Lecturas terroríficas día de todos los santos

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LECTURAS TERRORÍFICAS

DEPARTAMENTO DE CLÁSICAS PROYECTO DE INNOVACIÓN EDUCATIVA

‘CÓMO DECIRTE…, CÓMO CONTARTE…’

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«Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, que las que sospecha tu filosofía». Hamlet, William Shakespeare.

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A modo de introducción… De Grecia y Roma, lo sabemos casi todo. Conocemos Atenas, cuna de la democracia en tiempos de Pericles, los amoríos de César con Cleopatra, la historia de Rómulo y Remo, la batalla del rey espartano Leónidas en las Termópilas, …; de ellos hemos aprendido que no hay nada nuevo bajo el sol y de que junto a su mitología imperaba la razón y el saber. Pero sobre esa delicada superficie, fina como el hielo, se aprecia «algo», un sentimiento oscuro, que, aun hoy, espantaba a cualquier ciudadano y helaba la sangre al más valiente de los soldados. Pues aunque parezca increíble, aquellos inmortales pueblos eran tremendamente supersticiosos, llenos de pavor y siempre preocupados porque los que están «al otro lado» no los atormentaran en vida. Si no, ¿cómo es posible que veamos continuamente escenas de griegos y romanos purificando cadáveres para que no se levanten de sus tumbas, o ritos como los que efectuaban los habitantes del Lacio en los que un honrado labrador, por ejemplo, daba varias vueltas a su finca tirando habas hacia atrás para purificar su hogar y el de sus ancestros para que de esta manera no se presenten los fantasmas a mortificarlos y llevarlos a la ruina? De esto es de lo que tratan alguno de los cuentos que nos narra Fernando Lillo Redonet en su libro ‘El aprendiz de brujo y otros cuentos de Grecia y Roma’. En este caso hemos elegido el cuento de ‘Las brujas de la posada’.

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LAS BRUJAS DE LA POSADA Me llamo Aristómenes y soy comerciante de quesos en Tesalia. Cuando me enteré de que en Hípata vendían un queso fresco extraordinario y a buen precio, me dirigí allí para comprarlo. Pero, al llegar, otro comerciante se me había adelantado. ¡Qué mala suerte! Para consolarme decidí ir a las termas a relajarme un poco. De camino a ellas me encontré en la calle con Sócrates, un amigo mío. Me sorprendió verlo con una ropa vieja y desgastada, pálido como la cera y muy flacucho. Él se avergonzó de que yo le hubiera reconocido. Al verlo en aquel estado, le eché por encima mi manto y lo llevé a las termas conmigo para quitarle al menos toda la porquería que tenia encima. ¡Tuve que frotar bien, por Zeus! Luego lo conduje a la posada en la que yo me alojaba y compartí mi habitación con él. Poco a poco el pobre fue recuperando la alegría perdida. Al calor del fuego se dispuso a contarme cómo había llegado a aquella situación. - Ay, Aristómenes -me dijo-, ya sabes que soy muy aficionado a los gladiadores y a las apuestas. Pues bien, un día gané una bonita suma y en el camino de vuelta fui asaltado por unos bandidos que me dejaron limpio. Sin embargo, escapé con vida. Como no podía volver a casa con los bolsillos vacíos, me alojé en una posada cuya dueña era una tal Méroe, ya mayorcita, aunque todavía de buen ver. Me acogió y me convertí en su amante. ¡Ojalá nunca lo hubiera hecho! ¡Mejor hubiera sido la riña de mi mujer que lo que me ha sucedido por evitarla! La malvada Méroe me sacó a partir de entonces todo lo que yo ganaba cargando sacos de un lado a otro. ¡Tonto de mí, había cambiado a mi familia por aquella mujer! - Bueno, no es para tanto. Por lo que veo, ya no estás con ella. - Habla más bajo, Aristómenes, no sea que pueda oírnos. - ¿Quién va a oírnos? -dije asombrado. - Ella -dijo Sócrates bajando la voz- Méroe no es una mujer cualquiera, es una bruja capaz de todo; tiene poderes sobrenaturales. - ¡Venga ya, Sócrates! No exageres. - Eres un incrédulo, amigo. Esa bruja convirtió en castor a uno de sus amantes que la había abandonado. Y a un posadero vecino que le Lecturas Terroríficas. Dpto. Clásicas

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hacía la competencia lo transformó en rana y ahora debe estar croando dentro de un tonel de vino. Cuando la gente de la ciudad vio estas cosas, decidieron matarla a pedradas, pero ella mediante un encantamiento mantuvo a todos los habitantes encerrados en sus casas, de forma que no pudieron salir de ellas durante días. Sólo cesó el hechizo cuando le prometieron que no le harían nada. Por eso me escapé con lo puesto en cuanto pude. Yo, al principio, pensaba que mi amigo estaba loco, pero con aquellas historias había conseguido meterme el miedo en el cuerpo. La verdad es que Sócrates no era un hombre que acostumbrara a mentir, y eso me tenía desconcertado. Contagiado de su terror le dije: - Calla ya, Sócrates, no sea que esa Méroe se entere a distancia con sus poderes de que hablamos de ella. Venga, vámonos ya a la cama. Sócrates se durmió de inmediato por el efecto del vino que había tomado en la cena y se puso a roncar ruidosamente. Yo cerré la puerta de la habitación, puse el cerrojo e intenté dormir, aunque estaba muerto de miedo. Arrastré mi cama hasta la puerta para impedir que nadie entrara. Hasta medianoche no pude pegar ojo. Cuando ya estaba casi en mi primer sueño, se abrió de improviso la puerta con un golpe tremendo, de forma que se cayó hacia adentro. Mi cama resultó destrozada por el golpe y caí al suelo quedando debajo de ella. Sin moverme de allí y oculto a la vista de todos, vi entrar a dos mujeres de avanzada edad. Una llevaba una lámpara encendida y la otra una esponja y una espada desenvainada. Se colocaron al lado de Sócrates y la que llevaba la espada dijo: - Aquí está, querida Pantia, el hombrecillo que me abandonó burlándose de mí. ¡Ah! Y allí Aristómenes, el que le está ayudando. También daré buena cuenta de él. Al oír mi nombre y que sabían que estaba allí, me empapó un sudor frío y empecé a temblar. - ¿Nos cargamos ya a los dos? -dijo Pantia. - No -replicó la otra, que debía ser la Méroe de la que me había hablado Sócrates- hay que dejar a Aristómenes vivo para que al menos dé sepultura a este miserable amante mío.

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Entonces Méroe se acercó a Sócrates y le hundió la espada hasta la empuñadura por el hueco de la clavícula izquierda. Luego recogió en un jarro toda la sangre que salía, sin que se le escapara una gota. Después, y todavía se me ponen los pelos de punta al recordarlo, metió la mano por la herida y le arrancó el corazón a mi amigo. Pantia tapó la herida con la esponja pronunciando el siguiente conjuro lleno de misterio: - Esponja, recuerda que has salido del mar, guárdate entonces de pasar por el río. Lecturas Terroríficas. Dpto. Clásicas

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Antes de irse, las brujas quitaron la cama que me cubría y me mearon encima. Cuando salieron, todo volvió a quedar como si no hubiera pasado nada. Yo, empapado de orina, temblaba, porque al día siguiente vendría el posadero y vería el cadáver de mi amigo. ¿Quién iba a creerse mi historia? Yo sería el primer sospechoso de asesinato. Apenas entró algo de luz del día en la habitación, decidí huir disimuladamente. Llamé al posadero y le pedí que abriera las puertas de la calle, pero él me contestó: - No, hombre, no. Estas no son horas de salir de viaje, que los caminos están llenos de ladrones. - Pero si ya casi es de día. Ábreme, por favor -dije suplicante. - Pero bueno, ¿a qué tanta prisa? ¿Cómo sé yo que no has degollado a tu amigo y ahora pretendes huir?

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Volví a mi habitación aturdido por haber oído aquellas palabras del posadero. ¿Sería un nuevo hechizo de las brujas, que me habían perdonado la vida para hacerme sufrir más todavía? Entonces cogí una cuerda, la pasé sobre la viga y decidí ahorcarme. Me subí a la cama para lanzarme desde ella, pero la cuerda, que estaba podrida, se rompió y caí sobre mi amigo Sócrates. De improviso entró el posadero chillando: - ¿Dónde está el que tiene tanta prisa? Fue el propio Sócrates el que, ante mi asombro, habló entonces: - Maldito posadero, me has despertado justo cuando estaba en mi mejor sueño. Yo no podía creerlo y me acerqué para abrazar a mi amigo lleno de alegría. - Apártate, Aristómenes -me dijo-, que hueles que apestas. ¿Es que te has meado encima? - No, no es nada. Oye, ¿por qué no nos vamos ya? –le contesté. Él estuvo de acuerdo. Pagamos al posadero y emprendimos la marcha. Con la luz del día me fijé disimuladamente en el cuello de Sócrates para ver si estaban allí la herida y la esponja. No vi nada y creí que todo había sido un agitado sueño producto del vino y la conversación. - ¡Qué sueño tan extraño he tenido! -le comenté a mi amigo. Lecturas Terroríficas. Dpto. Clásicas

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- Pues yo he tenido también uno muy raro: me degollaban y me arrancaban el corazón. Aún ahora me faltan las fuerzas y casi no me tengo en pie. Necesito comer algo. Le di pan y queso y nos sentamos a la sombra de un árbol. Sócrates comía con apetito, pero en lugar de reponerse, cada vez estaba más pálido. Se me atragantó la comida y me llené de terror al pensar que estábamos otra vez los dos solos en un lugar apartado. Si le pasaba algo a mi amigo, yo sería de nuevo el principal culpable. Al acabar de comer, Sócrates sintió sed. Cerca de donde estábamos había un pequeño río. - Ahí puedes beber -le dije. Él, arrodillándose, se inclinó para beber, pero en cuanto sus labios tocaron el agua, se le abrió una herida en el cuello y apareció la esponja seguida de unas gotas de sangre. Se hubiera caído al agua si no llego a cogerlo por un pie. Recordé demasiado tarde el misterioso hechizo sobre la esponja que no debía pasar un río. Lo enterré piadosamente y escapé por lugares solitarios para no ser descubierto. Luego me cambié de ciudad para no despertar sospechas, pero aún vivo con el miedo en el cuerpo.

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ACTIVIDADES 1. 2. 3. 4.

5. 6.

Haz y resumen del cuento. Cambia los nombres de los protagonistas, poniéndoles nombres de dioses de la mitología grecorromana. Cambia el inicio del cuento. Ahora, crea una elementos: - Una cueva. - Una mujer. - Dos niños. - Tres brujas.

historia

de

brujas

con

estos

¿Qué película de Walt Disney tiene una secuencia de un aprendiz de brujo? Búscala en youtube. Una palabra muy conocida para lanzar un hechizo es: ‘Abracadabra’. Se la inventó el médico romano Quinto Sereno Sammonico. Dejó unas instrucciones en verso para fabricar un amuleto protector para curar las fiebres a través de la famosa palabra ‘abracadabra’. Había que escribirla en un pergamino varias veces una debajo de la otra y quitando cada vez una letra del final haciendo una figura en forma de cuña. Luego el pergamino tenía que colgarse del cuello con un hilo. Fabrica tú un amuleto que tenga estas características y pide un deseo para un conocido que esté enfermo.

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