Revista San Teófimo Núm. 97

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Hacer la voluntad de Dios es el acto más libre y más grande que podemos realizar

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o, creatura finita y limitada, me sería lícito pretender buscar y hacer la Voluntad de Dios? Esta es una pregunta que hay que plantear con seriedad, pues más allá de lo romántico que esto pudiera parecer, ¿está verdaderamente a nuestro alcance pretender tan gran tarea? Desde pequeños descubrimos nuestra capacidad para desarrollar una libre voluntad, que se presenta de manera relativa desde el inicio de nuestras vidas por medio de nuestros padres, que nos corrigen y nos guían a actuar de manera que más nos convenga. Desde ese momento descubrimos la bondad de realizar la voluntad de otro, que con berrinches y pataleadas, en el mayor de los casos nos lleva entender que no siempre lo que nosotros considerábamos bueno lo era tal cual, y a reconocer nuestra limitación para poder descubrir lo mejor para nosotros. De esta manera descubrimos, que la libertad no consiste en hacer caso omiso de todo agente externo de nosotros mismos, (que bastante fuera de la realidad es tal pretensión), sino en saber elegir lo mejor de entre todas las opciones y consejos que en la vida se nos presenta. Desde esta perspectiva, el Consejo de consejos que hay que escuchar por excelencia, es el Dios Nuestro Señor; que poniéndolo en práctica, es cumplir su Voluntad. Ahora vendría a bien volver a preguntar: ¿Está verdaderamente a nuestro alcance tan bella pretensión? Desde la fe, hemos entendido que Dios es el que ha tomado la iniciativa de manifestarle al hombre el camino que ha de seguir para su plena realización, porque cumpliendo la Voluntad del Creador, es como se desarrolla el plan original por el cual fuimos creados. De esta manera entendemos, que dicha pretensión no parte del ser humano, sino de Dios que quiere “ver buenas” todas las cosas que ha creado. El problema se nos presenta, cuando de manera particular queremos poner en práctica todo esto; cuando nos sacuden esas preguntas existenciales en nuestra vida, tales como: ¿Será bueno invertir mi dinero en tal negocio?; ¿esta mujer será la que me acompañe el resto de mi vida?; ¿Dios querrá que sea sacerdote? Estas decisiones importantes en nuestra vida y también las ordinarias, deben ser resueltas después de una atenta escucha de la Voluntad de Dios, no sólo a través del intelecto, que el mismo Dios nos ha dotado, sino también ante la escucha atenta del corazón, porque Dios se nos sigue manifestando en nuestras vidas; porque para cada pregunta, Él nos tiene una respuesta. Esta vital actitud de escucha y docilidad de hacer la Voluntad de Dios, la podemos descubrir en muchos de los santos, pero de manera particular hay que resaltar la figura de san José, “hombre dispuesto a la voluntad de Dios”. Es por este motivo, que la Revista “San Teófimo” se ha inspirado en el ejemplo de docilidad de este tan noble santo, patrono de todos los seminarios, para iluminar las distintas dimensiones de nuestras vidas en torno a la importancia del cumplimiento de la Voluntad de Dios; porque a ejemplo de san José, hacer la voluntad de Dios es el acto más libre y más grande que podemos realizar.

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Pbro. Lic. Gerardo Javier Cárdenas Rodriguez DIRECTOR GENERAL Diego Arrambide De la Garza DIRECTOR EDITORIAL ElÍas Tadeo Ibarra Ramírez MartínLeonardoMartínez Treviño REDACCIÓN, EDICIÓN Y ESTILO Agustín Ramírez Joya FOTOGRAFÍA Y DISTRIBUCIÓN Darío Francisco Torres Rodríguez HISTORIA GRÁFICA Mario Antonio Agüero Palomino Darío Francisco Torres Rodríguez Eliézer Israel Sandoval Espinosa Ignacio Pulido Mendiola DISEÑO Eliézer Israel Sandoval Espinosa NOTICIAS INTERNET Seminario de Monterrey Carretera a San Mateo Km. 3.5 Apdo. Posta # 34 C. P. 67250 Tel. 01(81) 1161 - 5757 www.seminariodemonterrey.org Año 24 / No. 97 Mayo de 2009 Tiraje: 1,700 ejemplares. IMPRESO EN: ICNSA, S.A. de C.V. Escobedo No. 340 Nte. Tel. 01 (81) 8340 - 6160 Monterrey, N.L. www.icnsa.com


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l sacerdote, hombre al servicio de Dios y de su pueblo, ha de ser como el rey David: un hombre conforme al corazón divino, que cumple la voluntad de Dios (Hch 13, 22). Así, el Seminario, escuela de oración y meditación, se esfuerza por ayudar al llamado al sacerdocio a descubrir y vivir la voluntad de Yahvé. La voluntad de Dios solo se puede descubrir en diálogo existencial de obediencia. En el Génesis, "Dios dice y así fue"; desde esa visión descubrimos que el equilibrio bíblico de las relaciones entre Dios y el mundo consiste en que Dios es el que habla mientras que la creación escucha y obedece, así la creación será el fruto de la Palabra pronunciada. "Él habla: esto es. Él manda: esto existe" (Sal 33,9). En su palabra estaba la Vida (cfr. Jn 1,14) Así, no hay existencia ni vida posible fuera de la obediencia a esta palabra divina que es la voluntad de Dios. El hombre en el Paraíso, los seres celestiales, los elementos naturales, no existen más que en la medida en que se conforman a lo que Dios quiere de ellos. Dios en el Antiguo Testamento prepara un camino para formar una humanidad obediente, un pueblo con corazón conforme a su voluntad. Cuidará de un "resto" de hombres obedientes para la salvación de los demás, porque Dios quiere que todos se salven. Cristo es la persona, toda ella vuelta hacia Dios, totalmente obediente. Por ello, él es el camino, la verdad y la vida (cfr. Jn 14,6). Y nuestra lucha será configurarnos a él. El primer esbozo de una "cristología" se formula sobre la categoría de la obediencia, de forma que interpreta la encarnación como un acto de obediencia de la Persona del Hijo a la voluntad del Padre. (Fil 2, 5-11). En este himno se reflejan dos límites: Cristo se manifiesta como obediente hasta el extremo de "anonadarse", vivir la kénosis, y, en virtud de esa obediencia es elevado a lo más alto: es exaltado hasta el punto de que debe ser adorado por toda la humanidad. La encarnación es la expresión existencial del diálogo con el Padre, Él habla y la creatura escucha, Dios revela su voluntad y el silencio acogedor deja que la vida de la palabra actúe: "Entonces dije: aquí estoy para hacer, ¡oh Dios! tu voluntad" (Heb 10,7), presencia disponible de la persona para responder en vivencia lo escuchado. El camino que nos propone Cristo es anonadarse, vivir la kénosis, tener un silencio existencial originario y disponibilidad absoluta. La Palabra de Dios es una invitación a salir de nosotros mismos al encuentro con el Padre.

La vida de Cristo se explica como el cumplimiento de la voluntad del Padre, así dirá Jesús: "He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Jn 6,38), su misión será glorificar al Padre haciendo su voluntad (cfr. Jn 14,13) y hacer su voluntad será su "comida" (Jn 4,34). Sus últimas palabras en la cruz fueron para testificar que en todo había cumplido el plan que el Padre le había asignado (cfr. Jn 19,30). Cristo viene a vivir la obediencia, la escucha de la voluntad del Padre, haciendo de ella una posibilidad real de salvación para todos. La vida y fortaleza del seminarista y del sacerdote es la Palabra de Dios. Lo mismo servirá de consigna para sus seguidores, pues hacer la voluntad de Dios equivale a ser "Su madre y sus hermanos" (Mc 3, 35) e indica que la llave para entrar en el reino está en "hacer la voluntad del Padre" (cfr. Mt 7,21). La importancia de la obediencia a Dios cumpliendo su voluntad se destaca en el hecho de que constituya una de las peticiones del Padrenuestro, que en expresión de Tertuliano, "es resumen de todo el Evangelio" (oración 1). Si se busca la configuración con Cristo, ésta se logra en el seguimiento de la voluntad del Padre, en la obediencia a la Palabra de Dios. Por ello el hombre no puede intentar una conexión directa con la voluntad divina sin pasar por la escucha de Cristo, porque Cristo es la manifestación de la voluntad salvífica del Padre. Incorporado a Cristo desde el bautismo, el cristiano es introducido al diálogo existencial con Dios. Y, para que la palabra creadora de Dios produzca en el hombre todo su efecto tiene que ser escuchada en y desde Cristo. Es la misma Palabra de Dios que transforma al hombre desde dentro, como una segunda creación, capacitándolo a responder al llamado de Dios, hasta llegar a la identidad con Cristo (cfr. Gal 2, 20), el Buen Pastor. El discípulo y misionero al buscar identificarse con Cristo y dar cumplimiento a su mandato, pasa por la escuela de la encarnación, como un acto de obediencia al Padre, se dispone en el silencio para recibir la palabra creadora y vivificadora del Padre. El discípulo misionero encamina sus pasos por el Camino, contempla la Verdad y recibe en gratuidad la Vida. ______________________________________ Pbro Lic. Gerardo J. Cárdenas Rdz.

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ara redactar el artículo que tiene en sus manos me propuse no tocar el tema desde una postura pesimista, es decir, no convertir este espacio en un lugar de expresión de quejas en relación a los problemas que carga nuestra sociedad, que de suyo son evidentes si somos conscientes de nuestro ser en la historia. Más de uno podrá pensar que es un simple idealismo o un conjunto de sueños irrealizables, pero considero que la sociedad ya conoce el no deber ser de las cosas y que poco hemos favorecido a la reflexión de los actos buenos. Hacía una elección consciente Iniciar el camino de conciencia electoral nos exige de suyo responder un gran número de interrogantes, dos de ellas, que según mi percepción dan pie a otras tantas preguntas, podrían ser las siguientes: ¿para qué elegir? y ¿qué elegir? Según sea lo considerado en las respuestas será lo que determine el grado, tipo y modo de participación y compromiso personal en los próximos años (iniciando en el hoy y confirmándose en tiempo el próximo 5 de Julio del presente año); formulo tal conclusión desde una verdad propuesta por la democracia, a decir: una participación responsable se da antes, durante y después de las elecciones. Sugiero algunos elementos que hay que considerar para formar un criterio objetivo que favorezca al voto verdadero, es decir, realizar una elección realmente libre (apelo a las implicaciones de un acto libre, según la perspectiva antropológica: deliberación, juicio y elección; que en su vivencia nos arrojan el principio de responsabilidad), estos elementos implican el conocimiento de: a) el régimen de gobierno del país, ello implica el conocimiento de las funciones que han de desempeñar los funcionarios públicos; b) la ideología y principios de los partidos, no para fomentar un voto militante cerrado a la objetividad de la realidad, sino para evaluar el desempeño de los partidos en los actuales puestos de poder (servicio) con el fin de conocer su congruencia con lo que les da identidad y razón de ser; c) el candidato al puesto de elección popular, es reflexionar su currículum vitae para conocer los logros y tropiezos de su vida con el fin de conocer los valores que ha forjado; ello es importante, pues, nos arroja la percepción que tiene de la vida y por ende da pie a prever la posibilidad de dirección que tomen sus decisiones; d) la realidad social, implica el saber vivir en nuestra historia, es decir, el conocer los problemas que aquejan a la sociedad y las posibilidades de desarrollo en el ámbito nacional, estatal y municipal, es considerar los signos de los tiempos de la manera más objetiva posible; e) las propuestas de los candidatos, ello aunado con el conocimiento de la realidad nos ayudarán a considerar la objetividad de las mismas, a su vez nos servirá para evaluar el grado de credibilidad del candidato.

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Es cierto que son elementos que exigen mucho y que la realidad que vive nuestra sociedad no permite una consideración completa de los elementos “evaluativos” (pues muchas personas tienen suficiente con esforzarse por sobrevivir cada día), si queremos una real vivencia del bien común tenemos que iniciar la valoración de lo que ello implica. Hemos de esforzarnos por crear una cultura del voto responsable, voto que nos compromete con la sociedad, y luchar para erradicar la mala concepción de la democracia, esa concepción del voto que por sí solo sanará las dificultades. En nuestra época se vive un desencanto con respecto a la democracia, por ello considero que no debemos esperar más de lo que esta forma de gobierno puede dar, pero tampoco menospreciarle. El “nosotros” como necesario para el Bien Común Tocar el tema de las elecciones nos lleva a reflexionar sobre la acción política; aclaro que asumiremos la acepción positiva del término “política” (La búsqueda del bien común que implica, según nos enseña la Gaudium et spes 74, “el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección) dejando de lado la acepción negativa (La búsqueda del poder para algún número determinado de personas). La persona es un ser sociable por naturaleza (”Zoon politikon” dice Aristóteles), ello implica la relacionalidad para con las demás personas, es decir, es un ser que ve la necesidad de convivir, participar y hacer partícipes de su vida a los demás que le rodean, por tanto deducimos que la convivencia es una necesidad y tarea, que desde la perspectiva cristiana es la realización del Reino, es la vivencia del Amor. Con una finalidad explicativa desarrollo una división de la actividad política en relación a los agentes, que llamaré si me es permitido, Agentes activos directos a quienes dedican por oficio a la construcción de la organización social, delimitando este campo a la acción de los funcionarios públicos, y Agentes activos indirectos a quienes asumen el modo de organización, pero con la obligación de ser evaluadores del orden propuesto y de una mejora, acción que comúnmente le denominamos “participación ciudadana”. Cada uno de estos agentes tiene una función establecida para la consecución del bien común, en pocas palabras la política es una acción que nos compete a todos. La participación en las elecciones (entiéndase con todas sus implicaciones) sobrepasa el aspecto meramente civil, es decir, no sólo se vota por que esté estipulado en la ley, sino también porque soy un ser en relación y por ello he de buscar una convivencia buena y justa, buscar el bien común.

“El bien común no es la suma de bienes particulares, sino un nuevo valor específicamente distinto del bien individual y de la suma de bienes particulares, que una vez dado posibilitan al individuo y a las pequeñas comunidades perseguir en ordenada cooperación el cumplimiento de los fines queridos por Dios” (Aurelio Fernández. Teología Moral); por tanto podemos concluir que la consecución del bien común no se da en base a acciones individualistas, pero sí se logra a base de acciones particulares desde la perspectiva del “nosotros”. Si la democracia numérica se vive como un derecho, la democracia moral se vive como un deber autoimpuesto con alegría, por ser la oportunidad de construir un mundo mejor (Carlos Díaz., Del yo desventurado al nosotros radiante). Responsabilidad cristiana es responsabilidad social La vida cristiana se da en una doble relación: relación vertical (Filiación) que hace referencia al bautismo, pues, somos hijos adoptivos de Dios; relación horizontal (Fraternidad) refiere a que somos miembros de una misma familia por ser hijos de un mismo Padre. El experimentar el amor del Padre nos lleva a vivir el amor fraterno, un amor que se concretiza en las acciones, es Jesucristo mismo quien nos ha dado el máximo testimonio de amor al dar su vida por la salvación de todos nosotros. La norma de vida de todo cristiano es el mandamiento del amor, es el salir del “yo” para velar por el “tú”, tal aclaración la ha expresado el Vaticano II: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS 1). La comunidad humana vive de una forma organizada, promueve las estructuras con la finalidad de una convivencia justa y verdadera, el cristiano no puede ser ajeno a ello, por lo tanto, el cristiano que quiera trabajar seria y eficazmente, por el bien del prójimo, no puede prescindir de sus responsabilidades sociales, como parte de tal organización. Las próximas elecciones, como parte de nuestra organización humana, forman parte de un momento histórico que nos da la oportunidad de vivir la voluntad de Dios, el amarnos los unos a los otros: ese amor que supone reflexión, análisis y elegir los medios más adecuados para lograr el objetivo al que tiende el verdadero amor cristiano. Ya le he compartido lo que para mí son las elecciones, ahora le invito a que se pregunte: ¿Cuál es su visión a cerca de este acontecimiento?

Roberto Ibarra Montes. 2º de Teología. Arquidiócesis de Monterrey.

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Hacer la voluntad del otro: ¿esclavitud o amor?

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n nuestro tiempo, se relaciona con frecuencia la realización de la propia voluntad con ser independiente. Se percibe la autarquía como algo muy positivo, mientras la dependencia se ve como algo negativa. “Se desea ser cada vez menos dependiente, cada vez más una especie de dios que no necesita a nadie “(Joseph Raztinger; Dios y El Mundo). Bajo este modo de pensar surge la siguiente premisa: Una persona es libre e independiente siempre que hace su propia voluntad mientras que no lo es cuando hace la voluntad del otro. Coacción, libertad y voluntad Es verdad que hoy en día muchas personas son coaccionadas a hacer lo que no querrían. Tenemos el tristísimo ejemplo de los niños haitianos que son comprados por algunos dólares, bajo la apariencia de adopción, para realizar labores domesticas y actos sexuales (Cfr. Benjamin Skinner; A World Enslaved; Foreign Policy). Podemos decir que quienes esclavizan logran que se haga su propia voluntad, y que quienes son esclavizados se encuentran haciendo la voluntad del otro, pero esto es sólo en un sentido limitado, pues un acto impuesto por la fuerza no tiene su origen en ninguna tendencia de la voluntad de la persona coaccionada (Benjamin Skinner). Dicho de otra manera: si examinamos la naturaleza de la voluntad veremos que coacción y voluntad son incompatibles. Una cosa es hacer la voluntad del otro, y otra es ser actuado; ser utilizado (É.Gilson; El Tomismo: Introducción a la filosofía de Santo Tomás de Aquino). Para hacer la voluntad del otro se necesita ser libre, pues sólo en la libertad tenemos voluntad, este apetito no determinado que se encuentra estrechamente relacionado al conocimiento racional. Cuando elegimos, en efecto elegimos lo que juzgamos más conveniente. Y esta elección puede ser muy bien realizar la voluntad del otro, si es que nuestra razón determina que obrando así participaremos mejor en la razón universal de bien. Esta elección libre supone ya una independencia. La voluntad debe estar libre de necesidad. Negarlo equivale a suprimir de los actos humanos aquello que les confiere un carácter meritorio o reprobable. Esto no significa que la necesidad de algo, que se requiere para llegar un fin, sea incompatible con la voluntad libre. Puedo solicitar mi ordenación sacerdotal, aunque sea una condición necesaria para hacer la voluntad de Dios. La necesidad de recurrir a este medio, el sacerdocio como estilo de vida, es consecuencia de la opción de querer aceptar la invitación que Dios me ha hecho -y a la cual no estoy obligado- se trata pues de una necesidad impuesta por la voluntad misma. De un querer el fin, -hacer la voluntad del Otro-, que implica el querer los medios, - el seminario, el sacerdocio-, necesarios para ese fin. Interdependencia y voluntad La independencia absoluta sólo sería posible para Dios. Cuando seguimos una ley, un sistema o una costumbre, ¿no hacemos en cierta forma la voluntad de los hombres de otra época? De Roma seguimos los principios que subyacen nuestro sistema de leyes y del pueblo Judío hemos seguido las inspiraciones de nuestra fe (Dr. Tupper; Interdependence his theme; The New York Times). ¿Será siquiera posible excluir continua y perpetuamente la realización de la voluntad de los demás, para hacer sólo la propia? Para que en una familia, comunidad o mundo sucediera algo así, tendría que reinar el aislamiento y desacuerdo completo. Hacer la voluntad del otro, no significa ser esclavo o carecer de independencia, sino más bien es reconocer la riqueza y la grandeza del otro. En la realidad necesitamos cooperar para alcanzar objetivos que no podríamos alcanzar de manera absolutamente independiente (Stephen Covey; The 7 Habits of Highly Effective People). Pero más aun, hacer la voluntad del otro puede en muchos casos ser una donación. Todo depende del amor, pues en donde hay amor, más bien no se puede decir que hay muchas voluntades, si bien concordantes, sino una sola voluntad, porque el amor es uno. La experiencia cotidiana nos proporciona ejemplos sencillos pero no por ello menos valiosos: Lo vemos en algunos grupos de amistades, familias y parejas. Ahí, en no pocas ocasiones, se puede ver que el efecto principal del amor consiste es querer lo que quiere la persona amada de manera que ambas personas -o un grupo de ellas- tengan un solo corazón y una sola voluntad.

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Luis Múzquiz Zermeño 1º de Filosofía. Arquidiócesis de Monterrey


“Enséñame a cumplir tu voluntad, ya que tú eres mi Dios.” Sal. 143, 10

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ómo se atreve el hombre a desear vivir la voluntad de Dios? ¿Cómo pretende conocerla si Dios es superior a él en todo? En la persona de fe, preguntarse por la voluntad de Dios o desear continuamente conocerla es algo esencial porque al buscarla estará no sólo indagando para conocerla como un concepto abstracto, sino buscando cómo unir su propia voluntad a la de Dios y vivir conforme a ella. La voluntad de Dios es un misterio revelado, conocemos la verdad de los deseos divinos y aunque en muchas ocasiones particulares de la vida, buscar la voluntad divina es causa de angustia, no tiene porqué ser causa de desesperanza pues Dios ha querido revelar su voluntad en Cristo y él mismo nos ha enseñado a vivir conforme a ella. Expreso en mi opinión, que buscar la voluntad de Dios en algunas ocasiones es causa de angustia porque los deseos del corazón humano van en contra de lo que Dios quiere de nosotros (su ley de amor) y al encontrarse con la voluntad de Dios debe escoger que hacer, pero Cristo nos da la gracia para vivir conforme a sus designios. Así dice San Pablo en su carta a los romanos: “Me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?” (Rom 7,22-23) y continúa “¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor” (Rom 7,24). Muchos ejemplos se pueden mencionar de personas que han buscado y vivido la voluntad de Dios; aquí podemos recordar a los santos y a las personas que conocemos que en su vida se esforzaron y se esfuerzan por cumplirla; pero el mayor de ellos es el mismo Cristo que vino al mundo para hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 6,38). Dios encarnado nos muestra que se interesa por los hombres y nos ama tan profundamente que aquí, entre nosotros, nos revela su voluntad y nos enseña cómo cumplirla. Toda su vida fue un continuo escuchar en la oración, cuál era la voluntad del Padre e incluso hacerla su alimento (cfr. Jn 4,34). Él mismo en su última noche, en su oración del monte de los olivos, lleno de angustia, pide al Padre se haga su voluntad: “Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad” (Mt 26,42b). Así “en Cristo y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue cumplida perfectamente y de una vez por todas” (CIC 2824). Jesús nos enseñó a orar y en esa oración que repetimos diariamente decimos “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Que esta petición no sea un simple deseo de que se cumpla lo que Dios quiere para toda su creación sino que suene a compromiso y podamos decirlo con el corazón: “Haré tu voluntad, aquí en la tierra”. Cumplir la voluntad de Dios no es sólo buscarla sino buscarla y esforzarse por vivirla. “Nosotros somos radicalmente impotentes para ello, pero unidos a Jesús (en una relación personal) y por el poder de su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (CIC 2825). El hombre se atreve a buscar la voluntad de Dios y a cumplirla porque Dios se ha hecho cercano a nosotros y nos ha revelado el misterio de su voluntad en Cristo.

Jesús Jorge Moreno Cruz 1º de Teología Arquidiócesis de Monterrey.

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José obrero: lo extraordinario de lo ordinario S

an José, hombre virtuoso entregado a la voluntad del Señor, ejemplo de santidad que guía nuestro camino de formación dentro del seminario, un ejemplo de vida para todo sacerdote. San José obrero desde su humildad y su sencillez, llevó su vida cotidiana a una vida extraordinaria al estar junto a Jesús, el Hijo de Dios. Es san José el hombre que educó, que aconsejó como padre de familia al Hijo del hombre. Es José quien portó el título de padre ante toda la comunidad, es el padre que veló por la salud y seguridad de nuestro Redentor. Es José el hombre extraordinario en lo ordinario, el justo considerado por Dios para que así, de obrero y desde su trabajo, fuese teniendo el encuentro con Dios. El obrero de Nazaret, quien lleva el cuidado de la familia santa, es a quien Dios le concede el don del trabajo, el don de la paternidad, de educar y de criar. El trabajo que todo hombre y mujer realiza es un don que Dios da, para que busquen la santificación diaria, de manera que todo lo que realizan cotidianamente sea el vínculo que los lleve al encuentro con Dios, un encuentro dado por medio de su honestidad, sencillez, valor y carisma puesto en su labor de cada día; haciendo que eso se convierta en una ofrenda agradable a Dios, este mismo encuentro lo asemejo con san José que por medio de su trabajo constante era recompensado con la sola mirada de su hijo Jesús.

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En la formación sacerdotal de nuestro seminario hay cuatro bases fundamentales que vivimos cada día: oración, disciplina, estudio y apostolado. Estas bases, con el esfuerzo personal y comunitario forman en los futuros pastores del pueblo de Dios otros Cristos. Nuestro trabajo como seminaristas es formarnos y ver el claro ejemplo de san José: hombre dispuesto a trabajar para el reino de Dios desde lo que realizamos diariamente. El saber que es Jesús nuestro amigo, maestro, esposo, hace que eso de ordinario sea extraordinario. Es la oración que nos conduce al encuentro con Dios, la disciplina que todo discípulo de Jesús cumple para imitar al Maestro, el estudio que necesita el discípulo para dar razón de la fe y de la esperanza, coronando todo lo anterior con nuestro apostolado, es decir, nuestro testimonio que tenemos dentro de la comunidad del seminario y con el pueblo de Dios. Esto es lo extraordinario de lo ordinario, velar por nuestra santificación y la de los demás, día con día, buscando siempre, como José, estar dispuestos a la voluntad de Dios, por medio de su Iglesia, la cual concretamente la escuchamos a través de la Sagrada Escritura, el Magisterio y la Tradición de los santos padres, aunado a esto conocemos la voluntad de nuestro Padre, también a partir de lo que nuestros formadores nos iluminan, junto con la experiencia de nuestros padres espirituales, todo ello hace que este trabajo vaya forjando cada día el dulce encuentro con Dios y así consolidando la respuesta que un día le dimos a nuestro Maestro. El orden que tenemos dentro de nuestra formación, es decir, cuando nos disponemos a escuchar al hombre que tiene experiencia, pedir ayuda al que sabe, y darnos cuenta de nuestras limitaciones siempre fortalecidos por el amor de un Dios que quiere que vivamos un encuentro personal y generoso, hará que podamos disfrutar del trabajo que día a día realizamos. Un aspecto importante es el vivir la comunidad, sabernos acompañados, compartiendo el llamado que Dios nos da, hace que el encuentro que tenemos con nuestros hermanos vaya multiplicando las bendiciones que Dios tiene con cada uno de nosotros, es decir, compartimos el trabajo diario de formarnos para ser pastores del pueblo de Dios, vamos caminando juntos, para ser los futuros obreros que hoy Dios quiere. Somos los obreros que día a día trabajamos, haciendo oración por el pueblo de Dios. Somos las personas que trabajamos para formarnos, y que disponemos nuestra vida para que Dios obre en nosotros por medio de nuestro seminario. Somos los que desde nuestra vida cotidiana tenemos el encuentro con Dios cada día, cada tarde y cada noche. Somos los que disfrutamos y valoramos el ejemplo de san José, el hombre que estuvo dispuesto a la voluntad de Dios.

Luis Edgar Montejano Pecina Tercero de Filosofía Arquidiócesis de Monterrey

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José, horizonte de la vida célibe

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ara José, su vocación de custodio del Señor y de la virginidad de María, dentro del matrimonio, siendo padre y esposo, es una invitación a vivir una castidad perfecta, enmarcada en su relación de donación hacia Jesús y María. Esa castidad perfecta de san José es custodia permanente del tesoro de la virginidad de María. San José renuncia por un amor virginal incomparable al natural amor que constituye y alimenta el matrimonio. En la castidad de san José, fundamentada en la generosa y total entrega a Dios, descubrimos el horizonte de la vida célibe, la cual es disposición y libertad de entregarse plenamente por amor a Dios y su plan. Además, el horizonte de la vida casta en el matrimonio; castidad que es donación, respeto a la otra persona, castidad plenificante que inscribe el amor de los esposos en el amor de Dios. Quiero meditar sobre el celibato, de manera concreta en el sacerdocio ministerial de obispos, presbíteros y algunos diáconos de la Iglesia de occidente. Celibato que como ya dijimos se percibe claramente en la vocación del santo varón, padre y esposo, José de Nazaret. “Es necesario tener claro que el celibato es un don que Cristo ofrece a los llamados al sacerdocio. Este don debe ser acogido con amor, alegría y gratitud.” (Card. Claúdio Hummes). Este regalo divino engloba una serie de aspectos incrustados en la persona consagrada que vive el celibato. Esto se debe a que tratamos con personas, por lo tanto hemos de considerar algunos aspectos propios del hombre, como por ejemplo la afectividad, la racionalidad, la voluntad y la comunicación con el Creador. Todo hombre por ser hombre está llamado a afectar y ser afectado (dar y recibir afecto), está llamado a usar la razón para elegir la verdad y el bien. Está la presencia de la libertad dada por Dios con la que el ser humano modifica los fines perseguidos, buscando alcanzar su fin último, y claro, los creyentes encontramos una relación íntima con Dios: “Yo soy la vid, ustedes son los sarmientos.”(Jn 15,5). Con estos privilegios, el hombre ha de salvarse pero también corre el riesgo de perderse si no sabe administrar esos bellos regalos recibidos.

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Con todo esto nos referimos a la integridad de la persona consagrada, y es precisamente con esta integridad humana, sin excluir ninguna parte de ella, como podremos realmente vivir el verdadero sentido del celibato. Aparecida nos ilumina El Documento de Aparecida nos menciona algunos desafíos actuales del presbítero mostrando, de cierta manera, la necesidad de manifestar la opción por la consagración a Dios desde todos los aspectos humanos enlazados en el interior del hombre, Uno de los mayores desafíos (para el ministerio de los presbíteros) se refiere a los aspectos vitales y afectivos, al celibato y a una vida espiritual intensa fundada en la caridad pastoral, que se nutre en la experiencia personal con Dios y en la comunión con los hermanos; asimismo al cultivo de relaciones fraternas con el obispo, con los demás presbíteros de la diócesis y de manera peculiar con los laicos. Para que el ministerio del presbítero sea coherente y testimonial, éste debe amar y realizar su tarea pastoral en comunión con el obispo y con los demás presbíteros de la diócesis.» (n. 195). Estas relaciones fraternas han de llevar a florecer al consagrado, pues en el trato con los hermanos es donde claramente es reflejada la unión con Jesús. Los obispos invitan especialmente a los presbíteros a valorar, como un don de Dios, el celibato que les posibilita una especial configuración con el estilo de vida del propio Cristo y los hace signo de su caridad pastoral en la entrega a Dios y a los hombres con corazón pleno e indiviso. “El celibato pide asumir con madurez la propia afectividad y sexualidad, viviéndolas con serenidad y alegría en un camino comunitario.” (n. 196) Es urgente en el seminarista, la formación respecto a la puesta en práctica del celibato. Que los sabios enseñen a los alumnos. Que el alumno se acerque al sabio. AMGD.

Marlon Javier Castillo Silva 2º. de Filosofía Arquidiócesis de Monterrey


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umplir la voluntad de Dios es algo que al hombre le cuesta mucho, ya que implica romper con esquemas, tradiciones o costumbres que ya se tenían fijas en la vida de éste y que por lo tanto se requiere de un mayor esfuerzo para tomar otra dirección distinta a la que se tenía pensada, misma que a lo largo de su trayectoria deja una enseñanza nueva y distinta. Para san José tampoco fue fácil cumplir los designios que Dios tenía preparados para él, de entre los cuales podemos mencionar, tomar una responsabilidad de un hijo no propio, el ser desterrado de su lugar de origen, el sufrir persecuciones así como el vivir en situaciones precarias con la responsabilidad tan grande de cuidar al Hijo de Dios y a su madre, lo que introduciría a una vida llena de trabajo y de constante lucha por negarse a sí mismo hasta convertirse en el santo del silencio como lo llaman muchos autores. De igual manera san José reaparece y hace gala de sus virtud principal, la enseñanza del padre a su Hijo, que con su testimonio nos enseña que como hijos debemos acoger la voluntad de Dios que es nuestro Padre, acción que implica un silencio a nuestra propia voluntad, para que sea enaltecida la voluntad del Señor. Y es este mismo silencio el que se hizo presente en la fiesta patronal que en su honor celebramos este 2009 en el Seminario de Monterrey, ya que fue una festividad diferente a la de otros años, puesto que en esta ocasión, por motivos extraordinarios de contingencia, a causa de una extraña epidemia, no pudimos celebrar conjuntamente tal evento, es decir, que cada casa formativa realizó su propia conmemoración sobre nuestro santo patrón, san José, lo que nunca antes se había visto pero que tal vez representa una enseñanza del padre adoptivo de Jesús a nosotros sus hijos predilectos, que estamos en este camino de configuración con Cristo Sacerdote, que en cumplimiento de su voluntad nos pide nos solidaricemos con la sociedad y sus problemas actuales. SAN JOSÉ 2009, UNA FIESTA DIFERENTE Esta situación de tener que celebrar por separado, condujo a realizar una reestructuración de los distintos elementos que conformaban la fiesta, ya que los eventos de ésta en su mayoría se llevan a cabo en la casa del Seminario Mayor, por lo tanto, tal modificación exigía mucha creatividad por parte de los organizadores y del equipo de coordinación, misma que se hizo presente durante los distintos momentos.

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En el área cultural se cancelaron algunos eventos ya que la situación de contingencia exigía que no se introdujeran personas externas a nuestra casa del Seminario Mayor para evitar ciertos riesgos. Algunas actividades que se llevaron a cabo dentro de esta área, y eso gracias a que ya habían sido iniciadas con anticipación, fueron los cursos de pintura, fotografía y música, en donde hubo mucho respuesta en estos dos últimos que fueron de gran aceptación por la comunidad del Seminario. En los deportes se jugaron todas las disciplinas que tradicionalmente se llevan a cabo como parte de la festividad, sólo que en esta ocasión ya que no participaban nuestros hermanos del Seminario Menor y del Curso Introductorio, se llevó a cabo un cuadrangular en cada disciplina, en donde cada instituto tenía que presentar dos equipos para conformar los enfrentamientos deportivos y dando por resultado dos equipos finalistas de los cuales surgía el ganador; es importante recordar que estos partidos fueron amistosos más que por competencia, ya que no hubo premiación. La única disciplina que se llevó a cabo tal y como se había planeado fue la del softball, pues una primera ronda ya se había realizado y los finalistas fueron el equipo de Teología y Filosofía, resultando ganadores de la final el equipo de Filosofía.


En el área de la espiritualidad podemos mencionar que iniciamos la fiesta como se acostumbra con las Vísperas Solemnes, en donde estuvimos presentes los miembros de las tres casas formativas de nuestro Seminario. También se llevó a cabo el tradicional rosario en honor a san José, que se realizó afueras de la capilla del Instituto de Filosofía, así como la Hora Santa. Durante las distintas Misas del novenario estuvieron presentes algunos sacerdotes invitados que forman parte del presbiterio de nuestra diócesis quienes nos hablaron acerca de su testimonio de vida en relación a las virtudes que nos enseña san José, y a su vez nos compartieron también su don ministerial mediante las experiencias de fe en el seguimiento de Jesucristo. Como en otros años, tuvimos presidida la Misa de clausura de la fiesta, por el eminentísimo señor Cardenal Don Francisco Robles Ortega, quien fue acompañado por todo el equipo formador del Seminario Mayor durante la celebración. El mensaje principal que manejó a lo largo de su homilía fue el de reconocer “que cada uno de nosotros somos responsables de la propia formación y en esta tarea nadie nos puede sustituir”, por lo tanto la exhortación era a cuidar la formación y por consiguiente la vocación de quienes hemos sido llamados al seguimiento de Jesucristo.

De esta manera se concluye una fiesta más a nuestro patrono, festividad que como pudimos ver fue un tanto distinta a otros años por las diferentes circunstancias mencionadas anteriormente, pero que sin lugar a dudas mostró su finalidad más importante que es reconocer que a ejemplo de san José estamos llamados a cumplir la Voluntad de Dios y es preciso recordar esto todos los días, ya que el cumplir con la Voluntad del Padre implica llevar a cabo una lucha contra todo lo que nos aparta de Dios incluso contra nuestra propia voluntad, que a veces nos conduce a caminos nos deseados, tal vez ese sea el motivo más importante por el cual Jesucristo nos enseña en la oración del Padrenuestro la siguientes palabras: “Venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”(Mt 6, 10); para que cada uno que hagamos esta oración recordemos que habitar en la voluntad de Dios no es renunciar a la nuestra, sino hacer lo que queramos ajustándola siempre a su Palabra. Tal vez la fiesta a san José pueda sufrir algunos cambios en los próximos años, así como ocurrió en esta ocasión, para que podamos entender que la voluntad de Dios no es un itinerario, más bien una actitud ante todas las situaciones que la vida nos presenta.

. Basilio Rivera Márquez 1º de Filosofía Arquidiócesis de Monterrey

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San José, custodio de nuestra vocación sacerdotal

D

ios Padre, creó entre la humanidad a un hombre con características parecidas a las de Él, es decir, con atributos como el ser justo, prudente, obediente, fiel, amoroso, misericordioso etc. pues le encomendaría una misión muy especial: ser el padre adoptivo de su Hijo amado, según la Ley, y esposo de la madre de Dios. Así fue como el Padre eterno formó a san José, tal fue el destino y privilegio de san José: ¡él fue escogido entre todos los hombres para tan alto y honroso cargo! El mismo José no se imaginaba cómo su vida daría un giro impresionante al tener la responsabilidad de mantener, sostener, alimentar y educar al Hijo de Dios, por tanto, sucedió que la creatura acepta custodiar a su Creador, ahora san José era responsable de formarle y de velar por el Dios-Hombre, san José tendría la dicha de tener entre sus brazos al Creador del Universo, ¡vaya misterio de amor! San José juega un rol importante en la historia de la salvación, con su respuesta afirmativa a la propuesta de Dios. Dios le ha revelado en sueños su proyecto de vida: ser el protector y responsable de cuidar el Pan que alimentaría a la humanidad, le protegería, guardaría y le cuidaría para que el mundo pudiese alimentase de ese Pan que genera vida. A san José se le anuncia en sueños el proyecto de Dios: “José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado de ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21). José quedó sumamente fascinado con la propuesta de Dios, hace a un lado sus proyectos personales para entrelazar su voluntad a la de Dios. En un primer momento asume la petición de Dios, y a partir de ese momento, se convierte en el protector de la Iglesia, custodio de la virgen María y solícito defensor de Jesús. Ahora Dios se dirige a él para dar las indicaciones a seguir.

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Dios ha querido nacer en una familia en donde la cabeza fuese un obrero, un obrero pobre, paciente, honesto y fiel, que en silencio meditaba la Palabra de Dios, José iba descubriendo cómo se cumplía la promesa del Padre eterno al enviar al Mesías salvador revelado en la Sagrada Escritura y, él tenía al Mesías esperado en su hogar, dentro de su familia y convivía con el Salvador del mundo bajo el mismo techo, estaba junto al mismo Dios amándole y cuidándole; de igual manera, Dios quiso ser obrero sencillo, pobre y humilde para enseñarle a la humanidad que, en la sencillez y en la pobreza es donde podemos encontrarle. En lo personal me llama la atención como san José no haya pronunciado ni una sola palabra en la Sagrada Escritura y lo ha hecho para que la Palabra resuene con toda su fuerza a todo el mundo, san José calló para que el poder de la Palabra resonará en lo más íntimo de los corazones, calló para que la Palabra penetrara las fibras sensibles de los corazones, y la humanidad la escuchara y se convirtiera, con todo su ser, con toda su fuerza y con toda su alma al Padre eterno. Dios encuentra en José a un hombre con un corazón dispuesto a cumplir su voluntad, José no cuestiona el proyecto de salvación de Dios, simplemente obedece y medita en silencio, obedece por amor a María santísima y al Dios de sus padres. El casto José, amparo de las familias, al ser notificado de la amenaza que asechaba al niño- Dios, atiende solícito la voz del ángel: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle” (Mt 2,14). San José no puso en entredicho las palabras del Ángel preguntándole: ¿por qué a Egipto? Estamos en Israel y de Israel a Egipto son más de 500 kilómetros por el desierto, con su mujer recién parida y un niño de brazos. ¿Cuánto tiempo estaremos ahí?, Egipto es un país en donde se habla una lengua, una cultura y una religión diferentes a la nuestra, ¿sabes las dificultades que general tal situación?, ¿cómo haré para salvaguardar a la familia?, en fin, había numerosas cosas que no resultaban ser muy claras, muchos los pormenores a la voz de Dios, innumerables adversidades ante la tal situación, pero era más fuerte la fe y la convicción en Dios de aquél santo varón fiel y prudente , que buscaba cumplir la voluntad de su Señor Dios.


San José depositó su confianza en la Palabra de Dios y se arrojó a donde ésta le llevara. María tampoco cuestionó a José, le obedeció como jefe de su casa y asumió la voluntad de su marido dándole su lugar como cabeza de la misma, ¡todo un ejemplo de obediencia!, ejemplo que nos sirve para reflexionar en los padres de Jesús, por ello, que el mismo Jesús llevaría esa misma obediencia a la perfección extrema por el Padre celestial. Y ahora, ¿qué sigue? De regreso a Galilea, “una vez muerto Herodes, el ángel le habla a José nuevamente en sueños y le pide que regrese a casa con el niño y su madre” (Mt. 2, 20), y José comunica a María las palabras del mensajero de Dios, y emprenden el camino de regreso a su pueblo, asumiendo el mandato en completa calma, con la certeza de saber que Dios irá delante de ellos para indicarles el camino que habrían de seguir. Ciertamente la sagrada familia eran muy pobres, y al cambiar de domicilio genera cierta inestabilidad económica, es un “volver a empezar”, sin embargo, san José salía a buscar el sustento diario con su trabajo de obrero para alimentar a su mujer y al mismo Dios. Cuántas veces san José no se quitó de la boca el pan para alimentar a Dios y a su Madre, cuantas veces se desveló trabajando para poder estabilizar a su familia, definitivamente, en el trabajo ofrecido a Dios y para Dios se encuentra la santidad.

San José participa de una manera sobresaliente en la historia de Jesús, enseñándolo de niño a trabajar y orar, llevándolo a la sinagoga y al taller de carpintería, explicándole como resanar, clavar y ensamblar la madera. Enseñándole los salmos y orando con Él, José orando al lado de Dios y con Dios, vaya premio a la obediencia a nuestro santo patrono, vivir con Dios y que Dios le obedezca. San José, quien en la tierra, y durante los años de infancia de Jesús, tuvo con su Dios tan agradables tratos, que el mismo Dios-niño hubo de obedecer, y realmente obedeció, a este hombre justo, que le alimentaba, educaba y protegía. San José fue fiel a su custodia y muy digno de la recompensa merecida, que no podía ser otra que el mismo Dios, el cual se encargó de glorificarle. Nosotros, a ejemplo de san José aprendamos que en el silencio podemos escuchar y meditar la voz de Dios, él nos puede enseñar a custodiar a Jesús en nuestro corazón, el cual nos ha sido confiado por la gracia de los sacramentos y ahora vive en cada uno de nosotros. También es necesario alimentar a Jesús con sacrificios de amor, es necesario que Jesús crezca y que disminuyamos nosotros, para que el amor se manifieste con toda su fuerza y poder sobre la humanidad. Ofrezcamos en manos de san José esos sacrificios cotidianos que nos unen más al Señor Jesús y nos santifican. San José obrero, custodia nuestra vocación sacerdotal. Ruega por nosotros.

Héctor Leal Cárdenas. 3º de Teología. Arquidiócesis de Monterrey.

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E

s cierto, Kairós no se pudo presentar al público… Es cierto, Kairós no vio la luz… Pero también es cierto que Kairós ha dejado una marca indeleble en cada uno de los que, de una forma u otra, participamos de este sueño. ¿Por qué no se presentó? Nadie podría responderlo, pero de algo estoy seguro: Kairós me cambió… y Kairós cumplió la voluntad de Dios. Milagro que transforma “Yo no sabía que hay milagros que transforman… Perdí mucho, es cierto, pero soy feliz porque Jesús me dio una razón de vivir…”Realmente ha sido una experiencia gratificante. La obra de teatro Kairós deja huella en todos aquellos que de una forma u otra participamos en su realización aún cuando el proyecto no se realizó. Realmente es un milagro que transforma la vida, transforma la manera de ver el mundo y las situaciones que pasan; transforma las decisiones tomadas. Y es que esta revista musical tiene un “no sé que” de mágico que logra captar la atención y sentirte dentro de la misma. Todos los equipos que se reunieron, algunos desde el año pasado, para lograr darle vida a Kairós están de acuerdo que ésta ha sido una experiencia muy grata. No sólo por el trabajo de equipo y la oportunidad de convivencia, sino además por lo que ella deja de mensaje, de enseñanza de vida: “Darme cuenta que, aunque haya perdido todo lo que alguna vez pensé era lo más importante, como mi mamá o mi novia o negocio, no vale tanto como el amor que Dios me tiene”. Tal vez eso sea lo que hace de Kairós algo tan atrayente y tan mágico. Tal vez ese sea el comienzo del descubrimiento de la voluntad de Dios: el amor que tiene hacia cada uno de nosotros. Dios llama “¿Qué es lo que ha pasado? ¿Cuánto tiempo ha transcurrido? ¿Cuánto se ha ganado… y cuánto se ha perdido? Dios me habló… Dios habla… y Dios seguirá hablando… Este es el Kairós: el tiempo justo, el momento oportuno…”El tema central que se manejaba en esta obra de teatro es, sin lugar a dudas, la ardua y compleja búsqueda de la voluntad de Dios, de Dios que llama. La obra de teatro manejaba una manera muy peculiar de narrar su historia. “Kairós” son tres historias de épocas distintas que se entrelazan. En la actualidad (2009), Santiago es un joven que se enfrenta a la situación más crítica de su vida acentuada por la muerte de su mamá, por lo que es tentado a tomar decisiones erróneas; un amigo de la Facultad, Alex, decide ayudarlo sin saber que su amistad acarreará momentos detonantes para sus vidas. En 1974, Memito,

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un niño de 12 años y su hermano, escuchan atentamente la historia que su abuelo empieza a contarles mientras el problema sobre su futuro se torna crítico con la llegada de un militar. En la época de Cristo, Jacob, un joven de Tiberíades con su madre enferma, decide salir a buscar al nuevo profeta Jesús para pedirle la salud; para el viaje se lleva cinco panes y dos peces sin saber lo que está a punto de acontecer y que cambiará el rumbo de su vida inesperadamente. El misterio que une a las tres historias se irá revelando, mientras cada uno de sus protagonistas deberá tomar decisiones en las que la escucha de la voz de Dios se torna imprescindible entre tantas preocupaciones. De esta manera, la obra no mantiene una idea lineal en su exposición sino que es una mezcla dinámica de las tres historias. Éstas se entrelazan y los cortes de escenas no dan pie a la sucesión ordinaria de la misma historia sino que se cambia la época. Así, las historias no son contadas separadamente pero sí en orden lógico. Cada uno de estos personajes se enfrentaba a la problemática de descubrir la voluntad de Dios entre los sucesos adversos que se les van presentando. Por una parte, Santiago, el personaje principal de la época actual y el más importante en la obra, manifiesta el descubrimiento de la voluntad de Dios en todo un proceso de conversión. A lo largo de su historia se encuentran presentes los sucesos que han enturbiado su corazón y por los que han surgido Odio y Desesperanza, dos personajes míticos creados por su psique. Es sobre todo en la escena del cementerio donde se pone de relieve este nacimiento: ahí, frente al momento


límite e incomprensible de la muerte, en toda esa vorágine de diversos sentimientos, el Odio se plantea como la salida a tal sufrimiento. Santiago le permitirá entrar en su vida y será a partir de ahí cuando se nublará su pensamiento y su capacidad de escuchar la voz de Dios quien le estará hablando, pero no será capaz de escucharlo. Este llamado del Señor llega a su clímax con la llegada de Alejandro, sin embargo, Santiago tendrá que llevar a una batalla campal para enfrentarse contra Odio y Desesperanza… Alex es la figura, no sólo del amigo fiel que ayuda y es guía en el camino, sino de la presencia de Dios, visiblemente presente. Santiago se dará cuenta de ello, pero no es sino hasta que decide destruir su Odio y su Desesperanza cuando logra por fin descubrir la voz de Dios en su vida. No puedo dejar de pensar en todas las personas que a lo largo de su historia se encuentran prisioneras de este tipo de personajes por los cuales se incapacitan para sentir y descubrir la presencia de Dios en sus vidas. Cuántas personas a lo largo de la historia no han sido capaces de descubrir a Dios por estar sumidos en odio o porque no hubo quien les guiará y ayudara a percibir el amor de Dios. ¡Qué afortunados somos nosotros al estar aquí, en este camino; al haber escuchado la voz de Dios! Por otro lado se encuentra Memito, personaje de la historia que se desarrolla en 1974. Este personaje, junto a su abuelo, son quienes llevan el hilo conductor de la obra y en quienes se manifiesta, de una forma más palpable la presencia y voluntad de Dios. Frente a la dificultad de la pérdida de su mamá (nótese la postura tan diversa de tomar este acontecimiento con respecto a Santiago), tienen que lidiar con la tutela de su padre. Memito se encuentra así, en una encrucijada: por un lado sus deseos de consagrar su vida a Dios como sacerdote y, por otro, la posibilidad de verse obligado a vivir en el ejército, junto a su padre. Memito confía en Dios y por eso su fe inquebrantable lo hace abandonarse a la voluntad de quien confía. Este niño da una enseñanza que todos debemos tomar de ejemplo. Pero además se encuentra Jacob, el personaje de la historia medular de Kairós. Él parece ser el personaje que, de una manera más gráfica, presenta el milagro de ser tocado por Jesús; sus cinco panes y dos peces que, por un lado manifiestan la abundancia de los dones de Dios, son a la vez, el vehículo por el cual tiene ese encuentro con Jesús que cambia su vida. Después de la multiplicación de los panes la vida de este joven cambió para siempre, y aunque su madre fallece, obtiene el milagro que tanto anhelaba: la vida eterna que presenta Jesús, el Mesías. El sacrificio de Jacob no es poco, va más allá de dejar su casa, de dejar a su madre, es el sufrimiento por lo que ama, por lo que está apegado y que representa Ananías. Pero descubre que Dios lo llama para que, realizando esos sacrificios, logre manifestar la Vida de Dios a muchos más. Por eso “podré decirle a todos que Jesús sí hizo en mí un milagro: cambió mi corazón, multiplicó mi vida y mi amor”.

Alguien va a tu lado Kairós ha sido una experiencia que ha cambiado nuestras vidas. Le doy gracias a Dios por haberme permitido ser partícipe de una experiencia de tal magnitud aún con todos los contratiempos. En Kairós renuevo la certeza que Dios nos acompaña, que está a nuestro lado y nunca nos abandona. Frente a tanta generosidad de parte de Dios sólo queda una pregunta, una interrogante que se ha de plantear para ser partícipes de tan gran regalo…, una pregunta que deberá guiar nuestro llamado y seguimiento a la voluntad de Dios: “¿Tú crees que algún día podré ayudar, siendo sacerdote, a otro joven para que escuche la voz Dios como yo lo he hecho?... Probablemente sí”.

Jaime Jesús Garza Morales 3° Filosofía Arquidiócesis de Monterrey

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H

ace tiempo, quizás algunos quince años, me persigue una pregunta: ¿por qué las personas que nos consideramos religiosas somos -en muchas ocasiones- tan insoportables en las relaciones humanas? No es una pregunta simple que pueda resolverse con una ligera y hasta ridícula justificación. Estamos ante un asunto muy delicado y hasta grave, pues si en algún espacio nos jugamos la credibilidad quienes servimos más directamente en la Iglesia, es precisamente en las relaciones humanas, en el trato diario. Ahí se nota en qué Dios creemos, qué principios fomentamos y qué imagen de dignidad promovemos. Hasta apuesto que ahí nos jugamos, en gran parte, el futuro del cristianismo. La persona que sirve en la Iglesia tiene una investidura, es decir, una condición, presencia o imagen que le da el solo hecho de desempeñar un ministerio en la comunidad. Esta imagen no es buena o mala en sí misma, depende de cómo se entienda o se use. No es raro constatar que con mucha facilidad, en lugar de ver esta investidura como una posibilidad para servir a la comunidad, la convertimos en un espacio de poder desde el que deseamos enfermizamente dejarle claro a las demás personas quién es el que manda, es decir, quién tiene el poder. En el momento en que la investidura se alía con el poder y el abuso, quien lo ejerce pierde toda autoridad moral. Ahora bien, este tipo de personas no se dan por vencidas tan fácilmente. Quien teniendo investidura religiosa es prepotente busca desesperadamente aparecer como una persona honorable, de buena fama, echando mano precisamente de recursos de aparente espiritualidad. Sin embargo, no sólo se da un autoengaño haciendo combinar cosas contradictorias sino que además entramos en una contradicción elemental entre lo que decimos representar y lo que hacemos. Es decir, quienes caemos en el pecado de no tratar dignamente a las personas dejamos claro que no tenemos ni lo más mínimo de espiritualidad; y es que se supone que la espiritualidad consiste en dejarse mover y guiar por el Espíritu de Dios. Por eso es una contradicción presentarnos como personas religiosas y maltratar a Dios en cada uno de nuestros hermanos, sobre todo en los más pobres y desprotegidos. Pero esto va más allá; donde realmente se hace notar en qué Dios creemos es precisamente en el modo en que tratamos a las personas. Podemos hablar mucho -y hasta correctamente- de Dios; sin embargo, donde realmente evidenciamos en qué Dios creemos y a qué Dios seguimos es en el trato a quienes nos rodean. Pero nadie es tan falto de inteligencia al grado que se le ocurra tratar mal a todas las personas. Quienes hacen -o hacemos- mal uso de la investidura o imagen en la Iglesia tratando incorrectamente a las personas tienen el cuidado de no comportarse del mismo modo con todos. Ahí está precisamente uno de los problemas. Este tipo de personas son a tal grado inseguras que tratan mal a quienes no les pueden sacar un beneficio. La contraparte es, desgraciadamente, una actitud sumisa y servil con quienes tienen dinero o poder; y es que el poder, aunque sea en migajas pequeñas e insignificantes, marea y trastorna a las personas inseguras y acomplejadas. Por eso, quienes desde el ámbito religioso tratamos indignamente a las personas generalmente manifestamos inseguridad, complejos y búsqueda de cualquier otro interés, menos ser fieles a los principios del Evangelio. Pero ahí no acaba todo. Con mucha facilidad encontramos suficientes pretextos para seguir tratando mal a las personas. Por eso, nos debe quedar claro que existen muchos pretextos pero ninguna razón que avale este comportamiento. Es decir, no hay alternativa; si deseamos realmente presentarnos como discípulos de Jesucristo al servicio de la comunidad debemos asumir como actitud básica y permanente el trato digno y educado con todas las personas sin excepción, especialmente con los más desprotegidos. P. Toribio Tapia Bahena Diócesis de Cd. Lázaro Cárdenas Dimensión para la Animación Bíblica de la Vida Pastoral (CEPP)

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“Hagan lo que él les diga” (Jn 2,5) La vocación es un regalo de amor que Dios nos hace a todos, pero tenemos que estar dispuestos a cuestionarnos a qué nos llama Dios. La vida de Jesús está guiada por la voluntad del Padre, quien lo conduce hacia un acontecimiento culminante: su pasión, muerte y resurrección. Allí realizará la transformación definitiva del ser humano, sellará la alianza nueva y eterna. No está en sus manos adelantar esa "hora", es el Padre quien la señala. Es por esto que estamos llamados a seguir la voluntad de aquel que nos creó y nos llena de amor. Jesús nos predica con el ejemplo de su vida, nos hace saber que habrá dificultades y desilusiones, pero nunca debemos perder la esperanza y la confianza en Dios. Nos da el ejemplo de estar dispuesto a todo, aceptarlo todo, con la misión de cumplir la voluntad del Padre. Por eso cada día tenemos que preguntarnos si estamos siguiendo el consejo de nuestra madre santísima, la virgen María: 'Hagan lo que él les diga' (Jn 2,5). María dice estas palabras porque cree en el poder de su Hijo y confía en ser atendida. Son palabras dirigidas a hombres y mujeres de todos los tiempos, para invitarnos a acercarnos a Dios con un corazón en un estado tal que no tenga voluntad propia, sino dejarlo actuar a Él. Dios quiere que seamos discípulos de Cristo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz de cada día y sígame" (Lc 9,23). Esto significa que los cristianos debemos comprometernos a seguir la voluntad de Dios a diario y hacer una expiación en cuanto a nuestra relación e igualdad de voluntades. Y recordar que quien tiene fe descubre el designio de Dios, quien camina en la esperanza no encuentra puertas cerradas, quien vive en el amor siempre tiene un sentido para vivir y ponerse en manos del Padre sin limitaciones, con una confianza infinita que sólo se logra con la oración. Para así poder decir “Padre, me pongo en tus manos, haz de mi lo que Rafael García Saucedo Seminario Menor quieras”.

Arqudiócesis de Monterrey

“Así en la tierra como en el cielo” “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo” (Mt 6,10), es una de las siete peticiones que mencionamos en la oración que Jesús nos enseñó, y que con frecuencia, decimos con la esperanza de que en verdad se haga la voluntad de Dios en nosotros. Cuando con fe rezamos el Padrenuestro, no debemos decir “hágase tu voluntad…” si en realidad no tenemos la intención de que Dios actúe en las cosas que cotidianamente se nos presentan en el caminar hacia la vida sacerdotal. Dentro de la formación sacerdotal, la oración, es y será siempre la columna vertebral de nuestras vidas, es decir, aquello por lo cual, nos mantendremos en pie y estaremos dispuestos a decir “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Respecto a la etapa del Curso Introductorio y hablando en forma general, tal vez muchos de nosotros, hemos escuchado que algún formador diga que esta etapa es como un enamorarse, de Jesús, de la vocación, de la naturaleza, del silencio; que es como “la luna de miel” del seminario. En este sentido, se puede decir que a través de las herramientas que nos ofrece el Curso Introductorio, es el lugar ideal para que aprendamos a escuchar, discernir y lo más importante, aceptar la voluntad de Dios. En conclusión, para descubrir esta voluntad en nuestra respectiva etapa, se requiere que estemos dispuestos a permanecer en comunión con Dios, a dejarnos formar y a saber escuchar a nuestro director espiritual. Pues así, a ejemplo de san José, que aceptó con firmeza y sin dudar lo que el ángel le pidió en sueños, podamos nosotros aceptar lo que Dios nos pide día con día.

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Carlos Nicolás Gómez Muñiz Curso Introductorio Arquidiócesis de Monterrey


Fiat “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16, 24-25). La Palabra de Dios ha sido una luz muy grande en mi camino de formación sacerdotal, especialmente en este segundo año de filosofía cuya espiritualidad es la conversión. Orientado por esta Palabra de Vida me reconozco llamado y amado por Aquél quien se entregó por mí a pesar de tener miedo. Trato de aprender de Él en todo momento, en especial de aquél encuentro que tuvo con su Padre en el Huerto de los olivos cuando de manera sufriente le pedía: “Padre, si quieres, aparta de mí esta copa…”, pero que al final termina su oración de una manera oblativa, obedeciendo por amor y en libertad: “… pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42). Así aprecio mi formación, un continuo Getsemaní donde le respondo al Padre día a día, a pesar de mis debilidades, a pesar de mis miedos y fragilidades, Él me llama y no me deja a la deriva, me fortalece con el Pan de la Palabra, con la Eucaristía y se hace presente encarnado en la gente que me rodea: en la comunidad del seminario, en mi familia, en mis amigos, en el Pueblo de Dios.

Martín Manuel Aldaco Garza 2ª de Filosofía Diócesis de Nuevo Laredo

De este modo y con su gracia es como puedo decirle al igual que Jesús en aquél momento de oración intensa: fiat voluntas tua, “Hágase tu voluntad”, y así poder seguirlo negándome a mí mismo y tomando mi cruz.

“Heme aquí: Envíame” (Is 6,8) A lo largo de mi proceso vocacional han sido muchas las personas que se acercan con curiosidad a preguntar cómo es que estoy seguro de que Dios me llama al sacerdocio, o de que ésta es la voluntad de Dios para mí. Y la respuesta no es fácil. Creo que la certeza en la vocación se va adquiriendo día a día, puesto que es en la entrega de cada día en donde se descubre y se acata la voluntad de Dios para la vida de cada quien. En mi caso, al principio, era sólo algo que me atraía, pero poco a poco se ha ido convirtiendo en una convicción al grado de poder decir que en ningún otro estilo de vida me sentiría tan feliz y realizado como en el sacerdocio. Este llamado de Dios se ha ratificado en la ordenación diaconal, y espero pronto poder servir a Dios y a la Iglesia en el Orden de los presbíteros. Debido a la importancia del llamado, es necesario que estemos en constante comunicación con Aquel que nos llama, pues sólo de esa manera podemos ir descubriendo la voluntad de Dios para nuestra vida, para poderla cumplir. En la etapa del seminario que ahora me toca vivir, que es el último año de formación inicial, descubro la voluntad de Dios a través de la oración, el estudio, las orientaciones formativas, la convivencia con los compañeros y en el apostolado que realizamos cada fin de semana.

Diác. Manuel Cortez Guerra 4º Teología Diócesis de Irapuato

Este último es uno de los elementos más fundamentales para poder descubrir la voluntad de Dios, ya que en el contacto con el Pueblo de Dios es como nos damos cuenta de las verdaderas necesidades de las personas, y de esa manera, nos animamos a prepararnos más, para servir mejor.Dios nos conceda siempre fuerzas para responder fielmente a su llamado y en todas las circunstancias de nuestra vida, seamos conscientes de que al responder a este llamado estamos respondiendo a la voluntad de Dios, pues quiere que nuestra entrega sea fuente de alegría y de salvación para los demás.

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Pasar al proyecto de Dios

“¡S

umo, glorioso Dios!, ilumina las tinieblas de mi corazón y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, sentido y conocimiento, Señor, para que cumpla tu santo y verdadero mandamiento” (Oración al Crucifijo de San Damián). Francisco de Asís es en primer lugar, un itinerario viviente, dinámico: el itinerario de la fe. Su aventura humana y espiritual es la de un creyente que súbitamente, toma en serio su fe. Pasar de una religión, tan bien “asimilada” y “aseptizada” que ya no molesta a nadie, al riesgo de la fe, no es algo trivial. Esto es lo que le aconteció a Francisco. ¡Tiene 25 años! Rico, hábil en los negocios, de compañía y conversación agradables, posee todo lo necesario para seducir, triunfar y deslumbrar. Y no se priva de ello. Fácilmente excéntrico, le gusta hacerse notar. Ambicioso, sueña con asir la vida a manos llenas. Los honores militares, la gloria y la celebridad asedian su mente. Pero el ensueño de Dios sobre el hombre es aún mayor. Algunos fracasos, un año de cárcel, un año de enfermedad le golpean duramente. Su descompás choca con la realidad. Sus sueños se cuartean. “¿Tras qué corro?” Un gran vacío se apodera de él. Tiene sed de otra cosa. Pero, ¿de qué? ¡La fe es, en primer lugar, una pregunta! El Espíritu lo deja insatisfecho de sí mismo. La carrera militar y el negocio pierden atractivo. Toma distancias. Su ambición se interioriza. Y empieza el combate de la fe que le marcará de por vida. “Lleno de un nuevo y singular espíritu, oraba en lo íntimo a su Padre... Sostenía en su alma tremenda lucha... uno tras otro se sucedían en su mente los más varios pensamientos” (Primera vida de Celano, 6). ¡Pasar de las ambiciones personales al Proyecto de Dios... no es cosa fácil! Presiente un nuevo camino de libertad, una nueva dirección capaz de saciar su hambre de vida... pero el hombre teme siempre perder sus “proyectos” inmediatos para entrar en el futuro de Dios. Francisco descubre que la fe es una tenue luz en la noche. Va a penetrar en la fe como se cava un pozo en el desierto, como se trabaja un campo a la búsqueda de un tesoro. Nunca olvidará esa primera etapa en la que descubrió que la aventura evangélica empieza siempre con un desgarro. ¿Cómo acoger la gratuidad de los dones del Señor sin dejar que nuestras pseudo-riquezas resbalen de nuestras pobres manos? Estos primeros años serán decisivos para el futuro del Pobrecillo. El Evangelio le ha hecho daño como el bisturí del cirujano. ¡La tranquila homilía dominical que acunaba el semisueño de la asamblea se ha convertido en un Evangelio peligroso! Y, sin embargo, la fe es precisamente lo contrario del miedo. Tener la valentía de arriesgarlo todo. Renunciar al deseo de adueñarse de la propia vida, de sus dones y sus bienes, renunciar a guiar la propia vida uno sólo, a fin de abandonarse al querer de Dios, entrar en su Proyecto de amor para con nosotros, eso es el misterio de la fe. Francisco ilustra esa apuesta de la fe. Si se olvida este fundamento inicial, no se puede comprender nada en su vida. Su conversión es el deseo del hombre que se abre

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al deseo de Dios. “Ninguna otra cosa, pues, deseemos, ninguna otra cosa queramos, ninguna otra cosa nos agrade y deleite, sino nuestro Creador, y Redentor, y Salvador, solo verdadero Dios, que es bien pleno, todo bien, bien total, verdadero y sumo bien (...) Nada, pues, impida, nada separe, nada adultere; nosotros todos, dondequiera, en todo lugar, a toda hora y en todo tiempo, todos los días y continuamente, creamos verdadera y humildemente y tengamos en el corazón y amemos... al altísimo y sumo Dios eterno... sobre todas las cosas deseable” (Primera Regla de San Francisco, 23,9-10).

He aquí el centro de la espiritualidad de Francisco. La fe vigilante. La disponibilidad interior al Espíritu del Señor. La subordinación de todo el obrar humano a la acogida de esta presencia activa. Escuchar a Dios. Buscar a Dios. Dejarse amar y moldear por Dios. Dejarse guiar por su Santa Voluntad. Ese es el proyecto evangélico de Francisco, que él legará a sus hermanos. Semejante actitud se basa en la fe. Lo cual supone que el hombre cree que Dios es Bueno, que su proyecto sobre el hombre es bueno y que su amor no aliena al hombre sino lo libera.

Dios no tiene ya un espacio “reservado” en un culto semanal. Ha invadido todo el espacio y todo el tiempo de un hombre. Eso es creer. Francisco hablará una y otra vez de esta convicción: mantener la fe. Buscar a Dios en todas partes y siempre. Pues sabe por experiencia que todo, en nosotros y a nuestro alrededor, obstaculiza generosamente la presencia de Dios. Creer es franquear muchas barreras, muchas pantallas, para atreverse a poner ese acto de confianza que nos abre sin condiciones a una llamada venida de fuera. Al término de este trayecto de obstáculos, Francisco está presto. Puede de verdad exclamar: “De aquí en adelante puedo decir con absoluta confianza: Padre nuestro, que estás en los cielos, en quien he depositado todo mi tesoro y toda la seguridad de mi esperanza” (Leyenda Mayor de san Buenaventura, 2,4). Desapropiado de cualquier proyecto humano predeterminado, liberado de todo tipo de seguridad material, en lo sucesivo estará disponible en las manos del Padre. La radicalidad evangélica de su vida es ese apostar por la paternidad de Dios. Eso es la fe. Repetirá con frecuencia a sus hermanos que se comprometerán en el mismo camino: “Después que hemos abandonado el mundo, ninguna otra cosa hemos de hacer sino seguir la voluntad del Señor y agradarle (...) Por eso, pues, todos los hermanos estemos muy vigilantes, no sea que, so pretexto de alguna merced o quehacer, o favor, perdamos o apartemos del Señor nuestra mente y corazón. Antes bien, en la santa caridad que es Dios, ruego a todos los hermanos, tanto a los ministros como a los otros, que, removido todo impedimento y pospuesta toda preocupación y solicitud, como mejor puedan, sirvan, amen, honren y adoren al Señor Dios, y háganlo con limpio corazón y mente pura, que es lo que Él busca por encima de todo; y hagamos siempre en ellos habitación y morada... Y adorémosle con puro corazón» (Primera Regla de san Francisco, 22, 9. 25-29).

Fray Michel Hubaut, OFM Artículo fue tomado de la Revista “Selecciones de Franciscanismo”

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2. Sin una experiencia teologal renovada el celibato no tiene sentido. Muchas de las veces, reprimimos lo que sentimos por encontrarnos atrapados en nuestros propios estereotipos de personalidad, vivimos de la apariencia y de las máscaras. ¿Cuánto tiempo durará este montaje?, estamos perdiendo el regalo de Dios de habernos hecho a su imagen y semejanza por conformarnos con imágenes de oro y bronce. “Al anestesiar el sentimiento para tener una eficacia mejor, al emplear el sexo como una herramienta para mostrar destreza e identidad, al usar la sensualidad para ocultar la sensibilidad, hemos emasculado el sexo y lo hemos dejado insípido y vacío” . (R. May, Love and Hill) . Es necesario y urgente retomar el modelo del amor de la persona de Jesús, su amor es completamente sensible y táctil, vive la espontaneidad. El centro de sus relaciones es la intimidad con los suyos y saborea cada expresión de comunicación, contacto y encuentro, el amor que le expresa a Magdalena es libre, natural, reparador y transformante; la pasión de Jesús saca a otros de la apatía. “La pasión del celibato erótico implica una actitud tranquila hacia el otro que no trata de dominar ni de explotar. Necesita un respeto contemplativo hacia el amado y a una aceptación de cada expresión de intimidad hacia sí misma, sin pensar en el progreso inevitable. Son tan pocos lo que tienen actualmente esta experiencia de tranquilidad que ésta forma de hacer el amor puede quedar reducida a un pequeño número de personas; personas, estoy completamente segura, que conocen el significado de éste amor a partir de su experiencia de oración.”(J. Nelson, S. Congfellow)

1. No amorcitos, sino Amor.

U

na necesidad existencial es la experiencia de intimidad, y no sólo incluye la intimidad sexual. De hecho, ésta por muchas circunstancias puede acabarse, ya sea por un proyecto de vida consagrada a Dios y a la Iglesia, por enfermedad, por accidente o porque simplemente al llegar a la edad del envejecimiento ésta energía-líbido va disminuyendo. La intimidad, pide una actitud de incondicionalidad en el sentido de permanecer con la otra persona y con uno mismo. Esto lleva por una parte a la creatividad y por otra a la monotonía y sólo así se pasa a la pertenencia que pide exclusividad y fidelidad; esto pide aprender a morir (renunciar) para poder vivir desde la relación. Debemos entrar en una cercanía que requiere separación. “Ser íntimo es la vocación de toda persona, sola/soltera o casada, laico o clérigo. Es la conducta más humana posible y, a la vez, la más divina. Sin embargo, al mismo tiempo tenemos miedo de la intimidad más que de ninguna otra cosa, y con razón. Como observa Irene de Castillejo: la intimidad está siempre acompañada del miedo a que se aprovechen de uno mismo y del temor a un posible compromiso que nunca habíamos querido. La intimidad con Dios o con otra persona puede llegar a ser demasiado exigente como para soportarla. Es como una electricidad cósmica, una energía totalmente libre y universal que amenaza con destruirnos” (J. Nelson, S. Congfellow, La Sexualidad y lo sagrado.)

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Lo problemático del celibato es que pide renuncia, en cuanto a la propia realización interpersonal. No puedo vivir la pasión, el encuentro, el vínculo si una parte de mí no se niega a sí mismo para entregarse a los demás. Desde el punto de vista de la antropología de la Fe, el celibato cristiano no se fundamenta en la autorrealización, más sí es un modo de ser persona y que se constata en la forma en que se puede demostrar la calidad de mi amor hacia los hombres y las mujeres. No existe amor si sólo busco mi propia auto realización. Pertenecer al amor, es el olvido de sí mismo y es entonces cuando este amor trasciende. El celibato no reside en la renuncia al amor de pareja, sino en la pretensión de ser amor de trascendencia, más allá de la pareja. “El celibato no atañe a la autorrealización, sino a la pretensión inaudita de tener a Dios como amor personal, único y total” .(J. Garrido, Grandeza y Miseria del Celibato Cristiano) La libre opción por el celibato, pone de manifiesto la capacidad (extraña) de trascender los deseos, las pasiones, el bienestar, los placeres, etc., no renunciando a ellos sino más bien transformándolos en beneficio y encuentro con los demás. Cada parte de nuestra condición humana implica posibilidades y riesgos, en ningún caso se tendrán certezas y es entonces que, desde la fe surge la esperanza de ser redimidos y transformados por Dios. “No hay ninguno que haya dejado casa o mujer por el Reino, que no reciba mucha más en este tiempo y en la edad futura, vida eterna” (Lc 18, 29-30). Es difícil imaginar una celebración del amor más realista que la Última Cena. No tiene nada de romántica. Jesús les dice a sus discípulos sencilla y llanamente que esto es el final, que uno de ellos le ha traicionado, que Pedro le negará, que los demás huirán. No es una escena de amorcitos a la luz de las velas en un restaurante, esto es realismo llevado al extremo. Un amor eucarístico nos enfrenta de lleno con la complejidad del amor con sus fracasos y su victoria final . (Afectividad y Eucaristía, Timothy Radclife)

María Eugenia Covarrubias Lonngi Directora adjunto y coordinadora académica del CIEP, A.P.

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Respuesta de la carta a Mons. Jorge Cavazos M

uy querida comunidad del Seminario de Monterrey.

En el gozo de la pascua les saludo y les bendigo. Pido a Dios que reciban múltiples parabienes provenientes de la Gracia de su Infinito Amor. Agradezco enormemente sus oraciones, sus regalos y muestras de recibimiento y amistad que me han dado. Siempre estaré muy agradecido con el Seminario de Monterrey; desde mi ingreso en Agosto de 1980, experimenté una comunidad fraternal. Tener el ideal sacerdotal, une por la acción de Dios en la buena voluntad de cada uno. Ahí viví la experiencia de los primeros discípulos del Señor (Jn 1,35 -39): estar con Jesús, conocerle y desde sus santos anhelos de Buen Pastor dedicarme como Él a cumplir la voluntad del Padre en la vida y misión de la Iglesia. El tiempo de ayudar en la formación como director espiritual, maestro y apostolados, fue una gran experiencia de formación permanente para mí; pues acompañar la transformación del corazón del joven a la manera del Corazón de Cristo es sumamente conmovedor y a la vez un reto muy grande. Respecto a mi vocación, como bien lo expresa la muy agradable carta que me enviaron en la revista anterior, ciertamente el llamado es estremecedor y me ha sorprendido, jamás olvidaré los detalles desde la llamada del Señor Nuncio Apostólico en México, la experiencia espiritual y eclesial de la Santa Misa de Ordenación y los momentos que hasta el día de hoy en el encuentro con el Señor y en el actuar de la Iglesia he vivido, así también la hermandad de los Señores Obispos de la Nación. Como expresa su carta en la revista anterior, ciertamente hay espinas que punzan duramente y hay que aceptarlas como Jesús lo hace; de hecho Él es quien lo padece en lo que hay de adversidad en la vida del ministerio de cada presbítero y cada Obispo; pero también hay experiencias sumamente extraordinarias que reflejan la fidelidad y gracia dadas por Jesús. A fin de cuentas al mundo le hace falta la entrega de la Vida de Jesús que quiere realizar en la vocación sacerdotal de cada uno de nosotros. Cada persona que se consagra a Dios es una fuerte y grata experiencia de salvación, no es un simple gusto o trabajo humano de quien es llamado, pues viviríamos el sacerdocio solamente a nuestra manera (no a la manera de Jesús, y esto es ya un reduccionismo); o bien dejaríamos de crecer en todas las capacidades que se reciben en el excelso Don del Ministerio Sacerdotal, sería como creernos creadores, o bien manipular a nuestro gusto el Don que recibimos, siendo que Dios, libre y amorosamente nos lo ha dado pidiendo que vivamos y hagamos lo que Él quiere expresar hoy. Por ello no puede uno quedarse en puros odres humanos para medir o vivir este excelso Don. Hermanos todos del Seminario de Monterrey, quiero felicitarles por su respuesta, por llevar en el esfuerzo de cada día las esperanzas de realizar en su vida y su llamado el Divino Plan. Dios merece todo, por eso el digno estilo de nuestra vida llevado desde el interior, es un fuerte testimonio de que Dios Vivo merece todo y debe ser amado sobre todas las Cosas. Muy queridos seminaristas, discerniendo que Dios les llama, recuerden siempre que Él ha puesto su mirada en cada uno de ustedes y les ha elegido, y esto es un signo sumamente feliz de amistad de Dios con cada uno de ustedes y con su pueblo. Reiterando mi agradecimiento, mi amistad y oración por cada uno de Ustedes, les invito a aprovechar todas las oportunidades de experiencia de Dios: Sus diarias actividades, planes formativos, plan diocesano de pastoral, misión continental, Año de San Pablo y el próximo año sacerdotal que inicia el 19 de junio. En espíritu de comunión y oraciones por su feliz realización en esta vocación, mi bendición: + Jorge Alberto Cavazos Arizpe. Obispo Auxiliar de Monterrey.

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E

n ocasiones hemos experimentado en alguna etapa de la vida esa extraña sensación de inseguridad al no saber si se está caminando por el camino correcto o de no saber qué camino seguir. Miramos el futuro y pareciera que se levanta una cerrada niebla frente a nosotros pues no logramos vislumbrarlo. Algo en lo profundo de nuestro ser nos dice que todo tiene sentido, que nuestra existencia tiene una razón. Es en ese preciso momento en el que la persona de fe se pregunta mirando al cielo ¿qué es lo que quieres de mí, Señor?, ¿cuál es tu voluntad? Si contemplamos los evangelios nos damos cuenta que muchos de las personas que se encontraron con Jesús tenían esta experiencia. En el evangelio de San Juan (Jn 1,35-41) se nos presentan a Andrés y al otro discípulo, los cuales eran hombres que vivían en búsqueda, se habían hecho seguidores del Bautista y ahora discípulos de Jesús. “Maestro ¿Dónde vives?”, exclamaron sus corazones al alcanzarlo, apenas lo conocían pero sabían que Él era su hogar, donde ellos habrían de vivir, “Venid y los veréis” escucharon de su boca aquella tarde. ¡Hemos encontrado al Mesías! dice Andrés a Simón Pedro; la luz de Cristo había destruido finalmente sus tinieblas.

¡La voluntad de Dios es que seáis santos! (cfr. 1Tes 4) Y la manera de serlo es viviendo en el amor. El mensaje de Jesús plasmado en sus palabras y sus acciones en eso se sintetizaban: ¡Ámense los unos a los otros como yo los he amado! (Jn 13,34). Al ver la vida de los discípulos de Cristo y de la primera comunidad cristiana nos damos cuenta que había distintas maneras de vivir el discipulado: apóstoles (Hch 4,32), diáconos (Hch 6), presbíteros (Hch 15,6), matrimonios (Hch 5,1-11) vírgenes (1Co 7). Distintas vocaciones pero todos llamados a vivir la santidad.

Lo primero que Dios Padre quiere, es que en Jesús seamos sus hijos, pues “desde la eternidad, nos conoció y nos predestinó a ser conformes a la imagen de su Hijo para que éste sea el primogénito de muchos hermanos” (cfr. Rom 8, 29). Si en Cristo, somos hijos de Dios, ¿qué esperará Dios de uno de sus hijos? Jesús nos dice: “Sed, pues, perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Pero la perfección a la que nos invita Cristo no es la del hombre que todo lo controla, que jamás se equivoca, la que cae en un perfeccionismo a costa de todo y todos, sino la de la caridad que pone la otra mejilla, que regala también el manto, que ama a los enemigos y ruega por los que lo persiguen; es la caridad del Padre celestial que hace salir su sol sobre buenos y malos (cfr. Mt 5,38-45). El Señor Jesús, Maestro divino y modelo de toda perfección, predicó a todos y a cada uno de sus discípulos, de cualquier condición que fueran, la santidad de vida, de la que Él es el autor y consumador (cfr. LG 40) y a la que todos tienen alcance, pues tiene su sede en el “corazón” que da a todo hombre la capacidad de amar.

El discernimiento vocacional consistirá en escuchar a Dios que nos habla en nuestra historia, en la oración y en los acontecimientos del mundo. Él nos llama por nuestro nombre a entrar en comunión con Él y ser parte de la historia de la salvación, amando de una manera concreta, ya sea como laico, consagrado(a) o ministro ordenado, pues en su Iglesia ¡hay muchas formas de amar!

Hoy como en aquél tiempo, el elemento clave de discernimiento vocacional sigue siendo el mismo: El amor; pues el amor es el sentido pleno de la vida. Dios ha amado tanto al hombre que le ha dado su propia vida, y le ha capacitado para vivir y querer a la manera divina. En este exceso de amor, el amor de los comienzos, el hombre encuentra su radical vocación, pues el amor es la vocación fundamental e innata de todo ser humano (cfr. Nuevas vocaciones para una nueva Europa, Obra Pontificia para las Vocaciones Eclesiásticas).

Si tienes alguna inquietud vocacional, llámanos o escribenos: Tel.: 1158 2838. francisco.gallardo@seminariodemonterrey.org

José Francisco Gallardo Viera. Experiencia Eclesial: Centro Vocacional de Monterrey Arquidiócesis de Monterrey

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D

esde hace noventa y un años que no se vivía una pandemia como la que hemos vivido en estos últimos días. Fue en el mes de abril de 1918 cuando fue la última, causada por la influenza española, la cual afecto a varios países y hubo millones de muertos. A nuestro país se dice que llegó a través del transporte del ferrocarril por la vía a Tampico y en nuestro estado de Nuevo León se reportaron mil setecientos sesenta y cuatro muertos por este tipo de influenza. Lo más curioso es que un nuevo virus de influenza, ahora llamada “humana H1N1” por su transmisión de persona a personas se da en el mismo mes y por las mismas fechas, según los investigadores, debido al cambio de estaciones de clima. El pasado jueves 23 de abril fue cuando se empezó a alertar a los ciudadanos de las medidas preventivas que se habrían de tomar para evitar la propagación de dicho virus. En un principio se le denominó “influenza porcina” porque proviene de los cerdos, pero se descartó este dato al declarar que el contagio del virus es a través de persona a persona. Por tal motivo, la Secretaria de Salud asumió una campaña de prevención en la que los mexicanos fuimos invitados a usar tapabocas, lavar las manos continuamente, no saludar de mano ni de beso, evitar aglomeraciones, etc. Desde aquí se suspendieron todas actividades públicas, tanto políticas y eclesiales para evitar contagios.

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. Ciertamente se ha vivido en nuestro país una gran incertidumbre por esta pandemia, porque se empezó a dar la noticia, que salió de la Cuidad de México hacia el mundo, cuando en un primer momento todo se originó en EUA. Desde un día anterior se anuncio que en el DF y en San Luis Potosí, lugares más afectados por este virus, se decidió por parte de la Secretaría de Salud Federal la suspensión de las clases hasta nuevo aviso en todos los niveles educativos público y privados. También se tomaron medida en iglesias, estadios y restaurantes para prevenir el contagio, latente siempre en donde hay demasiada gente. El domingo 26 de abril por la noche el presidente de México, Felipe Calderón anuncia que en todo el país se suspenden las clases en todos los niveles educativos hasta el día 6 de Mayo y daba la potestad a la Secretaria de Salud en la persona del Dr. José Ángel Córdoba Villalobos de decidir lo mejor para la nación y pedía a los mexicanos unir fuerzas para combatir esta epidemia, que hasta ese día había causado ciento tres muertos y había mil seiscientos trece personas hospitalizadas en todo el país posible infección de la influenza humana H1N1. Para el día 30 de abril, el Dr. Córdoba anunciaba en rueda de prensa que los casos positivos de influenza humana H1N1 ascendía a 312 y 12 personas fallecidas, con situaciones semejantes en el resto del mundo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) informaba a través de su vocera, Margaret Chan, que se pasaba de alerta 4 a 5, tras habiendo consultado con el Comité de Emergencia de la Institución, que se había comprobado el contagio entre personas de la misma comunidad sin contacto directo y esto ha ocurrido en dos países distintos.


Desde hace noventa y un años que no se vivía una pandemia como la que hemos vivido en estos últimos días. Fue en el mes de abril de 1918 cuando fue la última, causada por la influenza española, la cual afecto a varios países y hubo millones de muertos. A nuestro país se dice que llegó a través del transporte del ferrocarril por la vía a Tampico y en nuestro estado de Nuevo León se reportaron mil setecientos sesenta y cuatro muertos por este tipo de influenza. Lo más curioso es que un nuevo virus de influenza, ahora llamada “humana H1N1” por su transmisión de persona a personas se da en el mismo mes y por las mismas fechas, según los investigadores, debido al cambio de estaciones de clima. Se anunció una suspensión de labores en todo el país a través de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS) del 1 al 5 de mayo ante la emergencia por influencia humana y advirtió que se sancionará a quien no cumpla con ese mandato. Los centros de trabajo (fábricas, empresas, negocios y demás establecimientos mercantiles) que violaran las disposiciones señaladas, particularmente por lo que hace al Acuerdo Secretarial que ordena la suspensión de labores, se harán acreedores a las sanciones previstas en la Ley General de Salud y en la Ley Federal de Trabajo. Y se nos pedía a todos los mexicanos no salir del país, ni de la ciudad en donde se encontraban e incluso de los hogares, todo esto para prevenir el contagio y propagación del virus.

El 4 de mayo se daba un comunicado; que el número de casos iba en descenso tanto de infectados como de fallecidos por el virus H1N1, pero la OMS pedía no bajar la guardia ya que se podía repuntar y el presidente Felipe Calderón anunciaba el regreso de clases para preparatorias y universidades para el día 7 de mayo, y las guarderías, pre-primaria, primaria y secundaria para el día 11. A las empresas, centros comerciales, restauranteros e iglesias que reanudaron sus actividades el día 6 de mayo, se les elaboró un plan de prevención de salud en donde se pide a los que vayan a tener un gran número de personas en sus actividades sigan las reglas que se han implementado. El Papa Benedicto XVI dio un mensaje en donde daba esperanza a la nación mexicana: “Queridos hermanos mexicanos, manteneos firmes en el Señor, El os ayudará a superar esta dificultad. Os invito a orar en familia en estos momentos de prueba. Nuestra Señora de Guadalupe os asista y proteja siempre".

Gerardo Saldaña González. 3º de Filosofía. Arquidiócesis de Monterrey

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Citas del Magisterio del papa Benedicto XVI sobre la voluntad de Dios.

“L

a vocación más auténtica y profunda de la familia es acompañar a cada uno de sus componentes en el camino de descubrimiento de Dios y del plan que ha preparado para él. María y José educaron a Jesús ante todo con su ejemplo: en sus padres conoció toda la belleza de la fe, del amor a Dios y a su Ley, así como las exigencias de la justicia, que encuentra su plenitud en el amor (cfr. Rm 13, 10). De ellos aprendió que en primer lugar es preciso cumplir la voluntad de Dios, y que el vínculo espiritual vale más que el de la sangre”. Angelus, Domingo 31 de diciembre de 2006, Fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret. “Sin embargo, (la) disponibilidad a la voluntad de Dios debe renovarse en todo momento: "El amor nunca se da por "concluido" y completado" (cfr. Deus caritas est, 17). Así pues, la contemplación del "costado traspasado por la lanza", en el que resplandece la ilimitada voluntad salvífica por parte de Dios, no puede considerarse como una forma pasajera de culto o de devoción: la adoración del amor de Dios, que ha encontrado en el símbolo del "corazón traspasado" su expresión histórico-devocional, sigue siendo imprescindible para una relación viva con Dios (cfr. Haurietis aquas, 62)”. Carta al Prepósito general de la Compañía de Jesús con motivo del 50º aniversario de la encíclica Haurietis aquas. El cristiano da testimonio de su esperanza: “háganlo con delicadeza y respeto, y con tranquilidad de conciencia”, preparado sin embargo a ser también envuelto y tal vez arrollado por el torbellino del rechazo y de la persecución, consciente de que “es mejor sufrir por hacer el bien, si ésa es la voluntad de Dios, que por hacer el mal” (1 Pe 3, 1617). Mensaje al Pueblo de Dios de la asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, 2008. "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón... y a tu prójimo como a ti mismo" (Mt 22, 37. 39). Este sería el programa de vida de san Alberto Hurtado, que quiso identificarse con el Señor y amar con su mismo amor a los pobres. La formación recibida en la Compañía de Jesús, consolidada por la oración y la adoración de la Eucaristía, le llevó a dejarse conquistar por Cristo, siendo un verdadero contemplativo en la acción. En el amor y entrega total a la voluntad de Dios encontraba la fuerza para el apostolado. (…) En su ministerio sacerdotal destacaba por su sencillez y disponibilidad hacia los demás, siendo una imagen viva del Maestro, "manso y humilde de corazón". Al final de sus días, entre los fuertes dolores de la enfermedad, aún tenía fuerzas para repetir: "Contento, Señor, contento", expresando así la alegría con la que siempre vivió. Solemne conclusión de la XI asamblea general ordinario del Sínodo de los Obispos, del año de la Eucaristía y canonización de Beatos (entre ellos el Padre Hurtado), Domingo 23 de octubre de 2005.

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El yugo de Dios es la voluntad de Dios que nosotros acogemos. Y esta voluntad no es un peso exterior, que nos oprime y nos priva de la libertad. Conocer lo que Dios quiere, conocer cuál es la vía de la vida, era la alegría de Israel, su gran privilegio. Ésta es también nuestra alegría: la voluntad de Dios, en vez de alejarnos de nuestra propia identidad, nos purifica -quizás a veces de manera dolorosa- y nos hace volver de este modo a nosotros mismos. Y así, no servimos solamente Él, sino también a la salvación de todo el mundo, de toda la historia. Santa Misa de imposición del palio y entrega del anillo del pescador en el solemne inicio del Ministerio petrino del Obipo de Roma, Domingo 24 de abril de 2005. El grado máximo de la libertad es el "sí", la conformidad con la voluntad de Dios. El hombre sólo llega a ser realmente él mismo en el "sí"; el hombre sólo llega a estar inmensamente abierto, sólo llega a ser "divino" en la gran apertura del "sí", en la unificación de su voluntad con la voluntad divina. Adán deseaba ser como Dios, es decir, ser completamente libre. Pero el hombre que se encierra en sí mismo no es divino, no es completamente libre; lo es si sale de sí; en el "sí" llega a ser libre. Este es el drama de Getsemaní: no se haga mi voluntad, sino la tuya. Cambiando la voluntad humana por la voluntad divina nace el verdadero hombre; así somos redimidos. Este era, en síntesis, el punto principal del pensamiento de san Máximo y vemos que en él está en juego todo el ser humano; está en juego toda nuestra vida. Audiencia general, Miércoles 25 de junio de 2008.



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