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transporte, 4) el apoyo de la población iraquí y, 5) la fuerza militar desplegada y de maniobra de Irak.119

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Este breve recorrido historiográfico ha dejado fuera a destacados tratadistas e impulsores de la estrategia militar, pero los que se han incluido, aportan una perspectiva histórica suficiente y profusa sobre los fines de la estrategia. Además, se reitera, que el trabajo se ha sustentado en la cronología de las obras de Peter Paret y Edward Mead Earle.

En respeto a las innumerables contribuciones académicas de los aludidos, habría sido improcedente haberlo hecho de otra manera. Las notas complementarias y aportes de tratadistas recientes solo se explican y sustentan en el contexto histórico de las publicaciones de los mencionados.

Diversos factores han influido en la comprensión y caracterización de la estrategia militar. Un hito importante y transversal a todos los tiempos ha sido el tipo de armamento que se ha ido incorporando al campo de batalla y los medios que han facilitado los movimientos, el sostenimiento y el mando y control, como el cañón, el ferrocarril, el telégrafo, el avión, el motor a vapor, el submarino y muchos otros han influido en la dinámica operativa y táctica del combate. Se acortaron las distancias en los movimientos de las tropas; disminuyeron los tiempos en el cumplimiento de las órdenes; el poder de fuego rompió el paradigma de la guerra de sitio y el avance en los asuntos médicos permitió disminuir la cantidad de víctimas, entre otros aspectos. Pese a ello, el impacto tecnológico es más visible en los encuentros o combates que en la estrategia, pero no se puede desconocer, que la suma de los éxitos en ese nivel, repercuten en el nivel superior.

Por lo anterior, se podría indicar, que los avances tecnológicos han influido en los combates y por ese medio han trascendido en los fines de la guerra. Ahora, si situamos a la estrategia militar en el nivel más próximo de la conducción política de la guerra y sirviendo, directamente, a sus fines, podríamos decir que, conceptualmente, la estrategia está gobernada por la posibilidad de sorprender en forma decisiva al oponente por sobre los éxitos parciales. Los lanzamientos de las bombas sobre Japón son un claro ejemplo de ello: una sorpresiva capacidad tecnológica afectó, directamente, la continuación de la guerra; también podría estar replicado en la guerra de los Seis Días, donde con

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una sorpresiva y avasalladora capacidad tecnológica aérea se destruye, “preventivamente”, una capacidad del oponente. Estos casos, por su excepcionalidad, solo confirman la teoría, ya que, hay muchos más ejemplos, donde sin mediar una capacidad tecnológica superior se logra un efecto sorpresa, tales como: cambiando de actitud, aprovechando los aspectos geográficos (geofísicos o climáticos), atrayendo fuerzas, resguardando el secreto, etc.

La cronología de este capítulo es dispersa y versátil con un propósito determinado. Se presenta una fisonomía de los hitos más importantes de la estrategia militar. No cabe duda de que el periodo entre Sun Tzu y San Agustín o entre éste y Maquiavelo, así como muchos otros, es muy extenso y omite episodios bélicos que cambiaron las formas de las guerras, pero ha sido con el ánimo de no confundir y evitar distraerse del objetivo. Los seleccionados son, inequívocamente, valiosos para identificar el camino seguido por el pensamiento estratégico, no tan solo por su conceptualización, sino también por su aplicabilidad.

No pudo omitirse a Sun Tzu, es tal la fuerza argumental que aporta y tan indiscutible sus máximas, que sería difícil justificar su ausencia en un texto que intenta entregar una perspectiva de la estrategia y sobre todo cuando en él se impulsa la validez perenne de la sorpresa y del engaño. San Agustín también constituye un hito, sobre todo permite comprender que las guerras siguen existiendo y las partes luchan por lo que estiman justo y porque, a partir de Santo Tomás, los ejércitos de esclavos o mercenarios fueron quedando, gradualmente, en el pasado, llegando con Maquiavelo a comprender, que los países y sobre todo sus gobernantes, necesitan de una fuerza militar en su gobernanza, ya sea para imponerla o relacionarse con otros países.

Similar sucede con Adam Smith, A. Hamilton y F. List y sus planteamientos sobre el financiamiento de los países, como única forma de desarrollar capacidades y responder a los legítimos intereses de la comunidad política, ya que, es necesario un financiamiento que permita concepciones estratégicas para enfrentar un conflicto y las fuerzas no quedaran a merced de intereses personales. Prácticamente, con el término de los regímenes monárquicos, los ejércitos pasaron a una nueva era en cuanto a sus formas de entrenamiento e inclusión de normativas valóricas y militares.

Entre los siglos XVIII y XIX la guerra de sitio empezó a quedar, definitivamente, atrás, al igual que las guerras entre gobernantes (dinásticas), para dar lugar a las guerras entre pueblos. Este gran cambio se fue dando,

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paulatinamente, y varios factores fueron interviniendo. Uno de sus hitos lo constituye la evolución que, socialmente, tuvieron los ejércitos y, fundamentalmente, la revolución francesa (1789-1799).

El concepto de la nacionalidad fue muy trascendente en la organización de los ejércitos y el empleo racional de éstos. Se comenzó a utilizar para identificar a un grupo humano con su lugar de nacimiento y desarrollo social, además, de una unidad étnica e identidad cultural, histórica y política de un pueblo. Por ende, una nación se originaba a partir de la historia, su memoria y cultura de vida colectiva, donde la potestad de tener fuerzas armadas y su defensa no estaba ausente.

Los países habían continuado conformando las tropas con soldados provenientes de las clases más marginadas y dirigidos por algunos privilegiados de la sociedad, que accedían a la oficialidad por los recursos con que contaban y no por los méritos militares, pero al menos, por el temor a la sublevación de las tropas, comenzó un periodo de preocupación por sus condiciones de vida y generación de normas disciplinarias, que era necesario imponer ante la falta de cohesión e identidad de los soldados.

En general, antes de la revolución francesa las guerras eran limitadas en sus medios y objetivos, pero no en su duración, por el contrario, duraban muchos años. Se evitaban las batallas decisivas por la destrucción que significaba. Los objetivos eran las fortalezas, líneas de suministros, depósitos o posiciones claves. La guerra estática prevaleció sobre las maniobras y los pequeños y sucesivos éxitos se impusieron a las aniquilaciones de grandes fuerzas. La mantención de los ejércitos era onerosa y por tanto difícil de recuperar.

Entre 1792 y 1815 hubo una importante variación, las operaciones eran cortas y la batalla decisiva y consecuente victoria de una de las partes finiquitaba la controversia e imponía las condiciones de paz. Algunos factores que influyeron fueron el mayor uso de la artillería, la disciplina de las tropas, la cartografía y el mejoramiento de las vías de comunicación para el transporte de fuerzas y apoyo logístico.

Los aportes de Clausewitz y Jomini rigieron los preceptos estratégicos y militares de los siglos XIX y XX y aún son las obras más referenciadas en Occidente; perdurando por la fuerza que les otorga la falibilidad y aplicabilidad diversa que tienen sus razonamientos. Así, las dos grandes guerras mundiales se pueden explicar a partir de la mirada filosófica y política de Clausewitz y operacional de Jomini.

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