Poesía confesional en donde la voz lírica aprovecha su privilegiada condición siendo «el otro», para trabajar —alquimia de por medio— con las experiencias del autor como individuo. Confianza que siempre es traicionada por esa sombra que ve, escucha, siente, escondida en las espesuras de la mente. Tiempo, imaginación y mucho rigor distancian los recuerdos del acto creador. Autor y poesía viven, en ocasiones, una relación recíproca: mutualismo previamente acordado. Muchas veces la segunda se mantiene a expensas del primero: comensal que se alimenta de su huésped ingenuo. Se acompañan a pesar de las diferencias. El hombre cotidiano soporta callado el abuso a sabiendas de que las palabras del bardo le sobrevivirán.