editorial
Por: p. WILSON ZULoAGA N., ssp l wilsonzuloaga@sanpablo.com.co
Evidenciar el rostro de Dios asi a diario me encuentro con personas que me comparten sus testimonios en cuanto a la fe y a su “experiencia de Dios”. Yo me atrevería a decir que ellas pueden manifestar que han visto “el rostro de Dios”, porque son capaces de reconocerlo en sus hermanos, en sus familiares, en sus sacerdotes, en las religiosas, en sus amigos de barriada… Todos ellos reflejan el rostro de Dios.
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Cuando escucho a la gente hablar del papa Francisco, por ejemplo, me sorprende el entusiasmo con el cual lo mencionan, porque su presencia va llevando por el mundo ese anhelado rostro de Dios que todos quieren ver. Y así como Francisco, también lo evidenciaron Juan XXIII y Juan Pablo II durante el ejercicio de su pontificado. Ellos también en su momento supieron ganarse a los fieles con una señal clave: mostrar el rostro de Dios. Por eso el papa Francisco los canoniza, como signo evidente ante el mundo de que la vida de estos dos pontífices fue una continua configuración con Cristo, haciendo realidad la misma afirmación de san Pablo, cuando escribió a los gálatas: “Ya no soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí” (cf. Ga 2, 20). Con el ejemplo y el testimonio de estos hombres de Dios –Juan XXIII, Juan Pablo II y ahora el papa Francisco– la Iglesia nos invita a sentir en nuestra vida la presencia de Dios e irradiarla en nuestro entorno.
Y no es para menos, pues la actividad apostólica de Juan XXIII fue determinante para todo el mundo, especialmente al convocar el concilio Vaticano II, con el cual quiso responder a la necesidad urgente de “aggiornamento”, de rejuvenecimiento y actualización de la Iglesia católica. Por otro lado, con su carisma y con su extraordinario don de gentes, Juan Pablo II logró conquistar el corazón de la juventud, porque en su rostro expresaba la alegría de quien sigue a Cristo; también con su ejemplo alentó en la Iglesia muchas vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa en un momento en el cual estaba afrontando una dura crisis. “Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron”, nos dice (cf. Mt 13, 10-17). Y hoy el mundo siente esta necesidad de “ver el rostro de Dios” por medio del testimonio de hombres y mujeres que se convierten en antorchas vivas de esperanza para contemplar el rostro de Dios, como lo fueron Juan XXIII y Juan Pablo II. Que Dios guarde su memoria por toda la eternidad, para que podamos seguir encontrando santos de su talla que nos enseñen a ver Dios con la vida misma y que, siguiendo su ejemplo, demos testimonio de auténtica vida cristiana en esta sociedad posmoderna.
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A la luz de la fe
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ermina el Año de la fe, y con él queremos contemplar los lineamientos finales que deja el papa Francisco al dar a conocer su primera encíclica Lumen fidei (Luz de la fe). Algunos fragmentos introductorios de su encíclica acompañan hoy nuestra sección “La voz del Papa”, para que continuemos avanzando en nuestro caminar hacia a la luz de la fe. 1. La luz de la fe: la tradición de la Iglesia ha indicado con esta expresión el gran don traído por Jesucristo, que en el Evangelio de san Juan se presenta con estas palabras: “Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas” (Jn 12, 46). También san Pablo se expresa en los mismos términos: “Pues el Dios que dijo: ‘Brille la luz del seno de las tinieblas’, ha brillado en nuestros corazones” (2Co 4, 6). En el mundo pagano, hambriento de luz, se había desarrollado el culto al Sol, al Sol invictus, invocado a su salida. Pero, aunque renacía cada día, resultaba claro que no podía irradiar su luz sobre toda la existencia del hombre. Pues el sol no ilumina toda la realidad; sus rayos no pueden llegar hasta las sombras de la muerte, allí donde los ojos humanos se cierran a su luz. (…) Conscientes del vasto horizonte que la fe les abría, los cristianos llamaron a Cristo el verdadero Sol, “cuyos rayos dan la vida”.
¿Una luz ilusoria?
2. Sin embargo, al hablar de la fe como luz, podemos oír la objeción de muchos contemporáneos nuestros. En la época moderna se ha pensado que esa luz podía bastar para las sociedades antiguas, pero que ya no sirve para los tiempos nuevos, para el hombre adulto, ufano de su razón, ávido de explorar el futuro de una nueva forma. En este sentido, la fe se veía como una luz ilusoria, que impedía al hombre seguir la audacia del saber (…). 3. Se ha pensado poderla conservar, encontrando para ella un ámbito que le permita convivir con la luz de la razón. El espacio de la fe se crearía allí donde la luz de la razón no pudiera llegar, allí donde el hombre ya no pudiera tener certezas. La fe se ha visto así como un salto que damos en el vacío, por falta de luz, movidos por un sentimiento ciego; o como una luz subjetiva, capaz quizá de enardecer el corazón, de dar consuelo privado, pero que no se puede proponer a los demás como luz objetiva y común para alumbrar el camino (…). Una luz por descubrir
4. Por tanto, es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo. Y es que la
contenido EDITORIAL
Evidenciar el rostro de Dios
PREGUNTA AL TEÓLOGO ¿Cómo se puede demostrar que Jesús es el Hijo de Dios?
BEATO ALBERIONE Los religiosos en el apostolado de la edición
INTROSPECCIÓN Bríos desaparecidos
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ACTUALIDAD
Juan XXIII y Juan Pablo II: modelos de vida para la Iglesia
Familia
La pareja como sacramento del encuentro con Dios
CATEQUESIS
Formación de comunidades catequizadoras
IGLESIA
Regulación de las misiones en Colombia
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característica propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre. Porque una luz tan potente no puede provenir de nosotros mismos, ha de venir de una fuente más primordial, tiene que venir, en definitiva, de Dios (…).
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5. El Señor, antes de su pasión, dijo a Pedro: “He pedido por ti, para que tu fe no se apague” (Lc 22, 32). Y luego le pidió que confirmara a sus hermanos en esa misma fe (…). La convicción de una fe que hace grande y plena la vida, centrada en Cristo y en la fuerza de su gracia, animaba la misión de los primeros cristianos. 6. El Año de la fe ha comenzado en el 50 aniversario de la apertura del concilio Vaticano II. Esta coincidencia nos permite ver que el Vaticano II ha sido un concilio sobre la fe, en cuanto que nos ha invitado a poner de nuevo en el centro de nuestra vida eclesial y personal el primado de Dios en Cristo. Porque la Iglesia nunca presupone la fe como algo descontado, sino que sabe que este don de Dios tiene que ser alimentado y robustecido para que siga guiando su camino (…). 7. Estas consideraciones sobre la fe, en línea con todo lo que el magisterio de la Iglesia ha declarado sobre esta virtud teologal, pretenden sumarse a lo que el papa Benedicto XVI ha escrito en las cartas encíclicas sobre la caridad y la esperanza. Él ya había completado prácticamente una primera redacción de esta carta encíclica sobre la fe. Se lo agradezco de corazón y, en la fraternidad de Cristo, asumo su precioso trabajo, añadiendo al texto algunas aportaciones (…).
GUÍAS HOMILÉTICAS
P. William Gerardo Segura S.
LITURGIA
Ornamentos, lugares sagrados y libros litúrgicos
TESTIGOS DE LA FE Beato Timoteo Giaccardo Primer sacerdote paulino
SALUD
La diaconía de la caridad con el enfermo con VIH y SIDA
2013 Dirección Y COORDINACIÓN: P. Wilson Zuloaga Niño, ssp Consejo de redacción: P. Martín Sepúlveda, ssp; P. Favio Marín, ssp; P. Arnoby Álvarez, ssp; Constanza Moya OTROS Colaboradores: P. William Gerardo Segura, Ariel Álvarez Valdés, Constanza Moya. AUTORES: EDITORIAL: P. Wilson Zuloaga Niño, ssp / INTROSPECCIÓN: Rafael De Brigard, Pbro. PREGUNTA AL TEÓLOGO: Pino Lorizio, / ALBERIONE: Beato Santiago Alberione / ACTUALIDAD: Tomado de: http://www.aciprensa.com/santos / FAMILIA: Heyner Hernández / CATEQUESIS: P. Martín Sepúlveda, ssp / IGLESIA: Hernán Alejandro Olano García / GUÍAS HOMILÉTICAS: William Gerardo Segura, Pbro. / LITURGIA: P. Wilson Zuloaga Niño, ssp / TESTIGOS DE LA FE: P. Stefano Lamera, ssp / SALUD: Ismael González / EN LIBRERÍA Y CULTURA: Constanza Moya / BIBLIA: Ariel Álvarez Valdés Publicidad: María José Molina Trujillo / e–mail: publicidad@sanpablo.com.co Diseño & diagramación: Luis Gabriel Niño Devia / e–mail: estudiografico@sanpablo.com.co Suscripciones: periodicos@sanpablo.com.co Impresión: Taller San Pablo, Calle 170 Nº 8G–31, Bogotá, D.C. - Colombia
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EN LIBRERÍA
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PIDO LA PALABRA
CULTURA
Jornada mundial de la juventud 2013 ¡¡El mensaje de ‘Francisco’ sigue vigente!!
BIBLIA
¿Nació Jesús un 25 de diciembre? Muerte eterna
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pregunta al teólogo
e u q r a r t demos
e d e u p e s ¿Cómo de o j i H l e es
Jesús
Dios?
Por: Pino Lorizio
a afirmación de que “Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (cf. Mt 16, 16) es una profesión de fe que como tal no puede ser “probada” de manera histórica o racional. No sólo esto, sino que esta profesión de fe afecta nuestra libertad, además de nuestros conocimientos, y en este sentido, no puede ser fruto de demostraciones, como si se tratara de un teorema matemático, o del resultado de experimentos de laboratorio. Por eso, más que de "pruebas" creo que es más adecuado hablar de "signos" que indican la verdad, sin obligar a un consentimiento intelectual.
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El “signo” por excelencia de la divinidad de Jesús está dado en su propia resurrección. Se trata del “signo” que Él mismo ha indicado a quienes pedían la razón de su obrar y la declaración de su identidad. Pero, la misma incluso se afirma sobre la base de sus "signos", que la teología tradicional identifica en su tumba abierta y vacía y en las apariciones, signos que llegan a nosotros a través del testimonio de los mártires, aquellos que “han visto y oído” (cf. 1Jn 1, 2-3) y que han dado la vida a causa de su testimonio de fe. Podríamos también considerar “señales premonitorias” de la resurrección del Señor cuanto ellos han obrado en su existencia terrena, particularmente, en sus milagros. Tales signos son preámbulos de la dimensión históricosalvífica, el significado teológico y el sentido del Reino de Dios de cuyo anuncio escuchamos: “Juan, entretanto, que estaba en la cárcel, habiendo oído hablar de la obra de Cristo, le mandó a decir por medio de sus discípulos: ‘¿Eres tú Aquel que habría de venir, o tenemos que esperar a otro?’. Jesús respondió: ‘Vayan y díganle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos caminan, los leprosos quedan sanos, los sordos oyen, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia la Buena Nueva. ¡Y bienaventurados son aquellos que no se escandalizan de mí!” (cf. Mt 11, 2-6). En este sentido, los milagros nos ofrecen unas líneas mediante las cuales se puede entrever la identidad misma de Jesús y su filiación divina, incluso su más profundo significado sería destruido si Cristo no hubiera resucitado. Junto a los gestos reveladores de su identidad también hay que considerar las
Diccionario mínimo [MARTIRIO] Se trata del testimonio, no necesariamente es un derramamiento de sangre, pero sí una donación de la vida por nuestra fe en Jesucristo, Hijo del Dios vivo.
[MILAGRO] Es la irrupción del Absoluto, que trasciende en la naturaleza y en la historia de la humanidad, con tal de cambiar las leyes y transformar lo ordinario.
[PROFESIÓN DE FE] Afirmación de una verdad que supera los conocimientos científicos y racionales.
[SIGNO] Elemento concreto que deja entrever lo que está oculto a nuestros sentidos por el misterio.
palabras que Jesús pronuncia y el modo de pronunciarlas –que no es como el de los escribas y fariseos– permiten vislumbrar en Él, mediante la autoridad que expresan, algo más que un simple hombre. A este punto, ¿qué podremos decir o hacer cuando encontramos personas que nos refutan el creer que Jesús es el Hijo de Dios? La respuesta la podemos encontrar en los aspectos antes vistos: no sólo es ofrecer argumentos, se trata
más bien de testimoniar nuestra fe con gestos y palabras que estén inspirados en los gestos y palabras de Jesús. Cierto, no estamos en posibilidades de realizar milagros, pero podemos ofrecer gestos y palabras de perdón, de justicia, de acogida, que dejen entrever una fe impresa en la propia vida. La credibilidad en el Evangelio atraviesa por la fe manifestada en un testimonio personal y comunitario.
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beato
ALBERIONE
a los sacerdotes
Por: BEATO SANTIAGO ALBERIONE
Los religiosos en el
apostolado de la edición
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os religiosos en el apostolado de la edición tienen oficios comunes con el clero secular y posibilidades especiales que dependen de su estado particular. Posibilidades y oficios que pueden reducirse a los siguientes: mayor amplitud, mayor continuidad y mayor intensidad.
Mayor amplitud
De predicación, de influencia y de gracia. De predicación: no se limitan a una parroquia o a una diócesis particular, sino que extienden su obra a la Iglesia universal. De influencia: estando al servicio particular de la Santa Sede pueden tener mayor ascendiente sobre todos los fieles de los diversos estados sociales y de las distintas condiciones. De gracia: estando destinados a muchos, por vocación, son muchas las gracias de oficio que se les otorgan. En efecto, Dios otorga a cada uno las gracias según las tareas que desempeña.
Mayor continuidad
La congregación religiosa tiene una vida más larga que el sacerdote aislado. En efecto, cuando un religioso no pueda seguir ejerciendo su apostolado, lo suplirá otro. Y cuando un religioso entre en el descanso y la posesión de la corona, la congregación procurará que otros continúen las mismas iniciativas. Cuando una iniciativa promete buenos frutos y el trabajo multiplicado o nuevas dificultades lo requieran, la congregación proporcionará personal y ayudas. Mayor intensidad
En el apostolado, los religiosos ponen, por fin, mayor intensidad, sea porque el que se dedica a él, al no tener que atender a las necesidades personales, tiene más tiempo a su disposición, sea porque los votos religiosos comportan y producen mayor concentración de fuerzas naturales y sobrenaturales en el apostolado. Los mismos fieles manifiestan una confianza particular en el religioso y lo secundan, pues saben que no tiene ningún interés en la tierra. La congrega-
beato Alberione 8
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ción, por fin, puede convertirse en una escuela de especialización en materia y forma, por así decir, para la formación de los especialistas, prácticos en todas las ramas del apostolado.
tengan una vocación, una formación especial, que actúen en dependencia de la Iglesia y que pongan toda su confianza en la fuerza divina, la única que puede vencer a las fuerzas colosales de los adversarios.
Las necesidades de los tiempos
Un ejército así formado no puede ser más que un ejército de religiosos que se propongan como fin especial ejercer el apostolado de la edición.
Si en otros tiempos el apostolado de la edición podía ser ejercitado fructuosamente mediante iniciativas privadas, hoy estas iniciativas, aun teniendo gran mérito, no serían suficientes para hacer frente al adversario. En efecto, es sabido que nuestros tiempos se caracterizan por una organización inmensa de ediciones contrarias a la Iglesia, sea porque todos los adversarios se sirven de la edición, sea porque los hebreos, masones, protestantes, comunistas... les proporcionan medios económicos fortísimos.
Un apostolado así concebido requiere amplitud de doctrina, de influencia y de gracia, continuidad de trabajo, intensidad de celo y de sacrificio y espíritu de oración ferviente. Requiere, en suma, un ejército de personas que
En efecto, Dios suscitó en todos los tiempos hombres e instituciones según las necesidades. Esto es, suscitó religiosos de vida contemplativa cuando los cristianos se perdían en una vida de exterioridad demasiado superficial, religiosos dedicados al cuidado de los enfermos cuando arreciaban las pestilencias, religiosos misioneros cuando el impulso hacia las misiones extranjeras se hizo universal y se le abrieron caminos. Y la Iglesia, fiel intérprete de los designios de Dios, a lo largo de los siglos confió a los religiosos las obras generales, como por ejemplo las misiones para los infieles, la organización de la beneficencia en las carestías y pestilencias, la atención a las cruzadas, los grandes estudios que prepararon los acontecimientos y los momentos históricos más decisivos, la redención de los esclavos, las grandes reformas y la educación de la juventud.
beato Alberione
Es, pues, necesario contraponer una organización amplia, poderosa, de espíritu antiguo y de formas modernas, es decir, el apostolado de la edición realizado no por iniciativas particulares, sino por iniciativas de carácter universal que dispongan de un ejército de sujetos preparados y que multipliquen sus frutos en el tiempo y en el espacio, adaptándolo a las necesidades de las almas.
La idea no parece nueva, sino más bien completamente conforme a la economía divina y a la tradición de la Iglesia.
Así, pues, también hoy debe haber familias religiosas para las necesidades actuales. Dios y la Iglesia no cambian de estilo.
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introspección Por: Rafael de Brigard Merchán, Pbro.
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BRÍOS desaparecidos
La iglesia de mi pueblo, me dijo un joven, se ha vuelto sólo iglesia de Misa dominical”. Se refería a la poca influencia real, digamos orientadora y transformadora, que actualmente tiene en su pueblo la acción de la Iglesia y en particular de sus sacerdotes. Infinidad de pueblos latinoamericanos tienen en el centro de su mapa urbano un templo que generalmente domina el paisaje circundante. Este edificio tiene aires de ser el más importante, pero en realidad ya no lo es. Lo que allí se hace no está teniendo en realidad mayor efecto sobre la población que lo usa, mucho menos en quienes no lo visitan. Las pequeñas poblaciones o pueblos de América Latina, sobre todo los situados en la zona tropical, se han convertido en grandes discotecas, en bares de infinitas puertas, en cunas de niños sin padre conocido, en terrenos de madres solteras, en hábitat de parejas sin matrimonio sacramental (esto hace siglos). También, sobre todo en las regiones de alta influencia del narcotráfico, en tierra abierta para recibir día tras día todos los muertos de la violencia. En ese ambiente, la voz de los curas apenas resuena dentro de los templos y quizá ni allí la escuchan con atención. Y lo grave del asunto es que el templo se volvió casi que el único lugar de brío sacerdotal. Pero, por fuera de él, el cura parece haber perdido fuerza, ilusión, grandeza en sus proyectos, ganas de construir un reino nuevo, el de Cristo. La prueba de ello es que la vida de su pueblo ya casi en nada refleja la enseñanza del Evangelio, sino que parece contrariarla abiertamente. Los curas estamos distraídos en tonterías: que la gente aplauda en las misas, que el bazar sea exitoso, que los floreros sean bonitos y baratos, que el templo esté bien pintado. Estamos construyendo capillitas, haciendo novenas, repartiendo mercaditos incompletos, regalando, regalando y regalando. Todo bonito… e insustancial. Así no se va a cambiar
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a ningún pueblo y ni siquiera un barrio o comuna. Hubo un tiempo en que los curas fundaban colegios y educaban con convicción, creaban hospitales y clínicas, hacían acciones realmente católicas, se ponían zapatos gruesos y emprendían camino a lejanos lugares en busca de almas sedientas, confesaban horas enteras sin café de por medio. Eran curas briosos, entradores, pretenciosos en sus acciones. Amaban triunfar en su labor evangelizadora y de influir sobre conciencias y mentes. Su tono de voz era varonil y resonaba sin miedo en medio de las asambleas. Eran, diríamos hoy, líderes y querían serlo, y no se conformaban con ser uno más en medio del pueblo. Se sabían y sentían pastores y no agentes diplomáticos. Me pregunto, porque no tengo la respuesta, si los seminarios están formando sacerdotes, digamos dedicados al templo o si hay algo diferente que los esté preparando para ser gente emprendedora, creativa, soñadora, realmente ilusionada con influir sobre los demás desde las enseñanzas del Evangelio. Sería delicioso escuchar a los obispos provocando a sus curas a emprender tareas grandes, a fundar nuevas instituciones, sobre todo de orden educativo, a no tenerle miedo a proyectos importantes, a formarse más y más para ser eficaces en la acción evangelizadora. El papa Francisco ha dicho que es preferible equivocarse por hacer y no estar tranquilos en cierto letargo. Por eso, no debería causar temor en la Iglesia una autonomía grande en la vida de sus sacerdotes, si la causa es el Reino. Muchas de las acciones pastorales actuales deberían terminarse porque consumen demasiada energía y tiempo y sus resultados son muy pobres. En cierto sentido, este cura de acciones grandes y realmente influyentes nacerá de un haberse empapado totalmente de Cristo, de conocer con claridad la misión de la Iglesia y de sentir que hace parte de una comunidad donde hay un campo inmenso para la iniciativa pastoral. Curas de arranque y esfuerzo es lo que necesitamos por docenas. Que cese el curato tipo animador de televisión.
actualidad Tomado de: http://www.aciprensa.com/santos/
Juan XXIII y Juan
Pablo II
Modelos de vida para la Iglesia
l papa Francisco canonizará a dos grandes hombres de la Iglesia de los últimos tiempos, solicitados quizá por mucho tiempo por los mismos fieles; dos hombres que le dieron mucho a nuestra Iglesia, que aportaron desde su propia santidad y ejemplo de vida el camino que todo fiel cristiano debe seguir para anunciar a Cristo con su testimonio y coherencia de vida. Karol Józef Wojtyla y Angelo Giuseppe Roncalli, más conocidos como Juan Pablo II y Juan XXIII, respectivamente; dos papas que supieron ser ejemplos y modelos para la humanidad. Presentamos aquí una breve semblanza de estos dos grandes personajes de nuestra Iglesia, gracias a la colaboración de Aciprensa.com.
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JUAN PABLO II Karol Józef Wojtyła, conocido como Juan Pablo II desde su elección al papado en octubre de 1978, nació en Wadowice, una pequeña ciudad a 50 kms. de Cracovia, el 18 de mayo de 1920. Era el más pequeño de los tres hijos de Karol Wojtyła y Emilia Kaczorowska. Su madre falleció en 1929. Su hermano mayor Edmund (médico) murió en 1932 y su padre (suboficial del ejército) en 1941. Su hermana Olga murió antes de que naciera él. Fue bautizado por el sacerdote Franciszek Zak el 20 de junio de 1920 en la iglesia parroquial de Wadowice; a los 9 años hizo la primera comunión, y a los 18 recibió la confirmación. Terminados los estudios de enseñanza media en la escuela Marcin Wadowita de Wadowice, se matriculó en 1938 en la Universidad Jagellónica de Cracovia y en una escuela de teatro. Cuando las fuerzas de ocupación nazi cerraron la universidad, en 1939, el joven Karol tuvo que trabajar en una cantera y luego en una fábrica química (Solvay), para ganarse la vida y evitar la deportación a Alemania. A partir de 1942, al sentir la vocación al sacerdocio, siguió las clases de formación del seminario clandestino de Cracovia, dirigido por el arzobispo de Cracovia, cardenal Adam Stefan Sapieha. Al mismo tiempo, fue uno de los promotores del "Teatro Rapsódico", también clandestino. Tras la segunda guerra mundial, continuó sus estudios en el Seminario Mayor de Cracovia, nuevamente abierto, y en la Facultad de teología de la Universidad Jagellónica, hasta su ordenación sacerdotal en Cracovia el 1 de noviembre de 1946 de manos del arzobispo Sapieha.
Un ministro de Dios Seguidamente fue enviado a Roma, donde, bajo la dirección del dominico francés Garrigou-Lagrange, se doctoró en 1948 en teología, con una tesis sobre el tema de la fe en las obras de san Juan de la Cruz (Doctrina de fide apud Sanctum Ioannem a Cruce). En aquel período aprovechó sus vacaciones para ejercer el ministerio pastoral entre los emigrantes polacos de Francia, Bélgica y Holanda. En 1948 volvió a Polonia y fue vicario en diversas parroquias de Cracovia y capellán de los universitarios hasta 1951, cuando reanudó sus estudios filosóficos y teológicos. En 1953 presentó en la Universidad Católica de Lublin una tesis titulada "Valoración de la posibilidad de fundar una ética católica sobre la base del sistema ético de Max Scheler". Después pasó a ser profesor de teología moral y etica social en el Seminario Mayor de Cracovia y en la Facultad de Teología de Lublin.
El 4 de julio de 1958 fue nombrado por Pío XII obispo titular de Olmi y auxiliar de Cracovia. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre de 1958 en la catedral del Wawel (Cracovia), de manos del arzobispo Eugeniusz Baziak. El 13 de enero de 1964 fue nombrado arzobispo de Cracovia por Pablo VI, quien lo hizo cardenal el 26 de junio de 1967, con el título de San Cesareo en Palatio, Diaconía elevada pro illa vice a título presbiteral. Además de participar en el concilio Vaticano II (19621965), con una contribución importante en la elaboración de la constitución Gaudium et spes, el cardenal Wojtyła tomó parte en las cinco asambleas del Sínodo de los Obispos anteriores a su pontificado.
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actualidad Juan Pablo II promovió el diálogo con los judíos y con los representantes de las demás religiones, convocándolos en varias ocasiones a encuentros de oración por la paz, especialmente en Asís.
Un nuevo Papa para la Iglesia
Bajo su guía la Iglesia se acercó al tercer milenio y celebró el Gran Jubileo del año 2000, según las líneas indicadas por él en la carta apostólica Tertio millennio adveniente; se asomó después a la nueva época, recibiendo sus indicaciones en la carta apostólica Novo millennio ineunte, en la que mostraba a los fieles el camino del tiempo futuro.
Los cardenales reunidos en cónclave lo eligieron Papa el 16 de octubre de 1978. Tomó el nombre de Juan Pablo II y el 22 de octubre comenzó solemnemente su ministerio petrino como 263 sucesor del apóstol Pedro. Su pontificado ha sido uno de los más largos de la historia de la Iglesia, con una duración de casi 27 años. Juan Pablo II ejerció su ministerio petrino con incansable espíritu misionero, dedicando todas sus energías, movido por la "sollicitudo omnium Ecclesiarum" y por la caridad abierta a toda la humanidad. Realizó 104 viajes apostólicos fuera de Italia, y 146 por el interior de este país. Además, como obispo de Roma, visitó 317 de las 333 parroquias romanas. Más que todos sus predecesores se encontró con el pueblo de Dios y con los responsables de las naciones: más de 17.600.000 peregrinos participaron en las 1166 audiencias generales que se celebran los miércoles. Ese número no incluye las otras audiencias especiales, las ceremonias religiosas (más de 8 millones de peregrinos durante el Gran Jubileo del año 2000) y los millones de fieles que el Papa encontró durante las visitas pastorales efectuadas en Italia y en el resto del mundo. Hay que recordar también las numerosas personalidades de gobierno con las que se entrevistó durante las 38 visitas oficiales y las 738 audiencias o encuentros con jefes de Estado y 246 audiencias y encuentros con primeros ministros.
Un carisma inigualable Su amor a los jóvenes lo impulsó a iniciar en 1985 las Jornadas Mundiales de la Juventud. En las 19 ediciones de la JMJ celebradas a lo largo de su pontificado se reunieron millones de jóvenes de todo el mundo. Además, su atención hacia la familia se puso de manifiesto con los encuentros mundiales de las familias, inaugurados por él en 1994. 14
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Con el Año de la redención, el Año mariano y el Año de la Eucaristía, promovió la renovación espiritual de la Iglesia. Realizó numerosas canonizaciones y beatificaciones para mostrar innumerables ejemplos de santidad de hoy, que sirvieran de estímulo a los hombres de nuestro tiempo: celebró 147 ceremonias de beatificación -en las que proclamó 1338 beatos- y 51 canonizaciones, con un total de 482 santos. Proclamó a santa Teresa del Niño Jesús, Doctora de la Iglesia. Amplió notablemente el Colegio cardenalicio, creando 231 cardenales (más uno "in pectore", cuyo nombre no se hizo público antes de su muerte) en 9 consistorios. Además, convocó 6 reuniones plenarias del Colegio cardenalicio. Presidió 15 asambleas del Sínodo de los obispos: 6 generales ordinarias (1980, 1983, 1987, 1990, 1994 y 2001), 1 general extraordinaria (1985) y 8 especiales (1980, 1991, 1994, 1995, 1997, 1998 (2) y 1999). Entre sus documentos principales se incluyen: 14 encíclicas, 15 exhortaciones apostólicas, 11 constituciones apostólicas y 45 cartas apostólicas.
Promulgó el Catecismo de la Iglesia Católica, a la luz de la revelación, autorizadamente interpretada por el concilio Vaticano II. Reformó el Código de Derecho Canónico y el Código de Cánones de las Iglesias Orientales; reorganizó la Curia Romana.
Desde aquella noche hasta el 8 de abril, día en que se celebraron las exequias del difunto pontífice, más de tres millones de peregrinos rindieron homenaje a Juan Pablo II, haciendo incluso 24 horas de cola para poder acceder a la basílica de San Pedro.
Publicó también cinco libros como doctor privado: "Cruzando el umbral de la esperanza" (octubre de 1994); "Don y misterio: en el quincuagésimo aniversario de mi ordenación sacerdotal" (noviembre de 1996); "Tríptico romano - Meditaciones", libro de poesías (marzo de 2003); “¡Levantaos! ¡Vamos!” (mayo de 2004) y “Memoria e identidad” (febrero de 2005).
El 28 de abril, el santo padre Benedicto XVI dispensó del tiempo de cinco años de espera tras la muerte para iniciar la causa de beatificación y canonización de Juan Pablo II. La causa la abrió oficialmente el cardenal Camillo Ruini, vicario general para la diócesis de Roma, el 28 de junio de 2005.
Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005, a las 9:37 p.m, mientras concluía el sábado, y ya habíamos entrado en la octava de Pascua y domingo de la Misericordia Divina.
JUAN XXIII Nació el día 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, diócesis y provincia de Bérgamo (Italia). Ese mismo día fue bautizado, con el nombre de Angelo Giuseppe. Fue el cuarto de trece hermanos. Su familia vivía del trabajo del campo. La vida de la familia Roncalli era de tipo patriarcal. A su tío Zaverio, padrino de bautismo, atribuirá él su primera y fundamental formación religiosa. El clima religioso de la familia y la fervorosa vida parroquial fueron la primera y fundamental escuela de vida cristiana, que marcó la fisonomía espiritual de Angelo Roncalli. Recibió la confirmación y la primera comunión en 1889. En 1892 ingresó en el seminario de Bérgamo, donde estudió hasta el segundo año de teología. Allí empezó a redactar sus apuntes espirituales, que escribiría hasta el fin de sus días y que han sido recogidos en el “Diario del alma”. El 1 de marzo de 1896, el director espiritual del seminario de Bérgamo lo admitió en la Orden franciscana seglar, cuya Regla profesó el 23 de mayo de 1897.
El papa Benedicto XVI lo beatificó el 1 de mayo de 2011, y el papa Francisco aprobó el decreto de su canonización el pasado 5 de julio de 2013.
actualidad De 1901 a 1905 fue alumno del Pontificio Seminario Romano, gracias a una beca de la diócesis de Bérgamo. En este tiempo hizo, además, un año de servicio militar. Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904, en Roma. En 1905 fue nombrado secretario del nuevo obispo de Bérgamo, monseñor Giacomo Maria Radini Tedeschi. Desempeñó este cargo hasta 1914, acompañando al obispo en las visitas pastorales y colaborando en múltiples iniciativas apostólicas: sínodo, redacción del boletín diocesano, peregrinaciones, obras sociales. A la vez era profesor de historia, patrología y
apologética en el seminario, asistente de la Acción Católica Femenina, colaborador en el diario católico de Bérgamo y predicador muy solicitado por su elocuencia elegante, profunda y eficaz. En aquellos años, además, ahondó en el estudio de tres grandes pastores: san Carlos Borromeo (de quien publicó las Actas de la visita apostólica realizada a la diócesis de Bérgamo en 1575), san Francisco de Sales y el entonces beato Gregorio
Su servicio en el Vaticano En 1921 empezó la segunda parte de la vida del padre Angelo Roncalli, dedicada al servicio de la Santa Sede. Llamado a Roma por Benedicto XV como presidente para Italia del Consejo central de las Obras pontificias para la Propagación de la fe, recorrió muchas diócesis de Italia organizando círculos de misiones. En 1925 Pío XI lo nombró visitador apostólico para Bulgaria y lo elevó al episcopado, asignándole la sede titular de Areópoli. Su lema episcopal, programa que lo acompañó durante toda la vida, era: “Obediencia y paz”. Tras su consagración episcopal, que tuvo lugar el 19 de marzo de 1925 en Roma, inició su ministerio en Bulgaria, donde permaneció hasta 1935. Visitó las comunidades católicas y cultivó relaciones respe-
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tuosas con las demás comunidades cristianas. Actuó con gran solicitud y caridad, aliviando los sufrimientos causados por el terremoto de 1928. Sobrellevó en silencio las incomprensiones y dificultades de un ministerio marcado por la táctica pastoral de pequeños pasos. Afianzó su confianza en Jesús crucificado y su entrega a Él. En 1935 fue nombrado delegado apostólico en Turquía y Grecia. Era un vasto campo de trabajo. La Igle-
Barbarigo. Tras la muerte de monseñor Radini Tedeschi, en 1914, don Angelo prosiguió su ministerio sacerdotal dedicado a la docencia en el seminario y al apostolado, sobre todo entre los miembros de las asociaciones católicas. En 1915, cuando Italia entró en guerra, fue llamado como sargento sanitario y nombrado capellán militar de los soldados heridos que regresaban del frente. Al final de la guerra abrió la “Casa del estudiante” y trabajó en la pastoral de estudiantes. En 1919 fue nombrado director espiritual del seminario. sia católica tenía una presencia activa en muchos ámbitos de la joven república, que se estaba renovando y organizando. Monseñor Roncalli trabajó con intensidad al servicio de los católicos y se destacó por su diálogo y talante respetuoso con los ortodoxos y con los musulmanes. Cuando estalló la segunda guerra mundial se hallaba en Grecia, que quedó devastada por los combates. Procuró dar noticias sobre los prisioneros de guerra y salvó a muchos judíos con el “visado de tránsito” de la delegación apostólica. En diciembre de 1944, Pío XII lo nombró nuncio apostólico en París. Durante los últimos meses del conflicto mundial, y una vez restablecida la paz, ayudó a los prisioneros de guerra y trabajó en la normalización de la vida eclesiástica en Francia. Visitó los grandes santuarios franceses y participó en las fiestas po-
pulares y en las manifestaciones religiosas más significativas. Fue un observador atento, prudente y lleno de confianza en las nuevas iniciativas pastorales del episcopado y del clero de Francia. Se distinguió siempre por su búsqueda de la sencillez evangélica, incluso en los asuntos diplomáticos más intrincados. Procuró actuar como sacerdote en todas las situaciones. Animado por una piedad sincera, dedicaba todos los días largo tiempo a la oración y la meditación.
“El Papa bueno” En 1953 fue hecho cardenal y enviado a Venecia como patriarca. Fue un pastor sabio y resuelto, a ejemplo de los santos a quienes siempre había venerado, como san Lorenzo Giustiniani, primer patriarca de Venecia. Tras la muerte de Pío XII, fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958, y tomó el nombre de Juan XXIII. Su pontificado, que duró menos de cinco años, lo presentó al mundo como una auténtica imagen del Buen Pastor. Manso y atento, emprendedor y valiente, sencillo y cordial, practicó cristianamente las obras de misericordia,
corporales y espirituales, visitando a los encarcelados y a los enfermos, recibiendo a hombres de todas las naciones y creencias y cultivando un exquisito sentimiento de paternidad hacia todos. Su magisterio, sobre todo sus encíclicas Pacem in terris y Mater et magistra, fue muy apreciado. Convocó el Sínodo romano, instituyó una Comisión para la revisión del Código de Derecho Canónico y convocó el Concilio ecuménico Vaticano II. Visitó muchas parroquias de su diócesis de Roma, sobre todo las de los barrios nuevos. La gente vio en él un reflejo de la bondad de Dios y lo llamó “el Papa de la bondad”. Lo sostenía un profundo espíritu de oración. Su persona, iniciadora de una gran renovación en la Iglesia, irradiaba la paz propia de quien confía siempre en el Señor. Falleció la tarde del 3 de junio de 1963. Juan Pablo II lo beatificó el 3 de septiembre del año 2000, y estableció que su fiesta se celebre el 11 de octubre, recordando así que Juan XXIII inauguró solemnemente el concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962. El papa Francisco estableció su canonización sin necesidad de un segundo milagro, ya que esto es potestad del Sumo Pontífice. La aprobación del decreto de canonización la adelantó el papa Francisco el pasado 5 de julio de 2013, al igual que la de Juan Pablo II.
Familia Por: Heyner Hernández
La pareja
como sacramento del encuentro con
Dios
La praxis sacramental cristiana en la actualidad es una realidad que nos compete analizar como teólogos y teólogas en la medida en que hace parte del corazón de la fe de todos los creyentes y, en algunos casos, la única forma de acercamiento o conocimiento de Dios que poseen. Ahora bien, ¿por qué hemos de analizarla? La crisis existencial, me permito llamarla de esa forma porque se expresa en la carencia de identidad y relevancia por la que las Iglesias cristianas están pasando actualmente, no solamente se basa en los problemas institucionales, la problemática que se vive está inmersa en el centro de la fe y en sus actores, es decir, en los creyentes, en la medida en que la relación con sus comunidades de fe, teniendo como principal fundamento la celebración sacramental, no está significando la realidad que es o debería ser.
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n el mundo contemporáneo encontramos varias patologías que minusvaloran y opacan el significado real de aquellas experiencias que le dan sentido a la existencia humana a lo largo de su historia. Con respecto a la experiencia de pareja, encontramos síntomas de fracaso, miedo al matrimonio, la revolución sexual como hito de la posmodernidad con respecto a la interrelación entre los seres humanos entendida desde graves prejuicios tipo tabú, la explotación sexual como uno de los graves problemas sociales y la desigualdad de sexos que van unidos, que son causas recíprocas; desórdenes sexuales no tratados, ocultados y promovidos por interferencias de carácter económico, político entre otros, y experiencias in-significantes o espejismos de lo que realmente es la experiencia de pareja.
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Es posible afirmar que cada vez que el ser humano se enfrenta ante las limitaciones de su propia existencia, especialmente cuando está limitado frente a los otros, inicia todo un proceso de ruptura. El ser humano, en los momentos límite de su existencia, se hace más perceptivo a realidades de toda índole que en estados tranquilos le sería difícil captar. La búsqueda de sentido se hace fundamental, y en esa medida lo divino se manifiesta como la única posibilidad de superar lo espaciotemporal. De esa manera la fe se convierte en el arma esencial de la vida y, como tal, toda experiencia de fe necesita de un lenguaje para ser interpretada y expresada. En los sacramentos, los acontecimientos y experiencias vividos son aptos para que en ellos se exprese y realice la salvación de Dios en Cristo. Entonces, a partir de esto es posible afirmar que la experiencia de pareja es un momento fundamental de la existencia humana que obliga a buscar sentido dentro de un lenguaje de significaciones y, cristianamente hablando, de significaciones divinas.
Leer la experiencia de pareja en perspectiva teológica significa interpretar este acontecimiento fundamental de la existencia humana dentro de los marcos de significación sacramental cristianos. Es decir, leer la experiencia de pareja como espacio de salvación en Cristo y todo lo que esto implica, el recurso a la Sagrada Escritura como testimonio y fuente de la revelación y salvación para nosotros acontecida en Cristo, el recurso sacramental como actualización en la historia del misterio pascual. El matrimonio es una alianza personal iniciada y continuada en el amor. Entendido de esta forma, es posible decir que la pareja es imagen y semejanza de Dios en la medida en que en su amor actualiza y hace presente la comunión trinitaria. A propósito de este ser amor en la pareja como actualización del amor trinitario, J. Moltmann dice: "Amor es la autocomunicación del bien, es la fuerza que posee el bien para salir de sí mismo, transferirse a otro ser, participar con él y darse a él. Si entendemos el amor como la comunicación apasionada del bien, lo habremos distinguido con suficiente claridad frente a las pasiones destructoras. El amor quiere vivir y dar vida. Quiere abrir la libertad a la vida. Por eso, el amor es la autocomunicación del bien sin renunciar a sí mismo y la autodonación del bien sin autodisolución. El amor está todo en el otro, a quien se ama; pero estando en el otro, sigue siendo el mismo. El desinterés del amor consiste en la autocomunicación del amante, no en su autodestrucción"1. Siendo consecuente con lo anteriormente afirmado respecto a la perceptibilidad de realidades distintas, el amor, como una realidad que se perMOLTMANN, Jürgen. Trinidad y Reino de Dios. La doctrina sobre Dios. Sígueme, Salamanca, 1983.
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familia cibe en los momentos fundamentales de la existencia, entra a ser parte de ese proceso de nueva construcción. Si decía que hay ruptura y deconstrucción en los momentos en que el ser humano pregunta por el sentido de la existencia, el amor con el otro y en el Otro son los cimientos de una nueva existencia, una existencia salvada. Esta existencia rompe con los esquemas de individualidad y los traspasa: “…el amor conyugal, para ser auténtico, tiene una serie de exigencias intrínsecas al mismo amor de la pareja como son la libertad, la verdad y la madurez humana… El amor conyugal implica unas consecuencias, intrínsecas también, como son la unidad, la fidelidad, la permanencia y la fecundidad…”2. La experiencia de pareja es la realidad en la que se hace presente la salvación mediante la vivencia y actualización del amor creador de Dios, como en el principio. La creación de la pareja constituye el momento culminante de todo el acto creador. “Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne” (Gn 2, 24). En este relato, la fe yahvista expresa el significado original de la experiencia de pareja, en cuanto debe ser, constatando dicho significado original en el segundo relato, con la realidad que vivía Israel, la realidad histórica de la pareja herida por el pecado y necesitada de salvación, que tenía como origen la desobediencia de la primera pareja.
El amor que se hace salvación en la compañía y presencia de Dios entre su pueblo (Ez 16–23; Os 1–3); como sacramento de la unión de Cristo con su Iglesia en el que la entrega, el amor, la reciprocidad constituyen el ser y acontecer.
2 CORPAS DE POSADA, Isabel. Pareja abierta a Dios. Bogotá, Editorial Bonaventuriana, 2004, p. 1912.
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El amor de la pareja se abre a una dimensión de trascendencia. Es capaz de hacerlo siempre que no se absolutice alguno de sus elementos y es ahí donde el matrimonio, como realidad humana, es capaz de ser misterio-salvación: sacramento. En los relatos vetero y neotestamentarios encontramos la capacidad que se ofrece a la pareja para proyectarse hacia una dimensión de trascendencia y transignificar dicha dimensión: la pareja es imagen y semejanza de Dios, que es sacramento de la comunión trinitaria. Pero, por esa fuerza misteriosa que llamamos amor, que es exclusiva y plenamente humana, se estructura la experiencia de pareja. Ello corresponde al proyecto de Dios para la humanidad y, más concretamente, para la pareja en el principio.
"Sean sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo. Las mujeres a sus maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es Cabeza de la Iglesia, el salvador del Cuerpo. Así como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo. Maridos, amen a sus mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la Palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. Así deben amar los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo. Porque nadie aborreció jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su Cuerpo. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia. En todo caso, en cuanto a ustedes, que cada uno ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer, que respete al marido" (Ef 5, 21-33).
Los escritos neotestamentarios, y más exactamente los paulinos, afirman que el matrimonio es misterio, vale decir sacramento, porque está referido a la pareja creacional, imagen y semejanza de Dios y ésta, a su vez, a la unión nupcial de Cristo y la Iglesia.. El matrimonio, la experiencia de pareja, es signo de la unión de Cristo y la Iglesia en cuanto la realidad humana es capaz de transignificar el amor salvador de Cristo por la Iglesia; en cuanto es capaz de salir de sí, no por intención, sino como fruto de esa comunión de amor que no puede ser, o mejor, que su condición de posibilidad de ser es
el compartir. El reconocimiento de la capacidad de transignificación que ofrece la experiencia conyugal para hacer comprensible el misterio del amor de Dios por la humanidad, misterio que se revela en la encarnación, es para la teología sacramental una fuente poco explorada, una fuente de la que la Iglesia tiene sed. Es así que podemos afirmar que la experiencia de pareja abierta a Dios entendida como misterio constituye sacramento de la salvación en la medida en que transignifica la experiencia del amor entre el hombre y la mujer en la comunión que viven, el esposo con Cristo, la esposa con Cristo, ambos en Cristo, y, a su vez, que en ellos, como bautizados, miembros de la Iglesia, se hace presente la unión Cristo-Iglesia en la actualización sacramental de la donación eucarística.
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catequesis
Formación
de comunidades Catequizadoras Por: Martín Sepúlveda, ssp
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ormar comunidades catequizadoras exige, en un primer paso, crecer en la comunicación con otras personas. La sociedad ofrece muchos medios para esto, entre ellos el teléfono, el fax, la Internet, las redes sociales y otros, que facilitan el intercambio y permiten la comunicación, incluso con personas que están muy distantes de nosotros.
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En la Iglesia también existen muchos grupos que amplían la comunicación entre las personas: organizaciones, comisiones, asociaciones, movimientos... se multiplican las reuniones, las asambleas, los encuentros y crecen nuevos círculos de amistades. Mediante la comunicación y la acogida, la catequesis asume actividades evangelizadoras, movida por el Espíritu Santo. Esas actividades tienen como finalidad mantener el propio grupo, transformándolo en comunidad catequizadora. Los grupos, pequeñas comunidades, asociaciones de laicos, etc., son espacios privilegiados para continuar con una catequesis y así supera el antiguo concepto de que la catequesis es sólo una preparación a los sacramentos.
¿Cuándo se transforma en catequizadora una comunidad? Cuando anuncia al mundo la Buena Nueva del Reino de Dios, da testimonio de fraternidad, haciendo la opción por los que más sufren y llevando al compromiso con la justicia y la libertad, profundiza la fe de los que forman parte de la comunidad, transforma la sociedad mediante la fuerza de la oración, del testimonio y del anuncio de la Palabra de Dios, celebra en la comunidad los sacramentos, la presencia de Jesús en la Eucaristía y en las manifestaciones de religiosidad popular, especialmente en la devoción a María y a los santos.
LA COMUNIDAD DE JESÚS Mirando hacia Jesús, percibimos de inmediato que Él realizó la experiencia de anunciar el Reino en grupo, formando una comunidad: Formó un grupo (Mt 4, 18-22; Mc 1, 16-20); llamó a los apóstoles por su nombre (Mt 10, 2-4); los envió en misión y les dio las instrucciones necesarias (Mt 10, 5-33); envió a los discípulos de dos en dos (Lc 10, 1) e hizo revisión con ellos (Mc 6,31); dio testimonio auténtico (Mt 16, 21-23) y les presentó las exigencias de la misión (Mt 10, 25-28).
LA COMUNIDAD CATEQUIZADORA ES UNA COMUNIDAD DE HERMANOS “Para los cristianos es de particular importancia la forma comunitaria de vida como testimonio de amor y de unidad. La catequesis no puede limitarse a las dimensiones individuales”. La comunidad catequizadora congrega personas de todas las etapas de la vida, quienes poseen el mismo proyecto, que se conocen y se aman. Por eso, la catequesis no puede dejar de tener una dimensión comunitaria.
PROGRAMA DE LA COMUNIDAD › ›
Comunión y participación.
›
Programar y planear la catequesis.
La comunidad es origen, lugar y meta de la catequesis.
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catequesis
LA HISTORIA DE LA CATEQUESIS
EN LA IGLESIA EL PROGRAMA DE VIDA DE LA COMUNIDAD CATEQUIZADORA Comunión y participación Antes de motivar la formación de una comunidad, nosotros los catequistas debemos participar en nuestra comunidad, uniéndonos a las personas de las diversas pastorales y participando activamente de la vida parroquial.
La comunidad es origen, lugar y meta de la catequesis La comunidad catequizadora no es sólo el espacio natural de la catequesis, sino también el ambiente privilegiado para la educación en la fe, de fuerte experiencia de Iglesia y donde se hace real y se vive la presencia de Jesús resucitado.
Programar y planear la catequesis Cuando la comunidad desea ser catequizadora debe tener la preocupación de planear, cuidadosamente, la acción catequética, tratando de dar respuesta a las exigencias de la realidad socio-cultural-religiosa. Es importante fijar prioridades y metas concretas, de acuerdo con la realidad, dentro del Plan de Pastoral Diocesana1. La persona del sacerdote es muy importante en esta participación. De su celo y creatividad depende la eficacia de la comunidad catequizadora.
Conversando y respondiendo: ›
¿Cuáles son las actividades pastorales que existen en nuestra comunidad?
›
¿Cuál es la participación de cada persona de nuestro grupo en esas actividades de la comunidad?
1
Consultar: "Proyectos diocesanos de catequesis I. Proyecto diocesano global de catequesis". En: AA. VV. Nuevo Diccionario de Catequética. San Pablo, España, pp. 1878-1898.
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En la época de los Padres de la Iglesia (siglos II a VI) floreció una forma bien organizada de catequesis para los candidatos al bautismo: el catecumenado. Su objetivo era la formación intensiva y el acompañamiento personal de cada catecúmeno en cuatro etapas básicas.
1ª FASE: INTRODUCCIÓN El interesado era entrevistado por los catequistas, quienes trataban de descubrir si sus motivaciones eran auténticas o superficiales. Le daban la instrucción mínima, es decir, sobre los principales aspectos de la fe y de la vida cristiana. Sus amigos y parientes eran consultados. Un padrino o madrina cristiana lo acompañaba hasta el fin del proceso.
2ª FASE: LA PREPARACIÓN REMOTA Después de admitido en la comunidad, el catecúmeno participaba en la celebración de la Palabra durante tres años. Ya era considerado miembro de la Iglesia, pero todavía como novato que necesitaba profundizar la fe en la convivencia comunitaria. No había prisa para el bautismo, pues todos tenían conciencia de la seriedad del sacramento.
3ª FASE: PREPARACIÓN CUARESMAL En el primer domingo de Cuaresma, el catecúmeno que se decidía por el bautismo era examinado acerca de la vida por el obispo. El padrino o madrina daba también su testimonio, para que el obispo en nombre de la comunidad aprobara su admisión al bautismo. A partir de ahí la preparación se volvía más intensiva: vigilias, oración, reconciliaciones y encuentros diarios de catequesis. El Domingo de Ramos era la entrega del Símbolo de los Apóstoles (un resumen de la fe, como el Credo). En la Semana Santa, los catecúmenos se dedicaban totalmente a la oración y al estudio del Símbolo.
4ª FASE: CATEQUESIS MISTAGÓGICA Sólo después del bautismo los nuevos miembros recibían la catequesis sacramental. Primero recibían el sacramento, para después reflexionar sobre él durante más de una semana de catequesis intensiva. La catequesis estaba totalmente ligada a la liturgia. Eran los dos brazos de la Iglesia que se abrían a los nuevos hijos e hijas. Hoy es necesario recuperar la dimensión intensiva del catecumenado y la vinculación profunda entre catequesis y liturgia.
CONVERSANDO Y RESPONDIENDO: Haz un paralelo entre el proceso de formación de los Padres de la Iglesia y lo que nos propone el Documento de Aparecida No. 278. Busca en Internet que es el RICA –Rito de iniciación cristiana para adultos– y profundiza más sobre el tema del catecumenado.
Iglesia Por: Hernán Alejandro Olano García Director de Humanidades en la Universidad de La Sabana
Regulación de las misiones en
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Unos detallitos históricos
Octubre es el mes de las misiones, y las diferentes congregaciones religiosas que se dedican de lleno a este arduo y difícil trabajo, especialmente los misioneros Ad gentes, cumplen una labor de mucho sacrificio y entrega. Es por este motivo que Vida Pastoral desea aclarar algunos aspectos históricos sobre la manera como se desarrolló en Colombia, este trabajo desde los inicios de la colonia y la conquista, pero, específicamente, desde la creación de una regulación normativa del Estado para este asunto a comienzos del siglo XX.
E
l trabajo de todos estos misioneros, llámense consolatos, redentoristas, franciscanos, lauritas, entre otros muchos, merecen todo el respeto y el apoyo de toda la Iglesia, tanto de los ministros ordenados seculares como de los laicos, y dicho apoyo comienza desde el mismo respaldo económico que se les puede otorgar en el DOMUND (Domingo Mundial de las Misiones), como en el trabajo pastoral que es el más importante, para poder llevar a los rincones más apartados del planeta el anuncio del Evangelio. Pero, pasando al hecho histórico, ¿cómo se regularon los trabajos de los misioneros en Colombia?, ¿desde cuándo comenzó a gestarse esta labor en nuestro país y cómo se fue extendiendo por el resto del continente? El doctor Hernan Alejandro Olano García, colaborador de Vida Pastoral, nos explica detalladamente este aspecto.
“En 1902 se celebró en Colombia el primer convenio sobre misiones con la Santa Sede destinado a la evangelización de los indígenas. Luego se suscribió un Protocolo adicional el 24 de julio de 1903; posteriormente, el Protocolo del 30 de marzo de 1905 sobre límites para la Prefectura Apostólica de San Martín; más tarde la Convención del 9 de octubre de 1918 que modificó la cuota concordataria para las Misiones; luego los Acuerdos derivados del Canje de Notas número 27643 del 24 de febrero de 1924, que dieron origen a la Ley 54 de 1924, conocida como la Ley Concha. Este precepto de 1902 se expidió en relación con las obligaciones contractuales adquiridas en virtud del Concordato de 1887. En un memorando del 5 de julio de 1937 el embajador Darío Echandía propuso como aspectos fundamentales a tener en cuenta, los siguientes: incompatibilidad de los artículos 12, 13 y 14 del Concordato de 1887 con el principio de libertad de enseñanza, tal como se consagraba en la Reforma constitucional de 1936 y, en su lugar, garantía de libertad de enseñanza a la Iglesia. Carácter facultativo del matrimonio civil, aun para los católicos bautizados, sin necesidad de declaración previa de los contrayentes sobre su fe religiosa. Competencia de los tribunales civiles en las causas que afecten el vínculo del matrimonio y la separación de los cónyuges, así como en los que se refieran a la validez de los esponsales. La terminación por mutuo acuerdo de los Convenios sobre misiones y sustitución de los mismos por un convenio sobre las siguientes bases: los territorios de misiones serán determinados por el gobierno, así como la nacionalidad de los misioneros; los vicarios y prefectos apostólicos deberán ser de nacionalidad colombiana y, cuando ello no fuere posible, dependerán de un arzobispo especial de misiones, de nacionalidad colombiana; las misiones estarán sujetas a la inspección del Estado y deberán rendir cuenta comprobada de los auxilios que reciben. Luego vino la Convención sobre Misiones, firmada el 29 de enero de 1953 por el nuncio apostólico Antonio Samoré y por el ministro de relaciones exteriores Juan Uribe Holguín, aunque la Ley 20 de 1974 dejó sin vigor dicha Convención. El Convenio de misiones de 1953 fue suscrito entre la Nunciatura Apostólica en Colombia y el gobierno de Colombia y sustituyó la Convención de Misiones de 1928. A cambio de la tarea de evangelización de los indígenas, el gobierno se comprometía a reconocer a ellas auxilios fiscales. octubre / diciembre - 2013 - Vida pastoral no 152
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Iglesia Se establecía también la colaboración entre el Estado y la Iglesia para promover las condiciones humanas y sociales de los indígenas y de la población residente en zonas marginadas susceptibles de un régimen canónico especial. Y por el artículo XIII tal colaboración en dichas regiones se contraía a la educación oficial. Todo ello se cumplía a través de misiones que enviaba la Iglesia católica a esas regiones y que se radicaban en ellas para cumplir sus tareas. Luego, en el Concordato de 1973, se consagró un artículo particular sobre el tema, el XXVI, que decía: Artículo XXVI. "Las altas partes contratantes unifican las obligaciones financieras adquiridas por el Estado en virtud del Concordato de 1887 y de la Convención sobre Misiones de 1953. En consecuencia, reglamentarán su cuantía en forma que permita atender debidamente aquellas obligaciones. Será también reglamentada la contribución del Estado para
la creación de nuevas diócesis y para el sostenimiento de las que funcionen en los anteriormente llamados territorios de misiones. El Estado concederá a las entidades eclesiásticas que reciben la llamada renta nominal la posibilidad de redimirla. En 1993, por medio de la Sentencia C-027 de ese año, la Corte Constitucional declaró exequible el artículo XXVI del artículo 1º de la Ley 20 de 1974, pero, para esa Corporación, la parte pertinente del artículo XXVI que dice: 'Será reglamentada la contribución del Estado para la creación de nuevas diócesis y para el sostenimiento de las que funcionen en los anteriormente llamados territorios de misiones', es inconstitucional porque fue hallada opuesta a la Carta Política la institución de las misiones en las zonas indígenas y marginadas”.
Guías
Homiléticas P. William Gerardo
Segura Sánchez
Del Evangelio según san Lucas
Octubre 6 XXVII DOMINGO ORDINARIO Ha 1, 2-3; 2, 2-4 / Sal 94 / 2Tm 1, 6-8. 13-14 / Lc 17, 5-10
“En aquel tiempo, los apóstoles le dijeron al Señor: ‘Auméntanos la fe ’. El Señor les contestó: ‘Si tuvieron fe, aunque fuera tan pequeño como una semilla de mostaza, podrían decir a ese árbol frondoso: Arráncate de raíz y plántate en el mar; y los obedecería” (cf. Lc 17, 5-10).
Palabra del Señor
LA FE ES UNA REALIDAD DINÁMICA Y COMPROMETIDA
Vivir la fe en la firme espera de Cristo Algunas situaciones en la vida llegan a un punto que se vuelven casi insoportables, los gritos afloran en cualquier momento, la angustia comienza a invadir la cotidianidad, en fin, el cielo se pone gris. La persona que ha hecho experiencia de fe y sabe que Dios aparece detrás de la tormenta, lanza su grito de auxilio ante la violencia y la injusticia. Es entonces cuando se descubre, en primera persona, que la fe de los que acogen al Señor, que da sentido y fundamento firme a la existencia, es una realidad que va acompañada de acciones concretas por parte del creyente y por parte del mismo Dios, que actúa según sus tiempos y no según los nuestros. La vida del creyente está misteriosamente invadida por una presencia que, aunque habla de algo que siempre está por venir, lejano aún, pero que no fallará, es, sin embargo, algo que se realiza en acciones y movimientos que animan y alientan la existencia en el presente y abren horizontes en relación con el futuro. La oración a gritos del justo, del creyente, del fiel a las promesas, no quedará defraudada. La fe es la fuerza vital.
La fe ayuda a superar toda contradicción Quien conoce los fundamentos de lo que cree y espera, puede estar firme en toda circunstancia, sabe defender aquello en lo que cree, respaldar su fe con el testimonio de las palabras y las obras que brotan de la misma fe. Tanto más quien ha sido elegido por el Señor para dar testimonio de la fe ante la comunidad que se le ha encomendado. Para él, toda ocasión, por más absurda que pueda ser, es
servicio al Evangelio y al Señor, incluso la cárcel, como es el caso de Pablo y lo que éste espera de su joven presbítero Timoteo. La predicación del servidor del Evangelio está inmersa en un contexto que, con frecuencia, es hostil. Por eso necesita continuamente renovar el don que se le dio con el sacramento de la orden, pues quien ha sido investido con el poder del Espíritu Santo, sabe que ese don, más la fe es su fuerza que le lleva a dar testimonio con todo su obrar, sin avergonzarse en ningún momento del poder del Evangelio.
Tener fe con la autoridad de la palabra de Jesús Cuántas veces hemos gritado al Señor que nos aumente la fe, que nos fortalezca ante situaciones que humanamente parecen imposibles de superar. Pues la fe tiene en sí misma ese aspecto, el de volvernos fuertes, capaces de vencer las pruebas, los escándalos y la necesidad de perdonar una y otra vez a quien se arrepiente. Los textos bíblicos, concluyendo el año de la fe, nos indican lo que ésta debe de ser para el creyente en el misterio redentor de Jesucristo. La fe de los discípulos de Jesús, de ayer y de hoy, ha de estar en condiciones de ponerlos en movimiento, de hacer posible y visible lo que podría considerarse imposible, de superar las más angustiantes situaciones, de mover montañas y árboles con la raíz más profunda. Jesús se lamenta en sus palabras sobre la pequeñez de la fe de sus discípulos. Pero asegura que quienes se llenan de ella, se hace efectiva con la autoridad de su palabra (“dirán”), todo es posible, todo es realizable. Se trata de una fe respaldada por la autoridad de la Palabra de Jesús, para la cual no hay nada pequeño ni exageradamente grande. Ya lo había dicho Lucas al comienzo de su evangelio, todo es posible para Dios y también para quien tiene fe en su poder. octubre / diciembre - 2013- Vida pastoral no 152
guías homiléticas
L
a liturgia dominical en torno a la mesa de la Palabra y la Eucaristía como alimento de vida eterna, dirige la atención hacia la centralidad de la experiencia de fe de la comunidad que, convocada por el Señor, se dispone a vivir la semana desde la fe, testimoniando su gran poder.
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guías homiléticas OCTUBRE 13 XXVIII DOMINGO ORDINARIO 2R 5, 14-17 / Sal 97 / 2Tm 2, 8-13 / Lc 17, 11-19 Del santo Evangelio según san Lucas “(…) Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en voz alta; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: ‘¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?’. Y le dijo: ‘Levántate y vete; tu fe te ha salvado’” (cf. Lc 17, 11-19).
Palabra del Señor
EL PODER DE LA PALABRA DE DIOS Sana
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a liturgia dominical de acción de gracias invita a ensanchar las fronteras, derribar las seguridades, descubrir y celebrar que la Palabra divina se hace hoy, aquí y ahora, actual en la vida de quien se abandona a Dios y responde agradecido con la obediencia de la fe y el amor.
Reconocer y alabar a Dios por sus acciones Cuando una persona hace el bien en nombre de Dios, surge con cierta espontaneidad el deseo de volver a ella no sólo para agradecer, sino para presentar una ofrenda y reconocer que en sus palabras y acciones misteriosamente se hace presente el Dios escondido. Ya en el Antiguo Testamento la presencia de Dios se revela en la palabra de sus profetas (Eliseo en este caso) y en su territorio (el suelo de Israel y el Jordán), pero Él actúa también más allá de los límites geográficos que no logran restringir su acción salvífica, sobre todo en aquel que clama por su misericordia, venga del territorio que venga, aun cuando no pertenezca al pueblo de Israel. Las acciones salvíficas hacen retornar al beneficiado a la persona que actúa en nombre de Dios y a la alabanza del Dios que actúa con poder, devolviendo la frescura a la piel enferma de lepra. Como ayer, también hoy, quien experimenta en su vida las acciones poderosas de Dios, termina como Naamán dando culto y proclamando la grandeza del único Dios verdadero.
Anunciar el Evangelio con fe firme La firmeza en la profesión de la fe es una tarea ardua y se constata precisamente en los momentos de la prueba, de la dificultad e incluso de la “vergüenza”, estando tras las rejas por una causa justa, pero que no deja de ser humillante. De nuevo aquí nos damos cuenta de que la Palabra de Dios actúa más allá de los límites que el ser humano quiere prescribirle (encadenar a sus emisarios). Pablo está 30
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profundamente convencido de que ella ni siquiera cuando su mensajero está en prisión, dejará de realizar las obras poderosas que promete. La Palabra, que es Cristo, mantiene su fidelidad perpetuamente, garantiza la vida aun a pesar de la necesidad de la muerte física, asegura un triunfo en el Reino de Dios, una fidelidad a pesar de nuestra ingrata infidelidad. El motivo de todo es su amor expresado en la cruz, signo indeleble de una alianza eterna entre Dios y la humanidad. Por eso, permanecer fiel al Señor es garantía de reinar con Cristo, incluso cuando la realidad presente demuestre todo lo contrario, la prisión y la angustia de no poder llevar el Evangelio a todos los rincones.
Volver a Dios a agradecer sus dones salvíficos Qué fácil es retornar a un lugar para pedir, pero qué difícil es cuando se trata de agradecer, de dar al otro un signo de agradecimiento, de reconocimiento por el favor recibido de sus manos. A veces incluso lo hacen con mayor disponibilidad los que menos se esperaría que lo realizaran, los extraños, los lejanos, los extranjeros. La Palabra de Dios pronunciada por Jesús realiza la acción que expresa, ella cura, sana, da la salud a quien con fe se confía a ella, a quien se pone en camino hacia Él y hacia el lugar destinado para reconocer la acción de Dios. Los leprosos que se abandonaron a la Palabra de Jesús, quedan curados, pero de los diez sólo el extranjero no se conforma con la curación, con su piel renovada, limpia. Su fe lo lleva a buscar algo más, a esbozar una liturgia de acción de gracias, con muchos signos de gratitud. Él regresa a dar gracias, pero al hacerlo alcanza algo más, la salvación que proviene de Jesús por su fe en Él. El asombro de Jesús es grande, pues agradece la acción de Dios no los de casa, los judíos, sino uno excluido de Israel, un extranjero, un enemigo. Celebrar la Eucaristía es volver cada domingo para, en comunidad, dar gloria a Dios, reconocer su acción poderosa y dar gracias por los muchos dones recibidos.
Octubre 20 XXIX DOMINGO ORDINARIO Ex 17, 8-13 / Sal 120 / 2Tm 3, 14-4, 2 / Lc 18, 1-8 Del santo Evangelio según san Lucas “(…) Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: ‘¡Hazme justicia contra mi adversario!’. Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme’. Dijo, pues, el Señor: ‘Oigan lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a Él día y noche, y les hace esperar? Les digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?’” (cf. Lc 18, 1-8).
Palabra del Señor
LA ORACIÓN ES EXPERIENCIA DE FE PERSEVERANTE
La oración comunitaria derrota todo mal ¿Qué es lo que sostiene al creyente y a su comunidad firmes en la lucha? Ciertamente podrán haber muchas respuestas, pero una es necesaria: la oración de sus miembros, pastores y fieles. Ya conocemos el poder de la oración, pero es necesario hacerlo efectivo en los momentos decisivos de la vida cristiana, sobre todo en la oración de la comunidad. Tengamos presente que el poder de la oración cristiana está ligado a la capacidad de intimidad que tengan los creyentes con el Señor y la experiencia de vida en comunidad. Siendo así, la comunidad creyente en Cristo no puede concebir una oración al margen del encuentro con su persona, que revela al Padre, ni al margen de la vivencia comunitaria. Estos dos aspectos lo deja bien claro el texto del Éxodo en la persona de Moisés y en la de sus guerreros. La fe de la persona se sostiene en la fe de la comunidad. Si bien la fe es un acto personal, pues es la persona quien cree, el acto de creer se vive como verdadero y auténtico en medio de la comunidad que invoca a su Dios en los momentos decisivos de su existencia.
Capacitados para hacer todo bien ¿Cuál es la fuente de la que brota una oración confiada y bien orientada hacia Dios? La respuesta nos lo da Pablo, quien ofrece un elemento esencial para una intensa, profunda y sana vida de oración y espiritualidad cristiana. Se trata de un encuentro asiduo y cotidiano con la Sagrada Escritura, tanto a nivel personal como a nivel comunitario, pues la Palabra de Dios se dirige a la comunidad reunida en
torno a ella, sobre todo en la sagrada liturgia, en la celebración de los sacramentos. Es necesario estar familiarizado, es decir, tener intimidad continua con la Escritura, de ser posible desde la temprana infancia. Conscientes de que la Escritura revela no sólo una palabra, sino un rostro para contemplar e imitar, el de Jesucristo, pero además ella nos prepara para toda obra buena en el servicio desinteresado y decidido al prójimo. Quien vive de la Palabra está llamado a ser una persona capacitada para toda obra buena, será perfecto, será reflejo, rostro del Dios revelado.
La justicia de Dios puede tardar, pero llega ¿Escucha el Señor la oración y responde a las necesidades? Ciertamente que Dios escucha y responde, pero es necesario tener claro qué se le pide y la auténtica necesidad de lo solicitado en la oración. Por eso, Jesús completa el tema de la oración con su énfasis sobre la perseverancia y la fe en el trato con Dios. Clamar a Dios no es dirigir una necesidad y dejarlo todo a su parecer, sino que más bien, que es necesario mantenerse firme, insistir, buscar el punto débil de Dios, clamar sin cesar, casi hasta llegar a fastidiarlo. En todo ello la fe cobra un valor importante, pues es ella la que nos garantiza que, aunque a veces parece que Dios no escucha nuestra súplica, misteriosamente y con paciencia, Él está siempre presente, que no está ausente de las necesidades reales y justas de los suyos, que tarde o temprano acudirá en nuestro auxilio. Eso sí, no podemos abandonar ni por un instante la súplica. Pensemos lo que hubiera pasado si la viuda del evangelio no se hubiera presentado al juez el día que él decidió hacerle justicia. Por eso, Jesús garantiza que el Padre, tarde o temprano, dará su respuesta y alcanzaremos de Él aquello que verdaderamente necesitamos, así que no desfallezcamos en la intensidad de la vida de oración. octubre / diciembre - 2013 - Vida pastoral no 152
guías homiléticas
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a liturgia enseña que una auténtica vida de oración personal y comunitaria conduce a asumir acciones concretas a favor de los menos favorecidos, pero recuerda que la celebración litúrgica de la Eucaristía no termina al despedirse, sino que se prolonga en la vida y en la búsqueda del bien.
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guías homiléticas Octubre 27 XXX DOMINGO ORDINARIO Si 35, 12-14.16-18 / Sal 33 / 2Tm 4, 6-8.16-18 / Lc 18, 9-14 Del santo Evangelio según san Lucas “(…) El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: ‘¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias’. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!’. Les digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado” (cf. Lc 18, 9-14).
Palabra del Señor
LA ORACIÓN SE ACOMPAÑA CON LA MISERICORDIA
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a liturgia dominical nos introduce en el ámbito de la oración sincera, desinteresada y carente de méritos, quizá con las manos bien vacías, pero dispuestas a darse golpes en el pecho para alcanzar la salvación y dirigirse a Dios desde la pobreza y el reconocimiento de la propia realidad.
Delante de Dios no hay pretensiones que valgan En la sociedad es bien sabido que las personas valen y son escuchadas según su apariencia, su estatus social y otras cosas superficiales y hasta denigrantes, pero no es así en la oración dirigida confiadamente a Dios. Sin embargo, cuántas veces surge la pregunta: ¿oye el Señor mi oración? Seguramente muchas veces nos hemos hecho esa pregunta, incluso con angustia. Hoy recibimos una buena noticia, pues se asegura que la oración es escuchada, pero que ha de tener algunas sencillas características: humildad, perseverancia, buscar la justicia. Por otro lado, se recuerda que toda oración es una experiencia de diálogo con el Dios que escucha y que da respuesta a los interrogantes más profundos del ser humano. Él ofrece su amistad, su cercanía, su presencia, su persona, su corazón. Es decir, la oración no es un monólogo, ni la búsqueda egoísta de los propios intereses, sino un diálogo que busca sin descanso la justicia para todos, con una especial inclinación hacia los predilectos del Señor.
Avancemos hacia la meta por el camino de la fe Cuando una persona ha realizado su servicio a la sociedad o a una institución, al final de sus días puede gloriarse de haber hecho lo que debía, haber cumplido con una responsabilidad de manera justa y transparente. Esa persona alcanza su madurez y conserva en su interior una profunda experiencia de paz. Más aún, cuando, humanamente hablando, todos nos pueden dejar en el momento
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que más los necesitamos y justo en ese momento angustiante, el Señor, justo juez, mantiene su fidelidad y hace justicia a quien justicia le suplica. Él libera de las angustias y otorga el premio (corona) de la justicia a los suyos. La soledad, el abandono, no están ausentes en la vida del creyente, al contrario, parecen ser parte importante de su camino espiritual. De hecho, es necesario que eso suceda, para estar convencidos de que el proyecto que realizamos no es nuestro, sino del Señor, y Él sabe administrar sus asuntos con sabiduría y bajo el signo de la cruz. Él no abandona, sólo se hace esperar para al final otorgar la corona de la fe.
Obrar con compasión y sin egoísmo Hemos escuchado que el Evangelio se predica con las palabras y con el testimonio, y es cierto, pues como dice Pablo VI: "Las palabras convencen pero el testimonio arrastra". Pues bien, saber perseverar en las pruebas y saber agradecer a Dios por sus dones y su misericordia es la clave de una verdadera y auténtica oración. No obstante, se puede equivocar la postura, pues las palabras y acciones realizadas para agradar a Dios en sí no son suficientes, ellas han de ir acompañadas de una piedad sincera (no farisea) y de un amor al prójimo por encima de sus defectos y pecados. No basta tener las manos llenas de buenas obras, si éstas tan sólo sirven para denigrar y juzgar al prójimo, poniéndose por encima de él. Quien a pesar de tener las manos vacías de buenas obras, las usa para darse golpes de pecho, sin compararse con el otro, sin juzgar ni condenar las actitudes de los demás, puede obtener la misericordia de Dios, mientras el autosuficiente tal vez no. Jesús es severo con quien realiza buenas obras, pero sólo para la propia autocomplacencia, y condena a los más débiles. Como Iglesia, santa y pecadora, es nuestra responsabilidad hacer el bien, pero para agradar a Dios y servir al prójimo con compasión.
Noviembre 3 XXXI DOMINGO ORDINARIO Sb 11, 22–12, 2 / Sal 144 / 2Ts 1, 11–2, 2 / Lc 19, 1–10 Del santo Evangelio según san Lucas (…) Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: “Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más”. Jesús le contestó: “Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (cf. Lc 19,1-10).
Palabra del Señor
PARA EL DIOS AMANTE TODOS SON IMPORTANTES
La compasión de Dios nos envuelve La compasión es un sentimiento que refleja la capacidad de amar del ser humano, ella puede llegar al estremecimiento, tomar conciencia de la realidad sufriente del otro y conmoverse. Difícilmente se puede definir todo lo que abarca ese sentimiento y lo que implica, por ejemplo, para un padre o una madre de familia en relación con su hijo. La compasión es amor y por eso se ama al hijo de las entrañas, al amigo, al ser querido. Dios es calificado como clemente y compasivo. Él es el Creador de todo cuanto existe, Él ama cada obra que ha creado, por eso es compasivo, por su amor hacia la creación y sobre todo hacia el ser humano. La compasión de Dios es su gran misterio, en su corazón se esconde su intimidad inescrutable. Es tan profundo este misterio de amor, que incluso se olvida de las maldades humanas con tal de conservar lo creado y ganarse por amor (de entrega) el corazón y la vida de las personas y su eternidad. Pero, además, la compasión tiene la capacidad de corregir con ternura y paciencia las maldades y pecados, buscando el arrepentimiento y la fe en Él. El anuncio de la Buena Noticia ha de tener siempre presente este aspecto que define el rostro de Dios al que se ama.
La gloria de Dios se hace visible en el creyente Quien experimenta personal y comunitáriamente el amor humano en su capacidad de entrega y generosidad, sabe que la vida es una maravilla, aun cuando las diversas situaciones, por difíciles que sean, se vuelven llevaderas, cobran sentido, expresan un mundo interior cargado de la luz del amor. Tanto más si ese amor experimentado es el de Dios,
que no sólo ama todo lo que ha creado, sino a aquellos que en su Hijo Jesucristo le pertenecen. Si la obra más amada de Dios, y por la que su Hijo se entregó a la muerte y resucitó, es el ser humano, entonces éste ha de darle gloria amando y sirviendo a su enviado Jesucristo, esperando anhelante su retorno glorioso y comprometiéndose en la construcción de un mundo más humano, solidario y lleno de la presencia de Dios. Si Dios ha mostrado su gloria creando a la persona y rescatándola en Cristo, cuánto más se ha de responder a ese amor haciendo visible su presencia y su generosidad. Por eso, el amor compromete al creyente seriamente en la construcción de una sociedad más justa y solidaria, dando así gloria a Dios en su Hijo.
Para Dios nadie está perdido La vida del ser humano puede ser llevada al margen de la experiencia de Dios, centrada en los intereses del mundo, la acumulación de riquezas, el robo, la injusticia y tantos males que nos aquejan. Sin embargo, en lo profundo del ser humano hay un anhelo que busca un sentido, que percibe una presencia superior, un misterio que no termina de revelarse, pero que misteriosamente se expresa. Jesús confirma, con el caso de Zaqueo, lo que significa el encuentro con Él. Cuando la persona lo busca, Jesús sale a su encuentro, se autoinvita a quedarse en su casa, hace presencia y otorga la salvación. Ante el misterio de Dios revelado en Jesús, la persona se vuelve hacia Dios, hacia sí misma y hacia el prójimo, al cual restituye en su dignidad, en sus derechos y en su valor como destinatario de los bienes que Dios ha dado a la humanidad para el sostenimiento responsable de sus hijos. Así se encuentra un nuevo rumbo para la vida, se agranda en espacio, se libera de lo superficial y se comparte lo que justamente se posee. Todo en la vida de la persona se ve transformado por Dios. Anunciemos con gozo la compasión de Dios que sigue viniendo a buscar, amar y salvar lo que estaba perdido.. octubre / diciembre - 2013 - Vida pastoral no 152
guías homiléticas
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l misterio del Dios creador y salvador, que sigue recorriendo los caminos en busca de lo que estaba perdido, nos compromete en la construcción de una sociedad creyente, basada en la justicia y la solidaridad para con todos.
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guías homiléticas Noviembre 10 XXXII DOMINGO ORDINARIO 2M 7, 1-2.9-14 / Sal 16 / 2Ts 2, 16–3, 5 / Lc 20, 27-38 Del santo Evangelio según san Lucas (…) Jesús les dijo: “Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven” (cf. Lc 20, 27-38).
Palabra del Señor
LA VIDA HA DE VIVIRSE CON TRASCENDENCIA
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a liturgia dominical se preocupa de revelar el misterio de la vida resucitada, permite saborear en medio de la comunidad de fe lo que hemos creído y conocido de la vida del Señor por sus testigos, los apóstoles y predicadores, que Él es Dios de la historia y que ésta revela su amor por la vida.
La esperanza en la resurrección sostiene la fe ¿Cuáles son los auténticos valores que guían la existencia de una persona? Habrá muchas respuestas a esta pregunta, pero que sin duda que muchos estarán de acuerdo en que son los valores más sublimes, los que colocan la vida y dignidad de la persona en primer lugar, los del respeto a todo lo verdaderamente humano. En el campo de la fe se trata de valores que están por encima de la vida, los que se relacionan con la eternidad y la resurrección, en sintonía con la experiencia de la divinidad. La certeza del creyente en el Dios de la vida y la resurrección da valor para enfrentarse ante los poderosos de este mundo, su actitud respaldada por la fe es asombrosa. Los señores de este mundo no pueden más que amenazar, maltratar o aniquilar la vida física de sus súbditos, pero no pueden tocar la vida divina inscrita en su existencia y, al menos así lo deja ver el texto, no pueden participar de la vida de los que se mantienen fieles al Señor y a su voluntad, expresada en sus leyes, que hay que guardar y por las cuales es digno entregarse a la muerte.
La resurrección capacita para obrar el bien La vida no es sólo un acontecimiento intramundano, hay algo en ella que genera un deseo o anhelo de plenitud más allá de sí misma, en la eternidad, en la compañía de un ser que plenifique toda obra buena y toda esperanza. Si el creyente del Antiguo Testamento de alguna manera ya había comenzado a esperar en una vida más allá de la muerte, con cuanta más razón los creyentes en Cristo, vencedor del pe-
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Vida pastoral no 152 - octubre / diciembre - 2013
cado y de la muerte, sabemos que la esperanza no defrauda, que ya Él ha resucitado y con Él todos los que por el bautismo se han insertado en su misterio pascual. La fidelidad del Señor, que mantiene sus promesas, dispone el corazón del creyente para realizar en lo cotidiano toda clase de obras buenas, que expresen una pertenencia al Dios de la vida en medio de la comunidad eclesial. Pero no sólo sus obras, sino que por la fe en el Dios de la vida, toda su vida, palabras y obras son reflejo de una dimensión en la vida personal, que no poseen quienes se alejan de la verdad, la justicia y la solidaridad, ellos son quienes hacen visible el misterio de Dios.
La resurrección revela al Dios de la vida La historia se puede leer de muchas maneras, una de ellas es la de quien está capacitado para trascender los acontecimientos y descubrir en ellos un germen de inmortalidad, un anhelo de eternidad, una presencia que supera todo lo experimentado y lo bueno que se haya realizado. Jesús hace una lectura de la historia de fe del pueblo de Israel para descubrir que ya en ella la divinidad y la vida más allá de la muerte se advertían, incluso en el corazón de los creyentes. Ella revela al Dios que se manifiesta como Señor de la vida, no de la muerte, Dios de vivos no de muertos. El Dios revelado a los patriarcas y a Moisés conserva en la vida a quienes se abandonan a sus acciones salvíficas en las cuales se manifiesta. Es necesario que, como comunidad de creyentes en el Señor resucitado, sepamos orientar la mirada y la lectura de los acontecimientos para descubrir en ellos una presencia que se revela no sólo creadora, sino también conservadora y protectora de la vida determinada a la eternidad. Anunciemos, en medio de un mundo sometido a la cultura de la muerte, que el Señor ha resucitado, que la vida se ha eternizado, que Él es Señor de vivos y para la vida en el amor.
Noviembre 17 XXXIII DOMINGO ORDINARIO Ml 3, 19-20a / Sal 97 / 2Ts 3, 7-12 / Lc 21, 5-19 Del santo Evangelio según san Lucas (…) “Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas y grandes señales del cielo. Pero, antes de todo esto, los echarán mano y les perseguirán, entregándolos a las sinagogas y cárceles, y llevándolos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto les sucederá para que den testimonio. Propongan, pues, en su corazón no preparar la defensa, porque yo les daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos sus adversarios. Serán entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de ustedes, y serán odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perderán ni un cabello de su cabeza. Si perseveran, alcanzarán la salvación” (cf. Lc 21, 5-19).
Palabra del Señor
PACIENTES Y COMPROMETIDOS EN LA FE
Con el rostro iluminado por la justicia Cada día comienza con la alegría de la luz que trae el sol que nace y alumbra la existencia. Aun en tiempos de lluvia sabemos que el sol no se deja vencer, que tarde o temprano veremos su luz resplandeciente, que su calor terminará liberándonos del frío propio de la oscuridad. En la relación con Dios también es importante tener conciencia de que detrás de cada nubarrón, se esconde el Sol que nace de lo alto, Cristo vencedor de las tinieblas y del temor. Por eso, el temor “a” Dios no es la primacía para quien ha descubierto que Él es amigo de su criatura, el ser humano. Cristo ha destruido las fuerzas del temor y el miedo que invadían la vida del que esperaba en el Señor pero no veía la luz de su presencia. Ciertamente hay que vivir con “temor” pero no al castigo, sino el temor de adoración, dándole a Él todo el honor y la gloria que se merece. La mejor manera de hacerlo es conduciendo la vida según los actos propios de la dignidad de creyentes en Cristo, que por su misterio pascual ha redimido nuestras vidas, haciendo resplandecer en el propio rostro y ante los otros la luz de la vida y la resurrección que trae la salvación.
Sin compromiso no hay auténtica vida de fe Asumir la vida de fe por el agua del bautismo implica asumir un estilo de vida conforme a los valores del Evangelio y de la persona que lo encarna, Cristo. El cristiano no es una persona que vive su fe en la indiferencia, en el ocio y en la espera de una manifestación maravillosa, sin preocupación ni responsabilidad alguna. No, quienes han sido redimidos por el agua del bautismo no pueden vivir de forma pasiva, como si todo dependiera de
Dios, ocupados en hacer nada y metidos en la vida de los demás. Esos no deberían llamarse cristianos mientras mantengan una postura tal. El creyente es una persona comprometida con el presente, que con su aporte personal colabora en la construcción de la comunidad y de una sociedad más justa y solidaria, superando todo aquello que la pueda destruir o dividir en grupos. Quien no se compromete, según Pablo, no tiene derecho ni a recibir su sustento, sería un holgazán y un antitestimonio de la vida de fe. Por lo mismo, quien recibe la salvación por la fe en Jesucristo queda comprometido en el trabajo de la evangelización.
Ser pacientes ante las adversidades Asumir compromisos es una tarea que conlleva esfuerzo, fatiga, dedicación, contradicción, oposición... sabemos que a la persona responsable se le ataca por doquier en esta sociedad del conformismo. Muchos promueven un estilo de vida del mínimo esfuerzo. Jesús insiste, con su palabra y testimonio, en una actitud activa y dinámica que supere los alarmismos, las falsas señales del fin de los tiempos, los falsos profetas y cristos. También ésa es una forma de no hacer nada, pues se hace daño a la comunidad, se altera su orden y su paz. Se trata de afrontar las calamidades y problemas propios de la vida con una actitud de esperanza en la acción de Dios en la historia de la humanidad. Estamos seguros de que Él interviene para bien de los suyos, aun cuando todo apunta a la oscuridad y la confusión para quienes no lo aman y conocen. Como Iglesia que vive de la Palabra de Dios y que está llamada a hacer vida esa Palabra, es nuestra responsabilidad hacer presente en el mundo con nuestro testimonio la justicia, la responsabilidad y el compromiso que brotan del Evangelio, mostrar que la fe se vive intensamente en actitud de paciencia, pues la salvación se nos ha dado y esperamos su consumación. octubre / diciembre - 2013 - Vida pastoral no 152
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a liturgia da ánimos para ser auténticos creyentes, discípulos de Jesús comprometidos en la construcción de una sociedad más cristiana, justa, solidaria y equitativa, que revele en medio del mundo el rostro único de Dios, que brilla con el resplandor de la resurrección y la vida eterna.
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guías homiléticas Noviembre 24 JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO 2S 5, 1-3 / Sal 121 / Col 1, 12-20 / Lc 23, 35-43 Del santo Evangelio según san Lucas (…) Uno de los malhechores colgados le insultaba: “¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!”. Pero el otro le respondió diciendo: “¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino”. Jesús le dijo: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso” (cf. Lc 23, 35-43).
Palabra del Señor
REINAR ES ESTAR EN COMPAÑÍA DE JESÚS
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os misterios de luz que corona el año litúrgico, convoca e interpela a hacer que el reinado de la misericordia de Dios en Cristo adquiera los rasgos del crucificado y revele al creyente una nueva identidad que salva a quien ve más allá de la cruz y descubre la luz resucitada.
Ungidos para hacer presente la justicia de Dios La elección y coronación de una persona como rey o reina en nuestra sociedad va de la mano con una serie de ritos sociales y hasta religiosos. En la actualidad es una ceremonia casi como salida de un mundo fantástico, al mejor estilo de las películas de Hollywood. El pueblo de Israel también vivió este tipo de ceremonias pero con énfasis religioso, sin dejar de ser un acontecimiento social importante. La elección y unción de David como rey de Israel va más allá, pues está ligada a un pacto que involucra la difícil misión del pastoreo y de la guía del pueblo. Es claro que el rey está al servicio de su ámbito de dominio, para conducir, guiar y salvar de los peligros. Sin embargo, en Israel será Dios mismo el verdadero guía de su pueblo en la persona del rey ungido con el poder del Espíritu para gobernar y hacer posible la vida de sus súbditos. En todos estos actos de unción, el pueblo participa reconociendo y aceptando en la persona del ungido la presencia de Dios y la elección divina. El creyente fiel sabe que el ámbito político está al servicio del bien común, que Dios se vale de personas, las elige, las unge y consagra para un servicio que es, en última instancia, servicio a Él mismo y a los que se le confían.
Miembros vivos del Reino de la luz En la antigüedad el rey protegía a sus súbditos con un ejército grande, poderoso y bien armado; eso garantizaba la paz y la justicia, aun cuando no siempre fue así. Pero Dios ha elegido otro camino para garantizar la vida y la justicia de su pueblo, la redención de los pecados por la sangre de 36
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su Hijo, Jesucristo. Por eso, para Pablo la elección y participación en el Reino del Hijo de Dios está ligada a una alianza o pacto sellado con la sangre del Crucificado. Se pertenece a esa comunidad por efecto del misterio pascual y su actualización en la vida del creyente y por la participación en el agua del bautismo. Cristo, como rey, posee el poder (revelado en la cruz) para transformarlo y someterlo todo a su grandeza, puede dar a todos la tan anhelada paz mesiánica que otorgaba el rey a sus súbditos. Él lo hace al destruir el verdadero poder que esclaviza, el pecado y la muerte. Como resucitado, rey victorioso, a Él le está sometida toda la creación, pues sólo en Él está la vida plena.
Recibir la misericordia desde la cruz Posiblemente, cuando nos imaginamos el Reino de Dios no acuden a nuestra mente imágenes como las del Calvario, ni cruces, ni malhechores, ni sangre derramada. Quizá nos dibujamos un mundo más ideal, lleno de luz y belleza, de paz y justicia. Sin embargo, Lucas describe el trono de Jesús en pleno Calvario, rodeado de gente no grata, de crucificados que blasfeman, de uno que defiende la justicia de Jesús, de un Hijo que muere ofreciendo su compañía. Lo cierto es que en la cruz Jesús corona la obra de su reinado de misericordia, otorga no sólo un “recuerdo”, como le pide uno de los malhechores, sino también su compañía en su Reino (conmigo), otorgando su paz (en el paraíso) y no en un futuro lejano, sino “hoy”. La fe de este hombre reconoce a uno, que crucificado en medio de dos malhechores, es rey aun cuando a su alrededor sólo ve cruces y un título de burla. La celebración del reinado de Jesús pone en crisis nuestra idea de Dios, pero da fuerza y esperanza, pues es en la cruz donde mejor se ha dibujado lo que es la misericordia de Dios ofrecida a todos los pecadores. Jesús había venido a buscar aquello que estaba perdido y, precisamente ahí, clavados en la cruz, estaban los destinatarios de su misericordia.
Diciembre 1 I DOMINGO DE ADVIENTO Is 2, 1-5 / Sal 121 / Rm 13, 11-14a / Mt 24, 37-44 Del santo Evangelio según san Mateo (…) “Velen, pues, porque no saben qué día vendrá el Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadaran su casa. Por eso, también ustedes estén preparados, porque en el momento que menos piensen, vendrá el Hijo del hombre” (cf. Mt 24, 37-44).
Palabra del Señor
MUY OCUPADOS EN LA ESPERA DEL SEÑOR
Reunidos por el Señor para vivir en su paz ¿Dios ha sido creativo al realizar la obra de la creación, pero lo ha sido aún más a la hora de hacer al ser humano a su imagen y semejanza. Nos ha capacitado para soñar, tener ilusiones, visiones, proyecciones hacia el futuro, en fin, todo un mundo de fantasía y creatividad operante. ¡Qué hermoso es tener visiones, gozar de un advenimiento de un rey victorioso! El creyente no puede perder la esperanza en contemplar cara a cara al Dios que viene, que se hace próximo, visible, palpable. El Adviento comienza con la impresionante visión de Isaías sobre la gran espera, a una comunidad reunida con todos los pueblos en torno al que es y da la paz: Dios. Se anuncia la paz a todos los pueblos, pero no una paz pasajera ni lograda al calor de las armas, la lucha, las espadas y la muerte de los enemigos, sino una que proviene del Mesías. Todos están invitados a subir a la casa de Dios, a dejarse instruir por Él, a vivir bajo sus justos mandatos, a ser constructores de una ciudad cimentada sobre la paz.
La salvación está próxima Las malas noticias, los gobernantes mediocres, la injusticia, la verdad trastornada y otras muchas cosas semejantes terminan por desanimarnos, desilusionarnos, quitarnos todo espíritu emprendedor y comprometido con la justicia y la verdad. Sin embargo, cuando un pueblo vive un tiempo de dificultad seria, misteriosamente
todos, o la gran mayoría, anhelan volver a disfrutar de su libertad, de la paz, ver la llegada de la salvación. Aun cuando es sabido que eso no se consigue de un día para el otro, se alcanzará tarde o temprano, y cuando se logra, ya no hay temor de salir a la calle, ni esconderse en las tinieblas (noche), se puede salir a la luz y vivir. A partir de esa experiencia mejora la conducta de cada sujeto, se vive con mayor transparencia, se busca conservar lo obtenido a duras penas. El Adviento inicia con una decidida invitación a salir de las tinieblas, a buscar la luz, a gozar de la cercanía de la salvación, a comportarse como redimidos y fieles, a vivir a la luz del pleno día.
Estar despiertos para el momento oportuno No es cosa fácil saber esperar, vivir de la esperanza, avanzar por un sendero poco conocido, pero algo en lo más profundo garantiza que al final del recorrido está la luz, la libertad. El anhelo de liberación es propio de todo ser humano, pero no siempre sus actitudes y comportamientos van de la mano con el anhelo. Se puede anhelar sin un fuerte y decidido deseo de estar preparados para el momento de la revelación del misterio esperado. Ante la llegada de uno que es Señor, se debe estar muy despierto, preparado para su venida inminente, llegará en el momento menos pensado, vendrá y se apiadará de quien esté preparado, en vigilia, anhelante, y en actitud de partida. Pero velar y esperar no significa no dormir, estar velando sin descansar, sino más bien, estar en paz porque las actitudes y comportamientos concuerdan con los de la persona esperada, la cual al llegar descubrirá esa concordancia y dará lo anhelado. El Señor, por la mediación de la Iglesia, pone ante nuestros ojos una palabra de esperanza, invita a decidirse por Él con una conducta que se note a plena luz del día, con actitudes que expresen la pertenencia a su reino, a su justicia, a su majestad. Actitudes coherentes con la dignidad de hijos.
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guías homiléticas
E
l tiempo de Adviento nos exhorta a estar en actitud de alerta ante la venida del Señor en su gloria al final de los tiempos, pero no de forma pasiva, casi dormidos, sino con un compromiso responsable por las acciones que se realizan en el hoy mientras se espera el final y su revelación.
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guías homiléticas Diciembre 8 II DOMINGO DE ADVIENTO Is 11, 1-10 / Sal 71 / Rm 15, 4-9 / Mt 3, 1-12 Del santo Evangelio según san Mateo “(…) Den, pues, fruto digno de conversión, y no crean que basta con decir en su interior: ‘Tenemos por padre a Abrahán’; porque les digo que Dios puede dar, de estas piedras, hijos a Abrahán. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo los bautizo con agua para la conversión; pero Aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle las sandalias. Él los bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga” (cf. Mt 3, 1-12).
Palabra del Señor
A LA ESPERA DE LA REVELACIÓN DEL JUSTO JUEZ
L
a liturgia dominical convoca a la escucha de una Palabra que comunica el gozo de la salvación universal, de sincera conversión, de compromiso serio con la justica en un mundo injusto, inhumano e insolidario, pero que no ha abandonado la fe en el Dios de la vida y de la historia.
El que viene trae la justicia a los pobres El Adviento como tal es un tiempo especial de preparación para un doble evento salvífico: la venida del Señor al final de los tiempos (liturgia de las primeras dos semanas) y su venida en la Navidad como Palabra encarnada (liturgia de las últimas dos semanas). Este tiempo está lleno de sentido para quien todavía tiene esperanza o tiene necesidad de esperar algo o a alguien. El problema se puede presentar para quien lo tiene todo, para quien no espera nada de Dios ni de los demás, ése no puede vivir el sentido del Adviento, íntimamente ligado a la virtud de la espera. Pero la espera no es de algo sino de una persona, del prometido de Dios, del que hace presente la justicia y el derecho a los más desprotegidos. Por lo mismo, Isaías nos recuerda que la venida de la persona del Salvador traerá la justicia y otros tantos dones a los pobres, la paz a los pueblos. El Señor que esperamos, los que necesitamos de Él y de sus dones divinos, tiene como una de sus cualidades el ser poseedor de la justicia pronta y cumplida, sobre Él se posa la plenitud del Espíritu Santo con todos sus dones.
La salvación es para todo el que crea La Palabra de Dios se caracteriza por ser operativa, estar cargada de una firme y sólida esperanza, realizar lo que dice o promete, instruir a los suyos en la esperanza, dar consuelo, actualizar la misericordia de Dios, y mucho más. Pues bien, la palabra de la promesa hecha en el pasado (Antiguo Testamento) a los profetas se ha cumplido en el tiempo con la venida del Mesías. Si bien es cierto que la salvación era 38
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en primera instancia para el pueblo que esperaba al Mesías, Israel, su venida superó las expectativas de su pueblo. De repente asistimos a una dimensión que supera los límites y restricciones que el ser humano le impondría a la salvación y a la Palabra de Dios, ella es para todos los seres humanos, se dirige a todos, alcanza por la fe a todos los que la acogen. Éstos la han adquirido no en virtud de sus propios méritos, sino en virtud del servicio prestado por el Mesías dando vida a todos por la fe. El Adviento nos anima por mediación de la Palabra a mantener la esperanza, a contemplar la salvación de Dios que se extiende a todos los confines de la tierra, a extender nuestro radio de acción, trascender lo cotidiano, fijar la mirada en uno que viene de parte de Dios, experimentar la fidelidad inquebrantable de Dios y vivir en ella.
Arrepentidos y con la mirada fija en el Señor Quien se percata de una presencia, la descubre en medio de las densas nubes de cada día, en el viento que se avecina, en los signos de los tiempos, se ve obligado a alertar a los demás para que no los tome por sorpresa, mantenerlos despiertos, abrirlos a la novedad de Dios, llamar a la conversión y a la justicia. La proximidad del rey a una de las regiones de su dominio proponía a sus habitantes un cambio de conducta que se volcaría en beneficios por parte de su rey para todos. La predicación de Juan el Bautista al acercarse la venida del Señor en su gloria, anuncia cosas grandes, se trata de uno más grande que él, que bautizará con Espíritu Santo y fuego. Por eso propone estar preparados, haber hecho un giro en nuestro estilo de vida, en el comportamiento, escuchar una voz, asumir los valores del reino y vivir coherentemente el servicio fiel a Él desde la fe profesada. El Señor vendrá victorioso al final de los tiempos, sabemos que ha destruido el poder de la muerte y la aniquilará para siempre, por eso, con alegría y esperanza avancemos por el camino de la fe.
Diciembre 15 III DOMINGO DE ADVIENTO Is 35, 1-6a. 10 / Sal 145 / St 5, 7-10 / Mt 11, 2-11 Del santo Evangelio según san Mateo (…) “¿Qué salieron a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salieron a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes. Entonces, ¿a qué salieron? ¿A ver un profeta? Sí, les digo, y más que un profeta. Éste es de quien está escrito: ‘He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino’. En verdad les digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es superior a él” (cf. Mt 11, 2-11).
Palabra del Señor
QUE LA ESPERA DIBUJE EL ROSTRO DEL UNGIDO
Dios está pronto a salvarnos Cuando una persona hace una experiencia muy significativa y positiva, la descripción de la misma está marcada por un sinnúmero de verbos que expresan gozo, júbilo, alegría, regocijo y todo un conjunto de signos que la hacen más expresiva aún. Por otro lado, ¡qué gran alegría experimentan y expresan los niños ante el anuncio de la llegada próxima de un ser querido que les trae buenas noticias y alguna que otra sorpresa! O la gran alegría de los niños ante la llegada de la Navidad. Pero ¿produce alegría en el creyente el anuncio de la venida del Señor? ¿Es esa una buena noticia hoy? Isaías utiliza una cantidad de expresiones de gozo para tratar de contagiarnos de la alegría de la buena noticia de la llegada inminente del Señor. Él está próximo, se hará presente, todos lo podrán contemplar y se salvarán. Su deseo es dar ánimo a todos y desde todas las dimensiones. Acudamos con prontitud a la llamada de la salvación, contemplemos la venida del Salvador, contagiemos del gozo de la vida transformada, llevemos a alguien de la mano, ayudemos a otros a celebrar esta venida, a dejar que Dios renueve la luz de su mirada.
No perder la fe en la esperanza Llegan momentos en que con sinceridad hay que reconocer que la espera llega al borde de la desesperación. Esos momentos en los que parece que el tiempo no pasa, los minutos se hacen eternos, la luz no se hace visible, el rostro tan esperado no se vislumbra, aquello que produce alegría no se palpa. Entonces necesitamos las palabras de
alguien que sostenga la esperanza y nos devuelva el ánimo. Lo mismo puede acontecerle al creyente en el tiempo de la espera del Señor, el tiempo pasa, el mundo gira y seduce con sus ofertas llamativas, pero a Él no se le ve por ningún lado. Pero atención, mantengámonos firmes, Él está por llegar pronto. Aguardemos como el campesino la lluvia que volverá fecundos sus campos, soportemos el calor del sol, el cansancio, la angustia. Mientras tanto, busquemos todo cuanto hay de bello y noble en la persona de los hermanos, fijemos la mirada en la bondad, superemos toda maldad, comencemos a mirar las cosas desde el misterio de la encarnación, con los ojos del Hijo de Dios que mira con justicia y misericordia.
Adivinando un rostro ya anunciado Qué complicado es esperar a alguien y no conocer su aspecto, su rostro, puede ser cualquiera de muchos, hay que adivinar sus rasgos, fijarse en su posible apariencia. Lo cierto es que si la espera tiende a desesperar, la posibilidad de equivocar el rostro esperado obliga a interrogar, entonces se pregunta a uno y otro, ¿eres tú al que esperamos?, ¿eres tú el Mesías? Eso en parte es bueno, pues, aun cuando la desesperación nos está invadiendo, no desfallece el anhelo de contemplar y adivinar el rostro del esperado. Pero a quien esperamos no es un total desconocido, ya la Palabra de Dios se encargó de ir dibujando su rostro a lo largo de los siglos, por las promesas y descripciones de los profetas, la sabiduría de los ancianos, y muchos signos de que todo alcanzaría su cumplimiento. Así que, a quien esperamos es al Señor glorioso que trae la salvación y hablará nuestro propio lenguaje. Juan es su precursor, su aspecto no es atrayente, pero su palabra es espada de doble filo y llama a una preparación en todos los ámbitos de la vida, incluido el tan amado de la familia. Como Iglesia que vive de la esperanza, abramos nuestro espíritu y corazón a uno que revelará su rostro como el de Hijo del Altísimo, enviado del Padre. octubre / diciembre - 2013 - Vida pastoral no 152
guías homiléticas
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a liturgia del día del Señor y de la comunidad creyente en torno a la Palabra invita a contemplar con gozo la venida del Hijo de Dios en el acontecimiento de la encarnación, tratando de dibujar el rostro anunciado por la palabra de los profetas y en la celebración gozosa de la acción de Dios.
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guías homiléticas Diciembre 22 IV DOMINGO DE ADVIENTO Is 7, 10-14 / Sal 23 / Rm 1, 1-7 / Mt 1, 18-24 Del santo Evangelio según san Lucas (…) “José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados”. Todo esto sucedió para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: “Vean que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: ‘Dios con nosotros’”. Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer (cf. Mt 1, 18-24).
Palabra del Señor
DIOS REVELA SU ROSTRO EN MEDIO DE LA HISTORIA
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a liturgia de la comunidad en torno a la Palabra y a la Eucaristía es ya anticipo inmediato y gozoso de una palabra que, aunque eterna en su origen, se revelará capaz de hablar nuestro lenguaje, nacer en nuestra historia, asumir nuestra condición y dar vida eterna con su salvación.
La Virgen pronto nos revelará el rostro del Hijo El amor a una persona o comunidad no se limita a expresarse con palabras bonitas y cargadas de sentido y afecto, es necesario que las palabras se conviertan en obras, gestos, signos palpables del amor profesado. Así sucede en el campo de la fe y de la revelación divina. Cuando Dios decide estar “con nosotros”, es decir, habitar en medio de su pueblo y comunidad, no se conforma sólo con su palabra cargada de sentido y capaz de realizar lo que promete, sino que Él quiere habitar en medio, con los suyos, junto a su lado, en el piel a piel. Su nombre mismo no sólo lo define, sino que lo hace presencia, proximidad, cercanía, Emmanuel. Isaías anuncia una cercanía extrema de Dios a su pueblo. El nacimiento de un hijo concebido por una virgen será señal de que, por mediación de Aquel, Dios se hace presente para ofrecer la salvación en las dificultades y en toda ocasión que se le invoque con fe. Ya se nos anuncia que pronto será la llegada del Mesías, su madre está en los últimos días del embarazo, la luz nos revelará pronto el rostro humano del Dios escondido, el rostro divino que ha de dibujarse en nuestro propio rostro.
El Hijo nacido del linaje humano revela el misterio divino Una persona posee un origen y una meta que definen su acción en el mundo y en la historia. Se es y se vive para cumplir una misión, revelar un rostro, hacer visible un origen misterioso. Cada nacimiento de un hijo posee ese maravilloso sentido del asombro y la sorpresa. El nacimiento de Jesús, aun cuando es de origen divino por clara intervención divi40
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na, y revelado así por el misterio pascual, acontece dentro de los parámetros de la condición humana. Él nace de una mujer, es de condición humana, nace del linaje de David, como fruto maduro de una esperanza de siglos. La Sagrada Escritura revela, ya desde los profetas, que el nacido de María es de nuestro linaje, de nuestra condición. Él da plenitud, hace partícipes a los suyos de su divinidad y del amor eterno de su Padre que lo envió. Él es el contenido de la Buena Noticia que desde entonces se proclama a todo ser humano y que no conoce límites territoriales o de otra índole. Los paganos son destinatarios de la salvación ofrecida por Dios, la única condición es la aceptación por la fe del misterio humano y divino de Jesucristo.
Jesús, Hijo de la promesa en la historia de Israel El ser humano posee una descendencia y ésta le da una identidad, una pertenencia y una misión. En adelante se le reconocerá como “hijo de… José, María”, o como sea que se llamen sus progenitores”. Por eso, pertenecer a una descendencia es poseer una identidad, tener una misión, ser llamado a una vocación específica. De Jesús, se dice que nació de María, desposada con José, hijo de David, y de ese modo se inserta en lo más profundo de nuestra historia (la del pueblo de Israel, de las promesas, del reinado de David), en un caminar que tiene una meta: la plenitud de la vida y de dicha historia. Él viene a hacer visible en su persona, palabras y obras, el anuncio de la Buena Noticia del Dios con nosotros, ya proclamado por Isaías siglos antes. Él es el tan esperado Emmanuel, Dios con nosotros. Él es Dios en medio de nosotros, Dios encarnado en una mujer y en una historia para salvar a su pueblo de los pecados. Mateo ofrece el sentido del mesianismo de Jesús en su nombre. La Iglesia de todos los tiempos se reconocerá beneficiaria de ese regalo de Dios en Cristo, que viene a liberarla de sus pecados y es la actualización de la promesa hecha a David, somos el pueblo de la Nueva Alianza ligada a la Antigua.
Diciembre 29 SAGRADA FAMILIA Si 3, 2-6.12-14 / Sal 127 / Col 3, 12-21 / Mt 2, 13-15.19-23 Del santo Evangelio según san Lucas (…) Muerto Herodes, el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño”. Él se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret; para que se cumplira el oráculo de los profetas: “Será llamado Nazareno” (cf. Mt 2, 13-15.19-23).
Palabra del Señor
¡FAMILIA, DEFIENDE TUS FUNDAMENTOS CRISTIANOS!
Honrar a los padres y al señor va de la mano Dice el dicho que no hay peor ciego que el que no quiere. El relativismo ha introducido en la cultura la confusión sobre el verdadero valor de las personas en cada una de sus etapas, y ha relegado la función de los ancestros en la vida familiar. La familia se ha reducido a un simple concepto social o político que va a depender de la ideología de turno. Cuando cada vez más se rompen los vínculos que unen las diversas generaciones en el seno de la familia, se hace más difícil la justa valoración de la misión y la importancia de los padres en la educación de sus hijos. La consecuencia es, en parte, el irrespeto y la no valoración de los padres que en algunos casos hoy conduce al abandono total, olvidando el cuarto mandamiento y las promesas en él contenidas para los hijos. El texto de Sirácida orienta en la justa valoración de los progenitores y ofrece las recompensas que a ello van ligadas, colocando todo en la dimensión divina, pues el que teme al Señor, honra a sus padres, y el bien hecho a ellos será tomado en cuenta para el perdón de los pecados. La visión bíblica de los progenitores es de orden natural, divino y en perspectiva de futuro como beneficio para los hijos.
La vida familiar se vive en sintonía con el Señor La relación entre los valores de una sociedad y el respeto a los padres van ciertamente de la mano, cuando se perjudica uno se afecta igualmente al otro. Al deterioro en la familia le sigue como consecuencia el deterioro en la sociedad. Los nuevos y
hasta contradictorios modelos de familia están resguardados por legislaciones nacionales e internacionales sobre todo en el reclamo de los derechos de la persona individual, desligada del conjunto de la sociedad, en muchos casos olvidando completamente los deberes, con la trágica consecuencia de que aquello que une y vincula a sus miembros no es el amor, sino la norma legal.Ya no cuenta la relación del parentesco, sino lo que dice la ley respecto a mis derechos fundamentales como individuo. Esto le niega a la relación familiar todo vínculo con la trascendencia. Por el contrario, la Palabra de Dios fundamenta los lazos familiares en la referencia de éstos al Señor. El amor entre los diversos miembros de la familia está íntimamente relacionado con el Señor y su estilo de amor basado en la entrega total por cada uno, sin fijarse en sus errores sino en sus cualidades y relaciones fundamentales.
Familia, cuida de los tuyos que son de Dios La escucha de la Palabra de Dios en el seno de la familia otorga a sus miembros la seguridad de estar haciendo las cosas según el designio eterno de Dios y para el bien de cada uno de ellos. La familia cristiana, cimentada sobre la Palabra de Dios, asume desde el Evangelio los valores humanos y cristianos. Por eso, en momentos de dificultad es capaz de sostener a cada uno de sus miembros, busca los intereses de la institución familiar y se dispone incluso al sacrificio de los propios intereses personales en beneficio de los bienes de la familia. Ahí ya no hay confusión ni engaño. Al interno de esta comunidad de fe y de servicio desinteresado se pueden vivir las virtudes y los valores cristianos de forma natural, la vida se valora y espera, la protección de uno dispone a todos al sacrificio, a la partida y a la búsqueda de mejores fuentes de vida; todo es relativo, no en función de los intereses personales, sino en función del bien de la comunidad familiar. Ya decía el papa Benedicto XVI que es necesario educar a las familias cristianas en la familiaridad con la Palabra de Dios, para que de ella aprendan los valores del Evangelio de la vida. octubre / diciembre - 2013 - Vida pastoral no 152
guías homiléticas
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a liturgia dominical convoca a cada uno como miembro de una familia y de la familia de Dios a la escucha atenta de la Palabra, que actualiza hoy las promesas dadas a los hijos respecto a los progenitores. Sepamos tomar de ella la fuerza necesaria para hacer vida nuestra misión en el mundo.
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liturgia
Por: p. Wilson Zuloaga N., ssp
Lugares sagrados
y libros litĂşrgicos
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abiendo realizado un recorrido por la parte organizativa formal del culto litúrgico como tal, según lo plantea la Iglesia católica, adentrémonos ahora en los aspectos formales externos que, de alguna manera, tienen muchos elementos de fondo que es necesario conocerlos para que sean bien comprendidos, pues en muchas ocasiones participamos de las ceremonias sin saber varias cosas que son importantes para nuestros conocimientos en la fe.
H
Comencemos, con los ornamentos sagrados, dicho de una manera más sencilla, las vestiduras que utilizan los clérigos en las celebraciones.
El alba representa la pureza, la pulcritud con la cual se debe revestir todo aquel que sirve al altar, desde el monaguillo hasta el sacerdote, ya que es una vestidura que representa la dignidad del ministro que celebra el culto alrededor del lugar más importante de la ceremonia. Por ello, el color debe ser blanco, pues debe “hablar por sí solo”, indicando al pueblo congregado que el la ceremonia que allí se celebra no es cualquier rito, si no todo un acontecimiento en el cual Dios nos quiere a todos blancos, puros, libres de pecado, y para ello el ministro se reviste de esta forma con el ánimo de ser
1. De seguimiento libre y
voluntario, renunciando a su voluntad para aceptar la voluntad de Dios.
2. De autenticidad en el discipulado.
3. De sacrificio y entrega
El alba El primer ornamento o vestido litúrgico con el que nos encontramos y el más conocido por los feligreses, es el alba. Alba quiere decir blanco, y por ello es su color habitual, aunque no faltan lugares en donde, de manera incorrecta, le suelen llamar alba a vestiduras que, cumpliendo con una función igual, llevan otros tonos como el verde o el rojo. Generalmente son más populares entre los monaguillos o niños que sirven al altar.
El cíngulo, visto desde esta perspectiva, es señal de varias cosas:
de manera autónoma. ejemplo para los demás miembros de la asamblea, que deben aprender a vivir con total transparencia su vida cristiana.
El cíngulo Se le llama cíngulo al cordón que se ciñe en la cintura alrededor del alba, para significar que el ministro que está allí lo hace no en nombre propio, sino en nombre de Dios y que está atado libre y voluntariamente a Él. Colocarse el cíngulo es señal de que asume el servicio a la Iglesia en nombre de Cristo, quien fue llevado a la cruz “como cordero al matadero”, para ser inmolado por la humanidad.
4. De renuncia al pasado
y asimilación del presente, para proyección del futuro en perspectiva cristiana.
5. De actitud de servicio. El cíngulo evoca aquel pasaje bíblico en el cual Jesús indica a Pedro de qué manera iba a dar gloria a Dios: “‘En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven te ceñías e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás tus manos, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras’. Dijo esto indicándole de qué manera iba a morir.Y dicho esto, le dijo: ‘Sígueme’” (Jn 21, 18-19).
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Liturgia
La estola La estola es el ornamento que el ministro usa para las celebraciones litúrgicas. Los diáconos la usan de manera cruzada, los presbíteros y obispos pendiente del cuello. La estola representa el poder que le ha sido conferido al ministro en nombre de la Iglesia. La diferencia entre el diácono y el presbítero o sacerdote está en que el ejercicio ministerial del diácono es restringido en relación con el del presbítero, que es más amplio.
¿Quiénes usan la estola? La estola sólo la llevan los ministros ordenados: el diácono, el presbítero y el obispo. Aquí ya hay diferencia con el alba y el cíngulo que la portan también los acólitos y los monaguillos. Debemos saber que el diácono puede ejercer en su ministerio la celebración de todos los sacramentos, con excepción de la reconciliación y la Eucaristía en el sentido de la consagración de las especies de pan y vino, pues estos últimos están asignados de manera exclusiva al presbítero. El diácono es el ministro que, siendo ordenado por el obispo, asiste en el servicio a la comunidad en la cual ofrece su ministerio (la Iglesia), y puede ser transitorio (el que está en camino al sacerdocio ministerial) o permanente (un hombre casado, con mínimo 10 años de matrimonio, 30 años de edad y el permiso de su cónyuge). El presbítero, en cambio, es el sacerdote ministerial que ejerce su función sacerdotal en servicio de la comunidad para la cual ha sido asignado, ya como párroco, ya en otro servicio eclesiástico específico. 44
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El pectoral Esta cruz que los obispos llevan en su pecho, la recibe el día de su ordenación episcopal como símbolo de que sobre sus espaldas aceptan llevar en adelante la cruz de Cristo de una manera mucho más comprometida, cargándola siempre, mientras ejerzan el ministerio episcopal.
El obispo es el pastor supremo de la grey de su diócesis, donde tiene la potestad de gobernar ayudado por los presbíteros que él mismo asigna en diferentes funciones que le sean de mayor utilidad para el crecimiento de su pequeño rebaño, aquel que el Santo Padre ha encomendado a su cuidado. Obispo viene del término griego epískopos, que quiere decir “el que vigila desde lo alto”.
La mitra La dalmática Ornamento litúrgico propio de los obispos (el Sumo Pontífice la usa por el simple hecho de ser obispo de Roma). Está inspirada en el phrygium o gorro frigio (como el que aparece en el escudo nacional de Colombia) que era un ornamento, nada litúrgico, que lo usaban en la antigüedad los altos dignatarios de Oriente y que el Papa solía portar fuera del templo en ceremonias de carácter solemne. Para definirlo, basta con decir que es el gorro más alto que el obispo lleva sobre su cabeza, similar a una corona, para representar la dignidad de su función en la Iglesia. Ha sido considerado una especie de herencia jerárquica que viene desde la época medieval, y en la cual los obispos y el Papa semejaban un poder igual o superior al del rey o emperador.
El báculo Es el símbolo que el obispo utiliza como pastor de su grey, representa a la Iglesia jerárquia, por ello lo usa en las celebraciones que realiza en su propia diócesis, y no acostumbra usarlo por fuera de ella, aunque litúrgicamente no está prohibido hacerlo, por respeto con el obispo titular. El báculo es el símbolo del Buen Pastor que guía a sus ovejas para que no se pierdan y las instruye en lo que respecta a la fe.
El anillo Es un símbolo propio de los obispos, y representa su desposorio con la Iglesia local o diócesis que encabezan. Por representar este desposorio con la Iglesia, de alguna manera representa también el eslabón que lo une a la cadena histórica de la tradición eclesial con los apóstoles de Jesús.
El solideo
Este ornamento es propio y exclusivo de los diáconos. Su nombre proviene de la zona de Dalmacia, donde se comenzó a utilizar originalmente. Representa, según los primeros que la usaron y cuyo significado hasta hoy se conserva, un símbolo de los sufrimientos de Cristo y del ofrecimiento del servidor del altar como sacrificio aceptable a Dios. El color blanco, al igual que en el alba, representa la pureza de alma y las rayas rojas, poco usuales en la actualidad, simbolizan el de amor al prójimo.
Pequeño gorro de forma circular y de color morado, que cubre la coronilla del obispo; en los cardenales es de color rojo y en el Papa es blanco. Se llama solideo porque proviene del latín solus Deo, “sólo a Dios”. Por ello, simboliza la protección de Dios así como la dedicación a Él. Podría decirse en incluso que está inspirado en el gorro que utilizan los judíos y que se llama kipá (cúpula) y con el cual quieren significar “la mano de Dios sobre mí” o “por encima de mí sólo la mano de Dios”.
En el diácono es el preámbulo de lo que en el sacerdote será la casulla, pues la dalmática no pueden usarla los presbíteros, a menos que tengan un permiso especial de parte del Papa; claro está que hoy en día es muy difícil, siquiera pensar, que algún sacerdote pretenda utilizarla.
Las ínfulas Son pequeñas cintas que cuelgan detrás de la mitra y que están aseguradas a ésta. Las infulas índican que el Obispo debe ser poseedor del conocimiento del Antiguo y del Nuevo Testamento, otorgándole así la autoridad para predicar, como pastor, las enseñanzas propias que se contienen en la Palabra de Dios.
La casulla Este ornamento, propio del presbítero y del obispo, es una capa amplia y ancha que se coloca sobre el resto de las vestiduras y que, por su confección y diseño, representa la amplitud y universalidad del ministerio que se ejerce, así como también, por su magnitud, el cubrimiento de todos los pecados en razón de la caridad y el amor de Dios. Debe utilizarse con los colores litúrgicos según el tiempo en el cual se encuentre: morado para Adviento y Cuaresma, verde para el tiempo Ordinario, blanco para Navidad Pascua fiestas de la Virgen y de los santos que así lo requieran, rojo para las ceremonias de mártires para el Domingo de Ramos, Viernes Santo y en Pentecostés. octubre / diciembre - 2013 - Vida pastoral no 152
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Liturgia
LUGARES LITÚRGICOS
Por este motivo, el altar se convierte en el sitio principal entre todos los lugares sagrados dentro de la celebración litúrgica. Es importante tomar conciencia de que cada vez que se pase por delante del altar se debe hacer una genuflexión o una venia, pues se está pasando por delante del mismo Cristo: el lector cuando pasa a leer la Palabra, el monaguillo o acólito cuando se desplaza para realizar el servicio que le compete, el ministro extraordinario de la comunión cuando va en busqueda de las especies sagradas, el fiel laico cuando por algún motivo por el frente, y el mismo ministro ordenado cuando en ejercicio de sus funciones debe pasar por delante de él, debe reverenciarlo.
El ambón
El altar El lugar principal de la celebración eucarística es el altar, conocido también como ara sacrificial, es decir, la piedra sobre la cual se ofrece el sacrificio. En el caso de la celebración eucarística, el altar es el sitio desde el cual el sacerdote ofrece las especies de pan y vino para consagrarlas en esta ara sacrificial con el fin de que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, quien se ofreció en sacrificio por la salvación del mundo. Un gesto que se observa en la celebración es que el sacerdote al llegar al altar lo besa, tanto en la procesión de entrada como en el rito de salida. Pero ¿por qué lo besa?, ¿qué sentido tiene besar la mesa donde se celebra la Eucaristía? Pues bien, la razón, que no todo el mundo la sabe, pero que es importante conocerla, es que el altar es el mismo Cristo. Sí, el altar representa a Cristo mismo en su función y sentido de: Sacerdote, Víctima y Altar; Sacerdote porque Él ofrece un sacrificio; Víctima porque es Él mismo quien se ofrece en sacrificio; Altar, porque es sobre su propio cuerpo, sobre sí mismo, que se va a ofrecer el sacrificio.
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Puede decirse que el ambón es el “altar de la Palabra de Dios”. Lo identificamos fácilmente en nuestros templos por ser el atril, generalmente inmueble, desde donde se proclama la Palabra de Dios. El ambón no debe ser utilizado para otro ejercicio litúrgico diferente al cual ha sido destinado; desde allí no deben hacerse los avisos parroquiales, ni leerse ningún otro tipo de lecturas que no sean consecuentes con la dignidad del lugar: el ambón es ÚNICA Y EXCLUSIVAMENTE para la proclamación de las lecturas de la Palabra de Dios.
La sede Es el lugar del presidente de la asamblea, sea el obispo, el presbítero o aun el diácono, en ausencia de los anteriores. Desde allí el presidente debe ejercer su ministerio como pastor, como cabeza del cuerpo de la Iglesia, que se complementa con la asamblea de fieles que se hacen presentes en la celebración. En la sede el presidente puede predicar la homilía, pues ésta la realiza en nombre de la Iglesia, es más cercana a ser palabra de la Iglesia, y no Palabra de Dios, por ello no debe realizarse desde el ambón.
El presbiterio Se llama así por haber sido designado como el sitio exclusivo para los presbíteros, si bien es cierto que también los acólitos, monaguillos, ministros extraordinarios de la comunión, entre otros, que sirven al
LIBROS LITÚRGICOS El Misal Romano
altar y a la Palabra también transitan por ahí, no ha sido así siempre. Desde la Edad Media hasta antes del concilio Vaticano II, el presbiterio no podía ser transitado por personas ajenas al sacramento del orden, de allí su nombre de presbiterio. En este sitio, generalmente un poco elevado con relación al resto de los lugares del templo, están ubicados el altar y el ambón, así como la sede, porque en estos lugares el presbítero debe ejercer su ministerio sacerdotal.
La nave Es el lugar de los feligreses. El sitio en el cual la asamblea como pueblo de Dios, se congrega y celebra la ceremonia litúrgica. Está un tanto retirado, en algunos lugares, del presbiterio. Los templos modernos no separan mucho a los fieles del presbiterio, pero las construcciones antiguas aún conservan, en muchos casos, estas estructuras, más por preservar un patrimonio histórico que por revelar una diferenciación entre ministros ordenados y fieles laicos, caso que sí sucedía en la antigüedad.
El libro rojo que el celebrante coloca en el altar y en la sede para proclamar las oraciones que el pueblo eleva a Dios, se llama Misal Romano. En él se encuentran las rúbricas, es decir, las indicaciones –escritas en rojo pero que no se leen en voz alta– de cómo se debe llevar paso a paso la celebración de la ceremonia. El Misal contiene también las plegarias eucarísticas y los prefacios que el sacerdote proclama, dependiendo del tipo de celebración que se esté llevando a cabo. Para cada ocasión el presidente, voluntariamente, elegirá la que se ajuste mejor a la intención central de la ceremonia. Con el Misal Romano el presidente realiza su función in nomine ecclesiae, es decir, “en nombre de la Iglesia”, para elevar a Dios las oraciones que la asamblea litúrgica le presenta al Señor según sea la ocasión. Es por eso que en él están escritas las oraciones colectas, sobre las ofrendas y de poscomunión de la celebración.
El leccionario Es el libro que contiene, para la celebración, la Palabra de Dios. Desde él, salvo que la necesidad pastoral lo requiera y se deba acudir a otro recurso, debe ser proclamada la Palabra de Dios en la ceremonia litúrgica. Las normas de liturgia no permiten que para la proclamación de la Palabra desde el ambón se utilicen hojitas, folletos, cartillas, ni nada por el estilo, pues para eso se ha elaborado el leccionario, que ha sido además consagrado por el obispo para proclamar desde él las lecturas que la liturgia propone para cada día. Existen varias clases de leccionarios, entre los que encontramos: leccionario dominical, ferial, de los sacramentos, de los santos, para misas con niños, para misas votivas y circunstancias diversas, etc., y cada uno de ellos se utiliza según la circunstancia; los más genéricos son el dominical (para los domingos), el ferial (para los otros días de la semana) y el de los santos (para fiestas y solemnidades de santos). Los otros se utilizan según la ceremonia que se vaya a realizar.
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Liturgia
El evangeliario Libro que contiene la Palabra de Dios y que se ha hecho muy común los días domingo, principalmente, es el evangeliario. Es un leccionario especial, pues sólo contiene los textos de los evangelios por ciclos: A, B o C, según corresponda, y su tratamiento es especial en la simbología por lo que representa en sí mismo, ya que contiene la vida, pasión muerte y resurrección de Cristo, relatada según los evangelios; éste por lo general entra en procesión llevado por el diácono al comienzo de la celebración, se ubica sobre el altar y a la hora de la proclamación del Evangelio se eleva en medio de ciriales, se presenta ante la asamblea para que ésta le rinda veneración y se lleva hasta el ambón; finalizada la lectura, se le presenta al presidente (obispo o sacerdote, según sea el caso) para que lo bese y poder así dar inicio a la homilía. Luego se ubica nuevamente en el ambón.
de escuchar y comulgar la Palabra hay que vivenciarlo. Quien lo entiende, ha ganado un enorme camino en su proceso evangelizador.
Los rituales de los sacramentos
El hecho de trasladar el evangeliario desde el altar hasta el ambón tiene una enorme significación, pues con este gesto simbólico litúrgico se está dando a entender que aquella Palabra que va a ser proclamada en el ambón, es la misma Palabra que posteriormente va a ser consumida en el altar, es decir, que es la Palabra de Dios, y sólo ella, la que une los hilos conductores de toda la celebración; en palabras sencillas se diría: “Palabra escuchada, Palabra comida, Palabra vivida”, es decir, después
Cada una de las celebraciones sacramentales diferentes a la Eucaristía poseen su libro propio. En ellos se encuentra la forma de celebrar el rito correspondiente, tal como sucede con el Misal Romano para la celebración de la Eucaristía. Así, entonces, encontramos los rituales propios de: bautismo, confirmación, matrimonio, unción de enfermos y orden sacerdotal. Existe también el Pontifical, que es el libro del obispo, donde se indican las rúbricas y celebraciones de algunos de estos sacramentos, como también algunas ceremonias propias de la vida consagrada.
La Liturgia de las Horas Este libro litúrgico es propiamente el compendio de oraciones de la Iglesia universal, en el cual están contenidas las oraciones de Prima, Tercia, Sexta, Nona, así como el Oficio de Lectura, las Laudes, Vísperas y Completas, con las cuales toda la Iglesia se une en oración diariamente para elevar con los himnos, salmos y cánticos bíblicos, ya debidamente estructurados, las oraciones del pueblo de Dios en petición y acción de gracias. No es muy popular entre los fieles, pero últimamente en algunas parroquias y diócesis, la labor pastoral de sacerdotes y obispos ha ido concientizando a los fieles laicos de la necesidad de unirse a toda la Iglesia con estas oraciones. Es obligatorio realizar estas oraciones, al menos Laudes (en las mañanas) y Vísperas (en las tardes), para los clérigos, religiosos(as) y seminaristas. En nuestra próxima entrega veremos la importancia y significado de los vasos sagrados, y cómo debe organizarse la música en la liturgia.
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Testigos de la fe Del libro RICORDATI, SIGNORE, DEI NOSTRI PADRI, del padre Stefano Lamera, ssp.
Beato
Timoteo Giaccardo
Primer sacerdote paulino ació en Narzole (Cuneo-Italia) el 13 de junio de 1896. Fue bautizado el mismo día, con los nombres de José Domingo. Jovencito aún, se encontró con el padre Santiago Alberione, quien lo encaminó hacia el seminario diocesano de Alba.
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La amistad con el padre Alberione lo hizo sensible a las nuevas necesidades de los tiempos y se abrió a los nuevos medios pastorales de evangelización. En consecuencia, con el consentimiento de su obispo, en 1917, con 21 años, pasó del seminario diocesano a la naciente Sociedad de San Pablo, siendo encargado por el padre Alberione como maestro de los primeros aspirantes paulinos. Lo llamaban el señor Maestro, y con ese nombre se quedó. Las condiciones históricas eran tales que parecía irrealizable que se concediera el sacerdocio ministerial a los jóvenes del padre Alberione. La mayoría del clero diocesano veía imposible que fueran ordenados los primeros paulinos, llamados por broma “los curas del mono y de la campera”. El mismo clérigo Giaccardo, del seminario diocesano, al presentarse al obispo para pedirle poder integrarse en la Sociedad de San Pablo, escuchó la seca pregunta: 50
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“¿Estás dispuesto a renunciar a tu hábito clerical y al sacerdocio?”. Con dolor en el corazón, pero sin titubear, aceptó esas condiciones y las ofreció a Dios por medio de María con tal de seguir la vocación paulina que él sentía clarísima. El padre Alberione, firme en su fe y confianza, espero en silencio y en oración que Dios hiciera resonar la hora de la aprobación canónica de la congregación y de la ordenación sacerdotal
para sus jóvenes, llamados al ministerio de la predicación mediante la palabra escrita. Y así, ante la sorpresa y el estupor de todos, pudo ver a su clérigo Giaccardo ordenado sacerdote en 1919, por su mismo obispo, quien anteriormente le había pedido la renuncia al hábito y al sacerdocio si quería ser paulino. Y, además, su ordenación se adelantó a la edad canónicamente requerida, mediante la oportuna dispensa, debido también a una imprevista circunstancia: para que su madre, enferma de gravedad, lo viera ordenado sacerdote antes de morir. Fue el primer sacerdote paulino y el primer vicario general de la Sociedad de San Pablo. Su vida es un ejemplo actual de cómo se puede conciliar la más alta perfección con la más intensa actividad apostólica. “Modelo para todos los sacerdotes paulinos”, como declaró el fundador. Él fue para el beato Alberione como el “hijo de la promesa”, a semejanza de Isaac para Abrahán. En él podía el fundador ver su descendencia y reconocer la primera realización de la promesa. Con la ordenación de Giaccardo la Familia Paulina se injertaba en la Iglesia mediante el sacerdocio apostólico, en sintonía con el mandato de Jesús: “Vayan por todo el mundo y hagan discípulos míos en todas las naciones”. La ordenación sacerdotal del padre Giaccardo marcó una fecha histórica para la Familia Paulina por otra razón: él era el primer sacerdote paulino ordenado expresamente para un ministerio nuevo en la Iglesia. Así, la predicación realizada con los medios de comunicación social quedaba implícitamente considerada co-
Por otra parte, el padre Giaccardo representa el anillo de enganche entre el fundador y las nuevas comunidades nacidas de la comunidad madre de Alba: él fue el primero que guió la migración de los dos grupos, masculino y femenino, que dieron origen a las comunidades en Roma. En enero de 1926, teniendo en cuenta su gran amor al Papa, el fundador lo envió a Roma para abrir y poner en marcha la primera casa filial de la congregación.
mo verdadera evangelización. Lo que el concilio Vaticano II sancionaría medio siglo más tarde en el decreto Inter mirifica era ya anunciado en la ordenación sacerdotal del padre Giaccardo. El padre Santiago Alberione vio en este hecho una clara respuesta de Dios a su fe en la propia vocación y misión. Comprendió que sería la vocación y misión de una gran familia fundada sobre el sacerdocio de Cristo, en la línea del magisterio de la Iglesia y del ministerio apostólico; familia heredera de la gracia y del apostolado de san Pablo; enviada para anunciar el Evangelio de Cristo a todos los hombres a través de los nuevos medios de comunicación social.
El Fundador le dijo: “Te mando a Roma en gracia de tu amor a san Pablo y por tu fidelidad al Papa. Estoy convencido de que al Divino Maestro le agradará tener en Roma, junto a su vicario, que representa el Evangelio ‘hablado’, también una voz que representa el Evangelio ‘impreso’. Dicho por inciso: “La Voz” era el título del primer periódico editado por los paulinos en Roma, y que les había cedido la diócesis. El beato Giaccardo escribió más tarde en su diario: “Yo, en la congregación, no tuve la misión de lanzar nuevas iniciativas, sino de educar, plantar, integrar nuestra Sociedad de San Pablo en la Iglesia de Roma, sobre la roca de san Pedro, sobre la apostolicidad de san Pablo; y he comprobado la paciencia de Dios en asistirme para llevar a cabo este ministerio”.
Podemos afirmar así que, mediante el padre Giaccardo, la Familia Paulina se enraíza, incluso visible y localmente, en la herencia de los apóstoles, representada por la sede de Roma.
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Testigos de la fe Como el beato Santiago Alberione fue el “padre” que, en la luz de su misión especial, dio vida a las varias ramas de la Familia Paulina, el beato Timoteo Giaccardo, su primer hijo espiritual, transmitió y profundizó la herencia alberoniana. Sin reflejar nunca el cansancio ni calcular la fatiga, sin concederse un día de vacaciones, compartió durante 30 años con el padre Alberione la solicitud por cada una de las congregaciones paulinas, en sus difíciles comienzos y en su desarrollo, como “llevándolas en brazos”. El padre Giaccardo tuvo plena conciencia de ésta su segunda misión. Escribía en su diario: “Me parece ver claro que se define cada vez más este segundo ministerio: conservar, interpretar, hacer penetrar y fluir el espíritu y las directrices del Primer Maestro; y yo acepto con espíritu de humildad este ministerio, con ánimo dócil, afectuoso, sincero”.
El padre Alberione confirmó: “Yo no tengo a ningún otro que comparta tan acertadamente mis sentimientos y mi ánimo; ninguno que tenga cuidado de ustedes con más sincera dedicación”.
Tenemos otro testimonio de interés capital, manifestado por el mismo fundador después de la muerte del padre Giaccardo: “Desde 1909 y 1914, cuando la Divina Providencia preparaba la Familia Paulina, él tuvo una clara intuición, aun sin comprenderla del todo. Las luces que recibía de la Eucaristía… su ferviente devoción mariana, la meditación de los documentos pontificios, le daban luz sobre todas las necesidades de la Iglesia y sobre los modernos medios para hacer el bien.
Entró en 1917 (todavía clérigo) como maestro de los primeros aspirantes… y le llamaban y se quedó para siempre con el nombre de ’Señor Maestro‘: amado, escuchado, seguido, venerado dentro y fuera. Fue el maestro que a todos precedía con el ejemplo, que enseñaba de todo, que aconsejaba a todos, que lo construía todo con su oración iluminada y ferviente… Se puede decir que escribió en cada conciencia y se volcó a sí mismo en cada corazón de sacerdotes, discípulos, Hijas de San Pablo, Pías Discípulas, Pastorcitas; y de cuantos lo trataron en relaciones espirituales, sociales, económicas… Desde el día en que lo conocí y le señalé el sagrario como luz, fortaleza, salvación, su vida fue una continua y cotidiana ascensión… Él prefería decir con san Pablo: ’Hasta la plenitud de la edad de Cristo‘. Era maestro de oración. ¡Sabía hablar con Dios! Vivía de piedad eucarística, de piedad mariana, de piedad litúrgica; de amor a la Iglesia y al Papa… Fue maestro de apostolado. Lo sentía, lo amaba, lo desarrollaba… Era un comunicador de energía, un sostén para los débiles, luz y sal en el sentido evangélico. El Primer Maestro le debe una inmensa gratitud, y con él todos, pues todos se veían amados por él… Yo me fiaba de él más que de mí mismo; y estoy contento por habérselo demostrado…”. Como confirmación de este testimonio del beato Alberione (Primer Maestro), reportamos algunas expresiones textuales del mismo beato Giaccardo sobre el sentido de la misión paulina:
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“El Divino Maestro debe reinar sobre todo, debe ser dado ‘todo’ a todos… mediante el apostolado de las ediciones. El apostolado de las ediciones debe iluminar todos los apostolados, sostenerlos todos, vivificarlos todos, abarcarlos todos, ejercerlos todos con sus apóstoles. Y éstos deben ser la gloria de Cristo, Divino Maestro”. “En servicio de Cristo Eucaristía, se busca y se elige lo mejor… Así, al servicio de Cristo hecho ‘Palabra’, debemos reservarle cuanto de mejor producen los hombres: el nuestro es un verdadero ministerio sagrado”. El beato Giaccardo, después del fundador, fue el primer sacerdote que escribió y publicó un libro, en 1928, con el título María, Reina de los Apóstoles, que es la patrona de la Familia Paulina. Fue el primer sacerdote paulino y el primer vicario de la congregación Sociedad de San Pablo. En 1936 regresó de Roma a Alba como superior de la casa madre. Colaborador fidelísimo del padre Alberione, se prodigó sin descanso por las congregaciones paulinas que iban naciendo y que él llevó en sus brazos, conduciéndolas a una profunda vida interior y a los respectivos apostolados modernos. Ya en edad madura, ofreció su vida por la continuidad de su propia congregación y para que fuera reconocida en la Iglesia la nueva congregación paulina de las Pías Discípulas del Divino Maestro. Y el Señor aceptó su ofrenda. Pasó a la casa del Padre el 24 de enero de 1948, víspera de la fiesta de la conversión de san Pablo. Sus restos mortales yacen en la cripta del santuario de la Reina de los Apóstoles, Roma (los del beato Santiago Alberione, en la subcripta). Santuario que mandó construir el fundador en el mismo solar donde el beato Giaccardo había fundado la primera casa paulina fuera de Alba. Fue beatificado por el papa Juan Pablo II el 22 de octubre de 1989.
salud
La
diaconía de la caridad con el enfermo con VIH y Por: Ismael González
Licenciado en filosofía y educación religiosa, Universidad Santo Tomás de Aquino de Bogotá; actualmente es estudiante de maestría en teología de la universidad javeriana de bogotá. ismaelgonzalez.com@hotmail.it
Digan a los de corazón intranquilo: ¡Ánimo, no teman! Miren que su Dios viene y los salvará” (Is 35, 4). ¿Cómo practicar la diaconía de la caridad con el enfermo con VIH y Sida?, ¿cómo decirle hoy a tantos y tantas que viven y sufren con el virus: ¡ánimo, no teman!? Como Iglesia que somos por el bautismo, estamos llamados a seguir el ejemplo del buen samaritano (Lc 10, 29-37), paradigma que nos debe conducir inicialmente a preguntarnos: ¿quién es mi prójimo?, y seguidamente a identificar el rosto sufriente de Cristo en ese que vive el estigma y la discriminación por causa de su condición VIH positivo.
toral con personas que viven con el VIH y Sida, en su amplio contexto y en sus significaciones pastorales.
"
Al respecto, Benedicto XVI, en la XIX jornada mundial del enfermo, señala la importancia de la hermandad entre los hombres, con mayor razón con el débil, el que sufre y el necesitado de cuidados: deben estar en el centro de nuestra atención, para que ninguno de ellos se sienta olvidado o marginado. Juan Pablo II nos invito a estar más cerca de los últimos y abandonados, a practicar la acogida, a promover y sostener todas las iniciativas en el servicio a los que sufren (…) para ser testigos 54
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Donde podamos promover un acompañamiento comprensivo, misericordioso y en defensa de los derechos de las personas afectadas; que implemente la información, promueva la educación y la prevención, con criterios éticos, principalmente entre las nuevas generaciones, para despertar la conciencia de todos a contener esta pandemia. (CELAM. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe; Aparecida, 421). del amor de la Iglesia a los que padecen y de su predilección por los más probados por el mal. (Tarrarán, Adriano. Guía de pastoral de la salud para América Latina y el Caribe. CELAM, Bogotá, 2000, p. 61). Ahora bien, ¿qué tan lejos estamos de los que viven con el VIH y Sida?, ¿vemos en ese sujeto sufriente el rostro de Cristo?, ¿somos excluyentes frente al tema del virus y sus portadores? Debemos tener presente que la Iglesia reunida en Aparecida (Brasil, 2007) nos pide con gran prioridad fomentar una pas-
Despertar es aquí la palabra clave. Bien lo dice san Pablo: “¡Despierta tú que duermes!” (Ef 5, 14). No podemos seguir en el silencio indiferente ni en el sueño profundo que –en ocasiones– nos hace ajenos a tantas realidades deshumanizantes por las que tienen que pasar los sujetos seropositivos. Realidades no sólo de ignominia y de estigma, sino también realidades de injusticia social, de exclusión frente a derechos fundamentales como la salud. Es justo allí, en las situaciones límite donde estamos
llamados –como Iglesia– a romper los silencios políticosinstitucionales y a denunciar las injusticias que se cometen en materia de salud y que notoriamente afectan no sólo a los pacientes con VIH y Sida, sino a toda la sociedad en general. No solamente debemos despertar como sociedad en la interacción con estos hijos de Dios, sino también como Iglesia. Es decir, en el campo de la pastoral de la salud, el acompañamiento a los pacientes de VIH tiene desafíos éticos y morales a los cuales la Iglesia debe dar respuestas de fe, desde su praxis y sus documentos, procurando no abrir más la brecha coyuntural que ha existido entre ella y los homosexuales. Cito a los homosexuales, porque según el SIVIGILA en América Latina: “Los hombres que tienen relaciones sexuales con hombres conforman la proporción más grande de las infecciones por el VIH”. Según lo anterior, se está dejando claro que el virus de la inmunodeficiencia humana lo puede adquirir cualquier persona por vía sexual, sanguínea o materna (en el caso de las mujeres y los bebés), puesto que esta patología no hace acepción de personas, ni distingue entre razas, lenguas o credos. Existen en el imaginario de algunas personas grandes diferencia entre los heterosexuales y los homosexuales. Una de las diferencias entre un paciente heterosexual VIH positivo y un homosexual igualmente positivo es su identidad sexual. Otra diferencia radica en que un sujeto, por el hecho de reconocerse como homosexual, lleva sobre sus hombros una condición pública que lo hace acreedor al señalamiento social, al prejuicio moral y a la vergüenza notoria. Me atrevería a decir que todos sus pecados se simplifican –para algunos sectores conservadores de la sociedad– a la parte sexual. Caso contrario en un sujeto heterosexual; éste puede pasar desapercibido incluso en la fila de la comunión, teniendo su conciencia moral no apta para recibir el “Corpus Christi”. Como cristianos podemos caer fácilmente en una diaconía excluyente o en una caridad condicionada. En otras palabras, como señala el evangelista Mateo: “Si aman a los que los aman, ¿qué recompensa tendrán?” (Mt 5, 46). Ahora bien, si servimos con amor sólo a los pacien-
tes seropositivos heterosexuales, ¿qué recompensa tenemos? Los sujetos homosexuales también son hijos de Dios, también para ellos es el amor y la misericordia de ese Dios de la vida y Padre de todo consuelo. La Iglesia, como instrumento de salvación, establecida por Jesucristo como designio gratuito y amor del Padre para todos los hombres, debe ser un locus (lugar incluyente, una madre que acoge con amor, con caridad a sus hijos. Porque, paradójicamente, algunos sujetos afectados, a pesar del rechazo que han y siguen experimentando por parte de la Iglesia, hacen una opción por vivir una experiencia de fe y creer en el Dios de Abrahán, Isaac, Jacob y muy seguramente en el tuyo y el mío. Ellos hacen una opción por vivir una experiencia de fe, porque en medio de esa situación extrema que genera el VIH, han encontrado la fuerza, el consuelo y la esperanza en Dios para salir adelante. Algunos por su condición homosexual optan por alejarse de Dios y de su Iglesia puesto que, aún hoy, los catequizan con una buena nueva no tan buena ni tan nueva: “El Reino de los Cielos no es para los homosexuales”. Así pues, todos aquellos que nos hacemos llamar cristianos cumplimos roles fundamentales dentro de la praxis pastoral. Por ejemplo, los obispos –en el contexto de la salud– tienen la misión de rodear a los enfermos con una caridad paterna (Chistus Dominus 13). Los presbíteros, por su parte, tienen la misión de atender con toda solicitud a los enfermos y agonizantes, visitándolos y confortándolos en el Señor (Presbyterorum Ordinis 6). Siguiendo con la descripción de la estructura jerárquica de la Iglesia, siguen ahora los diáconos, quienes tienen la misión de ser el corazón y el alma de su obispo para con los que sufren . De igual manera, los religiosos y religiosas deben ser fieles al carisma de la caridad misericordiosa para con los enfermos (LG 43). Una de las misiones más importante dentro del trabajo pastoral está en los laicos. Nosotros debemos apoyar –dentro de las arquidiócesis o diócesis– el trabajo de los arzobispos, obispos, presbíteros, capellanes, diáconos y religiosos en pro de esa acción kerigmática, que permita llevar una palabra de vida a todos los hombres, en especial a los enfermos de VIH y Sida. octubre / diciembre - 2013 - Vida pastoral no 152
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en librería DE Octubre A Diciembre LEEMOS
EL RECOMENDADO ES... AMA Y HAZ LO QUE QUIERAS SANAR TU HERIDA PARA ENCONTRAR TU MISIÓN
Este libro de César Camilo Martínez nos brinda elementos para que aprendamos a ser nosotros mismos, a amarnos en todas las dimensiones de nuestro ser y tener la capacidad de amar al prójimo.
Todos tenemos heridas y cicatrices de muchos tipos, algunas se remontan a nuestra vida familiar. Muchas veces las heridas recibidas allí nos acompañan y nos rondan de por vida. Podemos llamarlas “heridas de origen” o “heridas primarias”, y tienen una influencia poderosa sobre la forma en la que actuamos, sobre nuestras actitudes, sobre nuestro modo de ser. Sin embargo, a veces nos resulta difícil manejarlas de la manera más conveniente.
Con un lenguaje sencillo y accesible, el autor nos propone un camino con tres estaciones para llegar al interior de nuestra alma, donde está el amor de Dios, a partir del cual hemos de construir un proyecto de vida fundado sobre bases sólidas que nos lleven a la felicidad. Este camino es, en todo sentido, un camino de apertura y reconocimiento. Así, la primera parte nos propone la apertura de los ojos, para obtener la visión y reconocer lo que somos, nuestras dimensiones humanas. La segunda parte es la apertura de la mente, para obtener la sabiduría, de modo que aprendamos a discernir, a escuchar nuestra conciencia y a relacionarnos con los otros desde la humildad. La visión y la sabiduría son los pilares del amor, el cual resulta de la apertura del espíritu, como se trata en la tercera parte.
El libro ofrece, además, prácticas concretas para lograr esta triple apertura, para el autoconocimiento y la elaboración del proyecto de vida, así como historias que nos llevan a reflexionar sobre nuestra relación con el mundo, con los otros y con Dios. De fácil y agradable lectura, será de gran provecho para quien desea darle una orientación sólida a su vida.
Sanar tu herida para encontrar tu misión es un libro que tiene como eje fundamental algunos personajes de la Sagrada Biblia y su objetivo es ayudar a los lectores a entender sus sentimientos, emociones, resentimientos y heridas. Los personajes bíblicos elegidos nos demuestran que el fin último de la vida no es el dolor, el sufrimiento, la condena o la muerte, y nos abren paso para que descubramos el camino de la reconciliación y de la aceptación, para que encontremos la misión que, como fruto de esas experiencias de vida, nos ha sido regalada por Dios. Ellos sirven de ejemplo y testimonio de vida, contagian el empuje y el coraje que necesitamos para lograr un cambio en nuestra vida, para que finalmente sanemos nuestras heridas y encontremos nuestra misión. Una invitación a aceptar nuestras heridas y ponerlas en las heridas del Redentor, para no dejarnos dominar por los terribles demonios del temor, la culpa y la ira, fuerzas negativas que, en ocasiones, se adueñan de la vida de aquellos que no se han enfrentado a sus sombras. La oscuridad, sin embargo, sólo es peligrosa en la medida en que no la toquemos. Tenemos que hacernos amigos de las sombras y sacarlas de la oscuridad, para ponerlas a la luz de Cristo resucitado.
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Hermosos cuentos que invitan a cuidar el planeta. PARA LOS MÁS PEQUEÑOS:
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ara esta Navidad vale la pena pensar en los libros como el mejor regalo para los niños: aprenden a manejar sus dificultades, descubren y comprenden sus sentimientos y se divierten. Presentamos la siguiente colección para animar a los padres de familia a que regalen un buen libro a sus hijos.
COLECCIÓN ¿Cómo me siento? Una colección dirigida a niños en edad preescolar. Comprende cuatro títulos enfocados al manejo de las emociones y sentimientos de los pequeños: ¿Qué me hace valiente? ¿Qué me da miedo? ¿Qué me pone triste? ¿Qué me hace feliz? En cada título se conjuga el tema ecológico con las experiencias emocionales de los niños. Al final, el libro presenta una sección de Notas para padres y niños que abarcan datos curiosos y reflexiones que refuerzan la lectura.
¿Qué me hace valiente? Una pequeña tortuga inicia su travesía por la vida. Desde que rompe el cascarón y ve por primera vez la luz del día tiene que enfrentar grandes peligros. Sus padres no están a su lado y debe recorrer el mundo sola, apoyándose únicamente en su instinto y en su propia seguridad. Después de una emocionante aventura, la que implica crecer, la tortuga llega a su destino: un lugar seguro en el cual puede emprender su propio viaje.
¿Qué me da miedo? Tener un hermano mayor siempre es genial, pero también puede volverse un problema. El pequeño leopardo disfruta los juegos con su hermano, su compañía, hasta que éste se empeña en recordarle lo miedoso que es. Entonces, él se siente apesadumbrado pues tiene muchos miedos y se siente avergonzado por eso. Finalmente, su madre le permite entender que es normal sentir miedo, que todos, alguna vez en la vida, lo sentimos. Descubre que hasta los más osados e intrépidos como su hermano o su padre sienten algún temor. Una lectura que se acerca a la experiencia cotidiana de los más pequeños y que les permite identificarse con situaciones que los tensionan, pero que deben aprender a manejar.
¿Qué me pone triste? El osito polar nunca había visto la nieve. Desde que nació había permanecido en su cueva oscura y calientita. Pero es hora de salir al mundo, ver la luz resplandeciente y luchar con su madre por sobrevivir. El pequeño oso está asustado y se siente triste por dejar su cueva, sin embargo, sin decir nada, sigue a su madre. A lo largo del camino comprende que la tristeza hace parte de la vida, pero que siempre hay alguna alegría que nos permite seguir adelante. Entonces, se empieza a crecer.
¿Qué me hace feliz? La osita panda se despertó y sintió el mullido pelaje de su mamá, el lugar más seguro y delicioso del mundo. Su madre la despertó para que fueran a buscar brotes de bambú para comer. Aunque la osita se sentía feliz durmiendo en el regazo de su mamá, ya tenía hambre. En su travesía por el bosque corrió, se cayó, comió y se divirtió mucho. Sintió el amor maternal, y emprendió su travesía por la vida. Finalmente, descubre que en las cosas sencillas de la vida cotidiana está la felicidad.
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Cultura
JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD 2013 Por: Constanza Moya
¡¡El mensaje
de ‘Francisco’ sigue vigente!!
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rasil este año se vistió de fiesta, no tanto por la preparación del Mundial de fútbol 2014, ni por los Juegos Olímpicos, ni porque haya resuelto sus problemáticas sociales en tan corto tiempo. No, se vistió de fiesta porque el carismático y muy querido papa Francisco se robó todos los titulares de prensa con su presencia en la pasada Jornada Mundial de la Juventud.
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Sí, es cierto que ocurrió hace ya varios meses, hacia el 28 de julio pasado, pero más allá de la lejanía del tiempo, está la cercanía de su mensaje que es viable en cualquier momento y lugar, porque fue un encuentro con el mundo juvenil, especialmente latinoamericano, que tiene en éste, el continente de la esperanza, la ilusión de construir un futuro mejor, un mañana lleno de paz, armonía y felicidad, con el anuncio vivo y eficaz del Evangelio de Cristo. Así fue como el pasado 28 de julio, después de una intensa semana de vivir la fe con la alegría y el espíritu festivo de los jóvenes, el papa Francisco culminó la Jornada Mundial de la Juventud con un lema lleno de entusiasmo y colmado de fuerza misionera:"¡Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos!" (cf. Mt 28, 19).
El santo padre reconoció en la juventud que lo acogió y lo siguió por las transmisiones de televisión, radio e Internet, a unos jóvenes que tienen sed de valores y se encuentran en continua búsqueda del sentido de la vida: “Dejando atrás ideologías de diversos matices y de falsos maestros, que prometen la ilusión de una felicidad a bajo costo, estos jóvenes buscan una respuesta a las preguntas fundamentales sobre la vida, y la buscan en Cristo y en la Iglesia”, Señaló.
Los invitó a ir contracorriente, a ser revolucionarios en el sentido de combatir la cultura del consumismo, de la indiferencia, del odio y de la violencia.
Francisco encontró en los jóvenes la esperanza del cambio, por tal razón los invitó a participar activamente en las decisiones políticas y sociales, y a ser protagonistas del cambio. “En esto pido que se revelen contra la cultura de lo provisional, que cree que ustedes no son capaces de asumir responsabilidades; y tengan el coraje de ser felices”, les dijo. Por eso, en uno de sus discursos tomó el ejemplo de Marta y de María, esta última, la que escucha la Palabra, y la primera, quien actúa pero se olvida un poco de escuchar a Dios. Los llamó entonces a hacer realidad la Palabra de Dios, a escucharla pero también a hacerla realidad en el mundo, esto es, a ser gestores de una transformación social. Su invitación se centró en cultivar tres sencillas actitudes que presentó en el santuario de Nuestra Señora de Aparecida: mantener la esperanza, dejarse sorprender por Dios y vivir con alegría. La primera actitud consiste en no dejarse hundir por las dificultades y conservar siempre la fe y la esperanza en Dios que está permanentemente a nuestro lado y no nos abandona. Señaló que también los jóvenes se dejan invadir, en ocasiones, por el temor y la angustia, y son tentados por ídolos como el dinero y el placer, por lo cual reconoció la inmensa necesidad que ellos tienen de valores espirituales. La segunda actitud, dejarse sorprender: es confiar en que Dios guarda lo mejor para nosotros, y nos pide que nos dejemos sorprender por su amor y lo acojamos. La última actitud, vivir con alegría, aparece después de que las dos actitudes anteriores han hecho huella en el corazón del hombre. “Si caminamos en la esperanza, dejándonos sorprender por el vino nuevo que nos ofrece Jesús, ya hay alegría en nuestro corazón y no podemos dejar de ser testigos de esta alegría. El cristiano es alegre, nunca triste”. Con este mensaje, el papa Francisco terminó la Jornada Mundial de la Juventud 2013, frente a la cual había una gran expectativa mundial por parte de los fieles y, por supuesto, de los medios de comunicación. Tal y como empezó su papado, Francisco hizo gala de su austeridad, hasta puso en riesgo su seguridad en medio de la multitud que lo acogía en Brasil. El centro de su mensaje fue la esperanza que son los jóvenes, el llamado a descubrir la auténtica alegría que no se encuentra en las cosas ni en los ídolos del mundo, sino en el seguimiento de Cristo y en el servicio a los demás.
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Nació Jesús
Por: Ariel Álvarez Valdés
un 25 de Diciembre
a noche grande a noche del 24 de diciembre millones de personas en todo el mundo conmemoran, con profunda emoción, la noche de hace dos mil años, en la que Jesucristo vino al mundo en una pobre gruta de animales. Ninguna otra celebración religiosa, ni siquiera la Pascua, que es la más importante de las fiestas cristianas, tiene la carga de ternura y recogimiento que encierra la Navidad. Ese día en muchas partes del mundo se suspenden 60
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las guerras, se conceden indultos, se saludan quienes no se hablaban, y la gente es capaz de ser más amable y generosa de lo que es en el resto del año. El 25 de diciembre parece, pues, tener un toque casi mágico. Pero, ¿Jesucristo nació realmente ese día? No. El 25 de diciembre no es la fecha histórica del nacimiento del Señor. ¿Cuál es, entonces, el día exacto? No lo sabemos. Sí es posible saber el año de su nacimiento (fue, aunque suene extraño, alrededor del año 7 antes de Cristo). Pero, saber el día resulta imposible con los datos de los que disponemos actualmente.
El mes improbable Si quisiéramos atenernos a las informaciones bíblicas, debemos concluir que, casi con certeza, no pudo haber nacido en diciembre. Porque san Lucas dice que la noche en que Él nació “había cerca de Belén unos pastores que dormían al aire libre en el campo y vigilaban sus ovejas por turno durante la noche” (2, 8). Y si tenemos en cuenta que en diciembre es pleno invierno en Palestina, que en la región cercana a Belén caen heladas durante este tiempo, que es la época de los promedios más altos de lluvias, difícilmente se puede pensar que en ese mes haya habido pastores al aire libre cuidando sus rebaños. Tanto los rebaños como los pastores permanecen dentro de los establos. Sólo a partir de marzo, al mejorar las condiciones climáticas, suelen pasar la noche a la intemperie. Por lo tanto, si cuando nació Jesús había pastores con sus ovejas a la intemperie, pudo haber sido cualquier mes del año menos diciembre. ¿Por qué, entonces, celebramos la Navidad el 25 de diciembre?
Tormenta en la Iglesia En los primeros siglos, los cristianos no mostraron interés en celebrar el nacimiento de Jesús. La razón era que, como en aquel tiempo se festejaba con gran pompa el cumpleaños del emperador, los cristianos no querían colocar a Jesús al mismo nivel que éste. Así, en el año 245, Orígenes repudiaba la idea de celebrar la natividad de Cristo como si fuera la de un emperador.
cha para su nacimiento. San Clemente de Alejandría, en el siglo III, decía que era el 20 de abril. San Epifanio sugería el 6 de enero. Otros hablaban del 25 de mayo o el 17 de noviembre. Pero no se llegaba a un acuerdo decisivo debido a la falta de datos y de argumentos ciertos para justificarla. Así, durante los tres primeros siglos la fiesta del nacimiento del Señor se mantuvo incierta.
De todos modos, de vez en cuando solía aparecer algún teólogo que proponía una fe-
Pero en el siglo IV ocurrió algo inesperado, que obligó a la Iglesia a tomar partido por una
fecha definitiva y a dejarla finalmente sentada. Apareció en el horizonte una temible y peligrosa herejía que perturbó la calma de los cristianos y sacudió a los teólogos y pensadores de aquel tiempo. Era el “arrianismo”, doctrina así llamada porque la había creado un sacerdote de nombre Arrio, en la ciudad de Alejandría en Egipto.
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Extraordinario, pero no divino
Nace el credo
Arrio era un hombre estudioso y culto, y a la vez impetuoso y apasionado. Tenía la palabra elocuente y gozaba de un notable poder persuasivo. Había nacido en Libia (norte de África) en el 256, y se había ordenado sacerdote en el 311. Hacia el 315 comenzó a desplegar una enorme actividad en Egipto. Sus prácticas ascéticas, unidas a su gran capacidad de convicción, atrajeron numerosos admiradores. Pero Arrio pronto empezó a predicar unas ideas novedosas y extrañas.
La prédica de Arrio desató una fuerte discusión religiosa dentro de la Iglesia, y los cristianos se vieron de pronto divididos por una dolorosa guerra interna. Fue una lucha general: emperadores, papas, obispos, diáconos y sacerdotes, intervinieron tempestuosamente en el conflicto. El mismo pueblo participaba ardorosamente en disputas y riñas callejeras. Unos decían: “Jesús no es Dios”, y otros contestaban con vehemencia: “Sí, Jesús sí es Dios”. La doctrina de Arrio se expandió de tal manera que san Jerónimo llegó a exclamar: “El mundo se ha despertado arriano”.
¿Qué enseñaba Arrio? Su pensamiento puede sintetizarse en lo siguiente: Jesús no era realmente Dios. Era, sí, un ser extraordinario, maravilloso, grandioso, una criatura perfecta, pero no era Dios mismo. Dios lo había creado para que lo ayudara a salvar la humanidad. Y debido a la ayuda que Jesús le prestó a Dios con su pasión y muerte en la cruz, se hizo digno del título de “Dios”, que Dios Padre le regaló. Pero no fue verdadero Dios desde su nacimiento, sino que llegó a serlo gracias a su misión cumplida en la tierra. La teoría de Arrio fascinó la inteligencia de muchos, especialmente de la gente sencilla, para quien era más comprensible la idea de que Jesús fuera elevado por sus méritos a la categoría de Dios, que el hecho grandioso e impresionante de que Dios mismo, en persona, hubiera nacido en este mundo en una débil criatura. El arrianismo, en el fondo, quitaba el misterio de la divinidad de Cristo y ponía al alcance de la inteligencia humana una de las verdades fundamentales del cristianismo: que Jesús era verdadero Dios y verdadero hombre desde el momento de su concepción. La habilidad dialéctica de Arrio y su fogosa oratoria no sólo lo llevaron a abrirse fácilmente camino entre las grandes masas y a extenderse rápidamente en vastos territorios, sino que lograron convencer a numerosos sacerdotes y a dos grandes obispos: Eusebio de Nicomedia y Eusebio de Cesarea. 62
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En medio de este acalorado debate se resolvió convocar a un concilio universal de obispos para resolver tan delicada cuestión, que contaba con detractores y defensores de ambos lados. El 20 de mayo del año 325, en Nicea, pequeña ciudad del Asia Menor, ubicada casi al frente de Constantinopla (que era por entonces la capital del imperio), se dio comienzo a la magna asamblea. Participaron unos 300 obispos de todo el mundo y fue el primer concilio universal reunido en la historia de la Iglesia. Los presentes en el concilio, en su inmensa mayoría, reconocieron que las ideas de Arrio estaban equivocadas y declararon que Jesús era Dios desde el mismo momento de su nacimiento. Para ello acuñaron un credo, llamado el Credo de Nicea, que decía: “Creemos en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos. Dios verdadero de Dios verdadero. Engendrado, no creado”. Al final del concilio de Nicea el arrianismo fue condenado y sus principales defensores debieron abandonar los puestos que ocupaban en la Iglesia.
Apropiarse de una fiesta ajena A pesar de la derrota, Arrio y sus partidarios no se amedrentaron. Convencidos de estar en la verdad continuaron sembrando sus errores por toda la Iglesia. Y su prédica resultó tan eficaz que siguió logrando gran cantidad de adeptos, a tal punto que unos 30 años más tarde en muchas regiones no se encontraba un solo obispo que defendiera el credo propuesto en Nicea. Se habían hecho todos arrianos. Frente a este panorama, el papa Julio I, que gobernaba entonces la Iglesia, comprendió que una manera rápida y eficaz de difundir la idea de la divinidad de Cristo, y así contrarrestar las enseñanzas de Arrio, era propagar la fiesta del nacimiento de Jesús, poco conocida hasta ese momento. En efecto, si se celebraba el nacimiento del Niño Dios, la gente dejaría de pensar que Jesús llegó a ser Dios sólo de grande. Pero para ello había que buscarle una fecha definitiva. ¿Y cuál elegir, si no se sabía a ciencia cierta qué día era? Ante la falta de datos, alguien (no sabemos exactamente quién) tuvo una idea genial: tomar una fiesta muy popular del folclor romano, llamada “el día del Sol invicto”. Se trataba de una celebración pagana antiquísima, traída a Roma por el emperador Aureliano desde Oriente en el siglo III, y en la cual se adoraba al sol como al dios invencible.
Derrota de las tinieblas ¿Cómo había nacido esta fiesta en el Oriente antiguo? Es sabido que en el hemisferio norte, a medida que se va acercando diciembre (es decir, el invierno) se van acortando los días. La oscuridad se prolonga y el sol se vuelve cada vez más débil para disipar el frío. Además, sale siempre más tarde y se pone más temprano. En el cielo se le ve brillar con menos fuerza y menos tiempo. Todo hace temer su desaparición. Hasta que llega el 21 de diciembre, el día más corto del año, y la gente con la mentalidad primitiva de aquella época se preguntaba: ¿Desaparecerá el sol? ¿Las tinieblas y el frío ganarán la partida? ¡Triste destino nos esperaría en ese caso!
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biblia Pero no, a partir del 22 de diciembre los días lentamente comienzan a alargarse. El sol no ha sido vencido por las tinieblas. Hay esperanzas de que vuelva a brillar con toda su intensidad. Habrá otra vez primavera y llegará después el verano cargado de los frutos de la tierra. El sol es invencible. Jamás las sombras ni la oscuridad podrán apagarlo. Se imponía el festejo.Y así , el 25 de diciembre, después de observar que los días habían vuelto a alargarse, se celebraba el nacimiento del Sol invicto.
Un Sol por otro Sol Ahora bien, para los cristianos Jesucristo era el verdadero Sol, por dos motivos: en primer lugar, porque la Biblia así lo afirmaba. En efecto, en el siglo V a.C. el profeta Malaquías (3, 20) había anunciado que cuando llegue el final de los tiempos “brillará el Sol de justicia, cuyos rayos serán la salvación”. Y como al venir Jesús entramos en el final de los tiempos, el Sol que brilló no pudo ser otro que Jesucristo. También el Evangelio según san Lucas dice que “nos visitará una salida de Sol para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte” (1, 78). Y el libro del Apocalipsis (21, 23) predice que en los últimos tiempos (es decir, los actuales) no habrá necesidad del sol, pues será reemplazado por Jesús, el nuevo Sol que nos ilumina desde ahora. En segundo lugar, porque también a Jesús hubo un día en que las tinieblas parecieron vencerlo, derrotarlo y matarlo, cuando lo llevaron al sepulcro. Pero Él terminó triunfando sobre la muerte, y con su resurrección se convirtió en invencible. Él era, pues, el verdadero Sol invicto. Estos argumentos ayudaron a los cristianos a pensar que el 25 de diciembre no se debía seguir celebrando el nacimiento de un ser inanimado, de una simple criatura de Dios, sino más bien el nacimiento del Redentor, el verdadero Sol que ilumina a todos los hombres del mundo.
De este modo la Iglesia primitiva, con su especial pedagogía, bautizó y cristianizó la fiesta pagana 64
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De este modo la Iglesia primitiva, con su especial pedagogía, bautizó y cristianizó la fiesta pagana del “día natal del Sol invicto”, y la convirtió en el “día natal de Jesús”, el Sol de Justicia mucho más radiante que el astro rey. Y así el 25 de diciembre se convirtió en la Navidad cristiana.
Para enseñar a creer La nueva fiesta del nacimiento de Jesús surgió en la Iglesia no tanto para contrarrestar el mito pagano del sol que vence a las tinieblas del invierno, sino a las ideas de Arrio de que Jesús, al nacer, era un hombre común y que sólo después Dios lo adoptó con la fuerza de su Espíritu y lo convirtió en otro Dios. Gracias a la celebración de la Navidad, la gente fue tomando conciencia de que quien había nacido en Belén no era un niño común, sino el Niño Dios. Y que desde el mismo instante de su llegada al mundo residía en Él toda la divinidad. El primer lugar donde se celebró la fiesta de Navidad fue en Roma. Pronto se fue divulgando por las distintas regiones del imperio. En el año 360 pasó al norte de África. En el 390, al norte de Italia. A España entró en el 400. Más tarde llegó a Constantinopla, a Siria y las Galias. En Jerusalén sólo fue recibida hacia el año 430. Un poco más tarde arribó a Egipto, desde donde se extendió a todo el Oriente. Finalmente, en el año 535 el emperador Justiniano decretó como ley imperial la celebración de la Navidad el 25 de diciembre. De este modo, la fiesta de Navidad se convirtió en un poderosísimo medio para confesar y celebrar la verdadera fe en Jesús, auténtico y verdadero Dios desde el día de su nacimiento.
La mejor fecha El 25 de diciembre no nació Jesucristo, pues ésta es una fecha simbólica. Sin embargo, no pudo haberse elegido un día mejor para festejarlo. Y si alguna vez, con los futuros descubrimiento, se llega a saber exactamente qué día nació, no tendría sentido cambiar la fecha. Habría que seguir celebrando el 25 de diciembre, porque lo que se pretendió al fijar ese día, más que evocar un hecho histórico, fue dejar un excelente mensaje. En efecto, muchas veces cuando miramos a nuestro alrededor parece que las tinieblas nos rodearan por todas partes. Y los problemas, las preocupaciones, los dolores, los fracasos, las enfermedades parecen crecer de tal manera que uno llega a preguntarse: ¿terminarán ahogándonos? Las injusticias, la miseria, la corrupción, la mentira, ¿lograrán sobreponerse? ¿Aumentarán tanto que llegará un día en que el mensaje de amor de Cristo desaparecerá? ¿Será vencido Jesús por tanto mal? El 25 de diciembre es el anuncio de que Jesús es el Sol invicto. Que jamás será derrotado, aun cuando a veces la vorágine del mundo parece que se lo ha tragado, o que no lo deja actuar. El 25 de diciembre es el más grande grito de esperanza que tienen los hombres, y que nos recuerda que el amor no es una utopía impracticable destinada al fracaso. Al contrario, todo lo que se oponga a Jesús desaparecerá, porque Él es el verdadero Sol invicto.
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Pido la palabra MUERTE ETERNA Por: Roquel Iván Cárdenas (Semper Gaudens) Correo electrónico: sempergaudens@gmail.com
Queridos hermanos y hermanas: que el Señor les conceda la gracia de vivir con fidelidad su vocación cristiana. Escribo para aclararles un tema del que no se habla mucho y que es importante clarificar. Incluso algunos pretenden confundir a los demás afirmando que no existe. Otros dicen que todo se da en la tierra, es decir, que todo el mal que se hace se paga aquí y que no hay nada que pagar en el más allá. Jesús nos habla con frecuencia de la gehena que es un lugar en el que son castigados los pecadores impenitentes, según las once veces que aparece en los evangelios sinópticos, y que debe ser evitado haciendo el bien. Es lo que popularmente conocemos hoy en día como el infierno. Veamos algunos textos que nos hablan de esta realidad. “Pues yo les digo: todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano 'imbécil', será reo ante el Sanedrín; y el que le llame 'renegado', será reo de la gehena de fuego” (Mt 5, 22). “Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehena” (Mt 5, 29). “El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes” (Mt 13, 41-42). “Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la vida que, con las dos manos, ir a la gehena, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en la vida que, con los dos pies, ser arrojado a la gehena. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehena, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga” (Mc 9, 43-48).
En la gehena no sólo se puede perder el alma, sino también el cuerpo, es decir, todo el ser. “No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; teme más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehena.” (Mt 10, 28). Estos son sólo algunos textos que nos advierten de esta realidad pavorosa que debemos evitar a toda costa. Y esto lo podemos hacer eligiendo libremente amar a Dios y estar unidos a Él. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos. El Señor nos enseña que el amor a Dios se manifiesta en la obediencia. Como Jesús nos dice: “Si me aman, guardarán mis mandamientos” (Jn 14, 15). Cada vez que pecamos gravemente morimos, espiritualmente hablando, rompemos nuestra relación con Dios. A este pecado que rompe nuestra relación con Dios le llamamos pecado mortal. Lo cometemos cuando con entero consentimiento y plena conciencia violamos un precepto de Dios en materia grave, como por ejemplo los diez mandamientos. La Biblia nos muestra la diferencia entre el pecado de muerte o mortal y el que no es de muerte, es decir, el venial. “Si alguno ve que su hermano comete un pecado que no es de muerte, pida y le dará vida –a los que cometan pecados que no son de muerte– pues hay un pecado que es de muerte, por el cual no digo que pida” (1Jn 5, 16). Aborrecer al hermano o no socorrer las necesidades graves de los pobres, o cometer cualquier otro pecado mortal y morir en esa situación es, irremediablemente, ser destinados al infierno por toda la eternidad. Esto es un acto de autoexclusión de la bienaventuranza del cielo que se comete al rechazar hasta el último momento de la existencia terrena el amor misericordioso de Dios. Éste es el famoso pecado contra el Espíritu Santo que no se puede perdonar ni en esta vida ni en la otra. Se prefiere el mundo y sus engaños al amor que Dios nos quiere regalar.