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Jardín urbano

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Weckels outdoor

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El más ecológico de la ciudad

El sueño del cultivador urbano

En esta ocasión, bordearemos los límites del cultivo urbano, donde se desdibujan las líneas que separan lo ecológico de lo convencional. Nos vamos de visita a un jardín único en la periferia de la ciudad; al huerto del Sr. No. Sin problemas de contaminación lumínica ni limitaciones de altura, sin plagas, sin carencias de nutrientes ni acumulaciones de sales; en definitiva, sin todos esos caballos de batalla con los que suele estar condenado a bregar el cultivador moderno. Pero con una completísima tienda de cultivo a la vuelta de la esquina. Sin duda, uno de esos jardines en el sur de la península con los que sueñan muchos cultivadores de exterior.

David García • deivimar@hotmail.com

Nadie molesta a la fauna del huerto, que se alimenta a sus anchas.

Justo ahora, hace un año que el Sr. No se dispuso a germinar las semillas de cannabis que dieron lugar a las hermosas plantas que ilustran estas palabras; así que, por estas fechas, debería de estar haciendo lo mismo una vez más. Da pena que jardines como el suyo no estallen de vida cada verano. Claro que es duro llevar un huerto año tras año; y más cuando hacemos vida moderna, de ciudad, con todas las comodidades y servicios, con toda su absorbente dinámica. No obstante, una vez iniciados en este saber ancestral de la tierra madre, los cultivadores asumen el desafío de tal compromiso con una determinación sólida. Por lo general, la enseñanza de cómo llevar un huerto se transmite dentro de la tradición oral. En el caso del Sr. No, fue un familiar cercano; pero también habrá quién se tome la molestia de obtener documentación para poner en macha su propio huerto y poder mantenerlo. Digamos que el Sr. No se fijó en que el terreno trasero de la casa familiar donde vivía llevaba años en un estado de abandono; y, un día, se dio cuenta de que ya había aceptado el reto de mantenerlo vivo. En otros tiempos, llevar un huerto no pasaría de ser una responsabilidad; hoy, dado las estresantes condiciones de vida que tenemos, puede considerarse algo extraordinario. De hecho, las casas que suelen dar cobijo a un verdadero huerto en un entorno urbano son las menos corrientes: casas con puerta a la calle, construidas tiempo atrás, en la periferia de las ciudades, en lugares alejados de los centros urbanos sujetos al devenir de las promociones inmobiliarias; en barriadas que suelen albergar marginalidad, donde se ven relegados a vivir muchos de los que no van con las modas, muchos de los que son peculiares. Hacerle la madre

El Sr. No comenzó con una gran cantidad de brotes. La mayoría de las plantas eran de procedencia holandesa, aunque también probó suerte con algunas semillas híbridas españolas. Y, en contra de lo que se podía esperar, la semilla norteña fue la que mejor se desarrolló desde el principio. De entrada, las semillas que llegaron a convertirse en plantas jóvenes eran, en su mayoría, holandesas. Sólo unas pocas de las plantas producidas por compañías nacionales llegaron a la floración; y, a excepción de una sativa asiática que se floreció en maceta, no resultó nada destacable en términos de calidad. En cuanto al rendimiento, la tailandesa bred in Spain no era más que una planta de balcón en medio de las enormes plantas forasteras.

Sin embargo, para que se produzca ese estallido de vida estival en el huerto, es del todo necesario un calentamiento que se alarga durante toda la primavera, y cuyo arranque está determinado por el trabajo del año anterior. De esta forma, se cierra el ciclo anual de cultivo que crea y mantiene la madre en el suelo, con cuya riqueza viva no puede compararse ningún fertilizante.

Antes de empezar a germinar las semillas de cannabis, el Sr. No ya tenía dispuesto el huerto para recibir casi doscientas tomateras, que constituyeron el grueso de la labor estival, junto a algunas hileras de plantas de pimiento y de berenjena. Más atrás aún, ya se habían plantado calabacines y otras hortalizas, a modo de despertar a la nueva temporada, pero cuando el verano se aproxima, a comienzos de junio, el tomate es el rey del huerto. Por eso, cuando las plantas femeninas de cannabis que fueron seleccionadas llegaron al suelo, a mediados de julio, todo el plantío de hortalizas estaba en pleno desarrollo.

Nuestro hortelano cava un gran agujero para cada planta y, en el fondo, pone un buen trozo de la pila de compost que resultó de todo el laboreo del año anterior. Considera que, en ello, reside una de las claves del excepcional desarrollo que se observa en las plantas una vez que se pasan al suelo. A continuación, realiza la plantación con un sustrato adecuado para estos menesteres; y termina haciendo una poza de riego para una retención y distribución óptima del agua alrededor del eje central de la planta.

¿Dónde está Wally? Discreción total para un jardín de alto rendimiento.

La visita

Llegamos al huerto a la hora de los toros, las cinco de la tarde, en pleno apogeo del verano. El vecindario, en completo silencio. Nuestro amigo, el Sr. No, nos guió a través de la casa hasta la parte trasera, orientada al oeste, donde un pequeño porche sombreado con cañizos servía de separador entre la vivienda y el terreno a cielo abierto. -Podíais haber venido más tarde -nos dijo, al vernos azufrados de calor. Y tenía toda la razón. El hortelano iba delante de mí, señalándome el camino franqueado por paredes vegetales. Las abejas estaban por todos lados, regordetas, desplazándose entre las hileras de tomateras atadas a estructuras de caña que superaban los dos metros de altura.

-No hacen nada –me tranquilizó como si se hubiera visto en esa situación muchas veces-. Tú no les hagas caso, que ellas pasan de ti. Nunca antes, tales palabras me habían hecho sentir confiado cerca de las abejas; sin embargo, sentí que podía despreocuparme, y me sorprendí a mí mismo adentrándome en el huerto sin temor alguno. En efecto, las abejas formaban parte de aquél espacio para la biodiversidad, dando la impresión de ser una especie más en equilibrio dentro del micro mundo que formaba el huerto. Apenas si me fijé en la primera de las gigantescas plantas, junto a un naranjo. Se trataba de un híbrido índica, según confirmó el Sr. No. A continuación, entre laureles, dos plantas con dominancia sativa; ambas, de maduración lo suficientemente rápida para acabar a comienzos de octubre, antes de que comiencen las lluvias y las mínimas nocturnas desciendan peligrosamente. Cuando nos aproximábamos a la última, me advirtió: “No te acerques mucho a la pared; ahí está la colmena y las abejas sí pueden picarte”. Las plantas sembradas en suelo eran realmente enormes; sobre todo, las tres de semilla. Si bien la altura superaba los dos metros y medio, el volumen que ocupaban era descomunal: el diámetro resultaba equivalente o mayor a la altura. Y se trataba de plantas con menos de tres meses de vida. Ciertamente, como admitió el Sr. No, las plantas no necesitan más tiempo para alcanzar su tamaño máximo. No obstante, todavía tuvieron tiempo de crecer un poco más antes de comenzar la maduración, ya que aún quedaba una semana larga de agosto. Durante el recorrido, nuestro hortelano iba recogiendo los tomates que veía estropeados. Algunos se habían caído al suelo y se habían abierto; otros, habían sido picoteados por la fauna del lugar. El Sr. No los iba tirando en la base de las plantas, y éste era el único abono que añadía. Según me estuvo contando, le gustaba preparar –al menos una vez durante la floración- una solución nutritiva mediante la disolución y reposo del compost que había sobrado, pero este abono se había hecho tan popular entre los vecinos que, desde antes de la llegada del verano, iba recibiendo visitas que hacían disminuir la pila de compostaje trozo a trozo. A pesar de ello, cinco semanas después de nuestra visita, comenzó la cosecha y toda la abundancia presagiada se hizo realidad.

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