El riesgo de dejar la ventana abierta entre dos mundos Diego Murcia Con La ventana abierta (1996), de Rubén Fonseca Mora, queda sentado que a la novela negra en América Central aún le falta camino por recorrer. El catedrático Uriel Quesada1 explica que si bien “hay algunos antecedentes aislados -‐‑como Un detective asoma, novela de Aro Sanso, publicada en Honduras en 1932-‐‑ la literatura policiaca es aún un fenómeno reciente en el istmo”.
Mientras otros autores latinoamericanos ya han superado la línea
del realismo mágico, Fonseca Mora muestra lo irreal o extraño de las culturas centroamericanas como algo cotidiano y común, una cola que
1 De acuerdo con Quesada, un momento clave en el desarrollo de este género es el año 1988, cuando Sergio Ramírez publica Castigo divino, basado en hechos reales. Ramírez relata la historia de una cadena de asesinatos por envenenamiento que tienen lugar en la ciudad de León, Nicaragua, en los años treinta. El presunto asesino, un brillante abogado y poeta, también será una víctima más. La reconstrucción de un discurso narrativo de esta novela está basada en cartas, documentos legales, deposiciones jurídicas, testimonios, declaraciones y artículos periodísticos.
sigue siendo arrastrada pese a la modernización de los géneros literarios en la región. Volviendo al texto de Fonseca, nos enfrentamos a un libro escrito en el que participan hombres de ciencia y chamanes para resolver el asesinato del dueño de un aserradero en las selvas tropicales de Panamá. Culpan de la muerte a Carlos, el propio hijo del administrador, el señor Alberto. Las sospechas sobre la culpabilidad del joven se acrecientan cuando este decide huir del país mientras encuentra una forma de resolver el crimen. Carlos fue a Estados Unidos a estudiar y ahí conoce a José. En este periodo, en el que vive en el extranjero, Carlos parece haber bloqueado todos sus recuerdos, hasta que entró en el monasterio y empezó a meditar y a recordar su vida anterior. Alberto, su padre, muere en una pelea que tuvo con los indígenas por el derecho de las tierras que él les ha robado. Tras la muerte de su padre, huye a Europa –España y Francia-‐‑ para olvidarse de todo y escapar de las autoridades. Pero, al final, no se sabe quién mató a Alberto: Carlos, los indios, o la misma selva.
La hermana del acusado, Carolina, y, José, un amigo de Carlos, antropólogo cubano, intentan resolver el enigma que rodea a este crimen, pero a medida se internan en la verdad van descubriendo secretos familiares que involucran violaciones, incestos, matrimonios por conveniencia y odios a flor de piel que todos han preferido sepultar desde la muerte de Alberto. En este sentido, esta novela tiende más hacia la rama de la novela erótica con tintes detectivescos que hacia la novela negra. Lo primero que se destaca en esta novela es el papel del detective, que aunque no es desarrollada por un representante de la ley sino un antropólogo, no tiene determinación ni objetivismo. Muchas veces se deja influenciar por los sentimientos que tiene hacia Carolina y otras veces por el entorno cultural que le es extraño por ser él un extranjero. Hay dos formas a través de las cuales se llega a la verdad en esta historia: una, por las cartas que Carlos, el presunto asesino, le envía Carolina, su media hermana, y en la que repasa detalles de las vidas pasadas de la familia a la que él pertenece y de la familia a la que ella pertenece. Así, Carolina redescubre que su padre era un perverso sexual
que violaba no sólo a las hijas de los indígenas donde se encuentra el aserradero, sino que también abusó de ella y, además, hizo partícipe de sus vejaciones a sus dos hijos. La otra forma en la que se accede a la verdad es mediante el relato presencial, en primera persona, del investigador, quien tras varios días entre las familias involucradas en la explotación madedera, sospecha que el asesinato de Alberto, el dueño del aserradero, ha sido víctima de una venganza nacida de las violaciones cometidas contra las niñas de la comunidad y contra el bosque donde sacan la madera. Marisa y María, dos representantes de los indígenas son las confabuladoras de esta venganza. Actúan obedeciendo a los intereses de su grupo: evitar la continua tala de árboles y parar la sistemática violación de sus niñas por parte de Alberto. Como en otras obras literarias centroamericanas, La ventana abierta muestra una crisis del investigador tradicional, esa persona amparada en el aparato jurídico que procura restablecer el orden social violentado por el crimen.
Una de las grandes debilidades del libro es su exceso de descripciones. De las 475 páginas que posee la novela, bien se podrían eliminar unas 200 páginas en las que el autor abunda en detalles para dotar el relato de realismo. Esto resulta una gran desventaja porque, al inflar tanto la obra, Fonseca Mora no hace un balance con el sentido mágico que intenta desarrollar en la historia que nos cuenta. Con La ventana abierta, el autor pretende explicar las distintas realidades que se conjugan entre el mundo del indígena y del hombre blanco, que luchan por sobrevivir en la modernidad. El uno, para aplacar la barbarie que aún vive entre los bosques y, el otro, para renegar del progreso que todo lo destruye. La “Ventana” entonces sería esa rendija por la cual se entra a los mundos paralelos que nos rodean, en donde la realidad y la fantasía se entrelazan. Así se puede explicar que haya personas capaces de leer los pensamientos, planear emboscadas mediante la telequinesis, hablar con espíritus o hasta revivir muertos. Lo curioso es que contrario a lo que los hace parecer, los indígenas no son poderosos todo el tiempo. Esto ocurre
porque, Fonseca Mora no les da el mismo peso a estos elementos místicos porque se pierden en su narración al llenar capítulos enteros con puras descripciones. La narración, entonces, se vuelve aburrida, interminable y tediosa. Pese a este talón de Aquiles, se puede rescatar la complejidad con la que el autor logra construir a la víctima, que a la vez es un criminal, y uno de los personajes principales. Gracias a la gran cantidad de detalles que sueltan en la novela -‐‑como el hecho de que para saciar sus apetitos sexuales, los indios deciden entregar a sus hijas en ofrenda al patrón para detener las violaciones de las mujeres de la tribu-‐‑ así se va construyendo la historia del nacimiento de este monstruo blanco llamado Alberto. De quien ni su hija, Carolina, ni sus hijos Carlos y Miguel, se salvan de sus bajas pasiones. Contrario a sus pares centroamericanas –Severina, La sirvienta y el luchador, El fabuloso Blackwell-‐‑ esta novela no hace referencia a guerra social alguna, más bien, sitúa su temporalidad el contexto actual. El autor nos describe una ciudad moderna, llena de grandes edificios y centros de
negocios activos, que sigue explotando los recursos naturales que aún le quedan a la selva panameña. Fonseca Mora convierte así a Panamá en un personaje más, que reclama su espacio dentro de la novela2. También hay otro personaje recurrente, El Canal, que, de acuerdo a Humberto López Cruz, en su ensayo Revisando la Nación Panameña en las primeras novelas de Ramón F. Jurado, es parte de una preocupación colectiva que también se convierte en una marca del ser panañemo. Las violaciones que se cometen en el mundo creado por Fonseca Mora, son en paralelo: sexuales y forestales, ocurren tanto en el campo como en la ciudad. La tensión que hay entre los dos mundos -‐‑entre aquellos que quieren destruir el bosque y los que lo quieren salvar a toda costa-‐‑, desemboca en la muerte del opresor, no por la mano del oprimido sino por el fruto de ambos, de aquello que los dos han procreado en su constante interrelación. 2
Humberto López Cruz, en su ensayo Revisando la Nación Panameña en las primeras novelas de Ramón F. Jurado, dice que “la república va a ser el escenario donde va a desarrollarse la urdimbre que implicará al país y a sus habitantes. Éste es el primer eslabón en una cadena más extensa que sugiere que el narrador apunta hacia la proyección de un nacionalismo literario”. De ahí que, sugiere López Cruz, las constantes descripciones de la naturaleza y la nostalgia de la estampa casi turística de los pueblos coloniales –hoy asentamientos residenciales de clase media- busquen acentuar el fervor nacionalista del pueblo panameño convirtiendo al país en uno de los temas centrales de su ficción.
Biografía Quesada, Uriel. "ʺÁncora."ʺ www.nacion.com. Áncora Suplemento Cultural, 04 2005. Web. 26 Nov 2012. http://wvw.nacion.com/ancora/2005/diciembre/04/ancora3.html>. Fonseca Mora, Ruben. La ventana abierta. Editora Sibauste, S. A.; 3ra edición (Octubre 8, 1996), 429 págs. López Cruz, Humberto. Revisando la Nación panameña en las primeras novelas de Ramón F. Jurado. Cuadernos Inter.c.a.mbio. Año 8, n. 9 (2011), 183-‐‑192. [ISSN: 1659-‐‑0139. 10 págs.