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Suplemento dominical del
Parte de Música Nº 326 • Domingo 23 de abril de 2017
Swing Latino
Juan Arvizu:
el cantante de la voz de seda Fue el tenor de Queretaro quien lanzó al estrellato a un esmirriado pianista de nombre Agustín Lara T/ Ángel Méndez F/ Archivo CO
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ació al comenzar el pasado siglo: 1900 para ser exactos. Fue bautizado con el nombre de Juan Nepomuceno y completaba su nombre con los apellidos Arvizu Santelices. Quiso el destino que naciera en Queretaro, ciudad mexicana que jamás le ha honrado como es debido. Juan Arvizu nació con dotes musicales. Es un “don” con el cual se nace y difícilmente se hace. Hay quien se empeña y por ello la lista de fracasados es voluminosa, pero Arvizu había sido tocado por el “dador” para satisfacer con su voz a un público que aún le admira. Los inicios no fueron nada halagüeños; nuestro personaje tuvo que abandonar momentáneamente sus intenciones ante la precariedad económica del hogar. Entró como telegrafista del ferrocarril donde se había formado su padre. Arvizu nació en plena época de la Revolución. Las facciones en conflicto lo condenaron en virtud de su trabajo. En una oportunidad llegó a ser amenazado con cercenarle las manos, por lo que tuvo que huir despavorido hacia la capital, donde logra desarrollar sus inclinaciones por el canto lírico. Asistía con frecuencia a los teatros y fue allí donde conoció al maestro Pierson, quien le escuchó al tararear las letras de algunas piezas operísticas que de memoria se sabía. El músico ofreció ayudarle sin cobrarle nada y Arvizu se convirtió en ayudante de su maestro, apoyándole en sus clases como “preparador” de los más jóvenes cantantes mexicanos, entre quienes se contaban Pedro Vargas y Jorge Negrete. Pierson no se equivoca al ver en Arvizu un diamante sin pulir y lo conmina a inscribirse en el Conservatorio Nacional de Música de México. Debuta como tenor ligero en 1924, en las tablas del teatro Esperanza Iris… interpretando con acierto: “La sonámbula”, “Dinorah”, de Meyerbeer, “Don Pasquale” de Donizetti y algunas de las más bellas de Verdi, como; Rigoletto y El Trovador”… pero aparte de las palmaditas y las felicitaciones, Juan Arvizu se percató de que por ese camino no ganaría ni lo poco que
le daba su ya renunciado trabajo como telegrafista… Pero la suerte estaba de su lado. Se enteró de que un gran maestro de orquesta buscaba un tenor para interpretar boleros. Lo probaron y se quedó con el puesto. Los aplausos del público cubano y después del mexicano, lo apartaron del “bel canto”, por lo que se entregó a la música popular.
Grabó, del compositor y actor mexicano Joaquín Pardavé, la canción “Varita de Nardo” y vendió más de 35.000 discos… Gracias al éxito obtenido, fue contratado por el Cabaret “Salambó” el más famoso de la época, y lo lanzó como primera figura. Pero Arvizu necesitaba un pianista y la hija del dueño del local, Angelina Brusquetta, le presentó a su esposo… un esmirriado
y flaco personaje, que interpretaba, de oído, cualquier canción con singular estilo, además de que ya tenía registradas algunas cancioncillas de su autoría… a Juan Arvizu le agradó su desenfado y le contrató como acompañante y como compositor; a partir de 1928 cantante y pianista unieron sus destinos que el tiempo se encargaría de agigantar. Se nos olvidaba mencionar que el pianista era un tal Agustín Lara, quien afirmaba ser de Tlacotalpan, estado de Veracruz. Fue Juan Arvizu quien lanzó al estrellato a Agustín Lara, que logra por su intermedio grabar las primeras composiciones. Al año siguiente, 1929, en un acceso de inspiración, Lara le presenta una cancioncilla. Arvizu se la canta al trío Garnica-Ascencio y ellos se enamoran de la pieza y le piden al tenor que la grabara. La canción “Imposible” fue un éxito total, tanto que compartió los primeros lugares de la radio con “Lágrimas negras” de Miguelito Matamoros. Fue así como se elevó el bolero a las máximas alturas, sitio del que ya nunca se volvió a bajar. Demás está decir que tanto Arvizu como Agustín Lara comenzaron enrumbarse hacia el estrellato por diferentes veredas. Juan Arvizu, el “Tenor de la voz de seda”, grabó cientos de canciones en miles de discos y su fama se extendió por toda América. Fue un auténtico ídolo, comparable a Gardel; hasta la propia Argentina lo reclamaba para sí y durante 18 años lo tuvo en su seno. Recibió honores, diplomas, medallas y un sinnúmero de reconocimientos por cientos de ciudades, pueblos y países… excepto por una… su ciudad natal. Así son las cosas Caracas