Murcia, ¿qué eres? Santiago Delgado Murcia es ya más lo que será que lo que hasta hace poco fue 1
MURCIA, ¿QUÉ ERES? Santiago Delgado Verano 2020
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Prólogo-índice a “Murcia, ¿qué eres? El presente texto fue escrito en el verano del Covid19, en 2020. Estuve sin ordenador, en reparación unos quince días. Y se me fueron cayendo de las manos estas prosas murcianas. Trabajé en el portátil de reserva. Y lo acabé. En el mismo verano No nacieron precisas, ni cartesianas; tampoco ordenadas: salieron estas prosas, que ahora prologo, libres y acerezadas. Como los racimos de cerezas, unos temas fueron llamando a otros, y conforme los dejaba y cogía de nuevo, nuevas perspectivas aparecían. Tuve la sensata tentación de reordenar el puzle, y presentarlo con capítulos claros y distintos, pero mi pereza, disfrazada de necesidad, o al revés, lo impidió. Lo que sí hice fue no perder de vista lo que perduraba en el tiempo y dejaba poso. Y dejarlo como alusión recurrente. Empero, sí que me sugerí a mí mismo largar una retahíla de temas que pueden explicar Murcia, o el hueco de Murcia, que diría Ramón Gaya. ¡Cuántas cosas puede descubrir el negativo de una foto!, cuando los tales existían. O una mezcla de 3
las dos cosas. ¿Quién sabe? Con una buena razón de descreimiento, al borde del pesimismo, logro ajustar el siguiente listado de palabras clave, a las que les he hurtado nobleza de índice: Murcia vs. Cartagena Agua (acequias, crecidas, avenidas, riadas, pantanos) Ciudad paleocomercial Ciudad neocomercial Ciudad militar (control y frontera) Ciudad levítica La Matrona del Almudí Las Tres diosas-madre (con Deméter) El sueño del Reino El sueño del mar Expansión y neopersonalización Vaciamiento e intensificación de los símbolos
Nota Bene. La foto de portada es del autor, las demás están cogidas de internet. No hay afán de lucro alguno. Iré retirando dichas fotos, según sus propietarios así lo indiquen. Muchas gracias
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Hubo un famoso intelectual español del siglo XX que se interrogó en un libro, ya clásico, “¿A qué llamamos España?”1. Lo escribió en un momento histórico (1971) en que era preciso redefinir la patria. Y lo intentó. Yo acudo a él, y le cambio el título, por este vocativo toponímico, seguido de la interrogación esencial con el verbo ser, dirigida a Murcia. Para eso están los clásicos, para seguir sus huellas. Y, para empezar, advirtamos que ya le hemos supuesto a nuestra ciudad una personalidad humana evidente, del género femenino. A ver qué nos responde.
En 1971 ya se atisbaba en España que la democracia venía a llamar a la puerta. Laín deconstruyó el nacionalcatolicismo español. Y abrió las puertas al viento europeo 1
Pedro Laín Entralgo, 2ª ed.Espasa Calpe. Madrid1972
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Nos vale la jovencilla matrona que el pintor Folch de Cardona figuró en su cuadro de exaltación de Floridablanca (1787), que se encuentra el municipal palacio del Almudí, porque no en vano, encargo fue del Ayuntamiento. Es dicho cuadro, la susodicha recibe del prócer los planos del encauzamiento del río Segura, molinos construidos, tras su paso por el Puente. La dama está asistida por Minerva/Atenea, que le dice de las excelencias del regalo, mientras Floridablanca ofrece la obra. A esa imagen nos referiremos o tendremos presente, en adelante. O no siempre. Esta atadura icónica deja bien a las claras que no es objeto de nuestro análisis la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia, antes Reino de Murcia, antes Taifa Mursí, antes Cora de Todmir, antes nada. Y en este antes, entra ya la Provincia Carthaginense de la Roma Hispana. Nos referiremos a la capital, hoy por hoy, de la Comunidad Autónoma.
De izquierda a derecha, el río Segura, viejo domeñado por las obras del Conde, Floridablanca, Minerva, en segundo plano, y Murcia, con cromatismo blanquiazul de Inmaculada, recibiendo los planos del encauzamiento del río, y molinos de agua. Palacio del Almudí, Murcia
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Y ya tenemos un factor de ese complejo histórico y geográfico que es, o puede ser, Murcia. Veamos: según el eminente historiador cartagenero José María Jover (1920-2006), esta Región tiene la desgracia de ser la única Comunidad Autónoma española uniprovincial que se llama como su capital. Yo tuve el privilegio de escucharle la frase en una conferencia-explicación que ofreció en Murcia sobre el emblemático poema de “Cansera”. Esta desafortunada coincidencia atrae enemigas, claro. El uso del topónimo ya es controvertido, aunque no desde el completo del territorio regional. Para este cronista, el contexto deja claro siempre si el vocablo Murcia se refiere a la capital oficial o a la Región, pero muchos cartageneros opinan que no, que siempre es ambiguo. Y son combativos en ello. Por mi parte, si me acuerdo, escribo siempre Región de Murcia cuando procede y Murcia, a secas, cuando es pertinente. Pero entiendo a la inmensa mayoría de españoles que no precisa aclarar nada, cuando se refiere a una o a otra.
El insigne historiador cartagenero Don José María Jover
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La desunidad regional al respecto es evidente. Y acuño y registro el neologismo desunidad. No quiero emplear confrontación, por ejemplo. La ciudad de Murcia, con preponderancia en la geopolítica del territorio, nace el 25 de junio del año 825, fecha en que Abderramán II ordena levantar establecimiento militar completo en nuestra urbe. Intentó que se llamara Ciudad de Todmir, conservando en parte un topónimo cercano, que aglutinaba territorio desde los visigodos, con capital en la antigua Orihuela, capital entonces del territorio. Pero el pueblo, la gente, decidió seguir llamando Murcia (pronunciando como fuese el vocablo) a lo que ya se llamaba así. La tropa asentada, se supone que con todo lo que acompañaba a una tropa en los tiempos: intendencia, familiares, cantineras, soldaderas, proveedores… se instaló en el territorio asignado, en la orilla izquierda del río. Además, obligó a los pobladores visigodos e hispanorromanos de Ello (entre Algezares y Beniaján), a desplazarse a Murcia, con bastimentos incluidos. Abderramán II culpó a Ello del guerracivilismo aplastado. Y levantó muralla. La causa de la fundación fue el fin de una guerra civil, con tintes sociales y racistas, insertos en la gente venida con los árabes, en toda la Vega del Segura, y del Guadalentín, desde Orihuela hasta Lorca. O sea, nuestra urbe primigenia fue edificada por causa de una sangrienta contienda interior, que generó necesidad de establecimiento militar, para imponer respeto a todos en una buena distancia a la redonda.
Estatua de Abderramán II, Murcia, Jardines del Río
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Pero, si su origen como ciudad fue el antedicho, el origen primero fue romano. Y el primitivo, ibero. Primero romanos, luego árabes. Aunque los romanos no hicieron ciudad. Ni pueblo, ni aldea, ni lugar… La primera población, la ibera, fue un enclave, acaso mínimamente comercial, entre Elche y Lorca. Una posta de cambio de caballos o mulas, acaso. O una villa elemental de un devoto a la diosa Myrtia. O de un fulano llamado Murteus. Quién sabe. El caso es que ese enclave, para los enviados del segundo de los Omeya, fue juzgado como estratégico para asentar la paz primero, y el orden cordobés posterior, en un extremo del territorio andalusí.
Venus. Myrtia es una advocación de Venus, como la Fuensanta lo es de la Virgen María
O sea, de enclave mínimamente comercial, o paleocomercial, pasó a ser, eminentemente, ciudad militar. Y esta condición de ciudad militar se acrecentó con la Reconquista. De ciudad militar de control del territorio, pasó a ser a ciudad de frontera. Frontera con el reino nazarí de Granada. Lorca es la verdadera ciudad de frontera desde la reconquista del Reino, en 1243 primero, y en 1266 después. Pero Murcia es la primera ciudad grande de la retaguardia. Y aquí hay Adelantado, o jefe de la tropa apostada en la ciudad, antes que Merino, delegado administrativo del rey. Es decir, autoridad militar previa frente a autoridad civil posterior. El Cargo de Adelantado permanece efectivo durante toda la Edad Media. El siguiente cambio de la ciudad a su situación actual fue muy paulatino. Comienza con la llegada del tren a Murcia, en 1862. Venía desde 9
Cartagena. Luego, llegó desde Alicante. Y más tarde, desde Madrid, con el gobierno liberal de O'Donnell. Todo casi a la vez. La estructura radial del tren en España se debe a los generales de Isabel II, a todos, liberales y conservadores. Para ellos el uso civil del ferrocarril era subsidiario, en el fondo. Así se dijo en la Ley de ferrocarriles de 1859. Había que conectar todas las puntas del mapa español con Madrid, para el pronto transporte de tropas en caso de necesidad bélica. Licitaron los ferrocarriles con esa intención. Así pues, la llegada del tren a Murcia, no es sino una etapa en el camino a Cartagena. No es Cartagena una extensión de la vía férrea. Al revés, Murcia es la penúltima estación del recorrido pensado inicialmente. No es Cartagena la post-ultima. Al menos en intención de origen, insistimos en la idea.
Arco de Triunfo efímero para recibir a Isabel II, en Murcia. Entrada sur a Plaza de Camachos
Ya lo diremos en su momento, pero la llegada del agua corriente a esta tierra, el Canal del Taibilla, también se ideó para dotar de agua a la Escuadra Española sita en Cartagena. Su uso civil, también en el fondo, era subsidiario. Una base naval sin agua dulce, mala es de mantener. Así las cosas, Murcia le debe a Cartagena su fundación primera, su nombre, su ferrocarril y su primera agua de beber. Empero, a este territorio que conforma Región, lo veo yo como un todo. Aunque el todo auténtico es
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la nación española. Y cada parte aporta su esfuerzo y su riqueza para lograr la unidad. O, eso es lo queremos demostrar. O lo que desearíamos. La desafección a la capital huertana también cunde en el Altiplano, vinatero e industrial, ajeno a las huertanidades capitalinas de la ciudad de Murcia. Aunque en este caso son menos beligerantes. De comercial, a militar. Y de militar (control y frontera) a la ciudad de servicios, que es hoy: neocomercial. El tren, que iniciara el último cambio, aún en proceso, tuvo incidencias ajenas a lo comercial. Descompuso el aislamiento secular de la Huerta de Murcia. Reintroduciendo el castellano, ya español moderno, frente a la endogamización del lenguaje local. Las hablas del sureste pararon su cambio interno respecto de la norma peninsular, quedándose en un modo de habla, en un registro propio, sin llegar a más. La ciencia filológica dice de “Hablas Murcianas”, para referirse a la realidad lingüística, plural, de estas tierras.
Edición de 1980. La primera fue en 1932. El término dialecto no tiene, cuando García Soriano redacta este importante libro, el sentido científico que tiene en nuestros días. No existe el murciano, ni como idioma, ni como dialecto. Hay “Hablas Murcianas”, en plural.
Con el tren llegaron los funcionarios, preeminentemente castellanos, que dieron una apertura y expansión al español hablado normalizado y nivelado. Quien esto escribe es hijo de uno de esos funcionarios. Mi padre fue Inspector de Enseñanza Primaria, y llegó desde Guadalajara, en 1948. Casi un siglo después de la aparición del tren. Las escuelas, la higiene traída 11
por la expansión de los médicos y la alfabetización lograron, en parte, hacer entrar, sólo entrar, a Murcia en la modernidad. Pero fue, aún es un proceso lento, para la perspectiva de una vida humana. No para la Historia. Murcia, la ciudad, imitando otra frase famosa, es “un don del Segura”, como Egipto es, o fue, un don del Nilo. Lo dijo nada menos que Herodoto de Halicarnaso, el primer historiador de occidente. Como a Laín Entralgo, le tomo prestada al griego la frase y la recompongo a mi manera. Sin el Segura, que se llamó sucesivamente Thader, Guadalabiad y Segura, Murcia no existiría.
Importante resumen y compilación de las actas capitulares del Ayuntamiento de Murcia, desde su fundación, hasta los días del autor.
Pero el agua ha sido un arma de doble filo, con el que nos hemos cortado más de una vez. El Segura, cuando era un río libre tenía crecidas todos los años, avenidas cada pocos años, y riadas cuando tocaba, en periodicidad indescifrable. Por supuesto, el cauce del Segura variaba lateralmente, al ritmo de estos vaivenes acuosos, por causa de los famosos meandros. Todo bachiller del municipio murciano debería leer y entender 12
las páginas dedicadas a la Riada de San Calixto (1651), transcritas por José Frutos Baeza2 en su compendio de las actas capitulares del Ayuntamiento capitalino. Pavorosas. El agua, o mejor: el barro, llegó hasta inundar la cajonería baja de la Sacristía catedralicia. Todo el resto de la ciudad quedó derribado o inservible. Dice el autor que, de seis mil familias, quedaron doscientas. Y que de estas emigraron bastantes, pues no se podía vivir de la nada. Por supuesto que hubo renovación poblacional. De la Riada de Santa Teresa tenemos imágenes, en la plumilla y grabados de Doré y de otros. En ambas ocasiones, la DANA sobre todo el centro sur de la Región desbordó los ríos Mula, Segura y Guadalentin, sumándose las tres escorrentías que bajaron, Sierra Espuña hacia el sur, para engrosar las del Guadalentín o Sangonera. Tanta destrucción trajeron, que se desató la solidaridad europea, en forma de la revista o periódico París-
Murcie, en la que escribieron todos los grandes autores de las Literaturas francesa y española.
Portada francesa de la revista “Paris-Murcie”, editada para recaudar fondos destinados a los damnificados de la Riada de Santa Teresa, 1879
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Bosquejo Histórico de Murcia y su concejo, José Frutos Baeza. Real Academia Alfonso X el Sabio. Murcia, 1988
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En cuanto a la sequía, la otra cara de la moneda, baste el poema testimonio “Cansera” (1898) del archenero Vicente Medina, ya citado, que si bien, pinta en sus versos un campo de secano, es el campo aledaño de un huerto, que, salvo en el estricto valle del Segura medio, tiene siempre esa doble estampa. Así pues, en esos años entre sequías de quinquenio, crecidas anuales y riadas pavorosas de noche y media, se iba tirando siglo tras siglo. Eso, y una estructura económicamente feudal, que duró casi tres cuartos de milenio. El padre del premio Nóbel José Echegaray, destinado al Instituto Alfonso X el Sabio, como Catedrático de Ciencias Naturales, a mitad del siglo XIX, escribió un libro que tituló: Memoria sobre las causas de la sequía de las
provincias de Almería y Murcia: y de los medios de atenuar sus efectos. Lo firmó como José de Echegaray. Es un clásico sobre el tema. En Murcia hicieron, y rehicieron el Malecón durante siglos. Una estructura de piedra y cemento, pensada para detener al río en sus acometidas por occidente. Pero lo que nos salvó de estas calamidades fue la serie de pantanos, ya en el siglo XX, construidos aguas arriba para fijar el cauce para siempre, y regular la llegada de agua según las necesidades del huertano, y no depender de la caprichosa climaticidad del territorio. Lo hizo el Estado, no Murcia.
Obras iniciales del Pantano del Cenajo. Trabajaron en él presos políticos que redimieron penas, y obreros de las empresas contratadas. Una leyenda negra asegura enterramientos de finados; pero, aunque hubo accidentes mortales, no hubo tal
Los pantanos de la cuenca del Segura en cota más alta a la de la capital del Segura, 42 m de altitud, son: Alfonso XIII, Algeciras, Anchuricas, 14
Argos, Camarillas, El Cenajo, El Talave, Fuensanta, La Cierva, Puentes y Taibilla. Además, hay una veintena de pequeñas presas, más preventivas que funcionales. Murcia, como agradecimiento, debería levantar monumento a los Ingenieros de Caminos, que, desde Los tiempos imperiales del César Carlos, quisieron traer agua a la región. Concretamente, y para empezar, de los dos afluentes más orientales del Guadalquivir, los ríos Castril y Guardal. Y aun del Pantano de Negratín, cuando esas tierras eran Reino de Murcia. Durante casi tres siglos se debatió sobre la empresa, de la que se hicieron 27 Km; la décima parte de lo proyectado. Las dificultades orográficas desaconsejaron su continuidad.
Confederación Hidrográfica del Segura, con sede en Murcia, Plaza Fontes
Pero, ya en el XX, se completó bastante la red de pantanos que protegen y abastecen de agua de regadío a Murcia. Ingenieros del Siglo de Oro, del Barroco, del Neoclasicismo, del Romanticismo y de la ciencia de los embalses, de todas las ideologías, pugnaron por contener las aguas que abocaban a Murcia. Precisamente, fue luego de la rotura (1804) del Embalse de Puentes, en Lorca, con Floridablanca aún vivo y confinado en Murcia, cuando se vio la necesidad de crear la institución pionera de las actuales Escuelas Superiores de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. Sería un
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agradecimiento muy justo. Es un débito de Murcia, la capital, a estos profesionales de todos los tiempos históricos. Pero, además de ellos, hay que citar a la Presa del Paretón, en el municipio de Totana. En la riada de 2012, el día de San Wenceslao y San Agustín, el 28 de septiembre, se abrió la compuerta de esa presa, para desviar toda el agua que venía del alto Guadalentín, directa a Murcia. El desvío hacia el Mediterráneo, por la jurisdicción de Mazarrón fue providencial. Con eso se logró contener el agua, que en la capital pasó rozando el límite superior del pretil de los muros de contención, y en Orihuela apenas lo sobrepasó. Un acierto la construcción de esa presa en medio del aparente llano totanero. En Blanca te enseñan con orgullo, un poco aguas abajo de la Fundación Pedro Cano, lo que se llamó “Fabrica de la Luz”; una edificación con aspecto exterior de estación de tren modesta, y dentro una turbina de tamaño considerable. Antes de que la construcción del Pantano del Cenajo, y otros, amansaran las libres e impetuosas aguas… esas aguas, por Blanca, pasaban con la fuerza suficiente como para hacer girar las paletas que procuraban el roce metálico necesario para producir electricidad destinada a la población. A mitad de los años sesenta del siglo XX, el agua dejó de llegar fuerte a la turbina. Se había represado completamente el río en el Pantano del Cenajo, en la raya entre comunidades autónomas. No se quedaron sin electricidad, porque la Central Térmica de Escombreras, aledaña a la Refinería de Petróleos, junto a Cartagena, abasteció, prácticamente desde el día siguiente, de luz a la región casi por entero, y a mucho más territorio hispano. El río Segura pasó a ser el manso fluir que hoy vemos transcurrir entre los puentes de la ciudad, respetando esa escultura de sardina medio sumergida que celebra una de las más populares fiestas de la ciudad.
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Monumento al Entierro de la Sardina, en el río Segura, frente al Ayuntamiento
Cierto que ha habido nuevas avenidas desde entonces, pero ninguna ha rebasado los muros del cauce murciano. La última que lo hizo fue la de abril de 1946, la que hizo a gentes proclives o simpatizantes con el Movimiento, o partido único del momento, lanzarse a la calle con aquella oprobiosa pancarta: “Bendita Riada, que nos ha traído a Franco”. Dicen que fue en Molina de Segura, pero pudo haber sido en cualquier otra parte. Incluso en cualquier otra parte de España. Así eran los tiempos. La riada, muerte y destrucción, se da por buena si el Supremo se ha dejado ver en la ocasión. Lamentable. Algunos llaman a esta Riada, la Riada de Franco. En la Torre de la Catedral existe, exterior a la enorme barandilla de piedra que corona el tercer piso, un balconcillo, con suelo metálico, y balaustrada asimismo metálica. Muy herrumbrosa, y ya cerrada al público. Es muy frágil, y no se ve bien sujeta, firmemente al cuerpo de torre. Se halla en la cara sur, la que da al río. Desde ese balconcillo se asomaba el canónigo conjurador a conminar al río para que no se saliese de madre. Ignoro la última vez que tal ceremonia se hizo. A buen seguro que existe el latinajo con que conjuraba al pobre Segura, que no hacía sino servir de cauce a lo que le llegaba de la cuenca alta. 17
El balconcillo de los conjuros al río Segura, Torre de la Catedral, Murcia
Pero es un síntoma y testimonio de que Murcia fue una ciudad levítica, acaso como otras muchas ciudades españolas, capitales de provincia o no. Recordemos la Vetusta de La Regenta, Oviedo de siempre, con el casi omnímodo poder sobre almas y cuerpos del eclesiástico Don Fermín de Pas. Ciudad levítica responde al hecho de que una ciudad esté dominada por la religión dominante. La Tribu de Leví era la que proveía de sacerdotes al Templo de Jerusalén. De ahí el nombre. A la vez, levítica hace referencia también al anquilosamiento de las costumbres en lo tradicional. Acaso las dos facetas, la eclesiástica y la que alude al sopor tradicional en la vida social cotidiana, sean las dos caras de una misma moneda, de una misma realidad. Hemos sido ciudad levítica. Gabriel Miró retrató muy bien a la levítica Orihuela, y algo también a nuestra capital. El concepto de levítica también suma parte de aislamiento. Lo de ciudad muy sesgada a lo religioso es algo que ya se ve también en la etapa islámica. Mursiya (léase Mursiia) es la patria de Ibn Arabí, el hombre que más supo y escribió sobre el concepto y el sentir de Dios, Alá para él. Se halla enterrado en Damasco, en tumba principal. Ignoramos la
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suerte de esta tumba en medio de todas las guerras de distintas banderías en aquella ciudad, desde hace alguna década que otra.
Tumba del murciano Ibn Arabí, en Damasco, Siria
Sin duda es el murciano más universal de todos. Medida sea su universalidad por el número de creyentes que lo siguen, siguieron y seguirán. Al final de su vida escribió un hermoso poema de amor, en clave erótica y sentimental, que es cima del género en todas las Culturas. Salomón y San Juan de la Cruz están en el mismo camino. En el tiempo cristiano, y en el plano de lo personal, contemos con Andrés Hibernón, Beato de la Iglesia Católica, que murió en Gandía, en el siglo XVII, en verdadero olor de Santidad. Restos suyos descansan en la Catedral. También hay que contar en este aspecto, con vidas y muertes ejemplares, basadas en las enseñanzas de Jesús de Nazaret, tanto al franciscano Martín Pérez de Armenta (XVII), como al sacerdote José Sáez Hurtado (XX). Aún más, en el XVII tenemos a Sor María Ángela de Astorch, cuerpo incorrupto en el Convento de Capuchinas del Malecón, ya proclamada Beata. Y en el XVIII, a Sor Juana de la Encarnación, autora casi mística, que escribió sobre la pasión antes que la monja alemana sobre la que se basó Mel Gibson para su Pasión en el cine. 19
Son escasas flores para el huerto de la Santidad, pero representan toda una floresta de fe popular, y muy sentida en las creencias heredadas.
Portada del libro de Sor Juana de la Encarnación, Agustina Descalza, 1715. Revelación Intelectual Infusa, según la SIC
Son los altos de la carpa que levanta la tienda de lona que ampara a toda una época. Hoy, los tiempos son más descreídos. Y la libertad religiosa cosecha otros frutos. Pero, volviendo al agua como causa vitae de la existencia de nuestra ciudad, y dejando aparte las sequías y las riadas, sin olvidar la mayoría de añadas sin esos problemas, hay que significar el hecho de que Murcia es una Venecia de barro. El río fluye como agua por el centro de su cauce, al atravesar Murcia. Bajo ése, pero más lento, hay otro río de barro en sus flancos, y profundidades; flancos y profundidades que pueden expandirse hasta donde se quiera, cada vez más lentos, según se asciende hacia los altos límites laterales del valle. Cuando este cronista era niño, en los años del Desarrollismo, se hartó de ver solares por edificar inundados, a los que había que desecar, con elementales bombas de achique para poder cimentar bastimentos. Es el manto freático. Es decir, el lecho de agua más o menos inmediato a la superficie. Cuanto más cerca del río, más probabilidad de encontrarlo a menor profundidad.
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Inclinación del primer cuerpo de la Torre hacia el NE, izquierda de la imagen
La misma Catedral pasó por ese mismo problema dos veces. Una, al terminarse el segundo cuerpo de la torre. Dicen las crónicas, semipoéticamente, que la construcción “hizo sentimiento” por la esquina noreste, la de la Puerta del Pozo. El manto freático allí estaba más a flor de tierra que el resto de la construcción, y cedió al peso. Por eso se mantuvieron sin obrar en la torre, no fuera a ser que “sentimentalizara” por completo. Ya en el XVIII, a base de poner más peso en la esquina opuesta y burlar la vertical mínimamente en sentido también opuesto, se logró desactivar el hundimiento por aquella parte. Aun hoy, si se mira la Torre de la Catedral desde el interior de los Soportales, por comparación de la vertical de los mismos soportales, se aprecia la inclinación hacia afuera del primer cuerpo, el que alberga la sacristía. O con la Cruz de la Plaza. El agua, en Murcia, se va por el río, pero alguna permanece o viaja a velocidad geológica por el subsuelo. Otra ocasión en que este manto freático le recordó a los murcianos su existencia, fue con motivo de la construcción de la nueva fachada o Imafronte, en 1732. La fachada renacentista anterior amenazaba con derrumbarse hacia adelante, hacia poniente. El Ingeniero de Cartagena, el turolense Sebastián Feringán, dijo que la edificación del Baptisterio, del canónigo Grasso en el XVI, había desbaratado el equilibrio de todo el frente occidental catedralicio, la Portada. Y que, además, toda la fábrica de la gran nave presionaba sobre la fachada. Como solución, apenas terminada la 21
Guerra de Sucesión (guerra que ganó para Murcia el Obispo Belluga), fueron desmantelando poco a poco el portalón renacentista. Quitado por entero, empezaron a cavar para fundamentar los cimientos. Les pasó lo mismo que a los promotores de los años 60 del siglo XX: encontraron el manto freático. Feringán ordenó traer troncos de pinos y otras especies, de más de treinta metros de largo, bien desbastados, desde las tierras altas de Moratalla.
El Cardenal Belluga, ya purpurado. Anónimo
Arduo camino hicieron esos troncos, imaginamos que por tierra y corrientes fluviales, hasta llegar frente a la Catedral, Entonces no estaba abierta la hoy llamada Plaza del Cardenal Belluga. Se utilizaba como “Obradoiro” la Plaza de los Apóstoles. Los troncos se hundieron verticalmente en el lodazal del fondo, hasta asentar roca. Se nivelaron, y encima se fueron poniendo las piedras procedentes de la antigua fachada. Sobre ellas, se fue construyendo lo que hoy se ve, y que es aún, la imagen icónica de nuestra ciudad. Cuando oigo decir con pena y rabia, aunque no sin razón, la de palacios medievales, renacentistas y barrocos derribados o perdidos en la nuestra ciudad, pienso que quien tal dice obvia o ignora esta realidad del subsuelo murciano: la de ser de barro. Cáceres, que pasa por ser ciudad 22
ejemplo
de
patrimonio
arquitectónico
conservado,
no
tiene
esa
contrariedad. Está edificada sobre granito. Sus cimientos son eternos. No así, sino todo lo contrario, sucede en Murcia. Cierto que la especulación inmobiliaria, y el escaso aprecio de la Administración hacia el patrimonio arquitectónico urbano en todos los tiempos, han arrimado, en este aspecto, el ascua a su sardina. Pero la paulatina ruina de sus cimientos y cuarteamiento de las paredes operaba desde la misma construcción de tanto palacio desaparecido. No despreciemos, para nada, ninguna de estas causas sociológicas citadas. Sólo digo que se sume a tales motivos de derrumbe y demolición, la que señalo de la poca estabilidad del suelo urbano de Murcia. Amén del uso de piedra caliza en la construcción, muy erosionable. De todas maneras, hay que recordar la idea lanzada por el escritor González Vidal de que Murcia es una ciudad nómada, que se derruye y levanta sin cesar; aun sin trasladarse.
Uno de los palacios que sí pudo conservarse, el de los Vélez, justo se alzaba donde hoy comienza el Paseo de Alfonso X. El pórtico se conserva como altar en San Antolín
Así pues, la Catedral nos sirvió dos veces de chivato de la certeza de que el suelo murciano es un navío fondeado sobre el nivel freático de la Huerta, cuando se desvió la Torre, y cuando hicieron la actual fachada, Imafronte llamada.
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Pero aún hay otro aspecto de la certidumbre de que somos hijos del agua. Si de noche, el agua de todas las acequias, azarbes, landronas, meranchos y quijeros se volviera fluorescente, veríamos, a vista de dron, un complejísimo entramado de hilos de diverso grosor, que, partiendo de la Contraparada, se desparraman por ambos lados del Segura desde ese enclave. Se calcula que serán unas 800 acequias, además de la corriente central del río. Conforman más de 175 km de acequias; es decir, la distancia entre Murcia y Denia. El Segura se desangra para regar todo el valle, desde la Costera Sur (Alquibla), hasta la menos arriscada Costera Norte (Aljufía).
La maraña de acequias del Segura en Murcia. 800 acequias y 175 km de cauces
Son como las venillas que quieren llegar hasta todos los rincones del tejido orgánico al que deben dar vida. Parece como una grafía en figura, generalmente animal (nasj), en árabe cúfico, diseñado en su conjunto en forma de corazón simbólico, que juega a ser prolijo dibujo de curvas y sinuosas líneas, de las que sólo las del cauce central del Segura sigue camino hacia la Vega Baja. Las demás, no salen de la vega murciana. Ascienden por las raíces de los cítricos y los tallos de las herbáceas. Y acaban en las
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verduras y los frutales que nos comemos los murcianos, y quienes gozan de nuestras exportaciones. De la Contraparada, o embocadura del río Segura para salir al Valle de Murcia, salen dos acequias: la del Norte, Aljufía; y la del Sur, Alquibla. Luego se ramifican en esa infinidad de acuosas arterias que hemos dicho entre las dos costeras. Murcia ha sido eso desde que los romanos –que no árabes– partieran en dos el río, dejando el centro para el cauce principal del Segura, de modo que pudiera continuar hacia la Vega Baja. Se ubica esta escisión del Segura, un poco después de entrar en el valle que marcado está por la geografía para el río Sangonera. El mismo río que entre Carrascoy y Sierra Espuña se llama Guadalentín, y peñas arriba, río Vélez. Guadalentín significa río de barro. Vélez es río de angosto valle. Murcia es de barro, de barro y agua. Y el agua de lluvia, escasa, pero torrencial. Esta pluviometría ha dejado una huella en el paisaje urbano superior: los terraos. El poeta Jorge Guillén, que hizo sus primeras armas pedagógicas en nuestra universidad, llama caserío al dédalo de calles y edificios que se ve desde la Torre de la Catedral, espacio de las campanas. Así lo describe:
El caserío se entiende Con el reloj de la torre … Jorge Guillén no precisa afinar; pero ese caserío, en sus techos, está conformado por tejados y por terraos.
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Jorge Guillén en el terrao de sus casa en el Palacio de Ordoño, calle de Santa Teresa, Murcia
Los terraos quedaron muy bien filmados, y humanizados, en la inolvidable película Pajarico (1997), de Carlos Saura. Este director había pasado parte de su infancia en Murcia, y conocía bien ese espacio mágico existente en las alturas murcianas, que fue desapareciendo conforme avanzaba el desarrollo y la democracia. Los terraos se convirtieron en áticos, la pieza de más precio en el mercado inmobiliario. Y los edificios de 80 años o más, se fueron demoliendo. Una Murcia que se fue, como tantas otras. Los terraos eran como altares del sol. Su nombre viene de “tierra”; pues de tierra era el suelo de aquellas lindes de las casas con el firmamento. La tierra, determinada tierra, absorbía el agua de lluvia, siempre que no fuera excesiva, y allí quedaba todo. Esa tierra, cuando se podía era de láguena, apropiada para tales fines. Luego, los terraos se moldearon en pequeñas dunas que iban dirigiendo hasta las abocaduras a los canalones. El suelo era ya de terrazo, sólido. La ciudad, aún levítica, a la que yo me abrí de pequeño tenía las calles de adoquín, puestos uno a uno. Fue antes de inventarse y difundirse el asfalto. Pero, durante los casi dos mil años anteriores, Murcia fue de albero, como todo occidente. Un barrizal, tras las escasas lluvias, era peligrosa llamada a insectos propagadores de infecciones sin fin, sobre todo en primavera y verano. Cuando la ocupación francesa de la ciudad, por las tropas del General Soult (no confundir con el Mariscal Soult, el que en 26
Sevilla robó obras de arte a manos llenas), de desiertas que quedaron las calles, brotó la maleza en ellas. Era 1811, y la fiebre amarilla se había apoderado de la ciudad y la Huerta. Pero la Murcia de la sequía y la riada empezó a finiquitar, como se ha dicho, en 1964, en que ya empezaron a notarse positivamente, las actuaciones definitivas ante ambas calamidades: los pantanos y su planificación previa.
Recorrido del Trasvase Sajo-Segura
La capital del Segura gozó, y sufrió, como toda España, el Desarrollismo del ministro Ullastres, y desde el 75, de la Transición democrática. En 1979 llegaba el agua del Trasvase Tajo-Segura que complementó, en ocasiones fundamentalmente, la necesidad de agua de beber de la ciudad de Murcia, y parte de la Región y aledaños, que ya había sido satisfecha, en principio, por el Canal del Taibilla. El Trasvase TajoSegura no da agua de riego a la vega tradicional del Segura. Esa agua es para otras partes de la Región, pero sí da agua de beber a los murcianos de la capital regional. Y a otras partes de la Región y de Alicante. Este acueducto magno de 292 km es una obra que arranca en la dictadura de Primo de Rivera, se estudia y planea con el ingeniero Lorenzo Pardo en la República, y se completa en 1979 con la llegada de la primera avenida. Se habían empezado las obras en 1966, en la fase de proyecto. Loor al ministro 27
Federico Silva Muñoz, que consiguió realizarlo. Un detalle, fue de los siete diputados que dijo NO a la Constitución del 78, por no respetar, según él, la uniformidad del Estado español.
Federico Silva Muñoz, finalizador del Trasvase Tajo-Segura
Por tanto, la Murcia del Cenajo, del Taibilla y del Trasvase es otra Murcia que la de 1964 hacia atrás, hasta llegar a su fundación. Conviene hablar, pues de dos etapas sucesivas. La última apenas nata en perspectiva histórica, como pregonan las fechas. Resueltos esos problemas, Murcia comienza su última andadura: la de ser ciudad comercial; neocomercial más bien. En 1970, abre sus puertas en la ciudad el Corte Inglés, una de las primeras sucursales fuera de Madrid, en España. Murcia es el centro de una conurbación prácticamente continua desde Molina de Segura hasta Beniel. Pronto serán un millón de habitantes los que habiten en ese territorio, si lo continuamos hasta Orihuela. Las ciudades comerciales se instalan en el municipio y aledaños con seguridad de atraer clientela. Y aciertan. Hacen aquí una ciudad de servicios y comercial. Estar en el eje Elche-Lorca tiene esa ventaja, la de servir a los viajeros y a los pobladores del territorio. Es decir, Murcia ha vuelto a sus raíces fundacionales: retomar comercialmente su puesto en el eje mediterráneo. Así como los cartagineses de Asdrúbal fundaron Cartagena sobre Mastia, así los romanos licenciados de la conquista de la ciudad portuaria, sobre enclave de nombre desconocido, fundaron Myrtia.
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Entrada a la FICA, donde actualmente se ubica el Auditorio Municipal
Pero lo de Ciudad-Comercial no surge por arte de birlibirloque en 1970. Antes, y como uno de los frutos positivos del Desarrollismo, aparece en Murcia, la FICA. Feria Internacional de la Conserva y la Alimentación. Desde 1952 hasta 1974, allá donde hoy se levanta el Auditorio, se instaló este milagro internacional para que los conserveros murcianos pusieran a punto su maquinaria industrial. Y para captar clientes. Fue la primera internacionalización de la ciudad. Un buen punto positivo. Diez o doce años después del final de la guerra civil, comienza a haber excedentes de fruta fresca cuyo fin no puede ser otro que su tratamiento industrial, y su conversión en conserva. Ver expositores italianos, franceses y alemanes desembarcar con sus catálogos y maquinarias de exposición fue un éxito murciano indudable. La Ciudad-Comercial ya se movía. Luego de la fecha de extinción, los congelados, el envase al vacío y el aumento de exportación, así como los nuevos tiempos, hicieron obsoleta la FICA. Pero ya había cumplido su cometido. Y, hemos citado el Corredor Mediterráneo. En Cartagena consideran usurpación y abuso decir que Murcia esté en ese eje. Discrepo, sí lo está. Eje Mediterráneo no significa eje costeramente mediterráneo. Una línea que una Alicante con Andalucía atraviesa la ciudad de Murcia. Primero, porque ha pasado siempre. Segundo porque ese eje comercial no puede obviar esa 29
masa de población antedicha. Hoy, existe autopista desde Cartagena hasta Alicante y hasta Almería; pero ya la suerte está echada. La Historia no se puede volver atrás. Es la que es. Y no hay otra. Cartagena es un imprescindible desvío –ahora sí– desde la recta Elche-Lorca, que es lo mismo que decir Barcelona-Cádiz (Roma-Gades, en tiempos). Pero, además de estas razones demográficas y tradicionales de milenio, no sólo hay mediterraneidad de costa. Las huertas mediterráneas, de escorrentías irregulares, también han generado mediterraneidad. No hay que mirar sino a Sicilia. La isla, también llamada Trinacria, es mediterránea hasta en su puro centro, a doscientos km de la costa. Caltanissetta por ejemplo.
Corredor Mediterráneo, ramal secundario y necesario a Cartagena. Murcia en el recorrido
Algunos romanos, que cuando lo hacen ya son cartageneros, deciden instalarse fuera de Cartagena. Cruzan el hoy llamado Puerto de la Cadena – bastante intransitable entonces, por cierto–, y descubren el Segura. En el parecer de algunos, los terrenos desde El Palmar, La Alberca, Algezares, Los Garres y Beniaján hasta el río son, dicen, centuriaciones para entregar a los legionarios licenciados tras la toma de Cartagena. ¿Quién sabe? El insigne Catedrático Antonino González Blanco decía que está por descubrir algún resto romano de aquello que sería la insignificante Myrtia de algún siglo antes de Cristo. 30
La Basílica visigoda entre Los Garres y La Alberca, y el Martyrium de ésta última, hablan de pobladores ya cristianos, algo ricos, en la Costera Norte, en la umbría de la cordillera que enlaza Carrascoy, La Cadena, el Relojero y la Cresta del Gallo. Son del siglo IV, primera mitad, inmediatamente posteriores a Constantino el Grande. Difícil es pensar que no tuvieran alguna relación con la Myrtia del centro del valle, sita en el camino natural que viene bordeando la costa, desde La Galia. Y que lleva y trae mercancías de todo tipo.
Reconstrucción virtual de la Basílica de Algezares-Los Garres, Llano del Olivar
¿Por qué fundaron los cartagenero-romanos Myrtia-Murcia en la orilla izquierda del Segura, y no en la derecha, con Cartagena más a mano, su “metrópolis”? Porque eso a lo que llamaron Myrtia ya estaba fundado por los iberos. Y, repitamos una vez más: el eje Elche-Lorca generaba tránsito y negocio. Y ambas poblaciones dejan al Segura al sur. Tan fácil como eso. Aún hoy, la autopista pasa no ya al norte del Segura, sino al norte extremo de la ciudad. Y con la autopista, dos magnas ciudades comerciales, una ya casi en la falda de las estribaciones montañosas continuas.
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La centralidad territorial y el estar en medio de un corredor comercial rico dieron el triunfo histórico de la capitalidad a Murcia, frente a la poderosamente romana, y costera, Cartagena. Murcia no es sede episcopal, pero sí residencia del titular de la Diócesis. Desde 1291, sucede tal anomalía. El Obispo Magaz, Diego Martínez Magaz, quiso residir cabe el Segura, donde se gestaban las conspiraciones a favor y en contra de Sancho IV, en tiempos difíciles. Además, en la Huerta estaban las tierras feraces cedidas al Obispado, desde 1266, fecha de la reconquista definitiva de la ciudad y el reino. A Magaz no le gustaba el aislamiento. No creo en el peligro acechante y constante de los piratas. Fue la excusa para documentar la dicisión. Un traslado de residencia episcopal con muchos visos de ilegalidad, pues la Sede Carthaginensis tenía relación directa con Roma, no con Toledo. Sancho IV de Castilla consintió el traslado, por causa de contentar a un aliado. Pero es cuestionable si Sancho IV tenía o no poder para aprobar la petición de Magaz. Poderío sí tuvo. En Murcia está la Catedral del Obispado de Cartagena y el Palacio Episcopal. Más de siete siglos lleva así. Incluso en los sesenta del siglo pasado, el XX, en algunos documentos de habló de la Diócesis de Cartagena-Murcia. No perduró. Cartagena y su Obispado dependió de Roma hasta 1492, en que Alejandro VI, el Papa Borgia, decidió su dependencia peninsular: Valencia. Hoy depende de Granada. Alejandro Borgia había sido Obispo de Cartagena. Nunca vino.
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Catedral de Cartagena, bombardeada por el bando nacional, con aviones italianos, en noviembre de 1936
Alguna vez se ha lanzado la idea de que Cartagena se convirtiera en Arzobispado, y Lorca, Caravaca y Murcia en obispados dependientes. Apoyaría yo personalmente esa idea, pero la veo lejana, casi utópica. Todas estas disquisiciones históricas no son ajenas, ni traídas por los pelos, a esta prosa que indaga qué sea Murcia, la capital de la Comunidad Autónoma de su mismo nombre. Son parte consustancial de esta ciudad, representada por la ya madura doncella del cuadro en exaltación de Floridablanca. De su pasado militar, el primero, el de control del territorio tras la guerra civil, o tribal, de primeros del siglo IX, Murcia conserva los restos de una muralla, en su tiempo la mejor de toda la Hispania musulmana. La muralla de la alcazaba, actual Delegación del Gobierno, se expande río arriba, mediante dos construcciones más, la casa del Príncipe, el actual Ayuntamiento, y el acuartelamiento de tropas, más o menos por donde el actual ex Hotel Victoria. El resto de muralla es de defensa civil. Hacia oriente, Santa Eulalia, la calle del Museo de Bellas Artes, Puerta Nueva, acera de enfrente del Teatro Romea, Santa Teresa, Sagasta y recto hasta llegar al río otra vez. En el siglo XI aparece el barrio de la Arrixaca, extramuros, al occidente y al norte, pero murado él mismo también. Este recinto amurallado fue cayendo poco a poco, y no impidió para nada el crecimiento de la ciudad. Tanto al levante como al sector noroccidental. 33
Desde el XVIII la adición del actual barrio del Carmen, y al Este del mismo, el muy posterior barrio del Infante Don Juan Manuel, expanden el mapa municipal. La muralla fue anécdota histórica en la ciudad, que no pasó de identificarla un par de siglos. Hoy, sus restos son mero objeto de visita histórica. La ciudad se esparce por los cuatro puntos cardinales, y se come la Huerta. Se la ha comido ya en gran parte, por todos los arrabales que la circundaban antaño. No sólo para ampliar sus barrios, sino también para lograr zonas residenciales de viviendas familiares. Con casi 500.000 habitantes entre casco histórico y pedanías, y contando los no censados, la expansión ciudadana era inevitable. Esa expansión le ha hecho perder personalidad, indudablemente. Pero es irreversible. Es un suceso compartido con otras ciudades europeas. El Desarrollismo de los 60 y mitad de los 70, así como el crecimiento en democracia, han tenido esa cruz de la moneda. Los últimos solares están convirtiéndose en viviendas unifamiliares de alto vivir, con lo que la antaño personalidad huertana deviene paulatinamente en paisaje urbano residencial.
Restos de la Muralla Árabe de Murcia, junto al Mercado de Verónicas
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De todo lo dicho se colige que la ciudad de Murcia, acaba de nacer a una nueva época. Y no necesariamente, ha de ser una época esplendorosa. Ni tampoco lo contrario. Simplemente, no se sabe. Ha desparecido la amenaza del agua. La mayor. Y ya no está incomunicada. Ni cerrada por muralla. Hay aeropuerto, y Tren de Alta Velocidad en puertas; más autopistas a los cuatro vientos. ¿Quo Vadis, Murcia? Es lo que pudiéramos decir. Mucho bagaje lleva para esa travesía. Historia milenaria, con todo sus adheridos de religión, leyendas, literatura, costumbres, etc… Por supuesto, la actual pandemia del coronavirus puede ralentizar este proceso. Pero ninguna ocasión similar pudo cambiar el Camino en la Historia de Murcia. Acogiéndonos al concepto mitológico de la Diosa Madre, de Robert Graves, anotemos que esa figura ha tenido tres representaciones en la ciudad: Myrtia, la diosa romana del dulce no hacer nada, y cosas parecidas que no vienen al caso. La segunda es la Virgen de la Arrixaca, que traen reconquistadores. Y la tercera es la advocación de la Fuensanta, que no es exclusiva de Murcia, por lo menos la denominación. En el Olimpo Murciano hay, pues, tres figuras femeninas, una romana, del Aventino nada menos, y dos cristianas. De estas dos, la primera tiene nombre árabe, procedente de la castellanización del correspondiente nombre musulmán: el barrio murado. La escuadra superior izquierda del cuadrado irregular (más bien patata) del mapa urbano medieval, es un barrio doble, en escuadra. Al norte, la zona residencial de los señores árabes, comenzando por la Reina, con su palacio. A occidente, el barrio obrero de los artesanos. Hoy es el de los inmigrantes. Ambos barrios protegidos por nueva muralla exterior que dilata la muralla originaria.
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Mostración de la imagen de la Virgen de la Fuensanta, al poco de entrar en Murcia las tropas de Franco. Palacio de Almodóvar, entonces, Gobierno Civil, en la Plaza de santo Domingo
Con todo, hubo otra diosa madre, ésta de iberos helenizados. En el Cabecico del Tesoro, junto al convento, tan murciano, de los Hermanicos de la Luz, aparecieron, desde el XVIII, estatuillas iberas de inspiración griega. Al final, ya en el XX, se determinó que se trataba de un lugar de culto a Deméter. Fulgió entre los siglos V aC. y I dC. Deméter es diosa de la Agricultura. Indudablemente, forma cuatrilogía con las otras tres; pero a diferencia de ellas no perduró. No la contamos. Se ha querido ver a la Fuensanta como una “resurrección” interesada, traída por los clérigos del XVIII, de Deméter. Pero no hay tal. La Fuensanta era la Virgen de las Fiebres, desalojada por el Obispo Trejo para instaurar el actual altar o Capilla de la Inmaculada, en el trascoro de la Catedral, donde se le rendía culto, desde el XIV. Y a principios del XVIII nadie sabía de ese culto heleno-ibero de casi dos milenios atrás. Deméter, al lado de Myrtia, Fuensanta y Arrixaca es anécdota, erudición de arqueólogos.
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Virgen de la Arrixaca. O del Barrio Murado, en árabe
Myrtia es diosa de los tranquilos. Arrixaca obró, según Alfonso X, el milagro de quedarse en el terreno, a pesar de sarracenos y de aragoneses, y aún de la primera voluntad del rey sabio, según la Cantiga 169, obra del mismo rey castellano. Fue la Arrixaca algo así como la testigo del afianzamiento en la ciudad reconquistada de la nueva era que empezaba en 1266. La Fuensanta es el triunfo por ahora definitivo. Es Virgen del Agua, lo cual la hace definitiva en este viejo régimen que parece empezar a finiquitar. Es Virgen del Agua, porque desde 1693 hasta 1731, ambas imágenes, Arrixaca y Fuensanta, “compiten”, junto con otras imágenes sacras, presidiendo las rogativas para implorar el fin de la sequía. La lluvia llega con la nueva imagen, que, además, presenta una elegancia que gusta al pueblo. Es una imagen de vestir. La Arrixaca es madera gótica inatacable. La Arrixaca se va al olvido, hasta que a finales del XIX, es encontrada y reivindicada por Javier Fuentes y Ponte, el erudito madrileño tan amurcianado. Myrtia es la madre del “aquí se está bien, aposentémonos”, o dicho bíblicamente: “hagamos tres tiendas” de cuando el Monte Tabor. Casi el mismo hipersignificado tiene la Arrixaca. Toma el nombre del barrio, en árabe, de donde estaba instalada, acaso con otra imagen anterior, desde 37
tiempos de Ibn Mardenix, más de cien años antes. Es diosa, diosa-madre, con minúscula inicial y con perdón de quien sea, lo siento me apoya el contexto. Y Fuensanta, la que por fin está vinculada al Agua, así, con mayúscula inicial. Y es una vinculación, tanto por el nombre (Fuente), como por el motivo por el que es adoptada como madre de todos: las rogativas triunfantes. Myrtia y Arrixaca son nombres de tierra o territorio, geónimos, el mirto –que nace de la tierra– y el barrio, o suelo urbano, de residencia. Fuensanta es hidrónimo, lo definitivo. No podía haber mayor conjunción de identidades, la murciana y la de la mediación divina con nombre de agua.
Llegada de la Romería de la Fuensanta a la Cuesta del Santuario. Óleo de José María Almela, años 30
De las cuatro grandes ocasiones en que la murcianía se ve identificada, acaso sea la de la Romería de Septiembre, en fecha variable, la que más ciudadanos de esta ciudad concita. Semana Santa (con epicentro en el Viernes Santo), el Bando de la Huerta y el Entierro de la Sardina, referidas a la romería septembrina, tienen, en opinión de este cronista, otra condición respecto de la trascendencia de lo murciano. Forman parte del corazón de Murcia, pero no de su alma. La Romería, sí. Con perdón de quien disienta. En la Fuensanta recuerdan al Agua como Alma Mater de la 38
ciudad, que nació junto a un río, y sufrió sus avalanchas y gozó sus años de Felicidad Climática, que es frase del ya citado poeta Jorge Guillén, que se deleitó en esa buenura de aire tibio en invierno que nos caracteriza. Sin pretender la exclusiva universal de esos 18º C de temperatura media y la mínima pluviosidad anual. En Murcia, la lluvia es buena si cae en la cabecera del río. El agua aprovechable viene por el suelo. No viene del cielo. Insistimos, la fiesta más murciana, en nuestra opinión, es la Romería de Septiembre. Tampoco sabemos si esa estabilidad de clima la seguiremos teniendo en un futuro. El Cambio Climático está aquí, sea cual sea su causa, y está por ver en qué nos beneficiará y en qué nos perjudicará. Toda, o casi toda, acción natural o humana tiene sus dos vertientes, la buena y la mala. Pero hay que advertir, que la Huerta Murciana va dando paso, desde los sesenta del siglo XX, a solares primero y a barriadas nuevas después. La Huerta se ha trasladado al Campo de Torre Pacheco, acaso el municipio más beneficiado por el Trasvase Tajo-Segura. Los huertos, distintos de las huertas –según Ramón Gaya–, cercaban en un antaño no muy lejano, a la misma ciudad. Recordemos esas fotos del Arco de la Aurora, que abocaba a un huerto, con su palmera, con su bardiza y con su parral. Y ello, a 100 metros, o menos, del Teatro Romea. O la Plaza de Toros (1888), rodeada de sembrados huertanos, a principios del siglo XX. Desde la Murcia de la muralla cerrada, se pasó a la del XVIII, creciendo por el barrio del Carmen, entonces partido de San Benito. La Ronda de Garay (por el Corregidor de ese mismo nombre) fue la primera circunvalación, en aquellos amenes dieciochescos. En los 50 se abrió la Gran Vía, atravesando la ciudad por su justo medio, creyendo que era el colmo de la modernidad. Pronto llegaron las circunvalaciones; ya no se llamaban Rondas.
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Plaza de Toros, Murcia, finales del siglo XIX
En 1960, Murcia tenía 240.000 habitantes. Y dentro de ellos casi un 1/1000 de extranjeros. Hoy, ha doblado su población, y, a buen seguro, el número de nacidos en otros territorios ha crecido sobremanera; exponencialmente. Es la Globalización. La Globalización se ha comido la Huerta; pero no recomiendo llorar por ello. La Murcia huertana era endémica en tifus y en otras infecciones malignas. La higiene brillaba por su ausencia, y la mortalidad infantil por lo contrario. No es un Paraíso perdido, la Huerta antañona. Su casi desaparición fue un precio, acaso muy alto, eso sí, a cambio de la gran merced de la Sanidad Pública y la Enseñanza a cargo del Estado, léase a este respecto la novela “Colasín”3, de José López Almagro, de 1921. Además de un aparato administrativo con un grado de eficiencia notorio. O, por lo menos, muy superior al de los tiempos galdosianos o pregaldosianos. Ello por no hablar de la inviabilidad económica de los minifundios. Y, junto aa nuevos parámetros externos, los internos, que también ha traído la Globalización: las drogas y los móviles. Somos gentes nuevas los nuevos murcianos.
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Editum. Ediciones de la Universidad de Murcia, 1990
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Y, sí: esta Murcia anclada en barro y agua, traída y llevada por avenidas, crecidas, riadas y por años y años de tranquilidad fluvial; esta ciudad levítica y de personalidad cambiante: comercial, militar y nuevamente comercial, tuvo su sueño: fue capital de un Reino. Un reino dentro de una corona, la castellana y luego española. Cuando Alfonso X recupera la soberanía, le falta tiempo para proclamar a los cuatro vientos que Castilla posee un reino más: el de Murcia. Pero ella misma no se llamaba a sí mismo Reino. Los Ibn Hud que se rinden a Jaime I y a su yerno Alfonso X no han constituido dinastía. Se han considerado siempre parte de Al-Andalus. Por eso el más grande de todos los Ibn Hud llega a conquistar has los extremos ibéricos occidentales del sur de la península. Lo hace porque quiere recuperar el esplendor del mejor periodo Islámico de la península. Y lo consigue un día de 1228, en que, en medio de una rogativa por agua, en Granada, un legado de los Abbasíes de Damasco, le impone la capa de Emir hispano. No se para en los límites de su Taifa.
Extensión máxima de los dominios de Ibn Hud, 1228
Pero, poco dura poco el hecho de que Murcia sea capital de AlÁndalus. Traicionado por todos, y sobre todo por los Nazaríes de Granada, que nunca soñaron Al-Ándalus, muere en Almería, asesinado y absolutamente desprovisto de su hazaña. Sus sucesores, ante la muerte del gigante, acuden presto a Toledo a conceder soberanía a cambio de respeto por las costumbres, religiosas incluidas, que han tenido desde hacía cinco 41
siglos. Inmediatamente, el Infante Alfonso, vivo todavía su padre Fernando III el Santo, llama a Murcia, Reino. Castilla va conquistando reinos, no ciudades. Aspira a ser corona, no solamente reino. Insiste en ello Alfonso X, ya rey de Castilla, cuando opta al Imperio. El fecho del Imperio, que se dijo. Añadir a Castilla la famosa retahíla, que en tiempos de los Reyes Católicos era: Rey de Castilla, León, Navarra, Granada, Toledo, Galicia, Murcia, Jaén,
Córdoba, Sevilla, los Algarves, Algeciras y Gibraltar y de las islas de Canaria y de las Indias e islas y Tierra Firme del mar Océano y Señor de Vizcaya y Molina.
Estatua del Rey Alfonso X el Sabio, escalinata de acceso a la Biblioteca Nacional, Madrid
Pensaba el bueno de Alfonso que su colección de reinos influiría en los electores alemanes. Pero no. No pudo ser. Alfonso se gastó un dineral, pero nada consiguió. Su estirpe de Hohenstauffen tampoco valió de nada. ¿Dónde estaban los límites de este reino casi fantasma? Pues en aquellos tiempos, las fronteras no son todo lo precisas que son ahora. Si es que ahora son precisas, que tampoco. Pero, podemos decir que toda la Sierra alta del Segura, y la aledaña de Riópar, por el norte. Los Vélez por el 42
Oeste y buena parte de la Vega Baja, hoy alicantina, eran reino de Murcia. Hasta tiempos muy modernos llegó a las escuelas el remoquete de que la Región de Murcia tenía dos provincias: Murcia y Albacete. Pero ya era más añoranza romántica que otra cosa. Con todo, durante todo el Franquismo, Murcia dependía en el terreno judicial de Albacete, y en la Universidad, Albacete entera era distrito murciano. La pérdida del reino comienza en 1833. El ministro Javier de Burgos acomete la empresa de conformar las Provincias española, a modo parecido a como en Francia se habían establecido los Departamentos. El susodicho político establece que, en lo posible, los ríos han de dejar su nacimiento en región o provincia distinta a su la de su desembocadura. Se busca la interdependencia. La regla, que no es general, jibariza el reino murciano, a la provincia murciana. Las Autonomías del 78, con la Constitución, consagran esos límites. Ningún otro territorio sufrió la amputación que sufrió este Reino. De abarcar casi por entero la Cuenca del Segura, pasó a dominar tan sólo las vegas centrales del río. Dejando en Jaén el nacimiento, y la desembocadura en Alicante. Fin del sueño. No obstante, voces ha sonado luego del 78, fuera de la actual Comunidad Autónoma, aludiendo a su murcianía amputada. Pero todas ellas no fueron sino fantasmas enarbolados contra sus Autonomías propias respectivas, para exigir mejores servicios. Los obtuvieron. Sucedió en Orihuela, para conseguir mejores prestaciones sanitarias de Valencia, y los municipios de Montealegre del Castillo, Ontur y Fuente Álamo de Albacete, por razones similares. Fue la resaca del sueño de haber sido reino. Eso sí, con la amputación territorial, vino el cambio de nominación: Comunidad Autónoma de la Región de Murcia. Y ya no va a cambiar.
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Reino de Murcia, hasta antes de 1833
En Cartagena claman por ser la segunda provincia de la Región. Pero no está la Historia de España para satisfacer ese tipo de ansiedades, sean justas o no. Muchos territorios hispanos ansían cambios de delimitación, por mil diversos motivos, y el de Cartagena es uno más. Por muy justo, y diferente a todos, que les parezca a los cantonalistas de la Ciudad Departamental. Y acaso lo sea; pero la realidad es tozuda. Y Murcia tiene su escudo. Alfonso X enseguida concede escudo. No le gusta al monarca, si es que llegó a saber que existiera, aquel primero del Concejo murciano, de una torre coronada por una palma. Escudo que pasó a ser exclusivo pasto de eruditos.
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Escudo completo de la ciudad de Murcia. Ocho reyes fueron completando su contenido: Alfonso X, Pedro I, Felipe II y Felipe V
No hay documento que asegure el significado de las 5 coronas, para ennoblecer a la ciudad, no sólo al Concejo Murciano. Pero todos coinciden en que en él se festeja el Quinto Reino conquistado para Castilla y León, a saber: Toledo, en el siglo XI, y Jaén, Córdoba, Sevilla y Murcia, en el XIII. No cabe más monarquismo en un escudo. Los blasones murcianos festejan, los seis primeros a la Casa de Borgoña, a la que pertenecía Alfonso X. La sexta la concede Pedro I, el último borgoña. La concede por la fidelidad murciana en las guerras civiles castellanas, y contra Aragón. Y la séptima corona, el primer Borbón, Felipe V, en agradecimiento a la toma beligerante de postura en la Guerra de Sucesión. ¿Y los Austrias, no dejaron su sello en el escudo murciano, los Austrias? Pues, sí. Felipe II, a petición del Corregimiento de Murcia, el equivalente al Ayuntamiento actual, dejó que se plasmara en el escudo el Corazón de Alfonso X el Sabio. Un símbolo de amor en ámbito heráldico. No sé si hay otro por el mundo. Con todo, Felipe V no dejó la cosa en la Séptima Corona. Otorgó León Rampante y flor de lis con latinajo circundante. Priscas Novisima
Exaltat et Amor, reza la leyenda que debe circunvalar al Corazón ya otorgado por Felipe II. Además, se incorpora la consabida Flor de Lis de la Casa de Borbón. Un galimatías de imágenes, que el más moderno diseño municipal obvia, naturalmente. El latinajo de arriba significa que la Séptima Corona ensalza a las anteriores coronas, así como el corazón del Rey Borbón corresponde al amor de sus murcianos súbditos. El latín resabiado del XVIII da para eso y para mucho más.
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Cuadro conmemorativo de la concesión del corazón de Alfonso X, a las armas de la ciudad de Murcia, por parte de Felipe II
En resumen, el escudo murciano es una oda a la Monarquía española de todos los tiempos, representada en tres dinastías. Ello no obsta para que, en tiempos de la República, Murcia fuera fiel al estado constituido. Murcia fue republicana, y muy brutalmente activa en la represión, social y religiosa, a los sublevados, hasta tres días antes del 1 de abril de 1939, fecha del final de la guerra civil. Luego de que la IV División Navarra al mando de Alonso Vega, entrase en Murcia, no hubo rey al que jurar de nuevo fidelidad. Hasta 1978, claro. Pero, a decir verdad, la certeza histórica no es la fe popular. El significado de origen de las siete coronas no opera en las gentes. Y si figura es a modo de erudición leve y pasajera. Murcia se identifica con su escudo. No con el significado de su escudo. Como sucede con todos los símbolos del mundo. El símbolo es símbolo, y nada más. Funciona al margen de su significado. Es una ley universal. Los significados de origen son pesadas cargas para el uso del símbolo, las más de las veces. Ni la deriva laicista de la Romería de septiembre importa nada al sentido religioso de origen, y aun de mucha parte de la población, ni el escudo implica en dinastismo alguno a la población urbana de Murcia, más 46
heterogénea que nunca, en ideologías, en razas, nacionalidades y religiones. Los símbolos están vacíos, o en proceso de vaciamiento, su poder de influencia no. Es una paradoja, que acaso sea más real que la univocidad de símbolo y origen del mismo. Estamos ante una ley universal. Por demás, la condición de una romería siempre –siempre– fue más humana, y aun humanal, que religiosa. Piénsese en la Yerma de García Lorca, y lo que se dice en esa obra que hacen en las romerías. O en las romerías gallegas de Vallé Inclán, aún más humanas y desgarradas. La diferencia entre la romería murciana y las aludidas, no está en la común condición humana de las tres, sino en la noción de pecado, que sí existe en las de antaño. Y no se da ahora. Pecar en una romería ya no tiene morbo, si se me permite explicarlo así. Cambia el sentido seglar de la Romería. Para una mayoría muy extensa, la vertiente religiosa del acto no es pertinente en su conciencia. Para una minoría muy fuerte, sí. Es lo que pasa con las otras celebraciones murcianas. No se exalta la Huerta, en el Bando de la Huerta; se exalta un recuerdo romántico de la Huerta preindustrial. Tampoco se celebra el fin de la Cuaresma en el Entierro de la Sardina. Ya no hay ayuno ni abstinencia que valga. No hay sardina que enterrar, en aras de volver a comer carne. De la fidelidad a Pedro I en su lucha con el primer Trastámara, que lo venció ¿quién se acuerda? ¿O quién lo sabe? Y así sucesivamente. Murcia sufre los envites de la Globalización, que prima el individualismo, el consumo y el bienestar sobre todo, Historia al completo incluida. No somos diferentes a ninguna otra parte del mundo, salvo excepciones particulares, casi patológicas, de anclaje en el sentido levítico e inamovible de las cosas.
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Acuarela festiva del Bando de la Huerta
Todo en Murcia es pasado reciente. Y si no pasado, presente moribundo, que ve ya crecer los nuevos brotes de lo siguiente. Pero los procesos históricos son lentos, en la perspectiva humana, existencial del tiempo. Todo pasa y todo queda, que dijo Machado. Pero somos, creo, más heraclitianos que parménicos. Nómadas in situ, dijimos. Hemos sido, más que somos; pero aún somos lo que fuimos, en una cierta manera cada vez más débil. Murcia tuvo otro sueño efímero: el mar. O, más bien, su municipio. Cuando Alfonso X se hace cargo del Reino, primero en 1253, luego en 1266, no puede olvidar que Cartagena, Mula y Lorca han sido rebeldes a su soberanía, cuando el penúltimo Ibn-Hud le rinde vasallaje en Toledo. El Infante Alfonso tiene que conquistar esas tres poblaciones. Acaso por eso, las pesquerías del Mar Menor, entonces no tan cerrado como ahora, se las cede por completo a Murcia, a su Concejo. Por supuesto que pescadores de Cartagena faenaban en tales aguas, desde siempre. El siglo XVII está lleno de litigios por ver de quién son las encañizadas, la joya de la Corona de tales pesquerías; véase “El municipio de San Javier en la Historia del Mar Menor”, de Fernando Jiménez de Gregorio4. Las encañizadas; es decir, las
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Ayuntamiento de San Javier, 1983
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redes que, armadas sobre estacas de caña, dejan pasar primero e impiden salir después, a los peces del Mar Mayor. O del Mar Menor también. Luego con ellos, se compone la mojama y la hueva, sucesores del antiguo garum de los romanos. Amén, naturalmente, de pescado fresco para las ciudades del interior, a las que puede llegar en condiciones comestibles.
Mapa del Mar Menor que muestra que del Albujón al Estacio, era jurisdicción murciana. Las islas y su mar circundante, de Cartagena
Al final de todos los conflictos, se queda la parte sur, desde La Rambla del Albujón hasta la Encañizada del Estacio, para Cartagena, la mitad norte para Murcia. Cartagena alegaba dominio de facto secular sobre “su” mar Menor. Murcia, sus papeles regios sobre toda la extensión de este mar interior. La presencia hoy de la Semana de la Huerta, en Los Alcázares, no es sino legítima continuidad murciana, capitalino-huertana, en el Mar Menor. Pero, esto, lo de la jurisdicción marítima, tan sólo fue un sueño, efímero como la condición de Reino. Aunque las cuestiones del predominio y supremacía territorial sobre el Mar Menor ya es historia. La costa es de todos. Y punto.
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La imagen de la Caridad, que por surgir del escudo murciano se confundió con emblema de la misma Murcia. La Matrona del Almudi
Hay otro punto murciano de cierta relevancia: el mito de la Matrona del Almudí. En 1575, el escultor Fernando de Torquemada esculpió la renacentista lápida que denotaba que el edificio al que está adosada era el Pósito. Es decir, el almacén de grano para épocas de penuria colectiva. En ella, la Virtud teologal de la Caridad sale del escudo de la ciudad, con sus seis coronas entonces. Le da pecho a un niño necesitado y ajeno, mientras los propios aguardan no muy contentos su turno. El conjunto está coronado por un pelícano, al que le falta la cabeza. El pelícano es símbolo eucarístico, pues al igual que el Redentor, da su sangre a sus hijos, picándose el propio pecho. Toda Europa está llena de Matronas de la Caridad; en la fachada de la Catedral hay una, por ejemplo. Pero en Murcia, al ver el escudo de la ciudad respaldando a la Matrona, se pensó que simbolizaba un cierto exceso de caridad, muy murciano: el hecho de que, en Murcia se triunfa antes y mejor que si eres de fuera. Así las cosas, La Matrona del Almudí es símbolo murciano. Por cierto, una vergüenza su estado de conservación. Ya el pintor y Académico Muñoz Barberán dijo, hace décadas, que la original debería ir a un museo, y sustituir esta, batida ya por siglos de intemperie, por una de alguna materia moderna plástica, y de aspecto noble, de más batalla. Acaso hoy existan procedimientos de conservación y restauración con la suficiente 50
garantía para evitar la suplantación, que nuestro eximio artista no podía adivinar en su tiempo. Con todo, su museización, mejor que lo actual. Su restauración en su situación actual, muy posible, lo mejor. Este cronista no cree que tal inversión de cariño filial, que pregona la obra de arte aludida, suceda en esta tierra más que en otras partes. Murcianos han triunfado aquí, y murcianos han triunfado fuera. Floridablanca y a Madre Esperanza de Santomera son ejemplos. Lo mismo que foráneos. No es que, inapelablemente, triunfe el que vale, sino que no hay regla. Una observación de la que, acaso con base empírica efímera, se hizo categoría. No obstante, en el sentir de las gentes murcianas, opera así. Con todo, este cronista se pregunta, qué hace el Auditorio, con el nombre de un foráneo efímero, teniendo tanta gente murciana de valía en el mismo mundo de la Música, por ejemplo. Lo mismo la Ronda Noreste de la ciudad, con el nombre de un ciclista navarro, también efímero. Fueron ambos casos tributos “de Almudí” a gentes ajenas, o poco propias, al sentir murciano. Pero ahí está el mito.
Parte central del cuadro de Folch de Cardona, centrado en los cuatro personajes de la alegoría
Acabemos, y hagámoslo mirando el retrato de Floridablanca, con la damisela que representa Murcia y la testigo Minerva. Observamos cómo la beneficiada por los encauzamientos del Señor Conde, abandona el cuadro, saltando grácilmente hasta el suelo del Almudí. En el tránsito ha cambiado el atuendo, por uno moderno ma non troppo, discreto. Como de muchacha 51
en la treintena. Al posar en el suelo, Floridablanca le alarga su bagaje: una maleta con ruedas, moderna. Minerva le sonríe. El Conde saluda con leve reverencia. Murcia va a ser otra. Está siendo otra. No sabe si acudirá al aeropuerto, se desplazará hasta Orihuela para coger el AVE, o, más humilde se irá a la estación de autobuses… Murcia, ciudad neocomercial, expansiva, multirracial y multicultural, emprende otro camino. Cuál sea, corresponde a otro cronista, en un futuro sin plazo, radiografiarlo y escribirlo. En su maleta, todo este montón de cosas que hemos dicho: su amor/odio con el río, su muralla, su condición levítica de antaño, sus diosas-madre, sus episodios de peste, sus aislamientos, sus símbolos casi vacíos, pero tan poderosos… Y mil cosas más que no caben en poco más de treinta páginas de prosa. Junto a todo eso, quién sabe qué ilusiones y esperanzas. Emancipada de tutelas y amparos, sale al mundo.
Escaleras del Palacio del Almudí
-He empezado a dejar de ser lo que fui. Desde ahora soy lo que seré. La oímos decir, sin volver la vista atrás, mientras busca la escalera del noble edificio del Almudí. FIN
21-09-20, festividad de San Mateo
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