Relato2013

Page 1

XI certamen de relato corto Rozasjoven

premiados

e d i c i 贸 n

2 0 1 3


MEJOR RELATO

Autor: Giovanni Caramuto Martins Obra:

A su servicio

MEJOR RELATO DE AUTOR LOCAL

Alba Rico Barrio Obra: Te prometí Autor:

PREMIO ROZASJOVEN

Autor: Martí Casal Pelegrí

Obra:

Una interpretación desafortunada

MEJOR RELATO DE AUTOR DE 14 A 16 AÑOS Autor: Lucía Temboury Húmera

Obra:

Epílogo


Giovanni Caramuto Martins Obra: A su servicio Autor:

Me vestí, como todas las mañanas, con una camisa y unos vaqueros. Hace unas semanas cambié las camisas de manga larga por las de manga corta, BotMan me dijo que comenzaría el calor. Nunca falla, y el día sería muy caluroso. Me llevé también una chaqueta, solía hacer frío antes de que saliera el sol. Al bajar a la cocina, BotMan estaba esperándome con el desayuno preparado. Miré los huevos revueltos y el bacon del plato, y me quedé congelado. Otra vez. Pensé que no volvería a pasar, hice la vista gorda. Sabía que los droides de BotLTD eran programados de forma exhaustiva: desde el fallo general de 2038, los fallos no eran muy comunes. No eran NADA comunes. Levanté mi vista y me fijé en los ojos de BotMan.

—Buenos días, Russ. —Su voz sonaba bajo, como un susurro. Mis oídos no están preparados para sonidos fuertes tras 7 horas en silencio, por eso bajé su volumen hasta un 20%. Me miró la cabeza—. Necesitas un corte de pelo.

No contesté inmediatamente, dejé que comprendiera su error. La primera vez se lo dije enseguida, y volvió a hacerme el desayuno. Pero BotMan no parecía comprender, no tenía intención de moverse o de hacer nada más que esperar que yo hiciera la primera jugada. —Bot, soy alérgico al huevo.

BotMan miró el plato con sus ojos de cristal supersensorial. No tenían iris, lo cual era algo que aún me provocaba cierto rechazo, a pesar de llevar 4 años viviendo con él. Mi mujer no tenía el mismo problema. Es una pena que ella se hubiera ido al extranjero durante 3 meses… ella solía hacerme el desayuno, y con las prisas y el sueño que yo tenía por las mañanas, no era capaz de hacerme mi desayuno. “¿por qué no le pides un desayuno al BreakfastBot del trabajo?” dijo ella. No tenía ni idea de lo que estaba diciendo, esos desayunos eran repulsivos. Prefería pedir mi desayuno a los GarbageBots. O hacerlo yo mismo, que para el caso sería lo mismo.

Por eso saqué a BotMan del armario. Llevaba 6 meses allí, cubierto de polvo. Mi mujer lo desconectó porque yo no hacía más que mandarle hacer cosas por mí, y me estaba convirtiendo en un vago. Pero ella no se enteraría de que estaba haciéndome los desayunos, y sólo lo uso para eso. Bueno, y para limpiar la casa, que es muy aburrido. Si mi mujer se entera, me mata. Antes de que venga lo volveré a meter y listo. —Tienes razón Russ, te prepararé otra cosa enseguida. Lo lamento. — Apartó el plato y entró en la cocina de nuevo.

—Olvídalo, Bot, voy a llegar tarde —Le miré mientras echaba el desayuno a la basura. Podría haberme comido el bacon, estaba demasiado absorto pensando en qué le estaría pasando a BotMan. Ya daba lo mismo, desayunaría lo que me diera el BreakfastBot.

En el trabajo comenté el extraño comportamiento de mi droide con uno de mis compañeros. Tuve el cuidado de comentarlo con un compañero cuya esposa no fuera amiga de mi mujer, o que no fuera muy sociable en general. Lenny era el adecuado para ello. —Llévalo al servicio técnico —Dijo él sorbiendo el café que le dio en mano el CoffeeBot. Otra de sus múltiples manos me dio otro a mí, así como un sobre de azúcar.

—Sí, eso debería hacer —Es lo que jamás debería hacer. ¿Y si terminaban de arreglarlo después de que mi mujer viniera del extranjero? El MessengerBot podría llamar a mi casa y decir “señora, puede pasar a buscar su BotMan cuando quiera”. Y luego me cortaría los huevos. No, tenía que haber otra forma—. ¿Conoces a alguien que trabaje en servicio técnico? Personalmente, digo. —Sí, uno que trabajaba antes del 38 —Bueno, eso era mejor que nada. No tendría mucha idea de los algoritmos de

Mejor relat o

XI Certamen de relato corto Rozasjoven 2013

3


A su servicio

Giovanni Caramuto Martins

los droides nuevos, pero era lo mejor que tenía. Le pedí más información a Lenny y contacté con el tal técnico. Nos citamos en mi casa, esa misma tarde.

Esperé sentado en mi sillón, leyendo el periódico en mi tableta digital, o más bien, haciendo que leía, mientras BotMan barría el suelo con la escoba. Estuve mirándole durante 5 minutos sin parpadear, sin quitarle los ojos de encima, hasta que se dio cuenta. Aparté la mirada rápidamente, y fingí leer durante unos minutos. Un chasquido fuerte me hizo volver a mirarle.

Estaba enfrente de mí, a un metro. Había partido la escoba en dos, tenía cada mitad en una mano. Y me miraba imperturbable. Mi cuerpo se quedó paralizado, y una sensación que no podría definir me recorrió todo el cuerpo. Parecía un calor que surgía del pecho, pero me dejó helado tras llegar a cada una de mis células. —¿…Bot? —Logré articular.

—Dime Russ —No parecía ver que había partido la escoba de aluminio en dos partes, que terminaban en afiladas puntas irregulares. Imaginé inconscientemente el tipo de heridas que podían producir esas cosas.

Llamaron a la puerta. Me levanté con cuidado, esperando cualquier movimiento del droide. Abrí la puerta y vi a mi salvador. —¿Gordon Hoover? —Pregunté.

—Así me llaman, desde luego —Entró como si fuera su casa.

4

Me esperaba un hombre con canas y con un mono azul, como si fuera un mecánico. Me encontré con una persona que parecía un joven cirujano. Obviamente más joven que yo. Lo primero que vio fue al BotMan, allí parado, con las semi escobas en las manos. —Ahí lo tiene —Le dije.

Ya le había comentado lo que había pasado, y aquello era otro ejemplo de su extraño comportamiento. Gordon se puso a trabajar enseguida. Se acercó al droide y se puso unos guantes de látex transparentes.

—Supongo que Lenny le ha dicho que yo no sé muy bien cómo van estos robots... aunque prácticamente todos son iguales —Decía mientras le abría una pequeña compuerta en la nuca—. Y supongo que conoce los riesgos... —No se preocupe —Le respondí.

Sabía a dónde quería llegar. Él no quería que nadie supiera que un antiguo técnico estuviera reparando droides nuevos, y yo no quería que nadie supiera que él estaba aquí. Todo lo que estaba pasando, no estaba pasando. —Muy bien —Dijo tras oír mi respuesta, y cerró la pequeña compuerta. Parecía que no había hecho nada, pero en realidad había hecho mucho. Demasiado, quizá —Esto ya está, tenía una pequeña deficiencia en uno de los diodos termoconductores H-40000.

No tenía ni idea de lo que me estaba diciendo, pero me bastaba. Asentí mientras me comentaba los errores de diseño que habían cometido con el BotMan, y lo ridículo que le parecía el propio nombre de BotMan.

Terminé por echarle educadamente. Después borré los registros de las cámaras de vigilancia. Había desconectado las de toda la casa para no tener que explicarle a mi mujer la presencia de BotMan, pero no había desconectado la entrada. Podría inventarme que era un amigo mío, pero era más sencillo decirle que hubo problemas con la grabación. Estaba empezando a arrepentirme de haberlo sacado del maldito armario.

Volví a mi sillón, BotMan aún seguía de pie con los restos de la escoba en la mano. Dije en voz alta la combinación de contraseñas para un resetearlo. Al cabo de un minuto levantó levemente la cabeza. Me miró a los ojos. Sus ojos eran asquerosos, ahora más que nunca. —Buenos días, Russ.

—Sí, buenas tardes. Conéctate a Internet y actualiza tu hora, ¿quieres? —Le vigilé durante una media hora. No hubo

Mejor relato

X I C ert amen d e relato c ort o Rozasjoven 201 3


A su servicio

Giovanni Caramuto Martins

nuevos signos de comportamientos extraños, así que me conecté a mi banco a través de la tableta y le pagué a Gordon sus honorarios. Desde una cuenta que no conocía mi mujer, por supuesto.

Después de cenar ensalada de tomates y lechuga con trozos de cereales y queso rallado (BotMan era incluso mejor cocinero que mi mujer), decidí ver un poco la tele. Antes de poder sentarme, BotMan se me acercó por detrás.

—Russ, necesitas un corte de pelo —Me pasé una mano por el pelo. Tenía razón, era mi mujer quien me lo cortaba, me lo había dejado demasiado largo. Pero no iba a dejar que me lo cortara, ella se daría cuenta. Podría ir al día siguiente a una peluquería. Me giré para informarle de mi decisión.

—Tienes razón, pero... —Tenía las tijeras en la mano. De nuevo aquella sensación, lo más parecido al terror que jamás había sentido—... pero aquí no, acabas de barrer. Mejor en el baño. Llevaré una silla.

—No hay problema, Russ —Con la rapidez de un rayo, estiró el brazo de la tijera. El filo pasó a escasos milímetros de mi ojo izquierdo. Un mechón de mi pelo cayó al suelo. Levanté las manos tratando de parar al droide, pero era inútil—. Te cortaré el pelo ahora mismo.

Siguió en su avance, cortando el aire con las tijeras, y a veces alcanzándome el pelo, la piel o la ropa. Decidí que su comportamiento pasó de ser extraño a ser directamente homicida. En mi huida, tropecé con varios muebles mientras trataba de evitar que mi cocinero robótico me clavara las tijeras. Me hice mucho daño en la rodilla con el mueble de la entrada, que era de una madera muy muy dura. Caí al suelo, y Bot levantó la mano con la punta de las tijeras hacia mí, pero metí la cabeza bajo el mueble y su ataque rebotó contra la superficie de la mesa. Cogí mi paraguas, que estaba convenientemente apoyado contra la pared. Me levanté y traté de defenderme. Bot lo agarró en mi primer intento de agredirle con él. Lo dobló con una mano y lo tiró lejos de mí. —Hoy no va a llover, Russ —Se concentró de nuevo en cortarme el pelo a su manera.

Esta vez no pude esquivarlo del todo, y me abrió una herida desde el pómulo hasta la oreja. La sangre de mi mano me informó de la gravedad de la situación. Corrí hacia el baño, ya que Bot había dejado un espacio tras dañarme. Me encerré allí, y traté de controlar la situación.

Me daba lo mismo que mi mujer supiera todo, seguro que comprendería que salvar mi vida era lo prioritario. En el baño no había nada útil para defenderme o para tratar de desconectar a BotMan, estaba en el baño, y lo más dañino que allí había era el cortaúñas. Sólo había una salida. Literalmente.

La ventana. Quizá demasiado pequeña, pero era la única salida. La abrí y traté de colarme por ella, pensado en que quizá hubiera desayunado demasiado bacon. ¿Estaría en el plan del droide? Conseguí salir de mi casa, pero la altura era considerable, podría romperme un tobillo si caía mal. Miré de nuevo al interior del baño, esperando los golpes en la puerta. Silencio.

Salté hacia el suelo, pero sin fijarme que allí me esperaba BotMan, con la escoba rota.

—De modo que lo encontró así, ¿verdad? —El agente iba acompañado de un pequeño RecordBot, el habitual de los policías. Grababa todo, tomaba fotos de los crímenes, y los sonidos de las declaraciones de los testigos.

—Sí... —La esposa de Russ Gammel declaraba cómo había encontrado el cadáver de su marido. No fue una visión agradable: estaba empalado en una escoba rota, sujeta por el brazo de un robot. El robot estaba desconectado por razones técnicas, por lo visto debido a un fallo en los circuitos internos. Estaba siendo registrado para encontrar indicios de manipulación. Sin embargo, la señora Gammel había dejado solo al señor Russ, y todo lo que él hacía era ir a trabajar y pasar el día en casa. Había conectado el robot para que le hiciera el desayuno, y había fallado por pasar tanto tiempo en letargo. Definitivamente, había sido un desgraciado incidente. La señora Gammel estaba desolada, no paraba de llorar. Después de la declaración, se la llevaron en coche al hospital. Mientras conducía, Lenny miró su cara, aún con lágrimas en los ojos, por el retrovisor. —Tranquila cariño —Dijo sonriendo—. Ya ha pasado todo. M ejor relato

X I Cert amen de relato c ort o Rozasjoven 201 3

5


Alba Rico Barrio Obra: Te prometí Autor:

En un sofá de flores negras sobre fondo blanco, la postura de la señora Oliviera era ante todo, forzada. Hacía una hora que le dolía el lumbago y diría que todas las cervicales, pero seguía con los ojos, abiertos como platos, enfocados hacia el preciado reloj de cuco del salón. En el último minuto, aún con los brazos entumecidos por la espera, sus manos se cerraron sobre el delantal y lo arrugaron con inquietud. El ansiado momento llegó, y no fue precisamente silencioso. Un pájaro salió y entró haciendo crujir su mecanismo al ritmo de doce campanadas producidas por el péndulo del reloj. Cuando la calma llegó de nuevo la señora Oliviera se levantó de su asiento poco a poco, haciendo crujir los muelles del sillón. De pronto, sus labios se curvaron en una sonrisa. El grito que tuvo lugar segundos después bien pudo haber despertado a todo el vecindario. María Oliviera se subió tan bruscamente al sofá que este se vio obligado a protestar. Saltó de aquí para allá como una niña, con los brazos en alto y el pelo volando tras ella. Derrapó en la cocina y atrapó un mechero con el que encendió la vela que había sobre la tarta que se autoregaló. Su deseo lo tenía pensado desde hacía mucho tiempo y, aunque estaba sola, cuando sopló sobre el número 50 miró alrededor imaginando aplausos y vítores. Más tarde se dedicó a canturrear canciones del pasado y proclamó a los cuatro vientos que era su cumpleaños.

6

Cuando la vecina aporreó la pared, dio por concluida su celebración y afrontó lo que venía a continuación. Su cara se esculpió mientras recorría de nuevo el pasillo y se sentaba en su magullado sofá de flores. Estiró la mano y marcó en un teléfono vintage nueve dígitos con exasperante lentitud. Justo antes de dejar que la rueda del aparato girara para confirmar el último número, se arrepintió. Se preguntó si no sería ya demasiado tarde para llamar. Observó el reloj con tristeza y se dijo que, si había aguardado 27 años a ese momento, bien podría resistirse unas horas más. Su gata Joline, como apoyándola en su decisión, se restregó contra sus piernas y la invitó a irse a la cama, pero la señora Oliviera no durmió esa noche.

Al día siguiente amaneció nublado. María arrastró unas graciosas zapatillas de gato por el pasillo, con las cuales Joline no tuvo piedad.

—Gata tonta. No son tus enemigos, en absoluto —masculló su dueña con desesperación mientras sacudía las piernas.

María se sentó en la mesa de la cocina y desayunó un trozo de su tarta de cumpleaños. Estaba esperando a que el bizcocho muriera ahogado en la leche, cuando recordó de golpe todo lo que no había podido solucionar esa misma noche. Joline la regañó cuando atravesó el pasillo como una centella y le pisó la cola, y el auricular del teléfono casi se le cae de las manos cuando volvió a marcar aquel número que tan bien recordaba pese al tiempo.

—¿Si? —Bu-buenos días. ¿Es…? ¿Está Samuel? —oyó cómo la interlocutora titubeaba al otro lado de la línea. —¿María? —se le encogió el corazón. —Sí. Soy… soy yo. —¡Oh Dios mío! Querida, ¡cuánto tiempo sin oír tu voz! La última vez que nos vimos apenas habías terminado la carrera. —Sí… la verdad es que ha pasado tiempo desde aquello.

Mejor relato d e aut or loc al

X I C ert amen d e relato c ort o Rozasjoven 201 3


Te prometí

Alba Rico Barrio

María se había quedado de piedra. La voz rasgada y triste que la atendía no podía ser la madre de Samuel. Agitó la cabeza para centrarse y asimiló que habían pasado nada más y nada menos que 27 años, y Mariela debía de tener casi noventa. María se llevó una mano al pelo, que ya tenía alguna que otra cana, y lo retorció sin saber bien qué decir, abrumada. —Samuel ya no vive aquí. ¡Has llamado a la casa antigua! Sigues siendo tan despistada como antaño —oyó con estupefacción lo que quedaba de la risa de Mariela—. ¡Llama a su número de teléfono o a la casa del pueblo! Ya sabes. No. Lo cierto es que no sabía, pero le daba vergüenza confesarle a Mariela, cuya amistad en el pasado había sido muy estrecha, que no contaba con ningún tipo de dirección o teléfono que perteneciera a su hijo. Tras una breve conversación, la señora Oliviera sintió que había perdido fuelle. Depositó con cuidado el teléfono en su sitio y se sentó a meditar. Minutos después varios vecinos vieron a una especie de esquizofrénica trastabillar por las escaleras, con una bata sobre el pijama, unas llaves tintineando en la mano… y unas maltrechas zapatillas gatunas. Tommy, aficionado a la fórmula 1 y a las batallitas online, era el encargado del correo aquel sábado. Produciendo un sonido desagradable con su chicle mientras arrastraba con parsimonia un carrito repleto de cartas, paquetes y publicidad, entró en el portal número 13 cuando el portero le abrió. Lo que no se esperaba encontrar a la entrada de la urbanización era a una señora cruzada de brazos bajo la lluvia, mirándolo fijamente. Tommy cambió el peso de una pierna a otra, intimidado, antes de atreverse a abrir su carrito y comenzar a repartir el correo con normalidad. De vez en cuando echaba una ojeada, preocupado por aquella señora loca que llevaba unas… ¿Qué demonios? ¡Unas pantuflas de gato! A lo mejor le ahogaba con el cinturón de su bata y le robaba todas las cartas. Sí, debía de ser la cotilla del vecindario. Si no, no se explicaba su presencia a esas horas, en el exterior, calada y en pijama. Pasados cinco minutos de tenso silencio, interrumpido solamente por el deslizamiento de los sobres dentro de los buzones, se escucharon unas zapatillas chapoteando con un continuo plof en el agua. Tommy observó a la señora Oliviera con cautela. Se había acercado y leía por encima de su hombro los nombres de los paquetes que llevaba, mientras golpeaba rítmicamente el suelo con aquellos gatos que parecían inflados por el agua. —¿Busca algo? —¿Tiene algo para mí? —le interrogó con tono inocente. Tras compartir su nombre y recibir un paquete y dos sobres con un logotipo bancario, María Oliviera todavía permanecía cotilleando en su carrito. Tommy tapó con los brazos lo que le quedaba por entregar con evidente fastidio. Zigzagueó con sorpresa cuando la señora Oliviera vio algo, se abalanzó sobre él y le arrebató de las manos uno de los voluminosos tomos que iba a depositar en los buzones. La vio alejarse a trompicones mientras trataba de despegarse de los labios la pompa de chicle que se le había estallado con el susto. En un tercero, María Oliviera mordía con desesperación el envoltorio de una guía telefónica. Cuando el plástico cedió y por fin se halló calada pero feliz con el teléfono pitando en su oído, pareció que todo había merecido la pena… hasta que Samuel respondió. —¿Samuel? —silencio al otro lado de la línea. —¿Sí? —preguntó una voz grave. Lo oyó carraspear— ¿Quién llama? —Oh, vamos… —masculló María decepcionada—. ¿No sabes quién soy? —Si es usted la señora que me llama cada día de cada mes, incluso un día festivo como hoy, 30 de marzo, le repito que… —silencio, y segundos después un gruñido—. María. ¿Verdad? No puedo creerlo. —¿Cómo estás? Mejor relat o de autor local

XI Certamen de relato corto Rozasjoven 2013

7


Te prometí

8

Alba Rico Barrio

—Hace tanto tiempo que… ¿Pero cómo? No creí que volviéramos a… ¡Feliz cumpleaños! Yo… —Hicimos una promesa hace mucho tiempo —le interrumpió intentando dominar la emoción—. ¿La recuerdas? Te prometí que te llamaría cuando cumpliera cincuenta años pasara lo que pasara entre nosotros. Tenía muchas ganas de… en fin. ¿Te… casaste? ¿Tienes familia? —Bueno… —Samuel dudó al otro lado de la línea—. Estoy divorciado desde hace un par de años. Siempre supe que no debía haberme casado pero… pasó. ¿Tú… tus hijos? ¿Tuviste hijos? María soltó una carcajada. —Por supuesto que no. ¿Yo? ¿Hijos? Lo que te contaba cuando era más joven era cierto. Mi vida familiar no tenía muchas expectativas… —Siempre estuviste equivocada en eso. Podrías haberlo tenido todo… —susurró Samuel con un deje de melancolía en la voz. María se vio tentada a mirar atrás, al tiempo que habían pasado juntos antes de distanciarse. Pero sentía que había esperado demasiado ese instante como para derrochar emociones. —Quizá algún día nos podamos ver para hablar de los viejos tiempos —sugirió con una ligera esperanza, pero la transformación en la voz de Samuel la desarmó por completo. —No creo que sea una buena idea María —su nombre en sus labios sonaba amargo—. No me malinterpretes. Me alegra mucho saber de ti pero debes entender que aunque ha pasado bastante tiempo… me costó mucho olvidarte. ¿Sabes? No supo qué decir. Se sintió tonta y mayor. De pronto el comienzo de la artrosis y un dolor agudo en el cuello se hicieron más presentes. Había estado esperando tanto y con tanta ilusión que ni siquiera se había planteado la posibilidad de que Samuel, cuya situación familiar la había aliviado sobremanera, no quisiera saber nada de ella. —Ti-tienes razón. Supongo que… en unos años te tocará llamar a ti. ¿No? —intentó reír, pero su carcajada sonó tensa y rota—. Me ha alegrado volver a oírte… al menos. Adiós Samuel. Sé feliz. Al chasquido del teléfono al colgarse bruscamente le siguió el de unos muelles oxidados. Tendida en el sofá de flores, María parecía en shock. Los pies, fríos y húmedos, y los rizos que se le estaban formando, tampoco ayudaban. ¡Cómo había sido tan ingenua pensando que Samuel se alegraría de volver a hablar! Suspiró y miró el sofá donde había tirado de mala manera su correspondencia. Se estiró lo justo para coger el paquete y entretenerse abriéndolo. Era viejo, estaba mojado, y muy deteriorado en las esquinas. Miró sin interés la fecha del matasellos con el objetivo de reclamar a Correos su falta de dedicación: Febrero de 1985. ¿Qué demonios…? “Querida María: Imagino tu cara al recibir esto y no puedo evitar echarme a reír. Vas a flipar en colores. A día de hoy estás inmersa en la mudanza a tu nueva casa. Espero que para cuando cumplas 50, no se te haya ocurrido cambiarte de nuevo o no veo la manera de que llegues a recibir este pequeño regalo atemporal. (Confío en que Correos haya sabido gestionar este paquete para que esté en manos correctas y llegue el día oportuno.) En vista de los últimos sucesos en nuestra pandilla… no parece que nuestra amistad vaya a llegar mucho más lejos. Por eso me he visto obligado a embarcar en un proyecto como este, para evitar futuros orgullos de hombre que me impedirán, muy seguramente, hablarte. Según me siento con mis hermosos 24 años, es muy probable que me vuelva un adulto hastiado y seco. Mi intención a grandes rasgos es solo sacarte una gran sonrisa y felicitarte por mi “yo” del futuro, que según creo, no lo hará por voluntad propia. Ojalá todo fuera de otra manera. Ojalá te confiese lo que me ocurre, nos casemos y estés leyendo esto conmigo de la mano (¡porque espero no haber fallecido tan pronto!). Siempre fuiste muy importante para mí María, y lo seguirás siendo aunque pasen los años y mi corazón se vaya marchitando. Te quiero, en este presente, y te quiero, en futuro. No me atrevo a decírtelo ahora y eso hace que me duela hasta mirarte, aunque creo que es posible que tú ya lo sepas. Lee el diario que te escribí y mira las fotos que te envío. Recuerda viejos momentos. Recuérdame. M ejor relato d e aut or loc al

X I C ert amen d e relato c ort o Rozasjoven 201 3


Te prometí

Alba Rico Barrio

Pdta.: Llámame María. Cumple tu promesa. Da igual cuanto tiempo haya pasado. Tu voz me rescatará y me hará volver en mí. No te preocupes si en un principio te rechazo. Cuando supere mi miedo te…” El teléfono comenzó a sonar. La señora Oliviera estiró el brazo con fastidio y respondió con un amargo “Sí, dígame”. —¿María? —contuvo el aliento mientras terminaba de leer, ya con lágrimas en los ojos. “… te volveré a llamar, para no dejarte ir de nuevo. Lo prometo”.

9

Mejor relato de aut or loc al

XI Certamen de relat o corto Rozasjoven 2013


Martí Casal Pelegrí Obra: Una interpretación desafortunada Autor:

—Doctor, ayer tuve un sueño espantoso. Yo iba con unas maletas de cocodrilo en las manos y, de repente, al girarme el sofá estaba repleto de cucarachas negras que me empezaron a subir por las piernas. Afortunadamente, conseguí despertarme, aunque la pesadilla se ha quedado grabada en mi cerebro y sus recuerdos no cesan de horadar mi conciencia.

—Bueno... Eso no es tan horrendo como aparenta, soñar con cucarachas representa su necesidad de renovar y en su caso, la necesidad que usted siente por dejar atrás la bebida. Además, llevar maletas en las manos representa los deseos que siente en la vida real y que le pesan— concluyó taxativamente el psicoanalista. Cuando el señor Gómez abandonó la consulta, el Dr. Fraud llamó con el característico timbre a María. Dos tonos consecutivos indicaban que la requería inminentemente.

—Por favor, María, traiga el ambientador más fuerte que tengamos. El Sr. Gómez apestaba a vodka barato.

10

—No quería fisgonear ni muchísimo menos pero la puerta estaba abierta y…yo también sueño a veces con maletas y me pesan tanto que casi no las puedo levantar. —En su caso, la cosa es distinta, mujer. Debe intentar relajarse un poco.

—Lo intentaré, doctor. Con su permiso le hago pasar a la señora Sánchez. Parece un poco nerviosa.

La señora Sánchez entró en la sala inundándola de su perfume sofisticado. Se reclinó con cierta dificultad en la butaca y procedió a lamentarse.

—Tiene que hacer algo, doctor. No ceso de soñar con la misma historia de siempre y estoy agotada. Ni tan siquiera he notado el efecto de los somníferos.

—Ya le comenté que el agua representa el estado anímico de la persona. Olvide de una vez por todas a su nuera y no pretenda controlar la vida de los demás porque no va poder manejarlo todo siempre a su gusto y manera. —Pero al fondo de mi sueño se ve una isla y un hada madrina. ¿Eso no querrá decir que ya me voy a salir de todo esto? ¿No podría interpretarse como que ya llego a buen puerto?

—Aquí el único que está capacitado para hacer las correctas interpretaciones soy yo. Si usted se ha encontrado con una isla es sólo porque se siente mal consigo misma por algo que no ha hecho bien. Siga con los tranquilizantes y procure salir más de compras. Pídale a María que le reserve una visita para el próximo lunes. Por cierto, las hadas madrinas simbolizan a las amantes. Dígame, ¿cuándo va a aceptar que su nuera no es una furcia sino la esposa de su estimado hijo?

María procedió a reservarle la sesión. A continuación, hizo pasar al Sr. Gutiérrez, un desvergonzado con un largo currículum de infidelidades que, además de engañar a su mujer, acudía al doctor con el fin de acallar su conciencia. Entonces se sintió afortunada de tener un marido que la amaba por encima de todo. “Sí, tal vez Javier no soñaba con nada o no conseguía recordar sus sueños porque tenía la conciencia bien tranquila y se sentía tan satisfecho de su matrimonio que no anhelaba nada en su subconsciente” pensó para sí misma, reconfortada. Aunque sólo por la afición que María había ido adquiriendo por revelar el sigPremio Rozasjoven

X I C ert amen d e relato c ort o Rozasjoven 201 3


Una interpretación desafortunada

Martí Casal Pelegrí

nificado de los sueños le habría gustado que Javier hubiera soñado algún enigma de aquellos que su doctor sabía resolver con artificiosa destreza. —Buenas tardes, estimado paciente. ¿Le funcionaron los deberes que le encomendé?

—Me funcionaron, doctor. Por fin he conseguido dejar de pronunciar en voz alta ciertos comprometidos nombres que tanto detestaba escuchar mi esposa. Aunque si he vuelto a acudir a su consulta es porque un reiterado pasaje de mis sueños me desvela últimamente. Intuyo que alguno de mis socios pretende traicionarme o jugarme alguna mala pasada y tal vez sea un sueño premonitorio. —Interesante —le respondió con voz calmada y melodiosa.

—Siempre empieza del mismo modo. Estoy frente a un espejo con el sombrero puesto, y comiendo una tableta de chocolate. Entonces llega mi hada madrina y, cogiéndome el chocolate le propina un enorme bocado justo por el mismo lugar donde yo había hincado mi último mordisco. Ella me coge de la mano y, extendiendo sus alas blancas, se me lleva volando muy alto, tan alto que ya nadie puede vernos. Temeroso de caer, la agarro fuerte porque llevo un lastre de monedas de oro relucientes atado a mis tobillos, cuando me doy cuenta de que yo también tengo mis alas propias, pero las mías son negras. De repente, un torbellino se presenta ante nosotros y nos engulle a los dos.

—Jamás había escuchado un sueño tan revelador como este. El tipo del sombrero es usted, pero no por el hecho de que siempre vaya con sombrero sino porque su subconsciente le evidencia que quiere esconder algo, a su amada, el hada que se le come el chocolate. Por otra parte, soñar con chocolate indica que quiere darse una recompensa a sí mismo. Y si está casado y sueña que está volando muy alto, tan alto que ya nadie puede verle, significa que tiene ganas de desaparecer de su realidad cotidiana. Quizás necesite cambiar de vida… — analizó, pensativo.

—¡Cuánta razón tiene, doctor! Mis mayores deseos ahora mismo son dejar a mi esposa y marcharme con Virginia lejos, muy lejos de aquí.

—Aunque sus deseos quedan muy evidenciados en su sueño, ese lastre de monedas no le permite volar porque en el fondo, está atado a la codicia del dinero que le proporciona su vida matrimonial. Y a pesar de que el hada madrina, o sea, su amada vuele con alas blancas, que es de muy buen augurio, las suyas son negras. Soñar que está volando con unas alas de color negro significa que deberá afrontar amargas desilusiones. Y tal confirmación nos viene más que dada por el engullido del torbellino que se los traga a los dos hasta los abismos del averno —aseveró en un tono exclamativo de predicador evangélico.

—¡Dios mío! Estoy perdido si abandono a mi fiel esposa. Me he excedido demasiado con Guillermina. te.

—Eso lo ha dicho usted, señor Gutiérrez y no yo, quien sólo me limitaba a analizar su subconscien-

Y mientras María cobraba, complacida de la intervención del Dr. Fraud, este aún lo estaba más del suplemento de la minuta que le proporcionaría la decisión de su arrepentido cliente. Un SMS a la Sra. Guillermina Gutiérrez, “misión cumplida”, le dobló el beneficio requerido por sus servicios.

María no había parado ni tan siquiera un instante en toda la tarde. Se las había ingeniado para atender al teléfono, limpiar todos los ventanales del consultorio y encaramarse a una alta estantería para limpiar todos los ancestrales fascículos del doctor solo con el pretexto de escuchar las dilucidaciones del doctor. Por el camino de vuelta a casa, fantaseaba consigo misma imaginándose ser una prestigiosa psicoanalista sentada en su sillón, quien, después de escuchar atentamente a sus pacientes, resolvía el mejor de los enigmas jamás soñados. Y después, aterrizando de nuevo a la realidad de su mediocre vida, se sentía un tanto defraudada por no poder aplicar tantos conocimientos adquiridos

Pre mi o Rozasjov en

XI Cert amen de relato c ort o Rozasjov en 201 3

11


Una interpretación desafortunada

Martí Casal Pelegrí

en aquellas tardes de psicoanálisis. María había ido confeccionado un librillo en el que cautelosamente tenía anotadas cada una de las interpretaciones del doctor. Empezó a sentir el frío de la oscura noche y se apresuró a volver a casa. Seguro que Javier la estaría esperando con la cena caliente. Solo lamentaba que su adorable esposo no recordara, por un casual, alguno de sus sueños. Entonces, ella le sorprendería con sus cavilaciones tan bien aprendidas. Pero Javier aquella noche llegaría tarde a casa. Un desafortunado portazo en la cara con la puerta giratoria de la oficina se había llevado por delante sus dos incisivos superiores. En el consultorio de un apreciado amigo odontólogo estaba intentando regatear el elevado coste de dos implantes dentales. Se acercaba su aniversario de bodas y no podía permitirse derrochar todos sus ahorros, que con tanto esmero había conseguido, en tal desaguisado. Aquellos desayunos ayunados, aquellos cafetitos de media tarde dejados de tomar en el bar, todos sus paseos a marcha rápida para eludir el billete del bus, no podían ser destinados a otra cosa que no fuese una gargantilla para María. Aquella que ella siempre se detenía a mirar en el escaparate de la joyería de enfrente de casa. —¿Y no me puedes poner una funda o algo parecido que me tape el agujero y sea más económico?

—De aquí a cuatro días tendrías que reponerla. Mal asunto. Seguro que María prefiere que te pongas unos implantes antes que esa gargantilla de la que me has hablado.

—Ya, pero la pobre trabaja tanto… ahora ha tenido que hacer horas en un psicoanalista como asistenta y secretaria porque con lo mío íbamos demasiado justos. ¿No me lo podrías arreglar mejor de precio?

12

—Pero si te he dejado los implantes a precio de coste. Ya me gustaría a mí, pero si ni tan siquiera puedo pagarme una sesión con un psicoanalista, y mira que falta me hace, porque estoy obsesionado con un sueño repetitivo que me deja cada mañana tan desconcertado… y te juro que pagaría, si me fuese posible, por descifrar su significado —se aquejó Jaime. —¿Qué te parece una funda de esas provisionales a cambio de interpretar tu sueño? Se lo explicaría a María como si fuera mío y los dos contentos y resueltos —le propuso Javier, esperanzado.

—Buena idea, aunque te advierto que en menos de lo que canta un gallo volverás a mí y no para explicarme mi sueño sino porque se te habrán saltado los empastes al más mínimo mordisco. Javier se apresuró a llegar a casa después de haber pasado por la joyería. María adivinó en su mirada que le estaba ocultando algo y quiso indagarlo.

—Es una sorpresa. No seas tan curiosa, debes esperar unos días —se excusó. Ante la insistencia de María, quiso salirse por la tangente e intentó despistarla explicándole aquel sueño que tanto desvelaba a Jaime y que, por el contario, había hecho posible el suyo. María le escuchó atentamente mientras anotaba metódicamente en su libreta cada uno de los detalles que Javier había memorizado.

—Es un sueño un tanto extraño —le advirtió intentando no dejarse ningún detalle de la larga secuencia que horas antes le había explicado Jaime—. Estoy postrado en una isla desierta con un sombrero de copa en mi cabeza y una maleta en mi mano. La abro y de ella salen un sinfín de cucarachas negras. Horrorizado, salgo pidiendo auxilio. Pero no puedo correr porque estoy encadenado al cofre del tesoro de la isla. Entones, un hada hermosa de alas blancas llega volando hasta mí, rompe la cadena y me libera y los dos partimos volando tan alto, que nadie, ni tan siquiera los pájaros, pueden vernos. Luego me despierto y por suerte no ha pasado nada, todo era solamente un sueño porque estoy acompañado de una bella dama, que por supuesto eres tú, amor mío.

María se levantó desconcertada de la silla con el fin de poder ir a consultar en su librillo de sueños. Mientras, Javier comía con pausada cautela la sopa de albondiguillas, procurando sorber incluso el caldo por los costados y María discernía en su habitación aquel insólito jeroglífico. Al cabo de un buen rato,

Premio Rozasjoven

X I C ert amen d e relato c ort o Rozasjoven 201 3


Una interpretación desafortunada

Martí Casal Pelegrí

salió enfurecida con los ojos llorosos y después de recitarle la frase “La huella de un sueño no es menos real que la de una pisada” le propinó una efusiva bofetada.

Media hora más tarde, Javier estaba llamando al timbre de la puerta de Jaime, con la funda del empaste en su mano derecha.

—Lo adiviné. Has acudido a mí para mostrarme tu funda saltada antes que dilucidar mi sueño. Anda pasa… ¿y esas maletas?

—Tranquilo, que no están llenas de cucarachas, sólo contienen mi ropa y lo que María ha puesto antes de ponerme de patitas en la calle pero después de que yo le haya contado tu sueño.

13

Premio Rozasjoven

XI Certamen de relato corto Rozasjoven 2013


Lucía Temboury Húmera Obra: Epílogo Autor:

Si me preguntan qué veo, diré que veo luz. No solo la veo, también la siento. En el pecho, en los brazos, sobre los párpados cerrados… Me envuelve; me envuelve como solían hacerlo los veranos de mi infancia en Málaga con olores, arena y mar.

Pero en la playa de mi niñez, tranquilizadora y solitaria como la recuerdo, nace de la nada una voz desconocida. «¡No dejéis que cierre los ojos!» grita la voz «¡Mantenedle despierto! ¡No dejéis que pierda la consciencia!» insiste.

Mi playa se esfuma de golpe, la engullen las olas, se aleja… ¿Dónde estoy? El sol también parece decidido a marcharse y con su partida llega la hipotermia. De pronto me duele el cuerpo, un cuerpo del que ya me había olvidado. El frío hace que chasqueen mis dientes. Es extraña la sensación de sentirse vivo de nuevo, de estar en una realidad en lugar de viajar de sueño en sueño.

14

Apenas enfoco con la mirada, pero sé que un grupo de personas me arrastran en camilla, y sé que por mucho que corran, me queda poco tiempo. Es igual, no necesito más tiempo, el niño que por poco muere aplastado al salir de la escuela sí que lo necesitaba.

“Saldrás de esta, los héroes siempre vencen al mal”. Una frase que cruza mi mente. La persigue una imagen. Se trata de un niño, tendrá unos ocho años y va vestido de superhéroe. Llora en brazos de su madre, el niño se ha caído, pero no ha sido un accidente, sino el villano de su primo quien le ha empujado. El niño soy yo, ella es mi madre y aquel, el último día que la vi en casa. Siempre me había inquietado el pañuelo que cubría su cabeza, sin pelo, y en el fondo siempre supe que no escondía nada bueno. En ese caso, la heroína no venció al mal.

Es curioso cuando te paras a pensar lo rápido que pasa el tiempo. Apenas recodamos todas aquellas últimas veces que hemos vivido. Nadie nos avisó de que no volverían. Sin embargo, y como siempre he querido que me sucediera, en esta última vez, se repiten en mi mente todas las demás últimas veces. Flota ante mis ojos la última vez que comí una chuchería, la última vez que fui al cine o el último día de colegio hará unos treinta y tres años. El último beso que le di a mi hermana pequeña y la última vez que dije “hasta luego”. Algunos momentos son recientes, otros se remontan a mi niñez con violenta nostalgia.

Silencio. Mis recuerdos callan de pronto, ahora solo escucho el latir desordenado de mi corazón, entremezclado con voces que gritan para hacerse oír mejor. Como buen médico, tan bueno como los que luchan hoy por salvar mi vida, sé mejor que nadie que cada minuto cuenta. Por eso estos últimos minutos deben significar algo más que un adiós, deben transformarse en una recopilación de anécdotas, sensaciones, imágenes y lecciones que pueda llevarme conmigo.

“Las locuras que más se lamentan son aquellas que no se cometen” dijo una vez un sabio. Su nombre, era “profe”. Se trataba, o se trata si Dios quiere, de un personaje de esos que dejan huella en cada lugar al que van. Solía enseñar más realidad que matemáticas en un aula, y los alumnos le queríamos como si de un rey mago se tratase. Él, con sus frases sacadas de libros, fue el responsable de que yo cometiera tantas locuras como sueños tuve, y con trece tempranos años, comencé a ver la vida de otra manera. “La posibilidad de realizar un sueño es lo que hace la vida interesante” solía decir “profe”. Mejor relato d e aut or de 1 4 a 16 años

X I C ert amen d e relato c ort o Rozasjoven 201 3


Epílogo

Lucía Temboury Húmera

Sacar el tema de las locuras trae a mí el acogedor recuerdo de la amistad. La sensación de sentirse arropado y acompañado mientras caminas hacia el infinito. Ese recuerdo me lo dieron los cuatro: Juan, Alex, Andrés y Miguel. Mis compañeros de locuras, de caídas, mis ojos y mis hombros prestados, mis risas y mi juventud. Alex es hora ingeniero y le queda una larga vida por delante, una vida adulta y aburrida de la que apenas he vuelto a saber. Miguel tuvo mellizas, una de ellas se casa el mes que viene, poco después de Navidad. Pero de Andrés y Juan ya no sé nada. Siempre he pensado que si el destino nos separó fue porque no quería ensuciar unos recuerdos tan bellos como los que compartimos, sin embargo, hoy daría lo que fuera por verles una vez más reunidos.

Pensar que el mes que viene es Navidad me recuerda a polvorones. No a regalos ni a Papa Noel, no; a polvorones. Siento como si fuera ayer aquella noche buena en la que se me ocurrió la feliz idea de meterme dos polvorones en la boca al mismo tiempo. Yo tampoco sé cómo lo conseguí, pero a día de hoy tengo asumido que los misterios de la física forman parte de muchas de mis anécdotas más graciosas. El caso es que terminé en el hospital con la garganta diseccionada mientras una aspiradora minúscula absorbía los restos de los dichosos dulces. Cuando me recuperé del susto descubrí mi verdadera vocación de médico; que no es abrir gargantas, ni mucho menos, sino salvar vidas. Por esta vocación, de la que tengo que decir que me siento orgulloso, hace apenas media hora, he acabado con mi vida para salvar la de un muchacho.

Convulsiono, lo dicen las voces. Suele pasar cuando revives un trauma, es como si mi cuerpo quisiera librarse de él. Pero mi mente no quiere, repite la imagen una y otra vez. En mi cabeza son las cinco y cinco minutos de la tarde, un niño sale del colegio y no es capaz de imaginarse que la muerte siempre acecha. Mientras cruza la carretera, sin mirar, poniendo en peligro su incipiente existencia, un camión se abalanza sobre él como el tridente del demonio. Estoy detrás y lo veo todo a cámara lenta como en las películas de acción. Entonces es cuando te das cuenta de cuál es tu papel allí, cuando te das cuenta de que te toca ceder a otro el protagonismo y pasar a ser un personaje secundario. Un personaje por otro, una vida por otra. Le empujo y me pongo en su lugar. Oscar Wilde dijo una vez que podemos pasarnos años sin vivir en absoluto y de pronto nuestra vida se concentra en un solo instante. Estaba en lo cierto, recuerdo mi vida por impactos y no por minutos. El ardor que sentía dentro de mi cabeza cada vez que veía la figura de mi primer amor, sigue allí como un tatuaje, permanente e inquebrantable. Recuerdo su perfume dulce de mujer y sus manías con ternura, porque el tiempo, que algo de benévolo tiene, hace que olvidemos las partes malas de todo y de todos. Cuando cerró detrás de sí la puerta de aquel piso alquilado en Gran Vía, desapareció para siempre y con ella mis ganas de volver a amar. No hablaré de mi padre, porque al no estar presente en mi nacimiento, cincuenta años atrás, he decidido que tampoco lo estará en mi lecho de muerte.

Sin embargo, sí que quiero recordar a mis abuelos. Los abuelos son personas que están en nuestra infancia colmándonos de regalos y mimos, endulzando nuestra existencia y que, con suerte, están también en nuestra madurez, sin dejar de enseñarnos cosas sobre la vida. Son esas dos personitas, tiernas a veces y cascarrabias otras, que tienen los brazos hechos con la madera de un refugio y que nos quieren incondicionalmente. A mis abuelos les voy a dedicar mis últimos pensamientos, por haber hecho de mi vida una historia que contar y por haberme dado alas cuando tocaba volar. Es reconfortante pensar que me están haciendo un huequito junto a ellos ahí arriba. Los médicos han cesado su lucha contra la muerte, están sentados a mí alrededor, les siento, aunque ya no les escucho. Una mano acaricia mi rostro, me iré sin saber de quién es semejante tacto, suave y tranquilizador. Pero me iré con una última caricia, que vale más que cualquier adiós. Mi corazón comienza a rendirse, mi mente también, pero no mi sonrisa…

“Una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte…” Mejor relato d e aut or de 14 a 1 6 años

X I Cert amen de relato c ort o Rozasjoven 201 3

15



Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.