Vida Pastoral - Edición 154

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San Pablo 100 años

anunciando la presencia de la Madre de Dios

Como fundador de una familia apostólica, el Beato Alberione sintió la presencia de la Madre de Dios en orden principalmente a sus compromisos apostólicos, e invitó a sus congregaciones a venerarla con el título de ¨Reina de los Apóstoles ¨. Las primeras casas paulinas de Roma las dispuso alrededor del santuario dedicado a María Reina de los Apóstoles, erigido en homenaje filial a la Protectora de toda su obra fundacional. Cada unos de sus títulos marinos no es más que un punto de arranque para ahondar en toda la realidad de María virgen, dentro del misterio de Cristo, su Hijo. El Beato Alberione propone las visiones más profundas sobre la Virgen-Madre, partiendo de considerarla como Reina de los Apóstoles, portadora del Cristo total, y por tanto ejemplo sumo de apostolado.


editorial

Por: p. WILSON ZULoAGA N., ssp l wilsonzuloaga@sanpablo.com.co

¿Por qué los sacerdotes no se casan? ntre las tantas inquietudes y preguntas que las personas tienen acerca de las enseñanzas y propuestas de la Iglesia católica, surge una, que no es nueva, pero que aparece constantemente: ¿Por qué la Iglesia no les permite a los sacerdotes casarse y tener familia?

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La Iglesia siempre ha tenido el celibato en muy alta estima, ya que Jesucristo, modelo de la perfección humana, fue célibe. Celibato quiere decir no estar casado y, en el uso de la Iglesia, un compromiso de no casarse. Esto no quiere decir que haya un desprecio por el matrimonio, ya que es una vocación que viene de Dios, lo que la Iglesia, teniendo en cuenta las enseñanzas de Jesús, defiende en el celibato sacerdotal es la entrega radical de éste al amor por el Reino de los Cielos: “Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda” (Mt 19, 12). En la misma línea, san Pablo dice que “el no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor; mientras que el casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer; está por tanto dividido” (1Co 7, 32). El no casarse y mantenerse célibe para el sacerdote tiene, entonces, doble implicación, por un lado, un compromiso pastoral y misionero: la construcción del Reino y, por otro lado, un compromiso moral-espiritual:

presentarse como ofrenda agradable al Señor. Ambos orientados a la disponibilidad del anuncio del Evangelio. Ya desde los primeros siglos la Iglesia primitiva practicaba el celibato como un don de Dios entregado en la persona de Cristo. Serán los ermitaños y monjes los que propondrán como un requisito indispensable para las personas que quieran abrazar la vida religiosa. Pero de forma oficial, es el papa Calixto II, en el concilio de Letrán, 1123, quien promulgue el celibato como requisito indispensable para todo el clero de rito romano, así como para los religiosos y religiosas que hacen parte de la Iglesia católica. No se trata pues de una imposición arbitraria de la Iglesia, sino de una aceptación voluntaria de la persona que decide seguir a Jesucristo de forma más comprometida por medio del sacramento del orden. El celibato es pues “ese don precioso de la gracia divina dado a algunos por el Padre, para que se dediquen más fácilmente sólo a Dios con un corazón indivisible (…) como un signo y un estímulo del amor, y como una fuente singular de fertilidad espiritual en el mundo” (Constitución de la Iglesia 42) en el divino servicio y en los trabajos del apostolado. El celibato debe responder necesariamente a la responsabilidad que tiene el sacerdote frente a su compromiso con la Iglesia, la esposa de Cristo, y, el sacerdote que obra en persona de Cristo y en nombre de la Iglesia, debe velar por cumplir a cabalidad su ministerio, siendo coherente con su vocación.

100 AÑOS

SOCIEDAD DE SAN PABLO

Revista trimestral de la Sociedad de San Pablo —PAULINOS— de Colombia, Ecuador y Panamá al servicio de la Iglesia.

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Con aprobación eclesiástica. Las opiniones expuestas en los artículos publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores.


Fe

y caridad:

“También nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1Jn 3, 16)

El papa Francisco, en la Jornada Mundial del Enfermo, exhortó a los fieles católicos a hacerse partícipes del dolor y del sufrimiento del otro. Por este motivo especial, Vida Pastoral ha querido retomar su mensaje para que no lo dejemos pasar, como si fuera unas palabras más que se lleva el viento, sino que sean una verdadera invitación a la sensibilidad de quienes nos decimos cristianos, siguiendo el ejemplo y modelo del mismo Hijo de Dios que entregó su vida por la salvación de todos. Dejamos a nuestros lectores estas palabras del papa Francisco para que el mensaje entre a su corazón y se sientan uno con los demás, pues mañana puede ser cualquiera de nosotros quien pueda necesitar de la compasión y la ayuda de quienes nos rodean: “También nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1Jn 3, 16) Me dirijo particularmente a las personas enfermas y a todos los que les prestan asistencia y cuidado. Queridos enfermos, la Iglesia reconoce en ustedes una presencia especial de Cristo que sufre. En efecto, junto, o mejor aún, dentro de nuestro sufrimiento

contenido EDITORIAL

¿Por qué los sacerdotes no se casan?

PREGUNTA AL TEÓLOGO

¿Desaparecieron los ángeles custodios?

BEATO ALBERIONE

El espíritu del apostolado

INTROSPECCIÓN

Volver sobre la educación

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ACTUALIDAD

Comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro

FAMILIA

Un sínodo para la familia Inicia el debate

CATEQUESIS

La iniciación al simbolismo en la catequesis

IGLESIA

“Creo en Dios, pero no en la Iglesia”

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está el de Jesús, que lleva a nuestro lado el peso y revela su sentido. Cuando el Hijo de Dios fue crucificado, destruyó la soledad del sufrimiento e iluminó su oscuridad. De este modo, estamos frente al misterio del amor de Dios por nosotros, que nos infunde esperanza y valor: esperanza, porque en el plan de amor de Dios también la noche del dolor se abre a la luz pascual; y valor para hacer frente a toda adversidad en su compañía, unidos a Él. … En virtud del Bautismo y de la Confirmación estamos llamados a configurarnos con Cristo, el Buen samaritano de todos los que sufren. “En esto hemos conocido lo que es el amor: en que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1Jn 3, 16). Cuando nos acercamos con ternura a los que necesitan atención, llevamos la esperanza y la sonrisa de Dios en medio de las contradicciones del mundo. Cuando la entrega generosa hacia los demás se vuelve el estilo de nuestras acciones, damos espacio al Corazón de Cristo y el nuestro se inflama, ofreciendo así nuestra aportación a la llegada del Reino de Dios. … La Cruz de Cristo invita también a dejarnos contagiar por este amor, nos enseña así a mirar siempre al otro con misericordia y amor, sobre todo a quien sufre, a quien tiene necesidad de ayuda. Confío esta XXII Jornada Mundial del Enfermo a la intercesión de María, para que ayude a las personas enfermas a vivir su propio sufrimiento en comunión con Jesucristo, y sostenga a los que los cuidan.

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2014 Dirección Y COORDINACIÓN: P. Wilson Zuloaga, ssp Consejo de redacción: P. Martín Sepúlveda, ssp; P. Favio Marín, ssp; P. Arnoby Álvarez, ssp; Constanza Moya OTROS Colaboradores: P. William Gerardo Segura Sánchez; Ariel Álvarez Valdés; P. Rafael de Brigard; Constanza Moya; Ismael González AUTORES: Editorial: P. Wilson Zuloaga, ssp; Alberione: P. Santiago Alberione; Introspección: P. Rafael de Brigard; Actualidad: S.S. Francisco; Familia: Giorgio Campanini; Iglesia: Ismael González; Guías homiléticas: P. William Segura; Liturgia: P. Wilson Zuloaga, ssp; Testigos de la Fe: P. Antonio J. Posada; En Librería y Cultura: Constanza Moya; Biblia: Ariel Álvarez Valdés Publicidad: María José Molina Trujillo / e–mail: publicidad@sanpablo.com.co Diseño & diagramación: Luis Gabriel Niño Devia / e–mail: estudiografico@sanpablo.com.co

A todos, enfermos, agentes sanitarios y voluntarios, imparto de corazón la bendición apostólica.

Suscripciones: periodicos@sanpablo.com.co Impresión: Taller San Pablo, Calle 170 Nº 8G–31, Bogotá, D.C. - Colombia

Francisco

GUÍAS HOMILÉTICAS

P. William Gerardo Segura S.

LITURGIA

La fiesta de la Eucaristía Las “partes” de la misa

TESTIGOS DE LA FE

El padre Marianito cumple 14 años en los altares

ESPECIAL 100 AÑOS

Devociones marianas del joven Alberione

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EN LIBRERÍA

42 50

CULTURA

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PIDO LA PALABRA

Los primeros 100 años de la Familia Paulina

BIBLIA

¿Murió Jesucristo en la desesperación?

¡La alegría de recibir!

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pregunta al teólogo

Por: Ramón B. Manizales

En el Catecismo nos enseñan que cada uno de nosotros tiene un ángel custodio. Ahora que tengo 70 años escucho muchas versiones sobre este tema. ¿Qué dice la teología al respeto?

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ara comprender la enseñanza del Catecismo sobre los ángeles custodios debemos interrogar a la Biblia, la cual trata de los ángeles con relación al designio divino de salvación. Ellos son los mensajeros de Dios, encargados de hablar y de actuar en su nombre, son enviados a las personas en las situaciones difíciles, son los anunciadores de los eventos salvíficos. A partir del exilio, el discurso bíblico sobre los ángeles se enriquece aún más: aparecen nuevos nombres (Gabriel, Miguel, Rafael) y figuras como por ejemplo el ángel intérprete y el ángel protector de los pueblos.

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Es, sobre todo en el Apocalipsis, donde las 67 presencias de los ángeles ponen en evidencia la victoria de Cristo sobre las potencias de mal y el apoyo que ellos ofrecen a la Iglesia en las tribulaciones. La Carta a los Hebreos expresa, en forma interrogativa, la misión esencial de los ángeles: “¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación?” (1, 14). Los ángeles, por tanto, nos permiten estar atentos a la presencia amorosa de Dios y de su trascendencia. Por esto los ángeles invitan a la adoración, a la alabanza y al agradecimiento. Es a partir de esta perspectiva general que se puede comprender la doctrina de los ángeles custodios, muy apreciados en la devoción popular. Si los ángeles custodios están íntimamente asociados a Dios y a su obra de salvación y de protección de la humanidad, es lógico pensar que también participan en la actividad benéfica de Dios con relación a la humanidad como instrumentos en sus manos. El Magisterio de la Iglesia ha confirmado varias veces la existencia y la función de los ángeles. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma en el n. 328: “La existencia de seres espirituales, no corporales que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles es una verdad de fe”. El Catecismo se atiene a una gran sobriedad. Menos sobrios fueron los teólogos medievales, los cuales, a partir del PseudoDionisio (siglo VI), hablaron de nueve coros de la jerarquía celeste, subsi-

diados en tres órdenes: la suprema (serafines, querubines, tronos), la media (dominaciones, fuerzas y potestades) y la última (principados, arcángeles y ángeles). En la historia de la piedad religiosa se ha consolidado la convicción según la cual Dios ha puesto junto a cada persona un ángel custodio. Esta certeza puede avalarse en algunos textos bíblicos, como en el Salmo 91, 11 (“Él ordenará a sus ángeles que te guarden en todos tus caminos”), o mejor aún en la afirmación de Jesús cuando se refiere a los niños en Mateo 18, 10 (“Guárdense de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo les digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos”). En la versión popular se hace referencia a una tarea especial que asume cada ángel, diferente de los otros, por cada persona. ¿Qué podemos pensar de esta creencia? El teólogo Gozzelino dice que “no hay que confundir la doctrina de los ángeles custodios con esta ulterior interpretación, porque mientras la primera coincide con la profesión de la realidad de los ángeles y por tanto a ello corresponde nuestra fe, la segunda constituye una creencia fundada y respetable pero no normativa”. El Catecismo recoge sintéticamente esta creencia escribiendo: “Desde la infancia a la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión. Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida (san Basilio). Desde esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios” (n. 336). abril / junio - 2014 - Vida pastoral no 154

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beato

ALBERIONE a los sacerdotes Por: BEATO SANTIAGO ALBERIONE

El espíritu

del apostolado an Pablo quiere obtener para la prensa muchas vocaciones, para los escritores la gracia de escribir con espíritu cristiano, a los propagandistas la de hacer penetrar doquier los buenos libros y los buenos periódicos.

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Cada santo tiene su espíritu, como dice san Pablo. De la variedad resulta en la Iglesia esa belleza y esplendor que la hacen admirable. Una estrella difiere en la luminosidad de la otra estrella. San Luis es un ángel en carne; santo Domingo tiene por lema la verdad; san Francisco de Asís, la caridad san

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Francisco de Sales, el santo de la dulzura; el beato Cottolengo, el de la fe; Don Bosco tiene el ideal de obtener un determinando género de gracias; san Luis, la pureza, santo Tomás de Aquino, la ciencia; san Isidoro es el protector de los agricultores; san Felipe de los sacerdotes. ¿Y cuál es el espíritu particular de san Pablo; cuál es el género de gracias que más obtiene? El espíritu de san Pablo es el de apóstol. Según la Escritura, la Tradición, la idea extendida en la cristiandad y según el sentimiento de nuestro corazón al oír su nombre, es el de un gran apóstol. Al menos en siete de sus Cartas, empieza afirmando ser apóstol, y en la escrita a los gálatas dice expresamente: “Pablo, apóstol no por nombramiento ni intervención humana, sino por intervención de Jesucristo y de Dios Padre” (Ga 1, 1).


Tanto es así que los modernistas lo han considerado como el fundador de una religión propia; tanto que cuando sólo se dice el Apóstol, se entiende por antonomasia san Pablo; tanto que las divinas Escrituras, mientras de los Apóstoles no nos dan más que pocas páginas, sobre san Pablo, en cambio, se explayan hablándonos con especialísima amplitud. Él es el Apóstol, creador de apóstoles. En cuanto a las gracias que pedirle, deben ser especialmente de este género: el espíritu apostólico. Bajo su protección hay varias sociedades de misioneros, hay institutos para la difusión del Evangelio, hay muchos seminarios; la prensa tiene en él a su protector especial, muchos predicadores lo invocan; san Juan Crisóstomo, gran orador, se encomienda a menudo a él.

De estos entendemos qué gracias quiere especialmente concedernos san Pablo: el espíritu de celo, de amor a las almas, el deseo de trabajar por el Apostolado de la Prensa, de favorecer con los medios las asociaciones destinadas a combatir la masonería, el socialismo, la inmoralidad. San Pablo quiere obtener para la prensa muchas vocaciones, para los escritores la gracia de escribir con espíritu cristiano, a los propaganditas hacer penetrar por doquier los buenos libros y los buenos periódicos. San Pablo quiere tener muchas vocaciones al clero, a los misioneros, a la vida piadosa y religiosa. Estas son las gracias que más obtiene. Él fue un convertido, y quiere que le pidamos la con-

En Filipos san Pablo se encontró con una pitonisa, bruja o maga, diríamos nosotros. Estaba endemoniada, y con sus adivinaciones ganaba para su amo mucho dinero de la gente ignorante que iba donde ella a que le adivinaran algo. Se puso a seguir a san Pablo y a sus compañeros gritando: “Estos son hombres de Dios que nos enseñan el camino de la salvación”. San Pablo la dejo decir un tanto, hasta que se volvió a ella y la conminó: “En nombre de Jesucristo, te mando que salgas en seguida de esta muchacha”. Obedeció el demonio, la bruja se quedó sin magia y los amos sin ganancias. Pero a san Pablo le vino encima una tempestad, lo golpearon y, cubierto de heridas, lo encerraron en la cárcel. Sabía el apóstol que se exponía a ese peligro, pero por impedir el mal y hacer un poco de bien no dudó en jugársela. Aquella maga intentaba demostrar que su doctrina era la misma enseñada por san Pablo, y quería que éste la dejara en paz. Quería ser cristiana siguiendo con la magia. Es exactamente lo que hoy hacen los malos periodistas: predican un poco de bien, gritan continuamente “progreso, civilización, libertad y patria”; pero sólo piensan en llenarse los bolsillos. El pueblo los sigue y ellos siguen buscando sus sórdidos intereses y viven transformando el noble oficio del periodista en un enredo comercial, en un negocio. San Pablo quiere dar estas gracias: que el periodismo malo sea desenmascarado y que el bueno pueda tener vida y crecer, quiere dar auténticas vocaciones a la prensa.

beato Alberione

¿Qué gracias nos concede san Pablo?

versión de los malos; él se rindió ante la cruz, y quiere que todos se arrodillen ante Jesucristo.



Intr s pección Por: Rafael de Brigard Merchán, Pbro.

Volver sobre la educación E

s difícil pensar que en la historia de la Iglesia haya existido un mejor medio de evangelización integral que no sea el de la educación formal en escuelas, colegios y universidades. Los grandes hombres y mujeres de la comunidad creyente han sido fruto, muchísimas veces, de la labor adelantada por los educadores católicos. Y estas personas llevan con orgullo, en su corazón y en su alma, el haber sido educados en tal o cual colegio o universidad católicos y desde allí sienten un vínculo estrecho con la Iglesia. No es para menos. Fácilmente pasaron la niñez y la juventud y quizá la primera etapa de la vida adulta bajo la guía de educadores católicos y estos han impreso una huella indeleble en sus vidas. Pero, no obstante, estos frutos maravillosos, en las últimas décadas la presencia de la misión evangelizadora en la educación, han perdido fuerza y entusiasmo y a veces ha retrocedido. Se plantearon posiciones idealistas y se empezaron a hacer toda clase de ensayos evangelizadores que nunca lograron los mismos frutos y que más bien sí desgastaron a los misioneros, a los teólogos y a la Iglesia en general en discusiones y planes estériles que en gran medida han fracasado y siguen fracasando. No es que nada nuevo haya servido, pero poco con la efectividad de lo que se había logrado a través de una evangelización de largos años como la que solía hacerse en las instituciones educativas, bien fueran estas propiedad de la Iglesia o en aquellas en que las puertas estuvieron siempre abiertas a la misión. Es cierto que la educación de la Iglesia se sitúa como educación privada y tiene unos costos muy altos, y que por esa razón se han ido cerrando escuelas y colegios, dándose un desplazamiento hacia el campo universitario con cierto vigor. Pero también es verdad que la educación pública tiene unas deficiencias de todo orden que han terminado por dejar todavía más marginados a los niños y jóvenes que a ella acuden. Es ahí donde la Iglesia sigue teniendo una gran oportunidad y quizá una inmensa responsabilidad, para que en todos los sectores, especialmente en los marginados, su labor asuma lo que el

sector público es incapaz de llevar a cabo con excelencia y que tiene que ver con buena educación y también formación espiritual y moral. Volver a transitar estos caminos educativos es un reto que tiene la misión evangelizadora ante sí y bien puede estar llegando la hora de reunir tantas personas y recursos dispersos para que en la viña del Señor se puedan contemplar de nuevo frutos importantes y duraderos. En la Iglesia se sabe muy bien que la transformación de los seres humanos es en verdad una tarea titánica y que eso no se logra con acciones efímeras o palabras ocasionales. Se requiere toda una vida para que la Palabra de Dios y todo lo que en ella se ha inspirado, incluyendo la educación, produzca frutos y en abundancia.Y en este sentido las instituciones, tan vapuleadas y menospreciadas hoy en día, son las que pueden dar continuidad a los procesos, esos que tanto gustan a los pastoralistas. De ahí que a todas las acciones evangelizadoras les convenga en grado sumo el hacer parte, no sólo de iniciativas personales, sino de entes institucionales como los educativos, para garantizar su desarrollo y permanencia, lo mismo que la posibilidad de hacer evaluaciones y seguimientos certeros. Finalmente, cabría insistir en la necesidad de que la llamada “escuela católica” actúe con plena conciencia de su identidad para que los frutos se puedan dar. El campo educativo actual es variopinto en sus propuestas y presentaciones y de ahí la necesidad de que sea clara la razón de ser y la misión a desarrollar en los agentes evangelizadores que se desempeñen en la educación. Es claro que la calidad, la experiencia, la seriedad y la larga lista de logros que hay en la historia de la labor educativa de la Iglesia son bases y razones más que suficientes para que se pueda realizar la misión de formar hombres y mujeres según Cristo, revitalizando la educación como prioridad pastoral. En el fondo de todo esto se encuentra también la provocación de volver a realizar acciones importantes, grandes, abarcadoras, que hagan florecer de nuevo los campos de la misión, por momentos un poco lóbregos en sus frutos actuales. Una falsa humildad no debe encerrarnos en acciones muy pequeñas que privan de los mejores frutos a multitud de personas.

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actualidad

Mensaje del santo padre Francisco para la XLVIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (Domingo 1 de junio de 2014)

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Queridos hermanos y hermanas: Hoy vivimos en un mundo que se va haciendo cada vez más “pequeño”; por lo tanto, parece que debería ser más fácil estar cerca los unos de los otros. El desarrollo de los transportes y de las tecnologías de la comunicación nos acerca, conectándonos mejor, y la globalización nos hace interdependientes. Sin embargo, en la humanidad aún quedan divisiones, a veces muy marcadas. A nivel global vemos la escandalosa distancia entre el lujo de los más ricos y la miseria de los más pobres. A menudo basta caminar por una ciudad para ver el contraste entre la gente que vive en las aceras y la luz resplandeciente de las tiendas. Nos hemos acostumbrado tanto a ello que ya no nos llama la atención. El mundo sufre numerosas formas de exclusión, marginación y pobreza; así como de conflictos en los que se mezclan causas económicas, políticas, ideológicas y también, desgraciadamente, religiosas.

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n este mundo, los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más cercanos los unos de los otros, a que percibamos un renovado sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna para todos. Comunicar bien nos ayuda a conocernos mejor entre nosotros, a estar más unidos. Los muros que nos dividen solamente se pueden superar si estamos dispuestos a escuchar y a aprender los unos de los otros. Necesitamos resolver las diferencias mediante formas de diálogo que nos permitan crecer en la comprensión y el respeto. La cultura del encuentro requiere que estemos dispuestos no sólo a dar, sino también a recibir de los otros. Los medios de comunicación pueden ayudarnos en esta tarea, especialmente hoy, cuando las redes de la comunicación humana han alcanzado niveles de desarrollo inauditos. En particular, internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno, es un don de Dios. Sin embargo, también existen aspectos problemáticos: la velocidad con la que se suceden las informaciones supera nuestra capacidad de reflexión y de juicio, y no permite una expresión mesurada y correcta de uno mismo. La variedad de las opiniones expresadas puede ser percibida como una riqueza, pero también es posible encerrarse en una esfera hecha de informaciones que sólo correspondan a nuestras expectativas e ideas, o incluso a determinados intereses políticos y económicos. abril / junio - 2014 - Vida pastoral no 154

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actualidad

El mundo de la comunicación puede ayudarnos a crecer o, por el contrario, a desorientarnos. El deseo de conexión digital puede terminar por aislarnos de nuestro prójimo, de las personas que tenemos al lado. Sin olvidar que quienes no acceden a estos medios de comunicación social –por tantos motivos–, corren el riesgo de quedar excluidos. Estos límites son reales, pero no justifican un rechazo de los medios de comunicación social; más bien nos recuerdan que la comunicación es, en definitiva, una conquista más humana que tecnológica. Entonces, ¿qué es lo que nos ayuda a crecer en humanidad y en comprensión recíproca en el mundo digital? Por ejemplo, tenemos que recuperar un cierto sentido de lentitud y de calma. Esto requiere tiempo y capacidad de guardar silencio para escuchar. Necesitamos ser pacientes si queremos entender a quien es distinto de nosotros: la persona se expresa con plenitud no cuando se ve simplemente tolerada, sino cuando percibe que es verdaderamente acogida. Si tenemos el genuino deseo de escuchar a los otros, entonces aprenderemos a mirar el mundo con ojos distintos y a apreciar la experiencia humana tal y como se manifiesta en las distintas culturas y tradiciones. Pero también sabremos apreciar mejor los grandes valores inspirados desde el cristianismo, por ejemplo, la visión del hombre como persona, el matrimonio y la familia, la distinción entre la esfera religiosa y la esfera política, los principios de solidaridad y subsidiaridad, entre otros. Entonces, ¿cómo se puede poner la comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro? Para nosotros, discípulos del Señor, ¿qué significa encontrar una persona según el Evangelio? ¿Es posible, aun a pesar de nuestros límites y pecados, estar verdaderamente cerca los unos de los otros? Estas preguntas se resumen en la que un escriba, es decir, un comunicador, le dirigió un día a Jesús: “¿Quién es mi prójimo?” (Lc 10, 29). La pregunta nos ayuda a entender la comunicación en términos de proximidad. Podríamos traducirla así: ¿cómo se manifiesta la “proximidad” en el uso de los medios de comunicación y en el nuevo ambiente creado por la tecnología digital? Descubro una respuesta en la parábola del buen samaritano, que es también una parábola del comunicador.

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En efecto, quien comunica se hace prójimo, cercano. El buen samaritano no sólo se acerca, sino que se hace cargo del hombre medio muerto que encuentra al borde del camino. Jesús invierte la perspectiva: no se trata de reconocer al otro como mi semejante, sino de ser capaz de hacerme semejante al otro. Comunicar significa, por tanto, tomar conciencia de que somos humanos, hijos de Dios. Me gusta definir este poder de la comunicación como “proximidad”. Cuando la comunicación tiene como objetivo preponderante inducir al consumo o a la manipulación de las personas, nos encontramos ante una agresión violenta como la que sufrió el hombre apaleado por los bandidos y abandonado al borde del camino, como leemos en la parábola. El levita y el sacerdote no ven en él a su prójimo, sino a un extraño de quien es mejor alejarse. En aquel tiempo, lo que les condicionaba eran las leyes de la purificación ritual. Hoy corremos el riesgo de que algunos medios nos condicionen hasta el punto de hacernos ignorar a nuestro prójimo real.

No basta pasar por las “calles” digitales, es decir, simplemente estar conectados: es necesario que la conexión vaya acompañada de un verdadero encuentro. No podemos vivir solos, encerrados en nosotros mismos. Necesitamos amar y ser amados. Necesitamos ternura. Las estrategias comunicativas no garantizan la belleza, la bondad y la verdad de la comunicación. El mundo de los medios de comunicación no puede ser ajeno de la preocupación por la humanidad, sino que está llamado a expresar también ternura. La red digital puede ser un lugar rico en humanidad: no una red de cables, sino de personas humanas. La neutralidad de los medios de comunicación es aparente: sólo quien comunica poniéndose en juego a sí mismo puede representar un punto de referencia. El compromiso personal es la raíz misma de la fiabilidad de un comunicador. Precisamente por eso el testimonio cristiano, gracias a la red, puede alcanzar las periferias existenciales.

inc C panes FRANÇOIS-XAVIER NGUYEN VAN THUAN

Dos pec s y

Un testimonio de fe alegre desde el sufrimiento de la prisión


s

También en:

www.cristovision.tv

Mayor Información: Contact Center Cristovisión: (571) 747 07 10 Email: cristovision@cristovision.org Cll. 18 No . 97- 61 Bogotá - Colombia


actualidad Lo repito a menudo: entre una Iglesia accidentada por salir a la calle y una Iglesia enferma de autoreferencialidad, prefiero sin duda la primera. Y las calles del mundo son el lugar donde la gente vive, donde es accesible efectiva y afectivamente. Entre estas calles también se encuentran las digitales, pobladas de humanidad, a menudo herida: hombres y mujeres que buscan una salvación o una esperanza. Gracias también a las redes, el mensaje cristiano puede viajar “hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8). Abrir las puertas de las iglesias significa abrirlas asimismo en el mundo digital, tanto para que la gente entre, en cualquier condición de vida en la que se encuentre, como para que el Evangelio pueda cruzar el umbral del templo y salir al encuentro de todos. No se ofrece un testimonio cristiano bombardeando mensajes religiosos, sino con la voluntad de donarse a los demás “a través de la disponibilidad para responder pacientemente y con respeto a sus preguntas y sus dudas en el camino de búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia humana” (Benedicto XVI. Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2013). Pensemos en el episodio de los discípulos de Emaús. Es necesario saber entrar en diálogo con los hombres y las mujeres de hoy para entender sus expectativas, sus dudas, sus esperanzas y poder ofrecerles el Evangelio, es decir Jesucristo, Dios hecho hombre, muerto y resucitado para liberarnos del pecado y de la muerte. Este desafío requiere profundidad, atención a la vida, sensibilidad espiritual. Dialogar significa estar convencidos de que el otro tiene algo bueno que decir, acoger su punto de vista, sus propuestas. Dialogar no significa renunciar a las propias ideas y tradiciones, sino a la pretensión de que sean únicas y absolutas. Que la imagen del buen samaritano que venda las heridas del hombre apaleado, versando sobre ellas aceite y vino, nos sirva como guía. Que nuestra comunicación sea aceite perfumado para el dolor y vino bueno para la alegría. Que nuestra luminosidad

Estamos llamados a dar testimonio de una Iglesia que sea la casa de todos. ¿Somos capaces de comunicar este rostro de la Iglesia? La comunicación contribuye a dar forma a la vocación misionera de toda la Iglesia; y las redes sociales son hoy uno de los lugares donde vivir esta vocación redescubriendo la belleza de la fe, la belleza del encuentro con Cristo. También en el contexto de la comunicación sirve una Iglesia que logre llevar calor y encender los corazones.

no provenga de trucos o efectos especiales, sino de acercarnos, con amor y con ternura, a quien encontramos herido en el camino. No tengan miedo de hacerse ciudadanos del mundo digital. El interés y la presencia de la Iglesia en el mundo de la comunicación son importantes para dialogar con el hombre de hoy y llevarlo al encuentro con Cristo: una Iglesia que acompaña en el camino sabe ponerse en camino con todos. En este contexto, la revolución de los medios de comunicación y de la información constituye un desafío grande y apasionante que requiere energías renovadas y una imaginación nueva para transmitir a los demás la belleza de Dios. Vaticano, 24 de enero de 2014, fiesta de san Francisco de Sales FRANCISCO.

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familia

Un sínodo para la familia Por: Giorgio Campanini

Tomado de: Vita Pastorale, Italia, Diciembre de 2013 El papa Francisco ha convocado un doble sínodo sobre una institución fundamental para la sociedad y la Iglesia, hoy desde muchas partes puestas nuevamente en discusión y con bastante fuerza. Son tantas las problemáticas para afrontar y algunas preguntas previas por resolver.

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Apareció –para algunos, al menos, singular y decididamente anómala respecto de la praxis seguida por los Sínodos mundiales de los obispos celebrados después del Concilio– la decisión del papa Francisco de convocar, a distancia de apenas un año el uno del otro, dos Sínodos: uno extraordinario, del 5 al 19 de octubre del 2014; otro ordinario, en octubre de 2015. El tema propuesto: “El anuncio de la familia en el mundo actual”.

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s ésta una fórmula ciertamente comprometedora desde el punto de vista organizativo, pero muy feliz desde el punto de vista pastoral, porque permitirá en el primer Sínodo afrontar a fondo los problemas de la familia y, además, en el segundo, extraer las consecuencias sobre el plano doctrinal y pastoral. Se abre entonces una especie de gran debate –quizá por primera vez en la historia de la Iglesia, a nivel realmente universal– sobre una institución fundamental, tanto para la sociedad como para la Iglesia. Una institución hoy puesta fuertemente en discusión desde diversos entornos, a través de la cual nos asomamos a las problemáticas, hasta el día de ayer, inéditas. Teniendo en cuenta entonces que la comunidad cristiana comienza a interrogarse seriamente sobre el conjunto de las cuestiones a afrontar, es en esta línea que se proponen aquí algunas primeras reflexiones como el preámbulo a una deseada y franca formulación eclesial.

El documento preparatorio del sínodo 2014

Un primer e interesante elemento de novedad –ausente con iguales características en los precedentes sínodos– está representado por la publicación, el 5 de noviembre de 2013, del documento preparatorio: “Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización”, un documento complejo y articulado que va desde la fundación teológica del matrimonio como sacramento, hasta las problemáticas de la actualidad (como los casos de los divorciados vueltos a casar, la regulación de los nacimientos o el control de la natalidad, las convivencias y otros temas), sobre las cuales las comunidades cristianas están llamadas estrechamente y de manera libre a expresarse, de tal forma que puedan ofrecer a los padres que se reunirán en el sínodo, extraordinarios elementos de reflexión sacados de las diversas y variadas realidades de las singulares Iglesias locales. Muy acertadamente, en la presentación de los tópicos a tratar, ha sido subrayada la oportunidad que sean también los laicos –tanto los que pertenecen a movimientos laicales, como también individualmente los fieles– quienes puedan hacer sentir sus voces a través de los respectivos obispos, o también, a través de las respectivas Conferencias Episcopales. De allí derivarán indicaciones e instancias sobre las cuales tendrá que interrogase la asamblea episcopal. Ésta consulta –a un amplio nivel por cuanto tiene que ver con las familias y los movimientos familiares– tiene pocas apariciones en la vida de la Iglesia, por ello será de gran utilidad para los obispos y les ayudará a comprender más de cerca la realidad y la verdadera situación de la familia. abril / junio - 2014 - Vida pastoral no 154

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familia

Algunos nudos problemáticos Numerosas son las cuestiones que –como ya se ha mostrado– son objeto de las temáticas a tratar; de nuestra parte quisiéramos subrayar cómo algunas de ellas son, bajo muchos aspectos, decididamente nuevas frente a una tradición que data ya de dos siglos de historia (pensando en la plena legitimación de las uniones homosexuales, o en la afirmación del presunto derecho a la maternidad por parte sólo de la mujer que prescinde de toda forma de encuentro con el otro sexo), otras cuestiones son, bajo muchos aspectos, antiguas (como el fracaso matrimonial que ha estado presente y las relaciones sexuales prematrimoniales que no son novedad en nuestros tiempo…) pero se ponen en términos nuevos; sobre todo bajo el perfil de los padres sinodales, temas que no deberían dejar de ser tratados como la legitimización sólo jurídica, sino también ética, de determinados comportamientos.

No se puede propiamente hablar de un “cisma oculto”, sino más bien de una efectiva diversidad, no sólo de comportamientos, sino de valores. En ese caso, la comunidad cristiana no puede limitarse a reclamar una antigua tradición, sino que debe seriamente preguntarse el porqué aquello que en el pasado parecía evidente, hoy aparece antinatural, casi absurdo o, incluso, objeto de diversas y desarrolladas opciones de frecuentes comportamientos. Será necesario interrogarse seriamente aún más hasta qué punto algunas tradiciones –no todas– de antiquísimo origen, puedan ser reexaminadas o reinterpretadas y, hasta qué punto también, deban ser consideradas puntos firmes, respecto a los cuales no se podría transigir (emblemático es el caso del tratamiento pastoral de los divorciados vueltos a casar, para los cuales no podemos legítimamente pedir si el camino a seguir sea aquel de la severidad o más bien aquel indicado por el papa Francisco, de la misericordia), que no puede –como quiera que sea– jamás significar un echar atrás en el orden a la radicalidad de la Palabra del Señor sobre el matrimonio.

Dos problemas abiertos Acogiendo la invitación al diálogo dirigido por el documento preparatorio, es concebible expresar dos perplejidades: una de contenido y otra de método, acerca de la manera como se plantean en el texto preparatorio y acerca de la composición de la asamblea sinodal. Bajo el primer perfil emerge completamente del material hasta ahora publicado y, en particular, del documento preparatorio, la inadecuada atención a las cuestiones femeninas; sería interesante al respecto conocer qué parte ha tenido la otra mitad del cielo y de la Iglesia en la elaboración de estas líneas de reflexión –demasiada poca atención, nos parece, se le da de hecho al conjunto de las problemáticas emergentes– precisamente del nuevo rol de la mujer, para mostrar solamente dos ejemplos: se ha valorado en qué medida el aumento de la separaciones y divorcios haya que atribuirlo al rechazo de la mujer a aceptar aquello que en otras épocas era considerado una especie de mal inevitable: de los maltratos hasta el adulterio de los maridos, de modo que se consienta, no obstante todo, la persistencia del matrimonio; y cómo, consiguientemente, educar a 20

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las nuevas generaciones hacia una relación auténticamente paritaria de igualdad, de sumisión recíproca y no de sumisión unilateral. Las mismas problemáticas en materia de regulación de los nacimientos y de procreación asistidas, están estrechamente ligadas a las nuevas visiones de sí que tiene la mujer y que la comunidad cristiana, tal vez sobre todo en su componente clerical, con esfuerzo reconoce en sus valores positivos. Bajo el segundo perfil, aquel del método de trabajo, no sorprende el hecho de que hagan parte del Sínodo algunos llamados, además de un centenar de obispos de todo el mundo y otros representantes de los institutos religiosos –se presume solamente hombres– en consideración al menos hasta las noticias oficiales que sobre el acontecimiento se han proveído hasta el presente, por parte de la Santa Sede, la po-

sibilidad de invitar al Sínodo una adecuada representación femenina: de religiosas y de laicas y una no marginal representación de las más directas interesadas en el tema, es decir, las familias cristianas. Ciertamente existen, en uno y otro caso, problemas de oculta elección de las personas, ¿por qué al menos no renovar el estilo del Concilio, aquel de observadores laicos hombres y mujeres, como sucedió en el Vaticano II, con laicos y con las madres conciliares, al menos después de las primeras sesiones, o con derecho al menos de palabra a la luz de la Lumen gentium y del sacerdocio real de los fieles? Esta exclusión de ellas aparecería al laicado católico incomprensible, e incluso, frustrante. Existe de todas maneras mucho tiempo para intervenir al respecto, y es probable que haya solicitudes en este mismo sentido que lleguen a la Santa Sede de varias partes.

Una gran ocasión No podemos ser malagradecidos con el papa Francisco y sus colaboradores por la convocatoria a este doble Sínodo sobre la familia, muchas cosas de estos Sínodos esperan las familias cristianas que se pongan en atenta actitud de escucha y, que al mismo tiempo, pidan ser en todos los niveles debidamente escuchados. A cincuenta años de las conclusiones del Vaticano II, el Concilio del redescubrimiento del pueblo de Dios, dejar a los laicos –hombres y mujeres– sin palabras, sobre todo en un campo como este de las familias que tienen un lugar fundamental en su existencia cristiana, significaría estar desatendiendo las lecciones de los signos de los tiempos.

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catequesis

Por: Martín Sepúlveda, ssp

La catequesis no debe comenzar por una introducción teórica a la noción de símbolo. La dimensión simbólica ha de ser vivida, experimentada, antes de ser teorizada. Pero, ya de camino, importa que el catequista llame la atención de los catequizados sobre el funcionamiento del símbolo.

El propósito: Los cinco sentidos en la liturgia o es una invitación a "poner los cinco sentidos", con atención y esmero, en la liturgia, sino a celebrar una liturgia en la que los cinco sentidos tengan su papel. Normalmente se pone especial cuidado en lo referente al "oído"; la proclamación de la Palabra, los cantos, el silencio, las oraciones. Lo auditivo tiene mucha importancia.

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El propósito: los cinco sentidos en la liturgia Pero es necesario atender del mismo modo a lo “visual” de la celebración, la estética del lugar, la expresividad de las posturas y gestos, la pedagogía de los objetos, imágenes y colores. También lo referente al “tacto” tiene su papel en la liturgia; el contacto con el agua bautismal, la unción, el recibir en la mano o en la boca la comunión, el imponer las manos sobre lo que se bendice o se consagra, el abrazarse o darse la mano en el gesto de la paz. El “olfato” ha tenido tradicionalmente su valor pedagógico en la ambientación de la liturgia; el perfume del incienso, el buen olor del crisma o de los óleos que se emplean en las varias unciones, así como el de las flores con que se adorna el altar o el lugar de la celebración. Y finalmente el “gusto” tiene su relieve precisamente en el sacramento central; Cristo quiso dársenos como pan para ser comido y vino para ser bebido.

En la acción litúrgica entra de lleno la corporeidad, no sólo en las palabras y las ideas. Naturalmente que los signos externos no son lo principal, pero tampoco se pueden descuidar. En cada celebración, además de las palabras que expresan el misterio celebrado, tienen un valor educativo innegable los gestos simbólicos que realizamos. Ellos ayudan, si se hacen bien, a entender mejor lo que cada una significa y a entrar en sintonía con ella. Igual que se empobrece toda la celebración si no se entienden las palabras, también se pierde gran parte de la expresividad si los gestos no son claros y comunicativos. El gesto vale por todo un discurso catequético. Algunos de los signos heredados de la tradición han sido suprimidos o relativizados con el criterio de potenciar más los signos centrales. Menos signos, pero mejor hechos, de modo que puedan ejercer toda

su fuerza pedagógica y expresiva. El misterio de la celebración es siempre difícil y profundo, pero el signo con el que se expresa debe ser fácilmente comprensible por el modo mismo de llevarlo a cabo.

Todo esto nos recuerda que hace falta atender a la pedagogía de las acciones y de los gestos en las celebraciones. Si sólo se preocupa por la validez, se descuidan otros valores muy propios de la liturgia: la expresividad, dignidad y claridad de los signos. Unos signos bien hechos ahorran muchas palabras de catequesis. Son la ayuda que permite a todo fiel sintonizar con el Misterio que celebramos, con la acción que Cristo quiere realizar, cada vez, en sus creyentes.

Símbolos fundamentales del cristianismo El orden simbólico que los cristianos viven y del que dan testimonio posee un restringido número de símbolos fundamentales que gozan de doble sentido del término “símbolo” y ejercen su doble función; de reconocimiento (primer sentido) y de configuración condensadora del mensaje cristiano (segundo sentido). El signo de la cruz es el signo por excelencia del cristianismo. El simple gesto de poner un crucifijo en la casa indica ya la pertenencia a la comunidad cristiana. Es un símbolo de la fe cristiana y representa de manera condensada el mensaje de salvación: el

poder del pecado y el poder aún mayor del amor que salva de la muerte: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20) . El libro de las Escrituras es un signo de reconocimiento, un generador de la unidad de los cristianos y en la misma fe. Es el documento común de referencia en torno al cual todos se reúnen. El “corpus” de las Escrituras, definido históricamente de modo consensual, constituye la regla de fe de los cristianos, a la vez que los reúne en un solo cuerpo. Como libro, simboliza la revelación de Dios y su designio en la historia humana. El Credo ejerce una función simbólica en los dos sentidos; pronunciarlo es adherirse a la comunidad de los cristianos fundada sobre el testimonio de los Apóstoles por la proclamación de lo esencial de la fe. El Credo es signo de reconocimiento de los cristianos y formulación condensada de su fe. abril / junio - 2014 - Vida pastoral no 154

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catequesis Los sacramentos son generadores de alianza; nosotros en Dios, Dios en nosotros, Dios entre nosotros. Son el ejercicio de esta comunión. La renuevan, la actualizan, expresando de modo simbólico el conjunto de la historia de la salvación. Son a la vez generadores y reveladores: hacen lo que significan. El gesto eucarístico, por ejemplo, es el ejercicio de la alianza de Jesucristo al mismo tiempo que figura el conjunto de la vida entregada de Cristo y su mensaje.

El Padrenuestro es eminentemente simbólico. Es la plegaria por excelencia. Cada cristiano la pronuncia, pero diciendo "nosotros". Rezar el Padrenuestro es adherirse a Cristo repitiendo sus mismas palabras, es ejercitarse en la comunión filial con Dios y fraternal con el prójimo. Es posible añadir, incluso, que la jerarquía de la Iglesia está al servicio del orden simbólico de la nueva alianza, de la que es custodio; vela por la autenticidad de la fe y de las prácticas que esta fe implica.

Orden simbólico cristiano y simbólica bíblica El orden simbólico cristiano, en su lenguaje litúrgico, catequético, teológico, espiritual, artístico, desarrolla toda una simbólica inspirada en la Biblia. Todo pasaje de la Biblia se erige en símbolo a partir del momento en que se lo sitúa en el conjunto de las Escrituras y es leído como figurado en la revelación de Dios y el misterio de la salvación, es decir, un texto bíblico es simbólico cuando es percibido como la expresión figurada del conjunto del mensaje cristiano. Por ejemplo, el relato del camino de Jesús sobre las aguas es símbolo de la victoria de la vida sobre la muerte, de la confianza sobre el miedo, del Señor del universo sobre las fuerzas cósmicas hostiles; la parábola del hijo pródigo simboliza la gratuidad de la misericordia de Dios manifiesta en Jesucristo. Así, el poder simbólico de las palabras y relatos al interior de las Sagradas Escrituras corresponde no sólo a los autores bíblicos, sino también a la tradición de la lectura. Las figuras del maná, el pan, el agua, el vino, el templo, entre otras, adquieren significaciones ricas y complejas, porque evocan textos múltiples de los que plasman el sentido. El estudio de la simbólica bíblica tiene por objeto desentrañar las grandes redes de estas evocaciones intertextuales. La Biblia es la regla inspiradora, podría decirse, de la “gramática” del lenguaje cristiano. Y por ello la simbólica cristiana desborda la Biblia y constituye para los cristianos un depósito de expresiones. El lenguaje de la liturgia, de la catequesis, de la teología y de la espiritualidad, así como las expresiones artísticas de la fe están impregnados y se alimentan de ella.

Tareas y objetivos de la catequesis respecto al simbolismo La catequesis no debe comenzar por una introducción teórica a la noción de símbolo. La dimensión simbólica ha de ser vivida, experimentada, antes de ser teorizada, Pero, ya de camino, importa que el catequista llame la atención de los catequizados sobre el funcionamiento del símbolo, procurando que el término “simbólico” no sea percibido como contrario a “real”. Un suceso, una acción, un objeto real puede ir cargado de simbolismo. Más bien, procurar que el término “simbólico” sea percibido como opuesto, según el contexto, a “imaginario” o “inmediato”. Leer simbólicamente y no de manera

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inmediata o imaginaria es situar un elemento en su conjunto y establecer lazos con su contexto. Es en esta forma en la que, en primer lugar, la catequesis debe poner en relieve funcionalmente los símbolos fundamentales del cristianismo: la cruz, el libro de las Escrituras, el Credo, los sacramentos y el Padrenuestro. Estos símbolos, a la vez que son generadores y reveladores de la nueva alianza, son también signos fundamentales de la comunión de los cristianos en una misma fe. La tarea principal será darles un lugar central. Así como hay jerarquía de las verdades de la fe, también la debe haber de los símbolos, si no se quiere inducir a una comprensión desarticulada de la fe. Esta iniciación en los símbolos fundamentales ha de ser, de entrada, funcional: sin desplegar todo su sentido, los ha de hacer percibir como los signos distintivos de la comunidad cristiana. La iniciación catequética debe ayudar a descubrir la simbólica bíblica, la lectura simbólica de la Biblia será progresiva. Los niños tienen una percepción inmediata de las narraciones bíblicas. Poco a poco, a medida que los textos bíblicos comiencen a relacionarse unos con otros, las significaciones simbólicas serán percibidas. Hacer descubrir así la simbólica bíblica permite el acceso al lenguaje de los cristianos como se enuncia en la liturgia, en la espiritualidad, en el arte o en las obras teológicas. Es permitir al catequizado no sólo este lenguaje, sino también entrar en él como un sujeto en primera persona.

En cada celebración, además de las palabras que expresan el misterio celebrado, tienen un valor educativo innegable los ges-

tos simbólicos que realizamos. Ellos ayudan, si se hacen bien, a entender mejor lo que cada una significa, y a entrar en sintonía con ella. Adicionalmente, la lectura en la Biblia debe conducir a mostrar la representación simbólica del drama de la existencia humana. Las narraciones del Génesis, el Éxodo, el exilio, la fracción del pan, las parábolas evangélicas, etc., hablan simbólicamente de la vida. En la catequesis no se trata de enlazar la Biblia con la vida, sino de descubrir que la Biblia habla efectivamente de la vida abriéndole un camino de existencia en la fe. Con el apoyo de las ciencias humanas o de la antropología cultural, la catequesis cuidará de manifestar lo que, según la Biblia, está en juego en la vida y en la muerte y el modo como ello es abordado desde la fe. Una tarea esencial de la catequesis será abrir el campo de la creatividad simbólica, que no está cerrado. Por ejemplo, invitar a un grupo de la catequesis a crear para sí mismos símbolos (objeto, palabra, divisa) que serán para el grupo signos de reconocimiento mutuo y a la vez un compromiso de fidelidad en la fe. O bien, entrecruzar los símbolos de la experiencia o de sucesos actuales con símbolos cristianos, por ejemplo, una paloma sobre el cañón de un fusil, un hombre apuñalado en el suelo con los brazos en cruz, etc. La catequesis podrá ser también un lugar de invención de expresiones litúrgicas originales que tendrán lugar en los espacios libres que ofrece la liturgia. Sería útil también multiplicar los talleres catequéticos de expresión artística.

En conclusión, se trata de hacer percibir el cristianismo como un orden simbólico, como una alianza en Jesucristo. Lo específico del cristianismo es que invita, siguiendo a Jesucristo, a reconocer a un Dios Padre que desde el momento de la creación nos coloca en fraternidad y nos llama a la vida eterna. La entrada en este reconocimiento es inseparable del deseo de una humanidad fraternal más allá de las diferencias de razas, lenguas, culturas y religiones. Los catequistas deberían cuidar que la fe cristiana no sea percibida como una “creencia”, sino como una relación de confianza con una persona, Jesucristo. Por Él “nos atrevemos” a decir “Padrenuestro”. Por Él se nos invita a comprometernos en la lucha por la fraternidad; la justa iniciación al simbolismo cristiano está condicionada por esta percepción fundamental. El orden de estos puntos no es pedagógico: no indica una sucesión de secuencias catequéticas, sino una estructura profunda que cabe aplicar a procesos catequéticos muy diversos. No se trata de seguir paso a paso este orden. Lo que sí es importante es que todo el trabajo de la catequesis esté orientado a abrir nuevas puertas al orden simbólico de la nueva alianza; al reconocimiento gozoso de la gracia de Dios y del amor fraterno.

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Iglesia

Por: Ismael González†

“La Cabeza de este cuerpo es Cristo. Él es la imagen de Dios invisible y en Él fueron creadas todas las cosas” (LG 7).

Es muy común encontrarnos con personas que manifiestan creer en Dios pero no en la Iglesia. Para todos aquellos que piensan así, les comparto esta reflexión, la cual tiene como objetivo primordial resaltar los aspectos positivos del rol que juega la Iglesia en nuestra sociedad y en nuestra vida de fe como creyentes. Al mismo tiempo pretendo generar un espacio que nos permita meditar y cuestionar el papel que desempeñamos como bautizados en la construcción del cuerpo de Cristo.

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recuerda la plegaria eucarística cuando dice: Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra (…) llévala a su perfección por la caridad. Esta Iglesia terrenal tiene manchas y arrugas (Ef 5,27), por consiguiente, el llamado universal a la santidad está dirigido a todos y cada uno de los bautizados, no a un selecto grupo.

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a gran mayoría de personas que afirman creer en Dios pero no en la Iglesia, simplifican ese ¡NO CREO! a todos aquellos pecados o faltas que cometen o han cometido los miembros consagrados de dicha institución. Ciertamente, cada vez que sale a la luz pública un escándalo de un sacerdote, obispo o religioso (a), etc., genera un refuerzo negativo en las personas de cara a la imagen que pueden tener de la Iglesia. Como fruto de lo anterior, nos resulta fácil –en ocasiones– señalar a alguien cuando ha cometido alguna falta. Rápidamente nos investimos de jueces y condenamos sin tener la sutileza de preguntarnos: ¿seré mejor que ese que ha fallado? La intención no es la de justificar un equívoco actuar de los miembros consagrados de la Iglesia, sino más bien pretender que centremos la mirada al interior de cada uno de nosotros como bautizados y nos preguntemos: ¿edifico la Iglesia con mi actuar? Como creyentes, no debemos perder de vista que la Iglesia no sólo es del orden consagrado, sino de todos los que hemos sido bautizados. Puesto que, por el bautismo nos configuramos en Cristo: Porque también todos nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu (1Co 12, 13). Así pues, aquel creyente que sea católico y bautizado que no crea en la Iglesia, sencillamente está afirmando que no cree en sí mismo. Porque por el bautismo somos Iglesia y, por ende, nuestros pecados y actuar también afectan y hacen daño al cuerpo de Cristo. Es preciso recordar aquí que la Iglesia es santa y pecadora al mismo tiempo. Su santidad proviene de Dios, debido a que es una condición propia de su ser: Sólo tú eres santo (Ap 15, 4). Así mismo, Jesús por la relación filial que tiene con el Padre, es también: El santo de Dios (Mc 1, 24; Lc 1, 35; 4, 34; Jn 6, 69), quien, según el concilio Vaticano II, estableció esa sociedad humana y divina (la Iglesia) para realizar a través de ella la obra de salvación de los hombres. En consecuencia, por la vinculación con el misterio trinitario de Dios y el ministerio de Jesús, la Iglesia (…) no puede dejar de ser santa (LG 39). Igualmente, la Iglesia es pecadora, porque acoge en su seno la naturaleza humana, llena de virtudes pero también llena de pecados. Por tal razón, la Iglesia está siempre necesitada de purificación (LG 8). Eso nos lo

A la Iglesia hay que verla como madre y maestra, porque tiene por su fundador (Jesucristo), la doble misión de engendrar hijos para sí, y la de educarlos y dirigirlos, velando con maternal solicitud por la vida de los individuos y de los pueblos (MM 1). Preguntémonos: ¿qué madre no se equivoca?, y por equivocarse… ¿deja de ser maestra? Creería que no. Por ello, no podemos olvidar a pesar de los errores, todo lo que la Iglesia ha hecho y sigue haciendo en favor de la humanidad.

Por ejemplo, en materia de educación, la Iglesia ha sido una abanderada en llevar a los lugares más recónditos de la geografía, no sólo colombiana sino mundial, la enseñanza y la educación que, en muchos casos, el Estado no les puede garantizar. En Colombia, durante mucho tiempo, los colegios católicos han marcado horizontes de excelencia, de humanismo, de valores y, sobre todo, de fraternidad y caridad al evangelizar a través de la educación. Citaré sólo dos referentes por motivos de extensión: el Colegio Mayor de San Bartolomé (Compañía de Jesús), que desde 1604 ha funcionado ininterrumpidamente haciendo un aporte muy importante y valioso a la sociedad no solo capitalina sino colombiana. Y el legado de Santa Juana de Lestonnac en Colombia a través del Colegio la Enseñanza (Compañía de María), que en sus 231 años lleva formando a la niñez y juventud de ayer y de hoy, tendiendo la mano y no dejando apagar la llama que sólo el encuentro con Cristo por medio de su Palabra es capaz de encender en los corazones creyentes. En materia de salud, la contribución que hacen las clínicas y hospitales católicos, de cara a engrandecer a través de la ciencia y el acompañamiento pastoral la existencia humana, en medio de la miseria que llegan a generar algunas enfermedades, es sumamente admirable pese al sistema de salud tan corrupto e injusto que tenemos en Colombia. Cómo no resaltar el trabajo que por años ha hecho la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios en favor de los enfermos excluidos por patologías mentales y los más necesitados. Y qué decir de los Camilos y la Fundación EUDES –entre otros tantos–, con esa maravillosa lucha por dignificar a los abril / junio - 2014 - Vida pastoral no 154

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Iglesia enfermos degradados socialmente por el sida. Seríamos unos necios y ciegos, si estas obras de amor fraterno no las tuviéramos en cuenta al momento de no creer o de juzgar duramente a la Iglesia.

res cristianos que han fortalecido los criterios para decir ¡NO! ante propuestas que degradan la dignidad de hijos de Dios. Entendimos la importancia del matrimonio, de la familia y los hijos en medio de una sociedad secularizada que opta por el facilismo de la unión libre.

No todo es malo en la Iglesia, hay hombres y mujeres consagrados que luchan por los más necesitados, por los enfermos y pobres, por la niñez y sobre todo por construir una sociedad más justa. ¿Ya olvidamos el legado de Madre Teresa de Calcuta o del mismo Juan Pablo II? ¿Conocíamos a ciencia cierta todo el trabajo evangelizador de santa Laura Montoya? Creo que en ocasiones carecemos de la información necesaria para emitir juicios en contra de la Iglesia. Por lo tanto, quiero aprovechar la oportunidad para agradecer a un heraldo del Evangelio, un hombre de fe, de tierras lejanas que vivió en carne propia los horrores de la guerra civil que asoló a su país. Un hombre que lleva medio siglo en Colombia, librando una dura batalla por darle de comer a niños y adultos mayores en Valledupar (Cesar). Les hablo del padre Juan Guinart, un sacerdote español perteneciente a la Orden de los Hermanos Capuchinos, quien ha recibido muchas distinciones por hacerse pobre con los pobres y defender su filosofía: “Que donde yo esté no haya hambre”. El Padre “Juan”, como cariñosamente se le conoce en Valledupar, ha educado y alimentado a cientos de niños, jóvenes y adultos mayores. Su labor en pro de la evangelización con las comunidades indígenas en las tierras del Cacique Upar, lo hacen meritorio para llamarlo heraldo del Evangelio.

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Ejemplos como estos, son los que nos deben ayudar a responder la pregunta inicial sobre qué tanto edificamos la Iglesia con nuestro actuar. Reconozco que no todos los sacerdotes y religiosos(as) en Colombia, dejan estas huellas ya citadas en párrafos anteriores. También es pertinente recordar, que no todos somos iguales y no se nos puede juzgar y exigir de la misma manera, porque cada quien da en la medida de sus posibilidades y en la medida que le nazca. Pero… ¿Dejamos huellas siendo y edificando la Iglesia? Y… ¿Qué tipo de huellas? Para concluir esta reflexión, diremos que hay muchos motivos para creer en la Iglesia independientemente de sus manchas y desaciertos. Gracias a ella, hemos podido crecer en un hogar donde recibimos la transmisión de la fe. Hemos visto y recibido unos valo-

En la Iglesia logramos ir madurando poco a poco la fe recibida en casa y al vivir en comunidad justificamos cómo Cristo por medio de su Palabra ha reconstruido matrimonios, ha salvado hermanos perdidos en el alcoholismo, en la drogadicción, en la sexualidad desvirtuada, en el robo y muchas otras cosas más que hacen parte de la fragilidad humana. En la Iglesia se ha visto jóvenes felices y realizados al optar por la vida sacerdotal o monástica. Sólo quien ha tenido un encuentro profundo con Jesucristo resucitado, podrá entender mejor esta conclusión. Por esa razón, los invitamos a que verdaderamente renovemos nuestra fe. No podemos seguir “siendo” o “llamándonos” cristianos por convicciones culturales, familiares o de domingos. Debemos dar razones concretas, con hechos, de ese SER realmente seguidores de Cristo. Para querer cambios y transformar la Iglesia, debemos comenzar por preguntarnos si verdaderamente nos sentimos por el bautismo parte de la Iglesia. Si destruimos o edificamos la Iglesia con nuestra vida. Si no reconocemos que somos Iglesia y que en consecuencia todos lo que hagamos repercute al cuerpo de Cristo, difícilmente podremos cambiar y reconocer que el amor de Cristo nos urge, caritas christi urget nos, y nos invita a salir al encuentro de aquellos que aún no lo conocen (2Co 5, 14-15.17-21).


Guías

Homiléticas P. William Gerardo

Segura Sánchez Del Evangelio según san Juan

Abril 6 V DOMINGO DE CUARESMA Ez 37, 12-14 / Sal 129 / Rm 8, 8-11 / Jn 11, 1-45

En aquel tiempo, se encontraba enfermo Lázaro, en Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. (…) Por eso las dos hermanas le mandaron decir a Jesús: “Señor, el amigo a quien tanto quieres está enfermo”. Al oír esto, Jesús dijo: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”. (…). (Jn 11, 1-45)

Palabra del Señor

LA VIDA NOS LLEGA DEL RESUCITADO

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a liturgia de hoy nos invita a abrirnos sin medida a la acción poderosa y vivificadora del Espíritu Santo, a la vida que brota de la Palabra, sabiendo que si Dios resucitó a Jesús de entre los muertos, Él también a nosotros nos vivificará.

El Espíritu renueva la vida Algo nuevo es, con frecuencia, sorprendente, fascinante, obliga a hacer ajustes. Así, cuando se acerca un evento importante nos preocupamos de que toda nuestra persona esté bien dispuesta de ser posible tanto en lo interno como en lo externo. El profeta Ezequiel habla de la decisión del Señor de infundir su Espíritu sobre su pueblo para darle vida, pero además, para revelar quién es el Señor que hace lo que dice. Se trata entonces del cumplimiento fiel de la Palabra de Dios en la vida de su pueblo, la ratificación de su acción poderosa. La efusión del Espíritu indica la renovación de la vida interior, que pasa de la experiencia sepulcral (lugar donde habitan los muertos) a la de la vida verdadera (la de la comunidad creyente). Ante la cercanía de la Pascua, la Palabra profética invita a una gran disposición interior (dejar abrir; dejar sacar), permitiendo que sea el mismo Espíritu de Dios el que ponga en sintonía todo nuestro ser para acoger como comunidad y por la fe, la vida nueva que, liberada de la muerte (sepulcros), trasladada a la tierra de promisión, e iluminada por la Resurrección, brota de las aguas del bautismo.

Inhabitados por el Espíritu del Resucitado Cuando se acerca un acontecimiento importante nos disponemos reconociendo también que, ya por naturaleza, se poseen una serie de cualidades que hacen digna a la persona. En el caso de los cristianos,

se trata de poseer, gracias al bautismo, la dignidad e integridad de hijos de Dios. Pablo habla de que el Espíritu “habita” en los creyentes. La palabra griega significa “vivir, habitar, ocupar un lugar”. En todo caso se trata de habitar espiritualmente, con toda la bondad que procede del Espíritu de Dios. Si es así, ya no habita en el ser humano la maldad, el engaño, el egoísmo, una vida desordenada, sino verdaderamente la presencia de Dios. Esto ofrece la salvación, pues gracias a la resurrección, nuestros cuerpos han sido vivificados. Por eso, en el cristiano, gracias al misterio pascual y al agua bautismal, inhabita el misterio del Dios trinitario, que da a la vida una maravillosa cualidad divina.

Jesús es la resurrección y la vida ¿En qué o quién pone su confianza el cristiano? La respuesta es de importancia, pues en quien una persona ha puesto su confianza, es la que le capacita para superar todo tipo de adversidad, incluso la muerte. La escena de la muerte de Lázaro, la experiencia que de ella hacen sus hermanas, y en especial Marta, sirve a Jesús para identificarse como “la resurrección y la vida”. Por su parte, el “yo soy” da identidad a Jesús, y cuando Él lo dice no expresa algo distinto, externo de su persona, sino su misma persona, su identidad más personal. En este caso, la resurrección no es algo externo a Él, sino Él mismo. Él es la resurrección, y solo en referencia directa a Él se puede comprender y vivir. Precisamente la fe de Marta en la persona de Jesús y en su resurrección, que es sometida a la dura prueba de un cuerpo ya maloliente que debe salir del sepulcro por orden de Jesús, hace posible el retorno a la vida de su hermano, y será la ocasión propicia para que Jesús le revele su identidad como poseedor absoluto de la vida y la resurrección que aniquila la muerte. abril / junio - 2014- Vida pastoral no 154

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guías homiléticas Abril 13 DOMINGO DE RAMOS Is 50, 4-7/ Sal 21 / Flp 2, 6-11/ Mt 21, 1-11 Del santo Evangelio según san Mateo (…) “Tomen y coman. Esto es mi cuerpo. Luego tomó en sus manos una copa de vino, y pronunciada la acción de gracias, la pasó a sus discípulos, diciendo: Beban todos de ella, porque ésta es mi sangre, sangre de la nueva alianza, que será derramada por todos, para el perdón de los pecados. Les digo que ya no beberé más del fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre…” (…) (Cf. Mt 21, 1-11)

Palabra del Señor

LA PASCUA HABLA DE VIDA RESUCITADA

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a liturgia solemne del domingo de Ramos, contra todas las paradojas, invita a la alegría, al gozo de la cercanía de la Pascua, pero a la vez, a abandonarse al misterioso mensaje de la cruz, al Dios que calla, enmudece, porque se ha dicho al extremo que saldrá triunfante en la noche santa.

Mi rostro no quedará confundido El profeta Isaías habla del rostro, que aquí implica “lo que cae delante de los ojos”, “lo que se ve”, el “rostro”, “cara” o “faz”. El término “rostro” en su significado engloba la totalidad de la persona; es su presencia tanto en su realidad espiritual como corporal, en su expresión por medio de la palabra y de la imagen, su transparencia y trascendencia total, aquello que no esconde nada a la vista de las demás personas. Por eso entendemos que lo primero que se nos revela de una persona es su rostro; la persona aparece cuando contemplamos su rostro; se identifica a alguien normalmente por su rostro; el rostro nos delata y, paradójicamente, en el “cara a cara”, también por el rostro se aniquila a una persona. El rostro de Jesús, como el de muchos seres humanos, se convierte en blanco de violencia, pero su rostro, ahora endurecido, expresa la radicalidad del camino al que se dirige. Isaías, nos ofrece un rostro para mirar, pero no cualquier rostro, sino aquél que palabra a palabra por medio de la Palabra de Dios, se nos está revelando.

Humillados pero no derrotados En la sociedad con frecuencia se alcanza la exaltación, la gloria de la propia persona, el éxito personal y social, a costa de la humillación de otras personas. Con Jesús sucede todo lo contrario. Pablo habla de que Jesús se “humilló” a sí mismo. Él no humilla a otros, sino a sí mismo, alcanzando no sólo su exaltación y gloria, sino la de todos aquellos que lo reconozcan como Señor. “Humillarse” es asumir una forma o estilo de vida 30

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creyente que exprese desprendimiento de sí mismo e interés por el bienestar de los demás. Se trata de entregarse, desprenderse de la propia vida, darlo todo hasta el extremo, no buscando más que el bien, la salvación del otro. Humillarse es, además, renunciar a la autoafirmación, en busca de la afirmación de los otros. Jesús no busca su propia gloria, sino la del Padre y esto le obtiene la exaltación por parte del Padre. El que se humilló es exaltado, o como dice el texto griego, es “súper elevado”. Con su obediencia radical hasta el extremo de la muerte en cruz (la peor muerte decretada de aquel momento), presenta al Padre una inmensidad de hijos redimidos y congregados en torno a la unidad.

La vida del justo está en manos de Dios El final de la vida de una persona se puede definir por aquello que durante toda su vida fue una constante, lo que la determinó, lo que le dio sentido, significado y plenitud. La de Jesús la define en su totalidad el verbo “entregarse”, tanto a la voluntad de su Padre como al servicio de los suyos. El mismo Jesús, que en su nacimiento se entregó en las manos de los hombres, ahora se entrega definitivamente a ellos, siendo los suyos, los de su pueblo, mediante las intervenciones de las autoridades religiosas y civiles, los que le ejecutaran. Hoy le contemplamos como un hombre cualquiera, abandonado de todos, en manos de los seres humanos, quienes le toman la vida. Sin embargo, su vida está únicamente en las manos de Dios. Todos los textos de hoy hablan de una certeza, Dios no defrauda, no deja confundido, el rostro no permanece endurecido para quien a Él se abandona con todas sus fuerzas en los momentos de oscuridad. El juicio al que es sometido Jesús durante el proceso de la pasión no es ajeno a la realidad humana de muchos creyentes y de todo discípulo auténtico del Señor, que haya decidido seguir a Jesús por el camino de la cruz.


Abril 20 DOMINGO DE PASCUA Hch 10, 34.37-43 / Sal 117 / Col 3, 1-4 / Jn 20, 1-9 De los Hechos de los Apóstoles En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: “Ya saben ustedes lo sucedido en toda Judea, que tuvo principio en Galilea, después del bautismo predicado por Juan: cómo Dios ungió con el poder del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret y cómo éste pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él. (…) (Cf. Hch 10, 34.37-43)

Palabra de Dios

EL SEÑOR HA RESUCITADO

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a liturgia solemne y festiva de este primer día pascual se decide a disipar todas las tinieblas, ablandar el corazón, generar vida de comunidad, dar una certeza testimoniada por sus elegidos: el Hijo único del Padre que se encarnó y murió, ¡hoy ha resucitado!, y de ello hay testigos veraces.

Los testigos apostólicos son creíbles Hablar de un hecho sin poder confirmarlo, es una cosa muy distinta de hablar de algo de lo que sí se puede dar testimonio personal y comunitario. Eso es lo que hace Pedro con unas palabras que impresionan. Él sabe de quién y de qué habla, sabe lo que afirma, y lo que anuncia con tanta valentía. Su testimonio adquiere mucha validez debido a que sus palabras están respaldadas por la experiencia de una comida y bebida realizadas en la presencia del que ellos aseguran está vivo. Él y los otros apóstoles no solo saben cosas sobre Jesús, sino que han comido y bebido con Él después de la resurrección. En Lumen Fidei 49, el papa Francisco recuerda: “Como la Iglesia transmite una fe viva, han de ser personas vivas las que garanticen la conexión con el origen. La fe se basa en la fidelidad de los testigos que han sido elegidos por el Señor para esa misión. Por eso, el Magisterio habla siempre en obediencia a la Palabra originaria sobre la que se basa la fe, y es fiable porque se fía de la Palabra que escucha, custodia y expone”.

Buscando las cosas de arriba ¿Qué es lo que buscamos los creyentes en el Señor resucitado? Ahora que hemos celebrado la Pascua y que hemos renovado las promesas bautismales, ¿en qué nueva dirección se orienta nuestra mirada? La experiencia de un gran acontecimiento significativo (incluso positivo o negativo) en la vida de la comunidad obliga a orientar la mirada en otra dirección. Pablo invita a que la experiencia de la resurrección del Señor oriente la mirada hacia los bienes celestiales, hacia el lugar don-

de Él está, hacia las “cosas de arriba”. Tal como está la expresión, indica que se trata de fijar la mirada en ese lugar a la derecha de Dios, contemplar la gloria del que nos ha precedido, poner ahí el corazón, y que desde esa mirada se oriente todo el nuevo actuar y hacer del creyente. Es decir, las cosas ya no pueden seguir igual. Él le ha dado una nueva orientación a la vida de los cristianos, les ha sacado del dominio de las tinieblas y los ha trasladado hacia la luz. El misterio de la luz, que con el resplandor del cirio pascual ha iluminado la noche y disipado las tinieblas, ha de reflejarse en opciones claras por la luz, la eternidad y la vida libre del mal.

Él ha resucitado de entre los muertos Juan en su evangelio afirma que Jesús “debía resucitar de entre los muertos”, o si somos más exactos, “es menester que Él resucite de los muertos”. La palabra griega usada aquí para “debía” indica el elemento de obligación de un acontecimiento, y está en relación con el cumplimiento de la voluntad salvífica de Dios. En el caso de Jesús ese “debía o tenía” era como su regla de vida, aun cuando implicaba el pasar por la experiencia de la cruz y la muerte para alcanzar la gloria. Esto comporta la exigencia de una fe obediente a lo largo de toda una vida, como lo anota Pablo. Ciertamente la resurrección había sido anunciada, una y otra vez, por el mismo Jesús, pero era necesario que entrara en la vida de sus discípulos y seguidores, cosa nada fácil para unos hombres rudos. Dada la dureza de éstos, será el mismo Señor quien se encargará, desde la Palabra, de hacer comprensible el mensaje de la cruz que ahora ha sido iluminado por el misterio de la luz. Así, la Palabra se ha convertido en lámpara que ilumina los pasos de aquellos hombres, quienes pasan de no haber entendido las Escrituras a ser confirmados por ellas en la fe. abril / junio - 2014 - Vida pastoral no 154

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guías homiléticas Abril 27 II DOMINGO DE PASCUA Hch 2, 42-47/ Sal 117 / 1P 1, 3-9/ Jn 20, 19-31 Del santo Evangelio según san Juan Al anochecer del día de la resurrec¬ción, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discí-pulos, por miedo a los judíos, se pre¬sentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría”. (…) (Cf. Jn 20, 19-31)

Palabra del Señor

LA FE EN LA RESURRECCIÓN REALIZA LA UNIDAD

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ste domingo la Palabra divina confronta nuestro estilo de vida cotidiano con la fe que profesamos en el templo al interno de la celebración, y anima a dar los pasos justos y necesarios para que la profesión sea verdaderamente un acto comunitario que despeje toda justa duda.

Unidad y comunión real de fe y de bienes La comunión de los miembros de la comunidad creyente no es el resultado de decisiones éticas, sino de la presencia, por la fe y los signos que la acompañan, del Resucitado en medio de ellos. Tener todo en común es la expresión de la comunión fraterna que, entre otras cosas, renuncia a la posesión de bienes o propiedades a fin de que otras personas se vean beneficiadas con ellos. Por lo mismo la verdadera comunión es más que un simple estar juntos, es “vivir” juntos, compartiendo con todos, todo lo que cada uno tiene. Observemos que esta unidad y fraternidad se alimenta también de otros elementos importantes para el crecimiento de la comunidad, tales como la enseñanza y la mesa compartida, tanto de la Palabra como de la Eucaristía. Formar comunidad cristiana va de la mano con el pensamiento del papa Francisco cuando señala que “la fe tiene una configuración necesariamente eclesial, se confiesa dentro del cuerpo de Cristo, como comunión real de los creyentes. Desde este ámbito eclesial, abre al cristiano individual a todos los hombres (Lumen Fidei)” Y ella abre a lo universal y al mundo del otro.

Injertados en una experiencia de vida nueva El misterio pascual, gracias al testimonio apostólico, ha insertado en la vida del creyente una certeza, una esperanza que nada se la puede arrancar, pues el Señor ha resucitado y con Él hemos recibido la esperanza de una vida nueva. Esa vida aunque ya dada y recibida, espera su plenitud, pues ha de generar un estado de vida en el

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creyente, capacitándolo para vivir en cada circunstancia trascendiéndolo todo por la esperanza. La comunidad cristiana ha de ser para el mundo de hoy verdadero testimonio de las virtudes teologales, no como conocimiento intelectual, sino como experiencia vital. La forma como eso se notará es muy sencilla, la alegría radiante e indescriptible en el rostro del creyente a pesar de las múltiples situaciones de sufrimiento que se presenten. La Palabra de Dios y la experiencia de la resurrección confrontan con un estilo de vida que revele una presencia, la del resucitado. La esperanza manifiesta un acontecimiento que ya ha empezado a darse (Cristo nos la ha dado) y que seguirá dándose para siempre (alcanzará ciertamente su plenitud al final).

Jesús da signos a quien los necesita La destrucción del poder de la muerte, la vida eternizada, el crucificado que está vivo, el Viviente, no es algo que se asimile de una sola vez. La fe, como la salvación, está sujeta al proceso humano de comprensión y aceptación. El testimonio bíblico acerca de la resurrección insiste, una y otra vez, en la presencia de Jesús vivo en medio de la comunidad. Por lo mismo, cada domingo de Pascua la liturgia regresa sobre el misterio de la resurrección, para introducir a fondo en él. La fe en este evento no es algo que se supone, sino que, acompañada por el testimonio de los discípulos (la fe es fe de la comunidad que testimonia), conduce a otros al encuentro personal con quien fue crucificado y ahora vive. El anuncio público a todo el mundo de esta buena noticia requiere la certeza de que sus testigos y anunciadores hayan visto al Señor. Sin embargo, la persona no se conforma con el testimonio, solicita y exige ver por sí misma los signos que acreditan al Resucitado como tal. Reconocidos éstos se realiza la solemne profesión de fe y se supera todo obstáculo, al menos por ese momento. El Señor respeta los tiempos y ritmos humanos, incluso nuestras exigencias de ver para creer, se conforma con los que le creen.


Mayo 4 III DOMINGO DE PASCUA Hch 2, 14.22-33 / Sal 15 / 1P 1, 3-9/ Lc 24, 13-35 De los Hechos de los Apóstoles El día de Pentecostés, se presentó Pedro, junto con los Once, ante la multitud, y levantando la voz, dijo: “Israelitas, escúchenme. Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante ustedes, mediante los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por medio de Él y que ustedes bien conocen. Conforme al plan previsto y sancionado por Dios, Jesús fue entregado, y ustedes utilizaron a los paganos para clavarlo en la cruz”. (…) (Cf. Hch 2, 14.22-33)

Palabra de Dios

TESTIGOS DEL RESUCITADO Y DE LA VIDA

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a liturgia dominical que nos congrega, nos inserta en las consecuencias de la escucha atenta de la Palabra divina explicada por Jesús, de la celebración correcta del culto en comunidad y del compromiso con los que carecen de lo necesario para vivir.

La muerte no lo pudo retener bajo su dominio El texto de los Hechos es muy sugestivo cuando, siguiendo el texto griego, dice: “Dios lo resucitó soltando los dolores de parto de la muerte, puesto que no era posible que Él fuera retenido por ella”. Hay una expresión que normalmente no se traduce correctamente al español, la de “los dolores de parto de la muerte”. Esto significa el nuevo nacimiento de la resurrección, comparado a la experiencia de un parto y los dolores que le acompañan, pero además que el abismo de la muerte no puede retener al resucitado, Cristo, de la misma manera como el vientre de la mujer encinta no puede retener al niño que va a ver la luz. La imagen es hermosa y describe lo que acontece en el misterio pascual con el triunfo de la luz sobre las tinieblas, el mal, la muerte, la oscuridad. La predicación apostólica (es Pedro quien predica en compañía de los apóstoles) sobre la resurrección tiene su fundamento en el hecho de que a Jesús la muerte no lo retuvo bajo su dominio, cosa que no sólo testifican ellos, que estuvieron y comieron con Él, sino también la Escritura.

Rescatados con la sangre preciosa de Cristo Los grandes acontecimientos han de tener relevancia para la vida de quienes los viven y por el testimonio de otros que participan de su transmisión. De la Carta de Pedro fijémonos en la palabra “rescatados”, cuyo significado es liberar mediante rescate o dejar libre por un rescate o, como sería más exacto en este texto, “comprar por rescate”. Aquí está íntimamente relacionada con el acto redentor de Cristo que, por su sangre preciosa derramada como la de un cordero, compra por

rescate la vida de todos. Esto es importante, pues la predicación apostólica no se reduce solo a la trasmisión oral y escrita de un evento o de unos acontecimientos que han de ser conocidos y creídos, sino también a los efectos salvíficos o redentores sobre los que acepten el testimonio apostólico. Por tanto, la muerte no pudo retener a Jesús y, en consecuencia, no podrá retener para sí a los por Él comprados con su sangre. El anuncio pascual es de gran actualidad para la comunidad reunida en torno a la Palabra, porque da un profundo sentido a toda la existencia ahora renovada, liberada y constituida en una realidad nueva y eternizada.

Reconocerlo en la fracción del pan ¿Qué le sucede a quien Jesús en persona se le acerca y se vuelve su compañero de camino? En Verbum Domini 54 el papa Benedicto XVI, retomando las palabras de Lucas, dice que “sólo cuando Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, ‘se les abrieron los ojos y lo reconocieron’, mientras que antes ‘sus ojos no eran capaces de reconocerlo’. La presencia de Jesús, primero con las palabras y después con el gesto de partir el pan, hizo posible que los discípulos lo reconocieran, y que pudieran revivir de un modo nuevo lo que antes habían experimentado con Él: ‘¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?’”. El misterio pascual atestiguado por la ley y los profetas, es decir, la Palabra contenida en el Antiguo Testamento, no sólo tiene la capacidad de hacer arder el corazón por la escucha de una palabra interpretada por el mismo Jesús, sino que también debe ser capaz de abrir los ojos a partir del signo de la fracción del pan. No se trata sólo de una palabra viva y eficaz que da consuelo y devuelve la esperanza, sino que, además, se abre a la solidaridad, al gozo del compartir como Iglesia. abril / junio - 2014 - Vida pastoral no 154

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guías homiléticas Mayo 11 IV DOMINGO DE PASCUA Hch 2, 14a.36-41 / Sal 22 / 1P 2, 20b-25 / Jn 10, 1-10 De los Hechos de los Apóstoles (…) Estas palabras les llegaron al corazón y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: “¿Qué tenemos que hacer, hermanos?”. Pedro les contestó: “Arrepiéntanse y bautícense en el nombre de Jesucristo para el perdón de sus pecados y recibirán el Espíritu Santo”. (…) (Cf. Hch 2, 14a.36-41).

Palabra de Dios

CONDUCIDOS POR CRISTO BUEN PASTOR

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a liturgia de este domingo, llamado del Buen Pastor, introduce a la comunidad celebrativa en el misterio único y profundo de la vida pastoral de Jesús, su Palabra y la de sus testigos, los apóstoles, que abre nuevos horizontes en la comprensión de su persona de su misión.

Jesús ha sido constituido Mesías Pedro, lleno del Espíritu Santo, anuncia el misterio pascual de Jesús, a quien Dios ha constituido Señor y Mesías, que es el mismo a quien sus oyentes han condenado a muerte y crucificado. Tengamos presente, sin embargo, que esta concepción de Mesías entra en conflicto con la que tenían sus contemporáneos. Él es el Mesías, pero de una manera muy distinta a la esperada por los judíos y eso decepcionará a muchos y será motivo de alegría para otros. Cuando Pedro presenta a Jesús como el Mesías, pretende mostrar la verdad de esa fe y, concretamente, la forma en que se manifestó definitivamente esa condición de Jesús; es decir, Jesús es constituido Mesías por medio del sufrimiento y de la muerte. Jesús se vio obligado a hacer la experiencia de vivir en tensión el proceso de develar el misterio de su persona y de la voluntad de Dios, tratando de ofrecer con toda transparencia la centralidad del misterio de su vida, viviendo en permanente alerta para discernir el momento justo del encuentro clarificador con el género humano, que sólo llegó en el momento de la cruz y la muerte.

De regreso al lugar de protección en Jesús La vida de una persona ha de ser tal, que al final se le pueda describir con adjetivos de gran significado y trascendencia. Pedro describe con elocuencia el actuar de Dios en la vida de Jesús. Su vida es descrita como la de aquel que, conducido por el Espíritu Santo, se convierte en pastor y guardián de la vida de los suyos. Curiosamente la palabra usada en el texto griego para “guardián” es la que conocemos como “epíscopo”, que significa “supervisor, vigilante, protector”. Es 34

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decir, se trata de aquella persona que junto a la responsabilidad de pastor, se encarga de velar o guardar a los suyos, imagen que hace referencia a rebaño de ovejas. Se puede entender además como aquella persona que tiene el conocimiento de algo de una forma más completa. Jesús con su inocencia, silencio, paciencia, sufrimiento y abandono en las manos de su Padre es el verdadero Cordero, manso y humilde que da la vida por los suyos. Su ofrenda de sí mismo se realiza en beneficio de los demás o, como decimos en la Plegaria eucarística, en beneficio de los muchos que le son conocidos. La Palabra da una gran confianza, pues Jesús es pastor y guardián que conoce a los suyos y da su vida por ellos.

Pasando a través de la puerta segura Amar a una persona significa estar con ella y conocer su mundo, su intimidad. Juan ofrece un dato más para conocer mejor a Jesús. Él no solo es el buen pastor y guardián de su pueblo, sino también la puerta del redil, por la que todos debemos entrar. Siguiendo la línea de Benedicto XVI, se trata de “cruzar” la puerta de la fe. Y se cruza por ella “cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo, con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en Él” (Porta fidei 1). La imagen o descripción de Jesús como puerta produce una gran cercanía y familiaridad con su persona, revela su estilo único de ser pastor, pone en contacto con sus campos de reposo, con su amor recibido del Padre. Por eso Él está seguro de que sus ovejas no entrarán por una puerta distinta a Él mismo, antes bien le seguirán y las apacentará.


Mayo 18 V DOMINGO DE PASCUA Hch 6, 1-7 / Sal 32 / 1P 2, 4-9/ Jn 14, 1-12 Del santo Evangelio según san Juan (…) Entonces Tomás le dijo: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. Jesús le respondió: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí. Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto”. (…) (Cf. Jn 14, 1-12)

Palabra del Señor

ESTAR AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD

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a liturgia dominical se interesa por revelar el amor del Dios que introduce en la corresponsabilidad eclesial, de tal modo que los dones de cada quien estén al servicio de todos, para que a nadie falten los auxilios de la salvación confiados a la comunidad de fe.

Eligieron personas llenas del espíritu Ya sabemos que no es fácil “elegir” en momentos difíciles, pues en situaciones extremas la cosa se complica sobre todo cuando se trata de elegir entre personas. Lo cierto es que la comunidad cristiana requiere de una gran variedad de carismas, servicios y ministerios, que, otorgados por el mismo Espíritu, han de ser asumidos por personas tomadas de entre los diversos miembros de la misma. El verbo “elegir” que encontramos en el texto hace referencia a escoger entre dos o más posibilidades, que en este caso se trata de elegir a siete hombres. Los apóstoles, por su parte, tienen clara su responsabilidad, y entienden que lo suyo es decididamente dedicarse a la predicación de la Palabra. Por lo mismo, otros han de ser elegidos, bajo la luz y guía del Espíritu, para atender una variedad de servicios y la administración de bienes. Es entonces cuando la comunidad, unida a sus pastores (los Doce convocan), en actitud de oración y escucha, define las tareas internas. Finalmente, la comunidad decide elegir a siete hombres, cuya característica es que están llenos del Espíritu, se les imponen las manos y el proceso de crecimiento de la fe está asegurado por la predicación de la Palabra y la actitud de servicio a los hermanos que lo necesiten.

Firmes en la fe de la Iglesia y su Señor Cuando en una comunidad creyente las personas se dejan conducir por el Espíritu del resucitado las cosas marchan bien, los dones de cada miembro se ponen al servicio de todos, los adjetivos que la califican son sorprendentes, todos tienen motivación para desempeñar sus funciones. El texto de Pedro es maravilloso, capaz

de motivar aun al más desanimado de la experiencia de fe. Con una serie de títulos describe lo que es la comunidad de fe, estirpe elegida, sacerdocio real… Pero la comunidad ha de saber que esta dignidad no es obra suya, que no son méritos propios, sino que todo es real en la medida en que ella está unida a la piedra angular, Jesucristo, de la cual obtiene su fundamento sólido todo el edificio, y en la cual se hace posible la acogida de la Palabra. “El encuentro con Cristo, el dejarse aferrar y guiar por su amor, amplía el horizonte de la existencia, le da una esperanza sólida que no defrauda. La fe no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la vida (…)”(Lumen Fidei 53).

Ahora le conocemos más de cerca Conocer la identidad de una persona permite tener acceso a ella, encontrar un camino que revele sus más íntimos deseos y poder corresponder con generosidad. En tiempos de Jesús muchos querían conocer su identidad pero no lo lograron, cuando mucho se acercaban tímidamente a alguna característica de su personalidad. Es el mismo Jesús quien la revela a quienes Él quiere. Al hacerlo, revela, a la vez, la identidad de quien le ha enviado y el origen de su persona, el Padre. Entre los diversos elementos que describe el Evangelio según san Juan, está el que dice que Él es el Camino, la Verdad y la Vida, que conduce al encuentro con el Dios de los patriarcas, de Moisés, de la historia, de los profetas, el Padre de la gloria. Por medio de la Palabra, Jesús se revela, descubre una identidad personal, que tiene su origen en la Palabra, que comunica la cercanía de Dios, la decisión de Dios de tratar con nosotros como amigos. Su revelación nos hace salir de nuestro mundo estrecho, limitado, carente de perspectiva, lanzando a una trascendencia que supera todo lo que creíamos saber y conocer de Dios, e interesarnos por su persona y por su mundo de intimidad de Hijo, rostro visible y transparente del Padre. abril / junio - 2014 - Vida pastoral no 154

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guías homiléticas Mayo 25 VI DOMINGO DE PASCUA Hch 8, 5-8.14-17 / Sal 65 / 1P 3, 15-18 / Jn 14, 15-21 Del santo Evangelio según san Juan En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Si me aman, cumplirán mis mandamientos; yo le rogaré al Padre y Él les enviará otro Consolador que esté siempre con ustedes, el Espíritu de verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; ustedes, en cambio, sí lo conocen, porque habita entre ustedes y estará en ustedes”. (…) (Cf. Jn 14, 15-21).

Palabra del Señor

MUY PRONTO LLEGARÁ EL GRAN CONSOLADOR

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a liturgia cercana a Pentecostés nos dispone para la acogida gozosa y santificadora del Consolador, para abrirnos a su acción en medio de la comunidad, para que la escucha de la Palabra por Él inspirada arranque la vida del dominio de la muerte.

La comunidad recibió el Espíritu Santo La comunidad cristiana no es sólo la reunión de personas con un mismo sentir religioso, es mucho más que eso, se trata de que en ella todos estén animados por la fuerza y dinamismo del Espíritu del Resucitado. Por lo mismo, la formación de la comunidad creyente descansa fundamentalmente en la fuerza de la Palabra que anuncia el misterio pascual de Cristo, la presencia del Espíritu, la oración y la autoridad de los apóstoles con su gesto de la imposición de manos. Todos esos elementos son necesarios y dan vida a la comunidad, porque la hacen crecer, le dan nuevos dones y mantiene a cada miembro en la unidad. La consecuencia de ello es la salvación de la comunidad, la liberación de todos los males que le asechan (curación, liberación) y la alegría (presencia del Espíritu). Un elemento importante es la imposición de manos que confiere el Espíritu. La Iglesia naciente sorprende por su dinamismo, por la disposición de dejar actuar el Espíritu en territorios que no se consideraban parte de su espacio de acción.

El que había muerto ha resucitado El misterio de la resurrección de Cristo no se puede desligar del de su encarnación, ambos se pertenecen y dan sentido a todo el actuar del creyente en el mundo. En la Luz de la fe nos dice el papa Francisco: “Cristo ha bajado a la tierra y ha resucitado de entre los muertos; con su encarnación y resurrección, el Hijo de Dios ha abrazado todo el camino del hombre y habita en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo. La fe sabe que Dios se ha hecho muy cercano a nosotros, que Cristo se nos ha dado como un gran don que nos trans36

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forma interiormente, que habita en nosotros, y así nos da la luz que ilumina el origen y el final de la vida, el arco completo del camino humano” (n. 20). Al escuchar las palabras de Pedro descubrimos que él motiva a la comunidad creyente a centrar su mirada y corazón precisamente en el misterio pascual de Cristo, del que nos habla el Papa. Sin embargo, Pedro no lo hace con falsas esperanzas. Él es claro en que seguir a Jesús significa hacer una opción, decidirse, manifestar que se es seguidor con todas las consecuencias, incluidas las del sufrimiento.

El envío del Espíritu es presencia de Jesús A veces se hace necesario tomar conciencia de una “presencia” misteriosa que se hace visible, palpable, accesible, a tal punto que se hace perceptible en una voz; es como sentirse habitado de un modo peculiar, de alguna manera distinta de los demás que lo rodean, de forma personalizada, singularizada, individualizada; es la certeza de ser visto por otro, de tener sobre sí unos ojos amantes que proclaman amado al que es visto. Pero, ¿cómo recibir o percibir a alguien que los demás no pueden conocer ni ver? Nada imposible si estamos pensando en la “presencia” del Espíritu Santo, el que Jesús presenta como Consolador, es decir, el abogado defensor junto al Padre. Él se hace presencia perceptible, compañía, cercanía, apoyo para aquellos que cumplen el mandamiento del amor y se dejan envolver por Él. La misión del Hijo y la del Espíritu Santo son inseparables y constituyen una única economía de la salvación. El mismo Espíritu que actúa en la encarnación del Verbo, en el seno de la Virgen María, es el mismo que guía a Jesús a lo largo de toda su misión y que Él promete enviar a los discípulos como Consolador.


Junio 1 ASCENSIÓN DEL SEÑOR Hch 1, 1-11/ Sal 46 / Ef 1, 17-23/ Mt 28, 16-20 Del santo Evangelio según san Mateo En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: “Nadie puede servir a dos amos, porque odiará uno y amará al otro, o bien obedecerá al primero y no le hará caso al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero. Por eso les digo que no se preocupen por su vida, pensando qué comerán o con qué vestirán. (…) (cf. Mt 6, 24-34)

Palabra del Señor

SU SEÑORÍO ES UNIVERSAL Y ETERNO

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a liturgia solemne del domingo convoca a todos los renacidos del agua y del Espíritu a ser testigos creíbles y fieles del retorno del Señor al seno del Padre, a actuar con la certeza de que Él posee autoridad en cielo y tierra, a comprometerse con las realidades terrenas más urgentes.

Jesús se eleva a la vista de sus apóstoles Llegados a la solemnidad de este día Jesús es levantado o elevado al cielo, o como le conocemos mejor, asciende al cielo. Según el Catecismo de la Iglesia Católica, “la Ascensión de Cristo al cielo significa su participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: posee todo poder en los cielos y en la tierra. Él está ’por encima de todo principado, potestad, virtud, dominación’ porque el Padre ‘bajo sus pies sometió todas las cosas’. Cristo es el Señor del cosmos y de la historia. En Él, la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran su recapitulación, su cumplimiento transcendente” (n. 668). Contemplamos al Señor ascender al cielo, pero no sin antes dejar claro que pronto se cumplirá su promesa, que lo es también del Padre. Su misión en la tierra ha terminado, la redención ha sido realizada, pero es necesario que pronto los suyos sean bautizados con el Espíritu Santo, quien los capacitará para ser sus testigos hasta los confines del mundo. Ahora lo ven alejarse de ellos, pero deben estar preparados para la venida del que les revelará todos los misterios de su vida, misión y Palabra dada.

Jesús está sentado a la derecha de Dios en el cielo Pablo nos ayuda a comprender que la Ascensión del Señor al cielo no es sólo un hecho para contemplar, cosa que ya anotaba Lucas en el libro de los Hechos, sino que tiene consecuencias para el caminar cristiano. La primera acción realizada por el Padre es levantar a Jesús de entre los muertos. Notemos que

la acción descrita se concentra no en la cruz, sino en la acción de levantar de los muertos, hecho que demuestra el poder de Dios al destruir el poder de la muerte. Acto seguido de Dios es que una vez que le resucitó, le exaltó y le sentó a su derecha (ascensión y glorificación), lo constituyó en Hijo suyo en poder y le hace partícipe de su reinado. El cielo es el lugar donde se ejerce el reinado de Dios en poder, y es el lugar donde a Cristo le es asignado el poder sobre todas las criaturas. Todo indica que Cristo ha sido introducido en el ámbito del pleno reinado de Dios. De ese modo la esperanza es iluminada (desde los ojos del corazón) para captar toda su riqueza; la fe descubre la amplitud de la gloria y del poder de Dios para con los suyos al destruir la muerte; la Iglesia contempla la inmensidad de los alcances a los que ha sido conducida.

Jesús ha recibido todo poder en el cielo y en la tierra Avanzando un poco más en la comprensión del misterio de la Ascensión, encontramos la palabra “poder”, que en realidad se debe traducir por “autoridad”, pues la palabra denota ser capacitado para realizar una acción y para decidir desde una dimensión de señorío divino sobre la comunidad, pero sin que ésta pierda la libertad. A Jesús, Dios le ha otorgado el derecho y la potestad de actuar. Esta potestad tiene dimensiones cósmicas, porque es autoridad en el cielo y la tierra, es decir, al estar sentado a la derecha de Dios no hay nada que no le esté sometido o sobre lo que no tenga dominio. Jesús ha recibido poder universal, y éste se lo participa a los discípulos para que lo hagan conocer, pues ha de ser conocido por todos. La riqueza de su gracia ha de ser accesible a quienes sean introducidos en su misterio redentor por mediación de la enseñanza, el bautismo y el cumplimiento de los mandamientos. Además, se otorga a la comunidad una certeza, misma que recorre todo el evangelio de Mateo: el Señor no abandonará a los suyos en ninguna etapa de la historia de salvación, estará siempre con ellos.

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guías homiléticas Junio 8 PENTECOSTÉS Hch 2, 1-11 / Sal 103 / 1Co 12, 3b-7.12-13/ Jn 20, 19-23 Del santo Evangelio según san Mateo Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. (…) (Cf. Jn 20, 19-23).

Palabra del Señor

ANIMADOS POR EL ESPÍRITU DE DIOS

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a liturgia que cierra el hermoso tiempo de Pascua con su mesa de la Palabra, anima a una vida en comunión de fe y bajo la guía del Espíritu Santo, que suscita dones, servicios y actividades en la comunidad para testimoniar el amor de Dios, para ofrecer el perdón y realizar la salvación.

El Espíritu da vida y forma a su Iglesia Las manifestaciones del Espíritu Santo que lo llena todo, son variadas: desciende en forma de lenguas de fuego, los discípulos empezaron a hablar en lenguas, así como la forma corporal de paloma en el momento del bautismo, o el terremoto. Estas manifestaciones, que pueden ser entendidas como carismas, están en función de la edificación de la Iglesia, pues “cualquiera que sea su carácter, a veces extraordinario, como el don de milagros o de lenguas, los carismas están ordenados a la gracia santificante y tienen por fin el bien común de la Iglesia. Están al servicio de la caridad, que edifica la Iglesia” (CEE n. 2003) que será de esta obra divina, un lugar para acoger a personas venidas de todas las direcciones, nadie quedará excluido, todos son convocados a oír la Palabra de Dios en su propia lengua, a contar las acciones maravillosas de Dios como testigos cualificados bajo la guía de los apóstoles.

Llenos del Espíritu para edificar la Iglesia Se dice que nadie vive para sí, pues siempre se está en función de los demás, para su servicio y edificación. Para el creyente la soledad debería ser algo que está fuera de su radio de vida, ya que la comunidad lo acompaña y sostiene, aun cuando en la práctica no siempre sea así. Pablo ayuda a comprender esa edificación de la Iglesia cuando insiste en que el Espíritu está presente en medio de la unidad de la comunidad, y se asocia a ella en la medida en que se une a Espíritu mediante los diversos dones, servicios y ac-

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tividades o ministerios. La imagen de formar un solo cuerpo coincide con la de una comunidad compuesta de diversidad de miembros pero unidos por un único centro vital, que en este caso es la persona del Resucitado y su presencia real gracias al Espíritu. Por eso Pablo insiste en que el Espíritu, así como Cristo, habita en los fieles, y es generador de comunión al servicio del crecimiento del cuerpo de la Iglesia, templo del Espíritu. Es necesario tomar conciencia de esta realidad a la que nos compromete la solemnidad, no se trata sólo de celebrar litúrgicamente un acontecimiento alegre y gozoso, sino de asumir las consecuencias que de él se derivan para la vida y la conducta según el mismo Espíritu.

Iglesia enviada a ofrecer a todos el perdón Jesús no ha venido al mundo como salvador por su propia cuenta ni a hacer su propia voluntad, Él es enviado del Padre y hace en todo su voluntad. La identidad de Jesús está estrechamente relacionada con la del Padre. Él y el Padre son uno. Ahora, vencida la muerte y asegurada la resurrección, hace partícipes de esa realidad a los suyos. Como Él fue enviado ahora envía a los suyos. Jesús el mismo día de la resurrección, según narra Juan en su Evangelio, da a sus discípulos el Espíritu Santo. Desde este momento estará presente para siempre en sus vidas, en su predicación, en su anuncio decidido del misterio pascual, hasta nuestros días, gracias a la sucesión apostólica. Los muchos a los que son enviados reconocerán por sus palabras y testimonio, por su modo de vida, que Jesús es el enviado del Padre con el poder del Espíritu. Ellos, además, son capacitados para otorgar con el poder del Espíritu del Resucitado, en nombre del mismo Dios, el perdón de los pecados y llevar por todos lados el don de la paz. Pentecostés es la fiesta de la liberación de la Iglesia, su vida ha sido totalmente renovada por la muerte y la resurrección del Señor, pero también por el don del perdón de los pecados confiado a sus miembros.


Junio 15 SANTÍSIMA TRINIDAD Éx 34, 4b-6.8-9 / Dn 3, 52-56 / 2Co 13, 11-13 / Jn 3, 16-18 Del santo Evangelio según san Juan (Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por Él. (…) (Cf. Jn 3, 16-18) .

Palabra del Señor

CÓMO COMPRENDER UN AMOR TAN GRANDE

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a celebración de la Santísima Trinidad invita, por mediación de la Palabra, a insertarse en el misterio de Dios que por puro amor sale de sí mismo, revela su intimidad, se hace presente y se compromete en el amor más grande, que se entrega sin condiciones por la vida.

Nuestro Dios es compasivo y clemente Una de las cosas que más sorprende es la revelación de la intimidad, del mundo interior de una persona que se desvela y transforma el modo de acercarse a ella, donde todo queda al descubierto y una nueva confianza domina la relación. Moisés realiza la experiencia de pronunciar el nombre del Señor, quien a su vez le revela su profunda y misteriosa intimidad: “Dios, compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel”. El Dios oculto, que guarda lo mejor de sí en lo secreto, se desvela ante su amigo Moisés, le revela su nombre (el ser y la misión de la persona, según la concepción bíblica) y su misterio personal, y de igual modo lo hace con los que creen en Él. Por eso no se puede usar su nombre para ningún otro fin que no sea iluminar la vida de las personas. Quien como Moisés conoce la intimidad de Dios que el nombre revela, le solicita su permanente presencia en medio de su pueblo. Para nosotros el Dios revelado es uno y único en tres personas distintas, que no es otro misterio que el de la misericordia personificada, la compasión hecha persona, la paciencia revelada como capaz de esperar hasta el final para regalar lo mejor de sí.

Invocando el misterio trinitario Tres palabras definen la intimidad del Dios trinitario: gracia, amor, comunión, y Pablo desea que éstas estén siempre en la comunidad creyente. En el CEE n. 1109 se dice que estas tres palabras del deseo de Pablo “deben permanecer siempre con nosotros y dar frutos más allá de la celebración eucarística. La Iglesia, por tanto, pide al Padre que envíe el Espíritu Santo para

que haga de la vida de los fieles una ofrenda viva a Dios mediante la transformación espiritual a imagen de Cristo, la preocupación por la unidad de la Iglesia y la participación en su misión por el testimonio y el servicio de la caridad”. Entonces comprendemos mejor el sentido de esta fórmula de bendición (llamada doxología) que, aun cuando ocupa un lugar importante dentro de la liturgia de la Iglesia y en especial en la Eucaristía, debe extenderse a la vida cotidiana impregnándola, dándole sentido, llenándola de la presencia de Dios, realizando una transformación espiritual, buscando la unidad, dando testimonio de que se vive de esa bendición.

Un amor capaz de entregar lo mejor Cuando Dios permanece en medio de la comunidad, ella se convierte en su presencia viva y la invocación de su nombre santifica a cada creyente. Por lo mismo, este nombre se invoca cada vez que se inicia un acto litúrgico o religioso. Pero para invocarlo es necesario comprender todo el misterio que se esconde, el gran amor que él encierra. El Dios que revela su intimidad, que nos dice quién es Él, es el mismo de la donación (entrega) de su único Hijo. El texto griego de Juan 3, 16 dice que Dios “dio” su Hijo al mundo. La frase “tanto amó” se describe como un don, el de su único Hijo. Debe sorprendernos que Dios no da algo, no revela un concepto, sino que en Jesús mismo será don para la vida del mundo cuando “dé” su vida, se entregue a sí mismo por la salvación del género humano. La vida de la comunidad que sabe lo que significa ese “tanto” ya no sería la misma; el precio pagado por el rescate ha sido muy alto para el Padre, que se ha despojado de su Hijo, no se lo ha reservado en su eternidad, ha decidido que es mejor que su Hijo padezca para liberarnos de padecer lo que estaba destinado a cada uno. Así es el amor grande del Padre, y lo es por igual del Hijo que no dudó en entregarse por el mundo.

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guías homiléticas Junio 22 CUERPO Y SANGRE DE CRISTO Dt 8, 2-3.14b-16a / Sal 147 / 1Co 10, 16-17/ Jn 6, 51-58 Del santo Evangelio según san Juan En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”. (…) (Cf. Jn 6, 51-58).

Palabra del Señor

saciados CON UN ALIMENTO DE ETERNIDAD

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a liturgia solemne de hoy nos introduce en el misterio profundo de la redención, nos permite tomar conciencia de que nuestra participación en el alimento de la Palabra divina y la Eucaristía nos hace responsables de la construcción de la unidad en medio de la comunidad celebrativa.

Dios sorprende también con el alimento Para el creyente el alimento es siempre un don de Dios. En el texto del Deuteronomio la falta de alimento primero, y la abundancia después, tiene un sentido pedagógico, donde Dios educa a su pueblo por medio de la escasez y la abundancia. Lo que Dios da al pueblo peregrino por el desierto es algo desconocido por todas las generaciones. Dios sorprende a su pueblo dándole un alimento que nadie conocía. La finalidad de la escases es que Israel aprenda mientras va de camino a una tierra que mana leche y miel, donde habrá abundancia, que no solo de pan se vive, sino también de toda palabra, y que el alimento dado en cada etapa del camino supera todo lo conocido y saboreado. El verbo “recordar”, con el que inicia el texto, será de gran importancia para no olvidar los beneficios de Dios, la Palabra que le ha hecho salir y ha cumplido lo prometido, de ese modo el pueblo estará en condiciones de agradecer el don recibido. Los cristianos celebramos el memorial (recordar) actualizando el misterio de la redención del Hijo.

Todos constituimos la unidad de la Iglesia Para Pablo quienes participan en la Cena del Señor entran en comunión estrecha con Él hasta formar un solo cuerpo. Dado que por la participación en el cuerpo entregado a la muerte y en la sangre derramada de Cristo la comunidad creyente participa y entra en comunión con Cristo, por lo mismo todos entran en una comunión mutua igualmente estrecha hasta formar un solo cuerpo pese a la multiplicidad de participantes. La comunión con el Señor es el fundamento y cimiento 40

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sobre la que se funda la comunión de los comensales en la Cena del Señor, y deja estrechamente unidos unos con otros en un solo cuerpo. Podríamos llamar a esta comunión (koinonía) “horizontal” ya que es eclesial, fraterna, solidaria, capaz de unir con un vínculo de amor a todos los que participan en la misma mesa. Ambas, la comunión vertical y la horizontal, están estrechamente unidas entre sí. Así, La comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo nos deja estrechamente unidos unos con otros en un solo cuerpo que es la Iglesia. Pablo insiste continuamente en que el cuerpo con todos sus miembros forma una unidad, con la diferencia de que los miembros no constituyen el todo, sino que el cuerpo constituye la unidad y ésta es de Cristo.

Alimentados con una comida verdadera y eterna Lo verdadero es aquello que realmente es, por lo mismo, el alimento que da Jesús es lo más consistente que se puede recibir. Suena extraño hablar de una comida y bebida verdadera, como si hubiese un alimento falso, pero lo cierto es que no todo lo que se consume produce vida, puesto que hay productos que producen muerte. Jesús habla de una comida y bebida “verdadera”, es decir, su alimento, que es su propia carne y sangre, la del Hijo del hombre, vencedor de la muerte y resucitado, es una realidad firme, sólida, vinculante a su persona y misterio salvífico, por eso puede dar vida eterna. Ahora bien, entendamos que el alimento ofrecido por Jesús es “verdadero” en cuanto que es el que da el “Hijo del hombre”, expresión que en el Evangelio según san Juan significa aquel, que habiendo muerto, ha resucitado, ascendido al cielo y está sentado a la derecha del Padre; este alimento se trata de Cristo glorificado que además de verdadero tiene el poder de dar vida eterna. Al acercarnos hoy a recibir este alimento de vida eterna, tomemos conciencia de que se trata del Cristo glorioso, quien al venir a nuestro encuentro nos hace partícipes de su realidad glorificada y nos compromete a ser vida para todos.


Junio 29 SANTOS PEDRO Y PABLO, APÓSTOLES Hch 12, 1-11/ Sal 33 / 2Tm 4, 6-8.17-18/ Mt 16, 13-19 Del santo Evangelio según san Juan Luego les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. (…) (Cf. Mt 16, 13-19).

Palabra del Señor

CIMENTADOS EN LA FE APOSTÓLICA

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a liturgia solemne de los apóstoles Pedro y Pablo convoca a la escucha de la Palabra y por ella a contemplar las maravillas que Dios realiza en quienes, a pesar de su debilidad, se abren a su misterio y su misericordia que todo lo puede y perdona.

El poder de la oración libra a los pastores Dios, por medio de Cristo, ha realizado el proyecto de dar a conocer la Buena Noticia a todos los pueblos. La vida de los justos está en las manos de Dios, dice la Palabra, y en el caso de Pedro, en el texto de hoy, queda más que evidente. Ante una situación de gran peligro, Pedro casi no puede creer la experiencia de la que es partícipe, que el Señor haya enviado a su ángel a librarlo de los que quieren hacerle daño. Pero detrás del pastor está una comunidad que sabe orar sin cesar, que no desfallece con su arma, la oración por los suyos, que en este caso concreto libra de las maldades de los que ostentan el poder y de los seducidos por las autoridades. La oración de la comunidad hace que el poder de Dios se revele en lo imposible. Celebrar a los apóstoles es reconocer que como Iglesia apostólica hemos heredado de ella, testimoniado por las Escrituras, el poder de la oración hecha en comunidad por quienes están en peligro o cualquier otra necesidad. Sí, Pedro se ve obligado a creer que lo que vive es cierto, que Dios lo ha liberado por su ángel.

Al final el premio es la eternidad El apóstol, como también el discípulo, es uno que dispone toda su vida al servicio del Dios y Señor con quien se ha encontrado personalmente, y de quien ha hecho experiencia personal. Pablo fue uno de estos que se han encontrado con Jesús cara a cara y desde aquel momento su vida no tuvo otro sentido más que la misión de anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra. Ahora su vida llega a su final y él no se considera más que un humilde servidor en la viña del Señor. Habiendo

hecho lo que debía hacer, sólo espera la corona merecida que no se parece a la de los juegos olímpicos de entonces, que se marchitaba, sino la de la vida eterna. Se la ha ganado combatiendo, corriendo, perseverando en la fe, luchando solo, experimentándose abandonado de todos, apoyado únicamente en la fuerza de Dios y su Palabra, y siendo librado de diversos peligros. Una vida de tan alto grado de fidelidad merece la corona inmortal. Mirar a Pablo es dirigir la mirada hacia una vida modelo de compromiso evangélico y de lucha contra todos los obstáculos que se puedan presentar, de anuncio incansable del Evangelio, de amor total hacia el Señor Jesús, de compromiso con la Iglesia, de desvelo por las comunidades creyentes.

Pedro tiene el acceso a la salvación en la Iglesia Escoger personas para puestos de mando o dirección es tarea que requiere tiempo, análisis, estudio y hasta consultar a expertos para no equivocarse en la elección. Pues bien, Pedro, el pescador experimentado, el hombre rudo y fuerte, el débil e impetuoso, aquel que siempre tiene una respuesta pronta en nombre del grupo de los Doce, el que se dejará tocar del todo por la fuerza del Espíritu Santo en Pentecostés (aunque antes deberá caer rostro en tierra), es el elegido para la mayor responsabilidad en la Iglesia. Él, el hombre tocado por la Palabra y el Espíritu, recibe de Jesús la investidura como roca firme sobre la que se edifica la Iglesia. Él es el poseedor de las llaves que abren (y cierran), a quienes reconozcan a Jesús como el salvador enviado de Dios y se conviertan, el acceso a la intimidad, al Reino de Dios. Gracias a la acción del Espíritu se le otorga el poder de atar y desatar. En él se le ofrece al creyente de todos los tiempos la posibilidad de acceder a la misericordia divina al reconocer a Jesús. Sí, Pedro es el elegido, a él por la sucesión apostólica se unirán todos para conocer lo que significa una vida bajo la acción de Dios. Celebremos con verdadero gozo a estas dos columnas de la Iglesia, en ellas Dios se revela. abril / junio - 2014 - Vida pastoral no 154

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liturgia

La fiesta de la Eucaristía “PARTES” DE LA MISA

Por: Wilson Zuloaga, ssp

La celebración litúrgica de la Eucaristía consta de dos partes principales: liturgia de la Palabra y liturgia de la Eucaristía; a la vez, cada una de ellas se compone de algunos momentos específicos.

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R

ito de entrada o ritos iniciales. Es el momento inicial de la celebración propiamente dicha, dentro de este rito se comprenden los siguientes pasos: monición de entrada, canto de entrada, procesión de entrada, el saludo al altar, el saludo a la asamblea, la invocación inicial a la Santísima Trinidad y el acto penitencial. Dado que es una celebración festiva, cada uno de estos pasos tiene su razón de ser en el rito de entrada:

Monición de entrada. Generalmente realizada por

un monicionista desde un atril debidamente adecuado para este servicio, en ella se explica el motivo por el cual se ha “invitado a la fiesta”, la razón por la cual el Espíritu Santo convoca a la asamblea para la ceremonia que se va a realizar; equiparado a una fiesta de cualquier otra índole, sería algo así como la Tarjeta de invitación en la que se explican los motivos de la fiesta.

– Canto de entrada. Una vez concluida la monición se da inicio al canto de entrada que acompaña simultáneamente la procesión de entrada. Ya explicamos en la música en la liturgia las características que debe tener este canto, que equiparado a una fiesta de otra índole, sería algo así como el ambiente festivo musical propio de la fiesta que se realiza.

– Procesión de entrada. Debe rea-

lizarse en el preciso momento en que se inicia el canto de entrada. Indica el recorrido del pueblo de Israel hacia la Tierra Prometida y en nuestro caso, el recorrido del pueblo cristiano hacia el Reino de Dios para ir al encuentro con el Señor. La preceden los monaguillos con el turiferario, la naveta, la cruz alta, dos cirios, posteriormente los concelebrantes, si los hay, y de último, el Presidente de la celebración acompañado por el maestro de ceremonias, que en la mayoría de los casos puede ser un diácono. Si el Evangeliario entra en procesión, este debe ir entre los ciriales en manos de un diácono, preferiblemente. En una fiesta de otra índole, este momento se equipara a la llegada de los invitados a la fiesta, por ello, la asamblea acompaña

de pie la procesión de entrada, pues como el pueblo entero no puede entrar igual para evitar el desorden, su posición de pie indica el acompañar el camino en la procesión, pues ellos también están invitados a la fiesta, es más, son los principales invitados al banquete que se va a celebrar.

– El saludo al altar. Ya hemos dicho que el altar es el

lugar principal de la celebración, pues bien, como el altar representa a Cristo mismo, el saludo al Altar no es otra cosa que el saludo al anfitrión de la fiesta, igual como ocurre en cualquier otra fiesta cuando llegan los invitados. Aquí es importante destacar dos aspectos que no se pueden dejar escapar: el Presidente de la ceremonia tiene dos funciones en la celebración: actúa in nomine Ecclessiae y obra in persona Christi, es decir, en nombre de la Iglesia y en persona de Cristo. Una vez hecha esta aclaración, es importante destacar que en la procesión de entrada, para el momento del saludo al altar, lo está haciendo en su primera dimensión, es decir, actuando en nombre de la Iglesia, en otras palabras, él representa a todo el pueblo de Dios congregado para saludar al anfitrión de la celebración.

– El saludo a la asamblea. Al llegar a la sede, el Presi-

dente asume su segunda dimensión, es decir, actúa in persona Christi y asume su rol de anfitrión; por lo mismo, saluda a los invitados a la fiesta, tal como lo debe hacer un buen anfitrión, y en este caso con mayor veracidad, pues se trata de él obrando en persona de Cristo mismo, para dar la acogida a sus invitados al banquete.

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liturqia

– Invocación a la Santísima Trinidad. La asamblea que

se ha reunido en comunidad, lo ha hecho porque ha sido congregada por el Espíritu Santo, y ante esta situación el Presidente asume nuevamente su posición como representante de la comunidad eclesial allí congregada para informar y formar a los asambleístas, indicándoles que están reunidos en el nombre de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Igual ocurre cuando llegamos a cualquier fiesta: el anfitrión dice algo así como: nos hemos reunido para celebrar este acontecimiento en homenaje a… Así mismo, la celebración Eucarística es en homenaje a Dios en su plenitud.

– Acto penitencial:

En este momento disponemos nuestros corazones para asimilar la celebración que ya hemos iniciado; entramos en contacto directo con Dios, y para ello debemos sentirnos en el ambiente apropiado para celebrar. En analogía con cualquier otra fiesta, el acto penitencial nos ayuda a vestirnos el mejor traje para estar bien presentados en la celebración, en otras palabras, el arrepentimiento sincero de nuestros pecados para entrar en comunión con toda la celebración, es nuestro traje de gala en la fiesta.

– El himno del Gloria. Por medio de este himno, que puede ser cantado u orado, agradecemos a Dios por la invitación que nos ha hecho a participar del banquete; es el reconocimiento que hacemos de la grandeza y majestad de la Santísima Trinidad, por quien participamos en tan grande celebración. En comparación con cualquier otra fiesta, podríamos decir que

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el himno del Gloria es el agradecimiento de los invitados al anfitrión por la invitación a la fiesta, y el reconocimiento que los mismos invitados hacen para el homenajeado en la ceremonia.

– Oración colecta. Esta oración, inicial en la ceremonia,

tal y como su nombre lo indica “recoge” las intenciones de toda la asamblea que le presenta a Dios el motivo inicial de su celebración. En analogía, podríamos asimilarla con el momento en el que los comensales manifiestan su disponibilidad para celebrar el acontecimiento al cual fueron invitados.

Liturgia de la palabra. Entramos ahora en el primer gran momento de la celebración. Los ritos iniciales que ya se han realizado para disponernos a la celebración, nos preparan para entrar en diálogo con Dios. En celebraciones dominicales y solemnidades, se ofrecen en la liturgia de la Palabra las siguientes propuestas: primera lectura, generalmente tomada del Antiguo Testamento; salmo con su antífona responsorial; segunda lectura, por lo general tomada de las cartas católicas, preferiblemente las del apóstol san Pablo, y el texto del Evangelio propio del ciclo litúrgico correspondiente. Pero esta liturgia de la Palabra no concluye allí; este es apenas el inicio. Luego vendrá la homilía del Presidente de la asamblea, que es una reflexión para explicar lo que nos propone la Palabra de Dios y cómo debemos hacer vida esa misma Palabra; posteriormente viene la renovación de fe que se manifiesta en el Credo y, por último, la Oración de fieles, en donde pedimos por nuestras necesidades y damos gracias a Dios por los favores recibidos.


La Oración de fieles recoge las

¿Qué significa en sí la liturgia de la Palabra? Pues bien, cada uno de estos momentos tiene su razón de ser.

La lectura de los textos bíblicos nos propone entrar en diálogo con Dios,

escuchando primero lo que Él tiene para decirnos. Recordemos que Él es el anfitrión de la fiesta; ocurre igual en cualquier fiesta: el anfitrión es el primero que nos dirige su palabra para explicarnos todos los motivos que, para el momento oportuno, nos congrega allí.

La homilía, que es equiparable a la palabra de la Iglesia, es la respuesta que damos a Dios de que hemos comprendido muy bien su voluntad cuando nos pide actuar de X o Y forma frente a diversas circunstancias; igual ocurre en cualquier fiesta, es la respuesta que damos al anfitrión en señal de que hemos entendido muy bien el motivo de la ceremonia en la que nos encontramos.

El Credo o profesión de fe es la manifestación que damos a Dios de que creemos firmemente en sus palabras, en sus promesas; es la real afirmación de que nuestro anfitrión es el único Dios y no hay otro. Equiparando a cualquier otra fiesta, diríamos que es el momento del reconocimiento de las bondades del homenajeado en la fiesta, y que por él estamos convencidos de lo que estamos celebrando.

intenciones de todos los asistentes a la asamblea para pedir y dar gracias a Dios. En analogía con otra celebración festiva, podríamos relacionarla con el momento en el que deseamos la alegría para quienes compartimos la fiesta y solicitamos a todos los asistentes el estar unidos en una misma causa por la celebración. Con la Oración de fieles concluye esta parte de la liturgia de la Palabra, para dar paso a la segunda gran parte de la ceremonia: la liturgia de la Eucaristía.

¡Padre

Acompañamiento para el tiempo de Cuaresma El autor trae los acontecimientos de la pasión de Cristo a nuestro tiempo y nos invita a reeexionar sobre las palabras de Jesús y a darles un lugar en nuestra vida.

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liturqia –

La liturgia de la Eucaristía es el se-

gundo gran momento de la celebración. Tiene también varios instantes importantes: procesión de ofrendas, prefacio, plegaria eucarística, consagración o epíclesis, rito de paz, rito de comunión y oración de poscomunión.

Procesión de ofrendas. En este momento la asam-

blea presenta al Señor los elementos que desea consagrar como fruto de su trabajo; es aquí donde se presenta el pan y el vino que, posteriormente, van a ser transformados en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Es bueno recomendar que si se van a presentar otros objetos en la procesión de ofrendas, no debe presentarse nunca la Palabra de Dios, dado que lo que se ofrece es para ser consagrado por Dios; si la Palabra de Dios ya nos ha sido entregada por Él, presentarla en la procesión de ofrendas sería una ofensa en tanto que sería como si le estuviéra “regresando” su Palabra, porque no creeríamos que ya está sagrada. Hay que tener mucho cuidado con este aspecto.

Podría equipararse este momento, al instante de la entrega de los obsequios al homenajeado en la fiesta. –

Prefacio. Como su nombre lo indica, prefacio significa “antes del acto”, ¿cuál acto? Pues el principal de toda la celebración: el misterio de la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. El prefacio dispone a la asamblea para prepararse debidamente al momento crucial; justamente finaliza con el canto del Santo, es decir, con el reconocimiento pleno de la grandeza de Aquel que es “tres veces Santo”. En analogía podríamos asimilarlo al momento que precede a la apertura de los regalos, es decir, es un momento de expectativa, en donde todos los invitados están esperando para ver los obsequios que aún no han sido descubiertos, pero que se sabe que allí están.

Plegaria eucarística. En este momento va a suceder el gran acontecimiento, el de la gran expectación, cuando las especies de pan y vino, por la oración que se realiza, van a ser transformados en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Equiparado a cualquier otra fiesta, sería el momento en que ya el anfitrión, no sólo se dispone a abrir los regalos, sino que lo comienza a abrir y posteriormente va a enseñarlos a los invitados, por ello, hace parte de la misma Plegaria la oración de la Epíclesis que veremos a continuación.

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Consagración o Epíclesis. Es el momento justo

en el que se sucede la “transubstanciación”, es decir, que por acción del Espíritu Santo que desciende sobre las especies de pan y vino, estos se transforman en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Esto sólo puede ocurrir si se pronuncian las palabras exactas de Jesús, lo único que el sacerdote no puede cambiar en la formulación, dado que es por las palabras de Cristo, y no por otra cosa, que el Espíritu Santo obra sobre las especies.

Sintonízala a través de

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Se puede comparar con el momento definitivo en que el homenajeado abre sus regalos y los presenta a los invitados para que todos aplaudan gozosos el acontecimiento, o también puede equipararse al momento de partir la torta: antes de repartirla se prepara, se encienden las velas, se pide el deseo, se soplan las velas y en ese momento se aplaude y felicita al homenajeado. Igual aquí: se prepara la mesa, se dispone el lugar, se ora, se dicen las palabras de Jesús y las especies quedan transformadas en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. –

Rito de paz. Una vez que se ha realizado la tran-

substanciación, toda la asamblea celebra con el saludo de la paz, donde todos reconocen que por la acción de Dios la paz que Él nos da nos ofrece la bienvenida al banquete de bodas del Cordero. En una fiesta cualquiera, puede ser comparada con el momento en que todos los asistentes festejan entre sí el acontecimiento que los reúne en torno al homenajeado. En este rito viene el momento del reconocimiento: el Cordero de Dios; es el instante en que todos los asambleístas reconocen, sin dudarlo, que Aquel que ha sido consagrado está realmente presente en las especies de pan y vino, que ahora son el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Actualidad, entrevistas, mensajes y la mejor música.

Rito de comunión. Con una oración previa, la asam-

blea se prepara a participar del banquete por excelencia, para el cual fue invitado. La comunión sólo está prohibida para aquellas personas que se encuentran excomulgadas o en “pecado mortal”, por lo demás, todos los invitados pueden participar del banquete de bodas del Cordero. Por ese motivo, se dice previamente: Señor, no soy digno… para reconocer que a pesar de nuestras fallas y pecados, Él viene a restaurarnos y lo hace por medio de su sacrificio, propiamente dicho, y el cual estamos a punto de recibir en comunión.

a ye un Inclu osa d nove ta de es propu rio rosa co. ísti eucar

Un valioso instrumento de riqueza doctrinal y espiritual, para que concretemos y vivamos del mejor modo nuestro amor y devoción a la Sagrada Eucaristía.


liturqia En analogía con otra celebración, es el momento en el que todos participamos de la cena, del banquete, los únicos que no participan son aquellos que no han sido invitados porque no hacen parte del grupo de conocidos del anfitrión.

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Oración de poscomunión. Es el momento del agradecimiento por la comida, por la Cena maravillosa que hemos compartido en comunidad, al ingerir el Cuerpo y la Sangre de Cristo que nos fortifica y nos permite salir sanos a vivir aquello que hemos celebrado.

Equiparado a cualquier otra fiesta es el momento de dar las gracias al anfitrión por la Cena que nos ha preparado a los invitados, por haber disfrutado el banquete y por habernos invitado a la ceremonia.

Concluida la Liturgia de la Eucaristía, nos preparamos para el momento final en lo que llamamos el Rito de envío. Este Rito consiste en la despedida, el momento de salir a vivir aquello que hemos celebrado, debemos ir a contar “cómo nos fue en la fiesta”, como ocurre con cualquier otra celebración en la que participamos, en la que salimos a compartir con los demás y decirles aquello que ellos no pudieron festejar y de lo que se perdieron. Este momento nos invita a vivir el acontecimiento con alegría, para contagiar a aquellos que no lo han vivido, con el propósito de que vayan a disfrutarlo cuando tengan la oportunidad. Es la misión que debemos cumplir. De allí que la palabra “misa”, significa realmente “misión”, es este el momento en el que la misa comienza verdaderamente a ser vivida.


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Utilizando la metodologĂ­a catecumenal del Ritual de iniciaciĂłn cristiana de adultos, estas obras insertan a las personas en la vida de la comunidad cristiana y le ayudan a descubrir el Evangelio, para que crezcan en el conocimiento de Dios y vivan elmente el modo de ser y de actuar de JesĂşs.


Testigos de la fe

Por: P. Antonio J. Posada

El papa Juan Pablo II el 9 de abril del año 2000, en nombre de la Iglesia universal, reconoció las virtudes heroicas del P. Marianito y lo proclamó beato.

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Intercesor de Colombia en el cielo Iglesia de Yarumal

Yarumal, en Antioquia, fue el pueblo que vio nacer al P. Marianito de Jesús el 14 de octubre de 1845. Fue el primero de una familia con profunda raíz católica y guiada sabiamente por don Pedro José Euse y Rosalía de Hoyos Echeverri.

La historia de su vocación El joven Marianito tenía un tío

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llos pertenecían a familias que provenían de Francia y España respectivamente, y que llegaron a Colombia antes de que el país se independizara de España… La fe que se cultivaba en estas familias permitió que de allí surgieran varias vocaciones religiosas como la del obispo Valerio Antonio Jiménez de Hoyos y del padre Fermín de Hoyos Echeverri. El P. Marianito fue bautizado en la parroquia Basílica Menor de Yarumal. Así se describe el hecho en el libro VIII de Bautismo: En la Iglesia de Yarumal, a quince de octubre de mil ochocientos cuarenta y cinco, yo el cura que suscribo, bauticé solamente a un niño de un día de nacido, a quien nombré Mariano de Jesús… Doy fe, Julián Palacio. Cura.

Iglesia de Yarumal

En 1855 regía un decreto sobre la libertad de creencia y de culto, no hay religión oficial, por estas razones los padres de Marianito no lo llevaron a la escuela de Yarumal. Ellos mismos le enseñaron a leer y escribir, las cuatro operaciones aritméticas y todo el catecismo de la Doctrina cristiana.

sacerdote: el padre Fermín de Hoyos, quien fue nombrado cura de Girardota y antes de posesionarse visitó a su hermana Rosalía y a sus sobrinos a quienes no conocía. El padre Hoyos se llevó una buena impresión al conocer y tratar íntimamente al joven Marianito, en quien vio, a primera vista, un alma noble, sencilla y con rectos sentimientos. Ya en conversaciones familiares abordó el tema de la vocación y decididamente le preguntó al joven Marianito, ¿te gustaría ser sacerdote como yo? El joven, de inmediato contestó afirmativamente y añadió: “Yo muchas veces lo he pensado y le he pedido a mi Dios, por recomendación de mi madre, que si esa es su santa voluntad, me ayude a cumplirla. Pero no ha sido posible por la situación de pobreza que afrontamos”.

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Testigos de la fe El padre Fermín le dice a los padres de Marianito que si permiten se lo llevaría para Girardota donde le ayudaría con muchos oficios. Los padres del joven, con dolor en el alma, pero a la vez con mucha alegría, permiten que el padre viaje con su sobrino. De Girardota pasó a San Pedro, sirviendo con mucha fidelidad a su tío sacerdote; años más tarde el buen tío Fermín, lleno de alegría, pudo enviar a su sobrino al seminario, con la confianza de que un día no muy lejano lo podría reemplazar en el pastoreo de las almas. El 3 de febrero de 1869 entró al Seminario de Medellín. A partir de 1870 empezó a recibir órdenes sagradas, y el 14 de Julio de 1872, junto a catorce diáconos más, fue ordenado sacerdote. Inició su ministerio sacerdotal como coadjutor del padre Fermín de Hoyos en la parroquia de San Pedro de los Milagros (Antioquia). En esa parroquia se distinguió por la consagración a sus deberes sacerdotales y por su decisión para aprender grandes obras como la Basílica Menor de esa parroquia que hoy es orgullo de la Diócesis de Santa Rosa de Osos.

En 1876 fue nombrado como cura coadjutor de la parroquia Angostura y luego, en 1882, como párroco. El ejercicio de su misión se hizo muy difícil por la guerra civil de esa época. 52

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Ejerció su trabajo pastoral especialmente con los pobres y campesinos, por quienes demostraba predilección. De allí que todos sus feligreses afectuosamente lo llamaban “Padre Marianito”. El Padre Marianito también se destacó por su atención a los enfermos y muchos recibieron alivio gracias al don de la sanación que Dios le había conferido.

La intensidad de su trabajo y su avanzada edad quebrantaron su salud y murió el 12 de julio de 1926. Fue sepultado en medio del dolor de todos sus feligreses que han transmitido a través de las diversas generaciones el respeto por las virtudes del Beato, y glorifican a Dios por los favores que les concede por su mediación.

Padre Marianito, intercesor Varias personas han obtenido favores de Dios por la intercesión del P. Marianito. Es de recordar que se entiende por milagro un hecho sensible producido fuera del orden natural y que por lo tanto tiene a Dios por autor. Los milagros los hace Dios, no los santos. Ellos interceden por nosotros y, si conviene a sus fines, Dios escucha su oración y al conceder lo que se les pide manifiesta el Amor que les tiene. En el presente artículo citamos uno de los innumerables favores que el padre Marianito obtuvo para aquellos que acuden a su intercesión, mostrándonos con ello la gloria inmensa de que goza en el cielo.

El niño Pedro Gross recupera su salud El niño Pedro Gross Posada nació en Hungría, hijo adoptivo del doctor Narciso M. Gross, ciudadano cubano y de doña Lola Posada de Gross, hija de una sobrina del P. Marianito. En 1936 durante las célebres manifestaciones anticomunistas en Budapest contra el secretario del partido, Erno Ogero, éste llamó las fuerzas soviéticas para que ayudaran a disuadir el movimiento. Los soviéticos entraron en acción con 200.000 hombres y 2.500 tanques de guerra. Entre los 30.000 húngaros que perdieron la vida cayeron los padres del niño Gross quien poco después, con otro niño huérfano, fue llevado a Cuba y allí fueron adoptados legalmente por los esposos Gross Posada. Una noche el niño dormía mientras sus padres atendían una visita. De repente se aparece en el salón gritando desesperado: “Mamá, yo no tengo cabeza, ¿qué se hizo mi cabeza?”. Estaba como loco. Inmediatamente fue conducida a la clínica donde los médicos


diagnosticaron una encefalomielitis…; pero, para mayor seguridad, recomendaron que se llamara a otro doctor, el mejor especialista cubano que recientemente había llegado de Alemania. Éste acudió al momento y confirmó el diagnóstico de sus colegas. Entre tanto, el niño ya había entrado en estado de coma; sin embargo, lo inyectaron y lo aislaron, por ser esta enfermedad muy contagiosa. El especialista, en vista del caso tan especial, no quiso retirarse de la clínica, y para consolar a la madre quien de rodillas con su esposo, junto al lecho del enfermo, lo encomendaba al padre Marianito, le decía que era preferible que el niño muriera, porque de lo contrario, quedaría loco o ciego, o ambas cosas. Cuando el niño desesperado daba a comprender con la mirada o los movimientos que le dolía fuertemente la cabeza, la madre le ponía sobre la frente un retrato del padre Marianito que siempre llevaba consigo. A las dos de la madrugada el médico examinó al niño y dijo que no tenía más de una hora de vida. Pero sucedió lo contrario: minutos después el niño gritó. El médico, visiblemente asustado, acudió en seguida. La madre, creyendo que había llegado el momento decisivo, lo apretó fuertemente con el retrato empuñado, le pidió al padre Marinito que, si no era voluntad de Dios devolverlo a la vida, se lo llevara sin dejarlo sufrir. Pero el niño se incorporó y llamó a su mamá. “Esto es imposible señora, exclamó el médico, yo no creo en milagros, pero lo que veo no tiene explicación a la luz de la ciencia”.

Al día siguiente el niño salió de la clínica perfectamente curado, sin lesión alguna y continuó con su vida normal. Luego de muchos años de investigación la Santa Sede proclamó el hecho como milagro por cuanto médica y científicamente no fue posible explicarlo. El milagro, unidos a los muchos testimonios de los fieles devotos del padre Marianito, que no se cansan de promulgar los favores recibidos, dio a este humilde sacerdote un lugar en los altares, reconociendo así su heroicidad al vivir los valores del Evangelio en el seguimiento de Cristo.

Una invitación a vivir la PASIÓN DEL SEÑOR para tomar un camino de crecimiento espiritual como preparación a la Pascua.


Especial Por: P. Jorge Enrique Cortés, ssp

En el mes de mayo todo el pueblo cristiano se regocija expresando, de las maneras más floridas e ingeniosas, su devoción a la Virgen. Presentamos aquí el itinerario mariano del P. Santiago Alberione, apóstol de los medios de comunicación y fundador de la Familia Paulina, diez instituciones religiosas al servicio del Evangelio con obras como: la Revista Vida Pastoral, Pan de la Palabra y las librerías San Pablo.

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o hay duda de que la devoción a María, como todo lo grandioso, nace desde el vientre materno.

En el caso del P. Alberione no hubo excepción a esta regla. En efecto, su madre Teresa Alocco, mujer profundamente cristiana, campesina de costumbres sencillas, que sólo sabía hacer tres cosas: orar, tener paciencia y cuidar de los hijos, como el mismo P. Alberione la definió, apenas nació su hijo Santiago lo consagró a Santa María de las Flores, de Bra, como había hecho con cada uno de sus hijos anteriores. Y día a día, junto con la leche materna, Teresa les iba infundiendo a sus hijos esa profunda devoción a María más que con palabras, con ejemplo, con la oración y con el trabajo. Con razón el P. Alberione decía: “Desde las rodillas de mi madre hemos aprendido a amar profundamente a la Virgen”. Pero el amor que tenía Teresa Alocco a la Virgen no era cuestión de impulsos, sino que a ella le encomendaba todas las acciones del día. Un detalle nos los demuestra. Cuenta el P. Alberione: “Tenía yo nueve años y un día, al regresas de la escuela lleno de alegría, le dije a mi madre: ‘Gané el año’. Pero no me atreví a decirle que había prometido prenderle una lamparita a la Virgen. Viéndome inquieto, mi mamá me adivinó la razón y me dijo: ‘Ve, y préndele a la Virgen no una vela pequeña, sino una grande’”.

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A esa misma Virgen, patrona de las madres, recurrió la mamá de Alberione, con el corazón destrozado, para encomendarle la vocación de su hijo Santiago que acababa de ser expulsado del Seminario de Bra. Y las súplicas de esa madre, como en el caso de san Agustín, no quedaron sin respuestas. Con razón el P. Alberione atribuía a las oraciones de su madre su vocación al sacerdocio. ¡Tanto puede el amor de una madre! Con el traslado de su familia a Cherasco cambió también en el joven Alberione su devoción a la Virgen. Ya no era la Virgen abandonada con las milagrosas flores de los ciruelos, de Bra, sino la madre amorosa que reinaba en una capilla perdida entre los árboles, cariñosamente llamada “La virgencita”. A ella dedicó el P. Alberione su primer trabajo redaccional, y a ella encomendó también las primicias de sus ministerio sacerdotal, como a la “más tierna de las madres y a la más poderosa de las reinas”. Otras devociones marianas del joven Alberione, quizá menos conocidas pero no por eso menos importantes, fueron a Santa María de Sálice o del Lago, en Fossano, parroquia de la cual dependía el pueblecito donde nació Alberione, quien a los ochenta años todavía evocaba con cariño: “Siempre recuerdo la Parroquia de la Virgen del Sálice donde fui bautizado” porque “la fuente” bautismal es el Belén de cada uno. No menos cariño y devoción profesó el joven Alberione a la Madre del Buen Consejo, imagen que se veneraba en el Seminario de Alba y a la cual dedicó apasionadas súplicas y oraciones en su “Diario juvenil”. En 1923 el joven sacerdote Alberione sufrió graves quebrantos de salud y fue enviado a Benevello, donde se veneraba a la Virgen de la Langa, a la cual, según los ancianos del lugar, Alberione iba diariamente a rezar el Rosario y donde encontraba escritas oraciones que los niños del lugar le dirigían a la Virgen pidiendo que regresaran sus padres de la primera guerra mundial. Podemos aplicar lapidariamente la frase de Alberione para sintetizar su devoción mariana de los primeros años: “Cómo era de fácil orar a la Virgen cuando éramos pequeños”.

Pero la Virgen a la cual el P. Alberione como seminarista, como sacerdote, como fundador acudió con mayor frecuencia y devoción para dar gracias y para pedir luz, fuerza y ayuda especial, fue la Virgen de la Moretta, imagen campesina que ostenta en su mano derecha una pera, fruto de esas tierras. Fue también allí, a los pies de “La Morenita”, donde el obispo de Alba, Mons. Re, profundamente impresionado por la elocuencia de ese joven sacerdote que había predicado el triduo a la Virgen, le dijo solamente; “A tu ministerio sacerdotal ordinario te añado otro: la dirección del seminario diocesano La Gazetta d´ Alba”. No aparece claro por qué, pero en los primeros años de la congregación la piedad mariana estuvo centrada en la devoción de la Inmaculada, tal vez porque durante el curso teológico el joven Alberione había sido inscrito en el “Círculo de la Inmaculada”, pero también porque la Inmaculada le suscitaba una lucha sin cuartel al pecado y le inspiraba protección de la pureza, virtudes fundamentales de la vida religiosa. Por esto a la Inmaculada le confió la protección de los aspirantes más jóvenes, a los que llamo “inmaculatinos”, y por eso también los locales y corredores del seminario paulino estaban adornados con imágenes de la Inmaculada. Con especial cariño se recordaba “la blanca Señora del Jardín”, imagen de la Inmaculada a la cual, después de las comidas, los jóvenes iban cantando a visitarla y, como decía el P. Giaccardo, “desde los patios de Alba, la Inmaculada oraba por nuestros jóvenes, los asistía durante las recreaciones y bendecía los trabajos de los hijos y de las hijas de San Pablo y de los Cooperadores de la Buena Prensa”. Pero fue la devoción a la Reina de los Apóstoles la que marcó la vida del P. Alberione. A ella le dedicó toda su persona; de ella escribió y predicó al infinito; a ella le consagró el magnífico santuario de la Reina de los Apóstoles, en Roma, porque en esa devoción descubrió el joven Alberione un camino nuevo de apostolado y un cántico de gloria para los tiempos nuevos.

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en librería DE Abril A Junio LEEMOS

EL RECOMENDADO ES... PARA CONOCER AL PAPA BERGOGLIO Bergoglio es el primer Papa nacido en América. Muchos se preguntan qué puede significar esto para América Latina en particular. Sin embargo, sus orígenes no tienen raíces ni vertientes en los pueblos indígenas ni afrodescendientes. No obstante, desde el inicio de su pontificado el papa Francisco ha mostrado una gran preocupación por los pobres y marginados, y su nombre dice mucho del horizonte que dará a su papado. Se espera del papa Francisco que dé curso libre a las teologías latinoamericanas, que han nacido bajo el signo de la liberación, pero también a las teologías que han florecido en África bajo el impulso de la descolonización y de la inculturación del Evangelio; a las teologías de Asia, atentas a las grandes

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religiones del continente, a su contribución salvífica y al necesario diálogo del cristianismo con las mismas. Que la Iglesia sea una gran sinfonía en la cual se juntan todas las diversidades, en el compromiso por los pobres y en seguimiento del Jesús pobre y liberador. El presente libro no sólo narra la vida del papa Bergoglio sino que hace un recorrido por diversos aspectos de tipo social, político y teológico que marcaron los pasos del nuevo Papa y los rasgos fundamentales de su pontificado. El autor desglosa muy bien los puntos esenciales sobre los cuales trabajará Francisco en su papado. Entre otros: la opción por los pobres y marginados, la cultura del encuentro y la búsqueda de las periferias en la misión evangelizadora.


DEL VIVIR APÁTICO AL VIVIR SIMPÁTICO PADRE PERDÓNALOS La Cuaresma es tiempo para recordar el bautismo y purificar todo aquello que desfigura la imagen de Dios en nosotros. Se trata de un tiempo para limpiarnos interior y exteriormente, pues la oración y la meditación limpian el espíritu, y el ayuno limpia el cuerpo. Anselm Grün, a través de estas páginas, acompaña al lector a vivir la Cuaresma con verdadero fervor e intensidad, de manera que este período de arrepentimiento y conversión produzca auténticos frutos que permitan vivir plenamente la alegría pascual. El autor vuelve a las 7 palabras de Jesús, en las cuales se resume su mensaje de amor. Estas palabras limpian aquellas que nos rondan y que, según Grün, cuando proferimos, manchan nuestro espíritu. A partir de la lectura y meditación de cada una de las pala-

bras que pronunció Jesús en la cruz, podemos descubrir nuestros miedos y enfrentarlos de modo que podamos reconciliarnos con nosotros mismos y con quienes nos rodean, abandonándonos en el amor de Dios. De manera muy pedagógica Anselm Grün conduce a los lectores por un camino de discernimiento y de sanación interior. Expone las siete palabras de Jesús, que hablan a los siete miedos fundamentales del ser humano, transformándolos. Las lecturas del evangelio, las reflexiones del autor en torno a las siete palabras y los ejercicios propuestos constituyen un programa de entrenamiento para vivir una auténtica Cuaresma, de modo que logremos una sanación espiritual que diluya todos los miedos y limpie también nuestro modo de pensar y de hablar.

En la cultura materialista actual, la muerte ha perdido sentido. Su significado se ha confundido en el afán de inmediatez y en el ruido de las soluciones terapéuticas que se ofrecen hoy en día a los dolientes. El progreso ha pretendido vencer a la muerte, lo cual ha implicado una desvalorización absoluta del dolor y del sufrimiento. El hombre contemporáneo ve como obligatoria la felicidad y como casi vergonzoso todo tipo de dolor espiritual o físico. Tal actitud la entiende el autor, Fernando de Almeida, como una apatía fundada en la ilusión de una vida sin dolor y sin conflictos. Así es la sociedad moderna y consumista. En oposición, el mensaje cristiano de la Salvación, que se manifiesta a través del cuerpo de Cristo, asume el dolor y el sufrimiento como elementos esenciales de su acontecer. La vida humana, en su condición dolorosa y mortal toma sentido en el proyecto de sal-

vación, pues Dios se hizo hombre para participar de todas las miserias y sufrimientos del ser humano, y luego levantarse de la muerte del pecado y de la carne. La experiencia de fe en el Crucificado y Resucitado se hace posible en un horizonte cultural que considera el conflicto, el sufrimiento y el dolor como aspectos necesarios de la vida, y que comprende el sentido de la muerte. El autor sigue la teología de Jürgen Moltmann −quien concibe a Dios presente en el sufrimiento humano, no como una divina presencia que elimina el dolor conduciendo a la apatía, sino como el Salvador que permite la superación e integración del sufrimiento en la propia vida, en un auténtico vivir “simpático”− para abordar el dolor desde Dios mismo, rompiendo la tradicional visión de su impasibilidad total y absoluta. Un libro recomendado para los estudiosos y para aquellos que buscan un sentido a una pérdida o a su propio sufrimiento.

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Cultura

Los

primeros

de la

familia

paulina

Por: Constanza Moya

Hoy, que las redes y los instrumentos de la comunicación humana han alcanzado desarrollos inauditos, sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación. De este modo, las mayores posibilidades de comunicación se traducirán en más posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos. Si pudiéramos seguir ese camino, ¡sería algo tan bueno, tan sanador, tan liberador, tan esperanzador!

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itamos este fragmento de la exhortación apostólica del papa Francisco. Lo hacemos porque en su palabra encontramos un significativo punto de contacto con la intuición carismática que, cien años atrás, tuviera Santiago Alberione. Él, siguiendo el ejemplo de Pablo, se empeñó en evangelizar a través de todos los medios de comunicación social.

C

En el 2014 se cumplen los cien años de fundación de la Familia Paulina. Recorriendo un siglo de historia, los hijos y las hijas del beato Alberione, periodistas, colaboradores, redactores, simpatizantes y los numerosos lectores lo recuerdan con gran admiración. Reconocen en su obra el coraje, la audacia de quien, como un profeta, ha sabido leer los signos de los tiempos para identificar la estrategia más apropiada y eficiente que continúe con la incontenible necesidad de llevar el Evangelio a todos. Podemos preguntarnos entonces: ¿Qué cosas han cambiado desde los inicios hasta hoy? ¿El carisma suscitado por el fundador ha contribuido a la difusión de la Buena Nueva? ¿De qué modo? Para responder a estas preguntas vale decir que, hoy en día, la Familia Paulina, llevando adelante la meta primordial que propusie-

ra el fundador, la salvación de las almas, divulga los valores humanos y cristianos en los diversos ámbitos. Con libros, publicaciones periódicas, radio y videos, y utilizando las nuevas tecnologías, llega a diferentes tipos de público −niños, adolescentes, jóvenes y adultos− a quienes se les habla de todo cristianamente, al tiempo que se les ofrece una alternativa particular, diferente a lo que suele ofrecer la sociedad de consumo. En Colombia, con la inauguración de su primera librería el 18 de junio de 1947, la Sociedad de San Pablo empieza a realizar su gran aporte a la fe y a la cultura del país. Ubicada en el centro de Bogotá, en la carrera sexta con calle 12, en esta librería se empezó a difundir el mensaje de Cristo y, junto con éste, el interés por lecturas que alimentaban el espíritu1. De igual modo hizo con el advenimiento de la revista Familia Cristiana, desde 1953, a cargo del padre Renato Perino, y con la colaboración de Gastone Bettelli. Con el pasar de los años las librerías San Pablo se extendieron por todo el país y, en la actualidad, continúan comunicando el mensaje del Evangelio y fomentando la cultura en las regiones donde están presentes. En cuanto a la revista, actualmente circula Vida Pastoral y otras publicaciones periódicas; además, se utilizan las nuevas tecnologías como mecanismos y recursos de difusión.

Comunicar es una aventura, un empeño que requiere energía y preparación permanente, más aún si se trata de valores, lo cual va contracorriente de la sociedad moderna comúnmente vacía y consumista. Tal fue el desafío que dejó Santiago Alberione a la Familia Paulina, y ésta ha respondido valiéndose de todos los instrumentos de comunicación que ha desarrollado el progreso. Las nuevas tecnologías lejos de ser una amenaza para la difusión de la Buena Noticia, constituyen una oportunidad para llevarla hasta los hogares, hasta el corazón de todo aquel que entra en contacto con el carisma y el proyecto paulino. Así, pues, la Sociedad de San Pablo, durante estos 100 años y en constante diálogo con la historia y la cultura de los países donde ha logrado insertarse, se ha empeñado en perpetuar la misión de san Pablo, quien llevó a cabo lo que podría llamarse un verdadero apostolado de las ediciones con el fin de comunicar al mundo el Evangelio de Cristo. De la mano de este mensaje, la presencia de la Familia Paulina ha contribuido a formar la conciencia ciudadana de las personas, a educar individuos que conformen mejores comunidades y, por tanto, una sociedad mejor.

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En Apuntes de Teología pastoral, Alberione expresa la pertinencia de una buena biblioteca en el seminario. Según él, los deseos de leer crecen día a día, por eso es necesario tener acceso a una lectura sana que remplace la “lectura envenenada” que abunda en nuestra sociedad (ATP 340).

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Biblia

Por: Ariel Álvarez Valdés

“Por qué me has abandonado” Una de las frases más incomprensibles que jamás haya pronunciado Jesús, fue la que dijo antes de morir en la cruz. Tras varias horas de agonía, y presintiendo que su muerte era ya inminente, lanzó un grito terrible: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27, 46; Mc 15, 34).

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Estas misteriosas palabras, solamente contadas por Mateo y Marcos, siempre intrigaron a los lectores de la Biblia, que hasta el día de hoy se preguntan cómo pudo escapársele a Jesús semejante queja. ¿Sintió, acaso, que su misión había fracasado? ¿O percibió que Dios, su único apoyo durante la vida, le falló a la hora de la muerte? ¿Pensó Jesús que moría como un hijo abandonado por su Padre? Tomadas al pie de la letra, tales palabras podrían hacernos creer que Jesús murió en la desesperación.

La amargura de un rezo

Cuando Dios ayudaba a los buenos

Pero no fue así. Jesús al pronunciar esa frase en realidad estaba rezando un salmo. En efecto, si buscamos en nuestras Biblias, veremos que el Salmo 22 empieza precisamente así: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Y continúa: A pesar de mis súplicas mi oración no te llega. Dios mío, de día te grito y no respondes. De noche, y no me haces caso.

Pero esta respuesta, a su vez, nos lleva a plantearnos otra cuestión. ¿Por qué los evangelistas conservaron el recuerdo tan insignificante del rezo de un salmo por Jesús, cuando detalles que los historiadores juzgan más trascendentes (como las precisiones cronológicas de la pasión, la forma que tenía la cruz, el modo en que fue crucificado) ni siquiera son mencionados?

¿Por qué Jesús pronunció un salmo tan amargo y desalentador en el momento de morir?

Para contestar esto es necesario tener en cuenta algo que hoy ya no llama la atención, y es el escándalo que significó la muerte de Jesús para los judíos de aquel tiempo. Por varias razones.

Más bien sucede lo contrario. El salmo 22, titulado “Oración de un justo que sufre”, es uno de los salmos más esperanzadores de toda la Biblia. La primera parte describe los sufrimientos por los que atraviesa un hombre inocente (v. 2-23). Pero la segunda (v. 24-32) es un magnífico acto de confianza en que Dios lo librará de todas esas angustias. El final dice: Fieles del Señor, alábenlo; porque no ha sentido desprecio ni repugnancia hacia el pobre desgraciado; nunca le negó ayuda; cuando pidió auxilio lo escuchó; los que buscan a Dios lo alabarán y vivirán eternamente; a mí me hará vivir para Él; mi descendencia lo servirá y hablará del Señor a las generaciones futuras. ¿Entonces por qué los evangelistas citan las primeras palabras, y no las últimas que son las esperanzadoras? Porque para la mentalidad judía citar el comienzo de un salmo equivale a citar el salmo entero. Por lo tanto, al poner las palabras iniciales, los escritores dan a entender que Jesús recitó todo el salmo. Así lo entendió también el autor de la Carta a los Hebreos (2, 11-13) cuando, al hablar de la pasión del Señor, dice que Jesús en la cruz rezó el final del Salmo 22, y no las palabras dolorosas del comienzo, que son las que traen los evangelistas.

En primer lugar, porque en la época de Jesús existía la convicción de que, cuando una persona era fiel a Dios y cumplía sus mandamientos, Dios siempre acudía a salvarlo y no permitía que le pasara nada malo. Todo el libro de Daniel, por ejemplo, expone esta idea en forma de cuentos: a cuatro jóvenes judíos que se niegan a comer alimentos prohibidos, Dios los engorda milagrosamente (Dn 1, 3-15); a Azarías y a sus compañeros, arrojados en un horno encendido por no adorar la estatua del rey Nabucodonosor, el fuego ni los toca (Dn 3, 46-50); a Daniel, abandonado en el foso de los leones por ser fiel a Dios, lo hace salir vivo (Dn 6, 2-25); a Susana, la libra de las falsas acusaciones contra su honor (Dn 13). El mismo libro de la Sabiduría lo afirma: “Si el justo es hijo de Dios, Él lo ayudará, y lo librará de las manos de sus enemigos” (Sb 2, 18). Cualquier judío, pues, compartía la idea de que Dios salva siempre al hombre inocente. ¿Por qué entonces no lo salvó a Jesús? La conclusión que se imponía era: Jesús debió ser un pecador.

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biblia

Que lo digan los salmos Frente al escándalo, difícil de disimular, de la ignominiosa muerte de Jesús, los primeros cristianos, iluminados por Dios, encontraron una solución: demostrar que todo lo que le había sucedido a Jesús, en su pasión y muerte, estaba ya anunciado en el Antiguo Testamento. Que todos los sufrimientos del Maestro estaban previstos por Dios, y ocurrieron según su voluntad. Y que incluso hasta los menores detalles de su escandaloso final habían sucedido “para que se cumplieran las Escrituras”.

La muerte de un delincuente En segundo lugar, porque a Jesús lo mataron los representantes de Dios, es decir, los sacerdotes. Y lo hicieron en nombre de la Ley de Dios. Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir, exclamaron sus acusadores ante Pilato (Jn 19, 7). Jesús, pues, no murió como un profeta sino como un delincuente. Finalmente, porque la clase de muerte que sufrió (colgado de un madero), lo convertía automáticamente, según la Biblia, en un maldito de Dios. En efecto, un versículo del libro del Deuteronomio afirmaba: “El que cuelga de un madero es un maldito de Dios” (Dt 21, 23). Y de todas las muertes, justamente ésa fue la que sufrió Jesús. Para el pueblo judío, entonces, Jesús murió: a) sin el auxilio divino; b) en nombre de las autoridades religiosas; y c) maldito por Dios. ¿Era posible una muerte más vergonzosa? ¿Cómo podrían los cristianos convencer a la gente de que Él era el Mesías, el Hijo de Dios que venía a salvar a su pueblo? Ningún judío piadoso lo habría jamás aceptado.

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Como el libro más leído, conocido y meditado por la piedad judía era el de los Salmos, allí fueron los cristianos a buscar elementos para probar las circunstancias proféticas de la muerte del Señor. Por eso en la pasión de Jesús se acumulan, más que en ningún otro momento de su vida, las referencias a los Salmos (más de veinte), como si allí hubieran querido concentrar todo el cumplimiento de las predicciones bíblicas. Y por eso mismo, los relatos de la pasión y muerte de Jesús no ofrecen precisiones históricas, ni dan una crónica exhaustiva de los hechos. Pasan por alto muchas escenas importantes, dejan otras en penumbra, y más bien se detienen en aquéllas que pueden encontrar su apoyo en las Sagradas Escrituras, aun cuando sean de poco interés.

Cada comunidad cristiana, y cada evangelista más tarde, hizo lo que pudo en este esfuerzo de explicar, mediante las profecías de los Salmos, el “escándalo de la cruz”. ¿Y cuáles son los salmos que encontraron?


en el huerto de Getsemaní, los evangelistas relatan que Jesús les hizo a sus discípulos esta confidencia: “Mi alma está triste hasta la muerte” (Mt 26, 38; Mc 14, 34), para que se cumplieran las palabras del Salmo 42, 6 (en su versión griega).

Hiel en vez de mirra

El arresto y la agonía Ya en el comienzo de la pasión, mientras Marcos y Lucas dicen que eran los sumos sacerdotes y escribas quienes conspiraban contra Jesús y que andaban buscando cómo apresarlo, Mateo, más cuidadoso, dice que fueron los jefes, y menciona una reunión que hicieron para atraparlo (Mt 26, 3-4). Porque así se cumplía la profecía del Salmo 2, 2: los jefes se reunieron contra Dios y su Mesías. También a la traición de Judas la explica san Juan (13, 18) con la profecía de un salmo. Afirma que eso sucedió porque tenía que cumplirse la Escritura (del Sal 41, 10) que dice: “El que comparte mi pan se volvió contra mí”. Y más adelante lo reitera: “Ninguno de ellos se ha perdido excepto el que debía perderse, para que se cumpla la Escritura” (Jn 17, 12), refiriéndose al mismo salmo. El hecho incomprensible de que Jesús, a pesar de haber pasado haciendo el bien y ayudando a los más pobres, fuera odiado y rechazado por las autoridades judías, estaba igualmente anunciado en los salmos. Jesús lo dice: “Nos odian a mí y a mi Padre, pero así se cumple lo que está escrito en su Ley” (Sal 69, 5): me han odiado sin motivo (Jn 15, 24-25). Y al contar la terrible agonía

Al ser arrestado Jesús y llevado ante las autoridades, refieren los Evangelios que el Sumo Sacerdote le preguntó: “¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios Bendito?”. Y Él le contestó: “Sí, yo soy. Y verán cómo el Hijo del hombre se sienta a la derecha del Todopoderoso y viene entre las nubes del cielo” (Mc 14, 62). Así se cumplía lo dicho por el Salmo 110, 1, que para los evangelistas profetizaba la glorificación de Jesús por Dios. También la intervención de testigos falsos contra Jesús, durante el juicio ante el Sanedrín (Mt 26, 5961; Mc 14, 55-59), estaba prevista en los Salmos 27, 12 y 35, 11: “Se levantan contra mí testigos falsos, y me preguntan de lo que nada sé”.

Luego de condenar a muerte al Señor, lo llevaron al monte Calvario. Entonces Marcos dice que le ofrecieron vino con mirra antes de crucificarlo (Mc 15, 23). Era una bebida que solía invitarse a los condenados a muerte como narcótico para atontarlos y atenuar así los sufrimientos. Y añade: Pero Él no lo tomó. Mateo en cambio no dice que le dieron vino con mirra, sino vino con hiel, y contrariamente a Marcos dice que sí lo probó (Mt 27, 34). Hizo estos cambios para demostrar que se estaba cumpliendo la profecía del Salmo 69, 22 (en su versión griega), que decía: "Me han dado hiel como alimento".

Los regalos y el sorteo Cuando desvistieron a Jesús para crucificarlo, llama la atención que los cuatro Evangelios anoten el detalle insignificante de que los soldados se repartieron sus ropas y sortearon la túnica que sobraba para ver a quién le correspondería. Y Juan explica por qué era importante este detalle. Porque así se cumplía la Escritura (del Sal 22, 9) que dice: “Se han repartido mis vestidos, y han echado a suerte mi túnica” (Jn 19, 24). Por lo tanto, hasta el hecho trivial del destino de sus ropas, estaba previsto en el plan de Dios. Al contar las burlas que le hacían a Jesús los que pasaban por el lugar, Mateo dice que movían la cabeza y decían: “Ha confiado en Dios, que Él lo libre ahora, ya que lo ama” (Mt 27, 39). Para que se cumpliera lo anunciado en el Salmo 22, 8-9, que dice: “Mueven la cabeza y dicen: ‘Ha confiado en el Señor; que Él lo libre... ya que lo ama’”. Y Lucas añade que hacían muecas de burlas frente a Jesús (Lc 23, 35), para recoger, la profecía de ese mismo Salmo: “Todos me hacen muecas de burlas” (Lc 22, 8).

abril / junio - 2014 - Vida pastoral no 154

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biblia

Las últimas palabras En medio de terribles tormentos, y ya próximo a su muerte, Jesús exclama: Tengo sed. Dice san Juan que eso ocurrió para que se cumpliera la Escritura (del Sal 22, 16) que predecía: “Mi paladar está seco como una teja, y mi lengua se pega al paladar”. Entonces los soldados corrieron y le ofrecieron vinagre, y Jesús lo bebió (Jn 19, 29). Con esto se cumplía una nueva profecía, la del Salmo 69, 22: “Cuando tenía sed, me dieron vinagre”. Llega, entonces, el momento de las últimas palabras de Jesús. Con gran agudeza, Mateo y Marcos sostienen que fueron: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has aban-

Lucas, que compuso su Evangelio para lectores no judíos, y por lo tanto poco conocedores de salmos, temió escandalizarlos con estas palabras, y prefirió poner en boca de Jesús otra expresión, también de un Salmo (31, 6), pero que era menos ambiguo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46). Estas fueron, para Lucas, las últimas palabras que Jesús pronunció.

Los huesos rotos

No era un castigo de Dios

Lo que sucedió al morir Jesús

Los primeros cristianos buscaron en el Antiguo Testamento la razón por la cual a Jesús le tocó sufrir una muerte tan cruel como injusta. Y descubrieron que en los Salmos, especialmente los de lamentación y confianza, estaban anticipados todos los sucesos de la pasión.

estaba también previsto por los salmos, según los evangelistas. Lucas, por ejemplo, anota que sus familiares se mantenían a distancia presenciando la desgarradora escena (Lc 23, 49), porque el Salmo 38, 12 había profetizado: “Mis familiares se mantienen a distancia”. Y Juan (19, 36) relata que los soldados rompieron las piernas de los dos ladrones crucificados junto a Jesús, pero que a Él no le quebraron las piernas, sino que lo atravesaron con una lanza en el costado, para que se cumpliera la profecía del Salmo 34, 21: “Dios cuida de todos sus huesos, ni uno solo será quebrado”.

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donado?” (Mt 27, 46; Mc 15, 34). De este modo, como ya dijimos, mostraban a Jesús como el hombre inocente y bueno que sufría injustamente, y que por lo mismo sería luego rehabilitado por Dios.

Vida pastoral no 154 - abril / junio - 2014

Allí se hallaba la explicación teológica de esos acontecimientos. Su muerte, por lo tanto, no había sido un “castigo de Dios”. Jesús no era sino el justo que había venido a cumplir las profecías de ese inocente que aparecía en los Salmos sufriendo injustamente, cargando el peso del odio de sus enemigos, pero con toda su confianza puesta en Dios.


La vida: un salmo en dos partes Los relatos de la pasión de Cristo no son narraciones biográficas, sino teológicas. Es decir, los evangelistas no quisieron ofrecer un relato históricamente exacto, ni detallar con precisión cómo sucedieron aquellos hechos, sino únicamente explicar cuál era el sentido de la muerte de Jesús. De ahí las grandes lagunas que existen en estas narraciones, y los desacuerdos entre los cuatro relatos.

Los relatos de la pasión fueron compuestos para lectores creyentes. Y al presentarlos como el cumplimiento de citas y pasajes del Antiguo Testamento, aunque fueran de escaso interés (como el reparto de las vestiduras, o el vinagre que le ofrecieron a beber), sus autores pretendieron únicamente enseñar que Jesús era, en verdad, el enviado de Dios. Y que al estar previsto por la Palabra de Dios todo lo vivido en su pasión, podía ser aceptado sin recelo como Salvador de la humanidad. El día que Jesús murió, Dios guardó silencio. Un silencio atroz, que parecía dar la razón a los verdugos que lo condenaron. Sin embargo, los primeros cristianos descubrieron, años más tarde, que Dios no se había callado. Que desde hacía siglos venía gritando, desde los Salmos, lo que a su Hijo le tocaría padecer, por mantenerse fiel al Amor que predicó. Pero que, a pesar de todo, lo iba a acompañar, sostener y cuidar hasta el final. Dios ha prometido cuidar siempre de los hombres, especialmente de los que sufren o atraviesan dificultades. Y lo cumplirá. Cuando nos veamos desbordados por los problemas o las angustias de la vida, nunca pensemos que Dios guarda silencio. Sólo es la primera parte del salmo. Falta aún la segunda. Y Dios es fiel hasta el final.

Obras para entender y profundizar los temas del ciberespacio, la cibercultura y la cultura digital.

La dromocracia cibercultural

El habitus en la comunicación Comunicación y cultura en las minorías

Culturas y artes de lo poshumano El perfume de los limones


Pido la palabra ¡LA ALEGRÍA DE RECIBIR! Por: P. Fernando Torre

«Hay mayor alegría en dar que en recibir» (Hch 20, 35). Esta frase de san Pablo la hemos entendido parcialmente: sólo desde la perspectiva del que da y no del que recibe. Y es que dar nos produce alegría, nos hace sentirnos “buenos”, nos da la sensación de ser útiles y nos pone en una situación de superioridad respecto del que recibe. ¡Dar, dar!, ésa es nuestra consigna. Pero al estar tan preocupados por dar, nos olvidamos de que en cualquier relación interpersonal, tan importante como dar es recibir. Saber recibir es un arte, que hace feliz a mi hermano. “La mejor manera de ayudar a una persona es permitirle que te ayude”. Pero, ¿por qué nos cuesta tanto recibir? Porque nos sentimos autosuficientes o no somos conscientes de nuestra limitación ni de la necesidad que tenemos de los demás: “Hay seres incapaces de amistad porque les falta la conciencia de su menesterosidad, propia del niño según el Evangelio: sólo poseen un voluptuoso placer de dar; no se sienten apremiados ni deseosos de dar a los demás recibiendo ellos”. La reciprocidad es regla de la amistad: dar y recibir. “Recibir amor ha sido siempre la mayor urgencia para vivir el amor. Recibir es el único camino para saberse desde dentro llamado a dar. Y capacitado para hacerlo”. Cuántas amistades no son verdaderas porque uno de los amigos no sabe recibir. Requerir la ayuda del amigo es signo de confianza. Tu amigo (si lo es de verdad) se sentirá honrado. Todos nos sentimos heridos cuando un cercano prescinde de nosotros. “¿Cómo no me has llamado para que te diera una mano?”. La pretensión de estar exclusivamente en actitud de dar es ofensiva y humillante y quiebra la igualdad que debe establecerse entre los amigos. En toda relación interpersonal es fundamental dar y recibir. El que da, siempre recibe; y el que recibe, siempre da. Lo mismo hay que decir de nuestra relación con Dios. “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero” (1Jn 4, 10). Pero vivimos tan preocupados por manifestarle a Dios

nuestro amor, que nos olvidamos de lo importante que es recibir el amor que Él nos tiene. “Nosotros amamos porque Él nos amó primero” (1Jn 4, 19); es decir, somos capaces de amar (a Dios y a los demás) porque antes hemos sido amados. Sólo ama quien se experimenta amado. “Sólo el amor gratuito va hasta la raíz de nosotros mismos y hace brotar desde allí un verdadero amor”. Anterior al primer mandamiento (“Amarás al Señor, tu Dios...”) está el mandamiento cero: Debes creer en el amor que Dios te tiene, recibirlo, saborearlo y agradecerlo (cf. 1Jn 4, 16). Sólo si aprendemos a recibir con sencillez podremos ofrecer a Dios y a los demás la alegría de dar. Mayor felicidad ofrezco al otro recibiendo lo que él me da, que dándole lo que yo tengo.

EL MUNDO NECESITA GRANDES APÓSTOLES Por: Lucrecia Rego de Planas | Catholic.net

No podemos quedarnos quietos contemplando cómo el mundo se muere por falta de un sentido para la vida. El mundo necesita grandes apóstoles. El mundo se está muriendo, pero no por el calentamiento global, que está de moda, sino por no conocer a Dios. La humanidad, que busca la felicidad en las cosas materiales, al no encontrarla, cae en un laberinto profundo y sin salida en el que la persona cree valer sólo por lo que tiene y no por lo que es: una creatura amada por Dios. La juventud se marchita buscando la felicidad en sexo, diversión, alcohol y droga, porque nadie le ha señalado el camino correcto. La familia tambalea por los embates del divorcio, la infidelidad, el egoísmo y la falta de comunicación, porque sus miembros no conocen a Cristo. Ante esta situación, todos debemos actuar: sacerdotes y laicos; jóvenes y adultos; hombres y mujeres, solteros y casados. El mundo necesita apóstoles de primera división, del tamaño de san Pablo, san Francisco de Asís, san Ignacio de Loyola o santa Teresa de Jesús. Tú puedes, si quieres, ser uno de ellos. La decisión está en ti. Pero si no deseas hacerlo, debes tener en cuenta que lo que tú no hagas, nadie lo hará por ti. Eres parte de la Iglesia, y tienes una misión específica: el buen funcionamiento de muchos otros dentro de ella.


Nuestra parroquia es el mundo entero. Beato Santiago Alberione

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BOGOTÁ • Centro Comercial Calima Calle 19 con carrera 30 - 2do. piso - Local B 122 - Tel.: 7443323 libreriacalima@sanpablo.com.co • Dirección Comercial y Departamento de ventas Calle 17A No. 69-67 - Tels.: 4114011 - Fax: 4114000 E-mail: direccioncomercial@sanpablo.co - ventas@sanpablo.co • Quintaparedes Carrera 46 No. 22A- 74 - PBX: 3682099 Ext. 6 Telefax: 2444957 E-mail: libreriaquintaparedes@sanpablo.co • Centro Carrera 9a. No. 15-01 - Tel.: 2433653 - Fax: 3345036 E-mail: libreriacentro@sanpablo.co • Chapinero Carrera 13 No 51-34 - Tel.: 3454014 - Fax: 3454059 E-mail: libreriachapinero@sanpablo.co • Calle 170 Calle 170 No. 8G-31 - Tel.: 6783656 - 6711221 E-mail: libreria170@sanpablo.co • Niza Av. Suba No. 118 - 93 - Telefax: 2537700 E-mail: librerianiza@sanpablo.co • Montevideo Calle 17A No. 69-67 - Tel.: 4114011 - Fax: 4114000 E-mail: libreriamontevideo@sanpablo.co • 20 de Julio Diag. 27Bis Sur No. 5-79 - 1 Cuadra arriba del Santuario Divino Niño Tels.: 5690551 / 2787337 - E-mail: libreria20dejulio@sanpablo.co • Seminario Carrera 6 No. 10-47 - Tels.: 5624472 / 5624473 / 3429881 E-mail: libreriadelseminario@sanpablo.co

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EN MAM

HONDURAS • Tegucigalpa - Avenida Cervantes – Bajo Palacio Arzobispal 3ra. Calle No. 1113 - Tel.: 22226782 - Fax: 2238790 E-mail: libreriahonduras@sanpablo.hn

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MEDELLÍN • Diagonal Diagonal 50 No. 49-45 - Tel.: 5134085 – Fax: 5112486 E-mail: libreriadiagonal@sanpablo.co • Villanueva C.C. Villanueva - L. 220 - Calle 57 No. 49-44 Tels.: 2519392 / 2517392 Fax: 5111887 - E-mail: libreriavillanueva@sanpablo.co

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• Quito - Av América No. 30-18 y Andagoya Tel.: 02-2541650 - Fax: 2331444 - Cel.: 0994658259 E-mail: libreriaamerica@sanpablo.ec

• Machala - Guayas entre Rocafuerte y 25 de Junio Local 1201 - Tel.: 07-2960430 - Cel.: 0994658548 E-mail: libreriamachala@sanpablo.ec

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BARRANQUILLA • Calle 84 Calle 84 No. 50-45 - Local 3 - Tel.: 3456475 - Telefax: 3586373 E-mail: libreriabarranquilla@sanpablo.co • Arzobispado Calle 75B Nº 42F-83 Local 1 - Curia Arzobispal Telefax: 3566213 - E-mail: libreriaarzobispado@sanpablo.co

GUATEMALA • Sede central y Administración 18 Calle 20 - 71 Zona 10 Boulevard de los Próceres Tels.: 2 3602715 - 2 3602695 - Fax: 2 3602695 E-mail: administracionguatemala@sanpablo.com.gt

ECUADOR • Quito - Centro Comercial Quicentro Sur - Planta 2 - Local 065 Tel.: 02-4000140 - Cel.: 0994658841 E-mail: libreriaquicentrosur@sanpablo.ec

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• Cuenca - Benigno Malo 5-08 y Calle Larga Tel.: 07-2839746 - Cel.: 0994659440 E-mail: libreriacuenca@sanpablo.ec

EN EL EXTERIOR

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NICARAGUA • En antiguo edifico Hispamer - Tel.: 22702412 - 22782103 • Managua - Carretera a Masaya Km 4½ - Tel.: 22706171 Fax: 22705668 - E-mail: librerianicaragua@sanpablo.com.ni • Managua - Güegüense - Centro Comercial Güegüense Plaza España frente al supermercado la Colonia - Tel.: 22660996 E-mail: libreriaplazaespana@sanpablo.com.ni PANAMÁ • Westland Mall – Arraiján - Local PB-B6 - Pasillo N. 3, Planta baja Tels.: 2515307 - 2515306 E-mail: libreriawestlandmall@sanpablo.com.pa • El Dorado - Boulevard El Dorado Av. 17B Norte. Apartado 0819-02969 Tels.: 2603738 - 2604309 - 2605861 - Fax: 2606107 E-mail: libreriapanama@sanpablo.com.pa • Centro - Iglesia de Guadalupe - Calle 50 - Tel.: 2264794 E-mail: libreriacalle50@sanpablo.com.pa • David - Calle 3 - Edificio Hotel Castilla - Local 2 - Telefax: 7754655 E-mail: libreriachiriqui@sanpablo.com.pa PUERTO RICO • San Juan - Av. De Diego 555 – Puerto Nuevo - San Juan P.O Box 00920 - Tel.: (787)7813351 - Fax: (787)7936802 E-mail: libreriapuertorico@sanpablo.pr • San Juan - Bori - Calle Bori 1606 Urb. Caribe - San Juan P.R. 00926 Marginal carret #1. - Tels.: (787) 9461868 - (787)9985072 REPÚBLICA DOMINICANA • Santo Domingo - Av. 27 de febrero No. 414 - sector Quisqueya Tel.: (809) 5631148 - Fax: (809) 6833587 - Cel. (809) 481 5960 E-mail: libreriasantodomingo@sanpablo.do


Comentario práctico, pastoral que refuerza el peregrinaje de los pobres. Dirigido a agentes pastorales, líderes comunitarios, coordinadores de círculos bíblicos, estudiantes de teología y a todos los que, sin dejar de lado la ciencia, quieren leer la Biblia bajo la luz de la vida de los pobres que Dios ama.

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