MARAVILLAS
de la providencia divina que tan claramente resplandecen en la admirable conservación de
nuestra señora de los ángeles
cuya prodigiosa imagen se venera pintada en una pared de adobes, que es la principal de su Santuario extramuros de México desde el año
1580 •
Su autor DON JOSÉ DE HARO, restaurador de los cultos de esta celestial princesa, actual y perpetuo mayordomo de su santuario por el ilustrísimo señor Don Alonso Núñez de Haro, dignísimo arzobispo de México. Año de 1787
maravillas de la providencia divina que tan claramente resplandecen en la admirable conservación de nuestra señora de los ángeles cuya prodigiosa imagen se venera pintada en una pared de adobes, que es la principal de su santuario extramuros de méxico desde el año 1580
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Coordinación general Alejandra Moreno Toscano Baltazar Brito Guadarrama Coordinación editorial Javier Jileta Verduzco José Carlos Barranco Ávila Texto original de Maravillas de la providencia divina Don José de Haro Coeditora Vania Ramírez Islas Diseño Ana Paulina Ríos Pérez Primera edición 2023 ISBN: En trámite Todos los derechos reservados Queda prohibida la reproducción, por cualquier medio, total o parcial, directa o indirecta del contenido de la presente obra sin contar previamente con la autorización expresa y por escrito de los autores y editores, en términos de la Ley Federal del Derecho de Autor, y en su caso, de los tratados internacionales aplicables. La persona que infrinja esta disposición se hará acreedora a las sanciones correspondientes. Hecho e impreso en México www.scientika.mx
Índice ° Estudio preliminar I Prólogo
VII Prefacio
Maravillas de la providencia
1
Dedicatoria del Autor
3
Prólogo
5
Capítulo I
13
Capítulo II
19
Capítulo III
25
Capítulo IV
31
Capítulo V
39
Capítulo VI
47
Capítulo VII
55
Capítulo VIII
61
Capítulo IX
69
Capítulo X
77
Capítulo XI
83
Capítulo XII
89
Capítulo XIII
95
Capítulo XIV
103
Capítulo XV
109
Capítulo XVI
115
Capítulo XVII
121
Capítulo XVIII
127
Capítulo XIX
133
Capítulo XX
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Estudio preliminar {
Prólogo ° Gisela von Wobeser Investigadora emérita de la Universidad Nacional Autónoma de México
La obra Maravillas de la Providencia divina que el lector tiene en sus manos es prácticamente desconocida. Su transcripción y publicación a cargo de Edna Brito Ramos y Baltazar Brito Guadarrama, así como su excelente texto introductorio que la acompaña, significan una importante aportación a la historia del virreinato de la Nueva España. Escrita por José de Haro, entre 1780 y 1790, se centra en la devoción a la virgen de los Ángeles que surgió en Coatlán, uno de los barrios indígenas del norte de la ciudad de México, cuyo culto subsiste hoy día en lo que actualmente es la colonia Guerreo. La obra aporta una rica información sobre la vida cotidiana en las zonas marginales de la capital, sobre las creencias y prácticas religiosas de sus habitantes, especialmente sobre el culto a la virgen María. Aborda los efectos devastadores causados por periódicas inundaciones, terremotos, epidemias y hambrunas y trata sobre el importante papel que jugaban las imágenes sagradas para mitigar los desastrosos efectos de la naturaleza. Llama la atención que José de Haro, el autor, haya sido sastre de profesión y no clérigo, como se hubiera esperado. Destaca la fluidez y corrección de su escritura, en una época en la cual, fuera de los circuitos eclesiásticos, la mayoría de las personas era analfabeta. Asimismo, cabe destacar que él no sólo promovió el culto a la virgen de los Ángeles mediante su escritura, sino, a partir de 1777, rescató la imagen de la Virgen de los Ángeles del abandono en el que se encontraba y, durante varios años, se dedicó a mejorar las condiciones materiales del santuario y a reactivar el culto. Dignificó la imagen, anteponiéndole un vestuario lujoso y proveyéndola de joyas; restauró la ermita y la dotó de los objetos de culto; organizó los servicios religiosos necesarios para su culto; buscó financiamiento y logró construir una sacristía, un panteón y varios edificios más.
I
Las Maravillas de la Providencia divina se inscribe dentro del extendido culto mariano de la ciudad de México, a la que Haro denomina “ciudad mariana y patria de María”. Hacia finales del siglo XVIII, cuando él escribe la obra, la ciudad contaba con unos quince santuarios dedicados a imágenes de la Virgen, con imágenes consideradas milagrosas. Los más exitosos eran los de Nuestras Señoras de los Remedios y de Guadalupe, cuyo origen se remontaba al siglo XVI y sus obras fundacionales databan de mediados del siglo XVII. Estaban situados extramuros de la ciudad y eran visitados periódicamente por gran número de peregrinosque acudían para beneficiarse de la capacidad milagrosa adjudicada a ambas imágenes. Otros santuarios importantes eran los de Nuestras Señoras de la Piedad, de la Paz, de la Bala, del Socorro, de las Angustias, de la Redonda y de la Consolación. Cada uno de estos santuarios estaba bajo el patrocinio de alguna orden religiosa, del clero secular o de una entidad no clerical, mismas que se beneficiaban de las ofrendas que los fieles llevaban a las imágenes: cirios, flores y dinero. Por ejemplo, Nuestra Señora de los Remedios era apoyada por el cabildo de la ciudad de México y, la de Guadalupe, por la arquidiócesis del mismo nombre. Dada la enorme devoción que existía entre los fieles, los bienes recaudados llegaban a ser muy cuantiosos. Así, mediante los fondos que se obtenían en el santuario de la virgen de la Piedad se financiaba una parte de los gastos del convento de dominicos recoletos construido junto al santuario y lo que se recaudaba en el de Guadalupe contribuía a cubrir gastos del arzobispado de México, para sólo dar dos ejemplos. Por lo tanto, había competencia entre las instituciones que patrocinaban los cultos por captar devotos para sus imágenes, que, en ocasiones, devengó en una rivalidad entre ellas mismas. De Haro se propuso colocar a Nuestra Señora de los Ángeles en un tercer lugar entre las devociones marianas capitalinas, sólo después de Guadalupe y Remedios. No era una tarea fácil, porque a finales del siglo XVIII, la mayoría de ellas estaba consolidada desde hacía tiempo atrás y estaba respaldada por instituciones poderosas e influyentes. Con la escritura de Maravillas de la Providencia divina quiso dotar a la imagen de los elementos retóricos necesarios para convertirla en milagrosa y proveerla del abolengo necesario para competir con las demás advocaciones marianas.
II
En cuanto a la antigüedad de la pintura, de Haro remonta sus orígenes a 1580. Justifica el no haber encontrado documentos antiguos para reconstruir los hechos, al decir que “por los años de 1580 padeció esta capital una horrible calamidad y miseria” y atribuir la destrucción de ellos a las inundaciones e incendios. Se escuda en la tradición, y afirma que se trata del mismo caso que el de la virgen de Guadalupe y De los Remedios. Sostiene que la imagen se originó a partir de una pintura de la virgen de la Asunción que había sobrevivido a una inundación, lo que pareció milagroso a quienes lo presenciaron. El cacique indio de Caotlán, llamado Izayoque, decidió entonces replicar la imagen de la virgen en una de las paredes de su choza, construida de adobes. El autor fundamenta lo milagroso de la imagen en el hecho de que esta pintura, realizada en un muro de adobes, se mantuvo intacta, en cuanto a la cara y manos de la Virgen, por espacio de 200 años, a pesar de las inundaciones que experimentó el lugar, de las inclemencias del clima y del abandono periódico del sitio, que implicó que por largas temporadas estuviera sin techo, y se utilizara como corral, muladar y refugio de indigentes. Resalta como lo más sorprendente que durante la severa inundación de 1629, había permanecido oculta durante cinco años bajo el agua, pero que había sido voluntad de Dios preservarla intacta. Asimismo resalta como excepcional el hecho de que el culto a esta imagen hubiera sobrevivido a los numerosos avatares que enfrentó a lo largo de los 200 años. Para reforzar el carácter milagroso de la imagen, la vinculó a un pozo de aguas medicinales llamado “pozo de los milagros” o “pozo de la Asunción de Izayoque”, cuya agua era curativa. Con la finalidad de certificar que la imagen era original y no había sido retocada por manos humanas, solicitó el testimonio de cinco testigos, miembros del clero secular y regular, y a once personas seculares, hombres de toda excepción y de avanzada edad, quienes subrayaron la autenticidad del fenómeno. Además, sometió la imagen al escrutinio de dos prestigiados pintores Francisco Vallejo y José de Alcíbar, así como los arquitectos Francisco Torres e Ildefonso Iniesta, “declarando unos y otros que la conservación de dicha soberana imagen excede las fuerzas de la naturaleza por las causas y motivos que tienen observado bajo las reglas del arte y según su leal saber y entender”.
III
La preocupación por analizar “científicamente” la imagen de la virgen de los Ángeles y de certificar su autenticidad por medio de” expertos”, denota que del Haro pertenecía a los círculos ilustrados de la Nueva España de finales del siglo XVIII. Resulta significativo que los pintores don Francisco Vallejo y José de Alcíbar fueron los mismos que en 1751 habían participado, junto con Miguel Cabrera, en el escrutinio sobre la imagen de la virgen de Guadalupe, convocados por el arzobispo de México Manuel José Rubio y Salinas con el propósito de reforzar la solicitud hecha a la Santa Sede para que avalara el milagro de las apariciones y autorizara festejarla el 12 de diciembre”, y que en aquella ocasión igualmente habían concluido que el carácter de la imagen era sobrenatural. En suma, el gran valor de este manuscrito es que se trata de una obra fundacional sobre el culto a Nuestra Señora de los Ángeles, una devoción que subsiste hasta la fecha y en torno a la cual se ha articulado la vida religiosa y comunitaria del barrio del mismo nombre, ubicado en la actual colonia de Guerrero de la Ciudad de México.
IV
V
VI
A mis dos Gelis: Angelina Guadarrama y Angelina Brito
Prefacio ° Edna Brito Ramos Baltazar Brito Guadarrama
Sobre la calle de Lerdo, en el tradicional barrio de Los Ángeles de la colonia Guerrero, se yergue uno de los santuarios católicos más antiguos que existen en la Ciudad de México. Se trata de la parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles, eterna custodia de una milagrosa virgen —pintada sobre un muro de adobe— que desde el siglo XVI le ha conferido su nombre y su identidad. Aunque aún existen algunos vestigios arquitectónicos de esa época, la construcción que actualmente alberga la imagen mariana comenzó a edificarse durante el último tercio del XVIII y ha tenido numerosas adecuaciones hasta nuestros días. Por lo que se ha convertido durante todo este tiempo en protagonista de mil y un verbenas, pero también en silente espectadora de las mutaciones que con el correr de los años han sufrido la ciudad y sus habitantes. Frente al portal de esta iglesia, el 28 de junio de 1874, Sebastián Lerdo de Tejada —entonces presidente de la república— levantó y signó ante el público ahí reunido el acta oficial de instalación de la colonia Guerrero.1 Si esas viejas paredes hablaran, además de describir hasta el mínimo detalle de este acto protocolario y fundacional, narrarían la manera en que, con la llegada del ferrocarril a Buenavista, el urbanismo se abrió camino en esa zona de la capital mexicana. Con igual viveza rememorarían el bullicio de las vecindades, de los tendajos, de las concurridas fiestas celebradas el 2 de agosto en honor de la virgen, de los parroquianos embeodados por el “divino tormento” 1
Entre otros periódicos de la época, la nota con los pormenores de esta ceremonia puede consultarse en el periódico Siglo Diez y Nueve, 29 de junio de 1874, p. 3.
VII
expendido en las pulquerías locales y de las chacualosas calles por donde circulaban los tranvías que, desde el zócalo capitalino, sobrecargados y con uno que otro fierro quejumbroso en su configuración, diariamente arribaban pletóricos de ánimas hasta ese lugar. Con el cambio de siglo, la misma iglesia de los Ángeles también fue testigo de cómo esos viejos tranvías de mulas cedieron su paso a los enfurecidos vehículos automotores de combustión interna y de la manera en que, en alguna época, los habitantes de sus inmediaciones tomaron la plaza frontal del mismo nombre como una extensión natural del patio de sus viviendas y organizaron en ella bodas, bautizos, cumpleaños y un sinnúmero más de actividades familiares y recreativas que les proporcionaban un momento de respiro en su agitado mundo laboral. En el sonido ambiental de esos tiempos, además de las risas infantiles y los pregones lanzados al espacio por los vendedores ambulantes que frecuentaban el lugar, el viento transportaba también las ondas acústicas del Chachachá, del Mambo y de otros ritmos cubanos que, a tan solo unas cuadra de distancia, retumbaban al interior del Salón Ángeles, congregando con sus frenéticos compases a rumberas y pachucos, esos pintorescos personajes de la contracultura citadina que, hasta nuestros años, como fantasmas de otro tiempo, pueden verse caminando por la misma calle de Lerdo, las unas con sus despampanantes vestidos, y los otros portando con orgullo su reluciente cadena al cincho, el accesorio perfecto para complementar sus desproporcionados trajes Zoot Suit y sus bien lustrados y consentidos zapatos bicolor, infatigables aliados de aquellas noches de calor. Por la otra cara de la moneda, en más de una ocasión, aquellas risas y festejos se vieron ensombrecidos por oscuros nubarrones de tempestad. Así, a lo largo de su historia, este santuario llegó a sufrir el olvido de sus parroquianos, guerras civiles, inundaciones y también la embestida de los terribles temblores que constantemente aquejan a nuestro país. En un ejemplo de los anterior, el 19 de septiembre de 1985, tras el fuerte terremoto que tuvo lugar en la Ciudad de México, el llanto y la desesperación tomaron por asalto sus inmediaciones. Exactamente treinta y dos años después, como si de un horrible déja vu se tratase, las mismas reacciones de pavor se dejaron sentir una vez más en la piel y en las entrañas de los habitantes de la Guerrero y de sus colonias adyacentes. Tras menguar los movimientos oscilatorios y trepidatorios de ese día, ya un poco más calmadas y luego de permanecer
VIII
asidas de un hilo, las huidizas y espantadas almas volvieron a habitar los cuerpos de todos los vecinos de Los Ángeles; sin embargo, cinco días después, al filo de las dieciséis horas, el crujir de las piedras y una densa nube de polvo hizo recordar a cada uno de ellos que, cuando menos se espera, las tragedias pueden encontrarte a la vuelta de esquina. Tras un ensordecedor estruendo, la cúpula de este antiguo recinto había colapsado. El desafortunado suceso unificó a un sector importante de la comunidad para procurar la pronta reconstrucción de la que durante siglos ha sido el centro neurálgico del barrio de los Ángeles. El Instituto Nacional de Antropología e Historia también tomó cartas en el asunto y, a la par, varios medios de comunicación comenzaron a indagar la tradición histórica del edificio afectado. En las notas periodísticas de medios electrónicos e impresos circularon los nombres de algunos personajes que han dejado un testimonio escrito sobre el devenir histórico de la virgen de Los Ángeles y, por consiguiente, del edificio que la resguarda. Entre los autores más citados por los periodistas se encontraban los padres Pablo Antonio Peñuelas y José Carlos Berruecos, así como los cronistas Ignacio Manuel Altamirano y Manuel Rivera Cambas; sin embargo, a pesar de que durante el siglo XVIII jugó un papel fundamental en la construcción de este templo mariano, el gran ausente de esas crónicas fue José de Haro, “restaurador de los cultos de esta celestial princesa y perpetuo mayordomo de ese santuario”. Además de poseer ese rimbombante título, entre 1780 y 1790 José de Haro escribió con su puño y letra un manuscrito del que abrevaron los dos sacerdotes arriba mencionados y que, hasta este momento, había permanecido inédito en su publicación. Hablo de las Maravillas de la providencia divina que tan claramente resplandecen en la admirable conservación de nuestra señora de los ángeles, cuya prodigiosa imagen se venera pintada en una pared de adobes, que es la principal de su santuario, extramuros de México, desde el año 1580. Por primera vez en la historia de este documento, antecedida de una pequeña nota introductoria, presento su transcripción paleográfica íntegra de este manuscrito inédito, con la esperanza de que contribuya a reforzar el sentido identitario y la cohesión social que la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles ha conseguido proporcionar a ese famoso barrio de la colonia Guerrero, aquí, en la alcaldía Cuauhtémoc de la Ciudad de México.
IX
el origen de un culto y de una tradición 1758. José Antonio Suárez murió rabiando por envenenamiento. Esperanzada, la madre acudió al santuario de Nuestra Señora de los Ángeles para pedir por la salvación de su hijo. Pronto tuvo noticia de que, inesperadamente, el exangüe cuerpo había vuelto a la vida. 1772. Un caballero principal de la corte novohispana que había perdido su caudal en malos negocios se recuperó económicamente tras encomendarse a la Señora de los Ángeles. 1780. Joaquín Mariano, epiléptico y desahuciado por su médico. La madre tomó una estampa con la imagen de la virgen de los Ángeles y, después de colocarla en el rostro de su hijo, este se levantó aliviado para jugar con sus hermanitos como si ningún mal lo hubiese aquejado. 1780. Un niño de mediana edad que había quedado ciego por el mal de viruelas recuperó la visión al enjugarse los ojos con las aguas que manan en el pocito del santuario de la virgen de los Ángeles. Reales o no, testimonios como los que preceden estas líneas —todos ellos milagros atribuidos a Nuestra Señora de los Ángeles— conforman los cimientos sobre los que se erige el culto o la veneración hacia una imagen religiosa. Conforme el rumor de dichos prodigios se propaga, la fama del santo o virgen de tal o cual localidad traspasa fronteras y, cuando esto sucede, por muy humilde que sea su asiento, este se convierte en un santuario; esa especie de embajada celestial adonde los creyentes más fieles acuden esperanzados para obtener el favor divino. Entre los siglos XVIII y XIX, un considerable número de milagros atribuidos a la virgen de Nuestra Señora de los Ángeles propició que, año con año, carretadas de gente se movilizaran hasta su templo, convirtiéndolo, sobre todo en las dos centurias aludidas, en uno de los más visitados en el centro del país. Pero, ¿cómo inicio todo? Para responder a esta sencilla pregunta debemos remontarnos hasta el siglo XVI y echar mano de la tradición oral. Cuenta esta última que, en ese tiempo, el barrio que hoy nombramos Los Ángeles era conocido como Coatlán. Colindaba con el de Tlatelolco y, según lo cuenta Haro en el manuscrito, era una zona muy proclive a las inundaciones.
X
Hacia 1580, en medio de uno de estos desastres naturales, un lienzo con la imagen de la Asunción de la Santísima Virgen María apareció flotando entre los escombros. Cuando las aguas bajaron, Izayoque, un noble tlatelolca que revisaba el daño que el siniestro había causado, lo encontró dentro de su propiedad y, según refiere el mismo Haro, quedó tan prendado de la belleza de la imagen que determinó fabricarle un pequeño oratorio de adobe; sin embargo, al momento de colocar el retrato en su nuevo aposento y observar los múltiples desgastes que presentaba, el cacique indígena optó por contratar a un pintor que copiase la imagen mariana en una de las paredes de la construcción. Si bien el resultado final guardó más parecido con una “Concepción de María”, la particular belleza de la virgen modelada en aquel muro de adobes atrajo hasta ese lugar a más de un curioso que ansiaba conocerla. Según reza la tradición que Haro recogió en sus Maravillas de la providencia divina — y que autores como Peñuelas y Berruecos siguen casi al pie de la letra—, para 1595 la madona había ganado tal fama que, Pedro Moya de Contreras, arzobispo de México, erigió en capilla ese pequeño lugar de culto. Aunque el dato es anacrónico, pues esta dignidad falleció en el año de 1591, lo cierto es que, con el paso del tiempo, “Nuestra Señora de los Ángeles” fue ganando un considerable número de adeptos que cotidianamente la visitaban en el barrio indígena donde residía. Durante el siglo XVII nuevas inundaciones siguieron aquejando a la entonces capital de la Nueva España.2 Se dice que la de 1607 derruyó casi por completo la capilla de adobes sin que la pared donde estaba pintada la virgen sufriera mayores daños. Veintidós años más tarde, en 1629, un nuevo diluvio anegó la ciudad y sus inmediaciones durante un lustro, el mismo tiempo que, a decir de Haro, la virgen permaneció cubierta por la humedad. Es aquí donde, según sus fieles creyentes, tuvo el mayor de sus milagros. El mayordomo lo refiere con las siguientes palabras: ¿Habrá quién dude que esta fue la mayor muestra de su amor? Pues, por estar pronta a nuestro socorro, sufrió con nosotros y por nosotros tan grandes trabajos y ultraje de las aguas sin consentir que la humedad de cinco años pudiesen dañarla 2 Everett Boyer, Richard, La gran inundación, vida y sociedad en la Ciudad de México (1629-1638), traducción de Antonieta Sánchez Mejorada, Secretaría de Educación Pública, México, 1972.
XI
en lo más leve para lo cual no fue menester pequeño milagro, pues no cabe en lo natural que una pintura densa y en una débil pared de adobes pudiese resistir la fuerza y humedad de las aguas cuando la misma experiencia nos muestra que luego que un adobe percibe humedad se resuelve en lodo y toda pintura, humedecida, al instante suelta la materia de su aparejo y se salta la cáscara. Y esta pared prodigiosa pudo resistir el combate de cinco años continuos de humedades tan copiosas que la tenían anegada hasta cuatro varas de alto sin que fuese este motivo para que despidiese la soberana pintura de aquella prodigiosa imagen, antes, en esto mismo resplandece más su gloria y se descubre claramente el invisible poder del brazo que la sostuvo y, hasta el presente, la conserva para admiración del mundo.3 De aquí en adelante, el culto a la que en ese tiempo era conocida como la virgen de la “Asunción de Izayoque” fue cuesta arriba. Si en el imaginario católico de ese tiempo la Guadalupana fue la patrona que intercedió ante dios para que bajaran las aguas, el prodigio lo hizo mientras navegaba salvaguardada en las mismas barcas que mantenía secos al virrey y a otros importantes miembros del clero secular; por el contrario, la virgen de los adobes fue quien, como los más desamparados, resistió estoicamente aquella “furia divina” mientras se encontraba inmersa dentro de la podredumbre de un lodazal. Apenas se normalizaron los niveles de los mantos acuíferos, con la venia de Francisco Manso de Zuñiga, entonces arzobispo de México, los vecinos del barrio de Coatlán comenzaron a reparar la ermita donde era resguardada la virgen.4 Diez años transcurrieron para que esta fuera levantada nuevamente y, hacia 1685, Francisco Aguilar y Seixas concedió la licencia necesaria para la celebración del culto en el lugar. A pesar de esta aparente bonanza, Haro refiere que, desde las primeras décadas del siglo XVIII, de forma paulatina, el lugar sufrió el abandono de sus fieles. Como un ejemplo de esta debacle, él mismo anotó las siguientes palabras: “se hallaba sin techo ni puertas, entraban y salían las bestias en ella y de noche era el albergue de un pastor y su pobre rebaño”5.
3 F. 47r-48r. 4 Fol. 48v. 5 Fol. 59r y 60v.
XII
En 1745, cuando algunos fieles se percataron de cómo, a pesar del olvido, la imagen de la virgen seguía tan brillante como el primer día, retomaron el culto hacia ella; entonces, acudieron a ese santuario “numerosos concursos de hombres y mujeres y, siguiendo a estos, fueron ocurriendo también las vendimias en muchedumbre de comistrajos y brebajes, con lo que en breve, degeneró la devoción en disolución, pues entre aquel tumultuario concurso se mezclaba la maldita cizaña y, profanos y libertinos, volviendo aquel campo teatro de maldades y desórdenes”6. Estas “maldades y desórdenes” fueron utilizadas como pretexto por las autoridades eclesiásticas de ese tiempo para prohibir por completo el culto a la Asunción de Izayoque y la continuidad de los arreglos que se hacían a su ermita. Incluso: “cubrieron a Nuestra Señora de los Ángeles, aplicándole en su venerable rostro y manos unos petates mojados con el fin de que se borrara. Encima de dichos petates pusieron unas tablas, afianzándolas con fuertes clavos de la misma pared”7. Según sus fieles, la afrenta descrita causó tal furor en la comunidad que “los hombres corrían, las mujeres muchas se desmayaron de la pena y los niños gritaban pidiendo al cielo que imprimiera sus iras en los causantes de aquel horroroso estrago”8. Cuenta la misma tradición que, transcurridos siete meses de los sucesos mencionados, ocurrió otro de los grandes milagros que a la postre posicionaron a esta virgen como una de las imágenes con mayor número de fieles en el centro del país. A decir de los devotos, todo sucedió cuando Pedro Navarro de Islas, a la sazón inquisidor mayor del tribunal de la fe: “se resolvió a ejecutar un hecho que, en otro, fuera un atentado, pues fue en compañía de dos padres misioneros fernandinos y, de propia autoridad, mandó desclavar las puertas de la ermita, hizo quitar las tablas con que se hallaba cubierta la santa imagen
6 Folio 53r. 7 54v-55r. 8 Fol. 55v.
XIII
[…] y, cuando no esperaba otra cosa que se descubriesen los adobes desnudos de toda la pintura, se dejó ver la señora, tan linda y hermosa como aparece la brillante aurora la noche oscura y tenebrosa”9 . Este fue el portento que logró franquear nuevamente las puertas de la ermita del barrio de Coatlán. Aunque las limosnas comenzaron a entrar a cuentagotas en las arcas y parecía ser que por fin iban a reanudarse las obras suspendidas, dada la poca afluencia de fieles, muy pronto volvió a detenerse aquella fábrica. El descuido que durante tantos años sufrió este pequeño centro de oración, así como los agravios a los que constantemente era sometida la virgen de los adobes (robos, tropelías y descuidos), fue para la sociedad religiosa de ese tiempo un importante factor causal de las grandes tragedias que en los años subsecuentes asolaron la capital de la Nueva España; entre ellos, la nueva inundación de 1746, la epidemia de matlazahuatl de 1748 e, incluso, los terremotos de 1751, 1768 y 1776; pero, ¿qué lugar ocupa José de Haro en esta historia? Ahondemos brevemente en ello.
josé de haro, promotor de nuestra señora de los ángeles Fue en el año de 1776 que José de Haro, sastre de profesión y autor del manuscrito, interviene por primera vez en el devenir histórico de la parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles. Él, como casi todos los de su tiempo, era un hombre sumamente religioso. Consideraba que su presencia en este mundo era tan solo un “débil instrumento” para ejecutar la divina voluntad de su dios; pero, ¿cuál era esa voluntad? Según su razonamiento, difundir el culto de Nuestra Señora de los Ángeles y proporcionarle el mejor de los santuarios. Al menos, menciona él, esa necesidad fue la que se albergó en su pensamiento en cuanto la conoció: “qué dolor me causó ver aquella divina hermosura metida en una choza que más parecía albergue de sabandijas que casa de la madre virgen […] parece que la divina señora daba voces a mi corazón y con semblante apacible me animaba al reparo de su casa, prometiéndome el socorro de su mano si yo me
9 Folios 58v-59r.
XIV
determinaba a emprender lo posible, dejando a su cuidado lo imposible […] Púseme a conferir este pensamiento y saqué por conclusión que, si pudiera tener efecto mi deseo, sin duda le traería más culto y veneración, porque, como los hombres se mueven por los sentidos, viendo estos a la santa imagen bien vestida y ricamente alhajada, le tributarán con mayor respeto y veneración sus adoraciones”10 Cuando por fin se convenció de su misión, Haro comenzó hacer algunas reparaciones y acudió a la parroquia de Señora Santa Ana, que era a donde estaba adscrita la capilla de la de Los Ángeles, y pidió la autorización de emprender obras mayores en ella. Cuando las autoridades correspondientes por fin dieron luz verde a sus intenciones, techó con tejamanil el maltrecho recinto y cubrió la imagen para que no fuera dañada por las obras de reparación. Los detalles sobre las subsecuentes reparaciones, los aderezos de las mismas y otros obsequios que Haro hizo a la virgen de Coatlán los hallarán bastante abundantes en la presente transcripción. Basta decir aquí que, además del esfuerzo ejecutado por el sastre para aumentar el culto de la imagen, fue un desafortunado desastre natural el que acrecentó su número de creyentes. El domingo 23 de abril de 1776 a las 4, 5 y 6 de la tarde, los habitantes de la capital de la Nueva España sufrieron en carne propia el estremecimiento de la tierra. Quién sabe cuántos credos, padres nuestros y aves marías rezaron sus habitantes para medir la duración de aquellos sismos que causaron graves estragos en la Cárcel de la Acordada, la Casa de Moneda y la propia Catedral, pero al ver cómo sucumbían aquellos edificios y ante el temor de morir aplastados entre los escombros, decidieron abandonar sus moradas y huir hacia los barrios circundantes en busca de un refugio que les ayudara a preservar su vida. Así las cosas, Haro presenció cómo aquel concurso de gente buscaba desesperadamente algún refugio en la capilla de Nuestra Señora de los Ángeles y sus inmediaciones. Aquí su visión de los hechos: “[…] estaba aquel campo tan sumamente solo que ni pájaros pasaban por aquellos contornos, y como iba llegando la noche nos llenamos de temor porque hasta allá se percibían los clamores
10 Fol. 79r-79v, 89r y 89v.
XV
de toda la ciudad. Pero breve nos consolamos viendo que se acercaban numerosos concursos de hombres y mujeres de toda clase y distinción, en tanta abundancia que, poblándose aquel desierto, como no cabían dentro, se rodearon de la ermita y todos en alta voz pedíamos misericordia, suplicando a la reina de los ángeles interpusiese sus ruegos […] Apaciguado el tumulto, se repartieron en comunidades rezando a coros el santo rosario […] continuaron su devoción toda aquella noche y dos días después que permanecieron en todo aquel campo […] temerosos de entrar en la ciudad, quedando desde entonces tan fieles devotos de esta soberana imagen de María Señora Nuestra, que en cinco años no ha desfallecido la devoción, antes de día en día va creciendo el número de sus devotos y se van aumentando los cultos de esta purísima virgen”11 Tan buen trabajo hizo el sastre novohispano que el propio arzobispo Alonso Núñez de Haro y Peralta le concedió una licencia oficial para que en la capilla se pudiesen celebrar misas e impartir sacramentos12. Además, ante la incredulidad manifiesta de algunos opositores de la imagen, presentó a varios declarantes que atestiguaron bajo juramento la antigüedad y milagrosa conservación de la misma.13 Así, contra viento y marea, para 1781 José de Haro dio por concluidas las obras del santuario. Fue nombrado Mayordomo Perpetuo por el arzobispo, dejó establecido un capellán encargado de las celebraciones religiosas y dotó de un poderoso aliento a un culto que, aun con varios altibajos, habría de prolongarse varias décadas por delante. Nuevos mecenas llegarían a engalanar nuevamente la arquitectura del santuario y este también sería dotado por las autoridades clericales de las más variadas y singulares gracias
11 Fol. 94r y v. 12 Fol. 97r y v. 13 Para este objeto, en 1777 Haro se valió de la declaración de cinco religiosos y once seculares. Entre los nombres de aquellos declarantes destaca en su manuscrito los de don Martín Picazo de San Roque Martínez, con 113 años de edad; Juan de Alvarado, de 96 años; un padre clérigo nombrado don Manuel, con 88 años; a más de la inspección realizada por Francisco Vallejo José de Alcibar, “maestros del arte de la pintura” y el reconocimiento realizado por Francisco Torres y el alférez Ildefonso Iniesta, “famosos arquitectos de la corte”. Fol. 118v-120r. Sobre sus testimonios abunda Haro en el capítulo 14, 15, 16.
XVI
eclesiásticas.14 Bajo estas circunstancias, y con el transcurrir de los siglos venideros, el santuario del antiguo barrio de Coatlán se convirtió no solo en la materialización del sueño que alguna vez tuvo un sastre novohispano de la Ciudad de México, sino también en la meca que daría paz y consuelo a los fieles más necesitados.15
libros public ados y el manuscrito de haro Aunque podemos encontrar fragmentos sobre la historia del santuario y de la virgen de Nuestra Señora de los Ángeles en las columnas de algunas publicaciones periódicas decimonónicas como El espectador de México y La voz de México, o en los textos costumbristas redactados por Manuel Rivera Cambas e Ignacio Manuel Altamirano, existen también unos cuantos impresos dedicados exclusivamente al tema. Conozcámoslos brevemente.
14 En el año de 1812 José María de Santiago consagró su rico patrimonio y todas sus relaciones al santuario de Nuestra Señora de los Ángeles. Así mismo, este recibió los siguientes favores: Pío VI lo agregó a San Juan de Letrán, Pío VII erigió allí una congregación y Gregorio XVI concedió oficio propio a la virgen bajo la adoración de los Ángeles y, hacia 1845, Pío IX concedió al santuario el jubileo de porciúncula. Marmolejo, Lucio, Mes de María Mexicano o sean Las Flores de Mayo consagradas a la Virgen María Nuestra Señora…, Librería Mexicana, 1860, p. 12. Para mayor información de José Ma. De Santiago y Carrero (1783-1845) capellán de los Ángeles y gran benefactor de ese santuario ver: “Rasgo de la historia eclesiástica en México”, en suplemento de El espectador de México, Tomo II, Redactores de El Universal y del antiguo Observador católico, agosto de 1851. 15 Algunos autores decimonónicos como Ignacio Manuel Altamirano y Manuel Rivera Cambas dejaron testimonio de la alta afluencia de las festividades del 2 de agosto, día consagrado para homenajear a Nuestra Señora de los Ángeles. El primero, además de catalogar a la virgen de los ángeles como la “madona de los pobres”, hace una descripción del recorrido trazado por los trenes que llegan hasta su plaza y de lo que él denomina “una de tantas bacanales católicas en nuestro país”. Aquí un fragmento de su texto: En la plaza, la bacanal. Cuarenta pulquerías y cinco mil personas almorzando barbacoa y bebiendo tlamapa bajo los rayos de un sol abrasador. La fruta de los puestos, deliciosa. Las muchachas de los barrios limpias y risueñas; los relojes en peligro; los gendarmes a caballo hechos unos Argos. No ha habido muertes en este año, y eso me decía un amigo que hace tiempo es asistente a la fiesta. —Ha estado triste… esta vez no ha habido ni un matado! Altamirano, Ignacio M. Paisajes y leyendas, tradiciones y costumbres de México, PRD, México, 2018, p. 55.
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El más temprano es una pequeña novena compuesta por el propio José de Haro y sacada a la luz en 1777 a sus expensas en la Imprenta nueva Madrileña de don Felipe de Zúñiga y Ontiveros,16 cuya circulación debió haber ayudado enormemente a Haro en la difusión de este culto mariano y la consecuente obtención de recursos para el financiamiento del santuario. La misma casa impresora publicó hacia 1781, el año en que Haro dio por terminados sus trabajos en el santuario, una Breve Noticia de la Imagen de Nuestra Señora de los Ángeles escrita por Antonio Peñuelas,17 bachiller y doctor nacido en Guanajuato y, a la sazón, presbítero del arzobispado de México.18 Se trata de una obra pequeña, con 105 páginas en octavo que, además de rescatar la memoria histórica en él contenida, presenta una breve descripción de la virgen, de la arquitectura del edificio y de los aderezos que en ese tiempo lo engalanaron. Este texto fue durante mucho tiempo el único material disponible para conocer la tradición de la virgen y el devenir histórico de su santuario. Más tarde, durante el siglo XIX, abrevarían de él personajes como Rivera Cambas19y Altamirano20 para documentar los ensayos citados anteriormente. De esa misma centuria son también los impresos intitulados La portentosa imagen de Nuestra Señora de los Ángeles y su Santuario21 y Disertación crítico-theo-filosófica sobre la conservación de la santa imagen de Nuestra 16 Haro, José de, Novena de la Purísima Concepción que con la sagrada advocación de Nuestra Señora de los Ángeles se venera en su capilla extramuros de México, Imprenta nueva Madrileña de don Felipe de Zúñiga y Ontiveros, calle de la Palma, México, 1877. 17 Este personaje es oriundo de Guanajuato. Estudió en el Colegio de San Francisco Javier de Querétaro y fue catedrático de Filosofía en el primitivo Colegio de San Nicolás de Valladolid (Michoacán). En la Ciudad de México obtuvo la beca de seminarista de San Ildefonso. Fue presbítero secular y traductor de letras apostólicas en el arzobispado. Entre sus publicaciones se encuentra un Panegírico de Nuestra Señora de Guadalupe y algunos sermones. Osores, Félix, Noticias bio-bibliográficas de alumnos distinguidos del Colegio de San Pedro, San Pablo y San Ildefonso de México, Tomo XXI de Documentos inéditos o muy raros para la historia de México, Genaro García [editor], Librería de la viuda de Ch. Bouret, México, 1908, p. 135. 18 Peñuelas, Pablo Antonio, Breve noticia de la prodigiosa imagen de Nuestra Señora de los Ángeles, que por espacio de dos siglos se ha conservado pintada en una pared de adove [sic], y se venera en su santuario extramuros de México, Felipe Zúñiga y Ontiveros, México, 1781. 19 Rivera Cambas, Manuel, México Pintoresco, Artístico y Monumental, Tomo II, Imprenta de la Reforma Perpetua, México, 1882. 20 Altamirano, Op. cit. 21 Anónimo, La portentosa imagen de Nuestra Señora de los Ángeles y su santuario, Tipografía de Aguilar e Hijos, México, 1886.
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Señora de los Ángeles. 22 El primero es una obra anónima publicada en 1886 por la Tipografía de Aguilar e Hijos que, en apenas 15 páginas, trata lacónicamente los pormenores más importantes sobre el asunto que versa en su encabezado; la segunda fue publicada en 1801 por Mariano Joseph de Zúñiga y Ontiveros y, como bien lo indica su nombre, ofrece a los lectores varias reflexiones sobre la naturaleza milagrosa de la madona que aquí nos interesa. Aunque se trata de un manuscrito que nunca conoció los caracteres de la imprenta, es importante mencionar que también en el mismo año de 1801, Ignacio Carrillo y Pérez, marcador de la Real Casa de Moneda de la Nueva España y gran apasionado de la historia, terminó de escribir el manuscrito Rosa Purpúrea, fresca y sin marchitarse por más de dos siglos en los estériles campos de Coatlán, una historia sobre la virgen de nuestro interés que, aunque durante mucho tiempo estuvo considerada como extraviada, es publicada ahora por Baltazar Brito, uno de los estudiosos de la obra inédita de este intelectual novohispano.23 Ya en el siglo XX (1922) apareció otra publicación que aportó nuevos datos a los ya conocidos. Me refiero a los Apuntes históricos sobre la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles y su santuario de en la Ciudad de México que redactó el padre José C. Berruecos.24 Es la primera que incluye una reproducción a color de la virgen, una investigación emanada de documentación en archivos, la continuación de la historia del santuario hasta finales del siglo XIX y una serie
22 Patiño, Pedro Pablo, Disertación crítico-theo-folosófica sobre la conservación de la santa imagen de Nuestra Señora de los Ángeles que se venera extramuros de esta Ciudad de México, y con motivo de una novena que se ha dispuesto apropiada a la dicha conservación, se consideró necesaria para prevenir la sabia crítica de las personas doctas, Mariano Joseph de Zúñiga y Ontiveros, México, 1801. 23 Ignacio Carrillo y Pérez (Siglo XVIII) fue alumno de jesuitas en el Colegio de la Santísima Trinidad de Guanajuato. Trabajó como marcador de metales en la Casa de Moneda de México y escribió la obra histórica denominada México gentil, católico y político, la cual permaneció inédita hasta el año de 2018 que fue publicada por Baltazar Brito. También es autor, entre otras, del Pensil Americano, una historia sobre la aparición de la virgen de Guadalupe y la fundación de su santuario y de Lo máximo en lo mínimo, obra dedicada a la imagen de Nuestra Señora de los Remedios e Historia del Santo Cristo del Cardonal. Para más información consultar: Carrillo y Pérez, Ignacio, México Gentil, Católico y Político, Baltazar Brito Guadarrama [Paleografía y estudio introductorio], Fundación Teixidor, México, 2018. 24 Berruecos, José C., Apuntes históricos sobre la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles y su Santuario de la Ciudad de México, Imprenta del asilo Patricio Sanz, 1922.
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de apéndices que incluyen el traslado de varios breves papales emitidos en favor del templo y de sus visitantes, “gracias espirituales”, las constituciones de los miembros de la real congregación25 fundada en ese lugar hacia 1815, información testimonial presentada por Haro en 1777 para verificar la “milagrosa conservación” de la virgen pintada en adobes y, finalmente, la transcripción de algunos párrafos de un “informe sobre las cuarteaduras y desplomes observados en el santuario de Ntra. Señora de los Ángeles, por cuya causa se emprendió la obra de cimentación del templo en 1907”. Además del tema, cada uno de los impresos aquí referidos guardan algo en común: directa o indirectamente los autores de cada uno de ellos abrevaron de la información que entre 1780 y 1790 José de Haro, perpetuo mayordomo de Nuestra Señora de los Ángeles, plasmó en sus Maravillas de la providencia divina…. Es muy probable que el propio Haro haya proporcionado su borrador al presbítero Peñuelas para que este escribiera su Breve noticia, pues él mismo solicitó al arzobispo Alonso Núñez de Haro su ayuda económica para sacar a la luz la pequeña obra publicada por Zúñiga y Ontiveros.26 Pero, ¿por qué alentar una publicación que tan solo resume la información que con tanto esfuerzo había recopilado y escrito? Tal vez Haro prefirió que la historia del culto que promovía entre los feligreses fuera lanzada al mundo por un respetable miembro del clero secular —que además era hombre de letras—y no por la pluma de un desconocido sastre. Esta, como cualquier otra respuesta, sería tan solo una especulación. Lo único cierto es que durante mucho tiempo el apellido de Peñuelas fue el único que citaron todos aquellos que escribieron sobre el asunto; al menos, hasta el año de 1922
25 Para mayores referencias sobre esta congregación pueden consultarse, además del libro de Berruecos: Constituciones u ordenanzas para el gobierno de real congregación de Nuestra Señora de los Ángeles, Oficina de Alexandro Valdés , México, 1818 (disponible en Archivo Histórico Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, Col. Gómez de Orozco, Leg. 56, doc. 12) y Patente de la congregación de Nuestra Señora de los Ángeles y sumario de las indulgencias que pueden ganar los congregantes, Imprenta de Valdés a cargo de M. Gallegos, México, 1833. 26 Al respecto, la carta publicada en el libro de Peñuelas indica lo siguiente: “Quando la divina providencia havía reservado el culto de la maravillosa imagen de Nuestra Señora de los Ángeles para el feliz tiempo del sabio y acertado gobierno de V. S. Illma. Y quando V. S. Illma. ha cooperado a este mismo culto con las muchas gracias, franquezas e indulgencias con que ha enriquecido aquel santuario, sería temeridad buscar otro mecenas para esta pequeña obra […]” Peñuelas, Op. cit.
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que fue publicado el libro de Berruecos,27 en cuya redacción el autor padre asegura que una buena parte de su información la tomó del manuscrito original de Haro.28 Como anteriormente se mencionó, el documento que aquí se publica fue elaborado entre 1780 y 1790 por José de Haro. Lleva por nombre Maravillas de la providencia divina que tan claramente resplandece en la admirable conservación de Nuestra Señora de los Ángeles… y, al parecer, durante mucho tiempo permaneció en el Archivo del Santuario de NSA, lugar donde fue consultado por Berruecos. Aquí la información que proporciona el padre: “Esta crónica a que con frecuencia hacemos referencia se conserva inédita en el Archivo del Santuario y es uno de los documentos más antiguos de Nuestra Señora de los Ángeles. Don José Haro recogió de boca de los indios del pueblo de Coatlán la tradición conservada desde 1580 y la consignó por escrito con una sencillez y fidelidad poco comunes. De la crónica de Haro tomó todos los datos para su Historia el Br. Peñuelas y de esta se han servido a su vez los demás cronistas del Santuario”.29 Después de este año su paradero es incierto. Debe estimarse que en algún momento fue sacado del archivo parroquial y vuelto a aparecer en 2020 cuando fue obtenido por un coleccionista privado. El manuscrito, en cuarto menor, está encuadernado en pergamino y las 206 fojas que lo conforman manufacturadas con papel de trapo. La primera de ellas presenta el retrato de Nuestra Señora de los Ángeles, elaborado en aguada y puntillismo color negro. La portada presenta caligrafía polícroma, mientras que el resto de la escritura fue trazada con tinta ferrogálica en su totalidad. Haro comenzó su redacción con una dedicatoria “A la hija de Dios padre, a la madre de Dios hijo, a la esposa soberana de Dios espíritu santo”. Después, mediante un prólogo, pone de manifiesto las razones que lo orillaron 27 Ahora que salió a la luz la Rosa Purpúrea tenemos conocimiento de que, para su redacción, Carrillo y Pérez también consultó el manuscrito de Haro 28 Berruecos, Op. cit., p. 54. 29 Idem.
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a escribir su obra. En términos generales, desea hacer patente la asombrosa conservación de la virgen de los adobes y los milagros que esta ha obrado en sus fieles. El cuerpo del texto está dividido en 20 capítulos. El primero de ellos da razón de las condiciones geográficas donde se encuentra localizado el santuario, mientras que en los subsecuentes da cuenta de varias noticias concernientes a la génesis de la imagen y de su santuario, los cultos públicos dedicados a ella y algunos de los milagros que la gente le ha atribuido. La escritura de Haro es sencilla e intenta respaldar sus dichos en la memoria colectiva y en los documentos formados en torno a ella, especialmente: “uno del año de cuarenta y cinco y otros del setecientos setenta y siete, unos y otros sostenidos en las declaraciones de seis señores sacerdotes, cinco españoles y otros tantos caciques y principales de aquella parcialidad. Por los varios cargos y puestos que han tenido en su república y, lo que es más, la recomendación tan apreciable de su avanzada edad, uno con ciento y trece años, otro de noventa y seis, un padre clérigo de ochenta y ocho, y a este tenor los que restan hasta dieciséis que son. A esto agrega la exposición de los más célebres pintores y famosos arquitectos de esta corte, en que me parece, se nos muestra un dilatado campo para el cuerpo de esta historia ”30 Lamentablemente, al no corroborar en fuentes impresas algunos de los datos transmitidos por esta historia oral, cae frecuentemente en anacronismos, especialmente en las temporalidades de los personajes históricos que están relacionados con su relato (virreyes, arzobispos y otros actores). Pero lo anterior no le resta seriedad a su texto, pues hay que recordar que en ningún momento pretende escribir una obra científica. Su objetivo es muy sencillo: la promoción de un culto mariano. “…y al presente deseo atraer los corazones de los mortales con estas simples noticias que pretendo escribir de los admirables prodigios que la divina providencia se ha servido obrar con esta santa imagen y por medio de su intercesión, como tam-
30 Maravillas de la providencia divina…, f. 3r.
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bién los beneficios con que nos has patrocinado: motivos tan poderosos que, sin duda, nos persuaden a que, como fieles devotos vuestros, frecuentemos tu santa casa […] que nos haga dignos de merecer las piedades que esperamos recibir de tu clementísima mano”. En ese sentido, la guía que lleva su pluma no es otra que la exaltación de sus creencias religiosas, agrupadas en un discurso dirigido principalmente a la grey católica: “Debiéndose entender cuanto aquí dijere en una fe piadosa y de mera tradición, hasta que la santa iglesia romana la califique en bastante forma, a cuya sagrada corrección me sujeto en todo, venerando sus santas determinaciones”. Tomando en cuenta lo anterior, en las Maravillas de la providencia divina… tenemos un documento que nos proporciona abundante información sobre la manera en que la sociedad católica novohispana expresaba su fe y, a su vez, da cuenta de cómo este tipo de cultos refuerzan los lazos que mantienen cohesionada a una comunidad. Esto sucedió con el barrio de Los Ángeles. Como bien se mencionó al inicio de este breve texto, aquel santuario que se encuentra en sus inmediaciones ha sido punto de encuentro de todos aquellos que habitan a sus alrededores. A su vez, en su paso por la historia, este centro religioso ha proporcionado cobijo a los necesitados y auxilio en tiempos de desesperación. Los terremotos que constantemente aquejan nuestro país son un buen ejemplo de lo anterior. Así como en 1776 los habitantes de la capital novohispana encontraron refugio en sus inmediaciones, después de los desastrosos movimientos telúricos desatados en las últimas décadas (1985, 2017), los vecinos de la colonia Guerrero han hecho de esta parroquia un lugar donde, independientemente de sus creencias religiosas, la solidaridad impera en el actuar de cada uno de ellos. Espero sinceramente que este manuscrito brinde nuevas luces sobre la historia de este tradicional barrio de la alcaldía Cuauhtémoc y que sea de alguna utilidad para los investigadores interesados en el devenir de las instituciones religiosas novohispanas.
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A partir de este punto se reproduce el facsimilar del libro “maravillas de la providencia divina” {
Dedicatoria del Autor { A la hija de dios padre, a la madre de dios hijo, a la esposa soberana de dios espíritu santo, a la que es sagrario y templo de la trinidad sagrada. A quién, si no a vos, señora (que sois refugio de pecadores), deberé yo dedicar esta pequeña obra cuando siempre ha sido mi fin. Y, al presente, deseo atraer los corazones de los mortales con estas simples noticias que pretendo escribir de los admirables prodigios que la divina providencia se ha servido obrar con esta tu santa imagen y por medio de su intercesión, como también los beneficios con que nos has patrocinado. Motivos tan poderosos que, sin duda, nos persuaden a que, como fieles devotos vuestros, frecuentemos tu santa casa, con tal devoción y aprecio, que nos haga dignos de merecer las piedades que esperamos recibir de tu clementísima mano. Solo me desalienta la insuficiencia de mis discursos y la ninguna elocuencia que tengo para este fin, pero, aunque es cierto que mis obras no corresponden a mis deseos, espero de tu clemencia que, como maestra, la más sapientísima, no desecharás mi corta ofrenda, pues para con vos, señora, la mejor elocuencia es una fina voluntad, la cual ofrezco rendida a vuestros sagrados pies, esperando me deis acierto en serviros para llegar con tu amparo al gozo de la vida eterna. Señora, adora vuestras celestiales el más indigno esclavo de tu grandeza. José de Haro
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Prólogo { No es mi ánimo abultar milagros ni referir falsas maravillas, sino hacer patentes los célebres pasajes acaecidos en aquella angélica porciúncula, en el dilatado espacio de más de dos siglos que se conserva pintada esta bellísima imagen de María, señora nuestra, en una grosera pared de adobes; las muchas causas que ha tenido para su total exterminio; la grande hermosura de la santa imagen, los milagrosos efectos que, solo con mirarla, causa en los corazones. Para todo lo cual me ceñiré precisamente a los documentos que tenga presentes; unos del año de cuarenta y cinco y otros del de setecientos setenta y siete, unos y otros sostenidos con las declaraciones de seis señores sacerdotes, cinco españoles y otros tantos caciques y principales de aquella parcialidad. Por los varios cargos y puestos que han tenido en su república y, lo que es más, la recomendación tan apreciable de su avanzada edad, uno con ciento y trece años, otro de noventa y seis, un padre clérigo de ochenta y ocho, y a este tenor los que restan hasta dieciséis que son. A esto agrega la exposición de los más célebres pintores y famosos arquitectos de esta corte, en que me parece, se nos muestra un dilatado campo para el cuerpo de esta historia; pero para cabal inteligencia de los curiosos, y evitar el fastidio que naturalmente le causaría leerla seguida, me ha parecido adornarla con algunas particulares noticias que, por ser de la antigüedad, se hacen apetecibles. Y, para encender la devoción de los piadosos, la ilustraré con diversos beneficios que muchos devotos de esta celestial princesa han recibido de su misericordiosa mano, por medio de su hermosísima imagen, tan bella como milagrosa. Debiéndose entender cuanto aquí dijere en una fe piadosa y de mera tradición, hasta que la santa iglesia romana la califique en bastante forma, a cuya sagrada corrección me sujeto en todo, venerando sus santas determinaciones.
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Capítulo I INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA
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a más opulenta imperial corte mexicana se halla situada en el plan de este hermoso valle, tan ameno como fértil; este se dilata en su llanura a catorce leguas de largo, siete de ancho y cuarenta en circunferencia, cercante en toda su redondez eminentísimas sierras, cuyas cumbres corren hasta setenta leguas en contorno; pero como es natural que las aguas busquen lo bajo en sus corrientes, congregadas estas, forman diez lagunas en las inmediaciones de la ciudad, que se denominan por este orden: la de Chalco, México, Texcoco, Zumpango, Citlaltepec, Xaltocan, San Cristóbal, Azcapotzalco, San Juan Teotihuacán y la de Papalotla. Cada uno de estos famosos lagos parece un mar por el gran caudal de aguas que reciben en sus vasos, pues avanzan las innumerables vertientes de los montes en más de noventa leguas, a más de que son depósitos de ocho caudalosos ríos yt catorce arroyos que se nombran de esta forma: cuatro que bajan de los Remedios y el de Azcapotzalco, Tlalnepantla, San Mateo y Culhuacán, los arroyos de Cuajimalpa, Mixcoac, Tacubaya, Santorunte, Morales, los de Otumba que bajan de la sierra nevada, el de Tepolula, los Jardines y Texcoco. Todo este golpe de abundantísimas aguas se congrega en las diez lagunas, de donde se difunde por todo el valle en varios ojos y veneros, de donde resulta la gran fecundidad de todo este terreno y el hallarse en las cercanías de México opulentísimas haciendas de campo, muchedumbre de poblaciones, frondosas huertas de hortaliza y variedad de frutas y, al mismo tiempo, amenos jardines, fecundos pastos y otras muchas comodidades apetecibles a la vida humana. De aquí proviene ser esta capital una de las más opulentas ciudades de la Nueva España y aun puede competir en su hermosura con las principales de la Europa.
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Su piso es plano, las calles muy derechas y tan anchas que, con ser tan largas, se percibe la salida de cada una por uno y otro cabo; por mañana y tarde la baña el sol en todas las calles rectas y, al medio día, en todas las atravesadas. El piso de toda la ciudad, empedrado, y al recinto de las casas una cinta de losas para la comodidad de la gente de a pie; los edificios son muy lucidos, altos, con balcones y rejería de fierro, los más, de tres viviendas y algunos de cuatro, con suntuosos palacios adornados de torres, almenas, capiteles, gran porción de cúpulas en ciento y veinte magníficos templos, colegios, hospitales y recogimientos, terribles cárceles, con tal fortaleza, que solo su vista, ponen horror y espanto; y a este modo diversidad de oficinas, portalerías y un gran golpe de comerciantes que diariamente entran y salen por ocho calzadas reales y un gran número de canoas y chalupas que frecuentemente se ocupan en la conducción de ministrar berzas y flores, con tal abundancia que pasan de ciento las que diariamente entran a la plaza del mercado. Pero, sin embargo de todas las comodidades que goza esta república, está expuesta a muy evidentes peligros por ser la situación más baja de toda la rivera, con lo cual, y teniendo a la vista las diez lagunas dichas, diferentes ocasiones ha visto en estos cristalinos espejos la causa de sus conflictos, en tantas inmediaciones que le han llegado a poner las aguas a la garganta. Con horror aun de los gentiles, que pretendieron mudar la ciudad en tiempo de Moctezuma, quinto rey y primero de este nombre, pues solo en su reinado se verificaron tres, y otras tantas en el gobierno de Axayácatl, octavo rey. Las mismas acaecieron en el imperio de Moctezuma octavo [sic], penúltimo emperador de esta corte. Por eso, a más de los reparos que los gentiles pusieron para librarse del riesgo en que se hallaban cuando el año era copioso en lluvias, se han desvelado siempre con infatigable anhelo los señores virreyes de esta Nueva España en las magníficas obras del desagüe en Huehuetoca, escarmentados del propio peligro, pues a los treinta y uno de la conquista, en el año de 1553, el señor don Luis de Velasco, primer [sic] virrey de este reino, dio principio a estas magníficas obras de resultas de una terrible anegación que sobrevino el antecedente que, como la primera en tiempos de los castellanos, les causó grande novedad. La segunda acaeció en el año de 1556, causa porque no se pudo dar principio a la fábrica de la santa iglesia catedral, cuya obra estaba para comenzarse, teniendo para este fin hasta las mezclas prontas, habiéndose perdido gran porción de materiales.
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El año de 1580 en que gobernaba el señor don Martín de Manrique, sobrevino la tercera inundación, con tal fuerza, que se hizo más terrible que las anteriores, y de resultas de esta, tuvo su origen Nuestra Señora de los Ángeles, como diré después. Gobernando el señor Marqués de Montesclaros en el año de 1604, sobrevino la cuarta de no menos abundamiento en sus aguas. En el año de 1607 se verificó la quinta, en que pereció gran parte de esta corte, gobernando el señor Marqués de Salinas. Pero puso terror a los habitantes de este país, la horrorosa y nunca bastantemente pondera[da] del año de 1629 en que subieron las aguas cuatro varas más altas del piso en la parte más elevada de esta ciudad. Esta fue la sexta y, tan tenaz, que se mantuvo por cinco años continuos, experimentándose grandes estragos en las fincas, muertes, hambres, miserias y un tropel de calamidades, tanto, que se arruinó la mayor parte de esta corte, motivo porque pretendieron pasar la ciudad a las lomas de Santa Fe, lo que no tuvo efecto por un señor oidor nombrado Tejada, dueño de una casa con portalería, la cual se hallaba donde hoy llaman el Portal de Tejada. Verdaderamente que fue muy dolorosa esta calamidad, pues aun el santo sacrificio de la misa era necesario celebrarlo en los domingos y fiestas, en las azoteas de una y otra parte de las esquinas para que los fieles pudiesen oírla desde las canoas y chalupas. En las mismas azoteas formaron tejados de tejamanil que servían de hospitales para los pobres enfermos, el tránsito de las calles se hacía en chalupas y canoas donde habían formado su plaza, tiendas y demás oficinas de vendimias, la gente pobre tuvo que desamparar la ciudad y retirarse a morar a las orillas de Tacubaya y Guadalupe en unos jacalillos, según le permitían sus fuerzas; de aquí tomaron motivo las personas de comodidad para labrar casas de campo en San Ángel, San Agustín de las Cuevas y Tacubaya. Del temor de esta plaga tomaron ocasión para ir levantando la ciudad y dejando conductos subterráneos para el desagüe de toda ella, el cual corre a la laguna de Texcoco. Este es el motivo porque parece que muchas casas se han sumido y aun se apoya esta vulgaridad entre personas principales y de mediana capacidad, pero esta razón es apócrifa y no hay más, sino han subido el piso poco a poco en las casas modernas que diariamente van haciendo, y como las fábricas antiguas no las pueden levantar los primeros pisos, de aquí es que parezcan haberse sumido gran parte de la ciudad.
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Esta inundación del año de 1629 fue la última que se cuenta porque, aunque repitió en el de 1636 gobernando el señor Marqués de Cadereyta, y sobrevino otra en el gobierno del señor Conde de Revillagigedo por los años de 46, pero estas dos no se mencionan por tales a causa de no haber entrado en la ciudad, las cuales solo inundaron los ejidos y riveras. Verdaderamente que, así como en la cruz de los trabajos se purifican las almas, parece que con una particular providencia quiso el todopoderoso purificar este terreno, infestado en la gentilidad con el pestífero veneno de tan inmundos sacrificios que ofrecieron sus moradores a unas deidades falsas y abominables. Porque habiendo sido este imperio fundado por los toltecas y culhuas, bárbaras naciones que vinieron de las provincias del norte dirigidos por la voz de su oráculo, el cual era el abominable esqueleto de un grande hechicero nombrado Huitzilopochtli, a quien ellos adoraban por dios de la guerra. Díjoles el demonio por este mentido simulacro que saliesen de su patria y donde hallasen un tunal, y en él un águila devorando una culebra, allí fundasen su imperio: salieron, y después de muchos años de peregrinación, llegaron a las orillas de la famosa laguna de Texcoco, en ocasión que se hallaba el cielo nublado, el cual, separándose un tanto la nublazón, les mostró representada en el agua una luna llena, porque era tiempo en que ella lo estaba, pero como ellos eran tan dados a la idolatría, lo tuvieron por particular favor de su oráculo; de aquí vino el llamarse ellos mexicanos porque en su idioma le llamaban a la luna, mexique. En la mañana del siguiente día descubrieron en medio de la laguna un tunal (aunque otros dicen que fue un izote) en el cual vieron parada un águila con las alas abiertas, pues estaba calentándose al sol, esta tenía una culebra en la boca, presa que había hecho para saciar su hambre. El sitio donde la divisaron es donde hoy está la santa iglesia catedral; este fue el origen de tomar por armas de esta imperial ciudad un águila en un nopal y este en campo azul, y de aquí vino igualmente dar a este sitio el nombre de Mexique, que después corrompieron los españoles en México. Cuando estas dos naciones salieron de su patria hasta llegar a su destino se gobernaban por caudillos o capitanes, luego que se establecieron en estos países, se gobernaban por gobernadores o caciques, habiéndose hecho señores de estas tierras fueron coronando hasta setenta y dos reyes, sujetándose todos al mexicano emperador de las dos naciones que vinieron del norte. Los culhuas se destinaron a las armas y por esto plantaron su corte
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en la laguna, y los toltecas se dedicaron al comercio, y por eso formaron su república en el lugar de la tierra firme, tomando el nombre de Tlatelco, que fue su primer gobernador, cuyo nombre, corrompiéndolo, llamaron los castellanos Tlatelolco. Estas naciones, aunque gentiles, se gobernaban con grande armonía y política. Establecieron leyes civiles y militares. Hablando de las primeras, en que mandaban que al que se embriagaba fuese desterrado al campo a vivir con los brutos por haberse asemejado a ellos. Las rameras morían apedreadas, las adúlteras quemadas, y en las militares prohibían a los prisioneros tomasen las armas contra su rey, y antes se habían de dejar sacrificar. Mandaban que todos pagasen tributo y, el que otra cosa no tenía, fuese en piojos; igualmente se prohibía la ociosidad, dándole oficios a los mancebos y estos los repartían por poblaciones, en Texcoco hacían armas de guerra, en Tacuba tejían mantas de pluma para los nobles, en Iztapalapa curtían pieles para los plebeyos, en Chalco tejían telas de palma para los sacerdotes falsos, en Azcapotzalco eran plateros de oro y plata; cada uno tenía una sola mujer y esta le duraba hasta la muerte sin darle repudio. Los nobles vestían de pluma, los plebeyos de pieles, los sacerdotes de tela de palmas, los militares usaban casquetes de plumas, los cautivos andaban desnudos y las doncellas con el rostro cubierto. El emperador salía en andas de plata, sentado en cimotlale de oro, calzaba cacles de oro, vestía rica manta esmaltada en pedrería, cubierto con un rico palio en hombros de cuatro reyes, escoltado de un gran número de famosos capitanes, flecheros y macanistas y, en suma, era tal la grandeza y majestad con que salía este monarca gentil, que causa pasmo de admiración solo oírlo. ¡Qué sería de ver el método y gobierno en lo político y militar! Esta famosa corte manchada con un mar de sangre, vertida entre dolorosos ayes de tantos infelices gentiles sacrificados a sus mentidos dioses, era necesario y preciso que se purificase de tantas abominaciones, puesto que, por un efecto de la infinita bondad de dios, había de ser escogida para tantas dichas y felicidades como goza en la presente, porque tan abominable fue en su gentilidad como dichosa en la cristiandad, pues con particular benevolencia fue no solamente llamada sino escogida para ameno jardín y deleitable paraíso de la reina de los cielos, pues de tantas maneras y en tan portentosas imágenes se ha querido manifestar guarda y protección de esta corte;
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Misteriosa en la Piedad, De la Paz en San Lázaro, con advocación De la Bala de las Aguas en Jesús María, Del Socorro en Santa Inés, De las Angustias en el Amor de Dios, De la Macana en San Francisco, De la Redonda en Santa María, De Consolación en San Cosme, La Conquistadora en Los Remedios, Aparecida en Tepeyac de Guadalupe y Conservada en Tlatelolco, donde la venera nuestra fe, emperatriz poderosa de los angélicos coros, sin competencia en su belleza, sin semejante en su conservación y sin igualdad en lo milagrosa. ¡Oh, México feliz! Por cuántos títulos deben llamarte el querido Benjamín, ciudad mariana y patria de María, pues en tan portentosas imágenes se te ha dado por preciosa perla admitiendo tu concha para su engaste.
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Capítulo II EN QUE SE DA RAZÓN DEL SITIO DONDE SE HALLA EL SANTUARIO Y CONDICIONES DE AQUEL TERRENO
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l célebre santuario de Nuestra Señora de los Ángeles se halla fundado en los extramuros de esta imperial corte de México, cuya situación viene a caer al norte de la ciudad, donde antiguamente tuvieron los toltecas su parcialidad y república en uno de los seis barrios pertenecientes a Tlatelolco y es puntualmente el mismo que llamaban barrio de Coatlán y Lugar de salitres, por el mucho tequesquite que abunda en aquel terreno, el cual es el más bajo de toda aquella rivera y el de la peor condición de toda la ciudad: húmedo por extremo, sumamente airoso por su desabrigo, extremadamente estéril por el mucho salitre en que abunda, de tal suerte que en toda aquella comarca no se conoce otra planta que un árbol que llaman Del Perú, el cual no es útil para cosa alguna porque su sombra es nociva para la cabeza, su olor fastidia al olfato, su vista no es nada agradable, sus raíces son dulces pero venenosas y, en fin, solo se aprovecha de él la madera para el fuego y el fruto para los pájaros. Este fruto son unos pequeños racimos de manzanillas encarnadas, tan chicas, que parecen cuentas. El piso es con variedad, porque en partes es barro blanco, en otras, medio bermejo, en otras es arenoso, pero, en todo, salitroso y, con tal extremo, que por esta causa es totalmente inútil el agua de los pozos, la cual seca las plantas, pudre la ropa, raja las manos, hace producir con más fuerza el salitre cuando se riega el suelo con ella y, en suma, solo a las bestias es agradable pero no saludable cuando la toman con frecuencia. De bastimentos tiene gran carencia este lugar por hallarse retirado de la plaza mayor del mercado, con grande escasez de agua dulce, pues, aunque tiene pilas y cañerías, rara vez se verifica el que estas se hallen en corriente a causa del polvo tan sutil, que enzolva los conductos hasta dejarlos ciegos en el todo, impidiendo el curso de las aguas.
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Por todas estas incomodidades se hace inhabitable aquel lugar y se halla casi eriazo y con muy poca población. En este lugar o campo, de continuo se experimentan unos terribles huracanes, con tal fuerza, que causan horror y miedo, porque levanta del polvo unos remolinos, tan gruesos y oscuros, que parecen mangas de agua o corpulentas nubes. Es cierto que este lugar se halló muy avecindado en su gentilidad y aun después de conquistado, como se patentiza a la vista con las ruinas de tantos cimientos antiguos que se muestran en todo aquel campo, donde hasta el día se suelen encontrar vestigios de la gentilidad, pues, cavando a otro fin, hemos hallado variedad de ídolos con arracadas y cascabeles: unos de barro, otros de piedra muy sólida; juntamente diversidad de instrumentos músicos, como teponaztles, pífanos y flautines, oboes y chirimías hechos de un barro negro, tan fino, que parecen de exquisito maque y muy armoniosos en su voz. Suelen también encontrarse sótanos subterráneos con suelos de hormigón y paredes de guijas y, en todo aquel campo, muchedumbre de osamentas, tan abultados, que demuestran haber sido unos hombres muy corpulentos, los cuales no hay duda que serían de gentiles por el modo en que se enterraban, según demuestran, porque unos están sentados y estos demuestran haber sido de mujeres, otros de pie derecho al parecer de hombre y, los que están acostados, por lo regular se perciben dos bultos o dos cadáveres y, según denotan, de hombre y mujer, que a mi juicio se enterraban los maridos en el propio sepulcro de sus mujeres y ellas en el de sus maridos. Esta observancia tengo hecha, como también que de los muchos ídolos que se han sacado de aquel terreno, todos son de animales terrestres y no de aves ni peces y, aun, si bien se refleja, no se hallará uno que se parezca al toro, caballo, mula ni carnero, porque estos animales no los conocían los gentiles hasta que los castellanos los trajeron de la Europa, por donde claramente se infiere que dichos ídolos son muy antiguos desde el tiempo de los emperadores gentiles y no de los presentes tiempos, como algunos juzgan, porque también se hallan armas de guerra a modo de macanas con vidrios negros como el de las botellas castellanas en forma y figura de navajas de dos filos. También se hallan lengüetas de pedernal con una oquedad donde entraba la varilla de la flecha. Pero, volviendo a nuestro propósito, en el día está tan despoblado que más parece campo desierto que pueblo de naturales, de tal modo que el santuario de halla mirando al oriente, solo y sin arrimo alguno, en medio de una dilatada llanura, y las casas que hoy se hallan alrededor, aunque algo retiradas,
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han sido del año de setenta y ocho a este tiempo, y el no haberse poblado con perfección es por la mucha escasez de agua dulce y el insoportable costo que tiene el conducirla, pues lo que hace medio de agua en la ciudad, allí son dos reales, y esto con dificultad se halla quien la lleve. De todas las incomodidades y desamparos de aquel terreno y el hallarse infestado de salitre, los fuertes huracanes, la sutileza del polvo, la fuerza de los vapores contagiados y la mucha humedad de que se halla infestado provenida de las repetidas inundaciones, son claros testimonios de que la conservación de esta santa imagen por el dilatado espacio de más de doscientos años, excede las fuerzas de la naturaleza y, lejos de haberla dañado en lo más mínimo, antes son unos manifiestos motivos que hacen más admirable su duración y exaltan la gloria de aquel señor que la ha mantenido ilesa de toda ruina por los ocultos fines de su divina providencia.
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Capítulo III ORIGEN DE LA SANTA IMAGEN
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s del todo cierto que el origen de esta santa imagen no lo hemos podido desentrañar a punto fijo, porque a más de ser este tan antiguo, ha padecido esta corte tres inundaciones y varios incendios donde han perecido importantísimos documentos, así de esta portentosa imagen como de otras muchas, y entre los cuales lloramos la noticia y testimonios de la milagrosa aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, pero con todo, por constante tradición, sabemos de los antiguos, que por los años de 1580 padeció esta capital una horrible calamidad y miseria, tanto, que se vio a pique de perecer, porque no bastando los vasos de las diez lagunas para contener y retener imponderables lluvias y copiosos desagües de los montes, se salieron de madre y se despeñaron a lo más bajo del valle, que en puntualmente el bellísimo plan donde se halla fundada esta imperial ciudad, la cual quedó anegada por todas partes, con cuyas avenidas se arruinó el mayor número de las casas, y entre los varios muebles que, arrebatados de las aguas, se disipaban a la voluntad de las olas. Fue de este modo conducido un cuadro o lienzo de la Asunción Gloriosa de María, señora nuestra. Este se ignora cuyo fuese. Lo que sí se sabe, es que cuando la inundación se contuvo y la ciudad quedó enjuta, hallaron dicho lienzo en el lugar mismo donde hoy tiene el cimiento la pared de adobes en que está pintada Nuestra Señora de los Ángeles, cuyo sitio era perteneciente a un noble cacique nombrado Izayoque, el mismo por quien fue hallado el referido lienzo. Este tal, como piadoso, quiso mostrar su agradecimiento y, habiéndole consagrado aquel terreno a su divina huésped, determinó que allí mismo se le hiciera un pequeño oratorio, cuyas medidas fueron seis varas de largo, ocho y media de ancho y cuatro y media de alto. Su fábrica era de adobe, pero no común, y semejante al de todas las casas, porque este de que se halla formada la pared donde está la santa imagen, es delgado, de media vara en cuadro y sin mezcla de paja ni otro mixto, como regularmente suelen echar a todos los adobes para su mayor duración y unión.
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Luego que el piadoso cacique vio concluida la fábrica de su santocale (que así llaman a los oratorios), determinó dar principio a la colocación de la santa imagen de María señora, pero advirtiendo que el lienzo se hallaba algo maltratado a causa de haber andado por las aguas, solicitó un pintor para que lo retocase. Venido este, mudó aquel de parecer y le mandó al artífice que se la copiase, pintándola en la pared principal del oratorio, con advertencia que la copia fuese semejante a la del lienzo que le propuso por modelo; pero el pintor, que no debía de ser muy diestro en su facultad, erró los trazos y perfiles, pues teniendo por modelo una imagen de La Asunción, en la copia salió Concepción pero, tan hermosa, que con solo su belleza se atrajo las voluntades no solo de los mexicanos, sino de los lugares comarcanos, viniendo pueblos enteros a venerar su hermosura y a tributarle adoraciones, quienes la invocaban con el sagrado título de Nuestra Señora de la Asunción de Izayoque, cuya santa imagen es la misma que el todo poderoso, por su gran bondad, se ha dignado conservar a costa de tantas maravillas hasta nuestros felices tiempos. ¡Bendita sea su misericordia y admirable providencia! Lo que sí no se sabe, es cuándo o cómo la comenzaron a llamar con la advocación de Nuestra Señora de los Ángeles, aunque hay fundamentos para creer que esta sagrada advocación se la comunicó el cielo mismo, esto es, si hemos de dar crédito al simple dicho de algunos vecinos antiguos de aquel lugar. Dicen estos que, hallándose la santa ermita abandonada y casi destruida por los años de 37 de este siglo, observaron que en ciertas noches del año se dejaba ver en aquel sitio un grande incendio de luces, tanto, que parecía fuego material en que se abrasaba la capilla, por lo cual ocurrieron varios a favorecerla, pero luego que llegaban, no hallaban otra cosa que los fragmentos de la santa casa en una grande oscuridad. Esto mismo se repitió en distintas ocasiones y, habiéndose divulgado esta noticia, tomaron ocasión los piadosos para decir que acaso aquellas luces serían los celestiales paraninfos que, por disposición del cielo, hacían corte a esta prodigiosa imagen de su dulcísima reina y señora nuestra, de lo cual tomaron motivo para llamarle Nuestra Señora de los Ángeles, así como también le pudieran decir Del Incendio o De las luces. A mi parecer, fue acertado este discurso porque, ver luces a lo lejos y de cerca no hallar nada, qué otra cosa se debía pensar, a más de que esto no es nuevo en los celestiales espíritus porque, según nos refiere la historia de Texaquique,
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no tuvo otro motivo para tomar este nombre la imagen de María santísima que allí se venera, sino haberse percibido música no conocida en diferentes ocasiones. Igualmente, en el cerro de Otoncapul, siempre que pasaba don Juan de Tovar oyó la misma consonancia hasta que se le apareció la madre de dios y le mandó buscase en aquel puesto a su santa imagen de Los Remedios; y, por último, de este modo fue prevenido el ánimo del dichoso Juan Diego cuando pasaba por la montaña del Tepeyac y le arrebató su atención la dulce melodía de bien concertada música que observó en la cumbre del dichoso cerro que hoy llaman de Guadalupe, y otros muchos ejemplares que tenemos a este símil. Luego, qué dificultad podrá oponerse a que en una piadosa conjetura y con las luces que la experiencia nos ministra, creamos ser cierto lo referido. Mayormente cuando son tan claras las voces con que siempre y en todos tiempos nos lo ha declarado el cielo en las repetidas maravillas con que se ha empeñado para conservar una materia tan frágil como el adobe y una pintura tan mal unida a su aparejo, que por lo natural debiera haberse arruinado. Pero no solamente se ha hecho admirable esta santa imagen por su duración y belleza, sino mucho más por los favores que, tan a manos llenas, nos ha hecho desde su origen, con los cuales se ganó las aclamaciones de aquel barrio y de toda la ciudad, que la tuvo en veneración muchos años, eligiéndola por patrona de esta capital como expresamente lo afirmaba un regidor del nobilísimo ayuntamiento de esta corte, nombrado Albornoz. Verdaderamente que parece que esta divina señora, habiéndose empeñado en proteger esta dichosa ciudad, quiso acomodarse a nuestro limitado entendimiento, dándole tres portentosas imágenes suyas por especiales patronas. La primera, bajada de los cielos y aparecida en Guadalupe; la segunda, traída de la Europa y manifestada con modo milagroso en el cerro de Los Remedios y, la tercera, aunque pintada por los hombres, conservada en una pared por un modo milagroso y conservada por más de doscientos años a costa de portentos y maravillas contra todo el orden de la naturaleza en su prodigiosa imagen de Los Ángeles. Pero no debe hacer fuerza el que, habiendo sido el origen de esta santa imagen tan singular y maravilloso, y habiéndola tomado por especial patrona de esta corte, no se hubiese dedicado su noble ayuntamiento a fabricarle un templo suntuoso y ponerla al cuidado y asistencia de un devoto capellán o persona de esplendor, porque, si reflejamos con prudencia, esta era una ciudad
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moderna y recién conquistada y, por consiguiente, le faltaban los propios que debe tener un cuerpo de ayuntamiento para las urgencias de su cargo, cuya verdad se hará más visible si ponemos la vista en la sagrada aparición de nuestra Señora de Guadalupe, esta soberana imagen, después de un milagro tan sin semejante como haber bajado su mismo original desde el cielo empíreo, y dejadonos esta hermosa copia suya, tuvo que andar arrimada primero en el oratorio del señor Zumárraga, después en la sacristía de catedral, y últimamente, colgada en un pilar de la misma iglesia el tiempo de diez años, sin tener propia casa hasta que los naturales le fabricaron una corta ermita de adobes en el sitio donde hoy está la sacristía de la iglesia vieja en su santuario, cuya fábrica la hicieron en el término de quince días. Lo mismo nos dicen las historias de Nuestra Señora de los Remedios que, después de haber estado el tiempo de doce años debajo de un maguey, tuvo que andar otros tantos arrimada o alojada; primero en la casa del dichoso don Juan de Águila y, después, en la parroquia de San Juan, pero después que se le hizo templo, fue pajizo y, de tan poca subsistencia, que en breve se vino al suelo sin quedar más que las paredes, que eran de adobes y, tan abandonada la santa imagen, que absolutamente se había perdido la memoria de su patrocinio. Pues si de tal suerte padecieron unas santas imágenes tan recomendables, la una por su milagrosa aparición y ser principal patrona de esta corte, y la otra por su milagrosa conservación y ser la conquistadora y patrona de esta capital: que mucho que nuestra Señora de los Ángeles, aun siendo la tercera patrona de este imperio haya padecido tantos contratiempos, a más de que estos mismos que ha tolerado los ha permitido la divina providencia para honra de dios y gloria de la santa imagen, y aun porque en cierta manera se ha hecho preciso el que haya sufrido tantos desamparos, la ruina de su santa casa hasta quedarse sin cubierto alguno, haber resistido a las continuas lluvias, terribles huracanes, los ardores del sol, los duros granizos, la fuerza del salitre, los innumerables terremotos que ha padecido esta capital y, lo que es más, el dilatado tiempo de más de doscientos años, porque de otro modo no fuera tan irrefragable el testimonio de su maravillosa conservación, pero, a la vista de tantos contrarios como la han combatido y su mucha duración, quién podrá dudar del oculto poder que allí se esconde y con tan claras señales nos ha dado a conocer una imagen tan prodigiosa que en el modo es semejante, a más de que continuamente está el cielo exigiendo de nosotros el agradecimiento, con los favores que por su medio derrama sobre todos aquellos que, con viva fe, la invocan.
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Capítulo IV DASE NOTICIA DE UN CÉLEBRE POZO QUE SE VENERA EN EL SANTUARIO DESDE LA ANTIGÜEDAD
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i la experiencia no tuviera tan acreditadas las maravillas de un pozo o santa piscina que se venera en aquel santuario, no me determinaría jamás a correr la pluma sobre la noticia de su memoria. Este pozo admirable no solo es contemporáneo a la santa imagen, sino que excede en antigüedad a la misma pared en que se conserva esta señora.
El origen de esta fuente fue poco antes que se hiciese el primitivo oratorio, para cuya fábrica dispuso el cacique Izayoque (dueño de aquel sitio) que nueve varas distante de la fábrica, por la parte de la espalda, mirando al poniente, se hiciesen los adobes necesarios para la obra y, cavando a este intento, brotó un venero cuyas aguas le sirvieron por entonces para la formación de los adobes. Acabados estos y construido el oratorio, se fue divulgandonoticia de la santa imagen, por lo cual, fueron ocurriendo numerosos concursos que venían de lejos tierras, a venerar su hermosura, y con este santo fin solían demorarse muchos días en la venerable casa y, como aquel pueblo es tan escaso de agua, de aquí tomaron motivo para socorrer su sed con las aguas de aquel pozo, y por la inmediación que tiene con la santa imagen no osaban emplearlas en cosas menos decentes, por cuya reverencia quiso la señora pagarles su buen afecto, obrando por medio de aquellas aguas, prodigios y maravillas. Voló la fama de este pozo por toda la comarca y, con la experiencia de sus prodigios, creció su crédito y estimación tal, que todos lo conocían por el pozo de los milagros. Otros, para darla a conocer, lo llamaban el célebre pozo de la Asunción de Izayoque.
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Este fue el motivo porque muchos nombraban a la santa imagen con el título de Nuestra Señora del Pozo Santo y, aun otros, la conocían por Nuestra Señora de la Fuente de Izayoque. Tan beneficiados se hallaban del patrocinio de la soberana imagen y de las maravillosas aguas de su fuente, que no hallaban como engrandecer su nombre e inmortalizar su fama con la memoria del referido pozo, cuyas aguas comenzaron a usar por necesidad y para saciar su sed. Las continuaron con devoción, llevados de la experiencia y, últimamente, las tomaban con viva fe en sus enfermedades, como seguro antídoto contra todos los males. Se mantuvo en su fuerza la devoción de este venerable pozo desde el año de 1580 hasta el de 1604 que se perdió su memoria con una horrible inundación que sobrevino a esta capital, cuya anegación lo enzolvó de tal manera que apenas dejó unos leves indicios del sitio en que se hallaba. Pasado aquel conflicto, no intentaron descubrirlo porque harto hacían los naturales en levantar sus pobres chozas arruinadas por la inundación; divirtiéronse en esto algún tiempo y aún no convalecidos de esta calamidad, les asaltó la misma en el año de 1607 en que se volvió a arruinar la mayor parte de aquel pueblo, con lo cual no solo se les dificultó el descubrirlo, sino que aun se les borró su noticia de la memoria. Fueron pasando años y, los naturales en su olvido, sin moverse siquiera a inquirir el sitio donde se hallaba; pero lo que no pudo el cariño, los compelió la necesidad de una horrible peste que los contagió el año de 1646 que gobernaba esta metrópoli el ilustrísimo señor don Juan Pérez de la Serna, y de actual virrey se hallaba el señor Marqués de Guadalcázar, cuyos respetables príncipes dieron cristianas disposiciones a fin de aplacar las iras del señor. Pero los naturales que mientras esperaban la salud se los arrebataba la muerte, trataron de solicitar el antiguo pozo de la Asunción de Izayoque, hicieron pesquisas entre los más viejos hasta que dieron con él, lo desenzolvaron y, al instante, los recibió, tan risueño y de tan bello agrado, que luego quedaron sanos todos los que a él se acogieron y usaron de sus aguas. Se mantuvo descubierto y con grande veneración hasta el año de 1629, que habiendo venido sobre esta capital otra inundación tan tenaz, que hasta los cinco años no se pudo contener; antes, cada día se aumentaban las avenidas, tal, que en la parte más elevada de la ciudad, tuvieron hasta cuatro varas del piso, con lo cual se volvió a cubrir el referido pozo con las tierras y lamas que arrastraban las aguas de la inundación, manteniéndose en esta forma hasta los años de 1642, en que se hallaba de virrey y arzobispo el ilustrísimo
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y excelentísimo señor venerable don Juan de Palafox y Mendoza. En este año lo descubrieron y se mantuvo así y en veneración hasta el año de 1663, que gobernaba el excelentísimo señor Conde de Baños y la mitra, por sede vacante, el señor don Diego de Osorio y Escobar. En este año lo comenzaron a abandonar y, con el polvo de los huracanes, se fue segando, de forma que por los años de 1678 que se hallaba de virrey y arzobispo el ilustrísimo y excelentísimo señor don fray Payo Enríquez de Rivera, ya no se sabía el sitio de este pozo, y aunque es cierto que en el de 1685 en que gobernaba el excelentísimo señor Conde de Paredes y el ilustrísimo señor don Francisco de Aguiar y Seixas se hallaron los naturales con la tribulación grande de sarampión y viruelas; pero no buscaron el pozo ni se acordaron de él hasta los años de 1737 que lo descubrieron por un directorio que se conservaba en el archivo de un cacique. Pero se volvió a perder su devoción con el discurso de años, hasta el de 1776 en que yo comencé a tener razón de sus maravillas, y después de haberlo hallado, con trabajo y dificultad, la primera diligencia que hice fue certificar la identidad del sitio donde se hallaba por varios caciques vecinos muy antiguos de aquel pueblo, entre los cuales, uno de noventa y seis años de edad nombrado don Juan de Alvarado, hombre principal de aquella parcialidad y de gran crédito y fama sobre los asuntos de la antigüedad. Afirmada la noticia, hice abrir el pozo de diez palmos en cuadro para coger en el centro el vuelo del pozo antiguo, que me decían era chico y más angosto. Efectivamente, luego que profundizó el operario hasta las cinco varas se dejó ver la señal del pocito antiguo. Brotó el venero de aguas que corren por debajo de la pared donde está pintada Nuestra Señora de los Ángeles, le pusimos su brocal de piedra y el piso de todo el círculo enlozado y, más afuera, empedrado, en el cimiento del brocal dentro del mismo pozo, mirando a la espalda de la pared de la santísima virgen, le hice poner un serafín de piedra, cuya cabeza se halló al estar cavando dicho pozo. Las aguas de este pozo me sirvieron para las mezclas y demás que se ofrecía en el santuario, desde el año de 1776 hasta el de 1780 que me hicieron entrar en escrúpulo las muchas maravillas de estas aguas, pues fueron tantos los prodigios, y aún se han multiplicado en la presente, que hablaremos de ellos en capítulo separado y ahora solo digo que, para tenerlo con más decencia, hice ponerle su tejado de ladrillo que descansa sobre cuatro columnas de azulejos con su barandal de madera alrededor y cuando se haga el templo nuevo ha de quedar dentro, donde corresponde la nave procesional, a espaldas del panteón donde ha de quedar mi Señora de Los Ángeles.
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Capítulo V PROGRESOS DE LA SANTA IMAGEN Y DIFERENTES ESTADOS DE SU ERMITA DESDE EL AÑO DE 1580 HASTA EL DE 1745
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n calidad de oratorio y conocido por el santocale de Izayoque, se mantuvo aquella santa casa desde el año de 1580 en que fue su origen. Y creció tanto la fama de esta milagrosa señora que se fueron multiplicando los concursos, de tal suerte, que, habiendo llegado a noticia de ambos príncipes y personas de primera jerarquía, fueron las primeras personas a visitar la santa imagen, siendo el primero el ilustrísimo señor arzobispo don Antonio Montufar, a cuyo ejemplo se aumentó el fervor en los demás, tanto, que el año de 1595 (en que murió el referido cacique Izayoque) se dignó el ilustrísimo señor don Pedro Moya de Contreras erigir en capilla aquel santocale de Nuestra Señora de la Asunción de Izayoque, y para memoria de esta erección o creación, se puso una lápida encima de la puerta con esta inscripción: “De 1595 años”, la misma que se conservó hasta mi tiempo, y yo coloqué dentro de la nueva fábrica, sobre la cual se practicaron diligencias judiciales y se colocó en toda forma y solemnidad como se dirá en su lugar, a la cual se refiere el muy reverendo padre fray Antonio Buterrez, cura ministro que fue muchos años de la parroquia de Santiago Tlatelolco, cuando por notificación que se le hizo de orden del señor provisor en el año de 745, respondiendo según los directorios de aquel curato, da razón de la erección o creación de esta ermita, apoyando su dicho con esta lápida dicha.
Con la proporción de ser ya una ermita pública, pudieron los devotos frecuentarla con más libertad: se aumentó el número de los asistentes y se mantuvo el culto y reverencia de aquella bendita casa hasta el año de 1604 en que quiso la divina providencia darle a entender a los hombres el grande aprecio y estimación que deben tener de esta soberana imagen por su admirable conservación, dando la primera prueba de este portento con una horrible inundación que vino sobre México, a cuya fuerza no pudieron resistir,
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aun fábricas de mampostería, que muchas vinieron al suelo, porque desflaquecidos los cimientos, con facilidad se rendían; pero aquella santa ermita se mantuvo firme y constante sin tener el correspondiente cimiento, pues no llega a una cuarta el que tiene, y faltándole todo arrimo y resguardo, sin tener otro que la providencia divina a cuya sombra se hallaba bien fortalecida; mas, para acrisolar esta maravilla, repitió la misma inundación el año de 1607 con mayor fuerza y rigor, tanto, que arrasó con todas las casas de aquel barrio, y muchas de mampostería, sin reservar otra que la santa ermita de María, señora nuestra. Y aunque es cierto que toda ella se arruinó, pero la pared principal en que está pintada Nuestra Señora de los Ángeles, siempre se mantuvo en pie y sin ruina alguna, mostrando más claramente el milagro de su permanencia. Pero, donde podemos decir que echó el resto de la divina providencia fue en la terrible anegación del año de 1629, verdaderamente grande por haberse mantenido la ciudad anegada el tiempo de cinco años y haber subido las aguas cuatro varas más altas del piso, en que puntualmente se hallaba la santa imagen, metida en el agua hasta sus sagradas manos, y su venerable rostro combatido de las olas que, agitadas con los huracanes, se levantaban y con fuerza reventaban contra el mismo santísimo rostro, que sufrió semejante combate los cinco años durante la anegación. ¿Habrá quién dude que esta fue la mayor muestra de su amor? Pues por estar pronta a nuestro socorro, sufrió con nosotros y por nosotros tan grandes trabajos y ultraje de las aguas sin consentir que la humedad de cinco años pudiesen dañarla en lo más leve, para lo cual no fue menester pequeño milagro, pues no cabe en lo natural que una pintura densa y en una débil pared de adobes pudiese resistir la fuerza y humedad de las aguas cuando la misma experiencia nos muestra que, luego que un adobe percibe humedad, se resuelve en lodo y, toda pintura, humedecida, al instante suelta la materia de su aparejo y se salta la cáscara. Y esta pared prodigiosa pudo resistir el combate de cinco años continuos de humedades, tan copiosas, que la tenían anegada hasta cuatro varas de alto sin que fuese este motivo para que despidiese la soberana pintura de aquella prodigiosa imagen, antes, en esto mismo resplandece más su gloria y se descubre claramente el invisible poder del brazo que la sostuvo, y hasta el presente la conserva para admiración del mundo. Fue tal la admiración de los mexicanos al ver que después de cinco años de la inundación, y ya enjuta la ciudad, fueron registrando sus ojos los muchos estragos de su patria, que no pudieron menos que contristarse y dar las gracias al señor que los libertó de aquella calamidad y, para mostrar su agradecimiento, dieron principio a reedificar los templos arruinados por disposición del ilustrísimo
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señor don Francisco Manzo de Zúñiga, quien, habiendo tenido noticia de la maravillosa conservación de esta santísima imagen de María, señora nuestra, dio su licencia , y aún mandó a los vecinos de aquel barrio que reparasen la ermita lo mejor que pudiesen; hiciéronlo pobremente y según lo permitían sus fuerzas, y fue tan despacio, que no se acabó de reparar hasta diez años después, en que se hallaba gobernando el excelentísimo señor don López Díaz de Armendáriz, gobernando la iglesia el venerable deán y, cabildo, sede vacante. Desde este año se continuaron los cultos de la santa imagen hasta el de 1641 en que se hallaba de virrey el excelentísimo señor Duque de Escalona y la mitra en sede vacante. Y por esto no consiguieron los de la parcialidad de Santiago una congregación que pretendían fundar en la ermita, cuya pretensión se les negó también en el gobierno del señor Conde de Alba, y no lo consiguieron hasta el año de 1668, gobernado el señor Marqués de Manceras y de arzobispo el señor don fray Payo de Rivera, quien les concedió la gracia que pretendían con su mesa y mayordomo que colectase limosna para el culto de la santa imagen, quedando electa una de las visitas de la parroquia de Santiago. En el año de 1685 concedió licencia para celebrar misa en esta ermita el ilustrísimo señor don Francisco Aguiar y Seixas. Se mantuvo el culto en bonanza hasta el año de 1700 y tantos, que comenzaron a abandonar la ermita y se fue arruinando de tal forma que, por los años de 1737, ya se hallaba sin techo ni puertas, entraban y salían las bestias en ella y de noche era albergue de un pastor y su pobre rebaño que allí se recogía por librar a sus ovejas al descarrío. En este tiempo se contaban 7 años de ruina, en que por todo estuvo la santa imagen expuesta a los serenos, soles, lluvias, granizos y demás inclemencias, de lo cual se compadeció un vecino de la ermita, nombrado Giraldo. Este la tomó a su cargo, la reparó y la techó con unas maderas que habían servido en una casa que llaman de la palma, en el barrio que llaman de Los Reyes. Estas maderas, a más de ser viejas y vencidas, eran igualmente muy delgadas, con esto y haberse muerto el devoto Giraldo, en breve se arruinó la ermita, de tal forma que, por los años de 1745, dice el señor doctor don Francisco Cervantes, provisor de este arzobispado, haciendo relación de esta ermita asegura que ya en este año citado estaba en meras ruinas y el pavimento cubierto con petates y, a este modo, toda ella. Verdaderamente parece que la divina providencia, habiéndose empeñado en conservar esta santa imagen, no quería estuviese mucho tiempo a cubierto y resguardada, permitiendo que todos los reparos hechos por los hombres se arruinasen en breve para que, estando lo más del tiempo sin aliño y expuesta
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a las injurias de los elementos, conocieran los mortales ser una obra sobre las fuerzas de la naturaleza su permanencia y duración, tanto de la santa imagen como de la pared en que se halla pintada, y para darlo a conocer más claramente, dio la última prueba de cuanto podía padecer y del invisible poder que la defiende. En el citado año de 45, con el golpe más ruidoso que jamás se ha visto, fue el caso que don Miguel Vivanco, vecino de esta corte, tomó a su cargo el reparar la ermita y, sin más precauciones que su devoción, puso manos a la obra y, sin techar la ermita que había de ser lo primero, trazó junto a las antiguas ruinas una capilla de piedra, abrió los cimientos y, para llevar al cabo su intención, convidó varios conocidos, los cuales recogían piedra de todo aquel campo y hasta de la ciudad iban cargando piedras, las mujeres en los paños y los hombres en los capotes. Divulgose, no sé con qué motivo, el que la santa imagen se había renovado milagrosamente. Con esta falsa voz se conmovió toda la ciudad y, llevados unos de la novedad y otros de la devoción, fueron ocurriendo numerosos concursos de hombres y mujeres y siguiendo a estos fueron ocurriendo también las vendimias en muchedumbre de comistrajos y brebajes, con lo que, en breve, degeneró la devoción en disolución, pues entre aquel tumultuario concurso se mezclaba la maldita cizaña, y profanos y libertinos, volviendo aquel campo teatro de maldades y desórdenes, los cuales llegaron a noticia del ilustrísimo y excelentísimo señor don Juan Antonio de Vizarrón, quien para poner remedio a tanto mal mandó a su provisor a que hiciese vista de ojos y le dio comisión para que aplicase el remedio conveniente. El día 27 de octubre pasó su señoría en persona y halló ser cierto cuanto le habían informado, y que siendo poco más de las nueve de la mañana estaban celebrando misa entre unas antiguas ruinas que se hallaban cubiertas con petates. Visto el gran desorden del vulgo corrompido, dio la vuelta a su palacio episcopal y proveyó un auto en el mismo día, con el cual pasó en la tarde de él, el alguacil mayor con un notario receptor a la referida ermita de Nuestra Señora de los Ángeles y, después de haber notificado al muy reverendo padre cura ministro de aquella doctrina, fray Antonio Gutiérrez, para que no se siguiese celebrando el santo sacrificio. Igualmente notificaron a Vivanco para que exhibiese las licencias de aquella obra y las de celebrar misa y colectar limosna; después cubrieron a Nuestra Señora de los Ángeles, aplicándole en su venerable rostro y manos unos petates mojados con el fin de que se borrara. Encima de dichos petates pusieron unas tablas, afianzándolas con fuertes clavos de la misma pared, y encima de dichas tablas
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pusieron un lienzo de La Asunción de Nuestra Señora y después de hacer inventario de la piedra y cal que allí había, cerraron la puerta de la ermita y la clavaron muy bien. Dejaron todos los materiales en depósito del gobernador de Santiago, don José Benito de Alvarado y Moctezuma. Efectuado lo mandado, se retiraron los ejecutores dejando aquel campo bañado del torrente de lágrimas que vertía un numeroso concurso que se halló presente, los cuales prorrumpieron en sollozos, quejas y suspiros, que, sin poderse contener, levantaron el clamor en tan tumultuaria confusión que unos a otros no se entendían. Los hombres corrían, las mujeres muchas se desmayaron de la pena y los niños gritaban pidiendo al cielo que imprimiera sus iras en los causantes de aquel horroroso estrago y, con tal confusión, se mostraba aquel prado tan triste y opaco como se muestra la noche puesto el sol en el ocaso. Este escandaloso golpe parece que lo mostró el cielo con amagos en el año antecedente, dejándose ver el sol por algún tiempo rodeado de abrasadoras llamas y, a deshoras de la noche, un cometa muy triste y melancólico, el cual salía encima de la propia ermita sin retirarse hasta las cuatro de la mañana: indicios claros de la venganza que había de venir sobre aquellos libertinos que habían servido como de piedra de escándalo. Lo cual se verificó a la letra, pues en el año subsecuente de 46 se vio esta capital muy afligida con la inundación que le acometía, la cual no hizo más que un leve amago y, aunque no entró en la ciudad, le anegó los ejidos y se ahogó mucho ganado y varias sementeras que se destruyeron, imposibilitando el comercio y trafago de los tratantes, de lo cual se siguió grande hambre y falta de lo necesario en esta ciudad hasta el año de 48 que comenzó un gran contagio de matlazahuatl. A este siguió sarampión, viruelas y otras varias enfermedades. Hubo varios incendios en casas, templos y almacenes interesados y, últimamente, el horroroso terremoto del año de 51, en el año de 68 y los tres que acaecieron en el de 1776, día veintiuno de abril. En fin, desde el año de 45 que sucedió este escandaloso estrago hasta el de 76 que se reparó aquel santuario, se han verificado cuantas calamidades puedan imaginarse, de inundación, enfermedades, muertes, guerras, incendios, terremotos y, la mayor de todas estas plagas, ha sido estar la santa imagen sin culto ni veneración desde aquel año hasta el de 1776.
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Capítulo VI TEMPLADA LA SENTENCIA SE PUSO FRANCA LA ENTRADA DE LA ERMITA POR UN MODO NO ACOSTUMBRADO EN EL ORDEN REGULAR
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o cesaban de suspirar los vecinos de aquel pueblo porque se les franquease la entrada de la ermita; pero, por más que lo solicitaron, no pudieron conseguirlo hasta el cabo de los siete meses después, que era el tiempo señalado por la divina providencia.
Porque habiendo sido tan ruidosa y, a vista de un numeroso concurso, la cerrada de la ermita parece que no debiera ser con menos publicidad y autoridad el abrir sus puertas y descubrir a la santa imagen para que de nuevo y, sin recelo, pudiesen los fieles adorar su hermosura. Así parece que lo dio a entender el cielo con las circunstancias tan raras que concurrieron en el modo, porque una tarde, como digo, a los siete meses después, el señor don Pedro Navarro de Islas, inquisidor mayor del Tribunal de la fe, le vino tan vehemente deseo de ver y adorar a Nuestra Señora de los Ángeles que se resolvió a ejecutar un hecho que en otro fuera un atentado, pues fue en compañía de dos padres misioneros fernandinos, y de propia autoridad mandó desclavar las puertas de la ermita, hizo quitar las tablas con que se hallaba cubierta la santa imagen, cayeron los petates convertidos en polvo y, cuando no esperaban otra cosa que se descubriesen los adobes desnudos de toda pintura, se dejó ver la Señora tan linda y hermosa como aparece la brillante aurora pasada la noche oscura y tenebrosa. Quedáronse los circunstantes pasmados de asombro, bañados los ojos en lágrimas y el corazón anegado en gozo. Dieron gracias al cielo y al señor inquisidor por aquella ocasión que con tan vivas ansias habían deseado y solicitado. Su señoría mandó poner luces a la santa imagen y adornar su altar con flores, rosas y jazmines; hincose de rodillas y, en alta voz, entonó las divinas alabanzas de la madre virgen,
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rezando a coros el santo rosario. Satisfecho su deseo y concluida su oración, se retiró, dando orden que no se impidiese la entrada de cuantos fuesen a venerar a la portentosa imagen, con lo cual se divulgó la noticia hasta llegar a la del señor provisor Cervantes, quien despachó una providencia ejecutiva para notificar al gobernador de Santiago sobre haber permitido descubrir a la santa imagen y haberla puesto de manifiesto. Él puso su respuesta remitiéndose al señor inquisidor cuya autoridad él no había podido resistir. No consta que le hubiesen reconvenido a este señor ministro, pero sí es constante que por el mismo señor provisor se dio nueva licencia para que la fábrica se prosiguiese y que para este fin se colectase limosna, poniendo la ermita al cuidado de un corredor del número llamado don José Zambrano, quien por sus muchas ocupaciones no podía asistirla y con esto no se pudo adelantar cosa alguna, porque lo más del tiempo se mantenía cerrada, salvo los domingos y fiestas que se iba el tal Zambrano con toda su familia, desde por la mañana hasta la noche y se estaba acompañando a nuestra señora, cuya fábrica caminaba con tal lentitud y pobreza, que solo se trabajaba de faena y con poca gente en los domingo y fiestas. Eso duró poco tiempo, porque habiendo muerto Zambrano quedó al cuidado de un indio nombrado Agustín Anastasio, vecino del barrio que llaman de San Antonio el pobre. Este tal, como tenía precisión de solicitar el sustento de su pobre familia, se ocupaba en trabajar las tierras de la casa de moneda y antes de ir a su trabajo abría la ermita y la dejaba sola hasta la noche que se retiraba de su tarea. Con este motivo de hallarse sola aquella santa casa, entraban los perros y se comían las velas que algunos devotos le llevaban a la santa imagen y, en el rigor del sol, se retiraban los jumentos a tomar sombra en la santa ermita y, como esta se solía quedar abierta, muchas noches solía servir de alojamiento a los pasajeros, donde hallaron muerto un indio del pueblo de la Magdalena, que acaso quedó a dormir la noche antes, en que hubo una terrible tribunada de rayos y centellas, y uno de estos cayó en la ermita junto a la puerta de la que hace sacristía, donde estaba el indio durmiendo y lo mató el rayo o centella. Otra ocasión hallaron señales de haber parido una mujer en el rincón del evangelio, donde hoy está una ventana. Y aún cosas más indecentes solían pasar en esta santa casa, como el mismo Agustín Anastasio apoya, pues varias ocasiones observó que en aquel venerable sitio y delante de la santa imagen había comercio inmundo de torpezas, motivo por el que se resolvió a no abrir la ermita mientras él no estuviese desocupado para cuidarla; pero, para confusión de los racionales, se mostró un bruto guarda y custodia
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de aquella santa casa cuyo hecho refiere el señor bachiller don José Rodríguez, vicario que fue muchos años de la parroquia de Nuestra Señora Santa Ana. Dice que don Domingo Lacañal, vecino y con tienda en la plaza de Santiago, frente del Técpan, tenía un perro de mediano cuerpo y, tan viejo, que ya no tenía dientes ni colmillos, el cual no se apartaba un punto de su querencia, pero un día salió de estampida, lo cual le causó a su amo notable fuerza y, por curiosidad, mandó un mozo que fuese en su alcance, pero este, por más que se empeñó, lo más que hizo fue observar a lo lejos el rumbo que llevaba el animal, el cual no paró de correr hasta la puerta de la ermita de la que salía un negro con unas perlas falsas en la mano que acababa de robar a la santa imagen, pero en la misma puerta se le abalanzó el bruto como fiera indómita y lo asió tan fuertemente de la propia mano donde llevaba el hurto que, sin podérselo quitar de encima, a pesar del mismo negro (que era bien fuerte), lo fue estirando más de mil y tantas varas que hay desde la ermita hasta la cárcel de Técpan, donde no bastaron caricias de su amo ni rigores de los indios para que lo soltase hasta ponerlo en manos de la justicia, gobernador y alcaldes de aquella república, quienes averiguaron que este negro se había huido del obraje de Razo que se halla de ahí cercano. Restituyeron el hurto a la santa imagen y el negro quedó corregido con el castigo. No faltó después otro sacrílego que pretendió cebarse en las pobres alhajas del pobre santuario y se aprovechó tan poco, que por una palia y dos candeleros de metal, solo pudo sacar uno y medio reales en que lo vendió en el pueblo de Azcapotzalco donde lo prendieron por indicios y sin haber gastado un medio de la venta; a las tres horas se halló en la cárcel de la Acordada y no teniendo más delito que este, pagó con la vida año de 1777 cuya mano puso aquel tribunal para escarmiento donde dividen las tierras del santuario que es puntualmente el sitio mismo en que hoy está una santa cruz distante del santuario cuadra y media. En vista de semejantes pasajes, tuvo por menos malo el que cuidaba de la ermita tenerla cerrada, con lo cual, y hallarse en un gran despoblado agitadas de los temporales y ser viejas y delgadas las maderas de su pavimento elemental, se fue deteriorando de tal forma que, a no haber tomado a su cuenta la divina providencia en el año de 1776, el repararla sin duda alguna se hubiera arruinado tanto o más lastimosamente que en los anteriores años, según el total abandono en que se hallaba pues, tan del todo se habían olvidado de ella, que apenas había persona que frecuentase sus venerables umbrales. Yo no conozco más que dos sujetos; el primero, el bachiller
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don José Salvatierra, y el otro, un vecino de aquel barrio, nombrado don José Cobacho, que hoy es sacristán y colector del santuario. Estos eran los únicos devotos que diariamente iban a saludar a la santísima virgen de Los Ángeles, aunque con la puerta cerrada, y por la molestia que del sol y del aire recibían, levantaban el espíritu con mayor fervor pidiendo a la misma señora que les diese facultades para reparar su ermita o llevase un devoto que la reedificase. Esta oración duró por diez años en el padre Salvatierra y cuatro en el nominado Cobacho, que tantos eran los que llevaban de frecuentar aquel venturoso sitio. Pero, aunque todavía no era tiempo, lo fue poco después en que la señora se apiadó de las humildes súplicas de sus dos fieles devotos, como diré en el capítulo siguiente. Ahora, para cabal inteligencia de lo dicho, y que con más claridad se perciban los diversos estados de aquella santa ermita y los progresos de aquella milagrosa imagen, debe notarse que desde el año de 1580 no fue otra cosa aquella santa casa que un oratorio particular conocido por el Santocale de Izayoque, hasta el de 1595 en que el señor arzobispo, don Pedro Moya de Contreras, lo dedicó en ermita pública conocida entonces por la ermita de Nuestra Señora de la Asunción de Izayoque, que manteniéndose en veneración hasta el año de 1604 que la santa imagen comenzó a manifestar los testimonios de su admirable conservación con un diluvio de aguas en que se anegó la ermita y toda esta capital, a cuya fuerza resistió, con admiración de los peritos, aquella pequeña y santa ermita. Y para mayor crisol de este prodigio repitió la misma inundación en el año de 1607 con mayor fuerza, tanto, que de todo aquel pueblo solo fue exenta de ruina la pared en que se conserva la santa imagen, porque todo lo restante de la ermita pereció en meras ruinas. Pero donde se manifestó claro el milagro de su conservación fue en la anegación del año de 1629 que se mantuvo aquella santa pared metida en el agua hasta donde tiene la santa imagen sus sagradas manos, siendo su venerable rostro el blanco de las olas que la estuvieron golpeando cinco años continuos por haber subido las aguas cuatro varas más altas del piso de la ciudad, en la parte más elevada de toda ella. En el de 1635 se comenzó a reedificar la ermita con licencia del señor ilustrísimo don Francisco Manzo y se perfeccionó diez años después en tiempo del excelentísimo señor Armendáriz, pero fue tan deleznable el reparo que, por los años de 1641, se hallaba goteándose y toda ella muy maltratada, hasta el año de 1668 que, hallándose en meras ruinas y la santa imagen combatida de las lluvias, soles y granizos, noticioso el ilustrísimo señor don fray Payo
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Enríquez de Rivera, quien la puso al cuidado de una congregación que se formó de los más principales de la parcialidad de Tlatelolco, quedando desde entonces tenida por una de las principales visitas de la doctrina de Santiago, hasta los años de 1685 en que por dignación del señor don Francisco Aguiar y Seixas le fue concedida licencia para que allí se celebrase misa, las dominicas y fiestas del año, hasta el de 1700 que comenzó a desmayar la devoción y se fue arruinando la ermita, de tal modo, que por los años de 1737 ya se hallaba sin techo ni puertas y la santa imagen entregada a los insultos del tiempo, tal que entraban y salían las bestias en ella y de noche era albergue de un pastor y su rebaño; de lo cual, compadecida la familia de los Giraldo, la techó y le puso puertas, aunque viejas y maltratadas, tal, que habiendo muerto el principal y desaparecido la familia, quedó la ermita abandonada y, de día en día, se fue deteriorando hasta quedar por tercera vez sin puertas ni techo, como lo acredita el señor provisor Cervantes en el auto de foja 1 de los autos del año de 1745, el mismo en que fue cubierta la santa imagen con los petates mojados por causas que para ello dio el vulgo corrompido. A los siete meses fue descubierta por el señor inquisidor don Pedro Navarro de Islas y quedó la ermita al cuidado de don José Zambrano, corredor del número, hasta poco tiempo después que por su muerte quedó a cargo de Agustín Anastasio, quien por no poderla asistir la tenía cerrada lo más del tiempo, con lo cual se fue deteriorando, de forma que, en el año de 1776, por el mes de marzo, estaba la capilla tan sumamente arruinada que por esta causa no fue comprendida en la visita general de toda la ciudad que hizo el señor provisor doctor don José Ruiz de Conejares, pues tenía las puertas todas hechas pedazos, el techo apuntalado y por las muchas goteras que la inundaban en tiempo de aguas se hallaba el suelo tan infestado de salitre que no se percibían los ladrillos de su piso y, a este modo, lo demás de toda ella pues, estaba de tan mala condición, que no se podía mirar sin dolor ni contemplar sin ternura al ver una imagen tan portentosa en tan mísera pobreza y abandonada de los mismos, por cuyo amor había sufrido tantos contratiempos y combates. Bendito sea el señor que con tan sabia providencia así lo dispuso y permitió para honra suya y gloria de la santa imagen.
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VII Capítulo VII
FELIZ REEDIFICACIÓN DE ESTE SANTUARIO Y PROMOCIÓN DE LOS ANTIGUOS CULTOS DE NUESTRA SEÑORA DE LOS ÁNGELES
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legado el año de 1776, en que sin duda era el tiempo determinado por la divina providencia para el feliz restablecimiento de aquel santuario y promoción de los antiguos cultos que tuvo esta milagrosa imagen de la reina de los cielos, que por tantos títulos le son debidos y por la incuria de los tiempos e ingratitud de hombres había perdido con dolor de los piadosos; pero como no solamente dispone dios las cosas, sino que las determina y permite según los tiempos determinados por su sabiduría infinita, cuándo y cómo conviene a los decretos de los eternos consejos, pues como dueño y señor de todo lo creado puede hacer y deshacer, exaltar y promover cosas grandes y admirables de pequeñas y menuda causa para dar a los mortales nuevos motivos de amor y agradecimiento. Por esto, soltando en nuestros días los diques de su providencia, no podemos negar que su mano poderosa ha mostrado, aunque invisiblemente, el grande empeño que tiene de llevar adelante los aumentos de este célebre santuario, pues en el corto espacio de cinco años ha llegado el culto de esta prodigiosa imagen a tan elevado grado que apenas se creería sino se viese, tomando su origen, obra tan heroica en tan comunes medios que el mundo llama casualidad y contingencia, debiendo tener presente que no se mueve la hoja del árbol sin la voluntad del creador, y que, así como la mostaza, el más pequeño entre los granos, crecida esta, se hace la más frondosa planta. Así es propio de la mano omnipotente hacer grandes cosas de mínimas, causa para hacer más resplandeciente la gloria de su poder. Tal fue el modo con que, sin pensar, tuve la dicha de ser escogido por débil instrumento de una obra tan agradable a dios y a los hombres. Fue el caso que, en esta ocasión, se hallaba estudiando gramática en el colegio de Santiago un niño nombrado don Vicente, hijo de don Francisco Llanos de Vergara, caballero principal de esta corte y bien conocido en la república,
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con almacén de géneros de Castilla en la calle de la Palma, cuyo sujeto me llamó por razón de mi oficio para que fuese a tomar medida de ropa y uso a dicho niño don Vicente. Excuseme con políticas razones por lo muy ocupado del tiempo y quedé emplazado para ir cuatro días después. A la noche, platicando con su esposa, doña Catalina Girado, instole sobre el asunto, el caballero la satisfizo con las razones que habían precedido el mismo día, a lo cual díjole la señora que era gana que yo fuese, supuesto que el niño había de venir a casa el domingo inmediato y que allí podría yo tomarle las medidas de la ropa. Su esposo convino en ello y, sin acordarse de tal cosa, al día siguiente, saliendo para misa, le mandó a su cochero que pusiese el forlón y me lo trajese a mi casa para que fuese al referido colegio a tomar las medidas dichas. Hízolo el cochero y, venido que fue a mi casa y tienda, extrañé la urgencia habiendo quedado emplazados para cuatro días después; sin embargo, me resolví a darle gusto, ordenándole al cochero me llevase a toda prisa y me trajese del mismo modo. Él lo hizo con puntualidad; llegamos al dicho colegio de Tlatelolco, entramos yo y un oficial que llevé en mi compañía, nombrado Manuel Ramírez, saludé al padre maestro fray Juan del Castillo, quien mandó llamar a don Vicente que se hallaba jugando a la pelota con los demás estudiantes por ser jueves 28 de febrero, día que no tenían clase. Cumplido el fin a que había ido, me despedí del padre maestro y del niño. Salí con aceleración y, al montar en el coche, se me vino a la memoria ciertas noticias que once años antes me había dado mi suegro de Nuestra Señora de los Ángeles. Con este cuidado me quedé mirando a una y otra parte por si acaso descubría alguna ermita o capilla. Preguntome el cochero la causa de mi suspensión, díjele si acaso sabía dónde estaba la capilla de Nuestra Señora de los Ángeles. Me respondió que cerca de allí se hallaba. Le mandé me llevase a verla. Me llevó y cerca de ella se paró diciendo que estaba cerrado. Mandele que llegase, llegó y nos apeamos yo y mi oficial. Hicimos una corta oración. Y, movidos de la curiosidad, nos pusimos a espiar por las roturas de la puerta, y como eran las diez de la mañana y la ermita está mirando al oriente, entraban los rayos del sol, con cuya claridad pudimos ver la santa imagen con mucha distinción. Pareciome hermosa, y tanto, que de tal modo quedó cautivo mi corazón desde aquella vez primera que tuve la dicha de verla, que no se ha podido apartar de mi memoria su belleza. Y habiendo recibido aquel día su bendición, nos volvimos con firme propósito de volver en ocasión que estuviera abierto. Llegué a mi tienda, referí a mis oficiales la dicha que había tenido, les ponderé su hermosura, retireme a mi descanso
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y el corazón se hallaba sin quietud, porque más vivía donde amaba que donde animaba. Procuré divertir aquella pasión, pero era en vano porque el deseo me estaba persuadiendo no como quiera, sino con un pensamiento eficaz, a que volviese otra vez en solicitud de aquella celestial belleza, tanto, que no pudiéndome resistir a tan vehemente deseo, repetí la visita en compañía de mi familia la tarde del día 7 de marzo, hallando cerrado como la vez primera la puerta de la ermita. Nos hincamos en el umbral, saludamos a nuestra señora con el santo rosario y después trabé conversación con un venerable viejo que llegó a caso, se sentó junto a la ermita. Este se llamaba don Diego de Rojas, quien quedó encargado de solicitar la llave para otra ocasión que volviese. Le entregué dos velas de cera que había llevado para nuestra señora y, despedidos de su majestad y del buen anciano, dimos la vuelta a casa. Pero yo, con el corazón anegado entre amorosas ansias, viendo frustrados mis deseos de ver a la santa imagen con toda la libertad que apetecía, pasado aquel día y otros diez restantes que pasé en tormentos y zozobras sin poder dar alivio a mi deseo ni sofocar el celestial impulso que me impelía, tomé resolución de volver con mi familia en la tarde del día 17 del referido marzo, en que, hallando abierta la ermita, después de saludar al dicho don Diego de Rojas, entramos, y con más lágrimas que voces adoramos a la celestial emperatriz de los ángeles ¡Oh, qué pena! ¡qué dolor me causó ver aquella divina hermosura metida en una choza que más parecía albergue de sabandijas que casa de la madre virgen! Fue tan grande la confusión y ternura que sintió mi amoroso pecho que sin poderlo remediar me puse a discurrir muy pensativo y sin hablar palabra. Mas, no hallando salida para socorrer aquella necesidad, a mi parecer la mayor, pues creí que con acelerados pasos caminaba la santa casa a su total exterminio. Por otro lado, parece que la divina señora daba voces a mi corazón y, con semblante apacible, me animaba al reparo de su casa, prometiéndome el socorro de su mano si yo me determinaba a emprender lo posible, dejando a su cuidado lo imposible y dificultoso; pero como el corazón del hombre es tardo siempre para recibir las tiernas inspiraciones, así en el mío luchaba el temor y desconfianza, viendo mis cortas facultades y la gran suma que demandaba el reedificio de la santa casa, pues, con decir que los manteles del altar era un petate de tule, tan viejo, que al levantarlo se resolvió en polvo, parece que lo he dicho todo, porque a este modo era lo demás de la santa casa y adorno de la milagrosa imagen. Sin embargo, después de una vigorosa batalla entre mi deseo y la desconfianza, venció el amor, y convirtiéndome a la divina señora, le dije con vivos deseos y fervorosas ansias: ¡Oh, Madre mía!
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si tu majestad quisiera admitirme por vuestro esclavo, qué grande fuera mi dicha y cuánta mi felicidad, pero si no soy tan feliz que merezca emplearme en tan santo servicio, disípense de mi corazón esos pensamientos que tanto me atormentan y apáguese la amorosa brasa que tu divina hermosura arroja en mi pobre seno. Con eso nos despedimos de la celestial princesa y por todo el camino vine confiriendo con mi esposa mis deseos y pensamientos, la cual me alentó en mis propósitos, teniendo a bien mis determinaciones y, con sus buenos consejos, me determiné a hacer un frontal, palia y manteles, lo cual se hizo en el siguiente día 18 de marzo y, teniéndolo acabado, tornamos a ir yo y dos oficiales míos en la mañana del tercero día 19. Luego que llegamos, solicitamos la llave. Vino Agustín Anastasio, que cuidaba de la ermita, reduciéndose toda ella a una pequeña pieza que es puntualmente lo que hoy hace presbiterio y otra que es antesacristía, por cuya ventana se introdujo el indio y quitó una tranca que era la única llave que tenía la puerta. Entramos todos y, con las escobas que iban prevenidas, barrimos y aseamos lo mejor que pudimos toda la ermita, y después vestimos el altar con el frontal, palia y manteles; encendimos dos luces y los oficiales adornaron el altar y toda la ermita con flores del tiempo que para ese fin habían llevado. Rezamos el santo rosario a coros y con grande devoción, y con la divina bendición nos despedimos de su majestad, dejando allí el corazón. Porque todos ellos quedaron tan cautivos de la hermosura de aquella divina señora que, por toda la estación que hay desde la ermita a la ciudad, no platicaban otra cosa y, porque no se quedara solo en deseo, se convinieron todos a pagar el costo del aceite necesario para que ardiese una lámpara a su majestad. Me lo dijeron, y después de comprado el aceite, díjeles que dónde se había de poner esta luz y que así era necesario dar providencia de una lámpara. Consintieron en pagarla entre todos, supliendo yo su costo. La compramos en 25 pesos y habiéndola ido a poner, reflejamos lo mal seguro que quedaba por lo débil de la puerta, que estaba toda rota. Nos vimos precisados a dar a guardar todo aquel adorno mientras se ponía una puerta mejor. Al día siguiente me alentaron mis oficiales prometiéndome que cada semana darían parte de lo que costase la puerta. Solicité en las obras y, en una del Conde de San Mateo Valparaíso, hallé una de madera de nogal que, por haber sido de la sala, era grande y bien tratada. Me costó 14 pesos y, llamando cargadores para conducirla hasta la ermita, vino entre ellos un albañil nombrado Francisco Fernández. Este se hallaba sin tener donde trabajar.
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Él y su padre que se nombra Pedro Antonio se encargaron de poner la puerta dicha pero, al quitar la otra, se sintió de tal manera el techo y paredes de la ermita que entré en bastante cuidado de ver que la empresa era ya más costosa; suspendí por entonces, sin despedir a los operarios, hasta ver al cura del territorio y pedir su venia. Solicité dónde correspondía. Dijéronme que a la parroquia de Señora Santa Ana; pasé y vide al señor cura, don Joaquín José de Avendaño, quien me dijo que no sabía de tal ermita, que desde luego no era de su pertenencia, con lo cual me despedí y al salir encontré con el padre vicario don José Rodríguez, mi amigo íntimo; le di razón a lo que iba, suspendiose un tanto y, como práctico en aquel curato, hizo refleja y viniendo en conocimiento, díjole al señor cura que la capilla estaba dentro de su territorio, pero que como por allí no había casas, no era conocida por no ser frecuentado aquel sitio ni haber sido comprendida en la visita general que hizo el señor doctor don José Ruíz de Conejares, a causa de que se hallaba entonces tan deteriorada que no tenía forma ni traza de capilla. Impuesto el señor cura en lo que pasaba me permitió su venia con cuanta amplitud yo apetecía. Pasé al señor provisor Conejares. Me concedió su licencia y mandó que se me diese testimonio del estado que tenía entonces la capilla y que este fuera autorizado en bastante forma. Presenté seis testigos, vecinos de los más cercanos a la ermita, obteniendo la venia con todas las formalidades dichas. Proseguí con la obra de techar la ermita y para libertar a la santa imagen del sol y las aguas, por ser tiempo de lluvias; le puse un tejado de tejamanil con su chaflán de mextla al jas de la pared para que las aguas no destilasen sobre la virgen santísima, cuya santa imagen cubrí con cinco lienzos de lino, un cobertor de lana, dos petates de palma y uno de tule, temeroso de que el polvo no la empañase, pero la luz siempre ardiendo y los albañiles con orden de que trabajasen sin sombrero por estar en presencia de su majestad, quienes salían a chupar y a comer. Destechada la capilla fue necesario reparar todas las paredes y la del costado donde hoy está una ventana, la hicimos de nuevo por consejo que me dio el señor don Juan Ignacio de la Rocha, obispo que hoy es de Valladolid, quien me ayudó a levantarla de tezontle. Solo quedó sin reparo, porque no lo necesitaba, la pared principal donde está pintada la santa imagen, la cual solo se levantó dos tercias más con una cinta de tezontle. Acabada la obra, que duró un mes poco más, puse por obra un cuarto junto a la sacristía, que hoy llaman chocolatero, por desayunarse en él los padres que dicen misa y devotos que van a comulgar.
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VIII Capítulo VIII
CULTOS PÚBLICOS DE ESTA CELESTIAL PRINCESA Y MISTERIOSA CONMOCIÓN DE LA CIUDAD EN QUE OCURRIERON MUCHOS A VENERAR SU HERMOSURA
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dmirables son las disposiciones de dios y misterioso el orden de su divina providencia con que a cada una de sus criaturas les proporciona los medios conducentes al fin para que las destina. Por eso, habiéndose querido servir de mí en esta obra tan de su divino agrado, me fue empeñando de las cosas fáciles hasta introducirme en las difíciles, reservando a su poder las imposibles, pues se fueron ordenando de modo que, enlazándose unas con otras, me obligaron a mayores empresas, porque después de reedificada la ermita me vide precisado al adorno de ella, para lo cual me facilitó la divina providencia el socorro de algunos amigos a quienes yo les había dado parte del feliz hallazgo de aquel místico tesoro escondido en el campo de Coatlán; pero, en lo que tuve gran dificultad, fue en el modo de adornar la maravillosa imagen de Nuestra Señora de los Ángeles, cuyo cuerpo y ropajes se hallaban casi destruidos. Y no queriendo yo que estos fuesen renovados con los aliños del pincel, tampoco alcanzaba el cómo podría tener efecto mi pretendido imposible, cuyo pensamiento me traía, tan suspenso, que de día y de noche no se apartaba de mi memoria hasta que la misma sagrada aurora me alumbró el modo como quería ser vestida, sin presentarme otro modelo que su misma sagrada imagen. En el día 3 de abril del año mismo de 776, que no sé con qué motivo sacaron los padres franciscanos a la Purísima Concepción, imagen la más preciosa que se venera en el convento de la Observancia, cuya hermosura me arrebató el corazón de manera que no pude menos que derramar lágrimas de ternura al considerar que, si tan linda es en la tierra, cuál sería la hermosura de esta purísima virgen en la gloria. Transportado en tan santa consideración, me pareció que la misma señora me decía: “este es el modo como has de vestir mi sagrada imagen de Los Ángeles, para cuyo servicio te destiné pocos días hace”.
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Púseme a conferir este pensamiento y saqué por conclusión que, si pudiera tener efecto mi deseo, sin duda le traería más culto y veneración, porque como los hombres se mueven por los sentidos, viendo estos a la santa imagen bien vestida y ricamente alhajada, le tributarían con mayor respeto y veneración sus adoraciones. Alentado con semejante discurso, me resolví a buscar el más costoso tisú y sin pulsar la dificultad de esta empresa, compré lo necesario para la túnica y manto de un rico tisú de plata y azul para la capa, nácar y plata asimismo para el túnico, ciñéndome precisamente a dos varas escasas que hallé en el almacén de don Francisco Llanos de Vergara, quien sabiendo para el fin que yo lo quería me lo dio a treinta y cinco pesos vara que era el costo, sin embargo de que lo tuvo a desatino querer vestir una imagen de pincel. Después de comprada la tela se me dificultaba la traza del ropaje, pero, como el amor vence imposibles, al cabo de quince días de trazas y discursos, puse manos a la obra con firme resolución que, si después de formado el vestido no le sentaba bien, lo deshacía para darle otra aplicación. Concluido que fue el día 21 de dicho mes, fui a probárselo y después de puesto me pareció tan hermosa que, con más lágrimas que palabras, postrado delante de su majestad, le dije de lo íntimo de mi corazón: ¡Oh, señora y madre mía! ¡qué linda, qué hermosa eres! ¿Es posible que tan celestial belleza pueda estar desconocida? ¡Oh, quién pudiera, señora, atraer a tu presencia todos los corazones del mundo! A tanto espiraban mis deseos, pero bien conocía la emperatriz de los cielos que esto no era fácil a mi flaqueza y, habiendo hecho de mi parte lo posible, quiso mostrarme su majestad con prodigios que lo imposible estaba reservado al omnipotente brazo de dios, autor de la naturaleza, porque siendo llegado el tiempo en que esta soberana imagen de María, señora nuestra, había de tener culto público y, estando hecho lo primero en el reparo y adorno de la santa casa, faltaba lo segundo y más principal, que eran los adoradores de su hermosura, los cuales habían de tributar el debido vasallaje a su grandeza. Mas, viendo que estos no se movían a frecuentar los dichosos y felices umbrales de aquella santa ermita, fue preciso que el cielo, mostrando su enojo, los convocara con terror y espanto, ya que se negaban al amor tan sin segundo de haber querido esta celestial princesa conservarse en una pared de adobes el dilatado tiempo de doscientos años a costa de prodigios y milagros, franqueando a muchos sus beneficios y convidando a todos con su belleza.
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De forma que, mientras su venerable casa estuvo con desaliño y del todo abandonada, permitió vivir desconocida, pero luego que estuvo con el aseo y decencia correspondiente no quiso estar olvidada de la ingratitud de los hombres, sino que en el mismo día 21 de abril que se había vestido de gala, comenzó a tener corte en un convite general que hizo a pobres y ricos, grandes y pequeños, hombres y mujeres. Serían como las cuatro de la tarde cuando, estremeciéndose la tierra tan fuertemente que toda la ciudad se conmovió, de manera que todo era conflicto y amargura, repitiendo el mismo con mayor violencia a la hora de pasado el primero, tal, que ya no era aflicción sino confusión, porque las gentes salían desoladas dejando a sus hijos y familia, abandonando intereses y dejando las casas solas. Pero, aun pasado este terremoto, sobrevino el tercero a las seis de la tarde con mayor asombro y espanto, porque, puesto el sol, oscurecidas las estrellas y ensangrentada la luna, se mostraba el cielo triste y el aire corría caliente y con gran desconsuelo. Con estas señales que parecían del juicio universal, la mayor parte de los habitantes de esta capital desampararon la ciudad y poblaron los campos, alojándose al descubierto por temor de los edificios que pudieran arruinarse. Yo me hallaba en el santuario con otros cuatro amigos que me estaban ayudando a poner unos cuadros de perspectiva que mandé hacer para formarle colateral a Nuestra Soberana Reina, a quien le habíamos puesto por la mañana un bello nicho de madera gateado que después se doró y se le puso al santo Ecce homo por haber mejorado el de Nuestra Señora. Como era domingo y faltaban los pocos trajinantes que frecuenta aquella calzada, estaba aquel campo tan sumamente solo que ni pájaros pasaban por aquellos contornos y, como iba llegando la noche, nos llenamos de temor porque hasta allá se percibían los clamores de toda la ciudad. Pero breve nos consolamos viendo que se acercaban numerosos concursos de hombres y mujeres de toda clase y distinción, en tanta abundancia que, poblándose aquel desierto, como no cabían dentro, se rodearon de la ermita y todos en alta voz pedíamos misericordia, suplicando a la reina de los Ángeles interpusiese sus ruegos y, por aquella su santa imagen, nos mirase con clemencia. Apaciguado el tumulto, se repartieron en comunidades, rezando a coros el santo rosario y, acabado este, entonaron todos variedad de alabados, con tal devoción y ternura, que parecía haberse despoblado los cielos y pobládose la tierra con celestes paraninfos. Continuaron su devoción toda aquella noche y dos días después que permanecieron en todo aquel campo sin querer desamparar los
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atrios de la santa casa, temerosos de entrar en la ciudad, quedando desde entonces tan fieles devotos de esta soberana imagen de María Señora Nuestra que, en cinco años, no ha desfallecido la devoción, antes, de día en día va creciendo el número de sus devotos y se van aumentando los cultos de esta purísima virgen, cuya belleza es un hechizo de hermosura que encanta los corazones y arrebata los afectos, sin dejar facultad para no rendirse el alma en su presencia con aquella dulce violencia que se atrae las voluntades con el atractivo de su bellísimo rostro.
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Capítulo IX AUMENTOS DE AQUEL SANTUARIO Y ELEVACIÓN DE LOS CULTOS DE NUESTRA SEÑORA DE LOS ÁNGELES
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e alientan los corazones a emprender cosas grandes cuando con próspera fortuna ven logrado el fruto de su trabajo y cumplido el logro de sus deseos, pues habiendo sido grandes mis afanes por dar a conocer la hermosura de esta soberana imagen de la reina de los cielos, y viendo tan crecido el número de sus devotos que de día en día se iban aumentando los concursos, me pareció muy escaso el culto de la divina princesa, pues le faltaba el lleno que podía tener con el sacrosanto sacrificio de la misa, para cuyo fin le supliqué al párroco sacase las licencias necesarias siquiera para los domingos y fiestas del año, pero se negó a tan justa petición temeroso de no poderlo conseguir, respecto a que desde el año de 745 en que fue cerrada la ermita fueron negadas varias peticiones que presentaron Zambrano, don José Benito y Agustín Anastasio, sujetos a cuyo cargo había estado el cuidado de ella treinta y un años, que tantos iban corridos desde aquel año hasta mi tiempo, que fue el de 776. No es fácil ponderar la grande pena que recibió mi corazón con la noticia de semejante nueva, pero con firme esperanza me acogí al patrocinio de la misma señora y, en su nombre santísimo, presenté mi pedimento al ilustrísimo señor don Alonso Núñez de Haro y Peralta, quien, con su acostumbrada benignidad, me concedió su licencia en toda forma, sellada con el sello pastoral y, con tal amplitud, que la dio general para celebrar cuantas misas hubiera diariamente y frecuencia de sacramentos, para lo cual precedió la visita el señor provisor doctor don José Ruíz de Conejares en el día dos de mayo y en el siguiente fue la bendición de la iglesia por comisión especial, cometida al señor doctor don Valentín Narro, canónico lectoral de la santa iglesia catedral, cuyo señor cantó la primera misa el domingo siguiente, que fue el primero de mayo y día cinco de dicho mes, motivo porque en este día
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celebra aquel santuario la dedicación de su iglesia. Le acompañaron a dicho señor lectoral en tan santo ministerio, don Felipe Narro, su hermano, que cantó el evangelio, y el señor doctor don José Zorrilla, su sobrino, que fue de la epístola, siendo del sermón el muy reverendo padre lector jubilado fray Agustín Vidarte de la religión seráfica. Y, como la capilla era reducida, solamente a seis varas de largo y ocho y media de ancho, fue necesario poner una enramada de la puerta afuera para el numeroso concurso de las personas más principales que asistieron a la fiesta de esta dedicación quienes, con devoción y ternura, derramaban lágrimas de gozo viendo tan celebrada a esta soberana reina y, esforzándolos el predicador, continuaron con fervor desde allí hasta la presente, ofreciendo sus limosnas para misas rezadas y cantadas, con tal franqueza, que hasta el día van celebradas por cuenta del santuario siete mil y tantas misas rezadas y más de doscientas cantadas. Pero aun pareciéndome poco lo que se había conseguido hasta el domingo primero de mayo y, queriendo yo solemnizar más la fiesta titular que se iba acercando, le pedí al señor arzobispo la gracia de que se expusiese a la pública adoración de los fieles el adorable sacramento del altar en aquel santuario, el día dos de agosto en que la santa iglesia celebra la fiesta de Nuestra Señora de los Ángeles; me fue concedida esta gracia y, con tal liberalidad de este amable príncipe, que fue para todo el día y perpetuo todos los años, con ochenta días de indulgencia y en todas las tres fiestas de mayo, agosto y Concepción la misma gracia. Pero hallándome yo obligado a tener custodia para el santísimo sacramento y, considerando que la santa casa era muy pequeña para recibir en ella aquel soberano huésped, que no cabiendo en los cielos quería honrar con su divina presencia la fiesta titular de su bendita madre, me vide tan afligido que no pudo llegar a más la congoja, por ser tan corto el tiempo, que no faltaban más de veintitrés días y me hallaba sin facultades para emprender tales gastos, pero después de todo no tuve otro sitio que postrarme a las celestiales plantas de mi soberana reina, le representé la necesidad, expúsele mi insuficiencia, le manifesté mi congoja haciéndole presente que era honor suyo y honra de la divina providencia recibir con decencia al purísimo hijo de sus virginales entrañas, a cuyo infinito poder no había imposibles siendo de su divino agrado. No salieron vanas mis esperanzas ni desatendida mi pobre oración, porque en el siguiente día fue un amigo a visitar a nuestra señora y, tocándole su majestad al corazón, entró a la pieza donde yo estaba y sabiendo la nueva gracia concedida por el ilustrísimo señor arzobispo, me dijo que la capilla era muy reducida para el concurso que se esperaba en el día dos de agosto.
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Díjele: “Ya lo veo, pero faltan los reales, que a tenerlos yo la hiciera más capaz”. Túvolo a imposible por la cortedad del tiempo, pero sin embargo me dijo: “Yo te prestaré lo necesario con el trato de irlo pagando después”. Admití la oferta, mas la soberana reina no permitió que yo quedase adeudado, porque de ochocientos y tantos pesos que costó la obra solo me suplió el amigo trescientos y tantos, lo demás me lo envió su majestad por donde yo no pensaba y, concluida la fábrica, ya no se debía nada. Alentado yo con el préstamo que me hicieron, llamé un maestro alarife, don Francisco de Torres, y, sin embargo de ser aquel día domingo, fue y, hecho cargo de mi empresa, lo dificultó mucho, pues veintiún días que faltaban apenas bastaban para recoger materiales. No obstante, le dije que diese principio y vería cómo alcanzaba el tiempo. Díjome que la fábrica había de salir falsa por las frecuentes lluvias, que era su tiempo, y aquel año apuraron demasiado. Después de varias contiendas quedó en enviarme los operarios y yo me encargué de comprar los materiales. En el día siguiente previne las mezclas, velando toda la noche en hacerlas con fuerza de gente por haber ocupado el día en recoger maderas, acarrear piedra y solicitar herramienta. Llegada la mañana del día trece de julio, que fue la siguiente, llegó el maestro Torres con sus operarios y dieron principio a la fábrica sobre los cimientos que ya estaban hechos desde el año de 1745, pero, aunque yo dormía de día, la obra no paraba de noche, porque velaba con cincuenta hombres hasta el día, que entraban ciento gobernados por dicho maestro y, de este modo, se concluyó el día primero de agosto, víspera de la fiesta, sin haber llovido en todo aquel tiempo ni en muchos días después, con asombro de los que así lo observaron, porque parece que se habían cerrado las cataratas del cielo mostrándose el sol tan fuerte, que pudo secarse la obra, de manera que todos los que ignoraban haberse hecho nuevamente, extrañaron la iglesia y desconocieron el sitio porque muchos que habían estado en el santuario veintiún días antes y habían visto la ermita de seis varas de largo y aquel día la hallaron de veinte, y una de grande, con portada y más alta, con razón se admiraron de aquella repentina mudanza. Y como la veían seca, pintada y bien acondicionada, con tres altares más y bien aderezada, crecía el asombro en ellos, tanto, que dieron en decir que la fábrica había sido por manos de ángeles, y es cierto que, aunque la hicieron los hombres, parece que anduvieron en ello los ángeles, aunque invisiblemente, pues menos era imposible que hubiera quedado tan firme y perfecta, mayormente con
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los casos que me pasaron en aquellos días. Entre muchos, referiré uno solo por ser en crédito de la providencia divina. Un sábado tenía yo que pagar ciento cincuenta pesos de raya a los operarios y para eso solo tenía treinta, y sin arbitrio para lo restante, porque el amigo que se me había ofrecido se hallaba en cama y sin dinero en su casa, con esto me hallaba muy apurado y, de rato en rato, volvía los ojos a nuestra señora pidiéndole socorro en tal necesidad, pues, de no pagarles a los operarios, no volverían a trabajar el lunes, y la iglesia se quedaría empezada y sin acabarse. Estos y otros alegatos le hacía yo a su majestad, y estando postrado en su presencia divina, cuando vino un hombre que no fue para mí sino un ángel. Díjome que tenía que hablarme a solas. Le mandé entrar en la sacristía donde me dijo: “Amigo, tome usté estos ciento veinticinco pesos que me han dado para la obra de esta santa casa, usté los destinará en lo que más falta haya”. Se despidió dejándome tan consolado como enternecido al considerar la puntualidad con que su majestad divina proveyó lo necesario, con lo cual se pagó a los operarios que, juntos con los treinta que yo tenía, aún sobraron cinco pesos y, sin que volviese a hallarme en semejante apuración, de allí hasta el día dos de agosto, antes sí, tuve el consuelo de verle estrenar a nuestra señora su iglesia, y a su hijo sacramentado una hermosa custodia de pedrería con quince marcos escasos de plata sobredorada, que dentro de los veinte días anteriores la hizo el platero don Vicente Vargas, en cuyo tiempo le fui entregando la plata y oro que se recogió de algunos bienhechores a quien le había yo comunicado mi pensamiento. También se estrenó este día un sagrario y respaldo de plata y cristales, que costeó un devoto de nuestra señora, a quien su majestad se lo retribuyó tan colmadamente que, después de librarlo de una peligrosa enfermedad, lo enriqueció en menos de un año con una poderosa mina que vino a su poder por extraños caminos. Pasada la fiesta de este día y, considerando yo, que se hacía preciso mayor vivienda para los sacristanes y peregrinos que ocurrían de varias partes a cumplir sus promesas, tracé y puse por obra una sala, recámara y cocina junto al cuarto que se había hecho pocos días antes. Acabose dicha vivienda dentro de pocos días y para que cuidasen de ella y de todo el santuario, me deparó dios una familia entera, siendo el principal don José Cobacho que, desde el día que comenzó a tener culto aquella santa imagen, comenzó él a servir a su majestad en cuidarle la iglesia y colectar limosna en ella propia. Un hermano suyo cuidaba de la sacristía y atendía a las campanas; su madre atendía al desayuno de los peregrinos y de los sacerdotes que van
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a decir misa; una hermana del mismo, lavaba y planchaba la ropa blanca de la sacristía y otra hermana menor era la costurera de la virgen; su tío, acarreaba los menesteres de cera, vino, agua y demás necesario al servicio de la iglesia y aún perseveran hasta el día cada uno en sus empleos. En el siguiente año determiné que hubiese capellán en aquel santuario para que cuidase de los vasos y vestiduras sagradas, como también para que confesase y rezara la corona todas las tardes, cuya santa devoción permanece hasta la presente, con mayor solemnidad todos los días, por ser con música y acabada, hay salve y letanía cantada. El primero que ocupó este santo ministerio de capellán en aquel santuario fue un padre clérigo, don Andrés Uruñuela, hombre tan ejemplar que, habiendo sido provisor de Guadiana y canónigo de aquella catedral, por vivir en pobreza se retiró de sus puestos y dignidades, y no habiendo comodidad de que viviese en el santuario se redujo a estar en una casilla pobre que estaba de allí cerca. Esta era de Cobacho y me la prestó en tanto se hizo en el santuario una casa muy capaz para el capellán, la que se acabó dentro de un año y, tan grande, que comprende una sala de doce varas, dos recámaras, comedor, otro cuarto y cocina, con un patio de treinta y tres varas en cuadro que comprenden ambas viviendas y, al frente de estas, hice un hermoso portal de pilares de mampostería con treinta y seis varas de largo para refugio de los peregrinos. Y, para evitar que los coches no entrasen hasta la puerta de la iglesia, hice al frente de ella un gran cementerio en forma de flor con cincuenta varas de largo y más de veinticinco de ancho. Mucho tiempo después hice una sacristía de 15 varas a la espalda de nuestra señora y, en el patio, una bodega.
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Capítulo X LLEGARON LOS CULTOS DE ESTA BELLÍSIMA EMPERATRIZ A SU CABAL PERFECCIÓN Y FUE AUTENTICADO EL PRODIGIO DE SU CONSERVACIÓN ADMIRABLE
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esde aquel primero día que tuve la dicha de conocer a esta bellísima emperatriz de Los Ángeles, no se ha podido apartar de mí el insaciable deseo de adelantar aquel santuario en cuanto ha sido posible, porque, movido mi corazón de un celestial impulso, luego que se me han venido al pensamiento nuevos modos de engrandecer las glorias de esta prodigiosa imagen de María Santísima los he puesto por obra, y el mismo hecho de haber producido su efecto me ha dado a conocer qué tan santas el ideas son dimanadas del orden que la divina providencia tiene en ir disponiendo los mayores aumentos del sagrado culto de esta santa imagen, hasta haber llegado este a su total perfección porque, no habiendo depósito del divinísimo señor en aquel santuario, le faltaba lo principal y, para que lo hubiera, me presenté al ilustrísimo señor arzobispo el día 14 de octubre del año de 1777 pidiéndole la gracia de que en aquel santuario hubiese depósito perpetuo del divinísimo señor sacramentado, exponiéndole los motivos tan justos que me obligaban a molestar su atención. Y, luego que fue presentada mi petición, se dignó su señoría ilustrísima en cumplimiento de su cargo pastoral pedir informe al cura de Señora Santa Ana, donde toca este santuario, pero aquí se descubre otro empeño de la divina providencia, porque el señor cura que se hallaba entonces era don Francisco Chacón, mayordomo del mismo ilustrísimo señor que, por muerte del señor Avendaño, había entrado de interino. Este caballero, aunque era muy devoto de Nuestra Señora, pero con el temor de hallarse aquel santuario tan solo y retirado de toda vecindad, se oponía a la concesión de dicho depósito, motivo porque puso el informe siguiente:
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“Ilustrísimo señor. En obedecimiento del superior decreto que antecede de vuestra señoría ilustrísima digo: que no tiene inconveniente que haya sagrario en dicho santuario, pero debo informar a vuestra señoría ilustrísima que este se halla en un territorio absolutamente despoblado y, por consiguiente, estar expuesto a los insultos de salteadores que continuamente se verifican en semejantes parajes”. No hay duda que este informe estuvo bien puesto y, cuanto se contiene en él, es verdad y del todo cierto, pero por lo mismo era capaz de retraer el ánimo del príncipe. Si la mano invisible de dios no lo hubiera determinado del modo más conveniente al divino beneplácito de lo acaecido, no se podía esperar otra cosa, sino que el pedimento mío saliese negado. Pero fue tan al contrario, que en el día 18 del mismo mes fue servido dios que se dignase dicho ilustrísimo señor de mandar extender un decreto en que dice: “Visto el escrito y pedimento antecedente e informe que le acompaña del cura párroco interino de Santa Ana, en atención a que nos consta la buena proporción y disposición que tiene la casa que ha fabricado don José de Haro, contigua y con comunicación al santuario de Nuestra Señora de los Ángeles, con el fin de que la habite el capellán que por tiempo fuere de dicha milagrosa imagen, damos nuestra licencia para que se coloque en aquel santuario el santísimo sacramento bajo la precisa y necesaria condición de que el capellán no desampare dicho santuario ni pernocte fuera de la referida casa de su habitación”. Este es puntualmente el decreto de aquella gracia en que, conociendo yo la franqueza de este ilustrísimo príncipe y el amor con que siempre ha mirado aquella santa casa con ternura de amoroso padre, volví de nuevo a molestar su atención pidiéndole fuese el divinísimo señor en pública procesión, desde la parroquia de Señora Santa Ana y que esto se entendiese de manifiesto, en custodia y no en copón, como es costumbre en todos los depósitos de las nuevas iglesias. Me fue concedida esta nueva gracia y, con ella, otras dos: de que por todo el día estuviese patente el señor en dicho santuario y ochenta días de indulgencias a todas las personas que acompañasen la procesión que se verificó el día 28 del mismo mes de octubre; pero falta que decir lo más particular del caso y es la gracia que nos hizo el cielo aquel día en que mostró la especial com-
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placencia que tenía el señor de la gloria en ir a tomar posesión de aquel nuevo santuario, que en honra de su portentísima madre se le preparara a honor de la misma señora que mereció ser tabernáculo, el más digno a su grandeza. Fue el caso que había muchos días que no cesaba de llover y, siendo llegada la víspera de la procesión en que ya tenía yo todo prevenido y convidadas las comunidades y personas principales de esta corte para la solemnidad del siguiente día, me hallaba muy triste por no ser posible verificarse el que su majestad fuese en público y debajo de palio, porque habiéndome llamado el señor cura, y héchome presente el mal temporal que hacía, me dijo que no podría verificarse mi intención si no mudaba el tiempo, el cual era tan corto que ya no restaban sino horas de por medio. Y, el cielo que parecía se le habían roto las cataratas, y así me decía el párroco que podía ir el divinísimo señor en copón y dentro de la estufa. Díjele a su merced que respondería en la mañana del siguiente día, porque si dios quería que el agua se quitase, el piso era lo de menos. Me despedí del cura y, con esta aflicción, fui a tener al santuario donde me postré yo y todos los de casa acompañados del padre capellán (que a la sazón lo era don Joaquín Iglesias) le pedimos todos a nuestra señora que, si era su voluntad, que la procesión fuese con toda solemnidad y su hijo santísimo fuese de manifiesto y debajo de palio, mandase a las lluvias que se suspendiesen siquiera por el rato de la procesión. Sucedió pues que, para mostrar el poder y dominio que tiene sobre todas las criaturas como reina de los cielos y la tierra, no pausaron las lluvias desde las doce de la noche y amaneció una mañana en el día siguiente la más apetecible, sin sol, sin aire, sin frío y sin calor. Tan alegre y agradable que pudo venir la precesión con más lucimiento del que se esperaba porque asistieron comunidades de ocho religiones, una gran clerecía, crecido número de personas principales y de los primeros puestos y dignidades, un numeroso concurso de gente de todas clases y estados y, sin convidarlos ni prevención alguna, muchísimos niños vestidos de ángeles, santos y estandartes de varias cofradías, un gran trozo de tropa para que fuesen custodiando al divinísimo y, por último, fue tan lucido el vistoso aparato de esta procesión que, pintada, no podía mejorarse. Llegó el divinísimo señor al santuario conducido por el cura don Francisco Chacón y, colocando a su majestad en el trono que le esperaba, cantó la misa el señor don Gregorio Omaña, canónigo dignidad de la santa iglesia metropolitana; cantó el evangelio el doctor Andorregui; la epístola, el doctor don José Zorrilla y predicó el sermón don José Sánchez, predicador famoso de esta corte.
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Verdaderamente que el gozo que tuve este día pudo quitarme la vida al no conservármela la misma señora para que defendiese su honra, pues no faltó quien pretendiese oscurecer sus glorias, dudando de su conservación intacta y queriendo persuadir con sofismas que el parecer tan hermosa era prueba de que yo la había mandado retocar, pues de lo contrario no era posible que hubiera permanecido casi dos siglos en tan gran desamparo y sin resguardo alguno. Necia locura de unos corazones faltos de toda piedad, pues para desvanecer esta oscura niebla que se iba disipando y con su opaca sombra pretendía eclipsar la belleza de esta mística Luna, por quien los cielos derraman los favores a raudales a todos aquellos que con viva fe se acogen a su patrocinio, me vide obligado a presentarme al señor provisor pidiéndole se sirviese mandar que se me recibiese la información que estaba pronto a producir en defensa de esta santa imagen, la cual fue tan cumplida, que se probó en bastante forma la íntegra conservación de la santa imagen y el no haber sido retocada en su santísimo rostro y manos, ni ahora ni en tiempo alguno cuya verdad se halla sostenida con las declaraciones de cinco testigos sacerdotes del venerable clero y sagradas religiones, y once seculares, hombres de toda excepción y de avanzada edad y aun pudiera ser más incontrastable su firmeza si pareciera un testimonio que cita don José Benito de Alvarado y Moctezuma en los autos del año de 745 porque, como antiguo que debe suponerse y ,formado en los tiempos más inmediatos al origen de la santa imagen, sin duda que podría darnos razón más individual de su origen y conservación, aunque no es de menos seguro el testimonio que resulta de estas diligencias últimas del año de 777 por contenerse en ellas una constante tradición aun solo con el dicho y declaración de don Martín Picazo de San Roque Martínez, quien por un efecto de la divina providencia contaba ciento y trece años de edad al tiempo de su declaración, y aún vivió todavía hasta el año de 1778 en que murió. Este sujeto tan venerable por su larga vida, después de referir lo que sabía de propia ciencia y había visto en todo el discurso de ella, apoya su dicho con las noticias que tuvo de sus padres y abuelos, quienes murieron de edad de casi un siglo, siendo aun todavía mancebo el referido Picazo. La misma tradición declaró don Juan de Alvarado teniendo noventa y seis años, y un padre clérigo nombrado don Manuel de Recabada de ochenta y ocho años; a lo dicho se agrega la seria inspección que en dicho año de 777 se hizo y consta en dichos autos, por don Francisco Vallejo y don José de Alcibar, insignes maestros del arte de la pintura y el reconocimiento que hicieron don Francisco Torres y el alférez don Ildefonso Iniesta, famosos arquitectos de esta corte, declarando unos y otros que la conservación de dicha soberana imagen excede las fuerzas
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de la naturaleza por las causas y motivos que tienen observado bajo las reglas del arte y según su leal saber y entender, pero aún se pudieran realzar más los seguros de estas pruebas si yo hubiera tenido la fortuna de encontrar el original del reconocimiento que hicieron el maestro Ibarra y el célebre Juan Patricio en el año de 46 de este siglo por disposición del señor inquisidor mayor don Pedro Navarro de Islas, quien mandó que con una lanceta fuerte picasen junto a la oreja izquierda de la santa imagen para reconocer si la materia en que está era adobe como dicen. Picaron y hallaron ser cierto el que está pintada sobre los adobes mismos, cosa tan rara y prodigiosa que por tal la tuvo la famosa Amaya, mujer tan diestra en el pincel que fue muy celebrada en esta corte, donde nos dejó su memoria con la efigie del señor San Sebastián que está colocada en el altar de Nuestra Señora del Perdón de catedral, hechura de su mano, en que se descubre los muchos alcances que tuvo esta mujer insigne en el arte de la pintura.
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Capítulo XI PERFECCIONES DE ESTA SOBERANA IMAGEN DE LA CONCEPCIÓN DE MARÍA SEÑORA NUESTRA Y MILAGROSOS EFECTOS QUE CAUSA EN LOS CORAZONES
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xplicar con palabras las bellas perfecciones de esta prodigiosa imagen y reducir a razones los milagrosos efectos que produce en las almas, es querer contar las estrellas del cielo y medirle al sol sus pasos. No obstante, por ser sábado el día en que las escribo, me arrojaré confiado como el fénix a las llamas, seguro de salir renovado en el amor de su belleza. Y dando principio por su estatura digo que no llega a siete palmos su tamaño, el rostro aguileño, la frente espaciosa, arqueadas las cejas, los ojos hermosos, la vista modestamente inclinada a la tierra sin descubrir apenas más que la mitad de las pupilas, la nariz seguida y roma, la boca pequeña, los labios rojos, la barba agraciada y partida con un hoyito, el cuello delgado y corto, las mejillas muy encendidas, el color trigueñito rosado, el pelo entre oscuro y claro, derramado blandamente por los hombros, especialmente el izquierdo, poblado en los extremos, crespo y ceñido al cerebro, las manos chicas juntas y arrimadas al pecho, los dedos muy torneados. Inclínase sobre la derecha descubriendo solo el oído izquierdo, como que atiende a las súplicas de sus devotos y, según el ademán del rostro y manos, descansa todo el cuerpo sobre el pie derecho, como quien está despacio y con gusto de que le pidan los mortales para derramar sobre ellos los tesoros de sus misericordias con favor tan, sin medida, que hasta la presente no se le ha mostrado necesidad alguna que no haya sido remediada en su presencia. Así lo publican cuantos con viva fe se acogen a su patrocinio, quedando con vista los ciegos, los enfermos con salud, con pies y manos los mancos y tullidos, con vida los difuntos, los huérfanos con tutor, las viudas con amparo, los casados con alivio y las doncellas socorridas.
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Cierto es y, de fe, que la santísima virgen se nos representa una misma en todas sus santas imágenes, pero también es verdad que en unas más que en otras nos manifiesta con particularidad su poderosa intercesión; verdad tan calificada que la misma señora lo manifestó cuando, hallándose vecina a su tránsito glorioso y despidiéndose de sus amados hijos, los apóstoles, les dijo con ternura de madre: “No tenéis que afligiros, que, aunque me ausento partiéndome a mi hijo, con vosotros me quedo en mis santas imágenes así de pincel como de talla, y conoceréis que estoy en ellas cuando viereis que por medio de alguna ejecuto milagros y maravillas”. Esta fue puntualmente la revelación que tuvo el beato Amadeo, y lo mismo que observamos en la prodigiosa imagen de Nuestra Señora de los Ángeles, pues parece que su original le ha comunicado el don de milagros o, por mejor decir, este es el tiempo en que la emperatriz de los cielos ha querido y quiere por medio de esta su santa imagen franquear los tesoros de su poder y derramar sobre nosotros los innumerables raudales de su piedad. Los felices anuncios de estos favores parece que los mostró el cielo con señales de regocijo, tres años antes del origen de esta prodigiosa imagen, pues nos dice Florencia que en el de 1577 se dejó ver el sol (por algún tiempo) a la hora de medio día con un cerco de resplandores muy hermoso y, a la media noche, se aparecía en el cielo un cometa de luces en forma de palma muy claro y transparente. Ambas insignias de regocijo y felicidad para los moradores de esta oscura región de la tierra, pues se les preparaba en esta maravillosa imagen un milagroso portento en quien con tantos prodigios había de resplandecer la mano invisible de dios y su divina providencia, tan misericordiosamente empeñada en conservarla tan linda y hermosa contra todo el orden de la naturaleza, para honra y gloria de su querida hija, madre y esposa, y para exigir de nosotros una tierna y eficaz devoción a esta soberana imagen de María, en quien la misma señora se oculta atrayéndose las voluntades con la belleza de su rostro y con una dulce violencia que arrebata el alma sin dejar la facultad en el albedrío para no rendirse en su presencia, pues muchas personas que han corrido de la Europa, la Francia, España, Italia y demás reinos católicos, y de las Indias, Lima, China y este de Nueva España con sus islas y colonias, dicen que, aunque en dichos reinos y provincias se veneran variedad de santas imágenes, pero no han visto ninguna que llegue a la hermosura de esta
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ni de sus circunstancias, pues son raras las que producen los bellos efectos que esta señora, pues solo de ponerse en su presencia y, aun de irse acercando a su santuario, ya va sintiendo el alma una moción tan celestial y sobrenatural que, con interior impulso, se mueve la voluntad a un particular amor, ternura y devoción hacia esta soberana imagen, y esto no como quiera pasajeramente, sino persuadiendo con eficacia a reverenciar su santísimo nombre y los atrios de su santuario, y esto no solo a sus devotos, sino generalmente a todas las personas que tienen la dicha de conocerla, aunque con indiferencia vayan a venerarla e ignoren sus raras circunstancias. Lo mismo es irse acercando a la santa casa que poseerlos un temor reverencial lleno de gozo y ternura; de aquí viene el origen de que yo estableciese en aquel santuario que al llegar al cántico Regina Angelorum en la letanía que todas las tardes se canta, a este tiempo se de vuelta a la rueda de campanillas para que, tocadas estas, avisen a los que están sentados para que se hinquen y a todos para que inclinen la cabeza, porque observé que lo mismo era llegar a este soberano cántico, todos se llenan de gozo y derraman lágrimas de ternura pues, como afirman muchos, y yo de propia experiencia puedo decir, en llegando a estas divinas alabanzas se muestra más hermosa y parece que muda el semblante en más apacible y halagüeño rostro. Lo mismo hemos observado en todas sus festividades, especialmente en el dos de agosto que celebra aquel santuario la fiesta titular, y generalmente hablando, siempre que está patente el santísimo sacramento, como que muestra regocijo y del sumo gozo se pone tan encendida en los colores del rostro que parece hallarse con calor y bochorno, sintiéndose no pocas veces en tales días una fragancia tan suma y de tan agradable olor, que trasciende hasta las piezas más interiores del santuario sin que en tales ocasiones haya habido flores rosas ni cosa de olor, por ser cosa que siempre he celado con prolijidad el que no haya cosa ninguna para certificar lo cierto con más seguridad. Y, aunque muchas veces yo no lo he percibido, pero lo han sentido muchos, y las más yo y varias personas y aun pudiera decir más de estos prodigios o más portentos de esta naturaleza si el temor de ser censurado no me detuviera; solo digo en suma que tales maravillas son claros testimonios del oculto poder que en esta soberana imagen se esconde, superior a la naturaleza, pues menos no causará en los corazones tales efectos, porque esto proviene del interior impulso que los impele, porque en lo natural y, según los facultativos, no tiene esta soberana imagen nada de hermosa por hallarse fuera de las reglas generales del arte. Pero, con todo, dicen los pintores que la imagen está devota, infunde respeto y veneración y, el parecer a todos tan hermosa, es clara evidencia que tales efectos no son obra de la naturaleza sino superiores al entendimiento y ajenos de todo aliño del pincel.
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XII Capítulo XII
MAGNIFICENCIA EN QUE SE HALLA ADORNADA ESTA SEÑORA Y ALHAJAS PERTENECIENTES A SU SERVICIO Y DIVINO CULTO
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l más precioso adorno de esta señora y soberana imagen de la virgen madre, consiste en su belleza, pero, como los hombres por lo que tienen de animal son llevados de aparentes visos, de aquí viene que muchas ocasiones levantan su espíritu y oran con mayor fervor en presencia de las santas imágenes que, modestamente adornadas, se le presentan a la vista; razón tan del todo cierta que tiene en su abono toda la autoridad de la santa iglesia, la cual manda a sus ministros que las vestiduras sagradas sean decentes y del todo aseadas para que por lo exterior vengan los fieles en conocimiento del acto interior que se celebra en el santo sacrificio y, recogiéndose en su corazón, hagan alto concepto de las funciones sagradas y de los soberanos misterios que allí se nos representan. A este modo se aprovechan muchos devotos delante de esta admirable imagen, que como precioso objeto se les presenta a la vista con majestuosa bizarría, tan hermosamente adornada de costosas telas y brillantes alhajas. Su venerable cabeza ciñe una corona imperial de plata sobre dorada, su divino rostro cercado de resplandores del mismo metal que la corona; de su santa oreja está pendiente un rico arete, el torno de su cuello adornado con tres hilos de perlas netas y gruesas. Todo el cuerpo cubierto de un costoso vestido de tisú; en su sagrado pecho se coloca un riquísimo variel de pedrería, el talle ceñido con un precioso cíngulo y por broche una rica joya; sus purísimos dedos aderezados con tres cintillos de diamantes, topacios y esmeraldas. Las muñecas de sus blancas manos con pulseras de perlas finas; todo esto pende del ropaje y este descansa sobre una hermosa peana de plata donde pisan sus sagrados pies vestidos de terciopelo bordado, sostenido todo con arbitrio en un lienzo que tiene puesto alrededor. Bajo el hueco del medio que está cortado a fin de que descubra el sagrado rostro y manos de nuestra señora, que está pintada en el centro de la pared principal, colocándose todo lo dicho dentro
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de un bellísimo nicho de talla dorado y cristales de tres varas de alto y dos y media de ancho. Dentro del nicho no hay más adorno que un arco de flores cartulinas con muchedumbre de serafines hechos de cera; fuera del nicho y alrededor de este, está puesto un arco de madera vestido de presentallas de plata y tantas en número, que pasan de quinientas. Abajo y delante del nicho se halla un lucido sagrario de plata y cristales donde está el divinísimo; a los lados del sagrario un rico terno de madera tallada y dorada. Todo lo dicho sobre un sotabanco muy lucido y al medio se coloca la mesa de altar decentemente adornada de frontal, manteles, palia, blandones y ramilletes de plata; todo el presbiterio entapizado de carmesí y una rica cortina de tela blanca y oro para cubrir a nuestra señora de noche, porque, de día, siempre se mantiene descubierta, y la iglesia abierta a todas horas. Sobre el tapiz carmesí tengo puesta la sagrada familia en unos marcos de talla de cerca de tres varas de alto y una y tercia de ancho; en el arco y división del presbiterio están dos candiles y una lámpara de plata y, al pie del mismo presbiterio, está la barandilla del comulgatorio y, a un lado, un farol de cristales muy hermoso donde arde todo el día y noche lámpara al santísimo. Inmediato al presbiterio y en el cuerpo de la iglesia, al lado del evangelio, está otro altar de señor San José, imagen devotísima. Sigue a este el de Jesús Nazareno, hermosísima efigie de pincel; enfrente está otro dedicado al santo Ecce homo, imagen de talla y muy respetuosa. Estos tres altares tienen sus mesas de repisa, los colaterales de perspectiva y las santas imágenes dentro de vidrieras. Señor San José tiene lámpara y en medio de la iglesia tres candiles. A los lados dos confesionarios. Junto a la puerta, el coro con un armonioso órgano con cinco mixturas. Enfrente, una suma de retablos de milagros que ha hecho Nuestra Señora, en tanto número, que cubren las paredes y llegan hasta las vigas. Por otro lado, están dos bastidores llenos de votos de cera. Bancas, las necesarias. La iglesia envigada y el cementerio enlozado. A más del adorno referido, tiene aquel santuario otras alhajas pertenecientes al culto divino y servicio de nuestra señora. Vestidos, tiene seis de los más costosos, tisús de oro y plata con varios cintillos y ornamentos muy ricos, mucha y muy buena ropa blanca de lino. En manteles, albas y demás, cerca de quinientos marcos de plata, en ciriales, cruz, trono, lámpara, candiles y otras alhajas de vasos sagrados, como cuatro cálices, dos copones, custodia, arandelas, viso, paz y otras.
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En fin, tiene la principal alhaja en una santa imagen llamada la Peregrina, porque todo el año anda visitando enfermos y solo en la fiesta va su casa, principalmente el día dos de agosto en que celebramos, junto con la titular, la festividad del Corpus, y esta señora sale en procesión. Es de media vara en su tamaño, vestida como la original con el mismo adorno y dentro de un nicho muy lucido, efigie tan devota y parecida a su original hasta en lo milagrosa, es hechura del maestro Santiago, el de la calle de los Medinas, a quien se la mandé hacer y se estrenó en la primera procesión del Corpus que hubo en el santuario el día dos de agosto y año de 1777, en cuya víspera fue conducida en procesión desde mi casa hasta dicho santuario, donde se bendijo con toda solemnidad. Últimamente se compone este santuario de iglesia, cementerio, sacristía, antesacristía, posada de peregrinos, casa de sacristanes, vivienda del padre capellán, portal y patio, en el cual se halla la fuente o pozo de la santísima virgen, todo él, fundado en tierras propias de nuestra señora, pues toda el área que le pertenece tiene doscientas sesenta mil novecientas cuarenta y una y media varas cuadradas superficiales, medidas por el maestro mayor de la ciudad en el nominado año de 777, el mismo en que las justifiqué y califiqué por de Nuestra Señora, a cuyo santísimo nombre tomé posesión de ellas en el mismo año por mandado de la Nobilísima Ciudad de México y en nombre del rey nuestro señor. Todo lo dicho se debe a la divina providencia y piedad de los bienhechores, a cuyas expensas se mantiene aquel santuario, pues no tiene renta alguna hasta la presente; porque, aunque en estos cinco años se ha recogido alguna limosna, pero no se ha podido fincar cosa alguna por la grande necesidad que tenía el santuario de que se hiciese de nuevo, pues de todo lo que yo tomé a mi cargo, no se pudo aprovechar otra cosa que la pared en que está pintada Nuestra Señora de los Ángeles y los cimientos de toda la iglesia. Lo demás de la fábrica, con su adorno y alhajas, es nuevo y hecho en mi tiempo a mi dirección y disposición, siendo las primeras alhajas y adorno que tuvo su majestad, primicias de mi trabajo y fruto de mis fatigas, pero con el tiempo, espero en la divina providencia y piedad de los fieles, no le ha de faltar lo necesario hasta que se le puedan establecer algunas rentas para que no decaigan los sagrados cultos de tan milagrosa imagen de María, señora nuestra, a cuya sombra se acogen todos los cristianos, pero con particularidad los moradores de esta corte, queriendo la misma señora que la subsistencia y fomento de su culto esté pendiente del patrocinio y franqueza de sus devotos, a quienes les promete en premio la posesión de la gloria.
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XIII Capítulo XIII
EN QUE SE DA NOTICIA DE LOS PODEROSOS MOTIVOS QUE DEBEN LLEVARNOS LA PRINCIPAL ATENCIÓN
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or no interrumpir el hilo de la historia y porque en la realidad así lo piden el orden y estado de las cosas que en diferentes tiempos se han ido sucediendo unas a otras, hemos pasado en silencio las causas principales de nuestra admiración, pero en este capítulo quiero tratar de ellas muy despacio y de propósito, para que haciéndose más reparables se llene de pasmo el entendimiento y de asombro nuestro discurso, al considerar un prodigio tan raro que, siendo el primero, no tiene semejante, porque, dónde habrá entendimiento que comprehenda el número de maravillas que encierra este solo portento.
Conservarse una densa pintura por doscientos y un años en materia tan deleznable y frágil como el adobe, y mantenerse en pie una pared tan débil y sin el correspondiente cimiento, pues no llega a una cuarta el que tiene, y cuando en su contra ha tenido tan poderosos contrarios, que sin intermisión de tiempo, siempre y en todos los instantes la han estado combatiendo, y después de una larga serie de años de combate permanecer firme y constante esta venturosa paredcita y en ella la santa imagen, fresca y tan hermosa que parece lleva pocos tiempos de pintada, quién habrá (digo) que no conozca que tal duración no puede ser comprendida en las causas naturales, sino superior a las fuerzas de la naturaleza, como dicen los facultativos en el arte de la pintura y arquitectura, mayormente cuando tenemos en abono de esta verdad lo mismo que la experiencia nos muestra; y, si no, regístrense los animales del mundo, y por ellos conoceremos cuan poderoso es el tiempo para consumir aun los más sólidos metales y fuertes peñascos de las selvas. Hagamos reflexión y hallaremos que en estos doscientos años y más que lleva de duración esta pintura soberana, se ha trastornado todo el orbe de la tierra, las ciudades se han fundado de nuevo, los poblados se han consumido,
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los desiertos se han poblado, las cortes se han mudado, las naciones se han confundido, las generaciones se han perdido y, en fin, no hay viviente en todo el mundo que tenga doscientos años de edad por larga que sea su vida, pero esta asombrosa pintura se conserva tan hermosa como el primer día de su origen. Los contrarios más voraces que ha tenido esta débil materia y aún la soberana imagen, han sido repetidas en tres ocasiones con otras tantas inundaciones que anegaron su pozo y toda la ciudad. Primero el año de 1604; segunda vez el de 1607 y, últimamente, en el año de 1629 y, aunque de las dos primeras no sabemos hasta donde subieron ni el tiempo que permanecieron, pero la de 1629 sabemos por don Bernardo de Cepeda, regidor que fue de esta nobilísima ciudad y otros escritores de aquel tiempo, nos refieren que las aguas de esta anegación se mantuvieron cinco años continuos y subieron cuatro varas más del piso en el paraje más elevado de toda la ciudad y, al mismo tiempo, dicen el gravísimo perjuicio que recibió toda esta capital, donde no quedó templo, casa ni palacio que no recibiese notable daño, pues se arruinó la mayor parte de toda ella, siendo muy contadas las casas que se mantuvieron en pie y, aun estas, con gran peligro de rendirse al impulso de las fuertes avenidas; pero sin embargo de la fortaleza y solidez de unas casas de mampostería, atracadas y enlazadas unas con otras aún todavía no pudieron resistir el empuje de las corrientes y solo fue poderosa a resistir su furia aquella débil pared, en que con asombro se conserva pintada la milagrosa imagen de la reina de los ángeles, cuyo santísimo rostro y manos purísimas fueron por cinco años continuos combatidos de la furia con que, agitadas del aire las aguas, reventaban en el mismo sitio donde está pintado el rostro y manos de la divina señora. La razón es clara, porque si dicen los autos de aquel tiempo que estas aguas subieron cuatro varas en la parte más alta de esta ciudad, luego, a la santa imagen le subieron hasta donde le cogen las muñecas de las manos por estar pintada su majestad sumamente baja, tanto, que no dista de sus manos al suelo, arriba de las cuatro varas; y mantenerse en la forma dicha, metida dentro de las aguas cinco años continuos parece que era cosa natural haberse deshecho la pared, aun solo con la humedad, porque siendo su formación de adobes pudieron haberse revuelto en lodo quedando en nada y, cuando menos la pintura pudo borrarse y deslavarse con los frecuentes golpes de las aguas o saltarse los colores con la continua humedad; pero el todopoderoso quiso conservarla tan linda y sin lesión para confusión de los incrédulos y honra de su divino poder, a cuya sombra pudo resistir esta prodigiosa imagen y la materia en que se conserva, para admiración del mundo y gloria de su belleza.
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Aún todavía nos queda mucho qué admirar si reflejamos con atención en las continuas ruinas que ha padecido esta santa ermita de Nuestra Señora de los Ángeles, la cual se mantuvo sin techo ni puertas desde el año de 1629 hasta el de 1635 que comenzaron a reedificarla con permiso del señor arzobispo don Francisco Manzo, y aún mucho tiempo corrió en el mismo estado, porque fue tan despacio su reparo que no se perfeccionó hasta 10 años después. En la misma conformidad se mantuvo desde el año de 1730 hasta el de 1737 que la reparó la familia de los Giraldo, en que resultan 12 años de ruina y por consiguiente, expuesta la santa imagen por todo este tiempo a las injurias de los elementos, no siendo la última vez que se vido en tal estado, porque en el año de 1745, expresa el señor provisor don Francisco Cervantes en el auto de foja primera de aquel año, que la capilla se hallaba enteramente arruinado su pavimento, y sin más resguardo que unas sombras de petates. Pero no dice cuántos años había estado en esa forma, mas, sin duda, fueron algunos antes los que corrieron en tal desamparo y grande el abandono de esta soberana pintura que por tan largo tiempo estuvo tolerando la continua humedad de las lluvias, en que deslavándose los adobes la dejaban cubierta del lodo que destilaba sobre aquel venerable rostro y sagradas manos. Al mismo tiempo sufrió los ardores del sol que tan vorazmente imprimía en ella el calor de sus rayos, pero lo que es más a mi ver, fueron los terribles golpes con que la hería el granizo, siendo este tan continuo en estos países que, comúnmente, vienen nubes enteras de él cargadas y no pocas veces han dejado asoladas las sementeras, muertos los ganados y destruidas las vidrieras y aplanados en toda esta ciudad. Pero, después de este largo combate, se conserva tan entera y rozagante que parece haber estado puesta al cubierto de cristales y vidrieras. Pero aún se descubre otro enemigo más poderoso, y es el salitre, con quien tan familiarmente ha perseverado en continua lucha el largo espacio de dos siglos en un terreno tan infestado en estas partículas nitrosas que, no pudiendo resistir a su fuerza las muchas fábricas de aquel pueblo, se han rendido y aniquilado la mayor parte de aquella vecindad sin dejar más memoria de su construcción que unos leves indicios patentes a la vista, en crecido número de cimientos antiguos y montones de piedras, por donde venimos en conocimiento que dichas caserías eran muchas de ellas de mampostería, fuertes y robustas, y, con todo, se aniquilaron, quedando sola y sin arrimo aquella flaca y débil pared de adobes, tan insuficiente por sí misma para resistir la fuerte impresión de estas partículas salitrosas, los furiosos huracanes contagiados con los vapores de las lagunas y, últimamente, los muchos terremotos
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que se han verificado en todo este reino y aun en todo el mundo, siendo tal los estragos en cualquier movimiento de tierra que, en Aquitania, se abrió y aún persevera abierta una montaña cerca de tres millas en el siglo pasado; en Levante, se tragó la mar una ciudad; la corte de Portugal se aniquiló en el año de 1751 y, en este reino, han sucedido mil estragos en el terremoto que llaman de Santa Rosa, [donde] casi se arruinó esta capital; en el que hubo el año de 68 se destruyeron muchas fincas, templos y conventos y, últimamente, en el día 21 de abril de 776, padeció una total ruina la ciudad de Guatemala y sus contornos. Pero esta pequeñita pared de adobes se ha mantenido firme y en pie sin desmerecer en su hermosura la soberana imagen de María santísima, nuestra señora, por cuyo respecto y patrocinio se ha conservado hasta la presente y, como si no bastaran todos los contrarios referidos, fue cubierta la santa imagen con unos petates mojados abrigados de unas tablas en el año de 1745, permaneciendo en este modo siete meses continuos hasta que fue descubierta por el señor inquisidor mayor de este reino, don Pedro Navarro de Islas, desde cuyo tiempo se le quedó en el rostro un velo imperceptible que solo se le percibe cuando, con reflejo, se observa por el lado del evangelio y, más claramente, por la puerta de la iglesia, pero siempre inclinándose al propio lado del evangelio, testimonio claro de lo mucho que sintió esta señora la ocasión que dieron los hombres para que su santa imagen fuese cubierta con esteras mojadas y, por no darles en cara con sus vicios, permitió antes dejar esta señal en su divino rostro.
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XIV Capítulo XIV
EN QUE SE DA NOTICIA DE LA EXPOSICIÓN DE LOS FACULTATIVOS, ARQUITECTOS Y PINTORES
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ste capítulo se reduce puntualmente a manifestar el parecer de los facultativos acerca de la conservación de esta milagrosa imagen y de la materia en que se halla pintada y, para que sea fiel, quiero copiar a la letra el sentir de cada uno según constan sus declaraciones en los autos del año de 1777.
En la ciudad de México, a quince de diciembre de mil setecientos setenta y siete años, yo, el notario, estando en la casa y morada del alférez don Ildefonso Iniesta y Bejarano, vecino de esta dicha ciudad, maestro mayor de sus obras y de las del real desagüe, y agrimensor más antiguo de la real audiencia de esta Nueva España, a quien doy fe conozco a efecto de que haga la declaración que, por decreto de diecinueve del próximo pasado noviembre, se manda conforme a lo pedido por don José de Haro en un escrito con que comienzan estas diligencias. Presente el susodicho le recibí juramento, el que hizo en toda forma por dios nuestro señor y la señal de la santa cruz, bajo el cual ofreció decir verdad en esta su declaración conforme a su leal saber y entender, procediendo en ella según pide la sagrada religión del juramento y su notoria cristiandad y acreditada conducta, en cuya inteligencia dijo que declara ser de sentir que la conservación de la santa imagen de Nuestra Señora de los Ángeles en la pared de adobe, sita en la ermita o capilla situada entre los barrios de Nonoalco, El Calvario y Santiago Tlatelolco, es una obra que excede a las fuerzas de la naturaleza y que esto lo funda en su antigua y larga duración, pues las fábricas de adobe bien cuidadas no pasan de cien años en su subsistencia y que esta ermita se ha arruinado quedando solo ilesa la pared del respaldo en que, como dicho es, se conserva pintada la soberana imagen de Nuestra Señora de los Ángeles. Que también lo funda en que, a más del poco cimiento que tiene dicha pared, trabaron y abrigaron
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a esta por la espalda con otra de mampostería, motivo suficientísimo para que se despintara dicha santa imagen, pues, para unir esta pared, era preciso humedecer la de adobe, causa suficiente para que el salitre y tequezquite la penetrara y, por consiguiente, borrara dicha santa imagen por lo poroso que es el adobe. Que así mismo lo funda en la refleja que hace de ser terreno salitroso y tequezquitoso, motivo porque las paredes de mampostería reciben grave perjuicio, destruyéndoseles los aplanados y revocados en dos varas y más de alto, daño que no se experimenta en la citada pared de adobe donde está pintada la referida imagen de la señora de Los Ángeles. Que por todas razones le parece al que declara no ser obra de la naturaleza la conservación de dicha santa imagen. Y que todo lo que lleva dicho es lo que halla según su leal saber y entender y la verdad, so cargo del juramento que hecho tiene en el que se afirmó y ratificó. Y lo firmó por ante mí, de que doy fe. Ildefonso de Iniesta y Bejarano. Ante mí, Manuel José Ruiz, notario receptor. Don Francisco Guerrero y Torres, maestro de las obras del real palacio, santa iglesia y tribunal de la fe, con el mismo principio y fin que la anterior declaración, en ocho de diciembre del mismo año, dijo que ha reconocido el lugar de la pared de adobe en que, como dicho es, está pintada la milagrosa imagen de Nuestra Señora de los Ángeles, y que las circunstancias que por tradición se saben de público y notorio de que en diferentes tiempos ha estado esta ermita abandonada y, aun al propósito, mandada destruir y ser su país y situación propensa y llena de salitre y tequezquite, fundada y situada de lagunas y pantanos y por esto humedecido su terreno, le hace maravillar la conservación de dicha materia al cabo de cerca de dos siglos, pues la experiencia lo ha mostrado y, generalmente, muestra que en semejantes parajes nada existen los adobes y que, en prueba de ello, se experimenta a la vista la total ruina de las demás paredes de su mismo tiempo (de cuya materia se hace cargo el que responde sería todo el cuerpo de la capilla antes de que se acreciera esta) de tal suerte que ni los vestigios de lo que fueron se han conservado y solo ha permanecido el respaldo o pared principal en que está pintada la santa imagen y, aunque para conservarla, los devotos le arrimaron o trabaron otra hoja o respaldo de mampostería, nunca se une perfectamente con el adobe pues, aunque al principio parezca que queda firme, siempre se desune, y aún la despide sin resistencia y más aquellas materias antiguas, que es arrimarles más humedad que las haga destruir más a prisa. Por lo que, haciendo eficaz reflexión de lo antiguo de esta pared, su materia de adobe, lo salitroso del terreno, lo húmedo y abandonado de la ermita y el haber cubierto la santa imagen con petates mojados con la intención de que se borrase
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la pintura, hace un conjunto de causas naturales para que no hubiera quedado rastro de la pared ni de la bella pintura de esta divina señora, y más cuando la experiencia enseña que, aunque una pared sea de la más fuerte mampostería, nunca conserva pintura con humedad. Antes sí, se deshace el aplanado o tez que forma la lechada y con facilidad se sueltan los colores, y así con la menor causa de las dichas bastaba para que se hubiera saltado la pintura y no hubiera quedado resquicio de tal hermosura, en que se admira y patentiza a la vista, pues aún el que no sabe semejantes circunstancias se pasma y asombra, motivos todos porque declara que su conservación es superior a las fuerzas de la naturaleza, y que esta es la verdad, so cargo del juramento que hecho tiene, etcétera. Con las propias formalidades y bajo del mismo juramento, don Francisco Antonio Vallejo, profesor del arte de la pintura, uno de los más insignes de esta corte, en dos de marzo de setecientos setenta y ocho años, ante el mismo notario, dijo que habiendo pasado a la capilla y santuario de Nuestra Señora de los Ángeles subió al nicho dentro del cual se coloca la santa imagen, y habiéndola reconocido, observó que según le parece está pintada al óleo en la misma pared, cuya fábrica es de adobe, y percibió lo primero, que por los lados está desabrochándose por todas partes la pintura, excepto el santísimo rostro y manos. Atendió lo segundo que, estando como están los colores muertos en la pintura, parecen por el contrario vivos y hermosos en el rostro y manos de la señora. De manera que, a no tener noticia cierta y constante de que jamás la han retocado, creería que sí lo estaba, según lo fresco y hermoso de los colores. Refleja lo tercero que, sin embargo de que la santa imagen no tiene en razón del arte y conforme a las reglas de él nada de hermosa, infunde respeto y veneración y, según les ha oído decir a muchas personas y algunas de autoridad, les parece hermosísima y certifican les atrae con su belleza dulcemente el corazón, de donde piadosamente sospecha el que declara que más que el artificio de la pintura es oculta y acaso sobrenatural la moción que en otras circunstancias se podía atribuir a destreza del pincel. Lo cuarto y último declara que, estando como lleva estando expuesto, pintada dicha santa imagen en materia tan débil, no alcanza cómo puedan mantenerse con tanta solidez el venerable rostro y manos, pues, habiéndola tocado, no denotan ni aun sospechas de poder soltarse o brocharse de la pared, siendo así que por la parte inferior del cuello de la señora se advierten
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algunos indicantes de estar para arrancársele la pintura y que, por todo lo dicho, infiere que, aunque dicha pintura sea ejecutada por artífice humano, se persuade el que declara que su conservación, y parecer a todos un hechizo de hermosura, se debe al soberano autor de la naturaleza, que como preservó su original de la común ruina del pecado, ha querido por sus ocultas providencias, conservar y mantener, por los fines de su eterna sabiduría, esta soberana pintura contra todo el orden natural y que, según alcanza, es irregular su existencia. Y que esta es la verdad según su leal saber y entender, so cargo del juramento que hecho tiene, en el que se afirmó y ratificó. Y lo firmó por ante mí, de que doy fe. Con arreglo al propio método y principio de toda declaración, expone su parecer don José de Alcibar, de gran crédito y fama en el arte de la pintura, y en el día cinco de marzo de 778 dijo que, habiendo pasado al referido santuario, a conformidad de haber sido uno de los nombrados para que hiciese una seria y atenta inspección de la pintura que forma la santa imagen de Nuestra Señora de los Ángeles, a cuyo efecto le abrieron la vidriera y desnudaron la santa imagen de un rico vestido que se le sobrepone, y que habiéndola observado atentamente, halló que dicha santísima señora, según se infiere por la proporción de su santísima cabeza y rostro, como también por las purísimas manos (que es lo que únicamente existe) sería de vara y media poco más su tamaño, y con las manos juntas y puestas sobre el pecho en aquel ademán que pintan los de su arte a la Purísima Concepción. Que así mismo, y según le parece, observó estar pintada al óleo sobre dicha pared de adobe, materia inepta para recibir los colores, pues fácilmente los despide, como se ve en el cuerpo de esta misma santa imagen pero, con todo, la cabeza y manos no solo carecen de saltadura alguna, sino que tampoco denotan estar próxima a despedir los colores, cuya existencia le causa asombro y le hace una notable fuerza y no poca admiración; y que a esto se agrega estar dichos colores tan frescos y rozagantes, de tal suerte que parece ser una pintura moderna que, al no constarle por los autos la antigüedad de la santa imagen, creería que llevaba poco tiempo de pintada, según la hermosura y viveza de los colores, y que de lo dicho infiere, llevado de una fe piadosa, que parece que el todopoderoso ha querido renovar en nuestros días, el prodigio que en otro tiempo hizo en la catedral de Sevilla con la santa imagen nombrada Nuestra Señora de la Antigua, pues todas las circunstancias que se admiran en aquella, se advierten en esta de Nuestra Señora de los Ángeles; y que, por último, cuando atentamente considera la frescura de los colores que gozan el rostro y las manos de esta milagrosa imagen de la reina de los Ángeles y su permanencia
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por tantos años, no puede menos que volver a decir serle todo de grande admiración pues, según su leal saber, no encuentra razón para que existan la sagrada cabeza y manos estando totalmente destruido el cuerpo, y que esta es la verdad de su sentir con arreglo a su experiencia y conocimiento, so cargo del juramento que hecho tiene, en el que se afirmó y ratificó. Y lo firmó por ante mí, de que doy fe. José de Alcibar. Manuel José Ruíz, notario receptor.
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XV Capítulo XV
EN QUE SE PRUEBA CON EVIDENCIA NO HABER SIDO ESTA SOBERANA IMAGEN RETOCADA EN SU SANTÍSIMO ROSTRO Y MANOS AHORA NI EN TIEMPO ALGUNO
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s cierto que esta soberana imagen de Nuestra Señora de los Ángeles no fue aparecida ni milagrosamente renovada, pero también es constante tradición y verdad muy segura que jamás ha sido retocada ni se ha visto en necesidad de serlo, esto es, en lo que son carnes de su santísimo rostro y purísimas manos, que son las únicas reliquias que se conservan y se han ido conservando siempre, porque todo lo restante del cuerpo y ropaje, así de la señora como de otros ángeles y santos que así mismo están pintados en la pared misma están casi destruidos; sin embargo de que así los ropajes como los santos dichos han tenido el socorro de ser renovados en varias ocasiones y distintos tiempos, pero al venerable rostro y manos de la santísima virgen no ha tenido motivo para ser retocado, porque siempre y en todos tiempos ha perseverado con la mucha hermosura y belleza que goza en la presente, sin ruina ni descascaro alguno, aun habiéndole sido en su contra tantos enemigos que cada uno de por sí era poderoso, a destruirla y aniquilarla, y temerosos de que tal hermosura no fuese corrompida y porque en la realidad no se ha visto nunca en estado de los extranjeros aliños del pincel, siempre se ha llevado un total cuidado de que los pintores ni otra persona alguna le llegue a tocar en su divino rostro y manos, y este cuidado y reserva ha sido tal, que aun cuando se verificaron en varios tiempos los retoques y reparos de ropas y demás santos que le acompañan en la misma pared, lo primero que prevenían a los artífices era que al rostro y manos de esta sagrada virgen no tocasen ni aun siquiera con el pretexto de limpiarle la tez del semblante y, para más seguro y entera satisfacción, ponían un fiscal a la vista para que este celase y cuidase lo prevenido a los pintores y les impidiese, si llegase el caso, de quererse atrever al cielo hermoso de aquel soberano rostro de esta imagen de María santísima, criatura la más bella, la más pura, la más santa de cuantas tiene el cielo y la tierra.
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Todo lo dicho consta por autos y diligencias formales. Hechas con las solemnidades que corresponden y como lo pide una materia de tanta gravedad en que se interesa no menos que nuestra sagrada religión, la honra de dios y su providencia y, últimamente, las glorias de la celestial reina de los ángeles y hombres. Y en calificación de la verdad, don José Benito Alvarado Temilo y Moctezuma, gobernador que fue varias veces de la parcialidad de Tlatelolco, en los autos del año de 45 a fojas 14. Y, respondiendo a la quinta pregunta de la notificación que se le hizo, responde que el origen de esta santa imagen y el no haber sido nunca retocada en el rostro y manos, consta por un testimonio (el cual se ignora si lo presentó entonces o reservó en su poder, ello es que no parece ni hemos podido dar con los originales) y prosigue diciendo que esto mismo podrá saber el cura ministro de aquella santa doctrina por los directorios antiguos de su curato y que él, lo más que puede decir, es que desde su tierna infancia siempre conoció esta santa imagen tan bella como hasta la presente; y esto mismo oyó de sus mayores en los tiempos pasados y anteriores a su nacimiento. Es verdad que el padre cura fray Antonio Gutiérrez no dice tanto y solo responde que la erección o creación de esta capilla de Nuestra Señora de la Asunción de Izayoque, llamada hoy de Los Ángeles, fue por los años de 1595 y se refiere a una lápida que los antiguos colocaron encima de la puerta de dicha ermita (la misma que yo cito arriba y por mandado del señor provisor se colocó dentro de la nueva fábrica el día 1 de agosto de 1777), pero no niega que hay el testimonio que cita don José Benito ni se opone en nada a su dicho, que es seña muy verosímil de que el reverendo padre sabía lo mismo y tenía la propia certidumbre, a más de que en los autos del año de 777 consta la misma declaración y aún más (exceptuando la vista del testimonio) por 14 testigos de toda excepción y avanzada edad, examinados por un interrogatorio de diecisiete preguntas, siendo el primero que responde el muy reverendo padre fray José Ganancia, religioso del orden de San Francisco y lector jubilado, de 47 años de edad. El segundo fue el reverendo padre fray Francisco de Luna y Calancha, religioso presbítero del orden de Predicadores en el imperial convento de esta corte, con 46 años de edad, conocido en dicho pueblo; el tercero es el bachiller don Manuel de Montes de Oca y Recabarren, clérigo presbítero de 87 años de edad, natural y vecino de esta corte; el cuarto, el muy reverendo padre fray Agustín Vidarte, religioso presbítero del orden de señor San Francisco, predicador general de esta Provincia del Santo Evangelio, con 41 años de edad; el quinto testigo es don Martín Picazo de San Roque y Martínez, cacique principal, nacido, criado y vecino en aquella república de Santiago,
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con 113 años de edad; el sexto, don José Giraldo, español, natural y vecino de aquella vecindad, con 78 años de edad, hijo que fue del que reparó esta ermita el año de 1737; el séptimo don Domingo Esquivel, español, vecino de aquel barrio, con 67 años de edad; el octavo, don Diego José de Rojas, español, originario y vecino de aquel barrio de Santiago, con 70 años de edad; el noveno, don Antonio Fulján, español, vecino cercano a la ermita, con 61 años de edad; el décimo, don Juan Guadalupe de Alvarado, indio, cacique principal originario y vecino de aquel barrio de Santiago, con 96 años de edad; el undécimo, don Manuel Antonio Alvarado, cacique principal originario de aquella parcialidad, con 50 años de edad; el duodécimo, don Juan José de Rojas, indio, cacique principal de aquella república, con 63 años de edad; el testigo décimo tercio es don Juan Ignacio de San Roque Martínez, cacique principal, gobernador actual de la república y parcialidad de Santiago Tlatelolco, de 44 años de edad; el décimo cuarto y último que declara es don Matías Alejo Martínez, indio cacique noble y principal, originario y vecino de aquel barrio de Santiago Tlatelolco, contando 58 años de edad. Todos estos testigos y con ellos don Juan Corona, hombre de 94 años de edad, que nació en el mismo sitio donde hoy está la antesacristía del santuario, por hallarse en aquel tiempo la ermita a cargo de su padre, afirman con juramento que Nuestra Señora de los Ángeles no ha sido retocada en su santísimo rostro y manos en tiempo alguno, y que cuando se le retocaban las ropas y demás santos, se ponía a la vista un fiscal para que estorbase a los pintores el que no llegasen a tocarle, porque en la realidad no había necesidad. Y que esto mismo que ellos saben de vista y cierta ciencia, oyeron decir siempre a sus padres y mayores y es voz pública y notoria, constante tradición y común sentir de los antiguos y modernos vecinos y originarios de aquel lugar. Y yo protesto lo mismo de mi tiempo y, aseguro con juramento, no haber mandado retocar en ninguna ocasión el soberano rostro y manos de esta milagrosa imagen.
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XVI Capítulo XVI
EN QUE SE EXPONE EL ESMERO CON QUE HA CELADO ESTA DIVINA PRINCESA EL ASEO DE SU SANTÍSIMO ROSTRO Y MANOS
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rodigios hay que, por no conocidos, no se estiman ni se aprecian, pero este de que hablamos es tan raro y portentoso que se ha hecho reparable a fuerza de maravillas pues de tal modo y con tal esmero ha celado esta señora el aseo y limpieza de su santísimo rostro, que habiendo tolerado las injurias de los elementos y permitido que sus ropas se le despinten y descascaren, con todo, no ha querido sufrir mancha ni suciedad alguna en sus purísimas carnes, conservando con limpieza su divino rostro y manos, y no queriendo jamás que se le advirtiese en el semblante lunar ni cosa menos decente; y esto, a la verdad, no deja duda al entendimiento para conocer la causa superior que en esta soberana imagen se oculta, pues la misma experiencia nos muestra que, por muy defendidas y resguardadas que estén otras santas imágenes, con todo no se pueden libertar de la sutileza del polvo ni de las moscas. Pero esta santa virgen, reina la más hermosa, sabemos que no solamente no ha estado entre cristales. Pero muy lejos de toda defensa ha resistido (a rostro descubierto) las lluvias, granizos, serenos y, lo que es más, los muchos torbellinos de polvo que se levantan en aquel sitio, tierras tan sutiles y pegajosas (por los vapores de humedad con que viene envuelto) que no se ven libres de su impresión ni los mismos cristales, por tersos que sean, los cuales en breve tiempo se empañan y a tiro largo se hallan penetrados del salitre, tal que los oscurece y les quita la claridad que gozan por naturaleza, haciéndolos parecer granicientos y rasposos; pero el santísimo rostro y manos de Nuestra Señora de los Ángeles siempre se ha conservado tan lindo, terso y lustroso que absolutamente se le ha podido sacar polvo ni poco ni mucho. Buen testigo de esto es el padre capellán de aquel santuario don Manuel López Cabrera, porque en el día primero de agosto de 780 estaba yo vistiendo a la santísima virgen y le supliqué al referido padre capellán que con un purificador limpiase el rostro y manos de la señora,
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cosa que nunca me había yo determinado a tocarle, porque siempre advertía que al santísimo rostro y manos se mantenían limpios y sin polvo; pero en esta ocasión tomó el padre el purificador y, después de haber limpiado el rostro y manos, salió tan limpio el lienzo como estaba antes. El padre se admiró de esto y yo mucho más, por la experiencia que tengo de que, aun limpiando el nicho con frecuencia, es tanto el polvo y tan húmedo que se le pega a los vestidos y demás alhajas de la santa imagen, que todos los vestidos, si son de oro, están pavonados y los de plata están tornados, la pedrería del variel y cintillos han perdido mucha parte de su lustre y hermosura con la fuerza del polvo salitroso y la sutileza y humedad que trae consigo. Aún se hace más visible lo dicho con la importunidad de las moscas, las cuales se introducen por las hendiduras del nicho y se entran dentro de los vidrios, manchándolos con su asquerosidad acostumbrada, pero la mosca que llega a tocar al santo rostro y manos de nuestra señora, al instante cae muerta. Esta observación hicieron los antiguos y, aunque muchos me lo habían referido, no quise darle acenso a esta vez hasta que la experiencia me lo ha mostrado a mí y al padre capellán de aquel santuario, como también los dos sacristanes que han observado lo mismo. Este fue el motivo porque el año de 746 el señor don Pedro Enríquez, corregidor que fue de esta nobilísima ciudad, le mandó poner a la santa imagen un velo de rengue de seda para que le resguardase de las moscas y de que no la manchasen los indios cuando le rezaban, que era con mucha frecuencia. Este velo se conservó desde el año citado de 746 hasta el de 776 en que yo se lo quité y, como alhaja de tanta estima, lo conservo en mi poder. Aunque en otro capítulo queda apuntada cierta fragancia que a tiempo suele percibirse en aquel santuario, no puedo menos que volver a tocar en esta materia por la palpable experiencia que tengo de ella en muchas ocasiones; pero, con particularidad, en la noche del día cinco de mayo de 781, que, siendo víspera de la fiesta de dedicación de aquel santuario, estaba yo vistiendo a nuestra señora y conmigo estaba el padre don Mariano Cabrera, hermano del capellán quien, primero que otro alguno, sintió una fragancia muy deleitable y de suave olor, la cual se fue difundiendo por toda la iglesia, tal, que todos la sentimos, pero como yo estaba más inmediato a su majestad, quedé tan penetrado de ella que, cuando me retiré y entré a la vivienda del padre capellán, todos se me arrimaban por gozar de tan dulce olor. Después fue el padre capellán a mudar el divinísimo de un sagrario a otro y, cuando entró dentro, trascendía de tal modo que reparamos todos
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en ello y le fuimos tomando las manos, que era donde se le sentía la fragancia. Lo mismo le sucedió a su hermano el padre don Mariano en la noche del siguiente día que había sido la fiesta, pero, pasada esta o la noche del día de la fiesta, no volvimos a sentir tal cosa. Pero sobre lo dicho hay que advertir: Lo primero, que en la noche de la víspera de la fiesta no había flores ningunas en toda la iglesia y, lo segundo, que esta fragancia no se percibió hasta que se abrió el nicho de nuestra señora, y aún entonces no la sintieron todos a un tiempo, sino primero unos y después otros y últimamente todos los presentes que tuvimos la dicha de ser testigos de tan gran maravilla, queriendo esta divina señora recompensar el corto trabajo nuestro con favor tan singular para que nos alentásemos en su servicio y acabásemos de arraigarnos en su amor. La señora nos lo conceda con gran pureza de corazón para publicar sus glorias y bendecir sus misericordias. De todo lo referido, así en este capítulo como en los anteriores, debemos inferir que parece que el cielo ha derramado sus favores en aquel lugar y dichoso terreno prevenido con tantas bendiciones porque, si bien reflejamos, hallaremos que no solamente es admirable la conservación de esta santa imagen, sino también misteriosa en sus circunstancias, firme y estable la materia en que se halla pintada y privilegiado el mismo sitio donde se hicieron los adobes de su formación con un célebre poso, cuyas aguas han obrado infinitas maravillas con muchos enfermos que a su patrocinio se han acogido con viva fe y esperanza en la divina señora que los ha protegido con su amparo.
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XVII Capítulo XVII
EN QUE SE ADVIERTE CÓMO FUERON PREVENIDOS DE ANTEMANO LOS CULTOS QUE HOY TIENE ESTA SEÑORA Y LA NUEVA FUNDACIÓN QUE PRETENDEN LAS MONJAS DE CORPUS CHRISTI
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e todo lo dicho en los capítulos antecedentes se infiere que la conservación de esta santa y peregrina imagen no puede ser por causas naturales ni por solidez de la materia en que ha permanecido pintada el largo tiempo de doscientos y un años que corre su duración, sino por disposición del cielo y una oculta providencia del padre de las luces que parece se ha empeñado su divino poder en conservarla y defenderla porque así conviene a los destinos de su eterna sabiduría y porque la misma señora ha señalado aquel sitio y lo ha escogido para mostrar en él la magnificencia de su gloria, lo que claramente conoceremos si atendemos con piedad las voces de un venerable religioso que hubo en el imperial convento de Predicadores de esta corte muy al principio de este siglo, el cual solía visitar con frecuencia la pobre ermita de Nuestra Señora de los Ángeles y, al despedirse besaba el suelo con notable reverencia y solía decir: “dichosa tierra y bien aventurado sitio que ha de ser con el tiempo místico jardín de santas vírgenes, pues será escogido este dichoso terreno para monasterio de religiosas”.
Vaticinio fue este que pudiéramos verlo cumplido con varones apostólicos porque cuando vinieron a fundar los padres de San Fernando trataron los síndicos de comprar aquel sitio, a lo cual se opuso el gobernador don José Benito Alvarado y Moctezuma con toda su república, y mejor diré lo estorbó el cielo porque habían de ser vírgenes las escogidas para fundar en aquel campo florido y fecundo de virtudes y alabanzas de María santísima y, aunque esto no se ha cumplido, pero se ha pretendido por las reverendas madres Capuchinas del convento de Corpus Christi; que movida de impulso superior la reverenda madre sor Dominga de Santa Coleta hizo esta petición al rey nuestro señor en el año de 779; y en el siguiente de 780 vino cédula del señor
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don Carlos III que, como soberano de estos dominios, y con su acostumbrada piedad y gran devoción a la pureza inmaculada de María señora, pide informe al ilustrísimo señor arzobispo de México y al señor virrey, real audiencia y nobilísima ciudad, cuyos piadosos príncipes y devotos tribunales, esperamos habrán dado favorables informes para que se conceda la licencia por nuestro rey y señor para la nueva fundación de estas santas vírgenes que han de establecer ahí su dichoso albergue con el título de monjas recoletas de Santa María de los Ángeles. Ahora entiendo el motivo porque se frustraron los piadosos intentos de un piadoso que, cuando la ermita estaba enteramente arruinada y sin puertas, quiso robarse el rostro y manos de esta señora, porque le dolía verla tan hermosa y desamparada, para cuyo fin llevó compañero y algunos instrumentos para cortar el bocado de pared, pero hallándose solos y sin parecer un alma en todo aquel despoblado, lo mismo era quererse atrever a poner en ejecución su intento que al instante se aparecía un indio y se suspendían. Pasado aquel, intentaban volver a su deseo y se aparecía otro indio hasta que lo dejaron, cansados de que siempre y en repetidas veces que fueron les sucedía lo mismo, dándoles a entender la señora que allí y no en otra parte quería tener sus cultos y veneraciones queriendo estar más bien desamparada entre los indios que asistida y cuidada con los españoles, sin embargo de que su caridad y misericordia no excluye a ninguno. En tal estado se hallaba su ermita cuando solía visitarla un piadoso caballero, padre del señor provisor que hoy es de naturales don Francisco Matías Pereyón. Cuando dicho señor era niño y en varias ocasiones que le acompañó solía decirle su devoto padre que allí había de celebrar su primera misa cuando fuese sacerdote; fue creciendo el niño y, ya varón, mudó de intento y no quiso ordenarse, aunque tenía facultades y posibles para ello, y aun hallándose con el honroso puesto de promotor fiscal de la mitra pasáronse años y ya estando en edad madura de cerca de 50 años se ordenó en breves días de sacerdote el año de 1778 (tiempo en que ya se hallaba aquel santuario reedificado y con licencias de poder celebrar misa) pero luego que recibió el orden de presbítero se le acordó lo que su difunto padre le decía, que en aquella ermita había de celebrar su primera misa y, como buen hijo, quiso cumplir el gusto de su padre aunque ya muerto; y sin embargo de que lo convidaron en varias partes para que cantase su misa primera, no quiso admitir ninguna prefiriendo este santuario a muchas otras iglesias. Acomodándose antes a las cortedades de esta pobre casa que a las magnificencias de otros templos mayores y con ricos paramentos.
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No hay duda que al impulso de la cabeza se mueven los miembros y, al ejemplo de los príncipes y personas de primeros puestos, se alienta el pueblo imitando sus virtudes y procurando sostener los cultos religiosos con la franqueza de sus limosnas, con cuyo auxilio no dudo se le podrá fabricar a esta divina señora un suntuoso templo por la necesidad que tiene de él. Pero si yo me hallara con facultades lo construyera en la forma siguiente. Fabricara el templo alrededor, tomando en medio la iglesia actual con cuatro fuertes columnas distantes una de otra quince varas, formando un cuadro con cepas corridas y dejando en el centro el presbiterio que es hoy. Sobre estas cuatro columnas había de estribar todo el edificio, cuya figura había de ser diezavado los ocho primeros arcos desgajando todos sobre las cuatro pilastras principales y, sobre las mismas, formar la cúpula o cimborrio con ocho ventanas en él y seis en la nave mayor, bajo de los arcos inferiores, de manera que quedase una ventana entre cada dos medias muestras, quedando las bóvedas triangulas, bajando el cuerpo del templo con un cuadro formal y una bóveda plana con una puerta al oriente y otra al medio día; la torre encima de la puerta mayor para que le sirviese de portada; cosa muy fácil porque, al formar la puerta, había de ser en calidad de puente con un hermoso pórtico al frente y, encima, plantar la torre con estribos en forma de escalas a uno y otro lado. Después de formado el templo, que debía quedar con nave procesional, a la espalda de la pared de adobes hacía cortar esta pared dejándola en dos varas de ancho el lienzo del medio donde está pintada nuestra señora, sobre cuyo lienzo de pared y al contorno, se formaba un lúcido panteón con cuatro altares, quedando la santa imagen colocada en un tabernáculo de plata y, más afuera, un nicho de cristales con cuatro vistas o a lo menos con tres sin cortinas para cubrirla, pues debía quedarlo con dos medias urnas de plata que saliesen de la espalda y viniesen a cerrar delante en forma de círculo. La memoria de la primitiva casa no se había de perder, porque, aunque el presbiterio fuese más espacioso se debían poner cuatro altares portátiles, encontrados y sesgados, de forma que al celebrar misa en ellos quedasen los sacerdotes mirando al centro de la pared de adobes. Estos altares debían estar al aire y sin más imagen que un crucifijo, y eran los únicos altares que debía de haber porque en lo restante del templo solo pusiera yo confesionarios, y las paredes adornadas con lienzos de bellas pinturas de la historia sagrada o la vida de la santísima virgen, buen órgano y una sacristía capaz con buena cajonería.
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La dificultad está en que la santa imagen quedaba muy baja, pero esto se remediaba con bajar el piso y poner a la entrada unos escalones anchos, cosa que bien se pudiera ejecutar en aquel terreno por su firmeza y porque el agua está profunda porque, si se levantara el lienzo de pared, es tal el vulgo que dijeran no ser la misma la santa imagen y que habían puesto otra en su lugar. Este es mi pensamiento, que todo se queda en deseo. Lo que será, dios lo sabe y los príncipes lo determinarán cuando el caso llegue que yo espero no se quedará sin efecto con la gracia de dios y solicitud y auxilio de los devotos de esta divina princesa.
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XVIII Capítulo XVIII
REFLEXIONES SOBRE LOS PRÓSPEROS Y ADVERSOS ESTADOS QUE HA TENIDO ESTE SANTUARIO EN DISTINTOS TIEMPOS
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s innegable que la firmeza en los cultos de esta milagrosa imagen y el verdadero reparo de su casa estaba reservado para los presentes tiempos, concediendo el cielo este favor a los modernos y negándolo a los antiguos porque, habiendo de ser esta santísima imagen un portento de las maravillas de dios, era preciso que mostrase el testimonio de su conservación a fuerza de trabajos, desolaciones de su ermita y desamparos de su pintura para que los hombres se desengañen y, sin equívoco, adviertan que la permanencia en su hermosura es por obra superior al efecto de causas naturales, porque si esta señora hubiera estado desde sus principios resguardada a cubierto y debajo de cristales pudieran tener lugar las opiniones, sin embargo de ser tan frágil la materia, pero habiendo padecido contradicción en los tiempos, injurias de los elementos, varias ruinas en su ermita y esto por el largo tiempo de dos siglos, no cabe recelo, cesan las dudas y desaparecen a su vista las desconfianzas de una prudencia cristiana y piadosa. Es verdad del todo cierta que esta señora desde su origen se atrajo las voluntades de los hombres y que así estos como el cacique Izayoque se dedicaron a su servicio, y que a los quince años de conocida esta santa casa por el Santocale de Izayoque fue criada en capilla pública por el ilustrísimo señor arzobispo don Pedro Moya de Contreras y, por muerte de Izayoque, quedó a cargo del cura ministro de Santiago con cuya sombra podemos decir que estaba en estado de adelantarse. Sabemos que en el año de 1634 fue mandada reedificar por el ilustrísimo señor don Francisco Manzo, arzobispo de esta metrópoli. Es constante que en el gobierno del excelentísimo señor Marqués de Manceras, por los años de 1668, el señor arzobispo don fray Payo Enríquez de Rivera se dignó formar una congregación de los principales de la parcialidad
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de Tlatelolco para que cuidasen de la ermita referida y desde entonces fue electa por una de las principales visitas de la santa doctrina de Santiago Tlatelolco y, estando esta ermita al cargo de una congregación tan respetable por ser los principales de aquella parcialidad, quién no creería que sus aumentos no habían de ser crecidos y grande el incremento de los cultos, no obstante que en el año de 1685 la enriqueció con la gracia de poderse celebrar misa en ella el ilustrísimo señor don Francisco Aguiar y Seixas, y con todo esto por los años de 1700 la comenzaron a abandonar tanto que, a los treinta y siete años después, ya se hallaba en meras ruinas y en tal estado la tomó a su cargo la familia de los Giraldo, durando poco tiempo el reparo que le hicieron, de forma que por los años de 745 ya estaba otra vez enteramente destruida de todo abrigo. Y habiéndose dedicado a su reparo don Miguel Vivanco no pudo ver efectuados sus deseos. Empeñose en lo mismo don José Benito Alvarado y Moctezuma, gobernador de Santiago Tlatelolco, quien la adelantó poco. Después se encargó de ella don José Zambrano sin tener en su tiempo ningunos aumentos. Últimamente quedó al cuidado de Agustín Anastasio, protegido del señor corregidor don Pedro Enríquez y del señor deán Moreno, mas, con todo, nada se consiguió; antes había procurado favorecerla el señor inquisidor don Pedro Navarro de Islas y después el señor bachiller don Manuel de Recabarren Montes de Oca y don Diego de Rojas que halló una olla de doblones al estar abriendo el cimiento de la pared que le arrimaron de resguardo en la espalda y, por último, el señor bachiller don José Tobio se empeñó por su devoción a querer reparar la ermita sin poder conseguir su intento, cosa por cierto digna de admirar que, habiendo corrido esta santa ermita al cargo de tantos hombres, y muchos de los primeros puestos, no hayan podido conseguir el verdadero restablecimiento de la santa casa ni la estabilidad del culto de esta señora hasta los tiempos presentes en que con facilidad se ha conseguido más de lo que se pensaba. Y esto ha consistido en que como no era llegada la hora del plazo determinado por la providencia, no hacían otra cosa los antiguos que tener en pie la memoria de una imagen tan recomendable, la cual toleró grandes trabajos y sufrió largos abandonos para merecer grandes aumentos en sus cultos y una inmortal fama de su gloria, porque prometido está que al mucho padecer se sigue un gran peso de gozo y merecimiento, lo mismo que estamos experimentando que, sin pausa ni intermedio de tiempo, están alabando los fieles las glorias de María santísima, señora nuestra, pues siempre y a todas horas
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tiene esta señora en su santuario quién la bendiga y adore desde las primeras luces del día hasta entrada la noche y, aun en la estación de esta, llegan los pasajeros y, aunque cerradas las puertas del templo, se postran en los umbrales benditos y en espíritu adoran su belleza, tomando su bendición para proseguir su camino, aparte de que el padre capellán del santuario tiene la obligación de rezar todas las tardes la corona con ofrecimiento de la santísima virgen con música pagada todo el año y después de la corona letanía y salve solemne que se canta diariamente, muchos sacrificios que se celebran todos los días y los domingos y fiestas, misa de diez y de once, ofrecidos los más por los bienhechores que con sus limosnas fomentan y sostienen los cultos de aquel santuario. Las fiestas que se han celebrado a nuestra señora no tienen número porque, a porfía, se han esmerado las sagradas religiones y personas particulares de esta capital en solemnizar las glorias de esta señora sin reservarse la matriz, cuyos prebendados y dignidades la visitan con frecuencia sirviendo a su majestad en cuanto pueden y ayudando mi pequeñez con su patrocinio para los negocios y asuntos que se ofrecen a favor del santuario. Bendito sea dios que, cuando su majestad quiere, con facilidad se hacen las cosas y en breve se consigue mucho.
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XIX Capítulo XIX
EN QUE SE REFIEREN ALGUNOS BENEFICIOS QUE LOS FIELES HAN RECIBIDO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA POR MEDIO DE ESTA SU SANTA IMAGEN
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on tales y tantos los beneficios que la madre de dios ha derramado sobre todos aquellos que con viva fe se acogen a su amparo por medio de esta soberana imagen de su pureza, que no es posible reducirlos todos a guarismo ni bastarán abultados volúmenes para escribirlos, porque siendo tan franca su liberalidad y tan largo el tiempo de su duración en aquel sitio, no es fácil comprender el número de sus favores; sin embargo, no hay cosa que mueva más a los fieles, que el interés de los beneficios y la noticia de tales mercedes, con lo cual se alientan a pedir con mayor fervor y esperan con más firmeza el socorro de sus necesidades, por cuyo motivo quiero concluir esta obra con algunos prodigios que, aunque no están autenticados, dan claro indicio del grande amor que esta señora tiene a los mortales.
1. Cierta señora de título se hallaba gravemente accidentada de un pecho que le picaba en gangrena; imploró el socorro de Nuestra Señora de los Ángeles y cobró, no solamente alivio, sino salud repentina. 2. Una señora particular de esta corte adolecía de una molesta enfermedad, que por instantes la acercaba a la muerte; encomendose con viva fe a nuestra señora en su advocación de los Ángeles y en breves días se vido sana. 3. Doña Mónica de Gracia se hallaba al trance de morir de una peligrosa pulmonía y entre sus dolores imploró el auxilio de Nuestra Señora de los Ángeles y luego comenzó a sentir alivio hasta quedar perfectamente buena entre pocos días.
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4. Doña María Munive se hallaba asaltada de una calentura maligna y, en el instante que invocó a Nuestra Señora de los Ángeles, desapareció tan fogosa fiebre y se sintió fresca y sana. 5. Un devoto de esta soberana reina adoleció de muerte, con tal violencia, que le embargó el uso de la lengua y, afligido de no poder confesarse, levantó su corazón y le pidió a esta señora le alcanzase tiempo y desembarazo en la lengua para declarar sus culpas. Al instante pudo confesarse, con claridad y muchas lágrimas, consiguiendo al mismo tiempo la salud del cuerpo. 6. El día 14 de enero de 1747 años, estando doña maría Gómez de Soria muy cercana a la muerte, fue una hermana suya al santuario de Nuestra Señora de los Ángeles, echose en oración y pidió con tanta fe que, cuando volvió a su casa pensando si habría muerto, la halló no solamente sana, sino levantada, saliéndola a recibir con grande contento de hallase buena. 7. En el año de 1747, día 18 de mayo, doña Lugarda Martínez se hallaba con un brazo muerto y convulsión en todo el cuerpo, encomendose a esta divina imagen de la reina de los Ángeles y, en el mismo instante, cobró salud repentina. 8. En 7 de diciembre de 1748 se acogió al amparo de esta Señora don Miguel Alejo, que estaba a perder la vista, y al mismo tiempo de su oración quedó sano y con la vista clara. 9. Un devoto de María santísima, al pasar un río con su esposa, tropezó el caballo y cayeron ambos; el caballero se quebró una pierna, pero luego que invocó a Nuestra Señora de los Ángeles comenzó a sentir alivio, se le mitigaron los dolores y, en breve, quedó perfectamente sano. 10. En el año de 758, día 28 de septiembre, murió rabiando José Antonio Suárez a causa de que le dieron veneno, y con tal aflicción, ocurrió su madre al santuario de Nuestra Señora de los Ángeles y pidió con tanta fe y tal perseverancia, que no dejó la oración hasta que tuvo noticia de haber vuelto en sí el que juzgaban difunto, y quedó sano en breves días. 11. En el año de 766, a 13 de octubre, don José Rodríguez, vecino de esta corte ocurrió al patrocinio de María Santísima de los Ángeles pidiéndole socorriese a una hija suya que se hallaba agonizando, y por no tener la pena de verla
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morir, se retiró de su casa y se estuvo en el santuario firme en su petición, donde le avisaron que la enferma había cobrado alivio, tanto, que en breves días fue ella personalmente a dar las gracias a su bienhechora. 12. En el año de 1772, en 8 de agosto, ocurrió al santuario un caballero principal de esta corte que se hallaba con grandes negocios entre manos y se le habían enredado de modo que llegó a perder las esperanzas de su buen efecto, pero desde este día que los encomendó a Nuestra Señora de los Ángeles, se fueron facilitando, de modo que todo fue favorable. 13. En el año de 776 doña Ana Castro, vecina de la ciudad de Guadalajara, se hallaba pobre y muy afligida porque se le había imposibilitado el caudal que le dejó su esposo don Rodrigo Sandoval, pero teniendo perdida la esperanza del remedio por medios humanos, se encomendó a nuestra señora y, al instante, le salió en favor la sentencia del pleito que tenía con el albacea, quien le entregó una gran suma de caudal. 14. En el año de 776 un vecino de esta corte se hallaba tan destituido y sin facultades para mantener su familia que, acosado de la pobreza, resolvió el ausentarse de su casa; pero luego que se acogió al amparo de esta milagrosa imagen, se le facilitó medios suficientes para mantener su familia con decencia. 15. En el año de 1778, a un vecino de esta corte se le habían cerrado todos los medios oportunos para buscar su vida, no faltándole disgustos con su esposa que se veía falta de lo necesario, él afligido, y sin arbitrio ocurrió a la fuente del socorro pidiole a Nuestra Señora de los Ángeles que le abriese camino y fue tan pronto, que en el mismo día se le propuso conveniencia tan buena, que, hasta el día, la conserva y se mantiene en ella. 16. En el año de 1776, día 2 de agosto, doña Próspera Martínez se hallaba en días de parir, por cuyo motivo no pudo asistir a la fiesta titular de Nuestra Señora de los Ángeles por esta causa, retirándose a sus solas, adoró en espíritu y desde su casa a la santa imagen; y movida a ternura le prometió a nuestra señora que como aquel día pariese, le pondría a la criatura María o Mariano de los Ángeles. Efectivamente, dentro del propio día le comenzaron los dolores y a la prima noche parió una hermosa niña, a quien le pusieron María Próspera de los Ángeles. Vivió pocos años y, sin perder la inocencia, se la llevó para sí su madrina divina, queriendo darle por dote la gracia de la gloria que le tenía preparado.
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17. En el año de 1779, por el mes de septiembre, me vide gravemente enfermo de viruelas y tan cercano al último de mi vida que muchos me lloraron muerto, pero habiéndole pedido a Nuestra Señora de los Ángeles que me amparase en aquel trance, me concedió la vida y me restableció a mi sanidad para su servicio. 18. El día 10 de diciembre del año de 780, a las diez de la mañana, adoleció un hijo mío de edad de dos años nombrado Joaquín Mariano de los Ángeles; a este le acometió epilepsia con aire y alferecía, con tal violencia, que lo tuvimos por muerto. El médico lo desahució porque no pudo tomar medicinas interiores; en esta aflicción ocurrí yo a mi ama y señora de los Ángeles, le hice presente mi angustia. Juntamente mi esposa, entre lágrimas y congojas, tomó una estampa de esta santa imagen, se la puso al niño en el rostro y a las cinco de la tarde se levantó el niño con la estampa en la mano y, tan sano, que se puso a jugar con sus hermanitos como si tal cosa hubiera tenido, con asombro del médico y de todos los circunstantes y quedó sin resulta alguna.
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XX Capítulo XX
EN QUE SE REFIEREN LAS MARAVILLAS QUE SE HAN EXPERIMENTADO CON LAS AGUAS DEL POCITO QUE SE CONSERVA EN AQUEL SANTUARIO, LLAMADO DE LA VIRGEN
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eferir todas las maravillas que se han experimentado con este pozo fuera querer agotar sus aguas, y así me contentaré con apuntar algunas para aliento de los devotos de esta prodigiosa imagen y encender el fervor y confianza de los necesitados; siendo el primero y más moderno el que sucedió el día de marzo del año de 1781 con doña Ignacia Dominga Palacios, esposa de don Gerónimo Mendoza. 1. Esta señora, según el sentir de los médicos, se hallaba encinta y, por lo muy elevado del vientre y habérsele pasado el tiempo, entró en notable cuidado, tanto, que pretendió ponerse en cura sin haber médico que se determinase a aplicarle medicinas, recelosos de que lo tenían por verdadera preñez. Con esto se veía tan afligida la pobre señora que, sin esperanza en los médicos, ocurrió a la santísima virgen, visitola en su santuario donde tomó agua del referido pozo y sintiéndose con menos fatiga se retiró a su casa. En el siguiente día del mismo marzo a las siete de la mañana sintió grande estruendo en el interior del vientre y sin el mayor dolor arrojó una bola entre la cual encontraron gusanos, espinas, popotes, estiércol y matatenas. La señora estaba sola, pero a la novedad ocurrieron varios que testificaron el caso, entre los cuales un escribano y notario de la curia eclesiástica nombrado don Nicolás Francisco Díaz. La enferma quedó tan sana, que al instante podía haber salido a la calle y, al mismo tiempo, mostró su agradecimiento con un costoso vestido de tisú de oro y capa que regaló a la santa imagen. 2. Anterior a este caso, sucedió otro con una señora que había ocho años que padecía un cirro tan formidable, que apenas podía moverse de lo mucho que le había crecido, y con este conflicto se hizo llevar al santuario de Nuestra Señora de los Ángeles donde estuvo todo el día pidiéndole a nuestra señora
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que la sanase o le quitase aquellas fatigas que padecía para poder morir con quietud. A la tarde se sintió con alivio y en la misma noche quedó sana, porque se desató en sangre y agua hasta quedar enjuta. 3. En el año de 780, por el mes de diciembre, llegaron en romería a este santuario un pueblo entero de naturales entre los cuales venía un niño de mediana edad. Este había quedado ciego de las viruelas. Su madre lo encomendó a nuestra señora y después le lavó los ojos con las aguas del pocito y, en pocos días que perseveró en su devoción, quedó sano. 4. En el mismo año de 80 llegó a este santuario un europeo vecino de esta corte. Este tal adolecía de dolor de estómago desde su niñez y, habiéndole ponderado el padre capellán las maravillas de la santa piscina, se enterneció de manera que, arrebatado de un santo fervor y con viva fe, tomó un jarro de agua del pocito, repitió lo mismo algunos días hasta que a los quince después fue a despedirse del padre porque, de agradecido a la señora, se retiró del mundo a servir a la santísima virgen de cuya mano había recibido una salud completa por medio de las prodigiosas aguas de su fuente. 5. En el año de 781, por el mes de marzo, se hallaba una niña del santuario con los ojos muy inflamados de una fluxión tan tenaz, que no habiendo querido obedecer a las medicinas, se resolvieron las hermanitas del padre capellán a lavarle los ojos con las aguas maravillosas del pozo de la santísima virgen. Lavaronle repetidas veces y, con la buena fe que lo hicieron, en breve quedó sana y con su vista clara. Últimamente son tales los prodigios que se han experimentado con las aguas de este célebre pozo, que todos lo buscan con ansia, lo ven con veneración y lo conocen por el milagroso pozo de Nuestra Señora de los Ángeles. LAUS DEO
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Índice de los capítulos ° Capítulo 1º. Introducción a la historia. Pág. 4v. Capítulo 2º. En que se da razón del sitio donde se halla el santuario y condiciones de aquel terreno___ Pág. 18. Capítulo 3º. Origen de la santa imagen___ 23v. Capítulo 4º. Dase noticia de un célebre pozo que se venera en aquel santuario desde la antigüedad___ 35. Capítulo 5º. Progresos de la santa imagen y diferentes estados de su ermita desde el año de 1580 hasta el de 1745 ___ 43. Capítulo 6º. Templada la sentencia se puso franca la entrada de la ermita por un modo no acostumbrado en el orden regular___57v. Capítulo 7º. Feliz reedificación de este santuario y promoción de los antiguos cultos de Nuestra Señora de los Ángeles___ 75v. Capítulo 8º. Cultos públicos de esta celestial princesa y misteriosa conmoción de la ciudad en que ocurrieron muchos a venerar su hermosura___ 86v. Capítulo 9º. Aumentos de aquel santuario y elevación de los cultos de Nuestra Señora de los Ángeles___ 96. Capítulo 10º. Llegaron los cultos de esta bellísima emperatriz a su cabal perfección y fue autenticado el prodigio de su conservación admirable___ 109v. Capítulo 11º. Perfecciones de esta soberana imagen de la concepción de María, señora nuestra, y milagrosos efectos que causa en los corazones___ 125v.
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Capítulo 12º. Magnificencia con que se halla adornada esta señora y alhajas pertenecientes a su servicio y divino culto___ 129v. Capítulo 13º. En que se da noticia de los poderosos motivos que deben llevarnos la principal atención___ 137v. Capítulo 14º. En que se da noticia de la exposición de los facultativos arquitectos y pintores___ 147v. Capítulo 15º. En que se prueba con evidencia no haber sido retocada esta soberana imagen en su santísimo rostro y manos ahora ni en tiempo alguno___ 159v. Capítulo 16º. En que se expone el esmero con que ha celado esta divina princesa el aseo de su santísimo rostro y manos___ 167v. Capítulo 17º. En que se advierte cómo fueron prevenidos se antemano los cultos que hoy tiene esta señora y la nueva fundación que pretenden las monjas de Corpus Christi___ 175. Capítulo 18º. Reflexiones sobre los prósperos y adversos estados que ha tenido este santuario en distintos tiempos___ 184. Capítulo 19º. En que se refieren algunos de los muchos beneficios que los fieles han recibido de la de la Santísima Virgen María por medio de esta su santa Imagen___190v. Capítulo 20º. En que se refieren las maravillas que se han experimentado con las aguas del pocito que se conserva en aquel santuario llamado de la virgen___199.
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FIN Doy fin a las noticias de la historia emperatriz de los Ángeles sagrada, si de ti está patrocinada, no dudo será para tu gloria, recuerda tu noticia en la memoria de los finos devotos que te adoran en esta sagrada imagen, gran señora representando en ella tu persona. A pesar de Lucifer soy esclavo de María, a quien le tengo entregado el corazón y el alma mía sin que pueda separarme todo el infierno a porfía.
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Soneto a Nuestra Señora de los Ángeles hecho por un devoto en 20 de noviembre de 1782.
La reina de los Ángeles sagrada Formada a esmeros de la omnipotencia, Sin el crimen fatal de la fea esencia Quedó en su concepción inmaculada. Su imagen bella en la pared pintada, Con dos siglos y más de permanencia Del ultraje del tiempo y su inclemencia Se ve por maravilla preservada. Pues, si se vido allá la aurora pura Sin la ruina del común linaje, Su copia acá también se ve segura, Intacta, limpia, sin ningún ultraje Que pueda comprender a su hermosura Ni hacer que le tribute vasallaje.
Si Juan significa gracia y Joseph aumento de ella, de Juan y José se vale la que fue de gracia llena, y para servir su casa a Joseph y a Juan emplea, como lo creerá el devoto si con piedad lo refleja. No siendo esta ocasión sola ni aquella la vez primera, que aquí de Joseph se sirve y allí de Juan se valiera como muestran las historias de esta celestial princesa.
En mi corazón tengo grabado tu hermoso rostro e inmaculado Y vivo en tu patrocino confiado De ser por tu medio predestinado Siendo tú mi señora, yo tu esclavo Muéstrate ser todo mi amparo. Y de los Juanes se vale la virgen de Guadalupe, y en los Remedios su imagen a don Juan Tovar descubre, en esta que es de los Ángeles hermoso trono de luces, para que guarden su casa a los Joseses ocurre.
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Aunque parezca fuera de propósito, quiero manifestar para aliento de los devotos, una reflexión de mucho consuelo que nos llena de confianza, y es el particular patrocinio que el santísimo patriarca tiene de esta santa casa de su purísima esposa y señora nuestra. Lo que es fácil conocer si atendemos con piedad las circunstancias siguientes: 1.- En 19 de marzo de 776 comencé a escribir a esta gran señora. 2.- Siendo el único altar que había en la capilla, a más del de la santísima virgen dedicado a señor san Joseph. 3.- Llamándome yo Joseph. 4.- El cura del partido, don Joseph Avendaño. 5.- Su vicario que me hizo la entrega, don Joseph Rodríguez. 6.- El indio que la cuidaba, Joseph Agustín. 7.- El que me solicitó la llave para que yo viese a la santa imagen la primera vez, don Diego Joseph Rojas. 8.- El cochero que me condujo, Joseph Guadalupe. 9.- El primer sacerdote que comenzó a ejercer las funciones de capellán fray Joseph Dorrego. 10.- El provisor que hizo la visita, don Joseph Ruiz de Conejares. 11.- El primer sacristán que hubo, don Joseph Cobacho. 12.- El abogado que ha seguido todos los negocios pertenecientes a dicho santuario, don Joseph Nocolás Larragoiti. 13.- El primer capellán de pie fijo que hubo, don Joseph Joaquín Iglesias. 14.- El que le sucedió y a mí en el empleo de mayordomo, don Joseph Manuel Cabrera. 15.- En la primera misa cantó la epístola don Joseph Zorrilla. 16.- Predicó, fray Agustín Joseph Vidarte. 17.- En la fiesta del depósito en que se colocó el divinísimo predicó don Joseph Sancha. 18.- Las primeras pláticas que hubo en la novena de La Concepción y del título de Santa María de los Ángeles las predicó don Joseph Sartorio por su devoción. 19.- En la primera fiesta titular que se celebró año de 777, predicó fray José Ganancia. 20.- Las diligencias que se practicaron sobre la existencia de esta santa imagen las autorizó y practicó don Joseph Antonio Ruíz. 21.- El primer negocio que se trató en la corte fue siendo ministro de indias don Joseph de Gálvez.
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22.- La primera limosna que se colectó para la primera custodia la dio don Joseph Molina. 23.- El primer maestro de capilla que hubo fue don Joseph Salvatierra. 24.- El primer órgano lo dio don Joseph Guzmán. 25.- El primer santo de talla que dieron fue un señor San José, lo dio don Joseph Arellano. 26.- La Primera dotación que iba para la lámpara, la hizo don Joseph Pereda. 27.- La primera renta que tuvo el capellán la estuvo pagando algunos años el bachiller don Joseph Pacheco. 28.- La primera limosna para comenzar el nuevo templo fueron mil pesos que dio don Joseph Espinosa. 29.- Los únicos devotos que tenía nuestra señora cuando yo la conocí fueron don Joseph Salvatierra y don Joseph Cobacho, que diez años antes la visitaban. 30.- Hablando de los años anteriores, don Joseph Giraldo reparó su ermita. 31.- Don Bernardo Joseph Palacios dio fe como notario el año de 45 32.- Cuando fue cubierta quedó en depósito de don Joseph Benito. 33.- Su primera capilla la comenzó don Joseph Vivanco. 34.- Después estuvo a cargo de don Joseph Zambrano. 35. Cuando fue reconocida por los artífices del año de 77, uno de ellos fue don Joseph Alcibar. 36.- Últimamente en la junta que se hizo cuando se comenzó el templo, año de 782, asistió como arquitecto don Joseph Ortiz y don Joseph Torres, con muchos otros que de este mismo nombre se han empleado siempre, y en todos tiempos, en el cuidado y custodia de esta santa casa, en que resplandece la honra de nuestra tutelar.
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Humilde parecerá lo que es agradecimiento, que quien confiesa la deuda, se queda reconociendo ser indigno de obtener un cargo de tanto empeño inútil ser, es verdad que yo mismo lo confieso, por lo mismo me retiro y dejo a otro el empleo que podrá desempeñarlo con más lustre y más acierto, sin que por ello reciba ni penar ni sentimiento, pues lo que no me conviene no debo yo pretenderlo, sino en todo conformarme con lo que permite el cielo, que por aquí me aseguro del mayor merecimiento, dejar que trabajen otros y prosigan con empeño lo mismo que yo empecé con fatiga y con anhelo, que el no haberlo continuado no fue por falta de celo sino por quedar en paz, retirado a mi sosiego. Acabo con un soneto de naturaleza raro, por ser de materia que hasta ahora no se ha versado. Título de mayordomo perpetuo de este santuario tuve por el arzobispo el tiempo de catorce años. De mi propia voluntad, y porque no quiero cargos, en el año de noventa, a los dieciocho de mayo, renuncié, pero no fue admitida del prelado, hice instancia para que se me admitiese, sin embargo, en el mes de julio fue otorgada en el día cuatro, y en el día cinco cuando entregué por inventario al defensor de la mitra en presencia de un notario, dejándolo ya en corriente y todo bien alhajado tanto que montó su importe de pesos ciento y quince mil, entrando en ello el valor del sitio y lo hasta allí fabricado, sin entrar en esta cuenta lo consumido y gastado en las fiestas y sermones, cera, aceite y los salarios que estos fueron veinte mil cuatrocientos veinticuatro. Solo a dios se dé la gloria y la honra a su santa madre, que en esta pared dichosa ha querido perpetuarse. 142
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Aquí termina la reproducción del facsimilar del libro “maravillas de la providencia divina” {
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Este libro se terminó de imprimir en noviembre de 2023.
Doy fin a las noticias de la historia emperatriz de los Ángeles sagrada, si de ti está patrocinada, no dudo será para tu gloria, recuerda tu noticia en la memoria de los finos devotos que te adoran en esta sagrada imagen, gran señora representando en ella tu persona.A pesar de Lucifer soy esclavo de María, a quien le tengo entregado el corazón y el alma mía sin que pueda separarme todo el infierno a porfía.
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