Érase una vez proserpina

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Érase una vez Proserpina (imagen: http://3.bp.blogspot.com/_0aQsKaBZWa0/TP7g2RyXkQI/AAAAAAAACbk/1SFbZTh1sk/s1600/bernini-)

¡Proserpina!, ¡Proserpinaaaaa! ¿Quieres venir de una vez? ¡Venga que me tienes que hacer un recado!, le decía a gritos Ceres, su madre. ¿Qué recado es, mamá?, ya sabes que he quedado con mis amigas, las ninfas, para ir a coger flores al bosque.


Mira hija –le dice Ceres- esta cesta de mimbre dásela a Celeo, el rey de Eleusis. Tienes que decirle que coja esas semillas y que las siembre, ¡a ver si de una vez por todas estos humanos aprenden a sembrar!, que a mi hermana Juno le han hecho una oferta para irnos a un spa, que como ya sabes significa ‘salus per aquam’, O sea, ¡que nos lo vamos a pasar ‘divino de la muerte’, dándonos bañitos y friegas por todo nuestro divinisimo cuerpo! Pero, vete por el camino más corto, y no aceptes chucherías y mucho menos esos granitos sonrosaditos de granada que tanto te gustan, de ningún desconocido, repito, de ningún desconocido. Ya sabes que el bosque


está plagado de centauros, sátiros y gente de cascos ligeros que sólo piensan en pasárselo bien, en botellones, en sexo sin protección … ¡Vale, mamá! No te preocupes que te haré caso. Pero la inocente y doncella Proserpina se puso a coger flores por el camino sin darse cuenta de que se había metido por un bosque muy peligroso. Ella seguía cantando y pensando en la recompensa que iba a pedirle a su tía Juno por haberle llevado las semillas a Celeo: esos granitos sonrosaditos y chispeantes de granada que tanto le gustaban. Pero de pronto se le aparece Cupido y le pide una violeta de las que había


cogido por el camino, Proserpina no le contesta, porque su madre le había prohibido que hablara con extraños. El dios niño, se cabreó tanto que fue a decírselo a su madre Venus. La diosa de la belleza le dijo a su hijo que no se ‘juntara’, más con esa niña, que además de muda, era doncella y eso a Venus, es lo que más le fastidiaba. Entre madre e hijo buscaron una venganza: ¡Coge una flecha de las tuyas, de esas que producen un amor insoportable, y clávasela a Plutón, para que se quede eternamente enamorado de Proserpina! Así lo querubín…

hizo nuestro Proserpina

temido seguía


cantando: ‘¡La, lara, larita, voy a Eleusis con mi cestita!, cuando de pronto se le para delante un hombre, muy alto, con barba, con una mirada muy fría, muy negro, vamos que parecía que estaba muerto. Y le dice Proserpina, ¡Hola!, ¿quién eres?, pero, ¡qué barba más rara tienes!, para ser más interesante’, le contestó Plutón. Pero –dijo nuevamente nuestra doncella- ¡qué manos más grandes tienes!, ‘para tocarte mejor’, añadió el negro enamorado cada vez más acalorado. ‘Pero, pero, dijo ya asustada la inocente Proserpina, ¡qué carro tan grande tienes!’, ‘para raptarte mejor’, y ¡zas! Se la llevó.


Transcurridas ya algunas horitas, Ceres se puso nerviosa y salió a buscar a su hijita, anduvo y anduvo, pero ninguna respuesta obtuvo. Tan triste estaba la madre que ya ni sembraba, ante lo que su hermano, Júpiter, le dijo que Plutón, hermano también de ella, se había enamorado perdidamente de Proserpina, su sobrina, y que la había tomado por esposa. ¡Anda!, y yo sin enterarme, y además no me han invitado a la boda! ¡Ahora se va a enterar este hermano mío que no ha respetado ni a su sobrina!... ¡Toc, toc!, ¿quién va?, pregunta Plutón. ‘soy yo, tu hermana, devuélveme a mi hija si no quieres que la tengamos parda!


‘Es que es mi esposa, y la mujer casada ya sabes, ‘en casa y con la pata quebrada’, contestó Plutón, poniéndose un poco nervioso. ‘Me da igual, pero tú me la has quitado y tú me la tienes que devolver’. ¡Vale! Contestó Plutón, ‘pero con una condición: que esté seis meses contigo en la tierra, y seis meses conmigo aquí, en el inframundo’. ‘Humm, bueno, vale, trato hecho’, dijo Ceres, pero cruzando los de su mano derecha para no sentirse obligada por el trato. Pero si Ceres era lista, no lo era menos el dios de los infiernos, porque sabiendo que su esposa se pirraba por los granitos de granada, le dijo antes


de dejarla partir, ‘cómete, cariño mío, estos seis granitos, no hacen falta más, para que aguantes el largo camino hasta que llegues a la casa de tu madre, y hermana mía’. Y aunque ya no doncella, si que muy inocente seguía siendo nuestra niña, pues no pudiendo resistirse a la tentación de su fruto preferido, los seis granitos de granada, se comió. ¡Qué listo que fuiste Plutón, pues sólo esos seis granitos te aseguraron con Proserpina una eterna unión! Adaptación del Mito del Rapto de Proserpina Realizada por Rosa Almaida Martínez


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