INVERSA Revista de estudiantes de antropología Departamento de Antropología Facultad de Ciencias Humanas Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá Comité Editorial Sandra Babativa Chiriví sandrababativa@gmail.com María Camila Gómez Fonseca mariacamilagf@gmail.com Lina Tatiana Lozano Ruiz linatlozano@gmail.com Natalia Ortíz Hernández nortizh@unal.edu.co Joshua Samuel Pimiento Montoya jspimiento@gmail.com Aura Lisette Reyes Gavilán hadita_leelo@yahoo.es Liliam Marcela Salazar Rodríguez liliamsalazar@gmail.com Alec Yamir Sierra Montañez alecysierra@gmail.com
Ilustración de portada Luis Caballero Bogotá, 1943-1995 Sin título 1979 Litografía sobre papel 38x28 cm. Colección Banco de la República, registro No. 3828 Composición original de portada Luis Gabriel Sanabria Rojas
Colaboradores Yenny Karonlains Alarcón Forero ykalarconf@unal.edu.co Ana Beatríz Arciniegas arcana_arabe@gmail.com Elizabeth Bernal Gamboa eliza_begam@yahoo.com Paola Andrea Camargo González paolakamargo@gmail.com Ángela Milena Castillo Ardila angelita.castillo@gmail.com Catalina Caro Galvis catalinacarogalvis@yahoo.com Catalina María Muñoz Rondón caticapesce@yahoo.it Daniel Varela Corredor danielv_85@hotmail.com Asesoría científica en este número Prof. Roberto Pineda Camacho Prof. Hellen Hope Henderson Prof. Luz Gabriela Arango Prof. Gerardo Ignacio Ardila Calderón Prof. Virgilio Becerra Becerra Prof. Andrés Salcedo Fidalgo Diseño Julex Andrea Vanegas Morales julexandrea@gmail.com Montaje Liliam Marcela Salazar Rodríguez liliamsalazar@gmail.com
Rector Universidad Nacional de Colombia Moisés Wasserman Lerner Vicerrector de Sede Bogotá Fernando Montenegro Lizarralde
Ilustración Oscar Javier Reyes Chivirí grafoscar@hotmail.com Laura Jimena Ortíz Hernández (”Soma”) arual.47@gmail.com Daniel Varela Corredor danielv_85@hotmail.com
Decano Facultad de Ciencias Humanas Luz Teresa Gómez de Mantilla
Revisión de textos Aura Lisette Reyes Gavilán hadita_leelo@yahoo.es
Vicedecana de Bienestar Universitario Facultad de Ciencias Humanas Yolanda López Díaz
Traducción Natalia Ortíz Hernández nortizh@unal.edu.co Lina Tatiana Lozano Ruiz linatlozano@gmail.com
Directora Departamento de Antropología Alma Ximena Pachón Castrillón
Esta publicación es posible gracias al apoyo de la Vicedecantura de Bienestar Universitario de la Facultad de Ciencias Humanas y de la Unidad de Gestión de Proyectos de la Sede Bogotá.
Agradecimientos Beatríz Eugenia Álvarez Rincón, Unidad de Artes y otras colecciones de la Subgerencia Cultural del Banco de la República. Luz Célida Herrera Díaz, Profesional de Asuntos Administrativos y Grupos de Trabajo, Dirección de Bienestar Universitario de la Facultad de Ciencias Humanas. Andrea Fandiño Cardona, Coordinadora de Grupos Estudiantiles de Trabajo, Unidad de Gestión de Proyectos de la Dirección de Bienestar Universitario. Alma Ximena Pachón Castrillón, Directora del Departamento de Antropología de la Facultad de Ciencias Humanas. abriel Sanabria Rojas, Nicolás Sánchez, María Isabel Vargas y Juan Carlos Vargas. Fotocomposición, impresión y encuadernación UNIBIBLOS Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá
Revista Inversa es una publicación de los estudiantes del departamento de Antropología de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá. El presente ejemplar corresponde al Volumen 2, No. 1 (2006). Los artículos de esta revista pueden ser reproducidos total o parcialmente citando la fuente y el autor. Las colaboraciones que aparecen aquí, no reflejan necesariamente el pensamiento de los editores, éstas se publican bajo responsabilidad de los autores. Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá. Septiembre-Diciembre de 2006. PUBLICACIÓN DE DISTRIBUCIÓN GRATUITA
En este ejemplar 350 ejemplares En este ejemplar se utilizaron fuentes: Goudy Old Style, Garamond, Humanist 777 BT, Arial Narrow, Courier New, Gills Sans MT y Haettenschweiler. Correspondencia Revista Inversa Departamento de Antropología Carrera 30 No. 45-03 Edificio 212 Oficina 312 Teléfono: 57+1+3165000 ext. 16312 ó 16316 E-mail: inversaun@gmail.com, editorinversaun@yahoo.com.mx Bogotá, D.C. – Colombia
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Editorial
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lo largo de estos dos años de existencia, con todas las vicisitudes que implican, las y los miembros del Grupo Editor de Inversa como integrantes de la comunidad universitaria, hemos sido testigos de muchos cambios, entre los cuales podemos contar uno que tiene especial relación con el tercer número que presentamos hoy a ustedes: las reformas curriculares en todas las carreras de la Universidad Nacional de Colombia, que entre todos los cambios que han tenido hasta el momento, el más notorio es el que afecta al trabajo de grado en su extensión, proceso de calificación e importancia.
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Como todos y todas sabemos con la implementación de la reforma, el trabajo de grado disminuyó su extensión, el proceso de calificación fue modificado, su importancia reevaluada y su conservación en un acervo bibliográfico anulada. Esto ha tenido un impacto notorio como el hecho de que ya no sea obligatorio entregar copias del trabajo a la Biblioteca Central de la universidad o que en algunos departamentos ya no sea necesario realizar una sustentación, sin contar otras implicaciones mucho más profundas como un ejercicio investigativo y de formación de habilidades y competencias no sólo académicas sino también profesionales. La reforma, según nuestra visión, ha hecho que se pierda el conocimiento producido por los y las estudiantes de pregrado tanto con su subestimación como con el hecho de que se reste importancia conservarlo en una biblioteca u otro tipo de acervo disponible para que quienes lo necesiten en un futuro, puedan consultarlo, apoyarse en él o tomarlo como referencia para sus propios trabajos. Si bien la conservación en una biblioteca del documento final de una investigación no garantiza su divulgación ni consulta, sí constituía un medio a través del cual se conservaba una memoria y una disponibilidad de ese saber para que quien lo requiriera pudiera utilizarlo en cualquier momento. En las circunstancias actuales ya no es posible. Ahora que los documentos quedan confinados a los archivos personales del autor o autora, su existencia, a menos que él o ella decida buscar su publicación o realizar la escritura de un artículo, es muy reducida. Las publicaciones, en estas circunstancias, van a entrar a jugar un papel importante en la transmisión de ese conocimiento. Bien sea en un libro, aunque cabe anotar que muchas editoriales o instituciones no publican trabajos de pregrado a menos que se realice un concurso destinado a ello o tengan alguna mención honorífica, premio o reconocimiento (sin decir que son sólo éstos últimos los únicos que pueden publicarse), o bien sea en un revista con la escritura de un artículo, cada autor o autora tiene la oportunidad de divulgar su trabajo y hacer que otros y otras conozcan el producto de su reflexión intelectual por ese medio. Precisamente, en este tercer número hemos intentado reflejar o desarrollar un poco esta idea. Uno de los textos que ustedes podrán encontrar aquí es fruto de la tesis de pregrado de una antropóloga, el artículo titulado «El concepto de estilo en Arqueología: análisis estilístico de figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita, un estudio de caso. Museo Arqueológico Casa del Marqués de San Jorge» escrito por Ángela Liliana Ramírez Guarín, que fue publicado bajo el convencimiento de que si bien en los fondos bibliográficos de la Universidad ya no se conservaban copias de los trabajos realizados, una forma por medio de la cual puede difundirse el conocimiento producido por cada uno de nosotros y por cada una de nosotras es a través de las publicaciones seriadas. Nosotros y nosotras
como Grupo Editorial deseamos invitarlos a que a través de nuestras páginas divulguen su pensamiento y reflexiones, no sólo como una forma de hacer visible una investigación, sino también, como un medio a través del cual se puede propiciar el desarrollo de nuevo y más conocimiento que propenda y anime una reflexión sobre los temas que atañen a la disciplina, y por que no, también contribuya en los debates y en la reflexión sobre las problemáticas colombianas o en un ámbito más amplio, a América Latina.
Liliam Marcela Salazar Rodríguez Estudiante de octavo semestre de Antropología Universidad Nacional de Colombia
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Es importante que nuestra formación académica vaya unida a procesos como la reflexión constante y la escritura, viendo ésta última, no sólo como un ejercicio que únicamente se practique en un ámbito escolar, debería ser una tarea constante más allá de una evaluación académica. La escritura es un proceso que involucra varios procesos mentales, todos encaminados a depurar y a fijar conocimiento en la mente del ser humano. Como investigadores e investigadoras sociales en formación, es importante que el hábito de la escritura sea parte fundamental de nuestra actividad, de hecho lo es, pero nuestra invitación es a que ella sea más activa con miras a que nuestro desempeño profesional, sea en la academia o no, esté bajo un análisis permanente y una socialización constante que permita un avance de la disciplina y sobre todo, un aporte a las problemáticas que afectan a la realidad colombiana.
Revista Inversa
El tercer volumen de Inversa, intenta motivar a todos y todas las y los estudiantes del Departamento a publicar sus trabajos. Aunque hasta el momento hemos recalcado la importancia de la publicación de las tesis de pregrado, queremos hacer más extensiva nuestra reflexión e invitación para aquellas personas que aún se encuentran cursando su carrera universitaria sin importar el semestre en el que se encuentren. Deseamos invitarlos e invitarlas a publicar sus reflexiones bajo la idea de que es necesario que mientras nos encontramos cursando una carrera, es importante comenzar a reflexionar sobre todo el conocimiento que diariamente adquirimos en las aulas de la universidad no sólo como una actividad meramente académica o como una exigencia de los mecanismos evaluativos, sino también, como un requerimiento personal. Una antropóloga o un antropólogo no se empieza a formar desde la realización de una monografía, es un proceso que se comienza a dar desde los primeros semestres. Ya en la editorial del número uno recalcábamos que «somos los y las estudiantes quienes en pocos años tomaremos las riendas de la disciplina, y no es precisamente a través de la obtención de un título que lograremos hacer acopio de todo el conocimiento y la experiencia que se requiere para llevar a cabo la tarea que se avecina», a esto hoy podríamos agregarle que como futuros y futuras profesionales nuestra formación no sólo depende de todas las lecturas que realizamos, también está relacionada con ejercicios como la escritura que nos permiten decantar nuestras ideas, conciencia y pensamiento. Como profesionales nos desempeñaremos en muchos campos, pero la forma como lo hagamos depende de nuestra reflexión y sólo a través de procesos como la escritura (aunque no es el único medio), es que podremos llevarlo a cabo de una mejor manera.
ANÁLISIS
Revista Inversa, Vol. 2, No.2 (2006): 4-21.
Mujeres, migración
internacional y división sexual del trabajo: Un relato biográfico David Andrés Díez Gómez dadiezg@gmail.com Antropólogo Estudiante de la Maestría en Estudios de Género, Mujer y Desarrollo Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá
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Palabras claves Mujeres, migración internacional, división sexual del trabajo, género, relato biográfico. Key words Women, gender, international migration, sexual division of work, biographical narrative.
Recibido: 13/12/2006 En revisión desde: 15/12/2006 Aceptado para publicación: 15/12/2006
Resumen El artículo aborda la migración internacional de mujeres mediante una entrevista a Luz Helena, una colombiana que a los 53 años viaja a los Estados Unidos para asumir el cuidado de su nieto, hijo de una pareja colombiana residente en Boston. Aunque este caso responde a tendencias globales del fenómeno migratorio –como la «crisis del cuidado» en el Primer Mundo, que sumada a la crisis económica en el Tercer Mundo empuja a mujeres de éste último a buscar opciones laborales en el primero–, presenta ventajas frente a la situación de miles de mujeres latinas que viven una «esclavitud contemporánea» (Zarembka, 2004) en los Estados Unidos. Luz Helena cuenta con condiciones privilegiadas: vivienda propia en Colombia, seguridad social e ingresos por su trabajo como docente y por el apoyo económico que recibe de su ex-esposo. Estos beneficios los consiguió mediante un uso estratégico del papel tradicional de la mujer como sujeto de protección por parte de un varón proveedor, sin dejar de lado la entrega a los/as otros/as y la asunción de labores feminizadas según el orden de género imperante, como elementos centrales en la elaboración del sentido de su vida en tanto mujer. Abstract This paper approaches the situation of international migration of women through an interview with Luz Helena, a Colombian woman who, at age 53, travels to United States to take care of her grandchild, son of a Colombian couple living in Boston. Though this case answers to global tendencies of the migratory phenomena –such as the First World’s «Care crisis» which, added to the economical crisis of the Third World, forces women living here to look for jobs there-, it presents certain advantages, comparing with the situation of thousands of Latin-American women who live a «contemporary slavery» (Zarembka, 2004) in the United States. Luz Helena portrays privileged conditions: has a house of her own in Colombia, social security and incomes from her job as a teacher and her husband’s economical support. She reached these benefits by strategically using the traditional role of women as subjects to be protected by a providing male, without making aside the devotion to others or the feminized tasks consistent with the prevailing gender arrangement, as central elements in the construction of her life sense as a woman.
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ntroducción
Para realizar la entrevista no utilicé un formato guía, pues la posibilidad de llevarla a cabo se dio de manera bastante improvista. Luego de acompañar a Luz Helena a tomarse unos exámenes médicos que le exigía la embajada como requisito para tramitar su visa, le comenté sobre algunos de los temas que venía abordando en la Maestría en Estudios de Género. Enseguida le dije que sería interesante entrevistarla, ante lo cual accedió y ese mismo día realizamos la entrevista, en medio del afán de los trámites de la visa. Aunque tenía en mente algunos puntos que consideraba importantes (¿qué la motivaba a viajar? ¿A qué se dedicaría en Estados Unidos? ¿Qué lugar ocupaba este viaje en su trayectoria de vida y en la elaboración del sentido de su vida en tanto mujer?, entre otras), la entrevista transcurrió a manera de
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Este artículo es una versión con ajustes de un texto presentado como trabajo final para el seminario electivo Género, trabajo e identidades: perspectivas teóricas e investigativas, ofrecido por la Escuela de Estudios de Género de la Universidad Nacional de Colombia durante el primer semestre de 2006. Agradezco a la profesora Luz Gabriela Arango, docente a cargo del seminario, por su orientación académica alrededor de las principales referencias bibliográficas utilizadas en este texto.
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Revista Inversa
A comienzos del mes de junio de 2006 llegó a mi casa una visita desde Medellín, ciudad donde creció la mayoría de mi familia. Se trataba de Luz Helena, una mujer paisa de 53 años, hermana de una cuñada de mi madre. El motivo principal de su visita era tramitar la visa ante la embajada estadounidense. Su hija Claudia, junto con su esposo, ambos nacidos en Colombia pero con nacionalidad estadounidense, esperaban recibirla en Boston a finales de junio, fecha para la cual estaba previsto el nacimiento del primer hijo de la pareja y segundo nieto de Luz Helena. Este acontecimiento transcurría mientras abordábamos el tema de la migración de mujeres del «Tercer Mundo» hacia el «Primer Mundo» en el seminario electivo Género, trabajo e identidades1. En ese contexto le propuse a Luz Helena que me concediera una entrevista, orientada según lo que Guber (2001) llama la técnica de la «no directividad»2, con el fin de profundizar en el tema planteado. Durante el seminario veíamos que los procesos de globalización e inserción de las mujeres al mercado laboral han tenido efectos diversos según el contexto geopolítico del cual se esté hablando, sobre todo cuando se comparan las condiciones de países del Primer Mundo con aquellas propias del Tercer Mundo. Así, en el primero se evidencia una alta participación femenina en actividades económicas remuneradas, en buena medida calificadas e inscritas en el sector formal. Esta situación, unida a otros factores demográficos3, ha generado una «crisis del cuidado», es decir, una baja oferta de mano de obra local disponible para asumir las labores domésticas de limpieza, preparación de alimentos y cuidado de niños/as y ancianos/as, entre otras actividades adjudicadas a las mujeres según las prescripciones tradicionales de género4. En contraste, en los países del Tercer Mundo, como consecuencia de las crisis económicas, la informalización de la economía, el desempleo, el subempleo y los efectos de estos fenómenos en la calidad de vida, se ha elevado masivamente la migración, en su mayoría femenina, hacia países del Primer Mundo, como una manera de buscar opciones de supervivencia (Sassen, 2004). La convergencia de estas dos tendencias ha llevado a que buena parte de las mujeres inmigrantes encuentren trabajo en las economías domésticas de países como Estados Unidos. Así, estas mujeres «reemplazan en el trabajo reproductivo no remunerado en sus hogares a las mujeres del Norte que se integran al mercado laboral» (Benería, 2006: 18). Una proporción considerable de esas mujeres es sometida a condiciones de explotación en el marco de contratos de trabajo injustos y de condiciones que en ocasiones permiten hablar de un nuevo tipo de «esclavitud» en la sociedad contemporánea (Zarembka, 2004). Sin embargo, el caso de Luz Helena presenta diferencias con respecto a la situación de varias mujeres entrevistadas por Zarembka5. Al señalar esas diferencias no pretendo desconocer la situación dramática que viven miles de mujeres que migran hacia Estados Unidos, sino mostrar como la globalización afecta de modo distinto a las mujeres según su condición de clase, las redes sociales a las cuales tienen acceso en el país de origen y de llegada, y las trayectorias de vida, entre otros aspectos. Por otro lado, a pesar de las diferencias, existen elementos comunes que configuran la identidad de género de las mujeres, en particular la inclinación a considerar el sacrificio y la entrega hacia las demás personas, sobre todo hacia los/as hijos/as, como eje central en la construcción del sentido de sus vidas. Este elemento resulta clave en la definición de la división sexual del trabajo y en la subordinación de las mujeres, tema que ampliaré más adelante.
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Un viaje solidario: la parte olvidada del interés económico
charla informal. De acuerdo con sus respuestas surgían nuevos intereses y preguntas de mi parte que poco a poco fueron dando forma a la interacción. El propósito del diálogo era conocer el punto de vista de Luz Helena en sus propios términos y desde sus marcos de interpretación. Para ello procuré plantear preguntas «no directivitas» (Guber, 2001), es decir, interrogantes relativamente abiertos que permitieran que Luz Helena se expresara de la manera más libre posible. Uno de los criterios que resultó importante para desarrollar la conversación fue el establecimiento de un orden cronológico entre los hechos y significados relacionados con la vida de Luz Helena. Principalmente bajas tasas de natalidad e incremento de la esperanza de vida, fenómenos que sobre todo en Europa han significado el envejecimiento de la población.
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David Andrés Díez Gómez
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Más adelante amplío la discusión sobre las prescripciones tradicionales de género y la división sexual del trabajo.
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En la última sección del texto describo con mayor detalle la situación de «esclavitud» a la cual se refiere Zarembka (2004).
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Las trayectorias de vida son «cursos de acción que toma la vida de los individuos en el campo del trabajo, y que son el resultado de acciones y prácticas desplegadas por las personas en situaciones específicas a través del tiempo. […] Se constituyen en el interjuego de diferentes ámbitos sociales e institucionales donde los sujetos sexuados ocupan una posición particular, condicionada por factores estructurales (la organización y división social y sexual del trabajo), prescripciones sociales e imágenes y representaciones de género que circulan y regulan las relaciones sociales» (Guzmán y Mauro, 2004: 197).
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El viaje de Luz Helena no tiene como propósito buscar oportunidades de trabajo frente a una condición de desempleo o inestabilidad financiera vivida en su país de origen. Sin embargo, ello no quiere decir que no exista una motivación económica de fondo. Como lo muestra Benería (1999), desde la configuración de la economía de mercado en los siglos XVIII y XIX, ha prevalecido una visión que reduce lo económico a aquellos intercambios de bienes, servicios y fuerza de trabajo que permiten la generación de excedente. Esa visión desconoce otras dimensiones de la economía como la solidaridad, el amor y la reciprocidad. En el caso de Luz Helena, se evidencia un interés por viajar a Boston con el fin de acompañar a su hija durante el nacimiento y los primeros años de vida del primogénito de ésta, sin esperar una retribución monetaria a cambio: «Voy a ir es más que todo por cuidar al nieto. Ojalá y Dios quiera que yo pueda llegar antes del parto, porque yo veo que ella tan solita por allá. Yo me imagino que uno en un momento de esos lo que más quiere en la vida es tener a la mamá al pie. […] Más que todo eso es lo que me anima mucho a irme allá para donde ella. También por conocer a mi bebé y quedarme un tiempecito ayudándoles y colaborándoles allá» (Luz Helena).
En este caso la futura emigrante no aspira a desempeñar un trabajo reproductivo remunerado, en calidad de empleada doméstica, sino que de manera implícita manifiesta disposición para realizar ese trabajo sin recibir salario; es decir, como una colaboración caracterizada por lo que –desde los esquemas de género tradicionales– constituye el desinterés propio de una madre hacia una hija. Aunque ésta y su yerno son profesionales y ejercen sus carreras en Boston, Luz Helena señala que no cuentan con los recursos necesarios para pagar a una empleada doméstica. «Por allá no pueden conseguir, es muy costoso. Una empleada vale 100 dólares diarios. Mucha plata, no pueden» (Luz Helena). En Occidente existe una tendencia cultural a vincular las dimensiones de la solidaridad, el amor y la reciprocidad expresadas en este caso por Luz Helena, con la feminidad, así como a asociar las dimensiones económicas de la ganancia, la racionalidad y la individualidad propias de la economía del mercado, con la masculinidad (ambos polos basados en la diferencia sexual entre hombres y mujeres). Aunque no se puede negar que estas asociaciones legitiman la subordinación de las mujeres en el ámbito de las relaciones sociales (Benería, 1999), en este trabajo pretendo mostrar como Luz Helena usa tales prescripciones para obtener beneficios propios de la dimensión racional e individualizada de la economía de mercado, sin dejar de lado la importancia de la solidaridad y de la entrega a los/as otros/as como elemento clave en la elaboración subjetiva del sentido de su vida en tanto mujer. Con el fin de ilustrar los puntos anteriores, presentaré algunos de los principales hitos que configuran la trayectoria de vida –y en especial la trayectoria laboral6 de Luz Helena–, elaborados a partir de una entrevista semiestructurada, grabada y trascrita por el autor, en junio 7 de 2006.
«Yo soy de las que me entrego del todo y por todo»: una mirada a la vida de Luz Helena Luz Helena es la mayor de 6 hermanos. Sus padres se casaron en Medellín a principios de 1960. Durante los primeros años, la familia migraba a distintas ciudades del país según la región a la cual enviaran al padre, quien trabajaba
para el Ejército Nacional. La madre de Luz Helena permanecía en el hogar pendiente de las labores domésticas y del cuidado de los hijos, aunque el padre pagaba una empleada de servicio que colaboraba con esas actividades. La madre también cosía ropa y en ocasiones vendía o regalaba las prendas que fabricaba. Cuando la hermana menor de los seis hijos tenía cuatro años, los padres de Luz Helena se separaron y su madre quedó a cargo de los hijos. La mensualidad aportada por el padre no era suficiente para cubrir los distintos gastos del hogar, ante lo cual la madre optó por intensificar sus labores de costura con el fin de generar ingresos. Al mismo tiempo, Luz Helena, como hija mayor que era, junto con los hermanos que le seguían, colaboraban económicamente mediante la venta de productos caseros de consumo en su colegio.
Revista Inversa
«Nosotros nos defendíamos mucho porque yo en el colegio también vendía, le pedía permiso a las monjas para que me dejaran hacer ventas para ayudarme con mis estudios. Entonces ellas me permitían hacer eso, y yo hacía venticas de todo lo que vende uno como niño que es minisicui, cofio7, dulces, cocos, todo eso. Y con eso yo ayudaba mucho también a mi mamá para los hermanitos míos, porque yo era la mayor» (Luz Helena).
Los padres de Luz Helena consideraban que dar estudio a las mujeres era una pérdida de tiempo y dinero: «una de las cosas es que usted sabe que anteriormente no le daban a uno casi estudio que porque si la mujer iba era a atender una casa entonces que qué bobada» (Luz Helena). Sin embargo, gracias a su interés y al apoyo económico y moral que dos tíos maternos le prestaron, Luz Helena pudo estudiar. Al principio quería profesionalizarse como enfermera, sin embargo, resultó ser una carrera muy costosa. Además, en el único sitio donde podía costearla, el SENA, existían restricciones de edad para las mujeres, y Luz Helena tenía apenas 15 años, mientras que la mayoría de edad se cumplía a los 21 años. En esta situación convergen discriminaciones frente a la condición femenina por parte de los padres de Luz Helena así como de instituciones específicas como el SENA. De este modo, la identidad de género es prescrita a nivel del ámbito público y privado a la vez, de manera que en ella influye el «interjuego de diferentes ámbitos sociales» señalado más atrás por Guzmán y Mauro (2004). Sin embargo, en este caso llama la atención la restricción a las mujeres incluso para realizar una profesión como la enfermería, frecuentemente asociada a la supuesta predisposición de la condición femenina al servicio a los demás. Tal predisposición se evidencia en el relato de Luz Helena cuando señala la razón por la cual quería entrar a estudiar enfermería, y hace parte de uno de los principales ejes de su experiencia vital como mujer y del sentido que ella le atribuye a la misma.
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«-David: ¿y por qué te gustaba la enfermería? -Luz Helena: no sé, era algo como… a mí me gusta mucho la gente, como ayudar mucho a la gente, me doy mucho a la gente. Vea, yo digo a ratos que gracias a Dios que no pude estudiar enfermería. Porque le digo, yo voy a cuidar un enfermo y yo sufro por esa persona y quisiera yo en el momento tener el dolor… ayyyy [suspira profundo]… y me da una cosa que digo «ay no». Entonces no hubiera sido buena enfermera [sonríe]. Porque yo creo que en el fondo para ejercer una profesión de esas uno tiene que ser un poquito duro de corazón. No duro, sino que no entregarse tanto a la gente. Y yo soy de las que me entrego del todo y por todo.
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Productos hechos a base de arroz tostado molido y mezclado con anilina y azúcar, típicos de la ciudad de Medellín.
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Actividades laborales
Edad /Años
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Estudia bachillerato. Ayuda a costear sus gastos de estudio
Secretaria de un colegio.
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Estudia bachillerato en el m ism o colegio en el cual trabaja. Ayuda en el sostenim iento del hogar y la educación prim aria de herm anos
Cam bian al rector del colegio y el nuevo no acepta m enores de edad. Se va a trabajar com o secretaria en una oficina de un am igo de su padre.
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Continúa ayudando en su casa
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Se casa. Su esposo no acepta que trabaje en la oficina (celos).
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Nace su prim era hija.
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Nace su segunda hija.
Venta de productos caseros en el colegio.
R enuncia a su trabajo en la oficina.
Com pra y venta de m ercancía
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David Andrés Díez Gómez
Docente de m anualidades para personas de la tercera edad en la Sociedad San Vicente de Paúl y tam bién en Fabricato. Contrato de prestación de ser vicios. R em uneración "com o un auxilio para los pasajes" (Luz Helena).
Tabla No. 1 Cuadro de síntesis de la trayectoria de vida de Luz Elena
Ámbito personal y familiar
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R enuncia a su trabajo en San Vicente de Paúl
53 años
Tram ita su visa para irse a Estados Unidos con el fin de cuidar a su nieto, quien está a punto de nacer. La m am á del niño (prim eriza) y su esposo trabajan. No tienen tiem po ni dinero para pagar a una persona que se ocupe de las labores de cuidado del niño.
Lleva m ateriales y productos de m anualidades para vender, pero sobre todo para no quedarse "sin hacer nada".
53 años
Viaja a Estados Unidos donde su hija.
-David: ¿y tú por qué crees que sea esa entrega? ¿De dónde viene esa vocación? -Luz Helena: ay, no sé, pero es desde niña. Me encanta la gente, me encantan los niños, los ancianos. Ayyyy [suspira profundo], yo amo a la vida, yo amo a la gente, yo todo, ay yo no sé, es que yo no sé. Formas de ser, pienso yo, porque en mi casa soy la única así. Pues en mi casa, toda la gente es muy querida, muy noble. Pero que sean así como tan apegadas a la gente… yo» (Entrevista a Luz Helena).
Revista Inversa
En los párrafos anteriores vemos como Luz Helena supera narrativamente las restricciones impuestas a su gusto por la enfermería. Al hacerlo, presenta ese impedimento como un hecho positivo. Para ella, su alta inclinación a entregarse a los demás, podría haber generado problemas para el ejercicio de la enfermería, una profesión que –paradójicamente– suele asociarse al altruismo y por tanto a la condición femenina según las prescripciones tradicionales. Ante la imposibilidad de estudiar enfermería, Luz Helena inició un curso de secretariado. Después de eso, desarrolló una carrera técnica en gastronomía en el SENA, así como cursos de manualidades ofrecidos por cajas de Compensación Familiar de Medellín (Comfenalco y Comfama). Mediante esa formación adquirió conocimientos y habilidades que más adelante le servirían para dictar clases a personas de la tercera edad pensionadas de Fabricato y a otras que recibían cursos ofrecidos por una fundación asociada al hospital San Vicente de Paúl. Ese ejercicio docente se constituiría en un camino para ejercer su vocación de entrega a la gente. Sin embargo, antes de llegar a este momento de su vida, más cercano al presente, Luz Helena pasó por otros trabajos y vivencias, los cuales resumo en la tabla número 18. Luz Helena destaca como motivación para ingresar al trabajo formal, el anhelo de que sus hermanos también puedan estudiar. Al preguntarle por el lugar del trabajo en la definición de su identidad, de nuevo hace alusión a su inclinación «natural» por ayudar a la gente. «A mí no me importa a quien, si es mi familia, si es una persona extraña, ajena, lo que sea. Lo importante para mí es estar con la gente y ayudar a la gente» (Luz Helena). Con respecto al establecimiento de relaciones de pareja, Luz Helena manifiesta que a pesar de haber tenido muchos novios, no le gustaba pensar en matrimonio. Consideraba que casarse y tener hijos traía consigo muchas responsabilidades, de lo cual había sido testigo a través de la historia de su madre.
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«El problema es el miedo, el miedo a coger como una obligación para mí sola, sin saber si iba a ser capaz o no iba a ser capaz de ser responsable. Y más bien no pensaba mucho en el matrimonio […]. Yo veía a mi mamá, que a toda hora alrededor de nosotros, que la comidita, que el desayunito, que el estudio, que ya hicieron tareas, que lavar la ropa, que a planchar. Las mamás de ese entonces eran las de un todo y por todo. Ellas no, imagínese usted, así tuvieran quién les colaborara ellas eran las que se metían en todo lo de uno. Entonces eso era lo que a mí me daba miedo […]. Y con este que fue mi esposo, con él empezamos así como amigos, nunca salíamos. Él me decía que le aterraba el matrimonio entonces le decía yo a mi mamá: «¡ay mami, llegó el novio pa’ toda la vida… por fin me llegó alguien, voy a poder ser novia!» [Sonríe]. Y no, vea, fue cuando más ligero nos enamoramos y nos casamos» (Luz Helena).
El testimonio de Luz Helena muestra una inclinación a considerar el trabajo doméstico y el cuidado de niños como actividades propias de las mujeres, aunque al mismo tiempo señala esta prescripción como una característica más marcada en «las mamás de ese entonces». La imagen que tiene Luz Helena de
Este breve esquema es una adaptación del formato utilizado por Guzmán y Mauro (2004) para sintetizar las trayectorias laborales de algunas mujeres chilenas. 8
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su madre le genera miedo frente al matrimonio. Esto quizás explique la edad relativamente madura a la cual se casó (27 años), y también trae a la mente expresiones que suelen presentarse sobre todo en hombres latinoamericanos de clase media, para los cuales el matrimonio representa una carga que se debe esquivar, pero que finalmente «atrapa» a los varones (Viveros, 2001; Olavarría, 2001; Fuller, 2001). La influencia de la madre de Luz Helena en su relato biográfico trae consigo imágenes de lo masculino y lo femenino que se entrecruzan, aunque finalmente estas últimas son las que más marcan su vida. Lo anterior se refleja, por ejemplo, en que haya decidido renunciar a su trabajo como secretaria por dar gusto a Jorge, su esposo. Luego de casarse, él le prohibió continuar con ese trabajo. «Me sacrifiqué porque fíjese que cuando nosotros nos íbamos a casar él me hizo salir de la empresa. Y el patrón mío lo llamó a él y le dijo: «déjela seguir trabajando, es muy buena empleada y queremos tenerla aquí en la empresa»; y él «no, no, no, yo no quiero que ella trabaje». Y no me dejó» (Luz Helena).
Para Luz Helena, la razón por la cual Jorge no quería que ella trabajara radicaba en los celos. No obstante, luego de tener a sus dos hijas –quienes se llevan un año de diferencia–, y ante el consecuente aumento de los gastos de la familia, Jorge aceptó que Luz Helena trabajara como independiente. Ella comenzó a viajar y a comprar mercancía que vendía a distintos almacenes de Medellín. Este trabajo le permitía contar con el tiempo suficiente para cuidar a las niñas. Viajaba máximo dos o tres días a la semana y el resto de la semana realizaba visitas para vender la mercancía. A veces llevaba a sus hijas o las dejaba al cuidado de su abuela, a quien le ayudaba una empleada doméstica pagada por Jorge y Luz Helena. Ésta prefería que la empleada permaneciera donde su madre y no en la casa, pues al igual que su marido era muy celosa. Luz Helena se sentía bastante cómoda con el trabajo independiente, pues éste le permitía generar ingresos y definir sus propios horarios de trabajo para velar por sus hijas. Al mismo tiempo, Jorge, quien estudió una carrera técnica en mecánica, había establecido una microempresa, y aunque Luz Helena no trabajaba formalmente en ella, manifiesta haber jugado un papel importante en el «empuje» brindado a su marido para motivarlo a progresar.
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«Juntos fuimos consiguiendo. Yo he sido muy… ¿cómo te dijera yo? Muy animada para trabajar. Entonces yo lo animaba a él. Él me decía: «ay amor, que es que vea que me están ofreciendo una máquina –él trabaja en mecánica industrial–, pero ¿cómo nos vamos a meter en esa máquina, eso vale mucho?»; «ajj ajj –le decía yo– nada mi amor, cerremos los ojos, métase que de alguna forma mi Dios nos ayuda a ver cómo salimos adelante. No diga que no, hágale, hágale que esa misma máquina se va a ayudar a pagarse». Y así se fue haciendo él a una empresa hasta llegar a tener 35 trabajadores» (Luz Helena).
Además de este apoyo moral, Luz Helena también aportó capital para la compra de maquinaria, gracias a sus ganancias en las ventas. Por su parte, Jorge trabajaba de 8:00 a.m. a 6:00 p.m. Al llegar a casa, Luz Helena era quien le preparaba la comida, luego de haber realizado los demás oficios domésticos, cuidado a las niñas y realizado las actividades propias de su trabajo como vendedora independiente. Oscar Javier Reyes Chiriví
«Porque así tuviéramos nosotros empleada, a mí nunca me gustaba como que nadie se me metiera en la cocina. Más que todo era como para tener una persona de compañía, que
arreglara la casa y de pronto la ropa, porque lo que era la cocina y todo lo desempeñaba era yo. Como por tener ahí quien me acompañara» (Luz Helena).
Revista Inversa
Como lo señala Javier Pineda (2000), en el trabajo independiente se superponen las esferas de lo público y lo privado. En el caso de Luz Helena, ello significaba la fusión de jornadas de trabajo productivo y reproductivo en el hogar, aunque buena parte de sus actividades remuneradas se desarrollaban en la esfera pública. Este hecho puede ser un elemento potencial en el empoderamiento* (Pineda, 2000) de la mujer. En el caso de Luz Helena, el trabajo como independiente le permitió generar ingresos que superaban sus gastos básicos y también fue una forma de fortalecer la microempresa a cargo de su esposo. Sin embargo, valdría la pena conocer la posición de Jorge al respecto. Algunas investigaciones en Colombia y Chile (Pineda, 2000; Guzmán y Mauro, 2004, respectivamente) plantean que muchos hombres, sobre todo de sectores populares, con trabajos inestables y con bajos niveles educativos, tienden a desconocer la importancia del trabajo de sus parejas, considerando que son secundarios, incluso en los casos en los que ellas suelen ganar más que ellos. También es común que los hombres se resistan a participar en los oficios domésticos y que se presten un poco más para el apoyo de labores de cuidado de los hijos. «-Luz Helena: él siempre llegaba a las 6:00 p.m. como a ayudar a hacer las tareas [escolares de las niñas]. Él sí ha sido muy cariñoso con las niñas, con ellas fue muy querido, muy pendiente. -David: ¿y en cuanto a lo que llaman el trabajo sucio de las casas, los baños…? -Luz Helena: ¡ahhh, no, no, no, no, para nada, hhhmmm, ese es más machista! -David: ¿y para cocinar? -Luz Helena: ¡noooo! Él no sabe hacer un huevito, qué peca’o [Sonríe]» (Entrevista a Luz Helena).
«Luz Helena: él es el que arregla la casa, los baños. Sí, en ese sentido él sí le colabora mucho. Es que allá son como así, yo creo que allá tienen que ser así. -David: ¿por qué crees eso? -Luz Helena: pues por lo que he visto que la gente se ha ido allá, yo siempre veo que como que colaboran mucho los hombres. No sé los americanos en sí cómo serán, si sí son buenos… anfitriones. No sé. Pero los de aquí de Colombia que van para allá, sí. Todos» (Entrevista a Luz Helena).
Aunque no podemos saber si en la práctica se da esta alta participación masculina en los hogares de colombianos residentes en los Estados Unidos, vale la pena señalar el cambio en la representación de aquello que corresponde a la condición de hombre. Como lo señala Matthew Gutmann (2000), esa transformación es un indicativo de la capacidad humana para recrear la cultura a través del tiempo, sin negar que del decir al hacer hay aún bastante tramo por recorrer.
* Según Magdalena León, el empoderamiento implica la trasformación de las relaciones de género y «una precondición para lograr la igualdad entre hombres y mujeres». El término, ha sido utilizado con diversas acepciones «y no siempre en un sentido emancipatorio» (León, 2000: 29) sin embargo, como la autora lo indica, en la mayoría de las veces ha implicado el control que las personas tienen sobre su vida y sus agendas personales. «Por lo general se asocia con los intereses de quienes no poseen poder y se presume como una expresión de cambio deseado sin entrar en detalles sobre qué implica este cambio» (León, 2000: 30). Para saber más sobre este tema puede consultarse el trabajo de la autora referido en la bibliografía. N. de la E.
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En la respuesta de Luz Helena se evidencia que aunque la falta de participación masculina en las tareas domésticas se ve como una actitud «machista», al tiempo es considerada con cierta indulgencia: «qué pe’cao». Tal expresión, junto con la sonrisa de Luz Helena, revela más condescendencia que rechazo. No obstante, esa actitud sufre cambios generacionales. Luz Helena señala que el esposo de su hija Claudia «colabora» mucho más en la casa:
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Otro de los aspectos en los cuales se presentan cambios es en la educación de las mujeres. Luz Helena comenta que su esposo ha costeado las carreras de sus dos hijas y que aunque ambas ya son profesionales y ejercen, una en Colombia y otra en Estados Unidos, él constantemente les dice que pueden contar con su apoyo y financiación si desean estudiar más. Luz Helena recalca bastante la amplia disposición de Jorge para ayudar económicamente a sus hijas y de paso a ella, aunque se separaron hace 23 años. La narración sobre esta ruptura constituyó un punto nodal en la entrevista. A pesar del tiempo transcurrido, para Luz Helena resulta doloroso recordar esos momentos. Sin embargo, me habló de lo acontecido: Jorge se fue con otra mujer, situación que se vio agravada por la repulsión que la familia de origen de él presentaba frente a Luz Helena. Aunque no se trataba de una familia con mayores recursos que la suya –pues tanto ella como él provienen de sectores populares–, el color de piel de Luz Helena fue un argumento para discriminarla. Ella es trigueña mientras que la familia de Jorge es en su mayoría de piel blanca. A pesar de lo sucedido, Luz Helena supera esta situación de manera discursiva, contándome que, a diferencia de sus hijas, quienes nacieron blancas, las hijas del segundo matrimonio de Jorge nacieron «negritas».
«Yo me pegaba por los laditos»: uso estratégico de las prescripciones tradicionales de género Luego de su separación legal, Jorge y Luz Helena llegaron a un acuerdo voluntario. Él le compró un apartamento a ella y a sus dos hijas; siempre ha aportado una mensualidad considerable y también ha pagado la seguridad social de Luz Helena, quien figura como empleada de la microempresa administrada por Jorge. Este acuerdo ha sido fruto, desde mi punto de vista, de una estrategia de reciprocidad desarrollada en buena medida gracias a la iniciativa de Luz Helena, según lo deja entrever su relato:
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«sí, él me compró el apartamento. Yo le decía a él que al menos dejara a las niñas en un techo seguro. Porque también muy horrible pues pagando arriendo toda la vida. Uno no iba a saber cuánto vivía él o cuánto vivía yo, nadie tiene la vida comprada. Entonces nos dio el apartamento. De todas maneras él ha querido mucho a las niñas y les daba mucho gusto. Les dio su buena carrera, su buen estudio, cada una tenía su carrito. Él les daba mucho gusto. [...] A pesar de todo, él ha sido muy querido, se ha manejado muy bien. Nosotros llevamos una relación muy bonita. Porque, a ver, ¿yo cómo le voy a quitar a él [su rol de padre]?… cuando nos separamos las niñas estaban muy pequeñas y a mí me decía una amiga: «ay Luz Helena, usted sí es boba, pa’qué le presta las niñas a él». Y yo le decía: «¿Por qué? ¿Cómo así? ¿Cómo no se las voy a prestar? Es que son las hijas de él. Y yo no le voy a negar a él el amor de sus hijas ni a ellas el amor de su papá». Entonces yo les decía a ellas: «salgan con el papá, mímenlo, contémplenlo, háganlo sentir la persona más importante, háganlo sentir bien», y así. Y vea, él les ha dado, él se encariñó tanto de ellas, él quiere a las otras hijas, pero no tanto como a las hijas de nuestro matrimonio. Él las adora. Para mí eso fue una ventaja porque yo me pegaba por los laditos. Sí, él ha sido una persona muy noble, en cierta forma es muy noble. Porque mire que nosotros llevamos 23 años de separados y él todavía me colabora económicamente» (Luz Helena).
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Al fortalecer el vínculo afectivo entre Jorge y sus hijas, Luz Helena no sólo procuraba que éstas tuvieran un futuro seguro, sino que al mismo tiempo movilizaba intereses en aras de su supervivencia y estabilidad económica individual. Con esto no quiero juzgar a Luz Helena de utilitarista sino que
más bien, me interesa mostrar cómo en la trayectoria de vida de una persona se sobreponen formas de actuar y de darle significado a la experiencia vital que contienen rasgos propios tanto de la imagen de la feminidad ligada a las lógicas económicas de la solidaridad, como aquellos rasgos asociados a la masculinidad en tanto inclinación al interés económico y el beneficio individual. Esta confluencia se configura de manera paralela al establecimiento de una relación particular con el trabajo. Si bien Luz Helena desde un principio sacrificó su empleo en el sector formal por Jorge, todo el tiempo estuvo vinculada a actividades productivas, no sólo a aquellas propias de sus ventas, sino también apoyando moral y económicamente a su esposo. El apoyo económico recibido por Luz Helena de parte de su marido explica en buena medida que después de la separación haya podido dedicarse a trabajar de manera independiente como docente de cursos ligados a lo que ella consideraba su vocación: servir a los demás. Con la estabilidad representada en una casa propia y en una mensualidad, Luz Helena podía realizar labores con horarios flexibles e incluso con remuneraciones propias de un tipo de trabajadora bastante altruista: Revista Inversa
«[Luego de la separación] empecé a trabajar con la Sociedad de San Vicente de Paúl, que es una sociedad sin ánimo de lucro. Pero pues a nosotros sí nos pagan, nos dan como un auxilio para los pasajes y así. Allá trabajé hasta la semana pasada. Llevaba 8 años ahí. Y ya, lo que más me gusta a mí es estar entre la gente» (Entrevista a Luz Helena).
Entre Medellín y Boston, dos destinos con un mismo propósito: las nietas de Luz Helena Luz Helena renunció al trabajo en San Vicente de Paúl una semana antes de viajar a Bogotá para tramitar su visa, aún sin tener certeza sobre su viaje a los Estados Unidos. Cuando la entrevisté permanecía la incertidumbre, aunque finalmente le fue aprobada la visa y se fue. Al preguntarle qué haría si le
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9 Estas asociaciones bipolares (masculino-femenino), de las cuales hablan autoras como Benería (1999) para caracterizar las tendencias de la economía global, no se restringen a la definición del ser hombre y ser mujer respectivamente. Se trata más bien de dos significantes (Scott, 1990) que describen comportamientos, actitudes, formas de interpretar la realidad, que bien puede desarrollar un hombre o una mujer. Es por eso que suele tildarse de «afeminados» a aquellos hombres que desempeñan tareas consideradas socialmente como femeninas (por ejemplo la enfermería, caso que estudia Hernández, 2000), o de «marimachas» a mujeres que realizan oficios asociados a la masculinidad (como en el caso de la conducción de camiones, del cual se ocupa Do Santos, 2000).
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La mencionada mezcla entre imágenes de masculinidad y feminidad en la trayectoria de Luz Helena se manifiesta entonces en la alusión a la entrega y la solidaridad –valores asociados a lo femenino– y no a la búsqueda de ganancia –más vinculada a lo masculino–9 como alicientes para dedicarse a la docencia; lo cual se sobrepone a la obtención de beneficios monetarios gracias a la estrategia de «pegarse por el ladito» de la relación entre sus hijas y Jorge, su (ex)esposo. En relación con este último, cabe señalar que varias investigaciones sobre las masculinidades en América Latina destacan la figura del «varón proveedor» como un modelo que para muchos hombres significa adquirir el estatus de hombre adulto (Viveros, 2001; Olavarría, 2001; Fuller, 2001). Así, ser hombre aparece como algo que debe ser probado, y la posibilidad de proveer económicamente a una mujer y a su progenie sería una de las formas privilegiadas de hacerlo. En el caso de Jorge, a pesar de estar separado de su esposa, el peso de tal modelo se presenta bajo la forma de una manutención a larga distancia, que en ningún momento se vio forzada por medios legales apelados por Luz Helena, pero aún así superó en mucho lo que difícilmente se conseguiría con tales medios: mensualidad generosa, vivienda propia y pago de la seguridad social. La ausencia de estos beneficios seguramente significaría un menor rango de libertad para Luz Helena a la hora de decidir el rumbo de su destino, y en particular para optar por viajar a Estados Unidos siguiendo una motivación altruista.
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negaran la visa, respondió: «pues vea, si me sale muy bien por mi niña la de allá. Y si no, quedarme aquí [Sonríe]. O sea, para mí las dos cosas están bien. Si me voy muy rico y si me quedo… pues mejor». Sin embargo, más adelante Luz Helena comentó que si se iba le afectaría emocionalmente dejar sola en Medellín a su otra nieta, a quien le están buscando niñera dada la posibilidad de su viaje. Es decir que sin importar si se quedaba o se iba, Luz Helena dedicaría buena parte de su tiempo y de su ser al cuidado de otros seres humanos. Su motivo para viajar: su nieta, y su motivo para quedarse: su otra nieta. Dos destinos con un mismo propósito. El ascenso social a lo largo de la trayectoria de vida de Luz Helena, moderado pero evidente, le permitía contar con condiciones bastante distintas a las de muchas mujeres que viajan al Primer Mundo para buscar opciones de trabajo. En cualquier caso, tanto ellas como Luz Helena están marcadas por una de las principales dimensiones de la subordinación de las mujeres: la división sexual del trabajo, estructura que influye decisivamente en la definición de las identidades de género.
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División sexual del trabajo, migración internacional y «esclavitud contemporánea»
La corriente queer cuestiona esta definición bipolar del género y propone una visión mucho más plural del mismo (véase Kosofsky, 2002). También es importante destacar que en un primer momento las teorías feministas plantearon que las prescripciones de género se construían a partir de la diferencia sexual entre hombres y mujeres (Scott, 1990). De manera más reciente, algunos estudios queer han señalado que incluso la diferencia sexual biológica es antecedida por el género. Así,por ejemplo,en su artículo «Los sexos ¿son o se hacen?», Maffia y Cabral (2003) señalan los casos de personas que al nacer tienen un clítoris considerablemente más grande que el de las mujeres promedio, o penes cuyo tamaño es mucho menor al usual, sin que ello represente una limitante a las funciones de sus organismos. En estas situaciones, la intervención quirúrgica actúa como normatizante de los cuerpos, es decir, inscribe en ellos las prescripciones de género que predominan en la cultura, las cuales dictaminan cómo debe ser el cuerpo –y con él las formas de actuar, pensar y hablar– de un hombre y de una mujer respectivamente.
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A partir de la diferencia sexual biológica, los individuos construyen una identidad de género masculina o femenina10. Cada una de estas identidades tiene distintas valoraciones culturales que, a lo largo de la historia y en la mayoría de las sociedades conocidas (si no en todas), han implicado la subordinación de las mujeres, la cual se da en los distintos planos de la vida social. Sin embargo, para los propósitos de este trabajo resulta pertinente retomar el plano de la división sexual del trabajo. El significado de «trabajo» varía según la cultura y el contexto histórico desde el cual se esté hablando. No obstante, cada vez es más frecuente que se vincule exclusivamente con actividades inscritas en el mercado laboral. Y aunque desde 1970 las mujeres han ampliado de manera masiva su participación en ese mercado, éste sigue siendo un terreno en el cual impera la imagen de la masculinidad. Por su parte, las labores de cuidado y reproducción circunscritas al ámbito privado o doméstico, casi siempre asignadas a las mujeres, tienden a ser invisibilizadas y desprestigiadas, alejándose así del estatus de «trabajo» (Comas, 1995). La asociación entre la condición femenina y las actividades reproductivas y domésticas resulta de considerar a las mujeres esencialmente como madres, tomando por sentado que la biología las ha destinado física, mental y emocionalmente a parir. Así, si los seres humanos pasan sus primeros nueve meses de vida en el vientre femenino, habría de suponerse que tal predisposición biológica debe extenderse mucho más allá de ese período, y no sólo en función de los hijos, sino de todas las personas que rodeen a las mujeres, sobre todo si son hombres. Tal supuesto –del cual me distancio radicalmente– encuentra su efectividad en la naturalización de la desigualdad de género (Comas, 1995; Bourdieu, 2000). Ésta funciona gracias a que tanto los hombres como las mujeres, interiorizan desde su infancia las prescripciones de género, coconstruyendo así el orden predominante y la inequidad asociada al mismo. Uno de los mecanismos de la naturalización es la adhesión dóxica, la cual consiste en que «los dominados aplican a las relaciones de dominación unas categorías construidas desde el punto de vista de los dominadores, haciéndolas parecer
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«Imagina que te encuentras lejos y encerrada bajo llave en un hogar ajeno. No hablas el lenguaje de tus captores. En las raras ocasiones en que sales a la calle, alguien te escolta y tienes prohibido hablarle a cualquier persona. Usualmente te alimentas de los sobrados que dejan los niños a quienes tienes que cuidar mientras cumples sobre el tiempo con los oficios de la casa. Nunca te han pagado por las tareas que realizas y la dueña de la casa abusa de ti físicamente.
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de ese modo como naturales» (Bourdieu, 2000: 50). Esto explica que existan mujeres que reivindiquen su papel de madres y amas de casa en detrimento de su autonomía individual. La asignación de las tareas domésticas y reproductivas a las mujeres, y de las labores productivas a los hombres –tendencia que prima en las sociedades occidentales–, no es una simple repartición horizontal de funciones. Se trata de una división jerárquica, toda vez que a lo masculino-productivo-público se le otorga prestigio y reconocimiento socioeconómico, mientras que a lo femenino-reproductivo-privado se le considera bajo, indignante, valoraciones que se condensan en palabras despectivas como «coima», «grasa» o «sirvienta», con las cuales se suele nombrar a las personas –usualmente mujeres– dedicadas a los oficios domésticos y de cuidado de niños/as. Además de lo anterior, las tareas domésticas y de cuidado pocas veces son remuneradas, y cuando lo son priman condiciones de trabajo precarias e inciertas (Barreto, 2001). Así pues, la noción de trabajo, de obra, tiende a equipararse a la condición de hombre, de manera que «la definición de la obra está androcentrada» (Molinier, 2003: 47). Frente a este fenómeno, desde 1970 las feministas han reivindicado la importancia del trabajo doméstico asociado a la condición de las mujeres, «no sólo para el mantenimiento y reproducción de la fuerza de trabajo y de las familias, sino para el funcionamiento del sistema económico» (Benería, 2006: 9). A partir de 1980, esa reivindicación se enfocó en la búsqueda de la contabilización estadística del trabajo doméstico en las cuentas nacionales, lo cual, poco a poco, ha dado lugar a que organismos como Naciones Unidas tengan en cuenta este trabajo a la hora de establecer estadísticas económicas nacionales e internacionales. Como resultado de estas acciones, ha aumentado la información cuantitativa al respecto, hecho que permite evaluar con más precisión el aporte del trabajo doméstico y reproductivo no remunerado a las economías de los países (Benería, 2006). A pesar de lo anterior, la subvaloración del trabajo doméstico y de las mujeres que lo realizan, ya sea de manera no remunerada en sus hogares o remunerada al servicio de terceros, aún persiste, y se reproduce a escala internacional junto con el aumento de la circulación de mujeres del Tercer Mundo hacia el Primer Mundo en el marco de la globalización. Lamentablemente, la mayoría de esas mujeres no goza de las ventajas con las cuales contó nuestra Luz Helena. La posibilidad de elegir con base en la tenencia de un techo, educación, ingresos y seguridad social antes del viaje es un privilegio de pocas. Más bien prima la urgencia de encontrar formas de supervivencia en otras latitudes, condicionadas por formas de trabajo precarias e incluso denigrantes, pues en muchos casos la triple condición de mujer, inmigrante y trabajadora doméstica permite hablar de la ya mencionada «esclavitud contemporánea». Esta expresión la sugirió Zarembka (2004) luego de entrevistar a decenas de mujeres latinas y de Filipinas residentes en los Estados Unidos, tanto en condición de legalidad como de ilegalidad. A continuación trascribo algunos apartes del trabajo de Zarembka:
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Aunque este escenario parece estar circunscrito a un tiempo lejano en la historia de los Estados Unidos, describe las recientes condiciones de trabajo de María José Pérez en el área de Washington, D.C. Detrás de los ostentosos céspedes y de las puertas cerradas de nuestros más ricos residentes vive parte de la gente más vulnerable en los Estados Unidos: trabajadoras domésticas inmigrantes abusadas, quienes algunas veces son víctimas de esclavitud y tráfico humano» (Zarembka, 2004)11.
La cruda situación narrada en esta cita se da incluso en el marco de contratos de trabajo tramitados con funcionarios del Banco Mundial (BM) y de la Organización de Estados Americanos (OEA). Así, por ejemplo, Dora, una de las mujeres entrevistadas por Zarembka, firmó un contrato con un agente del BM en Ghana, en el cual se establecía un horario de trabajo de 40 horas semanales. Sin embargo, cuando arribó a Washington, debía cumplir con una agenda diaria que comenzaba a las 5:45 a.m. y concluía a las 9:30 p.m. Luego de trabajar durante cuatro meses a cambio de 100 dólares al mes, Dora exigió que su contrato fuera respetado. La familia para la cual trabajaba decidió despedirla y enviarla en el siguiente vuelo a Ghana. Mientras la llevaban al aeropuerto, Dora logró escaparse. Sin embargo, su empleador se había apropiado de su pasaporte para entregarlo al Servicio de Inmigración y Naturalización (INS), exigiendo su inmediata deportación. El recurso a la amenaza ante las autoridades de inmigración es bastante frecuente en varios casos estudiados por Zarembka. Incluso en el caso de inmigrantes legales, los programas de visas en los cuales se enmarcan sus contratos suelen prohibir explícitamente que presten sus servicios a personas distintas a los primeros empleadores, quienes son definidos antes de que las mujeres viajen hacia los Estados Unidos. Esta condición de dependencia da a los empleadores un alto grado de decisión sobre las vidas de sus empleadas domésticas inmigrantes. Muchos de ellos (y de ellas) se aprovechan de la situación, no sólo al pagar pocas –o nulas– sumas de dinero a las mujeres, sino también utilizando violencia simbólica mediante el uso de términos discriminatorios como «esclava», «india»12, «criatura»; apelando a la violencia física e incluso llegando a extremos inhumanos como la utilización de collares de perros para amarrar (literalmente) a las mujeres, como lo evidenció Zarembka (2004) en algunos casos.
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Acción colectiva e intervención estatal: caminos alternativos
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Traducción libre.
La palabra «india» por sí misma no es discriminatoria, pero lo es en el contexto de violencia simbólica descrito. 12
Frente a este tipo de situaciones, se hace necesario un nueva forma de contrato social entre hombres y mujeres, que redunde en una valoración efectiva de las labores domésticas y reproductivas, así como en una repartición justa de éstas y las actividades productivas. Pero tal contrato no puede restringirse al plano de los individuos, sino que requiere de relaciones más equitativas entre las naciones, especialmente entre los países ricos y los países pobres, de manera que estos últimos no continúen siendo una bodega de materias primas y de mano de obra barata –y hasta «esclavizable»– a disposición de las necesidades del llamado «Primer Mundo». La situación podría cambiarse si el programa de visas al que acceden las mujeres que llegan a los Estados Unidos desde el Tercer Mundo para trabajar como empleadas domésticas, contemplara lineamientos similares a los establecidos en las visas para mujeres europeas que arriban a ese país para ocuparse temporalmente en esas mismas actividades. Muchas de estas mujeres se inscriben en un programa de visas marcadamente distinto al que cobija a
aquellas del Tercer Mundo. Así, por ejemplo, el programa patrocinado au pair –«un/a igual»– recluta bastantes mujeres jóvenes de clase media europea para realizar un «intercambio educativo y cultural» en el marco de visas tipo J-1. «Cuando Ava arribó en el marco del programa au pair a la ciudad de New York, fue llevada a un hotel para una sesión de orientación de una semana. Allí fue presentada a otras niñeras que estarían viviendo en la misma zona que ella, de manera que pudieran construir una red de amistad. Una vez ella se unió a la familia empleadora, recibió otro programa de orientación, donde le fue brindada información sobre recursos comunitarios y oportunidades educativas. […]. Cada mes, ella y sus empleadores debían asistir a una asesoría con un consejero, quien les ayudaría a resolver cualquier disputa o inquietud» (Zarembka, 2004: 149)13.
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En contraste con la situación anterior, el Departamento de Estado no guarda reportes ni realiza seguimiento a las condiciones laborales de muchas de las inmigrantes del Tercer Mundo que, a diferencia de las mujeres europeas inscritas al programa au pair, ostentan las visas denominadas B-1. Por tanto, la ubicación y las condiciones de trabajo de estas mujeres permanecen particularmente oscuras, lo cual potencia la posibilidad de que se presente explotación y tiende a generar situaciones como las descritas más atrás (Zarembka, 2004). Para lograr el paso de las visas B-1 a las J-1, es necesario que los Estados Unidos, así como los estados de origen de las mujeres inmigrantes consideren la situación de estas personas como un problema público. En ese tránsito, la movilización de las propias mujeres constituye un papel fundamental. Sin embargo, una de las paradojas que se presenta en este caso es que la restricción a la autonomía de las mujeres sobre sus propios cuerpos limita a su vez la posibilidad de generar redes sociales. Éstas son claves para adelantar lo que Kate Young llama «acciones generativas», las cuales consisten en «acciones que tienen la capacidad de actuar como multiplicadores de otras acciones en un proceso dinámico y permanente en el cual la comunidad se ve involucrada gradual y crecientemente» (Young, 1991: 32). Estas acciones son la base para que las mujeres politicen sus intereses prácticos de género y movilicen en la esfera de lo público sus «asuntos», tratando de conectarlos con intereses más generales de la sociedad, de manera que cobren centralidad en las agendas de gobierno. Tal movilización implica un proceso anterior de generación de conciencia entre las mujeres, para lo cual resulta fundamental la socialización de experiencias comunes, que las lleve a ver reflexivamente el contexto social en el cual se inscriben. Una vez dado este paso, también se hace necesario que los Estados jueguen un papel interventor, para lo cual deben trascender la visión idealizada del neoliberalismo, según la cual el mercado genera equilibrio social a partir de las «manos invisibles» representadas por el «libre» juego de la oferta y la demanda de bienes, servicios y personas. A pesar de las limitaciones impuestas a las trabajadoras domésticas inmigrantes, éstas han venido movilizándose por sus derechos, de la mano de activistas y organizaciones de base. Grupos como Mujeres Unidas de Maryland están formando cooperativas de trabajo desde las cuales reivindican el mejoramiento de las condiciones en las que realizan su trabajo (Zarembka, 2004). Estos espacios constituyen un ambiente para buscar soluciones frente a necesidades prácticas del género femenino, entre ellas la supervivencia digna, la posibilidad de generar recursos para sí mismas y para enviar remesas a sus
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Traducción libre
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familias de origen. Por otro lado, configuran un marco de reflexión que permite generar conciencia frente a condiciones estructurales de opresión de la mujer (la división sexual del trabajo, entre otras), como ha sucedido en el caso las organizaciones de inmigrantes latinas despedidas de empresas manufactureras. En esas organizaciones, la acción colectiva de las mujeres ha creado un ambiente de apoyo, así como de toma de conciencia, no sólo frente al trasfondo social y político que genera condiciones de sufrimiento personal ante la explotación y la posterior pérdida del empleo, sino también frente a las condiciones desiguales entre hombres y mujeres, legitimadas por un orden social antidemocrático (Yoon Loui, 2003).
Consideraciones finales
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Los casos y análisis que he presentado hasta aquí permiten señalar por lo menos dos cuestiones epistemológicas y políticas que considero relevantes. En primer lugar, hablar de división sexual del trabajo desde una perspectiva de género implica trascender la mirada coloquial que equipara «género» a «mujer». Como ya lo mencioné citando a Joan Scott, el género es una categoría relacional, de manera que no sólo permite comprender críticamente las relaciones entre hombres y mujeres, sino también la articulación y disyunción entre países en un sistema económico global. Podemos examinar una de las dimensiones del funcionamiento de este sistema usando las nociones de masculino/femenino entendidas relacionalmente. Tal bipolaridad toma forma en el vínculo entre Primer Mundo y Tercer Mundo, el cual está tan curtido de desigualdad como sucede en el caso de lo masculino/femenino. En las situaciones de mujeres migrantes analizadas, el Tercer Mundo opera como un cuerpo constituido de millares de mujeres que optan o se van obligadas a migrar hacia el Primer Mundo para buscar alternativas de supervivencia. Esta búsqueda no es ajena al establecimiento de relaciones económicas inequitativas entre las naciones ricas y las naciones pobres, fruto de las cuales países como Colombia entran al mercado global en condiciones de desventaja, toda vez que sus productos y su gente son menospreciadas ante mercancías inmateriales altamente valoradas en la sociedad del conocimiento. Esta desigualdad no es un fenómeno nuevo, sus antecedentes pueden rastrearse en eventos como los ocurridos en 1492, cuando el oro americano subsidió el despegue del capitalismo europeo dejando tras de sí millones de hombres asesinados, mujeres violadas e infantes huérfanos/as (Tovar, 1997). Desde ese entonces hasta hoy, la desigualdad entre países ha estado acompañada de imágenes que identifican a Europa (y a Estados Unidos) con la civilización, el conocimiento y la tecnología, mientras que América y las naciones llamadas tercermundistas son asociadas con la ignorancia y con la madre naturaleza (femenina), supuestamente necesitada de una intervención humana (masculina) que la encauce hacia el progreso. Lo anterior constituye entonces no sólo una cuestión epistemológica, toda vez que evidencia la riqueza conceptual de la categoría de género para interpretar diversas realidades sociales, sino que a la vez es un asunto político pues invita a reivindicar valores feminizados (el cuidado del ambiente y los intercambios recíprocos, por ejemplo) como fuentes de resistencia ante el sistema económico desigual imperante. En segundo lugar, los análisis planteados en este texto recalcan aquello que han señalado con vehemencia feministas negras desde la década de 1980: la importancia de desarrollar análisis de género que comprendan las múltiples e incluso desiguales relaciones entre mujeres y no sólo entre los sexos. No todas
las mujeres son iguales. No todas enfrentan el orden de género imperante del mismo modo. Su condición de clase, etnia, edad, origen regional, así como su capital social y simbólico hacen que se inscriban de manera diversa en el orden actual. Estas consideraciones permiten generar un conocimiento situado (véase Arango, 2005), que en los casos analizados aquí se traduce en comprender que las motivaciones y condiciones de migración internacional de personas como Luz Helena sean tan distintas a las de mujeres del Tercer Mundo con otro tipo de posición y capital económico y social. Eso también explica que las condiciones en que viajan mujeres francesas a los Estados Unidos para desarrollar tareas domésticas sean tan opuestas a aquellas que enfrentan mujeres que llegan al mismo destino pero desde otros países como Filipinas, motivadas no por la curiosidad y las ansias de vivir nuevas experiencias en un lugar distante, sino ante todo por la necesidad de garantizar su supervivencia y la de sus parientes cercanos.
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ANÁLISIS
Revista Inversa, Vol. 2, No.2 (2006): 22-36.
Juan Gregorio Palechor:
Tierra, identidad y recreación étnica
Myriam Esther Jimeno Santoyo mejimenos@unal.edu.co Profesora Asociada Departamento de Antropología Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá
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Palabras claves Identidad indígena, etnicidad, identidad étnica, minorías indígenas.
Key words Indigenous identity, ethnicity, ethnic identity, ethnic minorities.
Recibido: 19/12/2006 En revisión desde: 19/12/2006 Aceptado para publicación: 25/12/2006
Resumen En este artículo se discuten las nociones de territorio y reclamos territoriales y su papel en la recreación de identidades étnicas, especialmente a partir del caso de un dirigente indio del sur de Colombia, Juan Gregorio Palechor, uno de los primeros líderes contemporáneos en abrir la perspectiva de la lucha por una política indígena en el país. El relato autobiográfico de Palechor es muestra de cómo las sociedades indias construyen identidades contemporáneas distintivas, en las que se incorporan discursos políticos de variado origen incluyendo el de intelectuales y activistas de izquierda, y en el que la identidad étnica es un collage de confluencias de niveles y aspiraciones variadas, donde grupos e individuos interactúan para proyectar una siempre renovada «política propia». Abstract This paper discusses the notions of territory and territorial claims and its role in the reconfiguration of ethnic identities, focusing on the case of an indigenous leader of the south of Colombia: Juan Gregorio Palechor, one of the first contemporary leaders in widening the perspective on indigenous political struggle in this country. Palechor’s autobiographical account is an example of how indigenous societies construct distinctive contemporary identities which incorporate political discourses of multiple origins, including left intellectuals and activists’; ethnic identity becomes here a collage of converging levels and aspirations where groups and individuals act together to cast an always renewed «policy of their own».
n1 el terreno movedizo de las identidades colectivas, en sus mutables construcciones, es difícil encontrar categorías empíricas o analíticas que permitan entender y ligar las construcciones circunstanciales y las de largo plazo, las identidades múltiples, la articulación entre los sujetos locales y las influencias universales. Incluso existen muchas dudas sobre el valor explicativo de las nociones de identidad. Buena parte de las dificultades conceptuales respecto a la noción de identidad étnica residen, probablemente, en el enfoque que ve la etnicidad como producto de un momento histórico particular del grupo social, o basada en un conjunto de hábitos culturales relativamente estables y homogéneos, como lo discute Kay Warren en relación con Guatemala (Warren, 1991). Pero si se ve la identidad étnica como la plantea Warren (ver ensayos en Chapman, 1989 y Bonfil, 1987), menos como una «gramática de dicotomías», incontrovertida, homogénea y no problemática dentro del grupo social, si se le resta importancia a la oposición reactiva a la absorción, y se entiende la etnicidad como un «collage de significaciones colectivas» (Warren, 1991) con discontinuidades y diferenciación interna, la noción puede dar cuenta de la identidad como proceso individual y colectivo, específico en sus construcciones, pero limitado en el tiempo y relativamente precario en su articulación interna. En la identidad, vista como proceso, tienen cabida las formas de resistencia y negociación de los cambios culturales, la aprobación diferencial por el grupo social y la revitalización y la reinterpretación de determinadas tradiciones culturales (Warren Op. Cit.). En este trabajo me interesa discutir en particular, las nociones de territorio y reclamos territoriales y su papel en la recreación de identidades étnicas, especialmente a partir del caso de un dirigente indio del sur de Colombia. Ciertos temas de la cultura operan como conectores de planos múltiples de la etnicidad y de su renovación en el mundo contemporáneo. Estos temas tienen la peculiaridad de retomar aspectos del pasado, pero se sitúan en el presente y nos recuerdan, como plantea E. Bruner, que la etnicidad es una construcción del mundo moderno y es continuamente reinventada (Bruner, 1986 y citado en Warren, 1991). Uno de estos temas es el de los reclamos territoriales. El territorio, los reclamos territoriales, son un punto de referencia común a muchos movimientos étnicos, especialmente en Latinoamérica. Sirven como punto focal de nuevas identidades colectivas y son, simultáneamente, área de confluencia y conexión entre los reclamos e identidades puramente locales con lo nacional y lo global. Mediante un proceso en el cual lo étnico asume un definido carácter político se reubican los reclamos, rebasando la comunidad local y las autoridades regionales, para interpelar a las autoridades nacionales, la legislación estatal y la arena internacional. En este sentido, el territorio sirve para que lo étnico se sitúe en un ámbito no sólo contemporáneo sino global, universal y obre como vía para la reinterpretación de las tradiciones y del conjunto simbólico que sustenta las nuevas identidades colectivas. Los reclamos territoriales son un tema aglutinante e integrador de motivaciones y discursos de diferentes actores, incluso de aquellos externos a la comunidad: antropólogos, religiosos, activistas de derechos humanos, intelectuales, etcétera. De allí la peculiar forma en que los reclamos étnicos en países de América Latina invocan ora tradiciones culturales, ora derechos de inspiración liberal o radical.
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1 Ponencia presentada en el Simposio «Sacred Lands, Threatened Territories: Contested Landscapes in Native South America» en el 48ª Congreso Internacional de Americanistas en Uppsala, Suecia en Julio de 1994. La versión que se presenta aquí es una reimpresión del artículo que apareció publicado en la revista Alteridades Volumen 6, No. 11 (1996): 97-106. Damos gracias al Comité Editorial de la publicación y a Giralda Pedraza Ortega asistente editorial, por permitirnos realizar la divulgación de este documento.
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Oscar Javier Reyes Chiriví
El territorio étnico condensa nociones de pertenencia y peculiaridad junto con las de contraste, alteridad y diferencia frente a otros, cualidad que le permite convertirse en símbolo político renovado que une las comunidades locales en sus luchas inmediatas y contingentes con el discurso político-étnico de orden general, nacional, y se desdobla en variedad de matices asumidos tanto por los indios como por los no indios, en el seno de luchas políticas globales. La razón por la cual el territorio, la defensa de la territorialidad, se adopta como mecanismo de aglutinación simbólica de la identidad étnica, tiene que ver con niveles diferentes de la historia y de la dinámica de los grupos amerindios. La organización y significación del espacio adquieren un sentido peculiar en esa relación histórica, más allá de su importancia amplia en la identidad social humana. En la relación entre los grupos amerindios y los colonizadores españoles, desde fechas muy tempranas, se intentó fijar y delimitar los territorios de indios. Su propósito fue variado y contradictorio. Por una parte, se buscó el control sobre la población, los tributarios de impuestos, la mano de obra y las almas indias. Por otra, se pretendía proteger a esa población del exterminio por los abusos de los conquistadores y crear estructuras de mediación entre la corona española y el grueso de la población india. Para lo primero, las figuras jurídicas fueron los resguardos de indios, que delimitaban los derechos territoriales de cada grupo social. Para lo segundo, los cabildos de indios, que servían de autoridad interna, con funciones establecidas y actuaron como correa de transmisión frente a las autoridades coloniales. A través de estas instituciones coloniales se expresaron, por siglos, los conflictos entre las sociedades indias y la sociedad no india. En la sociedad colonial y en la republicana se asoció la pertenencia indígena, tanto jurídica como socialmente, con la pertenencia a un territorio de resguardo. Quienes estaban por fuera caían en dos categorías: eran campesinos sin distintivo étnico o eran salvajes de los territorios periféricos, como la Amazonía. Así, el territorio adquirió y reforzó su calidad de forma de distinción étnica y sirvió como garantía de supervivencia del grupo social, además de medio de acceso a la tierra, acaparada por hacendados y disputada con campesinos. Por ello no es extraño que, en fechas recientes, cuando se revitalizan los movimientos indígenas y se convierten en movimientos sociales vastos, no sólo los reclamos de respeto y ampliación territorial cobren mayor fuerza, pues siempre han estado presentes, sino que además, tomen las figuras coloniales, resguardo y cabildo, como los medios idóneos para asegurar la identidad india, tanto que muchos grupos indígenas, quienes por su ubicación geográfica marginal nunca los tuvieron, los adoptaron como bandera reivindicativa. Para la consolidación de los movimientos indios que surgieron a finales de los años sesenta, varios indígenas jugaron un papel personal destacado; recogieron el tema territorial y, al otorgarle preponderancia, crearon a su alrededor nuevos significados. Sobre todo, convirtieron al territorio en símbolo político que trascendió su vínculo inmediato con una comunidad particular. Para mirar ese proceso, me basaré en el testimonio autobiográfico de un dirigente indio colombiano desaparecido hace un par de años (1992), Juan Gregorio Palechor, oriundo del suroccidente de Colombia, de una de las pocas áreas del país con apreciable concentración de población indígena. Palechor fue de los primeros dirigentes contemporáneos en abrir la perspectiva de la lucha por una política indígena, donde los reclamos territoriales locales y la
arena política nacional2, adquirieron una nueva dimensión. No alcanzó, sin embargo a desarrollar todas sus consecuencias personales y de ideología política.
Juan Gregorio Palechor, de la comunidad a la nación Hace algún tiempo, cuando realizaba el relato autobiográfico de Juan Gregorio Palechor, le pregunté por qué se consideraba indígena si su grupo ya no conservaba la mayoría de los rasgos considerados como indígenas. Entonces respondió: «Nosotros nos reivindicamos como indígenas porque a pesar de perder la lengua, todavía tenemos el cobijo indígena, nos gobierna el cabildo y estamos bajo resguardo3. [...] A pesar de haber perdido costumbres pensamos que si no nos organizamos [como indígenas] nos extinguen. Pero queremos sobrevivir».
Narra a continuación que su antepasado Valerio Palechor fue general o capitán en la guerra civil de fines del siglo XIX4 llamada la Guerra de los Mil Días y cómo de allí se desprende el liderazgo de familia como «visibles en la comunidad». Con una responsabilidad frente a los antepasados, la «visibilidad» debe mantenerse en el presente. Sin embargo, un examen de archivo histórico muestra que el antepasado en cuestión con dificultad podría haber participado en esa guerra, pues estaría en edad muy avanzada en ese entonces. En la narrativa de los relatos de vida se fusionan mito y realidad, componentes significativos de igual valor. Los miedos y las fantasías, los
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2 Colombia tiene alrededor de 500.000 indígenas, pertenecientes a una gran variedad de grupos étnicos. Se cuentan 85, con 64 lenguas habladas diferentes. Son una minoría demográfica entre los 32 millones de colombianos. (Estos datos proporcionados por la autora corresponden a las cifras vigentes para 1994. N. de E.).
Denominación de la figura jurídica de asignación de terrenos indígenas durante el régimen colonial.
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4 Después de la guerra de independencia del imperio español, el territorio de lo que hoy es Colombia se debatió durante el resto del siglo en numerosas guerras civiles de distinta magnitud. Se enfrentaron en ellas jefes militares asociados a bandos políticos que pugnaban por el control del nuevo Estado.
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«Yo nací en el resguardo de Guachicono, municipio de la Vega, en 1923, en el propio Macizo Colombiano. Yo no quiero ser un tipo que gusta de alabarme o alabar mi familia y la gente indígena del resguardo de Guachicono, sino que quiero decir la verdad. Y es que yo pertenezco a una familia, que ya en estos momentos ocupa la quinta generación, y del tronco que llamamos nosotros antiguo, que se ha llamado Valerio Palechor».
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La búsqueda de la supervivencia del grupo social como culturalmente distintivo dentro de la nación, marca los movimientos indígenas colombianos contemporáneos, movimientos que se iniciaron desde comienzos de los años setenta y sirven de eje a la vida de Palechor como activista político y pionero de las nuevas organizaciones indígenas. Juan Gregorio Palechor nació en uno de los territorios indios del sur de Colombia, el suroccidente del Cauca, donde aún se conservan territorios comunitarios con autoridades propias: los cabildos de indios. El idioma nativo desapareció hace más de una centuria y en muchos aspectos los indígenas son semejantes a los campesinos que los rodean. Pero la identificación expresa y activa de la comunidad, en este caso el resguardo de Guachicono, es como indígenas. Y el punto central del contraste con los campesinos es habitar o provenir de tierras comunitarias reconocidas, del resguardo. El resguardo de origen de Palechor se enclava en un nudo montañoso de la Cordillera de los Andes, el Macizo Colombiano. Ha tenido una historia de contacto desde el siglo XVI, que incluso llevó a la fusión de unos pocos sobrevivientes de la población prehispánica con grupos indígenas de otras provincias, quienes la repoblaron (Friede, 1944; Romoli, 1962; Zambrano, 1992 a y b). En el relato de su vida, Palechor destaca en primer lugar una de las razones por las cuales dedicó su vida al movimiento indígena, el deseo de acatar un mandato de familia:
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Se conoce esta explosión popular como el «Bogotazo», 9 de abril de 1948.
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incidentes dramatizados y dejados en el silencio o en el olvido, conforman las metáforas de la memoria (Samuel y Thompson, 1990). A partir de ellos como unidad, se pueden estudiar acontecimientos y eventos históricos, tanto como categorías y marcos culturales que estructuran la experiencia colectiva y la de los individuos, dotándola de valores emocionales y cognitivos. En este tipo de relatos es posible verificar no sólo comportamientos sino maneras de pensar, visiones del mundo, con sus variedades individuales (Queiroz, 1983: 48). Lo que se dice y la forma como se dice son reveladores, de manera que son importantes los hechos, las circunstancias, tanto como las propias interpretaciones y divagaciones. Las experiencias se analizan desde el recuerdo y la experiencia vivida, a través de la subjetividad expresada en el relato. Su análisis, su verificación y confrontación permiten un proceso de objetivación (Queiroz, 1983; Piña, 1991). Palechor muestra en el relato un mandato de familia que en la memoria familiar, diferente de la histórica, se prolonga ya por cinco generaciones, y es una razón superior que compromete e impulsa a la actividad dentro de la comunidad. De hecho, si bien el antepasado difícilmente pudo ser general en la guerra, se encuentra documentada su actuación en contra de la disolución de las tierras comunales indígenas, como cabeza de la comunidad. En documentos de archivo aparece como dirigente destacado en la lucha de 1830 contra la disolución de los resguardos indios del Macizo Colombiano y, en particular, como miembro del cabildo indio que se opuso a las medidas contra el resguardo de Guachicono. De niño, el mismo Juan Gregorio presenció el enfrentamiento con «mestizos» que invadieron tierras del resguardo, enfrentamiento que comenzó en los linderos del resguardo y se prolongó largos años en estrados judiciales, con éxito para los indígenas. Quizás de allí aprendió el valor de los reclamos escritos ante la justicia. Desde los años cuarenta, a partir de la experiencia del servicio militar obligatorio, que significó el primer gran desprendimiento de su vida dentro del resguardo, Palechor buscó activamente participación en movimientos políticos. Perteneció desde entonces a varios, con el denominador común de ser disidencias de uno de los partidos tradicionales en la política colombiana, el partido liberal. Los contactos con la sociedad no indígena se habían iniciado con la asistencia a la escuela local, continuaron con las movilizaciones de los pobladores de su resguardo en contra de las invasiones de campesinos no indígenas, y, poco después de finalizado el servicio militar obligatorio, con la adhesión militante al dirigente político del partido liberal, Jorge Eliécer Gaitán. Gaitán fue un verdadero caudillo nacional quien, durante algo más de una década, conmovió con su fogosa oratoria contra las oligarquías y contra los dirigentes partidistas tradicionales, movilizando y logrando profunda adhesión en capas medias urbanas y rurales, artesanos, pequeños comerciantes y campesinos, de un país en ese entonces rural. Palechor encontró en él una expresión de su inconformidad, la denuncia de la pobreza rural, el ideal de una sociedad de pequeños productores. Tal vez no fue despreciable en su militancia que Gaitán tuviera el desdeñoso apodo de «el indio», para recordar su extracción popular. El gaitanismo tuvo su auge en los años cuarenta y culminó con el asesinato nunca esclarecido de Gaitán en 1948, cuando era candidato a la presidencia de la República, hecho que originó una insurrección espontánea especialmente grave en la capital5.
Como dirigente del sur del Cauca, Palechor fue decisivo para la organización. Brindaba seguridad por su discurso penetrante y altanero, si bien argumentado con base en las disposiciones legales nacionales. Su experiencia política anterior también fue importante para expandir y afianzar el movimiento.
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Palechor, entre dos mundos
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Con Gaitán inició Palechor su trabajo como activista político local; años más tarde, disuelto el gaitanismo, ya en los inicios de la década de los sesenta, cuando amainó la violencia que sacudió las zonas rurales andinas colombianas desde unos años antes del asesinato de Gaitán, acudió a otro movimiento disidente, el llamado Movimiento de Renovación Liberal (MRL). Por el MRL obtuvo un escaño en el concejo de la municipalidad y poco después se convirtió en líder departamental de ese movimiento, sin referencia particular al problema indígena, como no fueran alusiones referidas a la gran población rural pobre. Le enorgullecía, sí, que el indio Palechor, como él mismo se denominaba, tuviera acceso a líderes políticos como Alfonso López, que años más tarde sería presidente. Pero fue su creencia en el dirigente del MRL, Alfonso López —quien repentinamente abandonó a sus seguidores populares y pactó su entrada al gobierno bipartidista—, lo que lo alejó definitivamente de los partidos tradicionales. El final de los años sesenta y los albores de los setenta fueron inquietos, sacudidos por la aparición de guerrillas, por movilizaciones de campesinos e indígenas, por invasiones de tierras, por intentos de tímida reforma agraria. Surgieron movimientos campesinos de especial fuerza en el país. Palechor, aunque decepcionado de su militancia por el fracaso del MRL, entró a la organización campesina, y poco después formó parte de la dirección departamental de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, ANUC. Desde la ANUC, con la participación destacada de activistas intelectuales, se gestó la necesidad de una organización particular indígena. La organización indígena incipiente pronto se hizo independiente, pero abandonó su carácter nacional y renació bajo la forma de diferentes organizaciones locales; la primera de ellas, creada en 1972, fue el Consejo Regional Indígena del Cauca, CRIC, cuya peculiaridad radicó en que se reivindicaron como organización indígena basada en la unión de los cabildos indios6 de toda la región. El CRIC asumió la identidad étnica de manera expresa, orgánica, como razón de ser del movimiento mismo. Planteó reivindicaciones territoriales locales pero, por otra parte, se identificó como indígena en sentido genérico, bajo el lema Tierra y Cultura. La nueva organización, la primera de su género, agrupó a las autoridades locales indias de cada resguardo y aun crearon o recrearon «nuevos cabildos» en sitios donde los resguardados habían sido extinguidos por diferentes disposiciones. En el Consejo Regional participaron las principales etnias indias del Cauca Andino, Paeces, Guambianos y Yanaconas y otros grupos más asimilados como los llamados Coconuco, de manera que su etnicidad no se sustentó en ningún grupo étnico-cultural particular. La organización adelantó recuperaciones de antiguas tierras de resguardo en manos de hacendados y aun de la Iglesia católica en la región del Cauca. Reclamó cambios en la educación para indígenas, pidió respeto para las lenguas nativas y el fin de las ataduras serviles de los indígenas caucanos a las haciendas de esa región.
La figura del cabildo en sí misma contiene la dualidad de su origen exógeno, colonial, pero también su asimilación por las culturas indígenas, especialmente las del Cauca, para quienes es institución propia. En ella se expresan formas internas de liderazgo y control y se resuelven conflictos, pero al mismo tiempo es la entidad que los representa frente al mundo no indígena.
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Dirigente indio que encabezó una vasta protesta indígena contra la dominación de los hacendados en el suroccidente del país, en el Cauca, tierra de Palechor, alrededor de 1915. Encarcelado por años, al salir intentó en otra región colombiana la conformación de un movimiento indio nacional y encabezó en este la defensa de tierras indígenas.
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Se volvió un organizador central, para lo cual influyeron rasgos opuestos en apariencia aunque altamente valorados en las sociedades rurales: el manejo de la palabra, la capacidad de oratoria y, por otro lado, la capacidad de leer y escribir fluídamente español y el conocimiento de la legislación nacional. En la nueva organización podía no sólo acceder a múltiples documentos, sino escribir cartas, peticiones, denuncias y memoriales de respaldo a peticiones indígenas. Esas comunidades, como muchas otras rurales, se mueven en la frontera entre el mundo de lo escrito y lo oral. La mayoría asiste a la escuela oficial, pero sólo pocos alcanzan destreza en la lectoescritura. De hecho, se han visto obligados a manejar los títulos de propiedad y otros documentos escritos para comunicarse con el mundo colombiano. Aún así, este conocimiento es habilidad de minorías, pues la mayor parte de la transmisión de su conocimiento y de su reproducción social se hace a través de medios y fuentes orales. Por lo regular, precisan de intermediarios para su desempeño en lo escrito. El control de la escritura y el lenguaje de las leyes significa el control de los grupos sociales en las condiciones de las relaciones interétnicas en numerosas sociedades indias. Dice Carlos Iván Degregori, refiriéndose a los Andes peruanos, que arrancar el monopolio del conocimiento equivale al robo del fuego, pues el monopolio del castellano, de la lectura y la escritura, permite el ejercicio de la «dominación total» (Degregori, 1990). Por ello no es extraño encontrar la reivindicación de la educación como fuente liberadora, o la escritura como el medio que figuras sagradas eligen para consignar derechos y prescripciones, como en el caso de los Paeces del Cauca. A comienzos de siglo ya numerosos dirigentes indios, y principalmente Quintín Lame7 habían hecho de la escritura un vehículo para reclamar y defender sus tierras (ver Rappaport, 1987 y 1990), una forma de relación interétnica. En estas sociedades, el predominio sobre ellas es también el predominio de lo escrito, que asume una importancia decisiva. A través de lo escrito se legitiman y se defienden los derechos básicos de la comunidad frente a la sociedad no indígena e incluso lo escrito puede ser revelado y sancionado por eventos extraordinarios de carácter sagrado tradicional. Lo escrito, los documentos escritos y quien maneja la escritura, adquieren así con frecuencia un status especial, e incluso en algunos casos se reviste de poderes sagrados que permiten defender derechos reclamados (ver Rappaport, 1987 y 1990). Por ello, la habilidad de Palechor bien para conmover a través de largos, elaborados y humorísticos discursos, bien para redactar, le hicieron valioso en la dirigencia del CRIC y conocido entre los interlocutores blancos, quienes temían sus agudos comentarios. Palechor otorgó especial valor a la escuela rural, si bien asistió allí pocos años. La escuela seguía un esquema autoritario, vertical y religioso, despectivo de lo indígena. Pero para Palechor, ésta le abrió canales de expresión que redundaron en prestigio entre los suyos, pues con el tiempo le permitió dirigirse al mundo cifrado de los blancos a través de uno de sus elementos predilectos, las leyes. Durante muchos años existió en las comunidades rurales colombianas un abogado autodidacta denominado «tinterillo», una clase de intelectual campesino, quien justamente servía de puente entre lo externo y una serie de necesidades de comunicación ajenas a la generalidad de la población. A menudo estuvo ligado al poder de hacendados, comerciantes y gamonales locales, pero también en algunos casos se convirtió en dirigente político disidente. Las persecuciones a los seguidores políticos de Gaitán y los cruentos enfrentamientos partidistas que se prolongaron por casi una década, llevaron a
Palechor a aislarse de la política, dedicado a cultivar una pequeña parcela fuera del resguardo y al trabajo artesanal. Pero ante todo, en este tiempo desarrolló su habilidad para interpretar las leyes colombianas y servir así como «tinterillo», litigando como abogado de facto en pequeños pleitos y querellas locales. Algunas se referían a los esporádicos conflictos con no indígenas sobre las tierras, pero en su mayoría, a los numerosos conflictos menores que estallan entre los pequeños pobladores rurales. De allí provino en buena medida su prestigio en la comunidad. Entre las razones para desempeñarse de «tinterillo», dijo,
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«[…] de todas maneras me dí cuenta desde la escuela [...], por mi propia cuenta y en el ejército, el derecho que debe tener el hombre y es de que no debe sentirse humillado a otro hombre. Entonces yo diré que había que poner mucho cuidado a las necesidades que existían entre vecinos […] Desempeñé un papel digamos de colaborarle a los vecinos, sobre todo a la gente más débil [...] en el sentido de que los deshonestos aprovechaban que hubieran conflictos [...] para ganarse un pleito. [...] Pero no sabía absolutamente nada de cómo lo podía desarrollar y rompí cabezas, hasta que logré comprender cómo podía enfocar un memorando para presentárselo a las autoridades competentes...».
En el primer pleito, en defensa de un pequeño terreno de un pariente de su mujer. «[…] El alcalde vino arbitrariamente a entregar (a otro) la tierra [...] Dije al alcalde, como el señor no tiene vocero, le pido aceptarme a mí. Me vio remendado y casi por burla me aceptó [...] Pedí ver los documentos antes de tomar resolución. De la parte mía presenté escritura8. El conservador (quien quería apoderarse de la tierra) se enojó: -Vos indio, no tienes ni cara de gente. -Le dije hablemos de leyes y no de cosas personales. Alegué y alegué [...] El alcalde dijo que iba a entregar la tierra [...] Seguí alegando [...] Le dije, -si usted no resuelve hay superiores y hay leyes que pueden resolver esto. El alcalde se asustó y gané mi primer pleito...».
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A partir de esa actividad, paulatinamente, construyó y consolidó la imagen de un campesino intelectual, apto para moverse en dos mundos. Se apoyó en su capacidad de oratoria y en una narrativa oral que recogía tradiciones y se fundaba en una tradición familiar, pero que al mismo tiempo podía servirse de lo escrito para presentar reclamos y peticiones para su comunidad. Con el tiempo fue una forma de intelectual indio que partió del antiguo tinterillo y político local para transformarse en un activista de derechos étnicos más allá de su localidad, en el campo nacional. Pero entre otras razones, fue justamente ese carácter de transición entre la antigua figura del político local y los nuevos liderazgos indios, lo que lo volvió incómodo dentro de la organización del CRIC. Los alegatos jurídicos, apoyados en numerosas disposiciones y la habilidad discursiva para sustentarlos en relación con cada caso, eran la forma de demostrar el derecho. Pero esta forma y su retórica fueron cada vez más ajenos en las nuevas organizaciones indias que tomaron, en cambio, el lenguaje de los grupos de izquierda, con apariencia más radical. Como autodidacta, Palechor se sirvió de la prensa escrita muy poco conocida entre las comunidades indias y también acudió a la literatura marxista de los años sesenta y setenta, y en general a la literatura política contestataria, si bien nunca se adscribió a corriente marxista o izquierdista alguna. Esta negativa le trajo la animadversión de dirigentes y consejeros no indígenas del mismo CRIC.
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Documento con el cual se certifica la propiedad sobre un bien.
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Los comentarios y experiencias de los sociólogos Teresa Suárez y Pedro Cortés sobre la actividad de Palechor como organizador me fueron de gran valor.
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Ciertos rasgos personales situaron a Palechor, simultáneamente, dentro y fuera de la comunidad india y quizás le permitieron que se destacara, proyectado hacia fuera. Por una parte, su salida hacia una pequeña parcela fuera del terreno comunitario del resguardo, aguijoneado por la estrechez de sus tierras que no daban cabida a las generaciones más jóvenes. Por otra, el matrimonio con una campesina pobre, no indígena y el servicio militar, que lo pusieron en contacto con la complejidad de la sociedad nacional. Esas circunstancias le permitieron escapar a las presiones de homogeneización interna y le dieron una perspectiva del mundo de fuera. La facilidad de expresión de Palechor fue importante para consolidar al CRIC y divulgarlo nacionalmente9. La capacidad de «hablar bien» forma parte de la valoración cultural de numerosas comunidades indias y campesinas. Palechor llevó la representación indígena en numerosas e importantes oportunidades. Él recordaba con particular orgullo su intervención en el centro de la ciudad de Bogotá, en la Plaza de Bolívar, en una populosa manifestación en pleno auge de la organización campesina ANUC. Otras intervenciones frente organizaciones campesinas, sindicatos o universitarios, frente a ministros del despacho o al mismo presidente Alfonso López Michelsen, lo hicieron conocido. Durante la consolidación del CRIC, entre 1973 y 1979, Palechor desplegó dos características importantes: la capacidad de trabajo arduo, constante, recorriendo comunidad a comunidad las montañas del Cauca sin mermar frente a las amenazas de muerte, y su capacidad como agitador político, tanto entre indígenas como en las ciudades. Recuerdan quienes caminaron con él, que después de jornadas agotadoras y con poco espacio donde descansar, unos cuantos apuntes de humor hacían recobrar el ánimo de los activistas extenuados. Las tomas de tierras y la movilización indígena escandalizaron a la cerrada sociedad hacendil regional y pronto hicieron su aparición los asesinatos de dirigentes. El CRIC contrariaba también las corrientes marxistas ortodoxas, algunas de éstas organizadas en guerrillas, que reivindicaban la llamada lucha de clases y menospreciaban el movimiento como expresión «atrasada» de nativismo. El CRIC acogió, sin embargo, a intelectuales menos ortodoxos, quienes cumplieron el papel que menciona Alcida Rita Ramos para los Yanomami: fustigaron la imaginación indígena enfatizando una unidad imaginada entre los indígenas, tanto de la región como del país, ansiosos por apoyar derechos territoriales y crear una conciencia común (Ramos, 1993: 11). Estos intelectuales en desacuerdo con las organizaciones políticas o con la ortodoxia doctrinaria marxista apoyaron un movimiento que parecía sin futuro, carecía de antecedentes recientes y sobre todo, desafiaba la teoría que reducía el conflicto social a las clases sociales y desconfiaba de los reclamos étnicos. Su importancia radicó en poner a disposición del naciente descontento en las zonas indígenas, elementos conceptuales y de conocimiento sobre el país, que permitieron una formulación general del problema indio, más allá de una u otra reivindicación, de una u otra localidad, y construyeron una conciencia colectiva supraétnica. Construyeron una comunidad imaginada en torno a la categoría «indígena». Algunos de estos intelectuales estuvieron vinculados a los procesos institucionales de reforma agraria de los años sesenta y su conocimiento del país permitió que los indígenas se conocieran y, más tarde, tuvieran contacto entre sí. Recordemos la dispersión geográfica de los indígenas colombianos, que lleva al desconocimiento casi total entre ellos.
El Consejo fue creado el 24 de febrero de 1971 en Toribío. Sus programas principales se enfocan en tres ejes básicos: proyecto político (que incluye las áreas de capacitación, comunicación y jurídica), proyecto social-cultural (salud, mujer y educación) y proyecto económico (salud y medio ambiente). Su plataforma de básica de lucha, puede resumirse en nueve puntos: (1) Recuperar las tierras de los resguardos, (2) Ampliar los resguardos, (3) Fortalecer los Cabildos Indígenas, (4) Eliminación del terraje, (5) Difundir las leyes relacionadas con los pueblos indígenas y luchar por su justa aplicación, (6) Defender la lengua, costumbres y la historia indígenas, (7) Fortalecer a los profesores indígenas, (8) Fortalecer las empresas económicas y comunitarias de los pueblos indígenas y (9) Defender los recursos naturales y ambientales de las comunidades indígenas. N. de la E.
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*El Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) tiene como misión principal la defensa, promoción y aplicación de los derechos fundamentales de las poblaciones indígenas del departamento del Cauca y de Colombia. El Consejo se encuentra conformado por comunidades y autoridades tradicionales, quienes mediante reuniones periódicas definen sus políticas, actividades y directivos. El CRIC tiene un área de influencia en todo el departamento del Cauca, específicamente en 73 territorios indígenas distribuidos en 7 zonas: Centro, Norte, Oriente,Tierradentro, Nororiente, Occidente y Sur.También tiene un área de influencia en tres zonas de apoyo en el departamento: Costa Pacífica, Bota Caucana y Reasentamientos.
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El CRIC* se dirigió a las autoridades locales y nacionales con sus reclamos y se afianzó primero como organismo regional, pero con interlocutores nacionales. Una vez que se afianzó y expandió regionalmente contactó indígenas del resto del país, estimuló la creación de nuevas organizaciones indígenas locales y regionales y, a comienzos de los ochenta, a pesar de los indicios de resquebrajamientos y las divergencias internas, apoyó la fundación de una organización nacional, la Organización Nacional Indígena de Colombia, ONIC. Poco tiempo después, sin embargo, entró en escena otra organización indígena nacional con orientación divergente, Autoridades Indígenas de Colombia, AICO, que ha consolidado su propia influencia regional y nacional. La ONIC ha buscado federar numerosas organizaciones locales y regionales que se gestaron en ese lapso, convirtiéndose en interlocutora de las agencias estatales y mediadora en los conflictos indígenas de todo el país. Es notorio que los reclamos de las organizaciones indígenas de todos los niveles aceptan al Estado nacional como su propio límite y, a pesar de variedades internas en su discurso, donde fugazmente se mencionan naciones indias, no pretenden la segregación, sino el reconocimiento estatal de su existencia como opciones culturales con derechos especiales. A medida que el CRIC y la Organización Nacional Indígena ONIC se expandieron nacionalmente y ganaron credibilidad como voceros de los indígenas del país, contaron cada vez más con el apoyo monetario de agencias no gubernamentales de los países en desarrollo. Estos recursos les permitieron contratar asesores, abogados y otros profesionales, que debían apoyar las acciones judiciales y los diversos programas de organización, salud, educación, en un papel subordinado por completo a la dirección del movimiento. En la dirección permanecieron contados intelectuales de aquellos que colaboraron en la fundación de la organización. La mayoría de los primeros se alejó paulatinamente, en buena medida por tensiones internas sobre la orientación y el control del movimiento. En este proceso Palechor ya no fue tan necesario. Su compromiso con las recuperaciones territoriales y su crítica al Estado, se consideraron demasiado acerbas, pues creían que no dejaba suficiente espacio para lograr acuerdos con el gobierno. Su discurso político, en cambio, parecía poco radical, demasiado marcado por un lenguaje liberal reivindicativo. Su habilidad como intelectual autodidacta fue sobrepasada por los asesores contratados por la organización, ya no aprendices de leyes, sino profesionales del derecho y de otras áreas (sociólogos(as), antropólogos(as), trabajadores(as) sociales, médicos(as)). Pero sobretodo, se volvió incómodo mantener la independencia de la organización y su oposición frente a las alianzas con los grupos alzados en armas. Palechor consideraba que la alianza iba en detrimento de esa independencia y envolvía a la organización en una dinámica que impedía la reivindicación abierta y pública de la etnicidad india. Entró en contradicciones con otros dirigentes y perdió la decisiva función de tesorero, aunque siguió perteneciendo al CRIC hasta 1992, pero marginado dentro de la organización los últimos años. Su visión autodidacta de las leyes fue reemplazada por la discusión jurídica de profesionales. No alcanzó al tiempo en que los medios masivos de comunicación tomaron figuras indias, haciéndolas conocidas y familiares para los colombianos, como ocurrió en las discusiones sobre la reforma constitucional de 1991, o en las recientes elecciones presidenciales con un indígena caucano, paez, como candidato a la vicepresidencia por un movimiento producto de los acuerdos de paz con antiguos grupos guerrilleros.
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Sus reflexiones sobre el hombre indígena, así como su visión política estaban marcadas como transición entre los remotos resguardos y los escenarios de la política étnica nacional. El proceso de reforma constitucional de 1991 ilustra bien el cambio. La reforma buscó que la constitución nacional, vigente desde 1886, se volviera menos centralista, permitiera mayor participación ciudadana y diera garantías a ciertos derechos individuales y colectivos. Las organizaciones indígenas participaron activamente, en pro del reconocimiento de la diversidad étnica y derechos especiales para los indígenas y apoyaron a grupos como los afrocolombianos. Los nuevos escenarios fueron los medios de comunicación, las elecciones nacionales de constituyentes y la asamblea nacional constituyente.
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Durante buena parte del transcurso político de Palechor el único punto de reivindicación como indígena fue la defensa del territorio del resguardo. Pero el resguardo como un territorio delimitado y específico, si bien distintivo. Incluso durante años, dentro de su actividad política anterior al movimiento indígena, el tema del resguardo se desdibujó; más bien la estrechez de las tierras del resguardo lo llevaron a salir de él y conseguir su propio pequeño terreno. Su actividad era por ese entonces semejante a la de muchos otros campesinos con liderazgo local. Durante el gaitanismo asumió el discurso de Gaitán y lo reincorporó en su propio ideal de una sociedad igualitaria, una sociedad donde los campesinos y, entre ellos, los indios, tuvieran opciones de éxito. Con el MRL aspiraba a la expresión política por fuera de la alianza bipartidista que gobernó al país entre 1957 y 1980. Con el surgimiento del movimiento indígena Palechor se convirtió en activista de tiempo completo, enfatizando la importancia de construir, ahora sí, como solía repetir, una «política propia». La defensa de los territorios indígenas, bien para recuperar tierras perdidas, para ampliar las existentes o aun para obtener algo de tierra, fue el punto central del movimiento, pero ya no sólo como peticiones específicas, sino como foco de una ideología política global. Palechor revivió su identidad indígena, haciendo de ésta su identidad política, antes diluida en reclamos sociales más genéricos. Para esta nueva identidad política se revitalizaron y reinterpretaron ciertas tradiciones, no para añorarlas, sino para que la interpretación del pasado sirviera como política del presente. Las demandas locales se integraron en un discurso étnico amplio donde el indio, como categoría, pretende envolver y abarcar las peculiaridades de cada etnia y hacer de la nación y del Estado sus interlocutores, construyendo un interlocutor genérico, una comunidad imaginada (ver Anderson, 1983; Ramos, 1993). Los movimientos indígenas están muy lejos de ser tradicionalistas, no pretenden volver al pasado sino reencontrar y reinventar liderazgos y recurrir a sus fuentes de la tradición para reagruparse. La etnicidad, como dice Alcida Ramos (1993), segregada de lo político y relegada al campo de la cultura, recobró su cariz político. Los movimientos indios pasaron de la comunidad local al campo regional, a las organizaciones reivindicativas campesinas, obreras y de intelectuales. Y de allí a los foros internacionales, a la presencia política nacional, a su participación en la reforma constitucional de 1991 mediante delegados propios, al reciente candidato a la vicepresidencia por un partido que si bien es minoritario, es la
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tercera fuerza política nacional. En ese transcurso se modificaron las formas ideoorganizativas de manera que permitieran una escala, un discurso y una dirigencia nacionales. Se conformó una suerte de capa india especializada, seleccionada por su capacidad de convertir los hechos y reclamos de la cultura en hechos políticos. Pero ya en este punto son evidentes las debilidades, los dilemas y las contradicciones de la nueva etnicidad india. El discurso étnico nacional, global, integrador, ha mostrado su efectividad retórica frente a capas cada vez mayores de no indígenas, anhelantes de nuevas opciones políticas y de renovados ideales, lejanos de la política tradicional. Pero como el proceso lo ha demostrado, es particularmente arduo no perder el contacto con las necesidades y aspiraciones de los distintos grupos indígenas. Difícilmente se logra un balance entre el progreso político nacional del discurso y los espacios que obtiene y la participación de las comunidades y organizaciones locales. No es extraño que éstas vean sus propias luchas filtradas y mediadas por organismos y dirigentes indios. Cada vez más amplio, difundido por medios masivos de comunicación, el discurso étnico indio ha obtenido importantes logros, como los consagrados en numerosos artículos de la reforma constitucional de 1991. En ésta obtuvo, además del reconocimiento expreso de la diversidad étnica y cultural nacional, derechos territoriales, sobre lenguas indígenas, educación, administración territorial, administración de justicia, de recursos naturales, planes de desarrollo y derechos políticos, a través de una circunscripción política especial que permite voceros propios en el congreso. Esto último le ha permitido a varios senadores y representantes indios el acceso al organismo de discusión sobre política indígena, el Consejo Nacional de Política Indígena, donde en arduas discusiones se intenta aún dar forma específica a los derechos territoriales y de autonomía administrativa. Pero el movimiento indio ha perdido parte de su enraizamiento y su capacidad de acciones locales. Las tomas territoriales son ya ocasionales y el discurso étnico se desprende, con lógica propia, cada vez más en manos de una élite política india, rodeada por asesores no indios. La reafirmación étnica indígena ha llevado indirectamente también a la exclusión y tensión con otros sectores relegados, tales como los afrocolombianos o los campesinos colonizadores en la frontera agraria, igualmente desprovistos del acceso a tierras de labor. De la forma en que se resuelvan las contradicciones y tensiones de la etnicidad india, tanto internamente como con otros sectores sociales, de la forma como se entrelacen actores locales y nacionales, dependerá su futuro. En la construcción de una etnicidad india contemporánea el territorio ha tendido un puente entre lo particular y lo global, condensando múltiples discursos y tradiciones. La etnia salió así del campo estrecho de la cultura para asumirse como discurso político renovado. El relato de la vida de Palechor muestra cómo las sociedades indias construyen identidades contemporáneas, distintivas. En esas nuevas identidades se incorporan discursos políticos de distinto origen, incluyendo el de intelectuales y activistas de izquierda. La identidad étnica se revela como proceso de construcción histórica de conciencia colectiva, diferenciada y matizada individualmente e integrada por ciertos temas recurrentes, no sólo con sus leit motiv, sino que le sirven como medio para mantener, en contacto y adheridas, las diferentes partes y unidades que lo conforman. Son el aglutinante del collage de significaciones, que no responden
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a una esencia transhistórica o instrumental, sino que se conforman en un proceso político complejo. El proceso recuerda a los investigadores que tenemos la necesidad, como se ha enfatizado en los últimos tiempos, de ir más allá de las nociones de sociedades estables, autocontenidas, para incorporar el cambio y el conflicto como parte inherente de su proceso histórico (Ferguson y Whitehead, 1992). Así como en la vida individual de Juan Gregorio Palechor éste salió de su comunidad para reencontrarse en una identidad política con fundamento étnico que finalmente lo relegó, la etnicidad se mueve en permanente tensión, susceptible de desarraigo. Ésta es su propia naturaleza cambiante, contradictoria. Con reorganizaciones temporales y autorías múltiples, con escasas continuidades históricas (ver Warren, 1991). Pero no sólo las colectividades reinventan la etnicidad. Los individuos reconstruyen continuamente las identidades de manera personal, desde sus intereses y perspectivas. No hay una homogeneidad intracomunitaria tal donde se excluyan las motivaciones individuales de los sujetos sociales. La etnicidad, la identidad étnica son punto de confluencia de niveles y aspiraciones variadas, donde grupos e individuos interactúan para proyectar una siempre renovada «política propia».
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ENSAYO
Revista Inversa, Vol. 2, No.2 (2006): 37-61.
La civilización y el carácter: Apuntes sobre el significado del mestizaje en el siglo XIX colombiano
ojbarreraa@unal.edu.co Antropólogo Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá
Palabras claves Mestizaje, República, nación, Estado-nación, Antropología.
Recibido: 21/05/2006 En revisión desde: 26/05/2006 Aceptado para publicación: 12/06/2006
Abstract This paper provides an approach to miscegenation as a way of linking difference and diversity in the construction of Colombian national-state during republican period. The exploration of texts written by mid 19th century politicians, demonstrates the bond between racial-mix and the ideals of civilization –democracy and progresswhich guided their political projects. These political proposals answered to a contradiction between the aims of continuing with a European civilization ideal and the interests in legitimizing a new republic project. The article stresses the fact that, concerning miscegenation and nation, political proposals haven’t ceased; it also argues that this history of discursive battles regarding the mediation of difference within the national-state builds up the ground in which Colombian anthropology has established its roots. The significance of this exploration consists in tracing the relationship between anthropologic productions, discursive regimes contained in national-state projects, and the struggling political positions.
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Key words Miscegenation, nation-state, republic, anthropology, nation.
Resumen Este ensayo ofrece un acercamiento al mestizaje como articulador de la diferencia y la diversidad en el proceso de construcción del Estado-nación colombiano durante el período de la República. La exploración de los escritos de algunos políticos de la segunda mitad del S. XIX evidencia el vínculo existente entre el mestizaje y los ideales de civilización -progreso y democracia- que guiaban sus proyectos políticos. Estas propuestas políticas respondían a una contradicción entre el deseo de continuar con el proyecto de civilización europeo y el interés por legitimar un nuevo proyecto de república. El artículo enfatiza que, en torno a la relación entre mestizaje y nación, no han cesado de producirse propuestas políticas y plantea que esta historia de pugnas discursivas en torno a la mediación de la diferencia dentro del Estado-nación, constituye el suelo donde la antropología colombiana hunde sus raíces. La riqueza de esta exploración consiste en rastrear la relación entre la producción antropológica, los regímenes discursivos que se movilizan dentro de los proyectos de Estado-nación, y los posicionamientos políticos en pugna.
Revista Inversa
Oscar Javier Barrera Aguilera
La civilización y el carácter: apuntes ... Pp. 37-59.
«Aquí tenemos unos más leche que café, otros más café que leche, y otros café tinto sin mezcla, pero leche pura, nadie» (Manuel M. Madiedo citado en Uribe Uribe, 1907:44).
Oscar Javier Barrera Aguilera
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ecientemente 1 han 2 reaparecido argumentaciones que buscan explicar los problemas del país apelando a indagaciones sobre las características «culturales» de la población colombiana. El territorio desordenado, la anarquía política, el regionalismo, el atraso económico y la corrupción, en opinión del genetista Emilio Yunis, muestran que «cuando un fenómeno es tan generalizado que todos los miembros de un grupo social participan de él, en el transcurrir del tiempo, estamos autorizados a decir que se trata de algo estructural, que forma parte de nuestra cultura» (Yunis, 2003: 3-4). Desde esta perspectiva, histórica y geográficamente, y por lo tanto, apoyando la afirmación de ser una característica de los colombianos, se han creado «paquetes» humanos con difícil comunicación entre sí: desde la actitud defensiva de los colonizadores que crearon un ghetto para ellos mismos, pasando por las políticas colonizadoras que propiciaron el aislamiento de las provincias, hasta el desplazamiento actual a causa de la violencia, han evidenciado el carácter negativo o la falta del contacto entre los colombianos3. Este hecho, en la argumentación del doctor Yunis, sería una manifestación y corroboración de las dos principales características de la población colombiana: la fragmentación y la endogamia. En cuanto a la primera, considera que el nimio contacto entre los colombianos hizo y continúa haciendo de Colombia un país andino en el que sus minorías, como en el caso de las comunidades indígenas, son desplazadas a la periferia, lo que ha producido una regionalización de la raza en la nación: en la zona de los Andes hay predominio de gente blanca, en el norte del país de gente mulata, en el sur de mestizos con fondo indígena, al occidente gente negra en su mayoría y, finalmente, un oriente deshabitado y olvidado. Así, esta situación de «endogamia cultural» dibujaría un país fragmentado y en éxodo, que rechaza al otro y en el que no hay confluencia de identidades regionales agrupadas en un objetivo común. Debido a la falta de comunicación y de intercambio, no hay una idea clara de la unidad nacional. En palabras de Yunis:
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Este texto hace parte del trabajo de grado titulado «Tente en el Aire, No te Entiendo. Ensayo de Interpretación de Estampas y Discursos del Mestizaje en Colombia» presentado en el año 2005 para optar el título de Antropólogo en la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá.
1
El presente documento hace parte del libro inédito «Avatares de la Antropología en Colombia. Serie de cuadernos del Seminario de Antropología de la Antropología. Cuaderno No.1» editado por Camilo Luna,Aura Reyes, Luz Ángela Rojas y Daniel Varela integrantes del grupo de Historia de la Antropología en Colombia de la Universidad Nacional de Colombia. Este texto fue publicado en asocio con Inversa, como parte de una estrategia de difusión que se desarrollará en el número 3 y 4 de la publicación.Todos los derechos de reproducción pertenecen a los editores responsables del libro del cual hace parte el presente artículo. 2
Estos planteamientos fueron expuestos por Emilio Yunis en la emisión del viernes 28 de mayo de 2004 del programa «U.N. análisis» de U.N. Radio. 3
«A diferencia de la diversidad regional que existe en muchos países, le hemos agregado el mosaico racial con su buena dosis de exclusión, y una enorme desigualdad en logros de cada una de ellas, agravado todo ello por el hecho de no haber existido en Colombia ningún proceso, ningún contenido, que nos haya puesto en contacto a unos con otros». (...) «De nuevo la pregunta: ¿por qué somos así?, es pertinente. Parte de las mismas bases, su fundamento es el mismo, pero se enfoca más en la vida cotidiana, el bolero, el tango, la radio, el fútbol, aspectos todos con los que se construía la nacionalidad, de nuevo fragmentada, nunca con la capacidad de sustituir el contacto humano, la comunicación directa humana, la convergencia de productos, seres humanos, genes y culturas para mezclarse y producir nuevas síntesis» (Yunis, 2003: 11-12).
No hará mucho tiempo que la periodista Piedad Bonnet hacía una observación de las mismas características. Iniciaba con un diagnóstico de los males del país para luego relacionar la debilidad estatal con algunos comportamientos sociales y expresiones culturales de los colombianos como la sensación de desamparo y desconfianza ante la ley. El clientelismo, la corrupción, la burocracia y la impunidad, serían otros elementos que identificarían a los colombianos y revelarían la falta de consenso y el predomino de motivaciones individuales. En el fondo de su artículo, se encuentra la pregunta sobre si los colombianos somos modernos. Para ella, la literatura brindaría un poco de luz en la penumbra, y sus artífices, los intelectuales, serían los guías de la sociedad. Tras reconocer que la violencia es múltiple y tiene diversas manifestaciones, encuentra que es la causa de nuestra mala imagen para quienes observan desde fuera. En el fondo de esta preocupación de nuevo aparece la inquietud por ¿quiénes somos? En el mundo colombiano de la sobrevivencia del «vivo» identifica los siguientes grupos sociales: los que padecen, la seudoaristocracia, la pequeña burguesía, el pueblo y, finalmente, los reflexivos, racionales, modernos y civilizados. Pero, ¿qué ha causado esta enfermedad?, ¿por qué somos egoístas, insolidarios e incapaces? Porque no nos acercamos a la razón, porque vivimos una prolongada Edad Media. Mientras esto sucede con el grueso de la población, el artista es libre a través de la escritura y transgrede, transforma esta sociedad caminando hacia lo universal. Para ella la literatura conduce al ser verdadero del colombiano, a su propia cultura. Pero, y ¿qué es cultura? Ella alude al espectáculo, la educación y todo lo otro que envuelve la modernidad. Es La literatura que imagina, la ciencia que observa y describe, es la Colombia de los ilustrados tan lejana a la del pueblo. Curiosamente el ensayo fue leído durante el encuentro de escritores en una Feria del Libro en Bogotá. Dar un vistazo a: BONNET, PIEDAD. 1998. La guerra y la cultura o la cultura de la guerra. En Magazín Dominical, No. 789 (junio28): 11-14. 4
Revista Inversa
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Es así como para Yunis el mestizaje es un proceso inacabado, y Colombia un país en «obra negra», con maestros por doquier. En este mismo orden de ideas, ya que la nación no se brinda a sí misma, no ha de esperarse que lo haga con el forastero o el vecino: es un país que no se da al otro. Este no «brindarse» constituiría el tercer hecho estructural de la cultura colombiana. Asumiendo que la historia ha sido una constante de separación, este fenómeno se habría infiltrado en el organismo de los colombianos. De este modo, el hecho de no ser incluido y de ser extraño ante todo el mundo describiría a Colombia como una «cultura ladina»: el colombiano engaña, miente, muerde, envidia, etc. Así, en tanto que hechos estructurales, la endogamia y lo ladino, constituyen elementos culturales de los colombianos. Según Yunis, esto haría que el «otro» sea el corrupto mientras el «yo» sería correcto. No somos mejores ni peores por los genes, pero sí mejores o peores por la historia. «Sin embargo –afirma–, el orgullo que para algunos significa ser mestizo marca de nuevo una distancia entre lo que somos y lo que queremos ser, entre la forma como nos miramos y lo que hacemos, entre el país que tenemos y el que quisiéramos tener» (Yunis, 2003: 1). En otras palabras, somos diversos y conflictivos y queremos ser blancos y homogéneos. Tal parece ser más el deseo del investigador que el del conjunto de la población colombiana si tomamos en cuenta el regionalismo del país. En el fondo, es el deseo de quien deposita en manos de científicos e intelectuales la solución a la fragmentación que hizo de Colombia un país propenso a las imágenes y no a los hechos. Así, la «regionalización de los genes» sería una equivocación histórica donde cada parcialidad es diferenciada por su raza y nivel de desarrollo. A su vez, representaría la imposibilidad del Estado moderno en Colombia que riñe con las identidades locales y regionales. Por todo esto, considero que este empecinado deseo de unidad nacional por una parte, nos hace pasar por presas de la historia no en el sentido de cambio constante sino en el de sino nefasto, como estructura que todo lo constriñe, y por otra, duda de la autonomía del país y de su gente. La supuesta carencia de conciencia y de acción ante la situación de fragmentación así lo indicaría, como también, la ausencia de planeación, máxima expresión del desarrollo cultural. En este caso, la confusión entre cultura y educación deviene de considerar a Colombia lejos del modelo de nacionalidad y civilización europea o, en otros casos, considerar la cultura como algo congénito, y también en perseguir explicar ¿por qué somos así? antes de considerar ¿quiénes somos? Por otra parte, conduce a considerar la diversidad cultural como el causante de nuestros problemas, al adjudicarle a nuestra gente la causa de nuestros males, por lo que debería ser civilizada de la mano de la ciencia y de la unificación de criterios, ya que la historia pétrea la ha condenado a los males de la anarquía cultural4. Esta lectura moral de la historia, nos sirve de pretexto a la discusión de la relación que ésta tiene con la raza y con la cultura, que no constituye un asunto reciente. La constancia del contacto biológico y cultural en nuestra historia, ha recibido variadas interpretaciones de los temas que otrora fueran los pilares de la disciplina antropológica. Con tales fines, en las próximas páginas, nuestro interés por los años posteriores a la declaración de la Independencia, pretende reactivar el debate sobre las características de la población, el mestizaje y la constitución de la nacionalidad y reconocer cómo el otro ha sido elaborado a base de un amasijo entre raza, historia y cultura.
Lo Popular y lo Ilustre: dos visiones del mestizaje americano Acerca de la periodización general de los momentos del contacto me rijo por CÁMARA BARBACHANO, FERNANDO. 1964. El mestizaje en México. En Revista de Indias (Estudio Sobre el Mestizaje en América), vol. XXIV, No. 95-96 (enero-junio): 2783, también por MÖRNER, MAGNUS. 1969 [1967]. La Mezcla de Razas en la Historia de América Latina. Buenos Aires: Paidós, y ESTEVA FABREGAT, CLAUDIO. 1964. El mestizaje en Iberoamérica. En Revista de Indias, (Estudio Sobre el Mestizaje en América), Vol. XXIV, No. 95-96 (enero-junio): 279-315. Para el énfasis específico de esta etapa del contacto biológico y cultural en Colombia, véase FRIEDE, JUAN. 1944. El Indio en Lucha por la Tierra. Bogotá D.C.: Instituto Indigenista de Colombia y Ediciones Espiral.
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Para mayores detalles sobre la división de castas consultar: GUTIÉRREZ DE PINEDA, VIRGINIA. 1963a. El status de los grupos étnicos y la estructura de la familia. La familia en Colombia: trasfondo histórico.Volumen I. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. Pp. 195-218 y de la misma autora: El cruce racial y las clases étnicas. La familia en Colombia: trasfondo histórico. Volumen I. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. Pp. 173-180. Además de lo dicho, el mestizo es al tiempo libre y desarraigado, el mulato es un tributario desarraigado, el zambo un libre sin derechos y el indio un ser sometido a causa de su «barbarismo» y su «minoría de edad».
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7 Para una discusión sobre las transformaciones socioeconómicas del mundo rural consultar: FALS BORDA, ORLANDO. 1957. El Hombre y la Tierra en Boyacá. Bogotá, D.C.: EditorialAntares, especialmente páginas 66, 72, 86 y ss. 8 Esta argumentación es desarrollada en JARAMILLO URIBE, JAIME. 1965. Mestizaje y diferenciación social en el Nuevo Reino de Granada en la segunda mitad del siglo XVIII. En Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, vol. 2 (3): 21-48.
En primera instancia, un breve recorrido por algunos aspectos de la época colonial extiende el tapete a las posteriores formulaciones sobre la Independencia y sus consecuencias. Desde dos momentos distintos del siglo XX, la separación de la Corona española recibe diferentes interpretaciones, y manifiesta distintos deseos sobre lo que debe considerarse como el «alma nacional». Por una parte, durante los años sesenta del siglo XX, aparecen nuevas visiones sobre el significado del mestizaje en la conformación de la nacionalidad de los países latinoamericanos. La historia del contacto biológico y cultural presentaría las siguientes constantes. Una primera fase de competencia y conflicto donde predominan las motivaciones personales de los conquistadores y las elites nativas, produciéndose una separación entre colonizadores y colonizados, poseedores y desposeídos, católicos y paganos, todas divisiones sociales que sustentan diferencias culturales y diferencias biológicas, y donde el mestizo puede refundirse con el español5. Posteriormente, se daría una segunda fase de acomodación y equilibrio social (XVI-XVIII), caracterizada por el dominio y la subordinación al interior de la estructura de castas, con la consecuente separación de los individuos de diferente status: el blanco (europeo, criollo y blancos pobres), el indio (mestizo, cuarterón, ochavón, puchuelo), el negro (mulato, tercerón, cuarterón, quinterón, tente en el aire, salto atrás) y el zambo (los resultados de la mezcla entre negro e indio). Cada una de estas clasificaciones, tiene un lugar en la sociedad que va desde el blanco ciudadano hasta el negro sujeto del amo pasando por variadas gradaciones6. Estas diferencias también se traducen económicamente en la separación entre poseedores individuales y poseedores colectivos 7 . Efectivamente, en Colombia, las diferencias culturales y las desigualdades sociales y económicas van de la mano, algunos individuos no sólo son diferentes sino inferiores. Con el incremento en el número de mestizos es complicado mantener el orden social, por esto, los estereotipos cumplen la función de clasificar a la población a través de la asociación de actitudes y rasgos culturales con la composición física, por lo que de este modo, raza y cultura empiezan a estar fuertemente vinculadas. Dentro de las interpretaciones sobre el significado del mestizaje, se ha identificado una tercera etapa, entre los siglos XVIII y XIX, de desequilibrio social y cultural, que corresponde a la dislocación del anterior sistema de status como consecuencia del incremento de la mezcla entre las razas, que de acuerdo con lo anterior, produce el ascenso del mestizo como grupo social definido, constituyéndose en el demoledor de las jerarquías sociales. Como tal, el mestizo es a la vez redentor y víctima, liberador y amenaza frente al sistema de castas. Este carácter propio, potencia un clima de discriminaciones y conflictos de interés, generando las condiciones propicias a la Independencia. De este modo, el proceso de contacto biológico y cultural conduce a la formación de la nacionalidad, venciendo la heterogeneidad racial y cultural8. Finalmente, se distinguiría una etapa de asimilación cultural y social (República-siglo XX), donde desaparecen las diferencias raciales y culturales quedando sólo unas de carácter económico. Podría decirse en principio, que la diferencia se encuentra entre hacendados y jornaleros pero ahora, todos son neogranadinos y luego colombianos, aun cuando las clases sociales conservarían las anteriores distinciones entre personas basadas en índices raciales cargados de connotaciones sociales, por lo que el inacabado mestizaje
El mestizaje como fundamento de la nacionalidad colombiana desde las postrimerías de la Colonia ha sido estudiado por: MORALES BENÍTEZ, OTTO. 1984. El mestizo y el barroco. Memorias del Mestizaje. Bogotá, D.C.: Plaza & Janés. Pp. 67-92.
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11 Otto Morales Benítez desarrolla la idea del barroco americano como sentido de autonomía y «autoctonía» al unísono, donde la base del sentimiento independiente proviene de la tierra y es sólo a través del arte, puesto que el mestizo no tiene espacios públicos donde sea reconocida su existencia, donde puede expresar ese nuevo sentimiento, esa estética creadora que lo hace original (Morales, 1984: 77 y ss).
En relación con este punto es esclarecedora la ponencia de RUEDA ENCISO, JOSÉ EDUARDO. 1986. Evolución histórica de la identidad y la diversidad cultural en Colombia y Latinoamérica. III Congreso de Antropología en Colombia (Memorias). Bogotá, D.C.: Editora Guadalupe, especialmente la página 185. 12
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10 Dos décadas después de la aparición de estas argumentaciones, se expondría que la identidad nacional cultural basada en la oposición entre una etnia mayoritaria y desarrollada, y minorías étnicas sumidas en el atraso y la marginación estaba siendo remplazada por el ascenso del trabajo creador del pueblo mestizo, que estaba jalonando el progreso social, y por la irrupción de las etnias colombinas en la cultura, generando la renovación democrática, y liberación nacional y social, en donde: «Podría adelantarse la hipótesis de que Mestizaje y fusión entre representantes de etnoregiones son procesos de curso lento en las actuales condiciones sociohistóricas, con escenarios desiguales y limitados en ciertos casos por prejuicios raciales y de clase (...). La idea de «raza cósmica» de que hablaraVasconcelos ciertamente no está a la vuelta de la esquina» (Caycedo, 1986: 197, cursivas en el original). En su escrito, Caycedo también anticipaba la siguiente conclusión: «La diversidad regional colombiana no está en vías de extinción. Sus raíces se hunden en la historia colonial. El desarrollo capitalista dependiente no allanó la diferencias, sino que las profundizó y polarizó la estructura clasista».
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se llegó a considerar como el causal de los males de la nación, impidiendo el feliz término de la tarea civilizadora9. Esta interpretación del mestizaje y los mestizos, es complementada con una concepción dialéctica de la historia que apoya el ascenso de la clase media y popular como sostén de la nación, y, por lo tanto, como su símbolo por antonomasia10. Asimismo, paulatinamente, va a reemplazar la consideración de los criollos como representantes del espíritu americano plasmado en lo mestizo. Veamos brevemente en qué consiste esta última. En primer lugar, según esta última concepción, la España del siglo XVIXVII habría transmitido a estas tierras su humanismo nacionalista y monárquico enfocado en problemas concretos, prestando interés a la historiografía y la experiencia humana. En el siglo siguiente, con el ascenso de los Borbones, se daría impulso a la cultura como conocimiento científico con el fin de sacar provecho de lo americano. En este sentido, el pensamiento criollo de la Nueva Granada encarnó el espíritu de toda una época, al concentrar el sentimiento de pertenencia hacia la tierra americana –identidad telúrica–, acompañado por un cambio de actitud hacia la libertad del espíritu, que ya se palpaba en manifestaciones sociales como la revuelta de los Comuneros o las protestas de los mineros de Antioquia, entonces, el mestizaje deja de ser marginamiento y exclusión para convertirse en síntesis e identidad, éstas últimas manifiestas en un arte y pensamiento que reúne todo lo americano para proyectarse hacia el futuro, y que, en esta medida, se constituye en el índice de la diferencia11. Es así, y no de otro modo, como el mestizaje se hace sinónimo de pensamiento criollo, que tras asumir el ser producto de una mezcla, sus componentes son enfocados desde lo blanco como síntesis de todos los colores. Independientemente de lo reprochable que esto sea, representa otra mirada de la esencia de la nacionalidad colombiana de alto interés para la historia del quehacer de la antropología, pues la historia de la construcción de la nacionalidad ha estado ligada a los intentos por definir sus límites y describir su población. Siguiendo este derrotero, la definición de lo mestizo por parte de los criollos estuvo influenciada por el impulso a las ciencias naturales –cuya relación con las ciencias sociales aún es poco clara y reconocida–, nuevamente, como cultura utilitaria, impulsada en un principio desde tierras españolas, como política que persigue indagar sobre la transformación del paisaje cultural americano a partir de la conquista española. La Expedición Botánica, ideada para apoyar el desarrollo del comercio y de la agricultura, produjo la toma de conciencia por parte de los criollos quienes se interesaron por las particularidades del hombre americano y reflexionaron sobre el carácter de la Conquista y, en algunos casos –v.g. Manuel del Socorro Rodríguez– se llegó a reconocer la pérdida de la historia indígena –omisión hecha de su presente– y la necesidad del salvamento del patrimonio histórico y cultural del Virreinato. «Tanto Rodríguez, como Tadeo Lozano y Francisco José de Caldas, se preocuparon en presentar en sus periódicos diferentes enfoques sobre los grandes aportes que a la cultura occidental había dado América»12. El americanismo, que buscó la desmitificación del Trópico y el hombre que habita esta zona, unió el reconocimiento del carácter mestizo a los primeros análisis científicos de los americanos sobre ellos mismos y su continente. La ciencia, la literatura y el pensamiento de la época sobre el medio natural, basadas en la observación, se unieron a la experimentación y terminaron
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reformando la realidad social. El empirismo se adaptó a un naciente patriotismo, mas con el tiempo, el mestizaje etnocéntrico y liberador –según Rueda Enciso– cede paso a la concesión externa y la imitación (Rueda Enciso, 1986: 185). Se distingue, pues, por una parte, una representación del mestizo revolucionario como fundamento de la nacionalidad, reivindicación del pasado del pueblo para legitimar su lugar en el presente y su futuro promisorio, y, otra, en que es el criollo sintético –que recoge las manifestaciones sociales del momento–, el conductor de la sociedad como resultado de su comprensión de la misma y de la ilustración que ha recibido, es decir, estamos ante la recuperación del hombre americano para reivindicar el papel de historia y ante la recuperación de la historia americana para reivindicar el papel del hombre en la misma. Por una parte, la reivindicación de lo popular y, por otra, la de la ciencia como civilización, dos elementos que han persistido y se han empleado, según momentos y escenarios, para definir la nacionalidad, y que por lo tanto nos conminan al abandono de su consideración como factores independientes y excluyentes. Cultura como reivindicación de la diferencia y civilización como continuidad del proyecto occidental han sido constantes en la historia colombiana.
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Como una de las muestras principales de esta historia se cataloga la Historia de la Revolución de la República de Colombia (1827) de José Manuel Restrepo.También dentro de estas características puede ubicarse la conferencia de: SAFFORD, FRANK. 1983. Formación de los partidos políticos durante la primera mitad del siglo XIX. Aspectos Polémicos de la Historia Colombiana del Siglo XIX. Bogotá D.C.: Fondo Cultural Cafetero.Allí se distinguen modelos de interpretación acerca del significado de los grupos políticos y la fecha de nacimiento de los partidos liberal y conservador.
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Es reconocido, entonces, que la Independencia no es una ruptura total con el siglo XVIII. Las reformas de Carlos III fueron un intento de aplicación de la Ilustración en las colonias españolas. En este sentido, la ampliación de la base de explotación de metales hacia materias primas, condujo al recorrido por el territorio para su reconocimiento y a la construcción de inventarios sobre lo aprovechable. En el campo político, las reformas persiguieron modernizar el Estado haciendo más efectivas las leyes como medida para controlar a los sujetos, lo que a la larga produjo que se dieran manifestaciones de descontento de los sectores oprimidos hacia las elites, además de que se aunó la presión sobre los hombres y la tierra lo que terminaría produciendo un descontento general. Este panorama de los albores de la Independencia, ha pretendido justificar el papel de la élite en el proceso de construcción del estado nacional como un proyecto razonado por una élite homogénea y blanca. Esta concepción de la Independencia, se manifiesta en la historia que se ha construido de lo sucedido tras su consecución. En primer término, es una historia basada en mandatos presidenciales y de la formación del estado nacional resumida en el origen y fundación de los partidos políticos, que ha contribuido a dar una imagen de un país homogéneo, además de que es una historia de bronce –de héroes y bustos– que ve en la élite criolla bogotana, el único grupo capaz de movilizar a todos los sectores descontentos con España13. Sin embargo, esta versión desconoce las evidencias de un Estado débil y la fragmentación del espacio que desde la Colonia, hace oídos sordos a las regiones y grupos que no estaban de acuerdo con la Independencia, y, por lo mismo, desconoce la variedad temporal y espacial en que ésta se produce. Para Alfonso Múnera, hay tres «mitos» que han recorrido la historia de la fundación nacional. Primero, el que, en la Independencia, la Nueva Granada era una unidad política centralizada. Segundo, que los criollos se levantaron
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Véase la introducción de la obra de MÚNERA, ALFONSO. 1998. El Fracaso de la Nación. Región, Clase y Raza en el Caribe Colombiano (17171821). Bogotá D.C.: El Áncora Editores.
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Consúltese la obra de Alfonso Múnera (1998) anteriormente citada, en especial el capítulo I titulado «La Nueva Granada y el problema de la autoridad central».
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16 Sobre este punto también consúltese la obra de Múnera (1998) específicamente el capítulo III «Cartagena de Indias: progreso y crisis en una ex factoría de esclavos».
Los argumentos expuestos aquí aparecen en KÖNIG, HANSJOACHIM. 1994. En el Camino Hacia la Nación. Nacionalismo en el Proceso de Formación del Estado y de la Nación de la Nueva Granada, 17501856. Bogotá, D.C.: Banco de la República. Pp. 325-415.
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el 20 de julio de 1810, pero, posteriormente, se dividieron en centralistas y federalistas y fracasaron, y, finalmente, que la Independencia fue sólo de criollos. Frente a lo anterior, este investigador argumenta que la construcción de la nación fracasó porque la Nueva Granada como unidad política no existió nunca, hubo elites regionales con proyectos diferentes y una participación decisiva de las clases subordinadas14. Así, la Nueva Granada se caracterizó por un relativo aislamiento de las regiones y una ineficiencia de las autoridades centrales. De este modo, la fragmentación regional de la Nueva Granada – debido a la naturaleza y a la historia– definía la organización social y cultural15. Adicionalmente, un hecho que olvida la historiografía, y de vital importancia para entender las revoluciones, en opinión de Múnera, es la formación de la clase de los artesanos mulatos en Cartagena a finales del siglo XVIII, quienes participaron en la Independencia de esta ciudad16, y lo que según Múnera, demuestra la existencia de varios proyectos de nación al mismo tiempo. König también ve en la Colombia posterior a la Independencia, una nación artificial. En las revoluciones, el único interés común de venezolanos, neogranadinos y quiteños era sacudirse del dominio español, pero en el fondo, hubo distintos movimientos que se enfrentaron entre sí: unos eran leales a España, otros querían un Estado propio, y mestizos, mulatos y otros grupos querían igualdad frente a los blancos. Se dio también la alianza temporal entre Santander, Bolívar y Páez para liberar primero a la Nueva Granada y posteriormente, a Venezuela y Quito, pero la construcción del Estado se logró mientras algunos territorios aún se encontraban ocupados por España, y no podían decidir su pertenencia a la nueva agrupación. La convicción en la liberación y el reconocimiento de la soberanía, llevó a la constitución de la República de Colombia, no en una federación de departamentos autónomos –como en 1819–, sino en una unión como Estado centralista (1821). Por otra parte, la unidad también se persiguió a través de la idea de ciudadano, que fue el medio de integración adecuado en una sociedad de conformación étnica heterogénea, idea que se oponía a la visión monárquica de España. El concepto de la igualdad ciudadana promovía la paridad y la integración de tres estados autónomos en uno solo. La tierra fue un elemento capital en el discurso sobre la constitución de la nacionalidad. Hablar de las dimensiones, de la riqueza natural y de las posibilidades económicas, se usó para despertar el orgullo de la población y, a la vez, identificarla con el nuevo Estado. Pero la grandeza de Colombia no ganó reconocimiento del Estado por parte de sus ciudadanos, sólo lo tuvo por lo países europeos. Al final, la disolución de Colombia presenta semejanzas con la del imperio colonial español: deficiencias y desigualdades de modernización que desencadenaron el surgimiento de nacionalismos. La Nueva Granada ya había heredado de la época colonial un perfil estatal con límites fijos, respetados por los países vecinos, pero fue sólo el proyecto de una élite, lo que no habría permitido construir una nacionalidad con la participación política de grandes estratos de la población17. A mediados del siglo XIX, el desarrollo oriundo se convirtió en el lema de un nacionalismo mediante el cual algunos grupos dinámicos aspiraban al control del Estado con el fin de modernizarlo. Estos sectores compararon la Nueva Granada con países europeos y señalaron su atraso y posibles horizontes: impulsar la agricultura, la exportación de materias primas e importación de bienes de consumo. Junto al status de ciudadano que pretendía borrar las
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desigualdades de los «hombres» –una democracia aparente–, la promesa de igualdad fue reforzada con la fórmula «Libertad, Igualdad y Fraternidad» que representan la unión entre evangelio y democracia. La libertad del individuo como objetivo político y meta económica, fue el resultado de la nueva política económica que se convirtió en el instrumento ideológico mediante el cual la burguesía y sus nuevos aliados, los terratenientes, intentaron legitimar su poder económico y político ante el pueblo y consolidar, o bien, defender, sus privilegios para mantener el «status quo» frente a los estratos inferiores. En conclusión de König, este nacionalismo modernizador sí puso en marcha el cambio social de la Colonia, pero en vez de fomentar la integración social, llevó a la delimitación dentro de la sociedad y bloqueó el cambio de esta última en su totalidad18. Por otra parte, la idea de ciudadano riñe con el corporativismo de la Colonia. En la práctica, el clientelismo y el caudillismo continúan siendo los principales motores de lealtad que permiten la continuidad de los privilegios por grupos y la fragmentación del poder. El legalismo –pensar que un documento transforma estructuras– que pretendió romper con el pasado y consolidar la nacionalidad por medio de la Constitución de 1832 o las reformas liberales del ’49, no logró romper las columnas mentales ni las materiales. Las modificaciones políticas de mitad de siglo, pretendían eliminar el peso de instituciones como la Iglesia, los gremios y el resguardo frente al del Estado, que se ubicaba como el fundamento de la identidad a través de la secularización, la educación, el conocimiento y la economía de exportación. En el plano económico, aunque las reformas persiguieron introducir el liberalismo y el capitalismo, ninguno de los dos llegó a desarrollarse de manera total por diversos factores. Las reformas fracasaron por ser inspiradas por la élite, por la inexistencia de clases, conciencia y oposición que condujeran a la total emancipación, y por la ausencia del capitalismo, el cual es una cuota inicial para el liberalismo. El capitalismo no tuvo peso debido a la falta de reinversión del capital en la producción. Las ganancias se destinaron a la compra de bienes de prestigio. También, se vio truncado por la inexistencia de una población flotante que venda su fuerza de trabajo en un mercado, además de una débil institución nacional del último tipo, con poca variedad y consolidación. Ahora bien, como la Independencia tiende a entenderse como una anulación de las diferencias poblacionales, ya sean los mestizos o los criollos quienes conquistan tal logro, pareciera que la distancia entre los criollos y la multitud se acorta, sin embargo, es el hombre blanco quien representa la inteligencia que conduce a los indios, negros y mestizos como medios militares para alcanzar la libertad. En este sentido, afirmaba Francisco José de Caldas, que «la degradación del indio hasta el punto que le vemos es obra del gobierno opresor que nos ha embrutecido por el espacio de tres siglos consecutivos» (König, 1994: 238), dando una muestra de la vocería por parte del contingente criollo. De igual manera, lo que debería hacerse en adelante con la población indígena, es aclarado por Pedro Fermín de Vargas en la década final del siglo XVIII:
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18 Véase el capítulo «Nacionalismo, modernización y desarrollo nacional a mediados del siglo XIX» en la obra de König citada en el pie de página número 17.
«[S]ería muy de desear que se extinguiesen los indios, confundiéndolos con los blancos, declarándolos libres de tributo y demás cargas suyas, dándoles tierras en propiedad. La codicia de sus heredades haría que muchos blancos y mestizos se casasen con las indias (...)»
«Para expandir nuestra agricultura sería necesario hispanizar a nuestros indios. Su pereza, estupidez e indiferencia frente a los esfuerzos normales, nos hace pensar que proceden de una raza degenerada que se deteriora proporcionalmente a la distancia de sus orígenes (...)» (Vargas, 1944 [1789]: 99).
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Este pensamiento pre-independentista centrado en la estrategia del mestizaje como liberador de las cargas del país –optimismo cósmico para algunos–, apela a transformar la apariencia del indio haciéndolo trabajador y propietario para construir un ciudadano, y de paso refleja la preocupación por la tendencia a emparentar con los indios, no tanto por el cruce en sí mismo sino por el significado de la relación social que se contraía. En este contexto, el interrogante que se harán políticos e intelectuales, y sobre el cual hoy volcamos nuestra reflexión, es si el mestizaje elimina las diferencias, o sea, si es una mezcla indiferenciada que nos condena a un eterno «tente en aire»19, o en lugar de ello las reproduce, insertándolas en un nuevo sistema que reordena y puede intensificarlas. Efectivamente, resulta importante a la luz de las luchas por la independencia, donde todos son iguales, donde todos son colaboradores a la causa de la liberación, mas posteriormente, el caos político y social lleva a cuestionar la unidad nacional y generar la reflexión sobre diferentes posibilidades de organización política. Esta situación, además, hace eco al galimatías histórico de reconocer que España había conquistado América en nombre de la civilización, de lo cual era necesario diferenciarse, a la vez que continuar la empresa al interior de un nuevo proyecto. Para los criollos, la situación equivalía a buscar «ser nosotros» guiándose por el dechado europeo: a la vez contrarrestar el espíritu salvaje y luchar contra el imperialismo occidental. El desafío de dejar atrás el orden colonial, veía en la mezcla de razas el surgimiento de los ciudadanos, y con ello la materialización de la nacionalidad. De esta opinión era el jurista, político e historiador José Manuel Restrepo, quien siendo Secretario del Interior en 1823 aseguraba que:
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«Dentro de cincuenta á sesenta años á lo más tarde, Colombia será habitada solamente por hombres libres, los indios se habrán mezclado con la raza europea y con la africana, resultando una tercera, que según la experiencia, no tiene los defectos de los indígenas; finalmente las castas irán desapareciendo poco á poco de nuestro suelo (...)»(König, 1994: 351).
El plan era eliminar los vestigios del pasado, como el resguardo indígena y sus habitantes, al representar muestras de salvajismo, y tener sólo validez en la óptica de pasado. Eliminar las castas sería conseguido, también, a través de la educación, la religión y la economía, que desplazarían el salvajismo de la nación. Dado que la imagen de América para las naciones europeas, a partir de las investigaciones de la historia natural y las notas de los viajeros en el siglo XVIII, era la de un mundo deshabitado, la élite colombiana buscó mejorarla apuntando al interés en la historia del continente y su gente, pues el cuestionamiento en su capacidad para gobernar se encontraba detrás de este telón. El período comprendido entre 1849-1878, donde domina el deseo civilizador de la élite criolla ilustrada, le permite afirmar a Cristina Rojas que es el motor principal en la construcción de identidades de raza, género, religión, región y clase:
Este término era utilizado durante la Colonia para identificar el resultado del cruce entre un quinterón (es decir el resultado de cuatro blanqueamientos continuos tras una raíz negra) y un negro, es decir, una persona que venía logrando dejar atrás su origen negro y que con este nuevo contacto no está ni de un lado ni del otro.
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«En el siglo XIX colombiano, el deseo civilizador estaba relacionado con el proyecto que buscaba la desaparición de los viejos sistemas de jerarquía de poder, y con el surgimiento de nuevas formas cuyo modelo era el de la civilización europea. Este deseo civilizador se materializó en el impulso de ciertas prácticas económicas, en determinados ideales religiosos y educativos, en costumbres y hábitos de vestir, y en el sueño de una «civilización mestiza» en el que se daría un blanqueamiento de la herencia negra e indígena»(Rojas, 2001 [2000]: 36-37). La civilización y el carácter: apuntes ... Pp. 37-59.
En estos momentos, las distintas identidades se clasificaron de acuerdo al grado de civilización, según parámetros europeos de desarrollo económico, costumbres, etc., y en los que por ejemplo, el oriente del país se definió como salvaje, atrasado e improductivo. El origen de la República como el deseo mimético de ser una civilización como las europeas –entendido más tarde como el parámetro de las diferencias raciales y culturales entre bárbaros y civilizados al interior del país–, aunque genérico, motivó diferencias entre intelectuales y políticos de las camarillas liberal y conservadora. El político conservador Sergio Arboleda, refiere este deseo de mejorar la imagen, de ser diferentes para formar parte de Occidente diciendo en su libro La República en la América Española (1869) lo siguiente: «Si los que con tanta injusticia como festinación, nos declaran ineptos para ocupaciones útiles, se hubieran detenido a observar el carácter de nuestras contiendas, habrían hallado que en esta raza mezclada hay, desde luego, pasiones ardientes, pero también virtudes heroicas; (...), y habrían concluido que, si a la larga el mal sucumbe siempre y el bien triunfa siempre, algo muy grande debe ser el resultado de la anarquía que parece devorar a nuestros pueblos (...) vese aquí (...) toda la fe y abnegación del martirio, en hombres que luchan por mejorar la condición política y social de su patria, contrarrestando las tendencias del espíritu salvaje (...) la ignorancia de las masas, los millares de obstáculos que presenta la naturaleza americana y, por último, las utopías de los demagogos europeos (...) y la política errada de las potencias transatlánticas» (Arboleda citado en Rojas 2001 [2000]: 59-60) 20 .
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Para Arboleda, el país debe trascender lo mestizo, la mezcla de lo indio y negro pasional con la dignidad de los blancos quienes, deben guiar y purificar la población hacia ideales nobles que le den a Colombia, a través del conocimiento, el lugar que ésta se merece. El día 9 de Agosto de 1849, el joven político Mariano Ospina Rodríguez, también conservador como Arboleda, aunque con inclinaciones federalistas, define el ideal de la nación colombiana en las columnas del primer número del sugestivo periódico La Civilización: «Llamamos sociedad civilizada a la que aventaja a otras en instrucción, moralidad y riqueza. Desde las hordas salvajes nómadas, que sin ley, sin jefe, ni doctrina, apenas se distinguen de los brutos, hasta esas naciones que hacen la admiración del mundo por el inmenso desarrollo de la inteligencia y la riqueza, hay una larguísima escala de sociedades que cada una llama civilizadas a las que las aventajan, y bárbaras a las que vienen en zaga» (Rojas Op. Cit. Pág. 53).
20 En adelante el escrito de Sergio Arboleda, «La República en la América Española» se identificará con las iniciales L.R.
Evidentemente, no se trataba sólo de diferenciarse, o mejor, distinguirse, estar al mismo nivel de los países europeos –de los de afuera– sino también, diferenciar la composición interna del país para reconocer los elementos discordantes. En una amalgama de evolucionismo spenceriano, «capitalismo» y positivismo decimonónico, los intelectuales de Colombia buscan empalmarla
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en el continuo histórico de la humanidad. Lo que debe entenderse como la afiliación a la única historia, dentro de la cual se entra a participar y de la cual se gana un mejor pasado en relación a los logros de la actualidad. La progresión desde lo indefinido hacia lo definido, asumiendo que lo primitivo es conservador frente al cambio, implicaba mudar de las rígidas estructuras coloniales a una realidad cambiante y relacional. La amenaza de los grupos primitivos se extendía a lo largo y ancho del país. En 1843, el temor hacia la copiosa liberación de los negros generaba desasosiego en el gobernador de Buenaventura puesto que es palpable «(...) el creciente número de negros que diariamente sale del poder de sus amos y se mezcla a la sociedad, trayendo el germen de todos sus vicios (...) y el odio a la raza caucásica (...). Dentro de muy poco tiempo, apenas quedará raza blanca dentro de nosotros, y en lugar de las virtudes propias de los ciudadanos de una república, sólo se observará la barbarie, los hábitos de la esclavitud y la ignorancia» (Tirado Mejía, 1976: 98). La transfusión de comportamientos, a través de la sangre, que para tal momento son considerados innatos, reflejan la preocupación por estar retrocediendo tras el logro de la Independencia. En opinión de Cristina Rojas, estos pronunciamientos excluyentes resultan de una incongruencia estructural de Colombia: la nación colombiana, es fruto de una contradicción entre el capitalismo como modelo económico y el deseo civilizador como ideal cultural inyectado a la población por las manos de las élites. Esto genera una estructura regional de las razas, o sea, diferentes maneras de organizar el capitalismo, que, junto a la exclusión, produce un régimen de representación que fija identidades y que, diferenciando grupos de poblaciones, engendra exclusión (Rojas, Íbid. Pág. 15-42 y 80-83). No obstante esta lectura abarcadora, la idea sobre la civilización en Colombia no fue homogénea, estuvo vinculada a distintos modelos estatales, evaluaciones del mestizaje y relaciones con el pasado español. Sergio Arboleda, defendía el legado español encarnado principalmente en la religión y, por ende, su continuidad con la nueva república. En La República, afirmaba que «España nos dejó buenas costumbres (...), creencias religiosas morales uniformes, cristianizados y puestos en vía de civilización los indios y los negros, y unidas por lazos de verdadera fraternidad todas las razas que se iban confundiendo en una sola y gran familia» (Rojas, Íbid. Pág. 87). En igual línea de análisis, José Eusebio Caro considera que:
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«Las razas inferiores están destinadas a desaparecer para dar lugar a las razas superiores. Los indios de América ya casi han desaparecido. Los negros de África y América desaparecerán del mismo modo; el día en que la Europa y la América estén poblados por algunos millones de hombres blancos, nada podrá resistirles en el mundo» (José Eusebio Caro citado por Jaramillo Uribe, 1982 [1963]: 180).
Los criollos impulsaron la práctica del mestizaje –entiéndase blanqueamiento– como la ruta hacia el progreso y la civilización. El reto era identificar diferencias jerárquicas que separaran a gobernantes de gobernados. Para los conservadores, tras la pérdida de identidad que se tenía en la Colonia basada en el sistema de diferencias, la civilización era ideal para adquirir los conocimientos y la moral necesarios con el fin de restablecer el orden y reconocer en el poder divino, la verdadera fuente de autoridad. Con la continuidad de la Colonia, la Independencia y la República, camina una
Cosecheros de anís. Indios mestizos (Ocaña, Lámina 122). Ilustración compuesta por Carmelo Fernández para la Comisión Corográfica. Figura tomada de Barney-Cabrera (1975).
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En adelante, la obra de José María Samper, «Ensayo sobre la Revoluciones Políticas», citada por Cristina Rojas 2001 [2000], aparecerá aquí bajo las iniciales ERP. 21
22 Como ejemplo de este proyecto inacabado y de la incapacidad de imaginar una nación, Rojas acude a la literatura. En Frutos de Mi Tierra (1896) Tomás Carrasquilla plasmaría «las tensiones que surgen de las diferencias étnicas y regionales, del desarrollo capitalista y de la ambivalencia presente en el proceso de imaginar una nación (…) [en el que] (…) los protagonistas confunden los ordenamientos espacial, físico y de clase social tanto del status monetario como de la raza» (Rojas, 2001 [2000]: 296 y 298). Entonces, en su opinión, no hay una síntesis entre los personajes, ni un proyecto de nación; evoca la desconfianza en el intercambio monetario como medio para construir futuro.
identidad entendida en términos de un mismo pueblo, una misma civilización y una misma historia. Con ello se deja por fuera la cultura e identidad del otro condenándolo a carecer de historia, negación que tiene repercusiones en nuestros días, pues en muchos casos, momentos y situaciones, el mestizaje funciona como reductor de la historia y homogeniza la población. Por otra parte, José María Samper, soñaba con una «civilización mestiza» basada en la fraternidad, que en opinión de Rojas, era la fantasía de una sociedad blanca que no estuviera dividida racialmente (Rojas, Ibíd. Pág. 94). En el Ensayo Sobre las Revoluciones Políticas (1861), para el político liberal, la fusión de las razas se da dentro de un orden jerárquico, donde «la sociedad forma una estratificación viviente, cuyas capas o sedimentos son las numerosas y variadas razas y castas, resultantes de muy complicados razonamientos, situadas todas en el medio que mejor conviene a la sangre, las tradiciones, la industria y la energía de cada uno» (Rojas, Ibíd. Pág. 72)21. Si en la Conquista y la Colonia la civilización distinguía entre colonizador y población salvaje, para los liberales, la Independencia significó dejar a todos del mismo lado, con lo que surge la pregunta de ¿cuál y cómo implementar la civilización? Para Samper, «queriéndolo abarcar todo, la potencia colonizadora se ahogó, se anonadó en la grandeza misma del mundo colonizable, y en vez de producir una civilización vigorosa, engendró en feto de semi-barbarie extravagante» (ERP en Rojas, Ibíd. Pág. 86). Claramente, niega la capacidad civilizadora de España y establece una ruptura con el pasado colonial. La liberación debe conducir a la búsqueda de la soberanía individual que debe ser legitimada por la palabra escrita, la ley y la Constitución. Esta presentación de las posiciones políticas frente a la civilización, el mestizaje y la identidad nacional, podría reducir el argumento de estos políticos a simplemente el enaltecimiento del mestizaje como salvación de la nación y como generador de dicotomías entre «blancos», bellos e inteligentes, y «oscuros» feos y estúpidos. Es así como Cristina Rojas, frente a este punto, considera que en Colombia los mitos fundacionales de la nación contradecían la idea de una civilización por ocultar ciertas identidades, las difuminaban dentro de un proceso de blanqueamiento racial, restringiendo de esta manera, la argumentación del mestizaje al asunto de la unidad racial. También afirma que en el siglo XIX colombiano, en lugar de una nación inventada, encontramos una sociedad fragmentada en su geografía, historia, tradición y etnias. De este modo, el mestizaje como proceso de blanqueamiento suprimió identidades al declararlas bárbaras. Consideramos que esta versión de la historia, que parece implacable, cae en la dicotomía que divide a la población entre salvajes y civilizados. La importancia asignada al deseo civilizador, no rima con la continuidad de la presencia histórica y la reanimación de tales identidades en nuestros días. Para ella, la supresión de las diferencias, más que la búsqueda de simultaneidad de manifestaciones culturales, fragmentó la imagen de la nación. Al pasar tan rápido por los aportes de los intelectuales de mediados del siglo XIX, reduce el papel de la ciencia y la tecnología a símbolos de poder de la élite. Así, quienes se interesaron por el conocimiento acerca de la población son llamados misioneros criollos. A diferencia de Rojas, quien al rescatar la voz de los subalternos legitima su marginalidad, y al defender varias identidades –su coexistencia, sin distinguir entre las mismas–, termina apoyando una identidad compartida22, una nación; Samper y Arboleda están interesados en el conocimiento de las diferencias.
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Es claro, con Arboleda y Samper nos encontramos ante dos modelos de Estado. Por un lado, el liberal y federalista que se asienta en el ciudadano y una democracia parcial, que reduce la ciudadanía a hombres que escriben. Por otro, el conservador y centralista que considera a los ciudadanos como sujetos morales, y donde el Estado sirve para controlar las pasiones individuales. Queremos rescatar, sin embargo, el interés de los «misioneros criollos» por el conocimiento de la población y la búsqueda de diferencias. Durante el siglo XIX, los intelectuales al mismo tiempo fungieron como hombres de Estado, de profesión y de letras, sin poder trazarse una clara línea de separación entre la esfera intelectual y la política. «El intelectual decimonónico fue el formador de los aparatos representativos del poder estatal y el creador de determinadas ideas de nación; se encargó de preparar las nuevas elites de gobernantes y crear instituciones para la instrucción básica de las masas» (Loaiza, 1998: 198). Como estadistas, educadores y civilizadores, abanderaron el «laico apostolado civilizador» desde el libro, el gabinete, la tribuna y el periódico. Como inteligencia de la revolución –dicho en palabras del historiador John Lynch–, «los criollos querían más igualdad para sí mismos y menos igualdad para sus inferiores». La inteligencia criolla, quien se adjudicaba el encargo de construir la nación, bebía de la experiencia francesa que tras la actividad demoledora de la Revolución, vio en los filósofos aquellos llamados a construir una nueva realidad. Así, el antisensualismo profesado en el Cours d‘ Histoire de la Philosophie Moderne (1841-1846) y posteriormente profundizado en Du Vrai, Du Beau et Du Bien (1853) escritos por Víctor Cousin, y donde se describen las etapas sucesivas del espíritu humano, habría inducido a Manuel Ancízar la escritura de sus Lecciones de Psicolojía (1845). Allí, la justificación de la autoridad religiosa y política –promovida por la filosofía del entendimiento– descansa en el supuesto de que todos los hombres traen un mismo origen, son iguales, pero se diferencian según su capacidad y mérito, según su esfuerzo individual. Para Loaiza Cano, «aquí tenemos un pensamiento altamente selectivo en el que la razón, la ciencia y la riqueza se conjugaban como factores primordiales para definir quiénes podían desempeñar el papel de ciudadanos activos» (Loaiza Cano, 1998: 210). Así como hay selección natural, puede hablarse de la selección social donde los ilustrados, los ricos y los poderosos, construyen la nación distinguiéndose y distanciándose de los demás, a través de indicadores como el buen gusto burgués, y donde la exclusión, era la base de la interpretación de un orden social ideal. Como vemos en estas muestras, el interés por la relación entre la raza y la cultura ha acompañado la historia de América, del Virreinato y de la República, así que proviene de preguntarse qué es América, qué es la Nueva Granada, qué significa ser independiente y qué significa ser colombiano. Es por esto que el interrogante por ¿quiénes somos? antecedió a la pregunta ¿por qué somos así?, y responde a motivaciones diferentes. Conocer la población, y acusarla de los males sin conocimiento de causa son dos cosas bien diferentes, además de tener concepciones distintas de la historia. Retomemos el estudio de las propuestas de Samper y Arboleda con el fin de reconocer su merecida importancia para el desarrollo de la nacionalidad colombiana y de las disciplinas sociales de nuestro país. Curiosamente, es la lectura de un artículo sobre el tema, elaborado por un economista colombiano, la clave para entender esta relación23. Los dos políticos, en medio
Las apreciaciones que vienen a continuación deben mucho al siguiente escrito: URUEÑA, JAIME. 1994. La idea de heterogeneidad racial en el pensamiento político colombiano: una mirada histórica. En Análisis Político, Nº. 22, MayoAgosto: 5-25.
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24 Gobineau considera que: «1) Las tribus salvajes actuales siempre han estado en esta condición, no importa cuáles fueran las formas culturales en cuyo contacto puedan haber entrado, y siempre permanecerán en esta condición; 2) Las tribus salvajes pueden continuar existiendo en un estado de vida civilizada únicamente si el pueblo que creó este modo de vida es una rama más noble de la misma raza; 3) Las mismas condiciones son necesarias cuando dos civilizaciones ejercen fuerte influencia una sobre la otra, se copian recíprocamente y crean una nueva civilización compuesta con los elementos de cada una, pues dos civilizaciones nunca pueden mezclarse; 4) Las civilizaciones originadas en razas completamente extrañas las unas de las otras solamente pueden establecer contactos superficiales, nunca pueden interpenetrarse y siempre serán mutuamente excluyentes» (Gobineau citado por Boas, 1964 [1911]: 35) De Gobineau también es célebre el cuadro que asocia raza, intelecto, pulsión animal y moral, y en el que por ejemplo, los negros presentarían un intelecto débil, una pulsión animal muy fuerte y una moral latente. Para mayor información sobre las variadas posturas sobre las relaciones entre raza y cultura, consúltese la obra de Franz Boas 1964 [1911] en especial el capítulo «Análisis Histórico» en el que se muestran los estudios pioneros de Boulainvilliers, Klemm y su división de la humanidad en una mitad activa representada por persas, árabes y romanos, con presencia de fuerza de voluntad, y otra pasiva que corresponde a lo femenino, los negros, mongoles, indios y refiere a una capacidad mental inferior, Carus, y el determinismo de las razas diurnas y nocturnas apelando a su grado de civilización o Chamberlain y sus ideas de civilización sin cruzamientos de razas. En este escrito de Boas, puede verse cómo en la identificación de raza y cultura, se produce una asociación de cuerpo y cultura donde a un cambio en el cuerpo correspondería un cambio a nivel mental.
del caos administrativo de la nación y la dificultad de consolidar la unidad nacional, identifican en la heterogeneidad y desigualdad tanto racial como cultural la respuesta al interrogante ¿quiénes somos? En los Apuntamientos para la Historia de la Nueva Granada (1853), Samper identifica la causa de los problemas en las diferencias raciales, en la inadecuación entre la heterogeneidad –entendida como dispersión– y las instituciones republicanas centralistas. Se pregunta «¿Cómo conciliar los opuestos intereses de tantas provincias, cuyas condiciones de todo género eran divergentes?» (Urueña, 1994: 8). Del mismo modo, en La República, Arboleda ve una amenaza en la heterogeneidad racial del país y se pregunta por las instituciones que convienen a su gobierno. En el ERP, José María Samper, relaciona la desigualdad natural de las razas con las disparidades políticas y sociales, pero no en la vena decadentista del Essai Sur l‘Inégalité des Races Humaines (1853-1855) del conde de Gobineau, para quien el mestizaje conduce a la degeneración racial y la mediocridad, y en el que la desigualdad de las razas es suficiente para explicar los destinos de los pueblos: las razas superiores son capaces de progresos, mientras que las otras están limitadas. En la jerarquía que estableció, la raza superior sería la blanca24. En cambio, para el político colombiano, el mestizaje tiene un sentido diferente tras su lectura de La Science Politique Fondée Sur la Science de l´Homme ou Etude des Races Humaines Sous le Rapport Philosophique et Social (1837) de Víctor Courtet. Urueña resume el aporte del científico francés al pensamiento de Samper: «Así pues, para Courtet, el mestizaje, la mezcla étnica y racial, y por lo tanto la transformación fisiológica de los individuos, es la causa profunda de las revoluciones y transformaciones políticas y sociales; porque la tendencia hacia la uniformación por la mezcla, crea una contradicción entre la igualdad natural racial (homogeneización por el mestizaje) y la desigualdad de las condiciones sociales» (Urueña, Op. Cit. Pág. 10).
Para Samper, esas revoluciones y la mezcla de la población conducen a la igualdad, la abolición de los privilegios de nacimiento y de clase. Es así como la mezcla biológica es el camino hacia la civilización, hacia la democracia. En Filosofía de Cartera (1887), José María Samper ejemplifica la consideración del presente indígena como salvaje y anacrónico por representar un vestigio del pasado colonial: «Mientras más se observa al indio puro de estos pueblos de la cordillera oriental de los Andes (...) más se persuade el observador de esta verdad: que el indio puro no es asimilable por medio de la simple sociabilidad, de la religión, la legislación y la educación escolar, sino en grado insignificante. Es rebelde, mientras no cruza su sangre, a la asimilación de una raza superior (...) como la española (...) no hay más recurso con ella que la absorción, por medio del cruzamiento, y eso, después de la tercera o cuarta generación (...) pues el primer cruzamiento, el mestizo es generalmente envidioso, maligno, disimulado, pérfido, ingrato; y si una segunda infusión de sangre generosa no la mejora, vuelven a predominar ciertas malas inclinaciones de la indígena»(José María Samper citado por Pineda Camacho, 1984: 205).
Para él, la historia del contacto y de la fusión de razas es a su vez la explicación histórica de la formación del país. Por ejemplo, ve la incursión de la sangre negra como un elemento nuevo que vivifica y acelera el mestizaje y la llegada de la democracia. Así las cosas, los problemas del país serían políticos y no
Al igual que para Gobineau, el problema es la mezcla de razas desiguales que puede conducir a la revolución social, al caos. Por esto, el político conservador aboga por la unidad social arraigada en una moral y cultura comunes, una identidad hispánica que afirme la singularidad de nuestro pueblo. En consideración a lo expuesto hasta el momento, lo que tenemos, y debemos distinguir con claridad –según la opinión de Urueña–, son teorías que ven en la raza o en los conflictos raciales, un factor determinante en el curso de la historia social (racialismo), y no la simple atribución de un valor jerarquizante a un grupo en razón de su pertenencia racial o étnica, es decir, el determinismo total de la raza sobre la cultura (racismo)25. No debemos perder de vista que Samper y Arboleda están interesados en analizar la sociedad y proponen soluciones diferentes a sus problemas. Frente a la inquietud por la unidad nacional y la situación peligrosa, se postula el orden político que consideran adecuado. Para Sergio Arboleda, la unidad nacional es sinónimo de unidad social, o sea, participar de unos mismos lazos que unen a las personas, en este caso, la moral y la fe. Pero a esta unidad social debe corresponder una democracia sustentada por la unión entre el Estado y la Iglesia, que congregue a todas las provincias, y donde las creencias religiosas sean la única regla moral y las creadoras de la civilización. La democracia aristocrática de Arboleda, convierte
Herskovits distingue esta última situación al señalar que: «El determinismo racial, como se llama la posición que defiende que el tipo físico determina la cultura, con facilidad resbala hacia el campo de lo político, donde esta posición toma el nombre de racismo» (...) «La operación del mecanismo psicológico de estereotipación aprueba la creencia de que existen diferencias raciales fijas en el tipo físico, que serían la base para la suposición de que los llamados grupos «raciales» difieren en aptitudes y capacidades», y finalmente, el racismo se daría cuando el sentimiento de superioridad de todo pueblo «toma consistencia patológica y degenera en teorías de superioridad biológica que encuentran su expresión en la voluntad agresiva de imponer un status inferior a los demás»; en HERSKOVITS, MELVILLE. 1952 [1948]. El Hombre y sus Obras. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica. Pp. 167-169 (cursivas en el original). Desde esta perspectiva, que puede desconocer la historia, nos hallamos ante la confusión de rasgos raciales con características culturales. Desconoceríamos que la raza, la nacionalidad, el lenguaje y la cultura son, en realidad, variables independientes, y, que el modo como un grupo dado emplea su dotación humana, depende de la historia y no de la biología.
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«En primera línea hallamos la aristocracia nobiliaria, formada de españoles europeos y blancos criollos, mezclados en parte con la nobleza indígena. Esta clase, aunque menos numerosa, es la única que cuenta con los recursos morales, físicos e intelectuales necesarios para dar a la sociedad tono y dirección, y, por supuesto, la única responsable de la suerte del país. Viene inmediatamente después la que podemos llamar clase media, a la que pertenecen los blancos no nobles, los mestizos, los indígenas que se han elevado de su situación ordinaria a más alto puesto en la sociedad, y, en fin, los mulatos y negros libres. Constituyen la tercera clase los negros esclavos, y la última y más numerosa los indígenas tributarios. Como vínculo entre todas, figura el clero secular y regular que, aunque pertenece en su mayor parte a la raza blanca, está fuertemente matizada de las otras dos, y es por todas acatado, reverenciado y atendido»(L.R. citado en Urueña, Op. Cit. Pág. 14 nota 41).
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sociales (es decir, raciales, porque en los escritos de la época, lo social y lo racial son sinónimos, raza y cultura están fuertemente intrincados, no son considerados como unidades independientes). Es en las instituciones políticas jerárquicas legadas de la Colonia, donde residen los problemas. El mestizaje no borraría la heterogeneidad, la diversidad de las razas, sino la desigualdad física. Jaime Urueña dice que «Arboleda se pregunta ¿qué somos? ¿Qué tenemos en común? Exploración que lleva a la constatación determinante de la heterogeneidad y desigualdad etnoraciales de la población (...) [y a los interrogantes sobre] 1) ¿qué principio de unidad (nacional) darle a esta población explosiva que todo tiende a separar, puesto que «la variedad de razas en una sociedad, es un peligro permanente de antagonismos y discordias»? [y] 2) ¿qué régimen político (que tipo de orden político) conviene a esa situación específica?» (Urueña, 1994: 14). Para Arboleda, frente a esto, debía recobrarse la unidad en religión, moral y fe. Siguiendo la operación de España a cada quien debía dársele lo que merece: establecer una igualdad relativa de acuerdo a cada raza. Se trataba de reafirmar el sistema de castas:
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Tipo africano y mestizo (Provincia de Santader, Lámina 128). Ilustración compuesta por Carmelo Fernández para la Comisión Corográfica. Figura tomada de Barney-Cabrera (1975).
las diferencias en desigualdades y confunde igualdad con identidad (como unidad de criterios), al considerar que la desigualdad es lo natural y que a ello conviene el centralismo que unifica. Por otra parte, para José María Samper, la unidad nacional se consigue a través de la unidad política, la heterogeneidad de la población puede ser manejada a través de instituciones y leyes comunes, pues en una sociedad que es resultado de la fusión de razas discordantes, se debe admitir la participación de todos de lo contrario, crece el orgullo de unos y la envidia de otros. De esto resulta que la democracia igualitaria sea el gobierno natural de las sociedades mestizas y el federalismo, el reconocimiento de las diferencias. Independientemente de estas diferencias, el mayor legado de ambos políticos es haber hecho hincapié en la necesidad de conocer a la población. En La República en la América Española, ante la amenaza de la mezcla de grupos dispares
y el desconocimiento de los factores que impiden el desarrollo del país, Arboleda considera que: «Para descubrir esas causas es preciso estudiar nuestros pueblos a la luz de su propia historia y teniendo en consideración su carácter, su posición, las razas que los componen y sus diferentes maneras de vivir» (Urueña, Ibíd. Pág. 13).
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Al igual que Samper, ve la necesidad de estudiar previamente el «carácter» de la población –podríamos entender este término como un equivalente de cultura, en el sentido de reconocer rasgos particulares– para de acuerdo con ello, definir la manera adecuada de gobernar. A diferencia de los intelectuales de nuestros días –v.g. el doctor Yunis–, que ven en la diversidad y en nuestra población la raíz de nuestros problemas, estos intelectuales del siglo XIX, acudiendo al examen introspectivo, buscan adaptar las instituciones y decisiones políticas a las características de la población y no, a la inversa, querer reemplazar la población debido a sus manifestaciones de degeneración. Aunque Laureano Gómez, cerca de setenta años más tarde, compartiendo el interés por la relación entre raza, cultura e identidad nacional, se adhiera a esta última alternativa, debe ser reconocido que él también abogaba por la necesidad de conocer el carácter y particularidades del pueblo para gobernarlo: «De la consideración separada de esos factores [población y territorio colombianos] podemos deducir un conocimiento aproximado de su variabilidad, y por lo tanto de su conservación. Después, si observamos la manera como la raza actúa en el medio, adquiriremos nociones sobre el grado en que nuestra nación se perfecciona y hasta qué punto llena la misión que le es inherente por esencia. El conocimiento aproximado de las deficiencias existentes y de las ventajas conquistadas ya, sugerirá la formación de ideas matrices y gobernantes, con arreglo a las cuales pueden estudiarse los problemas particulares y los fenómenos parciales de nuestra vida democrática» (Gómez, 1970 [1928]: 24).
Este asunto de la composición de la población preocupó a todos los países latinoamericanos. Por ejemplo en Perú, Llorente encontró en Gobineau la clave para la explicación de la historia de su país. Allí mismo, Ramón Castilla ve la solución a la decadencia de la raza india en su cruzamiento (eugenesia), además de la violencia como elemento vertebral en la dominación social. Vale recordar también que en la derrota frente a Chile (1878--1883) se achacó la culpa al lastre indio o al estéril mestizaje con los españoles. Más adelante, Pardo (1894), Palma (1897) y Deústua (década del veinte del siglo XX), seguirán con la idea de la decadencia indígena. Véase: FLORES GALINDO, ALBERTO. 1997. República sin ciudadanos. En Fronteras vol. 1(1): 13-33.
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Para Gómez, al igual que para Samper y para Arboleda, pueblo mestizo no significaba pueblo homogeneizado por la pureza de un tipo humano único salido de la fusión –la cual parece ser la idea que sobre el mestizaje se tiene en la actualidad–, sino más bien, significa cohabitación de razas puras y mezcladas– con las connotaciones que raza tiene más allá de lo puramente fisiológico. No obstante, Gómez se diferencia en que con el apoyo del positivismo y de las teorías racialistas y post-darwinistas de Broca (Antropometría), Vacher de Lapouge (Antropología), Ammon (Antropología) y Le Bon (Psicología Social), entre otros, quería adaptar la raza y el carácter de la población a las instituciones republicanas y del progreso moderno26. En nuestra opinión, son evidentes las coincidencias entre los planteamientos de un Samper o un Arboleda y algunas intenciones de la antropología aplicada, dado que están interesados en analizar la sociedad y proponer soluciones acordes a sus peculiaridades. Ellos señalaban la carencia y la necesidad de estudios particulares de los diferentes rincones del país, persiguiendo con la observación, la identificación de las causas de los problemas endémicos teniendo como método el examen del carácter y composición de la población y la hipótesis de la importancia del elemento racial, y en el que se acude al modelo retrospectivo que no da las cosas por dadas, es decir, no se contenta con preguntarse ¿por qué somos así? sino que persigue las raíces de la nacionalidad. Con estas premisas, se producen explicaciones y soluciones a los problemas atendiendo a las condiciones de la
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población. Para responder a la pregunta si «¿son pues esas instituciones inadecuadas a nuestro modo de ser y estamos condenados a no acceder a la modernidad?», tanto el uno como el otro, incentivan el conocimiento de los diferentes grupos poblacionales, la proposición de instituciones políticas adecuadas para la explicación del desorden y la formulación de los remedios. Claro, de alguna manera, el problema era la diversidad, la diferencia como problema y no como característica o definición de un pueblo, es decir, identidad, pero el interés por las diferentes maneras de vivir, por considerar la relación entre raza y cultura conjuntamente, es pertinente.
Reflexiones Finales
Mientras en América Latina el otro se venía construyendo desde el momento del contacto que distinguió entre conquistadores y conquistados y entre cristianos y paganos, el pensamiento sobre el mismo asunto en las áreas que se estiman como cuna de la disciplina antropológica, estuvo ligado a las necesidades de expansión económica y política de los imperios transatlánticos. A propósito, en los Orígenes de la Nación Norteamericana, dice Franz Boas: «(...) las familias de sangre mezclada tuvieron cierta importancia en el período de gradual desenvolvimiento, pero nunca llegaron a ser suficientemente numerosas en ninguna parte populosa de los Estados Unidos para que se las considere un elemento importante de nuestra población. Sin duda alguna, corre sangre india por las venas de buen número de ciudadanos nuestros, pero la proporción es tan insignificante que puede no tenerse en cuenta» (Boas, 1964 [1911]: 261).
Efectivamente, el interés por la mezcla de tipos europeos y el problema negro en los Estados Unidos, estuvo asociado a la importancia de estos otros grupos en el desarrollo económico del país, y, también, a la posible declinación del tipo europeo noroccidental al contacto con ellos, debido a la asociación de inferioridad de los mismos como consecuencia de sus características raciales. Además, vale recordar el origen de tales preocupaciones en Inglaterra a mediados del siglo XIX, cuando el proesclavismo de la Sociedad Antropológica de Londres persiguió en, primer término, demostrar la inferioridad del negro (James Hurt) y trazar las diferencias entre este y el blanco para fundamentar las graves implicaciones de la mezcla de tales tipos (William Bollaert). En Estados Unidos se dio la misma tendencia aunque con motivaciones disímiles. Estas ideas pueden identificarse en obras como Types of Mankind (1854) de Nott y Gliddon o Races of Mankind de Knox27. No deben quedar por fuera las opiniones de los dos grandes padres de la antropología. A diferencia de los promotores de la desigualdad natural de las razas, en la siguiente frase extractada de Primitive Culture (1871), E. B. Taylor se esfuerza por señalar la no correspondencia entre raza y cultura:
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Para mayores detalles véase Herskovits 1952 [1948] en particular el capítulo «El tipo físico y la cultura», y en la obra de Franz Boas 1964 [1911], el apartado «Análisis Histórico».
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«Para nuestro propósito parece posible y deseable, a la vez, eliminar consideraciones de variedades hereditarias o de razas de hombres, y tratar a la humanidad como homogénea en naturaleza, aunque situada en diferentes niveles de civilización. Creo que los detalles de nuestra investigación probarán que pueden compararse las etapas de la cultura sin tener en cuenta cómo tribus que usan los mismos útiles, siguen las mismas costumbres, o creen en el mismo mito, pueden diferir en su configuración corporal y en color de su piel o de sus cabellos» (Herskovits, 1952 [1948]: 503).
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Notables de la capital (Provincia de Vélez, Lámina 140). Ilustración compuesta por Carmelo Fernández para la Comisión Corográfica. Figura tomada de Barney-Cabrera (1975).
Del mismo modo, y con una precoz denominación de la relación entre raza e identidad, Lewis Henry Morgan relaciona forma humana (raza) con situación étnica (posición cultural) en Ancient Society (1877), al afirmar que
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Mestiza, hombre principal, mulato y mujer principal de Cartagena a fines del periodo colonial. Grabado perteneciente a la Colecciรณn del Museo Nacional de Colombia. Ilustraciรณn tomada de Velรกsquez Toro (1995).
«con un principio de inteligencia y una forma humana, en virtud de un común origen, los resultados de la experiencia humana han sido substancialmente los mismos en todos los tiempos y áreas en la misma situación étnica» (Morgan citado en Herskovits, Op. Cit. Pág. 503). Ahora bien, en Colombia, puede señalarse una prehistoria para la antropología dentro de la cual no es menos cierta la presencia de una continua reflexión acerca del mestizaje. La primera línea de afinidad es resumida por Jesús M. Otero en Etnología Caucana (1952), reconociendo, eso sí, que los mestizos han sido los actores de la explotación y el despojo del indio a la par con la propagación de las viejas imágenes del indio como representante de una raza inferior, bárbara, caníbal y diabólica:
28 Recordemos a Joaquín Acosta («Historia de la Nueva Granada»), Jaime Arroyo («Historia de la Gobernación de Popayán»), Ezequiel Uricoechea («Las Antigüedades Neogranadinas», 1854), Liborio Zerda («El Dorado», 1883), Vicente Restrepo («Los Chibchas», 1895) en la vertiente histórica, y en la novela indiana a Juan José Nieto («Ingermina», 1844), la fecunda obra de Felipe Pérez («Huayna Cápac», 1856; «Atahualpa», 1856; «Los Pizarros», 1857; «Jilma», 1858; «Los Gigantes»), Temístocles Avella Martínez («Anacaona», 1865), Jesús Silvestre Rozo («El Último Rey de Los Muiscas», 1884), José Joaquín Borda («Koralia») y Emilio Antonio Escobar («La Novia del Zipa») entre otros.Véase: PINEDA CAMACHO, ROBERTO (1984) y TOVAR ZAMBRANO, BERNARDO. 1994, en especial el capítulo titulado «Indigenismo y etnohistoria colonial: la obra de Juan Friede», págs. 57-66.
Para mayores detalles sobre la idea de civilización ver Norbert Elias (1989) [1977-1979], en particular el capítulo «Sociogénesis del concepto de «civilisation» en Francia».
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Con escasas excepciones, como lo son la «Descripción general de los indios del Caquetá» de Agustín Codazzi, y el trabajo sobre «Las tribus indígenas del Magdalena» escrito por Jorge Isaacs, que versan sobre el presente de los indios, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, se presenta la revalidación del ancestro nativo a través de la historia y la novela28. Parafraseando a Bernardo Tovar, «tal idealización del nativo primigenio contribuye a la conformación del imaginario indigenista como componente cultural de la identidad de la sociedad mestiza» (Tovar Zambrano, Op. Cit. Pág. 60). Por otra parte, el poco atendido campo del estudio de la relación entre raza y cultura en una población mezclada, es el que ha pretendido ser evidenciado, en términos generales, a través del estudio del pensamiento de criollos ilustrados. La naturaleza heterogénea de la población colombiana, junto con un proyecto político excluyente que persigue el progreso, provoca una idea de nacionalidad que conjuga los altos modales y el conocimiento de los diferentes caracteres, de la cultura particular de cada población. La civilización, como proceso integrador, aparece en la versión que de la segunda mitad del siglo XIX nos presenta Cristina Rojas. De igual modo, se puede pensar que «el concepto resume todo aquello que la sociedad occidental de los últimos dos o tres siglos cree llevar de ventaja a las sociedades anteriores o las contemporáneas «más primitivas»» como lo señala Norbert Elias (1989 [1977-1979]: 57). Pero si en Francia esta idea unió, durante el siglo XVIII, a la intelectualidad que representaba a una clase media ascendente –la burguesía– y a la antigua nobleza bajo la bandera de la sociedad cortesana, en Colombia, no se produjo la aceptación de un tercer grupo como abanderado de la nacionalidad. La educación, como expresión de la autoconciencia de la clase superior, a la vez que un tipo de comportamiento refinado, hace presencia en las familias prestantes de la República de la Nueva Granada, y la intelectualidad que la defiende, también trata de mejorar las cosas, de modificarlas y transformarlas29, pero es dudoso el deseo de conseguir la conciencia de los pueblos consolidados o expandidos ya que Colombia no buscaba su expansión a nivel imperial, sino ser reconocida por Occidente por su técnica, economía, política, modales y conocimiento científico. Sin embargo, para conseguir el reconocimiento de tal actitud y logros, debía mirarse primero hacia dentro.
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«Empero, la expansión y afirmación de la población mestiza, así como la construcción de su identidad, han obligado, desde el siglo XIX, a un cambio de actitud frente a lo indígena, aunque, con cierta frecuencia, en el contexto de una singular paradoja: mientras se enaltece al nativo primigenio, se desprecia al indio coetáneo» (Tovar Zambrano, 1994: 58).
La civilización y el carácter: apuntes ... Pp. 37-59.
Por eso, no es menos cierto que también existió un interés por identificar lo propio. Tanto Samper como Arboleda se oponen al cosmopolitismo – racionalista y universalista– del siglo XVIII, que bien lejos está de su preocupación por definir el «carácter nacional» o «modo de ser» de los colombianos para proponer soluciones, y los acerca más al pensamiento ilustrado y romántico español del siglo XVIII. El interés por la historia, la singularidad de las naciones y las instituciones acordes a su «modo de ser» son señas del mentado antiuniversalismo que aquellos exhiben. Aparece claramente que «la historia se interesa por el proceso individualizador en el que se crea el carácter propio de un pueblo, conocimiento en el que se basará la acción política» (Urueña, 1994: 20) a través de la identificación de virtudes y vicios para proponer soluciones. En estos planteamientos, es posible trazar una afinidad con un concepto que enfatiza peculiaridades y cuya «situación de origen es la de un pueblo que, en comparación con los otros pueblos occidentales, alcanzó tardíamente una unidad y consolidación políticas y en cuyas fronteras desde hace siglos, y hasta ahora mismo, ha habido comarcas que se han estado separando o amenazando con separarse. En lugar de cumplir la función del concepto de civilización que es la de expresar una tendencia continua a la expansión de grupos y naciones colonizadoras, en [este] concepto (...) se refleja la conciencia de sí misma que tiene una nación que ha de preguntarse siempre: «¿En qué consiste en realidad nuestra peculiaridad?», y que siempre hubo de buscar de nuevo en todas partes sus fronteras en sentido político y espiritual, con la necesidad de mantenerlas, además» (Elias, 1989 [1977-1979]: 59).
Desde luego, el pueblo es Alemania y la palabra es cultura, y nos ofrece pistas para entender la experiencia de Colombia y expresiones como «carácter» y «modo de ser». En este orden de ideas, conviene retener lo siguiente:
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Oscar Javier Barrera Aguilera
«Este proceso histórico se corresponde con la orientación del concepto alemán de cultura, con la tendencia a la delimitación así como a poner de manifiesto y elaborar las diferencias de grupo. Las preguntas de «¿Qué es lo francés?, ¿Qué es lo inglés?» hace mucho tiempo que desaparecieron del ámbito de discusión de la conciencia propia de los franceses y de los ingleses. La pregunta de «¿Qué es lo alemán?» no ha dejado de plantearse desde hace siglos. En un momento determinado, el concepto de «cultura» proporciona una de las varias respuestas posibles a esta pregunta» (Elías, 1989 [1977-1979]: 59)30.
30 Hay más información sobre las cercanías y diferencias de los conceptos civilización y cultura en el capítulo «Sociogénesis de los conceptos de «civilización» y «cultura»» en el libro El Proceso de la Civilización de Norbert Elias.
Efectivamente, esta idea de cultura es la que se ha usado desde los orígenes de la etnología y la antropología para el estudio de los pueblos del tercer mundo por parte de las potencias metropolitanas. Sin embrago, bajo otras denominaciones encontramos, en términos generales, contenidos cercanos en el pensamiento de los intelectuales que, apretadamente, se han presentado, y quienes piensan sobre su nacionalidad con un compromiso patriótico. Aunque tales elucubraciones sirvieron a fines que hoy podemos condenar (p.e. excluir para gobernar), no debe impedir la identificación de un pensamiento científico de corte antropológico que encara la composición mestiza de la población colombiana. Recordar los aportes que estos hombres han hecho, significa un desafío a la antropología que hasta el momento ha descuidado la reflexión en torno a los diferentes sectores de la nacionalidad como un conjunto interdependiente, consecuentemente, alimentando el marginamiento de los indios o de los negros. A diferencia de ello, nuestro llamado a una antropología de la nación y del mestizaje, no busca socavar el
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reconocimiento de las diferencias sino permitir pensar el modo de ser junto con las transformaciones del mismo y la participación en un proyecto político; es decir, ser diferente sin ser marginal. El presente documento es también una reflexión acerca del origen y la naturaleza de la antropología en Colombia, que parte del estudio del encuentro con el otro para afrontar la pesquisa de la definición de «¿quiénes somos?», una inquietud que de los otros se convierte en el interés por nosotros y que considera la definición de diferencias y desigualdades junto a la construcción de la nacionalidad, pues ya no es el interés por lo marginal o lo indiferenciado por separado, lo que provoca la exclusión y el anonimato. La pregunta es, y sigue siendo ¿Qué significa ser mestizo?, ¿Qué significa ser colombiano?, ¿Quiénes somos si se supone que somos mestizos?, ¿Es tener ciertos rasgos físicos, o tener una mezcla de rasgos culturales que no distinguen y que, en el mejor de los casos, provocan una realidad de «tente en el aire»? En Colombia, desde el principio, los pensadores sobre raza y cultura hacen parte de la nación y han vivido sus problemas, tienen una relación constante con el otro sea este indio, mestizo, salvaje, negro, pueblo, vecino o campesino. El tema de la raza y la cultura tiene una historia profunda y poco auscultada en nuestro país, además de estar imbricado a la formación de la nacionalidad en un contexto diverso. Esto ha significado que quienes mayoritariamente han pensado el asunto –hombres blancos de la elite educada– vean en la pluralidad del país, y, particularmente en su población, la causa de todos los problemas, además de explicar o adjudicar fenómenos como la violencia de mediados del siglo XX, o la actual, a la diversidad de gentes que cohabitan en el país. Vemos, entonces, la necesidad de una reflexión que persiga desentrañar la relación entre estereotipos y realidad, entre el conocimiento de la población y el uso e historia de las categorías.
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ANÁLISIS
Revista Inversa, Vol. 2, No.2 (2006): 62-162.
El concepto de estilo en Arqueología:
Análisis estilístico de figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita, un estudio de caso. Museo Arqueológico Casa del Marqués de San Jorge Ángela Liliana Ramírez Guarín alramirezg@unal.edu.co Antropóloga Estudiante de la Maestría en Historia Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá
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Palabras claves Antropomorfismo, análisis de estilo, figuras antropomorfas, estilo. Key words Anthropomorphism, style analysis, anthropomorphic figurines, style.
Recibido: 2/03/2006 En revisión desde: 2/03/2006 Aceptado para publicación: 8/09/2006
Resumen Este documento se centra en el análisis a la forma de registro de las figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita pertenecientes a la colección del Museo Arqueológico Casa del Marqués de San Jorge. El objetivo de este trabajo es presentar un modelo de ficha descriptiva para el análisis estilístico de las figurinas pertenecientes a este complejo arqueológico, que funcione como una base de datos que permita evaluar la relevancia de la información que fue obtenida durante la descripción y facilitara su manejo estadístico. La propuesta de ficha, incluye la definición de los componentes estilísticos de las piezas, la presentación de los tipos de figuras y el modelo de ficha descriptiva, como una formulación que no pretende agotar la discusión sobre el tema, sino por el contrario, dar camino a muchas discusiones y elaboración de nuevas hipótesis con respecto a las figurinas antropomorfas. Abstract The main focus of this article is to analyze the registering method of TumacoLa Tolita anthropomorphic figurines, belonging to the collection of Museo Arqueológico Casa del Marqués de San Jorge. The objective of this paper is to present an index card model for the stylistic analysis of this archaeological complex’s figurines as a database allowing relevance evaluation of the information gathered during the description, facilitating its statistical organization. This index card design includes the definition of stylistic components of the pieces, presentation of types of figures and a model for an index card as a formulation that doesn’t wear out the discussion on the subject; conversely, it allows varied debates and elaborations of new hypothesis relating these anthropomorphic figurines.
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l arduo ejercicio del arqueólogo fluctúa entre el deseo ferviente por encontrar los lazos que le permitan conectarse con el pasado y la certeza –no siempre tan desoladora– de que pese a todos los esfuerzos realizados, la suya es sólo una de las múltiples alternativas posibles para explicar lo impredecible. Su trabajo no brinda las respuestas a sus preguntas, muy por el contrario, lo confronta con nuevos interrogantes y cuestiona su propia naturaleza: debe intentar comprender, desde el presente y bajo sus propias circunstancias y limitaciones, las relaciones casi intangibles entre sus congéneres prehistóricos y sus medioambientes; relaciones que estuvieron mediadas por formas particulares de percibir e interactuar con el mundo y de las cuales el arqueólogo ha de seguir el rastro con la ayuda de las herramientas conceptuales, metodológicas y tecnológicas que su propio ingenio le proporcione. Pero este oficio inagotable es mucho más que una fantástica maquinita para viajar a través del tiempo y participar de aquello que no conocemos pero que nos atrevemos a imaginar. La Arqueología es ante todo una ciencia y como tal, está obligada a proceder con la rigurosidad, el empeño y la humildad de toda actividad científica. Si bien nuestro principal objetivo de estudio se resiste a ser encasillado dentro de un rango estrecho de fórmulas y teoremas, estamos llamados a reducir el margen de error en nuestras aseveraciones, a formular más y mejores problemas de investigación, a enriquecer nuestras hipótesis con datos más precisos y confiables, y a garantizar que el engranaje científico continúe su curso, pero principalmente, a reivindicar la disciplina para la cual vivimos. «Con frecuencia un paradigma, desarrollado para un conjunto de fenómenos, resulta ambiguo al aplicarse a otro estrechamente relacionado. Entonces son necesarios experimentos para escoger entre los métodos alternativos, a efecto de aplicar el paradigma al nuevo campo de interés» (Kuhn, 1996: 60).
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Todo proyecto científico es un conducto de doble vía: por un lado la manipulación de un cuerpo teórico permite el desarrollo de metodologías adecuadas y por ende, de interpretaciones que vinculen de modo coherente los datos recolectados con las preguntas elaboradas, pero por el otro, son estas preguntas las que determinan la óptica del investigador y lo encaminan hacia la obtención de datos precisos que correspondan con sus intereses particulares. El fin último de este proceso es producir resultados concretos y generar nuevos problemas de investigación. A menudo las conclusiones de algunos trabajos arqueológicos están respaldadas por afirmaciones que conciernen a interpretaciones estilísticas del material cultural que es relacionado, de forma directa casi siempre y casualmente en muchas otras ocasiones, con límites geográficos y cronológicos de unidades sociales específicas. Estas asociaciones corresponden a una noción tan incierta como ambigua del estilo y las inferencias arqueológicas que pueden ser elaboradas a partir del análisis estilístico. No es entonces extraño que el estilo sea indistintamente utilizado como marcador de fronteras étnicas, como punto de partida en el desarrollo de afirmaciones sobre las dinámicas sociales de ciertos grupos humanos, o como una descripción somera de atributos decorativos de piezas arqueológicas, que deriva por lo regular en clasificaciones tanto de los objetos como la de las personas que les subyacen. En consecuencia, los análisis estilísticos son llevados a cabo sin conocimiento de los recursos metodológicos y los fines interpretativos a los que se adecuan. Los frutos de este tipo de procedimientos oscilan entre dos puntos extremos: por una parte, el menosprecio y la subvaloración de las ventajas proporcionadas por el estilo como una fuente de información sobre las circunstancias en las cuales una decisión estilística es concebida y ejecutada por los artesanos, y por otra, una sobreestimación a nivel interpretativo del alcance de los datos obtenidos a partir
Figura femenina perteneciente al arte de Tumaco. Fotografía y pie de foto tomados de Barney-Cabrera (1983b).
El concepto de estilo en Arqueología: análisis estilístico... Pp. 60-160.
de estos análisis. Ambos casos contribuyen a generar posturas escépticas con respecto a los resultados y las posibilidades de los estudios estilísticos en Arqueología. Una de las propuestas de trabajo desarrolladas por mí1 y que expondré a lo largo de de este artículo, dirige su atención a la forma de registro de las figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita pertenecientes a la colección del Museo Arqueológico Casa del Marqués de San Jorge. El objetivo era presentar un modelo de ficha descriptiva para el análisis estilístico de las figurinas antropomorfas pertenecientes a este complejo arqueológico2, que funcionara como una base de datos, que permita evaluar la relevancia de la información que fue obtenida durante la descripción y facilitara su manejo estadístico. En principio, el proyecto que sirvió como base para el desarrollo de esta investigación, pretendía explorar el papel desempeñado por las figurinas femeninas dentro de la iconografía de la estatuaria Tumaco-La Tolita tomando como muestra de estudio las piezas cerámicas antropomorfas pertenecientes al Museo Arqueológico Casa del Marqués de San Jorge, al Museo del Oro y al Museo Nacional3. Por desgracia, son muy pocas las piezas que cuentan con la información básica del lugar exacto de procedencia –con frecuencia ni siquiera con datos aproximados o medianamente fidedignos–, el contexto arqueológico en el que fueron encontradas, o los elementos y condiciones con ellas relacionados. Esta circunstancia representa un serio inconveniente al momento de intentar una aproximación al significado y la función de estas representaciones. El estilo, como una herramienta analítica, está ligado a un tiempo y un lugar específicos. Son las condiciones particulares en las que surge y evoluciona, las que determinan y demarcan sus límites y propiedades. «Los estilos pueden ser pensados culturalmente, estructurados o estandarizados en cierto sentido: sus componentes son seleccionados dentro un cuerpo relativamente estrecho de técnicas interrelacionadas, alternativas temáticas y estéticas que son combinadas de acuerdo con una serie de reglas» (Rice, 1987: 244-245).
Ángela Liliana Ramírez Guarín
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1 Este texto se basa en la monografía titulada El concepto de estilo en Arqueología: análisis estilístico de figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita, un estudio de caso. Museo Arqueológico Casa del Marqués de San Jorge, presentada en el año 2003 por la autora para optar al título de Antropóloga en la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá.
El diseño de la ficha se planteó como un paso previo al desarrollo del análisis estilístico, pero debió ser ajustado o continuamente perfeccionado en el transcurso de la investigación, de acuerdo con la exigencia de este trabajo.
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3 El cambio con respecto a la dimensión de la muestra seleccionada en un principio (las colecciones Tumaco-La Tolita de tres museos en Bogotá), se debe fundamentalmente a consideraciones sobre el tamaño de la muestra, el estado de conservación de las piezas y el tiempo de trabajo requerido.
Pese a los pocos datos brindados por estas piezas con respecto a los contextos en los cuales fueron halladas, no se puede pasar por alto la información potencial que contienen, y su descontextualización, más que resignación y desconsuelo, es un estímulo para desarrollar propuestas concretas de investigación que, haciendo conciencia de las limitaciones a las que se enfrentan, puedan aprovechar y validar la información disponible y sus alcances. Intentando encontrar opciones alternativas que permitieran amortiguar las implicaciones impuestas a esta limitación, llegó a contemplarse la posibilidad de emplear la argumentación analógica basada en datos etnográficos sobre los contextos en los que las representaciones humanas han sido fabricadas y usadas. El empleo de las analogías etnográficas es bien conocido dentro de las investigaciones arqueológicas, y ha cobrado un auge con el desarrollo de trabajos etnoarqueológicos. Para Watson, es posible obtener información valiosa sobre sistemas culturales extintos, a través de la comparación de los restos materiales del registro arqueológico con datos de sistemas culturales mejor conocidos arqueológica y etnográficamente (Watson y Gould, 1982). No obstante, la utilidad de aplicar un argumento por analogía está condicionada por dos factores cruciales con respecto a la relevancia y la veracidad de la analogía planteada: (1) debe demostrarse la continuidad histórica y cultural entre los fenómenos observados arqueológica y etnográficamente; y (2) en ausencia de la primera condición, la relevancia del argumento puede ser justificada a partir de analogías establecidas con culturas que manipulan en forma semejante, medioambientes similares (Asher 1961 en Binford 1967).
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Infortunadamente para el caso de Tumaco-La Tolita, no existe información etnográfica que cumpla con estos requisitos, razón por la cual esta opción fue descartada al considerar que la yuxtaposición indiscriminada de datos etnográficos para justificar interpretaciones arqueológicas, lejos de dar respuestas confiables a los problemas de investigación, aparta al investigador del propósito fundamental de explicar el funcionamiento de los sistemas culturales del pasado. Ante la imposibilidad de salvar con éxito esta dificultad, el paso a seguir fue la observación del cuerpo de datos disponibles sobre las interpretaciones y los contextos relacionados con representaciones antropomorfas. Como producto de esta revisión, fue posible agrupar en dos áreas la información obtenida: (1) noticias e interpretaciones sobre piezas antropomorfas provenientes de trabajos efectuados en la zona delimitada como Tumaco-La Tolita y (2), contextos y análisis suministrados por estudios sobre representaciones humanas de diferentes épocas y lugares. Con respecto al primer punto, cabe decir que las figurinas antropomorfas proceden en su gran mayoría de basureros y en menor escala de contextos funerarios, y que pese a la abundancia de piezas de este tipo en el área, son raras las investigaciones tendientes a esclarecer su función y significado. Las hipótesis desarrolladas plantean su relación con rituales de curación y con mecanismos de adscripción a determinados grupos. En cuanto al segundo punto, es curioso encontrar que casi en su totalidad la información disponible corresponde a estudios sobre figurinas femeninas, y pocas son las referencias reseñadas a piezas masculinas. Como es obvio, ninguno de estos dos campos de información puede en sí mismo enmendar la carencia de contextos, así como tampoco son factibles las aseveraciones para determinados objetos sobre otros, que aunque similares, funcionan en contextos espaciales y temporales diferentes y dentro de dinámicas sociales y culturales que no son equiparables. Pese a ello, este tipo de datos constituye un innegable y valioso marco de referencia. Teniendo en cuenta lo anterior, lo señalado en este artículo pretende ser un modesto paso inicial dentro de un proceso de investigación a largo plazo, sobre la función y el significado de las figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita, campo de investigación en el cual todavía hay mucho por explorar. Aquí se intenta plantear una propuesta de análisis estilístico de las figurinas, que incluye la definición de los componentes estilísticos de las piezas, la presentación de los tipos de figurinas y el modelo de ficha descriptiva*, como una formulación que no pretende agotar la discusión sobre el tema sino por el contrario, dar camino a muchas discusiones y elaboración de nuevas hipótesis con respecto a las figurinas antropomorfas.
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I Hacia una conceptualización del estilo más allá de los patrones materiales En el desarrollo de la investigación arqueológica, han sido múltiples los usos dados al concepto de estilo (Carr y Neitzel, 1995; Conkey, 1990; Conkey y Hastorf, 1990; DeBoer, 1990; Hodder, 1990; Macdonald, 1990; Rice, 1987; Sackett, 1977; Voss y Young, 1995; Wiessner, 1990a y 1990b; Wobst, 1977). La diversidad en las propuestas conceptuales depende de la forma en la cual el registro arqueológico y en particular, los objetos materiales son concebidos, y del papel más o menos significativo que se les otorga en el esfuerzo por acceder al conocimiento del pasado. El estilo más que una categoría clasificatoria debe ser entendido como un intrincado constructo que a través de materializaciones concretas puede dar cuenta de principios y normas sociales y culturales que conectan a los individuos con los sistemas a los cuales pertenecen. En este apartado evalúo la importancia de una discusión teórica
*El modelo de ficha que se menciona aquí, se encuentra disponible en la página oficial de Inversa, www.inversa.unal.edu.co. Los detalles se presentan en el pie de página número 98 de artículo. N. del E.
El concepto de estilo en Arqueología: análisis estilístico... Pp. 60-160.
sobre el estilo que contribuya a determinar las preguntas de investigación al momento de efectuar un análisis estilístico.
El problema de la definición del estilo
Ángela Liliana Ramírez Guarín
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Cabezas típicas de Tumaco en las que se ven diferentes expresiones faciales mediante similares módulos plásticos. El artísta de Tumaco fue consumado retratista y hábil ceramista. Fotografía y pie de foto tomados de Barney-Cabrera (1983b).
En los dos primeros capítulos de su libro The Uses of Style in Archaeology, Conkey y Hastorf (1990) elaboran una revisión histórica acerca de los enfoques bajo los cuales el estilo ha sido conceptualizado y de las repercusiones interpretativas que estas posturas han tenido en el desarrollo de la investigación arqueológica. En este apartado resumo los puntos esenciales de este trabajo. Las primeras aproximaciones evolucionistas en el siglo XIX, conferían a los artefactos un papel autónomo en tanto que, la variación artefactual era interpretada como efecto de los cambios culturales, mientras que el estilo de los objetos equivalía por sí mismo a entidades histórico-culturales (Conkey y Hastorf, 1990: 8). Desde la perspectiva histórico-cultural, el estilo sirvió para establecer y justificar la existencia de cronologías y tipologías vinculadas con características estéticas específicas del material cultural, con base en patrones de similitud y diferencia, que a su vez eran explicados en virtud de procesos de migración y difusión. De esta forma el pasado pudo ser dividido en unidades temporales y espaciales organizadas de forma coherente (Conkey y Hastorf, 1990: 8). Para algunos materialistas, el estilo se equiparaba con los elementos, formas y distribuciones de los atributos de los objetos arqueológicos en términos puramente descriptivos, dejando de lado cuestiones relevantes como las fuentes de variación formal, la intencionalidad de los artesanos y el papel de los objetos dentro de los contextos culturales en los que fueron creados, manipulados y descartados (Conkey y Hastorf, 1990: 2). Para la Nueva Arqueología, el estilo constituía una herramienta analítica que actuaba como medidor de procesos culturales (en especial interacción e intercambio social), y que permitía rastrear cambios significativos en las unidades sociales, en pos del establecimiento de límites espaciales y distribuciones temporales. El propósito consistía en encontrar similitudes análogas que permitieran relacionar las actividades artesanales y su funcionamiento dentro de los sistemas culturales. Así se otorgaba primacía al reconocimiento de patrones en los datos arqueológicos como información codificada que pudiera dar cuenta de la variación y del funcionamiento de dichos sistemas culturales. Desde este punto de vista, primero, todo artefacto es un correlato material y como tal refleja fenómenos socio-culturales o ciertas etapas en la evolución de los sistemas culturales, y segundo, toda variación artefactual (incluyendo por supuesto la estilística), se concibe como un lenguaje susceptible de ser decodificado (Conkey y Hastorf, 1990: 9). Ya en el decenio del 70, el concepto de estilo se involucró, además de la variación formal, con la comunicación, el intercambio de información y el establecimiento de los límites sociales. La cuestión estuvo centrada en la relación, hasta el momento disyuntiva, entre estilo y función, y la comunicación apareció entonces como una de las funciones del estilo (Sackett, 1977; Wobst, 1977), mientras que la variación formal fue vinculada con procesos de intercambio de información (Conkey y Hastorf, 1990: 9-10). En la actualidad, el estilo sigue siendo un concepto bastante problemático, ambiguo, multivalente y elusivo, principalmente porque está ligado a contextos culturales específicos, y conectado a un tiempo y un espacio en particular. El estilo no es una entidad que el arqueólogo pueda descubrir y capturar mediante la aplicación de un método y/o una teoría en especial. Esto no significa que no pueda ser usado como una unidad analítica y conceptual en la práctica arqueológica, es sólo un
llamado de atención a los arqueólogos y a su capacidad de auto evaluación para reconocer la tensión inevitable entre lo que fueron los objetos en el pasado y la función que desempeñaron dentro del campo de las prácticas sociales, y aquello que el investigador hace que sean desde su perspectiva científica (Conkey y Hastorf, 1990:2-3).
La teoría del intercambio de información
Estos procesos de intercambio de información, incluyen todos los eventos en los cuales un mensaje es emitido o recibido, teniendo presente que cada mensaje transmitido cuenta con la existencia, al menos potencial, de un receptor –bien sea legitimo o no– capaz de percibirlo e interpretarlo. Bajo estas condiciones el estilo desempeña un papel activo dentro de la comunicación, y la dicotomía estilo/función queda más que desmentida.
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En su artículo «Style, Society, Myth and Structure» (1995), Roe presenta una interesante exposición con respecto a las dificultades manifiestas en la falsa dicotomía entre estilo y función, el lector que esté interesado en profundizar sobre el tema, puede consultar el apartado «Style and Funcionality» del artículo referenciado.
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5 Esta concepción está reforzada por el paradigma del análisis estilístico convencional, en el que el estilo es adquirido –de forma casi automática– antes de ser aplicado sobre los artefactos (procesos de enculturación y aculturación y teoría del aprendizaje) y por supuesto, antes de que dichos artefactos se articulen con otros procesos culturales. 6 Con respecto a factores ambientales, sociales y culturales.
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«[…] como aquella parte de la variabilidad formal en la cultura material que puede ser relacionada con la participación de los artefactos en procesos de intercambio de información» (Ibíd, Pág. 321).
Revista Inversa
Para Wobst (1977), las nociones arqueológicas tradicionales adolecen de significativas deficiencias en cuanto a la concepción y manejo de lo que se entiende por estilo. En su opinión, los enfoques convencionales bajo los cuales se desarrollaron los análisis estilísticos no trabajan sobre una idea clara con respecto a qué es lo que debe ser medido. Su propuesta, expresada en la teoría del intercambio de información, se orienta hacia la definición y la reivindicación del estilo como una categoría funcional de la variabilidad formal, perfectamente articulada dentro de la matriz sistémica de la cual forma parte. En primera instancia, Wobst manifiesta su desacuerdo frente a la desarticulación del estilo con otras variables culturales y la consecuente bifurcación entre estilo y función4.El estilo es considerado como una categoría no funcional, aislada de los procesos de producción y uso de los artefactos5. La permanencia de estilos particulares a través del tiempo es explicada en términos de la homeóstasis en los procesos de comunicación de una unidad social determinada; mientras que la uniformidad de estilos a lo largo de un espacio geográfico se atribuye a la alta densidad de dichos procesos en el área en cuestión. Desde esta perspectiva, el comportamiento estilístico se investiga a un nivel tan amplio de generalización, que escapa a la materialización en hipótesis estilísticas manejables (Wobst, 1977: 318). En segundo lugar, rechaza la idea del estilo como una circunstancia estática y por el contrario, postula la conducta estilística como un fenómeno dinámico que a través de los artefactos comunica ventajas adaptativas6 relacionadas con procesos de intercambio de información, materia y energía. El estilo reacciona ante los cambios efectuados en otros aspectos de la cultura, a la vez que contribuye a reforzar una serie de procesos sociales tales como la integración y diferenciación cultural y social, el mantenimiento de fronteras étnicas y simbolización del territorio, y la aceptación y sumisión a determinadas reglas, entre otros. Es así como Wobst introduce una perspectiva ecológica en la forma de considerar el estilo, en la cual, la capacidad humana de simbolizar, no sólo facilita estos tipos de intercambio, sino que también contribuye considerablemente a realzar la cantidad, diversidad y dinamismo del comportamiento aprendido, con respecto al que es genéticamente heredado. Esto a su vez, permite a las comunidades humanas responder con más eficacia a las presiones medioambientales y ampliar el rango de posibilidades para aprovisionarse, procesar e intercambiar información, materia y energía (Ibíd. Pág. 320). Basado en estas premisas, Wobst busca caracterizar la conducta estilística, al definir el estilo,
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El estilo y los objetos: el mito de la comunicación artefactual
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7 En especial, al considerar la ejecución de artefactos en materiales de difícil consecución y que exigen mayor inversión de energía durante la producción, distribución, etc.
No sobra insistir una vez más que esta «ausencia» de receptores no implica de manera alguna su inexistencia, así como tampoco significa que el receptor no sea considerado por el emisor al momento de materializar el mensaje, de otra forma no tendría sentido la inversión de materia y energía en el flujo de información.
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El estilo comprende dos campos no excluyentes: el decorativo, que alude al embellecimiento de la superficie de un objeto y el tecnológico, que tiene que ver con las técnicas de fabricación y ejecución de artefactos y que ha sido poco estudiado sistemáticamente en los trabajos arqueológicos (Rice, 1987).
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El modo de comunicación artefactual (transmisión de mensajes a través de los artefactos) tiene varias ventajas adicionales si se compara con otras formas de intercambio de información: la primera de ellas tiene que ver con el costo de la transmisión del mensaje en relación con su efectividad: si bien puede afirmarse que el costo de la inversión de materia, tiempo y energía para plasmar un mensaje determinado en un artefacto puede en verdad, resultar muy alto7, también es lícito decir que los mensajes transmitidos de este modo no requieren una inversión adicional a la inicialmente efectuada durante los procesos de producción. Esto se debe a que dichos mensajes varían de forma más lenta que otros, y por ende, no requieren de modificaciones materiales constantes (Ibíd. Pág. 322). En este punto es importante considerar factores como la complejidad y variabilidad de los mensajes transmitidos. Tanto la estandarización como la simplificación del mensaje son inversamente proporcionales al costo invertido. Por el contrario, el costo de la inversión aumenta con respecto a la variabilidad del mensaje, entre más complejos y diversos sean los enunciados que pretenden ser transmitidos, mayor es el esfuerzo que habrá de hacerse para lograrlo con éxito (Ibíd. Pág. 322-323). La segunda ventaja que ofrece el modo de comunicación artefactual, alude al proceso mismo de comunicación (y a los sujetos que en él participan), y a la perdurabilidad del mensaje a través del tiempo, ya que permite que la transmisión de éste se lleve a cabo aún cuando el emisor y el receptor no coincidan en el tiempo y/ o en el espacio. Así el mensaje puede ser transmitido en ausencia física de receptores, de la misma manera que puede ser recibido e interpretado sin la presencia del emisor8. Además, una vez que el artefacto porte en si el (los) mensaje(s), este(os) puede(n) ser amplia y fácilmente difundido(s) a través del tiempo. Por último, tanto la emisión (producción y uso del artefacto), como la recepción (acceso al artefacto), demandan disponer de la energía, la materia y la información necesarias. Este hecho facilita la monopolización del intercambio de la información en ciertos artefactos y la estandarización de mensajes particulares, así como el control sobre la emisión de algunos mensajes, especificando materiales raros o energéticamente costosos (Ibíd. Pág. 322).
Los mensajes estilísticos y el flujo de información En la teoría del intercambio de información, el estilo es un transmisor constante de mensajes recurrentes que satisfacen ciertas restricciones con respecto al tipo de información contenida en ellos: mensajes demostrativos, mensajes de identificación (afinidad de clase, de grupo social y de rango), de prescripción y proscripción, de objetivación política y religiosa, y de estado emocional (Wobst, 1977). De acuerdo con Rice esta teoría o análisis simbólico funcionalista, persigue dos interpretaciones relacionadas: la primera tiene que ver con el contenido o sustancia del mensaje (usualmente se refiere a la iconografía), la segunda concierne al contexto en el que los mensajes son enviados (Rice, 1987). Para Rice, el estilo9 es un sistema abierto y dinámico de expresión que facilita el proceso de recibir y transmitir nueva información. La variación estilística puede darse tanto en términos interculturales como individuales, dando cabida en mayor o menor grado a la innovación (proveniente de la experiencia personal o del contacto con otros grupos) dentro de las normas habituales de las tradiciones sociales. La observación de las características de los estilos y su permanencia y variación a través del tiempo, así como la coincidencia de rasgos y patrones estilísticos en las manifestaciones culturales de sociedades diferentes, ha llevado a los arqueólogos a
Además, los mensajes estilísticos también hacen más predecibles los encuentros sociales, contribuyendo a reducir la tensión inherente a los contactos intermitentes y permitiendo así que se lleven a cabo de una manera más intima (Wobst, 1977: 327). Es pertinente resaltar algunos puntos adicionales con respecto a la visibilidad de los mensajes y a lo que Wobst llama las expectativas del comportamiento estilístico: (1) si bien todos los artefactos son potencialmente susceptibles de portar mensajes, los más apropiados para hacerlo son los más visibles, los que participan de manera más activa en procesos de intercambio de información, y aquellos que tienen la posibilidad de ser encontrados por un número mayor de individuos; (2) aquellas formas estilísticas específicas que requieren ser distribuidas de modo más amplio, son representadas en artefactos más visibles y más asequibles a otros individuos; (3) las formas estilísticas específicas deben ser distribuidas de modo gradual dentro y entre unidades sociales, si ellas son vistas de manera exclusiva por un número relativamente pequeño de individuos; (4) las formas estilísticas específicas a grupos sociales ocurrirían sólo en aquellos mensajes que tienen una difusión más amplia, que comunican afiliación grupal y que participan de los procesos de mantenimiento de límites (Ibíd. Pág. 330)10.
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«Los mensajes visibles ayudan a regular el contacto al servir de apoyo y sanción a la acción. Esta guía a la acción acentúa, en efecto, la intensidad de la interacción y asegura así el resultado exitoso, en el sentido adaptativo, de los inusuales encuentros sociales. Ello se logra al ofrecer lazos de información que no requieran verse secundados por descripciones lingüísticas precisas o por un contacto regular entre los muy móvibles miembros de una población regional» (Gamble, 1990: 350).
Roe (1995) enuncia ocho propiedades mediante las cuales el estilo puede ser definido: (1) reconocimiento identificable: los rasgos estilísticos tienen mayor visibilidad con respecto a otro tipo de rasgos; (2) virtuosismo: las formas estilísticas requieren esfuerzo y destreza; (3) dependencia de un medio o vehículo somático: las propiedades del material influyen sobre la intención del artista; (4) contextualización: el estilo es un fenómeno histórico, inherente vinculado con dimensiones espaciotemporales específicas; (5) selección sistemática de alternativas conocidas: el estilo reside en elecciones efectuadas con propósitos determinados, que si bien están basadas en reglas de creación y recombinación de elementos decorativos, también dan cabida a cierto rango de variación con respecto a los patrones establecidos; (6) normatividad: existen reglas que rigen las decisiones efectuadas con relación a las expectativas del artísta y a la audiencia a la que se dirige; (7) corpus: gracias a la normatividad, decisiones operativamente similares son tomadas una y otra vez por el mismo actor en diferentes ocasiones, o por actores diferentes al mismo tiempo; y (8) afecto: las elecciones estilísticas son efectuadas sobre una base emocional, que fluctúa entre la tradición y la creatividad. 10
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construir hipótesis con respecto a factores sociales, psicológicos y medioambientales que subyacen a estos fenómenos y que incluyen la consideración de variables como las presiones medioambientales, la evolución técnica, los patrones de asentamiento, la creatividad y destreza personal, la difusión histórica, las prácticas de crianza y la existencia de grupos sociales determinados por el sexo, la edad o el rango social (Ibíd. 1987). La utilidad y la funcionalidad de los mensajes deben ser evaluadas en términos de la distancia entre el emisor y los potenciales receptores. Entre menor sea esta distancia, más decrece la utilidad del mensaje, en virtud de la redundancia que implica la proximidad del mensaje emitido con las experiencias íntimas de vida y con las peculiaridades comportamentales que rodean la transmisión de la información. «Así, en ausencia de otros factores, el monto del comportamiento estilístico se correlacionaría con el tamaño de las redes sociales y con los individuos que participan en ellas» (Ibíd. Pág. 326). Por esta razón, Wobst habla de un grupo ideal de receptores potenciales, ubicados a una distancia intermedia con respecto al emisor. Esto permite por un lado, que el mensaje llegue a individuos que poseen la capacidad de percibirlos y decodificarlos, y por el otro, evita el sobrecosto de materia y energía que implica transmitir mensajes de forma artefactual a individuos con los que por su cercanía, podrían recibirlos eficientemente de formas menos costosas. Es a este fenómeno al que Wobst se refiere cuando habla de redundancia (Ibíd. Pág. 323). La funcionalidad del comportamiento estilístico se relaciona, según Wobst, con los procesos de reafirmación de identificación y diferenciación social. Los mensajes estilísticos permiten mantener los vínculos de pertenencia y la integración social entre grupos o individuos que, por circunstancias diversas, no están en permanente contacto verbal y a quienes por consiguiente se les dificulta la observación de los patrones comportamentales de los otros (Ibíd. Pág. 327). Al respecto, opina Gamble:
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Conducta estilística y procesos de intercambio de información: una aproximación al estilo como comunicación
11 La diferencia a la que aludo, radica en el grado de intencionalidad de los individuos que manufacturan los artefactos al momento de introducir y manipular determinados mensajes en sus productos (Sackett, 1966: 267268). En el transcurso de este escrito volveré sobre este punto en particular. 12 Desde su publicación en 1977, la teoría del intercambio de información, además de ganar adeptos también ha sido objeto de críticas de índole diversa. Voss y Young presentan en su artículo un aparte sintético que resume los reparos de distintas tendencias teóricas hacia el planteamiento de Wobst. Las críticas señalan que esta teoría no consideró ciertos aspectos importantes con respecto a la relación entre el nivel individual («conciencia expresable») y el nivel de la sociedad operativa (sociedad y cultura). En palabras de Voss y Young (1995: 85) estos aspectos son: (1) el significado específico cultural e individual de los símbolos (Hooder), (2) la manipulación del estilo dentro de unidades residenciales (Hooder), (3) el impacto pasivo de la enculturación en el comportamiento decorativo (Sackett), y (4) el componente más activo de retroalimentación de la enculturación (Braun). Para una discusión más extensa sobre este punto, es recomendable ver el artículo original. 13 La perspectiva dicotómica entre lo emic y lo etic proviene de los trabajos del lingüista Kenneth Pike, y concierne tanto al punto de vista del observador como al de los participantes. Según Harris, «lo que caracteriza las operaciones de tipo emic es la elevación del informante nativo al estatus de juez último de la adecuación de las descripciones y
Si bien el estilo siempre ha estado ligado al concepto de variabilidad formal, el punto a debatir se ha concentrado primero, en la discusión sobre en qué parte de dicha variabilidad reside con exactitud el estilo, y segundo, sobre cuáles son los aspectos relevantes que debe considerar el investigador para acceder al conocimiento del pasado a través del análisis estilístico. Al respecto, varias han sido las aproximaciones que intentan fijar el estilo en un punto en concreto. En este apartado me limito a los postulados que lo relacionan con la comunicación y el flujo de información, considerando más a fondo las posturas desarrolladas a partir del decenio del 1970 del siglo XX, que serán brevemente esbozadas en el apartado «La materialización como estrategia de poder». Sackett (1977, 1986, 1990), junto con Wobst (1977), es uno de los pioneros en enfatizar sobre el papel funcional del estilo. Pese a lo que esta presentación podría sugerir, los planteamientos teóricos de estos autores exhiben importantes diferencias, fundamentalmente, en lo que concierne al papel del artesano como el hacedor de artefactos, con respecto al o los mensajes que a través de ellos pueda emitir11. Mi propósito es enunciar los pilotes conceptuales sobre los que Sackett construye su modelo, así como las posteriores visiones de otros investigadores que continúan con la tendencia de vincular estilo y comunicación (Conkey, Rice, Wiessner), y así brindar un punto claro de contraste en relación con la teoría del intercambio de información sobre la que se fundamenta esta disertación12.
El modelo general del estilo para la Arqueología Sackett propone en principio, la creación de un modelo general del estilo para la Arqueología que pueda ser considerado como válido para ésta como un todo, y en el que el estilo es asumido como un concepto ético13 organizativo, impuesto sobre la cultura material por el investigador desde el exterior. Sackett resume en tres puntos las bases de su modelo (1977: 370): 1. Todas las teorías del estilo14 descansan sobre dos principios: a) el estilo concierne a una manera altamente específica y característica de hacer algo y, b) esta manera de hacer es siempre particular a un espacio y a un tiempo determinado. 2. En el campo de la Arqueología, el estilo en su sentido más general, es el complemento perfecto de la función. Ambos tienen igual responsabilidad al momento de determinar la naturaleza de la variabilidad entre artefactos, es decir, la dimensión formal del registro arqueológico. 3. Conjuntamente, estilo y función agotan el potencial de dicha variabilidad, excepto por el papel fortuito que agentes postdeposicionales puedan jugar para modificar la forma de los artefactos. Sackett coincide con Wobst en que el estilo debe ser considerado como una dimensión ya no excluyente, sino interrelacionada y complementaria de la función, debido a que ambos participan de la dimensión formal de un artefacto: estilo y función son formas alternas de lograr artefactualmente un fin funcional.
La perspectiva isocréstica: un vínculo directo entre el estilo y la etnicidad En artículos posteriores (1986, 1990) Sackett aclara que la construcción de su modelo general no puede equipararse de forma alguna con una teoría del
Sackett (1985), en manifiesto desacuerdo con esta idea de comportamiento premeditado, consciente y deliberado por parte de los artesanos, contradice las posiciones teóricas de Binford, Wobst, Conkey, Wilmsen y Wiessner. Para él, esta visión considera que el comportamiento isocréstico (el oficio de elegir entre varias opciones), está guiado básicamente por un comportamiento simbólico (el trabajo de asignar significado a esas elecciones), de manera que estos dos tipos de comportamiento quedan tan vinculados que se etiquetan como estilísticos; (2) estilo pasivo o latente: sostiene que la información es estampada por los artesanos en los artefactos de manera inconsciente, razón por la que no puede ser manipulada por ellos, aun cuando si es de esperarse que estos mensajes étnicos puedan ser leídos (Sackett, 1986).
14 Se refiere a las últimas teorías en el momento, esto es en el decenio de 1970. 15 Alude en particular a lo que él denomina del adjuntismo y a la sociología cerámica. Según Sackett, tanto el uno como la otra, ubican el estilo en la decoración, en el caso de los objetos no utilitarios, y en la forma adjunta para el caso de los objetos utilitarios. La forma adjunta «concierne a la variación formal en la cual la función principal se opone a los fines particulares para los cuales el objeto fue creado» (Sackett, 1977: 373).
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«[…] el estilo representa un tipo intencional de señalización étnica o iconicismo que es empleado por el artesano, con el fin de transmitir varios tipos de información social y cuyas funciones son la identificación auto-conciente de unidades étnicas, el mantenimiento de sus fronteras y la promoción o inhibición, según el caso, de sus interacciones con otras unidades étnicas» (Sackett, 1986: 269).
análisis del observador. La prueba de la adecuación de los análisis emic es su capacidad para producir enunciados que el nativo pueda estimar reales, con sentido y apropiados», mientras que «el rasgo distintivo de las operaciones de tipo etic es la elevación de los observadores al status de jueces últimos de las categorías y conceptos empleados en las descripciones y análisis. La prueba de la adecuación de las descripciones etic es única y exclusivamente su capacidad para generar teorías fructíferas desde un punto de vista científico de las causas de las semejanzas y diferencias socioculturales» (Harris, 1982: 47). Estos conceptos han sido aplicados a las Ciencias Humanas en general, y a la Arqueología en particular, refiriéndose ya no sólo al trabajo etnográfico con informantes, sino que también se ocupan de si los conceptos elaborados por los investigadores, a partir de los materiales culturales, corresponden a categorías construidas desde el interior por aquellas personas que los fabricaron, o si por el contrario, son producto de la visión externa del investigador, que los usa como herramientas conceptuales y metodológicas.
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comportamiento estilístico, y enfatiza más bien en una visión particular, la perspectiva isocréstica, que intenta vincular estilo y etnicidad. El estilo funciona para promover la autoidentificación y la cohesión de grupos étnicos, con el propósito de mantener sus límites y arbitrar las relaciones con otros grupos. La perspectiva isocréstica se deriva de la noción del isocrestismo, que literalmente traduce «equivalente en uso», y que se refiere a la existencia de un amplio espectro de opciones igualmente viables, para alcanzar un fin específico al momento de fabricar y/o utilizar objetos materiales. La elección de una alternativa particular está determinada por la tradición tecnológica en la cual el artesano ha sido inculturizado como miembro de un grupo social. Estas elecciones pueden verse afectadas por el cambio en los patrones de interacción social con otros grupos. La variación isocréstica es diagnóstica de la etnicidad y en últimas, es percibida como estilo. Desde el punto de vista de Sackett, es habitual referirse a los patrones artefactuales que reflejan etnicidad como variación estilística y aquellos que reflejan actividad, como variación funcional. Esta distinción encierra el dualismo entre acciones y actores, grupos y tareas y por supuesto, etnicidad y actividad (Sackett, 1990). En síntesis, las ideas de Sackett con respecto a la perspectiva isocréstica se desarrollan sobre dos preguntas bien explícitas: (1) ¿En qué parte de la variación formal reside exactamente el estilo? Para él, toda variación formal es potencialmente depositaría del estilo, razón por la cual rechaza la «tiranía de la decoración», propia de algunos enfoques que ven en lo estilístico nada más que lo estilístico15. Si bien la decoración es particularmente rica en estilo (debido al amplio rango de opciones que ofrece para satisfacer un propósito determinado), al restringir la búsqueda del estilo a las propiedades formales del diseño se ignoran otros aspectos de la variabilidad formal, que al igual que la decoración, informan sobre las escogencias estilísticas propias de una tradición artesanal (Sackett, 1977: 378). (2)¿Cómo, cuándo y en qué grado el estilo es intencionalmente creado y manipulado para alcanzar ciertos fines con respecto a los grupos étnicos y sus interrelaciones? Para responder esta pregunta, Sackett menciona dos posturas opuestas en cuanto que cada una de ellas otorga una relevancia contraria a la intención del artesano en transmitir el mensaje. Es sobre la perspectiva de las implicaciones de estos dos enfoques que Sackett argumenta los principales puntos de su crítica a la teoría del intercambio de información: (1) estilo activo: relacionado con lo que Sackett ha llamado una aproximación iconológica del estilo y en donde,
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Desde este punto de vista, el comportamiento isocréstico es el que permite la estandarización en un sistema cultural, proporcionándole la congruencia y la eficiencia sin la cual dicho sistema no podría operar16. Este tipo de estandarización se basa en las escogencias isocrésticas determinadas por una tradición artesanal, y no en el libre albedrío de los hacedores los objetos. En últimas, es la estandarización de los artefactos la que crea una estructura material medioambiental que sirve para regular el tejido social en si mismo (Sackett, 1990: 36).
El estilo y los procesos cognitivos de identificación social e individual
Según Sackett, son las elecciones involucradas en el comportamiento isocréstico las que crean la materia primera del estilo (Sackett, 1990: 32). 16
Wiessner enfatiza en la incapacidad humana para construir una identidad individual, sin el previo referente de una identidad social derivada de las asociaciones entre uno o más grupos sociales (1990a: 57).
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18 Cuando la gente compara su propia forma de hacer las cosas, con la forma en la cual las hacen los demás, puede decidir qué posición tomar: emularla, imitarla, rechazarla o simplemente diferenciada. Este tipo de actitudes depende en gran medida de las condiciones que denotan o inhiben, acorde con las circunstancias, el impulso de marcar la diferencia, tales como la competencia (bien sea individual o grupal), la agregación, el miedo, la necesidad de cooperación para alcanzar determinadas metas, y la imposición de control político que requiere acción grupal, entre otros (Wiessner, 1990b).
Desde el punto de vista de esta investigadora, el estilo como transmisor de información concierne a la identidad relativa, tiene una ventaja adicional frente a las formas de comunicación verbal, y es que puede actuar como arte visual y sacar provecho de la percepción estética para capturar la atención de los observadores y causar en ellos una profunda impresión estética mientras que simultáneamente transmite y fija los mensajes concernientes a status y poder, de forma más contundente (Wiessner, 1990b). 19
A la teoría del intercambio de información se adhirieron otras propuestas que se encargaron de profundizar sobre algunos aspectos particulares del estilo, tales como el tipo de información que porta y la naturaleza de las relaciones que media, pero basados sobre el presupuesto fundamental del estilo como comunicación. Una de las posturas más desarrolladas y debatidas dentro de la reciente discusión sobre el estilo, es la que Wiessner (1985, 1990a, 1990b) presenta y de la que pretendo esbozar los puntos más significativos. Pese a la gran diversidad de enfoques bajo los cuales el estilo ha sido considerado, Wiessner cree factible construir una perspectiva unificada, sustentada sobre la noción del estilo como un medio de comunicación no verbal empleado para negociar identidad social e individual. Ella ve claro el esfuerzo de la Arqueología por conectar coherentemente los datos suministrados por el material cultural con interpretaciones que dan cuenta del comportamiento humano. Este intento se ha concentrado en la búsqueda de «universales» que faciliten el establecimiento de dichos vínculos. Esta tarea no resulta nada fácil debido a las dificultades derivadas de la particularidad de los contextos históricos y culturales de los cuales el material cultural participa. Es por esta razón, que sin negar las implicaciones que tienen los «universales» en la interpretación arqueológica, deben ser empleados a un nivel más general de análisis. Y es justo en este nivel en el que operan los procesos cognitivos de identificación individual y social17 que ella relaciona con la base comportamental del estilo (Wiessner, 1990b). Los seres humanos sienten la necesidad de erigir una auto-imagen positiva de si mismos y del grupo al que pertenecen y con el que se identifican, que les permita por un lado, diferenciarse de los demás, y por el otro, obtener algún tipo de autoreconocimiento y auto-estima. Esta imagen se construye sobre dimensiones determinadas cultural e históricamente y con base en los procesos de comparación. El estudio cuidadoso de los contextos particulares en los que se efectúan los cambios estilísticos contribuye a mejorar los resultados de los análisis estilísticos, porque: «[…] cuando se considera que la base comportamental del estilo reside en la identificación vía comparación, el papel de los contextos históricos y culturales no puede ser ignorado, puesto que las estructuras culturales y simbólicas definen la gente y estilo como comparables, y la identidad es negociada en términos de ellos y no en términos absolutos» (Wiessner, 1990a: 58).
Es aquí donde el estilo entra a desempeñar un papel principal como medio de comunicación no verbal a través del cual los individuos negocian y manifiestan cara a cara, su identidad personal y social frente a «los otros», en medio de un proceso continuo de comparación18. Es por ello que tanto el desarrollo como el cambio estilístico podrían ser entendidos en términos de la comparación social y la correspondiente comparación estilística que les subyacen19 (Wiessner 1990a, 1990b). De este modo, el estilo es usado para comunicar aquello que no se puede expresar de forma verbal. Los mensajes estilísticos así transmitidos no necesariamente han de ser uniformes y claros, ya que a menudo, cierto grado de ambigüedad
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puede reducir la comparabilidad (por ejemplo, a través de la extravagancia o el uso de materiales exóticos) lo cual podría ser de gran efectividad como parte de una estrategia social20 (Wiessner, 1985). De nuevo surge el tema de la clase de información transmitida por el estilo, y al respecto Wiessner recoge las propuestas afines de algunos investigadores para integrarlas dentro de su perspectiva unificada: para Hooder, que ve el estilo como una forma particular de hacer algo, el estilo en si no es poder, pero si un medio de comunicación que lo legitima. Por su parte, Earle considera que el estilo puede ser usado como marcador de límites sociales y de distancias entre más de dos grupos, es decir, plantea el uso del estilo para conferir y sustentar un determinado status, de tal forma que los referentes empleados por él son altamente simbólicos y distintivos y con frecuencia, son incorporados dentro de ítems que denotan lujo y hasta extravagancia (Wiessner, 1990b). No es entonces extraño que bajo esta perspectiva, el estilo pueda ser usado para obtener información con respecto a los límites y la interacción grupal, y más aún, pueda considerársele como un indicador potencial del balance entre los intereses del individuo y los de la sociedad. Sin embargo, Wiessner advierte que hay que tener cautela en cuanto que el estilo puede funcionar de esta forma y por tanto, proveer de este tipo de información, únicamente dentro del campo de aquello que está definido como comparable, bajo ciertas condiciones tales como la frecuente comparación y en el contexto de ciertas relaciones. Este punto cobra relevancia al considerar la variación estilística artefactual y el papel social y simbólico de los artefactos en determinados contextos: «[…] los cambios en los patrones de variación estilística a través del tiempo y sobre un espacio pueden ser generados tanto por el cambio en el paisaje como por el cambio en los papeles de un artefacto, que lo hacen más o menos sujeto a la comparación estilística y social» (Wiessner, 1990a: 58-59).
Comportamiento estilístico versus comportamiento isocréstico Varios han sido los puntos álgidos dentro de la discusión arqueológica sobre el estilo, sin embargo, la esencia de la polémica está resumida en gran parte por las desavenencias sostenidas entre Sackett y los seguidores de lo que él denomina la aproximación iconológica, entre los cuales ha sido Wiessner quien
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Y ya que el estilo puede ser considerado como un medio a través del cual individuos y grupos sociales negocian su identidad frente a aquello que los rodea, entonces los cambios efectuados en la cantidad de expresiones personales y sociales expuestas en un artefacto21, puede proporcionar una medida aproximada de los cambios en las condiciones sociales, económicas y políticas (Wiessner, 1990b). De acuerdo con Wiessner, los análisis estilísticos pueden operar en dos niveles distintos: el primero, se concentra en la expresión de similitud versus diferencia, simplicidad versus complejidad y uniformidad versus diversidad, el segundo en cambio, presta más atención al significado del simbolismo del estilo, con el propósito de comprender la naturaleza de las relaciones sociales subyacentes. Alcanzar este objetivo es posible gracias a dos propiedades del estilo: (1) su naturaleza relativa, que hace factible conectar eventos individuales (identidad personal o grupal) con fenómenos mayores (la identidad de la sociedad como un todo) y, (2) los aspectos multivalentes e interpretativos, que permiten a la gente usar ciertos símbolos para expresar su identidad relativa, a través de la selección conciente o subconsciente de un estilo (Ibíd. 1990b).
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20 Cuando la comparación estilística es requerida, la probabilidad de que la gente esté dispuesta a esforzarse para acceder a materiales de difícil consecución es más alta. En condiciones diferentes, los artesanos probablemente emplearán materiales de proveniencia local o cuya adquisición requiera menor esfuerzo (Wiessner, 1985).
Según Wiessner, este tipo de expresiones puede ser medido por la heterogeneidad y la homogeneidad en los artefactos.
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22 En esta medida, el estilo llega a funcionar como un registro dinámico y actualizado de las relaciones sociales.
Es esta estabilidad la que proporciona las bases de la predictibilidad del desarrollo isocréstico antes mencionado en el planteamiento de Wiessner.
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con más continuidad ha contribuido al debate. El eje de la discordia se centra en la confrontación entre la visión del estilo pasivo y la del estilo activo. Sackett opina que la aproximación iconológica considera el estilo como una poderosa clase de iconografía que transmite información simbólicamente codificada y que asigna significado a las elecciones del artesano. Y si bien él mismo no niega la existencia de la iconografía en el registro arqueológico y etnográfico, anota que el iconisismo es sólo una clase especial de comportamiento de esporádica ocurrencia, frente a una amplia gama de fundamentos estilísticos étnicos provenientes de una fuente más profunda de comportamiento humano. Según él, la información icónica transportada por los objetos es latente e inherente a las escogencias isocrésticas, tomadas en gran parte de forma inconsciente. Por su parte Wiessner no ve clara la relación que establece Sackett entre el estilo pasivo y la variación isocréstica, aún cuando sí reconoce algunos puntos a favor del argumento del estilo pasivo: (1) no todas las acciones son ejecutadas o interpretadas con un poderoso significado ligado a ellas, muchas de estas «formas de hacer» son adquiridas gradualmente por enculturación y no están sujetas a la comparación frecuente que Wiessner relaciona con los procesos de identificación. En contraste, existen las «formas de hacer» a las que se les confiere gran significación social y simbólica y que participan de una comparación activa, de forma que juegan un papel primordial en la comunicación y la transmisión de mensajes; (2) el estilo pasivo puede devenir en estilo activo si el papel del artefacto cambia o bien, si las condiciones imponen la necesidad de incrementar la comunicación (Wiessner, 1990b). Para Wiessner es importante diferenciar las fuentes de variación en la cultura material: variación isocréstica y variación estilística. Mientras que el comportamiento isocréstico es adquirido por aprendizaje e imitación y empleado automáticamente, y puede ser considerado como un proveedor de orden, habilidad, facilidad, predictibilidad y efectividad, en las relaciones humanas y la tecnología. El comportamiento estilístico suministra información con respecto a similitudes y diferencias que ayudan a reproducir, alterar, crear o destruir las relaciones sociales. En esta medida el estilo no es aprendido y desarrollado como parte de una rutina reproductora de tipos estandarizados, sino mediante un proceso dinámico de comparación continua, ya no sólo entre artefactos, sino también entre los correspondientes atributos sociales de aquellos que los fabrican (Wiessner, 1985). En consecuencia, también el comportamiento estilístico y el isocréstico se diferencian en cuanto al grado en el que uno y otro se ven afectados por el contacto social. Ya que el estilo encuentra su principal soporte en los procesos de comparación estilística y social, es influenciado más directamente por el contacto social, de tal manera que depende de la historia, el contexto cultural y la naturaleza de las relaciones. La variación isocréstica en cambio, se ve afectada en menor medida una vez que el procedimiento estándar ha sido establecido, ya que el comportamiento isocréstico se basa en una comparación objeto-objeto u objeto-tipo ideal. Además, cabría esperar la obvia resistencia al cambio, superada sólo con el advenimiento de alternativas de mayor efectividad o por la imposición de nuevos productos por parte de otros grupos (Ibíd. 1985). El cambio estilístico se produce como resultado de la continua comparación estilística y social22, el cambio isocréstico al contrario, proviene de elecciones concretas que devienen en la adhesión a líneas específicas de producción, que una vez establecidas, tienden a permanecer estables y sólo varían cuando se efectúa un cambio tecnológico, en el cual una «forma de hacer», demuestra ser superior a la anterior23 (Ibíd. 1985). Para Wiessner sin embargo, la diferenciación entre el comportamiento isocréstico y el estilístico no implica una separación excluyente entre los dos, ya que el estilo
Las representaciones antropomorfas han estimulado el desarrollo científico en diferentes campos, en torno a la tarea de explicar tanto su significado y función, como las posibles motivaciones de creadores y usuarios. Estas fascinantes piezas no son productos del azar, sino que hacen parte de los procesos de materialización de la ideología y por ende, participan de un complejo entramado de intereses y propósitos, que hacen de los rasgos estilísticos en ellas plasmados, un medio efectivo de reafirmación y legitimación de las prácticas sociales. Este es nuestro desafío, imaginar, develar, confrontar y traducir el lenguaje que subyace a tan enigmáticas estatuillas.
El proceso de materialización de la ideología Invariablemente el arqueólogo se ve confrontado con la ineludible dificultad de que a pesar de su intento por comprender el pasado, ni la ideología25 ni el pensamiento, dejan una impresión tangible en registro arqueológico a la cual sea posible acceder de forma directa, a no ser por el proceso de materialización de las creencias, historias, valores, mitos e ideas en cosas palpables y concretas. «Los artefactos culturales que la gente produce y usa y las cosas que la gente hace son la base general para entender lo que la gente piensa y cómo ven ellos su mundo. La gente y las culturas pueden desaparecer, pero sus materiales culturales frecuentemente sobreviven en el registro arqueológico, y pueden ser usados para reconstruir el pasado» (Kassam y Megersa, 1989: 23).
24 Tanto así que muchos de los signos comunicativos del comportamiento no verbal se derivan de sus contrapartes funcionales (Wiessner, 1990b: 106).
De acuerdo con algunas aproximaciones, la ideología es un elemento activo que influye en las instituciones sociolingüísticas y la organización económica, pero encuentran problemático explicar este proceso. Para otros, es un epifenómeno determinado por la organización de la producción dentro de una sociedad. Otras opiniones consideran la ideología como la expresión de un «yo» interior, multiplicando infinitamente el número potencial de ideologías. Para DeMarris y sus colegas, «la ideología, como parte de la cultura, es un componente integral de las interacciones humanas y de las estrategias de poder que configuran los sistemas sociopolíticos» (1996: 15). Una ideología funciona como un sustrato cultural ampliamente compartido, capaz de convocar múltiples voces que representan gran diversidad en cuanto a grupos de sexo, edad, ocupación, clase e individualidad, al tiempo que comunica y extiende el alcance del poder y la autoridad más allá de los estrechos límites familiares y locales.
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II Una perspectiva sobre la interpretación de las figurinas antropomorfas
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puede llegar a convertirse en un lapso dentro de la variación isocréstica, si el papel simbólico de un artefacto decrece en importancia y la comparación estilística deja de incitar la comparación social. En contraparte, la variación isocréstica puede también llegar a actuar dentro de los lineamientos estilísticos, cuando diferentes formas isocrésticas permiten alcanzar la misma significación social de un artefacto (Wiessner, 1990b). Una vez más la cuestión recae sobre la pregunta de en dónde reside el estilo: mientras que para Sackett (1985), apoyada en las nociones iconológicas tiende a considerar que, al menos idealmente, los rasgos que poseen estilo no son los mismos que también poseen función, Wiessner afirma que el estilo puede hallarse tanto en los atributos decorativos como en los funcionales. Y si bien en el comportamiento no verbal es característico que, dependiendo del contexto, ciertas acciones o modos de hacer las cosas, operen en el campo de lo funcional, de lo comunicativo, o en ambos y que de esta forma, comunicación y función estén estrechamente vinculadas24, esto no significa que no sea importante determinar qué partes de un artefacto son en esencia funcionales y cuáles primordialmente comunicativas (Wiessner, 1990b). En resumen, en esta primera parte presento aspectos relevantes en relación con la conceptualización y la naturaleza del estilo: (1) el estilo tiene que ver con la transmisión de mensajes a través de las características formales de los objetos producidos por los grupos humanos, e implica el intercambio de información, materia y energía; (2) la información estilísticamente comunicada puede ser impresa en el material cultural de forma consciente o inconsciente, pero siempre está determinada por los contextos espaciales y temporales, los procesos sociales y los sistemas culturales en los cuales se genera, (3) el estilo como una estrategia adaptativa, es un fenómeno dinámico que responde a cambios efectuados en diversas esferas de la cultura, (4) es posible relacionar el estilo con procesos de identificación y diferenciación social, simbolización territorial y afiliación grupal entre otros, y (5) en términos prácticos, el estilo funciona como una unidad conceptual y analítica que permite rastrear patrones y preferencias estéticas y vincularlos con contextos culturales específicos.
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26 Trevi define un símbolo como «[…] la dimensión que adquiere cualquier objeto (artificial o natural) cuando éste puede evocar una realidad que no es inmediatamente inherente» (Trevi, 1996: 2). Ahora, que de acuerdo con Lurker, «el símbolo no tiene sólo función comunicativa, tiene también una función significativa. Significa algo por cuanto que no sólo se refiere al significado de otra cosa, sino que hace presente, representa su significado y, en cierto sentido, participa del mismo. De lo cual se deriva el que tampoco puedan inventar o rechazar los símbolos sin más ni más, son algo que viene dado y que tiene sus raíces en el fondo de la experiencia colectiva humana» (Lurker, 1992: 20-21). 27 Estos mensajes intentan organizar y cohesionar a los miembros de una sociedad, al tiempo que pretenden legitimar, reforzar y ratificar el orden social establecido, así como las estructuras sociales, políticas, económicas y religiosas creadas en torno a él (Ardila, 1998; Bolger, 1996). 28 Según Morris (1996), diferentes medios pueden verse involucrados en múltiples procesos y en diferentes rangos de procesos, dependiendo de los contextos de uso y tradiciones de producción.
Cuando una ideología se compone exclusivamente de elementos de fácil y libre acceso a las poblaciones en general, pierde parte considerable de su eficacia como instrumento de poder (DeMarris et. al., 1996). 29
La convocatoria a los eventos ceremoniales puede estar dirigida a la población en general o puede restringirse a determinados grupos de personas, acorde con las disposiciones de quienes ejercen el control y regulan el acceso a dichos eventos. 30
31 Ya que los eventos ceremoniales involucran el despliegue de parafernalia ritual y de otros tipos como bebida, comida y obsequios, los anfitriones del evento deben contar con los recursos suficientes para mantener tales exigencias. Ésta es una buena forma de ostentar su poder.
Los objetos arqueológicos (en especial aquellos que hicieron parte de contextos simbólicos26) no son simples elaboraciones utilitarias surgidas a partir de la capacidad humana para suplir las necesidades biológicas básicas, sino que responden a requerimientos sociales e individuales definidos culturalmente, debido a que hacen parte de un proceso dialogístico de intercambio continuo entre aquello que se plasma en las cosas y los múltiples significados e interpretaciones que les son asignados por parte de quienes hacen uso de ellas, de acuerdo con códigos y patrones culturales. Y ya que estos objetos participaron de contextos particulares dentro de los cuales adquirían sentido y tomaban significado(s), deben ser entendidos primero, como la materialización activa de los sistemas de pensamiento que estructuran y regulan dichos contextos y segundo, como medios de comunicación, cuya función es transmitir mensajes de índole ideológica27. A través de estas expresiones materiales las ideas pueden ser controladas y manipuladas de acuerdo con intereses y propósitos particulares (DeMarris et al., 1996). El proceso de materialización responde a la consideración de circunstancias como la naturaleza de los mensajes que se pretenden transmitir, la manera en la cual estos deben tomar forma y el grado de efectividad que se desea alcanzar a través del medio seleccionado28. Estos cuestionamientos son determinados por la evaluación de otros factores: (1) el costo de la inversión, en término de la materia, el tiempo y la energía requeridos, en concordancia con la capacidad de quienes emiten los mensajes (usualmente un segmento social dominante); (2) el público que se desea tenga acceso a dichos mensajes29; (3) los alcances tanto espaciales como temporales de la o las estrategias de materialización; y (4) los requerimientos con respecto a la capacidad de producción y manipulación del medio elegido. De acuerdo con DeMarris (1996), las formas en las que la ideología se materializa son de cuatro órdenes: eventos ceremoniales, objetos simbólicos e íconos, monumentos públicos y paisajes, y sistemas de escritura. Cada uno de estos medios genera un impacto diferente sobre la población receptora. Los eventos ceremoniales, permiten crear experiencias compartidas a través de la participación30. Su influencia aunque poderosa, es transitoria, razón por la cual la eficacia de las ceremonias debe estar garantizada por su repetición cíclica y por la inversión continua de recursos31. Los objetos simbólicos y los íconos tienen considerables ventajas con respecto a otras formas de materialización. Comunican un mensaje estandarizado a muchos individuos de manera simultánea y generan en ellos una experiencia vívida de la ideología, gracias al impacto visual que causan. Los objetos portátiles, facilitan la comunicación a larga distancia entre individuos, segmentos sociales, élites, aliados políticos y/o grupos sociales, y funcionan como mecanismos de representaciones narrativas. Los objetos simbólicos pueden ser apropiados, heredados y transferidos, características que los hacen marcadores propicios de la posición individual, el status social y el poder político. Además, pueden adquirir un valor adicional, bien sea porque se constituyen como bienes exclusivos de determinadas élites32 (Morris, 1996), o bien porque tienen relación directa con un linaje o deidad significativos. En este caso, el valor y significado de los objetos depende más de su contexto ideológico que de los costos de producción (DeMarris et al., 1996). Los monumentos públicos cubren un mayor rango de espectadores y un alcance temporal más extenso. Pero a la par que deslumbran de manera más abrupta por su espectacularidad, demandan de una capacidad organizativa y de control (de las labores y las materias primas) más consistente y una mayor disposición de recursos. Los monumentos y modificaciones significativas sobre el paisaje, simbolizan la apropiación y territorialización del espacio, organizando y materializando las relaciones y límites sociales (DeMarris et al., 1996)33.
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Los sistemas de escritura son más explícitos y directos. Los códigos escritos son sistemáticamente aprendidos y enseñados, al mismo tiempo que ofrecen una buena oportunidad como estrategias de control, ya que mientras que el desarrollo de la escritura ha jugado un papel primordial dentro de la evolución y complejización de las sociedades, también ha generado la consolidación de grupos de especialistas adiestrados (escribas e intérpretes), que tienen a su cargo el manejo restringido de este tipo de materialización ideológica. La información transmitida a través de este medio llega también a ser controlada como una especie de conocimiento esotérico codificado y manipulado por el grupo de especialistas34 (Morris, 1996). Morris señala dos puntos principales con respecto al papel desempeñado por los símbolos y los signos visuales dentro de las sociedades que carecen de sistemas de escritura, el primero se refiere a que el universo estilístico de una sociedad puede ser expresado a través de una variedad de medios cuya selección se relaciona con el desarrollo tecnológico alcanzado. El segundo y más relevante punto, enfatiza en que la naturaleza dinámica del estilo le confiere la capacidad de seleccionar los rasgos estilísticos que simbolizan unidades sociopolíticas, étnicas o unidades de gobernantes y gobernados. De esta forma, los rasgos estilísticos no se ciñen estrictamente a patrones de innovación y repetición artística, sino que son una parte dinámica y primordial de los procesos sociopolíticos. En palabras de Morris, «mucho de lo que nosotros llamanos estilo, es el gran corazón del poder» (Ibíd. 432).
La materialización ideológica como estrategia de poder El ejercicio del poder por parte de ciertas facciones sociales se vincula con el papel que desempeñan dentro de la sociedad tanto los grupos que ejercen el poder, como aquellos sobre quienes se ejerce. Esta dinámica se materializa a través de formas concretas que permanentemente transmiten mensajes que legitiman y refuerzan el orden social establecido. La materialización de la ideología permite encaminar los intereses y perspectivas individuales hacia la acción social colectiva, y se convierte así en una eficaz estrategia de poder:
Es a través de las formas materializadas que la ideología dominante pretende ejercer el control del significado y negociar favorablemente las relaciones de poder que mantiene frente a la audiencia en general, pero sobre todo, ante las posibles ideologías de resistencia. En breve, la eficacia del proceso de materialización hace factible que determinada ideología prevalezca sobre otras, además de garantizar su dominio en presencia de corrientes ideológicas de oposición. De acuerdo con Luhmann (1995) y su teoría del poder, que vincula la comunicación, el poder y la diferenciación social, cada una de las partes involucradas en el proceso de transmisión de los mensajes cuenta con la opción de rechazar las selecciones que ofrece la comunicación. La elección entre las diversas alternativas posibles no está mediada de forma exclusiva por el lenguaje, ya que pueden existir otros mecanismos encargados de garantizar la transferencia apropiada de las selecciones. Los medios de comunicación hacen parte de estos mecanismos alternos
32 Esto puede tener que ver con el uso y la consecución de materiales exóticos, la circulación restringida de ciertos bienes y su valor dentro de las redes de intercambio. 33 Morris reconoce en la arquitectura, el más público y directamente político de los medios a través de los cuales el estado puede expresar sus propósitos e ideologías, gracias a su alta visibilidad e impresionabilidad. Tanto la arquitectura como la disposición de las construcciones dentro de los sitios pueden ayudar a canalizar y estructurar la interacción social. 34 El funcionamiento de las sociedades depende en gran medida de la regulación de la comunicación y las interacciones entre diferentes grupos étnicos, sociales y económicos. En sociedades de gran complejidad, el uso de la escritura permite más precisión en los códigos que controlan los comportamientos e interacciones apropiados, de forma tal que la enseñanza y el aprendizaje de estos lineamientos conductuales se hacen más sistemáticos (Morris, 1995).
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«La materialización de la ideología confiere poder social en dos sentidos básicos. Primero, una élite con los recursos para extender su ideología a través de la materialización promueve sus objetivos y la legitimidad a expensas de grupos competidores que carecen de estos recursos. […] Segundo, la materialización hace de la ideología un elemento significativo de estrategias políticas. Debido a que las ideas y significados son de difícil control, resulta imposible prevenir la existencia de individuos que se opongan al grupo dominante para generar sus propias ideas sobre el mundo e intentar convencer a los otros sobre su validez. La manipulación del significado puede ser un medio tanto para resistir como para legitimar la autoridad» (DeMarris et al., 1996: 17).
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y son definidos como códigos de símbolos generalizados que guían la transmisión de las escogencias hacia una «orientación compartida», y cuya función más importante es la de incentivar la aceptación de las elecciones de los otros. En concreto, sí la ideología es percibida como una fuente de poder que permite fortalecer y legitimar las instituciones de control de las élites, entonces los objetos simbólicos representan y transmiten de modo no verbal, las formas y las condiciones del poder ideológico, constituyéndose así como símbolos de ese poder (Ardila, 1998).
Las figurinas antropomorfas en la Arqueología 35 Aunque en este trabajo me refiero sólo a representaciones humanas mobiliares y no incluyo figuras humanas representadas por medios distintos a la escultura (por ejemplo, las figuras del arte parietal), debe tenerse en cuenta que los seres humanos se han representado en variedad de materiales, algunos más resistentes al paso del tiempo como el metal, la piedra y la cerámica, otros más perecederos como la madera, las conchas y los textiles. 36 Cuando se mencionan las figurinas antropomorfas, se tiende a pensar en piezas de tiempos remotos, y la imagen que por lo general viene a la mente es la de las populares «Venus Paleolíticas»; olvidado que aún hoy son recurrentes las representaciones humanas dentro de variados contextos: jugamos con personitas hechas a escala reducida, nos deleitamos con escultóricas manifestaciones artísticas de la especie humana y contemplamos numerosas imitaciones impersonales exhibidas en vitrinas. A lo que me refiero, es que no debe perderse de vista que nuestra propia imagen ha sido siempre un asunto intrigante dentro de la forma en la que concebimos tanto el mundo exterior como el interior. 37 Si bien en el encabezado de este apartado me he referido a la perspectiva feminista en la Antropología, está fuera de mi alcance y de las expectativas de este escrito exponer con el detenimiento que se merece, el esfuerzo invaluable de personas que han contribuido con su trabajo a consolidar el movimiento feminista a lo largo de las últimas décadas. Este espacio sólo pretende contextualizar a grosso modo el marco en el cual surgen las cuestiones de género como un punto significativo dentro del desarrollo científico.
El registro arqueológico es asombrosamente prolífico y variado en la representación de figuras antropomorfas elaboradas en diferentes medios y en múltiples materiales35. La reproducción de imágenes humanas ha sido casi una constante dentro de las manifestaciones culturales de diferentes grupos humanos36. Diversas hipótesis intentan resolver los interrogantes formulados alrededor de las representaciones humanas, tomando como punto de partida el contexto en el que las estatuillas fueron recuperadas y su relación con otros objetos. Las referencias etnográficas sobre el uso de artefactos similares en grupos humanos vivos, porque no decirlo, en algunos casos han partido más desde la imaginativa especulación deseosa de fantásticas leyendas, que desde un análisis científico consecuente con los datos disponibles y sus alcances. Para sintetizar las propuestas más usuales, las he agrupado de acuerdo con los cuatro enfoques más generales que dictaminan sus inclinaciones interpretativas: las orientaciones que vinculan las representaciones antropomorfas con cuestiones de género, las que de una u otra forma las relacionan con ritos votivos y de curación, aquellas que las conciben como autorretratos y finalmente las que las interpretan como juguetes útiles para instruir a las generaciones más jóvenes. Esta división obedece a propósitos organizativos y no significa que estas corrientes de interpretación sean excluyentes y no se entretejan e interrelacionen unas con otras en determinados puntos.
Las representaciones de género. Breves consideraciones con respecto a la perspectiva de género Mas allá de propugnar por la igualdad de condiciones y los derechos de las mujeres, el movimiento feminista trascendió a la implementación de nuevos soportes teóricos en distintas disciplinas. Aún cuando a primera vista pareciera que la cuestión del género agotó la iniciativa feminista, otros tópicos también hacen parte importante de este esfuerzo, tal es el caso de los estudios sobre el cuerpo, la auto-percepción y la representación. Sin embargo, las relaciones de género ocupan un lugar más llamativo dentro de esta discusión teórica por cuanto aparecen vinculadas a cuestiones bien relevantes para las Ciencias Sociales como la división del trabajo, el ejercicio del poder, la política y las intersecciones entre el género, la raza, la clase y la sexualidad (Preucel y Hooder, 1996)37. Pese a lo que muy a la ligera podría interpretarse como un enfoque netamente sexista, la perspectiva de género –al menos la que sirve de cimiento a esta disertación– no se fundamenta en declararse partidaria del dominio de mujeres sobre hombres, o viceversa, el asunto no resulta tan simple pero sí mucho más interesante. Con el desarrollo de la Antropología y de la Arqueología feministas, quedó bien claro que la división sexual rebasa los límites impuestos por las distinciones biológicas, más allá de las cuales llega a involucrarse con las construcciones culturales y las relaciones sociales entre hombres y mujeres, alrededor de las que el género es estructurado. Según Moore (1991), el surgimiento de la crítica feminista a la Antropología está ligado al creciente desacuerdo frente a la visión androcentrista de la disciplina
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que equipara aleatoriamente la relación asimétrica entre hombres y mujeres de otras sociedades, con la desigualdad y jerarquización sexual que preceden este tipo de relaciones en el mundo occidental. Al hacer explícito este sesgo, es necesario cuestionar la universalidad de tal disparidad. Como fruto de la investigación en este campo, Moore expone dos enfoques en el análisis de género: el primero percibe el género como una construcción simbólica en la que predominan los símbolos de género y los estereotipos sexuales. Desde esta perspectiva, las categorías femenino y masculino están relacionadas con otro tipo de estamentos como el mundo natural, la reproducción, la familia y los espacios domésticos, para el primer caso, y con la cultura, la tecnología, la sociedad y la arena pública en el segundo. Dichas asociaciones son construcciones sociales apoyadas por las actividades sociales que determinan y por las cuales son determinadas. El segundo enfoque contempla la función social del género y localiza el problema de las relaciones entre sexos en las actividades que desempeñan hombres y mujeres. De allí que la condición de las mujeres esté determinada no por su facultad de dar a luz, sino por factores como su participación en el manejo de los recursos y el legítimo acceso a los rituales. Como corolario de esta propuesta, se obtiene que la subordinación femenina no es un fenómeno universal, y que hay que buscar sus causas en contextos históricos particulares (Moore, 1991). Un tercer enfoque reúne los principales planteamientos de los dos anteriores en un intento por enlazar las ideas culturales sobre el género con las relaciones sociales reales que preceden toda acción por parte de los individuos de ambos sexos: «las ideas culturales sobre el género no reflejan directamente la posición social y económica de la mujer y del hombre, aunque ciertamente nacen en el contexto de dichas condiciones. Ello se debe a que tanto los hombres como las mujeres respetan los estereotipos acerca del género a la hora de plantear estratégicamente sus intereses en distintos contextos sociales» (Ibíd. Pag. 53).
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Las figuras femeninas a la luz de la perspectiva de género Tanto la Arqueología como la Historia del Arte han hecho de las piezas antropomorfas uno de los focos más conspicuos en su intento por entender las formas de pensamiento de los grupos que las elaboraron. Sus interpretaciones, en variadísimos matices, tienen como sustrato común más frecuente, una concepción dualista entre lo femenino y lo masculino como un par esencial dentro de un sistema de oposiciones complementarias más profundo y complejo que pretende sostenerse en equilibrio. Esta red binaria se compone de principios que aunque antagónicos, son interdependientes y no excluyentes entre si, y cuya permanente relación permite el correcto funcionamiento del sistema.
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Esta nueva perspectiva del género como construcción social dinámica, inmersa en un proceso continuo de litigio y negociación de acuerdo con las formas particulares de entender el mundo en distintas épocas y lugares (Preucel y Hooder, 1996), ofrece varias ventajas: (1) quedan abiertas las posibilidades para entablar un diálogo académico –no necesariamente feminista– que involucre múltiples variables dentro del panorama de las relaciones de género y poder en diferentes niveles, que abarcan desde la contemplación de asuntos cotidianos hasta el entendimiento de las políticas que establecen, legitiman, regulan y mantienen este tipo de relaciones; (2) posibilita el seguimiento de las dinámicas de cambio en la forma en la cual se efectúan las relaciones entre hombres y mujeres como actores sociales y familiares (Bolger 1996; Joyce 1993); (3) permite considerar no sólo lo femenino y lo masculino sino también, una multiplicidad de géneros consolidados en el momento de edificar identidades sociales. La Venus de Willendorf es una estatuilla de un cuerpo femenino hallada en 1908 por el arqueológo Josef Szombathy en una excavación realizada cerca de Krems (Austria). La figurilla de 11,1 centímetros de alto, se encuentra esculpida en piedra caliza pintada en color ocre. Actualmente se piensa que es una representación relacionada con la fetilidad debido a lo voluminoso de su vulva, abdomen, nalgas y mamas.
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Leroi-Gourhan atribuye la escasez de figurinas masculinas a las diferencias de durabilidad de los materiales usados en su fabricación. En el arte parietal predominan tanto las figuras de hombres como los símbolos masculinos sobre las figuras de mujeres y los símbolos identificados como femeninos (Leroi-Gourhan, 1968).
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Entre los pares de opuestos complementarios posibles dentro de la cosmovisión de un grupo humano, la visión antagónica femenino/masculino ha llamado poderosamente la atención de los investigadores. Quizás esto tenga que ver con la reiterada representación de atributos sexuales y aún con la marcada ausencia –que se supone no es casual– de tales cualidades en las figuras antropomorfas. Como afirma Lleras, entre todas las construcciones duales registradas etnográficamente es ésta la que ha demostrado ser fundamental por cuanto «subyace a las demás y tiene un mayor grado de influencia en el equilibrio general del cosmos» (Lleras, 2000). Desde este punto de vista, que enfatiza sobre la diferenciación sexual, es de suponer que las figurinas antropomorfas desempeñaron un papel primordial en la mediación y regulación de las tensiones capaces de afectar el mantenimiento del equilibrio (López, 1998; Lleras, 2000). Estas figuras –en tanto que son asumidas como representaciones icónicas– están vinculadas con los procesos dialógicos de la construcción de las identidades sociales, ya que la selección de atributos representados no es un fenómeno incidental, sino que da cuenta de la forma en la cual los estereotipos del comportamiento humano natural pueden ser difundidos. A pesar de que tanto el género femenino como el masculino han sido representados, la mirada científica se concentró con especial interés en el estudio de las piezas femeninas. Este hecho si bien trajo consigo evidentes ventajas en cuanto a sus implicaciones en el desarrollo del conocimiento de los roles sexuales, también acarreó ciertos inconvenientes, toda vez que las figurinas femeninas fueron estigmatizadas dentro de nociones bastante estrechas, que limitaron el alcance de las interpretaciones tejidas en torno a ellas. En opinión de Leroi-Gourhan (1994), las teorías con respecto a las «Venus Auriñaciences» del Periodo Paleolítico y su interpretación como diosas de la fecundidad, además de estrictamente triviales, no explican nada sobre su naturaleza ni sobre el significado que tuvieron para sus hacedores. Puesto que la fertilidad es una condición deseable para casi todas las religiones, hacer de las mujeres el símbolo de este estado no resulta verdaderamente nada original. Él, apoyado en la presencia de símbolos femeninos y masculinos en el Arte Rupestre Paleolítico, se aventura a proponer que las figuras masculinas reportadas para estos periodos38, pudieron haber formado parejas con sus antagónicas. Las representaciones femeninas han sido abordadas dentro de los márgenes de significación de dos conceptos típicos: fertilidad y erotismo, relegando al olvido los componentes socioeconómicos de las culturas que las manufacturaron, y peor aún, pasando por alto los contextos espaciales y temporales en los que fueron producidas. No es entonces extraño encontrar correspondencia entre estas figuras y el prototipo de la «La Diosa Madre» o el culto a Afrodita. Esta relación fue establecida a partir de representaciones descomunalmente desproporcionadas, con signos de evidente esteatopigia o de imágenes muy maternales de mujeres embarazadas, dando a luz, cargando o amamantando niños; y encontró su mejor sustento en las asociaciones entre las mujeres y su labor reproductiva, y en el énfasis concedido al papel social de las madres (Bolger, 1996). No obstante, a la luz de una visión más amplia que considera la dinámica de los procesos de cambio y las diferenciaciones sociales y de género, las figurinas antropomorfas son parte de un complejo simbólico más elaborado y están involucradas en la transmisión de mensajes específicos que aluden no sólo a la ideología, sino también a políticas concretas determinadas por las relaciones, siempre cambiantes, entre hombres y mujeres y consecuentemente, por los papeles desempeñados por ellos y ellas de acuerdo con factores como la estratificación
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social y la repartición de labores. El papel desempeñado por hombres y mujeres dentro de una sociedad depende en gran medida del movimiento fluctuante entre dos sistemas compuestos: el campo de lo público versus lo privado y las arenas de lo secular versus lo sagrado, y se relaciona con la naturaleza de las contribuciones femeninas y masculinas, así como con el legítimo acceso a determinados cargos de poder y al reconocimiento que dicha labor les representa ante los demás miembros de la sociedad. Según las conclusiones de Ilcan (basadas en su trabajo etnográfico en la comunidad rural de Sakli en Turquía), las políticas de género y su relación con la legitimación y el ejercicio del poder están reglamentadas por creencias y prácticas culturales, de forma similar a como determinados valores morales dan forma a diferentes procesos domésticos y enmascaran relaciones de dominación y subordinación bajo un modelo de prohibición. Este modelo impone un orden en el campo de los encuentros sociales y permite reproducir, en los espacios adecuados, las jerarquías de género, y así delimitar legítimamente el accionar de los individuos dentro de las esferas de lo público y lo privado (Ilcan, 1996). Como puede notarse, las cuestiones de género han estado estrechamente relacionadas con el ejercicio del poder y con el status de los individuos o grupos sociales dentro de una comunidad. La descripción de figuras femeninas ha aportado datos interesantes con respecto a la posición y las funciones desempeñadas por las mujeres dentro de ciertos grupos humanos. Estudios de este tipo, están basados en la representación de atributos decorativos y en la cantidad y calidad con la cual estas figuras fueron elaboradas así como también en la presencia de rasgos que han sido vinculados arqueológica y etnográficamente con expresiones de poder (bastones de mando, banquitos, etc.). También resultan invaluables los datos colegidos de los contextos etnohistóricos (descripciones de las tradiciones y usanzas habituales en los atavíos y vestimentas de mujeres de alto rango) y arqueológicos (presencia de figurinas en ajuares funerarios y en lugares rituales) con los cuales estas representaciones antropomorfas han podido relacionarse (ver Almeida, 1999; Sáenz, 1993). Las representaciones antropomorfas implican la comunicación del significado simbólico que portan, en tanto que son manifestaciones públicas y concretas de las relaciones disyuntivas entre los estereotipos femeninos y masculinos asociados con fenómenos sociales y procesos de cambio cultural39. Joyce por ejemplo, asocia las figurinas femeninas de tres tradiciones de representaciones humanas en Centroamérica (Maya Clásico, las sociedades del Valle Ulua en Honduras y las culturas de la baja América Central en Nicaragua y Costa Rica) con episodios de intensificación de la estratificación social, vinculados a su vez con la diferenciación sexual. Ella sostiene que la producción de representaciones antropomorfas pudo haber servido como un mecanismo de negociación del status social de hombres y mujeres en épocas de cambio (Joyce, 1993). Bolger por su parte, conecta las figurinas femeninas de los periodos Calcolítico, Neolítico y de la Edad de Bronce en Chipre, con el surgimiento de sociedades complejas y con la formación de una élite poderosa, la acumulación de excedentes, la especialización artesanal, la consolidación y legitimación de familias patrilineales y la disminución de las prerrogativas y del status social y económico de las mujeres. Esta investigadora asevera que durante el Calcolítico, factores como el carácter público del uso, exhibición y disposición de las figurinas40 dentro de contextos domésticos, sumados a la ausencia de estructuras religiosas especializadas, permiten reafirmar la idea de que se trataba de sociedades preestatales, donde no existía división entre las esferas públicas y privadas. La transición de sociedades igualitarias a estados incipientes, implica reformas en los símbolos empleados. Las alteraciones en las construcciones de género efectuadas en las circunstancias de los cambios demográficos, sociales y políticos
39 Según Joyce, el análisis de este tipo de relaciones disyuntivas entre la imaginería de género, precisa la exploración simultánea de las similitudes y diferencias, debido a que dichas imágenes no poseen un significado inherente unitario, en cambio, al ser constrastadas con otras, pueden delinear dimensiones específicas de diferenciación social.
Las figurinas de este periodo recalcan los mensajes sobre el embarazo y el parto.
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que acompañan la emergencia de sociedades complejas, se evidencia en la iconografía. Las figuras de la Edad de Bronce presentan rasgos más estandarizados, detalles anatómicos o decorativos escasos y características sexuales difusas. En ellas se exalta la relación madre-hijo, y prevalece la función social de la mujer sobre el papel biológico de dar a luz; su participación en los rituales se ve minada y su accionar es cada vez más controlado, al tiempo que se institucionalizan las desigualdades sexuales, sociales y económicas. Es así como el nuevo repertorio de figurinas femeninas se encarga de transmitir los mensajes del estado emergente (Bolger, 1996). Tanto Joyce como Bolger concuerdan en que las figuras antropomorfas pudieron servir como mecanismos catalizadores de tensiones entre hombres y mujeres en momentos coyunturales de transformación y cambio: «[…] la presentación simbólica de estos poderosos mensajes como parte del orden natural del mundo pudo haber ayudado a mediar, pacificar o aún a sobrellevar muchas de las contradicciones sociales inherentes en la transmisión a sociedades estatales, particularmente aquellas con respecto a la relaciones entre mujeres y hombres» (Bolger, 1996: 371).
Al asumir que las representaciones de género juegan un papel importante dentro de la negociación de la competencia sexual, deben considerarse aspectos arqueológicamente reconocibles, como las características formales de las piezas que puedan estar relacionadas con un status social diferenciado, o la selección de atributos que encarnen cualidades extremadamente individualizadas o rasgos de naturaleza más genérica que indiquen expresiones de identidad grupal o social41. En el Maya Clásico por ejemplo, mientras que las imágenes de género monumentales42 enfatizan en la importancia política de las actividades productivas entre las élites gobernantes y los sectores que las soportan, las figuras antropomorfas a pequeña escala resaltan el papel reproductor de las mujeres y las diferencias entre los intereses de las élites y los de las clases plebeyas. Aún cuando en la baja Centroamérica los rasgos representados hacen hincapié en la guerra como monopolio masculino y subrayan el potencial reproductivo femenino, existe un reconocimiento de la labor de las mujeres en los sectores públicos o domésticos. En las poblaciones tempranas del Valle de Ulua en cambio, las prerrogativas de participación ritual le correspondían a los hombres. Sin embargo, la época tardía da lugar a la estabilización del status femenino y al reconocimiento explícito de la complementariedad sexual, haciendo manifiestas las contribuciones de las mujeres en la producción y reproducción de unidades domésticas (Joyce, 1993).
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En este punto sale a relucir la relevancia de la identificación de rasgos y patrones estilísticos determinantes y la evaluación de sus implicaciones a nivel interpretativo, y subsecuentemente el carácter imperioso de la ejecución de los análisis estilísticos. 41
Las imágenes monumentales del Maya Clásico representan indirectamente labores femeninas dentro de actividades rituales, las figuras cerámicas moviliares manifiestan roles estereotipados de hilanderas y cocineras para las mujeres, y de guerreros y actos rituales para los hombres (Joyce, 1993). 42
Figuras asexuadas y hermafroditas: la posibilidad de múltiples géneros
Tan fascinantes como enigmáticas han resultado siempre las figuras en las cuales o no están representadas las características sexuales o se combinan atributos sexuales femeninos y masculinos en una misma entidad, y que también hacen parte del registro arqueológico de diversas sociedades. Ya que el género no sólo concierne a los aspectos biológicos sino que también hace referencia a un constructo social, fluido y potencialmente inestable, no hay razón para suponer que la no-representación de los rasgos sexuales distintivos indique falta de importancia o atención sobre ellos. La representación de figuras asexuadas muy probablemente pueda estar relacionada con una intención explícita de manifestar un estado o condición singular (Creen, 1997; Lleras, 2000; Preucel y Hooder, 1996). Según Lleras (2000), la existencia de figuras asexuadas no puede ser entendida a no ser que se considere la flexibilidad del restablecimiento del equilibrio entre el par femenino/masculino, gracias a la ambigüedad proporcionada por el accionar de este tercer género, que en ultimas funciona como el complemento en la conformación de una tríada.
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Green (1997) interpreta las representaciones asexuadas y hermafroditas desde dos conceptos que aluden al oscurecimiento de las fronteras del género: ambigüedad y ambivalencia. La primera, se refiere a una confusión de la identidad en la cual las elecciones interpretativas son posibles, la segunda, está relacionada con la presencia de elementos que dotan a la imagen de una dualidad de poder simbólico. Ambas implican una trasgresión de las fronteras de la normalidad, son un estado simultáneo de «ser y no ser» cuya naturaleza reside en el cambio y la transformación. Este fenómeno supone un estado de liminalidad y mutación a la vez que evoca la liberación de tensiones e intensas energías que derivan en una suerte de empoderamiento43, tanto de la imagen en sí, como de lo que ella representa. Las imágenes que expresan ambivalencia y ambigüedad, pueden evocar otro tipo de símbolos asociados tales como la polaridad, los limites de la diferencia y pares binarios como naturaleza/cultura, femenino/masculino, público/privado, derecha/ izquierda, etc. Con respecto al género, Green resalta que sus atribuciones están íntimamente relacionadas con el contexto de cada sociedad, y que además, el potencial de variación e inestabilidad hace posible que la asignación e identificación del género de un individuo cambie de acuerdo con criterios como la edad, la función social y el status dentro de la comunidad (ver Preucel y Hooder, 1996). Así en determinados casos, la asexualidad puede reflejar un estado de marginalidad o bien representar entidades, como las deidades, en las que las atribuciones sexuales son irrelevantes para la función que desempeñan. Pero en cualquier caso, se pone de manifiesto la permeabilidad de las fronteras y se da paso a otros fines simbólicos, apoyados en las paradojas, la ironía o la incertidumbre que supone tal ambigüedad (Green, 1997). En el caso de ambivalencia, las figuras hermafroditas pueden manifestar una multifuncionalidad y aún omnipotencia por cuanto se expresa una especie de separación de las normas y condiciones humanas. El simbolismo de la dualidad sexual puede ser leído desde la perspectiva de la afinidad y complementariedad de los sexos, o desde la oposición y la polaridad. En concreto, la ambivalencia en el género conlleva al empoderamiento de la imagen gracias a una fuerza simbólica proveniente del sentido de estar completo, del conflicto y del quebrantamiento de las fronteras, además, introduce la noción de la «otredad» en virtud de la dislocación del realismo y refleja de la intersexualidad humana (Green, 1997).
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Las figuras antropomorfas dentro de contextos rituales
Este enfoque procura inferir el uso de las piezas antropomorfas dentro de los sistemas sociales en los cuales operaban, a partir de datos suministrados por los contextos de hallazgo (información sobre la manufactura, uso y descarte de las figuras), referencias etnohistóricas y analogías etnográficas. Las estatuillas humanas son concebidas como artefactos significativos dentro de la parafemalia simbólica en la ejecución de diversos rituales: ritos de sanación, comunicación con los antepasados, adivinación, ofrendas votivas o rituales funerarios. Como objetos rituales, estos artefactos adquieren un carácter más simbólico sobre la forma en la cual la figura humana es entendida y representada, y sobre los significados y poderes que les son asignados, más allá de características y distinciones sexuales, y que en última instancia conectan el mundo material con el universo de lo espiritual. De acuerdo con sus investigaciones en Centroamérica, Marcus (1998) relaciona la abundancia de pequeñas figurinas femeninas cerámicas con rituales domésticos ejecutados por las mujeres para comunicarse con sus antepasados, durante el formativo temprano y medio en el valle de Oaxaca. A continuación reseñaré los resultados más significativos de su trabajo, con el propósito de presentar las posibilidades inferenciales que ofrece un estudio de las figurinas en relación con su
43 Empoderamiento viene del inglés empowerment,que literalmente traduce permitir, capacitar u otorgar poder a alguien. En español, esta palabra se ha empleado básicamente en dos sentidos:(1) en relación con un modelo económico que pretendía conferir poder a los empleados para implementar estrategias empresariales (Havard Business Review, 1998); y (2) en el marco de investigación social, en particular en estudios de género, en los que si bien el significado de empoderamiento no siempre es claro, si puede vinculársele con procesos de reivindicación y transformación de los procesos, estructuras y funciones sociales (León, 1997;Wieringa, 1997).
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Marcus argumenta este hecho como la causa de la preponderancia de representaciones femeninas con respecto al número de figuras masculinas halladas en el Valle de Oaxaca.
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Marcus encuentra que en muchas sociedades mesoamericanas de las que se tienen referencias sean etnohistóricas o etnográficas, puede hablarse de ciertos patrones recurrentes en cuanto el grado de elaboración de los peinados de las mujeres: mientras que en las casamenteras los peinados son altamente complicados, las mujeres casadas, las jovencitas y las ancianas los usan más sencillos.
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contexto: (1) ciertos rituales eran ejecutados para comunicarse con los antepasados, enterarse de sus necesidades y recordarles sus obligaciones para con sus descendientes. Mientras que los rituales masculinos –de carácter más exclusivo– se relacionaban con la comunicación con los ancestros más remotos sobre cuestiones de interés social y se ejecutaban en construcciones públicas; los femeninos –más inclusivos– tenían como propósito consultar a los antepasados recientemente fallecidos sobre asuntos familiares y personales y se llevaban a cabo en la unidad doméstica y en los espacios cercanos a ella; (2) las mujeres eran quienes fabricaban las figurinas, que dentro del ritual encarnaban a ancestros femeninos44, sirviéndoles de medio material a sus espíritus para tomar forma dentro del mundo real; (3) las figuras no necesitaban ser retratos realistas puesto que una vez se invocaba a los espíritus por su nombre, las piezas de arcilla adquirían sus características. Esto explica la estandarización de los rasgos faciales; (4) es evidente la atención puesta en la representación de los peinados. Según Marcus, mientras que en las sociedades igualitarias los peinados constituyen un medio eficaz para comunicar las diferencias como persona social (rango de edad, status marital, etc.)45, en las sociedades jerarquizadas, donde el rango social se hereda, los ornamentos son un buen marcador del status social; (5) una vez terminado el ritual, las figurinas perdían su valor y eran descartadas, por eso el gran número de piezas encontradas. En ocasiones, las estatuillas eran mutiladas intencionalmente con el objeto de evitar que fueran reutilizadas por personas ajenas a la unidad doméstica, (6) las figurinas femeninas deliberadamente incluidas dentro de los entierros de mujeres, denotan una mayor cercanía entre ellas y sus predecesoras muertas; (7) al parecer, las variaciones cronológicas más representativas ocurren a nivel de los atributos y no de los tipos de figurinas; (8) las figurinas asexuadas de la fase de «Tierras Largas» quizás comunicaban su género a través del uso de indumentarias elaboradas en materiales perecederos; (9) el uso de pequeñas figurinas empezó a decrecer con el surgimiento del Estado Zapoteca, ya que por un lado, se consolidaron los especialistas religiosos de tiempo completo, y por el otro, los rituales a los antepasados se bifurcaron en una «gran tradición», en la cual los ancestros nobles y reales eran honrados y representados en urnas funerarias, efigies en alcarrazas, e incensarios antropomorfos, fabricados por artesanos especializados, y una «pequeña tradición», tendiente a la extinción, que recordaba a los ancestros de la gente común, materializados en menudas figurinas (Marcus, 1998). Las conclusiones del trabajo de Marcus están guiadas por los estudios antropológicos de género, que se interesan en las funciones sociales desempeñadas por hombres y mujeres y en la forma en la cual estas diferencias pueden ser rastreadas dentro del registro material, de tal modo que los argumentos teóricos puedan ser sustentados con ejemplos basados en datos arqueológicos. Otras interpretaciones vinculan las figurinas femeninas con rituales relacionados con las etapas de vida y las funciones de las mujeres dentro de la sociedad. Samaniego (1971) por ejemplo, al referirse a las llamadas «Venus de Valdivia», propone que la llamada protuberancia fálica de ciertas figuras, no es otra cosa que las manos de jovencitas adolescentes cubriéndose el pubis durante posibles rituales de virginidad. Bolger (1996), interpreta las pétreas figuras femeninas del Calcolítico en Chipre, como objetos rituales elaborados con el fin de ser apretados por las futuras madres durante el parto. El planteamiento de Biaggi (1991) es algo distinto. En su opinión las figurinas de Malta no representan sacerdotes, sino sacerdotisas especializadas y consagradas a ritos de adoración dentro de un sistema religioso jerarquizado, en el que las características femeninas estuvieron significadas por factores ajenos a los rasgos biológicos tales como la opulencia, la posición corporal y los atuendos46. Las
Figuras antropomorfas en contextos rituales, evidencias etnográficas
1.
Como representaciones de espíritus tutelares (hái), bien sea para niños o para adultos48.
2.
En ritos de curación, en los cuales el chamán implora a los antepasados dar su poder mágico a las figuras con el propósito de expulsar la aflicción del cuerpo del paciente. Concluida la ceremonia, las figurinas pierden su carácter sagrado y son descartadas49.
3.
En el ceremonial de la chicha, en el que cuatro grandes figuras pintadas de rojo y negro representan a los principales antepasados, quienes atados a los cuatro horcones centrales de la casa, se harán participes de la celebración50.
4.
En el aprendizaje chamanístico, donde las figuras antropomorfas representan a los antepasados y son los tripulantes de pequeños buques de madera que se cuelgan sobre la cabeza del aprendiz para que éste aprenda a hablar y cantar con los espíritus.
Existen referencias entre los Noanamá y los Chami sobre la elaboración de piezas antropomorfas cerámicas empleadas en ritos curativos, y sobre las que Reichel-Dolmatoff sugiere son sobrevivientes de las que se conocen en algunas culturas arqueológicas y cuya función podría ser eventualmente explicada en términos del uso reciente de las figuras en madera (Reichel-Dolmatoff, 1960: 97-98).
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48 Niños y bebés reciben de manos del chamán una figura antropomorfa que representa su espíritu protector, y que aunque es tratada por los pequeños como un juguete, reviste gran significación para los mayores. Cuando es un adulto quien desea obtener un espíritu no sólo protector sino que también desempeñe funciones adquisitivas y de agresión, el proceso es algo distinto. El interesado construye un pequeño cuarto con hojas de palma, lugar en el que dejará una figura antropomorfa tallada acorde con las indicaciones del chamán. Para convertirse en espíritu tutelar esta figura exige, a través del chamán, ofrendas tales como carbón vegetal o sangre humana. Al beber la sangre se transforma en murciélago y muerde a su protegido durante el sueño. En adelante, la persona deberá hacer ofrendas periódicas a la figura que ahora contiene su hái (Reichel-Dolmatoff, 1960: 120-121). 49 Estas figuras investidas de poderes mágicos son simples y estandarizadas, sin rasgos de individualidad y pueden o no presentar características sexuales. En primer caso, los genitales masculinos son tallados en alto relieve, mientras que los femeninos se manifiestan en una incisión triangular (Reichel-Dolmatoff, 1960: 144-145). En el segundo caso no existen indicaciones sexuales debido a que el chamán puede atribuirles diferentes sexos a sus figuras (ReichelDolmatoff, 1969: 234). 50 La forma en la cual las figurinas son descartadas, varía de acuerdo con las
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La literatura etnográfica provee interesantes datos con respecto a la producción y manipulación de figuras humanas con fines rituales. Aunque no es mi intención realizar una exposición extensa sobre el tema, si deseo delinear un escenario que ilustre de forma global qué tan cerca pueden estar las hipótesis arqueológicas de los hechos etnográficos. Basado en su trabajo en la región de la costa pacífica colombiana entre grupos indígenas Chocó (Embera, Noanamá, Chami, Catios) y Cuna, Reichel-Dolmatoff (1960, 1961, 1962) incluye las figurinas antropomorfas de madera como parte importante dentro de la parafemalia chamanística47. En el caso de los Embera y Noanamá, son cuatro las funciones de las tallas:
46 Biaggi (1991) basa este tipo de afirmaciones en estudios comparativos con piezas similares tales como las Sacerdotisas Sumerias.
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«Sacerdotisas Durmientes», también maltesas, exhiben proporciones exageradas y características evidentemente femeninas, y se les ha relacionado con rituales de adivinación e interpretación de sueños. Biaggi propone que la escasez de un tipo y otro de figuras, posiblemente tenga que ver con que un aumento poblacional desencadenó una mayor especialización, lo que a su vez incrementó la influencia de estas mujeres y disminuyó su accesibilidad al público en general. Para Pilali-Papasteriou (1991), las figurinas Minoan son símbolos concretos de una ideología y representan personas consagradas al culto religioso y no ídolos en sí. En su concepto, estos artefactos transmiten a través de los rasgos iconográficos, información sobre las reglas y diferenciaciones sociales. Su hipótesis, es que durante el periodo medio Minoan, las mujeres eran las encargadas de portar mensajes sobre la identidad cultural, lo cual podría relacionarse con un sistema matrilineal o con la incorporación del género femenino dentro de una estructura social basada en el status masculino. Según Lleras, las figuras votivas orfebres de la Cordillera Oriental de Colombia, encarnan en si mismas principios básicos requeridos en el restablecimiento del equilibrio en el sistema dual (del cual ya he hablado en apartados anteriores), de acuerdo con el juicio del chamán o de «personas iniciadas en el conocimiento del mundo» (Lleras 1999, 2000).
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costumbres del grupo humano al cual se hace referencia. En ocasiones, son arrojadas a la basura, otras veces son mutiladas o quemadas intencionalmente antes de ser desechadas y eventualmente son reutilizadas por los niños como juguetes. Existen sin embargo, dos razones por las cuales las estatuillas son conservadas: o bien porque su manufactura ejemplar les permite constituirse como modelos para ser usadas en caso de emergencia, o bien porque fueron hechas por un chamán de gran renombre, que murió o se marchó lejos (Reichel-Dolmatoff, 1961). 51 Yepes (1982) hablando de los Huitoto, referencia el uso de las estatuas Janare, hombre (Janare Buinaima) y mujer (Janare Buinaño) que se colocan en la entrada y en el fondo de la maloca respectivamente, con ocasión de ciertos bailes ceremoniales, cuyo propósito es el de conmemorar y reactualizar el origen del alimento y la identidad de la gente con la yuca y con la boa. La pareja de estatuas adquiere la personalidad del dueño del baile y su misión es la de garantizar el estado de vigilia y de este modo, protegerlo del ataque de los aimas (brujos) durante el sueño.
Reichel-Dolmatoff describe que durante las ceremonias curativas, las figuritas antropomorfas son distribuidas alrededor del paciente y en diferentes lugares del sitio del ritual, siempre erigidas o suspendidas (Reichel-Dolmatoff, 1961). 52
53 Por «arte» DeBoer entiende el instrumental o conjunto de elementos rituales del chamán. Sin el conocimiento de los cantos y los narcóticos utilizados, el arte carece de poder (DeBoer, 1998). 54 El primer par representa a un hombre y una Chachi, el segundo, está conformado por un hombre desnudo, con el pene adherido al abdomen y un sombrero de estilo europeo, y una mujer también desnuda, usualmente identificada como negra, el tercer y último par son figuras que parecen autoridades
Reichel-Dolmatoff llama la atención sobre el hecho de que en Colombia, Ecuador y Mesoamérica, las figurinas antropomorfas cerámicas raramente aparecen dentro de contextos ceremoniales y más bien abundan en sitios de desecho, donde se mezclan con utensilios domésticos inútiles. Los datos obtenidos etnográficamente son contrastados con las evidencias arqueológicas de tal forma que el autor encuentra ciertas correspondencias: (1) el proceso continuo de elaborar y desechar figurinas antropomorfas, explicaría la cantidad en la que aparecen en el registro arqueológico y dentro de contextos domésticos; (2) posiblemente la ausencia de estos artefactos en algunas regiones indique que fueron fabricados en materiales perecederos; (3) los especímenes arqueológicos no muestran huellas de abrasión o desgaste por el uso continuo; (4) la posición en la que estos personajes son representados puede coincidir con el uso que de ellos se hace en los rituales51: las figuras erectas son cortas y con amplias bases para poder sostenerse firmes, aquellas que tienen los pies hendidos pueden estar hechas para pararse por presión sobre una superficie de tierra o arcilla, otras tienen agujeros para ser suspendidas o colgadas y unas más poseen bases ahuecadas para empotrarlas sobre bastones o estacas; (5) otro indicio del empleo de estas efigies en rituales de sanación es la representación ocasional de malformaciones e impedimentos físicos. Este hecho podría también ser relacionado con el descarte de las figuras, que una vez concluido el ritual, se convierten en objetos contaminados de los cuales hay que deshacerse; (6) las imágenes de mujeres embarazadas, más que vincularse con un culto a la fertilidad, podrían reflejar una preocupación médica de índole terapéutica o preventiva, en torno a la gestación y el parto, (7) la recurrente representación de peinados elaborados, en contraste con facciones muy esquematizadas, puede ser un indicio de que el cabello fue usado como un símbolo de poder, y que ciertos tocados y peinados podrían asociarse con ceremonias de curación (ReichelDolmatoff, 1961). DeBoer relata el uso de figuras humanas en rituales de curación entre los Chachi, grupo indígena contemporáneo ubicado en la ribera del río Cayapas y sus tributarios, en la costa ecuatoriana. Las estatuillas de madera junto con las hachas de piedra que también forman parte del «arte»52 usado en el rito, son rociadas con aguardiente por el chamán mientras canta, para activar a los genios o espíritus que las habitan y que entrarán en el cuerpo del paciente para liberarlo y expulsar de él la enfermedad que lo aqueja. DeBoer concentra su atención en el arte de Jesusito; un prestigioso chamán ya fallecido, que entre otras cosas, cuenta con una variada serie de figuras antropomorfas53 cerámicas y de madera, que este investigador agrupa en tres pares54 de características y rangos de poder bien diferentes; entre más antiguas son las piezas, mayor es su poder. Estas figurinas son conservadas con cuidado, son un bien acumulativo y no se manufacturan de forma masiva, ni se desechan después de usadas, lo que las hace sumamente escasas y aún ausentes en ciertos sitios (DeBoer, 1998)55. Existen también breves referencias sobre grandes representaciones humanas entre los Emberá usadas como guardianes o protectores de la casa del Jaibaná cuando éste la deja sola (Reichel-Dolmatoff, 1962: 181; Vasco 1987: 59). Otra vertiente explicativa se refiere al papel de las figuras antropomorfas dentro de ciertos ritos de paso. Turner (1997), relata el uso de figurinas como objetos sagrados o sacra, que hacen parte de la parafemalia empleada en los ritos iniciáticos. Entre los Ndembu de Zambia, máscaras y figurinas exhiben rasgos naturales desmesuradamente grandes o pequeños o decorados de forma inusual. La interpretación de Turner, es que este tipo de exageraciones corresponde a una forma primordial de abstracción que tiene como propósito generar reflexión en tomo al rasgo exagerado, que de esta manera se transforma en un símbolo multívoco de composición compleja y múltiple significación.
Las cuestiones de la auto-representación
El detalle más llamativo de las figurinas paleolíticas y que ha servido como base para muchas de las interpretaciones en torno a ellas, es la exageración en el
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tamaño de ciertas partes del cuerpo, y la insignificancia con la que otras han sido materializadas. Al respecto, Leroi-Gourhan recalca que la mayor parte de la literatura sobre las populares «Venus Auriñaciences», adolece de una sintomática pérdida del sentido crítico por parte de los investigadores que ven en ellas representaciones anatómicas fieles de las mujeres de la época. En su opinión, responden más bien a construcciones figurativas propias de aquellos contextos, y en ello es que reside su inmenso valor plástico (Leroi-Gourhan, 1994). Existe una visión alternativa que se distancia de los enfoques que otorgan significación a las figuras femeninas desde un punto de vista exterior, y se centra en la noción de auto-percepción y auto-representación. Según McDermott (1996), las alteraciones en las proporciones de las figurinas del paleolítico superior, no corresponden a una intencionalidad simbólica o psicológica, sino a la distorsión relativa que implica contemplar el cuerpo sin más ayuda visual que la proporcionada por los propios ojos. De esta forma, la información se obtiene desde una perspectiva egocéntrica y auto-generadora que corresponde con la representación de los atributos característicos de estas figuras: cabezas sin rostro profundamente estandarizadas, en las que el cabello es el único rasgo manifiesto, senos, caderas y nalgas de proporciones extraordinarias, y pantorrillas y pies diminutos o inexistentes. Así las cosas, la variabilidad estilística entre las estatuillas de diferentes regiones, reflejaría las diferencias morfológicas entre individuos y grupos humanos, la etapa del embarazo retratada, o simplemente, la divergencia en las rutinas de auto-inspección entre las mujeres y en términos interpretativos, estas representaciones de mujeres en distintas etapas de su vida, «incorporan información ginecológica y obstétrica y probablemente significan un avance en el control auto-consciente de las mujeres sobre las condiciones materiales de sus vidas reproductivas» (McDermott, 1996: 227).
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Las figurinas como jugetes didácticos
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Desde esta perspectiva, la función de las figurinas antropomorfas halladas en contextos arqueológicos no distaría demasiado de la desempeñada por las muñequitas de juguete de hoy en día. De acuerdo con el ya mencionado trabajo de Bolger (1996), en el que esta investigadora clasifica en dos grupos las representaciones femeninas conforme al material en el fueron elaboradas, las figurinas cerámicas tenían un propósito didáctico y educativo cuyo objetivo sería el de proporcionar un modelo de comportamiento a los miembros menores de la comunidad y probablemente operarían dentro de los ritos propios de la pubertad. Park (1998), expone una interesante contribución etnográfica con respecto a las actividades desarrolladas por los niños entre las sociedades Inuit. Park clasifica las actividades de producción de miniaturas de los pequeños Inuit en tres grupos: los juegos de casa, los juegos con muñecas y los juegos de cacería. Los juegos con muñecas se limitan a las niñas, quienes elaboran las suyas propias en madera y les fabrican vestidos –a la manera de las vestimentas de los adultos– usando desechos de cuero y lana. Las madres de las niñas estimulan este tipo de actividades, cuyo propósito es el de instruir a las pequeñas en las labores propias de las mujeres mayores, tales como el hilado y la costura. Park también señala el uso de representaciones antropomorfas como parte de la parafemalia ritual de los chamanes y como ofrendas funerarias. Respecto al primer caso, reseña testimonios etnográficos sobre el uso de pequeñas figuras humanas como preciados pendientes, atados a los cinturones de los chamanes jóvenes. Estos colgandejos son obsequiados por la gente con la esperanza de que los espíritus ayudantes del chamán reconozcan sus regalos y de este modo, librarse de todo mal. Es bastante probable que estos objetos fueran enterrados con su dueño, o heredados y usados por otros chamanes.
europeas: un soldado y un obispo. Con respecto a la representación de personajes no-indígenas en las estatuillas, DeBoer propone que las seis figurinas son una especie de «alteridad sucesiva» en la cual las distancias de tiempo y lugar son incorporadas, al adherir la distancia social en la cual «el otro» se hace familiar. 55 Resulta claro que aunque DeBoer coincida con el planteamiento de Reichel-Dolmatoff con respecto a la función y significado de las figurinas en contextos de rituales curativos, sus datos etnográficos difieren en algunos puntos importantes, sobre todo en cuanto a lo que a las correlaciones arqueológicas respecta.
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En cuanto al segundo caso, existen reportes arqueológicos sobre la presencia de figurinas humanas dentro de algunos entierros de niños, de lo que se presume que estos artefactos harían parte de las posesiones del difunto. Para concluir, no está de más recalcar la utilidad interpretativa de la información suministrada por el análisis y comparación de datos morfológicos, anatómicos, tecnológicos e iconográficos de las piezas cerámicas, para su posterior clasificación e interpretación. La idea, es hacer uso de todas las fuentes posibles de información, con el propósito de construir hipótesis que aunque tentativas, resulten coherentes al momento de intentar comprender la función y el significado de las figurinas antropomorfas y su relación con los contextos históricos y culturales a los que pertenecen.
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III Apuntes sobre la historia de los alfareros de Tumaco-La Tolita
56 Salgado et al. (1995), proponen la existencia de una frontera cultural más que ambiental, dada la ausencia de evidencias de asentamientos Tumaco-La Tolita ascendiendo el río San Juan y la presencia en esta zona del estilo Catanguero. 57 El material arqueológico encontrado en la isla Gorgona,podría relacionarse con los desarrollos cronológicos identificados en zonas aledañas como Guapi, Timbiquí y Tumaco, pertenecientes al complejo arqueológico Tumco-La Tolita. Sin embargo, las evidencias hasta ahora reportadas, no son del todo contundentes ni esclarecedoras con respecto a este punto (Casas 1988, 1990).
Aquí las discrepancias denominativas son múltiples: complejo cultural Tumaco-La Tolita, cultura Tumaco-La Tolita, complejo arqueológico Tumaco-LaTolita, estilo Tumaco-La Tolita, tradición cultural Tumaco-LaTolita, sociedadesTumaco, sociedades La Tolita, civilización La Tolita, etc. Por el momento, me limitaré a enunciar estas diferencias y no dedicaré espacio para tratar de esclarecerlas, asunto que he reservado para una breve discusión más adelante en este escrito.
58
En términos geográficos (mapa 1), el área de dispersión del complejo arqueológico Tumaco-La Tolita abarca desde el río San Juan y Calima56 en la Costa Pacífica Caucana, hasta la ensenada de Atacames en la provincia de Esmeraldas, Ecuador57. Esta área se extiende aproximadamente unos 800 Km. a lo largo de la costa del litoral Pacífico y está conformada por una extensa planicie aluvial, que va decreciendo en anchura hacia la parte norte del Ecuador, donde el pie de monte de la Cordillera Occidental se aproxima a la costa. Pese a que las investigaciones arqueológicas en el área meridional de la Costa Pacífica colombiana y la zona norte del Ecuador, no han podido hasta el momento dar respuesta a los múltiples interrogantes que se tejen en torno a la o las sociedades que habitaron esta zona antes de la llegada de los españoles, el cuerpo de datos disponibles (infortunadamente no siempre claros ni articulados), ha permitido a los investigadores, «después de conocerse un conjunto de elementos culturales prehispánicos con características mas bien homogéneas» (Patiño, 1988b: 17), proponer el nombre genérico de Tumaco-La Tolita58para designar los materiales arqueológicos encontrados en esta región y considerarla como una sola y extensa zona arqueológica (Alcina Franch, 1979; Bouchard, 1982-83; DiCapua, 1978; Reichel-Dolmatoff, 1986a). Esta región se encuentra constituida por dos sistemas ecológicos principales, los ecosistemas de manglares próximos a la costa, y la selva tropical húmeda en las llanuras aluviales (Bouchard, 1982-83; DiCapua, 1978; Reichel-Dolmatoff, 1986a). «Los pobladores de los sitios arqueológicos hasta ahora investigados, parece que participaron en ambos sistemas, ubicándose con preferencia muy cerca del mar, dentro de los manglares, por cuya red de canales tuvieron acceso a las zonas selváticas y a las leves colinas inundadizas» (ReichelDolmatoff, 1986a: 90).
Las dataciones radiocarbónicas obtenidas y las secuencias culturales establecidas a partir de ellas y de comparaciones efectuadas entre el material arqueológico recuperado en los diferentes sitios, permiten ubicar este complejo en la etapa de los Desarrollos Regionales Costeros (siglo V a.C.-siglo V d.C.), entre los siglos IV a.C. y III d.C., aún cuando las fechas más tempranas lo relacionan con el Formativo Tardío (siglo XV a.C.-siglo V a.C.) y las más tardías son asociadas con el periodo de Integración Regional (siglo V d.C.-siglo XV d.C.) (Alcina Franch, 1981; Bouchard, 1995; Meggers, 1966; Patiño, 1995; Reichel-Dolmatoff, 1986a; Salgado et al., 1995; Valdéz, 1987)59.
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Capital departamental o provincial Límite internacional Excavaciones arqueológicas
Mapa 1. Distribución de sitios arqueológicos Tumaco-La Tolita en la Costa Pacífica de Colombia y Ecuador (los sitios señalados en este mapa corresponden a los lugares donde se han realizado excavaciones arqueológicas para tratar de definir un área de dispersión del complejo arqueológico Tumaco-La Tolita. N. de los E.)
El concepto de estilo en Arqueología: análisis estilístico... Pp. 60-160.
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Los resultados de la revisión bibliográfica efectuada sobre este tema, pueden clasificarse en dos grupos de acuerdo con la proveniencia de las fuentes de información que utilizan y en consecuencia, con el tipo de observaciones que de ellas se deriva:
La ubicación temporal de este complejo se basa fundamentalmente en las referencias aportadas por la cronología ecuatoriana. En territorio colombiano, sin embargo, esta periodización no está tan clara y faltan aún muchos interrogantes por resolver, sobre todo en lo que concierne a la sucesión de periodos y fases y sus desarrollos locales, así como con respecto a las dinámicas de ocupación y continuidad por ellos representados (Reichel-Dolmatoff 1986a). 59
Como en el caso de las recopilaciones de los resultados de trabajos arqueológicos anteriores.
60
La investigación sobre la cual se basa este escrito es mi monografía de grado.Los datos de referencia pueden verse en la presentación de este artículo.
61
Este apartado es netamente informativo y tiene como fin principal recopilar y organizar los datos relevantes, sin entrar en mayores discusiones que más bien podrían ser objeto de nuevas investigaciones.
Ángela Liliana Ramírez Guarín
62
Reichel-Dolmatoff (1965) afirma que las evidencias arqueológicas existentes indican que estas oladas migratorias se remontan hasta mucho más atrás, y que se manifiestan en el horizonte Chavín (Perú) que correspondería no a desarrollos locales de las culturas de los Andes Centrales, sino que tendría sus raíces en influencias mesoamericanas, datadas para la novena centuria a.C. Este investigador propone también que el periodo Jama-Coaque fue impulsado por migraciones mesoamericanas emprendidas por grupos de navegantes que establecieron pequeñas colonias en territorio ecuatoriano.La acumulación de basuras y los pisos de habitación encontrados en las riberas del río Mataje corresponderían a extensiones septentrionales del periodo Jama-Coaque (ReichelDolmatoff, 1978: 65). 63
1. Aquella información que proviene directa o indirectamente60 de los datos obtenidos en las exploraciones arqueológicas (Alcina Franch, 1979, 1981, 1986; Alcina Franch y Rivera, 1971; Alcina Franch et al., 1987; Bouchard, 1977-78, 1978, 1979, 1982-3, 1984, 1986, 1988, 1995; Casas, 1988, 1990; Cubillos, 1955; DeBoer, 1995; Flórez, 1998; Guinea, 1986, 1994; Heras, 1994; Jijón y Caamaño, 1997; Mora, 1988; Patiño, 1987, 1988a, 1988b, 1989a, 1989b, 1990, 1991, 1992, 1993a, 1993b, 1995, 1997, 1999; ReichelDolmatoff, 1965, 1978; Salgado y Stemper, 1995; Salgado et al., 1995; Stemper y Salgado, 1993; Sánchez, 1981; Scott y Bouchard, 1988; Valdéz, 1986, 1987), y que ha constituido la fuente primaria en el intento por elaborar una secuencia cultural tentativa, apoyada en las descripciones estratigráficas de los sitios explorados, las fechas radiocarbónicas obtenidas, y las características del material arqueológico con ellas relacionado. Estos datos han derivado en tipologías cerámicas, conjeturas sobre patrones de asentamiento y subsistencia, investigaciones sobre metalurgia temprana e hipótesis con respecto a las relaciones del complejo Tumaco-La Tolita con otras áreas. 2. Los análisis elaborados por investigadores ajenos a dichas exploraciones, con base en los materiales arqueológicos recuperados (Adames, 1998; Barney, 1983a, 1983b; Bernal et al., 1993; Ciudad, 1981; DiCapua, 1978; Errázuriz, 1980; Gamboa, 1962; Hassler, 1983; Legast, 1990; Rodríguez, 1992¸ Rojas, 1980, 1995; Sotomayor, 1990, 1993; Villalba, 1996). Este tipo de información se concentra en visiones interpretativas acerca de las creencias míticas y religiosas, la cosmogonía y hasta inferencias sobre los detalles de la cotidianidad de los artífices del arte cerámico y orfebre Tumaco-La Tolita, basándose en las características formales, tecnológicas y/o decorativas del material arqueológico en general, o de piezas específicas en particular.
Investigaciones arqueológicas en el área
Atendiendo a los propósitos de esta investigación61, la información relevante respecto a los trabajos en la zona, los principales sitios arqueológicos, las secuencias temporales y las dataciones radiocarbónicas está condensada en el gráfico 1. Además, se presenta una bibliografía que espera ser lo suficientemente completa, en el caso de que el lector interesado desee ampliar la información aquí sintetizada. Por el momento, en este apartado pretendo sólo enfatizar sobre algunos puntos claves que repercuten de una u otra forma sobre el planteamiento y desarrollo del problema de este proyecto62: 1. El origen de la llamada «cultura Tumaco-La Tolita» ha ocupado un lugar preponderante dentro de las consideraciones que orientan las inferencias de las diferentes investigaciones. Al respecto, dos han sido las hipótesis de mayor aceptación: la primera sugiere el posible origen centroamericano de los pobladores de esta región, quienes habrían arribado a ella en sucesivas oleadas migratorias de norte a sur, desde el siglo V a.C.63 (Cubillos, 1955; Echeverría, 1988; Jijón y Caamaño, 1997; Reichel-Dolmatoff, 1965). La segunda, plantea la influencia de sur a norte de la fase La Chorrera, 1800-500 a.C. (Bouchard 1982-83, 1988), definida para el formativo ecuatoriano64. Una tercera hipótesis, surge de la combinación de las dos precedentes, y si bien, reconoce la similitud con elementos estilísticos mesoamericanos, también
llama la atención con respecto a la afinidad con el desarrollo artístico alcanzado por La Chorrera (Alcina Franch, 1979; Meggers, 1966; Patiño, 1992, 1993a, 1995; Reichel-Dolmatoff, 1986a y Valdéz y Veintimilla, 1992). En cualquiera de los casos, se descarta el origen local de este complejo arqueológico, aun cuando si se reconoce, en mayor o menor grado, el desarrollo de estilos autóctonos.
3. Los resultados de los primeros trabajos arqueológicos en la zona poco dicen sobre la organización social de Tumaco-La Tolita. Sin embargo, en el transcurso de las subsiguientes investigaciones, los autores hacen esporádicas referencias al respecto.
«[…] el término cacicazgo hace relación a las sociedades complejas que se sustentan en la organización e interacción de más de un grupo local, cada uno de los cuales sostiene, a su vez, un sector de la sociedad desligado de la producción directa de bienes (elite)» (Salgado, et al., 1995: 130).
Patiño (1999) asegura que las evidencias sobre las pautas de asentamiento, la explotación económica, el intercambio, los bienes de prestigio y la especialización artesanal, entre otros, ofrecen el sustento suficiente para admitir la existencia de cacicazgos en la fase Inguapí II de Tumaco-La Tolita65. 4. Con base en la densidad y las características cualitativas del material66 arqueológico recuperado, en la cantidad y tamaño de las tolas, en el establecimiento de áreas de actividad específicas y en la ubicación estratégica del sitio, se ha propuesto la existencia de un centro político-ceremonial localizado en la isla La Tolita67 (Alcina Franch, 1979, 1981; Alcina Franch y Rivera, 1971; Alcina Franch et al., 1987; Bouchard, 1982-83, 1986, 1988, 1995;
65 En 1986, Alcina Franch ya había insinuado la existencia de jefaturas complejas en La Tolita durante el periodo de los desarrollos regionales, pero no profundiza ni aclara nada al respecto. Cuatro años más tarde, Patiño sugiere también el tipo de organización cacical, sin embargo, aclara que la información disponible hasta el momento, no permitía afirmarlo con certeza. En 1995, DeBoer, discutiendo la secuencia cultural para la cuenca de los ríos Santiago y Cayapas (Provincia de Esmeraldas, Ecuador) establece varios índices, como expresión numérica de los datos disponibles sobre asentamientos e intercambio, que tienen como fin demostrar la forma y la dirección del cambio de una fase a otra en dicha secuencia. Al analizar seis de estos índices: índice de agregación, índice de intensidad regional, de importaciones, de elaboración de cerámica, distribución de sitios por cuencas y zonas de influencia de La Tolita, DeBoer concluye que «de hecho, el patrón de covariación solamente sugiere que estamos registrando el surgimiento y la caída del tipo de formación que los arqueólogos usualmente llaman cacicazgo» (1995: 127).
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En 1987 Valdéz plantea la posibilidad de una forma de organización de cacicazgos, con base en una estructura jerarquizada de la comunidad, que se encontraba bajo la imposición de un grupo dominante –cuya fuente de poder sería la ideología simbólica– que actuaba como intermediario entre las fuerzas de la naturaleza y la población. Salgado y colegas (1995), explican la categoría de sociedades complejas de tipo cacical para la región TumacoLa Tolita donde,
64 Bouchard resalta la necesidad de considerar el fenómeno de convergencia como una alternativa a las tradicionales interpretaciones difusionistas para explicar las similitudes entre el material de esta área y el de Centroamérica. «Además, mientras se ha hecho énfasis en algunas analogías morfológicas o decorativas, obviamente jamás se ha considerado el conjunto total de las figurinas. Si se le hubiera considerado, las diferencias habrían sido mucho más numerosas que las semejanzas» (1982-83: 327).
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2. El intento por establecer una cronología cultural se ve obstaculizado en principio, por las discrepancias conceptuales y ambigüedades semánticas que comparan casi que indiscriminadamente, fases, periodos, culturas y complejos dentro de categorías no siempre explícitas ni diferenciadas. Además, por ahora, tampoco contamos con «[…] una secuencia cronológica regional que pueda ser corroborada localmente» (Flórez, 1998: 4), ya que pese a que es posible reconocer la existencia de varios periodos, no son pocas las lagunas a la hora de explicar las dinámicas de sucesión y desarrollo local entre ellos en los diferentes sitios (Reichel-Dolmatoff, 1986a). Esta carencia cronológica, sumada a factores como la gran cantidad de material arqueológico (en el que se destacan las figurinas antropomorfas y zoomorfas) procedente de actividades de guaquería y por ende descontextualizado, y la ausencia de problemáticas de investigación claras en buena parte de los proyectos arqueológicos realizados en la zona, dejan un evidente vacío en el conocimiento que tenemos sobre los pobladores de esta región.
Cronología a.C.
XII
XI
X
IX
VIII
VII
VI
V
IV
III
II
INTEGRACIÓN REGIONAL
I
I
II
III
V
IV
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
d.C.
5
Bahía de Buenaventura
Patiño (1988a)
Ríos Gaupi-Saija
Casas (1990)
Isla Gorgona
Patiño (1989a)
Bajo Río Patía
Cubillos (1955)
Isla El Morro Monte Alto
Periodo antiguo (s.f)
Bouchard (1982-1983)
Bahía de Tumaco
Inguapi I
Reichel-Dolamtoff (1965)
Río Mataje
Nariño Ecuador
Isla La Tolita
DeBoer (1995)
Cuenca Santiago-Cayapas
7
6
San Miguel (s.f.)
Muelle Viejo Buena Vista
Maina
Periodo menos antiguo (s.f) Inguapi II
Mataje I
Mataje III (s.f)
Mataje II
Tiaone
Táchina
Balao
Atacames Temprano
Tolita temprano
Mafa
Indican intervalos de tiempo que los investigadores han definido como fases y periodos, y que han sido establecidos con una fecha aproximada de inicio y otra de finalización Representan ubicaciones temporales definidas bien sea por comparaciones entre el material arqueológico y que no tienen datación, o bien, establecidas con base en una única fecha, y donde la duración de la fase o periodo sólo se aproxima. Periodos o fases que han sido relacionados con el complejo arqueológico T-T. Sin fechar.
1
El complejo Nerete ha sido identificado por Bouchard (1982-1983) como una variación local del complejo El Basal.
2
Alcina Franch (1981) aclara que esta fecha es bastante dudosa puesto que coincide en el mismo nivel con más confiable de 770 d.C.
Bucheli
El Morro
Halsal (s.f) 1 Nerete (s.f)
Bahía de Atacames
Valdez (1987)
4
La Cocotera
Convenciones, abreviaturas y notas explicativas
s.f
3
Las Delicias Tamarindo
Cuenca del Río Esmeraldas
Alcina Franch (1979)
2
1
Stemper y Salgado (1996)
Cauca
Valle del Cauca
Región/Investigador
DESARROLLOS REGIONALES
FORMATIVO TARDÍO
Transición
Tolita clásico
Selva alegre
2
Atacames tardío
Tolita tardío
Guadual
Las Cruces (Santiago)/Herradura (Cayapas)
Tumbaviro
El concepto de estilo en Arqueología: análisis estilístico... Pp. 60-160. Ángela Liliana Ramírez Guarín
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66 Aquí el papel de la iconografía cerámica, en especial de las figurinas antropomorfas y zoomorfas, ha sido considerado como crucial marcador del status ostentado por un grupo elite. 67 Bouchard (1988: 11), insinúa con timidez la posible existencia de un segundo centro político, comercial y religioso, ubicado en la isla de Morro en el actual municipio de Tumaco, pero reconoce que el estado de destrucción en el que se encuentra este sitio debido a la construcción del puerto, hace dudoso el propósito de aclarar por ahora, el papel desempañado por él. Patiño (1992) sugiere además de la Tolita otros centros político-económicos: Mataje, Monte Alto,Tumaco y la Cocotera. 68 Al punto de controlar los diseños que debían usarse y las asociaciones míticas que habrían de tener, sobre todo en el caso de figurinas y cerámica no doméstica (Salgado et al., 1995: 14142). 69 Es conveniente anotar aquí, que mientras que la mayoría de los investigadores que realizaron excavaciones en la zona, están de acuerdo al afirmar que las características de la cerámica de las fases posteriores al esplendor de la tradición Tumaco-La Tolita, van mermando en calidad tecnológica y diseño artístico, los datos aportados por los trabajos de Cubillos indican una mayor y mejor elaboración de la cerámica perteneciente al que él llamó periodo menos antiguo, con respecto al periodo antiguo. Esta discordancia fue referenciada ya en los primeros trabajos de Reichel-Dolmatoff y de Bouchard.
En algunos casos de insinúa su participación en contextos ceremoniales con fines curativos (Reichel-Dolmatoff, 1961; Bernal et al., 1993). 70
DeBoer, 1995, Echeverría, 1988; Meggers, 1966; Patiño, 1989, 1992; Valdéz, 1986, 1987; Villalba, 1996). Y si bien esta propuesta ha sido una constante en los trabajos referenciados, la vaguedad ha sido el factor predominante en planteamientos que fluctúan desde concebir La Tolita como centro de difusión cultural, hasta considerarla un punto mercantil importante; sin reparar demasiado en evidencias concretas que den luces sobre factores como la naturaleza y la estructura del poder que supuestamente se concentraba en este sitio. No es sino hasta los trabajos de Valdéz (1993) y Salgado et al. (1995), que surgen nociones más claras al respecto. Valdéz, a grosso modo enfatiza en la importancia regional de La Tolita, como lugar de peregrinación ceremonial, donde la importación de bienes exóticos rituales jugaba un papel determinante, y que fue perdiendo protagonismo a la sombra del surgimiento de centros locales menores. Salgado et al. siguiendo el modelo de análisis de centroperiferia, plantean la existencia de un sector de la población que sustentaba un poder basado en la adquisición competitiva de bienes de acceso restringido (elaborados por especialistas, también residentes en la isla), que mantenía el control ideológico68 y centralizaba el conocimiento esotérico que circulaba entre el litoral y la sierra (1995: 140). DiCapua se apoya en la propuesta de Coe para la isla de Jaina (Coe 1973 en DiCapua, 1978) y en la representación recurrente de temas como la enfermedad, el sufrimiento y la muerte en la cerámica encontrada en La Tolita para proponer este lugar como una «Isla de los Muertos» o centro de culto mortuorio. 5. Variaciones en los rasgos estilísticos y tecnológicos entre el material cerámico de algunas de las fases definidas en las distintas exploraciones arqueológicas han sido interpretadas como posibles hiatos culturales que suponen el paulatino decaimiento de esta «cultura»69 (Bouchard, 1977-78, 1982-83, 1986, 1995; Patiño, 1987, 1988a, 1989a, 1990, 1991, 1992; Reichel-Dolmatoff, 1986a; Valdéz, 1987, 1993). 6. La cerámica, en especial las figurinas antropomorfas y zoomorfas, ha sido usada como el principal marcador de similitudes y diferencias estilísticas entre los materiales arqueológicos referenciados para la región. Es en estas similitudes y diferencias en las que las hipótesis tanto sobre la unidad estilística para toda zona, como sobre la supuesta ruptura cultural entre algunas de las fases (¿periodos?) han encontrado su mayor asidero. 7. Pese a la abundancia de las representaciones antropomorfas, en su mayoría encontradas en basureros, y en menor medida en contextos funerarios (sobre todo en territorio ecuatoriano), pocas son las hipótesis trabajadas en torno a la función que desempeñaron dentro de la dinámica cultural de quienes las produjeron, utilizaron y descartaron70. Para Salgado y colegas una gran parte de las interpretaciones se han esforzado más por encontrar el significado de las figurinas que por su función, y según ellos: «Se propone que las figurinas modeladas y moldeadas antropomorfas podrían haber sido usadas (1) por una parte de la población para expresar sus vínculos con La Tolita y legitimar su dominio; (2) en ceremonias y rituales de curación; (3) como instrumentos de diversión» (Salgado et al., 1995: 139).
8. Otro punto tratado por los arqueólogos es el de las relaciones establecidas por los pobladores de esta región con otras áreas (en especial con el altiplano
nariñense), y que han sido abordadas desde la suposición de una red bastante amplia de intercambio comercial en esta región71. Este tipo de hipótesis se ha establecido con base en los numerosos objetos foráneos encontrados en sitios alejados de la costa y cuyo punto de origen sería el litoral72. En contraste, en la zona costera Tumaco-La Tolita este tipo de objetos no sobrepasan las esquirlas de obsidiana (Cubillos, 1955; Bouchard, 1977-78, 1982-83; Patiño, 1988a, 1993, 1995; Valdéz, 1987) de supuesto origen serrano, y una figurina femenina sentada en un banquito y sin cabeza, encontrada en el Basal, y que según Bouchard (1982-83) podría relacionarse con las figurinas del complejo Capulí 73. Sin embargo, hay cierta inconsistencia con respecto a la correspondencia cronológica, puesto que en el altiplano no existen dataciones anteriores al 800 d.C., fecha bastante alejada del periodo de esplendor Tumaco-La Tolita (Bouchard, 1982-83).
Entre los objetos importados desde la Costa Pacífica, sobresalen las cuentas de concha, principalmente de Spondylus y Strombus, oro en polvo, esmeraldas y sal en la cordillera occidental y valle del río Cauca (Cardale y Herrera, 1995), núcleos de conchas marinas, artefactos de madera de chonta y dos figurinas Tumaco-La Tolita encontradas en contextos funerarios en el sitio Las Cruces en Ipiales (Uribe, 1976). 72
Langebaek (1990) por su parte, hace varias observaciones interesantes con respecto al intercambio como medio de legitimación del poder de las elites en el sur de Colombia y norte del Ecuador. A a nivel general, enfatiza sobre las repercusiones de la circulación de bienes en los procesos de intercambio social, tales como la complejización. En un nivel más específico, y hablando de Tumaco-La Tolita74, cuestiona la conexión propuesta e inequívoca entre elementos que por ser importados se suponen de lujo, y la existencia de redes de interacciones con la Tolita. Además, aclara que la presencia de objetos foráneos no garantiza necesariamente su utilidad para determinar vínculos entre las elites locales y otras regiones.
9. También es un enigma la suerte de la gente de Tumaco-La Tolita en épocas tardías, pero el desmejoramiento drástico de las características tecnológicas, formales y decorativas de la cerámica, hace suponer a los investigadores el advenimiento de un periodo de decadencia acaecido aproximadamente entre los siglos I-III d.C. (Bouchard 1988; Patiño 1989b, 1992, 1993; Valdéz, 1987). Sin embargo, las causas de este «decaimiento cultural» aún no han sido establecidas y se trabaja sólo sobre hipótesis aún no desarrolladas: según Patiño (1992), podría corresponder a un proceso de transición de sociedades complejas a sociedades menos complejas, originado en el debilitamiento y pérdida del control político, religioso y comercial en los centros locales más importantes75.
95
73
La discusión de Langebaek con respecto a este punto en el área de Tumaco-LaTolita, se basa en los datos aportados por las investigaciones de DeBoer en las cuencas de los ríos Santiago y Cayapas (específicamente hace referencia a las fases Mafa, Selva Alegre y Guadual) y en las cuales el desplazamiento de los asentamientos desde las áreas interfluviales a las cabeceras principales concuerda por un lado, con el periodo de auge en La Tolita y por el otro, con evidencias de transformación en las prácticas de intercambio (presencia de obsidiana y piedras verdes foráneas). Con el advenimiento de la fase Guadual, este proceso de movilización se revierte, aun cuando las evidencias de intercambio regional permanecen (ver Langebaek 1990 y DeBoer, 1990). 74
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De otro lado, los planteamientos sobre el desarrollo de la navegación marítima que estas gentes alcanzaron, cobran especial importancia al momento de abordar las relaciones con otros grupos ubicados a mediana y larga distancia. Sólo de esta forma adquieren coherencia los frecuentes supuestos contactos establecidos entre el litoral Pacífico y las costas centroamericanas (Alcina Franch, 1979; Bouchard, 1982-83; Patiño, 1992; Valdéz, 1987), y al sur con las culturas de Jama-Coaque y Manteña, que corresponden también al periodo de Desarrollos Regionales del Ecuador (Alcina Franch, 1979; Reichel-Dolmatoff, 1978).
Plazas (1977-78) hace referencia a una orejera del tipo «Tinculpas» típica del altiplano que proviene de la regiónTumaco-LaTolita, comprada por el Museo del Oro y cuya técnica de manufactura es propia de la costa.
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Patiño (1988b) sugiere la posibilidad de contactos o redes de intercambio entre los pobladores de Tumaco-La Tolita y la zona de Calima (Periodos Ilama y Yotoco), basándose en la similitud de formas cerámicas y patrones iconográficos.
71 Para Salgado et al.: «[…] es factible que hayan existido contactos entre la Costa Pacífica y el altiplano nariñense pero el papel que tuvo la producción de bienes utilitarios, distribución y manipulación y circulación de bienes utilitarios y no utilitarios en el desarrollo de las sociedades complejas a nivel regional ha sido muy poco estudiado» (1995: 148-49).
El concepto de estilo en Arqueología: análisis estilístico... Pp. 60-160.
Para Salgado et al. (1995), la decadencia en la manufactura y los «estilos decorativos» de la alfarería y la orfebrería, bien podría coincidir con cambios ambientales imprevistos, que habrían ocasionado el descenso en la productividad de los manglares, afectando así las condiciones que favorecían la existencia de especialistas y obligando a un número mayor de personas a concentrarse en las actividades de subsistencia. Como consecuencia, las elites debieron descuidar la producción de bienes de uso restringido en beneficio de los bienes de subsistencia y disminuir el control sobre los grupos de especialistas, lo que su vez desencadenó la pérdida paulatina del poder y el surgimiento de centros políticoceremoniales alternos. Lo que sucedió después se desconoce, aun cuando no faltan las propuestas que postulan la llegada de nuevos pobladores con base en datos sobre las variaciones en los patrones de asentamiento y subsistencia y los cambios en la calidad del material cerámico (Bouchard, 1982-83; Patiño, 1989a, 1995), sin que hasta el momento existan datos que corroboren o desmientan esta hipótesis. También es poco lo que se sabe sobre las posibles relaciones entre los grupos indígenas referenciados por los cronistas al momento de arribar a la Costa Pacífica y los grupos Tumaco-La Tolita. Cubillos (1955) haciendo alusión a una cita de Gomara, propone al grupo de los Atacames76 como el causante de las capas superiores de los basureros de Monte Alto: «Las reseñas sobre los nativos de entonces [indios Catamez o Atacames] nos parecen muy generales para aplicárselas a determinado grupo cultural, no obstante que las relaciones de Gomara y Zárate, traen datos tan concretos y tan aplicables que podríamos pensar en que este grupo humano fue el causante de la formación de las capas superiores de los basureros arqueológicos» (Cubillos, 1955: 29).
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Ángela Liliana Ramírez Guarín
Alcina Franch (1979) sugiere un posible emparentamiento entre los constructores de La Tolita y el grupo de los Cayapas mientras que Valdéz (1987) afirma que luego de la etapa tardía no hay evidencia de ocupación en la isla de La Tolita hasta la llegada de los españoles, de ahí en adelante la historia está aún por escribirse.
Definición del complejo Tumaco-La Tolita
75 Este planteamiento coincidiría con la propuesta de Bouchard con respecto a la pérdida del control económico y político en los centros cacicales o ceremoniales y de comercio (Bouchard, 1989 en Patiño, 1992).
En la secuencia cronológica ecuatoriana, el pueblo de los Atacames se ubica dentro del periodo de integración regional (500-1500 d.C.), aún cuando se considera podría ser adelantado a las últimas etapas del periodo de los desarrollos regionales (Galván y Marriuso, 1986).
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Con anterioridad me he referido al problema que representa la ambigüedad y laxitud con la que a menudo es usada la nomenclatura arqueológica en un apurado intento por relacionar las características del registro arqueológico con su distribución espacial y temporal dentro del área Tumaco-La Tolita. Esta es la fuente principal de las enormes discrepancias denominativas que acompañan los encabezados de las investigaciones científicas que atañen a esta zona, y que fluctúan desde grandes categorías como Cultura Tumaco-La Tolita, hasta clasificaciones descriptivas más puntuales como Estilo Tumaco-La Tolita; y que llegan a ser erróneamente tratadas como rasgos equivalentes. Dicho inconveniente se debe en parte, a la escasez de análisis específicos de los materiales arqueológicos recuperados (con excepción quizás de la orfebrería) y las subsecuentes implicaciones tanto explicativas como interpretativas, que trabajan sobre datos más o menos generalizados. No obstante, la verdadera raíz del asunto subyace en un problema más de fondo: a falta de un acuerdo conceptual explícito77 con respecto a lo que Willey y Phillips (1958) han denominado Unidades Arqueológicas Básicas (componentes y
El estudio de los atributos estilísticos de los objetos cerámicos, constituye uno de los recursos metodológicos más empleados para construir inferencias antropológicas y arqueológicas con respecto a las interacciones sociales y económicas, la comunicación artística y la datación de sitios arqueológicos (Rice, 1987: 244). Los análisis estilísticos
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IV Descripción y análisis de las figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita
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fases con sus respectivos equivalentes sociales: comunidades y sociedades), Unidades Integradoras (horizontes y tradiciones) y Unidades Máximas (cultura y civilización), el factor predominante ha sido la ligereza con la cual estos términos son indiscriminadamente aplicados, sin reparar demasiado en el tipo de datos al que dichos conceptos aluden. De esta forma, se pasa con facilidad de hablar de datos en esencia arqueológicos como los horizontes estilísticos, a referirse a aspectos sociales como comunidades, culturas y/o etnias. Pero si bien los propósitos y alcances de este escrito están lejos de desarrollar una disertación sobre la conceptualización de esta clase de nociones, si considero importante dejar muy claro que la Arqueología como toda ciencia, trabaja sobre distintos niveles de conocimiento (observación, descripción, interpretación), y por ende, los resultados de las investigaciones deben corresponderse con el nivel en el cual los datos son obtenidos y manejados. La descripción de los atributos formales, temporales y espaciales del material arqueológico no pueden equipararse tan a la ligera con términos que explican las características culturales y sociales de un grupo humano, sin tener en cuenta las relaciones contextuales que permiten articular de manera coherente y en un nivel superior, los datos y las interpretaciones. En otras palabras, el problema en el área Tumaco-La Tolita al que me refiero, es que hay un salto de la descripción a la interpretación, partiendo de la misma clase de datos. Considerando el estado actual de la información que las exploraciones arqueológicas han brindado sobre los artífices de los materiales Tumaco-La Tolita, creo que debe tenerse en cuenta que si bien durante la última década, los trabajos en la zona se han incrementado, no sólo en cantidad, sino también en el desarrollo de temas concretos y preguntas de investigación, aún es mucho lo que queda por saber. Existen todavía cuestiones fundamentales que no sobrepasan el nivel de las hipótesis; y peor aún de la especulación; y suposiciones que no cuentan con los datos indispensables para convertirse en aproximaciones fiables de la realidad. La disciplina requiere concordancia con respecto a los logros alcanzados y los resultados presentados. Al evaluar lo que hasta ahora se sabe y lo que no, creo que resulta pretencioso aplicar denominaciones como Cultura o Civilización Tumaco-La Tolita, por cuanto son numerosos los vacíos existentes con respecto al orden social, la distribución del poder, el sistema de clases, la densidad poblacional o la estructura religiosa. Resulta más provechoso hacer estricto uso de los datos disponibles para manejar terminologías más acordes con objetivos específicos. Es por esta razón, que en respuesta a las metas trazadas para este escrito y para mis trabajos precedentes sobre los cuales se base este texto, estimo apropiado referirme a un Complejo Arqueológico Tumaco-La Tolita por dos razones principales: (1) existen evidencias de características compartidas en el material arqueológico recuperado en esta zona que permiten suponer la difusión de rasgos comunes a un grupo humano en particular, a lo largo de un periodo de tiempo considerable; y (2) si bien reconoce que las similitudes morfológicas exhibidas por este material son bastante sugestivas, la referencia a un complejo arqueológico no compromete una delimitación estricta de los niveles más altos de interpretación (como estructuras sociales o etapas de desarrollo) sobre los que no hay por el momento, datos suficientemente contundentes pero que se espera puedan ser obtenidos mediante los cuestionamientos de futuras investigaciones.
77 Son pocos los investigadores que dentro de sus trabajos en el área definen los conceptos de los que hacen uso al momento de referirse a las taxonomías descriptivas de las características del material arqueológico, entre ellos se encuentran Meggers (1996), Patiño (1988a, 1992) y Valdéz (1992).
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permiten explotar el potencial de los objetos arqueológicos, en especial de aquellos que como en el caso de Tumaco-La Tolita, no cuentan con información contextual asociada. A las consideraciones descriptivas sobre las cualidades formales de los materiales arqueológicos, subyace el deseo de vincular los rasgos decorativos con el comportamiento estético, y de allí, con las prácticas sociales de los grupos humanos que los produjeron y utilizaron. Esta propuesta analítica confía en el potencial informativo de las figuras en sí mismas, pero no desconoce que es un terreno tan sugestivo como propenso a la especulación aunque, le apuesta a la habilidad humana de comunicarse a través de los objetos.
Las figuras antropomorfas de Tumaco-La Tolita
En el caso de la estatuaria Tumaco-La Tolita, resulta difícil no sucumbir ante el cargado romanticismo de las interpretaciones que muestran a estos ceramistas como auténticos amantes de la vida e idílicos apasionados de la sexualidad sin tapujos. Sin embargo, más allá de coloquiales afirmaciones, existen estudios específicos que pretenden articular coherentemente las aseveraciones científicas con los datos disponibles. Las hipótesis sobre las figuras antropomorfas Tumaco-La Tolita están basadas en analogías etnográficas o biológicas; en la información suministrada por los contextos en los cuales fueron halladas78 (información insuficiente y en la mayoría de los casos imprecisa y hasta inexistente), y en inferencias elaboradas a partir de la observación de formas y detalles decorativos y su comparación con patrones iconográficos de piezas similares procedentes de otras zonas arqueológicas. El examen de este tipo de información ha generado varios planteamientos, algunos construidos en torno al significado de dichas representaciones y otros, con respecto a las funciones por ellas desempeñadas. De acuerdo con las deducciones del trabajo de Salgado y Stemper (1995) en la Bocana I, la presencia de fragmentos de figuras antropomorfas en el piso habitacional de algunas unidades de excavación, sería un indicativo de su inclusión dentro del grupo de objetos cerámicos de producción estandarizada y demanda cotidiana, desechados como basura doméstica. Mas allá de la evidencia contextual y partiendo del modelo de centro y periferia que manejan estos investigadores, el estudio de estas representaciones adquiere un matiz bien interesante: la hipótesis de la consolidación de la isla de La Tolita como centro político-ceremonial estaría apoyada por factores como la escasa diversidad de temas iconográficos y la baja proporción de fragmentos de figurinas encontrados en áreas periféricas a la isla, y en general, por la existencia de indicadores arqueológicos diferentes a los identificados para La Tolita. Según esta propuesta, las figuras antropomorfas podrían haber sido usadas por una parte de la población perteneciente a la elite, para hacer explícitos sus vínculos con La Tolita y de este modo legitimar su dominio. La representación constante de diversos aderezos de madera, concha y metal que adornan las figuras a lo largo de toda la secuencia cronológica permite a los autores declarar que,
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Las figuras antropomorfas Tumaco-La Tolita provienen de dos contextos principales: basureros o áreas de desechos domésticos (Bouchard, 1982-83; Cubillos, 1955; Meggers, 1966; Patiño, 1988a; Reichel-Dolmatoff, 1978; Salgado y Stemper, 1995; Sánchez, 1981) y en menor medida, de contextos funerarios (Cubillos, 1955; Valdéz, 1993).
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«al menos iconográficamente, se puede plantear que antes, durante y después del auge del centro político ceremonial de La Tolita, un sector de la comunidad de La Bocana marcaba distinciones sociales a través de materiales diferentes al oro, cuatro siglos antes del primer indicio de orfebrería en la región […]» (Salgado et al., 1995: 140).
Una explicación alternativa a la elaboración de representaciones humanas en Tumaco-La Tolita es su participación dentro de ceremonias de sanación. ReichelDolmatoff (1961) encuentra que además de la representación ocasional de impedimentos físicos o anomalías (jorobas, ojos llorosos o figuritas sosteniéndose la cabeza), el patrón de descarte intensivo coincide con las evidencias etnográficas del uso de las figuras humanas con fines curativos, sin embargo, para Salgado et al.
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(1995:139) la evidencia empírica disponible y aceptable no es suficiente para corroborar o descartar esta hipótesis. La evaluación del contexto junto con la consideración de determinados atributos decorativos han llevado a algunos investigadores a conferir a las figuritas antropomorfas un carácter chamánico ceremonial y ritual, apoyados en las asociaciones entre objetos como máscaras, banquitos, cascabeles, poporos y bastones de mando. Para Alcina Franch, la representación de figuras de chamanes, pone de manifiesto hasta qué punto estos objetos se refieren al sistema de creencias y a los personajes especializados en el culto y el ritual (1979: 60). Entre tanto Meggers (1966), asocia la producción masiva de figuras antropomorfas y antropozoomorfas de la fase La Tolita, y su abundante presencia dentro de lugares de desecho, con la materialización de deidades domésticas rica y cuidadosamente ataviadas. Patiño (1997) por su parte, incluye las estatuillas dentro de la parafernalia ritual del chamán. Según Jijón y Caamaño las estatuillas de lo que él llama «Civilización La Tolita», se ponían en las paredes o en las cornisas de las casas a modo de ornamento. Esta afirmación se basa en que muchas de las figuras tienen una protuberancia en su parte superior, que es plana, rustica y sin decoración y además, en la gran cantidad de piezas encontradas en pisos habitacionales. Sobre las figuras exentas, trabajadas con cuidado por ambas caras, afirma que eran «verdaderos idolillos, que revelan que el culto de las figurillas estaba muy desarrollado» (Jijón y Caamaño, 1997: 264). Para Valdéz (1992), la cerámica de La Tolita aparte del marcado realismo, la elegancia plástica y la fuerza de los símbolos, cumple una función determinante dentro del desarrollo de la vida social, por cuanto transmite información ideológica a un vasto público heterogéneo. Este investigador establece seis categorías de figurinas humanas, cada una de las cuales si bien da cuenta de funciones específicas, corresponde a una concepción general del papel desempañado por ellas dentro de la vida social. Estas categorías son: (1) representaciones mitológico-fantásticas, que componen el panteón sagrado de La Tolita; (2) esculturas humanas y míticas (sacerdotes, brujos, danzantes, caciques, guerreros) que exhiben atributos particulares del rango social y que se relacionan con actos ceremoniales; (3) escenas cotidianas con personajes ordinarios. Aquí se incluyen las escenas eróticas, ya sean tridimensionales, plaquetas o apliques; (4) figuras en poses estáticas y estereotipadas con o sin ornamentos ceremoniales o atavíos complejos de rango social; (5) individuos con patologías o defectos congénitos; (6) cabezas con rictus de muerte, hipotéticamente vinculadas con el ritual de las cabezas-trofeo. Gamboa (1962) intenta una aproximación a las figuras antropomorfas TumacoLa Tolita desde una perspectiva artística, en la cual lo más sobresaliente es la propuesta del origen asiático (posterior al poblamiento americano) de la gente que arribó a esta zona en el año 2000 a.C., con base en las similitudes entre formas artísticas asiáticas y americanas79. En su opinión, la cualidad más representativa del arte Tumaco-La Tolita es la multiplicidad expresada dentro de «un estilo plenamente formado», rasgo que puede interpretarse en términos de un proceso artístico evolutivo que a partir del frontalismo llega hasta la consecución del movimiento. Dicha progresión es presentada por Gamboa como una sucesión reconocible de «tipos». El primero de ellos se caracteriza por la frontalidad, la simetría y el hieratismo, donde por medio de las líneas curvas se logran las formas básicas. La ornamentación es escasa y los elementos pobres. La asimetría o segundo tipo, intenta acercar la representación y la imagen, al reproducir los rasgos anatómicos con mayor exactitud. Aumentan la ornamentación, la variedad y la complejidad de las formas, y aparecen figuras ejecutando acciones específicas. El último tipo es el movimiento, y está definido por mayor soltura y elegancia en las formas y un alto grado de perfección y finura en los acabados. Sánchez a través de un análisis más concreto de las figurinas de Esmeraldas (Ecuador), pretende primero, reconocer y situar temporalmente una serie de culturas en una zona
79 Basándose en las hipótesis de otros investigadores Gamboa expone dos posibles rutas migratorias: 1. Asia-Oceanía-Sur y Centroamérica, y 2. Asia-Kuro Shiwo-Centro y Sudamérica (Gamboa, 1962: 15). En esta medida, las coincidencias entre los patrones artísticos de las representaciones humanas provenientes de sur y mesoamérica quedarían explicadas. Independientemente del sentido en el que se efectuaron los contactos entre éstas dos áreas, de sur a norte o de norte a sur, las continuas relaciones entre ellas son un tema que da por sentado.
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poco conocida, atendiendo incluso a una posible relación entre ellas, y segundo, especificar la función que cumplían las figurinas dentro de sus respectivas culturas (Sánchez, 1981: 25). Aunque su estudio está basado en colecciones particulares y de museos que comprenden piezas Tiaone, Tachina, Atacames y Tumaco-La Tolita, las caracterizaciones, interpretaciones e hipótesis con respecto a las «culturas» artífices de estas figuras tienen como principal punto de partida los ejemplares Tumaco-La Tolita. Esto se debe a la variedad, diversidad y cantidad en la que se encuentran, pero además porque, «[...] de todas las culturas analizadas, consideramos que es la única en la cual el rasgo figurilla gozaba de la debida importancia dentro de la cultura como para ser algo verdaderamente relevante» (Sánchez 1981: 89).
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Sánchez aclara que no es su intensión involucrarse en una disertación teórica sobre el estilo, y que en cambio, prefiere precisar el sentido particular que este concepto adquiere dentro de su trabajo y que se ajusta a la definición de Mills, según la cual el estilo es un «modo recurrente, repetitivo de estructuración y representación. Es una regularidad, un patrón estético que se abstrae a partir de un cierto número de otras de arte» (Mills, 1971: 72 en Sánchez, 1981: 26).
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Con el propósito de situar las figurinas en tiempo y espacio, Sánchez las clasifica de acuerdo con dos conceptos que funcionan a modo de unidades clasificatorias: estilo y tipo. El primero agrupa diferentes piezas bajo una serie de características comunes de fácil identificación y adicionalmente, permite su adscripción a determinada cultura80. Un tipo (incluido dentro del estilo), es una unidad menor caracterizada por rasgos, que en el caso de materiales de excavación, pueden contribuir al establecimiento de cronologías relativas, mientras que para el caso de ejemplares pertenecientes a museos, facilitan la labor interpretativa (Sánchez, 1981). Como resultado de este estudio Sánchez propone cinco categorías: figurillas típicas, grandes figuras, escenas de la vida cotidiana, placas y figuras ceremoniales. Para cada categoría establece una tipología basada en elementos estilísticos que aluden a la técnica (forma de manufactura), la representación (qué se representa y cómo se desarrolla esta representación en el espacio) y la ornamentación. La descripción y análisis de las piezas que conforman estos grupos conllevan a la caracterización de las figuras con respecto a factores como la identificación grupal, la marcación del status, las actividades económicas y la organización social. El tipo físico representado en las estatuillas correspondería más que a una característica real, a un recurso estilístico que confiere mayor interés a la cabeza, razón por la cual las figurinas parecen rechonchas y cabezonas. La deformación craneana por su parte es un rasgo común y generalizado, por lo que indicaría una cualidad estética antes que un signo de rango o status (Sánchez, 1981). Los atuendos y ornamentos de mayor riqueza y complejidad así como la representación de objetos y rasgos asociados con el ejercicio del poder, corresponden a figuras masculinas. Esto supondría la existencia de un grupo dirigente, cuya autoridad estaría legitimada por tales distintivos de rango. Las mujeres serían excluidas de las ceremonias, danzas y cargos representativos y sus actividades se limitarían al cuidado de los niños y a trabajos domésticos. En opinión de Sánchez, es posible discriminar aditamentos y vestuarios exclusivos para hombres y mujeres. Cuando no existen rasgos sexuales identificables debido a que el cuerpo está cubierto por complicadas vestimentas, asume que se trata de personajes masculinos. Entre tanto, las personas afectadas por cierto tipo de enfermedades podrían haber sido consideradas de manera especial, ya que es usual que sean representadas con vestidos y aderezos muy elaborados (Sánchez, 1981). La representación recurrente de lo que Sánchez llama ornamentos cotidianos en la mayoría de las piezas, la conduce a pensar en ellos como elementos de afirmación de la identidad, mientras que los aditamentos de mayor complicación servirían además para afirmar el rango social (1981). De otro lado, pueden existir creencias y prácticas asociadas con ciertos animales o con fuerzas con ellos relacionadas, debido a las habituales alusiones a felinos,
Con respecto a una panorámica más técnica de las figurinas, se destacan los trabajos de Sotomayor (1990, 1993) y de Bernal et al. (1993). Sotomayor intenta desde su perspectiva médica, diagnosticar enfermedades indígenas prehispánicas (genéticas y adquiridas) con base en el análisis de rasgos morfológicos característicos de ciertos estados patológicos representados en algunas piezas cerámicas. Este investigador encuentra que gracias a la riqueza y precisión de detalles faciales y proporciones corporales, las figuras Tumaco-La Tolita brindan mayores posibilidades en el diagnóstico de síndromes específicos84 que piezas provenientes de otros lugares. En opinión de Bernal et al. (1993), las figuras Tumaco-La Tolita reflejan un interés médico por cuanto representan imágenes que incluyen embarazos, partos,
81 Sánchez afirma que, al menos durante la etapa de los desarrollos regionales, se efectuaron contactos periódicos por vía marítima entre las culturas costeras, esto y las similitudes estilísticas justificarían la propuesta del estilo Tiaone como una derivación de Tumaco-La Tolita.
Esta investigadora resalta la importancia de esclarecer conceptos frecuentemente equiparados tales como uso, significado y función. El uso se refiere a la manera como determinada cultura utiliza el objeto; el significado concierne a las asociaciones simbólicas que la cultura asigna a las cosas y la función es el puesto que ocupan los objetos dentro del conjunto de la cultura, el papel que desempeñan dentro de la sociedad, del sistema de valores y de su universo simbólico (Sánchez, 1981: 89).
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83 Hasta el momento en que se realizó la investigación sobre la cual se basa este escrito, Sánchez no tenía noticias de figurinas Tumaco-La Tolita en contextos funerarios, en su totalidad procedían de basureros, estaban fragmentadas y mezcladas con materiales de todo tipo (Sánchez, 1981: 90).
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«Las figurillas pueden tratarse de instrumentos de socialización que van recordando al individuo los diferentes momentos por los que debe ir pasando para integrarse en su sociedad, o conmemorar esos mismos momentos o incluso fijar ciertas normas de comportamiento que debe seguir indefectiblemente» (Sánchez, 1981: 97).
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caimanes, serpientes y murciélagos entre otros, y aún a la presencia de máscaras y atavíos zoomorfos como parte del atuendo de ciertos personajes masculinos (Sánchez, 1981). En relación con la organización social y la economía, Sánchez afirma que es probable que en el caso de Tumaco-La Tolita se trate de una «jefatura o señorío, al menos en estado incipiente, sin que se puedan detallar aún todos los roles que existían en esta cultura y la posible existencia de castas –más que clases socia-les– más o menos cerradas» (Sánchez, 1981: 82). De acuerdo con la existencia de figurinas en actitud de comer (al parecer frutas y trozos de panal), moler (quizá granos) y de rallar (tal vez yuca), Sánchez propone que la base económica de la gente de Tumaco-La Tolita era la agricultura, y que se complementaba con el aprovechamiento de recursos pesqueros, lo que se evidencia según ella, en la representación de remeros y embarcaciones81 (Sánchez, 1981). En lo que respecta al uso, significado y función de las figurillas82, Sánchez recalca que el hecho de trabajar con piezas de colecciones, en las que los detalles de procedencia y contexto son prácticamente inexistentes, acarrea serias dificultades, pues son las figuras por si solas las que tienen que suministrar información. En relación con el uso, son las características tecnológicas las que proporcionan los datos más precisos. El énfasis conferido a la perspectiva frontal junto con la presencia de orificios de suspensión en las placas, podrían indicar que eran colgadas en las paredes o travesaños de madera. El uso de las representaciones humanas que forman parte de pies de cepas o incensarios se relaciona más con el del recipiente que con el de la figura misma. En cuanto a las figuras exentas, resalta el cuidado con el que se trabaja y termina el frente, pero no profundiza en su posible uso (Ibíd., 1981). Sobre el significado de las figuras esmeraldeñas, Sánchez brinda una visión general que enfatiza en la representación del ciclo vital y de socialización de los individuos. No comparte las apreciaciones con respecto a la representación de deidades antropomorfas, y tampoco esta de acuerdo en considerar las figurinas como retratos, ya que no se evidencian rasgos individuales reconocibles (Ibíd., 1981). La función de los objetos dentro de cada cultura es según Sánchez, única y particular. En el caso de las piezas esmeraldeñas esta investigadora admite que trabaja al nivel de hipótesis y sugerencias. En primer lugar descarta las posibles asociaciones de estas figurinas con representaciones de ídolos, acompañantes para los difuntos83, cultos a la fertilidad, ceremonias curativas o de magia negra. En su opinión, eran parte de la vida cotidiana de los individuos y podrían relacionarse o bien con ofrendas de exvotos para el caso de la isla de La Tolita, o bien con procesos de endoculturación:
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Otro de los artículos de Sotomayor dedicado al análisis de una pieza proveniente de Tumaco, que en su criterio evidencia prácticas homosexuales entre este grupo humano, y contrasta esta información con testimonios etnohistóricos relacionados con el homosexualismo entre otras comunidades indígenas (Sotomayor 1993). 84
Estos ejemplares tienen un tatuaje característico que según DiCapua podría tener un valor jerárquico, emblemático o de distinción tribal. 85
86 Pese a la similitud DiCapua anota una diferencia importante: mientras que los ojos de las cabezas-trofeo de las placas están abiertos, las cabecitas esfenoidales los tienen cerrados, debido probablemente a la extracción del bulbo ocular. Sin embargo, no descarta que estas últimas sean réplicas de las verdaderas cabezas-trofeo.
envejecimiento, enfermedades y anormalidades genéticas. Esto junto con el asombroso y detallado realismo de estados patológicos, los lleva a pensar que las figurinas pudieron haber sido usadas como modelos de entrenamiento dentro del proceso educativo de los chamanes recién iniciados. Además, coinciden con Sánchez en que la presencia recurrente de sintomatologías médicas sugiere que este tipo de figuras adquiría un carácter icónico y que posiblemente, ciertas patologías le conferían un estatus especial dentro de la comunidad a quienes las padecían. Lo que estos investigadores denominan «síndrome de partes corporales», es decir, la representación de partes sueltas del cuerpo, es interpretado como la fusión del ritual chamánico con el interés médico y el posible uso de estas piezas dentro de un complejo curativo. Esta afirmación se fundamenta en dos suposiciones básicas de la magia, la primera es que existe un vínculo estrecho entre la persona real –y su esencia o calidad espiritual– y su representación visual o verbal, de modo que el efecto curativo ejercido sobre una figura cerámica repercute sobre el individuo que ésta encarna. La segunda, es que la parte representa al todo, y así una cabeza, un brazo, un falo o una pierna pueden representar a una persona. DiCapua por su parte, dirige su atención hacia un rasgo cultural particular, las llamadas «cabezas-trofeo» en la cerámica de La Tolita y de Jama-Coaque. De acuerdo con sus observaciones, las cabezas esfenoidales de La Tolita se dividen en dos grupos: « [...] las cabecitas del primer grupo no representarían precisamente cabezastrofeo, pero pudieron haber sido dedicadas a un ritual ya sea funerario o de otra índole específica»85 (1978: 94). Las del segundo grupo en cambio, muestran evidentes coincidencias en relación con las figuras representadas en las placas cerámicas que retratan guerreros sosteniendo en sus manos pequeñas cabezas-trofeo. Con base en la comparación de los rasgos de los guerreros y los de las cabezas, propone la existencia de dos etnias en constante enfrentamiento en la región de La Tolita. Estos encuentros bélicos eran aprovechados para efectuar el culto de las «cabezas-trofeo», en el que posiblemente eran empleadas las cabecitas esfenoidales del segundo grupo. En dicho ritual una de las etnias practicaba la doble trepanación una vez que la cabeza de sus enemigos era cercenada, para ofrecerla luego a una deidad felina. Las placas de guerreros sosteniendo una cabeza-trofeo muestran a una etnia vencedora con deformación fronto-occipital, orejeras alargadas de doble anilla, nariguera grande, ancho collar y taparrabos, y a un grupo derrotado de cráneo más pequeño, sin deformación, y con tocados que se asemejan a los representados en las cabezas esfenoidales86.
Análisis estilístico de figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita
El desarrollo del análisis estilístico de figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita de la colección del Museo Arqueológico se ajustó a las condiciones y características particulares del material y al alcance de las posibilidades reales con respecto a qué tipo de información podía obtenerse. Existen dos limitaciones principales a nivel descriptivo y analítico, la primera, se refiere a la falta de datos de procedencia y de contexto. La segunda, es que, debido a razones de tiempo y disponibilidad de recursos, la descripción de las piezas debió efectuarse con base en el material fotográfico, y sólo en contados casos apoyada en las piezas reales. La carencia de datos de procedencia descartó la posibilidad de contrastar características estilísticas y áreas geográficas específicas. La ausencia de contexto, limitó las opciones de analizar aspectos como el papel desempeñado por las figurinas, su relación con otros objetos y la oportunidad de interpretar estas piezas como parte de un conjunto mayor de significación. Además, la probabilidad de contrastar los resultados de este análisis con las hipótesis de otros investigadores, se vio considerablemente diezmada.
Atributos morfológicos
Categoría Forma Técnica Rasgos particulares
Atributos decorativos
Categoría Forma Técnica Elementos Motivos Configuraciones
Fase descriptiva
Determinación de temas y cruce de variables
Análisis iconográfico Definición de tipos de figurinas
Fase de interpretación
Repertorio iconográfico y estilístico
Diferenciación social y sexual
Sistema dual de oposiciones
Gráfico No. 2 Fases del análisis estilístico de figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita
La fase de clasificación pretendió establecer grupos de figuras con base en la relación coherente y significativa de atributos estilísticos recurrentemente en las representaciones antropomorfas. El sistema de clasificación se estableció gracias al análisis iconográfico y al manejo estadístico de la información, mediante el ensayo repetido de la conjunción de distintas variables. El objetivo de este proceso, fue identificar patrones iconográficos que permitieran establecer temas y tipos de figuras que compartan entre sí características esenciales que las diferencien de las piezas pertenecientes a otros tipos. La fase interpretativa tuvo como objetivo analizar la relación entre la representación de ciertos atributos estilísticos y la caracterización iconográfica de los tipos de
87 Por razones de espacio, no puede realizarse una descripción detallada de la base de datos realizada para esta investigación.
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Fase de clasificación
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De otro lado, trabajar con la muestra fotográfica implicó depender de la calidad, el grado de detalle y la perspectiva del registro, por fortuna, en la mayoría de los casos, la calidad y el detalle de las fotos fueron de gran ayuda. En cuanto a la perspectiva, si bien las fotos son en sí mismas bastante parciales, existe suficiente material (en la documentación del museo y en otras investigaciones) que pudo ser empleado como punto de referencia y comparación. En todo caso, este es sólo un primer paso en el estudio y entendimiento de las representaciones humanas TumacoLa Tolita, orientado a determinar, describir, sistematizar y clasificar las unidades decorativas y la información estilística contenida en estas piezas. El análisis estilístico está estructurado en tres etapas de ejecución sucesiva (ver gráfico No. 2). La fase descriptiva tuvo como objetivo definir los rasgos, características y parámetros bajo los cuales se efectuó la descripción de cada figura. Esta etapa resultó determinante en la consecución afortunada de las dos siguientes, pero además, fue el cimiento de la captura de la información registrada en la ficha descriptiva y de la elaboración de la base de datos87. En la práctica, identificar y aislar las unidades descriptivas resulta una labor complicada y requiere de la evaluación de las características y condiciones del material y de la formulación de preguntas claras de investigación.
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figurinas, en términos de las implicaciones interpretativas de las similitudes y las diferencias entre los grupos que estas piezas representan. Estos grupos hicieron parte de una dinámica social, en la que los objetos y en especial este tipo de representaciones, jugaban un papel decisivo al momento de explicitar y catalizar las tensiones entre un sistema dual de oposiciones, que incluye categorías sociales y sexuales.
Selección de la muestra de análisis El paso inicial consistió en la pre-descripción de las piezas y fragmentos antropomorfos de la colección del Museo Arqueológico88. Esta revisión tuvo como objetivos, primero, definir y seleccionar la muestra a describir, y segundo, esbozar las principales características de los rasgos estilísticos representados, con el fin de determinar las variables que debían tenerse en cuenta en la elaboración de la ficha descriptiva para la base de datos. La selección de la muestra a describir se efectuó con base en tres criterios: (1) el análisis concerniente a piezas antropomorfas, por lo cual las figuras antropozoomorfas no fueron descritas, ya que su inclusión requeriría de la consideración de parámetros interpretativos específicos, distintos a los enunciados; (2) las figuras que por su extremo grado de erosión y desgaste no permitían indentificar rasgos decorativos no fueron descritas; (3) aun cuando en circunstancias ideales la descripción se llevaría a cabo con figuras completas, en ocasiones, los fragmentos suministran tal grado de detalle y conservación de los rasgos estilísticos, que sería un desperdicio no aprovechar la información que de ellos pueda obtenerse. No obstante, sólo se incluyen fragmentos de piezas mayores, y con excepción de las cabezas, no se tomaron en consideración representaciones de partes del cuerpo elaboradas independientemente (manos, pies y falos son las más comunes), pequeños fragmentos de figuras, ni moldes. Después de esta selección, la muestra resultante fue un grupo de 1340 piezas, de las cuales 56 representan parejas de figuras89. Existe un grupo alterno a esta muestra de base, un conjunto de figuras que llamaré muestra de referencia y que está constituido por representaciones antropomorfas pertenecientes a la colección del Museo del Oro, piezas descritas en otras investigaciones y catálogos, y piezas antropozoomorfas de la colección del Museo Arqueológico. Esta muestra de referencia no fue sistemáticamente descrita, pero sirvió como punto de definición y comparación de los rasgos decorativos presentes en la muestra básica. Además, gracias a la observación de las características de las figuras pertenecientes a la muestra de referencia, fue posible determinar e incluir en la base de datos, algunas variables descriptivas ausentes en la colección del Museo Arqueológico.
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El proceso de análisis estilístico 1. Breves antedecentes de análisis estilísticos Aquí fueron incluidas algunas representaciones pertenecientes al Museo Arqueológico de La Merced, filial en Cali del Museo del Marqués de San Jorge, y cuyo catálogo fotográfico fue amablemente puesto a mi disposición.
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Para efectos descriptivos y estadísticos las piezas compuestas, es decir, aquellas que representan más de una figura, son individualizadas, de manera que los conteos y porcentajes son efectuados sobre una muestra de 1396 figuras.
89
Según Rice (1987), son tres los niveles en los que el significado del estilo puede ser construido: en el primero, el estilo es percibido como reflejo de las preferencias estéticas, en el segundo, funciona como un espejo de rasgos significativos del medio social y natural, y en el último, el contenido del estilo (imágenes visuales y disposiciones espaciales) es considerado como un código simbólico que refuerza las estructuras sociales y cosmológicas, las creencias y los valores. Estos niveles no son superados necesariamente de forma consecutiva por un análisis estilístico y corresponden más bien al alcance y las posibilidades particulares de cada estudio. Esta investigadora presenta tres aproximaciones de análisis estilísticos que varían entre si de acuerdo con sus objetivos y connotaciones interpretativas: El análisis de elementos de diseño pretende aislar los elementos90 de éste y «explicar su ocurrencia espacial, en términos del comportamiento social de los hacedores y
usuarios de la cerámica» (Rice, 1987: 252). La idea, es que el grado de similitud entre elementos de diseño propios de determinados grupos humanos o aún, de ciertas unidades sociales, es directamente proporcional a la dirección y al grado de intensidad de la interacción social entre los miembros de dichos grupos o unidades. Este postulado se basa en la teoría de la interacción social, cuyo fin es el de comparar patrones de interacción social y rastrear su cambio a través del tiempo91 (Rice, 1987). Según Voss y Youn, «La teoría de interacción social predice: (1) que el grado de similitud estilística entre comunidades, unidades domésticas e individuos variará inversamente con respecto a la distancia física y social; y (2) que la diversidad de estilos dentro de una región disminuirá con el incremento de la acción intrarregional» (1985: 81).
Definición del área a ser decorada (planteamiento del problema decorativo). Identificación de las unidades básicas de decoración. Clasificación de las unidades decorativas. Identificación de las reglas por las cuales las unidades básicas son empleadas para resolver el problema decorativo (Ibíd., 1987).
La estructura de diseño es concebida como un sistema cognitivo que permite establecer un estrecho vínculo entre los artistas, sus ejecuciones y los grupos a los que pertenecen. Debido a que este tipo de análisis se ha desarrollado a la luz de trabajos etnoarqueológicos, dispone de valiosa información sobre las reglas específicas por las que las unidades decorativas son seleccionadas y combinadas en los diseños cerámicos, circunstancia que posibilita el acceso a lo que Rice llama «gramática del diseño» (Ibíd., 1987).
2. Una aproximación a las figurinas antropomorfas
De acuerdo con Lesure (2002), la información contenida con los objetos es de dos clases, la primera está asociada con su imaginería, y la segunda, con su status como objeto. Ambas fuentes de información son potencialmente relevantes desde el punto de vista de cuatro perspectivas de análisis: la iconografía, la perspectiva de uso, el análisis social y los estudios simbólicos.
Ni la teoría de interacción, ni el análisis de elementos han escapado a duras críticas que apuntan a la veracidad y confiabilidad de la relación directa entre el grado de similitud estilística y la intensidad de la interacción social; (1) El estilo es considerado como un proceso de auto-determinación, un mero reflejo de la organización social; (2) El énfasis exagerado en los procesos de aprendizaje y enculturación deja de lado los contextos y los procesos sociales; (3) No hay suficiente consistencia al momento de predecir la distribución de atributos estilísticos, por lo cual se ha sugerido que es posible que la interacción desempeñe un mínimo papel en la explicación de la variabilidad estilística (Voss y Young, 1996); (4) El estilo, además de reflejar relaciones sociales, puede responder a otro tipo de eventualidades tales como los sistemas de creencias o factores ecológicos; (5) La proximidad física y las interacciones sociales –ya sean reales o potenciales–, no determinan necesariamente las similitudes estilísticas. En circunstancias diversas, diferentes clases de interacción social pueden provocar respuestas estilísticas disímiles o grados de respuesta en diferentes categorías del material cultural (Rice 1987: 254).
91
92 Estas líneas o puntos ejes del movimiento pueden ser reales, como parte de la estructura del diseño, o bien imaginarios y trazados para los propósitos del análisis (Rice 1987: 261).
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1. 2. 3. 4.
Un elemento es el componente auto-contenido más pequeño que es manipulado o movido como una unidad simple (Rice, 1987: 248). En este análisis hago uso de esta definición por cuanto se ajusta a los lineamientos de mi trabajo. 90
Revista Inversa
El análisis de simetría relega a un segundo plano la localización, forma y tamaño del área decorada, en cambio, se concentra en la descripción de las propiedades de simetría de los elementos decorativos y sus movimientos alrededor de una línea o punto eje92. Una vez identificadas las unidades básicas sobre las cuales se construye el diseño, se buscan patrones de repetición o transformación en la posición de dichas unidades. De acuerdo con este análisis, los patrones de simetría son sensitivos a los contextos de tiempo y espacio y por ende, son característicos de sociedades particulares, en virtud ya no del reconocimiento conciente de las elecciones tomadas por los artesanos con respecto al movimiento involucrado en sus diseños, sino de la conservación de repertorios decorativos transmitidos de generación en generación (Rice, 1987). El análisis de estructura de diseño dirige su atención hacia el estudio e interpretación de la disposición espacial de los diseños. La estructura del diseño compone un cuerpo organizado de conocimientos que subyace a las reglas mediante las cuales el estilo es producido. Los componentes de diseño (elementos y configuraciones) son categorizados como primarios y secundarios, de acuerdo con su jerarquía dentro de las divisiones espaciales. La determinación de esta jerarquía puede describirse en términos de los siguientes lineamientos:
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El desarrollo de estos enfoques aplicados al estudio de las figurinas y su significado, constituye la esencia de su propuesta analítica. La iconografía, intenta develar qué representan las imágenes e identificar temas importantes y sus connotaciones. El propósito es establecer la frecuencia de representación de distintos temas y determinar si existe evidencia de una estrategia codificada (atributos o claves visuales) que facilite el reconocimiento de sujetos específicos. Considerar factores como la atención o el desinterés otorgados a ciertos rasgos, las posturas, gestos o actividades recurrentemente representadas y la coexistencia de diferentes medios y escalas de representación, brinda importantes oportunidades para la descripción y el análisis de contraste (Lesure, 2002). La perspectiva de uso se ocupa de la manipulación de las figurinas como objetos. Existen dos aproximaciones principales, la primera considera la posibilidad de múltiples usos que varían conforme a las circunstancias y propende por una «caracterización abstracta de la forma en la cual encajan dentro de la vida social» (Lesure 2002: 590), mientras que la segunda favorece la búsqueda de usos específicos. En ambos casos las consideraciones contextuales juegan un papel fundamental en la evaluación de quiénes, cómo, dónde y bajo qué circunstancias fueron usadas las figuras. El análisis social se divide en tres tendencias, la primera se refiere a las figurinas como herramientas para entender aspectos desconocidos sobre la sociedad que las produjo, la segunda que avanza en sentido contrario, pretende comprender a la sociedad para interpretar este tipo de objetos, y la tercera confía en el potencial informativo de las figuras en sí mismas. Esta última, parte de la premisa de que las imágenes y los temas apuntan hacia el foco de las tensiones sociales y las desavenencias políticas, pero además, considera la viabilidad representacional como una ventana hacia la sociedad, ya que es un factor determinante en el contenido de los discursos (Lesure, 2002). Los estudios simbólicos, persiguen estructuras ideológicas más abstractas que subyacen a aquello que se representa a través de los objetos. Este tipo de análisis, que en opinión de Lesure resulta más difícil y complejo, se apoya en la evidencia aportada por narraciones indígenas, contextos arqueológicos y analogías (Ibíd., 2002). La efectividad explicativa y el potencial comparativo de estas cuatro perspectivas de análisis, dependen de las particularidades de cada caso, lo que por supuesto implica la evaluación de los patrones de variabilidad local, la valoración a distintas escalas, de las similitudes y diferencias al interior de los conjuntos que son el sujeto de estudio, y el examen de las condiciones y características contextuales (Ibíd., 2002).
Descripción y definición de conceptos
El proceso descriptivo no una tarea sencilla, debido básicamente al desafío de superar la barrera de la subjetividad. Si bien existen términos más o menos comunes a la disciplina, las diferencias en la percepción y medición de los datos obtenidos no pueden ser ignoradas. Las herramientas de observación y descripción del material arqueológico están determinadas por las construcciones mentales y los sesgos de apreciación del investigador. Sin embargo, es posible reducir el margen de discrepancia e intentar construir un lenguaje común. Para lograrlo, es preciso definir los términos empleados y determinar la relevancia que les confiere; de esta forma, quedan abiertas las posibilidades para enriquecer la discusión académica en torno a los resultados de trabajo. La descripción de las figurinas comenzó con la determinación de las unidades descriptivas, o atributos93 estilísticos, los cuales dividí en morfológicos y decorativos (ver gráfico 2). Los atributos morfológicos aluden a las formas y características de las
El proceso de clasificación fue abordado desde dos frentes complementarios. El primero concierne a la determinación de lo que Lesure (2002) denomina «frecuencia de temas importantes» dentro de un conjunto de piezas, y se basa en el descubrimiento de las pautas codificadas que componen el lenguaje de la representación estilística. Este análisis iconográfico dio lugar al establecimiento de tipos, a partir de la observación de patrones generales y de las similitudes y diferencias significativas entre el material. Los tipos resultantes reúnen ciertas características iconográficas (rasgos morfológicos y decorativos, atavíos especiales, actitudes y posturas particulares y elementos adicionales específicos) compartidas por las piezas que lo conforman. Aunque este procedimiento requiere de una visión panorámica del conjunto de piezas, no implica que todas y cada una de ellas puedan ser incluidas dentro de uno de los grupos establecidos, de hecho, un gran porcentaje de piezas, en especial cabecitas y fragmentos, queda por fuera de esta tipología. El segundo frente se orientó hacia el establecimiento de patrones repetitivos, con base en la observación de regularidades en la representación de determinados atributos estilísticos y su relación con los grupos sexuales, la formulación de preguntas concretas y la combinación sistemática de variables. El objetivo de la fase de clasificación consistió, en términos de Rice, en el reconocimiento de las reglas mediante las cuales los elementos decorativos son empleados y combinados para resolver el problema decorativo.
94 Las formas fueron tomadas de distintas fuentes bibliográficas, algunas de glosarios de términos arqueológicos (Castillo y Flórez, 1984; Rojas, 1993) y otras de manuales para la descripción de materiales botánicos (Radford et al., 1972). 95 En estos casos la denominación se hace más complicada y una descripción detallada resultaría por demás intrincada y dispendiosa, por lo cual decidí ilustrar y numerar las formas y presentarlas de manera gráfica. 96 Un motivo es definido como «una combinación fija de elementos de diseño que forman un componente mayor de la decoración» (Rice, 1987: 248). 97 Por configuración me refiero a aquellas disposiciones de elementos y motivos en formas estandarizadas y características. Cada una de estas configuraciones también fue ilustrada y numerada. Esta definición es una adaptación de lo que Rice denomina como configuración, es decir «la disposición de motivos decorativos en una vasija para llenar una división espacial y formar el diseño» (1987: 474).
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Clasificación de figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita 1. Análisis iconográfico y definición de tipos de figurinas
93 Según Rice, un atributo es «un rasgo o característica del estilo, la forma o la tecnología de un artefacto que constituye la base para el análisis, como en una clasificación» (Rice, 1987: 472).
Revista Inversa
cualidades faciales y corporales, y son descritos en términos de la categoría (cráneo, ojos, boca, etc.), la forma94 (lenticular, ovoidal, obovoide, etc.), la técnica de elaboración (incisa, aplicada, pintada, etc.) y algunos rasgos particulares (pupilas laterales, bocas silbantes, etc.). Los atributos decorativos, hacen referencia a los aditamentos agregados sobre la cabeza, el rostro y el cuerpo de las representaciones humanas, incluyendo vestidos, tatuaje y adornos. La descripción de este tipo de aderezos se efectuó atendiendo a su categoría (tocados, yelmos, ajorcas, etc.), forma (forma 1, forma 2, etc.)95, técnica de elaboración, elementos y motivos decorativos96 (banda, punto, hilera de apliques cónicos, etc.), y configuraciones 97 (tipo 1, tipo 2, etc.). Estos datos fueron descritos de forma detallada, tratando de identificar y discriminar la mayor cantidad de información estilística posible. Una vez definidas y organizadas las unidades decorativas, la ficha descriptiva pudo ser diseñada, construida y probada. En ella, cada uno de los atributos estilísticos es presentado como una variable codificada, susceptible de ser analizada estadísticamente, con el propósito de establecer que tan significativa puede resultar al momento de representar y caracterizar grupos sexuales específicos dentro de un conjunto particular. Esta ficha descriptiva, desarrollada y presentada en formato Access 2000, es el eje de la base de datos y está concebida de tal modo que posibilite la inclusión de nuevas piezas y por ende, de nuevos atributos. La fase descriptiva de este estudio abarca los dos primeros puntos del análisis de estructura de diseño (Rice, 1987) enunciados previamente: el planteamiento del problema decorativo, en términos de la definición de las áreas de la figurina que son decoradas y la identificación de las unidades básicas de decoración. Puesto de otro modo, esta etapa de análisis responde a dos preguntas básicas: ¿qué partes de la figurina son decoradas?, y ¿cómo se decoran estos espacios? La localización, la distribución y el grado de detalle y elaboración de ciertos atributos estilísticos pueden aportar valiosa información sobre la relevancia y utilidad de algunos elementos al momento de transmitir cierta clase de mensajes, en especial de aquellos que se relacionan con la diferenciación sexual y social de los individuos o grupos de individuos.
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En esta etapa de análisis, la tipología elaborada por Emma Sánchez (1981) para la figurinas del «estilo Tumaco-La Tolita»98, jugó un papel decisivo por cuanto sirvió de modelo referencial y comparativo, que hizo posible, (1) la identificación de piezas dudosamente antropomorfas, como lo que ella denomina «personajes de caracterización felínica» y sus «variantes vampíricas»; «hombres-caimán», y variantes «simioides» de figuras humanas (Lámina 1); (2) la caracterización de grupos de representaciones de la colección del Museo Arqueológico con base en la descripción de tipos y variantes de Sánchez99; (3) la comparación e identificación de figuras de colección, cuyos rasgos estilísticos no coinciden con los patrones típicos de TumacoLa Tolita, con los tipos correspondientes a los estilos Atacames, Tiaone y JamaCoaque (Lámina 1) que hacen parte del registro arqueológico ecuatoriano (Almeida, 1999; Meggers, 1966; Sánchez, 1981; Valdéz y Veintimilla, 1992).
2. Tipología de figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita
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98 Las tablas desarrolladas por Emma Sánchez pueden ser descargadas del sitio www.inversa.unal.edu.co/ paginas_de_informacion_general/ numeros_publicados, dando clic sobre el nombre de la autora de este escrito. N. del E. 99 Mi trabajo se basó en la tipología desarrollada por Sánchez (1981), con la intensión de buscar el mayor número de correspondencias entre sus datos y los míos, y de esta forma refinar, precisar y enriquecer la información disponible y no crear en vano más términos y categorías.
*La ficha desarrolla por la autora, puede ser descargada de la página w w w. i n v e r s a . u n a l . e d u . c o / pagina_de_informacion_general/ numeros_publicados, dando clic sobre el nombre de la autora de este artículo. N. del E.
Esta etapa del trabajo recurrió a tres fuentes de información: el análisis de las características del material de la colección del Museo Arqueológico, los datos aportados por la investigación de Sánchez (1981) y la información colectada por otras investigaciones. Los resultados de este proceso se presentan en una tipología sencilla estructurada de la siguiente forma: cada tipo es denominado con un número romano, a esta nomenclatura le sigue un título corto que refleja las propiedades más representativas de las piezas que conforman el tipo. Enseguida se describen las características generales del grupo y en algunas oportunidades se incluyen anotaciones y comparaciones importantes con respecto a la opinión de otros investigadores. Luego vienen los rasgos particulares, que, de acuerdo con la relevancia de los cambios, pueden ser simples enumeraciones, o bien dar lugar a la conformación de variantes. En el último caso, cada variable es enumerada y descrita de manera independiente. Para finalizar, se reserva un apartado donde se registran las relaciones (equivalencias y divergencias) entre los datos de mi trabajo y los resultados de la investigación de Sánchez (1981). Para que el lector saque el mejor provecho de esta clasificación, recomiendo la consulta del anexo 2* y de las láminas 2a-2d que ilustran algunas de las piezas más representativas de la colección del Museo Arqueológico.
TIPO I. Figuras pedestres austeramente decoradas 1.
Características generales: este tipo representa las formas más básicas y típicas de la estatuaria Tumaco-La Tolita. Se trata de figuras exentas de cuidadosa elaboración y cuerpo estilizado, con las piernas rectas, juntas o ligeramente separadas y los brazos estirados y muy pegados al cuerpo. Los rasgos sexuales secundarios son bastante ambiguos, mientras que la vestimenta sí es un indicativo del sexo: falda sencilla para las mujeres y taparrabo simple para los hombres. Las facciones son estáticas y estandarizadas y la ornamentación austera. Los tocados, los adornos para la nariz y las orejas y los collares, aparecen en sus formas más simples, y en ocasiones, el único ornamento es el tocado. Estas figuras evidencian la popular deformación craneal tabular-oblicua.
2.
Variaciones particulares: las variaciones con respecto al tipo original obedecen a diferencias en la posición corporal, en el caso de las figuras que tienen los brazos ligeramente separados del cuerpo; la morfología, figuras cuyas manos y pies exceden las proporciones habituales; y a la ornamentación, ya que algunos ejemplares lucen tocados decorados con bandas horizontales incisas, bandas en forma de «T» o apliques circulares. Hay algunas representaciones masculinas con deformación tabular-erecta y cuyo tocado está decorado con una incisión
triangular central. Los adornos para las orejas incluyen perforaciones a lo largo del pabellón auricular, topos y aretes de doble anilla. 3.
Relaciones con la tipología de Sánchez: corresponde al tipo A de Sánchez, e incluye las variantes A1, A2 y A3.
TIPO II. Figuras pedestres y muy decoradas
Características generales: este tipo comparte las características generales del anterior, las variaciones radican en que las figuras pertenecientes a este tipo fueron elaboradas con gran esmero y decoradas con profusión, pero sin caer en la exageración. Los tocados se decoran con bandas incisas y pintadas, pintura monocroma, bandas (incisas o aplicadas) con broches aplicados. Los collares y las narigueras se hacen más llamativos.
2.
Variaciones particulares: en el caso de las representaciones femeninas, algunos ejemplares exhiben faldas pintadas, o de pretina marcada y decorada con diseños incisos, lineales o geométricos. Algunas veces, los collares están aderezados con colgantes rectangulares o antropomorfos. Ocasionalmente hay evidencias de pintura corporal.
3.
Relaciones con la tipología de Sánchez: esta investigadora española incluye estas figuras como variantes de su tipo A (A3, A4, A5), yo considero que las diferencias en la elaboración y decoración ameritan su determinación como un tipo aparte.
Revista Inversa
1.
TIPO III. Figuras pedestres de tosca elaboración
Características generales: la posición corporal y las características generales no se apartan mucho de las enunciadas para el tipo A, la diferencia está en la tosquedad de la manufactura y del acabado. Este tipo está representado por figuras femeninas y masculinas cuyo sexo se determina de manera indirecta a través de la vestimenta, faldas cortas y ceñidas y taparrabos sencillos. Los tocados no son tan altos y muy raramente están decorados. Los collares de varias vueltas y los adornos para la nariz en forma de ramilletes de topos circulares son los ornamentos más distintivos.
2.
Variaciones particulares: en algunos casos, hay orificios en la parte superior del cráneo. A veces, las faldas aparecen decoradas con incisiones lineales o escalonadas, y/o con la pretina marcada. Hay ejemplares que llevan clases sencillas de narigueras, adornos en las orejas de doble anillo o en forma de topo o de dona, o collares de varias vueltas con colgantes rectangulares.
3.
Relaciones con la tipología de Sánchez100: aunque coincide con el tipo B, y sus variantes B2, B3 y B4, en la colección del museo hay ejemplares de ambos sexos, contrariamente a las observaciones de Sánchez, quien refiere solo piezas femeninas. En la colección del Museo Arqueológico no hay ejemplares representativos para la variedad B1.
TIPO IV. Figuras con tocado de «raya en medio» 1.
Características generales: figuras femeninas y masculinas representadas por lo general de pie, con las piernas rectas y los brazos extendidos y muy pegados al cuerpo. Los rasgos faciales son representados con poca delicadeza. Las mujeres llevan faldas cortas sencillas, los hombres taparrabos rectangulares y trapezoidales. El rasgo característico de este tipo es la forma del tocado,
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1.
El Tipo C de Sánchez se caracteriza básicamente por las orejeras de doble anilla, y sus variedades se establecen a partir del grado de decoración. En mi opinión, estos rasgos no justifican la conformación de un nuevo tipo y vasta con su inclusión dentro de las variables de los tipos a los que más se asemejan.
100
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que Sánchez denomina de «raya en medio» (Forma 27). Los collares son de varias vueltas, con decoración lineal incisa y pendientes con flecos. Son comunes los adornos nasales en forma de topo. 2.
Variaciones particulares: en ocasiones, algunas figuras (especialmente masculinas) lucen pulseras de varias vueltas y decoración lineal incisa. Los aretes en forma de doble anilla son usuales. Hay una pieza en la que la posición de los brazos se aparta de los parámetros convencionales definidos para este grupo, se trata de un hombrecito que tiene un brazo estirado y pegado al pecho, y el otro recto y perpendicular al cuerpo.
3.
Relaciones con la tipología de Sánchez: encaja en la descripción de las variables 2b y 3b del tipo C.
TIPO V. Figuras con dientes apretados 1.
Características generales: figuras en posición corporal similar a la de los anteriores tipos. Los rasgos sexuales secundarios son de difícil identificación. Las piezas femeninas lucen faldas sencillas y las masculinas llevan taparrabos rectangulares incisos. La decoración incluye collares de varias vueltas, aretes en forma de topos, los collares en forma de «V» con decoración lineal incisa. Pero el rasgo característico de este tipo es la forma de la boca, rectangular o elipsoidal con dientes apretados, en una expresión que Sánchez identifica como «rictus de rabia o dolor».
2.
Variaciones particulares: las distinciones al interior de este tipo obedecen a la forma de los tocados, al tipo de deformación craneal y al grado de ornamentación:
Ángela Liliana Ramírez Guarín
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3. Esta impresionante mujer, sentada en un banquito ceremonial, con adornos y decoración de mágicos significados, admirable por el extremo realismo, puede clasificarse en las fases arqueológicas que se extienden desde la zona de Colombia hasta el Ecuador, en el litoral Pacífico. Fotografía y pie de foto tomados de Barney-Cabrera (1983b).
a.
Variante 1. Personajes con deformación craneal tabular-oblicua, que llevan un tocado simple decorado con incisiones lineales verticales. Algunos ejemplares lucen clavos nasales y bezotes.
b.
Variante 2. Figuras con deformación tabular-erecta y tocado alto que se prolonga por detrás de las orejas. Piezas muy ornamentadas con collares de cuentas y colgante, pulseras de varias vueltas con decoración lineal y doble topo nasal.
c.
Variante 3. Piezas con deformación tabular-oblicua, y tocado de forma semejante al del grupo precedente pero decorado con incisiones lineales verticales. La decoración es un poco más sencilla.
Relaciones con la tipología de Sánchez: corresponde al tipo D y sus variantes D1 y D3. Sólo una pieza del museo se asemeja a la variante D2 (figuras desnudas y acuclilladas que se agarran con las manos unos senos muy pequeñitos y tienen un orificio a la altura del sexo), que Sánchez califica como posible «representación del inicio de un parto», se trata de una figura sin cabeza, con las manos sobre el pecho, al parecer algo inclinada, que tiene el abdomen prominente y en él un círculo inciso. También existe un fragmento de figura que luce un tocado similar al que Sánchez señala para estas figuras que cae hacia los lados de los hombros y en el que se representa el cabello por medio de líneas incisas que parten de una raya central.
TIPO VI. Figuras femeninas arrodilladas 1.
Características generales: son figuritas muy sencillas y no muy frecuentes, representan a una mujer de pequeñísimos senos y falda lisa en relieve, que estando arrodillada apoya uno de sus brazos en su abdomen, mientras que el otro sostiene la quijada: tocado muy sencillo y sobria decoración, que incluye collares de una sola vuelta y colgante rectangular.
2.
Variaciones particulares: a veces se insinúa una pulsera de una sola banda.
3.
Relaciones con la tipología de Sánchez: este tipo no es mencionado en la investigación de Sánchez.
TIPO VII. Figuras en «cuclillas» Características generales: el rasgo que caracteriza este grupo de figuras es la posición corporal, bastante estandarizada pero nada fácil de precisar. Mientras que la cabeza, adornada con un tocado sencillo, se identifica con claridad, no sucede lo mismo con las extremidades, que parecen deformes y pegadas a la cabeza, como en una extraña pose de «sapo». Lo más factible es que este rasgo particular esté asociado directamente con el uso dado a estas piezas, ya que por lo regular son descritas en el registro del museo, como silbatos.
2.
Variaciones particulares: el grado de estandarización de estas figuras es muy alto, y las únicas variaciones se refieren a diferencias en la calidad de los trazos que delinean los rasgos morfológicos.
3.
Relaciones con la tipología de Sánchez: en la bibliografía consultada, incluyendo por supuesto el trabajo de Sánchez, no hay ninguna referencia a piezas similares.
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1.
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1.
Características generales: figuras pedestres, con las piernas rectas y juntas o ligeramente separadas y brazos estirados ligeramente separados del cuerpo. Los rasgos sexuales secundarios no pudieron ser determinados, y no existen indicativos indirectos que permitan la identificación sexual. La característica más representativa de este tipo, es la forma esquemática y descuidada con la que los rasgos faciales fueron trazados. La decoración es poco elaborada, incluye collares sencillos con colgantes rectangulares, pulseras de una sola banda y sin decoración, y perforaciones circulares en el pabellón auricular.
2.
Variaciones particulares: la decoración del tocado varía, de bandas verticales incisas, a bandas incisas en forma de «T» invertida.
3.
Relaciones con la tipología de Sánchez: no hay figuras de este tipo referenciadas en la trabajo de Sánchez.
TIPO IX. Figuras con los brazos sobre el pecho 1.
Características generales: este tipo está representado por fragmentos de figuras muy estandarizadas. Lo más característico de este tipo, es la posición en la que aparecen los brazos, flexados sobre el pecho, en medio de los cuales se alcanza a ver un colgante circular que pende de un collar de forma indeterminada. La forma del tocado, siempre fracturado, es muy similar en todos los ejemplares que conforman este grupo.
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TIPO VIII. Figuras pedestres de rasgos esquemáticos
Sacerdote con serpientes, admirable pieza encontrada en un paraje al norte del puerto de Tumaco (sobre el río Mejicano), sitio de donde proceden las mejores obras de arte en arcilla de aquella localidad colombiana. Por el estilo y significados podría ser originaria de Jama-Coaque (Ecuador). Fotografía y pie de foto tomados de Barney-Cabrera (1983b).
El concepto de estilo en Arqueología: análisis estilístico... Pp. 60-160.
2.
Variaciones particulares: el rostro se decora en algunas oportunidades con apliques triangulares o circulares sobre las mejillas.
3.
Relaciones con la tipología de Sánchez: tipo no referenciado, que podría relacionarse con lo que Sánchez denomina «estilo Tiaone».
TIPO X. Figuras de tocado cilíndrico 1.
Características generales: este tipo no cuenta con muchos ejemplares, se trata de figuras masculinas de cuerpo rechoncho, extremidades muy cortas y poca altura, vestidas con un taparrabo trapezoidal y un particular tocado de forma cilíndrica. Rasgos faciales burdos y escasa decoración, que se limita a collares sencillos y aretes en forma de dona.
2.
Variaciones particulares: un ejemplar exhibe un rasgo excepcional, la boca es elipsoidal doble y tiene una cruz incisa en el medio.
3.
Relaciones con la tipología de Sánchez: no tiene equivalente en la tipología de Sánchez.
TIPO XI. Escenas de maternidad
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Ramírez (2004)
1.
Características generales: este tipo tiene una gama de variación bastante amplia y la riqueza representativa de la cerámica Tumaco-La Tolita permite subdividirlo en cuatro etapas, de acuerdo con el desarrollo gestacional y el proceso de crianza.
2.
Variaciones particulares: a. Variante 1. Figuras en estado de embarazo, cuyo abdomen abultado y senos bien marcados delatan su gravidez. Este tipo de piezas pedestres, llevan por lo regular faldas cortas y ceñidas, lisas o decoradas conmotivos geométricos incisos, que resaltan la redondez del vientre y dejan el ombligo al descubierto. b.
Variante 2. Escenas de parto. La colección del Museo Arqueológico cuenta con una figura excepcional dentro de todo el conjunto de piezas Tumaco-La Tolita, sólo comparable con una pieza similar pero de características más realistas y detalladas, perteneciente al Museo del Banco Central del Ecuador. Se trata de una triada, cuyo personaje central es una mujer arrodillada, que con las piernas bien abiertas deja ver la cabeza del bebé en pleno alumbramiento, y un par de objetos que, en opinión de Bernal et al. (1993), corresponderían a una especie de espátula. Detrás de la mujer se alcanzan a distinguir los brazos y las piernas de otra figura, que de acuerdo con la descripción del museo, podría ser la partera cumpliendo con su labor; otras versiones presumen que se trata de un hombre (Adames, 1988: 73), posiblemente «el esposo» (Bernal et al., 1993: 142), pero hasta el momento no hay nada que permita favorecer una u otra hipótesis.
c.
Variante 3. Lactancia. Esta etapa está representada por mujeres que aparecen de pie y que sostienen a sus hijos mientras los amamantan. Los bebés, casi siempre desnudos, se agarran al pecho de la mujer. En algunos casos, los bebés son apenas esbozados por trazos ligeros, en otros en cambio, los cuerpos infantiles son representados con sumo cuidado y realismo, y hasta aparecen ataviados con pulseras y tocados.
d.
3.
Variante 4. Escenas con niños. Los niños de estas escenas aparecen representados con más nitidez y sus rasgos son más personalizados que los de los bebés. Este grupo de representaciones se subdivide en dos, el primero, que corresponde a placas, está compuesto por las escenas en las cuales los niños aparecen al lado de un adulto, hombre o mujer, quien lo abraza o lo sujeta por la mano. En el segundo grupo, la figura mayor carga en hombros a un niño que se agarra de su tocado, y que por lo regular, esta bien ataviado con un tocado, un collar y una o más pulseras. En ocasiones, esta segunda figura está fracturada y de ella sólo quedan las piernas y los brazos.
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Relaciones con la tipología de Sánchez: este tipo corresponde al tema homónimo, catalogado dentro de las «escenas de la vida cotidiana», sin embargo, existen ciertas discrepancias entre su clasificación y la mía. Mis variantes 1 y 2, y el segundo grupo de la variante 4 no tienen correspondencia en el trabajo de Sánchez, mientras que la variante 3 equivale al tipo A. El segundo grupo de la variante 4, es descrito como el Tipo A de las placas familiares. El tipo D de Sánchez no tiene representación en la colección del Museo Arqueológico. Además, ella incluye dentro de las representaciones de maternidad (Tipo B), a unas figuritas que se agarran los pechos con las manos, y aunque estas figuras abundan en la colección de museo, considero que no es prudente incluirlas aquí ya que no hay indicadores, ni directos ni indirectos del sexo.
TIPO XII. Representaciones de infantes 1.
Características generales: estas figuras fueron elaboradas como piezas independientes y se reconocen por las formas rechonchas, las mejillas abultadas, los ojos cerrados con fuerza y la boca apretada con expresión de llanto. Lucen un pequeño tocado decorado con incisiones lineales transversales y pequeños apliques circulares, dispuestos en una hilera horizontal sobre el borde superior del tocado.
Variaciones particulares: algunas figuras desnudas, de pequeñas proporciones con las piernas ligeramente recogidas y los brazos flexionados sobre el pecho, también han sido descritas como infantes (Bernal et al., 1993), en estos casos los rasgos faciales están menos acentuados, no hay expresión de llanto, el tocado es más sencillo y llevan collares de diversas clases.
3.
Relaciones con la tipología de Sánchez: en el trabajo de Sánchez, la única referencia a infantes, es una anotación (ver ancianos y enfermos, en escenas de la vida cotidiana) con respecto a figuras de proporciones reducidas y con arrugas, sobre la que no hay certeza de sí se trata de un anciano, un bebé o un niño.
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2.
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TIPO XIII. Representaciones de parejas 1.
Características generales: estas figuras lucen una al lado de la otra en posiciones y actitudes variadas, mientras algunas dan la sensación de estatismo, otras en cambio, reflejan movimiento. Las escenas en parejas pueden discriminarse de acuerdo con la posición corporal, los rasgos morfológicos, la decoración y las actitudes.
2.
Variaciones particulares: las escenas en parejas pueden discriminarse de acuerdo con la posición corporal, los rasgos morfológicos, la decoración y las actitudes.
Ramírez (2004)
El concepto de estilo en Arqueología: análisis estilístico... Pp. 60-160. Ángela Liliana Ramírez Guarín
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3.
a.
Variante 1. Eróticas. Se trata de piezas en «actitudes amatorias», en excepcionales representaciones explícitas del coito, o abrazadas con las piernas entrelazadas o bien, en lo que al parecer son posturas de durmientes. Las dos últimas, son más comunes en las placas, mientras que la primera ocurre con más frecuencia en piezas exentas. Por lo general, las figuras de las placas son bastante estandarizadas, uno de los personajes lleva tocado de «raya en medio», mientras que el otro luce tocado más sencillo. La decoración varía pero en términos generales, se trata de orejeras de doble anilla o topos aplicados, collares sencillos y ocasionalmente adornos en la nariz. Debido a la posición en la que se encuentran, el sexo es bastante difícil de determinar.
b.
Variante 2. Gemelos. Son parejas particulares en las cuales, como puede sobrentenderse, ambos individuos comparten la misma fisonomía, decoración y posición corporal. Las piezas incluidas en este grupo fueron decoradas con sobriedad, tocados simples, topos en la nariz y collares sencillos hacen parte en su ornamentación. En algunas oportunidades esta clase de figuras ha sido catalogada como «siameses» ya que parecen estar unidas por uno de sus costados y no se alcanza a ver el brazo de una de las figuras, sin embargo, y como bien lo aclaran Bernal et al. (1993), hay rasgos importantes que no apoyan esta interpretación, por ejemplo, que no hay deformación facial, ni unión del tórax ni el abdomen. La decoración es más bien sobria, y se asemeja a las formas simples del tipo I.
c.
Variante 3. Parejas disímiles. A diferencia de los gemelos, en estas figuras cada sujeto es caracterizado de manera individual. En algunos casos los cambios son leves, pero en otros, pueden percibirse tajantes diferencias sexuales, morfológicas y decorativas. A veces, las representaciones de parejas son decoradas con elementos más complicados, que incluyen orejeras con pendientes, pulseras y pectorales. Por lo regular el cuerpo de una de las figuras oculta parte del costado de su compañera101.
Relaciones con la tipología de Sánchez: el tipo eróticas de Sánchez, incluido dentro del grupo de las escenas de la vida cotidiana, coincide con las figuras exentas de la variante 1. Las figuras de las placas, corresponden precisamente al tipo eróticas, descritos en el grupo de las placas.
TIPO XIV. Representaciones de ancianos 1.
La interpretación de «figuras siamesas» referida ya para los gemelos, es también aplicada a estas piezas y al igual de lo que ocurre con aquellas, esta interpretación es bastante dudosa.
101
Características generales: ancianos y ancianas son representados con gran realismo, en cabezas y figuras completas. Las arrugas en el rostro, alrededor de la boca y de los ojos y sobre la frente y los pómulos, son características. Pero además, existen otros rasgos que revelan ancianidad: labios entreabiertos que dejan ver un par de dientes que se mantienen aún en su lugar, los alvéolos vacíos, cuando se trata de figuras completas, el cuerpo aparece raquítico y encorvado, y en las ancianas, son evidentes los senos caídos. Las expresiones de dolor son comunes, pero también hay rostros que denotan placidez. Lo más notorio, es que pese a la frecuencia con la que los ancianos aparecen dentro del conjunto cerámico, la manera en la cual están ataviados corresponde a las formas más sobrias y sencillas, sólo en raras oportunidades, y nunca en la colección del Museo Arqueológico, lucen adornos de mayor decoración.
2.
Variaciones particulares: es común ver a estos ancianos con tocados sencillos (formas 1 y 25) pero no resulta extraño que también luzcan sus cabezas desnudas. Ocasionalmente, se ven puntos incisos en la barbilla y el labio superior.
3.
Relaciones con la tipología de Sánchez: en el trabajo de Sánchez hay alusiones a los ancianos en tres categorías: (1) como parte de las escenas de la vida cotidiana. Dentro de este apartado Sánchez menciona representaciones en «actitud de alimentarse». En la colección del Museo Arqueológico hay dos casos que parecen coincidir con la descripción de Sánchez, se trata de ancianas que con la mano frente al rostro simulan llevarse algo a la boca; (2) cabezas de grandes figuras, que llevan complejos adornos cornimorfos alrededor del cráneo, (3) dentro del grupo de las grandes figuras sedentes, como ancianos pensadores. En el Museo Arqueológico, no se encuentran representaciones de estas dos últimas categorías. Características generales: abundan las figuras de rasgos desproporcionados, facciones deformes y con expresiones de dolor. Este tipo de representaciones muestra una gama diversa de posibles enfermedades (Bernal et al., 1991; Sotomayor, 1990), en esta clasificación incluyo sólo las formas más representativas y estandarizadas. En algunos casos hasta es posible vincular cierto tipo de deformaciones con representaciones masculinas.
2.
Variaciones particulares: a. Variante 1. Se trata de cabecitas que al parecer fueron moldeadas como piezas independientes, y que representan rasgos deformes como asimetría facial, bocas retorcidas y mejillas abultadas de forma no convencional. En ocasiones, estas piezas pudieron ser parte de recipientes. b.
Variante 2. Son personajes de austera decoración y rasgos burdos, cuya característica más llamativa es la «expresión de dolor», con la boca ladeada, y la mano en la cabeza, estas figuras parecen quejarse de alguna dolencia.
c.
Variante 3. Figuritas de proporciones reducidas, que usualmente han sido identificadas como enanos. La postura y los rasgos de esta variante son muy estandarizados, debido probablemente al uso extensivo del molde: cuello corto, un hombro más alto que el otro, la cabeza está ladeada y los brazos estirados descansan sobre las rodillas. En todos los casos estas piezas llevan un taparrabo largo, trapezoidal o rectangular, por lo que puede afirmarse que se trata de hombres. Los adornos son bastante homogéneos, collares y aretes sencillos.
d.
Variante 4. Se trata de personas desnudas y de baja estatura, con la frente estrecha y la boca grande y prominente. Las extremidades son cortas y regordetas. Llevan tocados sencillos y en ocasiones lucen aretes y un aplique circular sobre el pecho.
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TIPO XV. Representaciones de deformaciones y patologías
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Relaciones con la tipología de Sánchez: en el trabajo de Sánchez estas piezas se incluyen en la categoría de ancianos y enfermos, del apartado de escenas de la vida cotidiana, pero no aparecen discriminadas.
TIPO XVI. Músicos 1.
Características generales: el rasgo característico que determina este grupo es el «rondador» (llamado por algunos investigadores flauta de pan), o instrumento musical compuesto por tubos de variable longitud, amarrados uno al lado del otro, y que es sostenido con ambas manos por la figurita frente o bajo su boca. Es factible que se trate de representaciones pedestres de hombres, por cuanto todas las figuras completas llevan taparrabo, prenda masculina característica. La decoración usual incluye aretes en forma de topo o de dona, pulseras sencillas o dobles y tocados decorados con apliques ovoidales, circulares, en forma de «aleta» o de «caracol».
2.
Variaciones particulares: las variaciones al interior de este tipo radican en diferencias en la clase de tocado, mientras que en algunos ejemplares tiene forma de casco cuadrangular (forma 4) y es decorado con hileras de aplique ovoidales o circulares, en otros es mas bien un hongo circular en relieve, en cuya base hay una hilera de apliques circulares. En ocasiones, visten atuendos más elaborados que el taparrabo convencional.
3.
Relaciones con la tipología de Sánchez: los músicos hacen parte del apartado de trabajos diversos, incluidos en las escenas de la vida cotidiana.
TIPO XVII. «Danzantes» 1.
Características generales: este término es empleado por Sánchez, para identificar a ciertas figuras exentas, con las piernas rectas y ligeramente separadas, y un brazo pegado al pecho, mientras que el otro esta levantando perpendicularmente hacia un lado. Luce un yelmo en forma de disco, taparrabo trapezoidal y aretes largos. En la parte superior del yelmo hay un orificio de suspensión.
2.
Variaciones particulares: este tipo de figuras resulta muy escaso en la colección del museo, por lo cual no se identificaron variaciones importantes.
3.
Relaciones con tipología de Sánchez: equivalen al grupo del mismo nombre descrito por Sánchez en el apartado de figurillas ceremoniales. Las piezas del museo corresponden al tipo B. El tipo C de Sánchez está representado por ejemplares apoyados contra una especie de placa triangular, cuyos laterales aparecen quebrados en tres picos. En mi muestra de análisis, hay varios fragmentos que podrían corresponder a esta descripción, desafortunadamente de ellos sólo se conserva parte de la cabeza, por lo cual no puede irse más allá de la suposición. El tipo A, ausente en la muestra analizada aquí, alude a figuras semejantes al tipo B, pero que llevan en la mano un disco o bola aplanada en «actitud de juego».
TIPO XVIII. Figuras sedentes 1.
Características generales: se trata de piezas que por lo general son elaboradas con especial esmero de rasgos bien definidos.
2.
Variaciones particulares: pese a que este grupo reúne a figuras que comparten la misma posición corporal, existen variaciones importantes que ameritan la conformación de varios subgrupos.
b.
Variante 2. Figuras pequeñas sentadas sobre bancos. Las figuras pertenecientes a este grupo son de dimensiones más pequeñas que las del grupo anterior, además, los banquitos sobre los cuales están sentadas son más compactos y de base cónica. Los personajes lucen ornamentos más sencillos y por lo regular representan mujercitas con tocados y faldas lisas en relieve. Es usual que tengan un brazo sobre el regazo y el otro flexionado tocándose el mentón, en la llamada actitud de «pensadoras». Existe una variante en este grupo, se trata de figuras de sexo indeterminado y masculino, sentadas sobre bancos de base rectangular o cuadrangular. Estas piezas fueron decoradas con generosidad y gran detalle, lucen aretes con pendientes largos, o topos recargados, los tocados se adornan con bandas incisas y broches aplicados. Es interesante observar que mientras las figuras femeninas pertenecientes a este tipo se decoraron con austeridad, en las masculinas no se escatimaron esfuerzos por resaltar los atributos decorativos.
c.
Variante 3. Figuras sentadas sobre el piso. Las variaciones dentro de este subgrupo obedecen a la forma en la cual son representadas las piernas de cada figura. Existen casos en los que las piernas algo separadas, se juntan a la altura de los tobillos, esta postura se presenta tanto en mujeres como en hombres. En otros casos, las piernas separadas en un ángulo de aproximadamente unos 45°, dejan ver una especie de taparrabo (¿?) en relieve, que a veces es descrito por un portapene, figuras similares no tienen taparrabos, y la vestimenta parece señalarse por medio de la pintura corporal, mono o policroma. Se da sólo un caso en el que la figura aparece sentada con las piernas en posición de «loto» y las manos descansando sobre las rodillas, esta figura carece de cabeza, pero el cuerpo evidencia gran cuidado en la elaboración y el acabado.
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Variante 1. Figuras grandes sentadas sobre bancos. Estas piezas reflejan gran cuidado en la forma en la cual fueron elaboradas y terminadas. Sentadas sobre un banco tetrápode de asiento cóncavo ovoidal o rectangular, con las manos sobre las rodillas, superan los 30 centímetros de alto102. Aún cuando en la mayoría de casos lucen desnudas, el sexo es de difícil determinación, ya que los apliques en el pecho bien podrían corresponder a tetillas o a pequeños senos y a la altura del sexo hay un orificio que atraviesa la figura de lado a lado. En ocasiones, sin embargo, puede distinguirse un taparrabo sencillo inciso, lo cual podría indicar que se trata de personajes masculinos. Estas figuras fueron decoradas con tocados llamativos aderezados con apliques en forma de caracol, orejeras muy elaboradas, topos o narigueras, collares, pulseras, ajorcas, ligas en las pantorrillas y a veces, apliques bajo las tetillas. Un rasgo común a las figuras de este grupo es el cuidado y detalle en la representación de las uñas de las manos y los pies.
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a.
Hablando de las figuras completas, sin embargo, en la colección del Museo Arqueológico, estas figuras rara vez se conservan enteras, las piezas fragmentadas, a las que por lo general les faltan las piernas y las patas del banquito, llegan a medir 23 cm. de alto, razón por la que se puede suponer, que completa alcanzarían la dimensión estimada.
102
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d.
3.
Relaciones con la tipología de Sánchez: la variante 1 corresponde a las grandes figuras sedentes de Sánchez, la variante 2 al tipo sedente pensador de las escenas de vida cotidiana, la variante 3 no aparece referida y la variante 4, se asemeja por la posición a las figuras que Sánchez denomina «perniabiertas», sin embargo, los rasgos morfológicos y decorativos no coinciden, ya que las que ella describe son figuras realistas104, desnudas y bien adornadas.
TIPO XIX. Figuras con atavíos especiales 1.
Características generales: estos personajes de rasgos muy finos, adornados con atavíos peculiares y decorados con generosidad, se han catalogado tradicionalmente como guerreros, danzantes y caciques. Es común designar a estos personajes como masculinos, pese a que los rasgos sexuales están ocultos por el atavío. Sin embargo, es importante resaltar que en la colección del museo, una de estas figuras deja ver con claridad el pene erecto bajo el falderín, lo que si bien no es una excusa para generalizar, sí puede servir como un indicio del género de estas piezas. Además, son características las posturas que sugieren que estas figuras llevaban objetos especiales en las manos (probablemente en otro material) y colgados en la espalda, aunque no puede aseverarse con certeza de qué tipo de artículos se trataba, lo que sí es seguro, es que no representan personas comunes, ya que la intención de marcar diferencias con respecto al resto de figuras, es más que evidente.
2.
Variaciones particulares: la variedad en el atavío y los adornos es bastante llamativa, e incluye enterizos, falderines de secciones triangulares, ovoidales y trapezoidales, collares con colgantes lanceolados, complicados adornos en la nariz y las orejas, clases muy decoradas de tocados y múltiples apliques en distintas partes del cuerpo.
3.
Relaciones con la tipología de Sánchez: el tamaño, y las características morfológicas y decorativas de este tipo, concuerdan con la descripción de los grandes guerreros de Sánchez.
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Variante 4. Figuras de rasgos esquemáticos y piernas muy abiertas. Cabezas triangulares y obovoidales103, y piernas abiertas y ligeramente flexionadas. La decoración es recargada en cuanto a la visibilidad de los adornos, sin embargo, los aditamentos resultan algo toscos y sin gran detalle. Es usual que estos personajes luzcan taparrabos, lo que hace suponer que se trata de representaciones masculinas. Uno de los ejemplares lleva un instrumento musical frente a la boca mientras que otro, en caso excepcional, representa una figura de rasgos naturalistas, que podría ser una mujer.
Es probable que estas formas no convencionales de representar la cabeza, indiquen algún tipo de máscara.
103
De acuerdo con Sánchez, estas piezas son de rara ocurrencia en las colecciones ecuatorianas y sólo reporta dos casos. El primero se trata de una figura femenina en la que el sexo se señala con claridad por medio de un «óvalo inciso y una serie de puntuaciones» (1981: 43), el segundo ejemplar es una pieza de sexo indeterminado, que en su opinión, fue alisada con posterioridad. Sin embargo, en la foto que ilustra esta figura (lámina 12, b), es posible ver una incisión lineal entre las piernas, que podría ser la representación de la vulva.
104
TIPO XX. Figuras con tocados zoomorfos 1.
Características generales: existe un grupo de figuras pedestres caracterizadas por tocados llamativos y muy elaborados, decorados con cabecitas o rostros zoomorfos. Estas piezas evidencian una manufactura cuidadosa y un alto grado de detalle en su decoración; collares, pectorales, ponchos y adornos en las orejas y la nariz hacen parte del repertorio usual de estos personajes. Las figuras que se conservan completas dejan ver taparrabos de diferentes clases, unos más ornamentados que otros, rasgo que permite suponer que se trata de representaciones masculinas. Dada las cualidades iconográficas de las piezas que componen este grupo, se las ha relacionado con representaciones rituales o con la existencia de grupos de filiación (Sánchez, 1981).
2.
Variante 1. Personajes con tocados de prolongaciones laterales. La altura del tocado de estas piezas varía considerablemente, los hay que igualan el tamaño de la cabeza de la figura y otros que lo doblan, y hasta lo triplican. Pero el rasgo común a todos, son las prolongaciones laterales, cónicas y cilíndricas, que se desprenden del tocado, justo por encima de la cabeza. Sobre este conjunto hay un rostro zoomorfo enmarcado en una circunferencia, a veces adornada con apliques circulares. En ocasiones, el tocado remata en dos círculos bien decorados con motivos repujados. Algunos ejemplares exhiben otro rasgo interesante, con los brazos estirados delante del cuerpo, sostienen horizontalmente lo que parece ser un bastón con cabeza de serpiente105.
b.
Variante 2. Personajes con tocados altos. Estas figuras lucen atavíos semejantes a los del grupo precedente. Las principales diferencias radican en la ausencia del bastón y por supuesto, en el tocado, que tiene la apariencia de una placa de terminación cuadrangular y varias secciones, y que remata con una especie de nicho donde se aloja la cabeza de un animal, posiblemente un felino106.
c.
Variante 3. Personajes con tocados zoomorfos. A diferencia de los de los grupos anteriores, los tocados de estos personajes representan más explícitamente la figura zoomorfa. La cabeza de lo que en apariencia es un felino, asoma por encima de un tocado más bien sencillo, en el que toda la atención se concentra en la representación de los rasgos del animal. La posición corporal de este grupo de figuras es imposible de determinar, puesto que la colección del museo dispone de 2 ejemplares fragmentados de los que sólo se conservan las cabezas, sin embargo, las figurinas correspondientes a este tipo en el estudio de Sánchez están por lo general de pie.
Relaciones con la tipología de Sánchez: en el trabajo de Sánchez, estas figuras se incluyen en el apartado de figurillas ceremoniales, denominadas como «alter ego», Sánchez adopta esta denominación de Ferdon (Ferdon, 1945 en Sánchez 1981: 50). La variante 1 corresponde al tipo A, la variante 3, al tipo C y la variante 2 no tiene equivalente. El tipo B de la tipología de esta investigadora, describe una pieza que reúne las características típicas de la variante 1, pero que aparece sentada.
TIPO XXI. Personajes con máscaras felinas 1.
2.
Características generales: son figuras pedestres, profusamente decoradas de pies a cabeza, y vestidas con diferentes clases de taparrabos, lo que hace suponer que se trata de personajes masculinos. La máscara, cuya boca abierta apenas si deja ver la cabeza de su portador, ha sido relacionada con los felinos, gracias a ciertos rasgos particulares como los grandes ojos circulares aplicados, la incisión rodeando la trompa y una lengua que cuelga bajo la boca.
Variaciones particulares: las principales diferencias están en la decoración del taparrabo, que va desde formas sencillas, hasta prendas muy adornadas
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a.
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3.
Variaciones particulares: las variaciones al interior de este grupo están determinadas por la forma de los tocados.
Sánchez (1981: 50) referencia una variante de este grupo de figurinas que reúne las características típicas aquí descritas pero que, a diferencia de las del Museo Arqueológico está sentada.
105
Existen dos piezas pertenecientes al Museo Arqueológico, que por la forma de sus tocados pueden ser incluidas en las variables 1 y 2 de este grupo, pero que además, llevan un «rondador» en la boca y colgado al pecho respectivamente, razón por la que también participan de la categoría de Músicos.
106
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con apliques e incisiones. La forma de las máscaras y el grado de ornamentación cambia levemente de un ejemplar a otro. En ciertas oportunidades, además de la máscara, estos personajes llevan pectorales bien decorados. 3.
Relaciones con la tipología de Sánchez: este grupo de piezas coincide con el tipo A, de las caracterizaciones felínicas descritas por Sánchez en la selección de figurillas ceremoniales.
TIPO XXII. Personajes con yelmos en forma de aspas
120
1.
Características generales: por lo general, las figuras ataviadas con yelmos llevan ornamentos y vestidos decorados de modo singular. Hay sin embargo, un grupo estandarizado de figuras que reúne dos características llamativas, primero, un yelmo de careta circular del cual se desprenden dos prolongaciones, una cada lado, en forma de aspas de molino. Segundo, este personaje lleva en una de las manos, un elemento no determinado, de forma lanceolada y decorado con pequeñas incisiones que parten de una banda central incisa. Es más difícil, identificar lo que lleva en la otra mano, pero podría tratarse de un bebé sostenido por las piernas. La colección del Museo Arqueológico cuenta con dos ejemplares que coinciden con las características de este grupo, infortunadamente, la erosión y el grado de conservación de las piezas no permiten ir más allá de la hipotética posibilidad de que estas figuras representen algún tipo de ritual.
2.
Variaciones particulares: con base en dos ejemplares resulta difícil identificar variaciones.
3.
Relaciones con la tipología de Sánchez: ni en la investigación de Sánchez, ni en otros trabajos consultados se hace referencia a este tipo de figurinas.
Ángela Liliana Ramírez Guarín
TIPO XXIII. Personajes con «cabezas trofeo»
En los ejemplares que presenta DiCapua (1978), así como en la tipología de Sánchez (1981), también existen tocados sencillos sin cuernos.
1.
Características generales: son figuras pedestres que sostienen sobre su pecho una pequeña cabeza, desafortunadamente, el alto grado de erosión no permite apreciar los rasgos de la cabecita. La figura principal aparece con un tipo especial de tocado, decorado con prolongaciones laterales en forma de cuernos107, además llevan orejeras en forma de «T» invertida, y un taparrabo sencillo. Estas piezas son de rara ocurrencia en la colección del Museo Arqueológico, pero existen fragmentos de la parte superior del cuerpo de algunas figuras, que lucen esta clase particular de tocado y que eventualmente podrían corresponder a representaciones de estos personajes. Como mencioné antes DiCapua (1978) cataloga estas figuras como guerreros que exhiben las cabezas de una etnia enemiga, para luego ofrecerlas a una deidad felina.
2.
Variaciones particulares: el número reducido de piezas que componen a este tipo, no permite registrar variantes significativas, salvo por el hecho de que uno de los ejemplares parece llevar un tocado distinto al descrito en las características generales, infortunadamente, esta pieza está muy fragmentada, por lo cual, la forma del tocado no puede determinarse con presión.
3.
Relaciones con la tipología de Sánchez: corresponde a las cabezas-trofeo, descritas por Sánchez en el apartado de figurillas ceremoniales.
107
TIPO XXIV. Figuras acostadas con fajas y rodillos
Características generales: este tipo de figura es exclusivo de las placas, representa un personaje acostado sobre su espalda, a veces con una faja sobre su pecho que lo ata a la placa y/o un rodillo bajo el cuello y otro bajo las rodillas. Son comunes los tocados sencillos, los collares con colgantes rectangulares y antropomorfos, y los topos en las orejas, aunque a veces, la figura sólo lleva un tocado. El sexo de estos personajes no siempre resulta fácil de determinar, pero puede decirse que se trata de personajes masculinos y femeninos. En opinión de Sánchez, estas placas podían referirse a un «tipo de rito en relación con prácticas de sexualidad, tal vez un rito de iniciación como circuncisión o cliterectomia» (1981: 48). Esta hipótesis podría estar relacionada con la aparición recurrente de los llamados «altares», compuestos por una base rectangular sobre la cual, cuatro troncos atados por uno de sus extremos se entrecruzan formando un pilar en el que reposa un falo.
2.
Variaciones particulares: la vestimenta de los personajes varía entre un rango de faldas con decoración incisa, paños rectangulares con abertura en el frente y taparrabos incisos. En algunos casos aparece una figura adulta con rodillo bajo las rodillas y a su lado yace un niño a quien abraza.
3.
Relaciones con la tipología de Sánchez: Sánchez llama a este tipo placas con motivos de iniciación.
TIPO XXV. Figuras muy esquematizadas 1.
3.
Relaciones con la tipología de Sánchez: no hay referencia a este tipo de figuras.
TIPO XXVI. Cabecitas con quijada alargada 1.
Características generales: es factible pensar que este grupo está constituido por cabezas que fueron moldeadas como piezas independientes, ya que además de que ninguna tiene cuello, no se registran figuras completas que representen este particular rasgo. Normalmente se decoran con artes y clavos nasales. Existe un rasgo llamativo en gran parte de estas cabecitas, y es que varias de ellas lucen tocados con incisiones curvas laterales, que simulan un glande, además un buen porcentaje de ellas deja ver la boca en un gesto de «silbante».
2.
Variaciones particulares: algunos ejemplares lucen apliques y diseños incisos sobre el rostro, pintura, ornamentación recargada o un anillo inciso en el mentón.
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2.
Características generales: son piezas que se salen por completo de los parámetros de representación convencionales para figurinas Tumaco-La Tolita. Los rasgos morfológicos no corresponden a copias fieles de la anatomía humana, y algunas, por su tosca elaboración más bien parecen intentos fallidos de artistas de poca destreza o experiencia. Por ello, quizá la opción interpretativa más apropiada, sea que estas piezas reflejan el proceso de aprendizaje del arte de la alfarería, o que correspondan a figuritas elaboradas por niños como parte de sus actividades didácticas. Variaciones particulares: estas figuritas divergen mucho de las otras, las hay de pie, encorvadas, sentadas, de formas muy toscas o rasgos un poco más trabajados, sin ningún tipo de ornamento, o con incipientes intentos de decoración.
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El concepto de estilo en Arqueología: análisis estilístico... Pp. 60-160.
3.
Relaciones con la tipología de Sánchez: en la lámina del libro de Sánchez aparece una cabecita similar que ella identifica como «arreglo de cabello en forma de glande», pero no registra más información al respecto.
TIPO XXVII. Cabecitas con ojos huecos 1.
Características generales: Valdez (1992) las llama «cabezas con rictus de muerte», y las vincula de forma hipotética con el ritual de las «cabezas-trofeo». La descripción que él hace de estos rostros: ojos cerrados o muy abiertos y la boca abierta en forma espasmódica y la lengua afuera, coincide más con las cabecitas esferoidales del primer grupo de DiCapua (que no son propiamente cabezas-trofeo), que con las del segundo grupo (las verdaderas cabezas-trofeo). Las cabecitas de ojos huecos del Museo Arqueológico se ajustan a la caracterización del primer grupo, y podrían relacionarse más con la representación de un culto específico, con la concepción general de la muerte, en cuyo caso valdría la pena examinar con detenimiento las máscaras que simulan calaveras y las piezas antropozoomorfas de ojos huecos y cuerpos en forma de «cocodrilo estilizado» (lámina 1), que también hacen parte de la estatuaria Tumaco-La Tolita.
2.
Variaciones particulares: por lo regular, los ejemplares de cabecitas huecas son de tosca elaboración, sólo en un caso, el personaje es ataviado con un tocado, que aunque fragmentado, evidencia su complejidad, también lleva aretes en forma de dona y de distinguen dos vueltas de un collar decorado con incisiones lineales. Además, la abertura de la boca deja ver los dientes.
3.
Relaciones con la tipología de Sánchez: no hay ejemplares similares en el análisis de Sánchez.
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Ángela Liliana Ramírez Guarín
TIPO XXVIII. Rostros decorados con diseños incisos 1.
Características generales: este tipo de figura representa solo la parte delantera de la cabeza, y parece haber sido elaborada con una pieza independiente. Los rasgos faciales fueron burdamente delineados y no encajan dentro de las formas más corrientes de la estatuaria de TumacoLa Tolita. El rasgo característico de este grupo son los diseños incisos alrededor del rostro o sobre las mejillas.
2.
Variaciones particulares: la variación entre las piezas de este grupo reside en los rasgos faciales, principalmente en los ojos y en la boca. En algunos ejemplares la boca se ve abierta como en un grito, en otros en cambio se ve apenas entreabierta. Los ojos pueden ser lenticulares dobles, o lenticulares incisos con la pupila punteada.
3.
Relaciones con la tipología de Sánchez: Sánchez no reporta piezas similares a estas.
Existen tipos y variantes que Sánchez reporta y que no encuentran correspondencia en la colección del Museo Arqueológico y viceversa108. Si algo queda en claro después del análisis anterior, es la gran variedad iconográfica que caracteriza la producción alfarera de Tumaco-La Tolita. Pero lo verdaderamente importante aquí, es que más allá de la variabilidad figurativa, de las habilidades individuales y de la destreza artística, están las complejas estructuras naturales y culturales, que organizan y dan coherencia al mundo social y material, y con las que tenemos contacto sólo a través de los objetos y del lenguaje iconográfico que les subyace.
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La variedad dentro y entre los temas iconográficos es evidente. Pero hay temas que revisten especial interés, bien sea por la recurrencia con la que son representados, o bien por el potencial informativo que encierran. Se destaca el interés suscitado por temas como la maternidad, la infancia, la vejez y la enfermedad. Es curioso notar que cuando se trata de niños, casi siempre aparecen en compañía de una figura adulta, haciendo énfasis en las primeras etapas del desarrollo. Las mujeres en estado de embarazo y los ancianos, se representan en posturas estandarizadas y con atavíos y ornamentos simples. Esta sencillez no debe entenderse como descuido o rudimentariedad en la elaboración, existen piezas de asombrosa calidad técnica y figurativa tanto en el Museo Arqueológico como en otras colecciones. En cuanto a la representación de patologías y deformaciones, la descripción plástica es bastante diciente, lo que no está claro es si en realidad las personas que padecían ciertas enfermedades gozaban de un status especial, si hacían parte de la parafernalia ritual en ceremonias de curación o si su constante ocurrencia obedece a la curiosidad artística o al interés médico, que llama la atención sobre rasgos no convencionales. Determinar cuál de estas propuestas resulta más cercana a la realidad, desborda los objetivos planteados y los resultados obtenidos en este escrito, sin embargo, la información colectada me permite enunciar algunos puntos que podrían favorecer una propuesta sobre las otras. La estandarización de los rasgos, la elaboración no siempre cuidadosa de este tipo de piezas y los atavíos sencillos y comunes con los cuales son representados, hacen poner en duda el primer planteamiento, ya que además de los rasgos deformes estas figuras no ostentan atributos especialmente llamativos que puedan ser considerados como marcadores de diferenciación social. Esas mismas características en cambio, podrían favorecer la hipótesis de los ritos de curación, pero en este caso, hay una divergencia notoria en relación con las evidencias etnográficas disponibles: las figuras que los chamanes emplean durante estas ceremonias son representaciones figurativas de personas, sin mayor precisión en detalles individuales y mucho menos, indicios específicos de las enfermedades que aquejan al paciente. Así las cosas, la opción más viable parece ser la tercera, aunque es evidente que se necesita mucha más información y que por ahora, esta es sólo una de las múltiples interpretaciones que estas figuras pueden suscitar. Ciertas posiciones corporales, como la actitud de los llamados «pensadores» y «pensadoras», o la de las imponentes figuras sentadas en bancos, con los brazos descansando sobre las rodillas, y que por lo general coinciden con personajes ataviados de manera particular, hacen pensar más que en la estandarización, en el establecimiento de íconos que aluden a conceptos y significados específicos que subyacen a la imagen, y que a través de ella logran comunicar sus contenidos. Algunas representaciones humanas adoptan posturas que indican que pudieron llevar un elemento adicional, elaborado en otro material. Desgraciadamente, es probable que se tratara de materiales perecederos, por lo cual no figuran en el registro arqueológico. El conocimiento de tales objetos facilitaría la labor de identificación de estas piezas. Aun cuando en las actuales condiciones estas figuras son catalogadas por lo regular como guerreros, chamanes, danzantes y caciques, deben tenerse en cuenta que no necesariamente corresponden a una categoría social tan específica, sino que más bien resaltan las evidentes diferencias con respecto a las representaciones de personajes más comunes. Existen elementos especiales a los que tradicionalmente se les han atribuido complejos simbolismos. Los banquitos, las máscaras y bastones zoomorfos y algunos instrumentos musicales, ocupan un lugar privilegiado dentro del conjunto de objetos que hacen parte de actividades rituales o ceremoniales 109. Estos instrumentos evocan ideas de autoridad, sabiduría y transformación (Pineda, 1994; Reichel-Dolmatoff, 1986b, 1988), razón por la cual, se apartan de su naturaleza mundana y entran a participar del ámbito de lo sagrado. Es común que en este
Entre los tipos que no figuran en el material que he analizado, sobresalen las escenas domésticas: personajes con objetos diversos y vasijas sobre las piernas; las representaciones de remeros y durmientes, en la categoría de los trabajos diversos; y las placas familiares, que involucra a más de dos personajes. Recalco una vez más que mi trabajo no contempla el análisis de piezas antropozoomorfisadas, que Sánchez sí toma en consideración.
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tránsito, los objetos se enriquezcan con las connotaciones de otras entidades. Felinos y serpientes son representados con asiduidad como parte de tocados y bastones, y de modo más explícito como llamativas máscaras zoomorfas, en las que ciertas características estéticas se convierten en patrones iconográficos recurrentes. El vínculo estrecho entre la condición humana y los rasgos del animal, pone de manifiesto la importancia que tuvieron algunos personajes no humanos, como parte de la estructura ideológica de la gente de Tumaco-La Tolita. Las figuras que portan estas máscaras, a diferencia de las representaciones antropozoomorfas, parecen dejar en claro que operan como entidades híbridas en un momento coyuntural específico, la máscara confiere a su portador ciertos atributos que en circunstancias normales le son ajenos, pero deja al descubierto la seña inconfundible de su humanidad, el rostro. Ciertamente se trata de individuos especiales, que participan de manera legítima del espacio liminal entre el mundo profano y el sagrado. Las figuras antropozoomorfas, representadas con sumo cuidado y gran profusión en los detalles decorativos, son la máxima expresión de la compenetración de cualidades humanas y animales. Los extremos en un sistema de oposiciones encuentran un espacio representativo en el que características de uno y otro, más que reunirse, se fusionan en una entidad que le da cabida a ambos. Es probable que este sistema que permite la integración de personajes de distinta naturaleza, estuviera regido también por reglas diferenciales, ya que mientras que felinos, murciélagos y serpientes son asociados con piezas antropomorfas y antropozoomorfas masculinas, las figuras simioides corresponden a criaturas femeninas y masculinas. Y aún cuando el presente análisis no incluye el estudio de estas figuras, cabe resaltar su relevancia en el intento por comprender aquello que se oculta tras la estatuaria de los ceramistas de Tumaco-La Tolita. Por ahora, valga la pena decir que resulta obvio que el vínculo entre la gente y los animales revestía una importancia que trascendió los límites de la relación seres humanos-explotación de recursos naturales, y que implicaba su inclusión en un sistema más complejo de prácticas y creencias.
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Poporos, sonajeros, palillos y tabletas para el rapé, también conforman este tipo de arsenal ritual, sin embargo, están ausentes en la iconografía de la estatuaria Tumaco-La Tolita del Museo Arqueológico, por lo cual sólo hago mención a ellas en este pie de página.
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Lámina 1. Piezas Tumaco-La Tolita que corresponden a algunos de los tipos zoomorfizados de Sánchez (1981) y figuras cuyas características iconográficas se asemejan a las formas representativas de otros estilos, identificados en el material arqueológico ecuatoriano. Las características de las imágenes son de la fuente N. de. E.
Lámina 2a. Tipos de figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita. Tipos I-XII. Las características de las imágenes son de la fuente N. de. E.
Lámina 2b. Tipos de figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita. Tipos XIII-XVIII. Las características de las imágenes son de la fuente N. de. E.
Lámina 2c. Tipos de figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita. Tipos XIX-XXVI. Las características de las imágenes son de la fuente N. de. E.
Lámina 2d. Tipos de figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita. Tipos XXVII-XXVIII. Las características de las imágenes son de la fuente N. de. E.
Lámina 3. Tipos de tocado de figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita (parte I). Las características de las imágenes son de la fuente N. de. E.
Lámina 2d. Tipos de figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita. Tipos XXVII-XXVIII. Las características de las imágenes son de la fuente N. de. E. Lámina 3. Tipos de tocado de figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita (parte II). Las características de las imágenes son de la fuente N. de. E.
Lámina 4. Formas de penachos, yelmos y pectorales (parte I). Las características de las imágenes son de la fuente N. de. E.
Lámina 4. Formas de penachos, yelmos y pectorales (parte II). Las características de las imágenes son de la fuente N. de. E. Lámina 2d. Tipos de figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita. Tipos XXVII-XXVIII. Las características de las imágenes son de la fuente N. de. E.
Lámina 5. Figurinas Tumaco-La Tolita sexuadas y asexuadas. Las características de las imágenes son de la fuente N. de. E.
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Figura 1. Formas de ojos en figuras antropomorfas Tumaco-La Tolita
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Figura 2. Formas de boca en las figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita
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Figura 3a. Formas de tocados en las figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita
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Figura 3b. Formas de tocados de las figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita
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Figura 3c. Formas de tocados de las figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita
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Figura 4. Adornos para las orejas de figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita (* Los saltos en la numeraciĂłn corresponden a combinaciones de mĂĄs de una de las formas aquĂ representadas)
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ADORNOS PARA LA NARÍZ
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ADORNOS PARA LA BOCA
Figura 5. Adornos para la naríz y la boca de figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita (*Los saltos en la numeración corresponden a combinaciones de más de una de las formas aqui representadas).
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Figura 6a. Collares de las figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita
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Figura 6b. Collares de las figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita
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Figura 6c. Collares de las figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita
Caracterización general de las pautas estilísticas El concepto de estilo en Arqueología: análisis estilístico... Pp. 60-160.
El análisis iconográfico fue construido sobre la consideración de tres aspectos fundamentales: las características de ejecución, la distribución y la variabilidad de los rasgos estilísticos representados en las figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita. La descripción minuciosa que he intentado desarrollar en este escrito y la información aportada por el trabajo de Sánchez (1981), me permitieron percibir en detalle ligeras variaciones en las formas de representación y decoración de estas piezas. Pero más allá de la sutileza o la evidencia de los cambios registrados, hay que evaluar las posibles causas o las fuentes de tales variaciones y sus implicaciones al momento de considerar su efectividad y relevancia como transmisores potenciales de información estilística. Un punto importante que debe tenerse en cuenta, es el uso extendido del molde (reportado en algunas excavaciones arqueológicas y la frecuente aparición en las colecciones de los museos) que se evidencia iconográficamente en la estandarización de rasgos y posturas características para cierto tipo de figuras. Sin embargo, este proceso técnico de estandarización no excluye la posibilidad de la variabilidad y la diferenciación dentro del conjunto de piezas Tumaco-La Tolita. Tal y como afirma Rice, la estandarización no implica homogeneidad o rígido conformismo, ya que existe cierto rango de flexibilidad con respecto a las alternativas de selección y su aplicación (Rice, 1987).
1. Consideraciones con respecto al tamaño de las figuras
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Bouchard reporta para el periodo Inguapi I, una figurita de 4.7 cm. de altura, con un orificio muy fino (posiblemente de suspensión) a la altura del cuello, y plantea su hipotética función como un dije o amuleto (1982-83: 217).
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Este límite de tamaño fue tomado de la investigación de Sánchez (1981: 42).
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La diferenciación del tamaño de las piezas y su relación con formas particulares de representar a ciertos personajes, parecen ser aspectos importantes que hacen pensar que esta variación no es una mera característica incidental. Sánchez establece una diferencia entre «las figurillas propiamente dichas» y «las grandes figuras» (1981: 38), para las primeras no precisa un rango de tamaño, mientras que las segundas son verdaderas esculturas de más de 30 centímetros, que raras veces se encuentran completas y cuyas peculiaridades la motivan a considerarlas como un grupo aparte. Para el caso de la colección del Museo Arqueológico, el tamaño determina la división en tres grupos de piezas: las miniaturas, las figuras de tamaño medio y las grandes figuras. Las miniaturas, de cuidadosa y asombrosa calidad representativa, son escasas, lo que podría atribuirse bien a la poca frecuencia con la que eran elaboradas o bien, a las dificultades de recuperación que suponen su tamaño y baja visibilidad. Yo me inclino más por la segunda hipótesis, debido en primer lugar, a que la destreza de los artesanos de Tumaco-La Tolita está más que demostrada por la ejecución de un sinnúmero de objetos cerámicos y orfebres de variadas dimensiones, y en segundo lugar, a que tal como lo sugieren los orificios de suspensión presentes en algunos ejemplares, estas miniaturas pudieron haber sido utilizadas como dijes o colgantes110. Además, es usual que las figuras, en especial las femeninas, luzcan collares aderezados con representaciones humanas, que bien podrían corresponder a este tipo de piezas e indicar su uso común y por tanto, su frecuente producción. Las figurinas de tamaño medio, cuyos ejemplares completos oscilan entre los 8 y los 30 centímetros de alto, son las piezas más comunes dentro de este conjunto. Al ser las más frecuentes, son también las que exhiben mayor variedad de temas, rasgos, actitudes, y posturas. Muchas de las cabecitas fracturadas (cuyo tamaño varía entre un grupo aproximado de 5 a 12 centímetros) muy probablemente hayan sido parte de figuras pertenecientes a este grupo. Las grandes figuras superan los 30 centímetros111 y algunas alcanzan tamaños de hasta 65 centímetros. Dentro de la colección del Museo Arqueológico, estas figuras tienen un alto grado de cuidado y delicadeza en la elaboración y con frecuencia dejan
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ver una ornamentación recargada, lo que además de su tamaño las hace piezas bastante llamativas, aunque no tan usuales. En opinión de Sánchez, la baja ocurrencia de estas figuras se debe a proporciones y a su factura hueca, factores que las hacen más susceptibles a la fragmentación (1981: 42). Se podría pensar que las cabezas fracturadas que sobrepasan los 18 centímetros de alto pertenecían a estas figuras de gran tamaño. Es probable que el gran tamaño de las figuras tenga que ver con el uso diferencial que se les dio. Como anoté anteriormente, las miniaturas pudieron haber formado parte de los accesorios ornamentales de la gente de Tumaco-La Tolita. Las figuras de tamaño medio, tienen características variadas que podrían relacionarlas con distintos usos. Por lo regular, las piezas que se conservan completas, pueden sostenerse en pie por si mismas. Ciertas figuras antropozoomorfas tienen un orificio en la parte inferior de su cuerpo, cuya función hipotética es que servían para insertar estas piezas en algún tipo de soporte (Sánchez, 1981: 90). Otras figuritas funcionan como instrumentos musicales, como máscaras o hacen parte de piezas cerámicas mayores como vasos, alcarrazas o incensarios. Varias figuras (estatuillas y placas) tienen orificios de suspensión, lo que permite suponer que eran colgadas en algún sitio, pero no como aditamentos personales (Jijón y Caamaño, 1997). Las grandes figuras fueron hechas con el propósito de mantenerse exentas por sí solas. La elaboración cuidadosa, la decoración especial, la postura y por supuesto el tamaño, hacen pensar en que estaban destinadas a llamar la atención y recalcar ciertos valores iconográficos. Estas son conjeturas de las que sólo hago mención, pues rebasan los alcances de este trabajo.
2. Representación y variabilidad de los rasgos morfológicos
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La variedad de las formas y la relevancia que se les confiere a ciertas características dentro del conjunto de rasgos representados, también pueden ser factores útiles para analizar la transmisión de mensajes a través de la vía estilística. En lo que respecta a las características morfológicas, existen ciertos rasgos más o menos estandarizados para la generalidad de las piezas. La deformación craneal es un rasgo común a la mayoría de las figuras, razón por la cual, tal y como afirma Sánchez (1981), este rasgo podría relacionarse con consideraciones estéticas antes que con determinación del status social. Las orejas y la nariz112 no representan mayores distinciones de figura a figura, excepto quizá por el tamaño y grado de detalle en que son elaboradas y además, por el hecho de que en contados casos, las orejas no son representadas. Por el contrario, los ojos y la boca (figuras 1 y 2) son ejecutados en una gama amplia y relativamente variada de formas (33 formas de ojos y 21 de boca). Estas variaciones, en especial aquellas que ofrecen cambios más drásticos, están asociadas con recursos plásticos para expresar y caracterizar gestos específicos, vinculados a su vez con particularidades decorativas, razón por la cual estas diferencias pueden resultar potencialmente significativas. De otro lado, existen leves cambios de una forma a la otra, que podrían obedecer a diferencias técnicas en la manufactura y acabado de las piezas y no a una intencionalidad manifiesta por explicitar algún tipo de distinción. El planteamiento anterior está apoyado en el hecho de que rasgos ligeramente diferentes como por ejemplo, ojos de forma lenticular doble y ojos de forma elíptica doble, son representados en figuras similares y no parecen ser marcadores directos de diferencia. Consideraciones de este tipo son valiosos indicadores a la hora de confrontar figuras cuyos atributos se alejan bastante de los parámetros propios de las representaciones Tumaco-La Tolita y de esta manera, permiten entrar a determinar si dichas piezas pertenecen a conjuntos cerámicos distintos o si pueden ser variantes de los rasgos estilísticos tradicionales. En el caso de la colección del Museo Arqueológico,
La ejecución de la nariz varía desde ejemplares en los que esta parte del rostro es bastante estilizada y de cuidadosa representación, hasta casos muy raros en los que parece un aplique voluminoso de forma no muy bien definida, y que corresponden a figuras cuya terminación es más bien tosca. Esta diferencias podrían corresponder más bien a la habilidad y la experiencia del artesano, que a una intención figurativa por marcar ciertas distinciones significativas.
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rasgos como la forma de los ojos y la manera en la cual la cabeza es representada, fueron de gran ayuda para establecer que algunas de las piezas hacen parte de los llamados estilos Tiaone y Atacames (Meggers, 1966; Sánchez, 1981) reportados para el Ecuador (lámina 1). El primero se caracteriza por la forma esquemática de la cabeza, los ojos incisos lineales y rasgados, la boca fina y lineal y la poca atención prestada a la ejecución de los detalles anatómicos. A propósito del estilo Tiaone dice Sánchez: «La semejanza [con respecto a las figuras Tumaco-La Tolita] es solamente aparente, ya que la manera de conseguir ese parecido es completamente diferente. Da la impresión de que se está intentando imitar las obras de arte de La Tolita; aparecen las mismas representaciones, se imitan algunas actitudes y personajes, pero con una gran falta de habilidad en la manufactura. Las figurillas son mucho más toscas y a veces se ejecutan burdamente» (Sánchez, 1981: 53-54).
La forma cuidadosa y el grado de detalle en el que algunos rasgos morfológicos son elaborados, caracterizan a las figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita. El marcado realismo al que alude con frecuencia cuando se habla de estas piezas, denota una especial atención a las formas y minucias corporales. Así por ejemplo, son casi que generalizados el esmero con el que manos y pies, y en ocasiones hasta las uñas son representados, el cuidado con el que el pabellón inciso es demarcado, la constante y evidente deformación craneal, la precisión con la cual son indicadas las deformaciones y patologías de éstos curiosos personajes, el realce de las líneas de expresión y la delicadeza con la cual pequeños detalles como dientes y arrugas son más que insinuados.
3. Análisis de pautas decorativas
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Es muy frecuente que la mayoría de figuras antropozoomorfas hayan sido decoradas de modo especial y luzcan gran variedad de adornos y ropajes.
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Con respecto a los atributos decorativos, su distribución y variedad, es claro que las figuras antropomorfas Tumaco-La Tolita fueron decoradas en múltiples formas, que van desde la discreción en la ornamentación y el vestido, hasta atuendos recargados y personajes profusamente ataviados113, pasando por figuras desnudas, cuyos aditamentos decorativos resaltan por su pulcritud y calidad de ejecución. Faldas y taparrabos son las prendas de vestir más corrientes, además de que en ocasiones las diferentes maneras de representarlos y de decorarlos, están asociadas con tipos de figuras, posturas y temas particulares, también sirven como indicativos de género. Los falderines, pantalones, delantales, ponchos y enterizos son menos populares pero mucho más decorados que las prendas comunes, y por lo general, los llevan también figuras ornamentadas de manera especial y que tradicionalmente han sido caracterizadas como masculinas. Otro elemento del vestuario de uso irregular son los cinturones, que no ostentan gran variabilidad, ni en la forma, ni en la decoración. Por último, en lo que al vestuario se refiere, es importante resaltar que, salvo en el caso de niños y bebés, no son muchas las figuras que aparecen del todo desnudas. En lo que a la ornamentación concierne, se localiza con especial énfasis en el área superior del cuerpo. Primero y con más intensidad, en la cabeza y el rostro, y segundo, sobre el pecho y el abdomen. La parte inferior del cuerpo y las extremidades superiores son decoradas más esporádicamente, y lo usual son ornamentos sencillos como pulseras y adornos en las pantorrillas, y en menor medida, brazaletes, ajorcas y adornos en los muslos, casi siempre dispuestos en pares. Esta clase de aditamentos destinados a llamar la atención sobre las extremidades, es representada en forma de bandas sencillas, dobles, triples o múltiples, sin decoración o adornadas con incisiones punteadas, lineales o cruzadas. Raras resultan las pulseras compuestas por una sucesión de cuentas esféricas.
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La manera más generalizada de decorar la cabeza de estas piezas es el tocado, cuyas formas variadas (figuras 3a, 3b y 3c) dependen al parecer, de tres factores: (1) el tipo de deformación craneal; (2) las diferencias incidentales en la manufactura de piezas, y (3) la intención de particularizar cierta clase de representación. Este último punto es evidente en el caso de elementos y motivos decorativos que combinan y estandarizan formas y decoraciones precisas. Existen otros adornos menos comunes para la cabeza: las máscaras, yelmos y penachos, decorados con gran generosidad y que acompañan atavíos igualmente particulares (lámina 4). La frecuencia con la cual este tipo de adornos es representado, es inversamente proporcional a la variabilidad formal y decorativa que exhiben. Los aditamentos que decoran el rostro se clasifican en adornos para las orejas, adornos para la nariz y adornos para la boca. Los dos primeros grupos son los que mayor variabilidad ostentan, siendo el tercero el más estandarizado. Los adornos para las orejas son de varias clases (figura 4), los hay en forma de topos, como argollas, como pendientes o como perforaciones simples o dispuestas en series. Es común que gran parte de las figuras luzca las formas más sencillas, mientras que los tipos más complejos y decorados se reservan para figuras cuyo grado de elaboración, calidad en los acabados y atributos decorados, las hacen sobresalir entre el conjunto de piezas más corrientes. Los adornos para la nariz (figura 5) ocupan un punto intermedio, en cuanto al grado de variabilidad se refiere, entre los adornos para las orejas y aquellos que decoran la boca. Los más populares son las argollas que perforan el septum y los clavos individuales o en pajeas al lado o bajo las fosas nasales, menos comunes resultan las combinaciones de más de un tipo de adorno. Sólo algunas figuras llevan las variantes más complicadas que incluyen narigueras con prolongaciones en forma de «S» o apliques semilunares. Los adornos de la boca (figura 5), oscilan entre un clavo central en el labio inferior y un par de ellos insertados en las comisuras. En casos realmente excepcionales, de la boca cuelgan dos tiras rectangulares que caen sobre el pecho y terminan en borlas. Vale especificar que los dos casos en los cuales se reportó este tipo de adorno, el personaje llevaba una vestimenta bastante inusual que no pudo ser determinada con claridad. Son recurrentes las figurinas que exhiben, en distintos lugares del rostro, perforaciones que al parecer pudieron servir para insertar adornos hechos en materiales diferentes a la cerámica. También pueden identificarse apliques decorativos de formas diversas, que por lo general, se ubican sobre las mejillas o los pómulos. Menos frecuentes son los diseños incisos que probablemente representan tatuajes o escarificaciones, y ocurren con exclusividad en representaciones de rostros o cabezas. Al parecer fueron ejecutadas como piezas independientes, ya que no hay señales del cuello y demás, ninguna de las figuras completas muestra signos de este tipo de decoración. Esta observación concuerda con los resultados del trabajo de DiCapua, quien anota la regularidad con la cual las cabecitas esferoidales del primer grupo lucen motivos incisos de círculos y líneas escalonadas. Estos diseños o «tatuaje tipo piel de felino» cubren la frente y enmarcan la boca, y según DiCapua, tienen un hipotético valor jerárquico, emblemático o de distinción tribal. En su opinión, estas cabecitas elaboradas como objetos independientes, no representan precisamente cabezas-trofeo114, pero podrían haber desempeñado un papel ritual (DiCapua, 1978: 94). El pecho y el abdomen son decorados con collares y pectorales. Los collares son de formas muy variadas (figuras 6a, 6b y 6c) que van desde simples bandas incisas o aplicadas hasta composiciones de más de tres bandas decoradas con incisiones lineales y colgantes ovoidales y antropomorfos. También los hay de cuentas esféricas, de tiras
Las cabecitas del primer grupo de DiCapua, tienen «la boca de manera impresionante», rasgo que no comparten las cabecitas-trofeo, que se caracterizan por el cerramiento de la boca, constatado arqueológicamente en la iconografía Nazca, y antropológicamente en las tzantzas de los indios Jíbaros (DiCapua, 1978: 94).
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con borlas, en forma de discos aplicados, o en largas cadenas de cuentas tubulares, y por supuesto, no faltan las combinaciones de dos clases de collares. Es interesante notar que, como sucede con la mayoría de los ornamentos, las formas más estilizadas de los collares corresponden a figuras cuidadosamente elaboradas. Los pectorales (lámina 4) no presentan el mismo grado de variación formal que exhiben los collares, pero los sobrepasan en la manera en la que son decorados. Los hay de varias formas: redondeados, trapezoidales, cuadrangulares y triangulares, decorados en su mayoría con una mezcla armónica de incisiones y apliques, algunos llevan pendientes circulares o rectangulares. Por último debo referirme a elementos decorativos de rara ocurrencia, como apliques y pintura corporal115. Los apliques circulares sobre el pecho o el abdomen y arriñonados bajo los senos o tetillas, ocupan el primer grado de popularidad dentro de este grupo, en ambos casos puede asociárseles con figuras de cuidadosa factura, aunque no es la regla. Los diseños pintados son casos en verdad inusuales, y representan motivos lineales y curvos no muy complicados. Menos excepcional resulta la pintura corporal (zonal o total), que en la mayor parte de los casos es monocroma (colores rojo, ocre y terracota) y muy raramente policroma. Estas observaciones sin embargo, deben someterse a la consideración de factores como la erosión y el desgaste. Por las imágenes de piezas pertenecientes a museos ecuatorianos, a colecciones particulares, y aún a piezas extraordinarias del Museo Arqueológico, no es difícil suponer que la pintura corporal era una forma decorativa muy usual116, pero no infalible al paso del tiempo y las condiciones de conservación.
Diversidad iconográfica y categorías sexuales en las figurinas Tumaco-La Tolita
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1. Determinación de las características sexuales
Existen piezas pertenecientes a la colección del Museo del Banco Central de Ecuador que lucen complicados diseños incisos en todo el cuerpo, a manera de tatuajes. Pero ni en la colección del Museo Arqueológico ni en piezas reportadas en investigaciones realizadas en Colombia, se registra esta impresionante forma de decoración, que es más frecuente en figurinas pertenecientes a la fase Guangala en Ecuador (Valdéz yVeintimilla).
115
116 Las descripciones de piezas Tumaco-La Tolita presentadas en otras investigaciones, incluyen la presencia de pigmentos verdes y amarillos.
Existen cuatro categorías en las cuales las figurinas Tumaco-La Tolita pueden ser clasificadas de acuerdo con sus características sexuales: figuras asexuadas, figuras de sexo indeterminado, figuras femeninas y figuras masculinas (ver tabla No.1). En el primer caso, no hay representación de ningún rasgo sexual, es decir, que podría presumirse una intención expresa de relacionar la ausencia de marcadores sexuales con ciertos personajes y características. En la colección del Museo Arqueológico, las figuras asexuadas no son muy frecuentes (0.7%) y coinciden por lo general con piezas de ejecución muy rústica en las que al parecer, se les prestó poca atención a la representación de rasgos morfológicos y decorativos. Los datos de otras investigaciones no ofrecen información sobre este tipo de figuras, lo que podría indicar que además de poco llamativas, son piezas de excepcional ocurrencia, que probablemente correspondían a las primeras etapas de aprendizaje del arte alfarero, o a creaciones de niños como parte de procesos didácticos. En otros casos, las piezas asexuadas representan al parecer, infantes desnudos sin ningún indicativo sexual. Un porcentaje abrumador (81.9%) corresponde a las figuras de sexo indeterminado, lo cual no resulta extraño, ya que este grupo está compuesto por cabecitas, fragmentos, piezas cuyos atuendos esconden los rasgos sexuales, primarios y secundarios, o simplemente por figuras en las que no puede aseverarse que los pequeños apliques sobre el pecho correspondan a senos o tetillas. La identificación de los rasgos sexuales no siempre es certera o evidente, en la mayoría de casos resulta más bien problemática. Los órganos sexuales son representados explícitamente de manera excepcional (lámina 6), siete de las piezas señalan con claridad el pene, mientras que sólo en tres se representa la vulva. En el caso de las figurinas femeninas, la vulva se demarca por medio de una incisión ovoidal o rectangular, atravesada en su parte media por una pequeña incisión lineal. En las
figuras masculinas el órgano viril erecto es representado bien como un aplique sin mayores rasgos característicos, o bien como una parte corporal elaborada con sumo detalle, en la que el glande adquiere relevancia y visibilidad. Aunque los rasgos sexuales secundarios (senos y tetillas o pectorales) fueron plasmados con relativa asiduidad, sus características son bastante ambiguas, por lo que definir si una pieza corresponde a una figura femenina o masculina con base en este único criterio, es una tarea arriesgada y no muy confiable. Así las cosas, no queda otra alternativa que buscar indicativos indirectos del sexo que sirvan como referencia comparativa. Dichos indicadores se clasifican en dos grupos, primero, los que son identificados a priori, y segundo, aquellos que son definidos a posteriori de los procedimientos estadísticos.
Número de figuras
Porcentaje
Indeterminado
1144
81.9
Asexual
11
0.7
Femenino
161
11.5
Masculino
80
5.7
2. Rasgos estilísticos y grupos sexuales
La correspondencia entre atributos estilísticos y categorías sexuales, se fundamenta en el reconocimiento de las relaciones entre pautas estéticas específicas y grupos sexuales particulares. Con el objeto de valorar la información obtenida durante esta
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Desde el punto de vista morfológico, hay una evidencia indirecta que permite determinar con certeza el sexo de las figuras. Se trata de las escenas de amamantamiento, descritas en el apartado precedente. La constancia con la cual estas figuras aparecen en la colección del museo, repercute en la superioridad porcentual de figuras identificadas como femeninas (11.5%) con respecto a las masculinas (5.7%), lo cual no significa que los ceramistas de Tumaco-La Tolita se hayan concentrado en la producción de representaciones de mujeres, sólo quiere decir que hay más rasgos indirectos que ayudan a determinar que una figura es femenina o masculina. Con respecto a los rasgos decorativos, es posible decir que faldas y taparrabos actúan como indicativos fiables del género de las piezas. Después de confrontar las prendas de vestir de las figurinas cuyo sexo pudo ser determinado, fue posible restringir el uso de taparrabos a representaciones masculinas, mientras que las faldas son distintivas de piezas femeninas. El problema está en que no siempre resulta sencillo definir si una prenda es una falda o un taparrabo. La representación del embarazo también actúa como un índice obvio del sexo. Se trata de figuras femeninas que están de pie y que lucen una falda ceñida y corta, por la que sobresale un abdomen prominente y redondeado, en el que se marca con claridad el ombligo. Hay que tener en cuenta que el vientre abultado no puede considerarse en sí mismo como un indicador contundente del sexo, ya que también existen figuras masculinas, tanto antropomorfas como antropozoomorfas, cuyo abdomen se nota algo abombado, razón por la cual deben buscarse asociaciones adicionales, como las prendas de vestir, que suministran pistas más lúcidas al respecto.
Tabla No. 1 Distribución de piezas antropomorfas Tumaco-La Tolita de acuerdo con el sexo
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Sexo
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Los resultados de las pruebas estadísticas se presentan discriminados. Sólo los que son más significativos se incluyen como parte de este apartado.
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fase de investigación en su justa medida, es decir, como indicador del potencial valor y no como prueba irrefutable, el manejo estadístico117 de los datos estuvo supeditado a varias consideraciones importantes: (1) ya que gran parte de la muestra de análisis está compuesta por cabezas o fragmentos de figuras de rasgos sexuales ambiguos, el número de piezas de sexo indeterminado es bastante alto en comparación con los demás, y el porcentaje de figuras sexuadas (masculinas y femeninas) es de tan solo 17.2%; (2) no todas las variables tienen la misma relevancia ni obedecen a los mismos fines, algunas responden estrictamente a propósitos descriptivos y su utilidad radica en la precisión y el grado de detalle en el que la información es discriminada, otras en cambio resultan apropiadas como indicadores determinantes para el análisis; (3) la definición de la importancia de cada variable es evaluada en términos de su homogeneidad o variabilidad y su representatividad dentro de la muestra; (4) algunas variables se agrupan con otras, ya que por su cercanía y similitud pueden resultar compatibles, y (5) los porcentajes se establecen con base en el número de casos en los que cierto rasgo es representado, y no sobre el porcentaje total de piezas que conforman la muestra, así por ejemplo, la ocurrencia de los collares de clase 12 en piezas femeninas, se mide con respecto al número de veces en el que los collares de esta clase son representados en las figuras antropomorfas. Variables como la posición corporal, la posición de los miembros superiores e inferiores, la deformación craneal y la forma de los ojos y de la boca, parecen no estar determinadas por el sexo, excepto tal vez, por un rasgo en particular. Se trata de la forma de boca «circular silbante» de la cual se registran 11 casos, en su mayoría cabecitas, 10 de ellos en piezas de museo de sexo indeterminado, y el restante en una pieza masculina. Si bien en sí mismas estas cifras no resultan contundentes, hay un detalle llamativo que eventualmente, y considerando una muestra mayor, podría llegar a ser importante, este tipo de boca aparece asociado a cabecitas con la quijada prominente y un tocado alargado y decorado con lo que he definido como «líneas curvas incisas laterales», pero que Sánchez (1981) describe como «arreglo de cabello en forma de glande». Al comparar la forma de este tocado con la manera en la cual los falos son representados, no sólo en las figuras antropomorfas sino también como piezas independientes, o como parte de algunos sellos o de los llamados «altares» (ver tipo XXIV), la correspondencia es más que evidente. La alusión a la forma del glande en el tocado de estas cabecitas, podría reforzar la idea de virilidad, vinculada con características específicas como la forma silbante, la quijada alargada, y en algunos casos la decoración exagerada del rostro y la presencia de orificios de suspensión. Las variantes relacionadas con la vestimenta y la ornamentación parecen ser un poco más dicientes con respecto a la diferenciación sexual. Empezaré por hablar de las prendas de vestir. Las faldas son una prenda característica de las figuras femeninas, las hay sencillas y decoradas, pero nunca llegan a ser piezas recargadas o aderezadas con exageración. Las de apariencia más compleja, es decir aquellas que son decoradas con delicados motivos escalonados o geométricos, y que en ocasiones también llevan pintura, coinciden con representaciones de mujeres de cuidada elaboración y gran sobriedad en la decoración. En el caso de los hombres sucede algo distinto, los taparrabos de formas inusuales y más decorados corresponden a figuras ataviadas de modo especial, con gran profusión de adornos y a veces asociados con elementos anexos como bastones e instrumentos musicales, lo cual no implica que todas las piezas masculinas ataviadas de modo no convencional luzcan taparrabos complicados, de hecho, muchas de ellas llevan simples taparrabos incisos rectangulares o trapezoidales, esto incluye a las imponentes figuras sentadas sobre bancos tetrápodes, en las que el rasgo decorativo más sencillo es precisamente el taparrabo.
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Llama la atención que las prendas de vestir de la figuras femeninas son decoradas por medio de incisiones simples o más elaboradas dependiendo del caso, mientras que en las representaciones masculinas el vestuario se ornamenta bien por medio de apliques de formas distintas, o bien por la combinación de las técnicas de incisión y aplicación. Los falderines, pantalones, enterizos, ponchos y delantales son prendas de excepcional ocurrencia y particular riqueza ornamental dentro de la colección del Museo Arqueológico. Solo en contadas oportunidades fue posible vincular características sexuales con alguna de estas prendas. El primer caso corresponde a una figura incluida en el tipo XIX, que viste un falderín bajo el cual se nota el miembro sexual en erección y que además luce un collar con apliques lanceolados, pulseras muy decoradas, una nariguera grande que rodea la boca y un aplique de forma no determinada sobre el pecho. Los otros casos son 4 figuras ornamentadas de manera recargada y que lucen ponchos y taparrabos. Los cinturones, como accesorios poco frecuentes (10 casos) se representan en la mitad de las ocasiones, en figuras femeninas, y sólo en una oportunidad en una pieza masculina. Si bien se trabaja sobre un número ínfimo de casos, este es un rasgo que valdría la pena tener en cuenta al examinar colecciones mayores, para determinar si obedece a una mera casualidad o si responde a un patrón iconográfico específico. Con respecto a la decoración de la cabeza, se nota una leve tendencia que relaciona los tocados más sencillos y de mayor popularidad con representaciones femeninas. En el caso de las composiciones que combinan formas y rasgos decorativos particulares, sucede lo contrario, de 75 figuras que lucen los tocados más complejos (lámina 3), sólo 1 es femenina, 10 son masculinas y las 64 restantes corresponden a piezas de sexo indeterminado. La proporción de piezas de sexo indeterminado es tan alta en relación con la forma y la decoración de los tocados, que esto sólo puede considerarse como un primer indicio iconográfico. Otros aditamentos como los adornos aplicados directamente sobre la cabeza, los penachos, las máscaras y los yelmos, son parte exclusiva del atavío de personajes masculinos. Por la ocasional representación de estos elementos y por el modo en el que son decorados, es fácil percatarse de que hacen parte de una parafernalia especial que posiblemente estuvo relacionada con actividades de tipo ceremonial. Es curioso observar que en una cantidad considerable de figuras antropozoomorfas, relacionadas con rasgos felinos (máscaras y tocados zoomorfos), se marcan implícita o explícitamente características masculinas, como falos y taparrabos, y en ningún caso se perciben asociaciones con rasgos femeninos. Las variables que conforman los campos de la decoración facial se manejan como grupos de adornos que comparten estrechas similitudes y cuya relación con un sexo en particular puede resultar significativa. En el caso de los adornos de las orejas, el primer grupo está compuesto por las formas más sencillas, es decir, diferentes clases de topos (simples, en forma de «dona» o con aplique central circular), que son más frecuentes en figuras femeninas que en personajes masculinos. Las perforaciones circulares a lo largo del pabellón auricular, que posiblemente sirvieron para insertar joyas en otro material, conforman el segundo grupo. En la muestra del Museo Arqueológico, sólo 6 de las 41 piezas que presentan este rasgo son femeninas, 35 de sexo indeterminado y ninguna de sexo masculino. Sin embargo, en las figuras que hacen parte de la muestra de referencia, sí se dan casos en los que personajes masculinos llevan el pabellón perforado. Las composiciones de topos en ramillete que conforman el tercer grupo, son más frecuentes en representaciones de mujeres, pero también figuran en piezas masculinas. El último grupo de aretes abarca las formas más sofisticadas (topos con pendientes largos, decorados y sin decorar; y topos con aplique central circular, rodeado por apliques circulares y con pendiente largo decorado).
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Estos ornamentos, vinculados con atuendos especiales o con figuras cuya elaboración evidencia gran cuidado, parecen ser de uso exclusivo de los hombres. Esta observación resulta válida también en el caso de las piezas de la colección de referencia y coincide con las apreciaciones de Sánchez (1981). Los adornos para la nariz representados en arcilla, parecieran ser más populares entre figurinas femeninas que entre las masculinas. Las distintas variedades de topos, en especial los topos laterales, así como las argollas que perforan el septum, son de común ocurrencia entre las mujeres. Los adornos más complicados (narigueras con prolongaciones laterales en forma de «U» o de «S», y apliques semilunares con o sin topo central) aparecen en casos de piezas de sexo indeterminado, y muy ocasionalmente se pueden relacionar con figuras masculinas. Los adornos para la boca no exhiben mayor variabilidad, y en los casos en los cuales fue posible vincularlos con alguna categoría sexual, corresponden a la forma más simple, es decir, un topo incrustado bajo el labio inferior, justo en la mitad de la boca. De las 66 figuras en las que aparece este tipo de adorno, 11 son femeninas, 1 masculina, y a las 54 restantes no pudo determinárseles el sexo. Comparando estos datos con la información suministrada por otros trabajos, puede decirse que los adornos en la boca si bien no eran una forma decorativa generalizada, sí hacían parte del repertorio ornamental común entre hombres y mujeres. Estas observaciones no pretenden ser de ninguna manera reglas definitivas, al contrario, son solamente apreciaciones preliminares que pueden ser útiles en estudios futuros. Dentro de la decoración corporal, los collares resultan ser una variante llamativa para los propósitos de este trabajo, y se manejan de igual forma que los rasgos decorativos faciales, agrupándolas cuando las similitudes entre ellas lo permitan y las consideraciones estadísticas lo requieran. Los collares compuestos por una, dos, tres y cuatro bandas, y decoradas con incisiones lineales dispuestas en varias combinaciones o motivos, parecen ser adornos habituales entre figuras de ambos sexos, sin embargo, son poco más frecuentes en las representaciones femeninas. Sucede lo mismo en el caso de los collares que además de las características del grupo anterior, cuentan con colgantes cortos o dijes de varias formas. La distribución por sexos de los collares en forma de «V» con colgantes cortos o largos, favorece a las representaciones de mujeres, mientras que en el caso de los collares de cuentas esféricas con colgantes cortos, se ve bastante equitativa entre figuras de uno y otro género. Las combinaciones de collares de varias bandas decoradas con incisiones lineales y collares en forma de «V» con colgantes cortos, son más comunes en piezas femeninas. Algunas formas únicas y poco usuales de collares se presentan en figuras masculinas, este es el caso de los collares de doble banda, decorados con incisiones y colgantes lanceolados o en forma de flecos y borlas, o aquellos compuestos por placas trapezoidales. En breve, tratándose de piezas femeninas, los adornos que exhiben mayor variabilidad son los collares. Los pectorales son adornos poco frecuentes pero bastante llamativos (lámina 4), con decoraciones complejas que combinan las técnicas de incisión y aplicación, y que no necesariamente acompañan a otro tipo de atavíos complicados, al parecer, por sí mismos imprimen en las figuras un carácter notorio y especial. A simple vista, los pectorales son ornamentos privativos de las figuras masculinas, ya que de un total de 37 piezas que lucen pectorales, 13 son con certeza masculinas y el resto corresponden a representaciones de sexo indeterminado, y en ningún caso a piezas femeninas. Estas anotaciones coinciden con las apreciaciones de Sánchez (1981). Los adornos de los brazos, que se dividen en brazaletes y pulseras, son aditamentos que se representan con alguna frecuencia, pero sobre los que no puede afirmarse que sean de uso generalizado. Las formas más sencillas son las más populares y al parecer, no reflejan diferencias sexuales importantes. Las pulseras de tres o cuatro bandas y decoradas con incisiones lineales son más comunes en figurinas masculinas, pero las
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proporciones estadísticas no son suficientemente contundentes al respecto. Las bandas que decoran las piernas y que pueden localizarse en los muslos, las pantorrillas o los tobillos, son atributos decorativos menos habituales, y en términos generales, están asociados a personajes masculinos, en especial a aquellas figuras sedentes sobre bancos tetrápodes. Los rasgos decorativos corporales particulares no resultan dicientes, ya en un alto porcentaje son atributos de figuras de sexo indeterminado. Sin embargo vale la pena hacer mención a uno que sobresale entre los demás. De los 17 casos en los que las figuras registran un aplique circular sobre el abdomen, 7 corresponden a piezas masculinas. En cuanto a los elementos anexos, los datos estadísticos tampoco reflejan variaciones considerables en relación con la diferenciación sexual. Los únicos rasgos eventualmente significativos serían los instrumentos musicales, que en 6 de los 11 casos presentes en la colección del Museo Arqueológico corresponden a los personajes designados como músicos. Las observaciones de la muestra de referencia apoyan esta correspondencia. Existe otro dato que puede resultar relevante, se trata de la forma de los banquitos, mientras que los de asiento cóncavo sostenido por cuatro patas parecen pertenecer a personajes masculinos, los de base cónica o rectangular ocurren con más frecuencia en figuras femeninas, aun cuando también se dan casos en los que se trata de hombres y figuras asexuadas. En breve, la diferenciación sexual más que manifestarse a través de rasgos decorativos concretos, se evidencia en la combinación de pautas iconográficas, que incluyen factores como la exclusividad y la riqueza ornamental, la visibilidad de algunos rasgos y su asociación con elementos de especial significación.
Figurinas antropomorfas Tumaco-La Tolita: síntesis y conclusiones
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Las figurinas Tumaco-La Tolita pueden considerarse como parte activa dentro de un sistema de comunicación, que hace de los rasgos estilísticos plasmados en ellas, el recurso material a través del cual cierto tipo de información es transmitido. Los mensajes involucrados en este proceso, pueden ser entendidos desde una perspectiva de categorías opuestas, caracterizadas por repertorios iconográficos específicos. En este ensayo, dichas oposiciones son evaluadas en relación con tres niveles distintos. El nivel más general atañe a la separación entre el dominio de lo profano y el ámbito de lo sagrado, el primero, tiene que ver con la representación de escenas o actividades propias de la vida doméstica. Aquí se incluyen las piezas que reflejan con gran naturalidad diferentes estados del ciclo vital y las figuras que representan personas en actitudes corrientes y atavíos comunes, y que constituyen la mayor parte del conjunto cerámico Tumaco-La Tolita. El segundo, agrupa las figuras que de una u otra forma se relacionan con actividades rituales o simbolismos particulares118. Los personajes que hacen parte de esta categoría pueden interpretarse como elementos iconográficos diagnósticos, tales como la ornamentación inusual o exagerada, las posturas particulares y/o la presencia de elementos anexos vinculados con la autoridad y el ejercicio del poder en diferentes esferas. El nivel intermedio concierne a las diferenciaciones sociales. La visibilidad, riqueza y exclusividad representativa de ciertos rasgos, sumadas a la calidad en la elaboración y el esmero puesto en la decoración de algunas piezas, pueden ser leídas como mecanismos de transmisión de mensajes reiterativos sobre el orden social imperante entre la gente de Tumaco-La Tolita. El último nivel hace referencia a las distinciones sexuales, manifiestas en la oposición entre lo masculino y lo femenino. Esta división va más allá de las características netamente sexuales y se adentra en la construcción de categorías de género, que incumben al papel que hombres y mujeres desempeñan como actores sociales. Las piezas asexuadas parecen no tener mayor relevancia en esta dinámica de constante oposición entre géneros. Estos niveles no son impermeables, más bien se intersectan en aspectos determinantes que definen la manera en la cual se estructuran y funcionan para adquirir sentido dentro del lenguaje iconográfico:
Esta categoría incluye las figuras con atavíos especiales, las grandes figuras sentadas sobre bancos, los músicos, las figuras acostadas con fajas y rodillos, los personajes con «cabezastrofeo», los personajes enmascarados, las figuras con tocados zoomorfos y los personajes con yelmos en forma de «aspas».
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1.
Es muy factible que exista una intencionalidad expresa por marcar algún tipo de diferenciación, mediante recursos técnicos y estéticos que evidencian el contraste entre las formas figurativas corrientes y aquellas que sugieren exclusividad. Las diferencias entre unas figuras y otras, comunicadas a través de la vía estilística, podrían estar vinculadas con procesos de comparación y manifestaciones de identificación de segmentos sociales y categorías de género, dentro de las cuales los adornos son algo más que simples detalles ornamentales.
2.
El esfuerzo por señalar distinciones visibles entre las figuras y lo que ellas representan, implica una inversión mayor de tiempo, materia y energía en las piezas más elaboradas. Dicha inversión aumenta al considerar la inclusión de elementos elaborados en materiales distintos a la cerámica, y que se anexan a algunas figuras como ornamentos.
3.
La relación entre estos niveles llega a ser tan estrecha, que no resulta extraño que en algunos casos, una sola pieza encarne cada una de las distinciones enunciadas en ellos. En esta medida, las figuras antropomorfas pueden actuar como catalizadores de las tensiones inherentes al sistema de oposiciones en el cual operan.
V Conclusiones generales de la investigación 1.
Aunque es un término de uso común dentro del argot arqueológico, el estilo raras veces es comprendido en su justa dimensión. Empleado más como una herramienta de clasificación que como un valioso instrumento analítico, el estilo es erróneamente equiparado con categorías sociales que aluden a distinciones étnicas o formas de organización social. El estilo no es sinónimo de gente, grupos humanos, sociedades o culturas, el estilo, se refiere a características particulares del material arqueológico. Eventualmente, el análisis de dichas características permite hacer inferencias con respecto a los grupos que manufacturaron ciertos artefactos.
2.
El estilo tiene que ver con procesos de transmisión de información de diversa índole, en los que los artefactos juegan un papel decisivo como medios materiales a través de los cuales las normas y preceptos sociales del grupo al cual pertenece el artesano, se comunican, legitiman y reafirman, mediante mensajes recurrentes.
3.
El estilo es un fenómeno dinámico, en tanto que opera como un mecanismo adaptativo, en respuesta a presiones naturales, culturales y sociales. En consecuencia, los mensajes transmitidos vía estilística varían de acuerdo con las circunstancias del medio en el cual son concebidos, materializados y emitidos.
4.
Es probable que por ser representaciones en su mayoría de fácil movilidad, y al juzgar por la cantidad y dispersión con la cual se han encontrado, además que también son fácil acceso, las figuras Tumaco-La Tolíta, resultaran ser objetos propicios para transmitir mensajes de tipo ideológico a un amplio número de personas, a través de extensas áreas geográficas. Este hecho bien podría no sólo ser utilizado, sino también auspiciado por sectores dominantes de la sociedad.
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Las figurinas antropomorfas de Tumaco-La Tolita participan de un sistema de opocisiones que incluye la diferenciación entre el ámbito sagrado y el mundo de lo profano, las distinciones entre segmentos sociales, y las diferencias de género. Estas opocisiones se materializaban a través de atributos estéticos y decorativos, que tan pronto como entran a hacer parte de un proceso de transmisión de información, adquieren la impronta de lo estilístico, y se convierten en portadores de mensajes recurrentemente comunicados.
6.
La brecha entre las esferas de lo profano y lo sagrado se manifiesta en contundentes diferencias en los temas representados. Estos temas involucran la participación de personajes especiales, entidades híbridas y elementos inusuales asociados con manifestaciones de autoridad.
7.
En la estatuaria Tumaco-La Tolita, las distinciones se marcan por medio de rasgos tecnológicos como el cuidado en la elaboración y los acabos decorativos, la ornamentación recargada y las prendas y accesorios inusuales; e iconográficos como las posiciones corporales particulares y la presencia de elementos anexos de especial significado.
8.
La diferenciación sexual en las piezas Tumaco-La Tolita involucra al parecer solo dos categorías, lo femenino y lo masculino. Las figuras anexadas no tienen mayor representación, ni cuantitativa o cualitativa dentro de este conjunto cerámico. Las variaciones entre piezas femeninas y masculinas, se manifiestan por medio de la combinación de propiedades morfológicas y rasgos iconográficos y decorativos. Este hecho es indicativo de la construcción de categorías de género, que más allá de diferencias biológicas, involucran el desenvolvimiento de hombre y mujeres como actores sociales.
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5.
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Ficha descriptiva de figuras antropomorfas Tumaco-La Tolita. Colección Museo Arqueológico Casa del Marqués de San Jorge 1
Ficha descriptiva de figuras antropomorfas Tumaco-La Tolita. Colección Museo Arqueológico Casa del Marqués de San Jorge 2
Ficha descriptiva de figuras antropomorfas Tumaco-La Tolita. Colección Museo Arqueológico Casa del Marqués de San Jorge 3
Ficha descriptiva de figuras antropomorfas Tumaco-La Tolita. Colección Museo Arqueológico Casa del Marqués de San Jorge 4
Ficha descriptiva de figuras antropomorfas Tumaco-La Tolita. Colección Museo Arqueológico Casa del Marqués de San Jorge 5
Ficha descriptiva de figuras antropomorfas Tumaco-La Tolita. Colección Museo Arqueológico Casa del Marqués de San Jorge 6
Ficha descriptiva de figuras antropomorfas Tumaco-La Tolita. Colección Museo Arqueológico Casa del Marqués de San Jorge 7
Tipología de las figurinas antropomorfas de Esmeraldas según Sánchez (1981)
TIPOVARIANTE
A
CARACTERÍSTICAS GENERALES Figuras huecas, moldeadas, manufactura fina
POSICIÓN CORPORAL De pie con los brazos estiradosa los lados del cuerpo, palmas de las manos hacia abajo
RASGOS CORPORALES Rasgos sexuales poco marcados, deformación craneal tabular-oblicua, rodillas marcadas, pies grandes, senos pequeños
A1
RASGOS FACIALES
ATUENDO
Ojos de doble óvalo en relieve, naríz grande, boca pequeña
Atuendos determinantes del sexo
Naríz con el septum perforado para la inserción de nariguera en otro material
Falda corta y lisa. Peinado o tocado liso, sin ornamentos en la cabeza
ORNAMENTACIÓN Sin ornamentación, perforaciones en el borde del pabellón auditivo, posiblemente para insertar orejeras en otro material
A2
Versión masculina de A1
Taparrabos
Tocado adornado en forma de dos relieves circulares
A3
Figuras femeninas
Falda corta y lisa
Tocado en forma de bnada incisa que atraviesa la cabeza, generalmente roja y pulida
Falda corta y lisa
Recargada, collar de varias vueltas definido por líneas horizontales y verticales del que aveces pende un colgante o hilera de flecos. Orificios en el pabellón
A4
A5
B
Figuras femeninas
Versión masculina que mezcla características de A3 y A4
Figuras nacizas, modeladas, algunos ejemplares huecos, alisado simple, acabado menos fino y cuidadoso que el tipo A. Siempre femeninas
Taparrabos
De pie, brazos estirados a los lados del cuerpo, palmas vueltas hacia adelante
B1
Senos pequeños, barriga prominente, ombligo bien marcado. deformación craneal tabular oblicua (algunas variantes)
Faldacorta y ceñida
Deformación craneal típica
Falda sin decorar
B4
Variedad derivada de la figura de falda incisa. Rica en decoración
C
Generalmente macizas, moldeada sobre todo el frente. Acabado simple con alisado, espalda toscamente terminada en la figuras sólidas
Deformación cranal típica
Falda sujeta por un cinto liso, decorada con incisiones recta y escalonadas
De pie con los brazos extendidos a los lados del cuerpo, palmas hacia abajo
Cráneo deformado
Orejeras en forma de anilla, de la que a su vez pende otra
Variedad más representativa. Figuras femeninas
Senos ligeramente marcados
Falda corta y lisa
Figuras huecas, más finamente trabajadas, al parecer femeninas
Rasgos sexuales apenas destacados
Falda lisa
C3a
Variante masculina
Rasgos sexuales marcados
Desnudas o con taparrabos
No hay figuras completas. Al parecer masculinas
C3b
D
D1
D3
E
Sedentes
De pie, con los brazos extendidos a los lados del cuerpo y las palmas hacia adelante
C1b
C2b
Grandes guerreros
Pierniabiertas
Figuras femeninas macizas, moldeadas en la parte frontal
Figuras masculinas
Sexo de difíl determinación
Rasgos sexuales bien marcados, senos claramente representados
Senos claramente representados
Brazo derecho levantado (roto)
Figuras huecas, moldeadas, terminadas muy cuidadosamente, pintadas en rojo y pulidas. Al parecer de sexo femenino
De pie con las piernas ligeramente separadas, brazos estirados al lado del cuerpo, las palmas hacia abajo
Deformación craneal tabular erecta. Senos pequeños
Características típicas del tipo D
En cuclillas agarrándose los senos
Senos pequeños, orificio a la altura del sexo ¿Posible parto?
Figuras huecas y macisas, moldeadas, muy relacionadas con las tipo ornamental. Probablemente masculinas
Dientes fuertemente apretados, boca entre abierta. Rostro fruncido en un "rictus de rabia o dolor"
De pie con el brazo levantado, en actitud similar a un saludo
Deformación craneal, frente abultada, barriga prominente
E1
E2
Marco en forma de corazón en la cara
Variante antropomorfizada
Tabla No. 1 Figurillas típicas
Manos apoyadas sobre la barriga
Barriga saliente
Falda lisa y ceñida
Tocado o peinado de "raya en medio" colgando por detrás de las orejas, orejeras de doble anilla, nariguera en forma de bola, collar de 4 vueltas con colgante circular del que penden flecos
Taparrabos liso en forma trapezoidal pendiendo de un cinto
Tocado de "raya en medio" que parece añadido, conserva sobre el frente la línea del pelo, nariguera en forma de bola, collar ancho del que pende un colgante o pectoral en forma de herradura y del que cuelgan flecos o colgantes
Facciones con cierto carácter simioide, ojos redondos, hocico saliente (como silvando) enmarcado en un corazón inciso
Una variante masculina con taparrabos
Taparrabos pequeño sujeto por un cinto
Ornamentación característica
Taparrabos pequeño
Collar pectoral similar a los anteriores
Arrugas y una especie de punteado en la barbilla
Representaciones de ancianos
Figuras huecas, moldeadas, terminadas y decoradas a mano con ligero pulimento
OTROS
Alrededor de la cabeza tienen una hilera de aditamentos cornimorfos Grandes orejeras circulares perforadas en el centro, collar formado por tiras de pastillaje con rasgos incisos. Tocados complicados con una serie de aves, en las que se representan con claridad cabezas, picos y colas abiertas como abanicos
Deformación craneal típica
Actitud característica. Al parecer hechas a mano y decoradas por pastillaje. Acabado cuidadoso y pulido, a veces con pintura roja
De pie en actitud más o menos ofensiva, adeltantando la pierna y flexionando ambas. Brazo estirado, el otro como lanzando un arma arrojadiza
"El sexo aunque no se representa claramente, parece ser masculino" (Sánchez, 1981: 43)
Figruas huecas, moldeadas, terminadas a mano. Posición característica. Dos figuras: F1 y F2
F1. Mujer sedente con las piernas abiertas F2. Figura sedetente
F1. Sexo marcado por un óvalo inciso y una serie de puntuaciones. Senos bien marcados. F2. Sexo no determinado
CARACTERÍSTICAS GENERALES
Ojos perforados
Atuendo complicado. Traje cortado en forma de pantalones lisos hasta el tobillo, a veces cubre también los brazos. Pies descalzos
Tirillas y bolitas de pastillaje. Pectoral semicircular con colgante redondo. Gorro rojo pulido. Tocados que imitan plumas. Aros de metal en las orejas perforadas
Ambas desnudas
Collares incisos, clavos nasales, nariguera hendida, bezote Collares como largos colgantes a veces con bolas en los extremos. Ajorcas señaladas por incisión puestas apretadamente bajo las rodillas, a veces bajo los tobillos. Tocados y orejeras variados
Hombres sentados sobre un taburete plano o curvo colocado sobre patas
POSICIÓN CORPORAL
RASGOS CORPORALES
No se marcan los rasgos sexuales. Gran orificio a la altura del sexo, senos pequeños, ombiligo prominente, deformación craneal típica
RASGOS FACIALES
ATUENDO
Ejemplar que parece sostener sobre las espalda algo ya perdido, por medio de dos bandas que se cruzan en el pecho
Variantes: a. Grandes manos apoyadas en las rodillas b. Manos levemente alzadas, sosteniendo algo c. Anciano pensador
Relación con las pensadoras de senos pequeños, faldas cortas y lisas y ornamentación sencilla
a. Banda en pastillaje alrededor de la cabeza b. Tocado en forma de una hilera horizontal sobre la frente, motivos ovalados en relieve
Un ejemplar en el que el remo ha sido sustituido por la pierna del mismo remero, ¿referencia a una leyenda o rito?
Figuras femeninas con vasijas u objetos sobre las piernas. Personajes en actitud de alimentarse, sentados o acurrucados
Trabajos diversos
Representaciones diversas que implican el uso de instrumentos. a. Remeros (figuras masculinas) b. Rondadores (figuras masculinas, huecas, moldeadas)
a. Sentados con las piernas estiradas hacia deltante, sujetando una especie de remo y en actitud de remar b. Rondador entre las manos en actitud de tocar
b. Sexo no manifiesto
a. Desnudos b. Taparrabos
Eróticas
Actitudes amatorias a. Dos figuras femeninas b. Parejas en actitud de coito
a. Actitud de sueño, una con las piernas juntas y la otra con las piernas separadas b. Coito anal
a. Orificio a la altura del sexo
a. Una de las figuras muestra un paño o falda cubriéndole las piernas
Figuras femeninas, huecas, moldeadas
Senos pequeños, deformación craneal típica
Facciones típicas
Falda lisa
Collar inciso con colgantes rectangulares
Tipo A
De pie, sosteniendo con el brazo izquierdo un niño, que a su vez agarra el pecho de la madre. La mujer sostiene el otro seno con el brazo libre
Collar, nariguera hendida, clavos nasales
Tipo B
La mujer sostiene sus pechos con ambas manos, sin niño
Collar sin placas colgantes
Tipo C
El niño separado de la madre se personaliza, haciéndose más real
Madre sentada, el niño de pie sobre su falda y sujeto por las manos o tumbado sobre las piernas estiradas de la madre
Ejemplar único
Madre acuclillada o sentada, el niño a horcadas sobre su cuello. La madre con una mano en la cabeza y la otra agarra uno de sus senos. El niño se coge de la cabeza de la madre, sus piernas descuelgan a los lados del cuello
Ambas categorías participan de las mismas características. Son sólidas y moldeadas
Actitud meditabunda, algunas tienen la mano sobre la cabeza en actitud de dolor
Variante: se ha perdido el ricturs de la boca, conserva las facciones fruncidas
Ancianos y enfermos
Tabla No. 4 Escenas de la vida cotidiana.
Deformación de la vertebral, joroba.
Arrugas, a veces sin dientes y deformación facial
OTROS
Desnudas
Figuras moldeadas, macizas. Ambos sexos. Aspecto y ornamentación sencillos. Diferentes menesteres de la vida cotidiana
Facciones típicas
ORNAMENTACIÓN
Orejeras circulares, nariguera en forma de bola con bigotera, collar de tirillas en pastillaje e incisión. En las manos sostienen instrumentos para el consumo de coca
Escenas domésticas
Un ejemplar con pulser similar al collar
Variante con la decoración facial incisa muy marcada. Dos adornos circulares en la cabeza
ORNAMENTACIÓN
Grandes orejeras circulares con una bolita perforada en el centro y una fila de bolitas alrededor, clavos nasales
Sedentes
Tipo D
Collar pectoral similar al del tipo E1
Ojos ovalados que combinan el relieve y la incisión. Nariz ancha, grande y perforada, boca alargada con comisuras muy marcadas
Figuras huecas, moldeadas, terminadas a mano. Relacionadas con las grandes figuras. Al parecer masculinas
Maternidad
Tocado con dos aditamentos salientes en forma de cuernos laterales, decorado con líneas verticales lisas o incisas. Pendientes circulares y un gran collar pectoral adosado con bolitas, flecos y tirillas Taparrabos decorado con bolitas
ATUENDO
Tabla No. 3 Grandes Figuras. Sánchez incluye bajo esta denominación las figuras de más de 30 centímetros, huecas y que combinan el modelado y el moldeado. Generalmente son masculinas y pocas aparecen completas. La tipología de estas piezas se basa en los rasgos representados en la cabeza.
TIPOVARIANTE
Tocado en el que el cabello se representa por medio de líneas incisas a partir de una raya central Tocado, líneas incisas sobre la frente, cabello colgado detrás de las orejas, orejeras circulares perforadas de mayor tamaño, collar largo de cuentas redondeadas con colgante
Deformación tabular oblicua
RASGOS FACIALES
Decoración en el tocado a base de una fila de bolas aplastadas en técnica de pastillaje. Collar de 2 hileras con una fila de colgantes rematados en bolitas
Falda corta y lisa
Desnudas
Decoración facial, círculos o lunares de pintura roja
Ornamentación destacada
Variante con deformación craneal anular erecta, moldeada por una banda lisa en relieve
Grandes orejeras de doble anilla, clavos nasales, bezote, collar inciso, a veces con otro largo y colgante encima
Orejeras típicas, nariguera en forma de bola, collar recto con colgante en el pecho
RASGOS CORPORALES
Subvariedad con collar inciso y colgante rectangular en el pecho
Velo o cabello que cuelga detrás de las orejas, nariguera en forma de bola, clavos nasales, collar inciso
Falda lisa
POSICIÓN CORPORAL
Cabeza en parte moldeada y en parte terminada y decorada a mano
Figuras huecas, moldeadas, Grandes ejecutadas con cierta tosquedad. figuras sedentes Decoradas por incisión y pastillaje. Al parecer masculinas
Adorno en la cabeza: tira lisa de pastillaje que se enrosca sobre si misma. nariguera en forma de bola, bezote, clavos nazales, orejeras de dobre anilla, collar inciso
Decoración en forma de corazón alrededor de ojos y boca, posible prolongación de tocado
E3
B
Una variante de tocado: peinado de raya en mendio y encima un gorro liso. El peinado parece colgar por detrás de las orejas
Grandes orejerar formadas por un pendientes circular en el lóbulo, a veces con un círculo central y encima seis bolas perforadas a lo largo del pabellón. Nariguera hendida, bezote en el labio inferior, collar inciso con colgante rectangular
C2a
C4a
A2
Grandes orejeras o pendientes circulares
Orejera circular perforada en el centro
CARACTERÍSTICAS GENERALES
A1
Banda incisa apuntada en la cabeza. Nariguera en forma de bola, rodeada por una anilla. collar ancho de líneas verticales y transversales. Colgantes o pectoral (parece pender del collar) circular con bola en el centro.
Faldilla decorada con motivos lineales y escalonados
B3
TIPOVARIANTE
A
Nariguera hendida bajo el tabique. gran collar marcado por líneas incisas transversales y verticales
B2
C1a
OTROS
Figura masculina de proporciones muy reducidas y con arrugas: ¿bebé, niño o anciano?
Tipología de las figurinas antropomorfas de Esmeraldas según Sánchez (1981)
TIPOVARIANTE
Eróticas
Inciación
Tipo A
Tipo B
CARACTERÍSTICAS GENERALES
Parejas que aparentemente se disponen a hacer el amor, en otras ocasiones el coito parece ya consumado. Coitos anales
La figura suele llevar un rodillo o cilindro bajo las rodillas o el cuello
Aparentemente femenina
Variante ornamentada del tipo B
Tipo D
Representación más naturalista, al parecer una mujer de formas opulentas
Tipo A
Tipo B
Tipo C
Sánchez las relaciona con las placas de iniciación, por la forma de representar la figura principal
Personaje con un niño
RASGOS CORPORALES
Por lo general son figuras recostadas que se abrzan
Recostadas con las piernas ligeramente abiertas
Posiblemente masculina
Tipo C
Familiares
POSICIÓN CORPORAL
ATUENDO
Desnudos o con autendos simples
ORNAMENTACIÓN
Collares incisos, algunos con colgantes rectangualres, orejeras sencillas. Los hombres llevan tocados en forma de "bandos", orejeras de doble anilla y collares con cuentas circulares. Las mujeres tiene orejeras circulares
OTROS
Ejemplar denominado "Los Gemelos", Sánchez en desacuerdo propone que representan a una pareja
Posible alusión a prácticas sexuales: ritos de iniciación como circunción o cliterectomía
Sexo al descubierto
Abultamiento en el sexo Atada a la altura de los hombros por dos o tres bandas lisas como ligaduras, y otra en la cabeza
RASGOS FACIALES
Desnudo
TIPOVARIANTE
Danzantes
Tipo A
CARACTERÍSTICAS GENERALES
Sexo no representado claramente, al parecer femenino con los labios abultados
Ombligo marcado
Orejeras de doble anilla, collar con colgante rectangular, bandas o ligaduras decoradas con incisiones Paño liso que cruza las piernas ocultando el sexo
ATUENDO
Más rica y elaborada que la de los tipos más corrientes
Figura exenta
En la mano derecha sostiene un disco o bola muy aplanada en actitud de juego
Taparrabos, paño rectangular o poncho con flecos
Ancho collar de incisiones verticales y transversales con un colgante o pectoral circular
Falda formada por una serie de piezas rectangulares colgantes adornadas con cbolitas y flecos. Esta falda cuelga de un ancho cinto
Tocado sujeto a la frente por un banda lisa o incisa en forma de gran aureola circular. A veces como abanico decorado con una hilera de bolitas o incisiones radiales. Ancho collar inciso con colgante central en forma de flecos
Tipo C
Figuras con orificio de suspensión en la parte superior de la cabeza
Figuras masculinas, sólidas, moldeadas, espalda alisada. Placa en la espalda con 3 picos laterales del Cabezas-trofeo cuello a la rodilla. Orificio de suspensión en la parte superior de la cabeza Figuras macizas y moldeadas. a veces forman parte de incensarios
Apoyada contra una especie de placa triangular y laterales quebrados en tres picos
Orejeras de doble anilla, collar y colgante pectoral semejante al tipo C3b
De pie, sostiendo con ambas manos, una por encima y la otra por debajo, una cabeza humana más pequeña que la propia
La figura principal lleva orejeras de doble anilla y un collar inciso
Taparrabos más o menos elaborados
Representación del tocado: cabeza zoomorfa o estilización de la misma
Tipo A
Exentas o adosadas. De pie con los brazos estirados a los lados del cuerpo o sosteniendo con las manos una especie de bastón transversal
Taparrabo decorado con relieve
Collar inciso con amplio pectoral colgante decorado con bolitas o incisiones radiales. Complicado y enorme tocado. Rostro enmarcado por una especie de diadema con motivos geométicos incisos de la cual penden grandes orejeras que parecen formar parte del mismo tocado. Sobre el rostro una cabeza zoomorfa rodeada por un cículo decorado con bolitas perforadas y proyecciones cónicas laterales con 2 motivos circulares sobre todo, o bien un cilindro transversal sobre el que hay un ave con las alas desplegadas
Tipo B
Sedente sosteniendo en las manos un bastón horizontal con terminaciones en forma de cabeza de animal (quizá un reptil)
Similar al anterior
Tocado similar al anterior pero sin remate de adornos decorados
Taparrabos
Collar inciso, pectoral circular, orejeras de doble anilla. Tocado de típica aureola que a veces parece representar un tiburón, a veces un reptil
Sedentes o de pie
Recostadas Variante 1, relacionada con las del tipo A de las placas de inciación: hombre con el sexo abultado, orejeras de doble anilla, collar de cuentas redondas. Variante 2, relacionada con el tipo D de las de iniciación: mujer de formas rotundas, conserva los rodillos bajo las piernas y el cuello. El niño recostado al lado izquierdo llava orejeras de dobre anilla y collar
Niño al costado izquierdo, rodeado por el brazo izquierdo del adulto
Relacionado con el tipo D de las placas de inciación. Una mujer con rodillo y dos niños
Niño de la izquierd, sujeto por el brazo derecho de la madre, agarra con su mano derecha el pecho derecho de la madre. El niño de la derecha agarra con la derecha el brazo izquierdo de la mujer
El niño de la derecha lleva collar
Relación con las placas eróticas. Un hombre, una mujer y un niño
El hombre a la izquierda, luego la mujer que sujeta al hombre con su brazo y en su costado izquierdo agarra al niño
Hombre con un tocado de "bandos", collar de cuentas redondas, orejeras de dobre anilla. La mujer tiene orejeras redondas y el niño orejeras circulares
El hombre desnudo y la mujer con el paño típico sobre las piernas
ORNAMENTACIÓN
Típico taparrabo masculino
Figuras exentas o formando parte del pie de un incensario
"Alterego"
Nariguera hendida bajo el tabique nasal
RASGOS FACIALES
De pie con el brazo derecho levantado y el izquierdo estirado a lo largo del cuerpo
Incisión vertical en el pubis Figura en la cual el cuerpo, los brazos y las ligaduras tienen grabados lineales en zig-zag y ondulados
RASGOS CORPORALES
Figuras macizas, moldeadas en bloques. Se consideran masculinas, aunque no se marcan los rasgos sexuales
Tipo B
Orejeras de doble anilla, collar de cuentas cuadradas con colgante rectangular
POSICIÓN CORPORAL
Tipo C
Versión más elaborada. Figura masculina moldeada y terminada a mano
De pie
Caracterización Figuras macizas, moldeadas y felina relacionadas con la figura del felino
Tipo A
Exenta o adosada al pie de un incensario
Características humanas
De pie con los brazos estirados a los lados del curpo
OTROS
Aunque se les llama danzantes podrían representar un juego o ceremonia
Características felinas
Atavío en forma de máscada que cubre total o parcialmente el rostro
Rostro humano que asoma a través de la cabeza felina. Ojos grandes y salientes. Insiciones que rodean el hocico, lengua colgante
Taparrabos o delantal adornado a base de rectángulos en relieve
Diadema sobre la frente decorada con bolitas o incisiones. Tocado a modo de penacho semicircular o abanico. Orejeras en forma de flecos
Difícil identificación debod al estado de conservación. Parece una especie de pantalones
Tocado en forma de 2 alas semicirculares, sujeto a la frente con una diadema y decorado con incisiones o bolas y un motivo fitomorfo central. Orejeras colgando de un pendiente circular rematadas en flecos. Amplio collar pectoral con bolitas o líneas incisas. Placa colgante circular
Algunas variaciones menos estilizadas
Variante 1: felina. Variante 2: vampiresca
Tabla No. 4 Placas. Son placas rectangulares, moldeadas y muy estereotipadas que usalmente tienen un orificio de suspensión en el centro o dos, uno a cada lado. Representan diversas combinacionees de distintos personajes: hombre, mujer, hombre y mujer, mujer y niño, hombre y mujer y dos niños (Sánchez, 1981: 47). Tipo B
Figura maciza y moldeada con la parte trasera plana y terminada a mano. Probablemente masculina debido al atavío
De pie con los brazos a los lados del cuerpo
Tipo C
Extraña figura sólida, moldeada. Exenta o adosada a una especie de placa triangular, cuyo vértice asoma por la parte inferior de la cabeza
Brazos estirados horizontalmente a los lados del cuerpo, igual las piernas pero con las rodillas flexionadas
Hueco entre las piernas, ¿funcional? como si la figura se clavara en el vértice de algo
Tocado semicircular con incisiones, tiras y bolas. en la variante 2 el tocado parece tener forma de 3 segmentos de círculo, 2 pequeños colgantes que penden de las orejeras y placa circular sobre el pecho
Hombre caimán
Figura sólida, moldeada a mano, parte trasera aplanada y decorada con incisiones. Manufactura tosca.
Manos apoyadas sobre el pecho.
Sexo indefinido. Cabeza estilizada de reptil
Ornamentación variable, cabeza lisa o decorada con motivos en relieve y collar con colgante
Características felinas, ¿máscaras?, ojos redondos y salientes. Hocico rodeado por una incisión
Tabla No. 5 Figurillas ceremoniales. Según Sánchez el atuendo, la ornamentación y las posturs son características de estas figuras. Al parecer hacen referencia a ciertas ceremonias o personajes relacionados con un culto o una clase social de alto rango (Sánchez, 1981: 49).
TEXTOS
Revista Inversa, Vol. 2, No.2 (2006): 163-185.
Arqueología, Antropología
y el concepto de cultura
Traducción de: Lina Tatiana Lozano Ruiz linatlozano@gmail.com Antropóloga Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá
Recibido: 12/12/2006 En revisión desde: 15/12/2006 Aceptado para publicación: 27/12/2006
Abstract The culture concept has been central to anthropology since the formational period of the discipline. Yet for much of the discipline’s history it was used without explicit definition. Recent attempts to define it have yielded a range of varied formulations in the subdisciplines of archaeology and sociocultural anthropology. Does this mean that the center of anthropology -shared belief in a unified culture concept- has been destroyed? Quite the opposite, the author concludes -the debate has yielded benefits.
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Vol. 2 No. 1 (2006)
Key words Culture, archaeological theory, history of anthropology, ethnoarchaeology.
Resumen El concepto de cultura ha sido central para la antropología desde el periodo de formación de la disciplina. Aunque en gran parte de la historia de la disciplina ha sido usado sin definición explicita. Intentos más recientes para definirlo, han derivado en un rango de formulaciones variadas en las subdisciplinas de la arqueología y la antropología sociocultural. ¿Esto querrá decir que el centro de la antropología –la creencia compartida en un concepto de cultura unificado- se ha destruido? Por el contrario, la autora concluye que el debate a rendido beneficios.
Palabras claves Cultura, teoría arqueológica, historia de la antropología, etnoarqueología.
Revista Inversa
Patty Jo Watson pjwatson@artsci.wustl.edu Departament of Anthropology Washington University in St. Louis
Arqueología, antropología y el concepto de cultura Pp. 161-183. Patty Jo Watson. Traducción de Lina Tatiana Lozano Ruiz
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unque1 pertenezco2 a la American Anthropological Association desde 19533, que fuera mi primer año en el Graduate School4, he estado tan profundamente inmersa en mi esquina arqueológica por los pasados 20 años que no había notado, hasta que empecé a pensar en esta charla, lo diferente que es el panorama antropológico actual de aquel con el que yo fui educada. Este hecho hizo de la presente tarea un reto considerable: decir algo que mantenga la atención de una audiencia que representa la diversidad de la antropología de los años 1990’s, por lo que decidí estructurar gran parte de mi discusión en torno a algo central para la Antropología y los antropólogos desde el principio de su formación en la disciplina: la cultura. Como una estudiante graduada de la Universidad de Chicago, me di cuenta que el concepto antropológico de cultura, como una cuestión de fe y creencia personal, había empezado a desvanecerse para mí cuando me convertí a una forma particular de protestantismo. Quizás no es sorprendente que durante el periodo previo a mi M.A, yo haya concluido que la cultura es una de las máximas cruciales de la fe antropológica. Me pareció absolutamente necesario comprometerme con una de las tantas definiciones de cultura que para entonces estaban en discusión (Kroeber y Kluckhohn, 1952) antes de poder reafirmarme como una verdadera antropóloga (antes de pasar los exámenes). Después de eso, obtendría un Ph.D. y viviría mi carrera antropológica de acuerdo a mi propia forma de entender la cultura, que podía ser también la de Kluckhohn, Kroeber o la de Linton. En realidad, la definición a la que decidí adherirme fue a la versión que Robert Redfield hizo de la clásica definición de E. B. Tylor quien dijo que, «Cultura […] es esa totalidad compleja que incluye conocimiento, creencias, arte, moral, leyes, costumbres y cualquier otra capacidad o habito adquirido […] como miembro de la sociedad» (Tylor, 1871:1). En la interpretación de Redfield, «Cultura es ‘un cuerpo organizado de maneras de entender convencionales, que se manifiestan en el arte y los artefactos los cuales, al persistir en la tradición, caracterizan un grupo humano’» (Redfield, 1940; ver Kroeber y Klukhohn, 1952: 61). La definición de Redfield es más corta y concisa que la de Tylor, y por tanto más fácil de memorizar para una persona que estaba lidiando –como yo en ese momento– no sólo con secuencias histórico-culturales en muchas partes del Viejo y el Nuevo Mundo, sino también con los sistemas de parentesco de los Murngin, Naskapi o los Nuer, con cómo identificar un fonema de un morfema y con definir cómo difiere exactamente la pelvis de un australopitecino de la nuestra o la de un chimpancé. Es importante mencionar que Redfield era un miembro honorífico de la Facultad de Antropología de la Universidad de Chicago, y alguien que mi director de trabajo (Robert J. Braidwood) respetaba. Sobretodo, la definición de Redfield menciona las manifestaciones de la cultura (arte y los artefactos) y explícitamente invoca la duración en el tiempo, dos características que apelan con mucha fuerza a los arqueólogos. Segura de mi comprensión del concepto de cultura, pasé mis exámenes, obtuve mi M.A, y me dediqué a mi investigación sobre la prehistoria del Occidente Cercano. Redfield, Eggan, Tax, Braidwood, Washburn y McQuown nos enseñaron que la antropología era una empresa compuesta por cuatro partes iguales: la antropología social o etnología, la arqueología, la antropología física y la lingüística. Un arqueólogo prominente de Harvard, Philip Phillips, también enfatizó formalmente los lazos cercanos entre la arqueología y el campo más amplio de la antropología en un artículo muy influyente publicado en 1955, en el que concluía que «la arqueología americana es antropología o no es nada».
A
El siguiente texto, de autoría de Patty Jo Watson, corresponde a la Conferencia central presentada en la 93º Reunión anual de la American Anthropological Association, realizada en Atlanta, Georgia, en Noviembre de 1994. Este documento fue publicado originalmente bajo el nombre de «Anthropology, archaeology and the Culture Concept» en American Anthropologist, New Series,Vol. 97, No. 4 (diciembre de 1995), Pp. 683-694. Esta es una publicación de la American Anthropologist Association. Todos los derechos reservados.
1
Patty Jo Watson es profesora del departamento de Antropología, Universidad de Washington. St. Louis, MO 63130. Es considerada una de las pioneras en el campo de la etnoarqueología, gracias a la innovaciones que aportó en este campo.
2
Los pies de página originales del texto (señalados por números romanos) se encuentran al final de este documento antes de la bibliografía. Las notas identificadas con números arábigos son las acotaciones realizadas por la traductora.
3
El graduate school es el nivel equivalente a Maestría (N. de la T.).
4
Revista Inversa
Yo, entusiastamente acepté esto como verdadero y me identifiqué con la antropología tan fervientemente como con la arqueología. En algún momento durante el final de los años 1950s, cuando estaba por obtener mi Ph.D, tuve una confrontación con la realidad sobre la relación entre arqueología y antropología. Habiendo asistido a una conferencia y a la subsiguiente recepción realizada para Ruth Landes, cuyas etnografías sobre los Ojibwa había leído y admirado, me presenté ante ella como una antropóloga. Ella me preguntó cuál era mi especialidad, y yo le respondí que era la prehistoria del Occidente Cercano, en este punto ella se volteó abruptamente diciendo: «Entonces usted no es antropóloga, usted es arqueóloga». Su respuesta fue mi primer indicio de que el mundo antropológico no estaba tan integrado como mis mentores me lo habían hecho creer. Tuve una amplia oportunidad de confirmar este indicio cuando estaba llevando a cabo una investigación en el Viejo Mundo, y luego cuando realicé mi trabajo de campo en el Este de Norteamérica. A inicios de los años 1980s, conocí por lo menos dos departamentos norteamericanos de arqueología completamente separados de la antropología (Calgary y Simon Fraser), y otro que estaba por empezar (Boston University). Había también algunos temas separatistas mencionados claramente en la literatura por varios arqueólogosi. Algunos años después, una incursión anti «arqueología como antropología» a gran escala llegó proveniente de Inglaterra y Europa Noroccidental ii. La «arqueología norteamericana como antropología» fue rechazada a la par con otras señales del imperialismo norteamericano, y por supuesto, durante los años 1960s y 1970s, yo había notado que el equilibrio de las subdisciplinas en el departamento de mi Alma Mater en Chicago, se inclinaba asimétricamente hacia un tipo de antropología sociocultural y en contra de la arqueología y la antropología física. Yo sabía esto, pero no fue sino hasta que oí la conferencia de Kent Flannery en la Reunión Anual de la Asociación Americana de Antropología (AAA) en diciembre de 1981 (Flannery, 1982), que me di cuenta que la otra parte fundamental de mi aprendizaje antropológico básico –el concepto de cultura, incluso la cultura misma–, estaba siendo atacado en la Antropología Sociocultural Americana. Flannery citaba la impresión de Eric Wolf en 1980:
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«Una antropología temprana logró su unidad bajo la égida del concepto de cultura. La cultura era, desde el punto de vista de los antropólogos, la que distinguía a la humanidad del resto del universo, y eran las variedades culturales las que diferenciaban a una sociedad de la otra […] El último cuarto de siglo ha minado este sentido de seguridad intelectual. El relativamente incipiente concepto de «cultura» fue atacado desde varias orientaciones teóricas. En la medida en que las Ciencias Sociales se transformaron en ciencias de la «conducta», las explicaciones para el comportamiento ya no podían ser trazadas desde la cultura: la conducta debía ser entendida en términos de los encuentros psicológicos, estrategias de elecciones económicas y luchas por saldar los juegos del poder. La cultura, que alguna vez se había extendido a todos los actos e ideas empleadas en la vida social, ha sido relegada a las márgenes como una «forma de ver el mundo» o «valores».» (Wolf, 1980).
Flannery lamenta la pérdida de un concepto integrador de la cultura en la etnología, y teme ante la amenaza que tal pérdida implica para la arqueología. Hoy, algo más de diez años después, parece que la situación de la cultura en la etnología y la antropología sociocultural es aún más problemática. En 1952, Kroeber y Kluckhohn (1952:149) notaron que después de que Tylor publicara su definición de cultura en 1871, no se ofrecieron otras
Oscar Javier Reyes Chiriví
Arqueología, antropología y el concepto de cultura Pp. 161-183. Patty Jo Watson. Traducción de Lina Tatiana Lozano Ruiz
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Oscar Javier Reyes Chiriví
definiciones formales en 32 años. Entre 1900 y 1919, encontraron 6; entre 1920 y 1950 hubo 157. La palabra cultura ha sido muy concurrida durante todo este tiempo, incluyendo las tres décadas post-Tylor, pero ha sido usada sin definición explícita. De acuerdo a una publicación reciente (Borofsky, 1994), la investigación sobre el concepto de cultura, o lo «cultural,» ahora va desde aproximaciones a lo lingüístico, cognitivo y psicológico hasta una gran variedad de esfuerzos experimentales posmodernos y post-posmodernos tanto en el medio literario, como en trabajos orientados política, histórica, empírica o metodológicamente, y en aquellos que se enfocan explícitamente en los nexos de la biología y la cultura, los de las Ciencias Naturales y las Ciencias Humanas y en aquellos concentrados en encuentros interculturales en los sistemas mundiales premodernos, modernos o posmodernosiii. Volveré a este tema más adelante al final de esta sección, pero primero hablaré sobre algo que me es de alguna manera más familiar: los recientes viajes del concepto de cultura en la arqueología. El concepto de cultura en arqueología y antropología ha seguido una trayectoria bien marcada pero no lineal durante las décadas anteriores. Después de un periodo libre y especulativo en el siglo XIX (Willey y Sabloff, 1993: Cáp. 2), la arqueología norteamericana se desarrolló alrededor de una aproximación histórico-cultural paralela, aunque separada de los procesos concurrentes en la arqueología europea (Trigger, 1989: 187, 195). Con el cambio de siglo, «el término cultura fue por primera vez aplicado a grupos de sitios que contenían artefactos que podían distinguirse como conjunto en Ohio Valley. En 1902 William C. Mills había identificado las culturas Fort Ancient y Hopewell» (Trigger, 1989: 187). Para este momento en el discurso arqueológico norteamericano, Trigger decía que una «cultura» era principalmente una entidad geográfica –una unidad taxonómica para una de las tantas unidades sincrónicas– teniendo en cuenta que se sabía muy poco de cronología. El periodo entre la 1era y la 2da Guerra Mundial se caracterizó por una preocupación intensa por las relaciones temporales y una amplia discusión sobre el particularismo histórico en la arqueología norteamericana. Trigger mencionaba, como otros tantos estudiosos, que los arqueólogos americanistas de los años 1930 y 1940 no le prestaban atención al comportamiento humano, a la función, la ecología o incluso a la cuantificacióniv. No había interés en la cultura per se, aunque las unidades de clasificación utilizadas extensamente (periodo, fase, tradición, horizonte) se entendían implícitamente como unidades culturales, que posiblemente reflejaban tribus antiguas o grupos de tribus relacionadas. Las culturas arqueológicas de Norteamérica eran consideradas conservadoras, y si cambiaban, lo hacían lentamente en respuesta a la difusión de objetos e ideas y/o por la migración de grandes o pequeños grupos humanos. La crítica detallada de Walter Taylor a la arqueología americana, publicada en 1948, que promovía una visión muy diferente de la cultura de y para los arqueólogos, fue un punto de separación radical de la tendencia de la práctica arqueológica de los años 1940s. El argumento de Taylor (1948: Cáp.4) incluía una visión de la cultura compuesta de dos conceptos, uno holístico –Cultura– y uno partitivo –las culturas–. Hablando holísticamente, los fenómenos Culturales se distinguían de los fenómenos naturales, orgánicos (no-humanos, biológicos) e inorgánicos (geológicos, químicos). Los fenómenos culturales son emergentes, más que la suma de las partes, están en un reino propio, creado y mantenido por la actividad cognitiva humana.
Revista Inversa
Partitivamente, el concepto de cultura también denota una fracción5 en la totalidad de la Cultura Humana, una cultura. De cualquier manera, la C/cultura «es un fenómeno mental, que consiste en los contenidos de las mentes, no en los objetos materiales o el comportamiento observable» (Taylor, 1948: 96). El contenido cultural es acumulativo: «La totalidad cultural que existe actualmente debe su forma y al menos la mayor parte de su contenido, a la llamada herencia cultural» (Taylor, 1948: 98). La (o una) herencia cultural consiste en constructos mentales. «La herencia meramente física es ajena a lo que a la cultura concierne, es propiedad del mundo de la física no de la cultura» (Taylor, 1948: 99). Lo que alguna vez se había llamado cultura material (en oposición a la «cultura no material» o «cultura social»), según Taylor, no es cultura y en realidad esta lejos de la verdadera cuestión: el locus de la cultura es mental, son las ideas en las mentes de las personasv. Los artefactos y la arquitectura son el resultado de comportamientos, que a su vez resultan de la actividad mental. «La cultura [el fenómeno de primer orden para Taylor] es inobservable e inmaterial». El comportamiento (fenómeno de segundo orden) es observable, aunque inmaterial, y sólo con un fenómeno de tercer orden resultante del comportamiento llegamos a los artefactos, la arquitectura y otros materiales concretos que componen el registro arqueológico: «este [tercer] orden consiste en objetivaciones de la cultura y no constituye la cultura en si misma» (Taylor, 1948:100). La manera en que Taylor trata el tema de la cultura es distinto de la posición que tomará, mas o menos contemporáneamente Kroeber, quien dice que los materiales y los objetos son parte de la cultura al igual que las ideas y las costumbres: «Podemos olvidarnos de esta distinción» (Kroeber, 1948: 295-296). Aunque si uno lee la totalidad de la discusión de Kroeber, se da cuenta de que su visión es probablemente la misma que la de Taylor (y Redfield). El dice,
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No es difícil ver como Taylor, empezando con la visión tradicional de la cultura, y pensando en cómo transformar las observaciones del registro arqueológico en información sobre la cultura, llegó a la formulación antes mencionada. Si sólo las ideas y el conocimiento en las mentes de las personas son cultura, así como la fuente de la misma, los arqueólogos que desean contribuir a la antropología cultural, la disciplina que estudia la cultura, deben encaminar sus hallazgos arqueológicos de forma tal que sirvan para calcular patrones cognitivos anteriores. El registro arqueológico puede revelar la cultura pasada –las actividades mentales de las personas que murieron hace mucho– si es hábilmente interrogado. Los arqueólogos como arqueólogos no son más que unos técnicos indagando6 materias físicas y sus asociaciones en el tiempo y el espacio, pero los arqueólogos como antropólogos están calificados de manera única para producir verdadera información cultural sobre las poblaciones de la antigüedad y las sociedades extintas a lo largo del tiempo y del espacio. Uno puede pensar que este es un prospecto apasionante y emocionante, aunque virtualmente nadie le prestó atención al llamado de Taylor para reformar la práctica arqueológica y volverla más antropológica. Nada sucedió, incluso después de que dos eminentes y respetados miembros del establecimiento arqueológico, Gordon Willey y Philip Phillips, repitieron una advertencia que antes ya había hecho este
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«Lo que cuenta no es el hacha física, o el abrigo o el trigo, sino la idea que hay sobre los mismos, su lugar en la vida. Es este conocimiento, concepto y función lo que pone a estos mismos en transmisión a través de las generaciones, o los difunde entre otras culturas, mientras que los objetos en si se agotan o se consumen» (Kroeber, 1948: 295).
5
En cursiva en el original (N. de la T.).
En el original la autora hace uso de la palabra digging haciendo un juego de palabras que implica a la vez excavar e indagar (N. de la T.).
6
Arqueología, antropología y el concepto de cultura Pp. 161-183.
último: «la arqueología americana es antropología o no es nada», aseveración que apareció en un volumen ampliamente leído y sumamente influyente llamado Método y Teoría en la Arqueología Americana7 (Phillips, 1955; Willey y Phillips, 1958: 2) entonces, ¿por qué no le prestaron atención a Taylor? Uno de los obstáculos más inmediatos y prácticos fue la técnica ad hominem, o ‘directo a la yugular’ que usó Taylor para subrayar los pecados y los errores cometidos por los arqueólogos vivos, activos y sumamente influyentes, quienes según él, predicaban la antropología pero practicaban «mera cronología», distribuciones temporoespaciales estériles de artefactos seleccionados. Esos asaltos personales son casi siempre poco exitosos como una estrategia a largo plazo, y en una publicación de la disertación doctoral, son suicidas. Otra razón a priori para que el programa de Taylor nunca fuera implementado, ni siquiera por él mismo, fue que las demandas que implicaba en el campo y en el laboratorio a la hora de hacer el registro y el análisis de la información eran simplemente imposibles para la época en que el Estudio de la arqueología8 fue publicado. Incluso hoy, con buen hardware y software disponibles para los arqueólogos, y con mayor conocimiento sobre los procesos en la formación de los sitios, así como un mayor interés en los patrones ideacionales antiguos, la arqueología conjuntiva de Taylor es de un orden muy alto. Como Dunnell (1986: 36) ha indicado, hay todavía otra posible explicación de por qué el llamado de Taylor por una reforma fue virtualmente ignorado, y la razón sería el concepto de cultura que suministró como fuente y centro de su formulación. Tylor aseveró, como la mayoría de antropólogos sociales de su época, que el locus de la cultura es mental. Los artefactos no son cultura, sólo son objetivaciones9 de ésta bastante distanciadas de la cuestión real. Sobre todo, insistió en que la principal meta a la que los arqueólogos podían aspirar era a producir antropología social desde restos arqueológicos, es decir, los procesos mentales (la verdad, la cultura real) de esas gentes del pasado. Este argumento fácilmente llevaba a ver a la arqueología como algo supremamente marginal dentro de la antropología en general. Como indicamos antes, los planteamientos de Taylor iban en contra de los supuestos básicos con los que operaban muchos de los arqueólogos en la época (Binford, 1987: 397), quienes no creían que los significados originales de los ítems – el que le daban sus creadores– pudieran ser recuperados y quienes estaban menos interesados en estas proposiciones, que en sus sistematizaciones temporoespaciales básicas. En 1943, Griffin de hecho explicaba,
Patty Jo Watson. Traducción de Lina Tatiana Lozano Ruiz
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Method and Theory in American Archaeology en el original (N. de laT.).
7
A Study of Archeology en el original (N. de la T.).
8
9
En cursiva en el original (N. de la T.).
A Study of Archeology en el original (N. de la T.).
10
Ver también el texto publicado en la American Antiquity: Journal of the Society for American Archaeology (1988, Vol Nº 53) titulado «History and Archaeological Theory: Walter Taylor revisited» de James Deetz (N. de la T.). 11
12
En cursiva en el original (N. de laT.).
«El significado exacto de cualquier objeto en particular para un grupo o individuo está perdido por siempre, y la verdadera significación de cualquier objeto en un sentido etnológico habrá desaparecido en el momento en que se vuelve parte del catálogo de hallazgos arqueológicos» (Griffin, 1943: 340).
Casi exactamente 20 años después de que Taylor completara su disertación publicada en 1948 como Estudio de la Arqueología10 –una crítica devastadora y legítima, que aparentemente se hundió sin dejar rastro–, otro reformista publicó un intento mucho más corto y mucho más exitoso, muy similar en algunos aspectos al de Taylor pero muy distinto en otros: Lewis Binford escribió un artículo en 1962 publicado en American Antiquity11 titulado «Arqueología como Antropología», que inició un periodo de dominancia de la Arqueología Procesual o «Nueva Arqueología» como usualmente es conocidavi. Al igual que Taylor, Binford y los Nuevos Arqueólogos hacían un intento por expandir las metas de la arqueología antropológica americana más allá de las tipologías y la estratigrafía. Aunque Binford insistía en que todos12 los aspectos de las sociedades del pasado podrían ser investigados arqueológicamente,
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en la práctica él se enfocaba casi exclusivamente en la subsistencia y la ecología. La Procesual o la Nueva Arqueología fue una especie de «econopensamiento»13 neoevolucionista (Hall, 1977) con un fuerte énfasis en el método hipotético deductivo, la cuantificación, los computadores y las estadísticas. El concepto de cultura de Binford, apropiado para el tenor de la Nueva Arqueología y bastante diferente del de Taylor, era el de Leslie White quien fuera su profesor en la Universidad de Michigan: «Cultura son los medios extrasomáticos del hombre para adaptarse» (Binford, 1962; White, 1959: 8, 38-39). El mismo Binford –como otro de sus profesores en la Universidad de Michigan, James Griffin–, tenía poco interés en los significados que los materiales arqueológicos podrían haber tenido para quienes los hicieron o usaron, y no ponía mayor énfasis sobre las situaciones ideacionales, dejándoles como epifenómenos como máximo. De este modo, bajo su liderazgo altamente influyente, la arqueología americanista era materialista, funcionalista y evolucionista en su orientación, y abiertamente antropológica y científica en su aspiración. Esta trayectoria fue muy exitosa durante los años 1960s y 1970s. De hecho, aún representa el eje central de la práctica arqueológica en los Estados Unidos (Willey y Sabloff, 1993: 317), en parte dado al gran éxito inicial de la Nueva Arqueología, y en parte por la legislación federal de 1974 (la Moss-Bennet Hill, o el Acta de Conservación Arqueológica) que demandaba la inclusión de la arqueología en las evaluaciones de impacto ambiental federales. Esta legislación formalizó y estandarizó los procedimientos arqueológicos, según la forma en que se realizaban a principios de los 70s, y que persisten hoy en día en los Estados Unidos. Finalizando los años 60s, los intentos de Binford por entender las variaciones morfológicas en los conjuntos del Paleolítico Medio en Francia (Musteriense), terminaron por cambiar el énfasis de sus trabajos a la etnografía en el norte de Alaska y otros lugares (Binford, 1983:100-106). En gran medida, aunque no únicamente, gracias a la influencia de Binford, la etnoarqueología se convirtió en un foco estándar de investigación durante los años 70s y 80s para los americanistas y otros prehistoriadores, que hoy se ha establecido como una subdisciplina productivavii. A finales de los años 1970s y 1980s, los pocos arqueólogos-antropólogos que no habían sido arrastrados aún por el Binfordianismo y la Nueva Arqueología procesualista con su fuerte énfasis metodológico, recibieron un nuevo refuerzo de los defensores del direccionamiento posmoderno en la arqueología proveniente de Inglaterra y Europa (postprocesualistas), en el que las cuestiones ontológicas eran centrales. El más influyente dentro de estos –al menos en el mundo angloparlante– se dice fue Ian Hodder (1982a, 1985, 1991a, 1991b). Aunque Hodder se oponía enfáticamente a casi todo lo que defendía Binford, y Binford demostraba intensamente su rivalidad, ambos estaban profundamente comprometidos con la etnoarqueología como una técnica arqueológica esencialviii. Obviamente el foco de sus observaciones etnográficas difería. Binford, para quien la cultura se compone de los medios extrasomáticos con los que cuenta la humanidad para sostenerse en un amplio rango de ambientes físicos a través del tiempo y del espacio, documentaba la interacción entre el clima, la flora, la fauna, la topografía, la geología y otros factores naturales con el humano cazador-recolector-buscador de subsistencia y tecnología. Hodder, para quien la cultura es mental (simbólica), material, sociocomportamental, y las relaciones recursivas que hay entre las tres, resaltaba la importancia de los roles que tenían los artefactos en las complejas y dinámicas tensiones que caracterizan los encuentros sociales entre humanos. Él resaltaba la primacía de la arqueología como arqueología, y de la arqueología como historia, antes que arqueología como
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En cursiva en el original (N. de laT.).
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En cursiva en el original (N. de laT.).
En francés en el original. En español se traduce como «fracasados» (N. de la T.).
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antropología, e insistía en una aproximación particularista para entender el pasado muy similar a la de R.G Collingwood (1939, 1946). Binford rechazaba el concepto antropológico tradicional de cultura (que era el mismo de Tylor, Kroeber, Redfield, Taylor) porque no era apropiado para sus metas y prácticas como arqueólogo, ni siquiera para las explícitamente antropológicas. Hodder se comprometió con una versión semiótica fluida del concepto tradicional de cultura en el que los objetos materiales, los artefactos, son participantes completos de la creación, el despliegue, la alteración y la desaparición de los complejos simbólicos. Hodder aboga por una arqueología contextual –como lo había hecho Walter Taylor– pero por una en que los artefactos no son sólo objetivaciones de la cultura, sino que son14 cultura. Asi como Binford habia rechazado una arqueología impracticable, con un concepto idealista-mentalista de la cultura y se inscribió a favor de la formulación funcionalista y neoevolucionista de Leslie White, el movimiento de Hodder es fuerte y perspicaz; pero se dirigía en dirección opuesta al que había tomado Binford. Hodder empieza con el concepto mentalista de la cultura, y saca a la arqueología de un lugar periférico teniendo en cuenta este concepto y la sitúa en el centro de las investigaciones simbólico-estructuralistas. Los artefactos –su creación, uso y descarte– son «símbolos [i.e, cultura] en acción [social]» (Hodder, 1982a). Desde entonces, la arqueología con su mayor énfasis sobre la cultura material está posicionada central y estratégicamente en la arena de la teoría social. Binford no niega que los artefactos tengan significado intrínseco, contenido semiótico, para sus creadores y beneficiarios, pero esto no le interesa. Él rechaza el estrecho enfoque arqueológico tradicional sobre los artefactos solamente como marcadores de tiempo y espacio, también rechaza el enfoque de Taylor según el cual los artefactos son meras pistas15 –objetivaciones– de patrones culturales en mentes hace tiempo desaparecidas, mientras promueve la idea de que, sin importar que tan duro trabajen, los arqueólogos que decidan seguir el proyecto de Taylor no podrán ser más que antropólogos culturales manqué16. Binford ve a los artefactos y la información asociada no-artefactual/ecofactual como el medio esencial para interpretar las dinámicas interactivas de los paleoambientes y las paleoeconomías en detalle sincrónico y diacrónico, un trabajo sumamente importante que sólo los arqueólogos pueden hacer. Para hacer que los artefactos y los ecofactos en que se comprime el registro arqueológico hablen lo suficiente sobre estos temas, es necesario hacer una aproximación a estos artefactos y ecofactos con información sobre el proceso formacional del sitio y de etnoarqueología, a lo que Binford se refiere como «teoría de rango medio». Hodder no está interesado en cuestiones de subsistencia y de medios de vida en bruto. Más bien, los significados intrínsecos con los que los artefactos eran imbuidos, los roles que alguna vez tuvieron en el complejo de acciones sociales e interacciones, son centrales. Él está de acuerdo con los antropólogos simbólicos y otros teóricos sociales en que los sistemas simbólicos son lo que distinguen al primate humano de las demás bestias; esos sistemas simbólicos incluyen y son formados por objetos materiales y formas arquitectónicas. Hodder se aproxima a estos aspectos de los sistemas simbólicos, del pasado y del presente, a través de la etnoarqueología (Hodder, 1982a, 1982b). Entonces, ¿Qué es eso de la etnoarqueología, sobre lo que los representantes mas influyentes de la arqueología euro-americana han convergido? La etnoarqueología es uno de los medios multitudinarios en que los arqueólogos obtienen información relevante para crear y expandir sus inferencias sobre el registro arqueológico, y hacer esas inferencias más plausibles. La etnoarqueología puede ser tan simple como
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«La cultura material transforma estructuralmente más allá de reflejar el comportamiento […] los desechos y patrones de enterramiento relacionan la organización social con los conceptos de pureza y contaminación […] Por tanto, la forma en que la cultura material se relaciona con una sociedad depende de las estructuras ideológicas y los códigos simbólicos»x.
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correlacionar detalles descriptivos y funcionales sobre los objetos y los procesos que los arqueólogos frecuentemente encuentran –cuchillas de piedra, punzones de hueso, fragmentos de ollas hechas en rueda, mena metálica– con fuentes de archivo, como viejas etnografías, historias antiguas, exhibiciones de museo y colecciones; o de fotografías publicadas y no publicadas, dibujos, pinturas. Aunque clásicamente, etnoarqueología significa diseñar y realizar una investigación etnográfica en uno o más lugares contemporáneos, escogidos por su relevancia para algún problema arqueológico. Binford escogió los Nunamiut del norte de Alaska porque creía que las técnicas de caza del caribú que ellos practican en el ambiente ártico eran relevantes para su interpretación arqueológica de los cazadores de caribú del paleolítico medio en el ártico oeste europeo durante el pleistoceno tardío. Los Nunamiut también le enseñaron a Binford sobre las dinámicas de grupos cazadores-recolectores móviles y exitosos en estrecho contacto con sus recursos naturales en sus paisajes. Los libros y artículos de Binford sobre las lecciones que aprendió de los Nunamiut fueron, y son, muy influyentes sobre los arqueólogos americanistas, así como las otras investigaciones etnoarqueológicas o de actualización sobre las teorías de rango medio: «la relación entre la estadística y las dinámicas, entre comportamiento y material derivativo»ix. Hodder inicialmente escogió el este de África como un lugar pertinente para investigar, con propósitos arqueológicos, los patrones espaciales de los artefactos en relación con la fronteras étnicas (Hodder, 1982a), pero después se distrajo con otros elementos de la escena contemporánea en Baringo y se dedicó al estudio de objetos materiales en sistemas simbólicos y su intersección con la interpretación arqueológica. Al examinar las ideas sobre los patrones espaciales de la cultura material ampliamente difundidas entre los arqueólogos, Hodder encontró que sus observaciones sobre varios grupos del este africano (los Njiemps o Ilchamus, los Lonkewan Dorobo y Samburu, los Lozi y los Nuba) contradecían estas ideas, o en algún punto las hacían parecer sumamente problemáticas. Por ejemplo, la mayoría de los arqueólogos estarían de acuerdo en que la cultura material refleja el grado de interacción entre los grupos: a mayor interacción, mayor similitud en los artefactos, y viceversa. Hodder notó que la naturaleza de la interacción y el grado de competencia entre los grupos jugaba un rol muy importante en cómo se usa la cestería y la decoración de las orejas «para constituir y reproducir distinciones entre los grupos étnicos a pesar de la larga historia y el alto grado de reflujos interétnicos» (Hodder, 1982a: 35). Él también encontró que el estatus simbólico y el funcionamiento (el significado cultural) de los elementos materiales, como las lanzas que cargaban los jóvenes solteros y las vasijas decoradas hechas de calabaza que cargaban las jóvenes solteras, determinaban la morfología y la distribución de esos elementos dentro y fuera de una sociedad (Hodder, 1982a: Cáp.4; 1991a: 109-119). Finalmente, él se encontraba supremamente impresionado con la fluidez y la actividad de la carga simbólica sobre y en los objetos de la cultura material, los cuales eran continuamente creados, pero también continuamente volvían a actuar sobre sus creadores y beneficiarios, manteniendo o interrumpiendo las fronteras culturales dentro y entre los grupos (hombres jóvenes versus hombres viejos, hombres versus mujeres, Samburu versus Dorobo):
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Existen amplias discusiones en el campo de la arqueología y la política. Un excelente artículo que puede consultarse para informarse sobre esta temática y conocer un poco sus debates es KOHL, PHILLIP Y CLARE FAWCETT. 1992. Archaeology in the service of the state: theorical considerations. En Nationalism, politics and practice of Archaeology. Editado por Philip L. Kohl y Clare Fawcett. Cambridge: Cambridge University Press. Pp. 318 (N. de la E.). 17
18 «Econothink» en el original (N. de la T.). 19
En cursiva en el original. (N. de laT.).
Hodder y otros postprocesualistas estaban también muy preocupados por el ambiente sociopolítico de la arqueología contemporánea. Ellos insistían a los arqueólogos sobre la necesidad de estar atentos y ser autocríticos respecto a sus sesgos y preconcepciones, no fuera que ellos involuntariamente terminaran por crear un pasado a la imagen de su presente, que pudiese ayudar a legitimar temas políticos y sociales contemporáneos17 (Hodder, 1991a: Cáp.8; Shanks y Tilley, 1988: Cáp.7). En resumen sobre estos dos hombres y sus programas, uno puede, y debe, quejarse del estrecho enfoque «econopensante»18 de Binford como lo hizo Robert Hall (1977:499), quien acuñó la palabra al referirse a la Nueva Arqueología de los años 1970s (ver también Fritz, 1978; Redman, 1991). De la misma manera, se puede refutar la orientación ecosistémica ahumana (sin personas en éste) (Brumfield 1992), y la afirmación general del planteamiento de Binford (P. Watson, 1986a, 1986b; Wylie 1985), aunque su influencia ha instigado y continúa impulsando una cantidad considerable de fructíferas investigaciones arqueológicas. Eso quiere decir, que Binford ha sido exitoso en definir metas y métodos que muchos arqueólogos encuentran viables y reconfortantes. Mucho del trabajo de Hodder, sus estudiantes y sus colegas postprocesualistas ha sido altamente dependiente de información etnográfica e histórica, y el método por el que aboga aún debe ser demostrado claramente a través de datos estrictamente prehistóricos, aunque esa demostración debe estar por venir del trabajo que actualmente esta dirigiendo en el famoso sitio de Chatalhöyük en Turquía. Sin embargo, mientras tanto, Hodder y otros postprocesualistas (por ahora un grupo disperso por Europa, Australia y Norteamérica) han19 influenciado ciertamente la práctica arqueológica contemporánea en el corazón de la vieja Nueva Arqueología Binfordiana e incluso, en partes del universo del manejo cultural de recursos. Hay mucho más interés ahora que hace cinco años en las aproximaciones semióticas y la teoría crítica aplicada al registro arqueológico y a la práctica de la arqueología. Es, no obstante, demasiado pronto para ver una síntesis comprensiva emergente, pero alguna forma de restablecimiento esta definitivamente en camino (ver Willey y Sabloff, 1993: 312-317). A comienzos de 1989, la División de Arqueología de la Asociación Americana de Antropología le encargó a un arqueólogo prominente dar una de las cuatro conferencias centrales en el encuentro de la División durante la reunión anual de la asociación. Muy convenientemente para mis propósitos, las cuatro lecturas que se han publicado hasta ahora dan cuenta de este puntoxi. Las cuatro charlas arqueológicas centrales han proporcionado una serie de opiniones autoritarias y ejemplos sobre las relaciones entre la teoría arqueológica –pasada y presente– y el actual quehacer del arqueólogo (trabajo de campo, laboratorio y trabajo de biblioteca, interpretación y publicación). Cada conferencista se ha enfocado en temas cruciales para la teoría y la práctica arqueológica, del pasado y del presente, y han proporcionado recomendaciones sobre cómo mejorar nuestra actual comprensión del pasado. Redman (1991) empezó la serie señalando cuanta continuidad hay entre la arqueología de los años 1970s y la de los 1980s. Él también anota que aunque los contextualistas o la Arqueología Postprocesual y la Nueva Arqueología (Arqueología Procesual) son sin duda complementarias, es improbable que haya una integración significativa. Él cree que la coexistencia es lo mejor que podemos esperar, dado que el mayor ímpetu de la crítica postprocesualista viene de las diferencias fundamentales entre los arqueólogos con metas humanísticas y los que están comprometidos con la ciencia. Igualmente, aboga por hacer lo mejor desde ambas aproximaciones, y recomienda que «animemos a los investigadores serios a hacer lo que hacen mejor y a coordinar un pensamiento diverso para formar una alianza laxa pero duradera para el nuevo conocimiento del pasado y el presente» (Redman, 1991:304).
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A pesar de las bien fundadas reservas de Redman sobre una integración explícita entre la Arqueología Procesual y la Postprocesual, Bruce Trigger (1991) se pone en la tarea de revelar cómo se vería dicha síntesis. Él caracteriza a la arqueología procesual como neoevolucionista y ecológico determinista, contraponiéndola al énfasis postprocesualista en «los aspectos contingentes, psicológicos y mentales de la experiencia humana» (Trigger, 1991: 553). En otras palabras, la confrontación es entre «razón» y «cultura» (Trigger, 1991: 551, 554). Trigger después discute los constreñimientos externos e internos del comportamiento humano: las fuerzas y factores ecológicos, tecnológicos y económicos son los constreñimientos externos más comunes, mientras que las tradiciones culturales hechas a partir de construcciones mentales –algunos únicos en sociedades específicos, otros mucho más difundidos a través de las culturas– son los constreñimientos internos. Dado que las culturas son «precipitados históricos,» la invención de nuevos conceptos no se hace al azar, y por el contrario, está fuertemente influenciada por conceptos anteriores y su historia. Según Trigger (1991: 562), la mejor forma que tienen los arqueólogos para encontrar los significados culturales de evidencia arqueológica relacionada históricamente, es desarrollar una aproximación histórica directa, admitiendo que nosotros probablemente nunca podremos saber el significado específico que el arte en una cueva del Paleolítico Superior tuvo para sus creadores. Sin embargo, él estimula a los arqueólogos a comprometerse con «el estudio de las tradiciones culturales así como de los constreñimientos ecológicos y sistémicos […] teniendo en cuenta los constreñimientos impuestos sobre el comportamiento humano por las tradiciones culturales así como las acomodaciones racionales a los factores externos», de este modo sintetiza el determinismo ecológico de la arqueología procesual con el particularismo histórico de la arqueología postprocesual (Trigger, 1991: 562-563). El optimismo de Trigger sobre la posibilidad de síntesis es alentador, pero falla al no ofrecer ningún tipo de consideración para resolver el problema muy significativo de decidir qué es «cultural» («interno») y qué es «natural» («externo») en las sociedades documentadas etnográfica o arqueológicamente. Esta parte de la discusión no tiene en cuenta la totalidad de la empresa antropológica, que es obtener conocimiento sobre esa conjunción: ¿cómo es que los individuos y las sociedades humanas –del pasado y el presente– intrincadamente combinan y entrelazan la naturaleza y la cultura? La conferencia central de Brumfiel (1992) es un argumento claro y elocuente sobre la importancia de tener en cuenta el cambio social que la orientación ecosistémica de la Nueva Arqueología desaprueba o desalienta. Ella está sumamente preocupada por el género, la clase y las parcialidades, y arguye tres puntos:
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«Primero, los teóricos ecosistémicos hacen énfasis sobre la totalidad de las poblaciones y del comportamiento adaptativo como un todo, lo que nubla la visibilidad del género, la clase y las parcialidades en el pasado prehistórico. Segundo, un análisis en el que se tiene en cuenta el género, la clase y las parcialidades puede explicar muchos aspectos del registro prehistórico que la perspectiva ecosistémica no puede explicar. Tercero, una apreciación de la importancia del género, la clase y las parcialidades en la prehistoria, nos lleva a rechazar la visión de la teoría ecosistémica en la que las culturas son sistemas adaptativos. Por el contrario, debemos reconocer que los «sistemas» de comportamiento basados en la cultura, son los resultados de la negociación entre los agentes posicionados socialmente que persiguen sus metas bajo constreñimientos tanto ecológicos como sociales». (Brumfiel, 1992: 551).
En el cuerpo del discurso, Brumfiel exitosamente muestra cómo los arqueólogos reflexivos pueden en realidad empezar a forjar la síntesis de la que Trigger hablaba, o al menos la «alianza laxa pero duradera» en la que Redman se esperanzaba.
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20 «Underconceptualization» en el original (N. de la T.). 21 «Faceless blobs» en el original (N. de la T.).
La conferencia de Cowgill (1993) para la División de Arqueología es un intento aún más explícito de articular y construir a partir de los aspectos más prósperos de la arqueología procesual y las premisas más emocionantes de la Arqueología Postprocesual. Al describir los logros y las limitaciones de la arqueología procesual, Cowgill nota que una de las características de los arqueólogos es la subconceptualización20 del pasado en diferentes niveles: en el nivel más bajo no hay personas, sólo ollas y tiestos, puntas de proyectil y otros artefactos. En el segundo nivel, las personas están presentes pero no tienen individualidad; son lo que Ruth Tringham llama «fragmentos sin cara»21 (Tringham, 1991). En un tercer nivel, las personas son «actores racionales». Cowgill señala que lamentablemente necesitamos un cuarto nivel, donde las personas no sólo buscaban comida, refugio, compañeros, aliados o enemigos mientras creaban, usaban, modificaban, perdían, rompían o descartaban objetos materiales, sino que también esas personas percibían, pensaban, planeaban, tomaban decisiones y en general eran activos en la creación de ideas. En el resto de su texto, Cowgill discute cómo pueden los arqueólogos esperar aproximarse al reino de lo ideacional de las personas prehistóricas al intentar más enfáticamente llegar a la ideación antigua; a través de volverse más sofisticados sobre las aproximaciones históricas directas (aquí él obviamente está de acuerdo con uno de los puntos de Trigger); y a través de trabajar más imaginativa y responsablemente en el desarrollo de lo que llama la «Teoría del Rango Medio de la Mente». Con esto quiere decir, en parte, que se debe indagar los aspectos con mayor difusión o los principios de simbolización, buscando articular las propiedades de los diseños (en los estilos artísticos o la arquitectura) con atributos sociales y/o mapas cognitivos específicos, y en general tomando en serio lo que él denomina «psicoarqueología». Lo que es más interesante y alentador para mí de esta serie de conferencias, es que las cuatro explicitan, creativa y concienzudamente el mayor cisma de la arqueología americana contemporánea, y de la misma forma, recomiendan formas para cubrir el cisma en varios puntos, y formas para avanzar en el conocimiento arqueológico utilizando métodos de ambas partes de la polarización. Otro desarrollo muy promisorio es el de una nueva generación de etnoarqueólogos que están llevando a cabo investigaciones más duraderas y precisas que las de Binford o Hodder. De tantos buenos ejemplos traigo a colación sólo tres: los 30 años de trayectoria de etnoarqueología en los San de Botswana empezando por el trabajo de Yellen y Brooks hasta el que realizó Hitchcock, Weissner y Kent; el proyecto de 20 años sobre la cerámica Kalinga en el norte de Luzon que desarrollara Longacre; la investigación de 10 años sobre cerámica Luo y los asentamientos Luo en el oeste de Kenya realizado por Herbich y Dietlerxii. En cuanto al otro propósito de este texto, ¿hay una edificante conclusión a partir de la comparación de las odiseas del concepto de cultura en la antropología social/ etnología norteamericana y en la arqueología? Si la hay. En cada subdisciplina, muchos investigadores tomaron dicho concepto muy en serio, y no solamente como una pieza más o menos sin sentido del viejo dogma antropológico. Dado que los arqueólogos de los años 1930s no hicieron el intento de operacionalizar el concepto de cultura prevaleciente, y por el contrario lo ignoraron mientras se encontraban absortos en la creación de sus marcos temporoespaciales esenciales para la prehistoria norteamericana, Walter Taylor (1948) hizo un impresionante esfuerzo por alinear la arqueología americanista con la antropología sociocultural norteamericana, retomando el concepto tradicional de cultura de Tylor como el principio fundamental de su propuesta. Taylor tuvo muy poca influencia inmediata sobre sus colegas arqueólogos, en gran medida porque su concepto de cultura no podía ser implementado u operacionalizado congruentemente con las preocupaciones arqueológicas de los años 1940s y 1950s. Binford gozó de mucho más éxito durante los 60s y 70s al insistir
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como Taylor en que la arqueología debía ser antropología, mientras que insistía en el concepto de cultura de Leslie White, un concepto no Tyloriano, ni tradicional. Hodder volvió a algo similar al concepto tradicional de cultura pero lo modificó para colocar los artefactos, la arquitectura y la arqueología en el centro de la antropología y la teoría social, mientras explícitamente rechazaba la conclusión de Phillips según la cual «la arqueología es antropología o no es nada». «La arqueología es arqueología» insistían él y los postestructuralistas, a pesar de que parte de su programa ha sido incorporado en el manejo de recursos tanto académicos como culturales de la arqueología antropológica americanista, en parte para reforzar ciertos temas minoritarios que ya existían antes de el movimiento postprocesualista, y en parte para la futuras síntesis entre las metas de la arqueología procesual y postprocesualxiii. Los revisionistas de la antropología sociocultural y la etnología, encontraron eventualmente que el concepto tradicional de cultura no era muy útil para ellos, y por tanto lo modificaron para que se ajustara a sus propósitos. Muchos de ellos, antes y ahora, son muy explícitos al respecto, y muchos de ellos fueron exitosos al iniciar líneas de investigación productivas basadas en sus nuevas formulacionesxiv. En la antropología sociocultural desde los pasados 40 o 50 años, ha habido una proliferación en las aproximaciones a la cultura, desde las concepciones esencialistas tempranas hasta el de las culturas como configuraciones de tipo psicológico, o como una serie de mapas cognitivos distintivos, como sistemas simbólicos y/o adaptativos, como fenómenos superficiales infinitamente cambiantes que pueden revelar verdades profundas sobre los procesos universales del pensamiento humano, como redes de conocimiento social, o como un rasgos complejos definidos y estudiados por los marcos neodarwinianos. ¿Quiere decir esto que el centro de la antropología –la creencia de todos los antropólogos en alguna de las ampliamente sancionadas variantes del concepto unificado de cultura– ha sido destruido? Si es así, ¿la falta de unanimidad sobre la cultura- qué es, dónde esta y cuándo importa- quiere decir que la antropología misma, como una disciplina holística dejó, o esta a punto de dejar, de existir? Hace más de 20 años, Rodney Needham hizo una predicción para el futuro cercano de la antropología académica (Needham, 1970). Él pensó que las piezas de la antropología se redistribuirían entre las disciplinas vecinas. Esa también fue la conclusión de Wolf 14 años atrás (Wolf, 1980), y el tema escogido por Flannery para su conferencia central ante la Asociación Americana de Antropología ; y aparentemente James Clifford (1986:4) tenia la misma opinión hace ocho años cuando destacó que «el hombre como telos22 para toda una disciplina» se ha desintegrado. Clifford Geertz, en su entrevista con Richard Handler (Handler, 1991) publicada en Current Anthropology23, dice que dentro de 50 o 75 años desde ahora los departamentos académicos de antropología dejarán de existir porque la antropología habrá evolucionado en muchas otras disciplinas. Quizás estas conclusiones sean correctas; a lo mejor la antropología general e integrada desapareció, o pronto lo estará. Aunque me intereso profundamente sobre esta cuestión, teniendo en cuenta mi huella en la antropología holística de los años 1950s, no puedo emocionarme mucho respecto a estas predicciones. Los antropólogos se han estado preocupando por esto por lo menos durante 40 años y recientemente entraron a otro combate explícito en las páginas del Anthropology Newsletter (ver Givens y Skomal, 1992). Aquellos que contribuyeron a esta discusión eran pro integración o pro-cuatro campos. Givens y Skomal (1993) concluyeron que la antropología holística de los cuatro campos es, actualmente, tanto mito como realidad.
22
En cursivas en el original (N. de laT.).
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En cursivas en el original (N. de laT.).
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Otra razón que tengo para permanecer calmada ante los ataques salvajes contra el añejo concepto de cultura, ataques que algunos suponen marcan o presagian la desintegración de la antropología, es que la subdisciplina sociocultural, y en últimas, toda la antropología se beneficia de los cambios conceptuales brevemente ya referidos. En la antropología sociocultural, como en la arqueología, cada nueva trayectoria de investigación que se contrapone a algunos aspectos del concepto tradicional de la cultura da como resultado nuevos datos, perspectivas y conocimientos. Sobretodo, el añejo concepto de cultura aún juega un rol integrador como un punto de referencia central incluso para los antropólogos revisionistas radicales, para quienes puede variar desde ser una bête noire24, un saco de boxeo, hasta un trampolín para las perspectivas alternativas sobre la condición humana, en el presente y en el pasado. Finalmente, la caracterización de la antropología de los años 1950s, es lo suficientemente sincera y fuerte para soportar el peso de las construcciones y reconstrucciones más contemporáneas e intradisciplinarias. La antropología es la única ciencia completamente dedicada a la humanidad de desde hace 4 millones de años hasta el presente: ¿Quiénes somos? ¿De donde venimos? ¿Qué ha pasado con nosotros desde nuestro origen hasta ahora? ¿Cual es el alcance en todo su detalle de la variación humana tanto física como cultural, desde el pasado hasta el presente? Y ¿Qué significa esa variación en términos biológicos, sociales y culturales? Ninguna otra disciplina se había hecho esas preguntas sobre la totalidad espacial y cronológica del azaroso pasado y presente humano, así como sobre las inquietudes particulares de las porciones específicas que lo componen. Sin duda, ninguna otra facción erudita se había organizado para dar respuesta a esas preguntas. A pesar de las crisis de escepticismo episódico frente a la antropología, y a la agorafobia crónica con respecto a donde esta nuestro centro y nuestras fronteras, la antropología sigue aquí, incluso Geertz le da otro medio siglo: una disciplina indisciplinada, un semiagregado díscolo, pero uno con métodos y resultados de investigación con enorme importancia global y gran interés intrínseco.
Patty Jo Watson. Traducción de Lina Tatiana Lozano Ruiz
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NOTAS
En francés en el original. En español se traduce como pesadilla. (N. de la T.).
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Reconocimientos. Estoy muy agradecida con Anna M. Watson por su discernimiento sobre la cultura en el sentido partitivo y sobre la diversidad cultural en el mundo contemporáneo, con Rubie S. Watson por ofrecerme una guía bibliografica crucial, con James L. Watson por las muchas discusiones que tuvimos sobre los actuales desarrollos en la antropología sociocultural, y con Richard A. Watson por sus comentarios sobre la posmodernidad en la literatura y en muchos lugares mas. David Browman y Richard Fox amablemente me proveyeron de un importante material reciente; la advertencia de Jean Ensminger fue la inspiración para tomar la dirección que tuvo este ensayo. El concepto de cultura en la arqueología del que doy cuenta en este ensayo se originó en un corto curso en teoría arqueológica que Don Fowler me invitó a enseñar en el Programa de Manejo de los Recursos Culturales en la Universidad de Nevada-Reno en enero de 1992, y fue desarrollado más adelante durante las reuniones sucesivas en el marco del seminario de Teoría Arqueológica en la Universidad de Washington, St. Louis, le debo un agradecimiento muy especial a los estudiantes de esas clases. Las revisiones previas a la publicación de este trabajo fueron realizadas en la Camargo Foundation, en Cassis, Francia, estoy muy agradecida con Michel Pretina, director, y con Anne-Marie Franco, asistente administrativa, por su apoyo.
i
Dunnell, 1980; Gumerman &Phillips, 1978; Meltzer, 1979; Wiseman, 1980.
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iii
iv
Bennett, 1943; Binford, 1962; Kluckhonhn, 1940; Taylor, 1948.
v
Ver también: Kroeber, 1948: 295-296; Kroeber & Waterman, 1931: 11.
Caldwell, 1959; P. Watson, LeBlanc & Redman, 1971, 1984; R.A Watson, 1972. vi
Binford, 1987, 1988; Binford & Stone, 1988; Hodder, 1988, 1989, 1991a; P. Watson, 1991.
viii
Binford, 1976,1978a, 1978b, 1980, 1981, 1982. La cita es de Binford, 1981: 29; Ver también las partes 3 y 4 en Binford, 1989.
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Hodder, 1982a: 210-211; Ver también Pág. 155-170 para ver la discusión detallada sobre la disposición de los residuos óseos y las costumbres de enterramientos en los Nuba.
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Redman, 1991; Trigger, 1991; Brumfiel, 1992; Cowgill, 1993.
Kramer 1994 provee referencias y comentarios sobre el trabajo con los San. Ver Longacre, 1991 para información sobre la investigación sobre los Kalinga, y sobre otros trabajos en etnoarqueología cerámica, muchos de los cuales preceden a la era de la Nueva Arqueología; el proyecto de Herbich y Dietler esta resumido en Herbich, 1987 y en Herbich & Dietler, 1991. xii
Ver por ejemplo Fritz, 1978: may 1976, 1977; Kehoe & Kehoe, 1974; Marshack, 1972.
xiii
Para más ejemplos, anteriores y mas recientes, ver Aunger, 1992, en prensa; Benedict, 1934, especialmente el Cáp. 3; Geertz, 1973: 4-5; Fox, 199; Harris, 1964; Kroeber, 1952: parte 1; Lévi-Strauss, 1955, 1962; Tyler, 1969. xiv
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Un espacio para reflexionar, debatir y escribir... Pp. 184-204.
Un espacio para reflexionar, debatir y escribir: Inversa, revista de estudiantes de Antropología
Grupo Editor inversaun@gmail.com Estudiantes de Antropología Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá
Textos de: Liliam Marcela Salazar Rodríguez lmsalazarr@yahoo.com Estudiante de octavo semestre de Antropología Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá
«La labor de nosotros no es precisamente la de suplir las deficiencias estructurales de todo un sistema educativo, […] [aunque tenemos] un desafío adicional: nosotros podemos complementar la enseñanza ofrecida en la escuela a través de una [recirculación]1 continua de conocimientos»
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(Licenciada Heloisa Dallanhol, Los diez mandamientos del divulgador de la ciencia, Pág. 5). En el texto original aparece la palabra «reciclar». Hemos considerado pertinente modificarlo por «recircular» ya que esta palabra otorga un significado más preciso de la idea que queremos transmitir: tomar el conocimiento, procesarlo (pensar, analizar, reflexionar), plasmar los resultados de este proceso en un medio sígnico y finalmente, a través de las publicaciones, dar a conocer a otros ese nuevo saber que se ha construido a partir del proceso de análisis por quien ha estudiado la idea original. Este es papel que nosotros y nosotras creemos que debemos cumplir. Vale aclarar que en el documento original se hace mención de este «desafío» como la labor que debe desarrollar el comunicador social de la ciencia de tomar el conocimiento científico producido, expresarlo en un vocabulario sencillo y transmitirlo a todas las personas. 1
A lo largo de toda su historia, el departamento de Antropología de la Universidad Nacional de Colombia ha contado con una variedad de publicaciones estudiantiles entre boletines, periódicos y revistas que han sido diversos en su campo de especialización: académicos, de divulgación, crítica, denuncia, protesta o sus combinaciones. Los documentos que han quedado para las generaciones posteriores testimonian la existencia de un boletín (Boletín del Movimiento de Estudiantes de Antropología), un periódico (Kabuya) y dos revistas (Arqueología: revista de estudiantes de Antropología y Uroboros), en las cuales ha habido participación conjunta de estudiantes y profesores, intentado crear espacios donde la crítica y la reflexión sean un componente importante que acompañe la educación y el quehacer antropológico tanto en el departamento como en el país. Usualmente las publicaciones estudiantiles han sido un instrumento a través del cual se ha intentado promover una reflexión de la realidad colombiana y los problemas teóricos y metodológicos de la Antropología, además de divulgar la producción intelectual, discursiva y artística de los estudiantes y profesores. En ellas se han traído constantemente ha colación temas como la objetividad científica y del conocimiento, objetividad y objeto en Antropología y Arqueología, el papel del antropólogo y la antropóloga como investigadores
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sociales y como productores de conocimiento sobre diversos grupos humanos y su compromiso con la sociedad, entre otros. De la misma manera, las revistas estudiantiles han intentado resaltar como su tarea básica la importancia de la divulgación del conocimiento, pero sobretodo, la que tiene de promover que los y las estudiantes desde las aulas se preocupen no sólo por aprender un saber, sino analizarlo, criticarlo y también producirlo. Concebidos como espacios de reflexión, crítica y discusión, las publicaciones seriadas estudiantiles se han preocupado por promover la necesidad de la producción de conocimiento de cara al país y a la disciplina por parte de los y las estudiantes, y por que éstos sean partícipes y no sólo espectadores en las problemáticas que afectan a la nación y la Antropología. También abogan por que desde las aulas se promueva el análisis y la discusión, así como por que la escritura sea un ejercicio continuo no sólo con fines académicos o divulgativos sino también analíticos y reflexivos que, junto con la investigación, se constituyan en los dos ejes fundamentales de la formación en el pregrado. Bajo estas lógicas se ha hecho énfasis en la divulgación de trabajos investigativos de estudiantes de pregrado como una forma de alentar la producción de conocimiento y la investigación, éstas últimas no sólo como actividades que se restrinjan a los postgrados o a proyectos por fuera del aula, sino como componentes curriculares indispensables para la formación profesional de antropólogos y antropólogas a través de la cual se encadene la teoría con la praxis, buscando que la formación recibida vaya de la «práctica a la teoría y de la teoría a la práctica» (Vasco, 1999: 2) y trascienda los límites de la fría crítica de los claustros para pensar, comprender y transformar nuestra realidad social. Se propende por que la educación universitaria responda a las necesidades nacionales, que tenga un contacto constante con la vida social y cuyo principio básico sea «conocer para transformar» (Ibíd., Pág. 3), con «preguntas y cuestionamientos vivos» que intenten responder a las exigencias que la realidad impone junto a un fuerte compromiso con la sociedad. La investigación es la herramienta que permite a los investigadores e investigadoras sociales comprender más a fondo la realidad para transformarla, pues es el eslabón que une teoría con práctica. De allí que se resalte como un componente indispensable para la formación profesional de los antropólogos y antropólogas en el país, acompañada de procesos como la escritura que no son sólo testimonios de la realización de una investigación, sino medios de socialización (etapa indispensable de cualquier estudio sin la cual éste no tendría sentido ni existencia), aporte a las problemáticas concernientes a la disciplina y base para la promoción de más investigación. A través de las publicaciones también se propende por un reforzamiento de la actividad investigativa en el pregrado como un medio a través del cual puede obtenerse experiencia, generarse criterio científico-ético y mayor habilidad de discernimiento y análisis de manera propositiva de forma tal, que los procesos de transmisión de conocimientos sean activos, es decir, que no sólo se limiten a un acopio mecánico y estático de información sino que éstos sean analizados, comprendidos e innovados por los y las estudiantes para que se produzca nueva teoría y no se consuma sólo aquella creada en exterior; además de que se promueva un conocimiento con base en un trabajo y realidad propias «y se lleve la teoría al estudio de los problemas concretos y de éstos a un nuevo nivel de teorización» (Ibíd., Pág. 4). La necesidad de que el conocimiento producido trascienda a nuevos niveles teóricos a partir del estudio de casos concretos, es una práctica que las
Laura Jimena Ortíz Hernández
Un espacio para reflexionar, debatir y escribir... Pp. 184-204. Grupos de trabajo
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Laura Jimena Ortíz Hernández
publicaciones estudiantiles resaltan como necesaria en la formación profesional. La producción de nuevos saberes no sólo debe hacerse en constante contacto con la sociedad, también debe ser aplicable a la realidad de la cual surgen, para serle útil y transformarla. La investigación debe ser el instrumento a través del cual no sólo se estudie a la sociedad, sino un mecanismo que permite poner en práctica y en confrontación los saberes existentes. Los frutos de dicha confrontación deben servir no sólo para frías críticas plasmadas en el papel, sino que deben procurar forjar una cotidianidad mejor, ser un factor promotor de cambio. Para lograr esto, debe buscar superarse la forma tradicional de producción de conocimiento en la cual los saberes «son construidos a la sombra del positivismo (funcional al capitalismo) y la lógica de las disciplinas, que bajo las orientaciones epistemológicas objetivantes colocaban al indagador social por fuera y por «arriba» del contexto a estudiar, generando una dicotomía entre el «saber experto» de la academia (el pretendidamente científico) y el saber del activista social, el saber de la experiencia» (Bolaña, 2006: 201-202). Es necesario que la academia supere la barrera hermética, «aséptica» y «expectante» del saber científico, y abogue por una actitud mucho más comprometida con las transformaciones en nuestras sociedades. El fuerte compromiso con la sociedad es un tema recurrentemente mencionado. No sólo basta con plantear cuestionamientos relativos a los problemas que afectan a la comunidad, es necesario procurar que el conocimiento vaya más allá tratando de «generar una trasformación de la cotidianidad» (Bolaña, 2006: 202) en la cual el saber académico tenga en cuenta el contexto social, se plantee interrogantes relativos a él, rompa con su propia doctrina del objetivismo y artícule investigación con teoría y práctica. La idea siempre presente de la articulación teoría-investigación-práctica, trinomio corrientemente discutido en cuanto a la formación profesional y el papel del antropólogo y la antropóloga en el país, tiene como eje principal el trabajo de campo, visto como la forma a través de la cual se puede investigar y observar las realidades constitutivas de una nación y como una práctica necesaria para el ejercicio de la Antropología que debe estar ligado a un compromiso con la problemática nacional. La visión sobre este trinomio ha sido un tema largamente discutido en la historia del departamento que parece tener sus puntos de mayor auge con las reformas curriculares por las que pasado la carrera. Los documentos producidos en torno a él son numerosos y de variadas posiciones según cada uno/a conciba el papel y el ejercicio profesional de los antropólogos y las antropólogas en el país. Varias de las discusiones y argumentos esgrimidos a lo largo de éstos 43 años de existencia del pregrado en Antropología en la Universidad Nacional de Colombia aún se mantienen en vigencia, pues los puntos de debate sobre una formación curricular adecuada a las necesidades del país o el papel que tienen los antropólogos y antropólogas en Colombia son temas sobre los cuales hay mucha tela que cortar y mucho sobre lo cual hace falta ponerse aún de acuerdo (sin contar que en cada reforma general para la universidad, cada programa intenta ponerse a salvo con lo que puede para el evitar más el desmoronamiento al cual se encuentra sometida desde hace un largo tiempo la universidad pública). Bajo los argumentos anteriormente expuestos y con el deseo de participar y ser propositivos con la situación que vive desde hace varios años (¿o décadas?) la universidad y especialmente, con los problemas que afectan al departamento, un grupo de estudiantes en el año 2005 propone la creación de Inversa, revista de estudiantes de Antropología como una propuesta que respondiera a los
Dos puntos importantes a tener también en cuenta son, primero, que la pauperización del pregrado no sólo implica que en vez de una tesis se realizará un trabajo como requisito para graduarse. Los matices de esta situación, retomando el argumento que hemos esgrimido en cuanto a la investigación, tienen que ver según palabras de Eduardo Restrepo en que lo importante a analizar es «si en términos pedagógicos es posible construir una sensibilidad y perspectiva antropológicas sin enfrentarse a lo que significa plantearse una pregunta e intentar contrastarla con el campo, el archivo y la literatura relevantes. Por muchos Argonautas del Pacífico Occidental (énfasis del texto) que se lean, la sensibilidad y perspectiva antropológica no es el resultado de un conocimiento literario no mediado por los avatares e imponderables de la experiencia investigativa» (Restrepo, 2006: 103). Segundo, el apocamiento de la calidad de los pregrados, de los cuales, valga señalar que la reducción de la investigación y la transformación del trabajo de grado es sólo una de sus caras, también implica que en este nivel educativo se «cuenta con menos herramientas, comprensión y experiencia del oficio del antropólogo que los egresados de antes» (Ibíd., Pág. 104) y que además, las soluciones que se plantean del complemento de la formación de pregrado con postgrados corresponden más «con un incremento sustantivo de los recursos financieros y académicos, lo que da la impresión de que las maestrías son simples extensiones para unos pregrados apocados de antemano» (Ibíd., Pág. 105), sin contar con que los niveles de postgrado «deberían más bien pensarse desde la consolidación de la especificidad de los pregrados en el país, no desde lo que se podría denominar una mediocretización forzada» (Ibíd., Pág. 105-106). 2
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cuestionamientos planteados por la reforma académica en puntos como el trabajo de grado y la investigación a nivel de pregrado. En ese momento los puntos principales de la reforma que motivaron la propuesta de creación de una revista de estudiantes de Antropología, fueron los argumentos que planteaban que los énfasis en investigación debían darse más en los postgrados y no tanto en el pregrado, donde se suponía no eran tan necesarios pues en este nivel educativo, es más importante –no negamos que lo sea– desarrollar competencias generales de análisis, síntesis, creación, proposición y habilidades y actitudes investigativas básicas (éstas últimas se supone que se perfeccionarán en los niveles educativos posteriores que fueron robustecidos para tal fin). El modelo propuesto en la reforma académica incluía la vinculación entre los diferentes niveles educativos (pregrado, maestría y doctorado) bajo la idea de que es necesario que las distintas etapas en la educación superior no se vean como partes separadas sino como un conjunto complementario y articulado entre si, de tal manera que la formación universitaria no terminara en el pregrado sino que éste fuera visto como el primer escalón de un ciclo que debería culminar con el doctorado. En el modelo propuesto, se asume que en los niveles superiores se realiza un perfeccionamiento de las habilidades investigativas adquiridas en el grado inmediatamente anterior, de allí que se haya flexibilizado el acceso a cursos de postgrado para que el ciclo pueda desarrollarse. Un planteamiento importante relacionado con el modelo educativo propuesto y la disminución de la importancia del trabajo de grado en pregrado, tiene que ver con que si ésta es la etapa en la cual se asientan las bases de las habilidades investigativas que se supone se perfeccionarán con cursos precedentes, ¿no sería necesario que dichas habilidades fueran sólidas desde un principio, y que los énfasis en investigación en el pregrado fueran mucho más fuertes de lo que actualmente son para que en las maestrías no se lleguen a aprender las técnicas que se supone se conocen desde el pregrado o se lleguen a adquirir las habilidades que no se aprendieron en el nivel inmediatamente anterior, dado que esta una etapa de perfeccionamiento y no de aprendizaje básico?2 Si el modelo educativo se concibe como una unidad y ésta no es llevada a cabo por el estudiante (no se realizan cursos de postgrado) entonces, ¿qué tipo de profesional se encuentra formando la universidad?3 La investigación en pregrado no fue anulada totalmente, pero la importancia que se le adjudicaba fue disminuida pues era trasladada a los siguientes niveles educativos. Un hecho palpable que demostró que la investigación en el pregrado ya no tenía tanta importancia como en el pasado, fueron las reformas realizadas al trabajo de grado en las cuales éste pasó de ser una monografía a un trabajo final que entre sus nuevas características incluía un número limitado de palabras, la reducción de su valor en el plan de estudios en un 10 ó 20% menos, la supresión de los reconocimientos a las investigaciones de mejor calidad, y la anulación de la obligatoriedad de dejar una copia de los documentos finales en los acervos de la Biblioteca Central de la universidad. Todos los argumentos presentados para la modificación del trabajo de grado se inscribieron bajo la necesidad de acortar el tiempo de duración de realización de los mismos, las fallas existentes en los compromisos entre profesores y alumnos en donde los primeros no realizan un seguimiento adecuado a la investigación llevada a cabo por el o la estudiante que le permita identificar los aciertos y desaciertos en los procesos de aprendizaje de estos y estas, y las carencias existentes en la enseñanza de las técnicas mínimas para el desarrollo
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3 Es importante mencionar que la crítica que se realiza es sobre la preponderancia que se le da a la investigación en el pregrado, y no sobre que en la reforma se conciba el pregrado, la maestría y el doctorado como un conjunto que todos y todas deberíamos llevar a cabo en su totalidad. 4 Los documentos realizados en torno a la reforma académica son numerosos y de diversas posiciones. Un documento que puede consultarse para conocer más sobre este tema es «Problemas de contextualización de la reforma académica en la UN» de Víctor Manuel Gómez disponible en Internet en la dirección http:// www.humanas.unal.edu.co/sigma/ RegistroEjemplar.php?ej=2#portada, que apareció en la revista de estudiantes de Sociología «Sigma» de la Universidad de Colombia en el año 2005.
de una investigación, que hace que su elaboración fuera algo tortuoso para la alumna o el alumno y que muchas veces se convierta en un obstáculo para la inserción en el mundo la laboral o el acceso a niveles educativos superiores. Teniendo como base las ideas e interrogantes suscitados a partir de la reforma universitaria (expuestos a grandes rasgos y sólo mencionado uno4, por ser el de mayor importancia en cuanto fue el punto de origen de la publicación), complementados con la idea de que la investigación en el pregrado era importante y que contrariamente a la reforma, nosotros y nosotras creíamos que era indispensable que ésta se reforzara y promoviera, comenzó a marchar Inversa, revista de estudiantes de Antropología, como una alternativa que buscaba demostrar que era necesario que desde el pregrado existiera un incentivo para el desarrollo de investigación, según lo que ya se ha mencionado. Hacia febrero del año 2005 el grupo editorial fundador inició actividades en torno a la estructuración de una revista hecha por estudiantes para estudiantes, cuyo objetivo primordial en un principio fue –aún lo es pero ya no es el único– la publicación de trabajos realizados por alumnos y alumnas del departamento como un medio a través del cual se divulgara el conocimiento producido por ellos y ellas fruto de los ejercicios y trabajos realizados en clase, con el ánimo principal de demostrar que entre los estudiantes había interés por la producción de nuevo saber y que era necesario mantener, promover y estimular esta actitud fundamental para la formación de las y los futuros antropólogos y antropólogas del país, y que al contrario de ser relegado a niveles de formación posteriores, debería entrenarse y afianzarse desde la formación básica profesional. El primer cimiento básico de la publicación se estableció en torno a la importancia de producir conocimiento en el pregrado y de que los y las estudiantes fueran agentes activos en su educación, realizando documentos en los cuales se reflexionara sobre el conocimiento que estaban adquiriendo y se intentaran también propuestas nuevas. Este ejercicio pretendía incentivar en cada uno y una de los y las estudiantes, el análisis de todo el saber que estaban acumulando a lo largo de su formación, además, del entrenamiento de habilidades básicas para el ejercicio profesional como la creación o la innovación, sumado al afianzamiento de técnicas y hábitos investigativos desde el pregrado. Basados en esta primera idea sobre lo que buscaba la publicación que además, le dio sentido y origen a la misma, el grupo editor de ese momento buscó establecer los lineamientos generales a partir de dos objetivos centrales que se establecieron en ese entonces: «(1) constituir un medio de divulgación de investigaciones o trabajos que los y las estudiantes de pregrado en Antropología hayan realizado en el transcurso de su carrera; y (2) constituir una publicación en la cual se genere un espacio para la discusión y producción de conocimiento entre los y las estudiantes de Antropología» (Borrador de estatutos generales, 2005: 1). A partir de estos dos ítems se empezó a diseñar un perfil de publicación que en su conjunto, respondiera a las ideas y las necesidades que sobre la investigación en el pregrado han sido planteadas. La definición de un tipo específico de publicación, se hizo más parecida al actual, gracias a una conferencia dictada en abril del año 2005 sobre indexación de publicaciones a cargo de una especialista en el tema perteneciente al Instituto Colombiano para el Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología «Francisco José de Caldas» (COLCIENCIAS) que contaba con el auspicio de la Vicedecanatura de
Indexar significa que una revista hace parte de un SIR (Sistema de Indexación y Resumen) que «exige para su incorporación y permanencia normas editoriales estandarizadas, que dispone de un comité de selección, formado por especialistas en el área del conocimiento, que cuenta con criterios explícitos para evaluar la calidad científica y exige la permanencia en el tiempo y la regularidad de las publicaciones. Como elemento característico, estos SIR son elaborados o avalados por instituciones académicas de reconocido nivel» (Charum et. al., 2002: 74-75). 5
Más adelante se mostrará que una de las estrategias empleadas hasta el momento para garantizar un acceso más amplio a nuestra publicación es la página Web, con ella la revista se ha dado a conocer a un amplio número de personas tanto a nivel nacional como internacional gracias a la política de acceso abierto, facilitando ir más allá de «la distribución sólo en ámbitos locales» (un pueblo, una ciudad, un país o una región), ya que causas como políticas ineficientes o inexistentes de divulgación, poco empleo de Internet como herramienta difusión y/o comercialización, elevados costos, escasez de dinero para envíos internacionales o sólo distribución en papel con tirajes pequeños (sin que ésta sea la intensión), etc., dificultan muchas veces la presencia de las publicaciones dentro del territorio nacional y con mayor razón fuera de él.
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También parte de esta política respondió a la idea de que la Antropología sólo pensada en el sentido tradicional de cuatro ramas: Antropología Social, Biológica, Arqueología y Lingüística, ya no 7
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Bienestar Universitario de la Facultad de Ciencias Humanas, instancia que ha apoyado económicamente la impresión de esta publicación. En dicha conferencia fue explicado qué significa indexar, cuáles eran las implicaciones para las publicaciones, quiénes eran los responsables de este proceso en Colombia, cuáles eran las características de las publicaciones que exigía el responsable de esta catalogación, cuáles eran los niveles o categorías de indexación y cada una de sus exigencias y cómo se accedía al proceso. A partir de esta charla, Inversa fue definida como una publicación que sería desarrollada buscando a largo plazo obtener este título. Respondiendo a esta exigencia, se establecieron parámetros en el diseño de la publicación como por ejemplo, la elaboración de abstracts en varios idiomas, la forma como se encuentran contramarcadas las páginas de la publicación, los tipos de artículos que se privilegian, la estructura de trabajo, etc. todo ello tendiente a responder a estándares internacionales de calidad en publicaciones seriadas fijados en varias normas5. La decisión de adherirnos a parámetros como la indexación, respondió a nuestro deseo de realizar una publicación de excelente calidad, cuyo contenido fuera útil para la generación de más saber por parte de otros y otras estudiantes además de que eventualmente, pudiera ser utilizado como material de apoyo en las clases con el ánimo de que circulara y no se quedara confinado en los anaqueles de una biblioteca como desafortunadamente sucede con gran cantidad del material producido por estudiantes, profesores e investigadores en nuestro país cuya circulación muchas veces es demasiado local6. A la par que se establecían los objetivos principales de la publicación, tuvimos muy claro que dentro de la misma se darían cabida a trabajos de estudiantes tanto en Arqueología y Antropología Social, como en Antropología Biológica, Lingüística, Urbana, Visual, etc., y sus combinaciones con otros campos del saber como Historia, Literatura, Psicología, etc., para que respondiera y fuera abierta a la multiplicidad de campos que se han creado dentro de la disciplina y a los trabajos realizados en combinación con otras especialidades7. A partir de esta idea fue definido el nombre de la publicación y su sentido como las múltiples dimensiones que poseen los objetos y la realidad, que aunque en ocasiones puedan parecer contrarias puede que no sean opuestos, sino distintas caras de una misma cosa. Creíamos que esto concordaba con una visión personal de la realidad y de la disciplina, en la cual veíamos que posturas o conocimientos que a veces se creían opuestos eran más bien, variantes de una misma idea. Respondiendo a esto, se definió que todas las ediciones serían abiertas y no se trabajaría un tema especial en cada una porque se intenta que en los números se muestren caras de una misma disciplina a través de la variedad de los trabajos publicados y además, porque la elección de un tema específico que pueda tener siempre buena acogida y buen volumen de producción es difícil y más cuando no hay líneas marcadas de temas preferenciales, sólo intuiciones. En las convocatorias se hicieron sugerencias de temas alrededor de los cuales las personas podían enviar material. Al final de la recepción de escritos, nos dimos cuenta que los documentos que llegaron no se ceñían a ninguna de nuestras sugerencias. Esto reforzó más la necesidad de dejar abiertas todas las ediciones para garantizar la sustentabilidad a largo plazo de la publicación. Con los objetivos fijados, la definición de la amplitud temática que tendríamos y con la indexación definida como nuestra primera meta a largo
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plazo, el Comité Editorial dio inicio a las actividades y a la existencia formal de la publicación como una revista hecha por estudiantes para estudiantes. Se hicieron aperturas de convocatorias y se invitó a los profesores y profesoras de Antropología e investigadores e investigadoras, así como a egresados y egresadas a participar con la publicación de un escrito en nuestras páginas. Afortunadamente los y las estudiantes del departamento, profesores y profesoras, investigadores e investigadoras, egresados y egresadas, acogieron8 ampliamente ésta iniciativa no sólo con el envío de artículos sino realizando comentarios sobre los mismos. El apoyo que recibimos de muchas de estas personas9 fue valioso para dar comienzo a nuestra existencia. Así en febrero de 2006 salió el primer ejemplar de Inversa a la luz pública en el que se divulgaron 6 trabajos (4 de estudiantes, un resumen de investigación de dos egresados y un artículo de un profesor del departamento), y cuyo lanzamiento se hizo en marzo del mismo año. A partir de este momento, se oficializó la existencia de la publicación en forma impresa y se presentaron los primeros bocetos de su versión electrónica que sería estrenada un año después en forma completa. Desde la presentación al público, Inversa ha funcionado de manera ininterrumpida así como no ha parado de crecer. Gracias a la versión electrónica, que detallaremos más adelante, los horizontes de divulgación de la publicación se han ampliado pudiendo contar actualmente con contribuciones del exterior provenientes de países como Brasil, México y Argentina, aunque es prudente detallar más estas afirmaciones.
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Objetivos y perfil de Inversa corresponde al desarrollo y situación actual de la disciplina, pues su campo de acción se ha ampliado y la supuesta integración de sus cuatro ejes básicos «es, actualmente, tanto mito como realidad» (Watson, 2006 [1995]). Para un desarrollo más amplio de este punto, ver el artículo titulado «Arqueología, Antropología y el concepto de cultura» de Patty Jo Watson (traducción de Lina Tatiana Lozano Ruiz), publicado también en esta revista. 8 Dicha acogida se representó no sólo en artículos aportados a la revista sino también en la ayuda prestada para la edición de los textos (en comentarios con respecto al contenido, la forma, redacción y estilo).
Mi agradecimiento personal y de parte del Comité Editorial de aquella época y el actual, espero expresarla al final de este escrito. Es una larga lista de personas con quienes estaremos eternamente agradecidos por permitirnos vivir la experiencia de desarrollar una revista de estudiantes de Antropología. Su apoyo fue básico para que hoy tres años después de tener la primera idea sobre una revista, ella sea posible. Mil gracias. 9
En las líneas anteriores, mencionábamos que en un principio se habían establecido dos objetivos generales uno, realizar un medio de divulgación de los trabajos e investigaciones hechos por estudiantes de pregrado y dos, constituir un espacio para la discusión y producción de conocimiento por parte de los y las estudiantes del departamento. Después de la publicación del primer número, para el que se recibieron 16 contribuciones de las cuales se imprimieron finalmente 6; 3 recibidas por convocatoria abierta y el resto por solicitud personal a profesores y profesoras, egresados y egresadas, alumnos y alumnas del departamento, comenzamos a observar una situación que a nuestro juicio desde aquel entonces hasta hoy ha sido preocupante para nosotros y nosotras como miembros del Comité Editorial y como estudiantes y egresada del departamento: la cantidad y la calidad de las contribuciones recibidas de los y las estudiantes. Desde el momento en que abrimos la primera convocatoria para la recepción de artículos, la que como mencioné tuvo bastante acogida, pues, independientemente del número de textos publicados, la cantidad de contribuciones recibidas ha sido el número más alto en lo que llevamos de existencia; vimos necesario empezar a realizar un primer cambio: ampliar el público al cual íbamos dirigidos. Pasar de sólo los y las estudiantes de Antropología y de publicar sus contribuciones, a contemplar también textos desarrollados por egresados y egresadas, profesores y profesoras y profesionales de otras áreas e investigadores en general. Cuando mencioné que en nuestras páginas habría cabida para trabajos realizados en diferentes campos dentro de la Antropología y también en combinación de otras ramas del saber, pensábamos que estas contribuciones serían aportadas por estudiantes, en ningún momento se contempló –o muy remotamente–, que podrían tener cabida trabajos de profesionales de otras
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disciplinas o egresados y egresadas de la carrera, porque la revista se concebía como hecha por estudiantes de Antropología para estudiantes de Antropología con contribuciones de estudiantes de Antropología, sin embargo, antes de finalizar la primera edición hubo necesidad de replantear el público al cual íbamos dirigidos en aras también, de hacer sustentable la publicación a largo plazo. A raíz de esta situación, los objetivos generales de la publicación cambiaron para convertirse en «un espacio de divulgación de los trabajos e investigaciones desarrollados por maestros(as), investigadores(as), egresados(as) y estudiantes de pre y postgrado del departamento, buscando propiciar un espacio de discusión y reflexión de las problemáticas referentes a la disciplina que promueva un espacio de construcción constante a través de los aportes realizados por los maestros(as), investigadores(as), egresados(as) y alumnos(as)» (Editorial, 2006: 72). A partir de la segunda edición, la cantidad de artículos recibidos por convocatoria decayó a 14 documentos, de los cuales sólo uno se publicó, los demás artículos impresos en ese número fueron obtenidos por solicitud personal de los miembros del Comité a profesores y profesoras, estudiantes y conocidos de otras carreras que sabíamos habían trabajado temas relacionados con Antropología. Para el tercer y cuarto número, que al momento de escribir este texto se encontraban en realización, por convocatoria se recibieron cuatro artículos para el tercer volumen y 13 para el cuarto. El número tres contó con un total de doce documentos entre trabajos que venían en proceso de corrección que no alcanzaron a ser incluidos en la edición anterior, los documentos recibidos por convocatoria y los textos obtenidos por solicitud a diferentes personas. Del total de escritos disponibles para la elaboración de este ejemplar, serán publicados cinco textos. El cuarto número, quizá el caso más dramático, tiene 13 documentos en espera, de los cuales uno corresponde a un estudiante de pregrado del departamento de Antropología, dos a una estudiante de la Maestría en Antropología de la Universidad Nacional, uno a un estudiante de pregrado de la Universidad de los Andes, otro a una de la Universidad Externado de Colombia, tres a estudiantes de diferentes universidades argentinas, dos a mexicanos y uno a un doctorando brasileño. Según lo que se puede ver sólo tres escritos corresponden a personas de la Universidad Nacional y de ellas hay sólo un estudiante de pregrado. Las cifras que les he presentado hasta el momento tienen dos objetivos. El primero de ellos es ilustrar a usted apreciado(a) lector(a) sobre la forma como se han configurado los objetivos de la publicación que usted tiene en sus manos, el por qué de sus elementos constitutivos y la forma como han cambiado. El segundo, tiene que ver con un llamado a la reflexión sobre la situación no sólo que atraviesa la publicación, sino el mismo departamento de Antropología al cual usted y yo pertenecemos, y que se ha reflejado en las cifras que acabo de mostrarle. No es gratuito que esto esté sucediendo si usted toma en cuenta todos los elementos que hemos ido mencionando desde las primeras líneas de este escrito. Creemos que es necesario una reflexión por parte de todos y todas las estudiantes que nos permita pensar lo que sucede, y nos lleve a encontrar soluciones o alternativas. Esperamos que todo lo dicho hasta el momento pueda contribuir con la discusión, la cual desarrollaremos en profundidad más adelante.
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Por el momento volvamos al tema principal de este apartado relacionado con los objetivos y el perfil que tiene la publicación. Para los primeros, y según lo que llevamos dicho hasta el momento, teniendo en cuenta lo mencionado sobre el material recibido, se han definido como los siguientes:
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10 Si usted desea inscribirse a este grupo de correos puede enviarnos un mensaje a inversaun@gmail.com o editorinversaun@yahoo.com.mx y nosotros le haremos llegar a la invitación o puede buscarnos por los grupos Yahoo! en español como REAIberoamerica e inscribirse por ese medio, o acceder a través del link puesto en la página principal de Inversa, www.inversa.unal.edu.co
1.
Constituir un medio de divulgación de documentos desarrollados en torno a la Antropología.
2.
Promover un espacio para la difusión, reflexión y debate sobre temas y problemáticas que atañen a la disciplina antropológica.
3.
Propender por la divulgación de trabajos e investigaciones desarrollados por los y las estudiantes de pregrado del departamento de Antropología de la Universidad Nacional de Colombia.
Los objetivos principales que acabo de detallar, intentan mostrar los ejes actuales sobre los cuales se llevan a cabo todas las labores desarrolladas en la revista. A partir de ellos se han estructurado los diferentes componentes en los que se encuentra subdividida la publicación: una versión electrónica y una versión impresa, que intentan responder a los objetivos planteados. Indudablemente el objetivo básico de la publicación ha cambiado desde el número uno hasta hoy. Se ampliado y diversificado para dar sustentabilidad y continuidad al proyecto, sin olvidar que aún es muy importante que se fomente y estimule la producción estudiantil que desde un principio ha sido nuestra tarea básica. Debido a la ampliación del primer objetivo y a que quienes pueden divulgar sus trabajos en nuestras páginas no son sólo los y las estudiantes del departamento, se ha permitido y potencializado que la publicación amplíe sus rangos de difusión y los diálogos que se dan al interior de ella misma, permitiendo que el proyecto crezca, se fortalezca y cumpla con su objetivo de ser un espacio para la reflexión y el debate sobre diversos temas y problemáticas concernientes a la disciplina. En todo esto sin duda ha tenido un papel importante la versión electrónica de la publicación que ha permitido que esta sea conocida en diferentes partes de Colombia como en otros países, a los cuales no habríamos podido llegar con la versión impresa debido a los altos costos que ello implica. La ampliación de las redes de difusión de la publicación gracias a Internet, han reconfigurado el trabajo que se venía realizando con la versión impresa, pues ha posibilitado que la revista pueda prestar nuevos servicios a la comunidad que antes eran imposibles sólo con la versión en papel, como la creación de un grupo de correos para el envío de información relacionada con la disciplina a muchas personas (becas, eventos, noticias, etc.)10, un foro o el próximo desarrollo de una hemeroteca digital, que ponga al alcance de muchas personas en Colombia y en el mundo, en una primera fase, los documentos producidos por los miembros del departamento, además de que ha abierto nuevas dimensiones en el trabajo que nos encontramos realizando. La obtención, a través de Internet, de aportes nacionales o extranjeros desarrollados por estudiantes, docentes, investigadores e investigadoras y profesionales de otros campos ha puesto de relieve la importancia de la interacción de diferentes estamentos tanto vertical (al interior de la disciplina) como horizontalmente (con otras áreas del saber). Esto nos ha proveído de
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nuevas caras en nuestra labor como por ejemplo, que fomentar la interacción del conocimiento producido a distintos niveles de una disciplina y en combinación con especialistas de otras, promueve tanto un entretejimiento de todo el saber realizado por las personas afiliadas a un mismo campo, como una relación entre miembros de distintos, proceso conocido como vertebración, en la que se superan las barreras y se relacionan personas de distintas afiliaciones no sólo a nivel universitario en una misma área sino también de enseñanza media e instituciones. Sus ventajas son notables ya que puede establecerse una visión más panorámica sobre un asunto, realizar discusiones más amplias con aportes diversos y construir alternativas un poco más precisas (Rañada, 1995). Igualmente, la inclusión de contribuciones extranjeras, de distintos estamentos en un mismo campo y diversas profesiones, también nos ha proveído de la idea de que la construcción del conocimiento en una disciplina ya no debe hacerse sólo localmente. Los diálogos con profesionales de otras naciones han posibilitado y resaltado la importancia de la interacción entre estudiosos y estudiosas de diferentes países dentro de la construcción del conocimiento en una rama del saber, bajo la idea de que ella se encuentra en permanente avance por los aportes realizados por investigadores e investigadoras en diferentes partes del mundo, lo que nos plantea tanto la necesidad de estar al corriente de éstos como, en la medida de lo posible, poder contribuir con ellos. Así, como se muestran las cosas, el perfil actual de Inversa se basa en ser una publicación editada por estudiantes de pregrado del departamento y de postgrado que busca constituirse en un espacio de difusión de trabajos e investigaciones desarrollados en torno a la Antropología en cualquiera de sus campos, con énfasis en los realizados por estudiantes de pregrado del departamento. Es un medio a través del cual se busca crear un espacio de reflexión y debate de temas relacionados con la disciplina y en el que se privilegia la publicación de documentos que realicen una contribución teórica, crítica o metodológica. Se concibe el diálogo a través de sus páginas como un mecanismo tendiente a realizar aportes a la Antropología, mediante la inclusión de artículos de temáticas diversas en cada número, posibilitando con esto la construcción de nuevo conocimiento y la difusión de saber para el avance de la disciplina. Con esto también se intenta promover la investigación consecuentemente con las propuestas realizadas por publicaciones existentes anteriores a ésta. La investigación y su importancia, adquieren un matiz preponderante en toda la labor desempeñada por la revista. Ateniéndonos a los argumentos que presentábamos al principio de este escrito, para nosotros y nosotras es fundamental que se promueva la investigación, así como que ésta también se divulgue tanto por medios impresos como electrónicos. Nuestra labor consiste en estimular la escritura de documentos tanto referentes a investigaciones como aquellos donde se realice una reflexión del conocimiento producido y adquirido, tendiente al desarrollo de nuevo saber que en la medida de lo posible, esté unido o se preocupe por promover alternativas o realizar aportes a las discusiones de los problemas sociales que afectan al pueblo colombiano o de otros países de Latinoamérica. «El conocimiento es un bien social que puede producir transformaciones relevantes en la producción y organización de las comunidades» (Misas, 2004: 17), éste es producido fundamentalmente a través de la investigación. Para ello es necesario que se potencialice y se promueva la generación de nuevos saberes
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a través de ese mecanismo, aunque no de manera única. De nada vale que se propenda por la generación de más conocimiento si éste sólo queda circulando en las academias. Es necesario que se refuercen los lazos ciencia-estado-sociedadciencia para que dicho saber pueda beneficiar a las sociedades de los lugares donde se produce. Cualquier conocimiento puede servir, incluso aquel que se considera «ocioso». Como miembros de una publicación, todos y todas somos conscientes que tenemos y debemos procurar un papel más activo en la trasmisión de conocimiento, y en la obligación de que los saberes que nosotros y nosotras divulgamos, no se queden sólo circulando en la academia, sino que tengan un rango de dominio y conocimiento más allá del campus universitario, razón por la cual hemos intentado al máximo ampliar nuestras formas de difusión, los canales a través de los cuales no sólo se da noticia de la existencia de la revista sino también del material publicado en nuestras páginas.
Componentes del proyecto Atendiendo al perfil de publicación que hemos descrito como un espacio para la divulgación de documentos relacionados con Antropología, la revista se ha estructurado en dos componentes básicos: una versión impresa y una electrónica. Todo el personal que conforma la revista, subdivido en Dirección (parte meramente formal porque todas las decisiones finales las toma todo el grupo editor) y Comité Editorial, árbitro responsable de las directrices del proyecto y de la selección, corrección y edición de todo el material para su posterior impresión, participa en ambos componentes pues las dos versiones son complementarias, sin el material que se produce en una la otra no puede existir, por ejemplo, sin las convocatorias que se realizan a través de la página y de correo electrónico, no es posible sustentar la versión impresa porque no habría material que publicar, sin la edición que se realiza para la versión en papel no habría que colgar en la página Web. Los procesos llevados a cabo al interior de la revista ligados a la edición de los documentos y la realización de la versión impresa y electrónica, tienen un largo proceso que puede durar desde unas pocas semanas hasta varios meses. Dicho esquema es llevado a cabo por el Comité Editorial en colaboración con profesores y profesoras o investigadores e investigadoras que actúan como pares evaluadores de los contenidos de los textos postulados para divulgación, procedimiento conocido como arbitrio. La revisión de los escritos también es realizada por dos miembros del grupo editorial quienes emiten los primeros conceptos sobre la publicabilidad de un texto. A partir de su opinión, los artículos pasan a la siguiente fase de revisión por parte del experto en el tema. El proceso editorial seguido por los miembros del Comité Editorial de Inversa, es el siguiente:
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1. Recepción del manuscrito y acuse de recibo a través de correo electrónico. 2. Registro en una planilla especial que contiene todos los artículos recibidos por la revista desde su primer número.
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3. Envío a dos revisores del Comité Editorial quienes emiten el primer concepto con respecto a la publicabilidad de un documento y preparan las sugerencias que serán enviadas al autor para edición del texto una vez tengan los comentarios del asesor. Ellos también se encargan de solicitar
la opinión de un experto o experta sobre el contenido del artículo. Dichos conceptos son consignados por escrito en un formato específicamente diseñado para tal fin. 4. Si el documento es aprobado, se le envía una notificación al autor o autora con sugerencias relativas al texto. Los cambios y ajustes necesarios pueden tardar desde un mes hasta varios dependiendo de cada necesidad y del tiempo que cada autor o autora demore en realizarlos. Éstos finalizan cuando el artículo cumpla con los requerimientos que se han fijado para cada tipo. 5. Cuando los textos se encuentran listos para publicación pasan a diagramación, es decir, son compuestos juntos con sus respectivas ilustraciones en un programa de diseño gráfico a través del cual se realiza toda la armada de la publicación tal cual como va a quedar impresa. Revista Inversa
6. Una vez finalizado el montaje se imprime una versión de toda la revista para revisión final en la que se mira la calidad de las imágenes, textos bien alineados y colocados así como también se realiza la última lectura de los artículos para corregir errores. 7. El archivo listo se lleva a la imprenta. 8. Lanzamiento y distribución.
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Los editores realizan las correcciones y sugerencias para los artículos que han sido escogidos para publicación que, básicamente, corresponden a estilo gramatical y sintáctico, ortografía, contenido, coherencia y cohesión tanto en lo que está escrito como del texto en su conjunto, pero antes de llevar a cabo este proceso, la escogencia de estos textos que serán sometidos a edición, se realiza teniendo en cuenta cinco criterios con los cuales se busca evaluar la calidad de un documento: claridad, estructura, argumentación, coherencia y bibliografía (pertinencia con el tema y suficiencia). Cada miembro del Comité Editorial participa en la edición de uno o varios textos, además de que puede desempeñar otras funciones de acuerdo a sus habilidades particulares o intereses personales como traducción, ilustración o diagramación. También anexo al grupo editorial se encuentran los colaboradores quienes eventualmente pueden apoyarnos en distintas labores, actividades o propuestas realizando sugerencias, contactos, aportando ideas, etc. según su propia disponibilidad. Los esfuerzos del equipo editorial van encaminados conjuntamente para la versión impresa y electrónica. La primera, que es la que más tiempo conlleva por ser la que aporta todo el material que divulga la revista, tiene una periodicidad de emisión semestral aunque, debido a procesos tanto al interior de la publicación como en el financiamiento otorgado por la universidad, puede prolongarse el tiempo en que cada edición sale a la luz pública. Una vez finalizadas las ediciones éstas son colgadas en nuestra página Web para libre consulta y descarga. Nuestro sitio Web desde febrero de 2007 fecha de su publicación en Internet, cuenta con más de 4000 visitas. Gracias a portales como Yahoo, Naya o bases de datos como WEDA, se ha podido hacer una amplia convocatoria en varios países del mundo por correo electrónico a profesionales
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En la dirección http:// w w w. i n v e r s a . u n a l . e d u . c o / paginas_de_informacion_general/ descargas.htm usted puede encontrar documentos referentes a las pautas de presentación de artículos y una guía sobre los formatos de bibliografía de la American Anthropology Association (AAA), utilizada en la revista. 11
y personas interesadas en Antropología y Arqueología para que consulten la página de la revista, cuya estructura puede agruparse en cinco categorías: (1) información general de la revista, (2) datos y requerimientos para el envío de originales, (3) sitios y enlaces relacionados, (4) eventos y educación, y (5) números publicados. Para el primer caso, el visitante puede encontrar información sobre cuál es nuestro público objetivo, por qué la revista se llama Inversa, los nombres de las personas que componen el Comité Editorial, cuál es nuestro sistema de escogencia de artículos y dónde puede adquirir o consultar la versión impresa de la revista. En cuanto a datos y requerimientos para envío de textos, la información presente en la página detalla los tipos de artículos que se reciben, la forma de presentación y citación, y el modelo utilizado para la bibliografía11. La sección de eventos y educación se compone de dos blogs en los que se presentan información referente a convocatorias para becas, ofertas de cursos, maestrías, doctorados, conferencias, encuentros, simposios, congresos, jornadas, etc., relacionados con Arqueología y Antropología. Se recurrió a los blogs como una herramienta fácil y de muy rápida actualización debido al volumen de información circulante sobre estos temas y a la rapidez con la cual también desaparece. Finalmente, en números publicados, los usuarios podrán encontrar en formato PDF y Html todos los artículos de la publicación los cuales pueden ser descargados sin ningún costo, en consonancia con la distribución gratuita que tiene la publicación impresa. La edición en línea es abierta (open access) esto quiere decir, que usted puede consultar en texto completo todo el material que ha sido impreso (por artículo) y descargarlo, garantizando que usted tiene un acceso sin costo, irrevocable y en todo el mundo al contenido de nuestra revista y una autorización para «copiar, utilizar, distribuir, trasmitir y mostrar el trabajo públicamente y para desarrollar y distribuir subproductos o derivados de dichos trabajos, en cualquier medio digital, para cualquier propósito responsable, sujeto a la apropiada atribución de autoría, así como el derecho a realizar un pequeño número de copias impresas para uso personal» (Smart, 2006: 40). Open access, significa acceso «abierto». Las discusiones en cuanto a este modelo de publicación han sido amplias sobre todo a nivel académico por el derecho moral que tienen todas las personas para acceder a la información que necesiten sobre todo para investigación. El acceso abierto a una publicación depende de las políticas editoriales de cada revista, y no es un caso común, principalmente por cuestiones económicas para el sostenimiento de la misma. Para el caso de Inversa, afortunadamente se cuenta con financiación otorgada por la Universidad Nacional de Colombia, lo que ha facilitado mucho nuestra labor de producción (sobre todo de impresión). El acceso libre nos ha traído muchas ventajas entre las cuales se pueden mencionar mayores consultas del material divulgado (puede verse el número de visitas a través del contador instalado en la página), con mayores probabilidades de citación, además, de que las personas pueden ver la calidad con la cual se publican los textos, lo que nos permite tener más confianza por parte de los autores sobre todo para el envío de sus escritos, así como también de nuestros lectores sobre lo que se publica, lo que finalmente redunda en una mayor circulación del trabajo realizado por todos y todas tanto autores y autoras como editores y editoras, gracias a las facilidades de acceso que una edición en Internet proporciona. A pesar de que los costos de publicación por medios electrónicos pueden llegar a ser hasta tres veces menores que las ediciones impresas, sin contar que
De acuerdo a lo que hemos estado mencionando a lo largo de este artículo, existen varios proyectos de ampliación tanto del sitio Web de Inversa como de la versión impresa, creados en torno a la labor editorial y a nuestro interés por la promoción de la investigación entre la comunidad estudiantil. En las siguientes líneas detallaremos los planes futuros de manera sintética, reuniendo los avances que hemos realizado a lo largo del texto.
1. Versión impresa: Teniendo en cuenta que una de las labores primordiales de Inversa como revista de estudiantes de Antropología es fomentar y divulgar la producción escrita por parte de los alumnos y alumnas de pregrado, se tiene presupuestado la realización de una campaña que busca invitar y resaltar la importancia de publicar textos desde los primeros años de la formación profesional, ateniéndonos a la preocupación existente sobre la baja recepción de artículos de los y las estudiantes del departamento, que ya mencionamos en apartados antecedentes. Creemos que una de nuestras labores como publicación de los alumnos y alumnas de pregrado, es incentivar y fomentar la realización de
12 Parte de los reparos que se realizan con respecto a una versión SÓLO electrónica se refieren a falta de credibilidad o realidad de la publicación de un texto, las dificultades para el acceso a Internet en algunos sitios por lo cual es posible sólo recibir copias impresas, los altos costos de impresión que para algunos usuarios significa imprimir un artículo, las dificultades de la lectura en pantalla o la imposibilidad de uso en un tiempo de los archivos debido al avance de la tecnología. No queremos negar que estos reparos no tengan validez, sin embargo, es importante resaltar que los medios electrónicos son una excelente forma de publicación que tiene sus ventajas y desventajas como las versiones impresas, pero a las cuales no se les puede negar los beneficios y alcances para las publicaciones en cuanto costos, volumen, tipos de documentos, interactividad, alcance geográfico, accesibilidad a los textos u otros materiales, etc. que creemos que en la medida de lo posible, pero ello depende de cada entidad editora, deberían realizarse dos versiones de una publicación, para el caso de las puestas a disposición del público en Internet, ojalá con acceso abiertolibre.
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Agendas futuras
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pueden ser más grandes en cuanto cantidad y tipo de información divulgada, alcance geográfico, velocidad y disponibilidad, se ha decidido conservar la versión impresa junto con la electrónica, como un modelo que garantiza la «efectiva y real» publicación de todos los textos, es decir, que a través del papel hay una «firma» de que todos los documentos ya han sido impresos, tienen un autor o autora y una casa editora porque muchas veces «los artículos publicados exclusivamente en formato electrónico no siempre son considerados como efectivamente «publicados», y por ende podrían carecer de credibilidad, particularmente por parte de los más tradicionales (conservadores) académicos/ cuerpos académicos» (Ibíd., Pág. 44). Nosotros apoyamos las ediciones electrónicas y creemos en su validez como un medio sólido de publicación, no obstante, en opinión nuestra, creemos que el modelo de versión impresa y electrónica aunque tiene mayores costos, permite tener en varios soportes los documentos como un mayor respaldo al material publicado12. La versión en Internet de Inversa ha sido una herramienta muy útil para acercarnos a una cantidad mayor de público en distintos países. Su diseño se realizó tomando como modelo otras publicaciones existentes y portales en la Red relacionados con Antropología. Toda la información que actualmente se encuentra puesta en el sitio va encaminada a que no sólo sea referente a la publicación, sino que, en un futuro, los servicios prestados puedan ser variados como por ejemplo, que los usuarios puedan realizar descargas de documentos, artículos o libros sin ningún costo, consulta de tutoriales, se realicen foros, puedan verse videos o fotografías, todo relacionado con diversas temáticas pertenecientes a la disciplina. Atendiendo a este fin, actualmente nos encontramos en la fase de digitalización de los primeros textos que aspiramos a colocar en un futuro en Internet, referentes a la revista de estudiantes de Antropología «Arqueología», que tuvo su existencia entre los años de 1984 a 1989. Creemos importante poner en acceso público este material como un rescate de la memoria de la producción académica estudiantil en el departamento, y como una forma de dar mayor circulación a información sobre la cual no se ha trabajado mucho o campos que son necesarios de reanimar.
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investigaciones como un ejercicio pedagógico y de entrenamiento de habilidades básicas para el desempeño profesional. Para la versión impresa, también se tiene presupuestada la realización de un pequeño catálogo de las tesis de pregrado en Antropología, que busca poner al alcance del público y manera conjunta los títulos de los trabajos desarrollados por los estudiantes hasta el año 2006.
2. Versión digital: En cuanto a la versión electrónica de la revista, como lo mencionamos en apartados anteriores, ésta se encuentra en proceso de expansión. Nuestro mayor interés es que ella no sólo preste el servicio básico de informar al público las características de la publicación, sino que pueda aportar mucho más a la comunidad. Por tal razón, creemos que una herramienta que puede implementarse para realizar tal objetivo, es la creación de una hemeroteca digital, donde se pondría para libre consulta y descarga material – principalmente revistas– que están siendo o fueron publicadas en el departamento. La idea con ello es que el público a nivel tanto nacional como internacional, pueda tener acceso a publicaciones que aunque ya no se editan, sus contenidos son de utilidad o, para el caso de las que se encuentran activas, ampliar sus rangos de difusión y promoción a través de la red. Este proyecto se encuentra en una fase primaria, es decir, que ya se seleccionó la primera publicación a digitalizar (Arqueología, revista de estudiantes de Antropología), y su traslado del papel a un procesador de texto, se empezará prontamente. Sin embargo, este es sólo el primer paso en el proceso de construcción de la hemeroteca. Aún falta la estructuración del sitio (secciones) que es la forma como se presentará al público la información, además de la búsqueda de un espacio adicional para colocar los textos allí.
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3. Publicaciones anexas: Grupos de trabajo
Para el momento de realización de este documento, se encuentra en proceso de edición un suplemento dedicado a Santa María la Antigua del Darién, que reúne los trabajos desarrollados por estudiantes de pregrado en torno al tema, y que fueron fruto de las actividades realizadas en el curso Antropología Especial II dictado por el profesor Paolo Vignolo, el segundo semestre del año 2006. Esta publicación encierra temas referentes a la muerte, la música, la agricultura, la prostitución, la medicina, los conquistadores, etc. como un valioso aporte al conocimiento y a las investigaciones sobre la zona.
4. XII Congreso de Antropología en Colombia:
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Finalmente, uno de los proyectos principales que se desarrolló en el segundo semestre del año 2007, fue la organización de un simposio sobre publicaciones para el Congreso, donde se esperaba poder discutir la labor, perspectivas y alcances de las publicaciones en la disciplina y en general, en Ciencias Humanas. Este evento intentaba responder a los cuestionamientos que planteábamos al final del apartado «componentes del proyecto» sobre la labor de las revistas en la difusión del conocimiento en Antropología tanto dentro de la academia como por fuera de ella. Un cuestionamiento amplio que puede hacerse con respecto a este tema, son los rangos de difusión del saber y los impactos que este tiene en la sociedad. Desafortunadamente, y no es un hecho desconocido por todos y todas, muchas publicaciones quedan confinadas a los anaqueles de las bibliotecas o a las colecciones personales de algunos lectores y lectoras o
autores y autoras, sin tener ninguna incidencia o difusión a personas ajenas a la disciplina. Esto quizá suceda por el tipo de lenguaje utilizado, por políticas editoriales o costos, que hacen que éstos materiales no tengan una circulación tan amplia como se espera. Esta situación es usual, pero lo que si no lo es, es que todos y todas nos cuestionemos sobre ella, de allí que muchos de los saberes producidos en la academia queden sólo circulando en ella. Debido a los cuestionamientos que nos plantea esta situación, creímos importante discutir sobre el alcance real que tiene el conocimiento en Ciencias Sociales divulgado a través de libros, revistas e Internet, las personas que acceden a ellos, sus mecanismos de difusión y los impactos que generan en la realidad social colombiana y en la construcción de nación, e, inclusive, conocer o analizar qué tan localizado es el conocimiento que producimos. Con esto se buscó generar un espacio de reflexión entorno a estos cuestionamientos y proponer alternativas para el mejoramiento de la eficacia en la transmisión de información.
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No podemos finalizar este escrito sin mencionar dos cosas importantes. La primera, nuestra invitación a todos y todas las y los estudiantes a publicar en Inversa por la importancia que ello tiene tanto para su formación como para su vida profesional, y segundo, los mecanismos mediante los cuales usted apreciado(a) lector(a) puede hacerse partícipe dentro de la publicación. Con respecto al primer punto, creemos importante mencionar que es necesario que mientras nos encontremos cursando una carrera universitaria sin importar el semestre en el que nos encontremos, es básico que todo el conocimiento que vamos acumulando en el transcurso de este proceso educativo no sólo sea objeto de aprendizaje sino también de reflexión, y no únicamente por la exigencias de los mecanismos evaluativos sino como un requerimiento personal. Una antropóloga o un antropólogo no se empieza a formar desde la realización de una monografía, es un proceso que se comienza a dar desde los primeros semestres, por lo que es necesario analizar y pensar continuamente sobre todo el saber que nos es impartido en las aulas, para que como repetidamente lo hemos mencionado, luego se procure producir uno nuevo, ojalá consonante con las necesidades de nuestro pueblo para que pueda serle útil a él. Una de las herramientas valiosas en este proceso de crítica y análisis, es la escritura. Los textos ayudan a decantar todo nuestro pensamiento y a darle forma definida, pues antes de que nuestras reflexiones sean plasmadas en un medio sígnico, son sólo ideas atomizadas que no han tomado cuerpo aún, y que como tal, no puede decirse que tengan una existencia completa sino hasta cuando se encuentran materializadas en el papel u otros medios, y cuando a través de estos, son dadas a conocer al público por, entre otros mecanismos, los impresos (revistas, libros, etc.). Pero para poder realizar la producción de saber es necesario leer y ante todo investigar, si queremos procurar que nuestras ideas aporten algo al debate. Este punto es básico, así como que todos y todas seamos concientes de la importancia de incorporar el hábito de la escritura a nuestras vidas y a nuestra formación, además de que tengamos una participación más amplia en nuestra educación que únicamente limitarnos a responder por las exigencias académicas. El conocimiento puede producirse más allá de las aulas, no es el único espacio, existen muchos más, aunque sin duda es uno privilegiado por que éste puede
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Anotaciones finales
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nutrirse a través del diálogo con compañeros y compañeras así como profesores y profesoras. Nuestra invitación es a aprovecharlos, y a estar siempre activos en este punto, así como a que socialicen su producción. Publicar no es una tarea fácil pero con dedicación puede lograrse, sin importar los argumentos que apuntan a que esto sólo debe realizarse cuando haya una producción estable y «cuasi perfecta», pues, afortunadamente, nunca se termina de escribir un texto, éste siempre puede perfeccionarse con el tiempo, paso a paso, aunque si debemos procurar construirlo de la mejor manera posible. La invitación que deseamos hacerles a todos y todas, es a que seamos más activos en nuestro proceso de formación pensando continuamente sobre lo que se aprende en los salones de clase con más lectura, más investigación y más producción. Estas tres últimas cosas son las que más necesitamos, para procurarnos una mejor formación profesional. Es indispensable que tengamos en cuenta que no debemos quedarnos únicamente con aquello que se nos enseña en el aula, vayamos más allá, explorando nuestros propios intereses. Es una tarea fundamental que necesita toda la educación en Colombia, que cada día seamos más autónomos y reflexivos con todo aquello que nos rodea. No nos quedemos sólo luchando por todo aquello que se nos debe dar o se nos ha quitado (aunque si es importante hacerlo), pero además vayamos más allá aprovechando los espacios que aún puede ofrecernos una universidad como la nuestra, en la cual para fortuna de todos y todas, aún existen muchos mecanismos y fuentes que nos permiten adquirir más conocimiento, pero aún nos falta cultivar más la reflexividad, procuremos que sea un proceso continuo empezando por nosotros mismos y nosotras mismas, pero no lo dejemos sólo en el aire, escribamos, otros merecen conocer y saber lo que estamos pensando. Necesitamos producir, y ser como estudiantes más profundos en nuestras críticas. Como futuros profesionales, un requerimiento que se nos plantea es precisamente analizar, descomponer y mirar nuestra realidad. Como colombianos y colombianas, estamos llamados a aportar algo a nuestra nación. Empecemos aportando alternativas reales a los problemas que la aquejan, pero para ello necesitamos pensar y escribir, un hábito que hemos perdido, prueba de ello son las cifras que presentábamos en el apartado «objetivos y perfil de Inversa». Nosotras y nosotros intentamos aportar esta revista, y usted ¿qué va a hacer? Escríba, es un buen comienzo. Finalmente, y ya para cerrar este escrito, es importante que usted apreciado(a) lector(a) conozca las formas en las que puede participar en este proyecto, si quiere junto con nosotros y nosotras, llevar a cabo las labores y actividades que hemos mencionado, y quizá idear unas nuevas que nos permitan alcanzar los objetivos que nos hemos trazado en esta publicación, y mejorar nuestro trabajo con la comunidad. Como mencionábamos en el apartado «componentes del proyecto», existen dos divisiones básicas reales en esta publicación: un comité editorial y unos colaboradores. Para los primeros, quienes como lo decíamos son los responsables de la definición de las políticas de la revista y de la selección y edición de todo el material recibido y publicado, requiere que quienes pertenezcan a este componente, tengan disponibilidad de tiempo tanto para cumplir con las labores de edición necesarias como para asistir a reuniones periódicas con el fin de discutir diversos asuntos sobre la publicación, el material recibido o los proyectos que se estén llevando a cabo. Para el caso de los colaboradores, no se requiere que estos siempre estén disponibles, ellos hacen
aportes a la revista en la medida de sus posibilidades, facilitando contactos, colaborando con sugerencias o logística en los proyectos que se realizan, o incluso promocionando la publicación. Si usted quiere vincularse con nosotros en calidad de miembro del Comité Editorial o colaborador, o quizá quiere realizar aportes con la diagramación o ilustración para algún número o ser corresponsal13 (nacional o internacional), puede comunicarse con nosotros y nosotras a través del correo oficial de la revista inversaun@gmail.com, estaremos muy complacidos de poder contar con su ayuda e interés. Sobra decir que siempre tenemos las puertas abiertas para recibir sus comentarios, sugerencias, cartas, artículos o lo que usted crea conveniente hacernos saber. Le agradecemos que haya dedicado unos minutos a la lectura de este texto, esperamos tenga una idea más amplia sobre la publicación que usted tiene en sus manos. Recuerde que Inversa es una casa de puertas abiertas para todas y todos. Esperamos sus contribuciones. Revista Inversa
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Los corresponsales son las personas que representan a la publicación en diversas partes del mundo, su aporte a la revista consiste en motivar a otras personas a escribir, representar a la publicación en su zona y darla a conocer o ser representante de la revista en eventos en caso de ser necesario. 13
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Agradecimientos
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Como ya lo había expresado anteriormente, la lista de las personas a las cuales tenemos que agradecer por colaborarnos en esta publicación es bastante larga. En nombre de mis compañeros y compañeras del actual Comité Editorial y en el mío propio, queremos darles las gracias al primer grupo editorial de esta publicación conformado por Nora Maritza Díaz, Sandra Patricia Figueroa Chaves, Johanna Francella Pinzón Suárez, Lina María Téllez, Camila Urueta Gutiérrez y Luis Gabriel Sanabria Rojas con quienes se establecieron las bases de esta revista. Sin su aporte, ideas y entusiasmo esta publicación no hubiera podido arrancar ni existir como tal. También quiero darle las gracias a Sandra Liliana Murillo Rodríguez, quien incondicionalmente me apoyó desde la primera idea de la creación de una revista, y quien gracias a su entrega a este proyecto y la fuerza que le imprimió a sus ideas, que espero se vean reflejadas en lo que hoy es Inversa, ayudó tenazmente a la construcción de una publicación que intenta responder a lo que en las líneas anteriores he tratado de esbozar. A ella mi eterno agradecimiento por apoyarme tanto en este proyecto y por haberme brindado su amistad. También quiero darle mi sincero agradecimiento a Camilo Cadena, su apoyo gigante a este proyecto permitió su continuación y consolidación. El interés y la entrega que mostró, fue algo que hizo crecer mucho a esta publicación. En un lugar muy especial se encuentran las personas que en este momento laboran junto conmigo en esta revista: Lina Tatiana Lozano Ruiz, Joshua Samuel Pimiento Montoya, Aura Lisette Reyes Gavilán, Alec Yamir Sierra Montañez, María Camila Gómez Fonseca, Sandra Babativa Chiriví y Natalia Ortíz Hernández. A ellos les debo la continuación de este proyecto, y todo lo que actualmente es Inversa. Su entrega hacia este proyecto, su interés y constante apoyo en todas las labores emprendidas han sido fundamentales. Personalmente les estaré eternamente agradecida por brindarme todo lo que me han dado, y por ser mi respaldo y motivación constante para llevar adelante esta publicación. Sin ustedes no hubiéramos podido llegar a este punto. Gracias por estar a mi lado. Aprovecho también para agradecerle a los profesores y profesoras que nos han apoyado y animado constantemente para la continuación de nuestra labor y han creído en nosotros y nosotras permitiendo que publiquemos sus textos, presentando nuestra revista ante el público, animándonos constantemente a continuar o brindándonos sus sabiduría en los comentarios realizados a los textos: Profesor Mauricio Caviedes, Profesor Augusto Javier Gómez López, Profesora Ana María Margarita Groot de Mahecha, Profesora María Eugenia Hernández, Profesor Carlos Miñana Blasco, Profesora Alma Ximena Pachón Castrillón, Profesor Roberto Pineda Camacho, Profesor Pablo Emilio Rodríguez, Profesor Andrés Salcedo Fidalgo, Profesor Fabián Sanabria, Profesor Carlos Augusto Sánchez, Profesor Carlos Alberto Uribe Tobón, Profesor Fabio Zambrano, Profesora Myriam Jimeno, Profesora Susana Barrera y Profesor Gerardo Ardila. Mi más sincero agradecimiento a la Antropóloga Claudia Patricia Rivera Amarillo, quien desde el primer momento nos animó a emprender esta labor. Otros agradecimientos a la Unidad de Gestión de Proyectos de la Vicedecanatura de Bienestar y a la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia, por el apoyo financiero brindado que nos ha permitido difundir nuestro trabajo. Un especial reconocimiento a Astrid Verónica Bermúdez y a Oscar Mauricio Moran Gómez, monitores del área de impresos, y a la diseñadora Clara Inés Clavijo Rodríguez.
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Un agradecimiento especial a todas las personas que nos han enviado sus artículos para publicación. Gracias a ustedes la sostenibilidad y continuidad del proyecto es posible: Carlos Bermúdez, Álvaro Alejandro Bonilla, Nicna Camargo Salazar, Luis Alfonso Castro Rivera, Germán David Clavijo, Amanda Cordero, Carolina Duque Alzate, Jhon Alexander Fajardo Pulido, Alexander Andrés Franco E., James Alberto García, Lina María Gómez Morales, Diana María Mendoza, Andrés Felipe Ospina Enciso, Edimer Alexander Pinchao Ipial, Mauricio Restrepo, Edgar Andrés Rivera Machado, Danilo Rodríguez, Andrea Rodríguez, Camilo Salazar, Nicolás Sánchez, María Isabel Vargas, Antropólogo Juan Carlos Vargas, Filóloga Ana María Angulo, Antropólogo Javier Mauricio García, Antropóloga Jazmín Rocío Pabón Rojas, Antropólogo Diego Giovanny Castellanos, Antropólogo Jorge Andrés Colmenares Molina, Antropólogo Andrés Mauricio Romero Buitrago, Johanna Irene Wahanik Durán, Antropólogo Carlos Palacios, Antropóloga Natalia Robledo, Antropóloga Nurys Esperanza Silva Cantillo, Antropólogo Enrique Martínez, Antropóloga Sayra Guinette Aldana Hernández, Filósofa Irene Vélez Torres, Antropólogo Julián Andrés Baracaldo Euse, Francy García, Marcela Amador Ospina, Jorge Perugache, Antropólogo Marco Martínez y Matemático Aldo Parra. Debemos darles las gracias también a las personas que con su talento y conocimiento han trabajado en la ilustración de esta publicación: Inti Guevara Ríos, Nora Maritza Díaz, Héctor Hugo Agudelo Calvo, Miguel Fernando Bustos G., Paola Andrea Zubiría, Edwin Mauricio Ardila Mojica, Diego Buitrago R., Giovanni Matallana Guillén y Gilberto Ramírez Pérez. También a la Ingeniera Natalia Carolina Gutiérrez, por sus recomendaciones y sugerencias en el diseño y estructura de la página Web. Finalmente, mis agradecimientos a Paola Camargo y a Julex Vanegas, los alientos y apoyo que nos brindaron motivaron gran parte de esta empresa, y a Rosalba Nelly Rodríguez de Salazar, quien me ha brindado su apoyo de madre y a quien no sólo debo todo lo que soy, sino el apoyo moral y financiero a esta publicación.