Sabotaje
El movimiento ondular de las faldas de colores adornadas con listones cosidos en el contorno era hipnótico. Aún sin música, sin voz, sin los tacones de las botas golpeando el tablado, había ritmo. Los rostros salían sobrando y tal vez por eso me negué rotundamente a bailar con un niño el son veracruzano. A la indicación de formar parejas, abandoné el tapanco. Miré hacia atrás y vi a un niño desconcertado tras quedarse solo justo antes de empezar la música. Mientras la música sonaba y los demás bailaban, el niño me miraba explicarle a Rosalva que no volvería. Siempre le fui fiel a Arturo.
No había domingos felices. Hasta la vigilia se volvía inútil, solo quedaba la resignación y
Puede haber sido ingenuidad o el resultado de la continua exposición a las telenovelas de televisa, pero estaba convencida de que Arturo un día usaría esa pistola para tener otro intento de lograr la vida bohemia pero millonaria que soñaba. Así que la robé y la escondí dentro de un borrego de peluche diseñado para almacenar ropa de cama. Ahí permaneció años después de la tormenta y los delirios que generó su desaparición. Finalmente tuve que confesar su escondite para poderla empeñar cuando Arturo se fue.
, solo quedaba la resignaci贸n y la profunda a帽oranza de tener la suerte de ser normal.
Mi cama flotaba en un mar inmensurablemente profundo. Todos mis mu単ecos
y yo debĂamos tener cuidado de no caer, ninguno sabĂa nadar.
Sentía pena por mis barbies. No porque el perro les hubiera arrancado a una las manos y a otra los pies, sino porque no podían ir a ningún lado. A pesar de lo que ellas y yo pudiésemos imaginar, la realidad las mantendría confinadas eternamente a una repisa en mi cuarto. No había esperanza de un después distinto.
Conoc铆a el abrir y cerrar de cada puerta, el crujir de cada escal贸n, la intenci贸n de cada pisada. Anticipaba los hechos para que el miedo no me tomara por sorpresa. La vigilia regulaba la normalidad.
Rosalva hablaba sola y cuando lo hacía parecía perturbada, a veces lloraba. También contaba historias, siempre las mismas, de cómo era su vida antes de Arturo y de la idílica relación con su ex jefe. Cansada de sus errores, decidió creer en Dios.
Tenía prohibido hacer pasar a la gente o hablar más de la cuenta. Si nada pasaba, todo estaba bien. Escribí con un lápiz de color rojo por dentro de la última repisa del clóset “Soy bonita”.
Se decía que la escuela estaba construida sobre un cementerio y que por las noches los muertos salían de sus tumbas a las que la directora debía regresarlos antes del amanecer. Eso explicaba su palidez y profundas ojeras. Los niños más aventurados aseguraban que en el camión de las monjas había cuerpos de niños y marcas de manos impresas con sangre en las vestiduras. Más de uno aseguraba que las manitas los perseguían por los pasillos. A mí me perseguían en casa, me atormentaban en la oscuridad, no las veía pero sabía que estaban ahí si me quedaba sola.
Cuentos de
Terror para ni単os Vol. 1