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Desde Rectoría Mi vida está en sus manos El diálogo en una cultura de posverdad Compartir la Palabra que es vida Renunciar para crecer ¡Estamos en la red! Agradecimiento
Consejo Editorial
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Rector/ Pbro. Dr. Carlos Alberto Santos García Coordinador Dept. Comunicación/ Pbro. Darío Fco. Torres Rodríguez Director Editorial/Pbro. Darío Fco. Torres Rodrígue z Consejo Editorial/Lic. Adriana Martínez del Río/ Pedro Feliciano Ramírez Carrizales/ Mario Alberto de Luna Guevara Equipo de Redacción/ Théodore Joseph/Sergio Mendoza González/Erick Alfonso Rivera Ortiz/Juan Jose Barbosa Reyna / Luis Ángel Garza González/Manuel de Jesús García Ramos Diseño/ Lic. David Almaguer Hernández Fotografía/ Bono A. Méndez Elías/ Juan Carlos Gutiérrez Martínez: 13,000 ejemplares Impreso: Enfoque Gráfico
REC TO RÍA
Ser llamado
"Dios dijo a Abrán: deja tu tierra, a tus parientes y la casa de tu padre y parte hacia la tierra que yo te mostraré…" (Gn 12,1).
De esta manera desconcertante, y hasta disruptiva, inicia la que es considerada la primera vocación-llamada en la Sagrada Escritura. Esto quizá se pueda debatir, si consideramos que de la misma manera inicia el relato de la creación: «entonces Dios dijo: que exista la luz y la luz existió» (Gn 1,3). De la misma manera nos dirá Gn 12,4: «Y Abrán salió». Por lo tanto con cierta propiedad puede afirmarse que la Creación tiene su origen una Vocación, en la llamada original de Dios a existir, a ser. Entonces, ya antes de Abrán, Dios en la Biblia aparece «llamando». De esta manera alcanzamos a entrever que el fundamento de toda Vocación es «Dios que habla», Dios «que tiene palabras», que por lo tanto nos interpela, nos sacude; o como a Abrán, «nos pone en movimiento». Toda vocación por tanto no puede ser estática, no puede “dejarnos igual”; o nos pone en éxodo-salida, o no es Vocación. Porque, por naturaleza, la Palabra de Dios es creativa, no es palabra ociosa o inútil (cf. Is 55,10-11). Es además una Palabra libre, porque nadie le obliga a pronunciarla, como nada “obligó a Dios a crear”. Y si es libre, entonces, ¿cuál es su motivación? A la luz del texto de la creación, y del llamado a Abrán, podemos entrever que se trata de crear una relación. «Parte a la tierra que yo te mostraré…», después del llamado, de la intervención que hace en su vida, Dios no se evade del camino de Abrán, sino que se compromete a «mostrar», que no es lo mismo que «de-mostrar». Lo que nos enseña este versículo es que a partir del llamado iniciará un «diálogo» entre Dios y Abrán y que no será solamente de palabras, también lo será de acontecimientos y experiencias, en las que Dios “se le va mostrando” a Abrán, y este por su parte tendrá que aprender a descubrirlo y leerlo. Por esta razón es que llamamos a Abrán, «padre en la fe», porque la «mirada de fe» consiste precisamente en “leer la realidad'' desde Dios y su Palabra, conscientes de Él y de su presencia en los acontecimientos. La fe es la consciencia de que Dios se nos muestra en las experiencias de nuestra vida. Así Abrán al salir de su tierra y de su casa paterna solo tiene esta certeza: «Él se mostrará», no tiene una prueba de esa «tierra», solo tiene su fe y su confianza en el Dios que habla y, mostrándose, va creando una relación con él. Ser llamado – o como se dice, «tener vocación» – significa ser interpelado por Dios, ser conscientes que el Dios en quien creemos «habla», «tiene palabras» (cf. Jn 6,68). Se trata por lo tanto primero de «Él», que de «nosotros». Vocación no es por lo tanto una posesión o propiedad – no es algo que «se tiene» como si fuera una cosa – sino una toma de conciencia de Dios que habla y que con su palabra irrumpe en nuestra vida. Y por lo mismo, necesariamente provoca movimiento, provoca cambios… vocación en cierto sentido es éxodo.
Pbro. Dr. Carlos Alberto Santos García Rector
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VocacionES
Mi vida está en sus manos Soy el seminarista Théodore Joseph, originario de Haití y quiero compartir con ustedes un poco de mi camino vocacional. Once años atrás mientras estaba estudiando en la universidad tuve una inquietud sobre el futuro de mi vida, lo que Dios tiene para mí. En este momento de duda y confusión y después de platicar con mi familia y mi párroco, me di la oportunidad realizar un proceso vocacional en la Congregación de los Misioneros Scalabrinianos, gracias a un sacerdote cercano a mi familia. Terminando el proceso, decidí ingresar a su congregación para empezar la formación con ellos. Allí cursé un año de Propedéutico (Humanidades) y 3 años de Filosofía, posteriormente a los estudios filosóficos fui aceptado junto con 3 compañeros para dar continuidad a las siguientes etapas del postulantado y el noviciado en México. En agosto de 2016 llegué a Guadalajara, allí inicié la inserción en la cultura mexicana sobre todo al idioma. De Guadalajara me mandaron a una experiencia relacionada al carisma de la congregación que es trabajar con los migrantes en un albergue de aquí de Monterrey perteneciente a la Arquidiócesis. En esta experiencia conocí a un gran hombre, un sacerdote entregado y trabajador, el Pbro. Luis Eduardo Villarreal, quien marcó mi vida vocacional con su gran testimonio. Con su gran ejemplo sacerdotal me nació un gran deseo de ser un presbítero como él.
Desde entonces empecé un momento intenso de discernimiento durante meses. Al final tomé la decisión de continuar mi proceso formativo aquí en el Seminario de Monterrey. Desde que empecé mi solicitud de ser parte de esta gran institución hasta el día de hoy he sentido un acogimiento tanto por parte los padres formadores como los compañeros seminaristas. Todo eso, causa una gran alegría en mi corazón y a la vez me siento realizado. Sin embargo, no todo es extremadamente bonito, porque de repente, extraño a mi familia, mi cultura y amistades de infancia, pero en medio de mis nostalgias, Dios es mi fuerza. Uno de los textos bíblicos que me ayudado a lo largo de todo este proceso, a crecer y enfrentar mis miedos e inquietudes es el Salmo 23, de forma precisa el versículo 4 que dice: “Aunque camine por un valle con tinieblas de muerte, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo”. El saber que Dios está conmigo y que mi vida está en sus manos, eso me llena de paz y me anima para seguir caminando con Él y conocerlo para que en el futuro ministerio pueda ayudar otras personas a conocerlo.
Théodore Joseph Tercero de Teología
Tel. 1158-2838
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El diálogo en
una cultura de posverdad Las ideas se han ido propagando por los pueblos y naciones en la medida que estas fueran aceptadas como verdaderas. Así, los pensamientos que se consideraron superados tendían a desaparecer, o bien, a transformarse para adecuarse a las nuevas exigencias culturales. No es raro tampoco percatarse que en muchas ocasiones la expresión de la verdad se ha realizado por medios más dogmáticos que reflexivos, más impuestos que propuestos, más obligados que aceptados. Esta metodología desfavorable ha culminado en la actualidad como un rechazo a toda pretensión de verdad. La verdad, cualquiera que sea, es considerada como una imposición del criterio particular. Se le ha denominado como posverdad al fenómeno en el que no importa quien diga una aseveración o bajo qué protocolos se establezca, lo único que importa es «la percepción de cada individuo sobre si considera algo como correcto o incorrecto». Ya no es suficiente con decir la verdad, ahora hay que convencer al público que lo que se dice es verdad, de acuerdo a sus perspectivas particulares. A pesar de ello, la sociedad sigue exigiendo una verdad, pero una que no sea impuesta, sino que sea entendible y constatable para cada persona. Para la Iglesia, significa un reto formidable, como el de los primeros cristianos quienes conociendo a Jesucristo y sus misterios, debían de propagar la Buena Noticia a todas las gentes. En efecto, para realizarlo, debieron adaptar su mensaje a las particularidades culturales de cada región, sin transgredir en forma alguna el contenido salvífico del Evangelio. El reto del cristianismo en la actualidad sigue siendo el mismo: «llevar el Evangelio a todos los rincones de la tierra, sin transgredir su contenido, pero adaptando sus formas». Pero, ¿de qué manera se logrará llevar este mensaje a las culturas que alguna vez ya fueron cristianizadas y ahora vuelven a exigir razones de nuestra esperanza? La respuesta más adecuada está en el diálogo, como instrumento por el que dos contrarios pueden compartir los elementos en común y disolver las contradicciones entre ellos.
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Al dialogar se corre el riesgo de ser convencido o de mezclar pensamientos que por su naturaleza son contradictorios. En este sentido, es verdad que para dialogar hay que dejar atrás los prejuicios respecto a la postura del interlocutor, pues requiere de una apertura sincera; pero la alienación de los prejuicios no implica una enajenación de las propias ideas, de lo que cada uno lleva en su interior y ha encontrado de verdadero. Para que exista un verdadero diálogo, cada persona debe llevar arraigado en su pensamiento lo que ha encontrado de verdadero. Debido a las múltiples ocasiones en las que se intenta iniciar una conversación con una intención de proclamar una idea como verdadera sin más, o por esperar recibir toda la verdad del otro sin fundamentar el discurso personal en aquello que claramente se presenta como verdadero desde la perspectiva subjetiva; se realizan regularmente discusiones más que diálogos. Muchas veces se comentan las publicaciones del internet de una forma violenta e impa-
ciente, cada quien desde la trinchera de su CPU y desde el anonimato en su identidad. Por otro lado, las conversaciones personales y presenciales se convierten en absurdas cuando, por temor de lastimar al otro, se prefiere esconder el tesoro que cada hombre lleva en su interior. Son conversaciones con apariencia de diálogo y libre expresión, pero al contrario, son pseudodiálogos de un discurso tiránico que impide la libre expresión. El diálogo es una herramienta indispensable para el cristiano de nuestra época, y la capacidad de comprensión, respeto y el valor de la escucha, deben ser inculcados desde los inicios de la fe. La cultura de la posverdad está propagada por toda la sociedad a pesar de las dificultades lógicas y morales que ello implica, pero es necesario comprender e interpretar los signos de los tiempos, para actuar conforme a las exigencias que se nos presentan.
Sergio Mendoza González Tercero de Filosofía
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Vida e Historia del Seminario
Compartir la Palabra
que es Vida
El día viernes 22 de enero he recibido mi Admisión a las Órdenes Sagradas y el sábado 23 de enero el ministerio del Lectorado. Estos días quedaran muy marcados en mi vida y van siendo una gran señal y luz para mi proceso vocacional con vistas al sacerdocio. Cinco meses atrás, en el mes de septiembre, iniciamos el trámite para la petición de los mismos. Desde este momento me empezó a parecer algo increíble y sorprendente, pues en mi camino vocacional que he empezado un 9 de octubre del 2014, se comienza a ver cada vez más cerca la meta: el sacerdocio. Este proceso. consiste en dialogar con el Director Espiritual, con el Coordinador de Instituto de Teología y con el Rector del Seminario para platicar sobre nuestro proceso vocacional; tanto lo que ellos como padres formadores ven en nosotros, como el compartir como nos hemos sentido al respecto. Después redactamos a mano una carta para la petición dirigida a nuestro Arzobispo, donde expresamos nuestro querer y libertad al realizar la petición de los mismos. Posteriormente, entregamos una papelería básica y una vez hecho esto, viene algo muy interesante y que le da sentido a la Admisión, “la aprobación y buen visto de la Iglesia para con nosotros y la petición a la Candidatura”. Durante este tiempo, que duró aproximadamente el mes de octubre, se mandan encuestas a diversas parroquias en donde hemos participado, así como a hermanos seminaristas, los cuales dan su comentario respecto a nuestro proceso vocacional. Después de esto, nos queda esperar a que Monseñor Rogelio nos diga si tenemos o no la admisión y el ministerio. El día 18 de diciembre, Solemnidad de Nuestra Señora del Roble, Patrona de nuestra Arquidiócesis de Monterrey, previo a la Celebración Eucarística en la Basílica del Roble, Monseñor nos citó a los cuatro seminaristas, media hora antes, y ahí, dentro de un diálogo completamente fraterno e iluminador, nos dijo que “sí” nos daría aquello que hemos pedido.
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El día viernes 22 de enero, nuestra Admisión a las Órdenes Sagradas estaban a cargo del Obispo Auxiliar Monseñor Juan Armando Pérez Talamantes, que, dentro de las Vísperas del mismo día, nos exhorto a vivir esta experiencia con gran fervor y que nos diéramos cuenta de la gran importancia que tenía este momento para nuestra vocación y para toda nuestra Iglesia. Ese día, desde que estábamos formados en la procesión de entrada, me sentía tan alegre y algo disperso pues aún me parecía algo increíble, no fue hasta que se entonó el canto de entrada “Pueblo de Reyes” y empezamos a caminar rumbo al altar que todas estas sensaciones expresadas se hicieron una en mí: pequeñez. Pues me sabía indigno de esto, pero visto por Dios y con la confianza de mi Iglesia, una pequeñez que en mi corazón se expresaba con un gran amor. Al día siguiente, sábado 23 de enero, Monseñor Rogelio Cabrera presidió la Santa
Misa y nos dio el ministerio del Lectorado, de este momento lo que más marco mi corazón fue que, al estar arrodillado frente a Monseñor y con mis manos extendidas sujetando la Palabra de Dios, Monseñor me dijo: “recibe el libro de la Sagrada Escritura y transmite fielmente la Palabra de Dios, para que sea cada día más viva y eficaz en el corazón de los hombres” a lo cual yo respondí con un “AMÉN”, con un así sea. Una palabra que expresa toda mi gratitud y mi responsabilidad de hacer eso que se me ha invitado a realizar. Esto para mí ha significado una muestra visible de mi llamado vocacional, es como si el Señor me estuviera mostrando que este camino es mi vida a la felicidad y a la santidad. Desde esos días, no me he dejado de sentir alegre, grato, con una gran labor que es compartir la Palabra de Dios y, como Monseñor nos decía ese sábado, no solo es compartir sobre la Biblia, sino que compartir la Palabra que es Vida: Jesús.
Abraham Rodrigo Oliva Espinosa Segundo de Teología
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ACTIVIDADES ENERO - FEBRERO
Conoce
Renunciar, para CRECER “Si quieres ser perfecto, anda, vende todos tus bienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos. Luego sígueme.” Mt 19, 21
El tema central de estas palabras de Jesús es la renuncia y el seguimiento. La palabra “renuncia” golpea duro en nuestra vida. ¡Qué difícil es renunciar a lo que tenemos! ¡Qué difícil renunciar a nuestros gustos y deseos! ¡Qué difícil renunciar a sí mismo! Pareciera que Jesús no se da cuenta de la dificultad que implica la renuncia. Pareciera que a Jesús no le interesa lo que podamos sentir ante lo que dejamos. ¡Qué difícil es entonces el seguimiento de Jesús! ¡Qué difícil es responder a su invitación de seguimiento! Pero, ¿acaso solamente Jesús nos pide renunciar a algo?, ¿solamente el camino de Jesús es exigente? ¡No! Hay que reconocer que la vida está llena de renuncias; en la escuela, en la profesión, en el trabajo, en la familia. La vida siempre nos pide renunciar a algo y no porque sea cruel, sino porque es necesario para seguir avanzando. ¡Qué difícil sería caminar toda la vida con los mismos zapatos, con las mismas cosas, con nuestros mismos pecados, errores y problemas! La misma vida nos enseña a renunciar a aquello que nos impide crecer, para así poder emprender nuevos caminos de realización. Del mismo modo, Jesús que conoce nuestra vida y corazón sabe lo que necesitamos y también conoce lo que debemos dejar atrás.
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A veces, nos da miedo confiarnos en el Señor, pareciera que quisiera quitárnoslo todo, pareciera que nos arrebata la libertad y nos prohíbe seguirlo con todo lo que tenemos. Ante estos miedos que surgen frente al seguimiento de Cristo, el Papa Benedicto XVI decía en la homilía de inicio de su pontificado: “¿acaso no tenemos todos de algún modo miedo –si dejamos entrar a Cristo totalmente dentro de nosotros, si nos abrimos totalmente a él–, miedo de que él pueda quitarnos algo de nuestra vida? ¿Acaso no tenemos miedo de renunciar a algo grande, único, que hace la vida más bella? ¿No corremos el riesgo de encontrarnos luego en la angustia y vernos privados de la libertad? ¡No! quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera” (Homilía inicio de pontificado. Benedicto XVI).
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Es cierto que también habrá momentos en que se tenga que renunciar a lo que se ama, no porque no sea valioso o sea algo malo, sino porque crece en el corazón la certeza de alcanzar la felicidad con mayor plenitud. Tal cual le sucedió al vendedor de perlas finas en el evangelio de Mateo: “El Reino de los Cielos es semejante al caso de un mercader que anda buscando perlas finas. Cuando encuentra una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra” (Mt 13, 45-46). El mercader vende las otras perlas no porque no sean valiosas, sino porque ha encontrado una que le resulta más valiosa que todas las demás. Lo mismo sucede con el seguimiento de Cristo, quien decide seguirlo ha reconocido la grandeza de su llamado, el cual nos conduce a plenitud. Quien decide emprender este camino ha descubierto que Jesús es la perla preciosa que enriquece y da sentido a la propia vida. Así pues, solamente quien posee un corazón libre y generoso es capaz de responder al llamado que Jesús le hace a seguirle. La renuncia siempre desemboca en la generosidad, sólo quien posee un corazón generoso es capaz de renunciar por amor, de responder a la exigencia del camino del discípulo. La vida será más vida en la medida en que no la guardemos para nosotros mismos, sino que la gastemos para los demás. Esto es la mayor generosidad que puede existir, donar nuestra propia vida por amor. El amor es el motor que todo lo mueve. El corazón que ama siempre está dispuesto a ser generoso ante la llamada que Dios le hace. Jesús nos invita a seguirlo, no tengamos miedo de abrirle y entregarle nuestro corazón. Antes bien, respondamos con generosidad y entrega a Aquel que ha entregado su misma vida en la cruz, por amor a nosotros. El ir siguiendo los pasos de Jesús nos hace ser conscientes de que nuestra vida tiene sentido y dirección. No caminamos sin rumbo, avanzamos sabiendo que aspiramos a una realidad que nos supera, pero que Aquel que es nuestra meta, también es nuestro camino y fortaleza.
Erick Alfonso Rivera Ortiz Tercero de Filosofía
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Conoce
¡Estamos en la Red! ¡Estamos en la Red!, porque desde que inició la pandemia y hubo cierres de Iglesias muchos grupos juveniles, sacerdotes, obispos, seminaristas, religiosas… hemos buscado evangelizar en estos nuevos areópagos virtuales. Sabemos que la misión primordial de la Iglesia es anunciar a todo el mundo el Evangelio, y que el mismo Jesús nos envía como lo vemos en el Evangelio de Marcos “Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos” (Mc 6, 7) y los envío con una misión, anunciar la Buena Nueva, anunciar el gran amor que Jesús nos tiene. En los últimos diez meses hemos visto una gran influencia de personas transmitiendo el mensaje de amor que Jesús nos dejó para anunciarlo a los demás. Hemos utilizado nuestras redes sociales para transmitir a un Dios cercano y un Dios que permanece con nosotros hasta los últimos días de nuestras vidas (cfr. Mt 28,20). El Seminario de Monterrey tampoco nos hemos quedado atrás, hemos hecho nuestro apostolado de manera virtual, sabemos que no es la misma experiencia el estar detrás de una pantalla que de manera presencial, extrañamos subirnos al camión e ir con el pueblo de Dios que tanto nos quiere y nos ama, y créanme que muchos ya queremos que esto muy pronto termine para estar nuevamente con ustedes.
El Papa Francisco nos dice; “Hay que reconocer que, por un lado, las redes sociales sirven para que estemos más en contacto, nos encontremos y ayudemos los unos a los otros (…)” y es por eso que buscamos estar, buscamos ayudar y buscamos orar los unos por los otros. Llevar el Evangelio por las redes no ha sido tarea fácil, pero seguimos confiando en Jesús en que Él es quien habla por medio de nosotros. Sigamos echando las redes, sigamos cuidándonos y sigan pidiendo a Dios por nosotros.
Juan Jose Barbosa Reyna Segundo de Teología
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SEMINARIO MENOR
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