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32.El triunfo es más cuestión de tenacidad que de casualidad
“¿Crees que vayas a alcanzar las promesas?”, si nos hicieran esta pregunta, ¿qué respondería cada uno? Generalmente las respuestas que uno escucha, e incluso que uno mismo puede dar, giran en torno a “no sé”, “ojalá”, “eso espero”. Si bien dichas respuestas pueden estar aderezadas por un toque de humildad, si las mismas muestran realmente duda, vacilación o titubeo, como que no es buena señal.
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Es claro que la respuesta de uno no puede girar en torno a un “¡claro que estoy seguro!” bañado en orgullo y autosuficiencia pues la misma Palabra nos insta diciendo “el que piensa estar firme, mire que no caiga”, pero sí puede girar en torno a un “¡claro que estoy seguro… pues confío en Aquel a quien he respondido!”.
En Revelación nuestro Señor hace la promesa a todos los que le siguen diciendo “sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”, esto está acorde con aquel “esfuérzate y sé valiente” dicho por Dios a Josué. De esta forma la consecución de las promesas no es algo que esté sujeto al azar, al “quien sabe”, al “tal vez”, sino que está íntimamente ligado a la tenacidad que en ello mostremos.
Esto de la tenacidad hay que entenderlo que no se refiere a que por nuestro esfuerzo alcancemos las promesas, sino que hacemos lo que nos corresponde conforme al llamamiento que hemos recibido para que Dios haga su parte.
Es como si se nos dijera que un millonario ha decidido compartirnos su fortuna y que para ello se requiere que el lunes inmediato siguiente, a las 8 de la mañana, nos presentemos en tal banco pues se nos van a dar un millón de dólares. Nadie pensaría que su propio esfuerzo le ha dado ese millón, pero si no se presenta en el día, en la hora y en el lugar convenido, lo más probable es que el monto prometido no pueda ser entregado.
En nuestro caso las promesas que se nos han dado excede cualquier cosa que podamos siquiera imaginar, como dice la Palabra “cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han entrado al corazón del hombre, son las cosas que Dios ha preparado para los que le aman”. Con todo y todo esas promesas van acompañadas de aquel esfuérzate, de aquel sé valiente, de aquel se fiel hasta la muerte, todo lo cual puede resumirse en ser tenaz respecto del llamamiento al que hemos respondido.
El andar por el Camino a las promesas que se nos han dado implica decisión y entereza en ello, decisión y entereza que por su misma naturaleza refinará a los elegidos depurándolos para que sólo aquellos que sean fieles alcancen lo prometido, después de todo el triunfo es más cuestión de tenacidad que de casualidad.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/mycqZpddsjk
Referencias: 1 Corintios 10:12; Colosenses 2:8; 2 Pedro 3:17; Revelación 2:10; Salmos 31:23; 1 Corintios 9:25; Josué 1:6; Deuteronomio 1:21; Daniel 10:19;1 Corintios 2:9; Isaías 64:4; Santiago 1:12
El Camino hacia las promesas que se nos han dado se avanza sobre dos piernas: la fe y las obras. Somos salvos por la fe, por gracia, pero se nos pide pongamos por obra esa fe que decimos profesar para dar fruto en abundancia de perfección y santidad.
Salomón en su momento de manera inspirada señalo “hacer justicia y juicio es a Jehová más agradable que sacrificio”, ahora bien, ¿qué es justicia?, ¿qué es juicio?, la justicia tiene que ver con el hacer, con las obras, “todos tus mandamientos son justicia”, señala David de manera inspirada y sabemos que los mandamientos están en función del actuar; por su parte el juicio tiene que ver con el pensar, con la fe, de igual forma David señala de manera inspirada “enséñame buen juicio y conocimiento, pues creo en tus mandamientos”.
De esta forma aquel “hacer justicia y juicio” se refiere a las obras, el hacer, y a la fe, la doctrina. Es por ello que Jacobo, el medio hermano de Jesús, señala en su carta “sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos”.
El hacer justicia y juicio se refiere a uno, pero como tal uno está en relación con el prójimo, es por eso que esa justicia y ese juicio, en nuestra relación con el prójimo,
requiere de un tercer elemento: la misericordia. Jesús en su tiempo, sobre esto, señaló a los guías religiosos “¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque pagáis el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, y habéis descuidado los preceptos de más peso de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad; y éstas son las cosas que debíais haber hecho, sin descuidar aquéllas”. En esta cita fidelidad tiene que ver con la fe, mientras que justicia con las obras, el tercer elemento es el de la misericordia.
Curiosamente y contrario a lo que se cree, misericordia no quiere decir pasar por alto una infracción sino juzgar con justicia entendiendo las limitaciones, las debilidades, que el otro tiene, lo cual no nos debe ser muy difícil ya que nosotros de igual forma compartimos esas limitaciones, esas debilidades. Entender este tercer elemento es crucial, Jacobo lo deja muy claro cuando escribe en su carta “porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio”.
De nuevo: esto no quiere decir dejar pasar las transgresiones que el otro hace, sino entenderlo por medio de la misericordia y edificarle precisamente en justicia y juicio. Jesús dejó muy claro esto cuando dijo “por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Más si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano”.
El avanzar por el camino hacia las promesas que se nos han dado no puede entenderse con una actitud apática e indolente donde no exista ese esfuerzo que de nosotros se requiere para crecer en el conocimiento de Dios y Su hijo poniendo por obra esa fe que se dice profesar, después de todo para vislumbrar un sueño valioso hay que estar bien despierto y para realizarlo, bien activo.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/tnZ0PDCPfuE
Referencias: Efesios 2:8-9; Romanos 3:24; Santiago 2:14-17; Lucas 3:11; Proverbios 21:3; 1 Samuel 15:22; Salmos 119:172; Deuteronomio 6:7; Santiago 1:22; Romanos 2:13; Mateo 23:23; Jeremías 22:3; Santiago 2:13; Mateo 5:7; Mateo 18:15-17; Lucas 17:3
Vamos viendo algunas de las realidades del llamamiento al que hemos respondido. En su momento, Jesús dijo a sus seguidores, y en su figura a todos los que en su momento le seguirían, “Y guardaos de los hombres, porque os entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán; y aun ante gobernadores y reyes seréis llevados por causa de mí, para testimonio a ellos y a los gentiles… El hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y los hijos se levantarán contra los padres, y los harán morir. Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; más el que persevere hasta el fin, éste será salvo”.
Seamos honestos: para los que hemos respondido el llamamiento de Jesús, esa perspectiva no es para nada halagüeña, ¿quién quisiera ser azotado, entregado, aborrecido o muerto?, es cierto que, como dice Pablo, “los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada”, con todo y todo, el escenario para los que sigamos a Jesús no es del todo agradable.
Lo más lógico, humanamente hablando, es que ante esa perspectiva la actitud del creyente fuera más bien triste, apesadumbrada, pero, dado que al recibir el Espíritu de Dios mediante la imposición de manos después de bautizarnos, bien
puede decirse que ya no estamos solos en esta batalla y que ese mismo Espíritu permite que vivamos una vida de alegría, gozo, paz y esperanza inentendible para los que viven en el mundo, por el mundo y para el mundo.
Pablo, entendiendo esto, señala la manera en que debe comportarse un seguidor de Cristo: “Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros. En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor; gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración; compartiendo para las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis”.
Pero Pablo no era el que solo decía, sino que también hacía. Cuando le encerraron a él y a Silas, ¿qué se pusieron a hacer a medianoche?, ¿llorar, amargarse, entristecerse?, “pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los presos los oían”.
“Esto es imposible” —podrá decir alguien, ¡y tiene razón!... humanamente hablando, pero lo que es imposible para el hombre es posible para Dios, es por eso que Él nos ha dado de su Espíritu, ese Espíritu que nos permite experimentar esa paz que Cristo nos da, no como la del mundo, sino como la que Dios da.
Cristo nunca engañó a sus seguidores, claramente dijo que el seguirle implicaba no solo esfuerzo sino sacrificio, sabemos que los promesas exceden con mucho lo que ahora padezcamos, con todo y todo el Espíritu nos ayuda en el presente siglo para pasar por las tribulaciones con gozo y esperanza, claro: si es que le dejamos hacer su trabajo, después de todo tu no escoges muchas de las batallas que pelearas en tu vida, pero si puedes elegir la actitud con la que lo harás.
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Referencias: Mateo 10:17-18, 21-22; Hechos 5:40-41, Romanos 8:18; 2 Corintios 4:17; Romanos 12:10-14; 2 Corintios 4:17; Lucas 18:27; Mateo 19:26; Juan 14:27; Filipenses 4:7
La cuestión de los tropiezos, la caídas que en nuestro andar por el Camino experimentamos es algo complejo de entender y difícil de aceptar.
Al venir a salvación respondiendo al llamado del Padre, uno puede tener la idea de que a partir de ahí todo irá, como se dice coloquialmente, como miel sobre hojuelas y que las batallas que contra el Enemigo, el Mundo o la Carne enfrentemos serán ganadas fácil y a la primera, después de todo tenemos el Espíritu de Dios, ¿por qué habría ser de otra forma?
Más sin embargo, ¿cuál es la realidad?, tropiezos y caídas en nuestro andar. ¿Cómo entender esto?, ¿cómo aceptarlo?
Entendamos una cosa, al nacer del agua, es decir, al ser bautizados, hemos nacido de nuevo, y ¿cuál es la condición de un recién nacido?, así es: alguien que apenas inicia una nueva vida debiendo crecer, fortalecerse, madurar, ¿y cuál es el mayor indicativo de aquello que le hace falta para alcanzar esto último?, exacto: las cosas que aún no puede hacer.
Cuando un niño da sus primeros pasos se tropieza, señal de que le falta mejorar en eso; cuando un niño quiere expresarse pero no sabe escribir, señal de que
necesita aprender eso; cuando un niño quiere vestirse solo y no puede, señal que necesita ser instruido en ello.
De igual forma el cristiano, ante cada tropiezo, cada caída que experimenta, en vez de pensar que no es digno del llamamiento al que respondió, más bien debe verlo como un área de oportunidad para crecer, para fortalecerse, para madurar.
Esto es expresado por Pablo cuando señala que ese crecimiento, ese fortalecimiento, esa maduración, se va dando en nuestra vida “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”, ¿te fijas?, “hasta que todos lleguemos a […] la estatura de la plenitud de Cristo”, eso quiere decir, que de inicio no tenemos esta estatura pero que es factible alcanzarla, ¿y mientras tanto?, pues tendremos tropiezos, tendremos caídas, que nos señalaran aquellas áreas que debemos seguir trabajando con la ayuda del Espíritu de Dios.
Pero ahí no termina esto ya que la idea del crecimiento entre los miembros del Cuerpo de Cristo implica que aquellos que en el Camino llevan la delantera deben ayudar a los que inician apenas el andar, como dice Pablo escribiendo a los hebreos, estimulándonos “unos a otros al amor y a las buenas obras”, y a este respecto, escribiendo a los de Roma, señalando que “los que [son] fuertes, [deben] sobrellevar las flaquezas de los débiles”.
Venir a salvación no es llegar a una meta sino iniciar un andar que nos llevara a las promesas del Padre, ese andar nos irá señalando, con los tropiezos y caídas que experimentemos, aquellas áreas que debemos seguir trabajando, de igual forma, el crecimiento, el fortalecimiento, la madurez que vayamos adquiriendo nos irán capacitando para ayudar a los detrás de nosotros van de igual forma hacia lo prometido, después de todo superar un reto te capacita para, por un lado, esperar un reto mayor, y por otro, ayudar a otros a superarlo.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/s9yqdV8PGRs
Referencias: Juan 3:5; Ezequiel 36:26; Efesios 5:26; 1 Corintios 14:20; Efesios 4:13; Gálatas 4:19; Hebreos 10:24; 1 Corintios 10:33; Gálatas 6:1; Romanos 15:1; 1 Tesalonicenses 5:14; Efesios 6:10
La vida cristiana, contrariamente a lo que algunos pudieran creer, no es un remanso de tranquilidad sino está llena de inquietud, sobre esto, Jesús mismo dijo a sus seguidores “Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo”.
Lo anterior hay que tenerlo muy en mente pues si uno viene a la vida cristiana con una idea de la misma que no corresponde a la realidad, bien puede decepcionarse a la primera de cambios y terminar por enfriarse.
Pablo escribiendo a los de Roma les señala la lucha constante que el llamamiento implica cuando les dice “no te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien”, y dado que el mal es algo que impera en el mundo es más que evidente que dicha lucha no tendrá fin sino hasta que nuestro Señor regrese.
Ahora bien, ¿cómo lograr lo anterior?, es decir, ¿cómo no desanimarse a las primeras de cambio en la vida cristiana? En su primer carta Pedro da un consejo de extrema practicidad: “Practiquen el dominio propio y manténganse alerta. Su enemigo el diablo ronda como león rugiente, buscando a quién devorar.”
En la primera parte de su exhortación, ¿a qué se refiere Pedro con eso del dominio propio? La referencia clara es a tener bajo nuestro control las pasiones desordenadas de la carne. Sobre esto, Pablo escribiendo a los de Colosas les dice “Amortiguad [otras versiones dicen “mortificad” o “haced morir”], pues, vuestros miembros que están sobre la tierra: fornicación, inmundicia, molicie, mala concupiscencia, y avaricia, que es idolatría: cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia”.
Pero la exhortación de Pedro tiene otra arista relacionada con el mantenerse alerta ya que nuestro Enemigo busca a quien devorar. Este mantenerse alerta señala al Enemigo en sí, pero también al Mundo y a la Carne, como señalaba Juan en su primera carta “porque todo lo que hay en el mundo, es decir, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo”. Pero en cuanto a ese estar alerta, dicho exhorto lleva implícita la necesidad de una vida espiritual, vida espiritual que Jesús dejó muy clara cuando señaló “velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”.
Pero todo lo anterior no tendría sentido si en algún punto del Camino, como se dice popularmente, tiramos la toalla y desistimos de seguir avanzando a las promesas que se nos han dado. Esto lo dejó muy claro nuestro Señor cuando en Revelación señala “no temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” y cuando en ese mismo libro dice “he aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona.”
La vida cristiana es una lucha constante, pero como escribió Pablo a los de Roma, “tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”, después de todo solo se está derrotado cuando se decide dejar de luchar.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/R5bfADb7MYc
Referencias: Juan 16:33; Hechos 14:22; 2 Corintios 2:14; Romanos 12:21; Proverbios 16:32; 1 Pedro 3:9; Colosenses 3:5-7; Marcos 7:21; Romanos 6:13; 1 Juan 2:16; Romanos 13:14; Gálatas 5:17,24; Mateo 26:41; Marcos 14:38; Lucas 21:36; Revelación 2:10; 3:11; Romanos 8:18; 2 Corintios 4:17; 1 Pedro 4:13
Hay un dicho popular que señala que las palabras mueven pero que el ejemplo arrasa. Esto en referencia a que más allá de lo que podamos decir son finalmente nuestros actos los que terminan por definir y por mostrarles a los demás lo que somos.
¿Te has dado cuenta cómo es que los seguidores de Jesús no se caracterizan solo por arengar a los demás sino por mostrar en su vivir lo que con sus palabras expresan? Pablo escribiendo a los de Corinto les dice al respecto “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”. ¿Te imaginas el nivel de compromiso con el llamamiento como para ponerse como ejemplo para los demás?, ¿quiénes de nosotros, ante alguien que preguntara cómo seguir a Cristo, tendríamos la voz completa para sugerir nos imitaran?
Como seguidores de Jesús siempre estamos buscando un referente de cómo vivir el llamamiento. Es cierto que nuestro primero y principal referente es Cristo, pero de igual manera necesitamos ver en los demás, sobre todo los que van adelante en el Camino, como poner por obra la fe que decimos profesar.
Pablo escribiendo a los hebreos reconoce esto pero al mismo tiempo da una condición a evaluar para considerar la actitud de los demás, sobre todo los que
deberían ser ejemplo, como algo a imitar: “Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe”.
Si bien Pablo aquí habla de los pastores esto mismo puede ser aplicable a todo aquel que vaya a la delantera en el llamamiento al que se ha respondido: considerad cuál haya sido el resultado de su conducta e imitar su fe.
Pero la cuestión de lo que las acciones de quienes van delante en el llamamiento al que se ha respondido reflejan respecto de la fe que dicen profesar como para que se considere un ejemplo a seguir, no es exclusivo de quienes nos llevan la delantera en el Camino sino que aplica a todos los que conformamos el Cuerpo de Cristo ya que siempre habrá alguien para quien seamos un ejemplo.
Pablo en su primer carta a los de Corinto señala esto al decir “no seáis motivo de tropiezo ni a judíos, ni a griegos, ni a la iglesia de Dios”, de igual forma es reiterativo en esto en su segunda carta a los mismos cuando dice “no dando nosotros en nada motivo de tropiezo, para que el ministerio no sea desacreditado”, y sobre esto de no ser tropiezo deben tenerse muy en mente aquel exhorto de nuestro Señor cuando señaló “¡Ay del mundo por sus piedras de tropiezo! Porque es inevitable que vengan piedras de tropiezo; pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!”. Pablo entendiendo esto se adelanta con su ejemplo a lo dicho anteriormente cuando señala “por esto, yo también me esfuerzo por conservar siempre una conciencia irreprensible delante de Dios y delante de los hombres”.
El hablar de nuestra fe con nuestras acciones es algo que queda muy claro en la Escritura, de hecho no puede entenderse lo que profesamos sino nuestro actuar no es congruente con ello, por eso Jacobo, el medio hermano de Jesús, señaló en su carta “Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras” y de igual forma, más delante en su misma carta, reitera “más sed hacedores de la palabra, y no tan solamente
oidores, engañándoos a vosotros mismos”, lo cual es congruente con lo dicho por Pablo a los Romanos cuando señala “porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los que cumplen la ley, ésos serán justificados”.
La cuestión de ser ejemplo a los demás está implícita en el llamamiento al que hemos respondido, desde esa perspectiva todos estamos llamados a ser líderes y por lo tanto a enseñar con nuestro ejemplo, ese ejemplo implica poner por obra la fe que se dice profesar e incluso demostrar con nuestras acciones nuestro pensar antes de pretender que los demás actúen en consecuencia, después de todo un buen líder siempre va al frente de sus seguidores y si vienen problemas se adelanta aún más.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/7LBAFA7hsxg
Referencias: 1 Corintios 11:1; Filipenses 3:17; 1 Tesalonicenses 1:6; Hebreos 13:7; 1 Pedro 4:11; Lucas 12:42; Corintios 10:32; Hechos 24:16; Mateo 18:7; Hechos 24:16; Santiago 2:18; Mateo 7:16; Santiago 1:22; Mateo 7:24; Romanos 2:13; Lucas 6:46-48
El andar por el Camino no está exento de caídas. La Escritura en ninguna parte dice que el justo nunca cae, al contrario, claramente señala que “siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse”.
Aunque al subir de las aguas del bautismo y recibir mediante la imposición de manos el Espíritu de Dios hemos venido a ser sus hijos, aún impera en nosotros la naturaleza carnal que implica imperfección, imperfección que terminará hasta que nuestro Señor regreso y seamos transformados, como dice Juan en su primera carta “amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”.
Con todo y todo, ¿qué hacer con los tropiezos, con las caídas? Fíjate que la pregunta es “qué hacer con los tropiezos y caídas” no “qué hacer cuando tropezamos y caemos”, esto porque lo segundo ya ha sido respondido con la cita de la Palabra que señala “siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse”, a saber: levantarnos de cada tropiezo, de cada caída, y seguir avanzando a las promesas,
como dice Pablo en su segunda carta a los de Corinto: “Afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos”.
Pero entonces de nuevo: ¿qué hacer con los tropiezos, con las caídas? Cuando tropezamos, cuando caemos, lo hacemos porque hay algo que nos ha hecho tropezar y caer. Ese algo puede ser el Enemigo, el Mundo o la Carne que usando nuestra propia concupiscencia nos llevan al pecado, como escribe Jacobo, el medio hermano de Jesús en su carta: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte”. Aun así, después de levantarnos de cada tropiezo, de cada caída, podemos usar ese tropiezo, esa caída para aprender de él.
¿Te acuerdas de la historia de Job? La misma Palabra declara de Job que era un “hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal”, pero entonces ¿cuál era su problema?, ¿sobre qué tenía que ser corregido, edificado? Fíjate como Job era todo eso que declara la Escritura, pero su problema era precisamente que por eso se creía en sí mismo justo, en un momento llega a decir “me aferraré a mi justicia y no la soltaré. Mi corazón no reprocha ninguno de mis días”, pero ¿qué sucede una vez que ha pasado por todas las pruebas que le vinieron y que fue redargüido por Dios? Después de todo esto el hablar de Job cambia: “yo hablaba lo que no entendía; Cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía. Oye, te ruego, y hablaré; te preguntaré, y tú me enseñarás”.
Puede decirse que Job tropezó en su propia vanagloria, pero sin dejarse abatir retoma el andar con otra postura, de esta forma el justo no solo se ha levantado sino que del tropiezo, de la caída ha aprendido, igual podemos hacer nosotros, así
que ya sabes ¿en el camino de tu vida te tropezaste con una piedra?, ¡qué bien: úsala en la construcción de tu vida!
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/meBWKJxIeVY
Referencias: Proverbios 24:16; Job 5:19; Salmos 37:24; 1 Juan 3:2; Salmos 17:15; 2 Corintios 3:18; Colosenses 3:4; 2 Corintios 4:8-9; Isaías 40:31; Romanos 8:35; Santiago 1:13-16; Romanos 9:19,20; Job 1:1; 27:6; 42:3-4
Cuando uno habla de liderazgo en la vida cristiana generalmente le viene a la mente las autoridades que en la iglesia están formalmente establecidas, si bien éstas constituyen el liderazgo primerio y básico de la misma, en términos prácticos todos estamos llamados a ser líderes en el sentido de que los demás, tanto de la iglesia como del mundo, pueden ver con nuestras obras esa fe que decimos profesar.
De igual forma, la vida cristiana puede verse como una lucha, una batalla que se está librando, no contra carne y sangre sino contra potestades del mal y para la cual se debe estar vestido apropiadamente con la armadura de Dios.
Con todo y todo, habrá momentos en que uno tropiece, caiga, tanto en la comprensión doctrinal como en poner por obra esa fe que se dice profesar, ¿qué hacer ante eso?, ¿echarle la culpa a los demás o aceptar más bien las faltas propias? Veamos dos ejemplos.
El primer ejemplo tiene que ver con Saúl, el primer rey de Israel. Saúl había recibido por parte de Samuel la orden de esperarle para que éste último ofreciera el holocausto correspondiente a Dios. Dado que Samuel tardaba Saúl se abrogó de la facultad que no tenía de ofrecer el holocausto a Dios. Ahora bien, cuando
llegó Samuel y le reclamó por esto, ¿qué dijo Saúl? “Saúl respondió: Porque vi que el pueblo se me desertaba, y que tú no venías dentro del plazo señalado, y que los filisteos estaban reunidos en Micmas, me dije: Ahora descenderán los filisteos contra mí a Gilgal, y yo no he implorado el favor de Jehová. Me esforcé, pues, y ofrecí holocausto”. Así que según Saúl la culpa no era de él sino de los demás. A todo esto, ¿qué le dijo Samuel? “Entonces Samuel dijo a Saúl: Locamente has hecho; no guardaste el mandamiento de Jehová tu Dios que él te había ordenado; pues ahora Jehová hubiera confirmado tu reino sobre Israel para siempre. Mas ahora tu reino no será duradero. Jehová se ha buscado un varón conforme a su corazón, al cual Jehová ha designado para que sea príncipe sobre su pueblo, por cuanto tú no has guardado lo que Jehová te mandó”.
El segundo ejemplo tiene que ver con David, el segundo rey de Israel. De David todos conocemos el terrible pecado que cometió con Betsabé, esposa de Urías, con la cual se acostó ordenando después la estrategia que conduciría a la muerte de su esposo. Cuando Natán vino a señalarle esta falta a David, ¿qué fue lo que dijo David? “—¡He pecado contra el Señor! —reconoció David ante Natán”. Así que David reconoció su falta como completa y totalmente suya. ¿Y qué le dijo Natán en respuesta de parte de Dios? “—El Señor ha perdonado ya tu pecado, y no morirás —contestó Natán— . Sin embargo, tu hijo sí morirá, pues con tus acciones has ofendido al Señor”.
El liderazgo no solo implica ir delante sino también conlleva el aceptar las faltas que se cometen con la intención de mejorar lo que deba mejorarse, de corregir lo que deba corregirse, después de todo un buen líder comparte sus triunfos y retiene para si las derrotas.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/ows-ffj0fhs
Referencias: Efesios 4:11-16; 1 Corintios 12:28; Jeremías 3:15; Mateo 5:16; Juan 15:8; 1 Pedro 2:12; Efesios 6:12-18; Marcos 4:19; Hechos 26:18; 1 Samuel 13:1-23; 2 Samuel 11:1-27; 12:1-25
Cuando hablamos de liderazgo hay que reconocer que existen diferentes tipos. Está el líder que reacciona ante las circunstancias, bueno pues lleva a sus seguidores al objetivo planteado pero de manera reactiva; está el líder que se adelanta a las circunstancias, mejor aún ya que lleva a sus seguidores sin esperar a reaccionar a lo que sucede sino que previéndolo camina un paso adelante; y está el líder que es capaz de crear las circunstancias, no reacciona, no se adelanta, él mismo crea las formas, las maneras y con eso no solo lleva a sus seguidores al objetivo sino que incluso influye en las circunstancias, éste es el líder de excelencia.
Los elegidos tenemos al mejor líder, al líder más excelente, Jesús, a quien seguimos y a quien buscamos imitar. Es interesante que Jesús, nuestro líder, caiga en la tercera categoría, es decir, es un líder excelente que crea las circunstancias.
Jesús en su momento señaló “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”, ¿te fijas?, Jesús no se amoldó a las circunstancias de su momento, tampoco se adelantó ellas, Él mismo se pudo como el líder que hay que seguir independientemente de lo que nos rodea.
Es por eso que Pablo escribiendo a los de Roma deja claro que no hay que ser un buen líder que reacciones a las circunstancias ni un gran líder que se adelante a ellas, sino como Jesús un excelente líder que cree las mismas circunstancias: “Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto”.
Lo que se conoce como las Bienaventuranzas contenidas en Mateo 5:2-12 señalan la manera en que nosotros, como seguidores de Jesús, podemos imitándole ser un líder de excelencia ante los demás, no reaccionando ni adelantándonos a las circunstancias, sino creándolas: “Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, pues ellos serán consolados. Bienaventurados los humildes, pues ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos recibirán misericordia. Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios. Bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí. Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros”
Si así hacemos seremos sal de la tierra y luz del mundo, pero si reaccionamos a las circunstancias e incluso si nos les adelantamos, serán éstas las que estén marcando nuestra pauta de andar por el Camino, y no estamos llamados a ello, después de todo ante las circunstancias, un buen líder reacciona, un gran líder se adelanta, y un excelente líder las crea.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/IxfJmYktXhU
Referencias: Juan 8:12; 1 Juan 1:6; Isaías 42:6,7; Romanos 12:2; Marcos 4:19; Efesios 4:23-24; Mateo 5:2-12; Efesios 5:10; Colosenses 3:10; Mateo 5:13-16; 1 Pedro 1:14; 2 Pedro 1:4
Los tropiezos, las caídas, vamos: los pecados en que los elegidos incurrimos, plantean un grave problema para nuestra conciencia: ¿será que no soy salvo?, ¿será que no alcanzaré a las promesas?, ¿me estaré engañando?, ¿debería reconocer que no puedo y tirar todo por la borda?
Curiosamente ninguna de las preguntas anteriores tiene sustento escritural, luego entonces, más que provenir de Dios deben de venir del Enemigo, de aquel cuyo objetivo es precisamente que perdamos la salvación.
Por cierto, eso de que la salvación puede perderse es un hecho escrituralmente comprobable. “Un momento —alguien pudiera objetar— claramente Jesús dice “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano”, luego entonces si nadie puede arrebatarnos de sus manos la salvación no puede perderse”. Claro que puede perderse, “retén lo que tienes para que nadie tome tu corona” y “sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” dejan claro que la salvación puede perderse y que el alcanzar las promesas está condicionado.
Más sin embargo es verdad que nadie puede arrebatarnos de las manos de Jesús, ¿entonces? Una cosa es que nadie pueda arrebatarnos y otra muy distinta que
nosotros, haciendo uso de nuestro libre albedrío, no podamos salirnos por propia voluntad. Pablo deja muy claro esto en su carta a los hebreos cuando dice que “si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios”.
Pero entonces ¿y las preguntas formuladas inicialmente? Como se comentó, dado que ninguna de esas preguntas tiene sustento escritural más que provenir de Dios deben de venir del Enemigo. De hecho la Palabra deja constancia de lo contrario, a saber: que alguien llamado a salvación sí puede tropezar, sí puede caer, vamos: sí puede pecar, la diferencia es que tras ese tropiezo, tras esa caída, tras ese pecado, vuelve a levantarse: “siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; más los impíos caerán en el mal”.
Juan reitera esto en su primera carta cuando, no escribiendo a los gentiles, sino a la iglesia, a los elegidos que habían venido a salvación, les dice “si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros […] Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros”, pero ahí mismo completa la idea cuando señala “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
Entonces, qué hacer con los tropiezos, las caídas, vamos: los pecados en que incurramos. La respuesta escritural es clara: levantarnos, pedir perdón y seguir nuestro camino a las promesas que se nos han dado, como decía Pablo “olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”, después de todo creer que perder una batalla es perder la guerra es tener una visión de muy corto plazo.
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Referencias: Juan 10:27-28; Hechos 3:23; Revelación 3:11; 1 Corintios 9:25; Revelación 2:10; Mateo 10:22; Hebreos 10:26-27; 2 Pedro 2:20; Proverbios 24:16; Job 5:19; Salmos 37:24; Filipenses 3:13-14; Hebreos 6:4-6
La vida cristiana no consiste solo en creer sino también en hacer. Claramente Jesús les dijo en su momento a los de su tiempo, y en su figura a todos aquellos que le oyesen, “¿por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” y todavía para aclarar más el asunto señaló “no todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos: más el que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos”.
La salvación no es algo que ganamos con nuestras obras sino algo que nos es dado cuando aceptamos el sacrificio redentor de Jesús, como dice Pablo escribiendo a los de Éfeso “porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”.
De esta forma, una vez salvos, lo que se espera de los elegidos que han respondido al llamamiento del Padre es que actúen en consecuencia, es decir, que sus obras demuestren esa fe que dicen profesar, como dice Jacobo, el medio hermano de Jesús en su carta, “hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las
cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma”.
Ahora bien, esto de poner por obra esa fe que si dice profesar lleva dos vertientes, una que tiene que ver con el efecto que esto tiene en el creyente, la otra el efecto que aquello tiene en el mundo.
En cuanto al efecto que en el creyente tienen las obras que se realizan como parte de la fe que se dice profesar está el ir desarrollando en nosotros el carácter perfecto y santo de Cristo, imagen del Dios invisible, como dice Pablo escribiendo a los de Éfeso, “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”.
Ahora bien, en cuanto al efecto que en el mundo tienen las obras que el creyente realiza como parte de la fe que se dice profesar está el servir para que el mismo vea la gloria del Padre, como dijo Jesús en su momento, “así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.
De esta forma, el avanzar decididamente por el Camino implica creer pero también hacer, siendo que cada paso que de esta forma se dé al andar desarrollará en nosotros el carácter perfecto y santo de nuestro Padre Dios y de igual forma al mundo le hablará de Su gloria, después de todo cada paso que imprimes en tu vida te cambia a ti... y al camino que recorres.
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Referencias: Lucas 6:46; Santiago 1:22; Efesios 2:8-9; Romanos 3:24; Mateo 5:48; Levítico 19:2; 1 Pedro 1:16; Levítico 19:2; Efesios 4:13; Gálatas 4:19; Mateo 5:16; Juan 15:8
Sin duda alguna que es desmoralizante para el cristiano ver cómo es que los planes de los impíos prosperan mientras que aquellos que han respondido al llamamiento del Padre para venir a salvación en el presente siglo en ocasiones se malogran sus propósitos.
Lo anterior no quiere decir que se dude de Dios, de su voluntad o de su justicia, simplemente que como seres finitos y temporales no se alcanza a comprender aquello generando ese desasosiego propio de la situación.
Esto no es propio de los cristianos sino que siempre ha estado presente en el pensamiento de los elegidos. Jeremías en su momento reflexionaba “justo eres tú, oh Jehová, para que yo dispute contigo; sin embargo, alegaré mi causa ante ti. ¿Por qué es prosperado el camino de los impíos, y tienen bien todos los que se portan deslealmente? Los plantaste, y echaron raíces; crecieron y dieron fruto; cercano estás tú en sus bocas, pero lejos de sus corazones”.
David de igual forma en su momento escribió “en cuanto a mí, mis pies estuvieron a punto de tropezar, casi resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes, al ver la prosperidad de los impíos. Porque no hay dolores en su muerte, y su cuerpo es robusto. No sufren penalidades como los mortales, ni son azotados como los demás hombres. Por tanto, el orgullo es su collar; el manto de la violencia los cubre”.
Salomón de manera inspirada responde a lo anterior cuando escribió “no te entremetas con los malignos, ni tengas envidia de los impíos; porque para el malo no habrá buen fin, y la lámpara de los impíos será apagada. Teme a Jehová, hijo mío, y al rey; no te entremetas con los veleidosos; porque su quebrantamiento vendrá de repente; y el quebrantamiento de ambos, ¿quién lo comprende?”.
Ahora bien, si lo anterior es claro, todavía queda la duda en el elegido: ¿de qué sirve esforzarse por cumplir con la voluntad de Dios?
Si bien como cristianos estamos llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo, no quiere decir eso que con ello podamos cambiar el mundo ni mucho menos lograr que a nosotros nos vaya bien mientras que a los que no han venido a salvación les vaya mal. Pero lo que si debe quedar muy claro es que el poner por obra esa fe que decimos profesar nos va ejercitando los sentidos para discernir el bien del mal hasta alcanzar la estatura perfecta de Cristo. Como escribió Juan en su primera carta: “amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él porque le veremos como Él es. Y todo el que tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica, así como Él es puro”.
Además todo tiene su propio fin, y si bien el de los impíos es para el día malo, para los elegidos está la esperanza de que todas las cosas cooperan para bien. De esta forma tanto inicuos como fieles tendrán cosas buenas y cosas malas en esta vida, pero a los primeros ninguna de las dos les aprovechará mientras que
para los segundos trabajaran para lograr en ellos lo que Dios pensó desde la eternidad.
De esta forma, el esfuerzo por vivir conforme a la voluntad de Dios, si bien no es garantía de que a nosotros nos vaya bien mientras que a los impíos les vaya mal, si es garantía de que permite por ese medio al Espíritu trabajar en nosotros para ir desarrollando el carácter perfecto y santo de nuestro Padre Dios, después de todo, en cuanto a nuestro andar por el Camino, todo esfuerzo tiene su recompensa, si no la encuentras fuera búscala dentro de ti.
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Referencias: Jeremías 12:1-2; Job 12:6; Salmos 73:2-6; Job 21:4; Proverbios 24:19-22; Números 16:2; Mateo 5:13-16; Lucas 14:34; Hebreos 5:14; 1 Corintios 2:6; Efesios 4:13; 1 Corintios 14:20; Proverbios 16:4; Job 21:30; Romanos 8:28; 1 Pedro 2:9
Si bien los elegidos que hemos respondido al llamamiento del Padre para venir a salvación en el presente siglo comprendemos el nivel de perfección y santidad que de nosotros se espera, también entendemos la imposibilidad de ello en el siglo actual por la carnalidad en la que aún militamos.
De esta forma, si bien sabemos lo que de nosotros se espera, diariamente tropezamos, caemos en nuestro andar por el Camino. Lo anterior sin duda alguna es frustrante pues, como decía Pablo, “no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago”.
Algunos leyendo a Pablo en su primera carta a los de Corinto que señala “sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado”, y también en su carta a los de Roma indicando “así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”, concluyen que se deben autoimponer sacrificios para expiar aquellos tropiezos, aquellas caídas, pero la Escritura no señala eso.
La Palabra claramente señala que el pago total de nuestras culpas se cumplimentó con el sacrificio redentor de Jesús, como escribe Pablo a los romanos: “…por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre…”. Y no solo de las culpas pasadas sino también de las futuras ya que, como Juan señala en su primera carta, escrita por cierto no a los paganos sino a la iglesia de Dios, “hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”.
De esta forma pretender agregar algo al sacrificio de Cristo es considerarlo incompleto, lo cual no es así, pero entonces ¿a qué se refiere Pablo con aquello de golpear el cuerpo y de presentar éste como sacrificio a Dios? Pablo reflexionando sobre el papel de Cristo, a quien estamos llamados a imitar, señala “sacrificio y ofrenda no quisiste; más me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí”.
De esta forma, lo agradable a Dios es hacer su voluntad, como señaló Samuel a Saúl en su momento “¿se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros”, obvio que considerando que “la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne”, ese hacer la voluntad de Dios implicará una guerra contra la carnalidad, a eso es a lo que se refiere Pablo.
El avanzar por el Camino, mientras aún militemos en esta carnalidad, implicará tropezar y caer, pero ante ello hay que pedir perdón al Padre por medio de Cristo,
levantarnos y seguir nuestro andar, después de todo no es golpeando el suelo como avanzaras en la vida, sino dando pasos firmes y decididos.
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Referencias: Mateo 5:48; Levítico 19:2; 1 Pedro 1:16; Levítico 20:7; Romanos 7:19; 1 Corintios 9:27; 2 Corintios 13:5; Romanos 12:1; 1 Pedro 2:5; Romanos 3:21-26; Hechos 10:43; 1 Corintios 11:1; 1 Tesalonicenses 1:6; 1 Samuel 15:22; Marcos 12:33; Gálatas 5:17; Mateo 26:41
Muchos al leer aquello que dijo Jesús “de cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” concluyen que debe referirse a las características de los niños como confiar y creer, ser inocentes, o demostrar alegría y agradecimiento, pero Jesús nunca dijo que el ser como niños solo se refería a las características positivas que de ello pudiéramos señalar, entonces ¿qué pasa con las características negativas que también presentan los niños como egoísmo, inmadurez, ignorancia y torpeza?
El problema es que ese ser como niños no debe verse desde el punto de vista natural sino desde el punto de vista espiritual, ¿y cuál es ese? Un niño es alguien que acaba de nacer, así que veamos en la Escritura qué, referido a ese nacimiento espiritual, es mencionado.
El Evangelio de Juan consigna la reunión que sostuvieron Jesús y Nicodemo, en una parte del relato se señala “Jesús [ ] le dijo [a Nicodemo]: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el
reino de Dios”. De esta forma aquel ser como niños que mencionó Jesús se refiere a esa etapa posterior al bautismo cuando uno inicia la vida espiritual.
En esa etapa uno inicia con lo que la Palabra señala como alimento líquido, los rudimentos de la fe, los principios doctrinales, las verdades de salvación, pero uno debe avanzar en el Camino creciendo en el conocimiento de Dios y su Hijo hasta llegar al alimento sólido, las verdades de comprensión. Este desarrollo está presentado por Pablo en su carta a los de Éfeso cuando les escribe “y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”.
Desde que uno es bautizado comienza a ser hijo de Dios, pero la realización plena de esto se dará al regreso de Cristo cuando todos seamos resucitados/transformados, por eso Juan en su primera carta señala “amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”.
Pero de inicio uno comienza la vida cristiana como niño, sin haber logrado esa madurez espiritual, de igual forma sin tener aún el carácter perfecto y santo del Padre, pero sabiendo que si nos mantenemos fieles llegaremos a las promesas que se nos han dado, tal como Pablo lo presenta a los Filipenses “hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.
De esta forma el ser como niños implica el estado espiritual que inicia cuando uno es bautizado, inicio que aún no refleja aquello que seremos pero que confiados en
las promesas proseguimos hasta la consecución de las mismas, después de todo al inicio los límites no alcanzarás y ya luego ¡los límites no importarán!
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Referencias: Mateo 18:3; Salmos 131:2; Hebreos 5:12-14; 1 Corintios 14:20; Hebreos 6:1-2; 1 Corintios 2:6; Efesios 4:11-13; Gálatas 4:19; Filipenses 3:13-14; 2 Corintios 5:16
Sin duda alguna que uno de los mayores conflictos que todo elegido enfrenta en su andar por el Camino son los tropiezos, las caídas que se experimentan. Éstas hacen mella en el buen ánimo, acarrean dudas sobre el llamamiento y generan pesimismo sobre el alcanzar las promesas que se nos han entregado.
Tres comentarios sobre esto, uno referido al Padre, otro referido a nuestro Señor Jesús y uno último referido a cada uno de nosotros.
Respecto del Padre, hay que entender algo: Dado que Él lo sabe todo, dado que nada le es oculto, no puede decirse que no supiese los tropiezos, las caídas que cada uno de nosotros habría de experimentar en el Camino, de esta forma no podemos decir que Él se ha decepcionado de uno, al contrario, si sabiendo esto, si conociendo nuestra debilidad nos ha llamado debemos confiar en Él.
Respecto de nuestro Señor Jesús, debe quedarnos muy claro las dos partes de su sacrificio redentor: Una es lo que Él ofreció, a saber: su propia vida, pero la otra es lo que Él redimió: nuestros mismos. De esta forma, no puede uno menospreciarse por los tropiezos, las caídas que se experimentan, uno es tan valioso que Jesús mismo con su vida pagó por la de nosotros.
Por último, respecto de cada uno de nosotros, ¿qué nos proporciona cada tropiezo, cada caída? La pregunta en si misma puede ser un poco escandalosa, ¿cómo que los tropiezos y caídas pueden darnos algo que podamos valorar?, pero así es y eso es precisamente el conocer de primera mano la debilidad de nuestra carne para desarrollar, en efecto: juicio, pero también, y más aún, misericordia.
Fíjate como expone esto último Pablo en su segunda carta a los de Corinto: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación. Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación y salvación, la cual se opera en el sufrir las mismas aflicciones que nosotros también padecemos. Y nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sabemos que así como sois compañeros en las aflicciones, también lo sois en la consolación”.
¿Cómo podríamos consolar a los demás si no entendiéramos sus dudas, su sufrir, su confusión, su desesperanza? Es más que claro que solo aquel que ha experimentado el dolor, la debilidad, la frustración que viene aparejada con nuestra carnalidad expresada en los tropiezos y caídas que experimentamos en el andar, está en posibilidad de entender los tropiezos y las caídas de los demás, y por ende de nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación.
Ahora bien, esto no debe entenderse como una condescendencia permicionista para pecar, sino que debe darnos la justa visión de las cosas para entender y comprender, para empáticamente tener caridad hacia los demás, para ejercer, como ya se dijo, juicio y misericordia, y por ende, a través de la consolación a los demás en su tropiezos, en su caídas, estar en posibilidad de restaurarles, como
claro lo dejó Pablo en su carta a los de Galacia: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”.
Mientras militemos en la actual carnalidad estaremos sujetos a los tropiezos y caídas que en nuestro andar por el Camino experimentemos, esos tropiezos y esas caídas deben ser vistas desde la correcta perspectiva de que el Padre, sabiendo incluso eso, nos llamó a salvación, de que Jesús, con su sangre preciosa derramada, nos redimió para vida eterna, y de que las mismas, a cada uno de nosotros, nos genera ese entendimiento, esa humildad, que permite ejercer juicio, pero sobre todo misericordia, ante los tropiezos y las caídas de los demás, de esta forman no pienses en las caídas como algo injusto, piensa mejor como algo que te hace humano.
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Referencias: Salmos 147:5; 1 Juan 3:20; 1 Pedro 3:18; 1 Juan 2:2; 2 Corintios 1:2-7; Isaías 51:3,12; 2 Tesalonicenses 2:16-17; Gálatas 6:1; Mateo 18:15; 2 Corintios 2:7
Venir a salvación no es como el náufrago que llega a una isla paradisiaca donde puede vivir sin mayores problemas, al contrario, es como iniciar una batalla que durará toda la vida, de hecho tan es así que Pablo recomienda vestirnos con la armadura de Dios: ceñidos los lomos con la verdad, vestidos con la coraza de justicia, calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz, tomando el escudo de la fe, el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.
Esta batalla constantemente nos enfrenta a lo que el Enemigo, el Mundo o la Carne ponen frente a nosotros, de ahí la importancia de desarrollar el carácter necesario para hacer lo correcto aunque en muchas ocasiones no sea lo conveniente desde el punto de vista del presente siglo.
Quienes no tienen esto en mente pueden catalogarse como aquellas personas relatadas en la parábola del sembrador que u oyendo la Palabra no la entienden viniendo el Enemigo y arrebatándola del corazón, o al momento la reciben con gozo pero al no tener raíz en sí es de corta duración y al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra se tropieza, o que el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra y la hacen infructuosa.
Cristo nos previno de quien quisiera seguirle enfrentaría persecución, rechazo, tribulación, luego entonces lo conveniente, desde el punto de vista del presente siglo, sería amoldarse al Enemigo, al Mundo o a la Carne para no padecer aquello, más sin embargo, sobre esto, Pablo exhorta a los de Roma diciendo “no os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.
Lo anterior resumirse en la respuesta que dieron Pedro y Juan a los dirigentes religiosos que les impelían a que dejase de proclamar el Evangelio: “Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”, ¿y cuál fue el resultado de esta actitud?, “…llamando a los apóstoles, después de azotarlos, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús…”. Sin duda hubiera sido más conveniente, a los ojos del presente siglo, hacer lo que aquellos dirigentes decía, pero como escribió Pablo en su momento a los de Galacia: “Porque ¿busco ahora el favor de los hombres o el de Dios?, ¿o me esfuerzo por agradar a los hombres? Si yo todavía estuviera tratando de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo”.
Todo esto está en consonancia con lo dicho en su momento por Jesús cuando declaró “nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro”, así que en el andar por el Camino no olvides que hacer lo correcto, aunque a veces no sea lo conveniente, requiere de carácter.
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Referencias: Efesios 6:14-17; Mateo 13:19-23; Santiago 1:22-27; Mateo 24:9-13; Romanos 12:2; 1 Pedro 1:14-15; Hechos 5:29, 40; Gálatas 1:10; Efesios 6:6; Mateo 6:24; 1 Reyes 18:21; Josué 24:15,19,20; Santiago 4:4
Pablo, escribiendo a los de Éfeso, con las palabras que han sido encuadradas como aquello que se conoce como la armadura de Dios, les dice: “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos”.
De esta forma es más que claro que como creyentes estamos en una lucha, lucha en la que desempeñamos el papel de guerreros, siendo necesario lo anterior para luchar la buena batalla.
Pablo confirma esto cuando en la misma cita anterior señala “porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”.
En esta misma línea de pensamiento Pablo, en su primer carta a Timoteo, le exhorta diciendo “pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos”.
Pero no solo él exhorta a los demás a que peleen la buena batalla sino que él mismo se reconoce como parte de esa lucha. En su segunda carta a Timoteo señala “he peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida”.
Estas dos últimas citas tienen un referente que permite entender la profundidad de las mismas. La primera hace referencia a “la buena batalla de la fe”, la segunda, señala “he peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”, de esta forma la base de esta guerra espiritual se fundamenta en la fe que profesamos.
Esto es más que evidente pues uno actúa como uno piensa, siendo que si nuestro pensamiento es moldeado por la verdad nuestro actuar será acorde a la misma, como también dice Pablo a los de Éfeso cuando los exhorta a no ser como “niños, sacudidos por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina, por la astucia de los hombres, por las artimañas engañosas del error”.
De esta forma el crecer en el conocimiento de Dios y Su Hijo se debe dar sobre el fundamento de la doctrina de la iglesia de Dios, columna y fundamento de la
verdad “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”, sabiendo que el luchar con carácter, por un ideal y con valores te convierte en un guerrero.
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Referencias: Efesios 6:10-18; 1 Timoteo 6:12; 1 Corintios 9:25; 2 Timoteo 4:7-8; Filipenses 3:12; Efesios 4:14; Hebreos 13:9; Colosenses 1:10; Colosenses 2:6; 2 Pedro 3:18; Colosenses 2:6; 1 Timoteo 3:15; 1 Pedro 2:5; Efesios 4:13; 1 Corintios 14:20
Si somos honestos en el llamamiento, nada nos garantiza que alcanzaremos las promesas. Es cierto, como dice nuestro Señor Jesús, que nada ni nadie nos puede arrebatar de sus manos, pero una cosa es que nada ni nadie pueda arrebatarnos de las manos del Señor y otra muy distinta que nosotros, voluntariamente, nos salgamos de ellas.
Sobre esto último, Pablo escribiendo a los hebreos, les dice “porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios”.
Sobre lo primero señalado, a saber: que no hay certeza en que llegaremos al final, Pablo en su carta a los de Filipo lo señala estableciendo que aún en la incertidumbre es menester mantenerse firmes: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” .
Es por eso que en Revelación, a aquellos que han vencido y han sido considerados dignos de ser con Cristo reyes y sacerdotes en el reino venidero, son señalados como llamados, elegidos y fieles, no solo llamados y elegidos, sino también fieles, es decir, que a pesar de todo se mantuvieron firmes hasta el final.
Proverbios como admonición señala la actitud del indolente que señalando problemas y obstáculos renuncia a pelear incluso antes de que la batalla empiece: “Dice el perezoso: El león está fuera; seré muerto en la calle”. Parafraseando alguien pudiera decir: “El andar por el Camino trae mucha tribulación, mejor desisto de ello para no pasar por las pruebas”. ¿Qué resultado podría esperarse de eso?
Jesús nunca dijo que el responder al llamado implicaría una vida sin mayores problemas, al contrario, claramente señalo para aquellos que así hiciesen: “Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre. Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán”, pero de igual forma señaló la condición para triunfar en el llamamiento al que se ha respondido: “Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo”.
Nada nos garantiza llegar al final, en alcanzar las promesas, en esto debemos hacer nuestro máximo esfuerzo, pero de lo que sí hay garantía es que si cejamos en esto no alcanzaremos aquello que se nos ha prometido, después de todo solo hay un riesgo que no vale la pena correr: el riesgo de no lograr tus sueños por no intentarlo.
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Referencias: Juan 10:28; Isaías 27:3; Hebreos 10:26-27; Números 15:30; Filipenses 3:13-14; Lucas 9:62; Revelación 17:14; Mateo 22:14; Proverbios 22:13; Números 13:32-33; Mateo 24:9-10; Daniel 11:33; Mateo 24:13; Lucas 21:19
Todos quisiéramos que el andar por el Camino, como consecuencia del llamamiento al que hemos respondido, fuera sin contratiempos, sin mayores problemas, pero si de algo cada elegido podría estar seguro es que este caminar va aunado precisamente a lo contrario: tribulación, señalamientos, persecución.
Sobre esto nuestro Señor fue más que claro al respecto, pero de igual forma no nos dejó sin esperanza: “En el mundo tenéis tribulación; pero confiad, yo he vencido al mundo”. Como puede verse, padecer tribulación y vencer al mundo van de la mano y sobre esto, de Pablo en Hechos se señala que “fortale[cía] los ánimos de los discípulos, exhortándolos a que perseveraran en la fe, y diciendo: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” .
Juan, al inicio de su primer carta, indica “Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que ha sido desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno. Os he escrito a vosotros, niños, porque conocéis al Padre”. Una lectura natural de esto podría indicar que se refiere precisamente a eso: a niños, jóvenes y adultos; pero una lectura espiritual de lo mismo apunta a que señala tres estados distintos de crecimiento espiritual: los niños son aquellos recién llegados a la fe, los jóvenes son aquellos que ya han crecido en el
conocimiento de Dios y Su Hijo, y los adultos son aquellos que han llegado a la madurez del llamamiento.
Este crecimiento, por lo dicho anteriormente, es el que se espera en todo hijo de Dios, con todo y todo, al igual que en la vida, dicho crecimiento no está exento de pruebas, de tribulaciones, de tristezas. Pablo escribiendo a los hebreos los insta diciendo “Por tanto, dejando las enseñanzas elementales acerca de Cristo, avancemos hacia la madurez, no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas y de la fe hacia Dios, de la enseñanza sobre lavamientos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno” . ¿Podemos ver cómo es que ese crecimiento implica avanzar del alimento líquido, las verdades de salvación, al alimento sólido, las verdades de comprensión?
Pero más importante es que ese crecimiento requiere de ser probado para ver si es verdadero, como dice Pedro en su primer carta “para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”.
El “sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” señalado por Jesús en Revelación o aquel “más el que persevere hasta el fin, éste será salvo” señalado por Cristo en Mateo, implica que tenemos que hacer nuestra parte para alcanzar las promesas, que debemos esforzarnos, incluso a costa de nuestra vida por llegar al final, como dijo Jesús “porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará”.
En el andar por el Camino hacia las promesas hay que tener claridad de que no se trata de un sendero llano y sin mayores problemas, sino que está lleno de obstáculos, dificultades e impedimentos, pero es precisamente el avanzar incluso a pesar de esto lo que formará en nosotros el carácter perfecto y santo del Padre y
nos permitirá llegar a las promesas que se nos han dado, después de todo con o sin puentes, los ríos y hondonadas de la vida deben ser cruzados.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/_1eAT4LaGi8
Referencias: Mateo 10:17; Marcos 13:9; Juan 16:33; 2 Corintios 6:4; Romanos 5:1,2; 2 Corintios 2:14; Hechos 14:22; Isaías 35:3; Hebreos 6:1-2; 1 Corintios 2:6; Revelación 2:10; Salmos 31:23; Mateo 24:13; Romanos 2:7; Lucas 9:24; Juan 12:25
Conclusión
El andar por el Camino produce necesaria y forzosamente una serie de reflexiones en quien por él va, reflexiones que buscan aquilatar la experiencia que se va adquiriendo, experiencia que no sólo es cognitiva, sino también emocional y, más importante aún, espiritual.
Las presente reflexiones, cuyo fin es la motivación para que aquellos que en el Camino van desarrollen ese liderazgo que nace de la comprensión del plan que Dios está realizando en cada uno, son solamente eso, reflexiones. Cada quien puede estar de acuerdo o no con ellas, eso no es lo importante, lo importante es que cada quien pueda escribir en su libro de vida sus propias reflexiones.
Pero lo anterior no termina ahí ya que una vez que alguien tome el reto y de sus reflexiones saque ciertas lecciones relacionadas con el Camino, lo que sigue es compartirlas.
No somos una isla, incluso en el proceso relativo al andar que lleva a la vida como miembro de la familia de Dios vamos acompañados, y en ese acompañamiento todos comparten una responsabilidad de y por los demás.
Es cierto que la responsabilidad final de la vida de cada quien es personal, pero la responsabilidad sobre el andar del otro también puede ser reclamada sobre todo cuando pudiendo dar algo que alivie la carga, que motive al andar, las palabras se retienen.
Así que adelante, a compartir esas lecciones edificante que el andar le ha mostrado a cada quien sabiendo que todas forman parte de ese glorioso entramado que Dios está tejiendo en la vida de cada quien en lo particular y en la vida de Su familia en lo general.
Paz a vos
Liderazgo Cristiano Emprendedor 3
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Primera edición
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