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Qué no te gusta el plato que la vida te sirvió? ¡Pues levántate y
Lucas presenta un diálogo corto, pero muy edificante, entre uno que deseaba seguir a Jesús pero que quería tiempo para ordenar antes sus cosas: “También otro dijo: Te seguiré, Señor; pero primero permíteme despedirme de los de mi casa. Pero Jesús le dijo: Nadie, que después de poner la mano en el arado mira atrás, es apto para el reino de Dios”.
Esta cita se usa para señalar, acertadamente, que iniciar el andar por el Camino implica dejar atrás lo que antes se era, pero quiero proponerte una forma adicional, no contradictoria sino complementaria de esto la cual se refiere a esas caídas que en el andar, una vez nacido de nuevo, se experimenta.
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Es más que evidente que el nacer de nuevo no elimina nuestra carnalidad, un correcto entendimiento de aquello implica reconocer que mediante el bautismo “[nos habemos] vestido del nuevo [hombre,] el cual se va renovando hacia un verdadero conocimiento, conforme a la imagen de aquel que lo creó”, pero en el inter seguimos padeciendo de nuestras debilidades y flaquezas que nos pueden hacer caer en nuestro andar, ¿qué hacer?
En su primer carta Juan instruye diciendo “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”. Esto ya lo sabemos, pero el problema, y es a donde quiero llegar, es nuestra conciencia que puede no dejarnos tranquilos a pesar de ese arrepentimiento ante cada caída que experimentemos, ¿qué hacer?
No es tanto de hacer, sino más bien de comprender y dejar que el Espíritu nos vaya edificando, de nuevo, ¿qué le dijo Jesús al que queriendo acompañarlo sentía tenía cosas que arreglar en su vida? “Nadie, que después de poner la mano en el arado mira atrás, es apto para el reino de Dios”.
Esto no aplica sólo a mirar atrás deseando la vida que se ha dejado, sino también no dejar de mirar las faltas que en el andar hemos cometido permitiendo que