Director fundador Yago Mesa Consejo editorial Mauricio Absalón Jorge Alvarez Bruno Bernal Yago Mesa Diego Vazquez Diseño editorial Jorge Álvarez Alejandro Welch Ilustradores Carlos Alberto Hage Bontempo Damaris Monserrat Cortés Sanchez (Parasito) Alex Mesa Juan Manuel Meza Morales Alejandra Elena Gámez Redes sociales: Betzy Celis
04 Gris Jorge Ureta 10 I-Doser Víctor Arzate 16 Come vidrios Yago Mesa 22 Simbología aberrante Carlos Enrique Saldivar 28 Entrevista Bef 30 ¿Qué está fuera de lugar aquí? Carolina Lupo 36 El haiku Sergio Fabián Salinas Sixtos 40 La teta derecha Diana Beláustegui
orge Luis Borges afirmó: “Dos es una mera coincidencia; tres, una confirmación.” No basta más para decir que la revista ScifiTerror ha superado la mera casualidad y ha afianzado sus pies en el terreno de la existencia. Confirmación no por las reglas metafísicas del mundo, sino por el ímpetu a galope que cada lector le ha dado con el paso de cada página, de cada reglón, de cada punto y seguido. Para celebrar esta conflagración terciaria hemos promovido una convocatoria especial inspirada en el género noir. Nada mejor para el apetito literario que un asesinato. Todos víctimas, todos sospechosos. Siete cuentos que como siete noches trazan una simbología precisa; siete pesadillas, engranes de una naturaleza monstruosa y cruel; negritud que recorre desde un corrupto policía cibernético, hasta una mujer que encuentra en la piel de su amante a su víctima; asesinatos que dejan su pesada huella tanto en el lujoso barrio de Miraflores en Perú, como en el orbe que es la unidad Tlateloco en la Ciudad de México.
Siete autores Sergio F. S. Sixtos, Carlos Enrique Saldivar, Diana Beláustegui, Yago Mesa, Jorge Ureta, Víctor Arzate y Carolina Lupo; siete historias que descubren la monstruosidad en cada esquina, en las páginas de una fanzine o en un pisapapeles cualquiera. En estas pesadillas, en estos sueños, todos somos, como diría Borges: “[…]el teatro, el espectador, los actores, la fábula.” Junto a estas siete memorias de un tiempo sin descanso, este número especial suma una entrevista con uno de los narradores más importantes de México: Bernardo Fernández, Bef. La entrevista es una invitación al lector a adentrarse en la obra de este magnífico narrador y, a la vez, es un recordatorio de la vitalidad con que tanto la historieta como la novela ofrecen en el mundo hispanohablante. Diego Vázquez Rodríguez
Jorge Juan Pedro Ureta Ureta Naci贸 el 24 de Marzo de 1990. Escritor autodidacta. Ha publicado la novela El Caballero Tetrapaq, cuya presentaci贸n fue en la FIL de Lima 2013. Ha participado en las antolog铆as 201 y Bienvenido Armagedon. Gusta leer y las caminatas.
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entro de los siete mil millones de humanos existe un aproximado de cuatrocientos millones con psicopatía, un cinco por ciento de la población mundial, o dicho de otra manera, dentro de cada cien, cinco personas son asesinos natos. Dentro de esas cinco personas está el primero: El psicópata impulsivo, que no puede ni quiere controlarse al buscar placer. El psicópata inestable el segundo, que consigue una familia para esconderse y la maltrata, para disfrutar. El psicópata metódico tercero, que planea cada paso que da con suma precisión y carisma para obtener algo de poder en la sociedad. El psicópata integrado, que permanece solitario y sólo merodea silencioso las calles para depredar gente, y llevarse a su guarida las presas que caigan en sus dientes, el cuarto. Y el quinto yo, el psicópata glande, ya que todo me besa la cabeza de la pinga. No es para nada curioso que haya terminado en esta situación. Asomada a la ventana de un departamento que no es mío, con el cadáver de un virginal fracasado en la mira, un cenicero cristalino sosteniendo un cigarro de marihuana en una de las ranuras, y una Rémington 700 en mis brazos. Es elemental. ¿De qué otra manera podría haber terminado? Otras alternativas quizá serían ligeramente distintas con respecto a los métodos y los lugares pero, lo sustancial, hubiese sido lo mismo. Estaría esperando a que llegara la policía después de haber hecho alguna trastada. En este caso volarle la cabeza al propietario del departamento, y lanzarlo escandalosamente desde el quinto piso por la ventana a la calle. Lo que era realmente curioso son los dientes que tenía el muchacho, grises como el cielo de la ciudad, grises como el invierno. He visto dientes en mi vida de colores blancos, amarillos, rojos, negros y hasta verdes, pero jamás grises. ¿Qué hace uno para tener dientes grises? Cuando vine, toqué la puerta y al abrir, el muchacho vio el cañón de mi arma a tres centímetros de su cabeza, abrió la boca y ahí pude notarlo, eran unos dientes totalmente grises. Aunque, bueno, quedaron rojos luego de disparar, la bala perforó su
cabeza y se desangró por la boca. Nunca supe el nombre del sujeto, pero sin duda era un desgraciado, el mundo no pierde nada con su muerte. Seguí al tipo desde hacía dos semanas. Sólo salía para comprarse comida instantánea, frituras y droga. Un aniñado que pasó los mejores años de su vida y los últimos encerrado en su cuarto, hasta que vino una loca de mierda a dispararle en el cerebro. Escuché las sirenas de policía acercarse. Al fin, iba a acabar con todo eso. Casi hasta sentía alegría, casi. Una pequeña chispa de luz natural en un océano de orine negro. La avenida a la que daba la ventana del edificio se encontraba atestada de gente a los dos costados de la pista, pero nadie se atrevía a acercarse mucho al muerto. Dos patrullas de policía acababan de llegar, un Chevrolet y un Hummer azulados se estacionaron horizontalmente cerrando el pase de los autos, que ya no transitaban desde hacía unos minutos. Del Chevrolet bajó una policía situando la mano derecha en su arma. Vio el cadáver e inclinó ligeramente su cabeza hacia atrás para escuchar algunas indicaciones de los que se encontraban dentro de la Hummer. Yo la tenía en la mira. Elevé ligeramente la cruz hacia su rostro. La conocía, sabía que vendría, le decían Marina, cariñosamente. Desenfundó su HK mientras caminaba lentamente hacia el cadáver y… —Bang. En la cara. Cayó al piso de espaldas, empujada por el impacto con un hueco en el ojo. La pistola que había quedado en una de sus manos comenzó a hacer disparos al suelo, y uno de ellos a la pared. Casi mata a uno de los observadores, que logró agacharse a tiempo. Algunos salieron corriendo. Me comencé a reír, ese tipo de cosas que uno no espera y pasan, dándole ese olor a realidad de gracias espontáneas, son los pedos de la vida. Climo era otro de los que yo conocía, los observaba a todos desde hacía ya tiempo. Todos policías. Llegó corriendo desde debajo de la calle con un megáfono y un casco antidisturbios, un chaleco antibalas y en uno de sus hombros sostenido por una correa un FAL. —¡Largo! —gritaba como una perra siendo violada—. ¡Largo de acá todos! ¡Rápido! ¡Hay un francotirador! Iba a esperar a que el resto viniese, lo debían de hacer, era su trabajo.
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Cualquiera hubiese creído que la gente correría ha buscar un lugar razonablemente más seguro, y de hecho, varios lo hicieron, pero un grupo grande se quedó, sin hacer caso, parados, esperando ver más. No me cuestiono si soy yo la que está mal o ellos, es comprensible la inclinación del humano por el morbo, es su naturaleza. Sólo hay que saber qué hacer para que aflore ese aspecto en las personas. Las patrullas ahora llegaban por arriba de la avenida, un gran conjunto de policías aguardaban agachados tras sus autos. Me pareció ver un Mustang pintado de blanco con una sirena encima, qué desperdicio. Aquel, al que llamaban Nick, corría armado de la misma forma que Climo pero por la cuadra derecha. Trataba de ahuyentar al público con un gesto de frustración en el rostro. De rato en rato bajaba los brazos desalentado por la gente, como preguntándose ¿para qué hago esto? La gente sólo lo miraba, con los ojos bien abiertos sin decir una palabra. Tres policías se abrieron paso a través de la multitud de autos, con escudos antidisturbios blindados sostenidos en la cabeza. Los tres caminaban lentamente, juntos y ligeramente agachados. Gracias a la transparencia de uno de los escudos podía ver la cara del que conocía como Dante, en uno de los lados. Caminaban hacia el cadáver de Marina de donde brotaba un largo círculo rojo. —Bang. Dante cayó girando hacia atrás. El escudo volando a varios metros de él, los otros dos policías se derribaron a los lados. Una de las esquirlas de la bala al rebotar en el escudo destrozó el farol del Hummer. Dante se tomó el hombro derecho con una mano, aparentemente se había agarrotado por el impacto. Al darse cuenta de su situación trató de levantarse rápidamente, resbalándose con la sangre de Marina y cayendo boca abajo. Gracias Dios por ayudarnos a crear los siete milímetros de la magnum. Apunté plácidamente y… —Bang —dije, riendo. El cuerpo de Dante dio un pequeño salto. Ahora tenía dos culos gracias a ese orificio en la espalda. Comenzó a arrastrarse hasta su escudo, con uno de sus brazos extendidos, hasta quedarse quieto. Climo y Nick se movían como aves hacia los curiosos, despedazando la mancha espectadora con gritos, y recuperaba su número con personas que llegaban de otros lados. Algunos bomberos
tomaban a la gente por la fuerza y la sacaban del lugar. Los otros dos policías tomaron el cuerpo de Dante de las piernas, arrastrándolo hasta sus patrullas, dejando un camino rojo curvo. Era la sonrisa de la calle. Se cagaba de risa con esto. No la culpo, yo también. Uno de los cristales de mi ventana reventó con un zumbido. Sabían dónde me encontraba, escondí el arma y me agaché. Era cuestión de tiempo hasta que llegaran hacia mí. Tomé el cigarro de marihuana del cenicero me lo puse en la boca, y lentamente aspiré hasta atorarme. Un skunk hidropónico, verde claro sin semillas. Buena como pocas. Al desmoñar las hojas casi se desprendían del tallo maquinalmente. Exhalé el humo en la habitación. Escuchaba los gritos desesperados de Nick por la ventana. Al parecer no lograba nada con la gente. ¿Cuántas personas quisieran estar en mi lugar? Es decir, estremecer a la gente y herirla en el alma con la muerte, infundir respeto aterrando. Es placentero, por alguna razón, satisface muchas necesidades frustradas, los instintos que deben consumarse con la carne. Todo eso se vuelve vano al matar a alguien enfrente de un grupo, y hacer que alguno de esos se cague en el pantalón. ¿Qué había significado para mí el ser policía? Nada. Una excusa, un pretexto. Así como la existencia, un pretexto de la vida para generar una colisión de errores y perfeccionarse, un movimiento evolutivo para mejorar la sociedad. El canon de la peculiar moral humana, el bueno contra el malo. El negro contra el blanco. La luz y la oscuridad. ¿Soy una mujer malvada? Era una excelente policía, una hermosa teniente, y una puta. Me encantaba ser así, pero me aburría. Me aburre, me aburren. Asociaban cada uno de los actos con un significado general. ¿Es mi clítoris malo? Dudo mucho que le importase que el capitán me chupara la concha hasta dejármela roja, o cuando lo frotaba en la pierna de alguna suboficial. ¿Es mi índice malvado? ¿Son mis tetas, acaso, ruines? Mis labios, mis piernas, mi espalda. ¿Dónde está el casillero del mal en el ser humano? Mi mente no es constante y mis ideas vagan a través de mis ojos, como nubes grises. ¿Es todo mi cerebro culpable? Aquél que muerto será una pila de mierda escondida bajo la tierra, comido por gusanos sangrientos. Lo dudo. Es inocente.
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¿Quién será el culpable? ¿Dónde estriba el mal? —Bang —susurré, volviendo mi cara hacia el techo. Levantando una rodilla y apoyando en ella mi muñeca, con el troncho de marihuana. El humo se elevaba por el cuarto, deslizándose por el blanquecino techo de manchas verdes, y resbalando por las paredes corroídas; humo que volaba nuevamente frente a mí, envolviéndome. El suspiro de la vida es instantáneo, a fin de cuentas, ¿qué significa el bien? ¿Qué motivo tiene? Donde un joven vegetariano sano muere en un accidente de tránsito, y un drogadicto incompetente vive hasta los cincuenta. Ese es nuestro mundo. Lo mejor es… Escuché gritos y pasos de varias personas subiendo las escaleras. Ahí estaban. Rápidamente comencé a arrastrarme hasta meterme debajo de la cama. La puerta empezó a ser pateada con fuerza hasta que cedió. —¡Sal hijo de puta, estás rodeado! — gritó una voz. Sólo vi sus borceguíes amarrados hasta las canillas. Pero reconocía esa voz, era al que apodaban el Zaja. —¿Seguro está aquí? —preguntaron otros pies que entraban caminando detrás. —Nick, carajo por acá está. ¡Roberto rompe las otras puertas! ¡Eso hago! —respondió una voz a lo lejos. Me reí. Estaban tan asustados, tan alterados. Me había follado a todos esos policías en alguna oportunidad; siempre trataban de demostrarme que eran los dominantes, los que sostenían el control, y no los culpo, se los hacía creer con mis gemidos de dama adolescente. Me excitaba mucho, el verlos volverse animales, el transformarlos en bestias que pudiesen tomarme. Claro… odiaba lo que venía después. Las conversaciones, las caricias. Odiaba cuando se enamoraban, cuando me perseguían, cuando creían que yo también lo estaba. Nick me regalaba chocolates o dulces que yo advertía, buscaba intercambiar por más sexo. Dante, por otro lado, trataba de demostrarme que era un caballero ¿para qué? ¿Para que sea su novia? ¿Para que lo acompañe y me proteja en esta complicada y tormentosa vida? Zaja en cambio, se hacía el desinteresado, y yo reaccionaba de la misma manera, pero lograba sopesar en su actitud cierta tristeza, al notar que no lograba nada conmigo. Me
encantaba verlo triste. A Zaja realmente le había gustado. Cuando fuimos a que me la metiera me llevó a un hotel con jacuzzi muy privado y con una serie de lujos, probablemente con la esperanza de ser correspondido, y sé que realmente le dolió no volver a tenerme, con esos precios debió haber lacerado sus ahorros. Las emociones admito, las envidiaba. Hasta que comencé a notar lentamente cómo inhiben el disfrutar de la vida y la forma de cambiar tu percepción de las cosas. Ahora las veo como una piedra que cargar durante la existencia, un obstáculo. Y el amor, ¿qué es para mí? Un grito de ayuda en esta superficie de porquería carnívora. Un grito que pocos rescatan, y donde pocos ayudan. Nick levantó el colchón de la cama y me vio. Mis hermosos ojos violetas miraron los suyos. Yo estaba echada de costado, desnuda, con el rifle a mi espalda y un objeto en entre las manos. Nick sólo abrió la boca para emitir un pequeño sonido gutural cuando vio mover mis brazos. Roberto desde la puerta advirtió lo que llevaba. Tomó a Zaja del cuello y lo sacó de un movimiento del cuarto. —¿Mami, por qué dejaste que me mataran? —le dije a Nick sonriendo. La granada reventó. Uno de los brazos de Nick voló por la ventana. Mientras ese miembro caía yo ya dejaba de existir, veía en silencio cómo las partículas de polvo se desprendían del techo lentamente.
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A young artist looking for connections and wicked adventures in the wilderness. Alex Mesa is known for fighting bears and alligators. https://www.facebook.com/Amindfulcastle
Joven animador buena onda http://juan-m-m-m.deviantart.com
Joven ilustrador argentino, melanc贸lico, rebelde: www.lamaquinadelimaginario.blogspot.mx
Ocioso profesional (artista, fotografo, dise帽ador y animador) http://diariospalidos.tumblr.com
Víctor Arzate Nació en la Ciudad de México en 1989. Cursó el diplomado de la Sociedad General de Escritores de México (Sogem), y participó en la antología poética de Pecados al Viento, publicada en el año 2011 por medio del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo. En la actualidad colabora en el blog “Cofradía
de
las
Lenguas
Lisas”
(http://lenguaslisas.blogspot.mx/) y trabaja como redactor web.
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I-Doser
I-Doser Víctor Arzate
lgo andaba muy mal. Nunca habían llamado a la policía cibernética para investigar un asesinato. Éste era el quinto de su tipo en un lapso de dos meses, y supongo que se les acabaron las opciones. La escena del crimen parecía sacada de una película gore. La madre había encontrado al muerto en su cuarto esa mañana. El cuerpo lucía normal. En su mano, el primogénito de la familia Vázquez Arriaga, aún apretaba su iPod, con los auriculares blancos conectados. Hasta ese punto todo iba bien. Me acerqué para ver el último gesto del difunto imberbe. El rictus era bello. Las cuencas de los ojos estaban vacías y de ellas escurría un poco de materia gris, al igual que de los oídos. La humanidad del joven no tenía muestras de ataque. Las cerraduras de puertas y ventanas también estaban intactas. Mientras la señora berreaba en el piso del cuarto, decidí tomar la computadora y el reproductor del puberto, so pretexto de buscar la pista del asesino. Los funcionarios de la PFP hacían su interrogatorio de rigor; preguntaban si Raulito usaba drogas, si era jefe o miembro de alguna banda del crimen organizado, si tenía algún amante homosexual o algún enemigo público. La mamá, deshecha, negaba todo con lágrimas de sangre. Yo me reía para mis adentros de los pendejos peritos, no tenían ni puta idea de lo que estaba sucediendo. Contrariamente a lo que dijo esa madrecita abnegada su niño, conocido como Heylel en el ciberespacio, tenía una vida mucho más social de lo que figuraba. El muchachito encabezaba un foro geek, en el cual era considerado una eminencia. Salí de la casucha para continuar con mi investigación desde la oficina. No iba a decir nada frente a esos perros de la PFP, siempre quieren llevarse el crédito. Después de formatear y vender los aparatos del mocoso (alguien tenía que financiar la averiguación), me registré en el foro de los frikis con el nombre de Eniac23, sabía que ninguno de los miembros resistiría ver un nombre femenino en su portal. Esos nerds, seguramente, sólo habían visto una vagina
en su vida, la de sus madres al momento de malparirlos. De inmediato me llegaron privados de conversación. Jugué un rato para obtener la información necesaria. Uno de esos cuatro ojos se dejó llevar por la foto que le envié de Eniac23, disfrazada de Chun Lee. El mocoso soltó un nombre: IDoser. Cerré las ventanas de conversación y me dediqué a rastrear todo lo referido a la aplicación. Posteriormente, dejándome guiar por mi intachable moral de investigador, decidí llevar a la práctica lo aprendido y sumergirme en el tan solícito mundo de las drogas auditivas del I-Doser. Seguí todas las recomendaciones enunciadas por los jóvenes expertos: audífonos en ambos oídos, cuarto a oscuras, cuerpo tendido, ojos vendados y, por supuesto, repetir los tracks hasta que las drogas hicieran efecto. Luego de varias “dosis” de dimetiltriptamina, tetrahidrocarbocannabinol y dietilamida de ácido lisérgico, el único efecto que logré fue una migraña de 6 horas (vómito incluido) y el sentir que mis tímpanos se derretían. Me sorprendí al ver lo que estaban dispuestas a hacer las nuevas generaciones para “experimentar”. Ya nada era como antes ¡Carajo! Cuando el porro se forjaba en papelito arroz o se fumaba en pipita de madera. Esta juventud en éxtasis iba en decadencia. Pese al poco entusiasmo que me causaba resolver este caso de ciber-junkies, debía hacerlo para obtener el ascenso al espionaje de páginas pornosotros y trata de blanquitas. Continué la investigación en la red. En diferentes foros se hablaba de dosis más altas del I-Doser que sólo podían obtenerse al acceder a un núcleo geek muy selecto. Asimov19 (el mocoso de la foto) fue el sapo perfecto para entrar a ese mundo “inaccesible”. Penetré la seguridad de uno de los foros y solicité dos tracks de lo que se conocía como “Paranoia”; luego le pedí a mi enamorado que me hiciera favor de recoger las dosis. Le di los datos de la cita: siete treinta de la noche, tercer piso de la plaza de la computación, debía llevar jeans, playera negra con la foto de Einstein y tenis blancos. Yo mandaría a mi hermano mayor “El Rivas” a recoger el pedido después del intercambio. El ñoñazo, vestido tal cual le pedí, llegó media hora anticipada. Yo esperé detrás de unos puestos de cartas y mangas. Mientras hojeaba uno de esos cómics, sentí un ligero empujón. Una hermosa trigueña había tropezado conmigo por error. La mujer, de buen talle, glúteos redondos y playera sin mangas, se
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contoneaba entre todos esos raros como lo haría un Dios entre la plebe. El abultado mensaje de su playera me llamó la atención: I love being a nerd. Me preguntó si iba a comprar esa revista y asentí. No pude negarme. El caprichito me costó 1200 pesos. A ella le encantaba ese manga. Obviamente se lo regalé. Rápidamente inquirió que no era del tipo de gente que acudía a ese lugar y me invitó a su departamento a beber algo. Mi sapo puede esperar, pensé. Y me fui con aquella piel dorada a su guarida. Por la mañana, el movimiento del colchón de agua me despertó. Marla se daba una ducha. De mi móvil, le escribí al mocoso que me iba a dar las dosis de drogas auditivas. Lo cité a mediodía en un parque cerca de mi casa. Aventé la pesada colcha que me cubría y alcancé a mi diosa en la regadera. Al abrir el cancel, ella estaba esposada de las manos a una cadena que colgaba desde al techo. Junto a sus tornadas piernas húmedas había un fuete. La azoté por un par de horas, de nuevo dejé plantado a mi contacto. Si seguía así, nunca iba a resolver el caso. Salí del apartamento de Marla y llamé a Asimov para pedirle otro encuentro, me dijo que lo buscara por la tarde afuera de su club de ajedrez. Al verme, lo primero que hizo fue preguntar por Eniac. Le dije que estaba en la universidad pero que le había enviado un presente, y le extendí la mano con una foto de la misma rubia disfrazada de Mileena. Asimov la recibió tembloroso; enseguida respondió todas mis preguntas sobre el dealer. Un hombre robusto, de complexión baja, manos gruesas y cuello estrecho. Deduje que no se iban a exponer. Habían utilizado a otra persona para entregar el paquete (una USB con forma de jeringuilla). Felicité a mi compinche por la información y le prometí volverlo a llamar. Cuadré otro intercambio al siguiente fin de semana: mismo lugar, diferente hora. Durante esos siete días, la figura de Marla aparecía y desaparecía al gusto en los rincones de mi cuchitril. Para despejarme, me dediqué a chantajear gente. Hackeaba sus cuentas y les pedía una recompensa por guardar silencio sobre la información obtenida de sus perfiles. No saben lo fácil que es extorsionar parejas de esa forma. Llegado el sábado, asistí a la plaza. Antes de subir las escaleras, mi flamante adjunto me interceptó. Había recibido un mensaje de mi celular, en el cual, le avisaba un cambio de hora en la cita. Ya traía con él la jeringuilla USB. Despedí
a mi soplón y no volví a requerirlo. Tuve un mal presentimiento, esperé unas semanas y volví a citar al traficante de tracks. Esta vez sería yo mismo quien recibiría el encargo. Al llegar al bar donde sería el negocio, mi celular sonó un par de veces. Dejé pasar la llamada, pues la pantalla del móvil decía número privado. Cinco minutos antes de la hora pactada con el mafioso, el celular repicó de nuevo. Decidí responder para no ser interrumpido durante la transacción. La voz ronroneante de Marla atravesó el teléfono: —Acabo de comprar unas bolas Ben Wa, las metí por debajo de mi falda y caminaré con ellas hasta mi casa. ¿Vienes? —Me tuve que negar. —Marla, estoy en algo importante. Voy en cuanto termine este asunto. El que hubieran clonado mi teléfono me tenía preocupado, esto se había vuelto personal. La mujer cambió su tono y, sentenciando que la dejaría plantada, cortó la conversación. La mesera limpiaba la mesa frente a mí. Su escote era prominente y sus piernas prometedoras. Se acercó meneando su short naranja y me ofreció otra cerveza. Al darse la vuelta pude ver cómo de su muslo se asomaba un tatuaje. La tipografía era muy similar a algo que había visto antes. Tiré una servilleta para fingir levantarla y poder observar mejor (entiéndase que todo era en pro de mi instinto investigador y no por el morbo que me causaban esas extremidades). Mientras estaba agachado, pude leer en la piel de esa pérfida: I love being nerd. No tuve tiempo de enderezarme, algo apagó mis luces. Desperté con los ojos nublados. Me costó trabajo reconocer el escritorio y la computadora de mi oficina. Estaba atado a una silla. Cinco figuras estilizadas caminaban con calma de una computadora a otra; extraían información y luego formateaban los discos duros. Vestían todas de negro: body, tacones, mallas y suéter de cuello alto que les llegaba a la nariz. Estos ángeles no pueden hacerme mucho daño, me dije, y me dirigí a la que parecía ser su líder. —Belleza, parece que has cometido un error. Esta oficina no pertenece a ninguna revista de modas. ¿Por qué no me sueltas y les enseño la parte divertida de mi trabajo? —y señalé hacia el departamento que guardaba todo lo referente a páginas de pederastia, cine snuff y prostitución cibernética.
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La exquisita sombra se deslizó hasta mi rostro y, pegando su nariz a la mía, repuso: —Hubieras ido al departamento Rivitas, todavía traigo las bolas Ben Wa. —Luego se alejó despidiendo un hermoso sonido de campana budista que salía de sus ingles. ¡Marla! ¿Por qué diablos estaba detrás del asesinato de los nerds? ¿Qué móvil la hacía atentar contra esas piltrafas de anteojos? Eso lo averiguaría después, lo que importaba en ese momento era zafarme de los amarres bondage que me habían hecho las gatitas. Tiré de los nudos con mis muñecas pero era inútil. Ellas parecían terminar su labor, decidí ganar tiempo. —¡Marla, Marlita! ¿A qué se debe tanto furor en contra de esos neofílicos que a nadie perjudican ni dañan con su existencia? —Si te lo dijera tendría que matarte —bromeó utilizando un lugar común. —Anda, primor, de cualquier forma no saldré bien librado de ésta —respondí ágilmente para seguirle el juego. Ella, suntuosa como siempre, brincó a mis piernas y, mientras las arañaba, dijo: —No es odio, querido. Es una reivindicación —e hizo una seña a una de sus esbeltas compinches para que saliera del cuarto. —No entiendo, Marla. Podrías tener a cualquier hombre. ¿Por qué empeñarte con los geeks? —No necesitas entender, cariño. Tampoco ellos entendieron. No quisieron entender que la belleza y la inteligencia pueden ir tomadas de la mano. La silueta que había salido del cuarto regresó con cinta gris, un reproductor y audífonos. —Rivitas, hubieras preferido ir al departamento, de verdad me agradabas. Marla tomó el reproductor, colocó los audífonos en mis oídos y los pegó, envolviendo la cinta alrededor de mi cabeza. La muy cerda dejó al descubierto mis ojos y mi boca. Se hizo el body de lado, agujeró las mallas con sus uñas y sacó las bolas de su entrepierna. —Un regalito —musitó en mi oído mientras metía las esferas entre mis dientes. Tomó el reproductor, y dio play al track llamado “Paranoia”. El zumbido en los audífonos comenzó cuando Marla franqueó la puerta del lugar. Escupí las bolas chinas. Las ondas subían de intensidad junto con el calor que me provocaban y la sensación punzante en mi cabeza. Rápidamente incliné el rostro para morder el cable de los auriculares. Después de babear y torcer el cuello lo más que pude,
por fin reventé ese maldito cordón blanco. Eché mi cabeza para atrás, aliviado. Ahora sólo tenía que esperar la llegada del jefe. Iba a ser raro explicarle lo de las bolas chinas y el bondage, pero sabía que me perdonaría cuándo trajera a Marla y a sus amigas a la oficina. Sonreí al pensar en lo mucho que nos divertiríamos Márquez, Gómez, Ramírez, el jefe y yo, con las nerds antes de trasladarlas al penal.
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Yago Mesa Nacido en el D.F. un 19 de noviembre de 1982. Guionista. Editor en jefe y fundador de la revista "SciFi–Terror". Adicto al cine, la televisión y la lectura. Ha publicado para la revista "La Hoja de Arena". Actualmente estudia el diplomado de Creación Literaria en la SOGEM.
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Come vidrios Yago Mesa
or fin se podía caminar en el vagón del metro. Dos horas de deambular de un lado al otro y todo sólo para toparme con alguno de ellos. Desapareció aquí, estaba seguro, no existía otra explicación. Por fin tomé asiento y el sudor corrió, lo sentía mojándome la camisa. Quizá hubiera sido mejor estar de pie, o no usar gabardina, pero en pleno invierno, ¿qué carajos va uno a saber? El desfile de vendedores ambulantes recién empezaba; música variadita, plumas, literatura de superación personal, indígenas descalzos de la Sierra de Puebla, películas pirata y hasta artefactos muy ingeniosos para leer o aprenderse las tablas de multiplicar en menos de quince minutos; pero la atracción principal no llegaba. ¿Lo vería hoy? Me bajé en quién sabe cuál estación de la línea verde para hacer la rutina de las preguntas con respuesta evasiva a los polis del metro. Un sujeto sin camisa, que cargaba una especie de costal, me empujó y subió al vagón. Volví y me senté a observar el espectáculo. No habló a los pasajeros. Arrojó la sábana al suelo, la cual, al caer, se expandió demostrando su contenido: vidrios, en su mayoría restos de botellas. El tipo se inclinó y lentamente acercó su torso a los pequeños pedazos cortantes, y unos segundos después, se dejó caer. Algunos volteaban hacia otro lado, mientras el sonido de un cuerpo moliendo el vidrio penetraba la mente de todo pasajero presente, como una aguja atravesando la carne molida más blanda. Se podían observar las cuantiosas cortadas en su espalda, algunas eran tan recientes que la sangre aún corría mientras manchaba sus ya muy desgastados jeans y el piso semi blanco del vagón. Todo su torso estaba cubierto de heridas, muy al estilo de los cortes de papel. No conforme, el tipo se comenzó a restregar en el suelo. Las pocas monedas que recibió fueron de una dama, que parecía le pagaba para que se detuviera. A mí la lástima no me detuvo y decidí parar su show, ahí, frente a todos. Caminé hacia él y lo levanté —no me costó trabajo, lo único pesado era su mugriento pantalón. —Me vas a llevar ahora con ella —le dije, asegurándome de que me mirara a los ojos—. Ahora, cabrón.
El tipejo no me contestó, no por que no quisiera, estaba tan drogado que no podía. —¡Oiga, señor! ¿Qué le pasa? ¡Déjelo trabajar! — me gritó una mujer con ligero sobrepeso. —Señora, esto no le incumbe —y añadí— ¿Le cae que esto es trabajo? No debí haberlo dicho. Cuando me volví a interrogar a mi amigo “Scar Torso” —así lo llamé por obvias razones— recibí un bolsazo en la cabeza, el cual me derribó a centímetros de los pequeños instrumentos de trabajo de Scar Torso y sus rastros de sangre. La señora rescataba a mi única pista, mientras el resto de los pasajeros me gritaban. ¡Vaya día que escogieron para hacerse los valientes! Me tuve que incorporar como pude y, de un empujón, mandé a la señora a volar. Los ánimos en los pasajeros se caldearon, y algún estúpido jaló la palanca de emergencia. Quince minutos después, con moretones en el rostro y el cuerpo, me encontraba siendo interrogado por el cuerpo policial del metro. Alguien entró a la oficina, debía ser de mayor rango. —Ay pinche Lobo… Me volteé, reconocía esa voz. Era un oficial robusto, con más de cincuenta años, al mirarlo y por su tono de voz, desee haberme guardado el dinero en los calcetines ese día. Tenía cabello cano y parecía que fuera el único oficial en la ciudad de México que se preocupaba por el brillo de sus condecoraciones. —Pero si es el Juan Lobito —seguía burlándose— , ¿ahora qué chingados hiciste? —Detener a un joven a punto de suicidarse en público. Me observó durante unos segundos, y luego sonrió. —A ver, déjenos solos. Cuatro oficiales salieron de la mini oficina. —Ahora sí cabrón. Dime, ¿qué traes? —¿Lo conozco? —.Sí lo conocía, sólo quería hacerlo enojar. —No seas culero, Juan. A mí me dices qué haces aquí si quieres que te ayude. —Busco a una niña que se perdió. —Pero tú ni detective eres, sólo un reporterito. Me contuve y no respondí. —Aquí nadie se pierde, puro chisme… —Si es así, ¿por qué me retiene, oficial… —enfoqué hacia su placa. No sabía su nombre— … Salazar?¿Qué tal que me deja revisar las cámaras de los andenes y estamos a mano? — añadí, esperando que mordiera el anzuelo. —Únicamente con una orden, no te quieras pasar de abusado conmigo. —Hizo una pausa en la que creí que cooperaría—. Ya te puedes ir.
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Yago Mesa
Quince minutos más tarde, salí del metro aún sin pistas. Tenía que llamar a la señora Mendoza y explicarle. Tal vez no era buena idea guiarme por presentimientos y leyendas urbanas para encontrar a su hija. Quizás lo mejor era que acudiera con la policía. No lo aceptó de buena gana. Ella tiene más fe en un reportero venido a menos (o sea yo) que en un policía. ¿Quién confiaría en un “oficial”? Me remordió la conciencia; cuando la señora Mendoza me respondió, su tono era francamente resignado, pero parecía ya esperar mi renuncia. Ya iba de vuelta a casa, a enfrentar las recriminaciones de mi mujer. Aún no entendía mi repentino cambio de trabajo, y jamás lo apoyaría. No le llamé para evitarme otra discusión y seguí vagando. Eran las 11:45 pm, el metro cerraría pronto, pero ahí estaba “mi amigo” Scar Torso. Ahora se encontraba con un oficial. ¿De qué podían hablar? Me oculté de su vista y esperé. Estaba sentado, convenientemente, en un puesto de tacos bastante sombrío, de espaldas a ellos. Al ver el suadero y respirar su olor, perdí el apetito. Sólo ordené un refresco. El taquero no pareció muy complacido, pero me lo dio. Lo bebí lo más rápido que pude. El poli se fue, y Scar Torso comenzó a caminar quién sabe hacia dónde. Le di un billete de 20 pesos al taquero, y me fui tras él sin esperar el cambio. Caminaba como una especie de zombi, sólo rompía el ritmo semi lento cuando debía cruzar alguna avenida, no le importaban para nada los semáforos. Tres veces estuve a punto de ser atropellado por seguirlo. Si “mi amigo” no hubiera estado tan drogado, y tuviese algo de inteligencia, se podría haber dado cuenta de mi presencia a tan sólo 10 metros tras de él. Llegamos a una fábrica abandonada. Estaba oscuro, se podía sentir la pesadez en el ambiente, no sólo era la basura, algo putrefacto se escondía dentro de esas paredes, se sentía una agresividad primitiva. Me escondí detrás de unos basureros. A lo lejos, pude observar a dos tipos, muy parecidos a Torso, quienes verificaban el botín de varios escuincles formados. Parece que los dejaban quedarse a dormir dependiendo de cuánta lana llevaran. Me acerqué, cubriéndome entre las sombras del enorme basurero. Por suerte, era una zona extremadamente pobre de la ciudad, —una de tantas— no había muchos postes de luz, así que fue fácil acercarme sin ser detectado. Por la pinta de estos tipos, pedí al cielo que Connie, la pequeña de la Sra. Mendoza, no se encontrara
aquí. Era una hilera larga, había aproximadamente treinta niños, todos cargaban un costal de vidrios, algunos con cortes bastante profundos sin ser atendidos, otros habían superado esos cortes y eran espantosas cicatrices. Stairway to heaven salió de mis pantalones. Rápidamente saqué mi celular para apagarlo. Los come vidrios dejaron lo que hacían y voltearon a mi dirección. Le contesté a Ana, mi mujer, lo más rápido que pude. Le dije que pronto volvería a casa. Al colgar, tenía a varios come vidrios rodeándome. Sus posturas y miradas eran amenazantes. —Soy reportero del “Elefante en el cuarto”. —La carta del periodista que los llevaría a la fama me podría salvar—. Quiero escribir acerca de ustedes, ¿quién me deja entrevistarlo? Uno de ellos se acercó y me golpeó con un costal. Desperté, y aunque los come vidrios en general eran bastante enclenques, la vida en las calles les había otorgado una fuerza primitiva. Me moví, como cualquier idiota haría en esa situación, tratando de liberarme. La oscuridad no me permitió ver que me encontraba rodeado de diminutos y filosos desperdicios. No me habían amarrado los pies, así que me levanté y en seguida grité. Un enorme vidrio había atravesado mi pie. Caí. Sentí como si agujas penetraran mis brazos y mi costado. Se encendió una luz al fondo. Pasos con un ritmo militar acudieron a mis gritos con rapidez. Azotaron la puerta del cuarto y este se iluminó. Había tenido suerte; era un cuarto lleno de desechos cortantes alrededor mío. En perspectiva, me habían hecho poco daño. —¿Este es el pendejo? —Era un tono de voz muy peculiar, plano y muy grave. Scar Torso, quien estaba a su lado, asintió—. Vete —y Scar salió—. Me dicen que buscas a una vieja. —A una niña, sí —le corregí. Se acercó a mí y me mostró su rostro cubierto por cicatrices, algunas de ellas le daban vuelta a toda su cabeza, como si alguien intencionalmente hubiera trazado un ecuador y todos los trópicos sin dejar nada a la imaginación. —A una niña —me lo repitió. —¿Sabes algo? —le pregunté de nuevo. —¿Y a ti qué chingados te importa? —¿Quieres que todo el puto DF se entere de lo que haces aquí? —Nadie te va a creer, trabajas en El Alarma o algo así.
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Come vidrios
—Bien. Entonces no te molestará dejarme ir. Quería probarme que hablaba en serio, así que tomó un pedazo cortante que brillaba en el suelo y comenzó a serrucharme el lóbulo. No aguanté mucho antes de quebrarme. —¡Ya estuvo! —supliqué. Dejó caer el pedazo de vidrio ensangrentado en el suelo. Lo volteé a ver. Sus ojos eran rojos. Reía sardónicamente. —Si no ocultas nada déjame ir —le imploré. Mi hombro izquierdo estaba cubierto en sangre. Era tan sólo el lóbulo. No me había dañado el oído. Pero por la mirada del tipo, sabía que apenas calentaba. Me sujetó con su mano firme un mechón del cabello. Estrelló mi cara al suelo, restregándola con los vidrios. Diminutas explosiones sucedían en mi rostro. Cerré los párpados para que ningún cristal me perforara el ojo. Se azotó la puerta. Mi cuerpo ya no se movía y el dolor comenzó. —Tétanos —uno de sus secuaces llamó así a mi captor. —¿Qué? —No le gustó la interrupción, en serio parecía disfrutar la tortura. Tétanos salió del cuarto mientras emitía una sonora carcajada. Dejó a otro come vidrios a cargo de mí. Me dirigí a él, y al instante, me amenazó con lo que parecía un cuchillo hecho de vidrios, los cuales tenían en abundancia. —¿Así va a ser? –le dije– Pues entonces ven a probar ese cuchillito conmigo de una vez. Vino hacia mí. No lo pensé dos veces y lo pateé, perdió el equilibrio y cayó de espaldas al suelo. Me incorporé apresuradamente, marché sobre su cabeza muchas veces hasta casi matarlo. Todavía respiraba. Mis botas quedaron bañadas en sangre. Tuve que agradecer a los pequeños trozos de vidrio incrustados en ellas que facilitaron mi labor. Le quité el cuchillo y, como pude, corté las cuerdas para desamarrarme. Abrí la puerta. Caminé un poco, y no pasó mucho tiempo antes de que me descubrieran. Pero a Tétanos no le importaba. Lo habían planeado todo desde un principio. Tenían sujetada a la niña y amenazaban con degollarla si me acercaba. Su boca estaba cubierta, ella lloraba, y su cabello negro estaba sucio; una mezcla entre sangre y mugre cubría todo su cuerpo y vestido. —Otro invitado al bautizo —Tétanos nos gritó a todos—, nos honra con su presencia el chingonsísimo Juan Lobo. Me conocía, incluso antes de llegar a su espantosa comuna. La pequeña estaba muy agitada y gemía. Lágrimas corrían por sus mejillas. Estaba pálida, quizá del
miedo o por una desnutrición. —¿Cómo que un bautizo? —muy estúpidamente pregunté, tal vez con la esperanza de ganar algo de tiempo. —Vamos a echar a nadar a esta pendejita en un pozo de vidrios —dijo mientras zarandeaba a la niña. —Échame a mí. Libérala. —¿Y qué chingados gano yo con un huevón como tú cortándose en el metro? La gente pagaría mucho más por ver a una niña desangrándose vagón por vagón. Cuatro come vidrios más llegaron con una enorme caja de madera: la abrieron. En su interior, millones de diminutos vidrios esperaban bañarse en la sangre de la recién bautizada. Tétanos tomó a la pequeña, la levantó mientras ella chillaba y la arrojó a la caja. Antes de que hiciera eso, la adrenalina y el instinto me impulsaron a interceptarla, pero al atraparla, perdí el equilibrio, y Tétanos, burlándose, nos empujó al inmenso contenedor. Cerraron la puerta. Movieron la caja de manera que nos perforaran todos y cada uno de los pequeños trozos sangradores. La pequeña Connie estaba encima de mí, así que le evité ser violada por miles de estos cristales. La caja se dejó de mover y hubo un silencio que anunciaba algo violento. La lluvia de balazos y estallidos comenzó. Gritos, gente corriendo, cuerpos cayendo y silencio otra vez. Parecía que llevábamos treinta días en calma, pero sólo fue un minuto cuando se escucharon unos pasos muy cerca de nosotros. Se abrió la caja, entró la luz y me deslumbró. —¡Aquí está la niña! —mientras escuchaba esas palabras, la pequeña Connie me fue arrancada de los brazos. —¡Sal con las manos en alto, puto! —me gritó otra voz. Salí chorreado de sangre. Aún podía caminar. Lo primero que vi fueron cuerpos balaceados y amontonados. Eran los come vidrios, pero entre ellos, no estaba Tétanos. Hasta el pobre Scar Torso se contaba entre las víctimas. Sentí que debía explicar mi estancia ahí. —¡Hey, tranquilos! —les grité—. ¡Estoy ayudando aquí! Miraba hacia todos, aun sin reconocer a nadie. Alguien me encañonó, y lo sentí más personal. Era Salazar. —Tenía que ser Juan el puto Lobo —me dijo, tratando de anunciarme algo. Jaló del gatillo. La mirada de la pequeña me siguió al suelo. La luz se apagó.
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Carlos Enrique Saldivar (Lima, 1982). Director del fanzine El Horla, coordinador general del fanzine Minúsculo al Cubo (impresos), coordinador adjunto del fanzine Agujero Negro (virtual). Finalista de los Premios Andrómeda de Ficción Especulativa 2011, categoría: relato. Libros: Historias de ciencia ficción (2008), Horizontes de fantasía (2010), El otro engendro (2012). Compilador: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011).
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Simbología Aberrante
Simbología
por Carlos Enrique Saldivar
Aberrante
omo detective, me he visto muchas veces envuelto en situaciones grotescas, sucias e inadmisibles. No obstante, esta nueva maraña, la cual he comenzado a investigar, resulta ser la más terrible e insana con la que he tenido la desgracia de encontrarme. Siento miedo, a pesar de haber enfrentado la maldad cara a cara en distintas ocasiones, de haber tentado a la muerte, de haber probado el dulce néctar de la iniquidad. No me siento preparado para seguir la lucha contra aquello. Nadie podría. ¿Quién habría de parar la gran ola de crímenes que ha agitado a nuestra ciudad, ya demasiado herida por el abandono y la inmundicia? ¿Cómo mantener la cordura sabiendo que ese mal existe? ¿Cómo explicar lo inexplicable? ¿Quién puso esos textos ahí? ¿Una secta? ¿Un grupo de locos? Sólo unos desquiciados serían capaces de tanto. No obstante, percibo algo sobrenatural en todo ello, y es tan oscuro, tan aterrador. Un acto del demonio. Esta mañana he hallado el fanzine por pura casualidad en el depósito de la Policía Nacional del Perú, antes de que fuese quemado. Me acomodo a mi escritorio e intento leerlo, mas no puedo. Ya me ha ocurrido antes. He leído el volumen diez veces, aunque nunca lo he hecho en soledad. Intento recorrer esas infernales páginas… no lo consigo. Maldito fanzine sin dueño. Se titula «Simbología Aberrante» y se ha distribuido en Lima durante poco menos de un año. El editor es S. R. y el editor, J. L., ¿quién sabe qué nombres esconderán dichas iniciales? Tal vez ni siquiera representen a personales reales. Estamos perdidos, nuestras investigaciones no han desembocado en ningún lado. No hemos podido dar con los sospechosos. Yo he seguido analizando el caso, me he dedicado las últimas horas a ver estas fotos. No puede ser, qué cosas tan horribles hicieron esas personas con aquél que tuvieron más cerca. Es horrendo, una orgía de violaciones, canibalismo, disecciones… Mejor dejo este espectáculo y paso a leer la revista. Suena el teléfono, brinco del susto, me da vergüenza mi propia actitud. Contesto. Me acaban de informar sobre el onceavo incidente. Sí, ya van once casos de locura, de violencia espontánea. Mis planes varían de un momento a otro, enseguida debo hacerme presente en la escena del crimen. Esta vez una chica de dieciséis años clavó a sus padres al filo de sus camas y se divirtió cercenando sus cuerpos poco a poco. Los
señores, personas de edad, murieron rápidamente. Me dirijo a la comisaria. Ahí la veo. Ella grita y babea, parece una bestia hambrienta. No puede ser interrogada. Casi no consigo soportarlo. Así han sido los últimos seis días. Capturamos a los once y todos actuaban de ese modo. Tras las pericias, realizo aquello que no pude consumar hace unas horas en mi casa: procedo a verificar lo que dice el zodiaco de esta publicación semanal, la que inició todo. El número 42 de «Simbología Aberrante» ya lo he leído antes. Estaba en todas las escenas del crimen. Los textos incluidos allí son los más enfermos y asquerosos el mundo. Qué extraño que los vendedores de periódicos ofrecieran dicho fanzine con tanta libertad. ¿Cuántas publicaciones que debieran ser prohibidas circulan en este corrupto país? Hay mucha gente que consume la basura escrita en este fanzine, algunos han pagado las consecuencias. Todo se inició en Miraflores, luego los crímenes tuvieron lugar por toda la capital. Este onceavo delito ha sucedido en Comas. El signo zodiacal de la asesina es Acuario. Nuevamente todo coincide. Maldita sea, debo hallar a los responsables y hacer que esta espiral acabe, los hallaré aunque tenga que mover cielo y tierra. Dejo el fanzine para que se realice la investigación. Regreso a casa y retomo lo que hacía antes. Qué difícil fue conseguir el ejemplar que tengo en mis manos, el Gobierno prohibió su venta, distribución y lectura. Unos pocos volúmenes están resguardados como pruebas por la policía. Reviso cada una de estas sesenta páginas, pero me concentro en las dos últimas, donde está el horóscopo. Enfrentar estas palabras me da temor, pero pronto empiezo a leer. Aries. Marzo, 21 — abril, 19 Una dosis doble de buena suerte está a punto de manifestarse en un sector de tu vida, la cual considerabas un área de desastre. Esto sirve para demostrar que nunca se sabe qué puede pasar y que siempre debes mantener la frente en alto. En tu empresa, tus jefes inmediatos y otras personas serán asesinados a balazos en medio de una reunión, todos caerán incluyendo a la linda secretaria que estará sirviendo café. Morirán justo antes de decidir tu despido. Obviamente, el asesino serás tú. Castiga a esos cerdos. Se lo merecen. Tauro. Abril, 20 — mayo, 19 Recibirás una noticia que te alegrará el día. Esa persona necesita conversar contigo de asuntos importantes. Reaccionarás muy bien al principio, luego, a pesar de tu emoción y buen humor, acabarás con aquella que te dará la buena nueva, usarás un martillo y un clavo para infringirle dolor por algo que no sabes ni ella tampoco, pero que te satisfará aun más.
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Géminis. Mayo, 20 — junio, 22 Debes aprovechar tus momentos libres para poner en orden tu vida y tus sentimientos. Hazlo acabando con todos aquellos que se crucen en tu camino esta tarde en el parque. Cuantos más de ellos, mejor. Usa un cuchillo. Encontrarás sentada en una silla a aquel hombre en quien has pensado durante varios meses. Soluciona ese problema de una vez. Acaba con el mancebo muy lentamente, lo apreciará. Finge que te duele más a ti que a él. Los mejores en esa labor son los de tu signo zodiacal. Eres muy buena fingiendo. Cáncer. Junio, 23 — julio, 22 Es hora de analizar lo que has vivido y tratar de corregir los errores. Por ejemplo, ¿por qué dejar vivo a aquellas que te han faltado el respeto? Cambia tu modo de ver las cosas las personas a tu alrededor sólo hablan mal de ti y te lastiman. Cambia de actitud frente a tu esposa, ella lo valorará y no se quejará, luego puedes continuar con otras mujeres, no importa si son similares o distintas de tu consorte, hay muchas féminas a tu alrededor, así que tienes mucho trabajo. Trata de ser cauteloso para que puedas pasarte todo el día castigándolas. Analiza tu existencia y comprenderás cuál es tu verdadera vocación. Leo. Julio, 23 — agosto, 22 ¿Cuánto hace que no subes a una montaña rusa y chillas a todo pulmón? Si no puedes recordar esa sensación es absolutamente imperativo que te permitas lo osado, lo delicioso y lo frívolo. Ahora mismo. Sé loco, sé perverso. Hay muchos niños jugando en la calle donde tú vives, ellos esperan por ti. Si gritan, usa tu cuchillo favorito, las vidas que no han existido mucho no son vidas, luego corre unas pocas cuadras hacia tu parque de diversiones favorito, este aguarda por ti. Ve ya mismo y haz que los otros griten contigo a todo pulmón. Virgo. Agosto, 23 — septiembre, 22 Algunas sorpresas encantadoras llenarán tu vida, aunque te hayas pasado los últimos años creyendo que las cosas nunca serían igual que antes. ¿Es tan malo que no hayas podido superar aquella tragedia familiar? Nada puede permanecer de la misma forma para siempre, y si así fuera, sería terriblemente aburrido. Todo debe modificarse, utiliza el poder del agua y del fuego, usa uno para ahogar y el otro para quemar; usa el poder de las rocas para golpear, luego el viento para reír y cantar. El fuego es el más importante, sirve para transformar. La gente debe cambiar, deben pasar del estado vital al etéreo. Ayúdalos. Tu ventaja es que luces tan tierna, tan indefensa. Recuerda, las
cosas deben variar hoy mismo. Libra. Septiembre, 23 — octubre, 22 Algunas oportunidades mágicas están reservadas para ti, pero tienes que estar dispuesto a esperar que ocupen el centro de la escena. Hagas lo que hagas, no intentes forzarlas para que aparezcan. La sincronización es la clave. Las oportunidades llegan por sí solas, espéralas y actúa en seguida, tu signo se caracteriza por la meditación. Pronto, cuando hayas usado tus facultades con aquellas deliciosas chiquillas que habrás conocido en una discoteca, las tendrás puestas sólo para ti en el centro de tu mesa, listas para ser engullidas. Escorpio. Octubre, 23 — noviembre, 21 Encontrar la plenitud es sencillo cuando piensas en el bienestar mayor. Esto no sólo te ayudará a enfocar tus considerables talentos, además hallarás que un proyecto que sirve a otro te ayudará a galvanizar tu energía. Puedes usar el sexo como arma, eres buena en ello, la mejor del zodiaco. Recuerda darles todo lo quieran, así los atraparás con mayor facilidad. Piensa en la energía que les robarás y en que tu gran proyecto tiene que ver con sexo puro y duro, con sangre y con saciar la sed. Usa tus talentos, y llena a unos con la sangre de otros. Sagitario. Noviembre, 22 — diciembre, 21 Es hora de ser todo lo que quieras. Las estrellas suben el volumen de tu creatividad y de tu encanto personal. Cuando te lo propones, no hay nada que no puedas hacer y no existe nadie a quien no puedas persuadir. Tu rostro es encantador, ¿quién dudaría de ti cuando toques su puerta y le ofrezcas lo que tienes a la mano? Puedes ser lo que quieras, recuerda, eres la reina de las máscaras y una vez que te den su confianza, podrás robarles todo lo que tienen. Son unos gusanos, no te olvides de hacerlos sufrir y de llevarte un pequeño recuerdo a tu hogar para con este completar tu obra de arte. La gran estrella de tu creatividad. Capricornio. Diciembre, 22 — enero, 19 ¿Recuerdas cuando eras una niña y te tapabas la nariz para tragar una medicina amarga? Bien, ahora eres una adulta; puedes tomar tu medicina y además aprender de ella. Usa todos tus sentidos y siente bien las situaciones. El asco ha desaparecido en ti, comerás cosas inimaginables porque has superado aquella etapa de tu niñez, los bichos y alimañas serán exquisiteces para ti. Esa noche experimentarás con la gente que te rodea, usa todas las vías imaginables para tus fines. Recuerda, tu medicina no es amarga, ahora es dulce, muy dulce.
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Acuario. Enero, 20 — febrero, 18 ¿Realmente les haces un favor a tus amigos siendo deshonesta con ellos? Hay algo que deben saber y cuanto antes mejor. Quizás no sea cómodo hablar, además eres bastante joven, pero debes cumplir con tu obligación. Reúnelos y confiesa las cosas malas que has hecho y que les has hecho, cierra las puertas con llave cuando entren. Fastidiados, querrán salir, mas no podrán. Al principio lo tomarán como una broma, pero después te creerán y juzgarán, y cuando tus padres se hagan presentes de improviso, tu mejor amiga te acusará ante ellos. Tus progenitores te reclamarán, te golpearán como lo han hecho siempre, te humillarán frente a los invitados. Soporta la vergüenza, no llores. Comprenderás que la sinceridad es una bendición, aunque duele. Cuando tus progenitores duerman, te vengarás. Piscis. Febrero, 19 — marzo, 20 Prestar atención a lo práctico es un imperativo esencial, y viceversa. Entonces, aunque tu cabeza esté en las nubes —y disfrutes la situación—, pronto deberás abordar algunos asuntos terrenales. No todo en esta vida está perdido en símbolos incomprensibles que un ser humano imperfecto siempre tiende a interpretar, hay cosas para el hombre y cosas para los dioses. Lo tuyo es lo terrenal lo que te rodea, lo que amas y persigues, lo que debe desaparecer para siempre de tu lado. Eso es lo que te interesa. Manos a la obra de una vez. Así termina. Este es el podrido horóscopo que ha salido publicado hace seis días dentro del fanzine. Intento racionalizar los hechos, sin embargo no lo consigo, ¿cómo podría? Todos los homicidas actuaron de acuerdo como lo indicaba cada uno de los primeros once textos. Los crímenes sucedieron a razón de dos por día. Hoy en la mañana descubrimos el décimo caso, la asesina tenía treinta y cinco años y vivía sola. Mató sin piedad a una mujer, un hombre, una niña y un niño: sus vecinos; se presume que los había invitado a cenar. Encontramos todo tipo de animales en su refrigerador: ratas, arácnidos, insectos, lombrices, junto con los restos mutilados de sus víctimas. Este caos es imposible de explicar. La asesina estaba bajo custodia, pero hoy a las 4 p.m. se mordió la lengua y murió desangrada. A las 6 p.m. decidí venir a casa para leer la revista fatal y ocurrió el onceavo incidente: la muchachita que dejó inconscientes a sus padres para luego clavarlos al borde sus camas. Tal vez ella fallezca
pronto, como los otros asesinos. Sus amigos serán interrogados en unos momentos. Espero que con ellos se pueda sacar alguna luz pues no encuentro el sentido de tanta masacre. ¿Por qué? Otra llamada. Más información sobre este último caso. Los seis adolescentes, que estaban en la casa de la chiquilla la noche de ayer, han muerto. Han surgido algunas especulaciones: al parecer, pudo tratarse de un veneno de acción lenta. Milena (así se llama la homicida) debió darles la mortal sustancia mezclada con gaseosa. Seis cadáveres más, puta madre. Mediante una llamada telefónica hecha muy temprano, uno de los adolescentes le comentó a su enamorada lo sucedido en aquella residencia. Milena decía incoherencias, aunque algunas cosas pudieron dilucidarse: se entregaba fácilmente a los varones e hizo el amor con otras chicas, le gustaba torturar y asesinar animales pequeños, y mantuvo una relación incestuosa con su único hermano desde los doce hasta los quince años; él ahora tiene veintiuno, se casó hace tres meses y se fue de su casa. Ya lo contactaron y le avisaron sobre lo ocurrido; está destrozado. Sus padres sabían de aquella relación prohibida, por eso se enojaron con Milena, por revelarlo. No obstante, la reacción que ella tuvo hacia estos no tiene ningún sentido. ¿Por qué? Seis mujeres y cinco hombres que no se conocían entre ellos, que eran muy distintos entre sí, de diferentes clases sociales, de diferentes distritos de Lima, que ni siquiera frecuentaban los mismos lugares, entraron, de repente, en un estado de locura espontánea y mataron, violaron, torturaron, mutilaron, se convirtieron en fieras salvajes, como si algo no perteneciente a este mundo los hubiera poseído. De solo pensar en otras posibilidades sudo frío y mis huesos se engarrotan. De Aries a Acuario, los once criminales hallados en el orden correcto. Todos han cumplido con lo dicho en el horóscopo. La prensa ya sabe de esto, se ha vertido la necesaria información al país para dar con los responsables, pero nada. Cabe la posibilidad de que no resolvamos el entuerto. Tal vez todo termine y archivemos el asunto, derrotados. Pasarán los años y nos golpearemos los sesos intentando descifrar qué fue lo que realmente sucedió. Once personas han imitado lo escrito en un par de hojas de papel, once entre tantos millones de habitantes han actuado conforme lo que decía su horóscopo. ¿Por qué ellos? ¿Por qué ahora? Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio, Sagitario, Capricornio, Acuario. El odio, la injusticia, la maldad, las tenazas, las puntas, la hipocresía, los dientes, el vicio, las garras, la mentira, el veneno, y ahora Piscis… Nada más falta que aparezca el asesino de Piscis. Porque sólo son once: él, él, ella, él, él, ella, él, ella, ella, ella, ella. Falta él pues,
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si la finalidad es que sean seis y seis, el ciclo se completaría con un hombre de Piscis. Piscis es la impiedad. Comprendo. Es lo que hago ahora: tratar de entender un asunto que me compete, un tema que me produce rabia, ira inhumana, aunque, ¿acaso este horóscopo semanal no fue hecho por hombres? Puede que sea como yo me temo, esa teoría nadie va a creerla. El fanzine ha salido hace varios meses y fue sólo una fachada, el fin era el horóscopo, y este no ha sido redactado por humanos, sino por entidades sombrías… no, no estoy perdiendo la razón, las cosas empiezan a adquirir sentido. Los homicidas fueron poseídos y las víctimas fueron sacrificios. Deseo destruir esta publicación, quemarla, al menos arrancar estas páginas. El Horóscopo Negro me hace daño. Quiero irme de aquí, salir, subir a mi carro y ver el caso de la adolescente de Acuario, ella aún vive, tal vez reaccione y me diga lo que pasó en realidad. Me siento mareado, no puedo sostenerme en pie, ¿qué me está pasando? No he debido meterme en este asunto, creo que en el fondo soy muy sensible, mis padres siempre me dijeron que yo poseía un espíritu artístico, empero, yo opté por develar los misterios de la realidad, por eso me hice detective, mi especialidad es solucionar problemas, soy muy bueno en ello. En esta oportunidad conseguiré mi meta, resolveré los casos, develaré la tenebrosa verdad, pero me estoy sintiendo mal. Debo salir. Las palabras del zodiaco me golpean. Falta un asesino, he de hallarlo antes de que lastime a alguien. Seis y seis, el sexto día, 666, el número de la bestia. Falta poco para la medianoche. Me duele la cabeza, caigo de rodillas, abro la puerta de mi oficina, observo el pasillo, mi esposa y mis dos hijos varones duermen. Recuerdo que les dije que no me esperaran. Cenaron sin mí, se acostaron, como tantas noches. Mis dos pequeños. ¡No! ¡Debo alejarme! ¡Debo salir de la casa, subir a mi coche y manejar hasta estrellarme contra algo! ¡No! ¡Mi familia no! Las palabras de mi horóscopo taladran mi mente: «Lo tuyo es lo terrenal lo que te rodea, lo que amas y persigues, lo que debe desaparecer para siempre de tu lado». Lo haré, después calcinaré este fanzine, la casa, a mí mismo, todo. Nadie lo sabrá. Mis motivaciones permanecerán ocultas. Las evidencias se perderán para siempre, así debe ser, así será. He traído las latas de gasolina. Ahora me dirijo a las habitaciones con mi revólver desenfundado. Hay balas suficientes. El incendio se ocupará de mí después, arderé de pies a cabeza, la muerte será una experiencia hermosa, ¿cómo he podido estar tan confundido? Me siento poderoso, no hay dudas en mi ser, debo
cumplir mi cometido, es lo único que me importa. Está escrito: seis hombres y seis mujeres. Esto había empezado con un ariano, la penúltima era una acuariana; la edad no importaba, ni la condición social, ni la raza, ni la creencia, todos estábamos dentro del mismo circuito, en la misma ciudad, compartimos la misma sangre; he ahí la relación. Ya han actuado once elegidos, sólo falta un último varón. Mi corazón lo estuvo negando durante mucho, pero ahora lo acepto, lo siento y lo realizo. Abro la puerta del cuarto que comparto con mi esposa, ella primero, luego los niños. María duerme. Me acerco con sigilo, creo que me oye… No. Sigue perdida en el sueño. Hay un plan en ciernes. Está a punto de cumplirse. Las consecuencias serán notorias, grandiosas. Mi alma no lo admitía, no obstante, ahora creo en ello y lo repito en mi mente: ¡Soy pisciano! ¡Soy pisciano! Nací en marzo bajo el signo de Piscis. El signo que falta. Que faltaba. Debo terminar con lo iniciado días atrás. Es mi destino, está escrito con sangre. ¡Manos a la obra! En las tinieblas apunto con la muerte al amor que ya no sirve. Pronto, muy pronto, habremos culminado la obra. Nuestra obra.
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Bef
Entrevista
SciFi-Terror: ¿Quiénes son para ti los referentes mexicanos en el campo de la ciencia ficción y la historieta?
a Bef
Es una hora inexacta, un callejón cualquiera de la ciudad de México; desde hace media hora las patrullas no cesan de buscar a alguien. Ahí, entre una transparencia alborotada y un anuncio de comida china, un personaje tan irreal y necesario para la existencia de la ciudad de México aparece, Bef. El miembro a cargo de SciFi-Terror va alargando cada pregunta; las respuestas son puntuales, la exactitud que viene con la sapiencia. Tal vez fue así o de un modo completamente diferente, no importa. Bef, Bernardo Fernández (1972), uno de los historietista más importantes de México habla con la revista ScFi-Terror sobre sus preferencias, su vida como creador y diversas otras impresiones. Mas su trabajo no se limita a las historietas, novelas como Ojos de lagarto, Tiempo de alacranes, Gel Azul, Ladrón de sueños y Hielo Negro, pueblan también su universo narrativo. Su última novela Hielo Negro ha merecido el premio Grijalbo de Novela 2011. Las patrullas han dejado de contaminar el aire, ¿habrán encontrado a quien buscaban? Seguramente no. SciFi-Terror: Tu obra no está dedicada exclusivamente a la ciencia ficción; sin embargo, en tus historietas incorporas elementos de ésta en numerosas ocasiones. ¿Cómo y por qué estos elementos se han filtrado en tu obra? Bef: La CF es mi gran amor literario. Fueron mis primeras lecturas y siguen siendo las más importantes. Por eso es que siempre se filtran esas ideas en todo mi trabajo, el narrativo, el pictosecuencial y hasta el de diseñador gráfico. SciFi-Terror: Mencionas en uno de tus libros de historietas que: “Ser monero en este país, igual que ser jazzista o escritor de ciencia ficción, es pertenecer a un gremio fantasma.” La ciencia ficción, el terror, las historietas y también la novela negra, han sido géneros considerados marginales; sin embargo han sido muchas veces los más cercanos al público. ¿Qué significa para ti que géneros tan populares gocen de tan poco prestigio artístico? Bef: Lo veo como un reto creativo. Cuando escribí ese texto la situación era mucho más compleja que hoy. Hemos ganado espacios y ahora considero que tenemos muchas mejores condiciones, los que nos dedicamos a estas cosas.
Bef: Alberto Chimal, Pepe Rojo, José Luis Zárate, Gerardo Porcayo, Gerardo Sifuentes, Karen Chacek, Rafael Villegas, entre otros. En cómic, Patricio Betteo, Edgar Clément, Bachan... SciFi-Terror: En tu experiencia, ¿cómo se ha transformado el medio editorial mexicano con respecto a las historietas y a la ciencia ficción en los últimos 25 años? ¿Cuáles han sido sus avances y retrocesos? Bef: No hay retrocesos. En ambos campos se ha avanzado enormemente. Hoy los autores en ambos campos podemos publicar en editoriales formales o autopublicar, en condiciones que no existían hace 10 años. SciFi-Terror: La mayoría de tus historietas son relatos breves, ¿esto se debe a tu convicción artística o tan sólo a cuestiones editoriales? Bef: Tengo 3 novelas gráficas de cerca de 100 páginas cada una. La siguiente será de casi el doble. No me parece tan breve. SciFi-Terror: ¿Como lector tienes una preferencia por historietas breves? Bef: No, me gustan las historias extensas. SciFi-Terror: Tu trabajo en historietas es muy reconocido, sin embargo últimamente has dado un viraje hacia la novela, ¿a qué se debe esto y cómo ha sido esta experiencia? Bef: Curiosamente, siento más reconocimiento a mi trabajo como novelista que como historietista. ¿Estaré equivocado? SciFi-Terror: ¿Cuáles crees que son las ventajas narrativas que ofrece la historieta en comparación a otras formas artísticas como el cine o la novela? Bef: En los cómics trabajas con imagen y palabra, de modo que tienes lo mejor de los dos mundos. SciFi-Terror: Si alguno de nuestros lectores deseara publicar historietas hoy en día, ¿qué le recomendarías? Bef: Leer mucho, Convertirse en un narrador solvente. El cómic hoy en día no necesita buenos dibujantes, requiere buenos narradores.
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Carolina Lupo Nació un mes antes del fin de la década de la fragmentación y el inicio de la década de los uniformes para individuos. Estudia música y cine. Le gusta la soledad y la vida al aire libre. Cuando logra cansarse de tocar el saxofón decide escribir. Escribe porque encuentra en la Literatura no un escape sino una trampa. Una trampa oscura en un pozo donde los conflictos se balancean sobre ella como un péndulo afilado y siniestro. Carolina Lupo ha descubierto que la trampa de la Literatura mantiene activa su imaginación obligándola a crear todo tipo de escapatorias. No sabe definir qué es lo que escribe aunque la han llamado “poeta posmo”; ella odia eso.
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¿Qué está fuera de lugar aquí?
¿Qué está fuera de lugar aquí? por Carolina Lupo
“Es la primera vez que veo a alguien usar un revólver falso de forma eficaz”. Un título demasiado largo, piensa. Recorta el nombre del autor de la hoja y deja un círculo casi perfecto de vacío en ella. Dobla el trozo de papel con el nombre y le prende fuego al resto. Baja por las escaleras en espiral hasta el puesto de periódicos. Compra un diario y se va al parque a leer. Recorta un cuadro casi perfecto de la sección de clasificados. II No es la torta de tamal en una bolsa de papel estraza sobre el escritorio, ni el maquillaje digno de una bailarina exótica, que le plastifica la cara, a la mujer tras el escritorio pringoso de madera de pino y barniz descarapelado que simula caoba. ¿Qué está fuera de lugar aquí? Tampoco la vieja remington donde las largas uñas moradas -acrílicas, no naturales- de la secretaria, bailan el tap sincopado de un reporte y dos copias al carbón. Esta oficina es tan anacrónica como las revistas en la mesa de café de la salita de espera. 1989, 1985, ¡1974! Una Mecánica Popular; diciembre del 74, navidad en la portada. Artículo principal: Colt Pacemaker; el revólver que pacificó Estados Unidos. Las cosas que leen los hombres. Pero todo esto pertenece aquí tal como pertenecería al set de una película policiaca del siglo pasado. Incluso el anuncio que recorté del periódico, con la dirección del investigador privado, aquí se ve amarillento bajo los 60 vatios de un foco incandescente, lleno de cagadas de moscas, en una lámpara cobriza ideal para una mesa de póquer. Una pátina de úlcera gástrica y actitud perdedora protege del siglo XXI a este lugar. Junto a varios documentos desorganizados, y que no caen gracias a un pisapapeles con forma de pistola, se enciende un foquito rojo en el teléfono de disco en el escritorio de la secretaria. Ella contesta, y murmura algo, mientras me escrutina con la mirada. -Puede pasar. El detective López la recibirá ahora. El pequeño despacho está lleno de archivos por todo el piso y sobre el escritorio. López está reclinado en un viejo sillón de piel con un lápiz entre los dientes; me ofrece tomar asiento pero lo ignoro. Observo alrededor, dándole la espalda y
tiempo suficiente para que mire mis nalgas. Meto las manos en los bolsillos del saco para que éste suba un poco y López pueda apreciar mejor desde mi cintura hasta las pantorrillas. Escucho caer el lápiz sobre el escritorio; misión cumplida. Antes de girarme y clavarle una mirada que lo haga sentir culpable algo llama mi atención: En el librero, que no se ha vencido por algún milagro, hay textos teóricos sobre investigación, psicología, códigos penales, engargolados polvosos y, también, rompiendo con el esquema de caos que reina en el lugar, una colección de literatura, amorosamente ordenada, de autores como Chandler, Hammett, Himes, Martin, Bernal, Taibo II, Highsmith, Green, Huacuja y Vásquez Montalbán, entre muchos otros. Miro los títulos y paseo mis dedos sobre las tapas de los libros, lento y suave, como caricias. He aquí algo fuera de lugar… o, mejor dicho, que no está en su lugar. -¿Le interesa la Literatura, señorita…? -Lobo. Carolina Lobo -giro sobre los tacones para sorprender su mirada justo en la abertura de mi falda que deja ver una fracción de la liga que sujeta mi media. ¿En qué le puedo ayudar, señorita Lobo? -sus ojos buscan urgentes un sitio alejado de mi anatomía. -No sé si pueda. ¿Por qué tiene todos estos libros? No los usará para resolver crímenes, ¿o sí? -No. La realidad es menos interesante y mucho más fácil de resolver. Pero usted no vino para hablar de Literatura. López se incorpora para acercarse a mí. Se acerca diez centímetros de más y notó que, al menos con tacones, soy más alta. Le queda bien la barba sin arreglar y el nudo flojo de la corbata. Más que un hombre desaliñado y rudo parece un tipo que necesita que lo cuiden. Seguro su madre trabajó dobles turnos cuando era niño. Genera ternura y eso, eso es peligroso (para mí). Lo miro directamente y retrocede hasta una posición segura (para él). -¿Y bien? Si lo que busca es un libro puedo recomendarle empezar por la biblioteca pública dice en un intento de simpatía ácida. -Es curioso que tan buena colección, de un conocedor evidentemente, esté incompleta. Pero no busco un libro. Busco a una escritora. -¿Ha desaparecido esta mujer? ¿Amiga suya? Amante de... ¿su novio, tal vez? -No tengo pareja -afirmo, fingiendo que no me doy cuenta de sus averiguaciones sobre mí, -en realidad nunca la he conocido. No sé donde vive, no tengo su teléfono y nunca la he visto en mi vida. -Bien. Quiere que averigüe el domicilio de una persona que no conoce. No será usted una admiradora loca, ¿verdad? O una lectora enojada por el destino de su personaje favorito.
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Carolina Lupo
-Nada de eso. He intentado contactarla por otros motivos; ni en su editorial han podido informarme. La busco porque estoy haciendo un posgrado en la universidad y necesito entrevistarla. Verá, detective López, desde que estudié letras he seguido su obra; mis tesis de titulación y maestría las hice sobre sus novelas y ahora, para el doctorado, me es imperativo hablar con ella. -Entiendo. Tenemos un caso, sencillo, he de decir. López camina hacia su escritorio y se sienta en su pequeño espacio de poder que queda unos diez centímetros arriba de la silla que ocupo yo. Se nota decepcionado; esperaba un crimen, supongo. -Parece que no le interesa mi caso, detective. -Me interesa cualquier misterio -contesta desganado, mientras garabatea algo en una tarjeta que tomó de un cajón. -Estos son mis honorarios, semanales, hasta que resuelva su problema o usted decida abandonar la investigación. -No soy una persona que desiste. Algo caros sus servicios, por cierto. -Y no incluyen viáticos. Le guardaré las notas. ¿Quién es esta mujer que buscamos? -No, el nombre hasta que cerremos el trato. El dinero no es problema, si acepta una condición: quiero acompañarlo durante la investigación. -No. Trabajo solo, siempre. No puedo arriesgarla a los peligros -levanta la voz y una mirada paternal -cabeza inclinada, ceja izquierda torcida- que penetra los orificios de mi cara. -¿Peligros? Por favor, vamos a buscar una escritora. No hay muertos ni asesinos. Usted no entiende: quiero que la investigación sea parte de mi doctorado -digo mientras saco mi chequera de la bolsa y lo miro con la ternura ensayada de una niña que busca convencer a su padre de llevarla al parque-. Necesitaré también una copia de sus notas, detective. -No. Usted puede tomar todas las notas que quiera. -Hecho. Y fotografías. -Está bien; no de mí. ¿Cuándo quiere comenzar? -Mañana en la tarde, a las seis. Hay una cantina en La Roma: La Industrial. López duda un momento, su mirada busca en un horizonte lejano detrás de mí: -Sí, la conozco. La veré ahí. Estrecho su mano al levantarme, le regalo una brevísima sonrisa, aliso la falda que se ha subido un poco -irremediablemente él dirige la mirada a mis muslos- y camino hacia la puerta. -Olvida darme el nombre de la escritora, señorita Lobo. -Mañana. No quiero que comience a investigar sin mí.
III Sandra Bullock corre desesperada con un disco de 3 y 1/2 que contiene un virus informático. Le han robado su identidad; ahora ella no existe. >>La película tiene una falla: En la realidad pueden desaparecer las cuentas bancarias y todos los registros de identidad de una persona en "La Red", pero, la señora de la tienda de la esquina, donde ha comprado todos los días desde su infancia, aún debiera reconocerle. Aunque, americanizando la situación, ya no hay tienditas de la esquina sino franquicias con empleados cuyas fechas de caducidad son más cortas que las de los productos envasados al alto vacío a la venta. En la realidad no hay un guionista que pueda borrarlo todo, que logre personajes que acepten la modificación de eventos. Desaparecer una colección de libros y que nadie los recuerde requiere, o que nadie los hubiera leído nunca, o que se les borre la memoria a todos. ¿Qué motivaría a un guionista a cometer tal atrocidad?<< Créditos finales de otra ficción insufrible. Él apaga la tv y se quita la corbata. Del cajón saca un abrigo de pieles y se lo pone sobre los hombros. Toma un papel y lo introduce en la máquina de escribir. El rodillo enrolla la hoja en un giro del destino. Ella comienza a escribir. IV Hay hombres de nalgas y hombres de tetas. Hay también los que depende su gusto de si nosotras caminamos hacia ellos o nos alejamos; poco interesantes, estos últimos, adaptables, sin un sistema de selección perverso. López es un hombre de nalgas, y eso, es bueno para mí. Mis tetas son más bien pequeñas y, aunque firmes, no le brindan protección a los mamíferos sin manada que aúllan en sus cuevas cuando nadie los mira. Mis nalgas, en cambio, y el conjunto cintura-piernas, son formidables. Por esto es que esperé a López en la barra. Una mesa le habría cambiado la perspectiva. Se presentó bien rasurado y olía a colonia. Cuando levantamos -o dejamos que el hombre crea que nos levantó- a un tipo en un bar o evento social, sabemos que se ha esmerado para la cacería, y que en realidad no es así. Si bien me agradó que López se preocupara en su apariencia para verme hoy, su error es que yo ya lo había escogido desaliñado y sucio. Ahí, en La Industrial, junto a la barra, era uno más de los gerentes o ejecutivos de medio pelo que esperan por el intercambio de secretarias y recepcionistas, en una tarde de viernes cualquiera, y esposas solitarias cocinando cenas románticas que acabarán frías. López se mostró distante y altivo (ah, pendejo, que jala la puerta que se abre para adentro), ordenó un whisky doce años, en las rocas.
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¿Qué está fuera de lugar aquí?
-Gustos caros -le dije y ordené uno igual-. ¿Siempre bebes lo mismo? -pregunté y me arrepentí de inmediato por tutearlo, por bajar la guardia. Él lo notó. -Costosos. Caro es lo que no puedes permitirte y aún así lo deseas -sentenció, orondo, mirándose al espejo frente a la barra y apurando su trago. Ordenó otro igual y giró sobre el banco con la vista baja para recorrer mis piernas cruzadas. Justo antes de que su actitud se volviera incómoda se aproximó, ladeó la cabeza y directamente a mis ojos dirigió un guiño y a mi oído izquierdo su voz grave: -Tus medias son costosas, Carolina. No caras. -Prefiero señorita Lobo si no te… no le molesta, detective. Cambió de inmediato como si los hielos en su vaso se le hubieran metido a la sangre. Noté, sin embargo, que bajó los hombros un poco. -Es igual. Estamos aquí para trabajar... ¿por qué esta cantina? -Es el sitio donde el personaje de la escritora que busco inicia sus casos. Me pareció apropiado para la metatextualidad de mi tesis. -¿La qué? -No importa. Tome, detective -dije mientras le entregaba un papel doblado que había sacado de mi bolsa. -¿Qué es esto? -Para ser detective le falta intuición. Es el nombre de la escritora que busco. Desdobló el papel lentamente y leyó. Un instante su rostro perdió toda expresión y luego regresó a una normalidad casual y fingida. -Lo siento. No puedo ayudarle -dijo apurado al levantarse del banco para salir -casi escaparde la cantina. -¿Por qué no? -grité, al tiempo que el cantinero me entregaba la cuenta, anulando mis posibilidades de perseguir a López. -Esa mujer no existe -dijo y desapareció al cruzar la salida de La Industrial.
su casa, tras seis meses de coqueteos. Ahora estoy montada sobre él. Hijo de puta. Lo conocí el día que salí de la clínica, en el parque; cualquiera diría que me estaba esperando en esa banca. Así son las coincidencias, costosas. Él se detuvo a fumar en el parque y yo necesitaba un cigarro. Me cortejó estos últimos meses y aceptó que fuéramos despacio. Hijo de puta. Creí que lo conocía a la perfección. Pensé que me tomaría por detrás y se vendría rapidísimo. Pero lo estoy montando mientras me acaricia los senos; le gustan mis senos, más que a mí, incluso. En la sala me hizo venir dos veces, con su lengua entre mis piernas, una vez más aquí en su cama, con los dedos. Hace mucho no me habían cogido así; no desde que experimenté mi lado lésbico. Ahora quiero que se venga él y me esmero tanto que estoy por tener otro orgasmo. El hijo de puta no terminó y yo no puedo más con los músculos de mi pelvis. Calor y hormigas recorren mis muslos, debilidad. Me bajo y me detiene. ¿Qué tipo rechaza una mamada? No es de fiar… o es perfecto. Dormimos abrazados. Desperté ya entrada la mañana; adolorida; rico; cansada; bien cogida. Huele a desayuno y él está en la cocina. Me levanto envuelta en la sábana y salgo de la recámara. Quiero estar con él. En el pasillo hay una puerta cerrada que llama mi atención. Algo está fuera de lugar aquí. Es una puerta vieja, una antigüedad. Tengo que entrar. Una máquina de escribir sobre una reliquia de escritorio, cajas de una editorial; la nueva novela de ¡ella! No, esto no puede ser. En la máquina de escribir hay un cuento sin terminar, bajo el título su pseudónimo. Tomo el cuento y un pisapapeles con forma de revólver del escritorio. Salgo de ahí mareada. En la cocina él me da la espalda atendiendo a la estufa aunque me escucha llegar. -Buenos días, señorita Lobo. Levanto el pisapapeles, alto, sobre su cabeza.
V Hace seis meses salí de una clínica. Hace un año creía que había estudiado Literatura. Hace un año creía en una vida que giraba alrededor de una escritora famosa. Hace un año deambulé por las calles después de buscar en mi casa libros inexistentes de ella y un par de tesis que nunca escribí. Una manifestación de mi ego, dijo alguna vez uno de los terapeutas. Recomendó también que dejara de leer o ir al cine, que me alejara de cualquier forma de ficción. Ahora recuerdo que era secretaria en una oficina de gobierno. Ahora tomo medicamentos. Ahora estoy en la recámara de él. Ahora conozco por fin Sci Fi - Terror
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http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/mx/legalcode
Sergio Fabián Salinas Sixtos Nació en la Ciudad de México. Ingeniero metalúrgico por la Universidad Autónoma Metropolitana. Publicó su primer microrrelato en la revista <<Asimov Ciencia Ficción>> No. 7 (1995), <<Asimov Ciencia Ficción>> No. 9 y <<Asimov Ciencia Ficción>> No. 12, publicó en la revista <<El oscuro retorno del hijo del ¡Nahual!>> No. 7, publicaciones revitalizadoras de la ciencia ficción en México. Después de abandonar la escritura por un largo periodo de tiempo se reencuentra con ella y se han publicado cuentos en las antologías: Érase una vez… un microcuento (España) y Cryptonomikon VI (España). http://sergiosixtos.wordpress.com/ @cibernetes
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El haiku
El haiku
Sergio F. S. Sixtos
na tarde nos reunimos Ulises Luna, Pepe Daconte y yo en el Café Ik de la calle Independencia. El aroma a café tostado y el chocar de tazas de las mesas vecinas incitaron a Daconte a contar una de sus historias de detectives —tenía dos años retirado y aún no lo abandonaba la nostalgia—. Sin dejar de garabatear en su libreta caricaturas de las personas que ocupaban las mesas vecinas dijo: —Voy a contarles algo que sucedió hace años, llega la idea, ya que no puedo quitar la vista de la portada del libro que lee la joven a la que estoy retratando. Miré el dibujo, no era malo, pero a veces Daconte exageraba con sus pretensiones artísticas. El libro de la joven era una antología de haikus clásicos japoneses: Issa, Buson, Shiki y otros. —En 26 de septiembre de hace cuatro años — comenzó Daconte—, recibí una llamada urgente de mi jefe, habían asesinado en su departamento a la prestigiosa poetisa Xóchitl Guadarrama. Tal vez recuerden el caso, la prensa amarillista hizo un escándalo del homicidio. —Lo recuerdo, se descubrió que fue un crimen pasional más no tenía idea de que estuviste involucrado en el caso —dijo Ulises Luna. —Las consecuencias del crimen me tienen sin cuidado —dijo Daconte haciendo una mueca de desdén—, lo interesante es que se cumple aquel viejo refrán: "genio y figura hasta la sepultura". Aquella mujer escribió libros de poemas, acaparó premios literarios y vivió la poesía hasta el final de su vida. No soy una autoridad en el tema ni mucho menos, pero sé distinguir entre el trabajo de un aficionado y un profesional en casi todos los campos útiles para mi profesión. Daconte, haciendo gala de su terrible modestia, hizo una pausa teatral mientras cerraba su libreta de apuntes y apuraba su café con leche, pidió uno más a la camarera y prosiguió: —Me dirigí al conjunto urbano Nonoalco Tlatelolco,
al departamento 576 del edificio Cuauhtémoc. Los policías de a pie con los que me encontré estaban desconcertados por la evidencia encontrada, o mejor dicho, por la falta de evidencia; la poetisa había sido apuñalada y no había rastro de lucha en el departamento, ni arma homicida. La única evidencia palpable era un pequeño poema escrito, con la propia sangre de la víctima, a un lado del cadáver. Todo hacía suponer que la poetisa había escrito esos versos, quizá como testamento literario. Algunos de mis compañeros lo pensaron así. Soy escéptico en todos los campos por naturaleza y rechacé la idea desde un principio, aunque la letra era errática y temblorosa había algo que no cuadraba. En la biblioteca de la poetisa, como es de suponer, estaban sus obras completas; revisé cada uno de los libros y leí los poemas; eran cantos al amor, la esperanza y a la vida. No estaba presente la métrica que desde pequeño me enseñaron en la escuela, todo el trabajo de la poetisa era prosa poética. —¿Había una diferencia con lo escrito en el piso? —pregunté tratando de recordar alguno de los poemas que sabía de memoria. —Sí, era un haiku, ya saben: pequeños poemas compuestos de tres versos que describen la naturaleza —contestó Daconte señalando el libro de la joven. —Es extraño que una poetisa que escribió prosa poética toda su vida decidiera escribir un haiku en sus últimas horas —dijo Ulises Luna mirando el libro de la joven. —Lo mismo pensé, leí con atención el haiku y dirigí a los policías de a pie a detener al asesino —dijo Daconte con satisfacción. —Espera, espera. ¿Quieres decir que estaba escrito en el haiku la identidad del asesino? —pregunté incrédulo. —Claro que no, la vida no es tan simple amigo mío; quiero decir que el asesino quería que lo descubriera y dejó todo a mi disposición —contestó Daconte con una sonrisa burlona. Miré ofendido a Daconte, mientras éste ordenaba su tercer café con leche. Él prosiguió sin darse por aludido: —El haiku era de lo más vulgar y decía: Observa el cuerpo fue próxima la muerte sigue los versos.
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Sergio F. S. Sixtos
—No entiendo —tuve que admitir. —Está claro —apuntó Daconte sonriendo. —Tampoco entiendo —secundó Ulises Luna frunciendo el ceño. —El haiku, amigos, es un poema breve, una reflexión poética de la naturaleza o la vida cotidiana y sólo lo estructuran tres versos; para llamarse haiku, se necesita que el primer verso sea de cinco sílabas, el segundo de siete y el tercero de cinco sílabas. Cinco-siete-cinco; el número del departamento del homicida. Era el vecino, el amante despechado. Encontramos el arma homicida y al sospechoso que aún no se deshacía de la evidencia. Daconte terminó su tercer café con leche y ordenó la cuenta.
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Diana BelĂĄustegui Argentina, nacida en el 74. Ha publicado cuentos en distintas antologĂas y revistas online tales como: Arte Libertino, Penumbria, Infame y miNatura. Publica sus textos regularmente en el blog: www.elblogdeescarcha.blogspot.com
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La teta derecha
La teta derecha Diana Beláustegui
epetía “no, no, no” casi como en un susurro dentro de la lucha por soltarse. Tenía que mirarle el rostro a su atacante, observar con atención para descubrir marcas personales y poder reconocerlo en alguna ocasional rueda de sospechosos. Estaría detrás de un vidrio como en las series de policías y alguien desde atrás la consolaría en cuanto sufriera alguna crisis nerviosa al reconocer sus ojos o su tatuaje, tal vez una cicatriz. Logró voltear y mirar a su atacante, mientras el filo de una hoja entraba y salía de su cuerpo con tanta soltura que le asombraba su propia capacidad de destrucción. Se fijó en el cabello rubio y largo, las pestañas pintadas, los labios carnosos: no lo van a encontrar nunca, pensó con el último atisbo de lucidez. En las series policiales, los asesinos… ¡pocas veces eran mujeres! María fue encontrada en la Ruta 9, el conductor del primer vehículo que la atropelló juró que nunca la vio, que sólo sintió haber pisado un bulto grande. El segundo auto le pasó por encima en un intento por no chocar al primero. La autopsia aclararía la situación. María estaba muerta cuando los vehículos pasaron por su atormentada humanidad. Había sido atacada con un arma blanca. Tenía seis heridas punzocortantes en la zona abdominal y le faltaba el seno derecho. Durante dos semanas se encontraron en las mismas condiciones a cuatro mujeres más. Todas tiradas durante la noche en la Ruta 9. Después del segundo asesinato, la noticia dejó de salir en los periódicos, eran tiempos de elecciones y un asesino serial no ayudaba, ni a gobernantes ni a diputados, en sus luchas por el poder. Era un martes, a las siete de la tarde y Cándida le daba de mamar a un niño de aproximadamente nueve meses, cuando pasaron por el lugar dos
muchachas y la observaron llorar. Estaba sentada en la tierra a varios metros de la entrada a una vivienda precaria, realizada con chapas y plásticos. Las chicas eran mochileras e iban apuradas intentando llegar antes del anochecer a la primera zona habitacional que las alejara del monte, no habían conseguido quien las acercara. Ya podían vislumbrar las luces de la ciudad y eso las tranquilizaba. Aun así, no dudaron en acercarse a la mujer: nada genera más empatía entre hembras, que una de ellas en apuros. —¿Te podemos ayudar? —preguntó la morena poniéndose en cuclillas delante de la mujer. —Tiene hambre —le contestó secándose la cara con la manga de la remera. El niño lloriqueaba mientras apretujaba con las manitas el seno, en intentos frustrados por obtener más alimento. —Podemos colaborar con algo de plata para que compres leche —sugirió la otra mientras se tocaba los bolsillos del pantalón. —Mi hija seguramente ya llega, ella trae comida —les aclaró y ni bien terminó de decir las palabras apareció una adolescente con la mercadería. Parecía cansada, estaba vestida con una diminuta pollerita y lo que parecía, un corpiño negro con encajes. El maquillaje corrido hablaba claramente de una noche larga y agotadora, y una mañana no menos ajetreada, daba la sensación de que recién llegaba. Las miró un segundo y entró al rancho, a los quince minutos volvió a aparecer con una mamadera vieja. Las muchachas la saludaron pero ella sólo atinó a levantar a su pequeño hermano y darle la leche. —Desde que en el hospital me tuvieron que sacar una teta por el cáncer, él no queda satisfecho —explicó la mujer grande antes de taparse el rostro y romper en llanto. Las dos se acercaron y la abrazaron. Olía a humo, a tierra. Tenía la espalda ancha y doblegada por el trabajo. El cabello lacio y escaso le caía sobre los hombros. Comenzaba a anochecer y no querían perder más tiempo, le besaron las manos curtidas y le acomodaron la remera para que no se notara el vacío en la zona derecha.
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Diana Beláustegui
—Nos tenemos que ir —le susurró una, y la mujer se secó las lágrimas para despedirse. —No tendría que llorar, a mi hija le afecta mucho verme mal. Todas las noches me trae una teta distinta, pero ninguna me queda. —¿Qué? —se animó a preguntar una de ellas sonriente, sin entender lo que estaba escuchando. Se levantó despacio tratando de recordar lo que había leído en los diarios hacía unas semanas sobre unas mujeres sin el seno derecho. —O la teta es grande o muy chiquita o la corta mal. Ya le dije que si el hermano tiene hambre es porque no sabe elegir. A ella la alimenté bien porque tenía las dos, si ella es fuerte y grande es porque le di tanta teta que me dio el cáncer. La muchacha que quedaba en cuclillas se dio media vuelta para mirar horrorizada a su amiga, pero el cabello teñido de rubio de la adolescente llamó su atención, la niña estaba parada detrás de su compañera de viaje y la hoja de un cuchillo de grandes dimensiones aparecía por un lateral. Nunca tuvo tiempo de dar una señal de alarma. A ella también la atacaron desde atrás. Las tetas derechas fueron cortadas con mayor destreza, aunque ninguna sirvió, y fueron a parar al plato del perro. Luego de un mes del primer asesinato, los crímenes cesaron. A la semana, en un hospital zonal recibieron a una mujer agonizante, la traía su hija adolescente, una muchachita rubia de aspecto cansado que no supo explicar cómo es que su madre tenía lo que parecía un seno en plena etapa de descomposición, cocido sobre la depresión dejada en el tórax por uno anteriormente extraído. La madre falleció esa misma noche. Al día siguiente se encontró a otra mujer tirada sobre la Ruta 9, le faltaba el seno derecho. El trabajo había sido realizado sin el cuidado que lo caracterizaba, parecía que el asesino serial se cansaba y el ritual se desvirtuaba. Cuando por fin dieron con ella, había vendido a su hermano pequeño, tenía cortes en el seno derecho hasta hacerlo parecer una masa amorfa de carne y de las paredes del rancho colgaban tetas podridas. Dormía en el piso, en medio de las moscas que ponían sus huevos entre la carne
descompuesta. La sonrisa que se dibujó en el rostro cuando los policías armados entraron, hablaba a las claras del alivio que sintió.
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