Entrevista a Eli Ferrari

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Por un período en tu vida viviste en España, previamente a irte hiciste algunas performances en Córdoba, esto fue cerca del 2001 no?. Contame como pensabas tu trabajo antes de irte y como lo pensabas y abordabas en el contexto de la Córdoba de esa época. Antes que nada, muchísimas gracias por la entrevista. Alrededor del año 2000 me parecía vislumbrar una tendencia al individualismo cada vez mayor, una tendencia a darle cada vez menos importancia al tiempo compartido, convivido junto a otros, entendido como tiempo “perdido”, en esa idea de que el tiempo vale oro. Me refería a esta sensación como “desertización de la realidad”, que también partía de experiencias personales. Esta idea fue la que dio impulso a la creación en esa época, una desertización que en ese momento suponía como resultado de una extrema tergiversación de sentidos, de saturación por exceso del significado de lo que nos rodeaba, que lo llevaba a su misma desaparición, hasta casi no diferenciarse los opuestos: “...todo puede ser todo, una nada desértica: hacinados solitariamente, hipervinculados aisladamente, superinformados ignorantemente, interesadamente desinteresados, indiferentemente atentos, odiosamente amables, repulsivamente adorables, egoístamente solidarios, ¿redundancias?”(2000) ¿Se podía, desde el arte, proponer maneras para “cruzar” este desierto? ¿O proponer oasis, parajes? Así, surge en esos años la idea de generar en torno al alimento, momentos de encuentro. Mi propuesta plástica hasta ese momento, partiendo también de la temática alimentaria, habían sido principalmente objetos lúdicos, en interacción con los presentes, experimentando con los sentidos. Por ejemplo una caja de madera completamente cerrada con un par de agujeros delante que al introducir las manos (sin ver ni saber que había dentro) podíamos palpar bastante arena entre la cual encontrábamos caramelos (1998). O un juego de ta-te-ti en el que las fichas eran comestibles: realicé galletas con formas de rostros humanos en bajorrelieve, con enormes dientes. Quien ganara el juego, podía comerse las galletas, enlazando los conceptos de “ganar el juego” y “canibalismo” (1999). A fines de los 90, junto a la admiración por el trabajo de distintos referentes artísticos de la acción, del happening, fluxus, pero también del povera, del land, del arte de comportamiento, del arte conceptual y desde un posicionamiento teórico con respecto al arte que me alejaba de lo representativo pero también me alejaba del collage, que fue una bisagra en mi obra, hacia una realidad extra-artística que ya no “cabía”, ni en lo cuantitativo, ni en lo cualitativo, en mi visualidad. Mi cuerpo, conformante social de esa realidad, comenzaba a interactuar con ella, con todo lo vital de esa realidad, con lo que allí sucedía, y con las afectaciones mutuas. Me enamoro de la acción. Supe que nada iba a volver a ser lo mismo. La desestructuración o desorganización de la obra no solo fue un requerimiento desde lo visual en un proceso de más de cien años, sino que también era un requerimiento desde lo vital, lo cotidiano, en una cada vez mayor homogeneización de los modos de existencia, en nuestro accionar diario, no solo en las maneras de ver, sino en nuestras maneras internalizadas de vivir, de ser y estar en el mundo. Y lo académico-educativo no escapaba de esas internalizaciones a cuestionar. La acción, además de ser para mí una necesidad vital, abría las puertas a replantearnos nuestros modos de existencia o visibilizar modos otros, si los había; a tirar todo por los aires, a barajar y dar de nuevo. De la misma manera hoy volvemos a cuestionar los intentos de organizar, estructurar, delimitar y definir la acción. Volvemos a empezar, como sea y tantas veces sea. En 2001 presento una acción en el pabellón El Museo, en Ciudad Universitaria: “¿Tomamos un café?”, para la cual había trasladado bolsas de arena, vajilla, manteles, café, hasta allí. En la puerta de entrada, ya adentro, extendí una franja de arena que inevitablemente debíamos saltar para llegar a la mesa. Una vez reunidos y sentados en la mesa, los invitaba a charlar y tomar un café a los presentes.

“¿Tomamos un café?”, Córdoba, 2001


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Entrevista a Eli Ferrari by Soledad Sanchez Goldar - Issuu