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M&N MESA Y NEGOCIOS • Diciembre 2011
POR NACHO RODRÍGUEZ
Twitter: @nrockdriguez
Viajeros, en esencia
la venganza del Pajarete
Viajar, explorar, ir más allá, conocer otros sitios, otras gentes y otras culturas es algo que forma parte del ADN del ser humanohumano desde que nos bajamos de los árboles y comenzamos a caminar erguidos.
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El hombre se hizo sedentario milenios después, por lo que la trashumancia es una característica que viene grabada en nuestro código. Incluso ahora, que somos cada vez más y más sedentarios, pobres animales alienados por hipotecas y dispositivos móviles, romper con la rutina y cambiar de aires sigue siendo una necesidad. Conozco muchos tipos de viajeros. Tengo amigos muy aventureros, capaces de perderse en cualquier parte del mundo, de involucrarse y confundirse con la población local, y amigos que van de viaje para acabar haciendo las mismas cosas que hacen en sus casas. Mi padre, por ejemplo, era capitán de la marina mercante, por lo que el viaje, en cierto modo, formaba pare de su vida. Viajero profesional, la vida del marino no es fácil, precisamente porque aunque el gen caminante lo tenemos codificado, le hemos cogido el gustillo a llegar a casa, poner la calefacción y tirarnos en el sofá. Si, es cierto, puede que la eterna contradicción sea otro de nuestros rasgos de marca. Vuelvo a mi padre. En su condi-
ción de marino, de viejo y sabio lobo de mar, siempre decía que cuando llegaba a puerto, le gustaba visitar el cementerio y el mercado local. “Para aprehender la esencia de un pueblo - decía - el cementerio refleja su concepto de la muerte y el mercado el de la vida”. Él ha sido siempre un hombre inquieto y andaba de paso por muchas ciudades, por lo que supongo que almacenó en su disco duro muchos túmulos y otras tantas pescaderías. El caso es que estas cosas me parecían un poco raras de pequeño. O sea, quién va a querer ir a un cementerio si no tiene a nadie a quién presentar sus respetos o a un mercado si no tiene qué comprar, pero ahora, cuando viajo, siempre acabo
yendo a un sitio y a otro. He de reconocer que sigo disfrutando mucho más paseando entre los vivos colores y frescos olores a frutas, verduras, quesos, carnes, pescados y mariscos de las plazas de abastos que del espeso silencio, el frío musgo y las flores secas de los camposantos, probablemente porque entiendo que en mi condición humana también hay un apego más profundo a la existencia que al deceso, pero el caso es que ya forma parte de mi manera de perderme por otras ciudades, de mi manera de intentar comprender de qué pie cojean mis congéneres de otros lares. Debe ser que copiar las manías del progenitor también forma parte de nuestra esencia.