acordeón y optó por no bailar y mirarlo desde el banco… Laura se enteró de los chimentos del pago entre baile y baile y prometió un beso para las próximas pencas de enero. Tío Máximo, quedó prendado de las caderas de la maestra… El recuerdo de este encuentro en la escuela rural dura todo el año, su aroma, su música, sus risas, en fin ese latir más rápido del corazón…

LA CONEJA La Coneja lavaba en una pileta de cemento, siempre había a su lado una pirámide de colores de su prole. Sus hijos en la escuela, ocupaban aulas de primero a sexto. Un caminante dibujó su ternura, amamantando en su jardín de tierra y margaritones. El barrio extendió su apodo a sus hijas de trenzas negras y sonrisas anchas… Una conocida revista internacional, también utilizó el nombre de sus hijas y Jaime Ross le escribió una canción a la hermana… Letras con Rostros

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EL DUCHERO Los Rosales tuvieron cuatro hijos antes de tener una ducha en el baño. Todas sus visitas, y a veces sólo gente que iba de paso se sentía abrumada con su amabilidad… A todos les decían: -»¿Quieren pasar a bañarse?»

LA EMPRESA El pasto estaba alto detrás del muro casi derrumbado, deformes troncos enredados sostenían una Santa Rita. La anciana estaba con la mirada perdida en un resumidero, donde había una línea trazada desde una canilla atada con un trapo. El perro ladró furioso al sentir el golpeteo de manos… - «Del Último Sol, señora!!!» Sobresaltada comenzó un peregrinaje hacia la mesita de noche, debajo de la carpeta de crochet, donde se apoyaba la foto de su Osvaldo, guardaba el billete de doscientos y caminó por el pasillo apretado por sus plantas… Sonriente y asomado en su maletín el hombre le dijo: - «doscientos cuarenta»… La anciana recordó los títeres de don Arcadio que antaño la hacían reír…- «La muerte, ¿también sube?». Dijo mientras recordaba la categoría de coches y candelabros de bronce… El títere tenía pocos argumentos de calidad, cantidad y garantía… Y en esas pausas la anciana le relató que cuando era joven en la campaña le habían vendido un pedazo de cielo y esta anécdota hacía mucho no la decía, pues cuando llegó a la capital la trataron de «ignorante». - ¡Pero Doña, eso era una estafa! 180

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- Mire joven, es mejor comprar el paraíso al contado que la muerte en cuotas, así pues, ¡bórreme del servicio!- Dicho esto se encaminó disfrutando bajo el sol mañanero, abrigo de sus recuerdos, hacia la colorida feria del barrio. Entre el bastón y su mano pálida, asomaba el dobladito billete…

Escribió dos libros: «Entre corceles rocines y pegasos» (1997) de cuento y poesía «Los cuentos del ábaco» (2010) cuentos cortos de realismo social Intervino en dos antologías de la editorial Pegaso (Argentina) Premios y menciones: Primer premio narrativa 1996 - Primer premio poesía - Casa de Cultura de la Costa Mención de honor Antología de J.L. Borges y F. García Lorca (2004 y 2005) Correo: zullyca923@hotmail.com móvil 094795034 – teléf..: 43766803 . Letras con Rostros

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INDICE Palabras iniciales .................................................................... 5 Ana Solari Después de la lluvia .............................................................. 7 Alejandro Zavala Palacios 60 segundos .......................................................................... 14 Antón Dárgala La memoria doble del geógrafo ........................................ 19 Otro nuevo mundo fue posible ........................................ 19 Francotirador.es ................................................................... 20 La muerte múltiple de Fernando Pessoa ........................ 22 Betty Chiz Aquel barrio sur, 3ª versión ............................................... 24 Entre los pliegues ................................................................ 25 Vede Retro ............................................................................ 27 Brenda Marques Pena Génesis recreado .................................................................. 30 Gênesis Recriado ................................................................. 31 Carlito Lima Zezé, o contador de histórias ............................................ 33 Cinco semanas inesquecíveis ............................................ 35 Cecilia Silva Khoury La Vicki y el Malandroso: telenovela virtual (fragmentos) ............................................... 38 Clevane Pessoa Dois estranhos sob o plenilúneo ....................................... 44 De Segunda a Sexta a/penas , Contomicro ...................... 45


Daniel Abelenda Bonnet Matrimonios ......................................................................... 46 Delma Perdomo Deniz Recuerdos en sepia ............................................................. 50 Años felices ........................................................................... 52 Felipe Angellotti Dolores de parto .................................................................. 54 Francisco Ojeda Los periplos de Elio ............................................................. 58 Gacy Simas Ivana ...................................................................................... 63 Guillermo Lopetegui In memoriam Julius ............................................................ 65 Heber S. Pereira Rodríguez De casualidad ....................................................................... 68 Ilena Mulet Batista Qué pena, Emilio ................................................................ 74 Hornilla vieja ........................................................................ 76 Irene Lois Violeta .................................................................................... 78 Irina Ráfols El onomatofobo ................................................................... 83 Joaquín Malaletra El colado ................................................................................ 89 José Lissidini Sánchez Primera cita .......................................................................... 92


Juan Irigoyen Griseldis ................................................................................. 95 Miguel Angel Olivera Prieto La muerte de Arce ............................................................. 100 Nedy Cristina Varela Cetani Esos Frasquitos... ............................................................... 107 Mandamiento .................................................................... 108 Sombras y algo más .......................................................... 109 Todo en orden .................................................................... 110 Nilza Amaral Na venda do velho imigrante ......................................... 112 Norma Maquillón Vera Agosto fatídico ................................................................... 118 Omar Mir Las lágrimas ........................................................................ 121 Paulo Valença A calçada vazia ................................................................... 124 Pedro Diniz de Araujo Franco Especial vernissage ............................................................ 127 Raúl Ernesto Larrosa Ballesta La primera transmisión radiofónica intercontinental bilingüe ............................................................................... 133 Enemigo oculto ................................................................. 135 Roberto Bianchi Complicidad ....................................................................... 137 Rodrigo Chabalgoity El momento más feliz ....................................................... 141


Rossana Alicia Aicardi Caprio Luces y Sombras ............................................................... 143 Alfa y Omega ..................................................................... 145 Rozelene Furtado de Lima Acesso de risos .................................................................... 148 Ruben Pepe Calzado ................................................................................ 151 Del polvo venimos ............................................................ 152 Teresa Díaz Sánchez La mujer que amé ............................................................. 155 Tiago Monteiro Decisão ................................................................................ 159 Fim de férias ....................................................................... 160 Valéria Martins Copelli Fila dos Idosos, que maravilha! ...................................... 162 Fofocas da Vizinha ............................................................ 163 «Toc toc» da Bengala ........................................................ 165 Zelideth Chávez Cuentas Flor de cactus ..................................................................... 167 Nostalgia azul turquesa .................................................... 171 Un día grande como de fiesta ......................................... 172 Una rendija para escapar ................................................. 175 Zully Cabrera El baile ................................................................................. 178 La coneja ............................................................................. 179 El duchero .......................................................................... 180 La empresa ......................................................................... 180


pie de imprenta


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