Una boda en casa de menandro

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Una boda en la Casa de Menandro Proyecto de innovación: Te invito a mi mesa’

Rosa Almaida Martínez

HAGAMOS NUESTRA FIESTA NUPCIAL……

Los alumnos de Cultura Clásica de tercero de ESO, y los de latín de Cuarto de ESO y Primero y Segundo de Bachillerato fueron en el mes de diciembre a los Talleres de Cultura Clásica de Sagunto a hacer, entre otros, el taller de una boda romana. De ahí surgió la idea: ¿Por qué no estudiamos nosotros todo lo referido a las bodas en Roma Clásica y confeccionamos un menú para celebrar la boda? Dicho y hecho. Pero antes teníamos que decidir el sitio en el que íbamos a ubicar nuestro banquete, y ¿qué mejor sitio que la Domus de Menandro?......

LA CASA DE MENANDRO La casa de Menandro es una de las domus mejor conservadas de Pompeya. Puede que sea incluso una de las más fotografiadas. Pero tiene otra particularidad: fue una de las cuatro casas de Popea Sabina, la joven y guapa esposa del emperador Nerón. El emperador la conoció en casa de Odón, un general del ejército. Se enamoró de ella y Odón se la ofreció como amante.

Popea, se divorció y se casaron. Su influencia sobre el marido está fuera de dudas y gracias a este matrimonio Pompeya recibió ayudas imperiales después del terremoto que precedió a la erupción que sepultó finalmente la ciudad. Los escritores clásicos, como Tácito, no pueden dejar de alabar su belleza, aun cuando la odiaban. Así, éste escribió sobre ella “lo poseía todo, menos honestidad” y Suetonio la culpa de influenciar a su marido para hacer ejecutar a la madre del propio Nerón, la intriga que costó la vida a Séneca, así como el asesinato de la anterior esposa de Nerón, Claudia Octavia, la hija de Claudio.

Según nos cuenta Suetonio en su obra ‘La vida de los doce Césares’, Popea murió a consecuencia de los golpes que recibió de su marido estando embarazada.

La Casa llamada de Menandro de Pompeya, era una de las casas de la familia, junto con la magnífica residencia Villa Poppaea en Oplontis.

La Casa de Menandro (I 10, 4) es un gran domus urbana de ' la antigua Pompeya casi 1800 m².

Fue excavado en 1926-1932 años y es un buen ejemplo de una domus de una familia rica de la antigua Pompeya. Toma su nombre no del dueño de la casa, sino por la imagen del poeta griego Menandro, que se encuentra allí.

La parte más antigua de la casa consta de una sala construida en 250 aC con los espacios que rodean inmediatamente y es relativamente modesta.

Cerca de 100 años más tarde, se modernizó la domus. Para la puerta principal y la tablino que se rellenarán con toba. En la época de Augusto la domus se modificó sustancialmente; en primer lugar se construyó un peristilo , utilizando el espacio puesto a la muerte de los edificios residenciales adyacentes. En el espacio hacia el oeste de los baños que se obtuvieron. Al este se encuentra la parte económica de la casa. Poco antes de la erupción se llevaron a cabo en varios lugares de la casa aún más los trabajos de modernización. Son las ánforas llenas con estuco y un horno temporal.

El nombre del último habitante de la casa es Quinto Poppaeus. Su nombre fue encontrado en un sello de bronce en las dependencias de servicio. ¡QUÉ SEAN MUY FELICES! Nos dice Marcial en Epitalamio IV, 13·: ‘Claudia peregrina, Rufo, se casa con mi amigo Pudente: bendícelos, oh Himeneo, con tus antorchas. Así de bien se mezclan la exótica canela con su habitual nardo, así de bien los vinos 1

Másicos, con los panales de Teseo, y no es mejor el enlace de los olmos con las vides que nacen, ni más quiere el loto a las aguas, a las riberas el mirto. Aposéntate resplandeciente, Concordia, por siempre en su lecho, y que en pareja tan igual el yugo de su amor no se deshaga: que ella con el tiempo lo ame anciano, pero que a su vez a su marido no le parezca vieja entonces, cuando lo sea.’

Los romanos eran un pueblo supersticioso y por ello debían encontrar un día propicio para celebrar el matrimonio. Algunos días se consideraban Nefastos e intentaban evitarse las fiestas en las que los invitados podían estar ausentes.

LOS ESPONSALES Los ‘sponsalia’ eran los preliminares necesarios para el matrimonio. Veamos algunas de sus curiosidades más comentadas y que han llegado hasta nosotros por autores clásicos: La víspera de la boda la novia recogía los juguetes de su infancia si todavía era muy joven y los dedicaba a los dioses y lares de su hogar junto a su bulla y la toga pretexta, que había llevado hasta entonces. Se vestía con una túnica blanca ribeteada con una cenefa púrpura y se recogía el pelo con una redecilla de color anaranjado (reticulum luteum) y se acostaba esperando el día de la boda. La mañana de la boda la novia era peinada con el hasta caelibaris, una pequeña lanza, atributo iconográfico de Juno. Con la punta del hasta se abrían las rayas en el cabello para formar seis trenzas, (sex crines) fijadas alrededor de la frente con cintas y colocadas creando rodetes, al modo del tocado de las Vestales , como nos lo dice Ovidio en Fastos 2, 556560: “Mientras duran estas fiestas (Lemuria), vosotras, jóvenes, permaneced aún sin marido: que la nupcial antorcha de pino espere la llegada de días puros; y que a ti, a quien tu madre, ansiosa por casarte, considera ya madura para el matrimonio la curvada punta de la lanceta no peine tu virginal cabellera.”

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La joven era vestida para la ceremonia por su madre. La prenda principal era la tunica recta, blanca sin cenefas, que se sujetaba con un cordón de lana mediante el nudo de Hércules, que el marido debería desatar por la noche. Por encima se llevaba un manto color azafrán o naranja encendido (flammeum), que escondía la parte alta de la cara. Una corona de flores de mejorana y verbena trenzadas adornaba la cabeza en época de César y Augusto; posteriormente se utilizarían mirto y flores de azahar.

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El novio era acompañado por sus familiares a la casa de la novia que se adornaba con flores.

LA BODA… La diosa Juno presidía la ceremonia, por ser la protectora del matrimonio. Para conseguir los mejores auspicios y propiciar una unión duradera, una mujer casada solo una vez (pronuba) tenía que asistir en todo momento a la joven novia que se disponía a contraer matrimonio.

Al amanecer se realizaba un sacrificio propiciatorio en presencia de testigos, con la inmolación de una víctima a los dioses e interpretación de las entrañas del animal de los designios y solo si eran favorables se podía seguir con la ceremonia.

“Venid, dioses celestes, venid, dioses marinos, para asistir propicios a las bodas reales.

Mientras aclama el pueblo, según mandan los ritos. Vaya delante el toro de la blanquísima espalda que a los dioses tonantes ha de ser inmolado y arrogante camina con la cerviz erguida.

Una vaca de cuerpo blanco como la nieve, que nunca sufrió el yugo, nos aplaque a Lucina.”

(Séneca, Medea, coro) Se leían las capitulaciones matrimoniales donde se especificaba la dote que el padre de la novia se comprometía a aportar ante los novios y diez testigos, quedando registradas en las tabulae nuptiales. Los nuevos esposos declaraban aceptar los términos, firmaban y se cerraba así el contrato legal.

La madrina unía las manos derechas en la llamada ‘dextrarum iunctio’ para simbolizar la entrega de la novia al esposo. La novia pronunciaba la frase: “Ubi tu Gaius, ego Gaia”, con la 4

que la novia ingresaba en la familia (gens) del novio. Luego los novios se sentaban encima de la piel del animal degollado para el sacrificio.

El auspex nuptiarum que había anunciado los auspicios pronunciaba una plegaria a los dioses para invocar la protección divina para la nueva familia.

Los invitados gritaban feliciter haciendo votos por una próspera unión de los contrayentes y se hacían las ofrendas de las primicias de los alimentos a los dioses dando comienzo al banquete nupcial. Los novios comían un pastel, hecho con espelta. En un principio las migas se esparcían por encima de la novia y luego se las arrojaban, pero posteriormente se hicieron unos pasteles que luego compartían los novios y se repartían a los invitados.

La cena nuptial finalizaba al caer la noche cuando empezaba la domum deductio, en la que la recién casada se echaba en brazos de su madre simulando no querer irse y el marido debía sustraerla a la fuerza, mientras se cantaba el hymenaeus o canto nupcial.

Talassio, dios de la virilidad y fecundidad de origen sabino, se identificó en los autores latinos con el Himeneo de los griegos. Como grito de conjuro se incorporó desde muy pronto al ritual fescenino, durante la celebración de las bodas. “… desde entonces hasta hoy cantan los romanos en las bodas, el talassio, igual que los griegos al himeneo.” (Plutarco, Rom. 15)

Invocación a himeneo: ‘Tú que habitas en el monte Helicón, hijo de Urania, Tú que arrebatas a la tierna doncella 5

Para su esposo, ¡oh Himen Himeneo, Oh Himen Himeneo!, Ciñe tus sienes con la flor De la fragante mejorana Toma el velo nupcial, ven Aquí, alegre, calzado tu pie de nieve Con sandalia de jalde, Y, exultante en este gozoso día,

Canta con clara voz esta Canción nupcial, golpea La tierra con los pies y agita En tu mano la tea de pino’.

(Canción de boda en honor de Manlio y Junia, Catulo, 61)

Acompañada de un séquito con sus invitados y músicos, la novia era conducida a su nuevo hogar. Era un acto para anunciar el nuevo enlace y según la calidad del cortejo se atestiguaba la importancia de los contrayentes. Se llevaban ramas de roble como símbolo de fertilidad. Se cantaban canciones y refranes tradicionales, los versos fescenninos, con alguna referencia obscena, con objeto de estimular la fecundidad futura de la pareja. La novia iba rodeada de tres jóvenes varones que vivían con su padre y su madre; uno de ellos portaba una antorcha de

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palo de espino. Dos sirvientes llevaban la rueca y el huso para hilar, pues el trabajo de la lana seguía siendo el símbolo de la virtud doméstica. El novio va repartiendo nueces.

Llegados al umbral de la nueva casa, la novia ofrecía sus plegarias a las divinidades del umbral; impregnaba de aceite las jambas y les ataba unas cintas de lana, y después levantada por miembros del cortejo, franqueaba el umbral, para no tropezar, y evitar un mal presagio. El novio la esperaba en el atrium, y le ofrecía agua y un pequeño fuego, elementos esenciales para la vida y los ritos sagrados. La novia prendía el fuego del hogar con la antorcha nupcial que luego lanzaba a los invitados, después ofrecía tres monedas, una a su marido, otra a los dioses del hogar y la tercera a los lares Compitales de la encrucijada más cercana. Luego pronunciaba una oración y era llevada al lectus genialis, que era adornado con flores de azafrán y jacintos, porque se pensaba que estas cubrían el lecho de Júpiter y Juno. El tálamo 7

nupcial estaba dedicado al genio del pater familias que protegería la fecundidad de la pareja, de ahí el nombre del lecho.

“Oh, novia, tú que rebosas prometedor amor, Oh novia, la más bella de la de Pafos, acércate al lecho, acércate al lugar donde el matrimonio se consuma, Oh gentil novia, placer de tu esposo, la noche te lleva Tú no te resistes; tú honras a la diosa del matrimonio Hera en su trono de plata.” (Himerio, Epitalamio a Severo)

Al día siguiente se celebraba un nuevo banquete para los invitados (repotia) en el que la nueva esposa hacía su primera ofrenda a los lares como matrona vistiendo la stola.

“Les complacen las simples promesas y las fórmulas legales carentes de vana pompa y admitir a los dioses como testigos de la ceremonia. No cuelgan, coronando el dintel, festivas guirnaldas, ni la blanca banderola corre de uno a otro montante, ni existen las antorchas rituales, ni se alza un tálamo apoyado en gradas de marfil y desplegando sus ropas recamadas de oro; ni la joven desposada, ciñendo su frente con torreada corona, evita rozar el umbral con su planta, al traspasarlo; tampoco para ocultar discretamente el tímido rubor de la esposa cubrió el velo rojizo su rostro inclinado, ni un cinturón esmaltado de piedras preciosas ciñó sus flotantes vestiduras, ni rodeó su garganta un collar apropiado a la ocasión, ni un chal, apoyado en el arranque de los hombros, se plegó estrechamente a sus desnudos brazos… No rechiflaron 8

las gracias de costumbre, ni el marido fue blanco a su pesar, de las impertinencias de la fiesta a usanza sabina.� (Lucano, Farsalia, II)

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MENÚ DE NUESTRA REPOTIA

Gustatio (entrantes) Poner en una cazuela las castañas peladas a cocer. Moler en un mortero pimienta, cominos, semillas de culantro, menta, ruda y poleo. Machacar bien y mezclar vinagre y garum. Verter todo sobre las castañas cocidas y añadir aceite. Dejar cocer hasta que las castañas estén muy blandas. Sacarlo todo, machacarlo en un mortero y echar esta salsa sobre las lentejas previamente cocidas. Servir y aliñar con aceite verde.

Cocer en agua con bicarbonato unas hojas de lechuga, y cuando estén escurridas, cortarlas en pequeños trozos. Picar en un mortero, pimienta, ligústico, semilla de apio, menta seca y cebolla y mecerar con garum, aceite y vino tinto. Servirlas frías.

Mezclar queso fresco con nueces trituradas y aliñarlo con pimienta, vinagre y aceite.

Prima Mensa (plato principal) Pichón relleno de arroz o trigo verde, acompañado de verduras del tiempo, que ha llegado casi intacto hasta nuestros días en la culinaria egipcia. Se limpia el pichón y se rellena de arroz o trigo verde. Se asa y se acompaña de verduras del tiempo. Se sirve caliente.

Se cuecen todos los ingredientes y se sirven en el caldo que en el que se ha hervido.

Secunda Mensa (postres): Bodega Todo regado con vino griego y cerveza egipcia.

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