Finisterra Carlos Montemayor
Directorio M.E. Luis Alberto Fierro Ramírez Rector de la Universidad Autónoma de Chihuahua M.A.V. Raúl Sánchez Trillo Secretario General M.L. Ramón Gerónimo Olvera Neder Director de Extensión y Difusión Cultural Lic. Berenice León Galindo Jefa del Departamento Editorial
Finisterra
Primera edición: Febrero, 2020 Cuidado editorial: Luis Fernando Rangel, Ramón Rangel Flores, Alfredo Caro Espinoza Imagen de portada: Standing stone. Imagen de contraportada: Poema manuscrito de Carlos Montemayor / Intervención de Ángel Machado
Universidad Autónoma de Chihuahua Campus Universitario Antiguo s/n. 31178, Chihuahua, Chih., México editorial@uach.mx
Sangre ediciones Oyamel 6907 Fr. Esperanza 31104, Chihuahua, Chih. sangre.ediciones@gmail.com www.sangreediciones.com
Diseño y formación Sangre ediciones
Editado y producido en Chihuahua, México
Finisterra Carlos Montemayor
Agradecimientos
A Victoria Montemayor Galicia, Emilio Montemayor Anaya, Alejandra Montemayor Loyo y Ximena Montemayor Loyo por permitirnos realizar este humilde homenaje al maestro Carlos Montemayor.
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Finisterra
Entre el verano del desierto, entre el ardiente viento de las costas que aspiran a bañar el desierto, entre la ensenada donde la ciudad deposita su beso de sombra sobre el calor de las playas. Entre muros cubiertos por la humedad y cuerpos que deambulan eufóricos por el día y la cerveza. Entre el aroma salobre donde la vida escucha lentamente sus sueños erosionando sentidos. Entre el cielo desnudo y calcinado, sólo tan blanco como la arena de las playas y las cuevas, firme como las rocas entre abismos marinos, acariciado por la espuma y las embarcaciones ligeras. Entre las piedras, la resaca y los cerros que elevan su ancianidad poderosa sobre la hierba y los reptiles que se adormecen bajo el llamado grave y ensordecedor de las ballenas refugiadas en las bahías. Entre el vuelo sabio y orgulloso de los pelícanos y las gaviotas que se alejan de nuestras manos cuando quisiéramos sentir tan sólo un instante de su vuelo de espuma. Entre el verde oleaje que estalla contra la blancura de las playas y de las rocas, que despedaza su espuma contra peñascos, blancos como los sueños de todos los que han muerto y han vuelto a vivir y han vuelto a besar la muerte. Entre el Océano que estrecha contra sí mismo, contra su pecho ubicuo, 9
contra su sexo esparcido en cada gota de su Océano, el mar final de nuestro Golfo, el mar que alguna vez todos seremos, y se derrumba en él, respirando en el oleaje, con su semen de espuma, de peces y de rocas. Entre las horas que se transforman en una fragancia verde, entre la sangre que no se escucha por el estrépito de las olas contra las peñas, aquí donde el aire es luz y sal y aroma de todo lo que es posible, caigo, me sumerjo, grito enardecido, como si toda mi piel se hubiera levantado entre los mares, como si todos los corazones que he amado estallaran sobre las costas, y beso el suelo en que ambos nos convertimos en el otro, en el cuerpo sudado, amargo y salobre que nos cubre, donde brotaron todos los seres que una vez, en el encuentro de Finisterra, conocimos. Canto el odio, canto el rencor que estrella sus espadas enfurecidas contra el mar que lidia con los soles, arrojando las mareas contra las playas y las rocas como si alcanzara el desierto y los astros, salando la tierra como si quisiera cegar los ojos de los astros. Canto el odio de los amores que no tenemos ya entre los brazos y persisten como ecos en caracoles rotos y vacíos; la furia con que cada uno desentierra en otro lecho los amores que en sí mismo aún escucha; la marea ascendiendo en su isla espoleada por el mar gritando por los cuerpos futuros, por los amores futuros, por los sexos futuros. Persistir como el Océano nocturno en su marejada, bajo la luna nueva que enfría las sábanas
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húmedas por nuestro sudor, sólo por el nuestro, entre impacientes noches de rencores y dulzuras. Canto la furia de que los cuerpos se separen, de que su encuentro no sea eterno y estruendoso como el de los mares en Finisterra; la furia de que los cuerpos amen intensa y demencialmente pero sus sexos se deshagan como arena salada y dolida entre la pálida y húmeda noche de los sentidos; la furia de no ser por siempre, de que no tengan los cuerpos la altura de nuestra soberbia y nuestra dureza, acantilados donde el otro mar que nos ama despedace su espuma como dos bocas bajo su indomable fuerza: mar que se abre con su aroma de siglos y en el cuerpo de una mujer es todos los cuerpos y en los brazos sudorosos y mordidos y lacerados es todos los abrazos. Canto el triunfo, la ira de dos cuerpos que estallan de ceguera y de luz, brillantes en la noche que erosiona al amor y a los lechos. Las espaldas donde los planetas se reflejan hipnotizados por el combate de nuestros cuerpos desnudos, del beso primordial de los sexos en que se desencadena el oleaje de todas las vidas, de todos los astros, sembrando recuerdos permanentes en cuerpos perecibles. Son los labios incólumes de la luz, de la noche, de las mujeres con pezones relucientes como astros sin cesar llamando, titilando desde un inmemorial paraíso. Mujeres con su sexo rutilante y oscuro como vacíos estelares que permanecen insaciados en el espacio, mostrando su incesante abismo, su incomparable oscuridad. La angustia de que el amor se derrumbe en el lecho como
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un oleaje exhausto, de que nos sintamos a salvo y en tierra firme oyendo entre las sábanas el ulular del pasado sin saber que es también el del futuro, cuando sienten los cuerpos que algo permanece bajo el dolor, en su deslumbrante instante. Déjame ahora, Finisterra, aprender el canto de la dulzura, la permanencia de las rocas o el sol de tu verano, la firmeza del cielo sobre los mares. Déjame, con ella, entenderlo. Contemplar su cuerpo desnudo y sudoroso y acorde con todo, acariciarlo como los veleros que se remontan sobre el mar y contemplan desde el oleaje las costas y las peñas, como la gaviota que besa tu cuerpo en el menor suspiro de la brisa marina. No quiero ser ya el dolor de no ser siempre, no quiero oír el paso fugaz del verso que se lamenta de no ser más cuando ya se ha dicho. Déjame besar la raíz intensa en que los sexos se reconcilian con todas las cosas y contemplan desde su océano convulso la luz de la totalidad inmóvil, la belleza de la dulzura inmortal de las cosas. Déjame por un momento más cantar, Finisterra, ahora que mi cuerpo oye, y siente, y ama. Cantar que este aire sobre el mar es como un cuerpo, que el vuelo del pelícano sobre la brisa es un encuentro de cuerpos, que el brillo de las olas bajo el sol calcinante es un abrazo, un ser desnudo que nos llama a grandes voces, que el calor sofocante e implacable del sol es el calor
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de un cuerpo. Cantar que los ojos que miran el encuentro de los mares atraviesan entre millares de cuerpos y gozan su cercanía sudorosa; que las costas y las peñas son la forma firme y durable de una desnudez implacable y dulce; que la sombra que cae de las cuevas, de los acantilados, es un cuerpo que se reclina en la arena, como yo me reclino sobre mi amiga. Cantar que Finisterra eleva su cuerpo de rocas y se arquea sobre sus aguas como si el encuentro de océanos fuera un grito permanente elevándose sobre el mar, ahuecándose como un cuerpo convulso por sus sentidos. Cantar así, como si tus rocas lanzaran para siempre, durante todas las noches y todas las mañanas, brotando de la espuma y del oleaje, un grito de amor, visceral, profundo, que desde el fondo vierte en espuma un goce irrespirable y deja el paso abierto a la vida, a la brisa donde por siempre cantará el instante nítido de la espuma, como una mujer que se abre de horizonte a horizonte y nos ve naufragar en un madero de deseos, sed, hambre, sueños. Aunque no sea perenne como el encuentro de tus mares, aunque no sean mis ojos los que sobre la arena rueden con los granos rutilantes de los fósiles y la sal, dame de tu espumoso mar y de tu verde oleaje, de tu inmensidad convulsionada y amarga; dame tu dulzura de cuerpos amantes, de sudorosos
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veranos y sudorosas mañanas, de tus voces que tañen a rebato en cada ola; dame la dulzura con que el mar ante tus costas arroja la espuma sobre tu espalda como brazos y manos colmados de versos blancos, de versos salobres que se endulzan en las bocas, de peces maravillosos que en las bocas se besan y ciegan. Dame un momento, uno sólo Finisterra, en que tu encuentro resuene en mi cuerpo convulso en el otro cuerpo, en que tu rumor y tu oleaje que se estrella en las costas sea mi rumor y estallido en el otro cuerpo, en que mi mar, mi océano, se despedace y se convierta en la blancura hirviente de otra espuma seminal y eterna: así, en ese instante en que tus océanos se juntan, en que se exalta la espuma, déjame decir que este grito espumante es para siempre, que será mi voz para siempre, oh que será mi voz para siempre.
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Carlos Montemayor sobre Finisterra
1 Titulé “Finisterra” al poema porque, en primer lugar, el sitio donde se da el encuentro se llama Finisterre (hay aun un hotel Finisterre), y en segundo, como reconocimiento a un famoso poema de Ledo Ivo, de nombre “Finisterre”, que yo traduje y que me ha encantado siempre. Yo varié ligerísimamente y puse Finisterra. Debo haber escrito el poema unas semanas después del carnaval de 1979. Lo escribí, ya en Ciudad de México, de dos a tres jalones, y lo corregí en distintos lugares y aun en distintos países. Fue un poema que trabajé pausadamente pero concentrando mucho mi atención, porque no quería que su amplitud desusada para el tipo de poesía que yo acostumbro escribir, lo hiciera peligrar. No sabía que iba a ser el último poema del libro ni el que daría el título. En todo libro hay como tres ciclos, es decir, series de poemas que tienen cosas en común. La primera sección del libro cierra un ciclo, porque están los poemas corregidos y revisados de Las armas del viento. Fueron los primeros poemas que publiqué. En la sección que se llama “Memoria”, que escribí poco después de la muerte de mi madre, hay un repaso en mi infancia. Escribir estos poemas fue un descanso interior: de cierto modo con ellos regresaba a mi tierra natal y a instantes de la niñez: las huertas de la casa donde vivíamos, a las calles de Parral, a los cerros, a las minas, al cielo antiguo. Hablo en los poemas de mi padre, de mi madre, de mis hermanas, de nuestra casa, del paisaje, de la llegada de la muerte. Creo que “Memoria” me preparó para escribir “Finisterra”. En resumen, en el libro de Finisterra concurren tres ciclos: dos cerrados (Las armas del viento y “Memoria”), y otro, suspendido (“Finisterra”).
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El libro representó para mí una acumulación de experiencias personales y de lenguajes. Durante un tiempo creí que lo titularía Memoria, pero Finisterra era tan breve y conciso y sonoro, que me ganó en definitiva. No lo hice porque creyera que era el mejor, porque yo prefería en ese momento los poemas de “Memoria”, en especial dos o tres: “Arte poética”, los dos últimos de la sección, que se refieren a los ciclos de las vidas y las muertes. Por demás “Arte poética” es un poema que ha tenido fortuna y se ha abierto paso. No podría decir cuál poema para mí es mejor. Es una pregunta que no me he hecho. “Finisterra”, sí, en efecto, es un diálogo, porque Finisterra es la conciencia que mira y reconoce el mundo. Ve no lo otro, sino todo. Es curioso: ahora, al reflexionar, me doy cuenta de que era la primera vez que hablaba en vocativo, que hablaba de tú a las cosas. No había vuelto a pensarlo. En ese momento me pareció muy natural pero es posible que sea una trasposición recurrente del diálogo con el mar y la luz, con mi amiga y con las cosas del mundo, y mi amiga es una vía para hablar con el mundo y hablo con el mundo como si fuera mi amiga. Una fuente del poema es la “Oda marítima” de Fernando Pessoa. No sé si ésta fue la primera traducción que hice en mi vida o fueron seis poemas de Catulo. La traducción ha sido para mí una escuela. He traducido muchísimos poemas que no he publicado: de la Biblia, de Homero, de Dante, de Pound, de Whitman, de Pessoa… De la “Oda marítima” me sorprendió el control del ritmo. En Pessoa nos encontramos a un poeta habituado a escribir largos o larguísimos poemas. La “Oda marítima” parece hecha como una partitura musical. Hay una suerte de organización sinfónica, con compases que tienen fuerza, vivacidad, rapidez, hay crescendos y decrescendos, grandes silencios y grandes reuniones de sonidos, sentidos e ideas. Es un poema flotando en su totalidad en el océano donde el hombre del mar forma parte también de un instante. En ciertos momentos, en este gran poema es muy intensa la sensación de que el lenguaje no es lenguaje sino un grito liberador y la composición es como en oleadas, es como si se buscara en el lenguaje una gran libertad. Que las palabras no sean lenguaje sino los propios elementos de la naturaleza. La palabra dejando de ser palabra para ser más.
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La “Oda marítima” tiene mucho la idea de “Finisterra” en cuanto a la partitura musical pero no a historia o extensión. La forma de composición que vi de la “Oda marítima” me sirvió para ver “Finisterra”. Desde luego la “Oda marítima” es una pieza mucho más compleja que “Finisterra”, y además, es Pessoa. Ahora reparo que la “Oda marítima” estuvo siempre en el proceso de escritura de mi poema. Debo confesar que como poeta he aspirado desde siempre a escribir poemas largos y que “Finisterra” aun lo sentí como preámbulo para un ciclo de poemas de esta suerte. Yo creo que el poema que podría escribir se basaría en versos semejantes en tamaño a los de “Finisterra” y “Memoria”. Sin embargo, los poemas que escribí desde que en 1979 redacté “Finisterra” han sido, paradójicamente, más breves, y menos que una derivación de “Finisterra” lo han sido de “Memoria” y, más atrás, de Abril y otros poemas. Están en la edición del fce y se llaman El cuerpo que en la tierra ha sido (1989). El conjunto de poemas que titulé Apuntes (1994), que agrego ahora a la edición de Aldus de mi Poesía (1977-1994), es un regreso a una sección que se llama “Las armas y el polvo”, que está en Abril y otros poemas. Entre los poemas de “Memoria”, El cuerpo que en la tierra ha sido y Apuntes, “Finisterra” es como la clave eufórica de saber por vez primera que lo que se toca es todo y que ese todo reúne todos los presentes. “Finisterra” es una eclosión que luego toma un cauce más sosegado pero que enseña a mirar hechos y cosas con ojos totales. Mi problema es que los apuntes que tengo para redactar poemas vastos exigen un tiempo mucho mayor del que dispongo ahora para escribir. Estoy rebasado por proyectos apasionantes de narrativa y ensayos sobre culturas indígenas. Siento que estoy en medio del oleaje y luchando por salir de ese mar y llegar a la tierra firme de la poesía
2 “Finisterra” proviene de mi primer encuentro armonioso con el mar. Digo armonioso, porque mi infancia, rodeado de montañas, de cerros mineros y llanuras desérticas, las únicas concentraciones de agua eran, en escala ascendente, los arroyos, los ríos y las presas. El mar
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representaba una experiencia lejana, o más, imaginaria, y cuando ya, de más de treinta años, tuve relación con él, tanta inmensidad de agua provocó en mí una impresión profunda. Conocí después muchos mares pero la primera vez que gocé sin temor el poder de oleaje, de su profundidad, de su insistencia sobre las costas, fue en Baja California Sur. Varios amigos y una hermosa y sabia amiga hicimos un viaje en automóvil desde La Paz hasta Los Cabos. El viaje por carretera me permitió sentirme unido a un paisaje que se parecía mucho al de mi infancia en Parral, Chihuahua: un paisaje desértico que atraviesa varios pueblos, algunos de ellos abandonados y fantasmales, como el Minas Nuevas que aparece varias veces en mis narraciones. Esta protección que yo sentía del paisaje desértico me custodió hasta mi encuentro con el mar, allí donde se unen el mar de Cortés y el océano Pacífico. La alegría de los amigos y de la mujer que me acompañaban me permitieron sentir y ligarme de una manera natural y plena a ese poder telúrico y marítimo. Creo que “Finisterra” es un texto de la revelación de la fuerza del océano. La exaltación de los versos es la misma exaltación del oleaje. Hay distintos movimientos del mar, según uno se aproxime a la playa o esté en ella, golpee el mar las rocas o se deslice en la arena. El mar es el que vibra en el texto y produce los efectos sensoriales. La mujer se confunde con el mar, la tierra y las cosas. Buscaba la totalidad. Las dos grandes vastedades de agua uniéndose y el difícil desierto me hicieron sentir la dilatación de la vida y, desde luego, el amor. El amor entendido como una abierta realidad de los elementos: el aire, el agua, la luz, el oleaje, la blancura de la espuma, la hondura del horizonte… En ese gran encuentro de los mares todo lo vivo parecía frotarse. Era un abrazo inmenso que creaba la euforia donde la vida contaba, cantaba, gozaba, se extendía. Yo creo que no es una idea la que sustenta la relación entre las cosas en el poema, sino una sensación corporal de que las cosas así son. El mundo se hace a través de los cuerpos. Es el cuerpo. Por demás, es una idea o raíz que aparece en toda mi poesía. El cuerpo es la noche, es la lluvia, es el brillo del desierto, es el color y el sonido de los metales: el cuerpo
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recuerda la tierra que ha sido. Quizá este asunto en otros poemas sólo llega a presentarse como una reflexión o una sensación callada; en “Finisterra” son muchas cosas que resuenan al mismo tiempo. Mi poesía es pocas veces eufórica. Yo suelo escribir en lo más callado de la reflexión. Traté de que, pese a la extensión del texto, los versos no perdieran continuidad ni coherencia. Me interesó que se marcaran una serie de crescendos. Lo traté más como una partitura musical que como un ente de elementos puramente verbales. La mayoría de estos versos tienen un ritmo de hexámetros. En ese tiempo, recuerdo, yo traducía la obra de Safo. La extensión de la pieza me dio libertad para integrar ideas e imágenes y ritmos, que al ir concentrándose en sí mismos, favorecían la estructura rítmica. Hay una parte del poema donde recuerdo el arco de roca que hay en Los Cabos y me di cuenta que ese arqueamiento era un detalle de voluptuosidad de la mujer que participaba en la unión de los océanos. Entendí entonces que estaba describiendo una experiencia corporal, sensual, de totalidades, donde todos coincidíamos en ese arqueamiento voluptuoso. “Cantar que Finisterra eleva su cuerpo de rocas/ y se arquea sobre sus aguas/ como si el encuentro de océanos fuera un grito/ permanente elevándose sobre el mar,/ ahuecándose como un cuerpo convulso por sus sentidos.” El crescendo sigue hasta el final. Creo que el poema termina en la cresta de la ola: “así, en ese instante en que tus océanos se juntan,/ en que se exalta la espuma,/ déjame decir que este grito espumante es para siempre,/ que será mi voz para siempre,/ oh que será mi voz para siempre”. La idea de que el orgasmo y el universo se unen y hay un grito, es para mí el punto donde se toca la eternidad. Es una plegaria para que yo permanezca allí, porque allí es el lugar de la verdad y del destino. Ese grito repetido de “para siempre” es como una lucha para no alejarme de allí o para volver allí: a Finisterra.1
1 De Campos, Marco Antonio. El poeta en un poema. México: unam, 1998. pp. 321 – 326.
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Contenido 9 Finisterra 17 Carlos Montemayor sobre Finisterra
Finisterra de Carlos Montemayor se terminó de imprimir en febrero de 2020 en la ciudad de Chihuahua por Sangre ediciones y la Universidad Autónoma de Chihuahua con un tiraje de 350 ejemplares más sobrantes para reposición. Esta edición es un homenaje a Carlos Montemayor en su décimo aniversario luctuoso.