Con ánimo renovado el equipo editorial de la revista San Teófimo, regresa a la importante labor de plasmar en esta publicación totalmente hecha por seminaristas, el espíritu que impulsa el anhelo de servir a Dios en el ministerio sacerdotal. Y es precisamente este el motivo y el tema principal con el que arrancamos esta nueva etapa en la vida de la revista. Estamos viviendo en estos momentos la primera parte de este año sacerdotal que desde el pasado mes de junio se inauguró por voluntad de S. S. Benedicto XVI. Hemos querido dedicar este primer número del año escolar 2009-2010 al tema sacerdotal, en especial en lo que se refiere a la persona del sacerdote como don para la Iglesia. Ya lo mencionaba el Papa, en su carta dirigida a los sacerdotes, al inicio de este año jubilar sacerdotal: “ 'El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús', repetía con frecuencia el Santo Cura de Ars. Esta conmovedora expresión nos da pie para reconocer con devoción y admiración el inmenso don que suponen los sacerdotes, no sólo para la Iglesia, sino también para la humanidad misma.” El sacerdocio ministerial al que aspiramos todos los que estamos en el seminario, se ve enaltecido con este año en particular, ya que la figura de san Juan María Bautista Vianney, el “Santo Cura de Ars”, viene a iluminar y a ejemplificar de una manera especial esta vocación, que sin duda es esencial y medular en la vida de la Iglesia. El sacerdote hoy más que nunca está llamado a dar un testimonio cada vez más coherente de amistad con Dios. Nuestro mundo necesita testigos venidos de la vida sacerdotal que puedan decirle al mundo que Dios está más cerca de nosotros de lo que imaginamos, se necesita la clara voz del sacerdote para que proclame que Cristo está vivo y que aguarda pacientemente por cada uno de nosotros en el sagrario, para que ahí se desborde su amor y misericordia con cada uno de los que acuden a Él.
Todo en la vida formativa de los seminaristas es un don. Regalo de Dios es el poder recibir de Él la llamada en el corazón, para entregarle totalmente y sin reservas la vida misma, regalo de Dios es recibir de su generosa bondad, a una Iglesia diocesana que consciente de su responsabilidad en la formación y sostenimiento de los futuros sacerdotes, se compromete a proveer todo lo necesario tanto espiritual como materialmente para que nada nos falte. Regalo de Dios es la oportunidad de recibir del presbiterio de nuestra Arquidiócesis, por parte de nuestro Padre y Pastor el Emmo. Sr. Cardenal - Arzobispo, un equipo formador compuesto por tantos sacerdotes dedicados a tiempo completo a nuestra formación, un privilegio que pocas comunidades eclesiales pueden poseer. Regalo de Dios es recibir de la Iglesia la aprobación para seguir adelante en nuestro camino formativo al recibir la candidatura a las órdenes sagradas y los ministerios laicales, y finalmente recibir el regalo de la ordenación diaconal y presbiteral. Sin duda el camino formativo de los seminaristas es un camino de generosidad de parte de Dios, generosidad que no se debe a nuestros propios méritos o conquistas, sino que brota únicamente de la misericordia y el inmenso amor con que Dios nos ama. Con tantos dones en su vida el seminarista llega a entender que todo lo que recibe no es para el mismo, sino para que aprendiendo a recibir gratuitamente tan abundantes dones, el mismo se considere ya ordenado sacerdote un don para la comunidad. En donde la generosidad de Dios se verá reflejada en la entrega que hará en el ejercicio del ministerio sacerdotal. Bienvenidos nuevamente a la revista San Teófimo.
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LA FIDELIDAD La fidelidad es fundamento de la amistad, reza un refrán popular español. La fidelidad es esa cualidad de la voluntad mediante la cual la persona permanece constante en las buenas disposiciones ante los demás, no se aparta de sus propios principios y cumple los compromisos adquiridos. Se es fiel a los amigos, a la familia, a la sociedad en que se vive, a las promesas hechas, al propio ideal, a Dios. El prototipo de fidelidad lo encontramos en Dios. Él es fiel porque cumple las promesas hechas a Israel (Dt 7,9; 1re 8, 23; 2Esd 1, 5; 9, 32; Dan 9,4); a los patriarcas (Dt 4, 31; Miq 7, 20): a la dinastía de David (2Sam 7, 2829; 1Re 8,26). Dios porque es fiel es garantía para toda ocasión (Sal 90). La fidelidad es una cualidad inherente a la naturaleza de Dios. Comporta constancia y solidez, Dios es como una roca sin grietas (Dt 32, 4, Sal 17 32), Dios nunca miente ni se retracta (Núm 23, 19). Cristo es prototipo de persona fiel (2Tim 2, 1) y siempre será fiel porque Él es el que es. (Heb 13,18). La fidelidad del hombre a Dios, es un efecto del mismo Dios. Implica constancia, perseverancia, esfuerzo a pesar de los obstáculos que pueden oscurece o hacer más difícil vivir la fidelidad. La fidelidad a Dios es imposible por las solas fuerzas del hombre, es necesaria la fuerza divina. La fidelidad al prójimo comporta las virtudes naturales de lealtad y buena fe que constituyen el fundamento de la sociedad. Ser fiel al amigo (Eclo 6,14-16), a los compañeros de viaje (Tob. 5,4 ; 10,6) en el trabajo. Puede ser fiel un servidor (1 Sam 22,14), un funcionario (Dan 6,4) un mensajero (Prov 13,17; 25,13) un aliado, (2Esd 9,8) un juez (Sal 95, 13) un testigo (Prov 14, 15). Así, lo que el pueblo de Dios espera de los seminaristas y sacerdotes, más que de algún otro, es fidelidad. En la fidelidad sacerdotal el pueblo capta la fidelidad de Dios y ésta hace fuerte al pueblo para ser fiel a Cristo a través de las cotidianas dificultades de la vida. En un mundo tan marcado por la inestabilidad, la violencia, la pobreza, el desempleo, el hambre, el pueblo de Dios tiene necesidad de más signos, de más testimonios de nuestra fidelidad para con Él, como muestra de la fidelidad de Dios en relación con su pueblo. Hay algo que causa gran tristeza al pueblo de Dios; una angustia frecuentemente silenciosa, pero grande: cuando los sacerdotes desmayan en la fidelidad de su compromiso sacerdotal. Este anti-signo, este anti-testimonio está entre los motivos del retroceso de las grandes esperanzas de nueva vida que brotaron en la Iglesia desde el Concilio Ecuménico Vaticano II. El mismo Concilio ha aconsejado a los sacerdotes y a toda la Iglesia una oración más intensa y frecuente; porque se nos ha enseñado que sin Cristo no
podemos hacer nada (cf. Jn 15, 5). La fidelidad a Dios viene del mismo Dios. En contrapartida, la fidelidad de la inmensa mayoría de los sacerdotes ha demostrado con claridad aún mayor y con un testimonio tanto más patente la fidelidad de la Iglesia a Dios y a Cristo, testigo fiel (cf. Ap 1, 5). En un centro de estudios teológicos-filosóficos, como es el seminario, el testimonio de fidelidad tiene importancia ulterior y un valor especial para convencernos de la grandeza y de la fuerza representada por la fidelidad sacerdotal. El aprendizaje filosófico y teológico, al ser parte de la formación al sacerdocio, está bien lejos de presentarse como una investigación académica puramente intelectual. En el seminario la asistencia a los cursos está vinculada a la liturgia, a la oración, a la construcción de una comunidad de fe y de amor, así como a la edificación del sacerdocio y consiguientemente a la edificación de la Iglesia. El estudio en los seminarios, es una reflexión sobre la fe y realizada en la fe. Los estudios en el seminario que no profundice en la fe, que no conduzca a orar, pueden ser un discurso de palabras sobre Dios; pero no serán jamás un verdadero discurso en torno a Dios, al Dios vivo, al Dios que es y cuyo ser es el Amor. De aquí se sigue que el estudio de un futuro sacerdote sólo puede ser auténtico realizado en la Iglesia, comunidad de fe. Sólo cuando lo enseñado y aprendido está conforme con la enseñanza de los obispos unidos con el Papa, el Pueblo de Dios puede saber con certeza que esta enseñanza es " la fe que ha sido transmitida a los santos de una vez para siempre " (Jds 3). Mi invitación es a orar para aprender y vivir; para poder ser fieles a Cristo. Sólo en la oración se puede cumplir con los deberes e iniciar la respuesta a las esperanzas del mañana. Todo ejercicio, todo esfuerzo por configurarse con Cristo, sólo tendrán eficacia en la oración y con la gracia que Dios siempre fiel concede. Bajo el amparo de María Santísima redoblemos el esfuerzo para ser fieles testigos de la fidelidad de Dios.
Pbro. Lic. Gerardo J. Cárdenas Rdz. Vice-Rector
EL DON DESDE LA RAZÓN. La fe y la razón (Fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo (cf. Ex 33, 18; Sal 27 [26], 8-9; 63 [62], 2-3; Jn 14, 8; 1 Jn 3, 2). Es cierto que el don en sí mismo encierra algo más que ser un simple “regalo”, implica una participación vigente de Dios en sus criaturas, ha sido Él, quien atribuye infusamente el amor a sus hijos como creación perfecta por ser Él, el autor. Por medio de la razón podemos decir “Amo a mi hermano”, ya que en ella radica la trascendentalidad del ser en su relación en sí. Por la razón podremos acercarnos a decir que es parte punible de la divinidad en el ente llamado “persona” que desde sus diversas realidades (supuesto) es vista desde en un conjunto racional que denominamos persona en su descripción metafísica, “Amar es decir no morirás”, según Juan Luis Lorda (Publicado en nuestro tiempo n 603, Septiembre de 2004, p. 101-108), en fin este razonamiento es trascendente, un don en sí, y por medio de él logramos captar abstractamente lo que rodea al humano, su vida e historia. El hombre siempre está en búsqueda de la verdad y no descansa hasta encontrarla. Aunque crea haberla encontrado se dará cuenta que ha vuelto al inicio de su búsqueda, es el don mismo que la razón comprende en ésta búsqueda, no existe otro ser sobre la tierra capaz de hilar su pensamiento, el don y el juicio como el hombre. Una vez entendido que él participa de lo que Dios le ha confiado (teoría agustiniana) tendrá la potestad de ponerlo al servicio de su humanidad centrado en el otro; parecería que la razón no puede explicar la verdad de manera primaria sino secundariamente, primero siempre será el pensamiento de Dios luego el del hombre. El don, por lo tanto, es entendido por parte de Dios como el idioma amoroso hacia sus hijos, y éste lo entiende secundariamente, como un destello de la idea que podría dar una lejana luz al explicar al don desde la razón. En la actualidad el post-modernismo nos propone una filosofía fenoménica o relativista, donde la razón pretende ser descalificada y canalizada a un sentido de vanalidad injusta para el hombre, ¿cómo es posible que estas corrientes pretendan “abaratar” el don de la razón? Con ello la intensiva interpelación a una devaluación ontológica trae como consecuencia que el hombre no conciba en su realidad trascendental el don como participación inmediata de Dios sino como un recurso propio de su humanidad, “ya no me siento parte de Dios, ahora Dios es parte de una colección de supersticiones o creencias finitas”, cuando en lo más hondo de su razonamiento lo busca disfrazado en un sentido de necesidad. En conclusión, el don es la participación vigente del Ser de Dios en su obra llamada hombre, investida con la razón para poder adecuarlo a su realidad óntica, el juicio como resultado de la suma de acontecimientos en la identidad del hombre que lo lleva a descubrir que su ser racional está cimentado en un proyecto que va más allá de su entendimiento simple; entonces la razón es iluminada por la revelación por la afirmación misma con la semejanza con su creador, Dios.
José Luis Guerra Castañeda Segundo de Filosofía Arquidiócesis de Monterrey
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“Nadie se otorga esta dignidad sino que debe de ser llamado por Dios, como lo fue Aarón. Y tampoco Cristo se atribuyó la dignidad de sumo sacerdote, sino que se la otorgó aquel que dice: Tú eres mi Hijo, yo te engendrado hoy” (Heb 5, 4-5). Un don para el mundo. Al reflexionar sobre la historia de salvación, nos podemos dar cuenta de la gran misericordia que Dios ha tenido con su pueblo al manifestarse ante él y hacerse visible. De esta manera, podemos remontar nuestro pensamiento a los patriarcas, los jueces, los profetas, los reyes, los sacerdotes y finalmente hacia la persona de Jesús. Porque Jesús, que ha sido consagrado sumo sacerdote por el eterno Padre y comparte este don con la Iglesia, y he ahí que la manera más concreta en la que Dios se hace visible en nuestros días es a través del sacerdocio ministerial. El sacerdote, por el sacramento del orden ha recibido el Espíritu Santo, y por tanto, es gloria o epifanía de Cristo. Todo en el sacerdote es un don de Dios, y no se puede apropiar lo que tiene y lo que es. Todo en el sacerdote es motivo de gratitud y humildad, todo es don. El sacerdote no se pertenece, ya que a semejanza de Jesucristo que es sacerdote, no para sí mismo, sino para sus hermanos. De igual manera el sacerdote debe buscar siempre ser puente entre Dios y los humanos. Así que este sacerdocio es sacramental porque, constituye la manifestación visible de la intervención mediadora de Cristo en la vida de los cristianos. Sin dicho sacramento no podría efectuarse concretamente la unión entre la vida real de los cristianos y la existencia de Cristo. La vivencia del don. Si el sacerdocio es un don entonces, como don, se debe ofrecer a la comunidad eclesial, pues ya lo ha dicho el Señor Jesús: “Lo que gratuitamente hemos recivido gratuitamente lo debemos dar”. Y es que la comunidad ve en el sacerdote el rostro de nuestro buen Dios, un Dios que es Padre y siempre está atento a sus hijos, un Dios que participa de sus alegrías y de sus fracasos, un Dios que interviene en su historia, un Dios dador de vida, un Dios misericordioso. El Papa Benedicto XVI, en su carta a los sacerdotes, recuerda la frase del Santo Cura de Ars: “El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”. Al mismo tiempo recuerda a todos los sacerdotes que repiten cada día las palabras y los gestos de Cristo a los fieles cristianos y así se llegan a identificar con sus pensamientos, deseos y sentimientos, así como su estilo de vida. La vida sacerdotal es la vida de Cristo, una vida incansable por el amor, un amor que es capaz de subir al calvario y ser clavado en la cruz y con este sacrificio se convierte en resurrección y vida para la humanidad. La principal misión del sacerdote es ser pastor y, viviendo intensamente el don sacerdotal, se transforma en bendición para el pueblo cristiano. Inmenso es el don sacerdotal que nos sobrepasa, don en el que Dios le cede el poder divino, poder que se manifiesta en la entrega diaria.
José Adrián Mendoza Pedroza Tercero de Teología Arquidiócesis de Monterrey
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Terminando las festividades del año paulino, el Santo Padre ha querido dar un tiempo especial de oración y reflexión en torno al sacerdocio ministerial, decretando un año sacerdotal.
pecado, orar por las intenciones del Santo Padre, y realizar las acciones que se estipulan; que las reproduzco a continuación, y que son un extracto del decreto dado por la penitenciaría apostólica el día 25 de abril del 2009:
Los que deseamos ser sacerdotes, así como los que ya los son, hemos pasado en los últimos años por campañas que desprestigian el actuar sacerdotal, se cuestiona todo en cuanto a su vida, su desempeño pastoral, las exigencias de la vida apostólica, todo se pone en entredicho; todo esto aunado a unos cuantos testimonios poco favorables que los medios se han encargado, en su afán poco ético de crear controversia, de llenar de falsos argumentos tanto a sacerdotes, como a fieles laicos, y no es que estos ataques no existieran con anterioridad, sin embargo ante la disminución de vocaciones, es preciso retomar el que hacer sacerdotal, reflexionando sobre él, y orando para la proliferación de sacerdotes fieles y santos, que tanto han enriquecido a la Iglesia.
A los sacerdotes realmente arrepentidos, que cualquier día recen con devoción al menos las Laudes o las Vísperas ante el Santísimo Sacramento, expuesto a la adoración pública o reservado en el sagrario, y, a ejemplo de san Juan María Vianney, se ofrezcan con espíritu dispuesto y generoso a la celebración de los sacramentos, sobre todo al de la Penitencia, se les imparte misericordiosamente en Dios la indulgencia plenaria, que podrán aplicar también a los presbíteros difuntos como sufragio si, de acuerdo con las normas vigentes, se acercan a la confesión sacramental y al banquete eucarístico, y oran según las intenciones del Sumo Pontífice.
Ante este panorama el Santo Padre ha convocado un año Sacerdotal, poniendo como figura a uno de eso baluartes del testimonio de entrega sacerdotal, el Santo Padre nos ha pedido, tanto a los que ya han sido ordenados, como los mismos seminaristas que tornemos la mirada sobre un cura que vivió la entrega al máximo, la devoción de la oración, y realizó una verdadera cura de almas, este portento de sacerdote es el cura de Ars, San Juan María Vianney; sacerdote entregado a la confesión con largas jornadas de hasta dieciséis horas, un sacerdote que supo entrar al mundo de las personas para rescatarlos del pecado, trayéndolos a los pies de Nuestro Señor Jesucristo, y es que tan atenuantes jornadas no le impedía que pudiera visitas a las gentes de su parroquia conocer de primera mano sus problemas y su preocupaciones. Es el año de retomar la santidad del sacerdocio, y no por que se haya perdido, sino porque es necesario hacerla manifiesta. La santidad del sacerdocio, en su principio, no puede dejar de existir ya que siendo sólo uno el sacerdocio que compartimos con el de Cristo, se asegura su carácter de santidad. En este año se cumplen 150 años en que el Santo Cura fue llamado a la presencia amorosa del padre, y es el momento de retomar el amor a esta tan sagrada vocación, que es dada como don al pueblo de Dios, haciendo de hombres comunes instrumentos de la misericordia de Dios, signos visibles de su eterno amor, el ejemplo no sólo del Cura de Ars, sino el de miles de sacerdotes que viven entregados, sacrificados, perseguidos, sacerdotes que buscan la imitación de Cristo en la entrega y la misericordia. Por lo tanto este año de santidad abre un sinfín de caminos para que todos como Iglesia crezcamos en santidad, por medio de las indulgencias, tesoro de la Iglesia, para la salvación de las almas, ganarlas es redimir nuestra cuenta adversa, y teniendo nuestra cuenta saldada poder saldar la de otros miembros de la Iglesia. Para ganarlas se deberá estar confesado, tener un rechazo al
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A los sacerdotes se les concede, además, la indulgencia parcial, también aplicable a los presbíteros difuntos, cada vez que recen con devoción oraciones aprobadas, para llevar una vida santa y cumplir santamente las tareas a ellos encomendadas. A todos los fieles realmente arrepentidos que, en una iglesia u oratorio, asistan con devoción al sacrificio divino de la misa y ofrezcan por los sacerdotes de la Iglesia oraciones a Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote, y cualquier obra buena realizada ese día, para que los santifique y los modele según su Corazón, se les concede la indulgencia plenaria, a condición de que hayan expiado sus pecados con la penitencia sacramental y hayan elevado oraciones según la intención del Sumo Pontífice: en los días en que se abre y se clausura el Año sacerdotal, en el día del 150° aniversario de la piadosa muerte de san Juan María Vianney, en el primer jueves de mes o en cualquier otro día establecido por los Ordinarios de los lugares para utilidad de los fieles. También se concederá la indulgencia plenaria a los ancianos, a los enfermos y a todos aquellos que por motivos legítimos no puedan salir de casa, si con el espíritu desprendido de cualquier pecado y con la intención de cumplir, en cuanto les sea posible, las tres acostumbradas condiciones, en su casa o donde se encuentren a causa de su impedimento, en los días antes determinados rezan oraciones por la santificación de los sacerdotes, y ofrecen con confianza a Dios, por medio de María, Reina de los Apóstoles, sus enfermedades y las molestias de su vida. Por último, se concede la indulgencia parcial a todos los fieles cada vez que recen con devoción en honor del Sagrado Corazón de Jesús cinco padrenuestros, avemarías y glorias, u otra oración aprobada específicamente, para que los sacerdotes se conserven en pureza y santidad de vida. Este Decreto tiene vigor a lo largo de todo el Año sacerdotal.
Diác. Raúl Maldonado Márquez Cuarto de Teología Arquidiócesis de Monterrey
María, Madre de Jesús Sacerdote: su acompañamiento maternal y cómo este ayuda a forjar el sacerdocio de Jesucristo. “Por el comportamiento de los hijos se conoce a los padres”. Salvo las excepciones a toda regla, esta frase tiene mucho de verdad, por ello, al abordar el tema del sacerdocio de Cristo, no podemos evitar hablar de aquella mujer, madre y modelo, que “ha sido llamada a la educación del único y eterno Sacerdote, dócil y sumiso a su autoridad Materna” . De quién, si no de María, Jesús aprendió a vivir la solidaridad, la oblación, la mediación, así como la compasión, la fidelidad, y la misericordia que caracterizan todo sacerdocio que la carta a los Hebreos puntualiza (cfr. Hb. 2,17).
Para nosotras, Oblatas de Jesús Sacerdote, es precisamente María, Madre de Cristo Sacerdote, el modelo perfecto de nuestra vida apostólica. A ejemplo de ella estamos llamadas a cuidar, a formar (por nuestra intercesión, como por el testimonio de vida en el trabajo cotidiano) un corazón sacerdotal en aquellos que han sido llamados a ser mediadores de la gracia, de la salvación dada por Dios. Buscando con ello Amar el sacerdocio de Cristo, y hacerlo amar, principio y fin de toda nuestra vida.
Si Jesús, en el evangelio de Juan, dice que, “hace lo que ve hacer al Padre” (5,19); hoy nosotros podríamos decir que, Jesús también “hizo lo que vio hacer a María”, desde el tiempo de su nacimiento, hasta su sacrificio en la Cruz. De las actitudes sacerdotales de María, y de la experiencia del Padre, Jesús va configurando su ser sacerdotal. No en vano, en la exhortación apostólica Pastores Dabo Vobis, Juan Pablo II llama a María, “Madre y educadora del sacerdocio” , que con su ejemplo e intercesión, hoy sigue forjando en los llamados al sacerdocio las mismas actitudes de compasión, misericordia, solidaridad, fidelidad con las que formó a su Hijo, que lo llevaron a ser el Sumo y Eterno Sacerdote de la Nueva Alianza, fuente de quien procede todo sacerdocio.
Viviana Margarita Rivera García Oblata de Jesús Sacerdote Arquidiócesis de Monterrey Parroquia Cruz del Apostolado Lic. en Pedagogía Lic. en Teología
María modeló en Jesús un corazón fiel a Dios y solidario con los hombres, y por ello Él buscó hacer presente el Reino de Dios. Hoy, en una sociedad lastimada por la violencia, la injusticia, la desigualdad, el sin sentido, aquellos que han sido llamados a participar de la misión de Cristo en el servicio del ministerio sacerdotal deben buscar en María, Madre Cristo Sacerdote, su ejemplo e intercesión para que forme en ellos un corazón sacerdotal capaz de aprender la obediencia en medio del sufrimiento, que los lleve a compadecerse de las flaquezas de sus hermanos (cfr. Hb. 4,15), un corazón que ponga amor, vida y esperanza donde existe muerte. En síntesis, que María forme en cada seminarista un Sacerdote fiel y solidario; no olvidemos que en el comportamiento de los Hijos se conoce a los padres…
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“El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico se ordena el uno para el otro, aunque cada cual participa de forma peculiar del sacerdocio de Cristo. Su diferencia es esencial, no sólo gradual. Porque el sacerdocio ministerial, en virtud de la sagrada potestad que posee, modela y dirige al pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio eucarístico ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo: los fieles, en cambio, en virtud del sacerdocio real, participan en la oblación de la eucaristía, en la oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante.” LG 10. Desde el Antiguo Testamento ya estaba presente el sacerdocio común, cuando Dios separa y elige a su pueblo (Cfr. Dt 7,6) y pacta la alianza (Cfr. Ex 19,6); y también el sacerdocio ministerial que le es concedido a la Tribu de Aarón, a los levitas como tribu consagrada a Dios (Lv 8, 1-36). Respecto al Antiguo Testamento existe un paralelo con el Nuevo Testamento, también hay un Sumo Sacerdote, que es Cristo, un sacerdocio ministerial (apóstoles) y un sacerdocio común (Cfr. 1 Pe 2, 4-10). El Sacerdocio de Cristo es uno, diversificado de dos maneras entre sus miembros: Bautismal y sacerdotal, en todos aquellos que forman parte del “Cuerpo místico de Cristo,” pues tenemos un solo Sumo Sacerdote mediador entre Dios y los hombres. (Cfr. 1 Tim 2,5). Lo que nos une a Cristo es ser precisamente esto: que formamos parte del Cuerpo Místico de Cristo, donde todos somos parte importante de Él: Nadie es más ni menos, sino que cumple su función dentro del mismo, según le corresponda. Sin embargo, esto no deja a un lado el ser parte del cuerpo y no ser sólo una parte.
Los fieles laicos son llamados, por medio de los pastores consagrados, a servir a la Iglesia en la santa liturgia de la Iglesia, a ejercer su sacerdocio bautismal mediante el testimonio de una vida santa y de una caridad eficaz con el necesitado. No hay diferencia de santidad en el sacerdocio común y ministerial, todos estamos llamados a la misma santidad, pero los presbíteros reciben de Cristo en el Espíritu un don particular para ayudar al pueblo a que sean fieles a su sacerdocio común.
El sacerdocio ministerial tiene su raíz en la sucesión apostólica y está dotado de una potestad sagrada, la cual consiste en la facultad y "licet essentia et non gradu tantum differant" responsabilidad de obrar en persona de Cristo, cabeza El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio y pastor. ministerial o jerárquico, se ordena el uno al otro, aunque cada cual participa de forma peculiar del Sacerdocio Los ministros ordenados tien la misión de de Cristo. Entre ellos se da una unidad eficaz, porque salvar a sus hermanos con la función de: enseñar, el Espíritu Santo unifica a la Iglesia en la comunión y santificar y gobernar a los fieles. en el servicio.
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Así pues partiendo de la diferencia esencial de estos dos, es necesario ahora reconocer la relación intrínseca que existe entre los dos. Delimitar radicalmente las diferencias sería fragmentar el mismo sacerdocio de Cristo a nuestras formas racionales limitadas, olvidando las multi-dimensiones del hombre, y por tanto, las multi-dimensiones de Cristo o los diferentes rostros de Cristo, poniendo uno debajo del otro o sobrevalorando uno encima del otro. Del mismo modo los cristianos deben abrazar la propia existencia y hacer de ella una ofrenda a Dios, viviéndola en la comunión con los hermanos.
Del sacerdocio bautismal participamos todos aquellos que, por la acción del Espíritu Santo somos incorporados a la Iglesia de Cristo. El ser parte de éste sacerdocio nos lleva a levantar las manos de nuestro espíritu para dar gracias a Dios y ofrecer alabanzas y oraciones hacia Dios; y también nos impulsa a bajar las manos de nuestro cuerpo hacia el mundo en el que vivimos para hacer presente a Cristo a todos nuestros hermanos en sus vidas.
Dentro de lo litúrgico, ritual y sacramental, los dos sacerdocios se unen, sin embargo la unión, que es consecuencia de lo anterior, es la Koinonia entre estas dos. El paralelismo trazado anteriormente entre el Sacerdocio real de Cristo y el sacerdocio real de los cristianos, nos ha revelado las semejanzas y diferencias. El sacerdote es un hombre de comunión con el pueblo y por el pueblo; el laico partícipe del sacerdocio común, es también un hombre y una mujer de comunión con el sacerdote.
De este sacerdocio bautismal, al cual también llamamos “común”, es de donde surge también el Sacerdocio ministerial de Cristo, en los hombres a quienes él llama, "porque todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados" (Hebreos 5).
Miguel Ángel Zaragoza Borrego Segundo de Teología Diócesis de Piedras Negras
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“El sacerdocio no es una dulce emoción” El sacerdote-sacerdocio en la Biblia puede ser tan amplio y exhaustivo como el punto de partida que se tome. Podemos tomar la institución sacerdotal del A.T. y hacer todo un elenco de cualidades, acciones e ideología de fondo de dicha institución e identidad sacerdotal. Entonces tendríamos que vérnoslas con términos como pureza-impureza, ofrenda, sacrificio, expiación, víctima, etc. Y nos perderíamos de la sencillez abrumadora y profundo significado que nos brinda la definición del autor de la carta a los Hebreos: “Tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, para ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que toca a Dios, y expiar los pecados del pueblo” (Hb 2,17). No es este el centro de la carta a los Hebreos, pero si es el anuncio del Sacerdocio de Cristo por primera vez en la carta. Es por lo tanto un texto paradigmático, que nos plantea que la identidad sacerdotal de Jesús no se encuentra en su árbol genealógico, no se encuentra en vestiduras que ensalzan su separación del pueblo, ni en sus visitas al templo para ofrecer sacrificios de animales. Sin embargo “ha expiado los pecados” y esto implicaba la realización de un sacrificio. “Cuánto más la sangre de Cristo que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto al Dios vivo”(Hb 9,14). Para expresar el profundo dinamismo de toda la pasión de Cristo, el autor de la Carta a los Hebreos declara que «Cristo por el Espíritu eterno se ofreció a Dios como víctima sin defecto» (9,14). Obsérvese que la expresión es trinitaria: Cristo, Espíritu, Dios. Una traducción muy literal del texto griego sonaría así: «Mediante el Espíritu eterno, se presentó a Dios inmaculado». Estas pocas palabras contienen una riqueza doctrinal extraordinaria. Cuando dice que «Cristo por el Espíritu eterno se ofreció a Dios como víctima sin defecto», el autor presenta en síntesis los aspectos principales de la pasión, centro y vértice de la revelación bíblica.
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Está el aspecto generoso de la pasión: «Cristo se ofreció», y el aspecto de sumisión: Cristo se ofreció como víctima «sin defecto». Se alude al Espíritu como inspirador de la ofrenda, y se alude a Dios como destinatario de la misma. El movimiento de la ofrenda ha llevado a Cristo junto a Dios. Su misterio es comparable al sacrificio de expiación del Antiguo Testamento, gracias al cual el sumo sacerdote entraba en el sancta sanctorum, lugar más sagrado del Templo. Este empleo de un lenguaje cultual es un aspecto muy particular de la Carta a los Hebreos. En los evangelios no se dice que Cristo «se ofreció», sino que el Hijo del hombre vino para «dar su vida en rescate por muchos», que «el buen pastor da su vida por las ovejas». San Pablo afirma que «Cristo se dio» o «se entregó». Sólo el autor de la Carta a los Hebreos emplea un verbo sacrificial, ofrecer, y eso corresponde a su intención: pretende demostrar que el misterio de Cristo constituye el cumplimiento perfecto y definitivo de toda la tradición cultual del Antiguo Testamento. Sin embargo lejos estuvo Cristo de sujetar su acción en favor de lo necesitados de salvación a las estrictas normas de pureza ritual propias del sacerdocio veterotestamentario. No obstante esto, el autor de la carta a los hebreos quiso trazar sobre esta tradición cultual. Y esto lo podemos verificar en la mención del “Espíritu eterno”. En el culto antiguo había un problema de ascensión, de hacer subir hasta Dios las víctimas inmoladas. El medio utilizado era el fuego, gracias al cual las víctimas eran transformadas en humo que subía hasta el cielo. Entonces Dios podía aspirar el olor del sacrificio y sentirse complacido. A propósito del sacrificio de Noé, se dice en Gn 8,21: «El Señor aspiró el suave olor». Esta representación dio origen a la expresión «sacrificio de suave olor», que se encuentra también en el Nuevo Testamento y en el lenguaje litúrgico. La Biblia nos muestra, sin embargo, que para esta función sacrificial no valía cualquier fuego. Para que las víctimas subieran verdaderamente hasta Dios, era necesario un fuego que viniera de Él mismo. Tan sólo un fuego bajado del cielo era capaz de volver a subir a él llevando consigo las ofrendas. Por este motivo el libro del Levítico subraya que el culto sacrificial del pueblo de Dios se realizaba por
medio de un fuego bajado de Dios. Para la inauguración de este culto se dice que «salió fuego de la presencia del Señor, y consumió el holocausto y la grasa sobre el altar» (Lv 9,24). Y esta era la esencia de la acción sacerdotalsacrificial. Pues el sacrificio, en sí, es un acto que valora inmensamente una cosa (¡sacrificar algo no es despreciarlo!), precisamente porque la empapa de santidad divina. El hombre no sabe hacer esto porque es incapaz de infundir en ello la santidad divina; sólo puede presentar algo. Ahora, para que la ofrenda llegue a ser sagrada, es necesario que intervenga Dios mismo; que Él la tome, la transforme y la haga subir por medio de su fuego divino. Ésta es entonces la noción bíblica de sacrificio, de “hacer algo santo-sagrado”. No la de una renuncia lastimosa. Sin embargo la intuición del Antiguo Testamento se quedaba a medio camino, porque el fuego divino se concebía en un sentido material. Gracias al rayo que una vez cayó del cielo sobre el altar, los sacerdotes judíos creían tener a su disposición una fuerza divina en el fuego que permanecía constantemente encendido sobre el altar de los holocaustos. El autor de la Carta a los Hebreos se desprendió de este concepto rudimentario; meditando en la pasión de Jesús, descubrió el sentido del símbolo: el fuego de Dios no es el rayo que cae de las nubes, sino el Espíritu Santo. Espíritu de santificación, capaz de una transformación sacrificial, de introducir la ofrenda en la santidad de Dios. Pues ninguna fuerza material, ni siquiera la del fuego, está en condiciones de hacer subir la ofrenda hasta Dios, ya que no se trata de un viaje por el espacio. Para acercarse a Dios, el ser humano necesita un empuje interno, no un movimiento externo. Quien lo comunica es el Espíritu de Dios. El sacrificio de Cristo no se realizó, entonces, por medio del fuego constante que ardía sobre el altar del templo, sino por medio del «Espíritu eterno». Esta expresión indica el elemento activo que produce el dinamismo interior de la ofrenda de Cristo. Animado por la fuerza del Espíritu, Él tuvo el empuje interno necesario para transformar su muerte en ofrenda perfecta de sí mismo a Dios.
El fuego divino, que transformó a Cristo en sacrificio agradable a Dios, no fue otra cosa que el fuego de la caridad, el fuego del Espíritu Santo. Lo sugiere la Carta a los Hebreos; lo dice más claramente la Carta a los Efesios: «Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave olor a Dios» (Ef 5,2). «Cristo nos amó»: he aquí la caridad divina; y «se entregó a sí mismo como ofrenda y sacrificio»: he aquí el aspecto sacrificial. En realidad, para escribir la ley de Dios en el corazón del hombre, no podía bastar una dulce emoción; hacía falta una transformación radical del corazón humano, había que aprender la obediencia a través del sufrimiento y de la muerte. El sacerdocio de la Nueva Alianza capaz de transformar a los oferentes (pueblo y sacerdote) no se puede realizar a partir de buenos sentimientos sino de corazones capaces ser acrisolados en su vida por el Espíritu Santo. Esta transformación constituye, al mismo tiempo, una consagración sacerdotal, que nos asegura una relación sin obstáculos con Dios. Por fin podemos intuir toda la profundidad de la acción del Espíritu Santo en la pasión de Cristo, toda la extensión de esta acción. Forjar un corazón nuevo para los hombres: he aquí la acción del Espíritu Santo en la pasión. Dios nos da el corazón de Jesús «hecho perfecto» y nosotros tenemos que acogerlo en nuestro interior. Entonces recibiremos al mismo tiempo el Espíritu de Dios, que nos une a Cristo y nos une a todos entre nosotros, formando así el pueblo de la Nueva Alianza, llamado a «ofrecer, por medio de Jesucristo (como dice san Pedro), sacrificios espirituales» (1 Pe 2,5). Lo que Cristo vivió en su pasión, cada uno de nosotros está llamado a vivirlo con un corazón encendido por su Espíritu de amor, en los acontecimientos concretos de la existencia. Ya que sólo así seremos partícipes Su Sacerdocio, constituidos por Su gracia en sacerdotes del Nuevo Testamento.
Pbro. Lic. Carlos Alberto Santos García. Prefecto Disciplinar del Instituto de Teología
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El pasado 15 de agosto se convirtió para mí en una fecha inolvidable, pues nosotros, los que nos ordenamos presbíteros, por la imposición de manos y la oración consecratoria de nuestro obispo, Don José Francisco Cardenal Robles Ortega, hemos sido consagrados como “verdaderos sacerdotes de la Nueva Alianza, a imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote, para anunciar el Evangelio a los fieles, para dirigirlos y para celebrar el culto divino” (CEC 1564). No obstante, hay que tener presente que este don sagrado no es un regalo sólo para el que lo recibe, sino que es don para la Iglesia; pues es Dios mismo el que llama al hombre para entregarse a sus hermanos. Hoy lo experimento aquí en mi parroquia, Jesús Nazareno, donde la celebración de la eucaristía, la confesión, entre otros sacramentos-misterios y ministerios, hacen que me entregue total y fielmente a la Iglesia. Sin embargo, aun en esta entrega, que me ha hecho tan feliz estos días de mi vida, me veo necesitado de otro sacerdote; pues soy consciente de que aun siendo sacerdote he de recurrir a otros hermanos sacerdotes para que también yo pueda gozar de los Sacramentos y de la Gracia. Recuerdo todavía, con emoción, cada momento de la Misa de ordenación; desde el canto de entrada (Pueblo de Reyes, Asamblea santa, Pueblo Sacerdotal), que me ayudó a tener presente que este Sagrado ministerio era un don para la Iglesia, para el Pueblo Santo de Dios; hasta los saludos y felicitaciones. Viene a mi memoria el llamamiento, la alocución del Obispo, la postración donde sentí fuertemente la intercesión de la Iglesia, su oración por cada uno de sus hijos que desde ese momento nos entregaríamos al servicio divino. La Imposición de manos, el revestirnos con la estola y la casulla, la consagración de nuestras manos y el olor del crisma fueron los momentos que hicieron que las sonrisas y las lágrimas se fundieran a nuestras mejillas, por el “don tan precioso que Dios nos otorgaba a Todos” a través de mis hermanos Martín, Chuy, Manuel y Paco, y de un servidor.
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Con ansia, los neosacerdotes, esperábamos el destino y la comunidad donde realizaríamos nuestra labor pastoral por primera vez; sin embargo, aún había una emoción que compartiríamos con la Iglesia, sobre todo con nuestra comunidad, familiares y amigos más cercanos, se trataba del presidir nuestra primera Misa Solemne. Innumerables ocasiones habíamos compartido la Eucaristía, pero al estar frente al Pueblo y el Altar con la ofrenda, nos sacudía un temblor y una emoción que, aun hoy, no puedo describir, pues era el momento de hacer presente a Jesucristo sacramentado, para poder alimentar al su Pueblo con su Cuerpo y su Sangre. El Sacerdocio y la Eucaristía están tan íntimamente relacionados, que son necesarios para la presencia sacramental de Cristo, en las especies eucarísticas, además ambos se encaminan a la misión, a ser pan partido para los demás, sobre todo los dos son Don para el Pueblo Santo. Así pues, con plena conciencia de lo que ocurría en cada cantamisa, nuestra actitud fue siempre de agradecimiento para Dios que nos manifestó su amor con el don conferido y, para la Iglesia que nos había apoyado durante el proceso de formación sacerdotal. A unos cuantos días de mi ordenación soy consciente de que el Señor ha estado conmigo, al convertirme junto con mis hermanos neosacerdotes, en el Regalo para su Pueblo, en este año sacerdotal. Que el Señor, dueño de la mies, siga suscitando vocaciones para su Pueblo, y que nuestra Madre Santísima del Roble, patrona de nuestra Arquidiócesis acompañe y proteja a sus hijos llamados por Cristo a este gran ministerio.
Pbro. Jesús Gerardo Delgado Martínez Arquidiócesis de Monterrey
¡Todo era verdad! Los días previos a la ordenación me encontraba realmente en paz y sosegado, aunque a medida que avanzaban los días y se acercaba el gran momento, comenzaron a surgir en mí pensamientos e inquietudes. La respuesta del Obispo por medio del padre vicerrector, el compartir la noticia con la familia, amigos y conocidos, preparar todo lo necesario para la celebración, vivir los ejercicios espirituales, dejar que la noticia hiciera eco dentro de mí… todo fue creando las condiciones y las disposiciones para prepararme a la ordenación, dejando salir de pronto asombro, gozo y paz, junto con miedo e incertidumbre. No es que uno no estuviera preparado para recibir la noticia y ser ordenado por el Obispo, pero a quién de los seres humanos le dan una noticia de estas y se prepara para esto sin que su cuerpo, su mente y su corazón no se inquieten ni alboroten. Las últimas noches las disfruté realmente. Acostado en mi cuarto del Seminario, comencé por esos días a hacer un recorrido de mi vida, a traer a la mente todos los recuerdos que guardaba, desde los más antiguos hasta los más nuevos. Había algo que me asombraba y deseaba descubrir y tener presente en la mente: Dios venía preparando esto para mí y para la Iglesia desde hacía muchos años, inclusive, desde antes de que yo naciera. Recordé a mis papás y a toda mi familia, cómo me hablaban de Dios a veces con palabras pero especialmente con su vida; saqué de la memoria los momentos en los que me encontré cara a cara con Dios. Todos estos recuerdos se remontaban muchos años atrás de mi entrada al Seminario, de tal forma que poco a poco me asombré del misterio de Dios que impregnaba todos mis años de existencia. Recordé el día en que entré al Seminario, lleno de ilusiones y con una extraña certeza cimentada en la convicción de que esa era una aventura de fe, y de que había llegado al Seminario para ser sacerdote, sin más. Por supuesto que durante los años de la formación surgieron dudas y temores, hubo momentos en los que parecía que todo se oscurecía, y fue entonces donde la aventura se volvía cada vez más aventura de fe. Esas noches en que recostado mi mente cavilaba en el pasado y me emocionaba imaginando en lo que vendría a suceder en unos cuantos días, surgieron en mi interior palabras que literalmente entendí así: Todo era verdad. Dicen que la certezavocacional, en cierto modo, se hace evidente cuando el Obispo, a nombre de la Iglesia e inspirado por el Espíritu Santo, reconoce el llamado de Dios que ha elegido a un hombre
ve impone las manos con fe porque ese hombre a quien consagra ha sido ya, desde mucho antes, llamado y elegido por Dios. Ahora constataba que todo era verdad. Era verdad la ilusión adolescente de mis años de secundaria de querer entregar mi vida, toda, completa, a Dios y a la Iglesia. Era verdad la convicción que sentí al pisar por primera vez el Seminario y decirme en mi interior 'vine para quedarme y ser sacerdote'. Era verdad el llamado que sentí una y otra vez a lo largo de mi vida en el seminario, que me invitaba a pertenecer únicamente a Dios para servir totalmente a los hombres. Todo era verdad, como si de pronto toda la historia personal adquiriera luz y se revelara como parte de un plan de salvación que Dios había diseñado para mí, para la Iglesia y para el mundo. El día 15 de agosto llegué a la Basílica de Guadalupe para ser ordenado diácono, junto con 15 hermanos, a quienes el Obispo impondría las manos y nos consagraría para siempre al servicio de Dios y de la Iglesia, haciendo presente a Cristo servidor. Muchas veces había vivido de cerca una celebración de estas pero ahora era mi turno. Podría decir mucho acerca de cómo viví esta celebración, pero solo mencionaré unas cuantas cosas. Dos momentos fueron los que viví con más intensidad. El primero de ellos, las letanías de los santos. Postrado ante el altar del Señor, consciente de mi pequeñez ante la inmensidad del don que recibiría, al unísono de las voces de la asamblea que imploraba a Dios y a los santos bendiciones para nosotros, descubrí que el don que recibiría era un don de Dios para toda la Iglesia, y a ella me debía a partir de ese momento. Más tarde, en la promesa de obediencia, puse mis manos frente al Obispo y él las tomó con firmeza; enseguida plantó su mirada en la mía con mirada de Padre. Yo prometí obediencia a él y a sus sucesores, y con esta promesa me pareció de algún modo unirme más íntimamente a la Iglesia, a todos los hombres y mujeres a quienes entregaba mi vida para siempre. Después de la misa hubo felicitaciones, abrazos y festejos. Y pude comprobar que la Iglesia a la que me había consagrado en el ministerio diaconal, tenía rostros concretos de hombres y mujeres, que en ese día se alegraban junto conmigo pues descubrían que Dios está presente en la historia, en la vida de la Iglesia y en sus propias vidas, y no nos dejaba solos sino que nos aseguraba los medios para encontrarnos con Él y vivir ya, desde ahora, el don de su salvación.
Diác. José Luis Fernández Guajardo Cuarto de Teología Arquidiócesis de Monterrey
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El Santo Padre Benedicto XVI ha convocado a un año sacerdotal, el primero que se ha convocado en toda la historia de la Iglesia. En este año el Santo Padre nos propone meditar sobre la gran figura del sacerdocio poniendo como ejemplo al Santo Cura de Ars, hombre de entrega total a Dios y a la Iglesia. Es interesante la concepción que el mismo Cura de Ars tiene sobre el sacerdocio y nos deja como uno de sus legados esta bellísima idea que dice: “Después de Dios el sacerdote lo es todo”, esta frase pudiera parecernos exagerada pero sin duda el sacerdote no está llamado a ser un empresario, ni un psicólogo, ni un administrador, ni un guardián, está llamado a ser otro Cristo, a ser las manos de Cristo, a amar como Cristo amó y a ser testimonio (es decir mártir) de la Verdad que es Cristo; por eso aquella expresión de Jesús durante la última Cena: “Padre Santifícalos en la Verdad, tú Palabra es Verdad.” (Jn. 17,17) Así pues el sacerdote está llamado a dar su vida por Cristo y por el Evangelio, incluso hasta derramar su sangre. El Sacerdote es el amor del Corazón de Cristo dice el Cura de Ars, al ser muestra del gran amor del corazón de Cristo nos muestra la parte divina de tan hermoso ministerio pero también nos muestra el lado humano no sólo del sacerdote, sino también de Cristo que es verdadero Dios y verdadero hombre según proclamamos en el Credo. Por ello tiene un gran significado que el año sacerdotal haya sido abierto en la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. En la homilía que pronunció el Santo Padre en la apertura de este año, hizo hincapié en la santidad del sacerdocio, además de hacer una fuerte llamada de atención a aquellos s a c er dotes que sie n d o administradore s d e la gracia de Dios y de sus misterios que dan vida, amarran al pueblo de Dios con redes de muerte y los lleven a la perdición. Denuncia también a aquellos sacerdotes que no son pastores, sino al contrario son lobos que atentan y destruyen al rebaño santo del Señor que les ha sido confiado.
Con esta reflexión quiero invitarlos a meditar en la gran figura del sacerdote. Les invito a renovar en nuestros corazones el amor a Dios, a enloquecernos de amor por este sagrado misterio que si Dios quiere algún día recibiremos. Desgraciadamente, dentro de la vida del seminario muchas veces podemos perder el sentido de la grandeza del sacerdocio y pensar que el sacerdocio es algo más y de poca importancia y nos olvidamos de que el sacerdocio ante todo es regalo de Dios a la humanidad, el sacerdote es otro Cristo, es luz, es guía y pastor; pero debemos tener siempre presente que cuando el sacerdote y nosotros como seminaristas no nos vamos configurando con Cristo el Buen Pastor nuestra vocación puede viciarse y torcerse, puede perder el rumbo y puede ser que nos creemos una idea falsa sobre el sacerdocio. Tengamos presente que el sacerdocio es esencialmente una llamada a la santidad, la santidad es intimidad con Dios, es imitación de Cristo: pobre, casto y humilde. El sacerdote se “crea”, por así decirlo, el día de la ordenación sacerdotal, pero se forma desde el seminario. Desde el seminario el Señor habla a nuestro corazón y comienza a moldearlo, pero sólo puede moldear aquellos corazones dispuestos y entregados, aquellos corazones que no tienen intereses torcidos, que han escuchado el llamado: “Ven y sígueme y yo te haré pescador de hombres”.
Eduardo Cevantes Vargas Segundo de Teología Diócesis de Irapuato
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En este año en que la iglesia nos invita a meditar en el sacerdocio de Cristo y que de una manera muy especial nos invita a meditar en la figura de san Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, cual es el mensaje que este santo nos hace, tanto a los sacerdotes, como a los que vamos en camino de el sacerdocio ministerial. Los invito a que meditemos en tres puntos: La obediencia, la oración y la fidelidad sacerdotal. La Obediencia. “El que procura sustraerse de la obediencia, él mismo se aparta de la gracia”. (Beato Tomás de Kempis) El Santo Cura de Ars nos da un gran sentido al valor de la obediencia, ya que el nunca cuestiono una decisión de sus superiores y además el siempre vio en las decisiones de estos la voluntad de Dios. Con su propia vida nos enseña a ser obedientes: A los Sacerdotes, para con su Obispo y a los seminaristas para con nuestros formadores, ya que en ellos podremos ver la voluntad de Dios. Nos enseña también el santo a ser más dóciles al Espíritu Santo, pues es el que nos ira dando la gracia necesaria para ser obedientes, y mantenernos atentos a todas las inspiraciones que Dios nos manifiesta.
La Oración. “La oración es la elevación de nuestro corazón a Dios, una dulce conversación entre la criatura y su Criador.”(Santo Cura de Ars). San Juan María Vianney nos invita ser hombres de oración, ya que como él lo dice en la frase que acabo de citar, la oración es elevar nuestro corazón hacia Dios y es también sentirnos correspondidos por parte de Él, y así lograr establecer una dulce conversación entre Él y nosotros, que somos la obra de sus manos. La oración es el motor del trabajo pastoral y es através de este medio, por es cual el hombre logra percibir las formas en que Dios nos manifiesta lo que el quiere de nosotros. Como vemos en la vida de San Juan María Vianney, este fue sin duda uno de los principales aspectos que el cuidó en todo momento; su vida de oración y la celebración diaria de la Eucaristía, en la cual todo cristiano se encuentra con aquel que se ama. Fidelidad Sacerdotal. “Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote” (Santo Cura de Ars). El Cura de Ars es un ejemplo en cuanto a la fidelidad, tanto al Sacerdocio ministerial, así como a la Iglesia. El santo siempre vivió en plenitud su sacerdocio, y ésta es la clave que debemos tener en cuenta para vivir siempre al cien porciento nuestra vocación. Todos corremos el riesgo de caer a la rutina, lo que conllevaría a la pérdida del amor que tenemos a este maravilloso don. La fidelidad del clero a la Iglesia debe de ser la misma que Cristo tuvo hacia la misma, ya que Él es el modelo de fidelidad que fue capaz de dar hasta su propia vida por la toda la humanidad. De este mismo modo, los sacerdotes, y quienes nos encaminamos a este hermoso ministerio, debemos desvivirnos por servir al pueblo de Dios, y nunca debemos perder de vista que la recompensa a esta fidelidad la dará Cristo.
Ángel Adolfo Ricera Montoya Tercero de Preparatoria Arquidiócesis de Monterrey
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“¿Por qué las naciones planean planes vanos? Tu eres mi hijo, yo e he engendrado hoy” (Sal, 2). Es necesario volver a planear, al inicio de un nuevo siglo, hemos de reconocer los errores que, como humanidad, hemos cometido y, acogiendo la verdad, abrir nuestros corazones a la esperanza que engendra el amor; el nuevo siglo nos ofrece una nueva oportunidad de caminar hacia la verdadera fraternidad humana, la cual no es posible sin el desarrollo humano fundado en la verdad y el amor. Dejando atrás el sentimentalismo y la indiferencia, sobre la base de la verdad y la justicia, sólo el amor nos mantiene en la esperanza de nuevas relaciones humanas que funden un nuevo mundo, nuevo cielo y tierra nueva unidos a Cristo, nuestro Señor. Así podría sintetizar el mensaje que encuentro en la Encíclica del Papa Benedicto XVI, Caritas in veritate. La caridad, la esperanza y la apertura a la verdad por la fe y la razón han sido los temas que el Papa Benedicto XVI ha puesto en la reflexión del inicio de siglo. La caridad que nace de Dios y se comunica sobreabundantemente en la creación sobre el ser humano fundamenta la esperanza de cada hombre en particular y de la comunidad humana como tal. Pero la aceptación del amor de Dios y de la paz y fortaleza de la esperanza no pueden ser alcanzadas por la sola razón. Cuando vemos la realidad en la que vivimos sólo con la luz de la razón terminamos atemorizados por las injusticias y atrocidades que los seres humanos causamos y pensamos que lo máximo a lo que el hombre podría aspirar sería a un orden controlado con el mínimo de relaciones hirientes posible y un sentimiento de soledad estremece el corazón. El mundo actual tiene sed de paz, tiene la necesidad de un camino que lo conduzca más allá de la violencia. Este camino sólo puede ser reconocido con los ojos de la fe. En la introducción a la Encíclica Caritas in veritate, el Papa nos invita a renovar nuestra fe en la palabra de Cristo para encontrar el camino en la hora en que vivimos. Invita a “amar a los hermanos en la verdad de su proyecto”, lo cual sólo puede hacerse desde la fe en Jesucristo. Este amor del proyecto de Dios y el proyecto del hermano es el camino que nos haría a reconocer que cualquier acción que desvíe o lesione el proyecto del hermano es una acción violenta, con el tipo de violencia que desfigura el rostro de los hombres y el rostro de
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Cristo, con la violencia que destruye al hombre. La caridad en la verdad nos ayuda a distinguir el amor del sentimentalismo y las confusiones de la emotividad para dirigirnos al reino de la paz. Esta tan añorada paz sólo es posible por la disposición humana para vivir en la verdad y la justicia alentadas por el amor de Dios; cuando faltan la disposición humana o el amor de Dios se da lugar a la violencia y la mentira. La mentira y la injusticia engendran resentimiento y el resentimiento violencia, la cual, a su vez re-engendra violencia y venganza sometiendo a los hombres en un círculo vicioso del que no es posible salir sin la intervención de la misericordia sanadora y restauradora del perdón de Dios y de los hermanos. En los primeros dos capítulos, la doctrina social de la Iglesia es presentada por el Papa como la propuesta de la Iglesia a los grandes retos sociales del inicio del nuevo siglo: el auténtico desarrollo de los hombres, el progreso de los pueblos, las nuevas formas de interacción entre diversas culturas, el hambre y la pobreza como problemas paradójicos, el respeto a la vida, el derecho a la libertad religiosa, la ciencia y la caridad, el acceso al trabajo, la economía y la interdependencia planetaria, la relación entre ética y empresa, el problema ambiental y energético. En el tercer capítulo el Papa reflexiona sobre el auténtico desarrollo humano, la propuesta fundamental es que este desarrollo ha de ser integral, tomando en cuenta la dimensión trascendente humana manifestada en la apertura a la fraternidad, sobre la base de la verdad, la justicia y la caridad. El Papa propone los principios de solidaridad y confianza
recíprocas como formas de acción que superen la lógica mercantil establecida en muchos ámbitos de relación humana y encaminen los procesos de globalización por el camino de “una orientación personalista y comunitaria, abierta a la trascendencia, del proceso de integración planetaria.”(no. 42). En este sentido me parece muy interesante que el Papa proponga la reflexión sobre el don como base de la concepción de desarrollo integral del hombre. En el no. 2 se propone la caridad como el don más grande: “La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza.” En el no. 34 el Papa invita a reconocer que el hombre es un don, fruto de la sobreabundancia del amor de Dios y que el don derivado del amor es siempre un don gratuito; el don gratuito alienta la esperanza humana en Dios y en los demás hombres, sin este don que engengra confianza y esperanza, la humanidad no puede esperar un verdadero progreso, pues sin fe y esperanza no hay justicia ni caridad. Por ello se propone el principio de gratuidad como un pilar en el desarrollo comunitario, una actitud que supera el individualismo y la autosuficiencia. El desarrollo humano integral supone la apertura a la reflexión metafísica: ” una interpretación metafísica del humanum, en la que la relacionalidad es elemento esencial” (no. 55). La reflexión sobre la relación específicamente humana, inspirada por la revelación de las relaciones trinitarias, da luz sobre la concepción del hombre como persona en relación con la comunidad y sobre la valoración de la familia en la sociedad. Esta misma relación, como dinamismo que impulsa hacia la trascendencia del sí mismo, lleva al ser humano a comprenderse en relación con quien le da la existencia; el hombre en sí mismo es un don siempre en relación con el Donante, nunca podrá cercenar esta relación. El gran problema es que las relaciones humanas actuales se viven sin tomar en cuenta esta relación, lo cual lleva al encerramiento de sí mismo, a la consideración de lo religioso como evento de seguda mano y a la exclusión del otro en el proyecto de vida individual. El reconocimiento de sí mismo y de la comunidad como dones de Dios propone el principio de subsidiaridad como actitud que inspira acciones efectivas de amor, llevando a la responsabilidad por el proyecto humano de la comunidad, especialmente de los más necesitados y de quienes, por diversas circunstancias y
decisiones humanas, han vivido marginados del proyecto comunitario y social. Frente a los problemas de esta era en la que vivimos, el Papa propone a la sociedad en general un nuevo proyecto inspirado en la fe en nuestro Señor Jesucristo. Un proyecto que no sea vano, sino que se fundamente en la verdad en la caridad. Una reflexión que se fundamente sobre la gratuidad del don de amor puede alentar la esperanza humana de quienes iniciamos un nuevo siglo. El ser humano que se conciba con certeza amado por Dios y amado por los hombres podrá tener la esperanza de superar los grandes problemas personales, tanto individuales como comunitarios. Sólo el amor, por su origen y altura trascendentes, puede romper el círculo de la violencia, todos somos invitados a profundizar en la verdad que la caridad revela para actuar de manera renovada. El don gratuito nos lleva del círculo de la violencia al círculo de la esperanza: quien da promete, quien recibe espera, quien da sobreabunda, quien espera confía, quien da se entrega, quien confía acoge, quien acoge ama, quien ama da.
Pbro. Lic. Juan Armando Pérez T. Prefecto Académico del Instituto de Filosofía
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Lunes 17 de agosto Sigue siendo una experiencia única el haber ingresado aquella noche al recinto sagrado donde se preparaba el acontecimiento que marcaría la historia de la Iglesia que peregrina en Cuernavaca. Allí estábamos, en la entrada principal de la Catedral, una bóveda que impone e invita a la contemplación del misterio. Al fondo, el santuario acondicionado con las adaptaciones correspondientes a la liturgia conventual y previa al concilio Vaticano II, cuando llegamos ante el Presbiterio, pudimos disfrutar de los últimos ensayos y la instalación y pruebas de iluminación. La cátedra, al fondo del ábside, de la cual tomaría posesión al día siguiente Monseñor Alfonso Cortés. Tal preparación es sumamente importante, por tener una fuerte realidad doctrinal: “el Pueblo de Dios no es sólo una comunidad de gentes diversas, sino que en su mismo seno se compone también de diferentes partes, las Iglesias particulares, formadas a imagen de la Iglesia universal, en las cuales y de las cuales está constituida la Iglesia Católica, una y única. La Iglesia particular se confía al Obispo, que es principio y fundamento visible de unidad, y mediante su comunión jerárquica con la cabeza y con los otros miembros del Colegio episcopal la Iglesia particular se inserta en la plena communio ecclesiarum de la única Iglesia de Cristo. El gobierno del Obispo y la vida diocesana deben manifestar la recíproca comunión con el Romano Pontífice y con el Colegio episcopal, además de con las Iglesias particulares hermanas, especialmente con las que están presentes en el mismo territorio” (CONGREGACIÓN PARA LOS OBISPOS, directorio para el ministerio pastoral de los obispos “apostolorum successores” n.5). Un nuevo Obispo, un verdadero Padre y Pastor para una comunidad que se preocupa por compartir los gozos y las fatigas de cada día en la vivencia de la fe.
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Martes 18 de agosto El primer contacto con la diócesis fue alrededor de las diez de la mañana en el lugar conocido como Puerta Morelos, sobre la autopista México-Cuernavaca, donde un grupo de fieles y el gobernador del estado, Marco Antonio Adame Castillo, esperaban la llegada de Monseñor Alfonso, quien era acompañado por el Nuncio Apostólico, Monseñor Christophe Pierre. La Catedral se encontraba a su máxima capacidad. Estaban presentes fieles de distintas comunidades de la diócesis de Cuernavaca, diversas autoridades civiles, encabezados por el gobernador de Morelos, Marco Adame, asistiendo también el gobernador de Nuevo León, Natividad González Paras, comunidades religiosas, seminaristas, diáconos y sacerdotes de diversas diócesis, alrededor de una docena de obispos, entre ellos; el nuncio apostólico Monseñor Christophe Pierre, S.E. Norberto Cardenal Rivera, arzobispo metropolitano y primado de México, y por supuesto nuestro Arzobispo S. E. Francisco Cardenal Robles Ortega. La Eucaristía fue el momento central y de gran emotividad y alegría para todos los que participaron de este acontecimiento. La bienvenida dada por Monseñor Florencio Olvera, la homilía de Monseñor Christophe Pierre donde resaltaba la misión de los obispos y en esta ocasión, la misión episcopal del nuevo obispo de Cuernavaca Monseñor Alfonso Cortés, quien en su primer mensaje como pastor de esta Iglesia particular resaltó la vivencia del Evangelio en todas las estructuras sociales: "Soy consciente que las actuales situaciones en las cuales estamos llamados a trabajar son complejas y difíciles, muchas veces las cosas no dependen de nosotros y nuestra buena voluntad. (…) A todos aquellos que trabajan en la educación y la cultura les animo a que sigan cumpliendo ese trabajo generoso que transforma al ser humano y le da una vida más digna"(Periódico El Sol de Cuernavaca, fecha 19 de agosto de 2009), señaló en sus primeras palabras en Catedral, donde dijo al estado de Morelos y a todos sus habitantes: "la paz contigo, te deseo todo bien". Al finalizar la Eucaristía se realizó un convivio y banquete en el atrio de la catedral, donde se compartió la alegría de esta nueva etapa en la vivencia eclesial. Al tomar posesión de la diócesis, comenzará un nuevo caminar, ya que la comunidad que preside el obispo es una comunidad de fe, la vivencia de la Palabra de Dios, y la celebración de la Eucaristía , son muy necesarias para que la Iglesia sea capaz de dar y darse auténticamente en lo espiritual y lo material, siendo auténticos discípulos y misioneros de Jesús. “Somos cristianos para nosotros y obispos para ustedes. En lo primero está en juego nuestro propio bien, como obispos sólo ha de preocuparnos su bien”(San Agustín, Sermón 46,2; PL 38,271).
Pbro. Víctor Isaí Herrera Vázquez Prefecto de Monterrey
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“El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (Sal. 126,3). Con esta frase, tomada del Salmo 126, se llevó a cabo el X Encuentro Provincial de Seminarios Mayores en la hermana Diócesis de Matamoros, en el marco de los festejos del Cincuenta Aniversario de su fundación. En este encuentro, se tuvo la oportunidad de encontrarnos con nuestros hermanos seminaristas que conforman nuestra Provincia Eclesiástica de Monterrey, así como con los padres formadores de dichos seminarios.
El P. Virgilio Elizondo es el fundador y más grande exponente de la teología hispana en los Estados Unidos, es reconocido mundialmente por su aportación a la Teología Católica, ha recibido numerosos reconocimientos de las más prestigiadas Universidades de Estados Unidos y de Europa. En 1984, como rector de la Catedral de San Fernando en San Antonio, Texas; fundó la Santa Misa de las Américas, una Misa internacional televisada desde la Catedral de San Fernando, que alcanza a millones de personas de todo el mundo cada domingo por la mañana. Actualmente es profesor a tiempo completo de la Universidad Católica de Notre Dame.
Terminando el evento cultural, nos dieron instrucciones para explicarnos del hospedaje, pues a todos los seminaristas nos hospedaron en hoteles, y para la dinámica del siguiente día.
Quisiera sobresaltar brevemente, algunos puntos importantes que comentó el P. Elizondo en su ponencia. Nos habló acerca de la Reconciliación de las Culturas, haciendo referencia a la situación por la que han pasado muchos inmigrantes en Estados Unidos. Por ejemplo, mencionó que hasta 1967 estaba prohibido el mestizaje en este país y el hablar en español en las escuelas. Así mismo, señalaba la actitud que se debe asumir por parte de la Iglesia y sus pastores ante esta realidad, resaltaba que es de vital importancia que los sacerdotes, y quienes aspiramos al sacerdocio, debemos preparanos muy bien en todas las áreas para darle lo mejor a los que nos rodean, principalmente a los pobres. Señala que “a la Iglesia se le ha dado poder para hacer el bien” y tú y yo somos Iglesia. “¿Qué puede hacer la Iglesia, qué fuerza trae el evangelio a los que sufren, principalmente a los pobres? ¿A aquéllos que sienten que no sirven, que no pueden realizarse, o que simplemente sienten que son inferiores? Y nos recordaba lo que dice la Sagrada Escritura en Filipenses 2,5: “Tengan, pues, los sentimientos que corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús”, y es aquí en donde entramos todos los bautizados, y de una manera particular, los sacerdotes y seminaristas. De igual forma nos decía que “la praxis de Jesús es la no violencia, el perdón, el amor; cruza las barreras para incluir a los rechazados. El gozo del banquete común, de la mesa común. El rechazado deshace el rechazo, desafía estructuras, enfrenta la última barrera, enfrenta la cruz, de la muerte a la vida”. Para esto es importante en la actualidad, predicar el evangelio, cruzar las fronteras y barreras que nos ponemos.
El Martes 8, en punto de las 7:15 am, nos encontrabámos ya en el seminario para dar inicio a las actividades de este día, las cuales comenzaron con el rezo de las Laudes en honor a San José, patrono del Seminario. Al término del momento de la oración, y de una pequeña reflexión, llegaron los mariachis para cantarle las mañanitas y rendirle tributo al santo. De allí continuamos con el delicioso desayuno, y en punto de las 9:30 am, participamos en una Conferencia Magistral, la cual estuvo a cargo del Presbítero Dr. Virgilio Elizondo.
Y por último, nos exhortaba a valorar en todo al otro, ¿cómo unir en lugar de dividir? ¿Cómo tomar las diferencias para enriquecer? Esto nos lo decía conforme a la realidad que se vive en Estados Unidos. Muchos de nuestros paisanos al llegar a aquel país, en vez de defender y seguir transmitiendo sus tradiciones, tienden a ir erradicando sus valores, y todo con la finalidad de ser aceptados, o tomados en cuenta. Por ejemplo, el valor de las fiestas familiares, las cuales van fomentando la unidad de la familia, en algunos casos se va perdiendo.
El día lunes 7, nuestros hermanos seminaristas y formadores de matamoros nos recibieron en las instalaciones de su seminario, donde se llevaron a cabo las inscripciones y nos entregaron el material que se iba a utilizar durante el encuentro, así como la playera de recuerdo del evento. Posteriormente, se dio inicio con la ceremonia de Bienvenida por parte del Rector Pbro. Santiago Enrique Rangel y del Excmo. Sr. Obispo Faustino Armendáriz Jiménez. Luego se procedió al rezo de las vísperas en honor a San Rodrigo Aguilar Alemán, mártir, de quien se venera y custodia una reliquia en la Capilla del Seminario Menor de Matamoros; de allí partimos en procesión a la apertura del encuentro con la Celebración de la Eucaristía en los jardines del seminario. Como ya es tradición en los encuentros, después de la Santa Misa, tuvimos la cena mexicana, en la cual degustamos gran variedad de antojitos mexicanos proporcionados por grupo de parroquias y de los bienhechores del seminario; en ésta, un grupo de músicos (formado en su totalidad por laicos comprometidos en sus parroquias) estuvieron deleitándonos con sus melodías y canciones, así como con sus experiencias de Dios; fue un momento de compartir muy agradable donde experimentamos la hospitalidad de nuestros hermanos seminaristas de Matamoros, pues en todo momento querían que nos sintiéramos como en casa.
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La eucaristía nos debe llevar a predicar y evangelizar, no sólo en las parroquias, sino afuera, ir al encuentro del hermano, de tal manera que, el hermano pueda celebrar la vida a pesar del sufrimiento de ésta. Es muy cierta esta afirmación: en nuestros pueblos, cuando la Iglesia está presente, el pueblo está con la Iglesia. Y aquí es donde el evangelio que anunciamos debe ser la fuerza que nos y los lleve al cambio. Al final de la conferencia Magistral, el expositor tuvo el detalle de regalarnos un libro titulado “Jesús de Galilea” de su autoria a cada uno de los presentes. Posteriormente se nos proyectó un Video del Rev. Exmo. Sr. Obispo Estanislao Alcaráz, primer obispo de Matamoros y fundador del Seminario. El segundo obispo fue el Exmo. Sr. Obispo Sabás Magaña, quien en la fundación del Seminario de Matamoros ejerció el cargo como primer rector del mismo; el tercer Obispo fue el Exmo. Sr. Obispo Mons. Chavolla actualmente Obispo de Toluca. Al término del video, procedimos a rezar el Angelus continuando después con la comida. Después de un breve momento de sobremesa, nos preparamos para iniciar el torneo deportivo en las disciplinas de fut-bol y baloncesto, y claro está que, como es un encuentro de hermanos no podía faltar la oración antes del paseo de la llama deportiva y “la patada” como inicio. Los equipos estuvieron conformados por seminaristas de varias diócesis; como siempre, no podían faltar los lesionados. Ciertamente no hubo trofeos, pero si la convivencia y la integración entre “la raza”.
Agradecemos infinitamente a nuestros hermanos del Seminario de Matamoros, así como al equipo formador y a todo el pueblo de Dios de la Diócesis de Matamoros que se esforzaron en darnos lo mejor de ellos como personas. Deseo que Dios siga fortaleciendo, a los sacerdotes y seminaristas de esta diócesis, en el seguimiento y configuración con Cristo Sacerdote, para que así puedan llevar al Pueblo de Dios hacia Él, y que no sean 50 años más los que Dios les conceda, sino todo el tiempo necesario para que nuestra Iglesia siga creciendo y multiplicándose, llevados por el Amor del Espíritu Santo. Dios nos conceda encontrarnos el próximo año en el XI Encuentro Provincial de Seminarios Mayores en la hermana Diócesis de Piedras Negras, ánimo hermanos del Seminario de Piedras Negras, por allá nos veremos y compartiremos la fe, el alimento de la Palabra y la Eucaristía, para seguir dando testimonio de la Unidad de la Iglesia, de su presbiterio, y de su futuro presbiterio. ¡Qué así sea! Por esta razón hacemos nuestras las palabras del salmo 126: “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”.
De allí partimos a los hoteles a darnos un regaderazo para posteriormente regresar a la Solemne misa de Clausura del Cincuentenario, en la cual estuvieron presentes; representantes de algunas parroquias y grupos de la Diócesis de Matamoros, sacerdotes, y seminaristas. Cabe destacar que la celebración estuvo presidida por el Sr. Obispo Don Faustino Armendariz, y concelebrada por el anterior obispo Mons. Chavolla. Durante la celebración nuevamente se recordó los acontecimientos de los inicios del Seminario de Matamoros, y al mismo tiempo el obispo de Matamoros exhortaba a los sacerdotes y seminaristas a seguir dando testimonio del amor de Cristo a todos nuestros hermanos. Finalzada la celebración, compartimos la cena con la gente que participó en la Santa Misa, y de allí nos retiramos a descansar. Día 9. Hacia las 7:00 am en el Seminario nos reunimos para el rezo de la oración de la mañana, continuando con el desayuno, y hacia las 8:15 am partimos hacia el teatro principal de la ciudad, en donde hubo un concierto de piano, el cual disfrutamos mucho. Para después dirigirnos a la Catedral, para celebrar la misa de Clausura del X Encuentro Provincial.
César Fernando López Rentería Tercero de Teología Diócesis de Nuevo Laredo
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Resonando la Palabra de Dios con la música del alma. Hoy, cuando resuenan nuestras voces de seminaristas, sabemos que están resonando también nuestros corazones de futuros pastores. No es coincidencia que el Santo Padre, Benedicto XVI, haya tenido a bien proclamar para la Iglesia un año sacerdotal, puesto que cada uno de nosotros, miembros de ella, sabemos la importancia que tiene la vocación sacerdotal en la vida intraeclesial y también por qué no, fuera del contexto católico. Y es que cuando se trata de promover y fortalecer la presencia del sacerdocio ministerial, es bienvenido cualquier medio que infunda un renovado espíritu, principalmente en los seminarios y casas de formación. Esto, porque los valores que vive el sacerdote no deben estar en disonancia con los medios legítimos que usa el hombre de hoy para expresar su experiencia interior, su experiencia de Dios, y su relación con los hermanos y el resto de la creación. La música que el hombre lleva dentro se exterioriza ya desde el modo en que ordena con cierto sentido estético, su lenguaje oral y escrito o gráfico. Pues el hombre, además del sentido práctico, tiende hacia la perfección de su obrar también en razón de la belleza del ser. Es decir, nosotros, como imagen y semejanza de Dios, buscamos parecernos cada vez más a Él: Suma Bondad, Unidad, Verdad y Belleza. “La tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable que sobresale entre las demás exposiciones artísticas, principalmente porque el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria e integral de la liturgia solemne.” (Sacrosanctum Concilium n. 112) La música realza el sentido de la palabra humana, le da un “acompañamiento” que penetra con mucha más fuerza en la capacidad de apreciar. En principio sucede lo mismo con la Palabra de Dios. La música reviste la Palabra, sólo que hay una variante esencial: esta música necesita ser inspirada, al igual que el Espíritu inspiró a los escritores sagrados, y
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también a quienes han ordenado nuestra Liturgia. Por ello la música que surge puramente del sentimiento humano no puede ser Música Sacra, sino sólo aquella que colabora con el Espíritu Santo en la expresión de las verdades de la fe. Y ésta última, se convierte en música litúrgica, es decir, en música para el culto, cuando se aterriza en los ritos y textos litúrgicos; tan sólo para elevarse de nuevo, junto con las almas de la asamblea, para mayor gloria de Dios y santificación nuestra. “Consérvese y foméntese con sumo cuidado el tesoro de la música sacra. Promuévanse diligentemente las <<scholae cantorum>>, especialmente en las iglesias catedrales; los obispos y los demás pastores de almas procuren cuidadosamente que, en cualquier acción sagrada realizada con canto, la comunidad de los fieles pueda aportar la participación activa que le es propia…” (Sacrosanctum Concilium n. 114). Así, el canto y la música de la asamblea en la celebración, nos muestran un sentido de comunión. Y el cantor o escuela de cantores (schola cantorum) son el medio facilitador y animador del canto de la asamblea, que eleva su oración al Padre, con toda su persona y de una manera más completa: en unidad de espíritus, que se refleja en la “armonía” o unión sensible de las voces de los ahí presentes. El modelo más claro es el canto gregoriano, expresado por ejemplo en el Padre nuestro que inicia el sacerdote, el tono con el que hace las oraciones colectas o finales, la plegaria eucarística, doxología, el tono para el salmo, la proclamación del evangelio, etc., que es lo más usado en nuestro ambiente, pero hay la posibilidad de cantar en toda nuestra liturgia. De aquí que todos los sacerdotes y futuros sacerdotes debemos valorar nuestra relación y compromiso con la música litúrgica. La música que escuchamos de ordinario (fuera de las celebraciones Litúrgicas) no puede ser el motor de búsqueda para la música que introducimos en la Misa, por ejemplo. La voz de un seminarista o sacerdote, y de quienes estamos al servicio de la Palabra, debe elevar el espíritu hacia una vivencia del Misterio que se celebra. Así como cuando cantamos una canción que se identifica con nuestros sentimientos, así lo que
cantamos en nuestra Liturgia, debe nacer de un deseo de encuentro con Dios, movido por la fe y un gusto musical que favorezca cada vez más este movimiento en el alma del creyente. “Debe considerarse importante la enseñanza y la práctica musical en los seminarios, en los noviciados de religiosos de ambos sexos y en casas de estudio, así como en los restantes institutos y escuelas católicas…” (Sacrosanctum Concilium n. 115). Schola cantorum del Seminario de Monterrey (reseña histórica) Nuestra actual “schola”, podríamos decir que se ha venido conformando en los últimos cinco años, a partir de un proyecto formal de Schola cantorum para nuestro seminario, ideado y puesto en marcha por un grupo de alumnos de filosofía y teología, que en Julio del año 2006 asistimos a la Escuela Superior de Música Sacra de Guadalajara, en sus cursos de verano. Acompañándonos en aquella ocasión, el Pbro. Felipe de Jesús Sánchez Gallegos, director espiritual en el Instituto de Filosofía, participando también en el curso de verano, y después como asesor responsable del proyecto de la nueva schola, y como voz de bajo en la misma.
Cabe agregar que el legado musical que ha recibido la schola en los últimos años se ha visto enriquecido bajo la coordinación de alumnos (algunos ya no continuaron su formación en el seminario, pero les reconocemos su valiosa aportación a la música sacra), y el apoyo de maestros externos, músicos o directores de coros. Destacando el valioso apoyo del maestro Antonio Valdez Alonso, entre otras cosas, por su ejecución del acompañamiento con el órgano para los cantos de las misas solemnes en nuestras fiestas patronales y otras misas en que participa la Schola cantorum del Seminario de Monterrey. En fin, como en cualquier escuela, la de los cantores del seminario ha tenido sus épocas de auge y prosperidad, y momentos de discontinuidad; (incluso a veces las escuelas se cierran, por falta de alumnos, maestros, o recursos) sus miembros y directores van cambiando con el correr del tiempo y sus adecuaciones en estructura y pedagogía, buscan estar acorde a las necesidades del Pueblo de Dios, para su edificación como Iglesia que rinde culto amoroso a la Santísima Trinidad, a los ángeles y a los Santos. Es también valiosa en la formación de los futuros pastores del Pueblo de Dios, ya que integran sus capacidades musicales al servicio de la Liturgia y la evangelización.
Pero la motivación comenzó desde antes. No hay que olvidar que el esfuerzo por conformar una schola cantorum del Seminario de Monterrey tuvo entre sus primeros directores, allá por los años 60's, al Pbro. Alfonso Figueroa Ochoa, y contemporáneo a él, participaba con su voz de tenor, el Pbro. Raúl Morales Santamaría. Ambos muy queridos y reconocidos por muchos sacerdotes y seminaristas, por sus enseñanzas y acompañamiento en nuestra formación musical-litúrgica, destacando sus enseñanzas en canto gregoriano y música en general. Nuestra motivación musical-litúrgica tuvo también una fuente de experiencia inicial, gracias a la Comisión de Música Sacra de nuestra diócesis, que organizaba los Cursos de Verano de Música Sacra en las instalaciones del Seminario Menor. Estos se realizaron durante 9 veranos, siendo el último impartido en el año 2005. Colaborando en éstos, algunos sacerdotes, y maestros de la Escuela Superior de Música y Danza de Monterrey.
Esteban Elí Flores Hermosillo Segundo de Teología Arquidiócesis de Monterrey
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El ser humano lleva en sí mismo inscrito un Misterio, y él mismo se vuelve Misterio para sí mismo pues el ansia y la pregunta por el Infinito que lleva latiendo en lo profundo de su ser no encuentra en sí mismo una razón suficiente. ¿Quién soy? ¿Para qué o para quién soy o existo? Tú me dices quien soy, tú me ayudas a conocerme. Yo puedo decir quién eres Tú, yo puedo ayudar a que tú te conozcas. Porque la imagen de Dios que llevamos en nuestro ser nos ayuda a conocer al Tú, con mayúscula; porque tú eres “carne de mi carne y hueso de mis huesos” podemos hacer que el prójimo, el tú con minúscula se conozca. Y viceversa en ambos casos. Así nuestro misterio personal encuentra una respuesta en el Misterio de Dios y en el misterio del prójimo, y en nuestro ser relacional se encuentra el camino de respuesta para la pregunta por el significado que entraña nuestra existencia. No podemos ser, ni existir sino en relación. Y esto es un dato que las mismas ciencias clínicasneurológicas y psicológicas han evidenciado. La conformación del mapa de nuestro cerebro, conceptos-emociones, se traza a medida que el ser humano se va encontrado con los otros, con el Otro. Así es como la respuesta de sí mismo empieza a vislumbrarse. Y dicha respuesta no es otra sino el descubrimiento de que somos la expresión de un Misterio de Comunión, de Unidad, que Dios es en sí mismo, que Cristo lo es en su única persona, con sus dos naturalezas, y que la persona atestigua en el núcleo de las relaciones con sus padres-familia. Es ésta la verdad de sí mismo, el ser con-para los demás. ¿Y que clase de unión-comunión es esta? Es una que se realiza, como dice F. Imoda, no sin tensión, no sin momentos de conflicto en los que la relación interpersonal tiene que abrirse al misterio del prójimo. Renunciando a negociaciones, manipulaciones y componendas. Este es el camino de la madurez de nuestro ser relacional, que es una madurez en amor y la amistad, que sólo encuentra realización en el amor Teocéntrico.
¿Qué es el celibato en este contexto de alteridad? ¿Cuál es su valor y su significado? Es la manifestación de que el ser humano sólo encuentra la respuesta y realización de su misterio personal en el encuentro con el otro, hombre o mujer; que sea realiza a sí mismo amando, pero que no pide, ni puede esperar en el otro, la respuesta a una 'sed de infinito', que no deposita en el otro la carga de su propia entrega amorosa. Sino que en ese acto de amar al prójimo ama al “Amor”, ama al “Bien mismo” que no tiene límite y que constituye la respuesta a su búsqueda personal. Es el celibato la vivencia de nuestra alteridad horizontal, la vivencia del amor en el horizonte de una alteridad vertical. Y dónde ésta 'recrea' el encuentro, el deseo de comunión e intimidad que late en el corazón del hombre. Haciendo que desde nuestro ser sexuados podamos amar como hombres o mujeres el misterio de los otros que no podemos 'absorber' o 'reducir' a un ámbito o dimensión de nuestra condición por sí misma limitada. Por esto el celibato por el Reino de los Cielos implica la madurez de nuestro self, nuestro 'sí mismo', el descubrimiento, aceptación y vivencia de nuestra condición que se enriquece y configura por la relación con los demás. Y como decíamos, no cualquier relación sino una de amor-amistad que implica individualidad y alteridad, sin mezcla ni confusión, sino con apertura, respeto y una valoración, desde el horizonte del Misterio del Otro, nos lleva a la madurez de nuestra condición más profunda. Ser fiel al celibato por el Reino de los Cielos es en síntesis ser fieles al misterio de nosotros mismos, ser fieles al misterio de nuestro prójimo, y a final de cuentas ser fieles al único Amor que nos realiza en plenitud como seres humanos.
Pbro. Lic. Carlos Alberto Santos García. Prefecto Disciplinar del Instituto de Teología
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