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de otro
Cuando venimos a salvación aceptando al sacrificio redentor de Jesús y nos bautizamos nuestros pecados nos son perdonados y si bien mediante la inmediata imposición de manos el Espíritu Santo comienza a morar en nosotros nuestra naturaleza carnal sigue vigente por lo que el esfuerzo para remontarla es continuo.
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Ese esfuerzo implica el crucificar la carne con sus pasiones ofreciendo a Dios nuestro cuerpo como sacrificio vivo y santo, pero de igual forma, hay cuestiones que toman tiempo vencer definitivamente lo cual no quiere decir que una vez logrado esto nuestra lucha habrá terminado.
Sobre esto, Pablo escribiendo a los de Filipo les dice: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. Si Pablo reconocía que él aún no había conseguido llegar a la meta, ¿realmente podremos creer que nosotros sí?
El andar por el Camino es de un esfuerzo constante, no para ser salvos lo cual ya somos de gracia por la muerte de nuestro Señor Jesucristo sino para alcanzar las promesas que se nos han dado.
De manera general, todos los defectos que podamos en nosotros seguir encontrando, todas esas fallas y debilidades, pueden ser englobados como falta de sabiduría ya que, como Jesús mismos dice, al conocer la verdad, pero la verdad plena, somos libres, pero libres completamente. Es por eso que Jacobo, el medio hermano de Jesús, sobre esto señala “y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”.
Con todo y todo este andar por el Camino, estos retos que enfrentamos, estas luchas que combatimos, nos van dando en Cristo Jesús triunfos que, como escribe Pablo en su segunda carta a los de Corinto, nos van “transforma[ndo] de gloria en gloria en la misma imagen [de Cristo], como por el Espíritu del Señor”.
Este proceso no es de golpe sino que lleva toda nuestra vida, por lo que cada triunfo que se obtenga no es el final de nuestro andar sino el aliciente para seguir avanzando, como escribe Pablo a los de Éfeso, “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”.
En el culmen del liderazgo estamos llamados a ser plenamente hijo de Dios, lo cual implica que en nuestro andar por el Camino hacia las promesas alcanzaremos metas, obtendremos triunfos, que nos habilitaran, que nos motivarán, a continuar nuestro esfuerzo, después de todo un líder ve una meta, no como el final del camino, sino como el inicio de otro.
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/muOB06wCqiU
Referencias: Hechos 2:38; Efesios 1:7; Hechos 8:17; 2 Timoteo 1:6; Gálatas 5:24; Romanos 6:6; Filipenses 3:13-14; Hebreos 6:1; Efesios 2:8-9; Romanos 3:24; Juan 8:32; 2 Corintios 3:17; Santiago 1:5; Mateo 7:7; 2 Corintios 3:18; Romanos 8:29; Efesios 4:13; 2 Pedro 1:4