A la Orilla del Telire

Page 1

A La Orilla del Telire‌ Rodolfo E. Piza Rocafort

1


A la orilla del Telire Rodolfo E. Piza Rocafort

Summum ius, summa iniura Cicerón, De Officiis, 1, 10, 33

* La radio del autobús sonaba a todo mecate. Tocaban la canción más pegajosa del momento. Algún que otro pasajero la tarareaba al son de la salsa. Al fin y al cabo, estábamos en el Caribe de Costa Rica, entre Limón y Bribrí, pasando por Cahuita y Hone Creek. Mientras acomodaba las piernas, el bus devoraba el polvo y el lastre del camino. Entre bananales, palmeras y ríos. Todos los que se imaginen. Se trataba de un antiguo “School Bus”, de esos chunches que los gringos vendieron a los autobuseros de estos lares, porque ya habían cumplido su vida útil. En Costa Rica, sin embargo, diez o quince años más les sacarían. La mayor parte de las ventanas no funcionaban y dejaban entrar el agua cuando llovía, sin permitirnos que entrara el viento y aliviara el calor húmedo en que nos movíamos. Arriba, cajas de cartón, bolsas, algunos maletines y hasta dos o tres gallinas. Mis vecinos de asiento, manejaban bien el momento y se echaban una siestecita. Los demás, guardaban silencio y escuchaban la radio. Alguno que otro, incluso parecía bailar al ritmo de la canción. Yo, por mi parte, luchaba contra la modorra, el vaho y, de vez en cuando, me recreaba en las palmeras a ambos lados del camino. Algunas veces, hasta podía oír el sonido de las olas al fondo, cuando seguíamos el contorno del mar y la radio dejaba de sonar. Con ello, aliviaba la incomodidad y podía perderme en mis pensamientos. 2


Recreé entonces la razón de mi viaje a Talamanca. Mi primera asignación de abogado. En realidad, de Fiscal Asistente, trasladado a Limón. El caso me parecía sencillo, pero correspondía que cumpliera bien mi papel de Fiscal recién estrenado. El Jefe de la Fiscalía Regional, me había asignado el caso apenas unos días atrás. -Se trata de un asunto sencillo, me dijo, para que poco a poco te vayás acostumbrando. Vos sabés que hay que empezar por los casos más pequeños y después terminarás con homicidios y hasta cohechos de políticos corruptos, que a esos también les llevaremos la Ley. Pero eso sí, a los de arriba. Para ellos ni la más mínima consideración. Los derechos no se hicieron para ellos… Si se creen superiores a las leyes, que ni pretendan beneficiarse de ellas. Ahí, nada de libertad bajo fianza, ni que ocho cuartos. Cárcel, rejo y parejo. Yo, por mi parte, tenía las ilusiones de un joven abogado. Graduado con énfasis en Derecho Penal por la Universidad de Costa Rica, me apasionaban las luchas sociales y el compromiso con los pobres. Sería su abogado y defendería sus causas. Lucharía contra la impunidad de los poderosos y los derechos de todos, empezando por las mujeres, para demostrarme superior a los prejuicios de mi época y de mi género. Y no sé, tal vez así alcanzar los favores de alguna que otra fémina. ¡Vaya uno a saber! El Derecho Penal, por su parte, dejaría de ser instrumento de opresión de las masas desposeídas y alumbraría un nuevo sistema, donde los delitos de cuello blanco sustituyeran los delitos de hambre. El esfuerzo de mis padres y la beca de la Universidad me ayudaron a estudiar y con ello, según creía, le devolvería a mi pueblo lo que me había dado. Eran los tiempos del llamado compromiso social y de la plaza 24 de abril de finales de los setenta. Ya no éramos la torre de marfil, sino la Universidad del pueblo. Todos seríamos, a nuestra manera, el Che Guevara. Y fue en la “soda Guevara”, por cierto, que pocos años atrás un grupo de compañeros nos comprometimos cada uno a ser testigos de la nueva fe y a ejercer nuestra profesión para lograr la igualdad, sin saber realmente qué es lo que ella significaba. 3


El caso es que me gradué a inicios de los ochenta. Ya era abogado y empezaba a cumplir mi misión. Todavía mejor, tenía un puesto en el Ministerio Público y un sueldo del Poder Judicial: ahora podría ser solidario sin cargarle la solidaridad a mis padres, sino al Presupuesto del Estado. ¡Para eso eran los impuestos!, según creía. Pronto volví a mis cavilaciones anteriores y me sentí orgulloso al saber que cumpliría mi primer papel. Nada mejor que hacerlo defendiendo los derechos de una pobre indígena en contra del machismo de un padrastro desaprensivo, pensé entonces. El Jefe de la Fiscalía Regional, me había resumido el caso: -Hace unos tres años, de Bribrí hacía arriba, por la cuenca del Telire, entre Suretka y Kachari, un indio abusó sexualmente de su hijastra de catorce años, en la propia covacha en donde vivían los tres, junto a cuatro niños más, los hermanos de la muchacha y la mamá de la compañera. Y, claro, también los perros, las gallinas y los cachivaches que poseían… Por lo que mínimo, le tocarán cinco años en la cárcel, muchacho, y vos te encargarás de que así sea, que para eso ya sos todo un Fiscal. Empezá con el pie derecho, que si no, te resbals para toda la vida. Bienvenido se llamaba el indígena, pero en el poblado lo conocían por Cachu. Su compañera se llamaba Darla y la conocían por su nombre, si es que la conocían. Su hija, la muchacha del caso que os reseño, se llamaba Cristina. Sus nombres indígenas los guardaban para ellos. Para los blancos eran Bienvenido, Darla y Cristina, todos de apellido Bejaranillo, que así se llamó el maderero del que tomaron el nombre, según pude conocer después. Y así, entre palmeras, sones, olores y recuerdos, cumplí las 6 horas de la ruta entre Limón y Bribrí, con parada en Cahuita y en Hone Creek. Alguna empanada, un patí y un refresco de cola compensaron un poco el cansancio y el calor del camino.

4


No más bajarme del autobús, en Bribrí pregunté por una Pensión donde pasar la noche e iniciar la misión que me traía a Talamanca, reducto indígena que evadió la colonización enmontañándose en la selva impenetrable de la cordillera del mismo nombre, en la frontera este con Panamá, a un lado del Caribe. El nombre de Talamanca, por cierto, no tiene origen indígena, sino que recuerda el nombre de un pueblo cerca de Madrid. Bribrí, en cambio, sí es indígena y era entonces la última frontera entre la Talamanca de ellos y la Talamanca de la costa y de las bananeras. Entre indios, blancos y negros, para decirlo en tres palabras. Justo arriba de la cantina, había una pensión. Cien pesos de los antes me cobraron por la noche, quince más por el derecho de bañarme en la ducha al fondo del pasillo. Acepté sin regatear, porque en esas tierras no se estilaba hacerlo y el monto me parecía razonable. Con eso, hoy, en todo caso, no se compra uno más que un confite…, pero eran otros tiempos. Después de dejar las cosas sobre la cama, bajé a la Cantina a tomarme algo, e indagar sobre el viaje que debía iniciar a la mañana siguiente. Allí me tomé dos o tres cervezas, birritas como se decía por entonces. Carlos, el cantinero, dueño del bar y administrador de la pensión de su madre, me preguntó qué hacía por allí. Le conté que era abogado y asistente del Fiscal Regional en Limón y que venía a indagar una violación en perjuicio de una muchacha de 14 años, perpetrada por su padrastro. Carlos me dijo que recordaba el caso y que había sido el padre Francisco el que lo denunció a las autoridades. -Qué se creen esos carajos, agregó, que porque son indios tienen derecho a violar a una pequeña en su propia casa. Y lo peor es que la mama ni siquiera lo denunció. Fue el propio indígena el que le contó al padre Francisco, como quien no quiere la cosa y con total normalidad, que él hacía el amor con la madre, que era su compañera desde hacía más de 4 años y con la hija de ella, la que ya hace rato estaba en edad de juntarse con un hombre bajo las costumbres indígenas… Esos hijueputas se creen los dueños de esta tierra, solo porque sus abuelos vivieron acá, como si todos no tuviéramos los mismos derechos… Y se 5


gastan todo lo que ganan bebiendo. Los pocos frijoles que venden, se los vienen a gastar aquí. Señalando con su dedo prosiguió: -Vea aquel grupo de allá, separado y aislado de los demás… y las pobres inditas instaladas en la puerta, esperándolos para remontar el río y subir a la montaña. Esas mujeres lo hacen todo en sus casas y andan detrás de sus hombres desde que tienen como doce años. Se la pasan embarazadas y paren allí mismo en el monte y Dios guarde les diga que tienen que vestirse para la misa o para venir al pueblo. Los carajillos ni siquiera usan pantalones y andan con la picha al viento. No quieren aprender español, salvo para pedir una birra y gastarse todo el dinero bebiendo guaro o chicha como sus tatas. A esos carajos hay que meterlos en cintura y que se acostumbren a ser ticos. Educarlos, darles salud y que trabajen como nosotros, a ver si se dejan de esas vainas y tanta mierda de menjurjes y chamanes. Aunque le cuento que, algunas veces, esas varas sí funcionan. Para una goma o para una pega en el estómago, no hay como esas hierbas. -Además, si son católicos, continuó, ¿por qué putas no cumplen las reglas de la Iglesia?… En este país hay derechos y las mujeres también los tienen. Que me lo digan a mí, que tengo esposa y pensión a la cuesta y hay de mí si me retraso una semana, porque al día siguiente me cae la Rural y me mete en la Chirola como si fuera un delincuente. Usted que es abogado, debería cambiar esas leyes. ¿Cómo es posible que uno tenga que pagar pensión por un carajillo que ni conoce? -Bueno, le contesté, pero usted tiene derecho a conocerlo y a verlo. No solo tiene obligaciones. -¡Ah, pero si lo veo, no vea el tanate en me meto con la doña! ¡Esa hijueputa no soporta que tenga un hijo por fuera! -Pero es su hijo, le dije. -Y quién sabe si lo es, me contestó. Si esa hembrilla, su madre, andaba con un montón de maes cuando se metió conmigo. 6


-Pero si no es su hijo, ¿por qué no impugnó la paternidad? -¡Qué es esa mierda! Si aquí los jueces solo le creen a las mujeres, como si ellas no mintieran. -Pero, ¿está seguro de que mintió? ¿No se parece a usted?, le pregunté. -No…, si claro que se parece el cabrón. Es más, es igualito a mi tata. -Entonces, le dije, yo le aconsejo que ya que tiene las obligaciones de ser padre y paga pensión por él, que aproveche sus derechos y lo disfrute como tal y lo ayude a ser un hombre cabal. -No…, si en el fondo eso quisiera, que la doña me lo permitiera, pero a ella le chima que no sea su hijo y que anduviera con la mama del carajillo. Es que ella no entiende a los hombres. Además, en esos tiempos yo pasaba la vida entandado. -Volviendo al tema: sabe qué, yo le aconsejo que hable con el Padre Francisco. Es un roco chapado a la antigua, pero es buena gente y le ha ayudado mucho a esos indios. -¿Y dónde lo encuentro?, le pregunté. -Yo creo que arriba en la montaña, a la orilla del río Telire. Mañana andará por Suretka. Allá lo puede encontrar. -¿Y ¿cómo llego hasta allá? -Háblese con Sergio, el botero. Él lo llevará por el río hasta pocos metros de Suretka… El camino, quién sabe si algún día lo terminarán. Salga temprano y llegará como al medio día. Estoy seguro que el Padre lo dejará dormir en el Salón Comunal de la Iglesia y al día siguiente se puede volver para acá. -Me gustaría conocer la vivienda de Bienvenido y de Cristina. Usted sabe, para compenetrarme con el lugar y montar muy bien el juicio. Quizás hasta pueda hablar con ella. 7


-Lo dudo…, me contestó. Si la encuentra nos avisa, porque la hembrilla esa yo creo que huyó a Turrialba y allí trabaja de puta. Bueno, eso dicen las malas lenguas. ¡A mí no me consta nada! Pero el Padre le podrá enseñar donde vivían… Ese viejo tiene como treinta años de vivir allí y hasta habla el ribrí y un poco de Cabécar. Allá arriba si usted no habla indígena, no puede hablar con casi nadie. Bueno, los carajillos que van a la Escuela y ayudan en la Iglesia, puede ser que hablen español. Pero los rocos, muy pocos lo hablan bien. Mucho menos las mujeres. Ni falta que les hace, si allá no pueden ni hablar más que entre ellas. Si sus hombres se enteran con otro hombre, ahí mismo las desprecian y por despreciadas, mejor se vieran muertas, porque ahí mismo se acaban sus vidas… ¡Váyase para allá y ahí me cuenta cómo le fue! -Buena suerte y gracias por el consejo, le dije. -¿No quiere echarse un zarpecito, licenciado? Es cortesía de la casa. Le pongo una Imperial con unos frijolitos tiernos, ¡y ahí me cuenta, papá! Aquí, como quien dice, somos pobres, pero elegantes. Accedí sin objeciones a su oferta. Ya entrado en gastos, convendría aprovecharla. Poco después, como a las 6 de la tarde, subí a la habitación, anoté lo que escuché y muy pronto me eché literalmente sobre la cama. Ni el calor, ni el zumbido de los mosquitos, impidieron que me durmiera pronto.

8


** Al día siguiente, como a las seis de la mañana me presenté adonde Sergio, el botero, negocié con él y quedamos en iniciar el viaje pronto. Me dijo que esperáramos un poco a que le llegaran un par de cajas de víveres que debía llevar de encargo y a dos indígenas que andaban en el pueblo, en una diligencia. -Tengo que dejarlos de camino, cerca de donde lo dejaré a usted, me dijo. Corrí entonces a la Pensión, devolví la llave y cogí el maletín para iniciar el viaje. Poco después de las siete, iniciamos la travesía. Conforme nos alejábamos del pueblo, observé las primeras chozas indígenas a ambos lados del río. Los hombres ataviados a la usanza campesina y las mujeres con sus faldas de colores desteñidos. Descalzos la mayoría, con cayos tan grandes como las suelas de mis zapatos. Los niños aparecían con frecuencia, con sus camisetillas, sus panzas enlombrizadas y con “la picha al viento”, según la descripción de Carlos. Estaba entrando en la verdadera Talamanca. El ruido del motor, los víveres y los compañeros de panga, ahuecaban el sonido de los congos y de los pájaros. Los niños en la orilla trabajaban, jugaban y saludaban, como si todo se pudiera hacer al mismo tiempo. Su pobreza se cubría bien con sus sonrisas melancólicas, pero verdaderas, tanto o más que las de la Monalisa de Leonardo. “Quién supiera reír como llora Chavela Vargas”, diría Sabina. Seguíamos remontando el río a ritmo de tortuga. Poco más arriba, los platanares se sucedían y competían con algún ganado, gallinas, cerdos y algunas plantaciones de cacao o de frijol. La selva todavía quedaba un poco lejos, aunque se vislumbraban ya las montañas azules de la cordillera al fondo. Allá arriba, las viviendas y la vida de las gentes se mezclaban con el bosque, como si fueran una misma cosa. ¿A qué se debe? No lo sé a ciencia cierta. Algunos dicen que se debe al respeto y al amor por la naturaleza de los bribrís. Otros lo atribuyen simplemente a 9


la ausencia de sierras para tumbar el bosque. A falta de pruebas, se lo atribuyo a ambas condiciones. Por si solas, no me explican el fenómeno. Conforme ascendemos, las abras se hacen más pequeñas y se entremezclan con la selva. Las chozas aparecen más separadas unas de las otras, como guardando distancias y protegiendo intimidades que las rendijas y las paredes intermitentes no pueden guardar siquiera. Al poco rato, dejamos a los dos compañeros de viaje: una pareja que hablaba bribrí y que me miraba de reojo, entre respeto y suspicacia. Muy poco de español sabían. Apenas si unas palabras, por lo que no supe ni cómo se llamaban, ni a qué se dedicaban. En el fondo, me daba pena apenarlos. Compartimos varias horas en la lancha, pero vivíamos en mundos diferentes. Quizás, hasta hace poco lo comprendí. Sergio y el Telire me llevaron a esas tierras y puse pronto el pie en la orilla del río cargada de piedras, cerca del poblado que llamamos Suretka. Y allí, entre la Iglesia y el antiguo Salón Comunal, encontré al Padre Francisco atareado con unos niños y con la fachada de la Iglesia. -Padre, le dije apenas verlo, usted no me conoce, pero me llamo Roberto Vinarte y soy el Fiscal del juicio contra Bienvenido, el que violó a su hijastra, y me gustaría hacerle unas preguntas, ya que usted es el denunciante y el testigo principal. -¡Adelante, hijo mío! A sus órdenes y en lo que pueda ayudarlo, cuente conmigo.” -Muchas gracias, Padre, así lo haré… Me da mucha pena, pero querría pedirle el favor de que me dejara dormir esta noche en alguna esquina del Salón o donde usted disponga. -Para mí será un gusto, joven. Creo que encontraremos algún lugar para que pueda dormir, aunque no le garantizo ninguna comodidad. Ya ve, aquí todo es pobreza. Tal vez por eso no estamos contaminados como en Limón o en San José. Pero no crea, algunas cosas de allí, son necesarias aquí. Aquí en Talamanca hace falta más fe, un poco de Ley y de respeto por las mujeres. Ellos tienen sus costumbres y algunas son 10


muy buenas, como el amor a la naturaleza y esas cosas, pero al mismo tiempo cuesta acercarlos a Dios y a sus mandamientos. No entienden que juntarse, yacer con sus mujeres y con las muchachas es contrario a la religión y a la Ley de este país… Los caciques hasta tienen varias mujeres. -Es difícil cambiar las costumbres, continuó. Fíjese que la Iglesia está metida hace como trescientos años en estas tierras y no ha podido cambiarlas. Hace falta la Ley y que se ponga en cintura a esas criaturas de Dios. Por el bien de ellos, por supuesto. No queremos que vengan las cantinas, los madereros y todas esas cosas del capitalismo salvaje, porque eso los alejaría de Dios… Pero las niñas deben esperar un poco, no juntarse apenas les viene la regla. ¡Pobrecitas mías! -Dígame una cosa, Padre, le pregunté ¿Por qué denunció a Bienvenido tanto tiempo después? -Porque no lo supe sino hasta hace poco, y luego estuve dudando si denunciarlo o no. Me daba cosa lo que pasaría con sus hijos y con su mujer si a él lo condenaban. Una india sin hombre, prácticamente está perdida. Ellas llevan toda la carga, en la casa, en la huerta y con sus güilas a cuestas, pero sin los frijoles y sin la caza que traen sus hombres, esos güilas se morirían de hambre. Peor aún, otros hombres abusarían de ellas y tomarían su lugar. Un hombre para ellas, es como un guardián y un carcelero a la vez. Ya lo ve, es extraño pero es verdad. -Esa gente vive a coyol partido, coyol comido, continuó. Si tan solo estudiaran y trabajaran aquí en el poblado, tendrían más oportunidades. ¡Pero no, les gusta vivir en la montaña, alejados de todos y de la Iglesia! Le dicen a usted que son católicos y que creen en la Virgen María, pero después de rezarle a ella, le rezan a los árboles, a la luna, al río y hasta a los chanchos, como si todos fueran sagrados. Para ellos, Sibú compite con Dios, y la Danta con la virgen. Creen que ella también es sagrada. Hasta creen que es la madre de la Tierra. -Pero, ¡qué carajo!, siguió, Bienvenido violó la Ley y debe cumplir con ella, como cualquier hijo de vecino. Además, si lo condenan servirá de 11


escarmiento y llevará una señal contundente a todos ellos, si es que llegan a entenderla. Porque esos condenados son inteligentes, lo que pasa es que se hacen la vaca muerta para comerse al zopilote vivo. ¡Si yo le contara las historias que conozco! -¿Y usted cree que lo condenen?, me pregunto el Padre. -Tienen que hacerlo, le dije. Los hechos están muy claros y el propio imputado los ha reconocido. Ella no negará lo que ocurrió y tendrán que condenarlo. Era una menor cuando ocurrieron los hechos y ello configura el delito de Estupro, que es una especie de violación, pero que ocurre cuando un hombre tiene acceso carnal con una menor de quince años, aunque cuente con su consentimiento. Así lo establece el Código Penal en su artículo 159. Más claro no canta un gallo, agregué. Así que mínimo le darán cuatro años. -Mire usted, me dijo el padre, yo querría que escarmentara, pero, ¿no se le puede poner una pena más pequeña como para que escarmiente y sirva de ejemplo, pero sin que lo metan en la cárcel, para no dejar a esa mujer y a sus hijos tanto tiempo sin sustento? -Bueno, eso dependerá del abogado defensor. El podría alegar atenuantes e, incluso, error de Derecho, aunque no creo que los jueces de Limón le compren esa excusa. Pero sí que puede alegar atenuantes y tratar de que le den la mínima… Pero eso es tarea del defensor y no mía. Mi papel es impedir la impunidad y garantizar el cumplimiento de la Ley, no importa a quién se aplique y haciendo abstracción de las personas. Dura Lex, Sed Lex, decimos los abogados… Las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres y la Ley debe proteger esa igualdad, agregué. Mucho nos ha costado llegar hasta aquí. El adulterio, por ejemplo, hoy es igual para el hombre y para la mujer. Por algo se cambió el Código de Familia hace pocos años. Antes era diferente. El adulterio de la mujer existía de inmediato y el del hombre solo podía alegarse cuando viviera en concubinato escandaloso y éste durara más de un año… Y usted sabe, Padre, que esa norma casi no se cambia por un poema machista que se repartió anónimamente entre los diputados de entonces. 12


-Bueno, hijo, yo no sé mucho de leyes, y lo del adulterio es cosa mala, pero el Código de Familia lo que permite es el divorcio y eso no está bien. Siempre es necesario el perdón entre los cónyuges. El matrimonio es para toda la vida. -Pero el perdón, Padre, no está prohibido en el Código, le repliqué. Si la mujer o el hombre prefieren perdonar es decisión de ellos. Lo que no está bien es obligarlos a hacerlo. El que no esté prohibido no quiere decir que sea obligatorio. La Ley da derecho a pedir el divorcio, pero no lo obliga… -Para mí, como si lo hiciera, agregó el Padre. El solo permitirlo hará que pronto se rompan los matrimonios y tengamos más divorcios y dolor, que matrimonios cristianos llenos de amor y de perdón. -Bueno, Padre, esa es su opinión y la respeto, pero la Ley dice otra cosa. -Vosotros lo que queréis es que nosotros los curas casemos y vosotros los abogados divorciéis, y así os llenáis de plata los bolsillos y dejáis familias destrozadas en el camino. -Eso es su punto de vista, pero no es el mío ni el del Derecho. Y si vamos a hablar de plata, mejor no empecemos por los curas… ¡Ojo, no me refiero a usted! Las costumbres y las normas indígenas valen mientras no violenten las reglas y las leyes de este país. Punto. La igualdad es el nuevo nombre de la justicia y a los abogados nos corresponde garantizarla y cumplirla. -¿Y adónde dejas la misericordia, mijo? ¿Y adónde dejas los sacramentos de la Iglesia y el matrimonio que santificó Jesucristo desde las Bodas de Canaán?” -No padre, no me malentienda, yo creo en el matrimonio y, en mi caso, ojalá para toda la vida, pero el divorcio es una opción para liberar a una mujer de un marido oprobioso. ¿No tienen ustedes las nulidades del Código Canónico?..., pues es lo mismo.

13


-Bueno, hijo mío, no creo que puedan compararse. Lo que Dios ha unido no debe separarlo el hombre. -Tal vez tenga razón, Padre, pero dejémoslo allí y vamos a lo que venía, le repliqué. ¿Podrá usted atestiguar en la causa contra Bienvenido? El juicio será dentro de unos meses en Limón y es esencial su testimonio. -Por supuesto que atestiguaré, aunque debo pedir permiso al Obispo. La Iglesia siempre he estado del lado de la Ley. Donde hay orden, se dice bien, está Dios. -Pues muchas gracias, porque creo ayudará mucho al proceso. De todas maneras, creo que el mismo Bienvenido reconocerá sus hechos. Ya lo ha hecho en la primera indagatoria. No puede negarlos en el juicio. Por cierto, padre, ¿usted cree que podré hablar con Cristina y visitar el rancho de Bienvenido? -El rancho creo que podrás visitarlo esta misma tarde, pues está como a una hora en canoa sobre el río Telire, yendo hacia Kachari. Allí no estarán más que Darla y los güilas, porque Bienvenido, según entiendo, está en la cárcel en Limón. Y Cristina, pobrecita mía, creo que anda en malos caminos por Turrialba. Allí se fue con su hijita, hace unos meses cuando todo esto reventó. Esos inditos deben estar pasándolas canutas. Imagínese, sin un hombre que cuide a la madre y a los niños. Porque voy a decirle, Bienvenido tenía esas mañas, pero a su manera era un buen padre y un buen trabajador. Al menos, que yo sepa, nunca les pegó y nunca les faltó la comedera. Uhm…, en estas tierras, tener siquiera comida es una bendición. Pero, claro, las mañas de indio no se las quita nadie. Aquí tenemos que trabajar juntos, la Iglesia y la Ley, para lograr quitarles esas calenturas. Esos carajos, no parecen contentarse con una mujer, siempre quieren tener más y aprovecharse de las más jovencitas. Eso sí que está mal y debe corregirse. -Para eso está la Ley, Padre. Por cierto, ¿tendrá un lugar donde pueda lavarme un poco y comerme algo?

14


-¡No faltaba más! Allá atrás se puede lavar un poco. Es agua de pozo, pero está más limpia que la clorada de la ciudad. Aquí las diarreas no se las deben al agua del pozo, sino a que la toman junto con los animales. Y así comen también. Pero, no se preocupe, que aquí se come simple, pero limpio. Le diré a Jacinta que nos ayude con la comida y después de comer puede irse hacia Kachari, pues nunca falta algún indito que lo lleve en su canoa por unos pocos pesos. Mientras tanto, le ofrezco un chocolate, que aquí se toma con agua, a la usanza indígena. -El chocolate, prosiguió, es para los bribrís lo que el vino para los cristianos: bebida bendita. Según la leyenda, a solicitud de Sibú, que es como un dios indígena, Bikakra, la abuelita de la Danta, que es la hermana de Sibú, convenció a la hija de ésta para que se convertiera en tierra, gracias al chocolate y al Sorbón, que es como una fiesta donde bailan hasta los diablos. Fue precisamente en un Sorbón y a punta de chocolate que bailaron uno, dos, tres y hasta cuatro bailes, al cabo de los cuales la hija de la Danta se desparramó encima del cascajo del cacao. El baile siguió y todos empezaron a majarla, hasta el punto de que el cuerpo de la niña se derritió y se convirtió en pura tierra y de nada valieron los reclamos de su madre para con Sibú. La niña se convirtió en la Tierra y a partir de entonces surgieron los clanes y la vida mundana que conocemos. Son supercherías, por supuesto, pero ellos creen en ellas tanto como en el Génesis, que es la fuente verdadera de la creación. Para los inditos, como le dije, el Dios verdadero al que le rezamos en español, convive con Sibú, al que ellos le rezan en bribrí… ¡Y se quedan tan panchos! Al cabo de lo cual, tomamos el chocolate, ni frío ni caliente. Me pareció como el agua chacha, pero me vino al pelo. Me fui a lavar las manos y a refrescarme un poco, porque el calor húmedo anunciaba un aguacero, de esos que parecen inundar la tierra en un solo baldazo. Es como si el mar se hiciera nube y se lanzara contra nosotros. Y así fue, porque en apenas minutos, el sol se ocultó tras el gris marengo de las nubes y empezó a llover como llora un desconsolado. Sí…, a llorar y llorar, como en el corrido mexicano.

15


Vale que estábamos a buen resguardo. Jacinta trajo la comida como anunció el Padre y la verdad es que estuvo bien, aunque un tanto insípida. Pero estaba caliente y tenía mucha hambre, de manera que la disfruté. Pronto terminamos de comer y el Padre salió a sus deberes en la escuela y yo bajé al río para convencer a algún indito que me diera un jalón hasta la casa de Bienvenido. Jorge Torrecino, accedió a llevarme y traerme en bote por quince pesos. Ya la lluvia había desaparecido y el campo transpiraba. Parecía como si las nubes hubieran bajado a la tierra y quisieran volver al cielo, más calientes que nunca. Jorge resultó un indígena bribrí de Yeri, que conocía a Bienvenido, pero enterado de mi misión, prefirió callar y dejarme sucumbir adormitado por los surcos del río, las paladas serenas de su remo y los congos que aullaban a lo largo del trayecto. Me miró y me llevó con recelo: como el intruso que era para su mundo. Y así llegué a la casa de Bienvenido. Más que una casa, un rancho de paja, hojas de plátano y palos entrelazados sobre un piso de madera levantado sobre zancos, que así lo resguardan de la humedad de la tierra, y apenas unos chunches que servían para sentarse, cocinar y echarse a dormir. Una sola estancia servía de cuarto, cocina y salón. Tres o cuatro chiquillos rondaban por allí, entre la cuna de paja y tejido del pequeño y la pequeña huerta donde laboraban los mayorcitos de ellos, que apenas si tenían como seis y siete años. Juro que trabajaban como si fueran peones. Allí estaba Darla, trabajando como mula y cargada de tristeza o de amargura. Su madre y las hijas mayores la ayudaban un poco, pero su situación no podía ser más precaria. El rancho que Bienvenido arreglaba, cambiando las hojas del techo y acomodando sus ramas, estaba descuidado y las goteras lloraban por doquier, aunque la lluvia había cesado como dos horas atrás. Algunos animales los habían vendido para sobrevivir y ya nadie cazaba para ellos. Apenas si mantenían el platanar y a duras penas podían comer. Los niños, desnutridos, con sus panzas llenas de lombrices y sus órganos al viento. Las niñas y las muchachas se tapaban un poco más. Soñaban, quizás, con encontrar un hombre que las sacara de su

16


infortunio y ayudaran a su madre. A Bienvenido se lo habían llevado los hombres blancos: nosotros. Y no parecían entender ¿por qué? No pude hablar con ninguno de ellos. Menos aún con Darla. Lo que supe, lo supe por su madre, que algo sabía de español. Más que agradecerme la presencia, me reclamó nuestra actitud. Pero todos ellos parecían resignados a lo que nosotros quisiéramos imponerles. Cuatrocientos y más años tenían de soportarnos, callados y rechazándonos en silencio. El cacique Présbere era apenas un sueño de independencia. El silencio y la suspicacia eran, ahora, sus armas más poderosas. Frente a ellas, nada podríamos hacer, salvo imponerles nuestro Dios y nuestra Ley. Pero el Awá pesaba más que los técnicos de atención primaria del Ministerio de Salud, que de vez en cuanto visitaban la zona. La escuela de Suretka tenía apenas pocos años y un solo maestro. Únicamente los niños del poblado podían asistir a ella y muy pocos llegaban a cuarto de primaria. Los demás, no podían darse el lujo de estudiar, porque no podían trasportarse o porque sus manos eran necesarias en la huerta y en las tareas del hogar. A veces, la disyuntiva es estudiar o comer. Dudé entonces si hacíamos lo correcto, pero el pensamiento apenas duró lo que duró mi visita relámpago. Teníamos, pensaba entonces, que ayudarles integrándolos y llevándoles clínicas y escuelas. Mi vocación socialista y de ingeniero social, me decía que teníamos que integrarlos a trabajar en cooperativas, eliminar el individualismo y el concepto de propiedad, que el capitalismo trataba de imponerles. Y, por supuesto, llevarles la Ley, para defenderlos de los blancos y de ellos mismos. Para que los Bienvenidos no abusaran más de las Cristinas y no les robaran su niñez y adolescencia. Y así, cavilando y repasando el ambiente, regresé al bote de Jorge y emprendí la vuelta a Suretka, para llegar antes de que se hiciera de noche. Nada más supe de Jorge, aunque intenté preguntarle sobre su vida, su familia y sus costumbres. Me entendía, pero se hacía el tonto mientras aprovechábamos la corriente del río. Volvíamos a ritmo de oleadas imperceptibles y de remos cansinos en algunos de los recodos. 17


El paisaje seguía siendo el mismo y los ruidos seguían siendo los mismos, aunque ahora el color era más verde y el azul del cielo se confundía con el de las montañas de Talamanca que dejábamos atrás. El agua del río era también azul, con flecos blancos, pero en algunos tramos parecía enchocolatada, a causa de los riachuelos tributarios que lanzaban tierra sobre su cauce. Llegamos a Suretka como a las cinco y media, poco antes del anochecer. Después de comer un poco con el Padre, me acomodé en el salón comunal al lado de la Iglesia y al rato me dormí. Apenas tuve tiempo de anotar algunas cosas en la libreta, porque la vela se agotaba y no quería abusar de ella. Había tenido un largo día y al día siguiente partiría de nuevo para Bribrí y luego luego para Limón. Si salía temprano podía tomar el autobús de la una de la tarde en Bribrí y llegar a Limón como a las siete de la noche. ¡Y así ocurrió! Como a las seis emprendí el viaje, río abajo, con Sergio y ayudado por la corriente. Esta vez, viajábamos seis, y algunas cajas más. Pero el río estaba de nuestro lado y llegamos antes de que dieran las once y media. A tiempo para comernos algo y comprar los boletos del autobús. De nuevo en el mismo chunche, ahora con menos gente y sin gallinas, pero el mismo cacharro de antes y la música de salsa traqueteando a todo dar. La lluvia llegó como siempre y nos acompañó buena parte del camino. Se coló como esperaba por unas cuantas ventanas que no cerraban por falta de mantenimiento. Si el Suláyam, según la tradición bribrí, era el centro del mundo, convendría, al menos, buscar el centro del autobús huyendo de las goteras que se colaban por doquier. Parecían bailar al son de la misma salsa con que nos deleitaba el chofer del autobús. Llegué a Limón, poco más o menos a la hora prevista. Terminó mi visita a Talamanca y, según me parecía, tenía el caso montado. Era cuestión de esperar el día del debate.

18


*** Aunque oriundo de San José, de San Pedro de Montes de Oca, para más señas, ahora vivía en Limón, en un pequeño apartamento que renté a un amigo que había sido trasladado a Guápiles. El caso es que yo estaba instalado en el Barrio del Bohío y compenetrado con mi trabajo en la Fiscalía Regional, en la sede del Poder Judicial de la ciudad. Aprendí poco a poco a adaptarme al ritmo y al sabor de la ciudad. Porque allí todo sabe diferente: el “rice and beans”, con sabor a coco, terminó por gustarme más que el “gallo pinto” con salsa Lizano. El patí más que las empanadas y el reggae más que la cumbia o el pirateado. A lo que no me acostumbré nunca es al calor pegajoso del Caribe. “Que calor más hijueputa”, pasó a ser mi muletilla más gastada. Lo peor, no era ni el sol ni la lluvia, sino los instantes que la precedían y las horas que la sucedían. Parecíamos vivir condenados a un infierno, pero no de llamas, sino de vapor. Algo así como un baño turco permanente. Los abanicos compensaban un poco el sopor, pero solo un poco. Las madrugadas, sin embargo, eran agradables y sí me levantaba temprano podía aprovecharme del amanecer limonense con el trasfondo de la isla Uvita y sus palmeras, algunos barcos a la espera de la carga o la descarga y un sol que se asomaba y llenaba de colores la mañana. Aprendí a disfrutar de las tardes en el bar del “Humac”, un Hotel que se montó sobre las rocas y las olas, violando las leyes de la zona marítima y los códigos de construcción. Al punto que fue el primero que sucumbió al terremoto del noventa y uno. Pero la vista desde el bar del Hotel era inmejorable. También iba al Matama, donde se comía mejor, pero más caro que en las soditas donde acudía para no tener que comer solo, ni mucho menos cocinarme. El Matama era un hotelito pequeño y acogedor, que había cuidado bien los jardines y los colores del Caribe. No faltaban los viajeros y los conocidos de San José que tenían que cumplir diligencias en Limón, de manera que las tertulias y los tragos se sucedían al ritmo de trombón, al menos una vez por semana.

19


Pero si tuviera que escoger, me quedaba con una tarde soñando en un pollo del parque Vargas, o una caminata oyendo romper las olas sobre el malecón. Por encima de todo, sin embargo, Playa Bonita en un día de sol. El domingo después de mi viaje a Talamanca, por cierto, bajo un cielo celeste, casi transparente, y un sol radiante como el que más, me fui a pasar el día a la Playa. Después de bañarme en el mar y refrescarme en las duchas, me acomodé sobre la arena, cerca del ranchito de la izquierda, cervecita en mano y con la “ilusión de guapo” de la que hablaba el mismo Serrat. De pronto, entre arenas, boquitas y birras, se acercó Brenda, una amiga de los tiempos de Humanidades en la Universidad y me saludó tan efusivamente que sentí que aquella ilusión se tornaba realidad y que yo era el príncipe de aquella playa y del mundo entero. Brenda era la negra más guapa que hubiera conocido. Y ahora lucía mejor que nunca, con su bikini color celeste en tonos pastel. Me percaté hasta ese día, sin embargo, de sus curvas, de sus ojos chispeantes y de sus labios sensuales. El sol tornaba su cuerpo de color chocolate en color caramelo. Quería besarla y comérmela enterita. Sus movimientos y su forma de hablar, me invitaban a tomarla violentamente entre los brazos y perder la compostura y los principios. Pero me quede allí, paralizado y sin saber qué decir, como nos pasa a los hombres cuando tenemos a un pedazo de mujer que nos deja sin aliento y sin palabras. De donjuanes pasamos a tartamudos en un dos por tres. Y todo lo que aprendimos de conquista, lo perdemos a la espera de que nos quieran conquistar, porque ya no sabemos cómo hacerlo. Fue ella la que inició el diálogo, ¡cómo no! Me preguntó qué hacía por allí y le conté que ahora vivía y trabajaba en Limón. -Me gradué de abogado hace poco y conseguí trabajo en la Fiscalía Regional. Ahora soy Fiscal y defiendo a la justicia, le balbuceé.

20


-La justicia suena a mucho, me contestó. Los abogados no pueden ser más arrogantes. No les basta con ser los dueños de la Ley, quieren ser también dueños de la justicia. La Ley es hija de los hombres que la hacen. La justicia es hija de Dios o de la cultura y no es patrimonio de los abogados, sino de todos. -Bueno, rectifico, porque no quiero entrar en polémica. Defiendo la Ley y punto, le dije. -Pero cuéntame, ¿cuándo te viniste para acá y qué hacés en la Fiscalía?, me preguntó. -Me vine hace como tres semanas y estoy instalado en el barrio del Bohío. Alquilo un apartamentito a un amigo y eso es todo. -¿Cómo que todo?…, ¿y tu trabajo? -Sí claro, balbuceé de nuevo, trabajo en la Fiscalía Regional como te dije. Por ahora, me estoy acomodando y ayudo a organizar los casos para que los titulares cumplan su labor. Yo apenas los asisto, pero ya tengo un caso propio, que llevaré a juicio en los próximos días. Se trata de una violación, más bien de un estupro, de un indígena de Talamanca en perjuicio de su hijastra, que entonces tenía catorce años. -¿A qué le llamás estupro?, me preguntó. Adopté, entonces, esa cara sería que ponemos los abogados cuando hablamos de lo nuestro. -Estupro, le dije, es un nombre técnico para designar cuando un adulto viola a una menor, aunque sea con su consentimiento y qué es más grave cuando el que lo hace es un tutor o curador, que es el caso que te cuento, porque se trata de un padrastro que abusó de su hijastra. -¡Qué cáscara! Huumm… Se ve que es un caso jodido. -Ya ves que no tanto, le dije, porque el propio imputado reconoció los hechos, como si fueran algo normal.

21


-Pues déjame decirte que para él pueden ser normales, me replicó. Al fin y al cabo, para un indígena bribrí acostarse con muchachas de doce o trece años es lo más común. Todavía más, para ellos hacerlo con una hijastra no es fundamental. Con una hija…, quizás, pero no con la hija de su concubina. Recordá que para ellos, los conceptos de delito son diferentes a los nuestros. Para ellos, por ejemplo, es más grave ser tacaño o no sostener a la familia, que lo que pudo hacer el acusado. Y, por otro lado, es probable que ni siquiera entienda de lo que lo acusan. No te das cuenta que en muchos países del mundo, todavía hoy se pueden casar a los trece y catorce años y que aquí mismo, en los pueblos indígenas si no se casan es porque no conocen la institución, pero viven y actúan como si lo estuvieran y hasta lo hacen muchas veces por decisión de los padres y no tanto por causa de un verdadero amor. Y si se pueden casar o juntar a esas edades, ¿por qué no pueden acostarse sin cometer delito? A qué viene, entonces, la imposición de una ley que les es ajena y hasta contradictoria con sus tradiciones. Ya te digo que ellos tienen un concepto totalmente distinto de la moralidad y de la Ley. A veces nos creemos superiores y quizás nosotros seamos los que estemos equivocados. No lo sé, por un lado, como mujer me parece que debemos defender los derechos de todas las mujeres y combatir a los hombres que abusan de nosotras, pero como antropóloga pienso que, quizás, hay que poner también en la balanza los derechos y las costumbres de los distintos pueblos. Será que soy negra y pienso así por eso. Además, por mi condición tiendo a ver las cosas con más perspectiva, de género, racial y hasta cultural. -Tal vez tenés razón, le repliqué, pero el hecho es que vivimos en Costa Rica y la Ley dice lo que dice. Por otro lado, si no empezamos por cambiar esas costumbres y aplicar el peso de la Ley, las mujeres seguirán siendo víctimas del machismo indígena y nunca tendrán los mismos derechos que los hombres. El argumento cultural, no me parece tan fuerte. Si por la tradición fuera, todavía las mujeres llevarían velo y no saldrían de sus casas. Y los negros seguirían siendo esclavos. La Ley no puede renunciar a su vocación de cambiar las cosas y, algunas veces, esas cosas son también tradiciones culturales.

22


-Concuerdo con vos en ello, pero no dejo de pensar que se trata de un asunto cultural y que ello obligaría a tratar las cosas de manera diferente. Al menos, tratar de buscar el equilibrio. -Mirá, no sé si tenés razón, pero la verdad es que estoy entusiasmado y es mi primer caso. Apenas ayer regresé de la zona, allá por el Telire, entre Suretka y Kachari. -Conozco la zona, me dijo, pues en la Universidad me tocó hacer varios trabajos y estudios sociales en Talamanca, aunque mi interés, comprenderás, son más las relaciones interraciales…Y continuó: No sé, al principio Talamanca te parece un poco fea, pero nomás te metés en ella, te empieza a gustar y te termina fascinando. Más cuando subís hacia la cordillera, como yendo hacia el Kamuk y te metés en la selva. Hay momentos en que para caminar diez metros, tenés que hacer un gran esfuerzo. Allá arriba no se hace camino al andar como decía Machado, sino al romper las lianas y el agua con el machete. Y si te toca llegar a un claro, y ha dejado de llover, mirás el horizonte hasta el mar. Atrás y a los lados, todos los verdes que te imaginés, más abajo las nubes blancas que se despiertan de la borrachera de un buen aguacero… y al fondo, el mar, entre el turquesa, el verde y el azul. Y no te digo el cielo, porque entonces creerás que estoy alucinando. De todas maneras, lo que más me gusta de la zona es la gente y cómo interactúa con el bosque, los animales, las plantas y hasta con el firmamento. Mejor paro ya, porque me estoy poniendo pesada y hasta poética…. Y la verdad, es que estamos en una playa maravillosa con un sol que es la envidia del mundo entero. Ya verás que algún día, cuando los gringos y los europeos se enteren de esto, no querrán volver a sus tierras. -No te preocupés, porque me encanta oírte y si te ponés poética, mejor me amarrás porque termino por comerte… Por cierto, que pena, no te pregunté ni qué es lo que hacés ni dónde vivís ahora. -Te cuento… No sé si te acordás, me dijo. Fijate que después de Generales empecé con Trabajo Social, pero me gustó más Antropología y…, bueno, estudié esa carajada y ahora soy antropóloga y encontré trabajo, por suerte, en el departamento social de JAPDEVA, aquí en 23


Limón. Te acordás que mi familia era de Siquirres, así es que conozco la zona y me ha ido pura vida en ese aspecto. Vieras que aunque me agüeva un poco todo el brete burocrático, tengo tiempo para hacer trabajo social y aunque no es exactamente lo que estudié, vieras que me gusta esa parte. ¡Tenés que conocer mi oficina! Llegate un día y así conocés lo que hago. -Me gustaría, aunque no sé si tendré tiempo entre semana, porque vieras la cantidad de brete que tengo y, además, tengo que preparar el caso que te conté. -Bueno, decime, ¿te casaste?, ¿tenés novia?, ¿Qué pasó con tu vida?, me preguntó. -Ya te dije que ahora vivo en Limón y tengo una noviecilla desde hace años en San José. Seguro te acordás de ella: Paulina, la rubiecilla. -Sí claro, una chavala muy bonita y tuanis. ¿Qué es de su vida? -Ella está trabajando con sus tatas y…, bueno, quiere que nos casemos. -Y vos…, ¿querés casarte? -Vieras que no sé. La verdad es que me gusta y me llevo bien con ella. Es super tuanis, pero no sé, tal vez no estoy tan enamorado. -Te voy a decir, aquí en Limón no te faltará ligue. Vos sabés como son las chavalas por aquí y más un blanquito como vos, abogado y toda la pesca. -No sé, vieras que más bien no me ha ido tan bien en ese aspecto. Tal vez es que acabo de llegar y estoy un poquito enganchado en el trabajo. La verdad es que tampoco me he ambientado demasiado… Pero la que está guapísima sos vos, me atreví a decirle por fin. -¡Guapísima no, buenísima!, me dijo con coquetería. En ese momento, me olvidé de Paulina, del caso de Bienvenido, de la Ley, de los prejuicios y de todo lo demás. La miré a sus ojos y me 24


entregué a su mirada profunda y penetrante, como si sus ojos fueran dos flechas de Cupido que se insertaban sangrantes en mis pupilas. Sus labios me parecieron más carnosos e incitantes que nunca, sobre todo cuando los humedecía coquetamente con su lengua. Su pelo acolochado y su piel morena, terminaron por conquistarme y fui perdiendo la compostura. Las piernas cruzadas apenas podían ocultar mi excitación, por lo que traté de disimularla lo más que pude. Miré para arriba y desvié la mirada de sus pechos, de su vientre y de sus muslos entrecruzados sobre la arena. Hasta sus manos y sus pies me parecían maravillosos. Entre dimes y diretes, y también miradas furtivas, se nos fue oscureciendo todo y las nubes nos fueron anunciando el final del día, cuando ya despuntaba la noche. No recuerdo cuántas horas pasamos sentados sobre la arena, mirando al mar, recordando y hablando de todo un poco. Los gritos de los chiquillos y los voceríos de los vendedores ambulantes, ya prácticamente los habíamos desconectado, como desconectados estamos del mundo mirándonos y recreándonos el uno al otro. Qué sensación maravillosa cuando dos criaturas terrenales se conectan sentimentalmente. Hasta parecen ascender al cielo y ocultar las diferencias sociales y de colores. A partir de entonces, todo se nos hace más hermoso y hasta el dolor que arrastramos por el mundo se convierte en el dulce despertar de unos ojos que dejaron de pertenecernos. Pero, entonces, ya nada importa tanto como preservar ese momento. La vida, al fin y cabo, se compone de esos pocos momentos que guardamos en el corazón. Secreta e implícitamente habíamos convenido en esperar la noche y aprovechar la oscuridad para ocultar nuestra pasión y entregarnos de cuerpo y alma, aunque solo fuera en esa ocasión. Y así, sin darme cuenta, cuando me quería contar más cosas y poner excusas, impulsivamente “sellé su boca con mis besos y así pasamos muchas, muchas horas”.

25


Pocas horas en verdad, pero queríamos que duraran siglos y así terminaron por parecernos. Al final, terminaría la fiesta como en la canción de Serrat, bajaríamos la calle del apartamento del Bohío en Limón y volveríamos a ser lo que éramos, dos enamorados furtivos, en un tiempo en que la etiqueta y las reglas sociales imponían patrones estrictos que terminaríamos por acatar, aunque juráramos creer en la igualdad y sentirnos superiores a aquellos. Pero es verdad que por una noche se nos olvidó que cada uno era cada cual. Que el rico volvería a su riqueza, el pobre a su pobreza, el señor cura a sus misas y nosotros, cual presas de un destino manifiesto, volveríamos a nuestra condición. Mientras tanto, el corazón latía y rompía mis palabras y hasta el aliento, anhelaba volverla a besar y hacerla mía, sentir sus pechos sobre los míos y amarrar nuestros cuerpos con una cuerda imaginaria que excusara nuestra traición a los cánones que dividían al mundo por su color. Sí, su color, su olor y su sabor, me atrajeron como un imán poderoso y abrasador. Tomaría su boca y jugaría con sus labios sensuales que sabían besar como solo besan las princesas zulúes cuando están enamoradas. “Suavemeente..., beéssame, que quiero sentir tus labios besándome otra vez…”, parecía susurrarme al oído y terminé por perder el poco aliento que me quedaba. Quería hundirme en sus muslos y en sus pechos, besarla desde los dedos del pie hasta su boca, asirme a ella como los caracoles lo hacen con las rocas del mar. Impedir a toda costa que me arrancaran la pasión. Cómo olvidar esos muslos satinados y su espalda de aceituna oscura que terminaba en un pequeño triángulo con camanances que anunciaban el choque con sus nalgas. ¡Qué nalgas maravillosas! Eran duras y respingonas. Parecían montañas tormentosas que incitaban a explorarlas como si se tratara de las selvas africanas. Quería llegar pronto al centro de La Tierra, adentrarme en sus volcanes y descubrir las arcadas y catedrales góticas con que describía el mismo Julio Verne su viaje maravilloso. No más entrar en ellas, el acto de amor seguiría los contornos crecientes del Bolero de Ravel. Pero estábamos en Caribe, así que pasamos a un merengue tortuoso y poderoso. Y entonces, ahora sí, una represa soltaría el agua contenida por tanto tiempo y 26


brotarían cataratas desbordadas por doquier. Terminé, como no podía menos, abrazado y “bailando apamichao…”. A partir de entonces, aunque intenté huir de sus besos, cada día me quemaba por sentirlos otra vez, perderme en sus senos y encontrarme en sus muslos, sentir mi piel rozando el terciopelo de la suya y hacerla mía una vez más. Aprendí a jugar con las fresas y el chocolate, a buscar la ternura de un abrazo y a entender la pasión de un revolcón a media noche en la playa, bajo la perla plateada de una luna que se hundía en el mar y rebrotaba más brillante al golpe de la espuma de las olas al encontrarse con la arena. Cómo escapar al calor de dos cuerpos entrelazados y recogidos en una fotografía de blanco y negro, o más bien de color sepia, como las que guardaban en baúles nuestras abuelas. Temí más perder el sabor de su cuerpo y de la fruta prohibida, que ser descubierto por la policía o los guachimanes de la playa. El caso es que, mientras duró la pasión, Brenda llegó a ocupar más de la mitad de mis pensamientos y a ser la protagonista indiscutible de casi todos mis sueños. Pero eso mismo me alejó de ella. La dependencia me convirtió en un minusválido del amor. Sin saber ni cómo ni por qué, ambos evadimos siquiera volvernos a ver. Dejamos de acudir a Playa Bonita durante los fines de semana por temor a encontrarnos y quemarnos de nuevo. Otra vez, al menos para mí, no sería capaz de arrancármela de la piel. Supongo que ella también lo entendió, porque tampoco me buscó después. A lo sumo, preguntamos cada uno por el otro y nos alegramos del destino que nos deparó la vida. Con el tiempo, volví a visitar a Paulina en San José. Recuperé y valoré la pasión apacible pero segura de sus brazos. Era como volver al remanso de unos besos pausados y cariñosos, alejados del torbellino de pasiones y la suspicacia de Brenda, a la que tanto me acerqué y a la que tanto temí por ello. Diez años después, más o menos, la volví a ver, pero yo estaba casado y ella también. Pudimos hablar de los niños y de las escuelas. Ni siquiera me preguntó por el caso de Bienvenido. Tal parece que sabía el resultado de la sentencia. Recordó entonces a 27


Paulina cuando la vio y se saludaron como si fueran amigas de toda una vida, aunque apenas si se habían conocido en los tiempos universitarios. Y en verdad, tal vez lo eran más que las demás. Al menos, habían compartido una misma pasión, sin saberlo una de ellas. A las dos, aunque por distintos motivos, debía buena parte de lo que era como hombre y mucho más de lo que había logrado en la vida. Cómo explicar que a los hombres, los amores se nos van acumulando, como si tuviéramos distintas caseteras disponibles y no quisiéramos renunciar a ninguna de ellas. Las mujeres, en cambio, según me parece ahora, cuando se cansan de un disco compacto lo cambian por otro y el anterior se queda ciertamente en el recuerdo, pero deja de sonar. En el hombre siguen sonando todas las canciones, aunque unas lo hagan más alto que las otras. Brenda seguía tan hermosa como siempre, pero era otra, una madre y una profesional que había triunfado en los Estados Unidos. En Filadelfia, si mal no recuerdo. De tiempo en tiempo, venía a Costa Rica a dictar conferencias como profesora invitada de la Universidad y había publicado muchas obras de antropología, las que, por supuesto, me ayudaron a comprender mejor la incomprensión de mis años mozos y a ver el Derecho como una ciencia inserta en las demás ciencias sociales. Ni superior ni inferior a las demás. Quién podría decir, al escucharla y al leerla ahora, que su autora fue también la diosa de Ébano que irrigó por siempre a este corazón.

28


**** Como seis meses después de mi viaje a Talamanca, llegó el día de juicio oral en el Edificio de Tribunales de la ciudad de Limón. Es decir, a unas once horas en autobús, lancha y caminata, de donde ocurrieron los hechos. A Bienvenido lo trasladaron desde la Comisaría de la ciudad, donde estaba detenido desde hacía como siete meses, más o menos una semana después de presentada la denuncia por el Padre Francisco, pues se le aplicó prisión preventiva sin derecho a fianza, la que, en todo caso, no habría podido pagar. El argumento judicial no fue el temor a que huyera de la acción de la justicia, sino a que reiterara la conducta reprochable. A Cristina la hicieron venir con la ayuda de la Fuerza Pública. La encontraron en Turrialba trabajando en un burdel de mala muerte. Vivía con su hija de unos tres años en un pequeño cuarto, un camón de paja, una cocina de leña y un lavabo. El baño tenía que compartirlo y quedaba al final del zaguán… Después de la denuncia, tuvo que salir del rancho y de la Talamanca que la vio nacer. El padre Francisco actuó de testigo y la pobre Cristina también. Entendía y hablaba mucho mejor el español, aunque todavía guardaba el acento de sus antepasados… Tenía ahora diecisiete años y pronto sería mayor de edad. El defensor no aportó otros testigos y, al parecer, le aconsejó a Bienvenido declararse culpable y aceptar la pena, pues de todas maneras ya había descontado siete meses en la cárcel y seguramente no le darían más de cuatro años, que bien podían convertírsele en unos dos años más. “Más bien, le debió haber dicho, si se opone y rechaza los cargos, le pueden tocar como seis o siete años de cárcel”. Se trataba de un Defensor Público que se había iniciado como Procurador de juicio, que es como se llamaba entonces a los que 29


ejercían la profesión sin un título profesional. Años después, pudo estudiar Derecho y ejerció de abogado independiente, hasta que se integró a la Defensa Pública como diez años antes de que iniciara el juicio. Era un hombre inteligente, pero gastado. Parecía más interesado en la jubilación que en la defensa… ¡No lo sé a ciencia cierta! El Secretario del Tribunal leyó los cargos y resumió los antecedentes del proceso. Su Presidente, dictó las reglas del debate y procedió a darnos la palabra a las partes. Mientras tanto, los ventiladores de la sala de juicio trabajaban horas extra para compensar el calor que hacía afuera. La sala era blanca, con celosías a tres de los cuatro costados de la misma. Para las condiciones de Limón, parecía un salón de lujo e imponente. Por lo menos, así me pareció que le pareció a Bienvenido, pues nomás entrar en la sala, custodiado por dos guardia rurales, volvió a ver para todos los lados, menos a nosotros y al Tribunal. Parecía como si estuvieran juzgando a otro y las palabras no fueran más que ruidos ajenos a él. Era un hombre pequeño, flaco y de tez oscura, indudablemente indígena, con la cara marcada por las enfermedades y la pobreza, pero no había perdido su dignidad ni su distancia. Era más bien inexpresivo, aunque acusaba una tristeza largamente reprimida. Vestía pantalón azul y una camisa blanca. Gastada, pero limpia. Lo observé y sentí pena por él, pero no podía ni quería olvidar los hechos que nos tenían allí. A mí me tocó iniciar la acusación: -Durante los meses de febrero a setiembre de 1977, el acusado Bienvenido Bejaranillo, vecino de Suretka, en Talamanca, aprovechando la confianza de su familia, abusó de su hijastra Cristina, que a la sazón tenía apenas 13 y 14 años, y la penetró en múltiples ocasiones, con el consentimiento alterado por su poder y la escasa comprensión de los graves hechos por su edad. El inculpado ha admitido los cargos y los testigos confirmarán los hechos. El artículo 159 del Código Penal es aplicable en la modalidad calificada y no hay causas de inculpación ni atenuantes que puedan justificar los hechos del acusado, por lo que 30


pedimos que se proceda a la brevedad y que se le aplique todo el peso de la Ley, para que la sanción sirva de escarmiento y dé ejemplo a todos los vecinos de Talamanca y del país, para que hechos como estos no se vuelvan a repetir… -Es importante –continué-, que hechos como el presente no queden impunes para que ayuden a cambiar semejantes costumbres que violan los derechos más elementales y los derechos de las mujeres y de los niños de este país. Nadie puede alegar ignorancia de la Ley y todos somos iguales ante ella. Las costumbres indígenas del imputado y de la víctima, las respetamos y son buenas para defender el medio ambiente y los animales, pero no son excusa para hacer daño a los demás. El desconocimiento de las leyes y la diferencia cultural que existe, no puede exculpar al acusado ni justificar sus acciones ante la Ley, porque de hacerlo se perdería su valor y la protección que buscamos de nuestros niños y niñas, al margen de su color y de su condición. La inocencia y la dignidad de las mujeres y de las niñas, es lo que buscamos proteger aquí. El Tribunal le dio, entonces, el turno a la Defensa: -Honorables jueces -inició su perorata al estilo antiguo-. Mi defendido, Bienvenido Bejaranillo no rechaza los hechos que nos tienen en esta causa, pero pide clemencia al Tribunal, porque más bien él es el sustento básico de su familia. Sus costumbres no entienden de las nuestras y aunque está dispuesto a someterse a nuestras leyes, ellas no deben recaer con todo su peso sobre sus hombros. Y así, poco más o menos, inició su defensa. Más parecía una obligación ingrata que cumplía como Defensor Público, que una vocación al servicio de la Justicia y el Derecho, porque no agregó ni insistió en los flancos abiertos del caso, como esperaba que lo hiciera. En el fondo, quería enfrentarme a un buen argumento y a una defensa poderosa. Tal vez así, podría probarme mejor como Fiscal. Pero ni siquiera acudió a los argumentos poderosos de Brenda, ni a los conceptos jurídicos que podrían exculparlo o, al menos, atenuar su condición legal.

31


Poco después de aquellas palabras, se llamó al primer testigo, el Padre Francisco, cura párroco de la zona. Me tocó iniciar el interrogatorio, con la venia del Tribunal: -Padre, ¿usted conoce al imputado Bienvenido y a la ofendida Cristina? -Sí, los conozco hace muchos años. Forman parte de mi parroquia, aunque no cumplen fielmente los deberes de la religión. -¿Conoce usted los hechos que se le imputan a Bienvenido? -Sí y los conoce él mismo, pues fue él quien me los contó, como quien no quiere la cosa. Creí, entonces, que no debía continuar con el interrogatorio, no fuera que el Padre entrara en contradicciones que afectaran el sentido y el objeto de la interrogación. Bastaba con señalar los hechos y aprovecharse de la propia confesión de Bienvenido, que constaba en el expediente. Tocó luego el turno al abogado defensor, el que parecía querer terminar pronto con este juicio, a juzgar por la parquedad de sus palabras y de sus argumentos. Los años de ejercicio burocrático de la defensa, lo habían convertido en un “escéptico pasivo”, que es la peor descripción del escepticismo. Un escéptico activo es un buen abogado. La duda es, quizás, condición necesaria para serlo, pero un escéptico pasivo, en cambio, renuncia a su condición. Se vuelve un sofista que se acomoda a la circunstancia y a la minucia del procedimiento. Termina renunciando a buscar la verdad y, al hacerlo, deja también de buscar la justicia de su causa y de su defendido. El caso es que un hombre inteligente dejó de ser el abogado que necesitaba Bienvenido y se convirtió en una especie de verdugo, sin quererlo. Una defensa pasiva, según me parece ahora, es peor que una defensa inexistente, porque le da la apariencia de serlo, siendo más bien lo contrario.

32


-Padre, inició su interrogatorio, ¿usted conoció los hechos denunciados en Confesión o fuera de ella? -Entiendo el sentido de su pregunta y le diré que no, que los conocí conversando con Bienvenido afuera de la Iglesia y, por tanto, no les cubre el deber de silencio que me impone el Código Canónico. En este caso, lo que se impone es el deber de la verdad, porque, como dijo Jesucristo, solo la verdad os hará libres… -Perdóneme, Padre, pero esa supuesta verdad puede significar la cárcel para mi detenido, así que no entiendo a qué viene lo de la verdad y la libertad. -Abogado, absténgase de comentarios y limítese a interrogar al testigo, recordó entonces el Presidente del Tribunal. -En eso estoy sus señorías, agregó. Lo que pasa es que me confundió la relación entre la verdad y la libertad a que aludió el Padre Francisco… Sigo con las preguntas: Padre, ¿a usted le parece que Bienvenido es un hombre malo o que actuó con maldad? -Bienvenido es un hombre como todos los demás, contestó el Padre, pero en este caso actuó con maldad, porque la Ley no le da derecho a yacer con su propia hijastra y en la propia casa donde habitaban todos, casi desnudos. Eso no está bien, ni para las leyes de la Iglesia, ni para las leyes de los hombres. Dura lex, sed lex, como dicen los abogados. -Dejemos que lo digan los jueces, padre Francisco…, acotó el Defensor. Bueno, ¿si no es un hombre malo, usted cree que merece un castigo o la misericordia de la justicia? -Para la misericordia está Dios y la Santa Madre Iglesia, replicó el Padre. A los hombres les toca juzgar según la Ley y la Ley dice que ningún hombre puede tener acceso carnal con una mujer menor de edad, aunque fuera con su consentimiento y menos puede hacerlo con la hijastra, sobre la que ejerce una influencia indudable.

33


-Concuerdo con usted, Padre Francisco, pero los Jueces pueden graduar la pena y tomar en cuenta las circunstancias y la cultura de los acusados, recalcó el Defensor. -No…, si en eso estoy de acuerdo, de lo que se trata es de que Bienvenido aprenda su lección y cumpla la condena en la cárcel, como cualquier hijo de vecino y con ello, todos los demás aprendan que no se puede abusar de una menor y menos en su propio hogar. A los jueces corresponde, según me parece, aplicar la Ley dentro de las reglas que ellas fijan. Nada más y nada menos. Yo no quiero que se aplique una sanción excesiva, sino la de la Ley. -Más que pastor de ovejas, Padre, parece un pretor de la Ley. ¿No dijo Jesucristo “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”?, replicó el Defensor. -Sí…, eso es lo que creo yo y por eso he acudido a este Tribunal, señaló el Padre Francisco. Ya Dios juzgará y hasta perdonará los actos de Bienvenido y de la propia Cristina, aunque ellos no los entiendan. Y este Tribunal debe juzgar según la Ley y la Ley dice… -No Padre, no siga, si ya sabemos lo que dice la Ley… A lo que agregó el Defensor: Y, ¿no le parece excesivo que metan a este hombre mucho más tiempo en la cárcel y que no pueda ejercer su condición de proveedor, de protector y de padre de las criaturas? -Pues viera que lo he pensado y claro que me preocupan su mujer y los chiquillos, replicó el Padre. Darla, como usted sabe, es la madre de Cristina y de cuatro niños más, el último de los cuales es del propio Bienvenido. Pero no soy yo el que tiene que juzgar, sino el Tribunal de acuerdo con la Ley. -Le repito la pregunta, reiteró el Defensor: ¿debería Bienvenido ir más tiempo a la cárcel y dejar sin protección a su familia? -Ciertamente no lo sé, replicó el sacerdote, solo espero que lo tengan un tiempito para que escarmiente y que después pueda volver a la zona, aunque no creo que Darla quiera recibirlo. 34


-Dejemos que sea ella la que lo decida…, terminó el Defensor, a lo que agregó: No tengo más preguntas sus señorías. Terminado el interrogatorio del Padre Francisco, el Presidente le agradeció su colaboración y el Secretario procedió a llamar al estrado a Cristina, no sin antes solicitarnos a las partes que tuviéramos en cuenta que ella todavía era menor de edad. Impuesta de su condición de víctima y de testigo, se procedió de inmediato a su juramentación de acuerdo con la Ley y se le señalaron las consecuencias de un falso testimonio, como antes se las habían señalado al sacerdote. Inicié, entonces, el interrogatorio: -¿Qué edad tenía usted cuando Bienvenido la inició en el sexo? -Unos trece o catorce años, según recuerdo, me contestó. -¿Sabía usted que tener sexo en esas condiciones es un delito?, le pregunté. -No…, pero de todas maneras en Talamanca las mujeres se juntan a los doce o a los trece, me contestó. -Pero lo hacen con muchachos de su edad, agregué. -No siempre, me contestó. Lo hacen con cualquiera que esté dispuesto a juntarse con ellas y a mantenerlas. Una mujer es mayor cuando le viene la primera regla. Ya puede tener hijos y formar una familia. Entonces, pidió y tomó la palabra el abogado defensor. -¿Por qué se fue de Talamanca? -Yo tengo una niña que tiene que comer y allá en Talamanca nadie me recibe. Bienvenido es el padre de mi hija y él me ayudaba con ella. Incluso la reconoció cuando vinieron del Registro Civil a empadronarnos, pero ahora está en la cárcel y no puede ayudar a ninguno de sus hijos, ni tampoco a mi mamá.

35


-¿Le parecía que lo que hacían estaba bien?, preguntó entonces el Defensor. -Ahora sé que no está bien lo que hicimos, pero en ese entonces yo no pensaba en eso…, contestó. -¿Pero disfrutaba cuando lo hacía?, preguntó el defensor. -Objeción -señalé de inmediato-. La pregunta, señores del Tribunal, no es pertinente para este proceso, porque aquí lo que se acusa es un estupro y no una violación y, en todo caso, el que lo haya disfrutado o no, no excluye la violación. Lo que importa a ese propósito es la voluntad de la afectada. -Bueno, replicó el Defensor, pero es esencial conocer si fue hubo violencia o no. -Continúe licenciado y absténgase de preguntar lo que no debe, señaló entonces el Presidente del Tribunal. -Reformulo la pregunta, ¿qué piensa usted del sexo? Objeté de nuevo, señalando que la pregunta me parecía irrelevante. -No lo es, contestó el Defensor, porque creo que la percepción de la afectada puede tener relevancia en la sentencia y, además, la he formulado de manera general. -Admitida la pregunta, señaló el Presidente del Tribunal, pero dirigiéndose a Cristina, agregó: puede usted contestarla de manera general también. -Yo nunca he disfrutado el sexo y creo que nunca lo llegaré a disfrutar, contestó Cristina, pero me gusta ver la cara que ponen los hombres cuando se vienen. Cumplirles y ponerlos contentos es lo que tenemos que hacer las mujeres, porque si ellos están contentos, nunca nos faltará la comedera. Pedí y tomé entonces la palabra y pregunté: 36


-Pero, ¿no le parece que deben hacerlo con su mujer? En el caso, con su madre Darla. -Si cogen con otras, que nos importa, me contestó. Lo que no está bien, es que por coger con ellas, dejen tirados a su mujer y a sus güilas. Tal vez hasta mejor que lo hagan cerca y así no las dejen tiradas mientras se gastan toda la plata de la familia en los puteros y en las cantinas. Lo que no se les puede perdonar es que sean tacaños o que se gasten todo lo que ganan por fuera. -Antes, dijo usted, que no disfrutaba el sexo, continué, ¿por qué entonces accedió a tenerlo con Bienvenido? -Antes lo hice como una forma de congraciarme con Bienvenido y que no dejara a mi mamá y a mis hermanos desprotegidos. Ahora, lamentablemente, vivo de eso porque nadie me da trabajo y necesito comer y que coma mi hijita. ¿Quién le va a dar un trabajo decente a una india de Talamanca, con una güila de tres años?… Yo no quiero que ella viva más en esa zona, porque allí ahora me tratan como si fuera una maldita… Yo sé que para ustedes siempre seré una indita, pero mi hija será educada y tal vez pueda ser feliz. A mí me robaron la felicidad desde que me vino la primera regla. Antes de eso, era feliz a mi manera. Podía ayudarle a mi mamá, bañarme en el río, correr por el bosque, subir a los palos y esperar a que los muchachos que venían de la caza, nos miraran y nos dijeran algo bonito. -¿Por qué, entonces, no se juntó con ninguno de ellos?, pregunté de nuevo. -No lo sé, me contestó. Tal vez, pasaba mucho encerrada y, además, los muchachos de mi edad eran muy creídos y por eso no me gustaban tanto. Bienvenido, en cambio, desde que me salieron las tetillas, me regalaba cosillas que compraba en el pueblo y me daba lo mejor que había cazado. Por esos tiempos, además, mi mamá estaba mejor, porque él había dejado de tomar y gastarse todo en la cantina. Al menos, ahora pasaba metido en la casa y ayudaba más con la comedera. 37


El Defensor volvió a tomar la palabra con la venia del Tribunal: -¿La forzó Bienvenido a hacerlo? -No, así como que me forzó no, ni tampoco me amenazó. Aunque a veces prefería cuando me dejaba sola, nunca lo rechacé… Hasta le reclamé cuando dejaba de buscarme por la noche o a la orilla del Telire. Tal vez, quería parecerme a mi mamá y no quería dejar de ser la preferida. -¿Sabía, entonces, su mamá lo que hacían?, preguntó nuevamente el abogado defensor. -Mi mamá lo sabía, pero se hacía la tonta porque lo quería y, además, Bienvenido había sido bueno con ella. Desde que mataron a mi tata, cuando estaba más carajilla, nosotros habíamos quedado desprotegidas y expuestas al acoso. Había tiempos en que no comíamos más que plátanos y así pasábamos varios días. Teníamos las panzas llenas de lombrices y mis hermanos cogieron todos los papalomoyos de la zona. ¡Yo no sé por qué a mí no me tocó ninguno! Cuando Bienvenido se juntó con mi mamá, nos fuimos a su rancho y vivimos un poco mejor. Yo sé que a ella no le gustaba que me metiera con él, pero sí lo sabía… y seguro se hacía la tonta para no provocarlo. No quería quedarse sola otra vez. -¿Usted creé que si condenan a Bienvenido, eso sirva de escarmiento?, pregunté sin saber exactamente por qué. -La verdad, me contestó, yo no creo que los hombres escarmienten nunca. Una vez que se les mete el diablo, no hay quien los pare, me contestó. -Bueno, agregué, por lo pronto, estando en la cárcel, ya no tendrán tiempo de molestar a más menores y los demás pondrán las barbas en remojo. Con la educación, la salud y la aplicación de la Ley, ya lo verá, mejorarán mucho las cosas en Talamanca.

38


-Tal vez tenga razón licenciado, me replicó, pero déjeme decirle que antes de que vinieran los blancos, nosotros éramos pobres, pero vivíamos según nuestras costumbres. Apenas nos venía la regla, nos juntábamos con algún hombre y formábamos una familia y así, entre los dos, vivíamos nuestras vidas sin molestar a naide y sin que naie nos molestara. Yo no creo que sus leyes hayan mejorado nuestras vidas, simplemente las cambiaron. Terminamos así el interrogatorio a Cristina y el Presidente del Tribunal le agradeció su testimonio. -No habiendo más testigos, señaló, lo que procede es recibirle el testimonio al imputado, Bienvenido Bejaranillo. ¿Desea usted declarar o prefiere abstenerse de hacerlo, como lo autoriza la Ley?, preguntó. Bienvenido volvió a ver a su abogado defensor y agregó: -No contestaré preguntas y me limitaré a hacer una declaración. -Tiene la palabra, señaló el mismo Presidente del Tribunal. -Señores jueces, inició: yo no hice nada malo, más bien ayudé a Darla, a Cristina y a los güilas a sostenerse. A ustedes les parece mal lo que hice, pero nosotros ni siquiera entendemos por qué estamos aquí. La gente que he conocido en la cárcel sí que es verdaderamente delincuente, esa gente mata y le roba a los más pobres. Yo no le hice mal a nadie y hasta reconocí a la carajilla que tuve con Cristina. A Darla y a los carajillos nunca les faltó lo básico. En cambio, ahora, sí que la pasan fea. Yo quiero mucho a Darla, pero también me gustaba Cristina y si podía mantener a las dos, ¿por qué no iba a hacerlo? Además, ella no era mi hija. Eso sí que no, con la hija no se puede, porque es de la misma sangre, pero con la hija de Darla era una cosa diferente. Además, ya ella estaba en edad de juntarse cuando se metió conmigo y yo no la obligué a nada. Las leyes dicen que eso es prohibido…, pues yo no lo sabía, porque para nosotros eso no era prohibido. Yo no quiero tener problemas con la Ley ni con los blancos. Lo único que pido es que me perdonen y me devuelvan la libertad. Quiero volver a ayudarle a mi 39


familia, si es que me lo permiten. Y si puedo, también le ayudo a la carajilla que tuve con Cristina… Si yo a todas las quiero mucho. Tengan un poco de compasión. Yo no creo que pueda aguantar más tiempo en esa prisión. Allí los hombres dejan de ser hombres y se convierten en diablos. Allí la vida no vale nada y a nosotros, los indios, nos tratan como esclavos. Tengan un poco de compasión y ayúdenme a salir de allí. Yo les prometo portarme bien y hasta ir a la Iglesia de seguido, como se lo dije al Padre Francisco cuando me lo preguntó. Se notaba que su defensor lo había aleccionado, pero lo dijo sinceramente y con convicción, al punto de que en algún momento hasta dudé si era correcto mandarlo de nuevo a la cárcel. Pero recordé entonces mi papel y el sentido general de la Ley y, por tanto, seguí adelante con la acusación. Terminada su declaración, el Presidente del Tribunal solicitó a los abogados de la acusación y de la defensa que realizáramos las conclusiones. Me tocó el primer turno, como corresponde a mi papel de Fiscal acusador. Inicié mis conclusiones y señalé: -Señores del Tribunal, colega de la defensa, señoras y señores: hemos asistido a un juicio contra un hombre, el acusado, Bienvenido Bejaranillo, vecino de Talamanca, por los actos cometidos en perjuicio de su hijastra Cristina del mismo apellido. Los hechos que dieron lugar a esta causa han sido fehacientemente probados por los dos testigos aportados y no han sido rechazados ni desmentidos por el acusado. Ni siquiera por la defensa. Entiendo que las últimas palabras del imputado puedan haber conmovido a este Tribunal, pero debo recordarles que lo que juzgamos aquí son hechos y la relación de los mismos con los supuestos típicos de la figura penal de la que se le acusa. Los hechos, repito, han sido probados y no dejan lugar a dudas. Mucho menos, a dudas razonables… -El acusado tuvo acceso carnal en repetidas ocasiones con Cristina, al punto que de esa relación nació una niña, como también lo han 40


reconocido la misma Cristina y el propio Bienvenido. Cristina tenía entonces la edad de trece y catorce años cuando inició las relaciones sexuales con el acusado, quien era su padrastro y tenía todas las condiciones tipificadas por el artículo 159 del Código Penal para aprovecharse de su condición, imponerse de ella e iniciar a la pobre niña en una actividad de la que ella no podía tener conciencia. Por eso accedió a ella y por eso se sucedieron los abusos perpetrados por el acusado en repetidas ocasiones… -El artículo 159 del Código Penal no deja lugar a dudas y es aplicable sin motivos de inculpación o de inimputabilidad. Dice el artículo 159 en lo que interesa: “Quien, aprovechándose de la edad, se haga acceder o tenga acceso carnal por vía oral, anal o vaginal, con una persona de cualquier sexo, mayor de doce años y menor de quince, aun con su consentimiento, será sancionado con pena de prisión de dos a seis años… La pena será de cuatro a diez años de prisión cuando la víctima sea mayor de doce años y menor de dieciocho, y el agente tenga respecto de ella la condición de ascendiente, tío, tía, hermano o hermana consanguíneos o afines, tutor o guardador…” -En este caso, se trata, nada más y nada menos, de su guardador o de las figuras afines de que habla el citado artículo, porque es evidente que Bienvenido actuaba como el jefe del hogar, convivía con la madre y trataba a sus hijos como si fueran suyos también, al punto de que los llevó a vivir a su propio rancho… -Que no nos digan que por ser indígenas no conocen la gravedad de los hechos, porque en este país todos estamos obligados a conocer la Ley y a respetarla. Que no nos vengan con la excusa de las diferencias culturales, porque entonces el Derecho sería subjetivo y dejaría de aplicarse cada vez que se alegaran ellas. La Ley debe aplicarse a todos por igual, porque ello es necesario para avanzar hacia una sociedad mejor. Si la Ley dejara de aplicarse a los indígenas, ¿dónde quedarían los derechos de las pobres indias que se ven sometidas a tan tierna edad a sufrir los vejámenes y abusos de unos padrastros desaprensivos que se aprovechan de su condición de proveedores y tutores, para 41


perturbar las mentes de las muchachas, robarles su niñez y adolescencia y cometer semejantes vejámenes? Ningún argumento cultural, puede usarse frente a la inocencia de una niña que debe ser protegida por la Ley, no importa el color de su piel, su religión o su origen étnico y su condición social. Ningún error de Derecho puede argumentarse frente a normas tan claras y contundentes. Ninguna necesidad de la familia puede excusar los hechos del acusado… -Al iniciar su gobierno en la Ínsula de Barataria, señores miembros del Tribunal, Don Quijote aconsejaba a Sancho: “Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia... Procura descubrir la verdad… por entre los sollozos e importunidades del pobre. Si alguna mujer hermosa veniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera de espacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros”… -Señores miembros del Tribunal, juzguen de acuerdo con la Ley y la justicia. No se dejen conmover con los suspiros y lágrimas del acusado. Reitero, por ello, una vez más la acusación y solicito se aplique todo el peso de la Ley al acusado y que sea condenado a la pena prevista en el artículo 159 del Código Penal, sea un mínimo de cuatro años y un máximo de ocho. Tocó entonces el turno al abogado defensor, quien nuevamente asumió una postura circunspecta y arrogante: -Honorables jueces. Como dije al inicio, mi defendido, Bienvenido Bejaranillo, no rechaza los hechos que nos tienen en esta causa, pero pide clemencia al Tribunal, porque más bien él es el sustento básico de su familia. Sus costumbres no entienden de las nuestras y aunque está dispuesto a someterse a nuestras leyes, ellas no deben recaer con todo su peso sobre sus hombros. -En el presente caso, ha habido error de interpretación por parte del acusado, porque no podía entender nuestro Código Penal y mucho menos la figura del 159. En todo caso, no está claro que se tratara de un 42


tutor o guardador y mucho menos de un pariente, sino únicamente del concubino de la madre de Cristina. Por tanto, solicito que de aplicarse el artículo 159, no se aplique en la modalidad calificada y se le fije la pena mínima de dos años… -El señor Fiscal ha citado los consejos de Don Quijote y me alegró que así lo hiciera, porque líneas más abajo, el mismo caballero de la triste figura también recomendó a Sancho que: “Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo. Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia… Al culpado que cayere debajo de tu jurisdición considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque, aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia…” -Reitero, entonces, honorables miembros del Tribunal, que si han de aplicar la Ley, la apliquen con misericordia y que si han de aplicar la figura calificada del 159, fijen la pena mínima prevista por el Código para las actuaciones imputadas a mi defendido. Al terminar el defensor, y mientras el Tribunal se retiró a deliberar, me quedé pensando en este mi primer proceso y en las palabras que ambos acabábamos de pronunciar. Tenía la convicción de que mis argumentos pesarían más que los de él, no en vano los míos eran de Derecho y los de la defensa parecían más un lamento que un argumento jurídico, según pensaba. Pero en todo caso valían, al menos, para buscar la mínima, que era previsiblemente lo que buscaba el defensor de Bienvenido. Yo, por mi parte, me contentaba con lograr la condena del acusado, cualquiera que ésta fuera y así terminaríamos esta historia en la que me había metido como Fiscal, hacía apenas algunos meses. Mientras meditaba en ello, la voz del Secretario del Tribunal me levantó del asiento y nos pusimos de pie, para oír las palabras de su Presidente:

43


-Cumplida la etapa del debate oral, y oído el parecer de los compañeros del Tribunal, cito a las partes para Sentencia, mañana jueves, a las tres treinta de la tarde… Se levanta la sesión. Y así ocurrió que a eso de las tres y cuarenta de la tarde, de un jueves del mes de octubre del año mil novecientos ochenta y uno, el defensor, Bienvenido y yo asistimos al Tribunal para escuchar y recibir la Sentencia. Me acompañaba el Jefe de la Fiscalía Regional y asistían también cuatro o cinco vecinos del lugar, que no tenían al parecer nada que hacer porque no tenían nada ver con el acusado ni con la víctima. Se trataba, seguramente, de esos ciudadanos que habitan en los trópicos y que se solazan en el morbo de los delitos sexuales que se conocen en los tribunales. ¡Vaya uno a saber! El caso es que no vino ni un amigo, ni un familiar de Bienvenido. No llegó ni siquiera Cristina, que podría ser la interesada como víctima de los sucesos que allí se conocieron. El Secretario del Tribunal procedió a dar lectura a la Sentencia. Tres o cuatro páginas si acaso. La introducción, los resultandos, los considerandos y el por tanto, como se estila en los tribunales de estas tierras. El “por tanto” nos contó la conclusión: “Se condena al imputado Bienvenido Bejaranillo, de calidades conocidos en autos, a cumplir cuatro años de prisión, con descuento de la cumplida como prisión preventiva, en aplicación del artículo 159 del Código Penal en su versión agravada.” Ni una lágrima vertió al oír su Sentencia. Mucho menos una expresión de alivio cuando su abogado le comunicó, con cara de misión cumplida, que logró la mínima condena para un estupro calificado. ¡Menuda ganga!, debió pensar. Pero ni siquiera eso, se quedó con la mirada fija, como si no fuera con él o como si fuera una vez más el resultado esperado de tantos años de incomprensión. Era como si se tratara de otro y fuera en otro mundo que lo hubieran sentenciado. Volvería a la cárcel a soportar las humillaciones más grandes de que somos capaces los seres humanos. Más aun en estos lares, donde los condenados van allí a ser castigados y olvidados, nunca rehabilitados, por más que los 44


tratados y los principios de derechos humanos nos hablen de otra cosa. Y de un indígena ni se diga, porque en la escala social, después de los blancos, los mestizos, los mulatos y los negros, de último colocan a los indios. Por mi parte, sentí una mixtura de sentimientos: el del deber cumplido, un cierto sinsabor sobre la bondad de nuestros actos y de nuestras leyes y el del éxito como Fiscal, sobre todo cuando el Presidente del Tribunal me saludó y alabó mi desempeño, lo mismo que el Jefe de la Fiscalía Regional, quien se precipitó a recalcármelo con una palmada en la espalda y el augurio de un futuro brillante como Fiscal de Juicio: -Vas a ver, ahorita te perdés de vista y hasta me quitás el puesto. Lo digo en broma, pero te digo de verdad que si seguís como hasta ahora, muy pronto te veremos de Fiscal General y hasta de Magistrado, que tenés pasta para ello… Bueno, no hablemos más y vámonos a celebrar, que no todos los días te iniciás como Fiscal de Juicio y menos con un éxito como el de ahora. ¡Y así ocurrió! Nos fuimos al Bar del antiguo Hotel Humac a soñar y a celebrar, léase a tomarnos unos traguitos y a piropear alguna hembra que tuviera la desdicha de estar por allí, en momentos como esos, en que nos creemos los machos más poderosos y mejor dotados del firmamento. Ya bien entrada noche, con más copas de la cuenta, regresé al apartamento del Bohío con el corazón palpitando al ritmo de la salsa y el reggae que cantamos o gritamos durante toda la jornada. Sin percatarme de la hora, lo primero que hice fue llamar a mis padres y comunicarles orgulloso el éxito del juicio. También llamé a Brenda y a Paulina, pero no encontré a la primera y la segunda estaba dormida. Así me lo comunicó su padre, reclamándome de paso la indiscreción de llamar tan tarde. De pronto, me olvidé de Bienvenido, de Darla, de Cristina, del Padre Francisco y de todos los demás. Era el final de un trayecto y la noche estaba para celebrar a todo dar, pero el cansancio y los tragos pudieron más, así es que acabé tendido sobre la cama, todavía con los pantalones a medio bajar y la goma prematura de una fecha interminable. 45


***** Aquí me encuentro ahora, a media noche de un día cualquiera, sentado en la oficina de mi casa, acomodando y repasando papeles antiguos de abogado. ¿Cuántas vidas encierran esos papeles? Mucho más de lo que ellos dicen, me contesté... Y entre tantos de aquellos, la sentencia de Bienvenido. La tomé en mis manos, la releí e inicié la historia que os he contado. Algunas cosas, seguramente, las reconstruí y hasta pude distorsionarlas. Hace años que viajé a Talamanca, surqué el Telire, soñé en Playa Bonita, cumplí mi primer papel y gané mi primer caso como Fiscal. “Mi historia no es como las historias inventadas, sabe a insensatez y a confusión, a demencia y a sueño, como la vida de todos los hombres que no quieren seguir mintiéndose a sí propios,” nos contaba Herman Hesse en “Historia de Demián o de las Mocedades de Emil Sinclair.” Tenía razón…, la vida nos cuenta historias más duras o fascinantes que la ficción más alambicada. ¡Está de Dios que así sea! Bienvenido cumplió su pena y, mientras descontaba su condena, en su familia murieron dos chiquillos más. Dicen que fue de Difteria, pero me late que fue de hambre. Al parecer, a la salida de la cárcel, solo lo esperó Darla, su compañera. A su hija Cristina, la vergüenza, más que los hechos sucedidos, la alejaron de su pueblo, de su madre y de sus hermanos. Se fue, como sabemos, a vivir a Turrialba y allí trabajó en un prostíbulo, cerca de la estación del tren que cerraron con ocasión del terremoto del noventa y uno. Quién sabe qué pasó con su niña y los que vendrían después. Aprendió, seguramente, a vivir como blanca, pero siempre la vieron como india. Y en verdad, no dejó de serlo en su interior, aunque vistiera y hablara como sus compañeras de burdel. Supongo que ahora trabajará de doméstica en alguna casa o en algún comercio. No la imagino de Madame, que es la actividad más sublime que le espera a una prostituta en decadencia. De cualquier manera, ojalá que haya podido sobrevivir tanta ingratitud y tanto infortunio. Y que 46


su hija y los demás, hayan cumplido el sueño de salir de la pobreza en que nacieron y de la desgracia en que la metimos todos con nuestra soberbia. Del Padre Francisco; de Carlos, el cantinero; de Sergio, el botero y de todos los demás, no supe más de ellos. El Padre y algunos otros, supongo que habrán partido. De mi Jefe en la Fiscalía Regional, sé que ahora es Juez Superior de Casación. Recreándome en el recuerdo distorsionado de los hechos, veo ahora las cosas, quizás, con otra perspectiva. No estoy seguro de lo que fue correcto… Con el tiempo, he venido a comprender que el Derecho debe aplicarse, y más aun el Derecho Penal, pero con misericordia como enseñaba el propio Cervantes y practicaba el Obispo Myrier, el de Los Miserables. No digo que Bienvenido fuera Jean Valjean, el protagonista de la obra de Víctor Hugo, solo digo que puestos en la tarea de juzgar, como jueces e incluso como seres humanos, habremos de hacerlo buscando el equilibrio y las perspectivas de todos. Si no entendemos las miserias y grandezas de la condición humana, el contexto en que nacemos y nos movemos, si no somos capaces de introducir la misericordia en nuestras apreciaciones, difícilmente podremos juzgarnos y, aun más, juzgar a los demás. La trayectoria de un abogado, no es lineal ni racional siquiera. Está también llena de dudas, confusiones y de logros maravillosos, tanto o más que los de los demás seres humanos. El Derecho no es tan sublime como lo soñamos al iniciarnos en su estudio, pero tampoco es lo despreciable que le achacan sus detractores. He oído, incluso, que la expresión abogado del diablo es una redundancia. Quisiera tener ahora la certeza de aquella juventud para juzgar hechos como los que os he narrado. Es probable también que esa certeza no fuera más que producto de la soberbia o de la ignorancia. ¿No dicen que la audacia es hija putativa de éstas? En verdad, los años me han alejado de la soberbia juvenil, socializante y occidental. No se me malinterprete, me sigo sintiendo joven y 47


convencido de la solidaridad y del aporte humanitario de la cultura occidental, pero tengo claro, también, que la ingeniería social tiene mucho de autoritaria y no logra normalmente las metas que se propone, por más bien intencionada que se nos presente. Educar, proveer servicios de salud y aplicar la Ley, como proponía Carlos, ciertamente aumentan el conocimiento, la esperanza de vida y la seguridad, pero no producen, necesariamente, más felicidad y arrebatan o distorsionan los valores culturales de los pueblos a los que se les ofrecen. Es el precio del progreso y de la Ley, me dirán, pero no dejo de pensar en las reflexiones de Brenda sobre la importancia del equilibrio, sobre todo cuando, en casos como el de Bienvenido y Cristina, el resultado final de la aplicación de la Ley no produce los resultados esperados y contradice la jerarquía de valores de una cultura bribrí, tan respetable como la nuestra. No es verdad que “dura lex, sed lex”. En todos los casos, debemos aplicar la misericordia, sin lenidad. Cuando dos sistemas vigentes difieren o dos derechos se contradicen, el mismo Derecho obliga a aplicarlos equilibradamente. Pero no sigo, porque me alejo aun más de la historia que os querido contar y vuelvo a ser el abogado que no puedo dejar de ser. Si ficticios o dramáticos parecen los hechos narrados, más lo fueron y más lo son en la realidad. ¿Era necesario encarcelar a Bienvenido para proteger a las niñas de Talamanca? ¿Y la prisión preventiva?, ¿era necesaria y cumplió su papel? Si se trataba de proteger a las víctimas, ¿cuánto bien le hicimos a Cristina encarcelando al padre de su niña y obligándola a prostituirse a partir de nuestras intervenciones? ¿Y qué decimos de Darla y de sus hijos? ¡Cuán equivocados podemos estar, cuando creemos tener la razón! Por mi parte, sé que cumplí mi papel y desempeñé al protagonista que me definió el libreto de la vida. ¿O fui yo quién escribí el libreto y le quise trasladar las culpas a un destino indescifrable? ¡No lo sé, a ciencia cierta! ¿Será el destino una propuesta que nosotros podemos modificar y alterar, al menos durante su recorrido?, ¿será un edificio que nos toca 48


construir en la oscuridad?, o ¿será una hoja de ruta inexorable de la que no podemos salirnos? ¡No lo sé...! Todavía recuerdo a Cristina, a Bienvenido, a Darla, al Padre Francisco, a Carlos, a Sergio y por supuesto a Brenda, le negra que me puso a soñar y me enseñó a dudar. Veintitantos años han pasado desde entonces. Todavía recuerdo los hechos como si acabaran de ocurrir… Mi primer caso como abogado, mi primer éxito como Fiscal y, quizás también, mi primer fracaso como ser humano.

49


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.