Para publicar en este suplemento 4963-6776 / 4962-8228 ó 6632-6640 rotativas
BUENOS AIRES, SABADO 20 DE AGOSTO DE 2016
Argentina Transparente La responsabilidad social en los tiempos que corren
Por Luis Alberto Ulla - Director de Investigación y Desarrollo del Instituto Argentino de Responsabilidad Social Empresaria (IARSE)
E
n el marco de un escenario dominado por la presencia de hechos de corrupción, la sociedad experimenta una sensación de pérdida del rumbo colectivo y una fuerte disminución de la credibilidad general. Vale la pena, entonces, anclar el bote y tratar de recuperar el sentido original de algunas palabras, que constituyen parte esencial de la idea de responsabilidad social y de gestión responsable de organizaciones orientadas a la sustentabilidad. Partamos de la palabra corrupción, tal vez nos ayude a establecer un primer punto de claridad. La expresión “cor-ruptus” denota su sentido etimológico: Tener un corazón (cor) roto (ruptus), o simplemente ser un «homo corruptus». Existe una relación estrecha entre poder y corrupción, ya que corrupción es el uso del poder en beneficio propio. Dicho beneficio puede ser dinero, enriquecimiento a cuenta de los demás, influencia, proyección, tratamiento especial, etc. Pasiva o activamente el corrupto echa mano gradualmente de regalos, presiones, coimas, sobornos, fraudes y dinero públi-
co para dar soporte a un perverso sistema de poder, muchas veces basado en el nepotismo. “Corruptio optimi péssima”. Esta expresión latina comunica una tremenda verdad: «la corrupción de los mejores es la peor de todas». Esto quiere decir que existe una responsabilidad social acentuada para todas aquellas personas y organizaciones que deben rendir cuentas de manera proporcional al lugar de influencia económica y social que poseen. A esto se refiere la idea de “los mejores”, utilizada aquí para señalar a los notables. Los ciudadanos y la justicia debemos entender que es urgente desarmar este “Frankenstein”, pues nos va en ello el futuro y el propio presente. Para ello hay que reemplazar la fórmula simplista de que “corrupción siempre ha habido”, y pasar al planteo de cuestiones específicas: la ley, su respeto y valoración; la república y su capacidad de control del gobierno; la burocracia y su eficiencia; la economía y la compleja ecuación entre iniciativa individual e injerencia estatal; la sociedad
y su grave escisión de la pobreza. Sólo una articulación reflexiva de este conjunto de cuestiones, podrá ofrecernos una alternativa atractiva para la construcción de un andamiaje seguro, que nos resguarde en la posibilidad de convivir en justicia y paz. ¿Qué lugar queda para la indignación? Es necesaria, pero no basta. Una política basada sólo en el repudio de la corrupción probablemente concluirá en un nuevo fracaso. La ilusión de un nuevo comienzo suele terminar pronto en desilusión, apenas se descubre que los hombres, cada uno de nosotros, no somos definitivamente buenos o malos, y que apenas podemos aspirar razonablemente a mejorarnos de a poco. Es menester encarar una profunda transformación sin temer el costo inicial que pueda suponer, con una dosis de ilusionado optimismo, de indignación, de rebeldía; como la que suscita hoy la evidencia flagrante de la corrupción. Como decía Sarmiento, también hay que querer “vencer las contradicciones a fuerza de contradecirlas”. 7