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14. La habitación 35
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La habitación 35
La tarde del 4 de febrero de 2003, Geoff Wong estaba sentado ante la mesa de su despacho de Sacramento abriendo una carta del abogado de Kobe Bryant.
Unos días antes, un artículo del Sacramento Bee lo mencionaba en relación con la intoxicación alimentaria de Bryant durante la eliminatoria Kings-Lakers del año anterior. Según la noticia, Wong, copropietario de un restaurante llamado Chanterelle, afirmaba haber visto a Bryant tomando cócteles en su establecimiento y declaró que «era evidente que se lo había estado pasando bien».
Aunque ya había pasado un tiempo desde la publicación de la noticia, Bryant no había superado el enfado. A pesar de lo que se decía, él no había estado bebiendo aquella noche. Ni siquiera había salido de su habitación del Hyatt. Aquellas informaciones eran pura ficción. Wong admitió después que habían sido rumores malintencionados de una fuente mal informada.
Así pues, cuando Timothy J. Hoy, abogado del SFX Basketball Group, se sentó a escribir su nota para Wong, no dejó nada en el tintero:
Si usted hizo estas declaraciones claramente falsas para que fueran publicadas, esto también supone una calumnia contra el señor Bryant.
Este tipo de mentiras no quedan impunes, señor Wong. El señor Bryant se toma muy en serio su puesto en los Lakers y su
reputación ante la comunidad. Se le conoce como a una persona responsable, que no consume alcohol y que lleva una buena vida orientada a la familia.
A Geoffrey Wong le encanta esta carta.
Podrían haberse hospedado en un hotel distinto.
Este hecho es el primero que hay que tener en cuenta porque «lo cambia todo respecto a esta historia» y sus cien mil derivadas.
Entonces, para que quede claro: podrían haberse hospedado en un hotel distinto.
La tarde del 30 de junio de 2003, Kobe Bryant y tres de sus guardaespaldas (Michael Ortiz, Jose Ravilla y un agente de policía de Los Ángeles fuera de servicio llamado Troy Laster) cogieron un vuelo privado desde el sur de California hasta el Aeropuerto Regional del Condado de Eagle. Era el aeropuerto más cercano a Vail, en Colorado, donde Bryant tenía que someterse, al día siguiente, a una artroscopia en la rodilla derecha en la clínica Steadman-Hawkins. Bryant estaba hastiado después de una larga y poco fructífera temporada y no comunicó sus planes a nadie del equipo. Él reservó el jet y programó la (a priori pequeña) intervención. Era asunto suyo y de nadie más.
El vuelo fue de dos horas, según lo previsto. Tras el aterrizaje, los pasajeros bajaron las escaleras y se metieron en una camioneta que los llevó hasta la entrada principal del hotel Lodge en Vail.
Exactamente, cuatro años más tarde, Apple sacaría su primer iPhone y los viajeros erráticos del mundo dejarían de perderse. Pero aquella noche, o bien alguien había anotado mal el nombre del hotel, o bien el conductor era un empleado temporal que no conocía correctamente la zona y se equivocó. En cualquier caso, el Lodge de Vail, con sus instalaciones espectaculares, con sus lujosos albornoces de tela y con unas impresionantes vistas a las montañas, no era el sitio donde Bryant y compañía habían hecho su reserva. Se dieron cuen-
ta después de que Bryant intentara registrarse en la recepción y recibiera como respuesta: «Señor, no tenemos ninguna reserva para usted».
Esa fue la mala noticia.
Sin embargo, la buena noticia fue que Kobe Bryant, el mismísimo Kobe Bryant, cinco veces All-Star de la NBA y conocido en el mundo entero, sería recibido con los brazos abiertos en el Lodge de Vail. Desde luego que tenían habitaciones disponibles; cuando una celebridad de tal categoría entra por la puerta de un hotel, dicho hotel encuentra la mejor manera de hospedarle.
«Encontraremos una solución», dijo el hombre de la recepción.
Fue un momento decisivo.
Un momento que, igual que en la película Dos vidas en un instante, puede marcar la diferencia para la eternidad. Si Kobe Bryant asiente y dice: «Perfecto», será una noche plácida de descanso y aburrimiento con casi total seguridad. Se quedará en el Lodge de Vail, pedirá algo al servicio de habitaciones, se tumbará en la cama y elegirá una película. La película podría ser Una tribu en la cancha o quizás una pornográfica. En cualquier caso, se levantaría a la mañana siguiente, tomaría un desayuno rápido y entraría en el quirófano. Sin complicaciones, sin problemas.16
En cambio, Bryant y compañía recordaron que la agencia de viajes les había hecho una reserva a unos treinta kilómetros al oeste en Edwards, en el Lodge & Spa de Cordillera. Ortiz llamó al hotel correcto para informar a la recepción de que el grupo de cuatro estaba llegando y de que Bryant deseaba que sus llaves estuvieran listas en el mostrador para poder retirarse a la habitación sin tener que hacer el papeleo.
16. Según Bill Zwecker, del Chicago Sun-Times, había otro escenario potencial que, de haber ocurrido, habría hecho que Bryant no estuviera en el hotel. Varios meses antes, se le ofreció un papel para aparecer en un cameo en la película de Snoop Dogg Soul Plane. Rechazó la oportunidad porque el día del rodaje coincidía con su operación de rodilla. Irónicamente, la presencia de Bryant habría sido profética. En una escena en la que la hija de Tom Arnold es seducida por un hombre mayor, Arnold dice: «¡Solo tiene diecisiete años! Déjalo, Kobe».
Los cuatro hombres volvieron al vehículo, hicieron el trayecto hasta el Lodge & Spa y entraron por la grandiosa puerta principal sobre las diez de la noche. Como suele suceder con los famosos, Bryant jamás se registraba con su nombre real. Hay grandes historias sobre esto. El actor Tom Hanks era «Harry Lauder». Roger Clemens, el pitcher de los Red Sox, era «Red Glare». Michael Jackson, el «Doctor Doolittle». Slash, el guitarrista de Guns N’ Roses, «I. P. Freely». Y Bryant, por lo menos ese día, fue «Javier Rodríguez».
El Lodge & Spa de Cordillera era un resort de cincuenta y seis habitaciones que atendía a los ricos, a los famosos, y a los ricos y famosos. Contaba con un terreno de dos mil ochocientas hectáreas en el que había cuatro pistas de golf, dos clubs de esquí a pie de pista, piscinas exteriores y cubiertas, tratamientos para el mal de altura, un spa de cinco estrellas y vistas a la montaña desde cada habitación. La habitación más barata costaba trescientos dólares por noche y era una ganga. La más cara costaba setecientos dólares y seguía siendo una ganga. «Todo es increíble en aquel lugar —cuenta Doug Winters, un inspector del condado de Eagle—. Si todavía no has ido, tienes que hacerlo.»
A Javier Rodríguez le dieron la habitación 35, una suite de lujo en la primera planta al final de un largo pasillo, situada a petición de Bryant junto a una habitación vacía. Tenían dos habitaciones para sus guardaespaldas, la 18 y la 20, registradas bajo el nombre de Ortiz. La llave estaba en el mostrador, tal y como habían pedido.
También había un botones llamado Bob Pietrack.
Y una recepcionista llamada Jessica Mathison.
Era una chica del lugar que se había graduado en 2002 en el instituto Eagle Valley, donde había formado parte del equipo de animadoras y del coro de la escuela. En su corazón había un lugar especial para el musical de Broadway Los Miserables. En noviembre de 2002, Mathison y una amiga suya llamada Lindsey McKinney se tomaron un descanso durante su primer curso en la Universidad del Norte de Colorado para coger el coche, conducir catorce horas hasta Austin, Texas, y presentarse a una audición junto con otras tres mil personas para el
concurso de televisión American Idol. Mathison cantó Forgive, de Rebecca Lynn Howard ante los jueces regionales, pero no llegó más adelante.
En ese momento estaba viviendo en casa de sus padres y llevaba un mes y medio en su trabajo de verano. Enfundada en el uniforme del hotel, con un vestido negro, una americana negra y una etiqueta blanca con su nombre, se encontraba ante el primer famoso que conocía en su vida, Kobe Bryant («el señor Rodríguez»). Unas semanas antes, Bryant le había concedido una entrevista a Lisa Guerrero de la cadena Fox Sports Net, que le preguntó a la estrella del baloncesto cómo lo hacía para no meterse nunca en problemas.
«Bueno —respondió Bryant—, tengo muy buen olfato para eso. Me mantengo al margen de situaciones problemáticas.»
Ortiz le hizo una petición a Mathison (y específicamente no a Pietrack) que no era rara en el mundo de los hoteles opulentos: le pidió que los acompañara a la habitación 35. Y así lo hizo. Mathison cogió la llave y los guio por el pasillo. Era una mujer joven y atractiva, de aproximadamente 1,75, esbelta, de pelo rubio y ojos de color marrón claro. Estaba algo nerviosa, pero solo porque estaba ante un superfamoso. Les abrió la puerta y los cuatro hombres entraron en la habitación. Ortiz y Ravilla hicieron lo que hacen los guardaespaldas; mientras miraban debajo de la cama, dentro del armario y en el baño, Bryant observó a Mathison y le dijo con delicadeza: «¿Hay alguna opción de que vuelvas dentro de quince minutos y me des una vuelta por el hotel?».
«Claro —respondió ella—, no hay problema.»
Sobre las diez y media, Mathison hizo el recorrido de vuelta a la habitación 35: salió por la puerta principal del vestíbulo, giró a la izquierda por una puerta que daba a la cafetería de los empleados, giró otra vez a la izquierda para subir por una rampa que llevaba al segundo piso, caminó hasta el ascensor más cercano y bajó a la primera planta. Le habían pedido que llamara a la puerta y así lo hizo. A continuación, dieron una vuelta normal y corriente por las instalaciones. Mathison le enseñó a su invitado el spa, la sala de ejercicio, la piscina y el jacuzzi. Lo llevó de vuelta al vestíbulo para que viera la terraza, donde
estaba Pietrack, de pie, y se habían sentado los Chipowski, una pareja mayor que frecuentaba el hotel. El recorrido completo les llevó unos quince minutos. Al terminar, Bryant le preguntó muy educadamente a Mathison si podía acompañarlo de vuelta a la habitación. —Por supuesto —respondió ella.
Volvieron por el camino convencional y, tras dar solo un par de pasos, Bryant le preguntó: —Entonces, ¿tienes novio?
Silencio. —Una chica tan guapa como tú debería tener novio —añadió.
Cuando llegaron a la habitación 35, Bryant la invitó a pasar, cerró la puerta y la invitó a sentarse en el sofá. Él llevaba una camiseta blanca y unos pantalones de chándal de nailon de color azul. Se acomodó en la butaca contigua y, según Mathison, contempló el tatuaje de notas musicales que ella tenía en la espalda. Le pidió que abriera el jacuzzi para usarlo juntos aquella noche, y ella le respondió diciendo que se había acabado su turno. Bryant la instó a fichar y regresar al cabo de quince minutos. Ella le dijo que sí, pero más tarde explicó que «lo dije para poder salir de ahí. No tenía la intención de regresar».
Según Mathison, al levantarse, Bryant también se levantó y le pidió un abrazo. Ella se lo dio y, en aquel momento, la estrella del baloncesto, casado, con una hija de cinco meses y que decía llevar «una buena vida orientada a la familia», empezó a besarla. Mathison le devolvió el beso.
«[Luego] se quitó los pantalones —recuerda Mathison—. Y ahí fue cuando intenté echarme atrás e irme. Y entonces él empezó a asfixiarme.»
Denunciaron la agresión sexual la mañana del 1 de julio, apenas doce horas después de los supuestos hechos.
Jessica Mathison estaba muy unida a su madre, Lori Mathison. Después de confiarle lo que había sucedido, su madre insistió en que fuera a la oficina del comisario del condado de Eagle. Aproximadamente, a la una de la tarde, la ayudante del
comisario Marsha Rich y el inspector Doug Winters llegaron a una anodina calle de los suburbios y llamaron a la puerta principal de una casa de dos pisos con estructura de madera. Después de quince años, Winters ya no recordaba quién abrió la puerta o cómo fue el intercambio inicial de palabras. A él y a Rich, el jefe les había dado muy poca información. Solo les había dicho que se trataba de una supuesta agresión sexual y que la víctima quería hablar. «No sabía quién estaba involucrado ni los detalles —recuerda Winters—. Le expliqué a la chica el proceso, que iríamos a la oficina del comisario y le haríamos una entrevista que grabaríamos en vídeo, y luego, ya sabes, un examen físico. Nos estábamos preparando para salir, lo teníamos todo listo y fue entonces cuando le pregunté quién era la persona de la que nos había hablado. Pronunció el nombre de Kobe Bryant.»
Winters cuenta que su primer pensamiento fue «¡Dios santo!», pero su segundo pensamiento fue que no importaba quién estuviera implicado. Tenían que tratarlo como cualquier otro caso de agresión sexual.
Tras una conversación de cuarenta y cinco minutos en la sala de estar de los Mathison, Winters y Rich le pidieron a Jessica la ropa que llevaba mientras estaba con Bryant. Luego fueron en el coche hasta la oficina del comisario del condado de Eagle, donde llevaron a cabo, con la presencia de la abogada de la víctima, Nicole Shanor, una entrevista de una hora de duración. Tuvo lugar en una pequeña sala en la que había una mesa y algunas sillas. Una cámara de vídeo lo estaba grabando todo, y Winters le pidió a Mathison que hablara claro «ya que aquí con el aire acondicionado hay bastante ruido».
Así lo hizo…
Winters: ¿Puede explicarme resumidamente por qué estamos aquí y qué sucedió anoche? Mathison: Anoche yo estaba trabajando y fui agredida sexualmente.
Lo que siguió fue todo un ejemplo de investigación meticulosa: una recopilación de detalles aparentemente pequeños que conducían a lo que, para Winters, era el momento clave.
Winters: Entonces, después de que usted le dijera que sí, que le dijera que volvería, ¿qué pasó? ¿Usted se levantó o se quedó sentada o qué…? Mathison: Me levanté para marcharme. Winters: De acuerdo. Mathison: Y él se levantó y me pidió que le diera un abrazo. Winters: ¿Y lo hizo? Mathison: Y lo hice, sí. Winters: ¿Y eso fue consentido? Mathison: Sí. Winters: ¿Qué pensaba usted en aquel momento? Mathison: Pensaba que sus acciones se estaban volviendo físicas y quería salir de la habitación. Winters: De acuerdo. ¿Después del abrazo la besó? Mathison: Sí. Winters: ¿Y qué quiere decir con que…? Bueno ya sabe, supongo que necesito una descripción sobre cómo, qué quiere decir, ¿cómo la besó? Mathison: Seguíamos abrazados, levanté la vista para mirarle y empezó a besarme. Winters: ¿Cuánto duró este momento? Mathison: Diría que unos cinco minutos. Winters: ¿Dónde la besó? Mathison: En la boca, en el cuello. Winters: De acuerdo. ¿Qué hacía usted en ese momento? Mathison: Dejaba que me besara, le devolvía los besos. Winters: De acuerdo, ¿entonces esto fue estrictamente consentido? Mathison: Sí, lo fue. Winters: ¿Y duró unos cinco minutos? Mathison: Sí. Winters: ¿Sobre qué hora era en aquel momento? Mathison: Supongo que sobre las once. Winters: De acuerdo. Mathison: Quizás un poco antes. Winters: Cuando se refiere a anoche, ¿se refiere al 30 de junio? Mathison: Sí. Winters: ¿De 2003? Winters: De acuerdo. ¿Qué sucedió después de los besos?
Mathison: Él empezó a manosearme, diría, supongo. Winters: ¿A qué se refiere con manosearla? Mathison: Me ponía las manos encima, me cogía el culo, el pecho.
Intentaba levantarme la falda. Empezó a quitarse los pantalones. Intentaba cogerme la mano para que le tocara. Winters: De acuerdo. ¿Estaba usted vestida en ese momento? Mathison: Sí. Winters: De acuerdo. Cuando dice que le manoseaba el culo y el pecho, ¿es lo que hacía? ¿La agarraba? ¿Y usted qué hacía en ese momento? Mathison: Que ten… Winters: ¿Le dijo algo? Mathison: En un momento le dije que tenía que irme. Winters: ¿Y él qué…, cuál fue su respuesta? Mathison: No dijo nada. Winters: ¿La oyó? Mathison: Si lo hizo, no hizo ningún gesto ni nada que me hiciera saber que lo había oído. Winters: De acuerdo. ¿Le dijo algo más en algún momento? Mathison: No, porque cuando se quitó los pantalones, en ese momento yo empecé a echarme atrás, intenté quitarme sus manos de encima y ahí es cuando empezó a agarrame por el cuello. No me apretaba tan fuerte como para no poder respirar, pero me asusté. Winters: De acuerdo. Cuando la manoseaba y tocaba su culo y sus pechos, ¿ha dicho que estaba vestida? Mathison: Mmm. Winters: ¿Cómo lo hacía? ¿Por encima de la ropa? ¿Por debajo? Mathison: Por encima y seguía intentando meter las manos debajo de mi falda. Winters: ¿Lo hizo? Mathison: Sí. Winters: ¿Y qué pasó entonces? Mathison: Siguió tocándome. Winters: ¿Por dónde la tocaba? Mathison: Por todas partes, donde podía.
Tras varios minutos más de interrogatorio, Winters intentó entender la cronología de la presunta violación.
Winters: De acuerdo, entonces, después del manoseo, él la agarró por el cuello. ¿Dejó de hacerlo en algún momento? Mathison: Me estaba manoseando, intenté salir, separarme, y ahí me agarró el cuello. Winters: De acuerdo. Mathison: En ese momento, yo solo le miraba, no sabía qué hacer, no sabía qué decir. Winters: De acuerdo. Mathison: Luego, agarrándome del cuello, me obligó a ir hacia el sofá o hacia las dos butacas. Entonces, me dio la vuelta y… Winters: Cuando dijo que él la asfixiaba y tenía las manos alrededor de su cuello, para que yo lo entienda, puede que esté confundido. Cuando usted intentaba ir de un lado al otro, ¿él seguía asfixiándola? Mathison: No diría que me asfixiaba, yo podía respirar, pero tenía las manos agarradas a mi cuello con suficiente fuerza como para que yo pensara que me podía asfixiar. Winters: De acuerdo. ¿Entonces controlaba sus movimientos? Mathison: Sí. Winters: De acuerdo. ¿Luego qué pasó? Mathison: En ese momento, él mantenía una mano alrededor de mi cuello y con la otra me empujó hacia las butacas, luego me dio la vuelta e hizo que me agachara y me levantó la falda. Winters: De acuerdo. Entonces usted estaba donde se encuentran las butacas. Mathison: Todavía en el salón, al lado de las butacas. Lejos de la mesa. Winters: ¿Le dijo usted algo en ese momento? Mathison: En ese momento, estaba básicamente aterrada y le dije que no varias veces. Winters: De acuerdo, qué, usted dijo que no… ¿estaba agachada cuando le decía que no? Mathison: Sí, cuando me levantó la falda. Le dije que no cuando me quitó las bragas. Winters: ¿Con qué volumen de voz se lo dijo? Mathison: Como estoy hablando ahora. Winters: ¿Él la oyó? Mathison: Sí.
Winters: ¿Cómo sabe que la oyó? Mathison: Porque cada vez que yo decía que no, me cogía con más fuerza. Winters: De acuerdo. Pero él la tenía agachada, ¿cómo le agarraba el cuello? Mathison: Así. Y luego me ponía la cara muy cerca y me hacía preguntas. Winters: ¿Qué le preguntaba? Mathison: No se lo vas a decir a nadie, ¿verdad? Winters: ¿Qué le respondió? Mathison: Le dije que no. Pero no me escuchó ni me pidió que lo dijera más alto. Quería que me diera la vuelta y le mirara cuando lo decía. Winters: ¿Cuántas veces se lo preguntó? Mathison: Tres o cuatro. Winters: ¿Cuál fue su respuesta cada una de las veces? Mathison: No. Winters: ¿Por qué le dijo que no? Mathison: Tenía miedo de que, si le decía que sí, iría a contárselo a alguien. Tenía miedo de que se pusiera más agresivo. Winters: De acuerdo. Mathison: O que pusiera más empeño en retenerme. Winters: ¿Y luego qué sucedió? Mathison: Luego me levantó la falda, me quitó las bragas y… me penetró. Winters: ¿Entonces le quitó las bragas? Mathison: [Asiente con la cabeza] Winters: De acuerdo. ¿Y qué pasó entonces? Mathison: Mientras me penetraba, acercó su cara a la mía y me preguntó si me gustaba que se corrieran en mi cara. Le dije que no. Él se puso en plan: «¿Qué has dicho?». Me agarró el cuello con más fuerza, le dije que no. Me dijo que lo haría de todos modos. En ese momento me puse un poco más agresiva con él e intenté quitarme sus manos del cuello. Él seguía detrás de mí y continuaba agarrándome del cuello. Yo no intentaba escaparme con todas mis fuerzas, pero no dejaba de intentarlo… Winters: De acuerdo, de acuerdo. Cuando…, cuando dice que él la penetraba por detrás, ¿a qué se refiere?
Mathison: Que, que eyaculó dentro de mí. Winters: De acuerdo entonces asumo que su pene estaba dentro de su vagina. Mathison: Sí.
Al terminar la entrevista, Winters sabía, casi con total seguridad, que Jessica Mathison estaba diciendo la verdad. Los detalles. La sinceridad. La falta de vacilación. La convicción. Llevaba cuatro años como inspector de delitos criminales y había entrevistado a cientos de víctimas de agresión sexual. «Ocupaban la mayor parte de mi trabajo —cuenta años después—. La mayoría de mis casos tenían que ver con eso.»
Con la declaración de Mathison bajo el brazo, Winters tenía claro lo que él y su compañero, Dan Loya, tenían que hacer a continuación. Más o menos a la misma hora en que el inspector llegaba a casa de los Mathison, Bryant estaba en manos del doctor Richard Hawkins de la clínica SteadmanHawkins. La intervención duró aproximadamente una hora, y sobre las dos de la tarde Bryant apareció cojeando por el vestíbulo del Lodge & Spa de Cordillera. A las 20.50, Bryant pidió algo al servicio de habitaciones por valor de 39,01 dólares. Luego, apenas dos horas después, hizo otro pedido de 20,66 dólares.
A las 23.30, Winters y Loya llegaron al hotel en coche. Su idea era atravesar el vestíbulo y llamar a la puerta de Bryant. Winters tenía suficiente experiencia como para saber lo que podía esperar: Bryant no diría nada, se negaría a hablar sin la presencia de un abogado, bla, bla, bla.
Pues no.
Por sorpresa de los inspectores, cuando llegaron al aparcamiento, vieron a Bryant con muletas. «Era casi medianoche y él estaba ahí cuando nosotros llegamos —recuerda Winters—. Siempre me ha parecido muy extraño. ¿Alguien lo había avisado? ¿Lo sabía? No tengo ni idea.»
Winters y Loya salieron del coche, se aseguraron de que la grabadora escondida funcionaba y se presentaron ante el famoso jugador de baloncesto.
No fue el momento más feliz de Kobe Bryant.
Tras un poco de charla forzosa, los inspectores le explicaron por qué estaban en el hotel y qué era lo que querían.
El diálogo quedó grabado:
Winters: Hemos recibido una llamada y tenemos un informe que lo acusa de una posible agresión sexual. Solo queremos hablar con usted para conocer su versión de los hechos y saber qué ha sucedido. Bryant: ¿Qué va a pasar? Winters: ¿Qué va a pasar? Bryant: Sí. Winters: Bueno, ahora mismo no está pasando nada. Solo queremos saber su versión de la historia para entender lo que ha sucedido, ¿de acuerdo? Queremos…, queremos obtener, nuestra política es… obtener todas las versiones, ¿de acuerdo? Mmm… Loya: Por eso queremos hablar con usted y conocer su versión. Winters: Sí, conocer su versión y entender qué ha pasado. Loya: Pero no queremos hacerlo delante de todo el mundo, ¿de acuerdo? Por eso nos gustaría volver a… Winters: No queremos montar un escándalo, comprendemos su situación. Bryant: De acuerdo, porque es algo personal. No entiendo qué está pasando. ¿Con qué versión se van a quedar? ¿Qué exactamente…? Loya: ¿Quiere hablar delante de todo el mundo o quiere ir a una habitación? Winters: Es su… Bryant: Es mi carrera.
En ese momento, ante dos inspectores de policía y ante una acusación de agresión sexual, noventa y nueve de cada cien famosos dejarían de hablar. Llamarían a un amigo, a su esposa, a su abogado. Sacarían a los guardaespaldas. Ejercerían su derecho a no declarar. Bryant, en cambio, fue demasiado inocente o estaba demasiado asustado como para pensar con claridad. Tampoco supo darse cuenta de que Winters y Loya estaban haciendo todo lo posible para que los acompañara a la escena del presunto delito.
Todavía en el aparcamiento, los inspectores le preguntaron a Bryant si había estado en compañía de una mujer la noche anterior. Dijo que sí, que le había mostrado el hotel y que habían regresado a la habitación para hablar y para enseñarle sus tatuajes.
Loya: ¿Se abrazaron o se besaron? Winters: ¿Se besaron o abrazaron? Bryant: No. Winters: ¿No sucedió nada parecido? Bryant: No. Winters: De acuerdo, voy a ser directo y le voy a hacer una pregunta. ¿Tuvo usted relaciones sexuales con ella? Bryant: No.
Con aquella simple palabra, Kobe Bryant se había metido en un enorme problema. Ambos inspectores sabían que él y Mathison habían tenido relaciones. Bryant sabía que habían tenido relaciones. Era una mentira. Una mentira dicha en un momento de pánico. Al cabo de unos momentos, todavía en el aparcamiento, Bryant les preguntó: «¿Hay alguna forma de solucionar esto? ¿Sea lo que sea?». Luego añadió: «Si mi mujer, si mi mujer descubriera que alguien me ha acusado de algo así, se pondría furiosa…».
Loya: Kobe… Bryant: Es lo único que me preocupa. Winters: Y lo comprendo.
Winters lo comprendía de verdad. Independientemente de cómo terminara todo aquello, no acabaría bien para Bryant. Ya era bastante duro ser acusado de violación si uno era inocente. Pero Bryant no era inocente. Winters estaba seguro de ello.
Loya: A ver, a ver, escuche. Déjeme que le explique. Esto es lo que pasó, ¿de acuerdo? Y esto es lo que va a pasar. Vamos a llegar hasta el fondo de un modo u otro, para saber si es verdad o no.
Bryant: Vale. Vale. Loya: Ella ha dado su consentimiento para un examen médico. Bryant: Vale. Loya: De acuerdo. Tenemos sangre, vello púbico… Bryant: Vale. Loya: Semen. Bryant: Vale. Loya: Todo eso. Winters: Tenemos pruebas físicas.
Al cabo de unos segundos…
Loya: Sea sincero con nosotros. No se lo vamos a decir a su mujer ni nada por el estilo. ¿Tuvo relaciones sexuales con ella? Bryant: Vale, es lo que quería saber porque… sí: tuve relaciones con ella.
Bingo.
En los minutos que siguieron, Bryant ofreció su versión de la historia. Que, en general, coincidía con la de Mathison. Se conocieron. Coquetearon. Coquetearon un poco más. Se besaron. Sin embargo, cuando la narración se centró en los detalles del sexo, la cosa se volvió incómoda. Bryant admitió que tenía una mano alrededor del cuello de Mathison. Cuando Loya le preguntó por la firmeza de su agarre, Bryant dijo: «Tengo unas manos fuertes. No lo sé».
Y fue a peor:
Loya: ¿Ella…, se manchó usted de sangre o algo parecido? Bryant: No sangró, ¿verdad? Loya: Sí, tenía…, tenía mucha sangre. Bryant: ¿Qué? No puede ser. ¿Dónde? Loya: En su zona vaginal. Bryant: ¿Se cortó o algo? No tengo nada de sangre, tío. De hecho, todavía tengo los calzoncillos. Están blancos, están blancos, no hay nada.
Y luego esto:
Loya: ¿Le preguntó usted en algún momento si usted quería…, si usted podía eyacular en su cara? Bryant: Sí. Ahí fue cuando dijo que no. Ahí fue cuando dijo que no.
Ahí fue cuando dijo que no. Loya: ¿Entonces usted qué hizo? ¿Qué dijo? Bryant: Mmm, ya sabes, en ese momento le pregunté si podía correrme en su cara. Dijo que no. Loya: ¿Le gusta correrse en la cara de sus compañeras? Bryant: Es algo que me gusta, sí. No siempre. Quiero decir…, entonces paré. Por Dios, tío.
Y esto:
Winters: ¿Le practicó ella sexo oral o algo por el estilo? Bryant: Sí, lo hizo. Winters: ¿Lo hizo? Bryant: Lo hizo. Winters: ¿Durante…, cuándo pasó? Bryant: Durante unos cinco segundos. Yo le dije, mmm, hazme una mamada, mmm, y luego bésala. Me hizo una mamada. Loya: ¿Entonces la mamada duró cinco segundos? Bryant: Sí, fue rápida. Loya: ¿Luego qué pasó? Bryant: Espera, no… Quiero decir, ella estaba…, ella seguía y yo le pedí que se levantara. No sabía lo que hacía.
Y esto:
Bryant: Seguro que intenta sacarme dinero o algo. Loya: ¿Estás dispuesto a pagar si fuera el caso? Bryant: No tengo otra opción. No tengo otra opción. Estoy en una situación jodida.
Y esto:
Loya: Entonces, cuando usted la penetró, ¿fue una penetración normal? ¿Hubo alguna dificultad? Bryant: No, fue…, fue fácil. Entró deslizándose.
A medida que avanzaba la entrevista, los inspectores acompañaban disimuladamente a Bryant hacia sus aposentos. No podían arrastrarlo hacia allí, pero lo condujeron, lo guiaron, lo empujaron hasta la habitación. Cuando se acercaban a la puerta, Loya le preguntó: «¿Quiere decirles a sus guardaespaldas que está bien y que no los necesita?». Podía traducirse como: «Lo último que queremos es que sus guardaespaldas le aconsejen quedarse callado».
Dentro de la habitación, Bryant mostró a Winters y a Loya los calzoncillos y la camiseta de la noche anterior. Les prometió («Lo juro por mi vida») que no había cometido ninguna agresión sexual y dijo que se sometería encantado a un interrogatorio con polígrafo. Se miró las manos y se dio cuenta de que le temblaban.
Winters tenía algo que decir:
Le agradecemos su cooperación y que nos haya dejado entrar en la habitación y, bueno, ya sabe, que haya colaborado dejándonos hablar con usted sobre este asunto. Son asuntos complicados. Voy a decírselo con claridad: son asuntos muy complicados. Hay acusaciones muy serias contra usted, ¿de acuerdo? Y ella es plenamente consciente de las consecuencias que conllevan estas acusaciones, ¿de acuerdo? Pero supongo que tenemos, ya sabe, hay algunos problemas con lo que usted nos ha dicho, señor Bryant. Para empezar, no sé si me está diciendo la verdad o no, ¿de acuerdo? Y le voy a decir por qué. Me gusta decir las cosas… Voy a decirle las cosas como son, ¿de acuerdo? No voy a marear la perdiz.
Primero, nos ha mentido nada más empezar, ¿de acuerdo? Eso no ayuda. Segundo, cuando empezamos a abordar el asunto, usted parecía algo escéptico a la hora de darnos los detalles de lo que sucedió exactamente durante todo el incidente. No estoy diciendo que usted sea el tipo de persona que haría algo así, ¿de acuerdo? Le comprendo. Comprendo que usted se dejó llevar por el momento, ¿de acuerdo? No tengo ninguna duda al respecto, en absoluto. Pero pienso, señor Bryant, que se dejó llevar, y estoy de acuerdo con usted, totalmente de acuerdo con usted, en que fue consentido hasta los besos y los abrazos. Así lo creo, fue absolutamente consentido. Con esto no tengo ningún problema. Lo que…, lo que siento, con
lo que soy escéptico es que no sé hasta qué punto la relación sexual fue consentida, ¿de acuerdo? No lo…, no lo, supongo que, para ser sincero con usted, no estoy seguro, no estoy seguro de que todos los hechos que nos ha relatado hasta el momento sean exactamente lo que sucedió. Así es como yo lo veo. Yo, bueno, yo lo veo así. Ella es una mujer joven y atractiva, sí…
En los minutos que siguieron, Bryant (que, de nuevo, habría hecho bien en callarse y llamar a un abogado lo antes posible) le dijo a Winters que Mathison «no era tan atractiva», que se masturbó después de que se fuera, que había engañado repetidamente a su esposa con una mujer llamada Michelle, y que le gustaba agarrar a Michelle por detrás del cuello y tenía moratones que podían demostrarlo.
Dio su consentimiento a los inspectores para que llamaran a un compañero que recogería pruebas de la habitación en unas bolsas de plástico. Era el protocolo en los casos de agresión sexual. Sobre las dos y media de la mañana, trasladaron a Bryant en un coche patrulla al hospital Valley View en Glenwood Springs, a ochenta y cuatro kilómetros. Una vez allí, le tomaron muestras de ADN, y luego se hospedó en el hotel Colorado, que quedaba lejos. Tomó el avión de regreso al sur de California esa misma noche, esperando que lo peor hubiera pasado.
Fue un pensamiento ingenuo.
«Yo sabía que era culpable —dijo Winters años después—. Y sigo pensándolo.»