Cuando venimos a salvación aceptando al sacrificio redentor de Jesús y nos bautizamos nuestros pecados nos son perdonados y si bien mediante la inmediata imposición de manos el Espíritu Santo comienza a morar en nosotros nuestra naturaleza carnal sigue vigente por lo que el esfuerzo para remontarla es continuo.
Ese esfuerzo implica el crucificar la carne con sus pasiones ofreciendo a Dios nuestro cuerpo como sacrificio vivo y santo, pero de igual forma, hay cuestiones que toman tiempo vencer definitivamente lo cual no quiere decir que una vez logrado esto nuestra lucha habrá terminado. Sobre esto, Pablo escribiendo a los de Filipo les dice: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. Si Pablo reconocía que él aún no había conseguido llegar a la meta, ¿realmente podremos creer que nosotros sí?
El andar por el Camino es de un esfuerzo constante, no para ser salvos lo cual ya somos de gracia por la muerte de nuestro Señor Jesucristo sino para alcanzar las promesas que se nos han dado. 74